Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ISBN: 978-607-30-2543
…Entonces se volvió a sus amigos y les dijo que […] les dejaba en herencia lo
único, pero lo más valioso que poseía: la imagen de su propia vida.
ed., Madrid, Betania, 2013, p. 15. En nuestra cita respetamos las características originales del
poema, que —como los demás del libro— cierra sin punto final: así crea una sensación de in-
acabamiento que está también en muchos de los mejores ensayos de José Martí.
el riesgo de perderse si no son honrados por el canto: son las cosas que él ca-
lifica, equívocamente, de “sencillas”, como “lavarse en las mañanas”, “mecer
al niño cuando llora” y “clavetear la caja del abuelo”. ¿Son ellas, en verdad,
cosas “sencillas”? Algo importante tienen: como ocurre en sus poemas siem-
pre que hay un aumento en la emoción del texto, esas cosas aparecen enu-
meradas sin utilizar comas, una detrás de otra, y el lector casi puede sentir el
fervor de la voz que las va acumulando.
Poesía- La humanidad es un espacio poblado de esas cosas sencillas, que todos he-
Humanidad mos vivido, pero que, para ser recordadas, deben reconocerse en su insólita
dignidad. Es posible visitar ese lugar si cantamos esas cosas. Quizá ésa sea
una función de los objetos que nos hemos acostumbrado a llamar “poesía”, o
a llamar “arte”: recordarnos la existencia de las cosas que pueblan ese lugar
añorado: la humedad del bosque mojado y el descanso del sol; el viaje diario
que la “mañana”, como si fuera un campesino, hace sobre su borrico para lle-
nar de luz el campo. Por eso, en el momento de revisar el presente libro, ele-
gí este poema para iniciar su introducción. Él explica, como pocas cosas que
haya leído, por qué en determinados momentos la literatura puede ayudar a
vivir. Explica por qué a veces leer un texto puede alimentar la sobrevida,2 el
exceso gracioso que hace que la vida sea más que vida y que, al tiempo, nos
permite sobrevivir. La
Hoy, que vuelvo a este poema, recuerdo a los personajes de una hermosa sobre-vida
novela del escritor serbio Goran Petrović que cuenta la historia de personas
que aman la lectura y pueden vivir adentro de esos libros que aman: perso-
najes que sobreviven la guerra, la soledad o el hambre gracias a libros com-
partidos, historias relatadas en el fuego, espacios para encontrarse con gente
recordada y amada.3 También recuerdo los esbozos de un próximo libro de
Shekoufeh Mohammadi, quien relata cómo en Irán la lectura de las obras clá-
sicas de la poesía persa (y muy especialmente el recuerdo, la recreación y el
disfrute del Shahnamé de Ferdousí) han servido como práctica de resistencia,
de dulce exilio interior en donde lectoras y lectores de diferentes épocas han
encontrado la paz y la fuerza interior que les permitieron enfrentarse a inva-
siones y regímenes totalitarios. Recuerdo, finalmente, una serie de ensayos
que la filóloga mexicana Tatiana Aguilar-Álvarez Bay ha ido leyendo en voz
2
Estoy aludiendo a los famosos versos de Roberto Fernández Retamar: “nosotros, los sobre-
vivientes / ¿a quiénes debemos la sobrevida?”.
3
Véase Goran Petrović, La Mano de la Buena Fortuna, traducción de Dubravka Sužnjević, Mé-
xico, Sexto Piso, 2005.
4
Véase Tatiana Aguilar-Álvarez Bay, “Literatura y enfermedad: aproximación a Etgar Keret”, Re-
flexiones Marginales, año 6, núm. 31, febrero-marzo 2016, <http://reflexionesmarginales.com/3.0/
literatura-y-enfermedad-aproximacion-a-etgar-keret/>, recuperado el 12 de marzo de 2017.
5
Id.
6
Id.
en nombre propio, sino también en nombre de los ancestros. Añade que a Ke-
ret le ha ocurrido últimamente que su hijo presenta ese libro como algo que
los dos escribieron: de no haber nacido el hijo, Etgar no habría podido contar
las historias. Y el hijo tiene razón… Todas estas son estampas que explican lo
que en este libro llamaremos “filología”: amor a las palabras, saber práctico,
decisión de cuidarlas a través de la lectura y la escritura, el comentario y la
escucha, la recreación y la transmisión. Se trata de un saber de carácter ético,
que tiene que ver fundamentalmente con la herencia y el duelo.
Aunque se trate de un saber tradicionalmente considerado como universi-
tario, en regiones como Serbia, Irán y América Latina la filología se ha practi-
cado en espacios liminares entre la universidad y formas variadas de militan-
cia cultural: nuestros grandes sabios y conservadores de la palabra han vivido
a menudo en situación de exilio, de persecución política o de precariedad
material. Han escrito en periódicos o construido espacios íntimos, casi secre-
tos, para comentar poemas y compartir historias. Han dado clases en univer-
sidades más o menos precarizadas, pero también han transmitido su oficio en
centros comunitarios y culturales, salas y comedores convertidos en lugares
informales de trabajo, y también, a veces, en universidades populares cons-
truidas en ateneos, patios y parques… Han participado de maneras extrañas
del fervor por la “profesionalización” o “normalización” que, a principios del
siglo xx, fue motivo de posicionamientos discordantes por parte de humanis-
tas latinoamericanos como Pedro Henríquez Ureña y Francisco Romero.7
10
8
En los últimos años Analía Gerbaudo ha construido un archivo ejemplar cuyos materiales
(clases grabadas, notas de curso, programas…) echan luces sobre el proceso ciudadano de
construcción de la teoría literaria argentina, de los grupos de estudio a la reconfiguración del
trabajo universitario en la postdictadura. Los textos de Gerbaudo citados en la bibliografía del
presente libro son muestra de lo que podría hacerse en el resto del continente, y el programa
de investigación de esta autora es afín al que esbozamos en el presente libro.
11
balidad en las obras clásicas de Iván Illich). En dicha visión, reconstruir el pasa-
do literario, contar la historia de nuestros textos, cuidar palabras y lenguajes
y editar conjuntos textuales era algo imposible si, al mismo tiempo, no se era
profesor (como Pedro Henríquez Ureña), organizador de tertulias (como Án-
gel María Garibay), militante (como Jesús Lara), periodista (como Ángel Rama),
animador de espacios culturales (como Roberto Fernández Retamar), organi-
zador (como José Carlos Mariátegui)… Si no se era, al mismo tiempo (y aquí
no daremos nombres: todos ellos pueden ser deducidos por el lector atento
del presente libro), hombre de teatro, novelista, cuentacuentos o defensor de
los derechos humanos… La preocupación por la “humanidad”, que implica el
cuidado del porvenir y la herencia del pasado, obligó a la filología latinoame-
ricana a construir una visión de la investigación que hoy consideraríamos “im-
pura” por su relación con prácticas que hoy concebimos como “fuera” de la
universidad, como la llamada “educación no formal”, la mediación, la difusión
cultural y las prácticas de organización comunitaria que intentan, de diversas
maneras, hacer de nuestro mundo un lugar más digno.
También en los poemas de Delfín Prats la “humanidad” es un espacio en
donde los que regresan pueden hablar con los muertos. Como dice en su
poema “Sitio predilecto”, que forma parte del mismo libro:
12
O en este otro, que se llama “Saldo”, y aparece justo después del anterior:
9
D. Prats, “Sitio predilecto”, en Lenguaje de mudos, pp. 21-22.
10
D. Prats, “Saldos”, en ibid., pp. 23-24.
13
Hablar con los muertos, heredar a las generaciones venideras las historias
que nos dieron, permite que nos atrevamos a ser “más fuertes”, pero ello
sólo se logra a condición de establecer una relación permanente con lo per-
dido. En el último de los poemas que citamos, el autor invita a los amigos
que se fueron a entrar a la casa, y reconoce que las cosas de esa casa no le
pertenecen más a él que a los muertos que lo visitan. Michèle Petit escribió
una vez que quien no soporta la pérdida, rehúye la literatura.11 En un libro
más o menos reciente, Jorge Dubatti define a los estudios teatrales como un
saber del duelo: un discurso que se hace cargo de una ausencia, relata la his-
toria de momentos colectivos, de intensa vitalidad, que ya no tenemos ante
nuestros ojos, pero son fundamentales para comprender el presente.12 En el
último de los poemas que citamos, el poeta parece disculparse cuando le dice
a los muertos que no tiene nada qué ofrecerles, o cuando se lamenta de su
ignorancia y su impotencia ante las cosas terribles que están pasando en el
mundo que ellos han dejado (que ellos nos han dejado).
Hay desgarramiento en ese lugar llamado “humanidad”. Este no es un re-
fugio idílico, pero ayuda a crecer, como dice el poeta en el primer verso de
“Sitio predilecto”. Los tres poemas nos enseñan que la “humanidad” es un
lugar que se habita de cuando en cuando: si siempre estuviéramos allí, no
sería necesario recordar que existe. No estamos en situación de humanidad
(los poemas dejan entrever que ni siquiera estamos seguros de qué es la hu-
manidad realmente), pero habitamos en sus entresijos. Por ellos podemos
recordar que somos dignos.
En el primero de estos tres poemas, el poeta utiliza dos adjetivos para
nombrar ese lugar: él es “sereno” y “dulce”. Recordar que ese lugar existe
ayuda a vivir de otra manera la miseria material, la injusticia, el dolor y la vio-
lencia. Permite transfigurar el hambre, tema fundamental de la poesía de este
autor que nació en una familia de campesinos pobres y tuvo la oportunidad
de volverse escritor gracias a las becas del gobierno revolucionario, que lo
llevaron a Rusia, en donde descubrió a poetas rusos como Osip Mandelstam,
quien me parece uno de sus compañeros espirituales.
La filología es, también, un asunto de restitución de los contextos de pa-
labras y lenguajes. En el presente párrafo intentaremos un breve ejercicio de
ese tipo aplicado al poema que estamos comentando. “Humanidad” abre el
Véase Michèle Petit, Lecturas. Del espacio íntimo al espacio público, México, fce, 2001.
11
Jorge Dubatti, El teatro de los muertos. Filosofía del teatro y epistemología de las ciencias del
12
14
libro Lenguaje de mudos, que ganó el Premio David de poesía, otorgado por
la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1968. Al lector que llega a este
libro en 2019 le parecerá que en el poema se anticipa un enorme dolor, pues
Delfín Prats, después de haber ganado dicho premio, fue acusado de contra-
rrevolucionario por su homosexualidad para después ser enviado a un campo
de trabajos forzados; ese libro maravilloso, que enseña a hacer el camino a un
lugar llamado “humanidad”, fue confiscado por las autoridades cubanas ape-
nas hubiera salido de la imprenta. Su papel fue triturado. Subsistieron muy
pocos ejemplares, que sirvieron de base para la segunda edición del libro,
publicada en 1970, fuera de Cuba, en la mítica Ediciones El Puente. Delfín
Prats pasó a formar parte de una tradición secreta, sobre la cual reflexionare-
mos a lo largo del presente libro: se volvió uno más de los grandes escritores
perdidos de nuestra tradición literaria.13 Ya lo decía Pedro Henríquez Ureña (y
volveremos a este tema cuando contemos una historia importante en el final
de nuestro tercer capítulo): casi todos nuestros grandes escritores han sido
escritores perdidos. Leer implica hacerse cargo de un “saldo”.14
13
El magnífico ensayo de Ronel González Sánchez, “La obra poética de Delfín Prats”, La
Jiribilla, año VI, diciembre de 2007, <http://epoca2.lajiribilla.cu/2007/n346_12/346_03.html>,
recuperado el 12 de marzo de 2017, no sólo hace una hermenéutica detallada de los grandes
temas de la obra de Prats, sino que ofrece, en su bibliografía, un recuento de los textos fun-
damentales de la época en que se dio la censura. Una reflexión panorámica que inserta la des-
trucción de la obra de Prats en el contexto cubano es Arturo Arango, “‘Con tantos palos que
te dio la vida’: poesía, censura y persistencia”, conferencia leída el 15 de mayo de 2007 en el
Instituto Superior de Arte como parte del ciclo “La política cultural del periodo revolucionario:
Memoria y reflexión”, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios, <http://www.crite-
rios.es/pdf/arangotantospalos.pdf>.
14
Hace muy poco Cuba recuperó la poesía de este autor, que es hoy reconocida como una
de las mayores de la segunda mitad del siglo xx. Aquellos que conocen el enorme dolor que
marca la vida de Delfín Prats siempre quedan sorprendidos al leer sus entrevistas (escribí “que-
dan”: debí escribir “quedamos”), mirar los videos en que aparece. Un asombrado periodista
del exilio dejó asentado en su nota que “Delfín Prats ha dicho que el secreto para cocinar con
leña es hacerlo mientras se apagan lentas las brasas, y se declaman, en el idioma en que fueron
originalmente escritos, los versos de los grandes poetas rusos” (“Delfín Prats: el silencio co-
rrosivo”, nota de Luis Cino Álvarez, Cubanet, 31 de enero de 2015, <https://www.cubanet.org/
opiniones/delfin-prats-el-silencio-corrosivo/>, recuperado el 12 de marzo de 2017.). En videos
y transcripciones de entrevistas impresiona su dulzura, su fuerza interior, su capacidad de re-
sistencia amorosa ante una violencia que se mira de frente y con serenidad. En dicho contexto,
el poema “Humanidad”, que abre Lenguaje de mudos, adquiere para los lectores que llegamos
después el signo de una misteriosa anticipación: una clave para iniciarse en una sabiduría que
permite vivir, y también sobrevivir, recuperando la posibilidad de convivir con los demás. Ella
no anula el conflicto ni permite olvidar las cosas malas que ocurrieron. No es sinónimo de
15
impunidad. Pero ayuda a “sonreír”, pues se conoce la existencia de ese lugar “recobrado” que
se puede recordar, visitar. Se puede habitar en él, aunque sea de tiempo en tiempo. En él es
posible vivir, desde una posición distinta, el espacio en que hoy estamos.
16
de “La filología como saber sobre el vivir”).15 En este manifiesto, Ette llamaba
a recuperar la función pública del trabajo filológico y a repensar la relación
que la filología debería guardar con otras ciencias que se ocupan de la “vida”;
a reivindicar el tipo de saber que las humanidades pueden producir para la
caracterización de la vida humana; a asumir que el conflicto, la solidaridad y
la convivencia son la materia sobre la que cotidianamente reflexionan los filó-
logos, por lo cual el saber que ellos construyen es fundamental en el intento
cotidiano de nuestras sociedades para entender sus problemas.
Ottmar Ette creía que la famosa “teoría de las dos culturas”, que señala
la diferencia absoluta entre ciencias y humanidades, ayudó a que los huma-
nistas se alejaran de los científicos, y les dejaran a estos últimos toda la re-
flexión sobre el problema de la “vida”.16 Con ello, dicha reflexión perdió la
posibilidad de pensar la vida como algo más que mera vida biológica, desnu-
da de sentido y simbolicidad: “la vida, en sentido biocientífico, se convierte
en objeto y […] el saber sobre ese objeto se acumula fuera de ella y, por lo
tanto, le es externo”.17
En este punto, Ette nutre sus reflexiones con los planteamientos de Gior-
gio Agamben, con su distinción entre bíos, la vida cargada de sentido cultural
y enmarcada en un mundo, y zoé, la vida desnuda, que no está protegida y
Ottmar Ette, “La filología como ciencia de la vida. Un manifiesto para el año de las huma-
15
nidades”, en Sergio Ugalde Quintana y Ottmar Ette (comps.), La filología como ciencia de la vida,
México, uia, 2015, pp. 9-44.
16
Estoy refiriéndome al clásico ensayo de C. P. Snow, y a la violenta respuesta de F. R. Lea-
vis, por medio de las cuales quedó asumido, dentro de las disciplinas universitarias cultivadas
en Occidente durante el siglo xx, que “ciencia” y “humanidades” son dos culturas intelectuales
separadas, que no sólo construyen conocimiento de diferente manera, sino que además exhi-
ben actitudes radicalmente distintas hacia el mundo: si Snow alaba el carácter democrático de
la cultura científica y su vocación optimista de transformación de la realidad, e identifica a los
humanistas con la cultura “luddita” de los críticos reaccionarios del progreso que, en plena Re-
volución industrial, se dedicaron a romper máquinas, Leavis identifica la cultura científica con
las fuerzas difundidas por la sociedad de consumo y con el intento de reducir la experiencia
humana a lo medible, lo cuantificable y lo organizable. Snow abogará por la necesidad de que
los humanistas adquieran una cultura científica, mientras que Leavis identificará a las humani-
dades como un lugar crítico de resistencia en donde aún pueden plantearse preguntas éticas
que las ciencias han olvidado. Véanse los textos recogidos en C. P. Snow y F. R. Leavis, Las dos
culturas, nota preliminar de Hernán Lara Zavala, México, unam, 2006. Desde posiciones distin-
tas, así, tanto científicos como humanistas coincidieron en señalar su separación respecto del
otro, profundizando una tendencia que viene del siglo xviii y que Ette trata de corregir.
17
O. Ette, op. cit., p. 19.
17
18
Véase Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos,
2003.
19
Véase Javier Sicilia, “Estamos hasta la madre. Carta abierta a políticos y criminales”, Proce-
so, 3 de abril de 2011, <http://www.proceso.com.mx/266990/javier-sicilia-carta-abierta-a-poli-
ticos-y-criminales>, recuperado el 13 de marzo de 2017. Los textos de Sicilia me parecen los
comentarios más profundos a las ideas de Agamben elaborados en el contexto mexicano.
18
20
Mi señalamiento no es nuevo: el peculiar radicalismo teórico de esta forma de academia,
que va de la mano de su poca capacidad de incidencia práctica, son ambas resultado de la
particular inserción social de las universidades en los Estados Unidos, y ha sido problemati-
zado desde hace mucho por sus miembros más perceptivos. Por ello, por dar dos ejemplos,
es perfectamente posible hablar de descolonización sin cambiar necesariamente las formas
colonizadas y colonizadoras en que uno da clases, administra becas o escribe artículos, o pro-
ducir discursos teóricos presuntamente radicales, de enorme violencia verbal, que sirven para
disputarle al vecino de cubículo las plazas, los fondos de investigación o la dirección de aso-
ciaciones, pero tendrían consecuencias prácticas vergonzosas si ellos llegaran a incidir en los
contextos a los que refieren. Ambos ejemplos constituyen “fantasías de invervención”, en el
sentido de que parece que realmente se está haciendo algo con escribir tesis, publicar artículos u
organizar coloquios. Hoy, por desgracia, dichas fantasías ya no son privativas de las universida-
des del norte, aunque todavía sea verdad que allí es mucho más fácil sostenerlas. De entre las
muchas críticas elaboradas desde el sur a este modo de construir conocimiento, puede consul-
tarse la clásica interpelación de Silvia Rivera Cusicanqui, Ch’ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre
prácticas y discursos descolonizadores, Buenos Aires, Tinta Limón, 2010.
19
20
El texto de Ette, que fue editado al mismo tiempo en alemán, inglés y francés,
y que apareció en español hace poco, ayudó en la articulación de un debate
mundial del que América Latina siempre ha formado parte. Una de las res-
puestas más importantes a Ette estuvo en el artículo “Philologie et racisme”
publicado por Markus Messling en 2012 en la prestigiosa revista Annales.21 En
dicho artículo, Messling recuerda un conjunto de textos de la última década
que coinciden en un cierto reticente adiós, por parte de humanistas y críticos
literarios, a las teorías textuales y las perspectivas inmanentistas a favor de
una comprensión más propiamente “filológica” de su trabajo. Dichos textos
coinciden en postular que la filología tiene una dimensión crítica y debe ser-
vir a una práctica del saber que tiene una dimensión política.22 Edward Said,
el más importante de estos autores, en los ensayos publicados póstumamen-
te en su obra de 2004 Humanismo y crítica democrática, había propuesto “vol-
ver a la filología” y reivindicar al humanismo en cuanto práctica de lectura
democrática, de vocación radical e ilustrada, que efectúa una operación polí-
tica al situar los textos del pasado en su época y en sus estructuras de profun-
didad. De esa manera, la filología ayuda a discutir el pasado y el presente de
manera pública, en términos profanos, y se vuelve condición de posibilidad
para la elaboración de una hermenéutica cultural basada en la capacidad de
aprender del otro, la pluralidad y el respeto.23
Sin embargo, como señala el mismo Messling, hay en esta reivindicación
tardía del humanismo realizada por Said un curioso movimiento, que aleja al
pensador palestino de posiciones desarrolladas en su libro clásico de 1978,
Orientalismo, que había demostrado cómo el saber filológico institucionaliza-
do en Europa había sido fundamental para la construcción de una idea del
“origen” que fundamentó la mirada racista de los europeos hacia las socie-
dades presuntamente “atrasadas” y “diferentes” que sufrirían los efectos del
colonialismo y el imperialismo a partir del siglo xviii. Siguiendo un programa
Markus Messling, “Philologie et racisme. À propos de l’historicité dans les sciences des
21
langues et des textes”, Annales. Histoire, Sciences Sociales, año 67, núm. 1, 2012, pp. 153-182.
22
Messling recuerda especialmente la polémica entre Geoffrey Galt Harpman y Hans Ulrich
Gumbrecht, así como los planteamientos pioneros a este respecto en las obras de Paul de Man
y Edward Said.
23
Véase Edward Said, Humanismo y crítica democrática. La responsabilidad pública de escritores e
intelectuales, Madrid, Debate, 2011.
21
de trabajo que guarda similitudes importantes con el análisis del discurso de-
sarrollado por Foucault, Said mostró cómo a lo largo del siglo xix la filología
devino en instrumento de dominación cultural.24
¿Cuál es, entonces, la relación entre la filología crítica del presente rei-
vindicada por Said, y la filología racista del pasado desenmascarada por el
mismo autor? ¿Cómo explicar el surgimiento de esa posibilidad crítica, que
maduró a contrapelo de las tendencias racistas de la propia disciplina, y en
una relación de incómoda tensión con las mismas? Para Messling, preguntas
como éstas deben llevar a la elaboración de una historia crítica de la discipli-
na: “el problema no es cómo salvar la ‘gran tradición’ de la filología a través
del estudio de sus ‘márgenes’, sino cómo restituir aquello que, dentro de
dichos márgenes, puede esclarecer la discusión actual sobre los métodos y la
epistemología de las disciplinas filológicas”.25
A decir del mismo autor, ello implica ir más allá del “teleologismo a la in-
versa” que muchos autores le han reprochado a la perspectiva de Foucault,
y avanzar hacia una posición más cercana a la de autores como Antonio
Gramsci, quien en sus descripciones de la hegemonía ponía permanente-
mente el acento en la acción de los individuos, en la posibilidad de romper
los órdenes construidos desde el poder y el saber, en las heterogeneida-
des y resistencias que dan sentido político al pasado y permiten entender
cómo a veces el presente es heredero de aspectos olvidados de ese pasado,
los cuales a veces reemergen con fuerza inesperada.26 Ello también permi-
te regresar al pasado desde una perspectiva alejada de indulgencias y pa-
ternalismos: las extraordinarias lecturas que Messling realiza de Jean-Pierre
Abel-Rémusat, Eugène Vincent Stanislas Jacquet y Wilhelm von Humboldt
demuestran, una y otra vez, que el pasado es nuestro contemporáneo de
maneras sorprendentes e incómodas: ellos son “representantes de una otra
tradición de la filología europea, que ha reconocido, en sus inicios, la pro-
blemática de la hegemonía intelectual y de la preeminencia discursiva de
modelos eurocéntricos de representación, y la ha traído a la luz desde un
punto de vista epistemológico”.27
Said tenía razón: el humanismo y la filología han sido cómplices de mu-
chos proyectos terribles de la época moderna. Por ello, su reivindicación no
24
M. Messling, op. cit., pp. 153-156 y 164-168.
25
Ibid., p. 156 (la traducción es mía).
26
Véase M. Messling, op. cit., pp. 164-165 y 166, n. 65.
27
Ibid., p. 182 (la traducción es mía).
22
23
29
Deben tenerse en cuenta los siguientes clásicos en la revisión del pensamiento teórico lati-
noamericano, que han abonado el camino para mi propia investigación: el número monográfico
sobre teoría y crítica literaria latinoamericana de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana,
vol. XVI, núms. 31-32, 1990; Raúl Bueno, Escribir en Hispanoamérica. Ensayos sobre teoría y crítica
literarias, Pittsburgh, Latinoamericana, 1991; Guillermo Mariaca, El poder de la palabra: ensayos
sobre la modernidad de la crítica literaria hispanoamericana, La Habana, Casa de las Américas, 1993
(hay edición reciente en Tajamar Editores, Santiago, 2007); la antología de Saúl Sosnowski, Lec-
tura crítica de la literatura americana, 4 tomos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1997, que incluye
un importante estudio preliminar; Patricia D’Allemand, Hacia una crítica cultural latinoamericana,
Lima-Berkeley, celacp-Latinoamericana, 2001; Grínor Rojo, De las más altas cumbres. Teoría crítica
latinoamericana moderna (1876-2006), Santiago, Lom, 2012; Rodrigo García de la Sienra, Móni-
ca Quijano e Irene Fenoglio Limón (coords.). La tradición teórico-crítica en América Latina: mapas
y perspectivas, México, Bonilla Artigas, 2013; Clara María Parra Triana y Raúl Rodríguez Freire
(comps.), Crítica literaria y teoría cultural en América Latina. Para una antología del siglo xx, Valparaí-
so, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2015, la más ambiciosa antología que se ha realizado
sobre este tema; y Sergio Ugalde Quintana y Ottmar Ette (eds.), Políticas y estrategias de la crítica:
ideología, estrategias y actores de los estudios literarios, Madrid-Fráncfort, Iberoamericana-Vervuert,
2016.
24
25
Pero ¿qué entendemos en este libro por filología? ¿Por qué debería impor-
tarnos reflexionar sobre ella en el contexto que hoy viven México y América
Latina? ¿De verdad ella puede ofrecer una reflexión de cierta importancia so-
bre lo que constituye nuestra “vida”, como quería Ette? Y haciendo nuestra
la reflexión de Messling, ¿cuál es la historicidad que en el contexto latinoa-
mericano ha permitido ensayar dicha reflexión? Como ya adelantamos arriba,
el presente libro ensaya una respuesta posible a estas preguntas a partir de
la historización de algunas discusiones que fueron fundamentales en la cons-
trucción de la tradición filológica latinoamericana en el siglo xx. Se enfoca,
ante todo, en una dimensión del saber filológico, la vinculada a la crítica li-
teraria y el comentario de textos. Sin embargo, enmarca dicha dimensión en
un contexto mayor. Es importante señalar esto desde el principio, pues habrá
lectores del libro que se asombren al encontrar aquí un conjunto de nombres,
autores y temas que quizá no sean calificados de “filólogos” o “filológicos” en
las apreciaciones más comunes de lo que es esta disciplina.
Sin embargo, aquí entendemos la filología en un sentido amplio, que está
inspirado en la reflexión sobre esta disciplina ensayada en un libro hoy poco
recordado, la Introduction aux études de philologie romane de Erich Auerbach,
26
31
He utilizado la siguiente edición, a la que pude acceder gracias a la biblioteca personal
de Margit Frenk: Erich Auerbach, Introduction aux études de philologie romane, Fráncfort, Vittorio
Klostermann, 1965.
32
Véase Rafael Mondragón, “Nuestra filología, entre dos silencios”, en Ottmar Ette y Sergio
Ugalde Quintana (coords.), La filología como ciencia de la vida, México, uia, 2015, pp. 119-138,
y Raúl Rodríguez Freire, “Notas sobre Mímesis. La representación de la realidad en la literatura
occidental de Erich Auerbach”, Alpha, núm. 39, 2014, pp. 293-300. Volveremos a este tema en
nuestro capítulo I.
33
“Ensemble des activités”, les llama Auerbach en el inicio del libro (Auerbach, op. cit., p. 9).
El libro de H. U. Gumbrecht, Los poderes de la filología. Dinámicas de una práctica académica del
texto, México, uia, 2012, trata de sacar el máximo partido de esta concepción práctica del saber
filológico.
27
Véase R. Mondragón, “Al margen de Henríquez Ureña. Reflexiones sobre el uso de la voz,
35
28
Véase Arturo Andrés Roig, Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, México, fce,
36
29
Así explica Roig el trabajo de reelaboración del pasado, paralelo del trabajo de reelabora-
38
ción del futuro: “Ahora bien, toda herencia cultural, incluyendo en ella lo que se ha entendido
restrictivamente como ‘legado’, es por naturaleza propia algo ‘transmisible’, y se nos muestra
por eso mismo como un hecho de naturaleza temporal. Es además, lo que se transmite entre
sujetos, que son a su vez históricos y que por cuanto invocan un pasado que según ellos ha de
ser mantenido vigente, de hecho operan con el mismo como histórico, aun cuando se nieguen
a reconocerlo tal. La transmisibilidad no es, en efecto, algo externo y mecánico, sino que es
una posibilidad intrínseca de toda herencia cultural que explica que pueda ser recibida. Las
formas culturales son necesariamente informadas y conformadas en mayor o menor grado
por quien las recibe, caso contrario no se puede hablar de recepción y ello deriva de su propia
naturaleza histórica. A ese carácter no escapa ninguna de las manifestaciones de lo que es
culturalmente recibido, ni siquiera las ciencias, aun cuando se trate de aquellas que se ocupan,
como las matemáticas, de ciertos entes ideales y sus relaciones”.
39
E. Auerbach, op. cit., pp. 9-15.
40
Véase Edward W. Said, “El retorno a la filología”, en Humanismo y crítica democrática, Ma-
drid, Debate, 2006, pp. 81-109, que incluye un sugerente contraste entre las prácticas de cui-
dado textual en el islam y las desarrolladas en el humanismo europeo.
30
E. Auerbach, op. cit., pp. 15-22. La segunda parte del libro además hace una presentación
41
de la lingüística histórica de las lenguas romances, que no comentaremos aquí por no estar
directamente relacionada con nuestro argumento.
42
Víctor Serge, Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941), México, Siglo XXI, 2002, p. 365.
31
43
Los trabajos sobre historiografía crítica de la lingüística desarrollados en todo el con-
tinente gracias al estímulo de José del Valle y Elvira Narvaja de Arnoux son una constante
inspiración para el presente libro. Muchos de ellos serán citados en adelante para proponer
contextos de interpretación y situar a los autores que estudiaremos.
44
E. Auerbach, op. cit., pp. 22-23.
45
Ibid., pp. 23-33.
32
46
Ibid., pp. 33-37. Auerbach señala con atención que la sensibilidad del comentario ha dado
lugar, en épocas recientes, a todo un nuevo estilo de crítica literaria, ejemplificado en los tra-
bajos de Spitzer, que ha asumido con radicalidad la necesidad de pensar desde la experiencia
que los textos transmiten, reconstruyendo esa experiencia a partir de un trabajo cuidadoso,
arqueológico, que ubica en los rasgos concretos de los textos las condiciones materiales de
producción de esa experiencia. Hay una especie de apropiación de la perspectiva fenomeno-
lógica de Husserl en esta nueva manera de trabajar, que será llamada “estilística” en los años
posteriores y de la cual Auerbach desarrolló una particular versión en su obra maestra, Mimesis.
33
47
Véase Silvana Rabinovich, “De memoria y ficción (reflexiones ético-literarias)”, en Jornadas
filológicas 2005. Memoria, México, iifl-unam, 2007, pp. 41-48, y “Fuego y ceniza: heteronomía de
la lectura en Jacques Derrida”, en Esther Cohen (ed.), Pasiones institucionales II, México, unam,
2007, pp. 43-61. Ambos textos fueron recogidos y reelaborados recientemente en Silvana Rabi-
novich, Interpretaciones de la heteronomía, México, unam, 2018.
48
Sobre este planteamiento, véase Rafael Mondragón, Filosofía y narración. Escolio a tres
obras del exilio argentino de Francisco Bilbao (1858-1864), México, unam, 2015.
49
Véase Arturo Andrés Roig, El humanismo ecuatoriano en la segunda mitad del siglo xviii, dos
vols., Quito, Banco Central del Ecuador-Corporación Editora Nacional, 1984; y Estela Fernán-
dez, “Humanismo americano”, en Hugo E. Biagini y Arturo Andrés Roig (eds.), Diccionario del
pensamiento alternativo, Buenos Aires, Biblos, 2008, pp. 278-280.
34
50
Carlos Rincón, El cambio actual en la noción de literatura, Bogotá, Instituto Colombiano de
Cultura, 1978.
35
36
explicar qué era lo que se jugaba en las luchas culturales que, a lo largo del
siglo, habían tratado de explicar la existencia de las literaturas indígenas, las
literaturas populares, las literaturas de los grupos marginales, los testimonios,
los libros experimentales y de autor… Un amplio grupo que no sólo atacaba
la institucionalidad de lo literario, sino que además intentaba influir en las for-
mas sociales de producción de lo real, operando una apertura al tiempo estéti-
ca y política de la que el libro de 1978 quería ser un testimonio.51
Las reflexiones de Rincón también pueden servir de marco para compren-
der el sentido de las batallas por la definición de la lectura, la literatura y
la cultura historiadas en el presente libro. El filólogo puede ser entendido
también como un estratega que a través del comentario, la transmisión y el
cuidado interviene en las luchas culturales de su tiempo. Es una intervención
sutil, ensayada en clave menor, pero ella puede tener efectos inesperados en
la sociedad y la lengua.
En 1950, Alfonso Reyes publicó, por cuenta propia, un pequeño folleto titu-
lado La constelación americana. Conversaciones de tres amigos, que reproducía
sus apuntes de las conversaciones mantenidas entre Pedro Henríquez Ureña,
Francisco Romero y él mismo en el marco de las reuniones a donde Reyes ha-
bía llevado su texto “Notas sobre la inteligencia americana”. El folleto narra la
intrahistoria de ese texto famoso, y enseña a leer sus planteamientos desde
una perspectiva especial: la de las redes, viajes y encuentros que volvieron
posible perfilar un tema.52 Antes de que la obra de Walter Benjamin comen-
zara a traducirse a la lengua española, el texto de Reyes ofreció una metáfora
para pensar la historia que ponía el acento en los ritmos, armonías y figuras
producidas por una conversación en donde un continente se articulaba como
espacio cultural. Basándonos en la metáfora que dio nombre al folleto de Re-
Véase Antonio Cornejo Polar, Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural
51
de las literaturas andinas, Lima, Centro de Estudios Literarios “Antonio Cornejo Polar”, 2003, p.
7 y n. 10
52
Véase Alfonso Reyes, La constelación americana. Conversaciones de tres amigos, México, Ar-
chivo de Alfonso Reyes, 1950; y Beatriz Colombi, “Alfonso Reyes entre las nuevas y las viejas
artes”, en Liliana Weinberg (coord.), Estrategias del pensar. Ensayo y prosa de ideas en América
Latina, México: cialc-unam, 2010.
37
53
Véase Sarah Hirschman, Gente y cuentos. ¿A quién pertenece la literatura? Las comunidades
encuentran su voz a través de los textos, prólogo de Ricardo Piglia, México, fce, 2011; y M. Petit,
El arte de la lectura en tiempos de crisis, México, Océano, 2008. Del primero de estos libros, es
destacable la utilización creativa de la teoría literaria latinoamericana para la elaboración de
actividades de lo que Paulo Freire llamaría “acción cultural crítica” (sobre este tema, véase el
último de los capítulos del presente libro). El segundo de ellos elabora un importante mapa
de experiencias de este tipo en la América Latina más reciente. Ambos libros son resultado del
trabajo de militancia cultural de Daniel Goldin, que ha sistematizado mucha de la discusión
importante sobre este tema en nuestro continente.
38
54
La última de estas palabras se puso de moda en las discusiones literarias de las redes
sociales con motivo de una serie de agresivos textos publicados en el blog de Guillermo She-
ridan, párrafos hoy desaparecidos. Astillas de dichas discusiones pueden encontrarse hoy en
diversos textos de Christopher Domínguez Michael y Heriberto Yépez, fácilmente accesibles
en Internet, y por momentos deudores de la misma oposición.
39
40
41
42
43
Llegué casi por casualidad a casa de Margit Frenk. Un profesor mío sabía que
yo estaba buscando trabajo. Me preguntó si quería dedicarme a la investiga-
ción, y respondí casi como lo habría hecho cualquier otro estudiante latinoa-
mericano de literatura: que, en caso de tener oportunidad, sí…
Margit estaba buscando un ayudante, pero yo no lo sabía. Me invitaron a su
casa a conversar con ella. Tuvimos una larga conversación mientras bajaba el
sol y acababa la tarde. La luz iba disminuyendo, pero su mirada era la misma:
intensa, tranquila y atenta. Me miraba como si no hubiera oscuridad, y son-
reía. Dijo que estaba perdiendo la vista y necesitaba que le leyeran en voz alta.
1
El presente capítulo hace uso del ensayo “La sonrisa de Margit”, La Gaceta del Fondo de
Cultura Económica, núm. 512, agosto de 2013, p. 17, que fue leído en voz alta en la presenta-
ción de Cuatro ensayos sobre el Quijote de Margit Frenk. También recupera el artículo “Antonio
Cornejo Polar en su ‘Edad de Piedra’. La construcción de un arte de la lectura (1963-1971)”,
publicado en Cuadernos Americanos, vol. IV, núm. 158, 2017, pp. 101-121, que fue leído en voz
alta en el I Congreso Internacional de Teorías, Críticas e Historias Literarias Latinoamericanas
“Antonio Cornejo Polar”. La versión definitiva de este texto se benefició de las reflexiones de
Romina Pistacchio, Gonzalo Espino Relucé y Carlos García Bedoya que fueron llevadas a ese
congreso, y está dedicada a Gonzalo Cornejo Soto por su generosidad, su paciencia y su rigor
en el cuidado de la herencia de su padre, manifiestas en ese congreso peculiar en donde parti-
cipaban por igual estudiantes, investigadores consagrados y amigos, y la dimensión ética de la
filología se hacía presente en las anécdotas, preguntas y reflexiones de cada día.
45
Pasé los siguientes años con ella aprendiendo a leer. A leerle y a leerme a
mí mismo; a leerme lo que leía, y también a leerme en lo que me leía. Tam-
bién asistí durante varios años a sus cursos dedicados a la lectura del Quijote.
El pequeño salón estaba atestado de gente: hubo un semestre en que por tres
inscritos había diez oyentes, que lo mismo eran profesores de la Facultad de
Filosofía y Letras que estudiantes de licenciatura, actores de teatro, lectores
apasionados sin título o alumnos del posgrado en que el curso se ofertaba.
La presencia atenta de Margit nos igualaba a todos: su respeto callado ante
cada palabra compartida en el salón nos enseñó a escucharnos unos a otros
más allá de las etiquetas sociales marcadas por la edad, la capacidad para ex-
presarnos públicamente, la profesión o la cantidad de lecturas que podíamos
presumir. La suya era una política comprometida pero ensayada en clave me-
nor, que no necesitaba declararse para tener efectos importantes.
En los años sucesivos, vi a Margit sumergirse con fervor en Proust, Marx,
Bolaño, Lacan y Dostoievsky… En los Cuatro ensayos sobre el Quijote, uno de
sus últimos libros, habla con fervor emocionado de la moderna narratolo-
gía, a la que agradece por habernos sensibilizado para percibir los matices
y estratos de textos como el Quijote; pero también declara al final que esa
teoría, tan abstracta, tan científica, termina quedándose corta ante el genio
de Cervantes, que se salta con libertad las categorías que querrían aprisionar-
lo.2 “Gris es toda teoría, y verde es el árbol de oro de la vida”. Cuando leí en
voz alta esa frase, en una presentación de sus Cuatro ensayos sobre el Quijote,
Margit me acompañó desde el público acentuando cada palabra, en voz baja,
como si fuera un poema. Dice Peter Szendy que escuchar es como introducir
signos de puntuación en la palabra del otro. Ella era así: su estar allí, sentada,
tenía una fuerza enorme que transmitía algo que no se comunicaba. Amando
la teoría, Margit nos decía, candorosamente, que no sabía generalizar. No sa-
bía, o no quería. Como el poeta enamorado de las cosas del que habla María
Zambrano, Margit enseñaba a aferrarse a las palabras, a cada una de ellas,
siguiéndolas “a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renun-
ciar a nada”.3
¿Cuál es el método? El de que no hay método, decía Emir Rodríguez Mone-
gal en un ensayo de juventud dedicado a valorar la obra filológica de Amado
2
Margit Frenk, Cuatro ensayos sobre el Quijote, México, fce, 2013, p. 36.
3
María Zambrano, Filosofía y poesía, 5ª. ed., México, fce, 2005, pp. 20-21.
46
Emir Rodríguez Monegal, “La estilística de Amado Alonso”, Número, año 4, núm. 21, oct.-
4
47
48
6
Lecture and Criticism fue imaginado por el joven Williams en conjunto con sus dos ami-
gos de Cambridge, Wolf Mankowitz y Clifford Collins, que eran, como Williams, militantes
comunistas. Los tres dirigían la revista Politics and Letters, desde donde intentaban impulsar un
socialismo que valoraba los aportes de la tradición cultural letrada. El libro iba a ser escrito
conjuntamente por Williams y Collins, pero el primero decidió escribirlo solo cuando vio que
49
su amigo no avanzaba en el proyecto. Véase Dai Smith, Raymond Williams. A Warrior’s Tale,
Cardigan, Parthian, 2008, pp. 257-263. Este libro es una guía excepcional para el estudio de la
juventud del autor. Sobre la presencia de Raymond Williams en la cultura intelectual argentina,
véase Beatriz Sarlo, “Raymond Williams: una relectura”, en Mabel Moraña, Nuevas perspectivas
desde/sobre América Latina. El desafío de los estudios culturales, Santiago, Cuarto Propio, 2000, pp.
309-317.
50
7
Véase Raymond Williams, “Some Experiments in Literature Teaching”, en Border Country.
Raymond Williams on Education, John McIllroy y Sallie Westwood (eds.), Leicester, National Insti-
tute of Adult Continuing Education, 1993, esp. pp. 148-151, así como las palabras de Williams
citadas y comentadas en Dai Smith, op. cit., pp. 235-236.
8
Ibid., p. 228 (la traducción es mía).
51
9
Citado y comentado en D. Smith, op. cit., p. 224. Sobre Alicia en el País de los Zombies, cf.
ibid., pp. 214-215.
52
10
R. Williams, Lectura y crítica, adaptación de Mariana Calcagno, Buenos Aires, Godot, 2013,
p. 11.
11
Ibid., p. 31.
12
Ibid., p. 28.
13
La crítica de la alienación manifestada en los hábitos de lectura y escritura no puede
traducirse a mera crítica de las industrias culturales. Por eso Williams hará análisis de comer-
ciales, notas de prensa, fragmentos de literatura rosa y letras de canciones, pero también mos-
trará cosas similares en novelas de escritores consagrados, e incluso se divertirá mostrándole
a sus lectores, alternativamente, un párrafo poco logrado y otro excelentemente escrito, obra
de George Eliot y D. H. Lawrence, respectivamente, para a continuación ir hacia otro párrafo
malogrado y otro párrafo bien escrito… que pertenecen, respectivamente, ¡a D. H. Lawrence y
George Eliot! Cf. ibid., pp. 53-61.
53
por Piotr Kropotkin, o la apología de las caminatas junto a los arroyos de Eli-
seo Reclus. El cultivo de la experiencia interior puede ayudar a resistir la pre-
sión de las fuerzas sociales que intentan constantemente la constitución de
estados de ánimo manipulables y frágiles, cuyas reacciones se sostienen en
asociaciones vagas e impresiones intensas pero superficiales que arrebatan la
posible densidad de la experiencia y al tiempo educan en lo que en inglés es
llamado consent y que, de acuerdo al contexto del libro, podríamos traducir
aquí como “obediencia acrítica”.14
Recuperando para la tradición socialista los planteamientos de T. S. Eliot,
Williams dice que “todo escritor verdaderamente creativo hará florecer y re-
formulará una determinada porción del lenguaje”15 y ayudará a recuperar algo
de la experiencia que hasta ahora se mantiene como inobservado. La crítica
tiene que ver con una actitud curiosa que lanza una pregunta abierta respec-
to de nosotros mismos. El crítico es, para Williams, alguien que intenta ser
lo suficientemente “valiente” como para admitir lo que siente, y lo suficien-
temente “flexible” como para saber qué es lo que siente.16 Podríamos añadir
que el crítico reivindica la lentitud como valor político. Sólo desde la lentitud
pueden entenderse las cuatro cualidades defendidas por Williams en su ca-
racterización del juicio crítico: flexibilidad, complejidad, fidelidad y plenitud. Ello
implica una visión no instrumental del lenguaje. Por eso Williams previene
contra dos tentaciones en el momento de sistematizar las propias impresio-
nes de lectura: la de sólo buscar el significado de los textos, y la de sólo ha-
blar de las “ideas generales” que aparecen en la lectura. Un lector cuidadoso
no puede conformarse con el “significado general del pasaje”… Hay algo en
“esas palabras y ese orden”17 que —añadiríamos nosotros— debe obligar a
pensar en lo que las palabras transmiten además de lo que comunican. El con-
tenido de una obra “nunca es el contenido abstracto al que podemos llamar
‘tema’, sino el contenido real de sus palabras”.18 Sólo se puede hablar “en
14
Si bien muchas de las reflexiones sobre la “experiencia plena” le vienen a Williams de Lea-
vis, el joven marxista despoja estos planteamientos de su carga aristocrática al señalar que los
legados culturales más profundos y sutiles muchas veces están guardados en los espacios de la
gente común. Este tema llevó a una pelea con Leavis en el único momento en que ambos au-
tores se encontraron personalmente. Véase R. Williams, “Culture is Ordinary”, en R. Williams,
Border Country, pp. 89-102, y “Our Debt to M. Leavis”, en ibid., pp. 103-105.
15
Ibid., pp. 11-12.
16
Ibid., p. 42.
17
Ibid., p. 48.
18
Ibid., p. 86.
54
Ibid., p. 63.
19
21
Acabo de glosar las “escalas de la crítica” desarrolladas en Alfonso Reyes, La experiencia
literaria, §§ 8-11 (cf. Obras completas, t. XIV, La experiencia literaria. Tres puntos de exegética lite-
raria. Páginas adicionales, México, fce, 1962). La cita es de Víctor Barrera Enderle, La mudanza
incesante. Teoría y crítica literaria en Alfonso Reyes, Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo
León, 2002, p. 131.
55
Sobre Raimundo Lida debe consultarse el ensayo de Clara Lida y Fernando Lida-García,
23
“Raimundo Lida, filólogo y humanista peregrino”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, vol.
