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Avena Et Al 2013 Existió El "Crisol de Razas" en Argentina. Una Respuesta Desde La Antropogenética PDF
Avena Et Al 2013 Existió El "Crisol de Razas" en Argentina. Una Respuesta Desde La Antropogenética PDF
“LA COMPLEJIDAD DESPUÉS DE BABEL”, Beatriz Gurevich (2013), Buenos Aires, ed. Lumiere,
págs. 281-314.
Hirschfeld (1999) señala que todo ser humano tiene la capacidad de clasificar y pensar el
mundo social. Los estudios comparativos revelan que el modo de evocación y de interpretación de
la raza, tanto como las categorizaciones y significaciones que se les adjuntan, varían
considerablemente según las culturas y las épocas. Por ejemplo las categorías sociales censales en
Estados Unidos se han modificado con el transcurrir del tiempo, utilizándose actualmente negro,
blanco, hispano (que en realidad sería una categoría lingüística), asiático y americano nativo, pero
se han dejado de usar mulato e hindú. Mientras que en Brasil un hijo de una pareja mixta blanco-
negro integraría una tercera categoría (mulato), en las colonias españolas, especialmente en los
primeros tiempos, el hijo dependía del reconocimiento del padre para ser incluido en la clase
dominante, en el caso contrario pertenecía a la clase colonizada. En suma, habría tantas formas de
conceptualizar la raza como culturas que utilicen esta noción, pues son éstas las que crean su
propio sistema de pensamiento y de asignación racial, así como la forma de resolver las
ambigüedades. En Estados Unidos, la llamada “ley de la gota de sangre” sostenía que un hijo
mestizo debía ser ubicado en la raza considerada inferior aunque esta ascendencia se remonte a
uno sólo de los ocho bisabuelos. Es decir que una persona que biológicamente tiene 7 de sus 8
bisabuelos europeos (es decir, un 87,5% “blanca”) es considerada como negra. Aquí se observa el
conflicto entre la dimensión biológica y social de la clasificación racial. Lewontin (1984) señala que
en la práctica social, los grupos están bien definidos cuando tal descripción sirve para alguna
función social importante. Para Marks (1997) el problema es simple y antropológico, se hereda la
raza socialmente de manera distinta a como se hereda genéticamente y afirma que ésta no es una
categoría derivada de la genética sino una teoría popular de la herencia.
En la misma línea argumentativa, Kottak (2002) afirma que el uso social del término raza
implica emplear las bases biológicas de la diferenciación fenotípica, para luego resignificarlas
culturalmente de manera arbitraria. Esto se ejemplifica en la regla de la hipodescendencia ya
señalada, donde los hijos de las parejas mestizadas son asignados al grupo más desfavorecido. En
Estados Unidos, sólo son considerados “blancos” los hijos de blancos y la raza no cambia a lo largo
de la vida de la persona. Por el contrario, en Brasil es determinado en parte por el aspecto, pero
también por el status socioeconómico. La asignación racial no es un hecho objetivo, sino que
depende del contexto, de ahí el choque cultural que representa la llegada de inmigrantes de piel
oscura desde América Latina a los Estados Unidos. Muchos no se consideran “negros” en sus
países de origen, pero sí son vistos de esa manera en la sociedad estadounidense (Washington
Post 26/2/2002). En definitiva, como afirma Peter Wade (2002) la raza es culturalmente producida
y son las diferencias culturales las que son racializadas.
LA IDEA DE CRISOL
Es una afirmación muy extendida que en nuestro país se habría dado un extenso proceso de
entrecruzamiento, resumido en la idea de Crisol de Razas. Si nos abocamos ahora al primer
término, en el diccionario de la Real Academia Española se señala que Crisol es un recipiente
hecho de material refractario, que se emplea para fundir alguna materia a temperatura muy
elevada o bien, la cavidad que en la parte inferior de los hornos sirve para recibir el metal fundido.
Aplicada a las poblaciones humanas, esta analogía lleva implícita la idea positiva de que se
produce una convivencia armoniosa, o incluso una unificación a través de la miscegenación que
puede producir con el tiempo, y extendiendo la metáfora de la aleación, una homogeneización de
los componentes previos en una mezcla génica que tienda a la uniformidad. ¿Esto ocurre y ha
ocurrido en nuestro país? Si se responde positivamente, ¿en qué medida, cuándo y entre
quiénes?, ¿ha sido entre europeos, amerindios y africanos, o mayoritariamente por parte de los
grandes grupos continentales entre sí?, ¿si ocurrió el mestizaje, en qué medida implicó una
armonía y en cuál una imposición forzosa?