XIII, núm. 1, 2009, disponible en <http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pi-
d=S1852-04992009000100005>, recuperado el 25 de enero de 2017. El libro de Miranda
Lida, Años dorados en la cultura argentina. Los hermanos María Rosa y Raimundo Lida y el Instituto
de Filología antes del peronismo, México, El Colegio de México-Eudeba, 2016 (ed. orig. 2014),
ofrece un relato detallado que hace uso de fuentes guardadas en el archivo familiar en Argenti-
na. A pesar de sus omisiones e inexactitudes, es herramienta indispensable la “Bibliografía de
Raimundo Lida” preparada por Antonio Alatorre a partir de comunicaciones de Denah Lida y
publicada en el número de homenaje de la Nueva Revista de Filología Hispánica, t. XXIV, núm. 2,
1975, pp. V-X. Los textos de Guillermo Toscano y García y Fernando Degiovanni, que citaremos
y resumiremos abajo, son una fuente indispensable para el conocimiento de los debates inte-
lectuales internos en el Instituto de Filología, y arrojan una luz extraordinaria sobre las contri-
buciones de la perspectiva de Lida en el marco de los debates sobre el hispanismo y la literatu-
ra americana. Para el presente trabajo hemos utilizado también los dos legados del expediente
de Raimundo Lida guardados en el Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica.
56
Daniel Cosío Villegas le escribió a Raimundo Lida una carta para proponerle
un proyecto. Esta es el primer testimonio de una relación amistosa iniciada
poco tiempo antes, en un viaje emprendido por Cosío Villegas a la Argentina.
En aquellos años el joven filólogo argentino estaba dedicado en cuerpo y alma
a la Revista de Filología Hispánica fundada por su maestro Amado Alonso en
1939; además repartía su tiempo entre el Banco Central, en donde hacía traba-
jos de oficina hasta las cuatro y media de la tarde, y la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, en donde trabajaba como ayudante
de cátedra de Amado Alonso en la materia de Lingüística Romance. Además
elaboraba traducciones, daba conferencias, participaba en proyectos de orga-
nización para defender los intereses de los egresados de Filosofía y Letras…24
Y escribía. Como tantos otros filólogos y lectores empedernidos, también Lida
trabajaba inmerso en su tiempo, luchando contra el tiempo, repartiendo sus
esfuerzos entre trabajos burocráticos, clases, traducciones y conferencias.
La historia que comienza en esta carta de Cosío ilumina de costado elemen-
tos de esa forma especial de trabajar en el tiempo. Se trata de la historia de un
libro secreto, una Historia de las ideas político-sociales en Argentina que el joven
argentino se comprometió a escribir. El libro nunca será terminado. Subsistirá
en notas del archivo personal de Lida, guiños en textos posteriores (¿no parti-
cipan de dichos guiños sus textos sobre la filosofía de Sarmiento?)…25
Como tantos otros autores de los que hablaremos en el presente libro,
Raimundo Lida dejó una huella invisible en gran parte de los jóvenes que se
acercaron a él. Lida fue un gran iniciador, que participó cotidianamente de
24
Según anota Miranda Lida, Raimundo Lida ganaba un sueldo de $500.00 en el Banco
Central, que complementaba con los $250.00 que cobraba como ayudante de cátedra (M. Lida,
op. cit., p. 201). Gracias a su trabajo en el Banco Central, Lida pudo iniciar su vida familiar: los
$200.00 que ganaba en la Municipalidad, en donde tenía un cargo burocrático, apenas podían
ayudarle en sus gastos personales.
25
Sobre la historia de Tierra Firme véase Gustavo Sorá, “Misión de la edición para una cul-
tura en crisis. El Fondo de Cultura Económica y el americanismo en Tierra Firme”, en Carlos
Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, vol. II, Los avatares de la “ciudad
letrada” en el siglo xx, Buenos Aires, Katz, 2010, pp. 537-566, y Victor Díaz Arciniega, Historia
de la casa. Fondo de Cultura Económica, 1934-1996, México, fce, 1996, pp. 89-92 . Miranda Lida
cuenta parcialmente la historia de este libro: conoce las cartas de Cosío Villegas a Raimundo
Lida, pero no las de Lida a Cosío Villegas, y por ello supone que el proyecto no le había inte-
resado al filólogo argentino, cuando la verdad es que él mismo manifestó su deseo de trabajar
en él, e incluso dijo que tenía avanzado un buen tramo del mismo. Tras la renuncia al proyecto
por parte de Lida, el volumen fue encargado a José Luis Romero y se convirtió en el clásico Las
ideas políticas argentinas (México, fce, 1946).
57
los privilegios y placeres del acto de transmisión. Al mismo tiempo fue autor
de una obra elusiva, formada por textos que se presentaban siempre como
adelantos parciales de obras mayores que no aparecerían. Su biografía está
llena de libros inconclusos y adelantos olvidados de proyectos secretos. Su
carácter personal, aliada a una difícil situación económica que en ese tiem-
po (y ahora) ha sido propia de nuestro humanismo, construyeron un perfil
especial para la obra escrita de Raimundo Lida: una filología ejercida en con-
dición de precariedad, signada por las urgencias del tiempo, ensayada con
voluntad de estilo y entregada de manera fragmentaria.
Éstas son las palabas con que inicia la carta de Cosío Villegas:
58
Me pide usted que le cuente de mi vida. Es muy poca cosa para cuento. Mi vida
empieza todas las tardes a las cuatro y media, cuando salgo del Banco Central de
la República Argentina después de muchas horas de fuerte trabajo cerebelar. Pero
entre el cerebelo y el cerebro debe de haber relación e intercambio (de toxinas)
muy estrecho, porque ya en el Instituto de filología, a las dos horas de traducir
artículos yanquis para RFH [es decir, la Revista de Filología Hispánica] sirvo sólo para
corregir pruebas de imprenta.
El reaclimatarme, después de mis orgías en la biblioteca de Harvard, se me
hace muy penoso. O para decirlo, variante más o menos, con tristísimos versos
(¿romance de Santa Águeda?) que de chico oía cantar a mi madre:
28
ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 3. Sobre el destino posterior de este proyecto véase
Liliana Weinberg, “Cuadernos Americanos: la política editorial como política cultural”, en Carlos
Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, vol. II, Los avatares de la “ciudad
letrada” en el siglo xx, Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Katz, 2010, pp. 235-258.
29
Sobre esta tristeza véase la última sección del capítulo III.
59
Lida venía regresando de un viaje por Estados Unidos, en donde había dis-
frutado de sus enormes bibliotecas universitarias e iniciado con la academia
de ese país una relación apasionada y difícil, de fascinación y rechazo, que
guarda puntos de contacto con la de otros maestros y amigos suyos, como
Pedro Henríquez Ureña y el mismo Alfonso Reyes, y subsiste hasta hoy en
buena parte de nuestra filología.31 A diferencia de ellos dos, Lida finalmente
se decidirá a emigrar a Estados Unidos. Pero en las fechas de esta carta esa
posibilidad es aún algo lejano. Alfonso Reyes tardó en responder a la carta de
Lida; cuando lo hizo, no pudo evitar la inserción de un comentario irónico:
“Lamento que tenga usted, como todos nosotros[,] que vender media alma al
diablo para salvar la otra mitad: me refiero a los trabajos que nos dan el pan
y que pocas veces son los que amamos”. E inmediatamente después añadió:
“Daniel siempre espera el libro que usted le ofreció”.32
Y es que Daniel tenía razón en esperar: ¿cuántos libros fundamentales de
la cultura latinoamericana no se han escrito en condiciones semejantes? ¿Y
qué puede decirnos dicha condición del sentido de las humanidades y la fi-
lología en el contexto latinoamericano? Vale la pena aquí hacer una breve
digresión: en 2012 (es decir, setenta años después de la correspondencia que
30
Raimundo Lida a Alfonso Reyes, 28 de febrero de 1942 , en Alfonso Reyes, Raimundo Lida
y María Rosa Lida de Malkiel, Correspondencia, Serge I. Zaïtzeff (ed.), México, El Colegio de Mé-
xico, 2009, pp. 28-29.
31
En el capítulo III comentaré algunos elementos de la relación de Henríquez Ureña con la
academia norteamericana, que me servirán de marco para reflexionar sobre la redacción de Las
corrientes literarias en la América hispánica.
32
Alfonso Reyes a Raimundo Lida, 5 de agosto de 1942, en A. Reyes, R. Lida y M. R. Lida de
Malkiel, Correspondencia, p. 30. Las cursivas son mías.
60
hoy estamos siguiendo), el joven filólogo chileno Raúl Rodríguez Freire publi-
có un texto extraordinario, que se plantea como una reescritura de las “Notas
sobre la inteligencia americana” de Alfonso Reyes.33 El texto de Rodríguez
Freire se titula “Notas sobre la inteligencia precaria”, y se presenta a sí mismo
como eco de las manifestaciones estudiantiles en contra de la privatización
de la enseñanza ocurridas en Chile a lo largo de ese año magnífico. Quiere ir
más allá de esa “teoría espasmódica de los movimientos sociales” satirizada
por E. P. Thompson en alguno de sus textos para mostrar que esas movi-
lizaciones tienen un por qué: apuntan a algo fundamental en el centro del
modelo. No sólo representan la expresión de intereses particulares. Hay una
“universalidad concreta” en esos cuerpos que marchan, paran sus escuelas y
se enfrentan a la policía; en esos cuerpos que se resisten a participar de la ló-
gica de la deuda que obliga a cada joven chileno a “invertir” en sí mismo para
hacerse más “competitivo” en un mercado del saber que, por un lado, alaba
la libertad que cada quien tiene para construirse a uno mismo, y explota la
vanidad y el deseo de competencia de todos aquellos que participan del mun-
do intelectual, pero por otro lado construye un mundo de inusitada crueldad,
un campo de batalla perpetuo en donde cada persona está abandonada a su
suerte; en donde será difícil que un joven que haya estudiado pueda conse-
guir un buen trabajo, y por ello deberá prepararse más, prepararse a lo largo
de su vida, someterse a un juego ansioso en donde los saberes aprendidos se
deprecian continuamente.34
El texto de Rodríguez Freire es parte de una constelación de ensayos teó-
ricos surgidos del debate intelectual chileno que han mostrado cómo se está
transformando la concepción misma de “saber” en el contexto del neolibe-
ralismo; cómo dicha transformación va de la mano de formas más crueles de
explotación para los trabajadores intelectuales, de regímenes de trabajo cada
vez más inseguros y de experiencias de mundo cada vez más individualiza-
das. En el caso del saber humanístico, la destrucción de la pregunta por el
saber común va de la mano de una desaparición de la pregunta por el placer
en la lectura. Las páginas finales de este texto asumen que la generación más
33
Raúl Rodríguez Freire, “Notas sobre la inteligencia precaria (o sobre lo que los neolibe-
rales llaman capital humano)”, en Raúl Rodríguez Freire y Andrés Maximiliano Tello (eds.), Des-
campado. Ensayo sobre las contiendas intelectuales, Santiago, Sangría Editores, 2012, pp. 101-155.
34
Raúl Rodríguez Freire, “Notas sobre la inteligencia precaria”, en Raúl Rodríguez Freire y
Andrés Maximiliano Tello (eds.), Descampado. Ensayos sobre las contiendas universitarias, Santiago,
Sangría, 2012, pp. 101-155.
61
joven que hoy trabaja en las universidades está marcada, al mismo tiempo,
por una situación de precariedad (ya no llegamos a la situación de pleno em-
pleo), y por muchas historias de lucha de las que somos herederos. El texto
es, en realidad, un manifiesto que invita a construir la universidad que quere-
mos. Las últimas palabras del texto ya no son una reescritura de Reyes, sino
de Marx: “¡precarios y precarias del mundo, uníos!”.35
Y ante esa invitación la historia de las cartas de Lida, que estamos siguien-
do en el presente capítulo, adquiere una importancia mayor: ella da cuenta de
que la precarización del trabajo filológico, diagnosticada por Rodríguez Frei-
re en su fase neoliberal, no es, en realidad, una situación de salida del “pleno
empleo”, pues en América Latina, salvo periodos muy breves, lo más común
nunca ha sido que las universidades tengan la capacidad de emplear a tiempo
completo a sus filólogos y humanistas. Más bien se trata de un movimiento
de salida de un cierto tipo de precariedad, y de entrada en otro. Lida, Reyes
y Henríquez Ureña tampoco pudieron vivir de manera estable, pero al menos
heredaron un conjunto de hábitos que les permitían construir un saber a par-
tir de la puesta en común de experiencias de lectura y la construcción de es-
pacios solidarios en donde devenía posible ensayar la lectura en cuanto saber
para la vida. Ellos tampoco pudieron escribir las obras que habrían deseado
escribir, pero sabían resistir y luchar. No eran sólo universitarios, y cuando
ingresaron a la universidad lucharon por convertirla en un espacio más noble.
La diferencia con la situación actual salta de inmediato a la vista.
Daniel Cosío Villegas le mandó a Lida una dura reconvención el 5 de diciem-
bre de 1942. A ella respondió Lida el 29 de diciembre de 1942, con una carta
dolorosa y difícil que dibuja su situación personal en términos que comple-
mentan los de la carta a Alfonso Reyes que cité antes de esta breve digresión:
Amigo Lida:
Si usted conserva mis cartas, o, al menos, las recuerda usted, reconocerá usted
que hablé en ellas con cierta insistencia de que esperaba de usted una colabora-
ción ejemplar. Esta bella palabra cubría el ejemplo en cuanto a la puntualidad. Su
manuscrito debió haber sido entregado en Junio, es decir, hace seis meses. Puede
usted creer que no recuerdo el dato para reprochárselo, sino porque no quiero
que mi silencio pueda ser interpretado por usted como carencia de interés en
obtener su colaboración, o abandono de la idea o plan editorial de que le hablé a
usted y a los amigos argentinos.
35
Ibid., p. 155.
62
Quisiera asegurarle a usted que eso no es así; que nuestra colección camina,
que, de hecho tenemos ya en nuestro poder los primeros originales y que pronto
enviaremos a la imprenta el primero.
Desearía, pues, que me escriba usted contándome cómo va el suyo.
Entre tanto, con mis mejores deseos y agradecido, quedo suyo, amigo y ser-
vidor.36
Y la respuesta:
¿Qué decirle, sino que todo es más lento y más difícil de lo que yo me prometía?
¿Y qué prometerle ahora sino que este año que empieza dedicaré todo mi tiempo
al libro? No es que me haya distraído en otras ocupaciones, —como no sea en las
inevitables (ya las conoce usted) que roban casi todo el día. Las cosillas que he pu-
blicado aquí sobre Santayana, y alguna que di a Losada para Cuadernos Americanos,
no son empresa nueva en que me haya embarcado. No son más que consecuencia
de aquellos meses de 1939-40 que pasé en Harvard.
Yo sigo, claro está, sintiéndome gravemente deudor de usted, y mal o bien
pienso cumplir. Pero no tenga usted ninguna consideración especial conmigo si
encuentra, y no le será difícil, quién me reemplace con ventaja. —No quiero anun-
ciarle fechas: estoy escarmentado. Quiero sólo asegurarle que me he puesto a
redactar el librito, y que no lo dejaré, en lo que de mí dependa, hasta terminarlo.
Muy buen año le desea su agradecido
(y avergonzado)
L.37
Cosío Villegas a Lida, 5 de diciembre de 1942, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 4.
36
Lida a Cosío Villegas, 29 de diciembre de 1942, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 5. Has-
37
ta donde sabemos, el texto para Cuadernos Americanos no fue entregado por Lida (sólo hasta
1948 colaboraría en dicha revista: véase R. Lida, “Vossler y la historia de la lengua”, Cuadernos
Americanos año VII, núm. 2, marzo-abril 1948, pp. 113-127).
38
Cosío Villegas a Lida, 13 de enero de 1943, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 6.
63
Todavía una vez más el duro editor mexicano intentará salvar ese libro in-
concluso. Su carta del 24 de agosto de 1943 intenta un tono más juguetón,
menos lúgubre. Además reitera al inicio y al final la palabra “amigo”: no quie-
re molestar al escritor, pero también le pide que sea sincero. Ha esperado
siete meses antes de enviar este nuevo recordatorio en que caricaturiza su
posición como la de una especie de vendedor a domicilio que toca constante-
mente a la puerta de Lida:
Querido amigo:
¿Usted sospechó siquiera en nuestras dos breves charlas en Buenos Aires que se
echaba usted a cuestas a un editor molesto y tenaz, que llamaría a su puerta con
discreción, pero con regularidad molesta? Pues aquí me tiene usted de nuevo in-
quiriendo sobre su manuscrito.
Casi no necesito excusarme explicando que quiero obtener ese manuscrito por-
que sé que será de los mejores, con lo cual conseguiremos un doble resultado:
prestigiar nuestra colección y estimular a los autores holgazanes. No deje usted,
por favor, de ayudarme en esta obra que merece la benevolencia de todos.
Cualquier cosa que quiera usted decirme se la agradecería su amigo.39
Lida aprovechó el pedido de sinceridad que Cosío desliza en esa última línea
para, por fin, deslindarse de la escritura del libro. La Historia de las ideas políti-
co-sociales de Argentina pasará a formar parte de la nómina de libros inconclu-
sos, imaginados o desaparecidos de Raimundo Lida. Antes de enviar la carta
que a continuación citamos, Lida dejó pasar un mes:
39
Cosío Villegas a Lida, 24 de agosto de 1943, ahfce, exp. Raimundo Lida, f. 7.
64
40
Lida a Cosío Villegas, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 8. Cosío respondió consternado
en una carta del 8 de noviembre. Le dijo: “entiendo perfectamente la situación, tanto porque
la he vivido personalmente, como porque en otros la veo de continuo […]. ¿No se le ocurre
a usted alguna forma en que pudiera ayudarlo? Dígamelo a usted con toda franqueza, que yo
ensayaré hacerlo si puedo”. No se conserva respuesta de Lida.
41
R. Lida, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1980.
42
R. Lida, Rubén Darío. Modernismo, Caracas, Monte Ávila, 1984. Me parece que no se ha
reflexionado suficientemente sobre el papel que las mujeres han tenido en la transmisión del
conocimiento filológico: el caso de Denah Lida ilustra suficientemente la importancia de esta
labor, a veces invisible e ingrata, que es, sin embargo, fundamental para la subsistencia del
legado textual de Raimundo Lida. Un caso aún más dramático lo ofrece Anna Chiappe, sin la
cual sería imposible conocer el legado de José Carlos Mariátegui. Cristina Soto de Cornejo fue
fundamental en el cuidado del legado de Antonio Cornejo Polar, la construcción de Latinoame-
ricana Editores y la edición de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana; y la preservación
del legado de Henríquez Ureña debe mucho a los esmeros de Sonia Henríquez Ureña de Hlito.
Todos estos legados, a su vez, dieron origen a proyectos intelectuales familiares, como lo ates-
tiguan las labores de Clara Lida y Fernando Lida García, la fundación de la librería Minerva, la
editorial Amauta y el Anuario Mariateguiano por parte de la familia Mariátegui y la puesta en
marcha del Centro de Estudios Antonio Cornejo Polar por parte de Gonzalo Cornejo Soto, para
seguir con los ejemplos señalados en la presente nota al pie.
43
R. Lida, Estudios hispánicos, Carlos Blanco Aguinaga (pról.), Antonio Alatorre (ed.), México,
El Colegio de México, 1988.
65
Sin embargo, en todas estas recopilaciones hacen falta los textos que Lida
llamó “de teoría literaria”, o a veces, simplemente, “de teoría”: los textos de
este tipo recuperados por Denah Lida para incluirse en Estudios hispánicos fue-
ron eliminados por Alatorre, quien prefirió reservarlos para una futura anto-
logía de Lida llamada Variedades de lingüística y literatura, que nunca apareció.44
Y es que Lida fue siempre un filólogo filósofo, incluso si su filosofía tiene
poco que ver con los sistemas cerrados con los que usualmente asociamos a
la filosofía. Este aspecto a menudo le ocasionó problemas de incomprensión
con sus colegas y amigos, y fue incluso materia de una polémica epistolar
entre Raimundo Lida y Arnaldo Orfila Reynal con motivo de la publicación de
Letras hispánicas.45
En este capítulo comentaremos algunos de los textos de “teoría” más tem-
pranos de Raimundo Lida, pues ellos representan una reflexión generosa y
profunda sobre qué es el arte de la lectura, y sobre por qué leer nos sirve para
vivir. Para ello regresaremos en el tiempo: insertaremos dichos textos en el
contexto intelectual del Instituto de Filología de la Argentina; señalaremos
las continuidades y tensiones entre ellos y los textos y proyectos intelectua-
mientos del Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica, que había cuestionado
la justeza de darle el título de Letras hispánicas a la antología en ensayos fundamentales de
Lida que Orfila quería publicar en la editorial. Los señalamientos decían que el autor estaba
incluyendo estudios sobre un conjunto de autores que no pertenecían a la tradición hispánica,
como Bergson y Kierkegaard, a los que Lida añade los nombres de Croce y Vossler, sobre los
que Lida tenía un conjunto de ensayos que eran parte original del proyecto de libro pero final-
mente no entraron a la versión final. Lida se apoya en las palabra de su prólogo para responder
que el libro está pensado como una reunión de ensayos sobre poemas y prosas de España e
Hispanoamérica, al tiempo que como una reunión de estudios sobre teoría literaria. Y le ex-
plica a Orfila que se trata de “una discusión teórica de los métodos que uso en mi estudio de
escritores hispánicos (y también de aquellos métodos que, con toda conciencia, no utilizo).
Esa discusión teórica se centra en la relación entre lengua y literatura (o poesía), como digo
en ese mismo prólogo”. Con sarcasmo, Lida añade que está sosteniendo correspondencia con
Raymond Bayer, quien quiere incluir en su Historia de la estética un capítulo sobre la estética en
Argentina y por dicha razón le ha pedido a Lida que le explique sus ideas sobre el tema: “ahí
podré, pues, desahogarme en materia de ideas estéticas, a base, principalmente, de mis cosas
no incluidas en el ex-tezontlito: mi libro sobre Santayana y los artículos sobre Croce, etc. Estos
ejercicios de auto-examen tienen sus ventajas”. ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 85 y 86-87.
El tema dará lugar a una larga polémica en donde Orfila trata de tranquilizar a un Lida cada
vez más exasperado que, para justificar la inclusión de los textos de teoría, propone añadirle
al libro una faja con un texto explicativo, y, luego, añadir al libro un subtítulo que diga Crítica,
teoría (Lida a Orfila, 1958, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg. 1, f. 96).
66
Véanse los estudios citados de Miranda Lida, Clara Lida y Fernando Lida García.
46
67
para una historia del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires (1927-1946)”,
Filología, núm. 45, 2013, pp. 143-172.
48
El texto es citado y comentado en F. Degiovanni y G. Toscano y García, “Disputas de ori-
gen…”, p. 194.
68
Pidal, de asegurar una dirección extranjera de tres años de duración por me-
dio de la cual los jóvenes estudiantes argentinos se capacitarían para después
hacerse cargo de la dirección del Instituto. También la petición de Rojas y
el Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras de dar prioridad al
estudio del español actual argentino, atendiendo también al de las lenguas
indígenas, fue constantemente desoída por los directores, quienes prefirie-
ron centrarse en el estudio histórico del español peninsular, en muchos casos
anterior a la Conquista de América.
Las cartas de Américo Castro a Menéndez Pidal y Navarro Tomás, res-
catadas por Toscano y García y Degiovanni, muestran hasta qué punto los
integrantes del Centro de Estudios Históricos percibían su labor como parte
de un trabajo político cuyo objeto era recuperar la hegemonía espiritual de
España respecto de las naciones americanas, salvando así la crisis de 1898.
También dan fe de una visión más o menos racista respecto de la realidad
intelectual argentina, que proyecta un inquietante trasfondo respecto de las
“alarmas” que Américo Castro había lanzado en el momento de comentar
las peculiaridades lingüísticas del español rioplatense (“alarmas” que, como
es bien sabido, motivaron un texto memorable de Borges).49
Las palabras de Castro, en una carta privada a sus amigos españoles, expli-
can mejor que nada el secreto prejuicio de algunos de los filólogos migrantes
respecto de las reflexiones americanas sobre la lengua, su historia y su sen-
tido: “¿de dónde les iba a venir la filología a los argentinos? Para crearla es
para lo que han pedido la ayuda del Centro Histórico”.50 Ese racismo peculiar
y secreto, aparece también en la siguiente carta de 1928, en que Américo
Castro le describe a Alfonso Reyes su paso por un México convulso por la
reciente Revolución mexicana. Esta carta ilustra a la perfección el tipo de ten-
siones por las que Lida y otros americanos tuvieron que pasar en el momento
de adaptar las metodologías y sensibilidades heredadas del hispanismo de
Menéndez Pidal para llevarlas al estudio de realidades despreciadas:
Esta revolución[,] Alfonso querido, es una mala retórica. Vienen el trigo y las frutas
de gringilandia. El hombre del país, después de trabajar un poquito, lanza su SOS
‘¡Me rajé patroncito!’ Y se pone a pensar en esas cosas que tan lindamente refie-
Sobre el texto de Borges, “Las alarmas del doctor Américo Castro”, véase F. Degiovanni y
49
G. Toscano y García, “‘Las alarmas del doctor Américo Castro’: institucionalización filológica y
autoridad disciplinaria”, Variaciones Borges, núm. 30, 2010, pp. 3-41.
50
F. Degiovanni y G. Toscano y García, “Disputas de origen…”, p. 199.
69
re Mediz Bolio, y que usted prologó. El intento me resulta semejante al del que
pensara salvar a Castilla haciendo revivir los pasos heroicos del romancero. ¿No
le parece que el indianismo vasconcelista no lleva a ninguna parte? Al indio hay
que tenerlo sometido, porque casi siempre es un pobre inferior, tontimalo. Y han
querido hacerlo ‘jefecito’. Mire, Alfonso, cuando veo las cosas que pasan, pienso
que D. Porfirio fue de una blandenguería doncellil. México habría necesitado tres
Rozas, y unificar su población hasta donde fuera posible, fundiendo o aniquilando.
Y lo demás es mala literatura.51
51
La carta fue recuperada y comentada por Sergio Ugalde Quintana, “Filología e imperio.
Alfonso Reyes en el Centro de Estudios Históricos”, ponencia leída en el coloquio internacional
“Politik der Kritik. Ideologie, Geschichte und Akteure der Literaturkritik”, Universidad de Pots-
dam, 22 de junio de 2013. Agradezco a Sergio que me haya permitido acceder al manuscrito
de su conferencia y a la fotografía de esta carta, actualmente en prensa.
52
G. Toscano y García, “Materiales para una historia…”, p. 145, n. 4.
70
Las numerosas traducciones españolas de la Biblia que nos dejó la Edad Media
pueden servirnos del modo más eficaz para conocer los balbuceos de nuestro
idioma como lengua literaria.
La secularización de la cultura, cuyo advenimiento ocurrió en toda Europa casi
simultáneamente en el siglo xii, relegó el latín a los usos eclesiásticos, y las len-
guas romances, de humildes medios de expresión hasta entonces —los suficientes
para cumplir las escasas necesidades espirituales de la calle y de la intimidad—,
tuvieron que ampliar rápidamente su potencia expresiva al iniciar su culta función
de transmisoras de pensamientos más variados y complejos. Pocos episodios tan
patéticos en la historia de la cultura como esta lucha de unos hombres por vencer
la inercia de su idioma, todavía poco ágil: un idioma novicio en tan elevada tarea,
que se paraba con frecuencia como perplejo ante los insólitos contenidos de pen-
samiento que le obligaban ahora a reproducir.
La lectura inteligente de las presentes traducciones nos permitirá contemplar
cómo los escritores van resolviendo con esfuerzo personal los inacabables pro-
blemas de expresión que el pensamiento les presenta. Cada problema resuelto es
para la lengua literaria una nueva provincia ganada y un movimiento más apren-
dido: un acto de extensión y un aumento de potencialidad. La historia de estas
luchas personales del escritor para vencer la inercia de su idioma será cosa per-
petuamente viva mientras siga la cultura su perpetuo caminar, porque cada nuevo
estado de inteligencia presenta exigentemente al idioma sus series de problemas
de expresión. Aquellos tenaces esfuerzos de los primitivos, que hicieron del rudo
hablar castellano una de las lenguas literarias más hermosas del mundo, deben ser
para nosotros ejemplares y alentadores: ante ellos son un contrasentido esas impa-
ciencias de escritores jóvenes que reniegan a veces de su lengua porque no la han recibido
dotada ya de todos los moldes necesarios donde se ajusten sus novedades de conocimiento
y de sensibilidad.
Muchas de las formas idiomáticas que aquí vemos nacer, tuvieron más tarde su
espléndida lozanía y hoy sólo quedan, como flores marchitas, muertas para el sen-
tido idiomático del presente, entre las hojas de los libros. Pero quizás un estudio
fino y ultragramatical de esta prosa nos revele más de un secreto de la procreación
71
Siguiendo una tradición inaugurada por los anteriores directores, en ese año
Alonso le propuso al Consejo Directivo una serie de promesas que después
no llegará a cumplir: la más importante de ellas se relaciona (¡por fin!) con el
estudio de las lenguas indígenas americanas, sobre las cuales promete, en
abril de 1928, “trabajos importantes […] con la cooperación del profesor Ri-
vet”.54 Más adelante, en 1929, Alonso explicará que el año anterior su estu-
diante Marcos Morínigo ha dado cumplimiento a la solicitud de estudios de
lenguas indígenas por medio de un trabajo que trata sobre “las infiltraciones
castellanas en las lenguas aborígenes”.55 Una vez más aflora la tensión entre
americanismo e hispanismo: el estudio de las lenguas indígenas por fin es
asumido por el Instituto de Filología, pero se transforma en un estudio de la
influencia del castellano en las mismas. A diferencia de sus predecesores, Alon-
so no se niega a explorar las lenguas indígenas, pero lo hace a condición de
integrarlas en un tronco de conocimiento mayor, que es el de la historia de la
influencia del idioma español.
Incluso en medio de estas tensiones, en ese año de 1929 Alonso introdu-
cirá un cambio fundamental de perspectiva en su curso de Lingüística Ge-
neral: el tema del mismo en ese año será “la expresividad de nuestro verbo.
Lecciones de estilística”.56 Dicho giro se complementa con el de los progra-
53
Amado Alonso, “[Nota preliminar]” a Biblia medieval romanceada. I.- Pentateuco, Buenos Ai-
res, Talleres S. A. Casa Jacobo Peuser Ltda., 1927, pp. [v]-[vi] (sin numeración).
54
Citado en Toscano y García, op. cit., p. 147.
55
Citado en ibid., p. 148 (cursivas mías).
56
Ibid., p. 149.
72
mas de ese año y los sucesivos para el curso de Lingüística Romance: a partir
de 1929, el mismo utiliza la noción de “dialecto” en sentido descriptivo y
no peyorativo (que seguía siendo utilizado por Castro en sus textos sobre
el español rioplatense), además de integrar la distinción saussureana entre
diacronía y sincronía; el programa de 1930 incluye explícitamente en su bi-
bliografía el Curso de lingüística general de Saussure y El lenguaje y la vida de
Bally; a partir de 1932 hay una articulación de contenidos en la primera uni-
dad que no sólo dan cuenta de la “modernización” de la disciplina, sino que
representan una posición original respecto de lo que ella puede ser en el
contexto americano. Dicho giro apunta, por un lado, a la investigación de
la dimensión afectiva, emocional y personal de la lengua; por el otro, a los
estudios sincrónicos en perspectiva dialectológica, que en poco tiempo lle-
varán a la construcción del que es, probablemente, el primer curso universi-
tario dedicado al estudio del español americano.57
En dicho contexto, el joven Raimundo Lida comienza sus estudios estilís-
ticos, que representan una peculiar toma de postura hacia el racismo epis-
temológico del hispanismo trasplantado al Instituto de Filología; el mismo
racismo que, como acabamos de ver, fue combatido con reparos por el joven
Amado Alonso.
57
Emiliano Battista, “Los programas de ‘Linguística romance’ entre 1924 y 1946. El giro
dialectológico”, Boletín de la Sociedad Española de Historiografía Lingüística, núm. 8, 2012, pp.
119-141; sobre el tema, cf. pp. 127-129.
58
Raimundo Lida, “Estilística. Un ensayo sobre Quevedo”, Sur, año 1, núm. 4, primavera de
1931, p. 163
73
De esa manera, el texto de Lida, que estaba planteado como una reseña de
un estudio de Spitzer dedicado a Quevedo, asume la forma de un manifies-
to que, en las páginas finales, se dirige explícitamente a los “hispanohablan-
tes”.59 Quizá ello explique el asombro y la admiración con que esta reseña hu-
milde fue leída por sus compañeros de generación, el lugar de privilegio que
le dieron en sus recuerdos de la gesta del Instituto de Filología; la diferencia
de este texto respecto de otros que, pocos años antes, se habían dedicado a
presentar a los mismos autores.60
La pasión con que Lida presenta la obra de Spitzer se hace extensiva a
su tratamiento en general de la cultura alemana. Podría decirse que, para el
Raimundo Lida de los años 30, Alemania se vuelve metáfora de la libertad:
permite la elaboración de un punto de vista polémico respecto de las inercias
de la crítica literaria española. La traducción, el comentario y la reseña de
sus textos permiten la rearticulación de la tradición filológica española en
términos hispanoamericanos por medio del relevo de nuevos problemas tras
la apertura de nuevos cuerpos textuales.
En el texto de Lida, la crítica del positivismo, “donde la misión del investi-
gar se reducía a inscribir, con pasiva exactitud, ciertos caracteres de la obra
en formularios preparados”,61 así como la crítica tradicional de la historia de
las ideas, que se limita a incluir las obras en escuelas, movimientos y perio-
dos y a explicarlos por la biografía del escritor, va de la mano de una pregunta
por aquello que da “sentido” al lenguaje.62 Ello supone que hay una cierta re-
59
Ibid., p. 171.
60
La estilística ya había sido presentada al público culto de Buenos Aires: en su breve es-
tancia en la Universidad de Buenos Aires, Manuel Montoliu publicó en 1926 el artículo “El len-
guaje como fenómeno estético”, Cuadernos del Instituto de Filología de Buenos Aires, vol. I, núm.
7, 1926, pp. 201-239, que era versión revisada de un texto publicado en catalán en 1921. Al
año siguiente Amado Alonso publicará en Buenos Aires el artículo “Lingüística espiritualista”,
Síntesis, año I, núm. 8, 1926, pp. 227-236 (tomo estos datos del artículo citado de E. Battista).
Sobre el texto de Lida recuerda Ana María Barrenechea: “este articulo (que aún sigue siendo
trabajo de consulta indispensable en la bibliografía de Quevedo) adelantaba ya alguno de los
caminos que seguiria magistralmente más adelante y tambien varios rasgos permanentes de su
carácter. Al comentar la obra de Leo Spitzer Sobre el arte de Quevedo en su Buscón, presentaba
una corriente crítica que entonces se ofrecía como uno de los métodos mas ricos del análisis
literario; no negaba al colega el generoso reconocimiento, pero apuntaba cordialmente sus
disidencias y proponía a su vez enfoques personales” (Ana María Barrenechea, “En memoria de
Raimundo Lida”, Revista Iberoamericana, vol. XLVI, núm. 112-113, diciembre de 1980, pp. 517-
521; la cita, p. 518).
61
Op. cit., p. 171.
62
Ibid., p. 154 (las cursivas son mías).
74
lación entre el lenguaje y lo que en esta tradición será llamado, con metáfora
inquietante, “vida interior”: un tránsito secreto entre algo invisible, que se
mantiene oculto, y las realidades concretas del lenguaje. Algunos años des-
pués, en su ensayo “Hermes o de la comunicación humana”, Alfonso Reyes
dibujó dicho tránsito secreto a través de una frase de Gracián: “aquellos dos
criados del alma, el uno de traer y el otro de llevar recados: el oír y el ha-
blar”.63 El alma se mantiene oculta, en un cuarto cerrado: aparece indirecta-
mente a través de sus recados. “La idea es abstracta; la palabra nace concreta.
Por un juego cada vez más complicado de signos visibles, se llega a simboli-
zar un poco de lo invisible que el hombre lleva adentro del alma”.64
La profunda formación filosófica de Lida lo pondrá en este aspecto más
cerca de Reyes que de su querido maestro Amado Alonso: a través de sus lec-
turas, Lida retrotraerá el problema de la vida interior a las discusiones de Kier-
kegaard y otros filósofos de la vida sobre el carácter limitado del lenguaje, la
discontinuidad de la experiencia, su carácter irrepetible, su dificultad para de-
jarse aprehender, incluso para aquellos que la viven. Todo ello pone en entre-
dicho las funciones tradicionales de la crítica literaria, así como la idea misma
de que los textos se pueden “explicar”. ¿Sabemos de qué hablamos cuando
hablamos de nuestra vida?, ¿cómo saber qué es lo que transmite el lenguaje si
nuestras vivencias son un enigma, incluso para nosotros mismos?
75
A pesar de todo, dicha búsqueda debe intentarse. Dice Lida que “es la sola
manera de reconocer un sentido al lenguaje”.66 La filología, pues, es una ex-
ploración del sentido, y no una explicación de textos o una decodificación de
procedimientos. Es, en esta medida, un asunto de la vida en cuanto realidad
última que sostiene los textos, y un intento de volver transmisible esa dimen-
sión de la vida que es, en el fondo, incomunicable.
Esta reivindicación del sentido tendrá un eco importante en el “Propósi-
to de la colección” con que Amado Alonso abrió el primer volumen de la
Colección de Estudios Estilísticos. En ella se apela a la concepción del signo
elaborada por Husserl, que “discierne lo significado de lo notificado por la
expresión”.67 También se apela a Charles Bally, el discípulo de Saussure, quien
se encargó de proponer una ampliación metodológica de la lingüística para
considerar la dimensión afectiva de la expresión, su parte de “emoción, fan-
tasía y voluntad”.68 Se cita extensamente a Étienne Lorck para proponer un
lenguaje como una forma de presentarse ante uno mismo y ante los demás,
de “manifestarse” ante los otros y también, de traer a la conciencia la propia
vida;69 y se añade también que la emoción, volición y fantasía que dieron ori-
gen a la palabra constituyen una manera en que los seres humanos construyen
el mundo en que viven, “la intervención personal que tomamos es el conoci-
miento de las cosas”.70
Desde todos estos acercamientos, Alonso propone una mirada que va des-
bordando lo que después será llamado “modelo comunicativo”. El lenguaje
no sólo es espacio de significación, sino también de lo que, tiempo después,
Hans Ulrich Gumbrecht llamara producción de presencias: la emergencia de un
rostro que no se significa sino que es también promesa de infinita significa-
66
R. Lida, “Estilística. Un estudio sobre Quevedo”, p. 164.
67
Amado Alonso, “Propósito de la colección”, en Karl Vossler, Leo Spitzer y Helmut Hatz-
feld, Introducción a la estilística romance, traducción y notas de Amado Alonso y Raimundo Lida,
2ª. ed., Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Instituto
de Filología, 1942, pp. 7-15; la cita, p. 8.
68
Ibid., p. 7.
69
Ibid., p. 8.
70
Ibid., p. 9 (cursivas mías).
76
En un comentario a este pasaje que fue traducido por dos discípulos de Rai-
mundo Lida, Ernst Robert Curtius recordó algunas palabras que servirían para
dar expresión a este movimiento del cuerpo del lenguaje: tropoi “giros”, sche-
mata “posturas”, figurae...72 En este conjunto de metáforas que se ofrecen
como sucedáneas de una definición, el lenguaje es un cuerpo cuyo movimien-
to al tiempo produce y transmite. Pone en operación una maquinaria que tiene
que ver con el “deleite” al tiempo que con el sentido. Frente a la distinción
tradicional entre cuerpo y alma (y entre el contenido y la forma de los textos),
la propuesta de Quintiliano heredada por Alfonso Reyes reivindica al cuerpo
como espacio del sentido; propone a los movimientos del cuerpo devenido
estilo como constitutivos de su producción y transmisión.
En la obra de Reyes estos planteamientos se enriquecen a través de la fas-
cinación del mexicano por la obra de Marcel Jousse, cuya antropología del
gesto permite articular una “ficción explicativa”73 que ubica la dimensión cor-
poral del lenguaje en el inicio de toda experiencia de significación. El cuer-
Quintiliano, Inst. Orat. II, xiii, 8-11 (cito por la conocida traducción de Pedro Sandier).
71
Literatura europea y Edad Media Latina, Margit Frenk y Antonio Alatorre (trads.), México,
72
77
Esta dimensión corporal del lenguaje, que Reyes rastrea en los gestos mis-
mos de la escritura, el ritmo de la prosa y las artes de la recitación, representa
una de las formas más radicales de apropiación de este primer elemento de
la concepción del lenguaje como presencia anunciada en el escrito precur-
sor de Lida, y luego presentada sistemáticamente por Amado Alonso en el
“Propósito de la colección” que hemos citado arriba; una concepción que, sin
embargo, deberá esperar algunas décadas más para ser desarrollada sistemá-
ticamente.78 Sin embargo, la intuición queda planteada y seguirá resonando
en la crítica latinoamericana: leer el estilo de un texto significa atender a sus
gestos; en ellos se revela una presencia y su movimiento transmite algo dife-
rente de lo que comunica.
74
Ibid., p. 25.
75
Silvana Rabinovich, “Walter Benjamin: el coleccionismo como gesto filosófico”, Acta Poéti-
ca, vol. 28, núms. 1-2, abril-noviembre de 2007, pp. 241-256.
76
A. Reyes, op. cit., p. 25.
77
Ibid., pp. 26-27.
78
En este marco podrían entenderse algunas de las lecturas latinoamericanas de Barthes. Véa-
se a este respecto Daniel Link, “Leer lo viviente: Roland Barthes y la filología”, intervención en la
mesa “Roland Barthes en Argentina: lecturas y actualidad”, Museo del Libro y la Lengua, Buenos
Aires, 20 de agosto de 2015, disponible en Internet <https://ficciondelarazon.files.wordpress.
com/2015/08/barthes_2015_biblioteca_nacional.pdf>, recuperado el 1 de diciembre de 2016.
78
Hay, sin embargo, otra dimensión de esta concepción del lenguaje que no
tendrá que esperar tanto tiempo para ser desarrollada y cultivada. Se tra-
ta de la dimensión afectiva del lenguaje, ligada a su carácter denotativo, a
la temperatura psicológica de las palabras que hacen posible la transmisión
de experiencias que no se comunican directamente. La caracterización de
dichas experiencias se hace posible a través del cultivo de una especial sensi-
bilidad para con la propia experiencia, una particular capacidad de atención
respecto del propio goce (de lo que Quintiliano llamaba “deleite”), y de las
propias capacidades de placer y displacer. El trabajo sobre esta dimensión
del lenguaje se vuelve necesariamente trabajo sobre uno mismo.
Como ya adelantamos en el inicio de este capítulo, ello implica la necesi-
dad de una suerte de ejercicio espiritual: hay que aprender a observar el tex-
to en sus detalles pequeños: elementos como su puntuación, su musicalidad,
su ritmo, su sonoridad, pueden no necesariamente ofrecer grandes noveda-
des en términos de la pareja significante-significado, del tema o el argumento
que desarrolla el texto, pero son el “soporte físico” que vuelve posible la
aparición de una sensación como el placer.79 Observando el propio placer se
pueden buscar los elementos menores que vuelven posible su formación; a su
vez, dichos elementos menores, que constituyen el estilo del texto, pueden
ayudar a reconstruir la propia sensación del autor en el momento de cons-
truir el texto. Es la metáfora de los “indicios” trabajada por Amado Alonso;
una metáfora que después será heredada, a través de Erich Auerbach, a una
constelación mundial de pensadores radicales, de Carlo Ginzburg a Edward
Said, que entienden la crítica de lo existente como arqueología de indicios
que permiten pensar desde un lugar inédito la experiencia social:
Nuestra estilística se aplica lo mismo a obras actuales que a remotas. Ella quiere
también reconstruir, pero no lo de fuera sino lo de dentro del poeta. Aspira a una
re-creación estética, a subir por los hilos capilares de las formas idiomáticas más
características hasta las vivencias estéticas originales que los determinaron. Se
quiere con ello llegar a gozar no solo el tema poético deliberada y calculadamente
construido y comunicado por el artista, sino también La atmósfera interior, espiritual
personal, donde esa flor nació; tomar conciencia, para su cabal goce, de toda la
79
R. Lida, op. cit., p. 64.
79
luz de poesía que allí está vibrando, no sólo de la que nos contorna los objetos,
sino también de sus rayos infrarrojos y ultravioletas y de su eficacia oculta y vital.
Y todo ello arrancando sabiamente a los indicios toda su fuerza denunciadora. Per
aspera ad astra: se intenta asistir por vislumbres al espectáculo maravilloso de la
creación poética.80
80
A. Alonso, “Propósito de la colección”, p. 12 (cursivas mías).
81
“El revés de una metáfora”, en Obras completas, t. XIV, p. 133.
80
con las siguientes palabras: “siempre he tenido dos enemigos: la abundancia de mis reacciones
literarias ante todas las cosas diarias, por mínimas que sean [...], y segundo, el inmenso dolor,
que se vuelve inhibición y pudor, que hay en mi vida. Nunca hemos hablado de esto, y no será
por carta como yo me atreva a explicárselo. Creo con sinceridad que nadie sospecha todo lo
que yo he podido asimilar y vencer en materia de desesperación y amargura. Y me he queda-
do un poco paralizado. Cuando quiero hablar de cierta manera, la pluma se me ahoga en los
sobresaltos de mi sangre, lloro de veras, y siento que me falta fuerza nerviosa para soportar
el empellón de ciertas evocaciones. Me resisto, por economía vital, a sangrarme así volunta-
riamente. Pero un día lo intentaré de una vez y quizá entonces Ud. me compadezca un poco y
comprendan el sacrificio estético que habrá en ello”. Crónica parcial. Cartas de Alfonso Reyes
y Amado Alonso, 1927-1952, prólogo y edición de Martha Elena Venier, México, El Colegio de
México, 2008, pp. 67-68.
81
Porque, usted sabe muy bien que la rigidez del molde, las trabas estrechas de la
rima, de la medida y del ritmo, hacen de condensadores. O mejor: sólo cuando
la emoción poética llega a un grado amenazador, de presión, de tensión, se es-
cribe dignamente en verso, como si hubiera que reforzar la caldera o canalizar
el torrente. Creo que la razón es esta: cuanto más subjetivo es lo que tenemos
que decir, más rígida estructura requiere su objetivación. Y poetizar es objetivar,
hacer que lo que yo estoy viviendo en mi vida subjetiva, sea elevado al rango de
objeto, de cosa, con su validez propia, con su eficacia estética propia.84
83
Ibid, p. 62.
84
Id.
82
Esta es la razón de por qué tasamos a un escritor no por lo que vale o es, sino por
lo que hace. O si V. quiere: cada uno vale lo que hace. Si estamos esperado de V.
la obra grande ¿qué otra cosa es si [sic] no que creemos que usted vale más de lo
que ha hecho? Nada en contra de lo ya hecho. Es cuestión de proporciones. Yo he
gozado intensamente con todos sus escritos. Sus objetivaciones perfectas. Pero
en su mayor parte ha objetivado V. lo que su vida rozaba al pasar, impregnándolo
de su peculiar perfume, de su sabor, y hasta de tacto y de líneas. Pero le falta la
objetivación de gran esfuerzo; no la que su intuición del mundo toque, sino la que
sea su intuición misma [...]. Yo sé de cierto que V. va a darnos la obra grande. Y,
desde luego, ha de ser en el relato, no en el mero comentario.85
Me dirá V. —No creo dogmáticamente en el arte por el arte, pero ¿qué otra cosa
sino valores estéticos hay en las obras de arte? Claro, pero éste es precisamente
su punto que me ha hecho cabilar [sic] mucho y al que creo haber dado una solu-
85
Ibid., p. 63.
83
ción, o mejor, creo haber dado con la solución. Compare V. una página de Gautier
con una de Cervantes y le resulta C. desproporcionadamente más valioso estéti-
camente. Sonetos de Heredia y de Shakespeare son ejemplos mejores. ¿Qué es lo
que decide? ¿Por qué tenemos en más a Shakespeare o a Cervantes? No se trata
de acuerdos parciales y acuerdos totales [...] Se reconoce el artista genial es que
tiene una visión intuicional de, y en que da forma (acto estético) a valores, valores
vitales que en sí no son estéticos. Lo estético está en el acto y en el hecho de dar
forma y cohesión [,] de convertir el objeto (gegenstadd, contrapuesto, dicen los
alemanes) a corrientes de vida y valores vitales en que otros hombres no geniales
y el mismo genio fuera de momentos tensos de la creación artística estén sumer-
gidos [...]. Y nada de obra moral por eso. No se trata de deducir ni de razonar, de
justificar ni de inducir. Se trata de intuir y objetivar. En esto está el quid estético.86
86
Ibid., p. 73.
87
A. Reyes, “Estilística y estilología”, en Obras completas, t. XIV, p. 379.
88
Ibid., p. 380.
89
Ibid., p. 381.
84
¿No será, pues, la crítica metodológica una deformación didáctica, un vicio fomen-
tado por la necesidad escolar? He aquí una monografía sólida y bien documenta-
da, establecida sobre estadísticas y aparatos fonéticos. Allí se registran y se com-
putan los números de la poesía. Y como final ¿qué averiguamos? ¡Averiguamos
que los buenos versos suenan bien [...]! ¡Si ya sospechábamos que la estética es
una manera de crueldad, como la virtud, y como el número!91
Ibid., p. 384.
90
Ibid., p. 382.
91
92
P. Henríquez Ureña, “Patria de la justicia”, en Ensayos, J. L. Abellán y y A. M. Barrenechea
(ed. y coord.), Madrid–París–México–Buenos Aires–São Paulo–Lima–San José–Santiago, allca
XX, 1998 (Archivos, 35), pp. 262-265; la cita, p. 265.
85
los textos, y otra que, ante la urgencia de elaborar esta pregunta, prefirió mu-
chas veces abandonar la pregunta por la forma. La respuesta de Reyes, junto
a los trabajos de Lida, representa un punto medio entre estas dos corrientes,
y por ello permite leer desde un punto de vista problemático muchos de los
prejuicios y certezas que se adueñaron de nuestra crítica conforme fue avan-
zando el siglo xx.
Hemos dicho arriba que la estilística se propone como una suerte de arqueo-
logía de las experiencias. Sin embargo, dicha arqueología puede intentarse
de muchas maneras. José Portoles ha señalado con claridad lo que separa a
este respecto la estilística de Amado Alonso de la de Dámaso Alonso. Mien-
tras que el segundo practica una estilística que atiende prioritariamente a las
creaciones individuales de autores de obras de literatura, el primero distin-
gue, desde el “Propósito” que abre la Colección de Estudios Estilísticos, una
estilística que investiga lo afectivo en la lengua corriente y una estilística que
se ocupa del acento personal que los autores construyen a partir de la lengua
corriente.93 En el texto preliminar que abre el segundo volumen de dicha co-
lección, Alonso le dará el nombre de “estilística de la lengua” a la primera y
de “estilística del habla” a la segunda. Así, la investigación lingüística que da
cuenta de los valores afectivos en el habla común es condición de posibilidad
metodológica para el trabajo de re-construcción de sensaciones, en que se
empeña el crítico literario. Gracias a dicha articulación comienza a emerger
una visión de la literatura que pone el acento en la vida cotidiana en lugar de
enfocar la atención en aquello que la separa de las élites del pueblo. Entre las
obras literarias y lo que cada ser humano hace con las palabras mientras vive
no hay una diferencia de esencia sino sólo de grado. Ello también quiere decir
que hay posibilidades de encontrar literatura en todos lados.
En sus escritos de juventud Raimundo Lida elabora una operación similar
a la de su maestro: si el primero abre los estudios literarios a la lingüística,
resaltando de esa manera la relación de la literatura con el habla cotidiana, y
de ambos con la vida, Lida abrirá dichos estudios a la filosofía, construyendo
93
José Portoles, Medio siglo de filología española (1896-1952). Positivismo e idealismo, Madrid,
Cátedra, 1986, pp. 162-166.
86
En una carta del 15 de mayo de 1940, Reyes le había pedido a Amado Alon-
so materiales para alimentar un ciclo de conferencias sobre “Ciencia de la
94
R. Lida, “La creación poética”, Cursos y conferencias, año V, vol. X, núm. 9, diciembre de
1936, pp. 985-998; la cita, p. 986. La apelación a falanges y falansterios viene preparada por
una frase que se remite al inicio del texto: “las doctrinas poéticas tienen también sus Fouriers”.
Con ella se alude al carácter despótico de algunas doctrinas teóricas que utópicamente buscan
elaborar clasificaciones que dan cuenta de la totalidad posible de la experiencia humana.
87
95
Crónica parcial, p. 116.
96
Ibid., p. 124.
97
R. Lida, ”La creación poética”, p. 988.
98
R. Lida, “La obra literaria”, Megáfono, núm. 11, agosto de 1933, pp. 6-8; la cita, p. 6.
88
invita a mirar “la creación literaria en cuanto signo consolidado de una forma
viva del espíritu”.99
Como puede verse, para Lida el saber de la teoría tiene un carácter marca-
damente diferenciado respecto del de las ciencias de la naturaleza. Y es que
el texto que citamos arriba se presenta a sí mismo como lección introducto-
ria de un curso dedicado a la “poética” de Dilthey, y debe leerse, por tanto,
en el marco de las discusiones sobre las “ciencias del espíritu” impulsadas en
el continente americano a partir de la recuperación de este pensador a am-
bos lados del océano.100
Los planteamientos de Dilthey sobre la fundamentación de las ciencias del
espíritu comenzaron a ser ampliamente discutidos en América Latina a partir
de 1944, cuando las traducciones de la obra completa de Dilthey preparadas
por Eugenio Ímaz comenzaron a circular gracias al Fondo de Cultura Econó-
mica. Lida fue cómplice decidido en la empresa de Ímaz.101 Por ello podemos
leer sus textos como parte de un proyecto conjunto.
A diferencia de las ciencias de la naturaleza, que trabajan con hechos, las
ciencias del espíritu trabajan con hechos históricos, que tienen sentido; por
ello, más que ser explicados, deben ser comprendidos. Ello quiere decir que
Idem.
99
R. Lida, ”La creación poética”, p. 989. ¿Cuáles textos comentó Lida como parte de esa
100
“poética”? ¿Serían los mismos recogidos por Eugenio Pucciarelli para su aparición con el título
de Poética en la edición de Losada de 1945? El acercamiento de Lida a Dilthey es apenas tres
años posterior al ensayo de Ortega y Gasset, “Guillermo Dilthey y la idea de la vida”, publicado
en los números de noviembre y diciembre de Revista de Occidente, y se adelanta diez años a los
primeros usos de este pensador en la obra de Américo Castro y otros filólogos de la Escuela de
Madrid. Véase a este respecto J. Portoles, op. cit., pp. 121-135.
101
Eugenio Ímaz, El pensamiento de Dilthey, México, fce, 1946. A este libro lo antecedió Asedio
a Dilthey, publicado el año anterior, que recoge los prefacios preparados por Ímaz para cada
volumen de las Obras completas del autor. Sobre la evolución del pensamiento de Ímaz véase
Álvaro Matute, El historicismo en México. Historia y antología, México, ffyl-unam, 2002, pp. 38-
42, y José Ángel Ascunce (comp.), Eugenio Ímaz. Hombre, obra, pensamiento, México, fce, 1990.
Según consta en los documentos guardados en el Archivo del Fondo de Cultura Económica,
Lida se encargó de revisar el manuscrito de un libro de Ímaz que sus amigos en el Fondo de
Cultura Económica comenzaron a preparar después de la muerte repentina de este autor (E.
Ímaz, Luz en la caverna. Introducción a la psicología y otros ensayos, Alfonso Reyes y José Gaos (ed.
y pról.), México, fce, 1951); e incluso sugirió la inclusión de páginas nuevas que los editores
no habían contemplado para este libro. Dichas páginas provenían de la introducción que Ímaz
había preparado a La idea de la estructura psíquica en Dilthey, libro de su discípulo Eugenio Mayz
Valenilla. Véase la carta de Lida a Orfila, 17 de febrero de 1951, ahfce, exp. Raimundo Lida, leg.
1, fols. 21-22.
89
102
J. Portoles, op. cit., p. 159.
103
R. Lida, “Kierkegaard y la poética actual”, p. 22.
104
Idem.
105
Ibid., p. 23.
90
Por ello no existe “personalidad” del poeta qué reconstruir: solo, a lo sumo,
un juego de máscaras, y el goce ante una realidad que es rica justamente por-
que es compleja y ambigua. Podríamos apuntar, a este respecto, un acuerdo
parcial entre la perspectiva del joven Williams y la perspectiva del joven Lida.
Frente a la alienación y el empobrecimiento de la experiencia que es propia
del mundo capitalista, la actitud humanista invoca la lectura como forma de
resistencia y reivindica la riqueza de la experiencia del mundo, correlativa a
los muchos seres humanos que habitan en un mismo ser.
Esta visión filosófica permite también que Lida recuse la pretendida trans-
parencia del lenguaje que Alonso parece mantener implícitamente en su arti-
culación entre estilística de la lengua y estilística del habla. Porque la verdad
es que no siempre expresamos lo que queremos decir: el lenguaje es también
fuente de equívocos y oculta tanto como ilumina. Este tema, que generacio-
nes posteriores de filólogos latinoamericanos elaborarán a partir de la lectura
de la teoría marxista de la ideología, y del estudio de autores como Freud y
Fanon, es desarrollado por Lida a través de un estudio magnífico sobre Berg-
son que fue publicado en 1933 en la revista Nosotros, comentado por el pro-
pio Bergson y luego ampliado por Lida para su inclusión en el libro Letras
hispánicas.
En la obra de Bergson el pensamiento conceptual (al igual que sus pala-
bras, que son las del lenguaje cotidiano) es un recurso de la vida práctica,
una construcción para actuar en la vida de mejor manera. Los signos, que
organizan el pensamiento conceptual, son un artificio de la inteligencia; al no
estar adheridos a las cosas de manera necesaria, permiten nombrar realida-
des nuevas con significantes viejos y traer a dichas realidades la memoria de
experiencias pasadas. También el lenguaje opera de esa manera: “almacenan-
do experiencias pasadas, el lenguaje, como la vida social, establece un nivel
medio al que llegan sin esfuerzo todos los individuos”.106 A través del lengua-
je, la inteligencia moviliza la memoria y construye esquemas que moldean la
experiencia y ayudan en el encuentro con lo nuevo. Merced a esa memoria
de experiencia pasada guardada en los signos del lenguaje, la percepción del
presente está siempre llena de percepciones del pasado. “En nuestro comer-
cio diario con las cosas, no vemos en realidad las cosas mismas, sino unos
esquemáticos signos intelectuales destinados a evocar recuerdos [...] la per-
R. Lida, “Bergson, filósofo del lenguaje”, en Letras hispánicas. Estudios, esquemas, México,
106
91
cepción no nos procura una imagen total de las cosas, ni siquiera lo peculiar
de ellas, sino lo genéricamente útil”.107
De esa manera la percepción moviliza el pasado, invocando selectivamente
los fragmentos del mismo que pudieran ser de mayor utilidad para actuar en
el presente. La capacidad de vivir prácticamente se construye afanosamente a
costa de la pérdida de la riqueza del mundo: “En toda percepción la memoria
vuelve, pues, aquel residuo de nuestra experiencia que sea de utilidad inme-
diata, aun a costa de dejar ver en la sombra lo que en esa percepción hay de
original y único, siempre que no interese a nuestras necesidades”.108
Los signos engendran el sentido común y el lenguaje cotidiano, que es tra-
ducción verbal del sentido común;109 se cristalizan en hábitos sociales y ayudan
en la construcción colectiva, intergeneracional, de un mundo donde es posible
actuar y reflexionar: “el mundo nos devuelve reflejado en cosas —superficies,
aristas— el diseño de nuestro posible influjo en él, de los caminos que la per-
cepción va abriendo a la acción por entre la afanosa maraña de la realidad”.110
Trabajar con palabras no es, pues, sino moverse en los confines de un mun-
do donde la experiencia ha sido desarticulada para que las cualidades adquie-
ran la forma de cosas; las realidades temporales se convierten en realidades
espaciales,111 y la vida interior, conformada por “un tiempo vivido, todo cua-
lidad: un fluir de momentos originales y heterogéneos”, ha sido suplantada
por “una sombra del yo proyectado sobre el espacio homogéneo”:112 una sus-
tancia engañosamente homogénea por la que nosotros tenemos la ilusión de
parecernos a nosotros mismos, y donde nuestros complejos estados afectivos
quedan sustituidos por “una acumulación de hechos inertes, traducibles, eso
sí, cada uno por una palabra, porque cada una de estas incoloras unidades
psíquicas es un más o menos, un residuo impersonal de las emociones o pasio-
nes sentidas, ante determinada situación genérica, por toda la sociedad”.113
Ibid., p. 47.
107
Ibid., p. 49.
108
109
Ibid., p. 52.
110
Ibid., p. 50.
111
“Hasta el tiempo mismo —única dimensión de nuestra experiencia interna— lo pensa-
mos como una manera de espacio homogéneo, y nos es imposible percibir nuestros propios
estados de conciencia sin disponerlos como objetos alineados en el espacio, ilusión que la psi-
cología ‘exacta’ (la psicofísica) ha llevado a sus últimas consecuencias y expresado en fórmulas
matemáticas”. Ibid., p. 55.
112
Ibid., p. 57.
113
Ibid., p. 56.
92
Ramón Xirau, “Raimundo Lida en sus Letras hispánicas”, Revista de la Universidad de México,
114
93
la tradición alemana son, para Lida, Herder y Goethe. En el primero “la histo-
ria literaria se transforma en un estudio comparativo del carácter de los pue-
blos y se articula dentro de una historia orgánica de la cultura”;116 él es para
Lida el guía en las formas de examinar lo empírico e individual, además de un
maestro de la erudición y la sensibilidad histórica. Goethe, por otro lado, es
el iniciador de una concepción creativa de la tradición, pues para él “el artista
no fabrica su obra de acuerdo con cánones que le son anteriores, sino que
crea a la vez el canon y la obra”.117 Al mismo tiempo en su obra aparece una
concepción de la cultura como forma de la naturaleza, impulso vital: “porque
en el fondo la poesía es eso: naturaleza. Los versos surgen en el mundo tan
naturalmente como las flores o los pájaros”.118
El pensamiento romántico francés presenta una imagen simplificada de
estas ideas; en la concepción de Lida, dicha imagen parece ser responsable
de los equívocos presentes en la filología positivista. Así Madame de Staël in-
troduce la dimensión cultural en el estudio de la literatura, pero articula esa
historia cultural en el marco de una visión cartesiana de la historia ordenada
según la Ley del progreso necesario;119 Victor Hugo, brillante como polemis-
ta, recupera el valor estético de lo grotesco (ya entrevisto por Lessing), pero
construye imágenes inexactas del pasado cultural contra el cual reaccciona,
burlando “elementales normas de exactitud histórica (y hasta de sentido co-
mún)”;120 Sainte-Beuve es responsable del dogma de que el crítico debe ser
imparcial y entregó brillantes acercamientos psicológicos y biográficos a los
autores que estudiaba, incluso si ellos muchas veces se diluyen en hipotéti-
cas “familias de espíritus”… Todos ellos representan, de distintas maneras,
tendencias nocivas en la crítica literaria posterior, y por ello deben ser exor-
cizados.
De todos ellos, el mayor enemigo de Lida es Taine. No solo ocurre que sus
“familias de espíritus” son mucho más rígidas que las de Sainte-Beuve. Taine
interpreta el sistema de Herder en sentido mecanicista. Aspira a una crítica
“científica” que pone en práctica los métodos de observación y experimen-
tación de las ciencias naturales, con un positivismo que “no es la atenta y
116
Ibid., p. 991.
117
Ibid., p. 993.
118
Id.
119
Ibid., p. 994.
120
Ibid., p. 995.
94
humilde sujeción a los hechos, propia del hombre de ciencia”,121 sino un de-
terminismo monista donde “los hechos biográficos e histórico-sociales ya no
son antecedentes o circunstancias que ayudan a la explicación de la obra de
arte, sino que son su causa”.122 Taine es responsable de lo que Lida entiende
como una tendencia metafísica de la filología positivista, que se manifiesta en
sus intentos por buscar leyes que expliquen de manera lineal los hechos del
espíritu.
Ya citamos las palabras de Xirau: en los textos de Lida es tan importante lo
que dice de otros como lo mucho que dice de sí mismo a través de ellos. ¿Qué
dice de sí mismo Lida en este breve recuento? Probablemente, que el medio
intelectual hispánico (e hispanoamericano) es heredero de una concepción de-
terminista y metafísica de los hechos artísticos, propia del pensamiento ro-
mántico francés, y que alcanzó su máxima realización en la filología positivis-
ta; que por ello es necesario refutar los intentos contemporáneos de construir
una “ciencia de la literatura”, que son herederos de dicha concepción; y que,
frente a ella, es fundamental recuperar la lección de libertad de esa pléyade
de pensadores que enseñaron a ver la cultura como impulso de vida, a la tra-
dición como una invención del espíritu creador, y al arte como parte de la
historia integral de la humanidad; que señalaron que no es posible construir
principios estéticos universales y reivindicaron al arte como racionalidad intui-
tiva que ofrece otra forma de acercarse a la realidad.123
Ibid., p. 996.
121
Ibid., p. 997.
122
123
En la conferencia de 1931 Lida señaló dos obras recientemente aparecidas cuyo estudio
podía serle útil a los lectores hispanoamericanos, y que pueden entenderse como dadoras de
elementos para la construcción de esa “filosofía de la literatura” entrevista por el joven filólo-
go argentino. La primera de esas obras es El poema lírico del filósofo alemán Johannes Pfeiffer,
quien propone “una ontología, no ya de la obra lírica, sino de la actitud lírica como forma
de existencia humana” (“La obra literaria”, p. 7). Dicha forma de existencia humana implica
una recuperación de lo concreto; una experiencia de la palabra que no está condicionada por
la función instrumental del lenguaje, y una experiencia total de las cosas mismas que se da
merced a dicha experiencia de la palabra. En dicha forma de existencia adquiere consistencia
una racionalidad que está vinculada a representaciones intuitivas y se enlaza a lo que Lida,
siguiendo a Pfeiffer, llama un “tono del espíritu” y una “coloración psicológica”. Pfeiffer además
demuestra que el yo lírico no es equivalente al sujeto biográfico autor del poema o a una espe-
cie de “sujeto genérico” que habla en el texto, sino que debe ser entendido como “una indivi-
dualidad susceptible de ser experimentada por otros al ser reconstituida en cada lector” (ibid.,
p. 8). El otro autor presentado por Lida es Roman Ingarden, cuyo libro La obra de arte literaria
es, para el argentino, fundamental en el análisis del carácter intersubjetivo de la comprensión
del hecho literario. A Lida además le interesa su visión de la obra como un cuerpo constituido
95
por estructuras de significación que se ordenan en estratos, capas superpuestas que van de los
aspectos más concretos de la lengua a las estructuras más abstractas de significación, y cuyo
sentido emerge en el lector como resultado de una especie de efecto de armonía que va de un
estrato a otro. Lida además propone un agudo análisis de la forma en que Ingarden concibe la
obra como reveladora de cualidades metafísicas de la experiencia (por ellas Ingarden entiende
atmósferas como lo sublime, lo trágico, lo santo y lo grotesco que transfiguran y desbordan la
existencia cotidiana). Tras su llegada a México, Lida intentó que ambos autores se publicaran
en el Fondo de Cultura Económica. Como es sabido, el Fondo publicó otra obra de Pfeiffer en
una soberbia traducción de Margit Frenk que comentaremos adelante. Ingarden fue discutido
en las tertulias de Ímaz, Gaos, Orfila y Lida, pero el argentino no logró convencer a los otros de
la necesidad de publicar su libro.
96
se fue volviendo cada vez más difícil encontrar a lectores cuidadosos que al
tiempo participaran de las preguntas y pasiones de la cultura de izquierdas
en América Latina. Había demasiada prisa. Pero uno de esos pocos lectores
fue Cornejo Polar.
Y es que todos los que hemos leído Escribir en el aire sabemos hasta qué
punto el crítico peruano fue un maestro en el arte de la lectura: sus textos
no son sólo grandes muestras del mejor pensamiento crítico desarrollado
en América Latina, sino también escenificaciones de un proceso. En lugar de
ofrecer sus conclusiones terminadas, en sus mejores textos Cornejo invita a
sus lectores a leer junto a él: ofrece fragmentos de texto que luego comenta
morosamente; enseña a pesar las palabras, sentir el ritmo y la puntuación
de los textos… En muy buena medida, de allí viene la fecundidad de mu-
chos de sus textos mayores. Uno aprende a leer junto a Cornejo. Sus textos
invitan a sus lectores a la elaboración práctica de una sensibilidad hacia el
lenguaje, que es también una sensibilidad hacia la historia.
La obra temprana de Cornejo Polar representa un momento adicional en
los intentos del latinoamericanismo literario de ajustar cuentas con la tradi-
ción hispanista para volverla capaz de pensar una realidad compleja y diversa:
en sus primeras lecturas del Siglo de Oro español, sus reflexiones sobre la
obra de Dámaso Alonso y sus ediciones eruditas de textos virreinales, Cor-
nejo se preparó para leer América Latina. Para entender dicha preparación
es necesario recordar que Cornejo fue un filólogo con vocación ciudadana,
comprometido con la construcción del socialismo y ubicado en un lugar pro-
blemático respecto de los discursos de especialización de las ciencias socia-
les y humanísticas en nuestra América Latina.124 Es importante recordar esos
momentos hoy, en que la visibilidad cada vez mayor de la obra del crítico
peruano en algunos espacios académicos ha terminado por crear algunos lu-
gares comunes, los cuales por ejemplo reducen sus aportaciones a la famosa
“heterogeneidad”, y llevan rápidamente sus planteamientos a la crítica pos-
El presente trabajo se nutre de las observaciones sobre los textos juveniles de Cornejo
124
Polar elaboradas por Raúl Bueno en Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoame-
ricana, Lima, Universidad Nacional de San Marcos, 2004, pp. 85-87. También hay importantes
observaciones sobre la etapa juvenil de Cornejo en José Antonio Mazzotti, “Heterogeneidad
cultural y estudios coloniales: la prefiguración y la práctica de una ruptura epistémica”, en
Friedhelm Schmidt-Welle (ed.), Antonio Cornejo Polar y los estudios latinoamericanos, Pittsburgh,
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2002, pp. 37-44.
97
Antonio Cornejo Polar nació en Lima en 1936 y pasó su vida temprana en Are-
quipa, en una familia de músicos, escritores y académicos. Su padre, Salvador
Cornejo Cuadros, fue profesor de literatura española en la Universidad de San
Agustín durante más de cuarenta años, en donde ocupó el cargo de deán de
la Facultad de Letras. Su abuelo, el admirado poeta, maestro y filósofo Jorge
Polar Vargas, fue profesor en la misma universidad y rector de la misma du-
rante cinco periodos. En un texto escrito para el homenaje que le tributó la
Universidad de California, Jorge Cornejo Polar, hermano mayor de Antonio,
recordaría la profunda influencia que sobre el crítico literario tuvo ese am-
biente familiar, con la madre y la tía de ambos recordando continuamente los
dichos y hechos de Jorge Polar Vargas; el hermano mayor también recordaría
a Antonio asistiendo a las clases de su padre en los auditorios de San Agus-
tín.125 En una entrevista concedida a finales de la década de 1970, Antonio
Cornejo Polar evocaría en términos similares la biblioteca familiar formada
por los libros de su abuelo, su padre y su hermano mayor, quien —según con-
fesión de Antonio— habría sido su mejor maestro.126
Ese ambiente conformó el inicio de una vocación. Entre los rasgos funda-
mentales de la misma podemos destacar los que siguen: la participación de
una cierta “universidad familiar”, cuya biblioteca se nutre de las redes latinoa-
mericanas del hispanismo, con centros en la Ciudad de México, Buenos Aires
y Santiago de Chile, además de las obras clásicas de la escuela de Menéndez
Pidal editadas en España; una cierta vocación pública de la filología que se
125
Véase Jorge Cornejo Polar, “Family Portrait and Background”, en Antonio Cornejo Polar:
1963-1997. Tribute and Bibliography, Lima-Berkeley, Centro de Estudios Literarios Antonio Cor-
nejo Polar-Latinoamericana, 2000, pp. 17-18.
126
“Antonio Cornejo Polar”, entrevista con Carlos García Barrón, en C. García Barrón, Diálo-
gos literarios, s.l. [Lima], Studium, s.f. [1977], p. 58.
98
Como decía Cornejo en la entrevista citada, su vocación “comenzó muy pronto, en rela-
127
ción a la crítica y a la enseñanza de la literatura […]. Creo que condicionado por este ambiente
familiar opté por estudiar Letras, y dentro de este campo dedicarme a la Literatura […]. En
todo caso, así me explico que iniciara mi carrera en la docencia universitaria casi como si fuera
cosa natural […]. La enseñanza es un hermoso vicio del que no se escapa fácilmente”. Ibid., pp. 57-58
(cursivas mías).
128
En la entrevista que hemos citado, a la hora de preguntarle por los maestros de San
Agustín que habrían influido su formación, Cornejo Polar responde que en aquel tiempo la
universidad atravesaba por una crisis muy profunda, pero recuerda la influencia del filósofo
Miguel Ángel Rodríguez Rivas, cuya huella quizá sea perceptible en el interés filosófico que
se observa en Cornejo desde sus primeros textos. Similar es su recuerdo de la Universidad
Complutense de Madrid, que Cornejo Polar visitó en el marco de sus estudios de doctorado:
la visita le permitió hacer el trabajo de archivo necesario para su edición del Discurso en loor
de la poesía, a pesar de que “la Universidad me resultó muy poco estimulante y los cursos de
Literatura Española, que en ese momento me interesaba enormemente, fueron realmente muy
decepcionantes”. C. García Barrón, op. cit., pp. 58 y 60.
129
Evoco aquí las nociones elaboradas por Francisco Romero para pensar el problema de la
normalización de los estudios filosóficos en el continente. Hemos hablado de estas nociones
en la introducción al presente libro.
130
Ángel Rama, “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, en Á. Rama, Crítica li-
teraria y utopía en América Latina, selección y prólogo de Carlos Sánchez Lozano, Medellín,
Editorial Universidad de Antioquia, 2006, p. 3. Para entender mejor dicha posición puede ser-
vir el establecimiento de un punto de comparación. En una entrevista de 2002, Peter Elmore
reflexionaba sobre lo que para él había significado irse a vivir a los Estados Unidos. Aunque
99
Elmore pertenezca a una generación posterior a la de Cornejo, vale la pena citar sus palabras,
pues ellas reflexionan con sinceridad sobre algunos aspectos relacionados con las condiciones
materiales del ejercicio filológico en Perú y otras regiones de América Latina: “Sigo creyendo
que el ser social determina la conciencia. Hay ciertos límites, ciertas características del medio
en el que estás que condicionan tu manera de producir, de trabajar. No me hubiera podido
expresar en el formato del ensayo largo, de la novela, si me hubiera quedado en el Perú. Mi
formato hubiera sido el de la clase, de la conferencia y del artículo. Mi trabajo de profesor uni-
versitario hubiera sido, como el de muchos, no un trabajo de investigación sino de enseñanza,
y mi trabajo intelectual se hubiera tenido que dar a través de periódicos o revistas. Vivir en los
Estados Unidos supuso para mí una apropiación importante de mi tiempo, un tiempo que yo
podía controlar”. “Perú, literatos sin literatura. Una entrevista con Peter Elmore por Abelardo
Sánchez León y Martín Paredes”, Quehacer, Lima, núm. 138, sept.-oct. 2002; disponible en In-
ternet <http://www.desco.org.pe/node/3517> recuperado el 1 de diciembre de 2016. Como
explica el mismo Elmore, la escasez de universidades en donde trabajar, de editoriales en las
cuales publicar, y la baja paga de los salarios, obligaba (y obliga) a los investigadores a ser, al
mismo tiempo, profesores, promotores culturales y periodistas. Ello dificulta trabajar en cier-
tos formatos (“el ensayo largo”, la novela), y obliga a hacer filología “a través de periódicos y
revistas”. Como diría también Ángel Rama, ello obliga a una especial relación con el tiempo.
131
Intervención de Cornejo Polar en Julio Ortega, Françoise Perus, Saúl Sosnowski y Hernán
Vidal, “Las revistas literarias en América Latina y los márgenes de su libertad”, Texto Crítico, Xala-
pa, núm. 20, 1981, p. 149. En ese ambiente Cornejo Polar inició sus primeros proyectos de mi-
litancia cultural: siendo estudiante, participó en la revista Alpha y fundó el Grupo Cultural Perú,
dedicado a promover el estudio y la investigación de diferentes temas de la realidad peruana.
Y sin embargo, el interés de Cornejo por América Latina y Perú comienza a tomar forma escrita
sólo a finales de los sesenta. En los años que estamos reseñando Cornejo estudia el Perú, pero
aún no escribe sobre él. Sin embargo, en ese tiempo el autor comienza a elaborar el punto de
vista que después le permitirá acercarse a dicho tema. Jorge Cornejo Polar, op. cit., p. 18.
100
Orientada de tal modo la serie de lengua y literatura, no hay peligro que degenere
en archivo ilegible. Conversación viva es la que traen estos libros. Inútil señalar la
importancia de tan cuidadosa siembra para países como los nuestros, gravemente
necesitados de buena crítica. Cada libro enriquece con una nueva voz el coro de la
comprensión inteligente y cordial.133
La fundación de esta colección fue parte de las actividades que Orfila constru-
yó para abrir un espacio para la literatura en el Fondo de Cultura Económica.
No hay que olvidar que esta editorial inició con los deseos de Cosío Villegas
de editar libros de texto que permitieran que los estudiantes de economía
pudieran formarse en sus carreras universitarias. La literatura entró al Fondo
tardíamente, casi de contrabando: primero en la colección Tezontle, en don-
de Alfonso Reyes y Max Aub publicaron pequeños libros de autor con dinero
132
Sobre el uso de la traducción de García Bacca, véase “Palabras y cosas. Algunos tiempos
de la estética literaria”, Humanitas, Arequipa, núm. 1, oct-dic. 1963, nota 1, y “Lope de Vega: de
la sumisión a la rebeldía. Notas sobre el Arte nuevo de hacer comedias”, Letras, Lima, núms. 68-69,
primer y segundo semestre de 1962, p. 26. Hablaremos de nuevo sobre este tema en el capítulo
II, cuando recordemos la relación de Juan David García Bacca con Ángel María Garibay.
133
Citado en Víctor Díaz Arciniega, Historia de la casa Fondo de Cultura Económica, 1934-1996,
2ª. ed., México, fce, 1996, pp. 114-115.
101
134
Sobre la historia de la literatura en el Fondo véase Freja Cervantes, “El pájaro transmuta-
do en piedra. La Colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica”, tesis inédita para optar
al grado de Doctora en Letras, México, ffyl-unam, 2019. Sobre la concepción socialista que ani-
mó los proyectos de Orfila véase Víctor Erwin Nova Ramírez, “Arnaldo Orfila Reynal. El editor
que marcó los cánones de la edición latinoamericana”, tesis inédita para obtener el grado de
Maestro en Historiografía, México, UAM-A, 2013, pp. 134-137 y 141-146. Tengo noticia de la
aparición de un reciente libro de Gustavo Sorá sobre el tema, pero no pude acceder a él a tiem-
po para la revisión del presente libro.
135
La edición de este texto elaborada por Cornejo aparece por primera vez como un largo
artículo en la revista Letras editada por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el
mismo número 68-69 en que se publica su texto sobre Lope de Vega. Posteriormente, en 1964,
aparecerá como libro, con idéntica paginación al artículo de Letras.
102
logos a los que Pfeiffer estaba explicando en los ejemplos originales. Final-
mente, la traductora complementa la explicación de Pfeiffer con abundantes
señalamientos introducidos entre corchetes, con lo que el libro publicado por
el Fondo termina siendo algo muy distinto a la versión original alemana.136
Al mismo tiempo, hay otros textos que no están citados explícitamente,
pero son aludidos constantemente. Mímesis de Erich Auerbach, traducido por
consejo de Lida para inaugurar la colección de Lengua y Estudios Literarios
en 1950, es el interlocutor silenciosos de “Palabras y cosas: algunos tiempos
de la estética literaria” (1963), texto en que el joven Cornejo enunció por pri-
mera vez un problema que sería fundamental a partir de sus primeras apro-
ximaciones a la obra de Arguedas: el problema de cómo la literatura es un
espacio para la construcción de valor respecto de la realidad en que vivimos,
de revelación de un fragmento marginado de la experiencia social, y no mera-
mente de reflejo o reproducción de la misma.137
“Lope de Vega: de la sumisión a la rebeldía”, publicado un año antes (en
1962), es un ejercicio de lectura cuidadosa en donde el trabajo con el estilo
ayuda a caracterizar los “acallados gestos de rebeldía” que conforman “una
poética invisible”, “que no se ve porque se está gestando”, y le dan al Arte
nuevo de hacer comedias un carácter político;138 al mismo tiempo, en dicho tex-
to, el joven Cornejo esboza un programa de trabajo que se volcaría al análi-
136
Y algo similar ocurrió con el libro de Curtius: a pesar de que la traducción está firmada
por Margit Frenk y Antonio Alatorre, en realidad el libro fue traducido del alemán por Margit
Frenk, pues en aquel tiempo Alatorre no sabía alemán; él sólo se encargó de verter las abun-
dantes citas en griego y en latín, que se tradujeron directamente de las lenguas originales o
se citaron utilizando las que, según el criterio de Alatorre, eran las traducciones más logradas
de cada uno de los autores clásicos utilizados por Curtius. De esta manera, el libro se volvió
un muestrario de los traductores españoles e hispanohablantes más importantes del mundo
clásico, una especie de pequeña antología que permitió que sus lectores conocieran de forma
ordenada a los mejores poetas de la lengua española que se habían relacionado con la tradi-
ción clásica. Para reseñar la historia de las traducciones de Pfeiffer y Curtius me he basado en
conversaciones personales con Margit Frenk. Sobre el uso de estos libros en Cornejo, véase
“Palabras y cosas…”, nota 3, y “Lope de Vega…”, p. 27.
137
Décadas después, el propio Cornejo recordaría de la siguiente manera su lectura de esta
obra: “Recuerdo que en la década de 1960 me impactó mucho Mímesis (1946), de Erich Auer-
bach, libro sobre la representación de la realidad en literatura. Un clásico que me sigue siendo
útil hasta hoy”. “Nos conocemos mal”, entrevista a Antonio Cornejo Polar en el suplemento
“Domingo”, La República, Lima, 18 de septiembre de 1994, páginas 25-27; disponible en Inter-
net <http://jcoaguila.blogspot.mx/2013/01/entrevista-antonio-cornejo-pola.html>, recupera-
do el 1 de diciembre de 2016.
138
“Lope de Vega…”, pp. 25 y 33.
103
Véase “Lope de Vega…”, p. 30. Para el Cornejo de este texto, la literatura permite cons-
139
104
siempre preocupados por relacionar la cultura del Siglo de Oro con las cri-
sis del tiempo presente a través de un conjunto de atrevidas tesis que son
asumidas y continuadas por el joven Cornejo. Los ensayos sobre el Siglo de
Oro elaborados por estos poetas son constantemente citados como materia
de inspiración intelectual, ofrecen un modelo ensayístico e invitan a un cier-
to jugar con las palabras, un cierto trabajar la sutileza de la expresión, que
enriquecen enormemente la fluidez oral de estos textos hablados del joven
profesor que investiga.
Sin embargo, el maestro del tono en estos primeros textos es indudable-
mente Dámaso Alonso, quien es, por mucho, el autor más citado en estos
primeros escritos. De él se imita conscientemente el tono íntimo, lírico y con-
fesional, que convierte a los textos filológicos en ensayos. Muchas de las caí-
das de estilo en estos textos juveniles, incluso, tienen su origen en el estilo
de Alonso.142
El joven autor es, ante todo, un estilista. Creo que, en el fondo, nunca de-
jará de serlo. Pasa con él de manera parecida a como pasó con Mariátegui,
quien hablaba irónicamente de su “edad de piedra” para referirse a los es-
critos juveniles anteriores a su viaje a Europa en 1919: el impulso juvenil de
aquellos textos queda resonando en su obra de madurez y nos invita a mirar
de forma distinta las relaciones entre arte y política (en el caso de Mariátegui,
pero también de Cornejo), y entre lectura y teoría (en el caso de Cornejo, pero
también de Mariátegui).
Como ya hemos ido mostrando a lo largo del presente capítulo, lo que
puede definir a la estilística respecto de otras formas de construcción del
saber humanístico es su reflexión sobre el carácter de la experiencia. Dicha
Como veremos abajo, la interpretación “realista” que hace Cornejo Polar de la poesía me-
142
dieval se inspira explícitamente en las tesis de Jorge Guillén (véase “Palabras y cosas…”, nota
15). Pedro Salinas es importante en la interpretación que hace Cornejo de la novela picaresca
(“Descripciones en el Lazarillo…”, p. 133 y nota 18), pero sobre todo aparece a través de sus
lecturas sobre el sentido del barroco en cuanto movimiento histórico (sus tesis son aludidas
en “Palabras y cosas…”, p. 119, y se recuperan explícitamente en el mismo texto, n. 24 y p.
121, así como en “Lope de Vega…”, p. 36). En cuanto a Dámaso Alonso, no sólo se trata del
autor más ampliamente citado por Cornejo sino que, como se dijo arriba, su tono es copiado
conscientemente por el joven filólogo, lo que a veces da pie a algunas expresiones poco afor-
tunadas (por ejemplo, aludir al Génesis en la frase “sobre las aguas que se retiran de la deshu-
manizada tierra del teatro antiguo, aletea el espíritu de Lope”, o decir del mismo autor que “su
descendencia, como la de los justos, fue pronta, próspera y nutrida”. Véase “Lope de Vega…”,
pp. 29 y 33; cursivas mías). No hay que olvidar que estamos trabajando con texto de forma-
ción, de un autor muy joven que está haciendo experimentos para encontrar un estilo propio.
105
143
Véase A. Alonso, “Propósito de la colección”, pp. 7-9, así como las reflexiones vertidas al
inicio del presente capítulo.
144
A decir de Candido, el comentario de Auerbach, que pone en relación sistemáticamente
los procedimientos estilísticos con los métodos histórico-sociológicos, permite que “la intimi-
dad de la expresión” se vuelva espacio de síntesis de una experiencia social, “deshaciendo la
dicotomía tradicional entre los factores externos e internos, que aún sirve para suplir la carencia
de criterios adecuados”. A. Candido, Literatura y sociedad. p. 40.
145
Un análisis más detallado de este último asunto debería tomar en cuenta la difusión de
esa discusión en canales como la revista Casa de las Américas, en cuyo número 17-18 (1961)
106
aparecieron los primeros adelantos de los análisis estéticos de Sánchez Vázquez basados en
los Manuscritos del joven Marx. El tema será desarrollado a cabalidad en un próximo trabajo.
146
Véase A. Cornejo Polar, “Lope de Vega…”, p. 30. En A. Cornejo Polar, “Descripciones en
el Lazarillo…”, nota 15. Cornejo invoca explícitamente los nombres de Leo Spitzer y Dámaso
Alonso.
147
No deja de sorprender la lectura que Cornejo hace de un texto de Mao, y la manera en
que el líder comunista chino es reivindicado por su capacidad de pensar la literatura en térmi-
nos unitarios más allá de la dualidad forma-contenido, pero también criticado ¡por sus presu-
puestos horacianos! Seguramente este comentario puso incómodos, tanto a maoístas como a
horacianos. Véase A. Cornejo Polar, “Novelas y cuentos completos de César Vallejo”, Amaru. Re-
vista de Artes y Ciencias, núm. 3, jul.-sept. 1967, p. 88. El gesto de tomar militantemente un tex-
to antiguo o considerado como poco importante para una discusión (aquí, poética), para luego
citarlo y elaborar un comentario que enriquece y asombra, es una constante en Cornejo. Lo
que aquí hace con Mao, lo hará en Escribir en el aire con M. H. Abrams y E. Auerbach, que para
aquellos entonces eran vistos como filólogos pasados de moda. Véase Carlos García-Bedoya,
El capital simbólico de San Marcos. Estudios literarios. Figuras representativas, Lima, Pakarina-unmsm,
2016, p. 66. Desde el punto de vista estilístico, este gesto es también común en Mariátegui, y
es posible que Cornejo lo haya aprendido de allí.
107
lis, llevaron al Amauta a elaborar una teoría revolucionaria del pasado.148 Hay
algo de Mariátegui en el gesto lector del joven Cornejo, que se distingue por
su capacidad para recuperar los elementos subversivos de ciertos textos que
parecían ya haber sido leídos. A través de dicho gesto, Cornejo hace emerger
fragmentos de la experiencia social que no son estrictamente contemporá-
neos de nuestro presente y son, por ello, subversivos.
La realidad valiosa
148
Véase Antonio Melis, “Tradición y modernidad en el pensamiento de Mariátegui”, en
Leyendo Mariátegui,. 1967-1998, Lima, Biblioteca Amauta, 1999, pp. 191-200. Hablaremos a ca-
balidad de este tema en el capítulo III del presente libro.
149
Sobre el valor de esta experiencia, que merece una investigación detallada, vale la pena
recordar las reflexiones de Raúl Bueno, “Antonio Cornejo Polar and Popular Culture. His Expe-
rience on “la Casa de la Cultura” de Arequipa”, en Antonio Cornejo Polar: 1963-1997. Tribute and
Bibliography, pp. 21-22. Hay una versión diferente de este mismo texto en Antonio Cornejo Polar
y los avatares de la cultura latinoamericana, ya citado.
108
tradición “realista”, que hunde sus raíces en la Edad Media y que, por cierto,
había sido el interés de Auerbach en sus primeros trabajos.150
Las analogías entre el tratamiento de Dante por parte de Auerbach y las de
la Edad Media por parte de Cornejo no paran ahí. En el caso del filólogo pe-
ruano, la puerta de acceso a estos problemas está constituida por las tesis de
los poetas del exilio español. A partir de las ideas de Jorge Guillén, Cornejo
elabora una interpretación “realista” de la poesía medieval, a contrapelo de
las visiones convencionales de dicha poesía, que habían resaltado su carácter
alegórico y propuesto una lectura de la misma basada en los tratados de pre-
ceptiva. Lo fundamental para los poetas medievales —dice Cornejo, citando a
Guillén— está en la sensación de que “la realidad así sentida es maravillosa”.
Y añade el peruano: “el poeta se extravía en ella como descubridor, y quiere
decirla a otros, a sus oyentes, para comulgar con ellos en la presencia verbal
de las cosas, que a veces es la presencia misma de Dios”.151 Así, la transparen-
cia se instituye como el valor estético fundamental de la poesía medieval es-
pañola. La manera privilegiada para acceder a dicho principio socioestético,
que organiza al tiempo una determinada sociedad y un determinado régimen
de expresión, consiste en el análisis detallado de una cita. Así, al analizar una
descripción del Arcipreste de Hita, Cornejo señala que
las cosas mentadas son, ciertamente, hermosas: cabello rubio, dientes blancos,
labios rojos; al menos, son cualidades que tradicionalmente embellecen a la mujer.
Pero el Arcipreste se ha limitado a decirlas con bien convencionales palabras, pues
no le interesa que éstas causen efecto, sino que las cosas dichas, su realidad, se
prenda de la retina del lector. En determinado sentido puede decirse que su len-
guaje es “realista”: se ciñe al objeto y si tal es hermoso la palabra deja traslucir su
belleza.152
150
Me refiero a su primer libro, Dante. Poet of the Secular World, Ralph Manheim (trad.), Nue-
va York, New York Review of Books, 2007, cuya edición original apareció en 1929.
151
“Palabras y cosas…”, pp. 114-115.
152
“Palabras y cosas…”, pp. 112-113.
109
Id.
154
155
Ibid., p. 121.
156
Ibid., p. 119. Hay contactos entre la interpretación que Cornejo hace del barroco y la
elaborada por el cubano José Lezama Lima, quien en La expresión americana hablaba de la “ten-
sión” que anima el arte barroco, marcado por “un impulso volcado hacia la forma en busca
de la finalidad de su símbolo” (La expresión americana, Irlemar Chiampi (ed. crítica), México,
fce, 1993, pp. 82-83): por ello, los símbolos se multiplican, elaborando y elaborando el decir,
diciendo de diversos modos, inventando nuevas formas sin llenar su finalidad. Sin embargo, la
comparación no debe forzarse excesivamente: a Lezama le gustaba el barroco, y parece que a
Cornejo no tanto.