Claudia Briones (2005) señala que la versión dominante del “crisol de razas a la argentina” se
ajusta a la idea expresada por la frase atribuida al escritor mexicano Octavio Paz “los peruanos
descienden de los incas, los mexicanos de los aztecas y los argentinos de los barcos”. De esta
manera se trazan distancias nítidas respecto de los “aindiados hermanos” de ciertos países
latinoamericanos en base a un ideario de nación homogéneamente blanca y europea, y en un
plano nacional se silencia internamente la existencia de los pueblos indígenas y también la de los
afro-descendientes argentinos, pues las poblaciones asociadas a un remoto pasado africano ligado
a la esclavitud no encuentran cabida alguna en un “venir de los barcos” que parece acotarse a los
siglos XIX y XX. En relación a esto, la autora señala que, a diferencia de otros países
latinoamericanos, en Argentina el mestizaje ha tendido a quedar definido por una lógica de
hipodescendencia, que hace que la categoría considerada “inferior” tienda a absorber a la
mezclada y que el mestizo esté categorialmente más cerca del “indígena” que del “no indígena”, y
continúa “…pareciera que la articulación de raza y clase opera en sentido inverso a los EEUU. Sin
importar la clase social, en el país del norte una gota de sangre negra o india lleva a considerar la
descendencia como pertenecientes a esos grupos. En Argentina, en cambio, el blanqueamiento ha
sido posible para indígenas y afro-descendientes. Así, la posibilidad de una movilidad de clase
ascendente facilitó y fue a la vez facilitada por la posibilidad complementaria de “lavar”
pertenencias y elegir como punto de identificación al abuelo menos estigmatizado”.
Lo destacable es que la racialización que este rótulo connota, continua Briones, no admite
fáciles equivalencias. A diferencia de los EE.UU., jamás el “cabecita negra” ha sido proclamado
como categoría completamente separada o segregable mediante apartheid –como los afro-
americanos hasta mediados de siglo–, o por el contrario, para reivindicar “su” diferencia –como los
afroamericanos en la actualidad–. Se reúne en una misma categoría personas con diferentes
ancestrías (indígenas, afro-descendientes y formas variables de mestizaje) que tienen en común
ser no blancos “puros”, es decir, es una categoría formada por oposición, por un no formar parte.
En los estudios “clásicos” aludiendo a las ideas del crisol de razas o del pluralismo cultural, los
objetivos fueron enfocados prioritariamente en el análisis de las pautas matrimoniales (Germani,
1966, Szuchman, 1977). Pero en esta idea de la población constituida fundamentalmente por
españoles, italianos, otras minorías de inmigrantes y sus descendientes no eran considerados los
grupos que formaron parte del sustrato más antiguo y que caracterizaron la población de la época
colonial: los indígenas, los africanos y las mezclas resultantes del cruzamiento entre ellos, así como
con la población “española”. Especialmente ausente estaba la población africana, de la cual
aparentemente no quedaban vestigios en la configuración física de la población argentina así
como tampoco se había considerado su activa presencia en la documentación histórica. Pero esa
misma documentación pone en evidencia que tanto el componente africano como el indígena han
perdurado a través de una enorme y diversa población mestiza que ha llegado hasta la actualidad,
siendo parte constitutiva tanto de nuestro acervo cultural como biológico. En este último aspecto,
en los últimos años los trabajos de genética antropológica realizados con muestras de diversas
poblaciones argentinas han revelado que sus genes continúan estando presentes hoy (Colantonio,
2006).
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Figura 2. Linajes uniparentales amerindios paterno (Cr. Y) y materno (ADN mitocondrial) en las
poblaciones cosmopolitas estudiadas.
Para evaluar lo que ocurre con la línea paterna se estudió en el cromosoma Y (que se
transmite sólo de padres a hijos varones) la presencia del haplogrupo QM3. Se trata de un
excelente marcador indígena dado que dicha variante tiene una prevalencia superior al 90% en
amerindios del Cono Sur y es nula su presencia en europeos y africanos (Bianchi et al., 1997). Los
menores valores correspondieron a las muestras del centro del país y los mayores al sur y al norte
argentino (Figura 2). Los linajes europeos resultaron predominantes en todo el país y los
subsaharianos muy escasos, marcando también el cruzamiento asimétrico por género y grupo
continental de origen (Parolin et al., 2009).
Al analizar los marcadores uniparentales en conjunto se aprecia un marcado desequilibrio,
pues los linajes mitocondriales amerindios, que como ya dijimos se heredan por línea materna,
presentan valores muy superiores a los observados para el cromosoma Y, lo que se corresponde
con un cruzamiento asimétrico. ESQ presentó el valor más alto de linajes paternos amerindios
(23%), lo que podría explicarse en el hecho histórico de que la Patagonia Andina fue de los últimos
territorios en ser incorporados al Estado Nacional, por lo tanto las comunidades autóctonas
pudieron conservar durante mayor tiempo su autonomía y endogamia. Es decir que hubo menos
tiempo para este cruzamiento diferencial por sexo.