110
“Discurso del señor Director de la Casa de la Cultura de Arequipa, doctor Antonio Corne-
157
111
A través de Kayser, Cornejo quiere censurar a los artistas y críticos de Perú que acusan a la
158
novela de su país de atraso respecto de la evolución de la novela europea, que se suponía como
un movimiento progresivo de la épica colectiva a la inquisición problematizadora del mundo
individual. “Sostiene Kayser, a este respecto, que el paso de la epopeya a la novela es el de la
representación del ‘mundo total’ al de la representación del ‘mundo privado’” (ibid., p. 22). Pero
el camino de la novela peruana ha sido otro: a través de situaciones y personajes típicos, de
símbolos que podrían parecer “ingenuos y demasiado rígidos”, inicia una tradición que “se de-
fine por su decisión de ser algo más que un documento de la peripecia individual del hombre,
aunque éste tenga calidad representativa”; y abunda el autor: “nuestra novelística, siguiendo el
camino inverso de la europea, aprehende con vertiginosa, con alucinante autenticidad, grandes
ámbitos del mundo peruano; superando por igual los postulados de la novela psicológica y de
la novela objetiva, en favor de un realismo superior, abarcador de dimensiones cada vez mayo-
res del Perú, de su problemática más oscura, de su fuerza de siglos, de su momentáneo rostro
y de su significado permanente. Parecería que nuestra novelística se enraizara en la secular
tradición comunitaria de nuestro pueblo, donde el ayllu es casi una persona y donde un destino
suele serlo en tanto participa de sus semejantes” (ibid., p. 26). Sólo al final de su discurso Corne-
jo hace explícito el problema político que sostiene su valoración: la lucha contra el colonialismo
cultural y la necesidad de pensar nuestras tradiciones culturales en sus propios términos: “bajo
el patrón de la evolución europea, ese carácter significaría —y hay quien así lo piensa— un re-
tardo cuantiosísimo, como si nuestra novela no hubiera llegado a la meta supuestamente nece-
saria de la novela individualizada; mas resulta que aquí, como en tantos otros campos, nuestra
dinámica es distinta y diversos son también nuestros caminos” (id.).
159
Aludo aquí a “Novelas y cuentos completos de César Vallejo”, así como a “La poesía tra-
dicional y el yaraví”, Letras, Lima, núm. 76-77, 1966, pp. 103-125, y “Sobre Paco Yunque”, en
Washington Delgado y Carlos Milla Batres (eds.), Homenaje internacional a César Vallejo, Lima,
Visión del Perú, 1969, pp. 322-324. Las investigaciones sobre Melgar en este periodo merecen
un análisis aparte.
112
160
Véase Romina Pistacchio, “Formación de la voz enunciativa” en “La aporía descolonial.
Una historia de la tradición crítica de la crítica literaria latinoamericana”, tesis inédita para
acceder al grado de Doctor of Philosophy, New York University, septiembre de 2015, pág. 72.
161
El Curso de introducción a la literatura guarda estrecha relación con la tesis doctoral de Cor-
nejo, “Estudios sobre el habla poética”, de 1960, en donde los problemas del curso aparecen
planteados con mayor hondura, pero con menor libertad respecto de los textos estilísticos,
que en el curso aparecen mirados con mayor distancia crítica. Al mismo tiempo, las reflexiones
sobre la lectura de este curso, que reseñaremos en los párrafos que siguen, deben leerse en el
contexto de un conjunto de entrevistas, intervenciones públicas y textos de circunstancia que
Cornejo publica a lo largo de toda la década del 70 y se dedican a reflexionar sobre la ética de
la lectura y el papel de las humanidades en el mundo contemporáneo. Reservaremos para otra
ocasión la oportunidad de comentar esos textos, que culminan en la importante actuación de
Cornejo como rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pude consultar estos y
otros textos en la biblioteca del Centro de Estudios Literarios “Antonio Cornejo Polar”, al que
le expreso mi agradecimiento.
113
La lectura no es, pues, un sustituto de la vida; es, por el contrario, una profundi-
zación, intensificación y enriquecimiento de la vida del lector. Una experiencia que no
está al margen de la vida del lector, sino dentro de su vida, integrándola definiti-
vamente.
De esta manera el lector se compromete en la lectura. Pero el término “com-
promiso” tiene una significación especial, la postulada por Jean-Paul Sartre. Con
respecto a la lectura, Sartre sostiene, en síntesis, lo siguiente: la obra literaria
revela, muestra o hace patente el mundo, su problemática, y revela también al
hombre y su condición profunda. Esta revelación del hombre y del mundo la recibe el
lector y, al recibirla, se obliga a tomar una posición ante lo que acaba de revelársele.164
114
Epílogo en 1971
165
“Diagnóstico de la enseñanza de la literatura”, reportaje de Gladys Pardo, Aula Abierta,
vol. I, núm. 3, Lima, diciembre de 1977, p. 6.
166
A. Cornejo Polar, “José María Arguedas, revelador de una realidad cambiante”, en Literatu-
ra de la emancipación americana y otros ensayos. Memoria del XV Congreso del Instituto de Literatura
Hispanoamericana. 2ª sesión en Lima (9-14 de agosto de 1971), Lima, Universidad Nacional de San
Marcos, 1972, p. 211.
115
Cornejo había aludido a las tesis de Mariátegui desde 1969, fecha en que publicó un in-
167
teresante comentario estilístico a Paco Yunque de César Vallejo. Véase A. Cornejo Polar, “Sobre
Paco Yunque”, p. 324.
168
Aníbal Quijano, “El silencio y la escritura”, Quehacer, Lima, núm. 107, 1997, pp. 79-81.
Véanse a este respecto los apuntes de Carlos García Bedoya, “Categorías latinoamericanas para
una mundialización intercultural”, en Indagaciones heterogéneas. Estudios sobre literatura y cultu-
ra, Lima, Grupo Pakarina, 2012, pp. 41-42.
116
117
Las palabras que siguen son de 1966. En ellas, el escritor peruano José María
Arguedas recordó su llegada a la capital del país:
Cuando visité Lima por primera vez en 1919, las mulas que arrastraban carretas de
carga se caían, a veces, en las calles, fatigadas y heridas por los carreteros que les
hincaban con púas sobre las llagas que les habían abierto en las ancas; un serrano
era inmediatamente reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observa-
dos como gente bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compa-
triotas. En la mayoría de los pequeños pueblos andinos no se conocía siquiera el
significado de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el sombrero cuando era
1
El presente capítulo amplía los fragmentos de la biografía intelectual que escribí sobre
Pablo González Casanova incluida en el texto de debate “Las prácticas de lectoescritura en las
escuelas rurales, la profesionalización letrada de los intelectuales indígenas y el debate por la
literatura mexicana”, en Mónica Quijano (dir. general), Historia de las literaturas de México, vol.
IV, De Regeneración a 1940, La Revolución intelectual de la revolución mexicana, Yanna Hadatty,
Rafael Mondragón y Norma Lojero (eds. del volumen), México, iifl/iib/Coordinación de Humani-
dades-unam, actualmente en prensa. También recupera mis intervenciones orales y escritas en
el debate para la reforma del plan de estudios de 1999 de la Licenciatura en Lengua y Litera-
turas Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, y presenta algunas reflexiones
compartidas con Mónica Quijano sobre la necesidad de elaborar una historia de la literatura en
las lenguas indígenas de México, que sólo podrá ser planeada e investigada junto a los intelec-
tuales indígenas de nuestro país.
119
izada la bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misterio-
sas, pues un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un
país que conocí en la infancia y aún en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan cautivante
como el actual. No era una nación.2
Quizá la obra entera de Arguedas haya nacido de esa paradoja: ser habitante
de un país cautivante que, al tiempo, no puede llamarse a sí mismo “nación”.
Quizá también esa experiencia nutra algunos de los esfuerzos más interesan-
tes de la filología latinoamericana.
Desde hace cierto tiempo, cuando comienzo mis clases en la carrera de
Lengua y Literaturas Hispánicas, inicio el semestre preguntándole a mis alum-
nos si alguno habla una lengua indígena además del español. Usualmente la
pregunta sorprende, y usualmente las personas que hablan alguna de esas
lenguas no lo dicen a la primera. Desde que hago esa pregunta hay, al menos,
una persona en cada salón que responde afirmativamente… También inicio
preguntando qué creen ellos que debamos leer en la materia que doy (por
los azares históricos que llevaron a la conformación de nuestro plan de es-
tudios, ella se llama “Literatura iberoamericana”). La respuesta más usual es
que leeremos la literatura escrita en nuestra lengua, el español, que ha sido
producida en los países de Iberoamérica.
Pasamos los primeros días tratando de desentrañar juntos las paradojas
y ambigüedades que rodean esas palabras: “literatura”, “literatura escrita”,
“nuestra lengua, el español”; “países”, “Iberoamérica”. A veces leemos en voz
alta el texto de Arguedas que acabo de citar: ¿México es un país? ¿Una na-
ción? Y conversamos sobre aquello de la experiencia de vida de cada uno
de ellos (¿también de la mía?) que se ha vuelto invisible tras la llegada a la
universidad. Usualmente, pocos de mis estudiantes saben de la densidad de
hablantes de las llamadas “lenguas indígenas” en el barrio de Santo Domingo,
que rodea la Universidad Nacional, y por el cual la mayoría de mis estudian-
tes pasa en su camino a los cursos. Estamos todos acostumbrados a pasar
por esas calles imaginando que lo más natural es hablar español. También
estamos acostumbrados a pensar en relación lineal “literatura”, “escritura”,
“nuestros países” y “el español”. Nos movemos entre muchos mundos sin
tener siempre consciencia de su existencia.
2
El texto aparece citado al inicio del libro de Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, Apogeo y
crisis de la República aristocrática, Lima, Ediciones Rikchay Perú, 1981, p. 12, de donde lo he tomado.
120
121
3
La región de Gorze experimentó un cambio importante en el terreno de la producción
agrícola: la introducción del carro tirado por caballos en lugar de bueyes permitió el cultivo
de mayores extensiones de tierra con menor esfuerzo, y ello a su vez tuvo consecuencias en la
formación de pueblos con mayor cantidad de habitantes repartidos en espacios más pequeños.
Ello llevo a la creación de escuelas dirigidas por el estamento sacerdotal en donde la cantidad
de estudiantes era mayor, comparativamente hablando, que la que había en otros espacios.
4
Véase El trabajo fantasma, caps. II y III (recogido y traducido por Javier Sicilia en I. Illich,
Obras reunidas, Javier Sicilia y Valentina Borremans (eds.), México, fce, 2006, vol. II).
122
5
En otro texto he mencionado de pasada cómo los textos fundacionales de la filología
latinoamericana en el siglo xix ya participan de esta confusión entre “lengua materna” y “len-
gua nacional”. Véase R. Mondragón, “Gramática y revolución. Un comentario a la polémica
filológica de 1844”, en Cristina Gómez Álvarez, Josefina Mac Gregor Zárate y Mariana Ozuna
Castañeda (coords.), 1810, 1910: Reflexiones sobre dos procesos históricos. Memoria, México, ffyl-
unam, 2010, pp. 351-372. Iván Illich muestra cómo dicha confusión se construye en el siglo xvi.
6
A decir de Peter Ladefoged, “la mayor parte de la población del mundo es bilingüe, al
menos de manera parcial, y una proporción muy grande de la misma habla tres o cuatro len-
guas”. Peter Ladefoged, Vowels and Consonants. An Introduction to the Sounds of Languages, Mas-
sachusetts, Blackwell, 2001, p. 3 (la traducción es mía).
7
Emilia Ferreiro, “El bilingüismo: una visión positiva”, en Alfabetización de niños y adultos.
Textos escogidos, Pátzcuaro, Crefal, 2007, p. 386.
123
8
En el texto de Emilia Ferreiro se hace un recuento de las actitudes ambivalentes que la
investigación lingüística ha creado hacia el sujeto bilingüe, “sujeto a las tentaciones o caídas
involuntarias en el code switching (algo que atenta contra la ‘pureza’ de cada lengua)” y constan-
temente evaluado conforme a un mítico estado de “bilingüismo pleno” que supondría esa mis-
ma “pureza” supuesta en el monolingüismo como situación “natural” de los seres humanos.
124
Hans Robert Jauss, Historia de la literatura como provocación, Barcelona, Península, 1976,
9
pp. 133 y 140. En México, el modelo más acabado de este tipo de historia literaria probable-
mente esté constituido por La expresión nacional de José Luis Martínez.
125
10
Véase Ángel Rama, La ciudad letrada, Hanover, Del Norte, 1983, y Antonio Cornejo Polar,
Escribir en el aire, Lima, Centro de Estudios Literarios “Antonio Cornejo Polar”, 2003. Revisare-
mos la historia temprana de estos planteamientos en el capítulo III del presente libro.
11
Véase Josefa Gabilondo, “Genealogía de la raza latina: para una teoría atlántica de las
estructuras raciales hispánicas”, Revista Iberoamericana, vol. LXXV, núm. 228, 2009, pp. 795-818,
así como el artículo pionero de Nöel Salomon, “José Martí y la toma de conciencia latinoameri-
cana”, Anuario Martiano, núm. 4, 1972, pp. 9-25, que abrió este problema de manera ejemplar
en nuestros estudios literarios, y al tiempo permitió una comprensión renovada del tipo de
proyecto identitario antirracista propugnado por José Martí. “No hay odio de razas porque no
hay razas”, había escrito en Nuestra América José Martí, y Mariátegui abundaría en una direc-
ción similar: “La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del
más envejecido repertorio de ideas imperialistas”.
126
12
El tema fue desarrollado a cabalidad en un artículo clásico de Guillermo Bonfil Batalla, “El
concepto de ‘indio’ en América: una categoría de la situación colonial”, Anales de Antropología
núm. 9, 1972, pp. 105-124, quien a su vez se nutrió de las importantes reflexiones del pensador
y líder indígena boliviano Fausto Reinaga, a quien nos referiremos más adelante en el presente
capítulo. Así se hace posible comprender por qué hay intelectuales que, a la fecha, pueden
reivindicar su pertenencia a determinada etnia, y al tiempo negar para sí mismos la adscripción
al mundo “indígena” (es el caso de algunos intelectuales más jóvenes de las áreas mixe y mapu-
che, cuyas obras comentaremos adelante), al tiempo que otros han decidido tomar para sí mis-
mos el nombre de “indios”, utilizarlo para develar el escándalo colonial construido a partir de
dicha forma de clasificación, y llenar dicho nombre con contenidos distintos a los que implantó
el discurso dominante (este último es el caso de los zapatistas de Chiapas, del pensamiento
construido por la Conaie en Ecuador y del movimiento indianista impulsado por Reinaga).
13
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, Journal of World-Systems
Research, vol. VI, núm. 2, 2000, pp. 342-386.
127
Ignacio Sánchez Prado, “The Pre-Columbian Past as a Project: Miguel León-Portilla and
14
128
15
Véase Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias Nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fer-
nández de Oviedo, Antonio Alatorre (trad.), México, fce, 1978, así como La disputa del Nuevo Mun-
do. Historia de una polémica, 1750-1900, 2ª. ed. corregida y aumentada, Antonio Alatorre (trad.),
México, fce, 1982. Miguel León-Portilla y sus colaboradores han sido muy explícitos en este
respecto: se han presentado como continuadores de una labor iniciada por los frailes humanis-
tas del siglo xvi. En sus importantes estudios, Ascensión Hernández de León-Portilla ha cons-
truido la categoría de “filología mesoamericana” para abarcar las reflexiones sobre la lengua
y la literatura indígena iniciadas por los frailes en el siglo xvi y continuadas hasta el día de hoy
por el grupo al que ella pertenece.
16
Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias. Y Vida de Hernán Cortés, Jorge Gu-
rría Lacroix (ed.), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 7. Sobre la influencia posterior de Gó-
mara pueden leerse las opiniones de David Brading, Orbe indiano, México, fce, 1991, pp. 61-67.
129
17
López de Gómara, op. cit., p. 7. A lo largo de su obra, Gómara tendrá que matizar esa au-
sencia de “letras” que postula en la dedicatoria a Carlos V: así, por ejemplo, en el momento de
describir las costumbres de los indígenas del Caribe, explica que “areíto es como la zambra
de moros, que bailan cantando romance en alabanza de sus ídolos y de sus reyes y en memoria de
victorias y acaecimiento de notables y antiguos, que no tienen otras historias” (cap. XXVIII, p. 48;
cursivas mías).
18
Es mérito de Pierre Duviols, La destrucción de las religiones andinas (durante la conquista y la
colonia), México, unam, 1977, cap. I, haber ofrecido la explicación más sistemática de las teorías
culturales de la idolatría en la época colonial.
19
El tema de la reeducación por medio del trabajo aparece desde temprano en la obra de
los enemigos intelectuales de Bartolomé de las Casas, pero será desarrollado ejemplarmente
por Matienzo y otros integrantes de la escuela toledana de historiadores. Véase D. Brading, op.
cit., pp. 159-163.
20
Culturas e individuos nunca parten de cero en el momento de entenderse: siempre uti-
lizan lo que ya saben para explicarse lo que no saben. La pregunta es cómo lo utilizan, y cuál
130
es la posibilidad que tienen los grupos dominados para introducir elementos de su propia
concepción del mundo en la creación de definiciones nuevas.
21
Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, Edmundo O’Gorman (ed.), México,
unam, 1967, t. II, libro tercero, cap. CCXLIII. Como puede leerse en el lugar referido, la enume-
ración de los tipos de cantares observados por Las Casas reproduce la clásica división “épica-lí-
rica-dramática” presente en los manuales de retórica.
22
Véase Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales, Mercedes López- Baralt (ed.), Madrid,
Espasa, 2003, libro III, cap. XXVII. Sobre este doble discurso véase la obra magnífica de José
Antonio Mazzotti, Coros mestizos del Inca Garcilaso. Resonancias andinas, Lima, fce, 1996. Un au-
tor menos occidentalizado como Guamán Poma de Ayala ofrece una ventana aún más compleja
de los géneros poéticos del área andina, así como de la interacción entre lo que hoy llamaría-
mos poesía, danza y música en un contexto ritual, tema que es apenas evocado por Garcilaso
en el capítulo XXVI de su libro. Para comprender este aspecto de la obra de Guamán Poma es
imprescindible el trabajo de Jean-Phillipe Husson, “La poesía quechua prehispánica. Sus reglas.
Sus categorías. Sus temas. A través de los poemas transcritos por Waman Poma de Ayala”, Re-
vista de Crítica Literaria Latinoamericana, núm. 37, 1993, pp. 63-85, que es resumen de una tesis
doctoral publicada en francés en 1985 y a la que no he podido acceder.
131
23
Álvaro Matute, “Vico y Boturini”, Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, año II, núm. 3,
mayo-junio de 1977, p. 5.
24
Ibid.
25
Aunque el capítulo fundamental dedicado a este tema puede encontrarse en Lorenzo
Boturini Benaduci, “De los Nudos, y Cantares, ansi Históricos, como Políticos”, en Idea de una
nueva historia general de la América septentrional, Madrid, Juan de Zúñiga, 1746, pp. 85-99, en
realidad —y esto ya fue señalado por Ángel María Garibay— todo el libro de este autor se
encuentra atravesado por una reflexión continua en torno del problema de la poesía indígena.
26
Francisco Javier Clavigero, “Disertación VI”, en su Historia antigua de México, tomo II, Lon-
dres, Ackermann, 1826, p. 355. Es muy interesante cómo Clavigero recupera la noción de jero-
glífico, elaborada en el estudio de la cultura egipcia, para tratar de dar cuenta, a partir de ella,
de la dinámica de los códices indígenas.
132
Los sabios criollos de mediados del siglo xix recogieron esta reflexión y la
insertaron en su ambicioso proyecto de reconstrucción de las identidades na-
cionales a partir de la postulación de un pasado indígena idílico, que se iden-
tificaría con la época “clásica” griega y romana de las naciones europeas, y de
las cuales los Estados nacionales americanos eran herederos y continuadores.
Así, en México corresponde a Vicente Riva Palacio proponer dicho modelo,
que está explícitamente articulado en el primer tomo de México a través de los
siglos; el mismo será llevado explícitamente al plano de la literatura en la obra
del erudito José María Vigil, responsable de la primera historia literaria de
México, que es también el primer documento en que nuestra literatura apare-
ce articulada en cuatro periodos: prehispánico, colonial, moderno y contem-
poráneo.27
En otras regiones de América Latina la presencia del racismo hizo difícil
esa integración monumentalizante de la literatura indígena “prehispánica” en
cuanto prehistoria de las literaturas republicanas escritas en español: en Chi-
le, por ejemplo, la alabanza del mundo indígena intentada por los primeros
emancipadores chocó frontalmente con el racismo de la siguiente generación,
que tiene realización ejemplar en los escritos del exiliado Domingo Faustino
Sarmiento. En Perú, el protoindigenismo de algunos integrantes de la gesta
independentista fue derrotado rápidamente por corrientes estéticas más po-
tentes, como la del costumbrismo conservador de Felipe Pardo y Aliaga, cuya
imagen de los grupos indígenas volvió imposible retomar la pregunta por la
llamada “literatura indígena”. En la segunda mitad del siglo, en Argentina, los
esfuerzos de Juan María Gutiérrez por develar las dinámicas de “la poesía y la
elocuencia de las tribus de América” (sobre todo, la de los grupos nómadas
del Cono Sur) se enfrentaron con el silencio de la mayoría de sus compañeros
de generación, todo ello en el contexto del expolio hacia comunidades indí-
genas en la segunda mitad del siglo xix, que, como es bien sabido, derivó en
procesos genocidas. Y todavía habría que recordar el escarnio sufrido por el
sabio alemán Rodolfo Lenz tras sus intentos de recoger la tradición oral de
los pueblos mapuches a principios del siglo xx…28
27
Véase Mónica Quijano, “José María Vigil y la recuperación del pasado colonial en la pri-
mera historia de la literatura mexicana”, Literatura Mexicana, vol. 26, núm. 1, 2015, pp. 65-82.
28
Sobre Chile, véase Álvaro Kaempfer, “Lastarria, Bello y Sarmiento en 1844: genocidio,
historiografía y proyecto nacional”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. 32, núms.
63-64, 2006, pp. 9-24, y R. Mondragón, “Francisco Bilbao y la formación de la prosa de ideas
en nuestra América en el siglo xix”, tesis inédita para optar al grado de Doctor en Letras,
133
México, ffyl-unam, 2012, pp. 89-108. Sobre Perú, véase A. Cornejo Polar, “Sobre la literatura de
la Emancipación en el Perú”, Revista Iberoamericana, año XLVII, núms. 114-115, 1981, pp. 83-
93, y “Sobre la reivindicación del imperio incaico en la poesía de la emancipación del Perú”,
Letterature de America, vol. IV, núms. 19-20, pp. 153-173. Hay edición moderna de la obra de
Juan María Gutiérrez, “De la poesía y elocuencia de las tribus de América”, en De la poesía y
elocuencia de las tribus de América. Y otros textos, Juan Guillermo Gómez García (ed.), Caracas, Bi-
blioteca Ayacucho, 2007, pp. 255-308. Sobre Lenz, véase Vicente Bernaschina, “Rodolfo Lenz:
hacia una filología crítica americana”, en Sergio Ugalde Quintana y Ottmar Ette (eds.), Políticas
y estrategias de la crítica: ideología, historia y actores de los estudios literarios, Madrid-Fráncfort,
Iberoamericana-Vervuert, 2016, 119-138, así como los excelentes y documentados análisis de
la investigadora mapuche Maribel Mora Curriao, quien ubica la obra de Lenz en el contexto
mayor de la historia de la visibilización/invisibilización de la literatura mapuche en el contex-
to académico (“Poesía mapuche: la instalación de una mismidad étnica en la literatura chile-
na”, A Contracorriente, vol. 10, núm. 3, 2013, pp. 21-53, y “Poesía mapuche del siglo xx: escribir
desde los márgenes del campo literario”, en Comunidad de Historia Mapuche, Ta iñ fijke xipa
rakizuameluwün. Historia, colonialismo y resistencia desde el país Mapuche, Santiago, Comunidad
de Historia Mapuche, 2012, pp. 299-334).
29
Véase Erick van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia en México, 1810-1821,
México, fce, 2006, que continúa con erudición y estilo propio una perspectiva mostrada con
fuerza por John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la revuelta
134
agraria, 1750-1940, México, Era, 1990. En la revitalización de este debate sobre la capacidad
de agencia de las fuerzas campesinas en el proceso de construcción de las naciones latinoa-
mericanas fue fundamental el libro de Florencia Mallon, Campesino y nación. La construcción de
México y Perú poscoloniales, México, ciesas, 2003.
30
Véase José Gaos, “El pensamiento hispano-americano. Notas para una interpretación his-
tórico-filosófica”, en Obras completas, t. VI, Pensamiento de lengua española. Pensamiento español,
México, unam, 1990, pp. 31-110. Véase además R. Mondragón, “Para una teoría literaria de
nuestros gestos filosóficos. La dimensión estética del pensamiento latinoamericano según José
Gaos”, en “Francisco Bilbao y la caracterización de la prosa de ideas en el siglo xix”, tesis doc-
toral inédita para optar al grado de Doctor en Letras, México, unam, 2012, pp. 37-57.
135
31
Véase Julio Jiménez Rueda, Historia jurídica de la Universidad, México, ffyl-unam, 1955; Ma-
ría del Carmen Ruiz Gaytán, Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y Letras, México,
Junta Mexicana de Investigaciones Históricas, 1954; Cristina Barros Valero, La carrera de Lengua
y literaturas hispánicas. Una contribución a su análisis, México, ffyl-unam, 1978, y Belem Clark de
Lara y Fernando Curiel (coords.), Filología mexicana, México, iifl-unam, 2001.
32
B. Ruiz Gaytán, op. cit., pp. 62-63, y C. Barros, op. cit., p. 15.
136
33
Dicha materia entrará en tensión con la existencia —entonces y ahora— de especialistas
no académicos provenientes de comunidades indígenas que tienen sus propias perspectivas
sobre los temas estudiados en la universidad y que de tiempo en tiempo arriban a dicho es-
pacio. Es el caso de Dolores Roldán, historiadora y discípula de Ángel María Garibay, hablante
de náhuatl como lengua materna y heredera de parte del archivo personal de su maestro. Es
también el caso de algunos profesores que comienzan a tomar los espacios universitarios,
como por ejemplo el zapoteco Gregorio López y López, profesor de filosofía en la Facultad de
Filosofía y Letras desde principios de la década de 1950.
34
Según los documentos transcritos en el apéndice II al libro citado de Cristina Barros Vale-
ro, la carrera de literatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam experimenta los siguien-
tes cambios de nombre: en el plan de estudios de 1924, la carrera aparece bajo la forma de la
Subsección de Letras (Especialización de estudios de letras) de la Escuela de Altos Estudios,
que otorgaba el grado de Profesor y Maestro Universitario; en 1944 la carrera aparece con el
nombre de Maestría en Lengua y Literatura Españolas y Literatura Iberoamericana; alrededor
de 1960, la carrera es revisada y asume el nombre de Maestría en Lengua y Literatura Española
137
El plan de estudios de 1924 ofrece algunas pistas sobre las preguntas que
acabamos de plantear: aunque en dicho plan han desaparecido el sánscrito
y el hebreo, las lenguas indígenas de América siguen presentes y han gana-
do territorio. El plan de estudios de la Subsección de Letras, de 1924, con-
templaba un grupo de materias titulado “Filología especialmente relativa a la
lengua castellana y a las lenguas indígenas de México”. Dicho grupo estaba
integrado por el siguiente conjunto, que transcribimos aquí siguiendo la des-
cripción del documento de 1924:
“Iniciación de la filología histórica y métodos de la filología romance (pri-
mer semestre)”.
“Métodos de lingüística general, aplicados al estudio de las lenguas indíge-
nas de México”.
“Literatura general y sus métodos. La literatura oral en las lenguas indí-
genas y en la española de México. Estudios comparativos y psicología del
folclor. Análisis lingüístico de textos mexicanos”.
“Fonética general aplicada (al español, al inglés, al francés, al alemán y a
las lenguas indígenas de México)”.35
Además de ofrecer esta interesante descripción, el plan de 1924 ofrece
el nombre del profesor a cargo de dicho grupo de materias. Se trata del lin-
güista Pablo González Casanova (1889-1936), cuyo nombre es hoy conocido
porque uno de sus hijos, que lleva su mismo nombre, con el pasar del tiempo
138
36
Véase Ascensión Hernández de León-Portilla, “Introducción”, en González Casanova, Es-
tudios de lingüística y de filología náhuatl, México, unam, 1977, así como los recuerdos de su hijo
del mismo nombre, Pablo González Casanova, “Proceso de análisis e investigación: autoper-
cepción intelectual de un proceso histórico”, en De la sociología del poder a la sociología de la
explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI, Marcos Roitman Rosenman (comp.), Bogotá,
clacso-Siglo del Hombre Editores, 2009, pp. 55-60; el detalle sobre Rosa Luxemburgo me fue
suministrado por Raúl Romero en conversación personal; sobre la tradición de investigación
a la que pertenece González Casanova, véase Fernando Horcasitas, “La narrativa oral náhuatl
(1920-1970)”, Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 13, 1978, pp. 179-209.
37
La anécdota ha sido contada por su hijo Pablo: su papá había sido confundido por un rico
hacendado, y los zapatistas llegaron a su casa con la intención de fusilarlo. Sólo después de
que un trabajador de su hacienda testificara que él era el niño Pablo los zapatistas accedieron
a soltarlo. El tío de Pablo era ferviente admirador de los zapatistas y ejerció una importante
influencia en el filólogo.
139
Ibid., p. liv.
39
40
Ibid., p. lix.
41
Pablo González Casanova, “Introducción”, en sus Cuentos indígenas, 2ª ed., México,
UNAM, 1965, pp. xxvii-xxxiii.
140
P. González Casanova, “La educación del indio y los idiomas indígenas”, Universidad de
42
141
sica y las artes populares de México y dotan a los habitantes del país de “una
personalidad que no tendríamos como simples herederos de la civilización
del occidente de Europa”.44 La investigación filológica se propone como in-
dagación de dicho pensamiento y dichas formas de organización, que permi-
tirían un acercamiento más fecundo entre los educadores occidentalizados y
las comunidades indígenas: “mutuamente nos comprenderemos mejor” y se
construirán condiciones de posibilidad para una política de Estado que invi-
te a los pueblos indios a un enriquecimiento de las lenguas originarias y los
modos de vida de sus comunidades a través de la apropiación autónoma de
la cultura mundial, una “conquista de nuevos horizontes para su vida material
y espiritual, de las que las palabras son meros símbolos”.45 ¿Era posible ese
reconocimiento común sin una transformación de las condiciones materiales
que sostenían el racismo atacado por González Casanova en sus intervencio-
nes? Dejaremos nuestras reflexiones sobre esta pregunta para un momento
posterior del presente libro.
Es el momento para volver explícita una apuesta que ya ha sido señalada
de pasada en las páginas anteriores. A diferencia de filólogos que lo prece-
derían (es el caso de su amigo Ángel María Garibay y, en menor medida, del
discípulo de éste, Miguel León-Portilla), González Casanova está interesado,
ante todo, por la producción cultural de los indígenas del presente. En una
famosa polémica sostenida en 1932 con Ignacio Alcocer sobre la existencia
o inexistencia de la poesía náhuatl, González Casanova expresó sus dudas
sobre la autenticidad de algunos cantos atribuidos a Nezahualcóyotl, que le
parecían inspirados en la tradición bíblica del Eclesiastés, pero señaló que
dicha duda de ninguna manera puede extenderse a la producción poética de
los pueblos indígenas en el presente.46 Lejos de concederle atención a con-
cepciones de la “literatura” que asocian esta palabra con la existencia de la
escritura o la conformación de un cierto “público culto”, González Casanova
prefiere decir con llaneza que es literatura todo lo que expresa las experien-
cias, sentimientos y emociones de la gente: “sus bélicos ímpetus, su temor a
Ibid., p. 21.
44
Ibid., p. 24.
45
46
P. González Casanova, “¿Tuvieron poetas los aztecas?”, Anales del Museo Nacional de Ar-
queología, Historia y Etnografía, tomo I, quinta época, pp. 325-328. El autor además defiende
la autenticidad de los textos recopilados en Cantares mexicanos o transcritos en los primeros
memoriales de Sahagún.
142
143
más grande. A este respecto son también muy importantes las reconstrucciones críticas del
método de Menéndez Pidal elaboradas por José del Valle, “Menéndez Pidal, la regeneración
nacional y la utopía lingüística”, en José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman (eds.), La batalla
del idioma. La intelectualidad hispánica ante la lengua, Madrid-Fráncfort, Iberoamericana-Vervuert,
2004, pp. 109-136, y Margit Frenk, “Prólogo” en Ramón Menéndez Pidal, Estudios sobre lírica
medieval, Madrid, Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2014, pp. 7-32.
144
sidad Nacional de México, todas las orientaciones arriba descritas han desa-
parecido. Una parte mínima de ellas emergerá tímidamente en la década de
los años setenta, sin lograr romper la barrera entre “alta cultura” y “cultura
popular”, hispanismo y antropología, literatura y folclor, que fue naturalizada
a partir de 1944. La influencia del exilio español fructifica en el plan de 1944
por medio de una visión cada vez más profunda de la literatura española y
de los métodos filológicos desarrollados en la llamada “Escuela de Madrid”.51
Así la filología mexicana inició su lento camino hacia la profesionalización
y la institucionalización, al tiempo que paga el terrible precio de olvidar la
lección epistemológica legada por el mayor movimiento social que este país
vivió durante el siglo xx.
51
Un buen índice de dicha influencia puede encontrarse en las reseñas de José Luis Mar-
tínez a los trabajos estilísticos publicados en Buenos Aires, que son leídos sin reservas como
aportaciones que permitirán al fin la fundación de una “ciencia de la literatura”, y por ello de-
ben ser adoptados en México en el marco de un programa de modernización y puesta al día de
la filología. Véase la reseña de José Luis Martínez a Introducción a la estilística romance editada
por Amado Alonso y Raimundo Lida, Filosofía y Letras. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras,
núm. 9, enero-marzo 1943, pp. 145-159, y a La soledad en la poesía española de Karl Vossler, Filo-
sofía y Letras, núm. 10, abril-junio 1943, pp. 294-298.
145
También desaparecieron los estudios de literaturas griegas y latinas, que retornarían al-
52
gunos años después en las actividades de extensión desarrolladas por la Sección de Filología
Clásica, proyecto que Juan David García Bacca comenzó a promover a partir de 1945 y en cuyas
actividades deben buscarse los antecedentes de la actual carrera de Letras Clásicas. Véanse
los comentarios manuscritos de Ángel María Garibay al proyecto de García Bacca en Dolores
Roldán, Biografía de Ángel María Garibay. Revelador de la sublime cultura náhuatl, México, Orión,
1985, p. 113. Además desaparecen las materias dedicadas a las literaturas europeas modernas.
Ellas regresan en cursos optativos a partir de los planes de la década de los sesenta, y apenas
reclamarán un espacio disciplinar propio a finales del siglo xx, con la fundación de la carrera de
Letras Modernas.
146
147
148
149
E. MATERIAS PEDAGÓGICAS
1. Teoría pedagógica
2. Conocimiento de
la adolescencia
3. Didáctica de la
lengua española
Gráfico 4. Construcción del área de materias optativas y seminarios de 1960 a ca. 1963.
el futuro, según los criterios propuestos en la segunda mitad del siglo xix por
Ferdinand Brunetière. Los lectores de la obra de Menéndez Pidal recordarán
que a través de dicha historia se proponía estudiar el desarrollo del espíritu
español, que se convierte en espíritu hispánico conforme el mismo se va ex-
pandiendo por el llamado Nuevo Continente.53
Las posteriores revisiones del plan de estudios, realizadas en 1972, 1983 y 1999, intensi-
53
ficaron esta tendencia: en la literatura extendieron el modelo hacia la Literatura Española Mo-
derna y Contemporánea (dos materias semestrales en 1983, a las que se añaden dos materias
semestrales de Corrientes Generales de las Literaturas Hispánicas, dos materias semestrales
de Literatura Española Medieval y dos materias semestrales de Literatura Española de los
Siglos de Oro, con lo que el área se queda con ocho materias), y luego añadirán una optativa
de área más en 1999, al mismo tiempo que la materia Corrientes Generales de las Literaturas
Hispánicas pasó a formar parte del conjunto de materias de Teoría Literaria. Las revisiones
posteriores a ca. 1963 también llevarán dicho modelo historicista y positivista a las literatu-
ras mexicana e iberoamericana: a partir de 1972, ambas áreas de conocimiento replicarán su
ordenamiento cronológico, e intentarán competir con dicho tronco en términos de número
de horas y cantidad de materias. En dicha competencia atestiguamos un crecimiento mayor
del área de literatura mexicana, y uno más débil en el de literatura iberoamericana. El resul-
tado es una explosión de materias: en 1983 vemos ocho materias semestrales de literatura
150
151
A decir de Dora Pellicer, el reconocimiento de las lenguas indígenas como lenguas nacio-
55
nales comenzó a desarrollarse en 1989, cuando México firmó el Convenio 169 de la Organi-
zación Internacional del Trabajo y la primera propuesta de Declaración Universal de Derechos
Indígenas de la onu, cuyo texto señalaba “el derecho a desarrollar y promover sus propias
lenguas, incluyendo una lengua literaria propia, y emplearlas para propósitos administrativos,
jurídicos, culturales y otros”, así como “el derecho a todas formas de educación en sus propias
lenguas así como establecer, estructurar, conducir y controlar sus propios sistemas educativos
e instituciones”. Ese mismo año, el Instituto Nacional Indigenista propuso una reforma al artí-
culo IV del texto constitucional, reforma que fue aceptada y señalaba que “la nación mexicana
tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. La
ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, culturas, […]”. De allí se derivaron
disposiciones constitucionales que aseguraran el derecho de hablantes de lenguas indígenas
a contar con traducciones de leyes y reglamentos, y a disponer de traductores en el momento
de entrar en contacto con el poder del Estado. Los Acuerdos de San Andrés significaron un
intento de expandir esta concepción de los derechos lingüísticos, que habría llevado a asumir
que las lenguas indígenas son, como el español, lenguas nacionales, Sin embargo, la posterior
deriva conservadora tras el desconocimiento de dichos acuerdos llevó en 2001 a una nueva re-
forma constitucional en donde el artículo II reconoce la composición pluricultural de la nación,
pero se reconoce como atribución de las comunidades el derecho a “preservar y enriquecer
sus lenguas, conocimientos y todos los elementos que constituyan su cultura e identidad”, con
lo cual, como ha dicho Valadés, “con la apariencia de reconocer un derecho el Estado se subs-
trajo al cumplimiento de una obligación”. Véase Diego Valadés, “La lengua oficial y las lenguas
nacionales en México y en derecho comparado”, en Juan Vega Gómez (coord.), Temas selectos de
derecho internacional privado y de derechos humanos, México, unam, 2014, pp. 515-536, y La lengua
del derecho y el derecho de la lengua, discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua,
<http://www.academia.org.mx/SesionPublica&id=36>, recuperado el 10 de julio de 2017, y
Dora Pellicer, “Derechos lingüísticos en México: realidad y utopía”, <http://lasa.international.
pitt.edu/LASA97/pellicer.pdf>.
56
La comparación con Justo Sierra no es gratuita: viene del análisis realizado por Valadés
de la noción de “lengua nacional” en los dos escritos que acabamos de citar.
152
57
Sobre Garibay véase el excelente texto de Miguel León-Portilla, “Prólogo”, en Ángel María
Garibay K., Historia de la literatura náhuatl, tercera edición, México, Porrúa, 2007, pp. vii-xxxi.
A pesar de ser una obra de divulgación, hay muchos datos importantes en el bello libro de Miguel
León-Portilla y Patrick Johansson K., Ángel María Garibay K. La rueda y el río, México, iih-unam-Fi-
deicomiso Teixidor-gm Editores-Espejo de Obsidiana, 2013, que se basa en el importante libro
de Dolores Roldán citado arriba. El libro de Roldán recoge las notas manuscritas del archivo
personal de Garibay, así como testimonios de la hermana de éste, Natalia. También son útiles
los recuerdos de Octaviano Valdés, Ángel María Garibay K., México, Ediciones Hojas del Mate,
1985. El libro de Alberto Herr Solé, Ángel María Garibay Kintana o la confrontación de los orígenes,
Toluca, El Colegio Mexiquense, 1992, también se basa en el de Dolores Roldán. En cuanto a sus
juicios, está hecho sin sentido crítico y acusa un importante desorden expositivo, pero es útil
porque ofrece datos importantes extraídos del Archivo Garibay resguardado en la Biblioteca
Nacional y ofrece un catálogo parcial del mismo. Sobre Ábside véase Louis Panabiére, “Ábside: un
ejemplo de inscripción y de dilatación de la conciencia nacional por la cultura”, Relaciones. Estudios
de Historia y Sociedad, vol. II, núm. 6, 1981, pp. 106-130, e Irma Guadalupe Villasana Mercado,
“Redes intelectuales y circulación de bienes culturales: Ábside. Revista de Cultura Mexicana, 1937-
1938” en Alexandra Pita González (comp.), Redes intelectuales transnacionales en América Latina
durante la entreguerra, México, Miguel Ángel Porrúa-Universidad de Colima, 2016, pp. 167-193.
153
daba ya una idea de lo que sería su profundo desinterés para títulos y hono-
res: hizo un barquito con el diploma y colgó la medalla al cuello del gato”.58
En 1906 Garibay decidió entrar al seminario. Más adelante recordaría con
humor que el médico lo había examinado, y que su sentencia fue que si entra-
ba al seminario se volvería loco. Y evocan sus palabras en los siguientes tér-
minos: “loco o no, aquí me tiene Ud. trabajando. El consejo que a mí mismo
me di y que siempre he practicado, ha sido que si en vez de trabajar, descan-
so, más que enloquecer, me muero”.59
El seminario fue espacio para que Garibay entrara en contacto con una red
intelectual trasatlántica formada por sacerdotes extranjeros que habían llega-
do a México para enseñar, así como por mexicanos que se habían formado en
Roma en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma, una especie de internado
instituido por el papa Pío IX en 1858 para los estudiantes del continente que
llegaban a formarse en la Universidad Gregoriana. De allí egresó la gran ma-
yoría de los obispos de América Latina, y tomaron forma las relaciones amis-
tosas que, años después, darían forma a la revista Ábside.60
Y sin embargo, a diferencia de los condiscípulos que participarían de dicho
proyecto intelectual, Garibay se resistió a partir a Roma para continuar su for-
mación. León-Portilla y Johansson recogen los recuerdos del sacerdote, quien
no quería poner en riesgo su libertad individual aceptando un viaje que lo
comprometería. En las entradas de su diario agrupadas en torno de julio de
1911 el mismo Garibay decía:
Ibid., p. 32.
59
60
Sobre el ambiente intelectual en el Seminario Conciliar de México, dominado por figu-
ras como José Arcadio Pagaza, Atenógenes Segalo y Thomas Twaites, véase Tarsicio Herrera
Zapién, “El grupo de Ábside y los humanistas levíticos de México”, Nova Tellus, vol. 17, núm. 1,
1999, pp. 157-187. Sobre las redes intelectuales originadas en el Colegio Pío Latinoamericano,
véase I. G. Villasana Mercado, op. cit., p. 174, y Herón Pérez Martínez, “Alfonso Méndez Plan-
carte, artífice del humanismo mexicano”, en Barbara Skinfill Nogal y Alberto Carrillo Cázares
(coords.), Estudios michoacanos VIII, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, pp. 291-243 (cf.
pp. 293-295 sobre el Colegio Pío Latinoamericano).
154
61
En D. Roldán, op. cit., pp. 30-31. Respecto de la renuncia a viajar a Roma, el diario de Ga-
ribay ofrece una explicación ligeramente diferente a la ofrecida por Johansson y León-Portilla:
según el mismo, a Garibay se le habría negado la beca, mientras que “otros menos dedicados
que yo, no por sabiduría, fueron enviados” (ibid., p. 28). En estas mismas fechas el diario reco-
ge abundantes datos sobre las malas relaciones entre Garibay y los profesores del seminario:
ellos lo acusan de soberbio, mientras que él censura su preparación mediocre y su falta de
auténtica vocación.
62
O. Valdés, op. cit., pp. 12-13. Parte de dicho fondo hoy está en la biblioteca de la Secreta-
ría de Hacienda.
63
Ibid., p. 13.
155
resa de Jesús. Me embeleza [sic] con su erudición Emilia P. Baza[n]. Me hace llorar
con sus narraciones Fernán Caballero. Verdaguer ahora es mi huésped, después
me visitará Pereda.64
Lo más natural, dadas sus dotes para el estudio, era que tras su ordenación,
en octubre de 1917, Garibay fuera destinado a la docencia. Pero no fue así. Sus
superiores dispusieron nombrarlo vicario de la parroquia de Jilotepec, a donde
partió el 27 de agosto de 1918. Ese súbito cambio, de las aulas del seminario
a la vida rural, definió para siempre el rumbo de la vida del padre Garibay. Su
trabajo cotidiano como ayudante del párroco lo llevó a la decisión de aprender
otomí, que comenzó a estudiar por su cuenta. En su diario de mayo de 1917,
Garibay apuntó, recién llegado: “me imagino ser Platón ante sus atenienses.
Aprendo su idioma otomí”.65 Por esas fechas comenzó a recoger, fascinado,
las primeras leyendas y descripciones de costumbres que le hacían suponer la
supervivencia de una religiosidad precristiana, tema sobre el que no se atrevió
a publicar mucho pero que lo mantuvo ocupado hasta el final de su vida.66
Cuando, al cabo de dos años, el 18 de marzo de 1919, Garibay regrese como
profesor al seminario, decidirá utilizar su tiempo en el estudio detallado de los
textos indígenas guardados en la biblioteca. Su celda además se convertirá en
espacio para la lectura colectiva de poetas modernistas que en aquellos mis-
mos tiempos eran ridiculizados por algunos profesores del seminario.67
Cuatro años después, en octubre de 1924, Garibay fue enviado nuevamen-
te a servir en parroquias rurales. Las cartas intercambiadas con Valdés en ese
64
En D. Roldán, op. cit., p. 32. Según Leon-Portilla y Johansson, Garibay se alejó brevemente
de sus estudios por causa de la Revolución mexicana, que provocó el cierre temporal del se-
minario. Entonces Garibay buscó refugio en el convento de Tezontepec, en donde continuó su
formación de manera autodidacta y se debatió entre seguir la carrera sacerdotal o abandonarla
para apoyar a su madre y sus hermanas. Como otras personas pertenecientes al estamento
eclesiástico, el joven tuvo que huir de la persecución religiosa desatada por la guerra revo-
lucionaria. En mayo de 1915 federales y carrancistas libraron una batalla en el rancho de los
Garibay, que fue reducido a cenizas. Garibay fue a visitar las ruinas del rancho poco tiempo
después, y apenas salvó la vida: fue perseguido por carrancistas, y tuvo que refugiarse en el
seminario. Véase M. León-Portilla y P. Johansson, op. cit., pp. 39 y 43, así como D. Roldán, op.
cit., pp. 37-41. Es notable cómo estas amargas experiencias, comunes a intelectuales religiosos
de aquella época, no llevaron a Garibay a una actitud furibunda en contra de la revolución o los
grupos indígenas y campesinos, como sí ocurrió con muchos de sus compañeros.
65
En D. Roldán, op. cit., p. 47.
66
Véase, por ejemplo, el inédito transcrito en Roldán, op. cit., pp. 56-59.
67
O. Valdés, op. cit., pp. 15-16.
156
Los indios eran sus amigos, lo querían mucho. Ellos siempre hablaban su dialecto,
yo nada les entendía; mi hermano apuntaba y apuntaba todo lo que ellos decían.
Yo le pregunté qué dialecto era, él me dijo: “No vuelvas a decir dialecto, ellos ha-
blan un idioma muy bello”.
Un día le dije que no trabajara tanto, él me contestó enfadado, aunque después
se arrepintió, y me dijo que ellos también eran sus maestros porque le enseñaban
sus idiomas y le explicaban lo escrito y dibujado en unos papeles.72
Tomó una amplia cantidad de notas sobre la vida cotidiana de las perso-
nas en el pueblo, las supervivencias religiosas anteriores al cristianismo, las
fiestas, las leyendas, las formas de pedir matrimonio, los tratamientos de
las enfermedades y los ritos mortuorios. Dichas notas muestran un cierto
68
O. Valdés, op. cit., p. 17.
69
D. Roldán, op. cit., p. 67.
70
A. Hernández de Leon-Portilla, op. cit.
71
Fragmentos de su traducción de las Metamorfosis, elaborada en 1927, fueron rescatados
por Alfonso Méndez Plancarte y publicados como Ángel María Garibay K., “Dos ‘Metamorfosis’
de Ovidio”, Ábside, año XI, núm. 1, 1947, pp. 38-53. La Orestiada de Esquilo, traducida por
Garibay en este contexto, motivó una entusiasta reseña del venezolano M. A. Pulido Méndez
que fue reproducida con el título de “Esquilo en México”, Ábside, vol. III, núm. 12, diciembre
de 1939, pp. 37-43.
72
En D. Roldán, op. cit., pp. 73 y 86.
157
Ángel María Garibay, retraído, cultísimo, acendrado, que así como avejenta y auto-
riza su rostro, lozano todavía, con unas barbas espectables, así exorna su espíritu
—abierto a toda modernidad e inquietud— con el hebreo, el griego, el náhuatl y
otras arcaicas y peregrinas sapiencias. Sólo nos ha dado, en fragantes sonetos, un
diminuto Poema de los árboles. Tiene tesoros inéditos. ¿Cuándo dejarán de serlo?76
73
Gracias a la insistencia de León-Portilla, las notas fueron editadas en un breve folleto: A.
M. Garibay K., Supervivencias de cultura intelectual precolombina entre los otomíes de Huizquilucan,
México, Instituto Indigenista Interamericano, 1957.
74
Véase el borrador de su defensa en D. Roldán, op. cit., pp. 108-109.
75
H. Pérez Martínez, op. cit., pp. 299-300.
76
Texto de Alfonso Junco citado en la presentación del editor a Ángel María Garibay K.,
“Tres poemas aztecas vertidos del náhuatl y anotados por Ángel María Garibay K.”, Ábside, año
1, núm. 2, febrero de 1937, p. 11.
158
el mismo Valdés], la revista Ábside. El Padre Garibay sugirió este nombre, con-
siderando que la revista nacía allí, a la sombra del ábside de la iglesia parro-
quial de Otumba”.77 En la presentación del primer número de dicha revista,
Gabriel Méndez Plancarte, su editor, reelaboró en términos poéticos dicha su-
gerencia; olvidó darle a su maestro Garibay el crédito del nombre, pero glosó
poéticamente el tipo de reflexiones que, según él, se habrían dado en los en-
cuentros de Otumba. Dicha reelaboración fue presentada como el programa
cultural de Ábside, y planteó las tareas que la intelectualidad católica y con-
servadora debería cumplir en el contexto mexicano posterior a la Revolución:
77
O. Valdés, op. cit., p. 21.
78
Gabriel Méndez Plancarte, “Ábside”, Ábside, vol. I, núm. 1, enero de 1937, p. 5.
159
Louis Panabiére ha señalado además cómo la excentricidad del grupo respecto del discur-
79
so del nacionalismo estatal puede entenderse en tres dimensiones: una excentricidad desde el
punto de vista geográfico, pues una cantidad importante de los colaboradores de Ábside tiene
un origen provinciano (Michoacán) y gira en torno de dos ciudades (Morelia y Zamora), lo cual
explica el localismo de gran parte de sus textos; una más desde el punto de vista histórico, a
través de un tributo a la Madre Patria y una devoción por la historia colonial; y una última en el
campo de la cultura, en el momento en que la cultura oficial gira hacia la revalorización de lo
precolombino y el olvido de lo hispánico. Véase L. Panabiére, op. cit. pp. 110-111.
80
Sobre la probable simpatía de algunos de los redactores de Ábside respecto del levan-
tamiento fascista en España, véase Rodrigo Ruiz Velasco Barba, “A la caza de un enigma: el
silencio de Ábside sobre la guerra de España, 1937”, Boletín eclesiástico del Arzobispado de Gua-
dalajara, 4 de junio de 2014, disponible en Internet: <http://www.arquidiocesisgdl.org/2014-
6-4.php>, recuperada el 25 de enero de 2017. Conforme el régimen de Hitler vaya tomando
rasgos definitorios, la revista irá girando, a través de los ensayos de Junco, a una posición de
160
La cultura se encuentra cada vez más alejada de las ideas religiosas, hay una pér-
dida del sentido humanístico y espiritual suplantado por una visión materialista
“hispanismo cultural” que quiere distanciarse explícitamente del “hispanismo político” defen-
dido por el fascismo español. L. Panabiére, op. cit., p. 124, cita a este respecto las palabras de
Junco en un texto de 1941: “Hispanidad Cultural, no política es la que nosotros profesamos.
Hispanidad auténtica y libre de odios raciales, que de ninguna manera exige, para venerar a
Cortés, destruir el monumento a Cuauhtémoc, como pedía neciamente, hace poco, un diario
madrileño […]. Nosotros somos hispanistas como el que más —y buena prueba de ello es toda
nuestra labor durante estos cinco años de Ábside— ¡pero tenemos bien cerrados los oídos a las
voces de las sirenas totalitarias que nos invitan a llorar ‘la muerte del imperio’ y a renegar de
nuestra independencia como está hoy de moda en los círculos ‘derechistas’!”.
81
I. G. González Villasana, op. cit., p. 172. Este contexto explica también la fascinación del
grupo por la obra madrileña de Alfonso Reyes, a quien invitarán constantemente para formar
parte del cuerpo de colaboradores de la revista. Sólo hasta 1949 Reyes colaborará en ella: ese
año enviará su Homero en Cuernavaca, dedicado a la memoria de Gabriel Méndez Plancarte,
quien acababa de morir.
161
hedonista y amoral; hay también una pérdida de visión entre el bien y el mal, que
conduce a la pérdida del concepto de pecado. Enemiga de un verdadero humanis-
mo, se presenta la preocupación materialista de la técnica, el intelecto se ha ido
más a la parte técnica, se ha olvidado el estudio humanístico, el idioma del latín
en general y otros idiomas antiguos.82
Citado en I. G. González Villasana, op. cit., pp. 173-174. Véase L. Panabiére, op. cit., p. 125.
82
84
En ibid., p. 109.
85
Carlos Blanco, “El problema de la educación nacional”, Ábside, año I, núm. 11, noviembre
de 1937, pp. 5-9; la cita, p. 6. La segunda parte de este texto es muestra de los sutiles coque-
teos con el fascismo de los que hemos hablado en páginas anteriores (véase, por ejemplo, la
argumentación recogida en su página 8).
162
El indio vive en una especie de contemplación solitaria […]; es, podemos decir, un
autómata de la representación y para ponerlo en movimiento es necesario que lo
sensible intervenga fuertemente en relación con lo que está anclado en su interior.
Los Misioneros, con menos pretensiones que muchos psicólogos y maestros nor-
malistas, fueron más realistas en sus enseñanzas e hicieron más tangible el Reino
de Dios por medio del teatro, las funciones religiosas, los cantos en conjunto, que
los programas revolucionarios han hecho objetivas las verdades de la Ciencia.87
86
Ibid., p. 6. Cursivas del autor.
87
Id.
88
Véase Edward W. Said, Orientalismo, Barcelona, Debolsillo, 2007.
89
No es difícil reconocer aquí uno de los tópicos favoritos elaborados años después por Oc-
tavio Paz en su interpretación de la historia mexicana: se trata de lo que el ensayista llamaría “la
naturaleza circular de la historia mesoamericana”, el carácter radicalmente conservador y ahistó-
rico de sus culturas y el consiguiente trauma que implicó la entrada en contacto con una cultura
163
abierta al futuro como la europea, trauma que habría llevado fatalmente a la desintegración de
la cultura indígena. En palabras sostenidas por Paz en una fecha tan tardía como 1989, “la civi-
lización mesoamericana no sólo aparece milenios más tarde que las del Viejo Mundo sino que
su historia fue un constante recomenzar, un levantarse, caer y levantarse de nuevo para volver a
empezar. De ahí, sin duda, el carácter primitivo o arcaico tanto de sus técnicas como de ciertas
costumbres e instituciones, entre ellas los sacrificios humanos”. Octavio Paz, “El águila, el jaguar,
la virgen. Introducción a la historia del arte en México”, en Obras completas, vol. VII, Los privilegios
de la vista II. Arte de México, 2ª. ed., México, fce-Círculo de Lectores, 1994, p. 34.
90
Pablo Martínez del Río, “México, Egipto y Mesopotamia”, Ábside, año I, núm. 7, julio de
1937, pp. 6-22; la cita, p. 7.
91
Ibid., pp. 16-17. La “genuina inspiración lírica” que Martínez del Río señala en la literatu-
ra náhuatl parece ser una concesión a los materiales presentados por Garibay en sus artículos
de Ábside presentados ese año.
164
Los hados fueron muy crueles con los pueblos autóctonos de nuestro país al ne-
garles la invención de un sistema práctico de escritura en momento oportuno. La
escritura es para la vida espiritual casi tan importante como la agricultura para la
material, y el que no dispusieran de la misma actuó como poderosísimo freno en
todo su desarrollo. En cuestión de derecho, por ejemplo, nada puede ofrecer el
México indígena que pueda compararse con ese extraordinario monumento ju-
rídico, el Código del rey babilonio Hammurabi […]. La inestabilidad de cualquier
“corpus” de carácter jurídico que no puede consignarse en forma más o menos
duradera se demuestra, por ejemplo, en la falta de concordancia que advertimos
en las versiones de que disponemos de las ordenanzas de Netzahualcóyotl […]. La
enorme documentación jurídica, financiera y comercial de Mesopotamia nos da,
naturalmente, la impresión de una sociedad mucho más evolucionada y en conse-
cuencia más compleja que la nuestra, como sin duda lo era.92
92
Ibid., p. 17.
165
93
Alfonso Junco, “Entraña y defensa de la hispanidad”, Ábside, año IV, núm. 12, diciembre
de 1940, pp. 10-18; la cita, pp. 11-12.
166
Hubo un tiempo en que los militantes del comunismo sí cabalgaban en los lomos
del peligro y tenían la grandeza moral de quienes se juegan la tranquilidad y la
vida por una causa válida o equivocada. ¡Pero ahora! ¿Habrá alguien que pretenda
ver entereza y altura en pertenecer al partido comunista en Rusia? La superación
167
del nivel humano medio, lo admirable y heroico habrá que buscarlo, por el contra-
rio, en quienes se declaran anticomunistas.96
Por las razones expuestas arriba podemos decir que para el grupo Ábside in-
digenismo y comunismo eran entendidos como ideologías del resentimiento
que llevaban a la construcción de Estados autoritarios y sociedades confor-
mistas. Frente a ambas ideologías sólo cabe el heroísmo intelectual que rei-
vindica escandalosamente el hispanismo y el catolicismo conservador, únicas
tradiciones donde el pensamiento crítico es aún posible.97
Ibid., p. 11.
96
Por cierto, esta exaltación del conservadurismo como auténtica actitud crítica lleva a
97
González Luna a una defensa de la libertad que, décadas después, tendrá una sorprendente
resurrección en la obra de los filólogos e intelectuales que defienden la política norteamerica-
na en el marco de la Guerra Fría: “ser libre es, ante todo, estar capacitado para resguardar la
personalidad contra la absorción de un poder exterior, cualesquiera que sean las ventajas que
este ofrezca”. Ibid., p. 12.
98
A. M. Garibay K., Historia de la literatura náhuatl, prólogo de Miguel León-Portilla, 3ª. ed.,
México, Porrúa, 2007, p. 49 (cursivas mías).
168
por Garibay en el inicio de su obra mayor está sacada de uno de los manuales
escolares utilizados en la época para el aprendizaje del latín:
99
Ibid., pp. 60-61.
100
Para una exposición sistemática de dichas teorías, tal y como eran entendidas en la épo-
ca, puede consultarse el tomo I de la Historia de las ideas estéticas en España de Marcelino Me-
néndez Pelayo.
101
Al ofrecer esta definición de “poesía”, el sabio mexicano está traduciendo del francés
el pasaje de un libro al que refiere con el nombre de Histoire de la langue latine, pero que en
realidad se llamaba Grammaire de la langue latine, d’après la methode analytique et historique; el
texto fue escrito por el librepensador catalán José Miguel Guardia junto a su amigo, el erudito
polaco Just Wierzejski. Véase J. M. Guardia y J. Wierzeyski, Grammaire de la langue latine, d’après
la methode analytique et historique, París, A. Durand et Pedone-Lauriel, 1876, 773 pp.
169
La utilización de este texto dice mucho del carácter de Ángel María Gari-
bay: José Miguel Guardia, el estudioso citado por el mexicano, fue uno de los
más agudos críticos del catolicismo español y un adversario implacable de
Marcelino Menéndez Pelayo. Por esa razón la obra de Guardia fue siempre mi-
rada por los intelectuales católicos con una mezcla de admiración y enojo.102
Pero a Garibay ese enojo no parece molestarle: con un silencio elocuente se
aleja de los muchos lugares comunes del humanismo católico y conservador
en torno del poco valor filológico de los estudios de Guardia, y se limita a uti-
lizar su definición para apuntalar la existencia de poesía en el mundo prehis-
pánico: en él existía poesía porque existía una conciencia de la sonoridad de
la lengua y un trabajo consciente sobre dicha sonoridad, que permite expre-
sar el pensamiento de maneras más potentes.103 Si Pablo González Casanova
abrió el concepto de literatura a partir de una recuperación de las creaciones
verbales del presente, una modernización de la perspectiva filológica y una
recuperación de la función expresiva del arte literario, Garibay hizo lo propio
desde una lectura arcaizante de la tradición retórica a través de la cual emer-
ge lo que después sería llamado “función poética de la lengua”.
José Miguel Guardia fue un médico y filólogo catalán cercano al mundo protestante que
102
desarrolló su carrera intelectual en Francia y fue autor de importantes estudios sobre Raimun-
do Lulio, Juan Huarte de San Juán y las relaciones entre filosofía y medicina en el mundo griego
y romano. La Grammaire de la langue latine utilizada por Garibay tiene el mérito de haber sido
una de las primeras que introdujo en Francia los métodos históricos y comparativos. Por ello,
la obra de Guardia fue mirada siempre por los humanistas católicos con una mezcla de enojo
por sus tendencias materialistas y anticatólicas, y de admiración por su erudición y capacidad
filológica. A este respecto no deja de ser interesante, y humorístico, conocer los mudables jui-
cios de Menéndez Pelayo hacia la obra de Guardia (todos ellas han sido recopiladas en <http://
www.filosofia.org/ave/001/a255.htm>, recuperada el 26 de enero de 2017). Una presentación
general de este autor puede leerse en Yvan Lissorgues, “Una polémica sobre la ‘Filosofía espa-
ñola’: José Miguel Guardia contra Marcelino Menéndez y Pelayo”, Alicante, Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes, 2012, <http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcns1f2>, re-
cuperada el 25 de enero de 2017.
103
Es, además, evidente que Garibay cita sin tener el libro a la mano: la cita es correcta,
pero el nombre del libro viene de la memoria del sabio mexicano; probablemente la cita fue
transcrita en una ficha o un cuaderno de trabajo cuando el mexicano tuvo la oportunidad de
estar en una biblioteca que tenía la obra de Guardia, y luego fue incorporada en “La épica azte-
ca”, artículo de Ábside publicado en 1940 que forma el sustrato de la argumentación presenta-
da en esta parte de la Historia de la literatura náhuatl.
170
104
En este mismo número dos Garibay publica una bella reseña del libro de Jacques Sous-
telle, Méxique terre indienne, que no comentaremos aquí por no estar directamente relacionada
con nuestro tema. Por la misma razón tampoco nos hemos detenido en su cuento “Las mulas
de don Celedonio”, aparecido en el número 1 de la revista, que forma parte de un ciclo de-
nominado “Cuentos mexicanos”. Véase “Las mulas de don Celedonio”, Ábside, año I, núm. 1,
enero de 1937, pp. 55-63; “La bendición de Fray Roque”, Ábside, año II, núm. 4, abril de 1938,
53-62; y “Los tres Alonsos y el diablo”, Ábside, año V, núm. 8, agosto de 1941, pp. 506-514.
105
Citado en Miguel León-Portilla, “Estudio introductorio a los Cantares”, en Cantares mexi-
canos I, edición coordinada por Miguel León-Portilla, México, unam-Fideicomiso Teixidor, 2011,
pp. 174-175.
171
106
Citado en Ascensión Hernández de León-Portilla y Liborio Villagómez, “Estudio codicoló-
gico”, en Cantares mexicanos I, pp. 31-32.
107
Ibid., p. 32.
108
Entre los textos de Martí inspirados en las obras de Brinton están “Autores americanos
aborígenes”, en Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, t. VIII, pp. 335-
337; “Una comedia indígena. El Güegüence”, en Obras completas, t. VIII, pp. 338-340; “Cronología
prehistórica de América. Daniel G. Brinton”, en Obras completas, t. VIII, pp. 341-342; “Libros
nuevos”, en Obras completas, t. XIII, pp. 453-456. Martí además escuchó personalmente a Brin-
ton y comentó sus teorías en “Sobre la ciencia. Asamblea anual de la ‘Sociedad para el Adelanto
de las Ciencias’”, Obras completas, t. XI, pp. 271-278. Aunque ninguno de estos textos muestran
que Martí se haya acercado al volumen donde Brinton traduce los poemas de Cantares mexica-
nos, sí dan cuenta de un interés continuo de Martí por seguir la colección donde se publicó el
volumen, lo que debería autorizar a buscar huellas de la poesía náhuatl en la obra del cubano.
A través de los comentarios de Martí, la literatura indígena editada por Brinton llegó al conoci-
miento de Rubén Darío y otros escritores modernistas. También Alfonso Reyes recurre a Brinton
en su Visión de Anáhuac (véase Obras completas, t. II, México, fce, 1956, pp. 30-33).
172
Sobre la belleza y su galanura de los poemas que van a leerse, dará mejor juicio el
lector. Su misma lectura atenta le hará ver que lo que algunos han creído ser una
superchería literaria, o una invención de los frailes evangelizadores, dista mucho
de ser verdad. El pensamiento y estilo de los poemas están publicando a voces
que vienen de muy distinta fuente de inspiración. Retocados aquí y allá por mano
cristiana, sí puede admitirse que lo estén, aunque no en la forma que algunos han
pretendido.
Tiempos de nacionalismo los nuestros, exigen una mayor comprensión de las
fuentes de la poesía nacional, supervivientes en muchos de los poetas de los cua-
tro siglos castellanos.111
Como podemos ver, Garibay señala que la literatura que él está recogiendo
sobrevive en el estilo poético de los siglos subsiguientes. Estos dos rasgos
diferenciados —el de la “fuente” olvidada y el de la sobrevivencia inadverti-
da— seguirán presentes en las caracterizaciones subsecuentes de este lega-
do textual.
109
A. Herr Solé, op. cit., pp. 32-34.
110
A. M. Garibay K., “Tres poemas aztecas”, p. 13.
111
Ibid., p. 14.
173
En la edición crítica bilingüe de León-Portilla, los tres textos pueden encontrarse en las
112
pp. 49-63. La consulta de ambas versiones puede ser útil para observar las distintas elecciones
en la disposición esticométrica.
113
A. M. Garibay K., “Tres poemas aztecas”, p. 21.
174
Este paralelismo tiene mucha variedad y muchas gradaciones; a veces es más pre-
ciso y manifiesto, a veces es más vago y oscuro. Sin embargo, puede decirse que
consiste de tres especies.
La primera especie es el paralelismo sinonímico, en el que el mismo sentimien-
to es repetido en términos diferentes pero equivalentes. Éste es el más frecuente
114
Traduzco a partir de la versión inglesa del texto: “The poetical conformation of the
sentences, which has been so often alluded to as the characteristic of the Hebrew poetry, con-
sists chiefly in a certain equality, resemblance, or parallelism between the members of each
period; so that in two lines (or members of the same period) things for the most part shall
answer to things and words to words, as if fitted to each other by a kind of rule or measure”.
Robert Lowth, Lectures on the Sacred Poetry of the Hebrews, Nueva York, Garland, 1815, p. 259.
El mismo Lowth reconoce que sus reflexiones se inspiran en procedimientos de lectura judíos
provenientes de la época medieval. Ello quiere decir que la discusión sobre la existencia de
poesía en la Biblia está ubicada en un contexto complejo, que ha sido analizado de manera
ejemplar en los libros de John Kugel, Adele Berlin y Robert A. Harris: la idea de poesía fue in-
ventada recientemente en la Modernidad occidental, pero en el ámbito de la lectura del texto
sagrado transmite reflexiones muy antiguas sobre el tipo de racionalidad que organiza dichos
textos. La disposición esticométrica de los textos “poéticos” no es un invento de la Moder-
nidad, sino una recuperación de marcas que estaban presentes en los rollos rabínicos. Véase
sobre este punto Adele Berlin, Biblical Poetry through Medieval Jewish Eyes, Bloomington-India-
napolis, Indiana University Press, 1991, pp. 7-8.
175
“This parallelism has much variety and many gradations; it is sometimes more accurate
115
and manifest, sometimes more vague and obscure: it may however, on the whole, be said to
consist of three species. / The first species is the synonymous parallelism, when the same sen-
timent is repeated in different, but equivalent terms. This is the most frequent of all, and is
often conducted with the utmost accuracy and neatness […]. The antithetic parallelism is the
next that I shall specify, when a thing is illustrated by its contrary being opposed to it. This
is not confined to any particular form: for sentiments are opposed to sentiments, words to
words, singulars to singulars, plurals to plurals, &c. […]. There is a third species of parallelism,
in which the sentences answer to each other, not by the iteration of the same image or sen-
timent, or the opposition of their contraries, buy merely by the form of construction. To this,
which may be called the Synthetic or Constructive Parallelism, may be referred all such as do
not come within the two former classes”. Ibid., pp. 259, 265 y 267. Compárese la presentación
del fenómeno en A. M. Garibay K., Historia de la literatura náhuatl, pp. 65-67.
176
entre ellos, ayuda a fortalecer y elevar cada elemento nuevo, de manera simi-
lar a como operan los latidos del corazón, la respiración o el movimiento de
las olas.116
En su obra de madurez, Garibay reproducirá las definiciones que hemos
presentado rápidamente, pero mostrará en su ejemplificación que dichas de-
finiciones se relacionan con una amplia gama de fenómenos poéticos que
operan en la tradiciones orales y escritas del mundo: presentará el paralelis-
mo náhuatl en relación con el chino, el finlandés, el árabe… La Biblia le sirve
como punto de partida para pensar desde ella un mundo poético diferente al
occidental, pero no se mantiene como referencia privilegiada desde el cual
juzgar ese mundo nuevo. Por el contrario, se convierte en una especie de
puerta de salida que ayuda a Garibay a articular una consideración de los fe-
nómenos literarios que quiere ser mundial.
Al año siguiente, en 1937, Garibay se decidió a entregar otro de los “teso-
ros ocultos” a los que se había referido Alfonso Junco en su texto de 1933: se
trata de un ensayo largo, La poesía lírica azteca. Esbozo de síntesis crítica. Un ca-
pítulo de dicho ensayo apareció en el número 4 de Ábside; el texto completo
fue publicado como volumen inaugural de los folletos que aparecieron “Bajo
el signo de Ábside”.117 El texto, organizado en 18 capítulos breves, es uno de
los que presenta una mayor libertad de exposición dentro de los realizados
por Garibay. Su prosa es vibrante, tiene una dimensión poética importante y
no rehúye hacer juicios de valor que muestran la posición desde la que Gari-
bay está leyendo. Comenzaremos citando las páginas con que abre el libro,
que a decir de Garibay son un símil que “traza la historia y la filosofía de to-
das las conquistas”:
116
Véase Johann Gottfried Herder, The Spirit of Hebrew Poetry, Burlington, E. Smith, 1833, t.
1, pp. 38-42.
117
A. M. Garibay K., “Los Poetas Aztecas ante el enigma del más Allá”, Ábside, año I, núm.
4, abril de 1937, pp. 49-56. En el mismo número Garibay ofrece un conjunto de reseñas que
muestran su conocimiento y admiración por la labor arqueológica de Antonio Caso, las inves-
tigaciones de Manuel Toussaint y la colección Biblioteca Histórica Mexicana de Obras Inéditas
dirigida por Genaro Estrada. La reflexión sobre la obra de Soustelle continúa en A. M. Garibay
K., “El enigma otomí”, Ábside, año II, núm. 3, maro de 1938, pp. 3-14.
177
A. M. Garibay K., La poesía lírica azteca. Esbozo de síntesis crítica, México, Bajo el Signo de
118
Ábside, 1937, p. 5.
119
Ibid., pp. 5-6.
178
120
“Nos queda su poesía, perdida entre las remembranzas de los cronistas acuciosos, quizá
superviviente en algunos labios, al cabo de una noche de cuatro siglos”. Ibid., p. 7 (cursivas
mías).
121
L. Panabiére, op. cit., p. 125. A. M. Garibay K., “El perfume de un verso. Notas sobre el alma
griega”, Ábside, año I, núm. 9, septiembre de 1937, pp. 16-27. El texto polemiza contra el
presunto vitalismo de la cultura griega que se volvió popular a partir de las tesis de Nietzsche
expuestas en El nacimiento de la tragedia. Frente a dichas tesis, Garibay presenta una reflexión
sobre la presencia de la muerte en el mundo clásico, en un arco que integra la tristeza de Aqui-
les en la Ilíada, la tragedia griega, la poesía de Horacio, las meditaciones de Marco Aurelio y las
cartas de Pablo.
179
hombre”, con mayor razón puede decirse que “el arte es el pueblo”, “ya que
el arte no es sino el estilo de una raza hecho materia que aprisiona las men-
tes”.122 De esa manera Garibay articula una relación armónica entre historia y
literatura que permitirá la apropiación nacionalista del pasado prehispánico
como fuente de la identidad mexicana. Más adelante, Garibay confiesa que su
programa de lectura de estas letras “al mismo tiempo extrañas y muy nues-
tras” se concibe como un esfuerzo “para ir en pos del alma nacional”.123
En este breve folleto de 1937 Garibay utiliza sus conocimientos de poética
hebrea y su formación en la tradición grecolatina para introducir dos hipóte-
sis de trabajo que me interesa resaltar. En primer lugar, se trata de la decisión
de clasificar la literatura náhuatl en “la eterna trilogía de la belleza hablada”
que constituirá la lírica, el drama y la epopeya, clasificación corriente en los
manuales de retórica que será rehecha trabajosamente por Garibay a lo largo
de sus siguientes estudios.124 En segundo lugar, se trata de una reflexión so-
bre la composición de Cantares mexicanos que hace uso de lo que los métodos
histórico-críticos del estudio de la Biblia habían postulado respecto de la for-
mación del Libro de los Salmos. A esta segunda hipótesis se relacionan dos
elementos que me parecen un acierto importante en la investigación tempra-
na del autor: su manera de asumir el problema de la “autoría” en los textos
y la decisión de reconstruir los géneros literarios propios de la expresión ná-
huatl partiendo de los datos que suministra el manuscrito.
Respecto de Cantares mexicanos, dice Garibay:
Nada podrá dar una idea de su formación a los lectores mejor que la comparación
con repertorios de otras literaturas —famosas y bien estudiadas—, con los cuales
es paralela la índole de la formación de esta colección de cantares. El Salterio He-
breo, por una parte, y la Antología de Epigramas Griegos, por otra. Está formado
el primero por cinco colecciones distintas, cuyos extremos cronológicos no pue-
Ibid., p. 11.
123
124
Ibid., pp. 7-8. Toda la primera parte de la Historia de la literatura náhuatl está organizada
en torno de esta discusión. Por otro lado, la distinción entre prosa histórica, didáctica e ima-
ginativa representa un intento por parte del erudito mexicano para pensar las diferencias tex-
tuales en el marco del corpus que está analizando. Abajo nos referiremos brevemente al camino
que lleva a Garibay, de la presuposición de que la poesía es algo distinto de la prosa, y que la
poesía se divide en épica, lírica y dramática, al intento de reconstrucción de los géneros ver-
bales en la literatura náhuatl, así como a la asunción de que la “literatura” es un asunto de la
voz y el cuerpo, con lo cual se desdibuja el límite entre poesía y teatro, y —mucho más impor-
tante— entre estudios literarios y estudios antropológicos, y entre alta cultura y baja cultura.
180
den fijarse con exactitud, pero que contienen variados poemas, de muy diferentes
manos y de muy distinta calidad; alguno que probablemente es del Legislador ju-
dío, otros, que si no son de la época macabaica, sí sufrieron en ella bastantes reto-
ques. Un mosaico y un florilegio, pero de inestimable valor para el conocimiento
del alma de Israel.
La Antología Griega, tal como se halla en el MS. de la Biblioteca Palatina de
Heidelberg, hoy dividido en dos partes, habiendo quedado la segunda, tras largas
vicisitudes, en la B. Nacional de París, contiene unos tres mil setecientos poemas,
de muy diversos autores y épocas, puesto que abarca, desde algunos antiquísimos
recogidos por Meleagro, hasta otros recientes, admitidos por los continuadores
de Kefalas, nada menos que unos dieciséis a diecisiete siglos de Epigramas heléni-
cos. Inestimable repertorio para el estudio de la poesía de Grecia.
Análoga es la formación de nuestro códice. Aunque escrito por una sola mano,
con excepción de sus seis últimos folios, en el tercer cuarto del siglo xvi, no hace
sino reproducir, juntando en uno solo, varios documentos anteriores. El examen
atento del MS. y la existencia de duplicados, entre otros indicios, hacen ver que
fueron fundidas en ésta varias colecciones anteriores. En efecto, se hallan poemas
de México, Acolihuacán, Tlaxcala, Huexotxinco, Chalco, Azcapotzalco, etc., ade-
más de otros que se dice “de los naturales otomís, vueltos en lengua mexicana”.
Puede sostenerse que es un verdadero florilegio de los poemas de la Meseta del
Anáhuac y representan por tanto una base documental de interés primario para
el conocimiento y estudio de las manifestaciones poéticas de la raza mexicana.125
125
Ibid., pp. 8-9.
181
126
Una buena visión panorámica de los métodos histórico-críticos y sus supuestos teóricos
y metodológicos puede encontrarse en Norman Gottwald, The Hebrew Bible. A Socio-Literary
Introduction, Filadelfia, Fortress Press, 1985, §3.2.
127
Institutiones Biblicae scholis accomodatae, 3 vols., Roma, Pontificio Instituto Biblico, 1929.
Alberto Vaccari fue uno de los filólogos bíblicos más reconocidos en el mundo católico du-
rante la primera mitad del siglo xx. Emprendió una traducción de la Biblia desde sus lenguas
originales, que fue publicada en 1958. Fue miembro de la comisión preparatoria general del
Concilio Vaticano II, y desarrolló importantes labores docentes en el Pontificio Instituto Bíblico
de Roma.
182
labor editorial motivada por los intereses teológicos de los diversos redacto-
res del texto. Para Gunkel, las investigaciones de este tipo, meritorias e inte-
resantes, han dado todo lo que podían ofrecer. En lugar de reconstruir la “ver-
dadera historia” de Israel, Gunkel quiere reconstruir la historia de la literatura
israelita. No se trata tanto de reconstruir la historia editorial de la Biblia para
desenmarañar los errores de la tradición y acceder a la realidad “detrás” de los
textos, sino de entender el funcionamiento de los textos en cuanto textos, su
génesis literaria y su época, comprendiendo que por las características de la
Biblia es imposible establecer el origen de las obras en sucesión cronológica y
explicar los textos a partir de la personalidad de su autor.128
Al mismo tiempo, Gunkel señala que la crítica de las fuentes ha cometido
un error al suponer que las obras literarias antiguas fueron concebidas como
obras escritas. Por el contrario, ellas “proceden de la vida real de los hombres
y tienen su realización en esa vida: un grupo de mujeres entona un canto
triunfal ante el ejército que vuelve victorioso; las plañideras entonan, junto al
ataúd, la conmovedora canción de los muertos; en el atrio del santuario, un
profeta hace oír su voz atronadora ante la asamblea”.129 Para Gunkel, la clave
para la construcción de una historia literaria de la Biblia está en la considera-
ción de la categoría de “género literario”. La historia de la literatura bíblica
es la historia de sus géneros, y dicha historia debe pensarse como la histo-
ria de constantes verbales ligadas a situaciones concretas de la vida real que
pueden ser deducidas de los textos mismos. A dichas situaciones Gunkel les
llama “contexto existencial” (Sitz im Leben).130
Se podría establecer una analogía entre lo que Mijaíl Bajtín llamaría “es-
feras de la praxis” y lo que Gunkel llama “contexto existencial”, pues ambas
nociones ayudan a pensadores muy distintos entre sí a articular una teoría
de los géneros que pone en primer lugar el acento en la vida histórica, las
128
Cf. Victor Morla, “Historia de la interpretación del salterio”, en Libros sapienciales y otros
escritos, Estella, Verbo Divino, 2006, pp. 413-414. Las reflexiones de arriba respecto de la tra-
dición en cuanto error no son de Morla, sino mías, y provienen de mi propia lectura y de las
apreciaciones de Gershom Scholem sobre el distinto papel de la tradición en el judaísmo y el
cristianismo. Véase G. Scholem, Conceptos básicos del judaísmo: Dios, creación, revelación, tradi-
ción, salvación, Madrid, Trotta, 1998.
129
Hermann Gunkel, Introducción a los salmos, Juan Miguel Díaz Rodelas (trad.), Valencia, Edi-
cep, 1983, pp. 24-25.
130
H. Gunkel, Introducción a los salmos, p. 25.
183
Véase Mijaíl Bajtín, “El problema de los géneros discursivos”, en Estética de la creación ver-
131
bal, traducción de Tatiana Bubnova, México, Siglo XXI, 1982, pp. 248-293; la expresión referida
se encuentra en la página 248.
132
A. M. Garibay, op. cit., pp. 21-22.
133
De cualquier manera, el propio Garibay parecerá dudar en sus siguientes estudios sobre
la posibilidad de una reconstrucción de este tipo: en su antología Poesía indígena de la altiplani-
cie, de 1940, preferirá seguir otro camino, el de la reconstrucción de los géneros de la poesía
náhuatl a partir de las descripciones de cronistas que observaron de primera mano el funcio-
namiento de algunos poemas (se trata de Diego Durán, que le da a Garibay una descripción
de contextos para lo que él llamará allí “poesía sacra” y “poesía heroica”). Además ofrecerá un
párrafo adicional de Durán que pone en duda esta fácil separación y promete la existencia de
muchos otros géneros, y alerta de la existencia de cuecuechcuicatl, “baile de mujeres deshones-
tas y de hombres livianos”, a decir de Durán, del cual Garibay prefiere no antologar ejemplos
184
que para Garibay la relación entre literatura y escritura ha dejado de ser perti-
nente: los “poemas” tienen contextos; se bailan y se cantan siguiendo pautas
comunitarias que pueden reconstruirse parcialmente a partir de elementos in-
ternos a cada composición y de contexto que ofrecen otros documentos. No
deja de sorprender cómo en pocos años un filólogo formado en la tradición
más conservadora de la crítica literaria ha llegado a una visión de la literatura
tan amplia.
Gunkel también había prevenido a los exégetas sobre la posibilidad de
utilizar los títulos de los salmos como un testimonio sobre su autoría o su
contexto primigenio. De manera similar, Garibay expresa sus dudas respecto
de que los encabezados de cada cantar ofrezcan datos definitivos sobre su
autor o su contexto, llegando incluso a dudar, en otra parte del libro, de que
la categoría de “autor” pueda ser utilizada en ese mundo: “La mayor parte
de los poemas son anónimos. De muy pocos se puede decir que sea mencio-
nado con exactitud el autor. Muchas veces sucede que habrá que traducir el
título con un ‘de’, no de origen o autor, sino de materia o referencia. Vgr.
el poema de la foja 28 vt. que si se titula ‘Canto de Nezahualcóyotl’, no es
porque provenga del rey poeta, sino porque de él trata”.134 De esa manera,
más que hablar de Nezahualcóyotl como poeta individual, cabría hablar
de una “tradición de Nezahualcóyotl”. Garibay abunda en los siguientes
términos:
porque la obra que entrega “va destinada a estudiantes”. Al menos ahora el sacerdote reco-
noce que dicha poesía existe, pero que no cree conveniente mostrarla, pues en La poesía lírica
azteca había dicho que “la poesía erótica no fue conservada en este repertorio, —o no existió
quizá”. Véase A. M. Garibay K., La poesía lírica azteca, p. 33, y Poesía indígena de la altiplanicie, 7ª.
ed., México, unam, 2014, pp. xii-xiv.
134
A. M. Garibay K., op. cit., p. 10. El autor regresa al tema en las páginas 41-42 del texto
citado. Sin embargo, él mismo señala que no todos los encabezados en Cantares mexicanos
operan de la misma manera. Garibay mismo señala que hay algunos que sí tienen como objeto
dar una mención clara de año de composición y autor, caso de Francisco Plácido, Cristóbal del
Rosario y Diego de León. Ibid., p. 45, n. 11. De esa manera, el sabio mexicano abre a la posibi-
lidad de una consideración del juego entre las concepciones occidentales de “texto” y “autor”
y las provenientes del mundo indígena, preparando una línea de investigación que seguirá
desarrollándose en sus textos sobre la épica azteca, que tienen una primera recuperación do-
cumentada de lo que los cronistas como Pomar y Muñoz Camargo dejaron sobre la presencia
de “autores” en el mundo prehispánico; la hipótesis tendrá una presentación explícita en A. M.
Garibay K., “Romántico náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, vol. V, 1965, pp. 9-14, y será de-
sarrollada con exhaustividad por Miguel León-Portilla en Trece poetas del mundo azteca, México,
unam, 1967.
185
Más que poemas individuales hay que considerarlos como colectivos, no porque
admita la vana teoría de la composición colectiva, enteramente inexacta, sino por-
que provenientes de un poeta individual, pasaron, de mucho tiempo atrás, a ser
patrimonio de las multitudes, las cuales los conservaron y transmitieron, con las
naturales modificaciones que necesariamente habían de ir recibiendo. Fenómeno
análogo al de nuestros días, —días de imprenta y palabra escrita—, en lo que se
refiere a la producción y transmisión de nuestras canciones populares. En tal sen-
tido estos poemas pueden encerrarse bien en el cuadro de la producción llamada
“folk-lórica”.135
186
No quiero terminar sin apuntar una cuestión que suele ser tratada con frecuencia
y ciertamente, a veces, maltratada: la de la métrica. ¿Están en verso o prosa estos
cantares? Respondo: si se trata de imponerles la técnica greco-romana, o de la
poesía de los pueblos de Europa, no se hallarán acordes con sus normas. Si se
admite que el ritmo es peculiar a cada literatura exótica y que tiene sus leyes fijas,
sí hay que admitir que la inmensa mayoría de estos poemas está en verso: es un
verso de carácter muy peculiar y condicionado por el ritmo natural del baile, que,
en término final, es el origen de toda métrica en todas las literaturas. Me conten-
to con esta salvedad y dejo para otra ocasión tratar la cuestión ampliamente. Así
pues, la disposición esticométrica que doy en las citas de estos poemas no prejuz-
ga la división del ritmo del original, ciertamente efectivo.137
1939 ofrece la oportunidad para que Garibay desarrolle con inusitada liber-
tad y creatividad una hipótesis del “inolvidable González Casanova”.138 En el
sustrato del texto que revisaremos está un artículo donde Roberto Weitlaner
y Jacques Soustelle daban a conocer canciones otomíes recogidas a lo largo
de diez años en Ixmiquilpan, Actopan y Zimapán. En dicho artículo hay una
nota en donde Weitlaner recuerda una conversación que tuvo con González
Casanova, quien veía en dicha canción “la misma forma de los versos ‘Hai-Kai’
japoneses”.139 ¿Y qué tal si por lo menos algunos de los textos preservados
137
Ibid., p. 42. Allí puede verse cómo, en un desarrollo de las ideas que acabamos de señalar,
Garibay utiliza La versificación irregular en la poesía castellana de Pedro Henríquez Ureña para
explicar las constantes rítmicas que encuentra en la poesía náhuatl. Véase su artículo “La épica
azteca”, Ábside, vol. IV, núm. 1, enero de 1940, p. 73, n. 38.
138
A. M. Garibay K., “10 poemas cortos en náhuatl”, Ábside, año III, núm. 8, agosto de 1939,
pp. 11-26; la cita, p. 25, n. 14.
139
Roberto Weitlaner con la colaboración de Jacques Soustelle, “Canciones otomíes”, Jour-
nal de la Société des Americanistes, vol. 27, núm. 2, 1935, pp. 303-324; la cita, p. 306.
187
en los manuscritos tuvieran una lógica más cercana a los poemas japoneses
que a los poemas griegos o hebreos?
Ya hemos mostrado que en “Tres poemas aztecas” Garibay ofreció compo-
siciones completas, resistiendo la tentación de recortarlas para dar fragmen-
tos más “coherentes” según los criterios de un estudioso del siglo xx; que los
estudios críticos de la Biblia autorizaban a fragmentar los libros poéticos en
un intento de deshacer presuntas incoherencias y encontrar las “fuentes” que
redacciones progresivas habrían ido reuniendo; además, debemos notar que,
con la excepción de “Tres poemas aztecas”, en sus textos de los años treinta
y cuarenta Garibay ofrece siempre textos breves, que dan la impresión de ser
pequeños poemas, aunque él mismo aclare en distintos lugares que lo que
ofrece no es una colección de obras breves sino una “serie de citas, necesa-
riamente fragmentaria”,140 pues los textos de los manuscritos son muy largos
y él no ha encontrado posibilidades para darlos concretos.
En el ensayo de 1939 que a continuación comentaremos Garibay asume
la hipótesis de que entre los textos conservados en Cantares mexicanos y los
manuscritos de Sahagún podría haber poemas cortos que fueron copiados
uno detrás de otro por un copista paciente; para ilustrar su funcionamien-
to, después de breves menciones al soneto italiano y el epigrama griego,
el autor refiere extensamente a poemas chinos y japoneses, además de los
haikús de Tablada. A continuación copia algunas canciones otomíes contem-
poráneas de las recogidas por Weitlaner y Soustelle, utiliza la traducción de
Mediz Bolio del Chilam Balam para mostrar cómo allí también hay formas
poéticas breves, y señala rápidamente que, en el caso del Nuevo Testamento,
“Todo el Sermón de la Montaña podría ajustarse a este esquema”.141
Hay, además, otras novedades interesantes: en la presentación de los tex-
tos ahora Garibay da primero su transcripción del original náhuatl. La dispo-
sición esticométrica se realiza ahora a partir de las constantes rítmicas del
original (por ello es importante que los lectores puedan acceder al texto ná-
huatl). Finalmente, los tres últimos poemas de la antología son tomados de
los himnos recogidos por fray Bernardino de Sahagún, con lo cual comienza
a tomar mayor protagonismo una fuente que en La poesía lírica azteca había
tenido un lugar más marginal.
Nuestra revisión de los textos de Garibay que preparan la Historia de la
literatura náhuatl termina con las obras publicadas por el sabio mexicano en
140
A. M. Garibay K., La poesía lírica azteca, p. 26.
141
A. M. Garibay K., “10 poemas cortos”, pp. 11-14.
188
Los diez primeros títulos, aparecidos en 1939, fueron el Popul Vuh, con
el nombre de Libro del consejo, reimpresión de la edición parisina publicada
en 1927 por el periodista mexicano J. M. González de Mendoza y el escri-
tor guatemalteco Miguel Ángel Asturias a partir de la traducción al francés
de Georges Raynaud, con quienes ambos habían estudiado en París; Crónicas
de la conquista, introducción, selección de textos y notas de Agustín Yáñez,
quien frecuentaba la “tertulia del mate” y después se convertiría en director
de la colección y en permanente aliado de Garibay; México en 1554, de tres
diálogos latinos de Francisco Cervantes de Salazar traducidos por Joaquín
142
Nota sin título en El libro del consejo, Georges Raynaud, J. M. González de Mendoza y
Miguel Ángel Asturias (trad. y notas), Francisco Monterde (pról.), México, unam, 1939, pp. v-vi.
Como indica Monterde en su “Prólogo” a la edición, los principales cambios entre la edición
original publicada en París y la edición mexicana son: la supresión del erudito prólogo de Ray-
naud, que es citado parcialmente por Monterde únicamente en lo que se refiere a las reflexio-
nes de Raynaud sobre el paralelismo; la supresión de buena parte de las notas eruditas de
Raynaud, y una nueva revisión de la traducción debida a González de Mendoza. F. Monterde,
“Prólogo”, en El libro del consejo, pp. vii-xiv; sobre el tema, pp. xi-xii.
189
143
Los datos detallados pueden encontrarse en Biblioteca del Estudiante Universitario. Catálo-
go general 1939-1997, 2ª ed., México, unam, 1997, pp. 3-20. Este cuidado catálogo, cuyas notas
sin firma estuvieron a cargo de Roberto Moreno de los Arcos, es fuente indispensable para
quien un día decida hacer un estudio detallado de esta colección, estudio que hoy nos hace
mucha falta.
144
Como parte de los títulos que siguen la vertiente indigenista de este primer volumen de
la colección podemos señalar el Libro del Chilam Balam de Chumayel, reimpresión de la traduc-
ción de Antonio Mediz Bolio (1941); Mitos indígenas, estudio preliminar, selección y notas de
Agustín Yáñez (1942); Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, prólogo y selección
de textos de Mario Mariscal (1943); fray Bernardino de Sahagún, Suma indiana, introducción
y selección de Mauricio Magdaleno (1943); Épica náhuatl, selección de textos, introducción y
notas de Ángel María Garibay K. (1945); la reimpresión de la traducción de Anales de los Xahil
elaborada por González y Mendoza y Asturias a partir de la versión inédita de Raynaud (1946);
Teatro indígena prehispánico, edición del Rabinal Achí con prólogo de Francisco Monterde (1955);
y Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista, introducción, selección y notas de
Miguel León-Portilla, versiones de Ángel María Garibay (1959). La sola revisión de las fechas
puede dar cuenta de lo que primero fue un decaimiento en el interés por la literatura “prehis-
pánica”, y lo que después fue una crisis generalizada de la colección.