La mayor presencia del linaje uniparental materno nativo ha sido observado también en otras
ciudades de nuestro país. En ese sentido es interesante mencionar los trabajos de Martínez
Marignac et al. (1999, 2004) en La Plata, García y Demarchi (2006) sobre dos poblaciones criollas
cordobesas, Ramallo et al. (2009) en un aislado rural de Catamarca y de Corach et al. (2010) en
muestras de diez provincias argentinas. El trabajo de Dipierri et al. (1998) en la Capital de Jujuy y
en Humahuaca, evidenció que la introducción de haplogrupos europeos en los cromosomas Y
estudiados era mucho mayor en las tierras bajas respecto a las altas. Asimismo el cruzamiento
asimétrico fue detectado también en otros países de Sudamérica, como Argentina, Brasil, Chile,
Colombia, Costa Rica, Guatemala y México, corroborando que el proceso de cruzamiento
diferencial por género fue la regla en Iberoamérica (Wang et al., 2008).
LA ANCESTRIA INDIVIDUAL
Figura 3. Ancestría individual de los 441 individuos, donde cada uno está representado por una barra
vertical sobre el eje de la X. Las personas con 100% de ancestría europea están en gris claro a la izquierda
del gráfico, y las de 100% ancestría amerindia en gris oscuro a la derecha. La ancestría subsahariana se
presenta en negro, con un grado de dispersión mayor (reproducido de Avena et al., 2012).
Además, se observaron importantes diferencias regionales. Por ejemplo en el norte del país, al
comparar las muestras del NOA con las del NEA, se detectó a nivel individual, que en la primera las
contribuciones europeas y amerindias estaban comprendidas en un rango de variación del 0% al
100, mientras que en el NEA esos valores fueron del 5% al 60% y del 25% al 90%, respectivamente.
Esto indica que el mestizaje fue más intenso en el NEA como lo señala la información histórica, por
ejemplo el extenso uso del guaraní, incluso entre personas con poca ancestría amerindia.
Recordemos que la corona española intentaba conservar los grupos de europeos, indígenas y
africanos como grupos cerrados. Sin embargo, el actual NEA y el Paraguay eran zonas periféricas
donde el control colonial era más difícil y se relajaba, por ejemplo el mismo Irala, Fundador de
Asunción, repartió su herencia entre los 9 hijos que había tenido con 7 indias (Lucaioli, 2010).
Otro hecho importante fue la fuerte correlación entre el origen de los abuelos de cada
individuo y su ancestría genómica. La ancestría europea promedio entre las personas con un
abuelo europeo era del 80% y del 54% con ningún abuelo de ese origen. Con 2, 3 y 4 abuelos, ese
valor fue del 79%, 86% y 91%, respectivamente. De esta manera se observa que el mayor cambio
se da entre 0 y 1 abuelo europeo. Esto probablemente refleje el efecto de una elección de pareja
no al azar, sino en mayor medida entre personas con un origen similar. La genealogía puede ser un
buen predictor de la ancestría, sin embargo se aprecia que con los 4 abuelos declarados como
europeos no se llega al 100%. Una parte de ello puede deberse a ruido estadístico, por ejemplo en
otro trabajo sobre estadounidenses que se declaran de origen europeo, se llegaba al 93% de
ancestría de ese origen, sobre lo que tiene que haber influido la utilización de sólo 24 marcadores
(Lao et al., 2010). Pero en parte se trataría de un real aporte autóctono (dos de estas personas
tenían un tercio de ancestría amerindia). Debe tenerse en cuenta que en Latinoamérica en general
y Argentina en particular, el origen europeo tiende a ser sobreestimado al ser socialmente
percibido como más deseable (Avena et al., 2012).
A este respecto, hemos analizado el linaje mitocondrial de 1037 personas, 167 de ellas
afirmaban que su abuela o bisabuela materna eran europeas, pero el 10,2% de ellas poseían en
realidad un linaje materno amerindio y no europeo. Esto puede explicarse en algún caso por una
adopción no conocida, pero pensamos que en general puede deberse a una reconstrucción
genealógica “europeizada”. Hemos señalado ya que las fuentes históricas y los atlas geográficos
estiman un mayor componente europeo que los estudios genéticos.
Por último, debe señalarse que el conocimiento real de la composición genética de una
población resulta de potencial utilidad en la práctica médica, pues permite considerar factores de
riesgo para determinados pacientes en relación a patologías con bases genéticas, las cuales
pueden variar su prevalencia en los distintos grupos humanos (González Burchard y Ziv, 2003). Por
ejemplo, se ha observado que la enfermedades autoinmunes, melanomas o cáncer de pecho son
más comunes en los europeos, la hipertensión o el cáncer de próstata en los subsaharianos, y la
diabetes tipo II entre amerindios (Bertoni, 2011).
CONCLUSIONES
AGRADECIMIENTOS
Los autores queremos agradecer especialmente al Dr. Francisco Raúl Carnese la lectura crítica
y los valiosos aportes realizados al presente trabajo, que han tenido como consecuencia una
mejora sustancial del mismo.
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