190
145
A. M. Garibay K., “El libro del consejo”, Ábside, vol. III, núm. 11, noviembre de 1939, pp.
63-64; la cita, p. 63. Es curioso que ni en la presentación del libro a cargo de Monterde ni en
la reseña a cargo de Garibay se diga una palabra de uno de los dos responsables en verter la
traducción de Raynaud al español: Miguel Ángel Asturias ya era, para esta época, un escritor
reconocido en los ambientes de la vanguardia parisina. Su participación en la versión caste-
llana del Popol Vuh parece haberse limitado a una revisión estilística del texto, que da a dicha
traducción su extraña belleza y es, en parte, responsable de que a partir de entonces la obra
quiché comience a influir en los letrados americanos que escriben en español (en esto, como
en otras cosas, el antecedente olvidado es Martí…). Después de participar, junto a su amigo
Mendoza, en las clases de Raynaud, Asturias ayudaría en la traducción de la edición francesa
del Popol Vuh (1927), y en la traducción de la versión inédita que su maestro había dejado de
los Anales de los cakchiqueles (1928). Al año siguiente publicaría la primera edición de Leyendas
de Guatemala. Véase Marc Cheymol, “Miguel Ángel Asturias entre latinidad e indigenismo. Los
viajes de Prensa Latina y los seminarios de cultura maya en La Sorbona”, en Miguel Ángel Astu-
rias, París 1924-1933. Periodismo y creación literaria, edición crítica coordinada por Amos Segala,
México, cnca, 1988, pp. 844-882.
146
Ibid., p. 64 (las cursivas son mías). El dato sobre la inclusión del Popol Vuh en los planes
de estudio de la Escuela Nacional Preparatoria es suministrado por Francisco Monterde, “Pró-
logo”, en El libro del consejo, p. vii. El erudito mexicano no comentó las palabras de Raynaud
191
recuperadas por Monterde en su “Prólogo”, pero las transcribimos a continuación porque ellas
deben haber ayudado mucho a Garibay en su defensa del paralelismo: “El Libro del Conse-
jo, que contiene pasajes evidentemente antiguos y presenta numerosos vestigios de antiguas
poesías salmodiadas o cantadas (a veces con bailables), denota, como tantos otros documen-
tos de la América Media, un empleo muy frecuente (llevado al abuso en algunos otros textos)
del paralelismo (balance) no sólo de las ideas y de las frases o miembros de frase, sino también
de los nombres propios (dioses, héroes, jefes, etc., lugares legendarios), acoplados cada uno
a otro nombre propio, muy a menudo de una perfecta inutilidad, de sentido igual o casi igual.
Tal paralelismo rinde frecuentemente un real servicio al traductor, aunque le incomoda a veces
un poco, obligándole a emplear palabras aproximadas para evitar repeticiones o larguras”.
Y añade Monterde: “Así procede el maestro de primeras letras, ante sus pequeños alumnos, al
darles una nueva noción, en sus lecciones”. Monterde, op. cit., p. xii.
147
A. M. Garibay, op. cit., p. 64.
148
En lugar de poner a prueba su caracterización de los géneros reconstruidos a partir del
manuscrito, Garibay prefiere dividirla siguiendo criterios más tradicionales, de tipo temático,
que habían sido adelantados en La poesía lírica azteca: “Himnos sacros” (tomados de los infor-
192
ra vez Garibay ofrece un adelanto de los “himnos sacros” que Sahagún había
recogido en náhuatl para incluirlos en el libro II de su Historia. El volumen in-
cluye doce de los veinte himnos recogidos por Sahagún, en una versión poé-
tica contrastada con la traducción alemana de Seler. De esa manera comienza
la aparición pública del trabajo de Garibay a partir de los originales nahuas
que sirvieron para la redacción de la versión castellana de la Historia general
de las cosas de la Nueva España, trabajo que va de la mano de una cuidadosa
reconstrucción del método de investigación de Sahagún y que lo llevará, en
la Historia de la literatura náhuatl, a reconstruir los distintos métodos utiliza-
dos por Sahagún y su equipo en cada parte de su investigación, a reconstruir
la biografía de muchos de estos traductores y recopiladores indígenas, y a
defender un cierto grado de autoría colectiva de esta obra coordinada por el
sabio franciscano.149
El mismo año Garibay comienza la publicación de “La épica azteca”, un
largo artículo, casi un libro, que aparecerá en tres partes en la revista Ábside;
de hecho, en 1945, Garibay recogerá dicho artículo, lo ampliará y lo publica-
rá como libro en la Biblioteca del Estudiante Universitario.150 Terminaremos
nuestra revisión de la obra temprana de Garibay con una reflexión sobre algu-
mantes de Sahagún), “Poemas de carácter heroico” (de Cantares mexicanos, ofrecidos de manera
fragmentaria a partir de criterios temáticos), “Poemas de carácter lírico” (también de Cantares
mexicanos, pero intentando ofrecer textos completos), “Ejemplos de poemas breves” (a partir
de la hipótesis del artículo que hemos revisado), además de unas excelentes notas explicativas
y una nota bibliográfica.
149
Fragmentos de su traducción de Sahagún son ofrecidos por Garibay ese mismo año en
Llave del náhuatl, el manual para aprender la lengua que publicó personalmente ese año, como
parte de los ejemplos a los estudiantes. En 1945 y 1946, con el título de “Paralelipómenos de
Sahagún”, Garibay editará nuevos fragmentos de los textos de los informantes de Sahagún (el
artículo apareció en tres partes en Tlalocan, vol. I, núm. 4, pp. 307-313; vol. II, n. 2, 1946, pp.
167-174; y vol. II, núm. 3, 1947, pp. 249-254). Nuevos fragmentos aparecerán en la Historia de
la literatura náhuatl, cuyo capítulo III de la segunda parte presenta la exhaustiva reconstrucción
elaborada por Garibay del método de Sahagún. Finamente, como parte de las actividades del
Seminario de Cultura Náhuatl, Garibay publicará en la serie “Informantes de Sahagún” su ver-
sión completa de Veinte himnos sacros de los nahuas (México, unam, 1958) y de los textos sobre la
vida de los comerciantes (Vida económica de Tenochtitlán. 1. Pochtecáyotl (arte de traficar), México,
unam, 1961).
150
A. M. Garibay K., “La épica azteca”, Ábside, vol. IV, núm. 1, enero de 1940, pp. 48-74; “La
épica azteca. II. Dos fragmentos del poema de Quetzalcóatl”, Ábside, vol. IV, núm. 3, marzo de
1940, pp. 18-25; “La épica azteca. B.-De ‘Cantares mexicanos’”, Ábside, vol. IV, núm. 5, mayo
de 1940, pp. 26-37; Épica náhuatl. Divulgación literaria, introducción, selección y notas de A. M.
G. K., México, unam, 1945 (2ª. ed. 1964).
193
nos elementos de estos trabajos, pues ellos son los últimos frutos preparato-
rios de la Historia de la literatura náhuatl.
Una vez más, en los artículos que publica en Ábside, Garibay ofrece frag-
mentos de textos más grandes. Pero ahora se cuida de proponer que dichos
fragmentos sean textos unitarios en sí mismos. Son apenas “muestras”, dice
él. 151 Se presentan de esa forma para resaltar su afinidad temática. Como
había venido haciendo desde 1939, Garibay además presenta los textos en su
lengua original y luego ofrece su propia versión poética: trata de obligar al
lector monolingüe a acercarse a la sonoridad de una lengua desconocida; de
hecho, sin dicho acercamiento será imposible percibir el ritmo, que Garibay
ha seguido estudiando desde sus primeros acercamientos de 1937 a dicho
tema y que ahora señala, con seguridad, como uno de los elementos de com-
posición verbal que pueden señalar la pertenencia de un texto a determinado
género literario. Como ya habíamos señalado arriba, su teoría de la versifi-
cación rítmica, ahora presentada con mayor cuidado, se basa explícitamente
en los escritos de Pedro Henríquez Ureña dedicados a la versificación irregu-
lar en la poesía castellana. Por eso ahora Garibay sí se atreve a hablar de la
existencia de poesía “épica” náhuatl, incluso si cada vez está más seguro de
que la trilogía entre épica, lírica y dramática no puede sostenerse, pues en la
poesía náhuatl, como en toda gran obra de creación humana, las tres formas
“se entremezclan y se contaminan constantes y casi siempre inseparables”.
Y añade, en una reflexión que dice mucho respecto de su propio medio in-
telectual: “herético podría sonar esto a quien leyó la corteza de Aristóteles y
juró en sus palabras”.152
Y, sin embargo, Garibay mantiene el uso de la categoría de “épica”. Ha en-
contrado que hay constantes rítmicas sistemáticas que coinciden con las his-
torias de los héroes y los dioses. En ellas, dice Garibay, hay “algo del aliento
de los primitivos poemas de la India”.153 La huida de Quetzalcóatl, presente en
el capítulo III de la Historia general de las cosas de la Nueva España, es radical-
mente distinta si se lee el texto castellano de Sahagún y se lee el texto náhuatl
que le sirvió de base. En el segundo hay patrones sonoros que son similares
a los de otras narraciones de tema similar, como por ejemplo la narración del
nacimiento de Huitzilopochtli presente en el libro III, cap. 1 de la misma obra.
A. M. Garibay K., “La épica azteca. II. Dos fragmentos del poema de Quetzalcóatl”, p. 24.
151
153
Ibid., p. 54 y n. 20, en que habla de la necesidad de estudiar juntos los textos nahuas, el
Ramayana y el Mahabarata.
194
195
Hay en la obra de Jesús Lara aspectos que pudieron resultar intraducibles a los
términos con que Ángel María Garibay y su círculo intentaron crear un punto
de vista que integrara las literaturas indígenas en el marco del pensamiento
latinoamericano. Tanto Garibay como Lara fueron investigadores autodidac-
tas, que hacían un uso libre de archivos y teorías de distinta proveniencia dis-
ciplinar. Sin embargo, como ya adelantamos, a diferencia de Garibay, Lara era
hablante nativo del quechua. Sus acercamientos a la cultura literaria indígena
no se alimentaron, como los de Garibay, de una rica tradición de investiga-
ción etnográfica avant la lettre producida en el seno de las labores misionales.
Lara tampoco tuvo a su disposición la amplia biblioteca de saberes filológicos
del mundo a la que Garibay tuvo acceso gracias a su pertenencia a la insti-
tución eclesial, o que Pablo González Casanova pudo disfrutar gracias a su
158A.
M. Garibay, op. cit., pp. 59-60.
196
197
Alberto Flores Galindo, Buscando un inca. Identidad y utopía en los Andes, 3a. ed., México,
159
cnca, 1993.
160
Manuel González Prada, “Discurso en el Politeama”, en Ensayos. 1885-1916, Isabelle
Tauzin-Castellanos (ed. crít., introd. y notas), Lima, Universidad Ricardo Palma, 2009, pp. 53-
58; la cita, p. 55.
198
Sin especialistas, o más bien dicho, con aficionados que presumían de omniscien-
tes, vivimos de ensayo en ensayo […]. Hemos visto al abogado dirigir la hacienda
pública, al médico emprender obras de Ingeniatura, al teólogo fantasear sobre
política interior, al marino decretar en administración de justicia, al comerciante
mandar cuerpos de ejército… ¡Cuánto no hemos visto en esa fermentación tumul-
tuosa de todas las mediocridades, en esas vertiginosas apariciones y desaparicio-
nes de figuras sin consistencia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en
esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa y vocinglera se sobrepuso siempre
al saber humilde y silencioso!161
161
Ibid., p. 54.
162
Ibid., p. 55.
199
M. González Prada, “Nuestros indios”, op. cit., pp. 231-243; la cita, p. 236.
163
Ibid., p. 237.
164
165
Id. La existencia de dicha discusión en el ámbito andino puede explicar la facilidad con
que luego intelectuales indígenas como Fausto Reinaga pudieron apropiarse de la obra de
Frantz Fanon. Reinaga hablará de la “choledad” para describir a estos “encastados”, que repro-
ducen el racismo interiorizado descrito por Fanon en Pieles negras, máscaras blancas.
166
Ibid., p. 243.
200
La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es social. ¿Cómo resol-
verla? […] Si el indio aprovechara en rifles y cápsulas todo el dinero que desper-
dicia en alcohol y fiestas, si en un rincón de su choza o en el agujero de una peña
escondiera un arma, cambiaría de condición, haría respetar su propiedad y su vida
[…]. Al indio no se le predique humildad y resignación sino orgullo y rebeldía.167
Ibid., p. 242.
167
Sobre éste y otros aspectos, véanse las referencias bibliográficas citadas en la sección
168
201
Véase Miguel Gómes, “El ensayo enfermo: Alcides Arguedas y la raciología”, Cuadernos del
169
cilha, núm. 7-8, 2005-2006, p. 18. Remito a este texto para una comprensión más acabada de
Pueblo enfermo.
170
El título de este capítulo I es “El medio físico opuesto al desarrollo material del país”.
Sobre las lecturas de iniciación de Arguedas, que explican las fuentes remotas de este plantea-
miento, y la construcción de una posición intelectual en su generación véase el excelente libro
de Salvador Romero Pittaluga, El nacimiento de los intelectuales en Bolivia, La Paz, Neftalí Lorenzo
E. Caraspas, 2009, que sintetiza y extiende el trabajo de éste, uno de los mayores cultores de
la historia intelectual en nuestro continente, cuya obra desgraciadamente es poco conocida
en México. El trabajo de Romero Pittaluga tiene el interés adicional de que ha sido realizado a
partir de los Diarios inéditos de Alcides Arguedas.
171
Alcides Arguedas, “Pueblo enfermo”, en Obras completas, t. I, Luis Alberto Sánchez (prep.,
pról. y notas), Madrid-México-Buenos Aires, Aguilar, 1959, pp. 393-617; las citas, pp. 416 y 402.
202
172
Ibid., p. 414.
173
Ibid., pp. 415 y 417.
174
Ibid., p. 430.
175
Ibid., p. 420.
203
176
Sobre los Diarios de Alcides Arguedas, que dan fe de su tardía decepción de las teorías
racialistas y de su posterior horror respecto de las teorías de Hitler, véase S. Romero Pittaluga,
op. cit., n. 61.
177
Roberto Prudencio, citado en Mariano Baptista Gumucio, “Prólogo”, en Franz Tamayo,
Obra escogida, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, pp. ix-liv; la cita, p. x.
178
Ibid., pp. xii-xiv; la cita, p. xiv.
204
futuro hombre de Estado, poeta romántico que, hasta donde sabemos, nunca
escribió en aymara a pesar de ser bilingüe desde el nacimiento, se atrevió a
hablar abiertamente de su relación con el mundo indígena.179
El punto de partida de Tamayo guarda estrecha relación con el historicismo
americanista defendido por pensadores como José Martí. Con ello queremos
decir que Tamayo parte del principio de que hay algo original y valioso en la
realidad histórica concreta de Bolivia. El descubrimiento de dicho principio
ayuda a Tamayo a elaborar la crítica de los pedagogos y críticos que, afecta-
dos de “bovarismo científico”, tratan de reformar el país borrando la realidad
cultural e histórica de Bolivia, aparentando que quieren reformar una reali-
dad que de hecho no conocen sino de manera libresca, y copiando y calcando
métodos que se presumen universales pero se corresponden con las circuns-
tancias de las naciones europeas más prestigiosas: “la suprema aspiración de
nuestros pedagogos sería hacer de nuestros nuevos países nuevas Francias y
nuevas Alemanias, como si esto fuera posible, y desconociendo una ley bioló-
gico-histórica, cual es la de que la historia no se repite jamás, ni en política ni
en nada”; ellos “ignoran la única cualidad y la única labor que cuenta, tratán-
dose de ciencia: crear”.180
Las tesis de Alcides Arguedas no son presentadas explícitamente, pero co-
mienzan a ser aludidas a partir del capítulo VI del libro citado. El contexto
de dicha alusión es la necesidad, planteada por Tamayo, de estudiar lo que
él llama “el alma de nuestra raza”, “resortes íntimos de nuestra vida interior
y de nuestra historia” que formarían una suerte de conocimiento psicológico
capaz de fundamentar una pedagogía nacional como la que Tamayo sueña.181
Nuestros sabios pedagogos […] afirman que no conocemos el aseo, que no gusta-
mos del movimiento físico, tan proficuo a la salud; que tendemos a entregarnos a
179
Su primer libro, Odas (1898), intenta plasmar en verso la historia de Bolivia a partir de la
guerra de conquista que enfrentó a los conquistadores y el Incario. Su tragedia lírica La Prome-
theida (1917) ha sido leída desde su publicación como una reflexión alegórica sobre el proble-
ma nacional. Sin embargo, ninguna de estas obras habla tan abiertamente como el libro al que
referimos del problema indígena tal y como se manifiesta en el presente del autor.
180
Franz Tamayo, “Creación de la pedagogía nacional”, en Obras escogidas, pp. 3-107; la cita,
pp. 5 y 12. El “bovarismo científico” es descrito y criticado a detalle en el capítulo V del libro
citado. A propósito del tipo de modernización alternativa que podría intentarse en Bolivia,
Tamayo regresa una y otra vez al ejemplo de Japón, que ha sabido solucionar como pocas na-
ciones el dilema de la inserción en la Modernidad conservando al mismo tiempo los caracteres
distintivos de su cultura. Véase sobre todo el capítulo VIII del libro citado.
181
Sobre las expresiones entrecomilladas arriba, véase ibid., p. 6.
205
ejercicios piadosos, tendencia que acusaría un natural fanático; que somos alcohó-
licos, holgazanes, envidiosos, egoístas, mentirosos y, sobre todo, perversos […].
Todo esto y otras cosas más son verdad; pero lo que no es verdad es que el alma
de nuestra raza sólo conste, tratándose de costumbres y de tendencias, de aque-
llos elementos negativos y funestos. Ésta es una calumnia que sólo el cretinismo
pedagógico es capaz de lanzar contra toda una nación y una raza.
Esos son los vicios de la raza; pero de vicios ni vive ni se engrandece una raza.
Ahora bien, hacer una pedagogía según nuestra alma y nuestras costumbres, no
quiere decir hacerla según nuestros vicios. Al revés, uno de los objetivos de la pe-
dagogía futura será justamente contribuir a curarlos o anularlos.
Pero ya lo sabemos, el bovarismo pedagógico jamás crea nada. Habla con una
asombrosa gravedad del alcoholismo, de fanatismo, de egoísmo, etc., todos lu-
gares comunes y clichés que están en boca de todos los filisteos del pensamiento
boliviano, desde hace cincuenta años.182
182
Ibid., p. 14. Con agudeza, Tamayo señala en otra parte del libro que el alcoholismo del
indígena es, ante todo, un tópico literario, pues el mayor alcoholismo en Bolivia es “el alcoho-
lismo sabio, sistematizado, hecho costumbre social, hábito elegante y medio de sociabilidad”
de los espacios blancos y mestizos. Ibid., p. 65.
183
Ibid., p. 33.
184
Ibid., p. 21.
206
En este contexto, Tamayo enarbola su dura crítica a las posiciones que ha-
blan de la “civilización” del indio:
Se habla de civilizar al indio… y este es otro de los lugares comunes que se repi-
ten por los bovaristas que saben de todo menos de la realidad y de la verdad, y
que se repite sin saberse cómo ni por qué.
Pero señores bovaristas, ya seáis pedagogos o legisladores, ¿habéis soñado por
un momento lo que significaría civilizar al indio, si tan espléndido ideal fuera rea-
lizable de inmediato? ¿Sabéis lo que daría ponerle en estado de aprovecharse di-
rectamente de todos los medios de vida de la civilización europea, de todo género
de conocimientos e instrumentos? Eso sería vuestra ruina irremediable e incon-
tenible. ¡Eso sería habilitar al verdadero poseedor de la fuerza y de la energía, a
sacudirse de todo parasitismo, a sacudirse de vosotros, como la grey refortalecida
y ruborizada se sacude de la piojería epidémica! ¡Adiós todo bovarismo pedagó-
gico! ¡Adiós parasitismo gubernativo y legislativo! Sería el despertar de la raza y
la reposición de las cosas. Porque es preciso saber que Bolivia no está enferma de
otra cosa que de ilogismo y de absurdo, de conceder la fuerza y la superioridad a
quien no las posee, y de denegar los eternos derechos de la fuerza a sus legítimos
representantes.185
185
Ibid., pp. 33-34.
186
Véase Guillermo Francovich, La filosofía en Bolivia, Buenos Aires, Losada, 1945, cap. 32 (“La
mística de la tierra”). El tema es desarrollado detalladamente en F. Tamayo, op. cit., caps. XLVI-L.
187
Ibid., p. 35.
207
Ibid., p. 22.
188
Ibid., p. 39.
189
190
Ibid., pp. 40 y 37. El tema fue desarrollado con profundidad por Fausto Reinaga en su
obra de 1956 Franz Tamayo y la revolución boliviana.
191
Sobre los temas mencionados, véase F. Tamayo, op. cit., p. 66; caps. XXXIII-XXXIV; p. 60 y
pp. 69 ss., sobre la probable incapacidad biológica del indio para desarrollar su inteligencia a
la manera del blanco; y p. 59.
208
Como recuerda Estelle Tarica, la peculiar, difícil relación que Jesús Lara tuvo
con el mundo indígena se revela de manera inesperada en el capítulo final de
su libro La poesía quechua (1947). En él, después de una reflexión preliminar
sobre la persecución de la lengua quechua por parte de los gobiernos repu-
blicanos de Bolivia, aparece de manera inesperada la biografía del autor, su
relación con la lengua quechua, su infancia:
Jesús Lara, La poesía quechua, México, fce, 1947, p. 152. Sobre este tema véase Estelle
192
Tarica, Entering the Lettered City: Jesús Lara and the Formation of a Quechua Literary Patrimony in the
Andes, Berkeley, University of California, 2001.
209
porque el niño tuviera una educación esmerada. En una de las mejores en-
trevistas recogidas en la colección de Antezana, Lara recrea su difícil relación
con la escuela, su desaprendizaje del quechua y su llegada al español, que
preludia la relación que el futuro investigador tendrá toda su vida con la cul-
tura académica y universitaria:
En aquellos años entre Muela, Arani y Cochabamba nació una intensa re-
lación con la poesía, que llevó a Lara a desarrollar una primera vocación de
poeta modernista, influido por el romanticismo mexicano, al que luego se
sumará la lectura de las obras de Franz Tamayo y Rubén Darío:
Jesús Lara, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, presentación y compilación de Luis Antezana J., Co-
193
210
195
J. Lara, El monte de la myrrha, Cochabamba, Imprenta Rejas, 1923, p. [1] (sin paginación).
196
J. Lara, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, p. 121
197
“En una visita que le hice solo, le hablé a Tamayo de mi propósito de publicar mi primer
libro de versos. ‘¡Ideal!’, exclamó él al punto. Le miré desconcertado, pensando que a lo mejor
me desahuciaba. Mi estado de ánimo no le pasó inadvertido y me dijo: ‘Me parece muy bien
que lo publiqué usted. Es tiempo’. Al vuelo tomé sus alentadoras palabras y en un rapto de au-
dacia me le lancé: ‘Póngame usted un prólogo’. Como en un sueño de felicidad le oí: ‘Magnífi-
co. Tráigame los originales’. Pocas veces en mi vida me he sentido tan dichoso como aquel día.
No cesaba de repetirme: ‘Mi primer libro con un prólogo de Tamayo’. Al día siguiente mismo
le entregué los originales y tuve después el prólogo. Uno muy breve que me dio apenas para
un par de muy cortas páginas. No traía título, pero sobresaturado como me hallaba de Rubén
Darío y de él mismo, le puse: ‘En el propíleo’. Y así apareció en el libro”. Ibid., pp. 9-10. La cita
proviene de un texto firmado por Luis Antezana, pero a todas luces redactado a partir de un
escrito de Lara que no es citado adecuadamente.
211
dos de Lara, este primer libro vendió apenas siete ejemplares (El monte de la
myrrha, de 1923, vendió ocho).198
1922 es también el año en que, estimulado por un editor, Lara comenzó a
escribir novelas románticas de las que luego se avergonzaría enormemente y
que en aquellos tiempos se vendían en los puestos de periódicos.
Pero en 1922 ocurrió otro hecho que llegaría a tener la mayor importancia
en su vida. Por aquellos años Lara había sido nombrado director de la Biblio-
teca Municipal en Cochabamba. Allí comenzó a estudiar las crónicas colonia-
les, e inició su costumbre de buscar textos antiguos por librerías y de viejo y
bibliotecas.199 En dicho contexto, según su testimonio, en 1922 se encontró
con un coleccionista aficionado, especie de filólogo popular que tendría una
colección de textos quechuas de difícil lectura:
198
Ibid., p. 10.
199
Ibid., pp. 23-24.
212
Mas logramos descubrir que hacia el final había una escritura casi corriente. Esta-
ban allí el Manchay Puitu, que ya conocíamos, y algunos versos de Wallparrimachi,
poeta totalmente extraño para nosotros. Copiamos esos versos no sin antes librar
ardua lucha con el cruel poseedor. Éste se ablandó al final, posiblemente en vista
de nuestra devoción, e inclusive se prestó a dictarnos algunos poemas antiguos
que él mismo eligió. “Son de las pocas cosas que quedan de los Incas” nos dijo.
En vista del percance que habíamos sufrido frente al legajo y con el propósito
de no desperdiciar uno solo de los poemas allí encerrados, comenzamos a estu-
diar la escritura procesada española. Pero el tiempo transcurría, y motivos de índo-
le política principalmente hubieron de quitarnos toda posibilidad de volver sobre
aquellos manuscritos. Pocos años después falleció el ilustre político sin dejar deu-
dos y ese tesoro que con fortuna tan mudable habíamos perseguido, desapareció
sin rastro.200
Por aquellos mismos años conocimos a José Armando Méndez, otro coleccionista
apasionado. El legajo que poseía no era tan importante como el de Vásquez, pero
también contaba con documentos de valor. El interés de su colección se hallaba
engrandecido por una decena de composiciones de Wallparrimachi. Hombre aus-
tero e impecablemente ordenado, Méndez no tenía el hermetismo de Vásquez y
no vaciló en poner su legajo en nuestras manos. No había allí escritura difícil; todo
estaba copiado en letra perfectamente legible. No todos los poemas que encon-
tramos eran nuevos; pero, aparte de los versos de Wallparrimachi, encontramos
un excelente puñado de versos de distintas épocas.201
200
J. Lara, La poesía quechua, pp. 62-63.
201
Ibid., p. 63.
213
En la Guerra del Chaco vi un fenómeno que me llamó mucho la atención; los in-
dios eran remitidos a ojo cerrado a primera línea[,] en cambio los hombres de la
pequeña burguesía se quedaban atrás; sólo los sinceramente patriotas llegaban
a la línea de fuego; los demás, en la profunda retaguardia, realizaban los oficios
más ruines sirviendo como criados a los militares. Vi esa diferencia tremenda y me
preguntaba por qué a los indios, los obreros, los artesanos, los meten como carne
de cañón, y por qué los señoritos no asoman a la línea de fuego. Yo fui a la guerra
—no sé cómo me calificará usted— sólo por esa consideración. Recibí mas de un
ofrecimiento del gobierno de Salamanca para quedarme en retaguardia, inclusive
en mi misma casa y con una buena remuneración —en esos tiempos el Gobierno
mandaba dinero a raudales al Chaco—; pero no acepté el ofrecimiento y me fui a
la línea de fuego. Tenía el propósito de escribir un libro sobre esa guerra infaman-
te y el resultado fue Repete.202
J. Lara, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, pp. 124-125. En un texto de 1978 recientemente reim-
202
preso, Lara recordaba en los siguientes términos la redacción de sus diarios de la guerra: “Para
partir al frente me proveí de una buena cantidad de libretas pequeñas, de fácil manejo, así
como de algunos lápices tinta, muy usados en aquella época y desaparecidos hoy día. Aguzaba
cuidadosamente el lápiz y escribía con una letra menuda y ceñida […]. Tan pronto como que-
daba llena una libreta, la enfundaba y cosía cuidadosamente en una pequeña bolsa de tocuyo,
de aquellas que eran distribuidas en la línea repletas de coca. El menudo paquete era rotulado
a mi esposa y remitido con algún evacuado o alguien que salía con licencia. Deseo subrayar
que en la búsqueda de portadores siempre me acompañó la suerte, pues no dejé de encontrar
algún amigo o conocido que se prestara a cumplir mi encargo. No debo olvidar que el primer
paquete traía la inscripción de que él no fuera abierto hasta mi retorno, lo cual fue cumplido
fielmente por mi compañera; de modo que cuando llegué, evacuado, encontré todas las libre-
tas, tales cuales yo las había empaquetado”. Jesús Lara, “Incidencias que promovió ‘Repete’”,
El Duende, suplemento del diario La Patria, año XXIV, núm. 607, 28 de agosto de 2016, pp. 7-8,
214
215
205
J. Lara, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, 23-24.
216
El material de este libro procede de un sector del arte americano que hasta el día
de hoy ha sido campo de incomprensión y de injusticia, tema disputable y polé-
mico que no ha encontrado todavía al sereno investigador capaz de examinarlo con
pericia y exactitud […].
El autor de este libro realiza en él un intento de comprobar la poesía quechua,
de legitimarla como una creación auténtica del alma indígena, que alcanzó su me-
jor expresión en una época muy anterior a la Conquista y que tuvo un desarrollo
ulterior, libre de toda influencia extraña, hasta que vino a agotarse finalmente,
falta del impulso creador de un pueblo cuya línea vital había quedado rota para
siempre.
Esta actitud resulta contraria a la de otros estudiosos que reconocen la influen-
cia castellana en casi todos los poemas quechuas y que incluso niegan la exis-
tencia de una lírica precolombina. Colocado en el extremo opuesto, el señor Lara
emprende a lo largo de su libro una cálida exaltación de la cultura incaica, que
naturalmente le conduce a un plano entusiasta y apasionado, donde no siempre la
emoción artística admite voluntariamente su subordinación al rigor científico. Esta cua-
lidad del autor puede explicar también la severidad con que juzga determinados
acontecimientos históricos y el concepto, desdeñoso en apariencia, que le merece
la cultura occidental.
Ingresa este libro en la colección Tierra Firme, portador del importante mensa-
je de la poesía quechua, sumamente valioso para el estudio de este gran pueblo
americano. Ojalá que su publicación llegue a suscitar nuevos estudios y rectificaciones
entre quienes quieran acercarse a la poesía quechua con bien disciplinado fervor.206
“Nota preliminar”, en Jesús Lara, La poesía quechua, pp. 7-8 (cursivas mías).
206
ambas del mismo año. Lara se comprometió con los editores del Fondo a que la edición de la
Universidad Mayor de San Simón sólo circularía en Bolivia, de modo que el Fondo pudiera co-
mercializar su edición en el resto del mundo. Véase J. Lara, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, pp. 24-25.
217
208
Ibid., pp. 94-95.
218
Hay un aire de familia entre declaraciones como ésta y otras en donde Lara
expresa su desconfianza hacia las iniciativas del Estado boliviano y la capa-
cidad de las universidades para hacerse cargo del legado indígena, así como
su escepticismo hacia la posible fundación de institutos de investigación
y, en general, hacia el mundo académico en su conjunto.209 El mismo Lara
dice en algún momento de La poesía quechua que los “predios” de la filología
y la lingüística “no son los nuestros”.210 Hay algo de reto en esta declaración
que es humilde sólo en apariencia. En este libro, que es la primera obra de
envergadura sobre el tema publicada por Lara, los textos quechuas han sido
transcritos adaptándolos a la variante de quechua que Lara conoce, que es el
quechua urbano hablado en ese entonces en Cochabamba. Según parece, Lara
no sólo adapta la fonética, sino también hace leves cambios en el vocabula-
rio, la sintaxis…211 Dicha “adaptación” hace difícil datar los textos transcritos
por Lara atendiendo a aspectos lingüísticos, y por ello se vuelve especialmen-
te irritante para algunos investigadores posteriores que trabajan sobre los
textos de las colecciones Vásquez y Méndez a partir de las transcripciones de
Lara. Y sin embargo, dicha irritación a veces ha perdido de vista que, a través
de esa “adaptación”, emerge el contorno de un posible lector que le da senti-
do al trabajo de Lara: un lector que, como él, conoce la lengua quechua, sabe
leer y escribir y tiene dudas respecto del valor del pasado indígena. Si Gari-
bay se dirige a “la nación” en su conjunto, dialogando ante todo con aquellos
que se asumen como no pertenecientes al mundo indígena, Lara publica sus
libros en polémica explícita con la nación y abre, en sus libros, la posibilidad
de otro público. En ese sentido, su actitud es pionera. Adelanta el trabajo de
los primeros filólogos indígenas de la segunda mitad del siglo xx, como Luis
209
Cf. ibid., pp. 113-114 y 117.
210
J. Lara, La poesía quechua, p. 47.
211
La corrección que Lara propone al texto de Ollantay en La poesía quechua, pp. 94-95,
es un buen ejemplo de lo que para muchos académicos debió haber parecido un criterio
caprichoso que busca, arbitrariamente, restaurar una “pureza” cultural prehispánica que sólo
existiría en la cabeza del investigador. Sin embargo, el derecho a dichas correcciones parece
ganado en otros momentos en que, por ejemplo, Lara hace una lúcida crítica del conocimien-
to parcial de la lengua quechua por parte de investigadores antiguos y modernos (véanse, por
ejemplo, los comentarios al breve poema reproducido en el capítulo XXVII, libro segundo,
de los Comentarios reales del Inca Garcilaso, en La poesía quechua, pp. 54 ss; a las traducciones de
los poemas rescatados por Juan de Santa Cruz Pachacuti en ibid., pp. 70-73; y a los arawis del
Ollantay en ibid., p. 101).
219
Enrique Sam Colop, que dedicaron su obra a restituir legados textuales anti-
guos para el disfrute de comunidades del presente.
Dicha actitud puede valorarse mejor cuando se observa el uso que Lara
realiza de sus distintas fuentes. Al inicio de su libro, señalando lo que esti-
ma como un valioso cambio de orientación de los estudios indigenistas, Lara
menciona los nombres de Jorge Basadre, Luis E. Valcárcel y Luis Alberto Sán-
chez. El primero de ellos es autor de una importante antología de la que Lara
toma muchos textos, y que probablemente funcionó como ayuda para orien-
tarse en su estudio de las crónicas coloniales. Del segundo autor Lara toma
una concepción militante del indigenismo, heredada de González Prada, que
en Valcárcel alcanza tintes místicos. El tercero es el gran historiador de la
literatura latinoamericana, creador de panoramas amplios y representativos.
Por ello es importante observar las críticas que Lara hizo a la obra de estos
autores, pues a través de ella emerge lo que el filólogo autodidacta entiende
como su propia aportación. Hablando específicamente de Sánchez dice Lara:
Ibid., p. 126.
212
En sus entrevistas personales, Lara dirá que el cuadro resultante podría ser similar al de
213
220
214
J. Lara, La poesía quechua, pp. 126-127.
215
Ibid., p. 60.
216
Ibid., p. 55.
221
Para todo lo que sigue véase el excelente artículo de Gonzalo Espino Relucé, “Literatura
217
inca (¿indígena?) como representación de la literatura peruana”, Letras, núm. 105-106, 2003,
pp. 109-125.
218
Cf. La poesía quechua, pp. 57 ss. y los textos recopilados en Jorge Basadre, Literatura inca,
París, Desclée de Brouwer, 1938, pp. 142-174. Sobre esta valoración del libro de Basadre véase
Espino Relucé, op. cit. p. 117.
219
Véase J. Basadre, Literatura inca, pp. 31-74.
222
cenas quechuas” que Vienrich había publicado con el seudónimo de “Unos pa-
rias” y que aparecieron en Parma en el libro de 1905 Tamap Pacha Huaray. Azu-
cenas quechuas (Nunca shimi, Chihuanhuay). Bilingüe. Dedicado a Manuel González
Prada por su antiespañolismo; después se ofrecen en español algunos cantares
quechuas del libro de R. y M. Harcourt, La musique des Incas et ses suirvances
(1925), y se cierra la sección con algunas máximas de Pachacutec tomadas del
Inca Garcilaso de la Vega y de la traducción alemana de la historia de los incas
de Pedro Sarmiento de Gamboa.220
Finalmente, la excelente sección “Teatro” reúne y traduce la totalidad de
los textos críticos dedicados a debatir la naturaleza del Ollantay; incluye un
artículo de Humberto Suárez Álvarez sobre El pobre más rico, y además edita
los textos del Ollantay, El hijo pródigo y Usca Páucar, siguiendo la edición de E.
W. Middendorf y en traducción al castellano de Federico Schwab. El libro con-
cluye con una selección de poesía moderna, recogida por Basadre y presen-
tada únicamente en español, y con un apéndice con fragmentos del poema
épico colonial Armas antárticas en donde aparece atestiguada la existencia de
la historia narrada en el Ollantay.221
La mención sucinta de los contenidos de la antología de Basadre importará
a aquellos que hayan seguido la argumentación de la presente sección y ha-
yan decidido estudiar los lugares que hemos señalado en donde Lara discute
las traducciones en que se basan los indigenistas del medio académico. La
lectura cruzada de Literatura inca con la obra de Jesús Lara que estamos co-
mentando muestra la enorme deuda del investigador boliviano con Basadre,
pues en gran medida los textos de las crónicas coloniales comentados por
Lara han aparecido sistematizados, editados y comentados en Literatura inca.
Al mismo tiempo, son estos textos los que Lara toma sistemáticamente para
mostrar los errores de traducción de los más famosos cronistas, la falta de co-
nocimiento de la lengua por parte de los investigadores más reconocidos…
De esa forma, La poesía quechua puede leerse como una suerte de polémica
encubierta con Literatura inca: un largo comentario que explica, rebate, com-
220
Véase ibid., pp. 75-131. Sobre el importante libro de Vienrich véase el estudio de Gon-
zalo Espino Relucé, Adolfo Vienrich. La inclusión andina y la literatura quechua, Lima, Universidad
Ricardo Palma, 2004.
221
Véase Basadre, op. cit., pp. 135-402, para la sección de “Teatro”; pp. 403-441, para la de
“Poesía moderna”, que se presenta como subsección de la anterior y está agrupada en el acápi-
te “Poemas dramáticos y líricos”; y pp. 445-470 para el “Apéndice”.
223
222
G. Espino Relucé, op. cit., p. 111.
223
Ibid., p. 113.
224
Ibid., p. 114.
224
225
J. Lara, La poesía quechua, p. 17.
226
Sobre el valor social de la poesía quechua, su carácter no elitista y su relación con la
danza y el canto, véase ibid., p. 68. Es importante señalar, en términos culturales, que en este
último aspecto Lara se presenta frecuentemente como continuador de los juicios morales de
Guamán Poma, cuyas categorías de interpretación del fenómeno poético son reivindicadas en
distintos lugares del libro. Véase La poesía quechua, p. 116.
227
Véase ibid., pp. 45 ss., en donde Lara atribuye estas ideas de los modernos “investigado-
res de la cultura incaica” a la estigmatización del idioma por parte de la clase dirigente bolivia-
na (y, se entiende, también peruana), de raíz colonial, por la que “el mestizo letrado imita al
español de la colonia, ocultando además su origen bajo imaginarios blasones de nobleza y el
indio enriquecido —también él— no vacila en seguir el ejemplo del mestizo”.
225
Véase ibid., pp. 31 y 120-121 (sobre la tristeza). La caracterización de los géneros poéti-
228
226
Lo que es importante no sólo es que Lara utilice este poema para ejem-
plificar su clasificación de los géneros de la poesía indígena, sino que diga
explícitamente que “el poema nos fue dictado en 1922 por Ismael Vásquez,
como un jaray arawi”.231 Es decir, que junto con el texto el autor declare haber
heredado su interpretación.
Así ocurre también con Juan Wallparrimachi Maita, el legendario poeta in-
dígena que además habría sido líder guerrillero de la Independencia y sobre
el que Lara elabora una amplia reflexión. En sus ensayos sobre el tema, Julio
Noriega ha demostrado que, más que ser un autor real, Wallparrimachi es
230
Ibid., p. 81.
231
Id.
227
Bolivia”, Société suisse des Américanistes, núm. 59-60, 1995-1996, pp. 149-160; la cita, p. 150.
233
La poesía quechua, p. 139.
234
Id.
228
El texto de Palma puede leerse en Tradiciones peruanas, Julio Ortega y Flor María Rodrí-
236
guez-Arenas (ed. crít.), México, ALLCA XX, Colección Archivos, 1993, pp. 200-203.
229
237
J. Lara, La poesía quechua, p. 128 (cursivas mías).
238
Ibid., p. 129.
239
Ibid., pp. 131-132.
240
Ibid., p. 94.
230
231
1
El presente capítulo presenta una nueva versión de los siguientes textos: “Gestos del pen-
sar y ética de la lectura en Las corrientes literarias en la América hispánica de Pedro Henríquez
Ureña”, en Liliana Weinberg (coord.), Estrategias del pensar. Ensayo y prosa de ideas en América
Latina, vol. II, México, cialc-unam, 2010, pp. 55-103 (reimpreso como “Gestos del pensar y ética
de la lectura”, en Miguel D. Mena (ed.), Pedro Henríquez Ureña, vol. I, Estudios, Santo Domingo,
Ediciones Cielonaranja, 2012, pp. 149-189); “Imaginación estética e imaginación política. Esti-
lo y pensamiento en un ensayo de Mariátegui”, en Liliana Weinberg (ed.), El ensayo en diálogo,
México, cialc-unam, 2017, pp. 133-161; y “La memoria como biblioteca. Pedro Henríquez Ureña
y la Biblioteca Americana”, en S. Ugalde Quintana y Ottmar Ette (eds.), Politicas de la crítica:
ideología, historia y actores de los estudios literarios, Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2015, pp.
191-204. Tuve una primera oportunidad de presentar el pensamiento de Lunacharsky en mi
texto “Arte y utopía: recordando a Lunacharsky”, Tercera Vía, 9 de noviembre de 2017, <http://
terceravia.mx/2017/11/arte-utopia-recordando-a-lunacharsky/>, recuperado el 10 de noviem-
bre de 2017 que es la base del inicio del presente capítulo.
2
Ilya Ehrenburg, “La literatura rusa de la revolución”, Amauta, núm. 3, noviembre de 1926,
pp. 18-20 y 25 (la cita está en la página 19).
233
Véase por ejemplo Anatolyo Lunacharsky, “El desarrollo de la literatura soviética”, Amau-
3
ta, núm. 20, enero de 1929, pp. 20-23, y, del mismo, “La educación pública en Rusia”, infor-
me sobre la situación educativa del país presentado ante el Decimocuarto Congreso Soviético
Pan-Ruso, Amauta, núm. 27, noviembre-diciembre de 1929, pp. 15-16.
4
La suerte de estas teorías será distinta dependiendo de la época: sabemos que los Cuadernos
de la cárcel de Gramsci comenzaron a editarse sólo a partir de los años 50, y que su recepción
latinoamericana fue posterior, y coincide con los esfuerzos de José Aricó y el Grupo Pasado y
Presente por construir un marxismo heterodoxo, abierto a todas las tendencias olvidadas del
pensamiento radical. Es bien conocido el papel que Lukacs y Brecht jugarán al interior de la nue-
va hegemonía comunista, el primero de ellos a partir de una fuerte crítica de su obra primera,
un abandono de sus reflexiones sobre el sujeto y la alienación y un intento por fundamentar fi-
losóficamente el realismo. Los planteamientos radicales y creativos de Lunacharsky perderán su
contorno por la instrumentalización realizada por Stalin del concepto de Prolet-kult, pero regre-
234
sarán de manera eventual gracias a la lectura de dichos planteamientos por autores como José
Carlos Mariátegui, Adolfo Sánchez Vázquez y Giulio Girardi, de quienes hablaremos brevemente
abajo. Los escritos estéticos de Korsch y Trotsky se volverán parte del “canon maldito” de la
estética marxista, incluso si en el área latinoamericana el pensamiento estético de Trotsky sigue
gravitando en discusiones eventuales sobre la libertad del arte en el contexto del muralismo
mexicano y la Revolución cubana. La obra estética de Bloch tiene influencia indirecta en América
Latina a través de la labor de traducción y comentario de sus discípulos españoles, y ante todo
por el diálogo que la teología de la liberación establecerá con la filosofía de la esperanza. Por
otro lado, como ha mostrado Boris Groys, la concepción vanguardista de construir una obra de
arte cuya materia sea la sociedad, y su objetivo la transformación total de las relaciones entre
la gente, tuvo una paradójica realización en el control total de la vida en estalinismo. Hay que
añadir que, en el contexto latinoamericano, los mismos procesos intelectuales permiten la recu-
peración de Mariátegui, Gramsci y Trotsky, entre otros autores mencionados: se trata, una vez
más, de la participación de Aricó y el Grupo Pasado y Presente, fundamental en la convocatoria
del Congreso de Sinaloa de 1980, en donde se dieron cita los especialistas peruanos, europeos y
latinoamericanos que en los últimos años habían coincidido en la revaloración del pensamiento
del Amauta como clave para pensar un marxismo no autoritario y abierto a la circunstancia lati-
noamericana. Sobre Aricó véase Raúl Burgos, Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la ex-
periencia de Pasado y Presente, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, y Horacio Crespo, “Celebración del
pensamiento. José Aricó”, texto presentado en el Seminario de Historia Intelectual de América
Latina de El Colegio de México, febrero de 2002, disponible en <http://shial.colmex.mx/textos/
HoracioCrespo-Febrero2002.pdf>, recuperado el 15 de febrero de 2017. Una idea parcial de los
debates en Sinaloa puede nacer de la lectura de Buelna, revista de la Universidad de Sinaloa, año
II, núm. 4-5, enero-marzo de 1980 (monográfico editado por J. Aricó y dedicado a Mariátegui).
235
Lunacharsky, comisario del pueblo para la instrucción pública, había dado permiso
a los pintores futuristas de decorar Moscú, y habían transformado los puestos de
un mercado en flores gigantescas. El gran lirismo, hasta entonces confinado en
los círculos literarios, buscaba para sí mismo nuevas vías en las plazas públicas.
Los poetas aprendían a declamar o a salmodiar sus versos ante grandes auditorios
venidos de la calle.6
236
7
El ensayo fue recogido en el libro de 1925 La escena contemporánea que puede leerse com-
pleto en https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1925/escena/index.htm, recupera-
do el 10 de noviembre de 2017.
8
Anatoly V. Lunacharsky, Sobre la literatura y el arte, Adolfo Sánchez Vázquez (sel. y pról.),
México, Grijalbo, 1975; Giulio Girardi, Fe en la revolución, revolución en la cultura, Managua, Edi-
ciones Nueva Nicaragua, 1983. Sobre la relación entre la obra de Sánchez Vázquez y los deba-
tes de la revolución cubana, véase Gerardo Mosquera, “Estética y marxismo”, en Gabriel Vargas
Lozano (ed.), En torno a la obra de Adolfo Sánchez Vázquez, México, ffyl-unam, 1995, pp. 391-406.
9
G. Girardi, Fe en la revolución. Revolución en la cultura, p. 15.
237
culturales el conflicto de las relaciones sociales, y por ello piensa los cambios
sociales en términos de cambios culturales, de construcción de una nueva cul-
tura. Por ello, como decíamos arriba, siguiendo a Beigel, el artista aparece
como un sujeto revolucionario de nuevo tipo: lejos de “difundir” bienes cultu-
rales, él es catalizador y conductor de un proceso de lucha por medio del cual
la gente puede aprender a construir más libremente su vida, que es la obra de
arte definitiva. A decir de Girardi, éste es el problema teórico y político funda-
mental al que toda revolución popular se enfrenta cuando plantea su propia
política cultural:
Ibid., pp. 13-14. Aunque ya lo hemos señalado en notas anteriores, y hablaremos de ello
10
a profundidad en el capítulo siguiente, hay que señalar que esta interpretación “total” y amplia
del proceso cultural, que liga la cultura a la transformación de la vida y asume el carácter “po-
lítico” de aquella, su conflictividad y su relación con la ideología, será muy funcional para los
experimentos autoritarios llevados al cabo años más tarde, cuando el estalinismo instrumen-
talice la convocatoria a construir esa “nueva cultura” en términos de la defensa política de la
cultura proletaria decidida desde el partido. Este movimiento va de la mano de una reinterpre-
tación del proyecto de reconstrucción de la vida cotidiana en términos totalitarios. Serán las
tesis leninistas, más conservadoras desde el punto de vista estético, las que las personas más
críticas de la izquierda cubana invoquen cuando traten de defender la libertad de la cultura.
238
Pero ¿por qué referir a estos textos en estos momentos fundacionales? Aquí
vale la pena hacer un breve recordatorio. Anatoly Lunacharsky fue el primer
comisario de instrucción del gobierno revolucionario soviético. Desempeñó di-
cho cargo desde 1917 hasta 1929, y fue el responsable de las primeras alianzas
entre vanguardias artísticas y vanguardias políticas. Dichas alianzas no siem-
pre funcionaron bien. En un libro extraordinario dedicado a estos años, Sheila
Fitzpatrick recuerda el enojo de Lenin ante los proyectos de los artistas de
vanguardia para adornar la capital con miras a la celebración del 1º de mayo
de 1918. Un grupo de futuristas había pintado los árboles del Palacio de Ale-
jandro, afuera del Kremlin, con colores brillantes. La irritación de Lenin creció
cuando se descubrió que la pintura era casi imposible de quitar…11 Para un
hombre serio como Lenin, que amaba la música clásica y la literatura realista,
los proyectos de cubistas y futuristas a veces parecían tomar la forma de la
burla. La misma Fitzpatrick rememora el asombro de Lunacharsky en 1924,
cuando Serguéi Merkurov le propuso un proyecto para hacer una escultura de
Marx de pie sobre cuatro elefantes, así como otro proyecto —éste sí se llevó
a cabo— en donde Marx y Engels aparecían juntos en lo que el perplejo Luna-
charsky describió como “una especie de alberca”, lo que llevó a que los mos-
covitas apodaran el monumento con el nombre de “los bañistas barbudos”.12
En el texto traducido por Amauta que citamos al inicio del capítulo, Ilya
Ehrenburg describió el sentimiento detrás de muchos de los proyectos de ese
tipo: si la revolución había triunfado; si —como ha dicho Alain Badiou recien-
temente— el cambio anunciado iba incluso más allá de una transformación
civilizatoria y era, en realidad, el inicio de otra etapa de la especie humana,
ello quería decir que el arte debería de transformarse en otra cosa: de ser un
conjunto de objetos producidos por las élites culturales para el uso de las
clases dominantes, el arte pasaría a llenar la vida; sería una transformación
de la vida.
Era un tiempo espléndido porque todo el mundo se daba cuenta de que todo esto
no había pasado en vano. Era claro que ésta debía ser la era de los poetas. Se de-
cían los versos en las reuniones políticas, en las cantinas, al aire libre y en las esta-
11
Sheila Fitzpatrick, The Comissariat of Enlightenment. Societ Organization of Education and the
Arts under Lunachasrky, Londres-Nueva York, Cambridge University Press, 1970, p. 126.
12
Id.
239
ciones. No era fácil conseguir una media libra de pan sin que estuviese empapado
en inspiración poética […].13
13
Op. cit., p. 19. Véase Alain Badiou, “The Russian Revolution of 1917 was an Unpreceden-
ted Event in the History of the Human Species”, disponible en Internet <https://www.verso-
books.com/blogs/3325-alain-badiou-on-the-russian-revolution-of-october-1917>, recuperado
el 10 de noviembre de 2017.
14
Ehrenburg, op. cit., p. 19.
15
Véase Zenovia A. Sochor, Revolution and Culture. The Bogdanov-Lenin Controversy, Ithaca-Lon-
dres, Cornell University Press, 1988. En el campo latinoamericano, el análisis clásico de este
debate, y de las corrientes intelectuales que interactuaron con el mismo, fue realizado por
Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y marxismo, 2 tomos, México, Era, 1970.
240
La cultura de cada nación, de cada Estado en su conjunto, se dicta por las clases di-
rigentes. Pero ellas no son sus creadores directos. La cultura material es creada por
las clases trabajadoras, y las delicadas formas de la cultura espiritual son creadas por
los especialistas del trabajo intelectual y artístico, por la llamada intelectualidad.18
241
de una preocupación similar y construye, a partir de ella, una vasta teoría que
permite observar a la literatura como un hecho social. Al mismo tiempo, des-
de la época de Lunacharsky ello permite plantear de manera inédita la lucha
en lo que entonces es llamado “frente cultural”, pues de lo que se trata es de
crear nuevas condiciones para el trabajo intelectual, nuevas formas de produ-
cir una cultura nueva, auténticamente libre. Ésta es la dimensión militante de
categorías como la de “cultura literaria” (Henríquez Ureña) y “sistema litera-
rio” (Candido, Rama), que analizaremos en los capítulos siguientes.
Otro elemento distintivo del pensamiento estético de Lunacharsky está en
una cierta sabiduría que le permitió abrir la Unión Soviética a experimenta-
ciones como las que hemos aludido arriba sin, por ello, caer presa del au-
toritarismo propio de buena parte de las vanguardias estéticas. En un texto
publicado por primera vez entre junio y julio de 1917, Lunacharsky hizo una
radiografía aguda y llena de sentido del humor de las posiciones estéticas
entre los partidarios de la revolución. Ella prefigura gran parte de los debates
del siglo xx sobre la función del arte en los procesos de transformación social,
y sus personajes reaparecerán, con rostro renovado, en las polémicas cuba-
nas que analizaremos en el capítulo siguiente:
En seguida verán que estos indudables y decididos enemigos del pasado se dividen
en dos tipos. Entre ellos hay los ascetas, los puritanos —el tipo judío, según la
terminología de Heine—: éstos rechazan simplemente, en un visible futuro, la ne-
cesidad del “lujo”. La adusta clase obrera, especialmente en el periodo de la lucha,
no se dedicará a entretenerse en las fruslerías del arte o a gastar el tiempo en la
adquisición de conocimientos que no sean los estrictamente necesarios. El sindi-
calista Sorel es el representante típico de esta corriente en la literatura; para él el
futuro sistema socialista aparece, con sus rasgos propios y sensatos, digno del más
aburrido de los cuáqueros.20
Creo que hay que protestar por todos los medios contra este modo pedagógico de
tratar a las masas. Estoy totalmente convencido —y esto me lo ha enseñado mi pro-
pia experiencia— que los dirigentes salidos de las masas nunca muestran hacia ellas
20
Ibid., pp. 50-51.
242
semejante actitud altiva y tutelar. Todo eso son supervivencias de los colonizadores
culturales, sólo que tomadas al revés. El colonizador cultural de los grupos domi-
nantes procuraba inculcar a los campesinos y proletarios aquello que consideraba
educativo para ellos; el de los grupos de la inteliguentstia de la oposición se pasa de
la raya en sentido opuesto y establece sobre estas mismas masas una nueva férula.21
21
A. V. Lunacharsky, “El estado soviético y el arte”, en El arte y la revolución, pp. 153-154.
22
Ibid., p. 166.
243
campo del arte. Dándole algo de razón a cada uno de los grupos que en aquel
momento estaban debatiendo, Lunacharsky se cuidó de darle toda ella a al-
guno de estos. Los artistas experimentales conformaban el segundo tipo ana-
lizado en el texto de 1917 que citamos hace algunos párrafos. Se trata de
el tipo “helénico”, también según Heine: éste espera del socialismo el gran floreci-
miento de la alegría, es capaz de escribir según los más ampulosos y paganos pro-
gramas de los más arriesgados soñadores del esplendoroso saintsimonismo. Pero
frecuentemente, estos socialistas, que se parecen un poco a los miembros de la
sociedad de Schedrin para “el goce anticipado de las ventajas del futuro sistema”,
tienen cierta tendencia a afirmar tajantemente que, en tres días, el socialismo des-
truirá el antiguo templo y construirá uno totalmente nuevo.23
y el arte, p. 115.
244
245
El gran teólogo Tomás de Aquino sabía destacar claramente el cuadro de las simili-
tudes y divergencias entre la iglesia triunfante con su conflicto de santos y beatos,
y la iglesia que lucha con su multitud de mártires y creyentes.
La primera, la Ecclesia triumphans, está llena de luz, de victoria, paz, armonía
y beatitud. La Ecclesia militans, al contrario, está entregada al sufrimiento, las de-
rrotas y camina a través del doloroso sacrificio. Allí está la ciudad hallada; aquí la
castigada. Allí todo está realizado; aquí todo es dudoso. Allí está la evidencia; aquí
sólo la fe y la esperanza.
Esta separación no es sólo inherente a la iglesia cristiana, sino a cualquier mo-
vimiento que marche bajo el estandarte de un ideal. En el socialismo distingui-
remos con exactitud la flor que florecerá la humanidad futura y aquel proceso,
ascendente, opuesto a la fuerza de la gravedad, del fino tallo, será la cultura la
humanidad, no perteneciente a ninguna clase; será armónica, clásica a su modo,
en la que el contenido, determinado y desarrollado por un saludable proceso or-
gánico, adquirirá plenamente su correspondiente forma.
27
Ibid., pp. 49-50.
246
Este sueño de una cultura militante autocrítica, que es hija del sufrimiento,
el sacrificio y las derrotas pero está animada también por la esperanza y la fe,
será articulado de distintas maneras en el mundo a lo largo del siglo xx. Amé-
rica Latina y su filología participaron a su modo de ese sueño. Es una cultura
de presentimientos más que de hallazgos. No tiene aún formas “clásicas”, y
se alimenta de todo lo que en el pasado aún no puede declararse perimido.
28
Ibid., pp. 52-53.
29
Las investigaciones de Guillermo Rouillon son el punto de partida básico para conocer
la vida de Mariátegui. Ellas han sido sistematizadas y completadas en el extraordinario libro
de Servais Thissen, Mariátegui. La aventura del hombre nuevo, Lima, Horizonte, 2017, que es
hoy el estudio básico para acercarse a su vida. Desde sus primeros textos, Antonio Melis fue
responsable de articular una visión de la obra de Mariátegui que reclama la centralidad de
las relaciones entre estética y política (véanse los textos reunidos en Antonio Melis, Leyendo
Mariátegui. 1967-1998, Lima, Amauta, 1999). El redescubrimiento de Mariátegui en los años 80
debe mucho a las obras de José M. Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoameri-
cano, México, Pasado y Presente, 1979 y Alberto Flores Galindo, La agonía de Mariátegui, Lima,
Desco, 1980, así como a la traducción de la tesis de Robert Paris, La formación ideológica de José
Carlos Mariátegui, México, Pasado y Presente, 1981, que llevó a un redescubrimiento del exilio
italiano del autor, y la edición del estudio de Oscar Terán, Discutir Mariátegui, México, Univer-
sidad Autónoma de Puebla, 1985, fundamental para la recuperación de la “Edad de Piedra” del
autor, que ha permitido elaborar los vínculos entre sus crónicas de arte y sus reflexiones políti-
cas. Aquí seguiremos muy de cerca al libro citado de Fernanda Beigel, El itinerario y la brújula. El
vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui, Buenos Aires, Biblos, 2003.
247
ciones teóricas hayan intentado dar fe de lo que presumían como una cierta
capacidad de las obras de arte para incidir en el mundo. Y sin embargo, nin-
guno de ellos se arriesgó tanto ni apostó tan intensamente como José Carlos
Mariátegui. Él no es sólo uno de los mayores pensadores de América Latina,
sino también, y sobre todo, un escritor revolucionario, que gastó los 36 años
de su vida en la construcción de proyectos de organización social que tenían
por objeto la transformación radical de Perú. En dicho objeto la literatura
ofrece un modelo inédito para pensar el cambio social.
Mariátegui nació en 1894 en Monegua, Perú. Fue hijo de un padre ausente
y de una madre activa, que mantuvo a sus hijos trabajando como costurera.
Mariátegui vivió junto a sus hermanos una infancia marcada por la precarie-
dad material. En otro texto me he basado en las entrevistas realizadas por
Humberto Rodríguez Pastor para recuperar algunas anécdotas de la infancia
de Mariátegui en Huacho: he hablado del coso cercano a su casa, un lugar
donde se realizaban corridas de toros y actos de circo, que debió colorear la
casa con un cierto olor a animal. También he recuperado las anécdotas de las
compañías circenses que pasaron por Huacho en aquellos años decisivos en
donde probablemente Mariátegui desarrolló una sensibilidad que sería deci-
siva en los años sucesivos.30 También he recordado el accidente de pierna que
en 1902 lo llevó a internarse cuatro meses en la Maisón de Santé de Lima, en
donde —según anécdotas de la época— terminó convirtiéndose en traductor
e intérprete de los otros enfermos que hablaban distintas lenguas. Tras su sa-
lida del hospital Mariátegui se vio obligado a guardar cama en su casa duran-
te cuatro años más. Así aparecieron dos rasgos definitivos que, a mi manera
de ver, marcan el tipo de trabajo intelectual que realizará este autor: en pri-
mer lugar, su vocación autodidacta, nacida de una experiencia de infancia en
reclusión, que lo convierten en un niño lector al tiempo que le impiden con-
cluir estudios formales de cualquier tipo; y en segundo lugar, su condición de
escritor discapacitado, de pensador radical que piensa la transformación del
mundo desde un cuerpo frágil y para quien escribir es un trabajo cansado.31
30
Véase R. Mondragón, “La grácil elocuencia de los gestos. El circo en Mariátegui”, Conjun-
to, núm. 139, enero-marzo 2019, pp. 2-12.
31
Véase R. Mondragón, “Historia de una silla de ruedas. Anna Chiappe y José Carlos Ma-
riátegui: la política del cuidado”, Sur+, <http://surplusediciones.com/articulo/historia-de-una-
silla-de-ruedas>, recuperado el 28 de octubre de 2018, cuya información resumo en los tres
párrafos siguientes.
248
249
Ese año también iniciaron los proyectos de intervención cultural que con-
virtieron a Mariátegui en un símbolo: las tertulias en el llamado “rincón rojo”
de su casa en Lima ayudaron a la construcción de una vasta red de militantes
y líderes sociales en donde los organizadores del movimiento indígena con-
vivieron con obreros, pintores y otros intelectuales. En octubre Mariátegui
fundó junto a su hermano la Editorial Minerva, primera empresa editorial
moderna de Perú para la que fue necesario importar desde Italia una prensa
completa. Y en 1926 apareció en Minerva la revista Amauta, una de las más
importantes en el pensamiento latinoamericano del siglo xx y el eje de un
movimiento intelectual peruano y latinoamericano que ocupará a Mariátegui
hasta su muerte prematura en 1930.
El universo discursivo revolucionario del que participa Mariátegui se hace
eco, de distintas maneras, de esa posición intelectual, expuesta en la sección
anterior, de la cual Lenin fue, al mismo tiempo, detractor e integrante: dicha
posición exigía replantear el sentido de la noción de cultura, transformando
las relaciones sociales en las cuales la cultura se produce, llevando el proble-
ma de la creación a la vida cotidiana y convirtiendo a la cultura misma en una
metáfora de la manera en que los seres humanos se producen a sí mismos y
construyen relaciones con los demás. Por ello una política cultural revolucio-
naria no puede quedar limitada a la mera difusión de bienes culturales (por
ejemplo, a través de orquestas ambulantes o ediciones populares de libros).
Su objeto debe ser la transformación de la vida cotidiana y la construcción de
posibilidades para que toda persona sea creadora de su propia vida al tiempo
que productora de su mundo cultural. Como ya adelantábamos arriba, ello
llevó a los pensadores de la constelación revolucionaria a replantear proble-
mas políticos y sociales desde el punto de vista cultural, abriendo de manera
inédita aspectos como la construcción del lazo social, la construcción el po-
der o la formación de subjetividades.
En dicho contexto puede comprenderse mejor el papel de los escritos de
juventud de Mariátegui, es decir, de su llamada “Edad de Piedra”, cuando el
joven provinciano recién llegado a la capital gravitaba en torno de la influencia
de Valdelomar y era, ante todo, un vanguardista bohemio cuyos acercamien-
tos a la política eran todavía eventuales y estaban marcados por un estilo de
brillante ironía. Sin embargo, en dicha época emergió una sensibilidad hacia la
cultura que años después permitirá un acercamiento distintivo hacia la políti-
ca, la historia y la sociedad. Ese contexto también permite entender mejor el
tipo de lectura que Mariátegui hizo de la experiencia comunista a partir de su
250
Aquí rendiremos homenaje a la prosa del Amauta haciendo una lectura es-
tilística de uno de sus textos de juventud. Él es clave para uno de los temas
básicos del presente libro: la comprensión de la tradición en términos re-
volucionarios (la tradición cultural, pero no sólo ella), que lleva a articular
una forma especial de cuidado del legado textual en que dicha tradición se
resguarda. Asimismo, Mariátegui es fundamental para replantear desde otro
lugar las relaciones entre literatura y sociedad: no sólo se trata de las formas
en que la segunda está inscrita en la literatura, sino también, y sobre todo,
de las formas en que la imaginación opera como fundamento de las épocas
históricas y los conjuntos sociales. Lejos de las teorías del “reflejo” propias
del marxismo vulgar, que constituyen formas miméticas de sujetar las obras
251
literarias a las realidades de las que emanan, la obra de Mariátegui nos ayuda
a comprender la dimensión imaginativa de la realidad misma, de la concien-
cia que vive en ella y, por tanto, también de los esfuerzos por transformar la
realidad en clave revolucionaria.
Como preludio a nuestra lectura queremos aludir brevemente a un con-
junto de ensayos escritos por Mariátegui entre 1924 y 1927. Estos ensayos
se dedican al problema de la tradición, e inician con el comentario de cierta
poesía medieval española. Hay que recordar que dicha poesía era, en la épo-
ca, patrimonio de las tradiciones intelectuales conservadoras, de tipo hispa-
nista, y por ello la apropiación que hace Mariátegui tiene un valor político
fundamental, que lo hermana con algunos de los pensadores estudiados en
el capítulo I del presente libro. Como ya señaló Antonio Melis, en los ensayos
de entre 1924 y 1927 el Amauta comenzó la elaboración de una teoría revolu-
cionaria de la tradición y el pasado.32 A la fecha, muy poca gente ha atendido
dichos planteamientos, que para Melis estaban entre los más importantes de
entre los elaborados por Mariátegui.
El primero de estos ensayos está dedicado a un poeta español, y para col-
mo de la Edad Media. Se trata de Reivindicación de Jorge Manrique, un texto de-
dicado a señalar el valor fundamental que este autor debe tener para aquellos
que se interesan por la revolución. De esa manera, las discusiones a las que
aludimos arriba sobre la “cultura de la humanidad”, la cultura de clase y la
dimensión cultural de la política, toman forma en un contexto muy específico
que se relaciona con las pugnas culturales por un legado asumido como pro-
pio por los sectores sociales más conservadores de Perú.
El señalamiento de Mariátegui sobre el potencial revolucionario de la obra
de Jorge Manrique aspira a recuperar el valor de un elemento fundamental en
su poesía (la “tradición”), y a separarlo respecto del grupo social que se ha de-
clarado como su natural poseedor (los “tradicionalistas” o “conservadores”):
Con su poesía tiene que ver la tradición, pero no los tradicionalistas. Porque la tra-
dición es, contra lo que desean los tradicionalistas, viva y móvil. La crean los que
la niegan para renovarla y enriquecerla. La matan los que la quieren muerta y fija,
prolongación de un pasado en un presente sin fuerzas, para incorporar en ella su
espíritu y para meter en ella su sangre.33
de Mariátegui”.
33
José Carlos Mariátegui, “Reivindicación de Jorge Manrique”, p. 113.
252
253
Desde que las he escrito, me siento convidado a estrenar una tesis revolucionaria
de la tradición. Hablo, claro está, de la tradición entendida como patrimonio y
continuidad histórica.
¿Es cierto que los revolucionarios la reniegan y la repudian en bloque? Esto
es lo que pretenden quienes se contentan con la gratuita fórmula: revoluciona-
rios iconoclastas. Pero, ¿no son más que iconoclastas los revolucionarios? […]
Los verdaderos revolucionarios, no proceden nunca como si la historia empezará
con ellos. Saben que representan fuerzas históricas, cuya realidad no les permite
complacerse con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas […]. No
hay que identificar a la tradición con los tradicionalistas. El tradicionismo —no
me refiero a la doctrina filosófica sino a una actitud política o sentimental que
se resuelve invariablemente en mero conservantismo— es, es verdad, el mayor
enemigo de la tradición. Porque se obstina interesadamente en definirla como un
conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos. Y en compendiarla en una receta
escueta y única.
La tradición, en tanto, se caracteriza precisamente por su resistencia a dejarse
aprehender en una fórmula hermética. Como resultado de una serie de experien-
cias, —esto es, de sucesivas transformaciones de la realidad bajo la acción de un
ideal que la supera consultándola y la modela obedeciéndola—, la tradición es he-
terogénea y contradictoria en sus componentes. Para reducirla a un concepto único,
es preciso contentarse con su esencia, renunciando a sus diversas cristalizaciones.34
254
Lo que esto nos revela es que la tradición aparece particularmente invocada, y aun
ficticiamente acaparada por los menos aptos para recrearla. De lo cual nadie debe
asombrarse. El pasadista tiene siempre el paradójico destino de entender el pasa-
do muy inferiormente al futurista. La facultad de pensar la historia y la facultad de
hacerla o crearla, se identifican: El revolucionario, tiene del pasado una imagen un
poco subjetiva acaso, pero animada y viviente, mientras que el pasadista es inca-
paz de representárselo en su inquietud y su fluencia. Quien no puede imaginar el
futuro, tampoco puede, por lo general, imaginar el pasado.36
35
J. C. Mariátegui, “La imaginación y el progreso”, p. 79.
36
J .C. Mariátegui, “Heterodoxia de la tradición”, p. 116.
255
Escribe Luis Araquistain que “el espíritu conservador, en su forma más desinte-
resada, cuando no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e
incierto, es en el fondo falta de imaginación”. Ser revolucionario o renovador es,
desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El
conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental
para concebirla y para aceptarla. Este caso es, naturalmente, el del conservador
puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su
utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis diferente.37
Parte del problema de estudiar las ideas de Mariátegui está en que él elige
preferentemente para trabajar la forma ensayo: en la cita que acabamos de
ofrecer hay un despliegue temporal del pensamiento; el texto teje, poco a
poco las ideas, en lugar de ofrecerlas completas de antemano. Porque a lo
que asistimos no es sólo a la enumeración sistemática de un pensamiento
ya pensado, sino sobre todo a un espectáculo en que se despliega, pública-
mente, el ejercicio de un pensar: un filosofar, para decirlo con palabras que
Horacio Cerutti Guldberg tomó de José Gaos, y que Liliana Weinberg ha recu-
perado en sus textos cuando define al ensayo como una poética del pensar.38
La primera experiencia que tenemos de este texto es la experiencia de una
voz: un cierto nivel de calidez, un ritmo y una entonación. A través de ellos,
el yo que Mariátegui inventa de sí mismo emerge ante nosotros como una
presencia e invita a entablar con nosotros una relación afectiva: una especie de
“heme aquí”. El pensamiento se despliega como una vivencia: la relación que
el ensayo construye no va de un concepto a otro concepto sino de un sujeto
a otro sujeto, de una presencia que se abre a la vivencia que otra presencia
“modus operandi”, México, Miguel Ángel Porrúa / unam, 2000, p. 34 y Liliana Weinberg, Situación
del ensayo, México, unam, 2006.
256
comparte.39 Mariátegui no nos dice de una vez a dónde va, pero nos invita
a participar de un proceso. Con sus palabras va construyendo una experien-
cia para que lo acompañemos. Para reconstruir dicha experiencia puede ser
útil recordar las reflexiones de la filósofa costarricense Vera Yamuni sobre la
necesidad de construir una fenomenología de la expresión, reflexiones que
comparten un clima de época con el desarrollo de la estilística española y
latinoamericana.40
Aparece también una extraña sensación: uno siente que entiende sin en-
tender. Este párrafo que acabamos de leer no está hecho para apabullar: tiene
una sencillez engañosa, un arte que no quiere ser reconocido. Los recursos
que lo construyen están puestos de manera especial. No quieren ser vistos.
La llaneza de este tono nos hace partícipes, en pie de igualdad, de esa ex-
periencia que se despliega. En la motivación —consciente o inconsciente—
detrás de esa elección estilística no sólo se juega una especial relación entre
estilo y pensamiento, entre ética y estética, sino también entre el pensamien-
to de Mariátegui y el espacio público en que se inserta esa palabra, entonces
y ahora. El tipo el comentario que estamos intentando es una suerte de ar-
queología de nuestra experiencia como lectores: un esfuerzo de atención que
reconstruye lo que no sabíamos que habíamos sentido, y traza el crecimiento
secreto de sensaciones y asociaciones. Como dijera Emilio Lledó, pensar que
pensamos y sentir que sentimos.41
Hablábamos, pues, de la sensación de un tono. En el primer párrafo que
acabamos de leer hay una leve sonrisa que carga todo el texto que sigue de
sentido del humor. Ella aparece, por ejemplo, en la distinción entre conserva-
dores puros y conservadores prácticos, que está cargada de ironía, así como
en el uso del “sin duda” al final de la última frase (“porque la actitud del con-
servador práctico, que acomoda su ideario a su utilidad y a su comodidad,
tiene, sin duda, una génesis diferente”).42 Hay algo del trabajo de la crítica que
39
Es la dialéctica entre el “yo” y el “nombre” pensada por Liliana Weinberg en El ensayo,
entre el paraíso y el infierno, México, fce, 2001.
40
Véase María del Rayo Ramírez Fierro, “Vera Yamuni: filósofa del pensamiento de lengua
española”, Pensares y Quehaceres (México), núm. 3, 2006, pp. 19-29, así como las reflexiones en
el capítulo I del presente libro.
41
Véase Emilio Lledó, Imágenes y palabras. Ensayos de humanidades, Madrid, Taurus, 1998.
42
También es destacable el uso calculado de la ambigüedad, que puede enmarcarse en el
juego entre alusión y elusión teorizado por Dámaso Alonso y recuperado parcialmente por
Arturo Andrés Roig. En la cita de arriba, en lugar de hablar de los intereses de clase que condi-
cionan la actitud de los conservadores prácticos, Mariátegui prefiere sólo decir que esa actitud
257
se explica sin decirse en este uso del humor. Este carga de tensión las frases,
que son engañosamente sencillas.43
Una vez hecha estas aclaraciones sobre el tipo de voz que construye Ma-
riátegui, podemos avanzar un poco más y preguntar por las ideas que esa voz
construye para que se hagan experiencias en sus autores:
Escribe Luis Araquistáin que “el espíritu conservador, en su forma más desinte-
resada, cuando no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e
incierto, es en el fondo falta de imaginación”. Ser revolucionario o renovador es,
desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El
conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental
para concebirla y para aceptarla. Este caso es, naturalmente, el del conservador
puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su
utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis diferente.
tiene una génesis “diferente”. Todos sabemos a qué se refiere, pero él no considera necesario
entrar en detalles. Así, un tema presupuesto en el imaginario social se realza con mayor fuer-
za, paradójicamente, cuando no es señalado explícitamente.
43
La presencia del humor es uno de los muchos hilos que atraviesan la producción de Ma-
riátegui, otorgándole coherencia expresiva a textos de las etapas más diversas. Está presente
desde las primeras crónicas de Juan Croniqueur, en una de las cuales el autor dibuja una más-
cara de sí mismo que hace uso de los tópicos mitológicos del modernismo: “No me pidáis nada
serio, porque este sátiro de patas de chivo y cara peluda, sólo sabe reírse, reírse siempre con
su risa alocada y sarcástica” J. C. Mariátegui, “Popularidad de Lerroux. El mitin de Jai Alai. Un
poeta festivo”, en Invitación a la vida heroica. Textos esenciales, Alberto Flores Galindo y Ricardo
Portocarrero (ed.), 2ª ed., Lima, Fondo Editorial del Consejo del Perú, 2005, p. 6). Se reconcen-
tra hacia adentro en los textos publicados alrededor de 1914, cuando los chistes de Mariátegui
se hacen menos evidentes, es decir, más propiamente irónicos, lo que le da a su frase un nuevo
vigor que deriva de dicha tensión interna (por ejemplo, en el cuento “Juan Manuel”, incluido
en Invitación a la vida heroica, pp. 14-17). En textos tan notables como “Desperezo”, de 1916,
ese humor tensado se vuelve ventana privilegiada para que Mariátegui comience a ensayar la
crítica de la realidad social y política de su país. Y en la presentación de La Razón, de 1919,
la máscara de sátiro regresa transfigurada: ahora el derecho a usar el humor se presenta al
mismo tiempo que la voluntad de decir la verdad en un país donde la política se construye
mintiendo (“nuestro propósito consiste en […] decir siempre la verdad […]. Nos proponemos
efectuar esta labor con la mayor circunspección. Pero no queremos que nuestra circunspección
sea una de esas circunspecciones cómicamente majestuosas y teatrales que aquí se estilan. /
Nuestro concepto de circunspección periodística es demasiado amplio e intelectual para que
creamos, por ejemplo, que no se avenga con ella la nota humorística y recreativa, que debe
sembrar de amenidad y frescura y preservar de frialdad y pesadez las columnas de un periódi-
co de esta naturaleza”. J. C. Mariátegui, “Palabras preliminares. Nuestra posición en la prensa”,
en Invitación a la vida heroica, pp. 121-122).
258
259
gui”, en La epopeya de una generación y una revista. Las redes editoriales de José Carlos Mariátegui
en América Latina, Buenos Aires, Biblos, 2006, pp. 73-83 (las pp. 77-78 contienen un sugerente
tratamiento de la polémica del ejército).
260
Escribe Luis Araquistáin que “el espíritu conservador, en su forma más desinte-
resada, cuando no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e
incierto, es en el fondo falta de imaginación”. Ser revolucionario o renovador es,
desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El
conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental
para concebirla y para aceptarla. Este caso es, naturalmente, el del conservador
puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su
utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis diferente.
El tradicionalismo, el conservatismo, quedan así definidos como una simple
limitación espiritual. El tradicionalista no tiene aptitud sino para imaginar la vida
como fue. El conservador no tiene aptitud sino para imaginarla como es. El pro-
greso de la humanidad, por consiguiente, se cumple malgrado al tradicionalismo y
a pesar del conservadorismo.
Hace varios años que Oscar Wilde, en su original ensayo El alma humana bajo
el socialismo, dijo que “progresar es realizar utopías”. Pensando análogamente a
Wilde, Luis Araquistáin agrega que “sin imaginación no hay progreso de ninguna
especie”. Y en verdad, el progreso no sería posible si la imaginación humana su-
friera de repente un colapso.
La historia le da siempre razón a los hombres imaginativos. En la América del
Sur, por ejemplo, acabamos de conmemorar la figura y la obra de los animadores
y conductores de la Revolución de la Independencia. Estos hombres nos parecen,
fundadamente, geniales. ¿Pero cuál es la primera condición de la genialidad? Es,
sin duda, una poderosa facultad de imaginación. Los libertadores fueron grandes
porque fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada,
contra la realidad imperfecta de su tiempo.
261
Trabajaron por crear una realidad nueva. Bolívar tuvo sueños futuristas. Pensó
en una confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es probable que
Bolívar no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de
la independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de la aptitud
imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de una victoria de Ayacucho
se celebra, realmente, el centenario de una victoria de la imaginación. La realidad
sensible, la realidad evidente, en los tiempos de la Revolución de Independencia,
no era, por cierto, republicana ni nacionalista. La benemerancia de los liberta-
dores consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una
realidad imaginaria.47
Mariátegui teje saberes distintos, que vienen del campo del arte y de la
militancia política. También teje vínculos entre distintas comunidades, que
se consideraban dueñas de esos saberes. Al mismo tiempo va enunciando
una tesis que se construye temporalmente. Ella habla de la fuerza de la ima-
ginación. Esa palabra, “imaginación”, deja de pertenecer sólo al léxico de la
estética, y se vuelve una clave interpretativa para comprender la historia en
cuanto realización humana. Como ya habíamos adelantado en las secciones
de arriba, el arte auténtico —la auténtica apuesta—, es el arte de la vida
compartida.48
A través de esa clave, Mariátegui se apropia de un conjunto de palabras
que le pertenecía a otra comunidad, que no es ni la comunidad de los mili-
tantes ni la comunidad de los artistas: de la misma manera que las referencias
a Bolívar y “la Revolución de Independencia”, las palabras “conservatismo” y
“tradicionalismo” son típicas del mundo de la gran política latinoamericana;
lo son también de un género literario, que es el de la historia política elabo-
rada por las élites. En él, los procesos independentistas que llevaron a la fun-
dación de nuestros Estados nacionales habían sido reducidos a la lucha entre
el “conservatismo” y el liberalismo, grupos históricos que encarnan fuerzas
históricas (el primero las de la “tradición”, el segundo las del “progreso”). Hay
un gesto estético que es, también, político. Mariátegui se apropia de las pala-
bras que hemos entrecomillado: las toma para usarlas libremente en este en-
tegui había reivindicado la autonomía de las esferas del arte y la política, desde 1923 el autor
peruano trabaja en una concepción que lucha contra la separación entre el arte y la política. Ya
señalamos arriba que es mérito de Antonio Melis el haber señalado la importancia fundamen-
tal de este tema.
262
sayo. Dicho uso altera levemente su sentido, y en esa leve alteración emergen
los contornos de su reflexión sobre la imaginación como fuerza de la historia.
La apropiación es, en realidad, expropiación: Mariátegui reivindica su derecho
a usar ciertas palabras que parecían tener dueño. A través de él, las recibimos
nosotros. Y volvemos a leer: “el tradicionalismo, el conservatismo, quedan
así definidos como una simple limitación espiritual. El tradicionalista no tiene
aptitud sino para imaginar la vida como fue. El conservador no tiene aptitud
sino para imaginarla como es”.
El problema filosófico que se juega en esas líneas es que la “vida”, lo real
de la realidad, no puede reducirse a lo que esa realidad ya es: nos hemos
acostumbrado a vivir la vida como si ella fuera algo ya dado; pero la vida es
algo en devenir constante, que no es de una vez, sino que va siendo. Lo real
de la realidad es también lo que en ese momento de la realidad puede palpar-
se como posible: lo que en cierto momento histórico se puede hacer imagi-
nable. Este cambio de registro en el texto se corresponde con un enriqueci-
miento del campo léxico desde el cual se articula el ensayo. Aquí Mariátegui
utilizó una palabra nueva, que puede pasar desaparecibida. Se trata de la pa-
labra “utopía”, con el cual el campo léxico de la “imaginación” se enriquece y
adquiere dimensión histórica.
Hay probablemente otro texto aludido en este texto, que se relaciona con
1924, pues en dicho tiempo la difusión de ese texto estaba transformando las
discusiones del marxismo heterodoxo: las “Tesis sobre Feuerbach” de Marx.
49
“Tesis sobre Feuerbach”, en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas de Marx y Engels,
t. I, p. 7.
50
En 1928, Riazánov publicó su edición del texto original de Marx, que difiere ligeramente
del publicado por Engels. Véase Bolívar Echeverría, El materialismo de Marx. Discurso crítico y
revolución, México, Ítaca, 2011, p. 11, n. 1.
263
texto de Mariátegui es como una especie de acorde que hace resonar a toda
una tradición intelectual.51
La lectura paralela de las Tesis sobre Feuerbach y los párrafos de Mariátegui
recién trabajados provocan un conjunto de efectos de eco: “El tradicionalis-
ta no tiene aptitud sino para imaginar la vida como fue. El conservador no
tiene aptitud sino para imaginarla como es“ hace resonar las palabras de “el
defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de Feu-
erbach— es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la
forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial huma-
na, no como práctica, no de un modo subjetivo”. Los textos se parecen, y al
mismo tiempo son distintos. Las palabras se traslapan: es como si uno tradu-
jera al otro. La “vida” se desdobla en “las cosas, la realidad, la sensoriedad”.
“Concebir las cosas” se vuelve “imaginar la vida”; concebirlas “bajo la forma
de objeto o de contemplación” es igual a imaginar la vida sólo “como fue”
y “como es”, no como podría ser. El “conservatismo” y el “tradicionalismo”
adolecen de los mismos defectos que “todo el materialismo anterior”.
Así emerge en el texto de Mariátegui el problema de la praxis, incluso si la
palabra misma no aparece mencionada explícitamente. La imaginación es
la capacidad para vivir la “vida” en cuanto historia, es decir, en cuanto algo
que deviene continuamente y en cuyo devenir estamos implicados. Y “el pro-
greso de la humanidad, por consiguiente, se cumple malgrado al tradicio-
nalismo y a pesar del conservadorismo”. La capacidad para experimentar la
“vida” en cuanto devenir es correlativa de la capacidad para descubrir que
somos capaces de incidir en el devenir de la realidad, de volvernos sujetos
de nuestra historia. Ello quiere decir que nada está dado de antemano, y por
eso la transformación del mundo es una posibilidad siempre abierta. De esa
manera, la imaginación, en cuanto clave interpretativa, trae al ensayo que es-
tamos leyendo el problema de la responsabilidad del ser humano en la cons-
trucción de su mundo y la afirmación implícita de que un mundo más justo
es posible.
Pensar significa también cargar de nuevos significados las palabras de una
comunidad. Con palabras cuidadosamente resignificadas como “imaginación”
y “utopía”, Mariátegui construye en el ensayo que comentamos un vocabula-
rio filosófico propio para ir trabajando este problema. Al mismo tiempo, los
textos aludidos por Mariátegui llevan su propio vocabulario, que se inserta
51
La metáfora del acorde viene de Iván Illich, En el viñedo del texto, México, fce, 2002, cap. I.
264
265
53
J. C. Mariátegui, “Heterodoxia de la tradición”, en Literatura y estética, op. cit., p. 116.
266
267
54
J. C. Mariátegui, “La imaginación y el progreso”, pp. 78-79.
268
55
Ibid., p. 79.
56
La filosofía de la historia que Mariátegui articula en este texto, y que continúa desa-
rrollando en otros textos de la época (como “Heterodoxia de la tradición” y “Reivindicación
de Jorge Manrique”), tiene puntos de contacto con la que poco después desarrollaría Ernst
Bloch, que pueden explicarse por una “afinidad electiva” producto de la inserción de ambos
pensadores en el universo discursivo abierto por la Revolución rusa, el clima intelectual de
la vanguardia estético-política y el descubrimiento paralelo de los textos del joven Marx que
ponen el acento en el sujeto, la praxis y la historia. Hemos hecho algunos señalamientos sobre
este tema al final de la sección anterior.
269
Ojalá que con ellas se haga evidente la razón por la cual decidimos abrir la
constelación del presente capítulo con la obra de José Carlos Mariátegui. En
lugar de revisar puntualmente todos los lugares en que el Amauta construye
una teoría del arte, la literatura y la cultura a partir de un repertorio de temas
que enriquecen la filología latinoamericana, hemos preferido una estrategia
distinta: retomar un elemento fundamental de su pensamiento que pone a
lo estético en el centro de la consideración de lo político. Como señalamos
en la introducción al presente libro, dicho elemento invita a trazar vínculos
inéditos entre sociedad y literatura y a repensar la dimensión humana de las
humanidades y la responsabilidad social de la imaginación en tiempos de
transformación y crisis social. Para completar esta reflexión, en la siguiente
sección trabajaremos algunos elementos fundamentales de la reflexión ensa-
yada sobre estos temas por otro gran intelectual de la época: nos referimos al
dominicano Pedro Henríquez Ureña que, por motivos que aclararemos en la
siguiente sección, puede ser pensado como uno de los autores olvidados más
ilustres de nuestra tradición intelectual.
57
J. C. Mariátegui, “La imaginación y el progreso”, pp. 80-81.
270
para el lector de las presentes páginas. Sin embargo, no hace daño presentar
algunas coordenadas biográficas mínimas que dibujen una perspectiva sobre
los elementos que revisaremos en las próximas páginas.
Pedro Henríquez Ureña nació en Santo Domingo en 1884. Su padre, Fran-
cisco Henríquez y Carvajal, fue una figura prominente en la política de la isla
y llegó a ser presidente de la república. Su madre, Salomé Ureña, desarrolló
una actividad pedagógica importante, además de una destacable carrera poé-
tica. Mariana Brito Olvera ha escrito interesantes páginas sobre la representa-
ción de lo femenino en la obra de Pedro Henríquez Ureña, y ha ligado dicha
representación a los textos autobiográficos que ligan el descubrimiento de la
vocación literaria de Pedro con el magisterio de Salomé Ureña. Desde tem-
prano la familia sufrirá las consecuencias de las decisiones políticas tomadas
por el padre, primero en un exilio en Cabo Haitiano resultado de la inconfor-
midad que Henríquez y Carbajal había manifestado respecto del régimen po-
lítico del general Ulises Hereaux, y luego, cuando Horacio Vásquez protagoni-
zó un golpe de Estado que obligó a la familia a vivir fuera del país. Era 1902,
y en ese momento la familia estaba en Nueva York acompañando al padre,
quien había sido comisionado por el gobierno anterior para ensayar un arre-
glo de la deuda externa contraída por Hereaux con los Estados Unidos. Para
Pedro, el exilio significó también una posibilidad de libertad: se quedó a vivir
en Nueva York acompañado de su hermano Max, y sólo salió de allí en 1904,
cuando partió a La Habana a acompañar a su padre.
En 1906 Pedro abandonó Cuba con destino a México, país en donde desa-
rrollaría sus siguientes ocho años de vida. Llevaba consigo Ensayos críticos, su
primer libro, publicado el año anterior. El libro había recibido un encendido
elogio del gran pensador uruguayo José Enrique Rodó. Es bien conocida la
labor organizadora de Pedro Henríquez Ureña en torno de los jóvenes que
formarían el Ateneo de la Juventud. En otro texto he analizado algunos de los
recuerdos de la presencia de Pedro, su peculiar manera de transmitir una vo-
cación intelectual a través de gestos que conforman una suerte de obra inte-
lectual no escrita. Pedro Henríquez Ureña aparece en esos recuerdos como un
maestro que obliga a conversar, enseña a través de su presencia, construye ex-
periencias del pensamiento a través de un trabajo constante sobre su propio
cuerpo. “No es una ilusión retórica —dijo a este respecto el poeta Xavier Vi-
llaurrutia— comparar la obra de Henríquez Ureña a una función respiratoria”:
271
Sus libros no son más que una porción de su obra, acaso la más depurada, nunca la
más profunda y viviente. Cumplida como una función vital, como el ejercicio de una res-
piración acompasada y en relación con las diversas atmósferas que le ha tocado ins-
pirar, su obra no se hallará en un lugar sino en muchos. El curioso inteligente ten-
drá que buscarla no sólo en sus libros, sino en su correspondencia, en las notas de
su cátedra, en el recuerdo de sus conversaciones y en las marcas de su influencia.58
272
59
Rafael Gutiérrez Girardot, “La historiografía literaria de Pedro Henríquez Ureña: promesa
y desafío”, en Cuestiones, México, fce, 1994, p. 24.
60
Un excelente recuento de las formas en que la obra del autor dominicano ha sido sub-
sumida en los discursos nacionalistas de República Dominicana puede encontrarse en Juan R.
Valdez, En busca de la identidad. La obra de Pedro Henríquez Ureña, Buenos Aires, Katatay, 2015.
273
61
Inmediatamente matiza: “Pero —como en una tela de Paul Signac— esos toques precisos
son tan intencionados que van revelando el aire histórico y la armonía del movimiento” (citado
en V. Cervera Salinas, “Estudio preliminar. El daimon americano de P. Henríquez Ureña”, en P.
Henríquez Ureña, Historia cultural y literaria de la América hispánica, ed. V. Cervera Salinas, Ma-
drid, Verbum, 2009, pp. xxiii-xxiv).
274
62
Son palabras de Vicente L. Rafael citadas por Alberto Moreiras, “Fragmentos globales:
latinoamericanismo de segundo orden”, en S. Castro-Gómez y E. Mendieta (eds.), Teorías sin
disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización a debate, México, Miguel Ángel Po-
rrúa, 1998, p. 60. Véase Vicente L. Rafael, “The Cultures of Area Studies in the United States”,
Social Text, núm. 41 (1994), pp. 91-111. Para pensar este tema críticamente es indispensable
el reciente libro de Fernando Degiovanni, Vernacular Latin Americanisms. War, the Market and
the Making of a Discipline, Pittsburgh, The University of Pittsburgh Press, 2018, que comencé
a leer mientras corregía el presente libro. Como han señalado Immanuel Wallerstein y Role-
na Adorno, el apoyo del gobierno norteamericano a los estudios de área trajo consecuencias
inesperadas: los resultados de esos programas no sólo traicionaron las concepciones políticas
y estratégicas que financiaron estos estudios, sino que fueron fundamentales para que los lati-
noamericanos que trabajaban en universidades del Norte crearan una nueva sensibilidad hacia
cuestiones de tipo étnico, social y de género, que a la postre derivaría en la aparición de una
nueva generación crítica, integrada por jóvenes exiliados y por norteamericanos formados por
profesores latinoamericanos: ellos criticarían la concepción criollista de las historias literarias
hegemónicas al resaltar la importancia del mundo indígena, las artes verbales y la cultura po-
pular. Véase Rolena Adorno, “Sur y Norte: el diálogo crítico literario latinoamericanista (1940-
1990)”, en De Guancane a Macondo. Estudios de literatura hispanoamericana, Sevilla, Renacimien-
to, 2008, pp. 447-464, e Immanuel Wallerstein, “The Unintended Consequences of Cold War
Area Studies”, en Noam Chomsky, (ed.), The Cold War and the University: Toward an Intellectual
History of the Postwar Years, Nueva York, The New Press, 1997, pp. 195-231.
275
Un historiador de la literatura no puede leer todos los libros —no alcanzaría una
vida para hacerlo— pero tampoco puede limitarse a comentar sólo los libros que
ha leído —si lo hiciera no mostraría un proceso histórico objetivo sino su auto-
biografía de lector—. Para ofrecer un panorama completo de lo que se ha escrito
durante cuatrocientos años en un Continente ahora dividido en diecinueve repú-
blicas hispánicas, por fuerza ha de echar mano de datos y juicios ajenos.63
primera edición de la obra es de 1954; el prólogo citado está fechado en marzo de 1967, en
Harvard, donde Anderson Imbert ya era profesor).
64
Ibid., p. 12.
65
Id. Hay que recordar que el no haber leído los libros de los que se habla es contraparte
de una actitud adicional. A Anderson Imbert no le gusta la literatura que está historiando:
“Nuestras contribuciones efectivas a la literatura internacional son mínimas. Bastante hemos
hecho si se tienen en cuenta los mil obstáculos con que ha tropezado, y todavía tropieza, la
creación literaria […]. En general, nos aflige la improvisación, el desorden, el fragmentarismo,
la impureza […]. No podremos evitar que el fárrago se nos meta en esta historia”. Y, más
adelante: “nuestra vocación ha sido rendir un servicio público: juntar lo disperso, clasificar el
fárrago, iluminar con una única luz los rincones de una América rota por dentro y, por tanto,
desconocida, poner en manos del lector una Suma” (ibid., pp. 7-8 y 13).
276
género literario al que Henríquez Ureña se refiere allí mismo como “manual”.
Henríquez Ureña no era un profesor académico, ni tampoco un historiador
influido por la voluntad romántica. Academia normalizada, ajena al compro-
miso intelectual, y romanticismo historicista, glorificador de entidades cul-
turales abstractas, son los dos enemigos del impulso del siglo xviii al cual se
afilia el crítico dominicano: un impulso caracterizado por el abandono del
método puramente biográfico (que, según el mismo autor, había sido la nor-
ma desde Diógenes Laercio hasta Giorgio Vasari), así como por la voluntad de
sistematicidad en el examen de los hechos culturales, y por encima de todo,
por lo que Henríquez Ureña llamó una “visión amplia de la cultura”, que va
más allá de las fronteras que delimitan cada Estado nacional; una visión que,
a decir de nuestro autor, enmarca los procesos culturales “en el curso de la
historia”.66 Pues la cultura es historia: no existe por sí misma, al margen de
los seres humanos que la producen. Como el crítico mostraría a cabalidad en
Las corrientes literarias en la América hispánica, la cultura es un proceso social.
En el texto de 1936 con que se abre Plenitud de España, el crítico dominica-
no señala un conjunto de modelos para la tarea que se propone realizar: se
trata del método de la Enciclopedia y el Ensayo sobre los progresos del espíritu hu-
mano.67 Con ellos, Henríquez Ureña se opone a la concepción de cultura que
en su época era dominante. La recuperación de la herencia ilustrada tiene en
nuestro autor un carácter reivindicativo, pues según Henríquez Ureña el mé-
todo propuesto en las obras del siglo xviii aún espera un momento propicio
para dar sus frutos:
apenas inició la tarea: los datos eran insuficientes; los que se tenían a mano eran,
por la mayor parte, los del propio país. El xix, siglo de nacionalismos, se encastillo
en esos datos insuficientes y con ellos construyó sus manuales como fortalezas
de soberbia occidental: civilización significaba sólo civilización de Occidente. No
había, en estricto rigor, mala fe; después sí la hubo.68
66
“España en la cultura moderna” [1936], en Obra crítica, Emma Susana Speratti Piñero
(ed.), México, fce, 1960, p. 447. Este texto abre el libro Plenitud de España, publicado original-
mente en Buenos Aires en 1940 por la Editorial Losada.
67
Ibid., p. 447.
68
Id.
277
partir de él una manera de acercarse a los fenómenos culturales que vaya más
allá de esas “fortalezas de soberbia occidental” en que se han convertido los
manuales de historia de la cultura.
Mantengamos por ahora en la mente la crítica de esa “soberbia occiden-
tal”, pues este tema se revelará importante cuando Henríquez Ureña comien-
ce su exploración de la historia de la cultura americana. Regresemos, por lo
pronto, a la cita. Si es cierto que muchos grandes escritores se definen por
aquello a lo que se oponen, puede decirse que Henríquez Ureña fue encon-
trando una manera propia de afrontar el problema de la cultura a partir de la
confrontación con el método heredado del siglo xix, que tendía a establecer
relaciones lineales entre nación y cultura: el estudio de esta sirve para definir
en términos espirituales el carácter de aquella. En el método impugnado por
Henríquez Ureña la historia de la cultura se había vuelto metafísica de la na-
ción y el Estado nacional.
Se trata, asimismo, de la impugnación de un método que utilizaba el aná-
lisis cultural para construir argumentos que juzgaban en términos absolutos
el valor de una cultura respecto de las otras y de una civilización respecto
de las demás. Para Henríquez Ureña la idea decimonónica de cultura había
llevado a visiones teleológicas que juzgaban a la cultura occidental como la
más perfecta y avanzada, la única susceptible de universalizarse, la única que
legítimamente podía imponerse a las demás. Como dice Henríquez Ureña en
el texto que estamos comentando, esa imposición de una cultura en realidad
disfrazaba la imposición de un “país”.69
69
El párrafo que acabamos de citar lleva a una lector actual a percibir resonancias en obras
más actuales como Orientalismo de Edward Said, pero debemos leer también los acentos pro-
pios del texto del dominicano. Fiel a la herencia del Sócrates platónico, Henríquez Ureña cree
que el mal es producto de la ignorancia, y que la negación de otras culturas y otras civiliza-
ciones fue resultado de la escasez de datos, que llevaron a los investigadores a estudiar con
mayor cuidado sólo aquella realidad que les era conocida. Por eso, al menos en el inicio, “No
había, en estricto rigor, mala fe”. En ello, el dominicano se separa de críticos como Said, quie-
nes verían en el entronizamiento de la cultura occidental cierta manifestación de los intereses
económicos imperiales. Henríquez Ureña sigue siendo fiel, al menos parcialmente, a algunas
de sus intuiciones de juventud: “la economía política, de Adam Smith a Karl Marx, exageró la
importancia de su asunto: la vida social parecía gobernada por motivos económicos. El ‘ma-
terialismo histórico’ demostraba que, en el fondo de todas las revoluciones, se descubrían
problemas de distribución de la riqueza. Y ¿quién lo duda? Todo problema social implica pro-
blema económico; pero no solamente económico” (“La ilusión de la paz” [1915], en Desde Was-
hington, Minerva Salado (comp.), México, fce, 2004, p. 105).
278
Así se multiplicaron los malos entendidos, las visiones exóticas de las cul-
turas ajenas, y se difundió la visión celebratoria de las identidades nacionales
que cada historiador asumía como propia, una identidad que sería absoluta-
mente diferente de las demás, pues tendría un “carácter” o “sello” propio:
Cada nacionalismo estaba seguro de la superioridad del propio país, porque sabía
poco de los ajenos; el occidentalista estaba seguro de que la civilización de Occi-
dente era la superior o la única, porque sabía poco de las extrañas o no las enten-
día. La multitud creía ingenuamente en los manuales; hasta los países humillados
los acataban […]. Y el siglo del nacionalismo cultivó, paralelamente, el exotismo.
Nacionalismo y exotismo: dos caras del individualismo transportado a los grupos
sociales. El impulso romántico buscaba en todo grupo humano, de la tierra propia
o de la ajena, el carácter, el sello de la diferencia, el timbre individual.70
70
P. Henríquez Ureña, “España en la cultura moderna”, pp. 447-448.
279
71
Ibid., p. 448.
72
“La historiografía literaria de Pedro Henríquez Ureña: promesa y desafío”, ed. cit., p. 24.
73
Id.
74
Id.
280
Podríamos buscar los antecedentes de ese gesto de lectura en textos tan tem-
pranos como la Antología del Centenario, en cuya perspectiva hay una concep-
ción de “vida literaria” que pareciera llegar a Henríquez Ureña a través de las
crónicas y trabajos eruditos de Luis G. Urbina.75 Pero probablemente la ver-
sión más acabada de dicha concepción aparezca en La cultura y las letras colo-
niales de Santo Domingo, libro de 1936 que fue publicado en la Argentina, en el
marco de las actividades del Instituto de Filología dirigido por Amado Alonso,
y que ha merecido menor difusión que las dos últimas obras del autor.
El primer aspecto que puede sorprender a los lectores del presente libro
es que La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo no haya aparecido
en la Colección de Estudios Estilísticos, cuya historia hemos reseñado en el
75
La introducción de Urbina a dicha antología representa un primer estadio en la elabo-
ración de dicha concepción; ella será ampliada en una conferencia leída por Urbina en 1913
y completada en 1917 bajo la forma de un conjunto de lecciones sobre literatura mexicana
impartidas en Buenos Aires. En ese mismo año, Urbina publica los frutos de esta evolución,
que toman la forma de dos libros: La literatura mexicana durante la época de la Independencia, que
recoge el texto introductorio de la Antología del Centenario, y La vida literaria en México, que se
presenta como la versión impresa del curso de Buenos Aires. Véase Antonio Castro Leal, “Pró-
logo”, en Luis G. Urbina, La vida literaria en México. La literatura mexicana durante la guerra de
Independencia, 3ª. ed., México, Porrúa, 1986. Sobre las contribuciones de Urbina como crítico
literario véanse las reflexiones de Víctor Barrera Enderle, La mudanza incesante. Teoría y crítica
literaria en Alfonso Reyes, Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2002, pp. 49-51.
Sobre la Antología del Centenario, véase Ignacio Sánchez Prado, “Canon interruptus: la Antología
del Centenario en la encrucijada de 1910”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año 36,
núm. 71, 2010, pp. 55-74. Luis Leal hizo un intento de valorar las contribuciones de Henríquez
Ureña a esta obra colectiva en su artículo “Pedro Henríquez Ureña en México”, Revista Ibe-
roamericana, vol. XXI, núms. 41-42, 1956, esp. pp. 125-126.
281
capítulo I del presente libro. Ella debería haber sido el lugar natural para la
edición de un estudio dedicado a reflexionar sobre la literatura. Sin embargo,
el libro apareció en la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, que se
dedicaba a la edición de estudios lingüísticos. La cultura y las letras coloniales
en Santo Domingo no es un libro de lingüística. Sin embargo, su perspectiva
está más cerca de ese amor lingüístico al presente y su dinámica, que hemos
comentado en nuestra introducción, que del culto a la forma propio de los
estudios estilísticos, incluso en sus versiones más radicales.
Y es que la perspectiva construida por Pedro Henríquez Ureña se distancia
explícitamente de las metodologías inmanentistas de la estilística romance
(metodologías que, por otro lado, conocía y apreciaba).76 Como veremos aba-
jo, a Henríquez Ureña le interesa encontrar el vínculo entre la historia social,
la historia de los grupos, instituciones y espacios que sostienen la vida cultu-
ral, la historia de las creaciones estéticas y la historia de las nociones mismas
de literatura y cultura.
Probablemente por ello Henríquez Ureña señala al inicio de su libro que
su interés principal no es hacer una historia de la literatura, sino algo que él
llama “historia de la cultura literaria”.77 El sentido de esta expresión no se
expone de manera explícita en el libro, sino que debe ser inferido por el lec-
tor conforme éste avanza en la lectura: la cultura literaria historiada por Hen-
ríquez Ureña está conformada por el conjunto de organizaciones y grupos, y
por el de los espacios de circulación, difusión y aprendizaje que permiten la
aparición de una tradición literaria.
A pesar de que en otros trabajos anteriores el crítico dominicano haya ela-
borado una interesante reflexión sobre las literaturas no escritas y lo que hoy
llamaríamos “cultura popular”, lo que le interesa en este libro es la literatura
escrita y la posibilidad de construcción de lo que hoy nombraríamos “élite
intelectual” en contextos de pobreza, marginación y aislamiento, como es el
76
Pedro siguió con interés desde Santo Domingo la edición de los primeros volúmenes
de la Colección de Estudios Estilísticos, y los comentó elogiosamente en sus cartas a Amado
Alonso. Véase Epistolario de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso, Miguel D. Mena (ed., introd. y
notas), Santo Domingo, Ediciones Cielonaranja, 2017, esp. cartas de Pedro Henríquez Ureña a
Amado Alonso, 21 de noviembre de 1932, pp. 71 ss.; 31 de diciembre de 1932, pp.73-74; y 21
de junio de 1932, p. 84.
77
P. Henríquez Ureña, “La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo”, en Obra crítica,
E. S. Speratti Piñero (ed.), México, fce, 1960, p. 334.
282
78
Sobre la relación entre cultura popular y cultura de las élites en la obra de Henríquez
Ureña véase mi texto “Pedro Henríquez Ureña: la historia de la cultura como campo de bata-
lla”, en Luis O. Brea Franco (ed.), Memoria. Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña 2014, San-
to Domingo, Ministerio de Cultura, 2015, pp. 77- 93, cuyos párrafos sobre Plenitud de España
fueron recuperados parcialmente en el presente texto.
79
J. C. Mariátegui, “Seis ensayos en busca de nuestra expresión, por Pedro Henríquez Ureña”, en
P. Henríquez Ureña, Ensayos, J. L. Abellán y A. M. Barrenechea (ed. y coord.), Madrid - París - Mé-
xico - Buenos Aires - São Paulo - Lima - San José - Santiago, allca XX, 1998 (Archivos, 35), p. 729.
283
Ibid., p. 730.
80
El lector interesado en este tema puede revisar el duro enfrentamiento que Henríquez
81
Ureña sostuvo con sus amigos y compañeros de generación con motivo de una de las últimas
discusiones públicas organizadas por la revista Sur. Véase “Debates de Sur. Moral y literatura”,
Sur, núm. 126, 1945, pp. 62-84, también en Miguel D. Mena (ed.), Debates en Sur. 1940-1946,
esp. pp. 242. ss. para los posicionamientos de Henríquez Ureña, así como pp. 261-263 para su
participación en el debate “Literatura gratuita y literatura comprometida”, que reproduce las
ideas expuestas a este respecto en Las corrientes literarias en la América hispánica.
82
P. Henríquez Ureña, “La cultura y las letras coloniales de Santo Domingo”, p. 337.
284
83
Ibid., pp. 354 y 357.
84
Ibid., p. 355.
85
Ibid., p. 358.
86
Ibid., p. 360.
87
Ibid., pp. 361-362.
285
286
287
que las Conferencias Norton tuvieran una duración de seis sesiones, el pre-
parado por Henríquez Ureña tuvo una duración de ocho, análoga a los ocho
capítulos en los que está organizado el libro.91 Sin embargo, una conferencia
no es un libro. “P.H.U. se apoyó en sus disertaciones con fotografías que ilus-
traron ejemplos característicos de arquitectura y pintura”:92 el rastro de esos
ejemplos visuales desaparece de las versiones impresas, que no sólo no ofre-
cen reproducciones de las obras arquitectónicas o pictóricas mencionadas por
Henríquez Ureña, sino que ni siquiera dan noticias respecto de qué momentos
del texto habrían exigido su ilustración con obras pictóricas o arquitectónicas.
Por otro lado, las conferencias Norton no fueron impartidas con el título
que después tuvo el libro. Fueron anunciadas con uno distinto, que hacía re-
sonar ciertos recuerdos en la memoria de los amigos del escritor dominicano:
en declaraciones publicadas en el periódico Desfile, Henríquez Ureña había
dicho que “mis conferencias se refirieron a las corrientes literarias y artísticas
en la América hispánica y fueron dadas bajo el nombre común de ‘In search of
expression’, que es aproximadamente el de un libro mío sobre el tema”.93
Las conferencias se llevaron a cabo “en el Fogg Museum of Arts, las noches del 6, 13 y
91
20 de noviembre [de 1940], del 11 de diciembre, del 11, 18 y 25 de febrero [de 1941] y del 4
de marzo” (P. L. Barcia, Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, p. 245; véase P. Henríquez Ureña,
Literary Currents…, p. v). “El doctor J. D. M. Ford ha referido el origen de tan honrosa invitación:
‘Not long ago when the Committee on the Charles Eliot Norton foundation at Harvard was look-
ing for an annual lecturer, I had the privilege of calling attention to Pedro. His fame was such
that he commended itself to all concerned and he was appointed’” (“A Note from J. D. M. Ford
on Pedro Henriquez Ureña”, Books Abroad, Vol. XXI, Num. 1, 1946, p. 31; citado en A. Roggiano,
Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, México, s. e. [Cvltvra], 1961, p. lxxxii).
92
P. L. Barcia, op. cit., p. 246. Como explica el propio crítico dominicano en el “Foreword” a
su libro, para mostrar estos ejemplos se habría apoyado en la colección de diapositivas dispo-
nibles en el Fogg Museum. Estas imágenes no fueron integradas en ninguna de las versiones
impresas de la obra.
93
Declaraciones publicadas en Desfile, Buenos Aires, 6 de junio de 1941, a su regreso; ci-
tadas en A. Roggiano, op. cit., p. lxxxiii (cursivas mías). Podemos completar esta información
gracias al anuncio de la primera conferencia, aparecido en la Harvard University Gazette: el título
completo del ciclo era “In Search of Expression: Literary and Artistic Creation in Hispanic Ame-
rica”. Id. Como apunta Barcia, esta similitud de títulos llevó a confusiones involuntariamente
graciosas: “un despistado cronista, en un conjunto de “Notas norteamericanas” (La Nación,
dom. 12-8-1945), apuntaba mal: “el libro Literary Currents in Hispanic America, de Pedro Hen-
ríquez Ureña, no es, en realidad, sino la versión inglesa de Seis ensayos en busca de nuestra
expresión, que el prestigioso hijo de Santo Domingo, residente hoy en la Argentina, publicó en
1928, y ahora aparece, enriquecida por las reflexiones que añadió al pronunciar, en 1940, ocho
conferencias en la Universidad de Harvard”. Citado en Barcia, op. cit., p. 246.
288
94
Algunos ejemplos han sido citados y comentados en el ensayo citado en la nota 4.
95
P. Henríquez Ureña, Literary Currents in Hispanic America, Cambridge, Harvard University
Press, 1945; véase “Foreword”, p. v. El lector atento habrá notado un desajuste en las fechas:
Henríquez Ureña habría enviado su manuscrito alrededor de 1943, y sin embargo éste se ha-
bría publicado hasta 1945. Por esas fechas, los problemas de financiamiento, la falta de ventas,
y la situación creada por la Segunda Guerra Mundial habían llevado a una crisis aguda a la casa
editorial de Harvard, que estuvo a punto de desaparecer (véase Max Hall, Harvard University
Press: a History, Cambridge, Harvard University Press, 1986, pp. 86 ss). Quizá ese contexto haya
tenido que ver con el retraso en la publicación del libro del crítico dominicano. No he podido
utilizar para el presente texto las reseñas a esta primera edición aparecidas en The New York
Times, 3 de junio de 1945, p. 4, y Books Abroad, vol. XX, núm. 3 (verano de 1946), pp. 280-281.
Su consulta queda pendiente para futuros trabajos.
289
This and the subsequent quotations are taken from Mr. Cecil Jane’s translation of
The Voyages of Christopher Columbus (London, 1930). I have slightly retouched them,
trying to reproduce the peculiarities of the Spanish original, for which I have made
use of Cesare de Lollis’ edition in the Raccolta di documenti e studi pubblicati dalla R.
96
P. Henríquez Ureña, 2a; aunque el pie de imprenta no lo aclara, la edición que hoy se
consigue en librerías es, en realidad, la segunda edición actualizada y corregida, de 1954. To-
das nuestras citas serán de esta segunda edición, que es, por cierto, la que habría manejado
González Echevarría en su “reimpresión de 1969”.
97
Véase J. Díez-Canedo, “Nota del traductor”, en Las corrientes literarias en la América hispá-
nica, p. 8. La reciente edición de Vicente Cervera Salinas restituye la bibliografía original del
libro, pero no da cuenta pormenorizada de los cambios introducidos en cada versión (P. Hen-
ríquez Ureña, Historia cultural y literaria de la América hispánica, V. Cervera Salinas (ed.), Madrid,
Verbum, 2009).
290
En ésta y en las demás citas de Colón sigo el texto de la edición de Cesare de Lolis
en la Raccolta di documenti e studi pubblicati dalla R. Comissione Colombiana… (Roma,
1892). Sobre el español de Colón, cf. el ensayo de don Ramón Menéndez Pidal
“Cómo hablaba Colón”, en la Revista Cubana de La Habana, XIV (1940), 5-18, in-
cluido después en su libro La lengua de Cristóbal Colón… y otros estudios… (Buenos
Aires, 1942).99
Incluso el lector que no lea las citas de arriba podrá darse cuenta de que
la nota original en inglés dobla en tamaño a su traducción en español. La re-
escritura de la nota, ¿habrá sido obra del mismo Henríquez Ureña? Nada per-
mite contestar con seguridad a esta pregunta. Lo que es importante señalar
es que la eliminación de las referencias a las ediciones que Henríquez Ureña
habría usado originalmente da pie, además, a la eliminación de los contactos
con los que el autor sostuvo un diálogo intelectual (eliminación, incluso, del
importante artículo de Morison sobre la historia de las ediciones y las traduc-
ciones del Diario de Colón); desaparece así el gesto del intelectual viajero,
exiliado entre lenguas y naciones, y aparece un texto que se encuentra sor-
prendentemente cómodo en la lengua española.100
98
P. Henríquez Ureña, Literary Currents…, p. 207.
99
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias…, p. 209. En adelante sólo referiremos a las
dos versiones cuando haya cambios importantes que merezcan ser comentados.
100
Como ha mostrado Enrique Krauze, la situación de exilio forzoso en la que se mueve
Henríquez Ureña es importante en la medida en que desborda lo biográfico y lleva a una con-
cepción del trabajo intelectual. Ello no es propio sólo de Henríquez Ureña. Antonio Benítez
Rojo, Silvio Torres-Saillant y Arcadio Díaz Quiñones han señalado cómo la situación caribeña,
marcada y fragmentada por la larga experiencia colonial de diversos imperios, la esclavitud
africana y las inmigraciones y emigraciones, ha llevado a la creación de un estilo intelectual
particular, del que sería deudor el trabajo del crítico dominicano: se trata de la tradición dias-
pórica caribeña, que tiene, entre sus preocupaciones más constantes, la necesidad de recupe-
rar lo perdido, hacer memoria y rescatar la pluralidad de tradiciones diversas. Véase A. Benítez
Rojo, La isla que se repite, Hanover, Del Norte, 1989; S. Torres-Saillant, An Intellectual History of
291
Todavía hay que señalar una última transformación de este libro. Gracias a
una extensa y rigurosa reseña de Emma Susana Speratti Piñero, Díez-Canedo
pudo mejorar algunos aspectos de la traducción, no sólo para volverla más
fiel al original sino también para adecuar su estilo al del texto en inglés.101
Así, en 1954 apareció la segunda versión de la traducción al castellano: ésta
es la versión que hoy conocemos y leemos, incluso si, por un error de impre-
sión, la página legal de la última reimpresión dice que estamos frente a la
versión de 1949 y no a la de 1954.
Pero ¿cuál es la idea de cultura en que se sustenta este libro? ¿En cuál his-
toria de la cultura subsume el crítico dominicano la historia de la literatura?
En la sección anterior hemos adelantado algunos elementos para responder
a esta pregunta. Sin embargo, en este momento hay que recordar que los
primeros lectores del libro de Henríquez Ureña hablaban inglés y probable-
mente no conocían La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Y sin
embargo, se dieron cuenta de que la noción de cultura en este libro no se
correspondía con las nociones usuales en ese momento en el marco de los
estudios literarios y culturales.
Los primeros reseñistas de la versión inglesa de la obra señalaron en sus
recensiones que en este libro había una visión amplia que insertaba la histo-
ria de la literatura en la historia de la cultura y concebía esta última como un
proceso social. En fechas más recientes, Pedro Luis Barcia nos recuerda que,
“en su primer proyecto”, Henríquez Ureña “asociaba literatura y artes, en
una misma articulación creadora”.102 Lecturas contemporáneas han intentado
mostrar la cercanía de la labor del crítico dominicano con la de la moderna
literatura comparada; pero hay que decir que Henríquez Ureña era un com-
paratista particular. Aunque las conferencias Charles Eliot Norton, en donde
el dominicano presentó la primera versión de su texto, ya habían sido espa-
cio para planteamientos de literatura comparada en relación con otras artes
(Tinker habló de las relaciones entre poesía y pintura dentro de la tradición
inglesa), y aunque muchas de estas conferencias adquirirían el carácter de
un manifiesto estético para sus respectivas disciplinas (como ocurrió con las
the Caribbean, Nueva York, Palgrave, 2006; E. Krauze, “El crítico errante: Pedro Henríquez Ure-
ña”, en P. Henríquez Ureña, Ensayos, pp. 888-910, y A. Díaz Quiñones, “Pedro Henríquez Ureña
y las tradiciones intelectuales caribeñas”, Letral, núm. 1 (2008), disponible en Internet: <http://
www.proyectoletral.es/revista/descargas.php?id=7>, recuperado el 25 de abril de 2010.
101
Véase la reseña de Speratti Piñero en Filología, año I, núm. 2 (1949), pp. 208-212.
102
P. Luis Barcia, op. cit., p. 246.
292
ofrecidas por T. S. Eliot y S. Giedion, y, después, con I-VI de John Cage y Seis
propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino), hasta entonces no se ha-
bía presentado nada parecido a Las corrientes literarias en la América hispánica,
imponente panorama que en ocho lecciones dio una síntesis del proceso y
sentido de toda una tradición literaria, con una perspectiva que ponía a la
literatura sistemáticamente en relación con la historia social, así como con
otras artes como la música, la pintura y la arquitectura.103
Los reseñistas del libro se mostraron asombrados ante este aspecto, y lo
comentaron aludiendo a una serie de características editoriales de Literary
Currents in Hispanic America que desaparecieron de la edición castellana. En
la versión inglesa del libro, al título presente en la primera de forros se le ha
añadido un subtítulo explicativo: el libro se presenta como “A Cultural Survey
of Latin America from the time of the Conquistadores [así, en español] to the
present”. ¿Quién puso ese subtítulo, que, por cierto, no vuelve a aparecer en
los interiores? ¿Es obra de Henríquez Ureña, o del editor, como parece creer
Whitaker en su reseña del libro? Por el momento, no importa: importa que,
en su asombro, los reseñistas intentarán asirse a ese subtítulo, que se ofrece
como clave de lectura, e intentarán glosarlo para explicarse —explicarnos—
qué quiere decir esa inquietante manera de leer, ese “cultural survey”. Como
dicen dos de los primeros reseñistas del libro:
103
Fundadas en 1925 en memoria del gran crítico de arte, editor y rector de Harvard, las
Charles Eliot Norton Lectures están a cargo cada año de un invitado distinto, quien tiene la
responsabilidad de preparar un curso sobre un tema de su elección que, de manera aproxi-
mada, hable de “poetry in its broadest sense”. Según una lista ofrecida por el departamento
de inglés de la Universidad de Harvard, entre los conferencistas previos a Henríquez Ureña
estuvieron los clasicistas Gilbert Murray y H. W. Garrod (el primero inauguró las conferencias
Norton); los críticos literarios Sigurður Nordal y Chauncey Brewster Tinker; los críticos de arte
Eric Maclagen, Arthur M. Hind y Johnny Roosval; el arquitecto Sigfried Giedion, los poetas T. S.
Eliot, Laurence Binyon y Robert Frost y el músico Igor Stravinsky. Pedro Henríquez Ureña fue el
primer latinoamericano en ocupar esta cátedra: después de él, sólo lo han hecho el mexicano
Carlos Chávez (Pensamiento musical), el argentino Jorge Luis Borges (Arte del verso) y el también
mexicano Octavio Paz (Los hijos del limo). La lista completa de conferencistas, disponible en el
viejo sitio del Departamento de Inglés de la Universidad de Harvard ( <http://www.fas.harvard.
edu/~english/events/nortonprofessors_text.html>), no fue incorporada a la nueva versión del
sitio; sin embargo, un colaborador anónimo de la enciclopedia anarquista Wikipedia guardó
una versión de esta lista, que puede leerse en la entrada dedicada a las Conferencias Norton
(véase “Charles Eliot Norton Lectures”, <http://en.wikipedia.org/wiki/Charles_Eliot_Norton_
Lectures>, recuperada el 8 de abril de 2010.
293
The book has a broader scope than its title would indicate, for the author has not
only integrated the study of Brazil with that of Spanish America, but he has cons-
tantly drawn parallels and made contrasts between literature and other forms of
artistic expression, so that the book might well be called a cultural survey of four
centuries of history in Hispanic America;104
Not a literary history, but a cultural survey […], it concerns itself with painting,
sculpture, architecture, and music-briefly and succinctly, to be sure-as well as with
literature.105
Porque la manera en que Henríquez Ureña lee es, ella misma, inquietante.
Es comparatista de una manera extraña, particular. Alguno de los reseñistas,
incluso, lanzará una queja: la noción de cultura desde la cual hacer un “cul-
tural survey” no está clara; al menos, no tiene nada que ver con la manera en
que trabajan disciplinas como la antropología académica:
the book does not justify the publisher’s claim that it is a ‘cultural survey’, even
if this term is understood in the narrower intellectual and artistic sense rather
than in the broader anthropological sense. For example, although universities and
learned societies have strongly influenced the intellectual development of Latin
America, the former are discussed in these pages with extreme brevity and the
latter are barely mentioned.106
John Kenneth Leslie, reseña en Hispanic American Historical Review, vol. 26, núm. 2, 1946,
105
p. 193.
106
Arthur P. Whitaker, reseña en The American Historical Review, vol. 51, núm. 3, 1946, p. 526.
294
tor de la obra, quien tiene en cuenta la manera en que éstos pueden ayudar
a la difusión del libro; a veces el autor puede sugerir cómo el editor afrontará
esta tarea, a veces no.107 Como aquí no tenemos a la mano el archivo epis-
tolar de la casa editora, tendremos que conformarnos con los indicios que
ofrece el mismo libro, sus continuidades y fisuras. Si en su título se habla de
“Hispanic America”, y se relaciona ese nombre con un tratamiento realizado a
lo largo de todo el libro,108 el subtítulo regresa a “Latin America”, ese nombre
que Henríquez Ureña criticaría al inicio del libro por ser menos “satisfactorio”
que el de América hispánica. ¿Por qué ese regreso? Probablemente porque
“Latin America” es un nombre más conocido, que permitirá que el libro cir-
cule. De esta forma aparece el entramado social de sujetos que, por medio
de ciertas prácticas sociales, hacen posible una forma de leer, escribir, hablar
y pensar. En todo caso, como se dijo, el subtítulo funciona como una indi-
cación, quiere provocar una forma de leer: a pesar de que el título hable de
“corrientes literarias”, desde aquí se nos indica que la ambición del texto es
más amplia, que el recuento literario va de la mano de una historia cultural.
De esa misma manera, queda planteado para los lectores cómo todo intento
de hacer la historia de una tradición literaria se inscribe, voluntariamente o
no, en la relación problemática que existe entre cultura e historia literaria. Se
invita a pensar esa relación.
E, inmediatamente, al hojear el libro, se ve que esa “cultura” no sólo apela
a las “grandes artes” que recordarían la noción clásica de cultura como mo-
numento de una civilización, sino también, y sobre todo, a momentos fun-
damentales de la historia social americana (y no sólo de su historia política).
La tensión entre representatividad y gestualidad silenciosa desemboca, en el
cuerpo del texto, en una lectura general de la tradición literaria de la América
hispánica dividida en ocho grandes momentos, uno por conferencia y uno
también por capítulo; en cada uno, la disposición sigue problemas fundamen-
tales de esa historia social: “El descubrimiento del Nuevo Mundo en la ima-
ginación de Europa”; “La creación de una sociedad nueva [1492-1600]”; “El
107
Uno esperaría este gesto de una editorial comercial; no tanto de una editorial universita-
ria. Pero es que desde 1943 la agonizante Harvard University Press había pasado a la dirección
del excéntrico y violento Roger Livingston Scaife, editor comercial que tomó la defensa de la
editorial y se dedicó al desarrollo de estrategias publicitarias que volvieran a posicionarla en el
mercado. Véase M. Hall, op. cit., pp. 105 ss.
108
El libro habla de “la literatura de la América hispánica (nombre que me parece más satis-
factorio que el de América latina’ ” (P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias…, pág. 7).
295
109
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias…, p. 176.
296
These notes, occupying nearly eighty pages (pp. 206-284), are in themselves a
vast display of erudition, and frequently most suggestive to the student of Hispa-
nic-American letters. In them, Sr. Henríquez-Ureña tends to group related pheno-
110
Cierto joven estudiante cubano se acercó, emocionado, al conferencista la finalizar su
primera charla; pronto se hizo amigo del profesor, quien le confesó que Cuba era como su
segunda patria: “Al día siguiente de nuestra primera charla, Pedro vino a verme a mi habitación
en Harvard. Cuando abrí la puerta, me lo encontré visiblemente alterado por los efectos de la
larga ascensión, hasta el cuarto piso. Pensé que deseaba que lo acompañara a Boston, pues me
había brindado para ello la noche anterior. Pero me dijo que había venido para comenzar nues-
tras lecciones y, sacando del bolsillo de su abrigo un librito, me preguntó si podía sentarse en
una butaca situada al lado del aparato de calefacción […]. Me lo entregó y me pidió que em-
pezara a leer en alta voz el texto. Con una paciencia que me conmovió profundamente fuimos
leyendo a Lope y otros autores del Siglo de Oro” (José Rodríguez Feo, “Prólogo. Mis recuerdos
de Pedro Henríquez Ureña”, en P. Henríquez Ureña, Ensayos, J. Rodríguez Feo (ed.), La Habana,
Casa de las Américas, 1973, pp. ix-x).
111
Reseña de Dudley Fits en College English, vol. 8, núm. 6 (1947), p. 332; cursivas mías.
297
mena under one heading, for example, the “partial list” of mestizo writers, pain-
ters, and sculptors of the colonial period (pp. 214-15, n. 17), the “transplanted
Europeans” (pp. 233-34, n. 42), etc. The notes, together with the brief, but exce-
llent, critical bibliography (pp. 287-95), seem destined to accomplish the author’s
purpose of encouraging his readers to explore further those phases of the subject which
interest them most.112
112
J. K. Leslie, op. cit., p. 194; las cursivas son mías. La pasión de Henríquez Ureña por agru-
par fenómenos parecidos en “listas parciales” de prodigiosa erudición incluye también la de
escritores presidentes (V, n. 111, p. 239), la de poetas de ambas Américas que le han cantado
al Niágara (IV, n. 22, p. 236) y la de escritores americanos que, viviendo en Francia o los Es-
tados Unidos, no han dejado de ser nostalgia de su tierra (V, n. 21, pp. 241-243), entre otras.
“Cuando Pedro Henríquez Ureña hace una enumeración de autores con sus fechas precisas, la
apariencia engaña: no es una enumeración, sino la exposición sucinta de un proceso. Cierto
es que para conocer el sentido procesual de esa enumeración […] es preciso que el lector
conozca al menos parte de las obras y autores que menciona, es decir, parte del proceso” (R.
Gutiérrez Girardot, “La historiografía literaria de Pedro Henríquez Ureña: promesa y desafío”,
p. 24). Una nota curiosa: en la portada de la edición inglesa, nuestro autor ostenta el apellido
“Henríquez-Ureña”, con hiato, como para advertirle a los anglohablantes que no se dirijan al
autor como mero “Henríquez”; muchos reseñistas anglosajones (así, J. K. Leslie) copiarán su
apellido de esa manera. Los reseñistas que escriben en español preferirán la forma “Henríquez
Ureña”, a la que ya estaban habituados por otros trabajos del dominicano.
113
Las corrientes literarias, cap. I, n. 2, p. 209; Literary Currents, cap. I, n. 2, p. 207. Véase tam-
bién la sorpresiva comparación entre el inicio del Primero sueño de Sor Juana y un pasaje del
acto cuarto del Prometeo desencadenado de Shelley (Las corrientes literarias…, cap. III, n. 23, pp.
227-228; Literary Currents, cap. III, n. 28, p. 230).
298
114
Para este juego, véase L. Weinberg, Situación del ensayo, México, unam, 2006, pp. 66-67.
115
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. VIII, n. 33, p. 273.
116
Por eso es común que se mezcle la erudición con la anécdota que incita, la estampa
curiosa con la andanada de información bibliográfica, verdadera ex-posición del método de
pensar que invita al lector a reconstruir el proceso que siguió Henríquez Ureña para redactar
la nota: así, en la Colonia, “los brasileños gozaban de favor en Francia, y la Corte asistió, en
Rouen, a un festival de danzas y ceremonias religiosas en el que intervinieron indios y france-
ses disfrazados. Cf. Ferdinand Denis, Une Fête brésilienne célébrée à Rouen en 1550 (París, 1850).
Esta fiesta se adelantó casi doscientos años a la ópera-ballet de Rameau Les Indes galantes
(1735); según Lincoln Kirstein, es ‘no sólo un ejemplo perfecto de la… ópera-ballet semipolíti-
ca, sino también de la moda geográfica de una Europa recién enterada del tamaño de nuestro
globo’ (Dance, Nueva York, 1935; reeditado con el título The Book of Dance, 1942; véase p. 204)”
(P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. I, n. 21, p. 211).
299
117
Véase R. Mondragón, “Al margen de Henríquez Ureña. Sobre ‘voz’, ‘cuerpo’ y ‘herencia’
en el filosofar de nuestra América”, Andamios, vol. 7, núm. 13 (mayo-agosto 2010), pp. 259-290.
118
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. II, p. 55, y n. 39, p. 221 (las cursivas son
mías); Literary Currents…, II, p. 51, y n. 39, p. 222. La ironía de la última parte de esta cita es
evidente sólo para los que conocen la galofilia de los escritores hispanoamericanos del siglo
xix, aún presente entre muchos amigos de Henríquez Ureña en la época misma de publicación
del libro.
119
“Describiendo la cochinilla, llega a extremos abiertamente barrocos: ‘Bulle carmín vivien-
te en tus nopales / que afrenta fuera al múrice de Tiro’” (Las corrientes literarias, cap. IV, n. 10, p.
234; en este y otros casos, cuando no haya variantes de importancia, referiré sólo a la versión
castellana).
120
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. IV, n. 21, p. 236.
121
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. III, n. 18, p. 227; el tema de la literatura
femenina recorre todo el libro de Henríquez Ureña, y conforma uno de esos temas menores en
donde se elabora el contrapunto de las grandes tendencias que dan título a cada uno de los
capítulos.
300
historia. Esa voz no sólo quiere mostrar los resultado de sus investigaciones,
sino transmitir la manera en la que llegó a esos resultados, un cómo que com-
porta, al mismo tiempo, un para qué. Por ello dijimos arriba que Las corrientes
literarias en la América hispánica se mueve en una tensión productiva: ofrece el
panorama de un proceso, pero también transmite una serie de consideracio-
nes metodológicas que aparecen en forma de provocaciones. “Necesitamos
un estudio sistemático del pensamiento político de todos los caudillos de
nuestra independencia. Alguna atención se ha dedicado a la influencia de los
pensadores europeos; pero lo que importa investigar es no tanto lo que nuestros
caudillos leían como lo que hicieron con las ideas que asimilaron”.122
Hay, en las líneas que acabo de citar, el esbozo de toda una propuesta
metodológica que apunta a la necesidad del trabajo intelectual (“necesitamos
un estudio sistemático…”). Como dijo Beatriz Sarlo, “Henríquez Ureña fue un
intelectual para quien el discurso sobre la literatura no tenía una función pu-
ramente autorreferencial, ni podía ser sólo pensado como un discurso para
expertos. Brevemente, de la literatura podía decirse algo que estuviera do-
tado de importancia social colectiva”.123 Podemos ver cómo este tema com-
porta también la elección de un cierto estilo, una cierta manera de figurar
literariamente la propia posición. En ese sentido, la conferencia inscrita en la
escritura tiene que convertirse en ensayo.
La última función de las notas —los comentarios marginales— es funda-
mental para hacer explícita esa posición: pues en las notas Henríquez Ureña
se permite a sí mismo abundar en sus propias apreciaciones. Dice, por ejem-
plo, con ironía implacable:
122
P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias, cap. IV, n. 6, p. 233 (cursivas mías). Otra pro-
vocación sorprendente puede verse en la nota 22 del capítulo IV (Las corrientes literarias, p.
236), donde, de la poesía de Heredia, se pasa a una enumeración que da cuenta de las catara-
tas del Niágara como tema favorito de la poesía norteamericana (y también de la hispanoame-
ricana); y, finalmente, de la constatación de que los pinos son un tema literario importante en
la descripción del Niágara, se pasa a una documentada reflexión sobre la destrucción de dichos
árboles a manos de las compañías madereras, que le han quitado al observador actual la posi-
bilidad de disfrutar esa poesía.
123
Beatriz Sarlo, “Pedro Henríquez Ureña: lectura de una problemática”, en P. Henríquez
Ureña, Ensayos, p. 881.
301
fracasos políticos. En buena lógica, los responsables serían los europeos y sus
descendientes, que durante siglos han mantenido a los indios y a los negros en
la servidumbre y la ignorancia, negándoles el ejercicio de derechos políticos. Don-
dequiera que los grupos sometidos antiguamente obtienen un mínimo de justicia
económica y cívica, el adelanto político se hace evidente. Y debe tenerse presente
que la inmigración europea que vino en el siglo xix a países como Argentina y
Uruguay lo hizo con la condición explícita de que habría de disfrutar una libertad
política y económica plena.124
302
“Curioso lector:…”
Hay autores que se han imaginado la memoria como un libro: un relato don-
de los hechos y vivencias dispersas se ordenan linealmente, de manera que
uno pueda construir una experiencia de lectura si repasa esa historia desde
su principio hasta su fin. Hay otros que han imaginado la memoria como una
biblioteca: una estantería o un conjunto de estanterías que permiten la con-
vivencia de libros disímiles. En ese espacio camina un “curioso lector”, que
tiene la posibilidad de ordenar y desordenar la biblioteca; el lector admira la
involuntaria arquitectura creada por esa reunión de volúmenes distintos, y
elige por dónde comenzar a leer.
Si la memoria no fuera un libro, sino una biblioteca, el presente capítulo
podría terminar preguntando por qué en América Latina ha sido tan constan-
te la insistencia de publicar colecciones de clásicos perdidos: bibliotecas en
que emergen voces que, siendo indispensables, son también desconocidas.
Por ello, hermosas y tristes. “No habría poema más triste y hermoso que el
que se puede sacar de la historia americana”.127 En esas palabras de José Mar-
tí, que invitan a la lectura de ciertos textos indígenas que datan de la época
colonial, resuena un eco antiguo, que puede remontarse, al menos, al siglo
xvi. Desde las reflexiones del Inca Garcilaso sobre la “memoria del bien perdi-
do”, a la fundación de la Biblioteca Ayacucho por Ángel Rama, pasando las pa-
labras del prologuista anónimo del manuscrito de Huarochirí, la recopilación
de tradición oral por Juan León Mera y los proyectos editoriales de Andrés
Bello, Juan María Gutiérrez, José Toribio Medina o Rufino Blanco Fombona,
entre muchos otros, uno puede ver el crecimiento de una reflexión colectiva,
de larga duración, sobre los marcos sociales de la memoria en nuestra Améri-
J. Martí, “Las ruinas indias”, en La Edad de Oro, R. Fernández Retamar (ed.), México,
127
fce,
1992, p. 114.
303
ca. En ciertos sujetos sociales, como las voces anónimas de los sobrevivientes
de la guerra civil en Guatemala, esa reflexión se convierte en pregunta por la
producción colectiva del olvido en torno de ciertos hechos, voces y vivencias,
que es paralela de la producción de una experiencia de vida cada vez menos
rica. En otros, como Pedro Henríquez Ureña, Daniel Cosío Villegas y los ya
mencionados Bello, Rama y Blanco Fombona, esa reflexión se convierte en
una pregunta por la necesidad de editar, poner a disposición colecciones y bi-
bliotecas que enriquezcan nuestra experiencia del mundo y le den resonancia
a nuestros deseos e inquietudes.
Edición y liberación
304
siguen una numeración que no siempre se corresponde con la cronología, pero los materiales
no fechados pueden serlo siguiendo criterios de cronología absoluta a partir de los datos ofre-
cidos por las mismas cartas, y de cronología relativa por las referencias de una carta a otra.
Fragmentos de una carta no conservada en el Archivo, y citada por Sonia Henríquez Ureña de
Hlito, Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía, México, Siglo XXI, 1993, p. 153, hacen
suponer que la correspondencia conservada en el Fondo pudiera completarse si se tuviera
acceso al archivo personal de phu, actualmente en resguardo en El Colegio de México, así como
al archivo personal de dcv.
129
Son épocas de pobreza y persecución. El 9 de octubre de 1945, Isabel, esposa de Pedro,
le escribirá a Cosío unas líneas apresuradas para contarle las enormes dificultades económicas
de su familia y pedirle un poco de dinero, en adelanto del proyecto que está creando junto a
Pedro. El 25 de diciembre, en la víspera del ascenso de Perón, Pedro le dirá a Cosío que no ha
podido avanzar en el trabajo que ambos tienen entre manos: su hija menor, Sonia, quien le
estaba ayudando a hacer copia de algunos documentos, vive absorbida por la política junto a
su otra hija, Natacha, “trabajando por los movimientos democráticos”...
130
El presente trabajo es un adelanto de las reflexiones desencadenas por la lectura de esos
materiales, que me fueron facilitados por Freja Cervantes y serán editados próximamente por
mí, junto a Liliana Weinberg.
131
Son expresiones de Cosío en su carta a phu, 15 de abril de 1945.
132
“En el fondo, Pedro era un hombre triste, que cargaba a cuestas viejas y arraigadas preo-
cupaciones. Rara vez sentía el gozo de la alegría y rara vez también lograba reír franca, abier-
tamente”. D. Cosío Villegas, Memorias, México, sep-Joaquín Mortiz (Lecturas Mexicanas. Tercera
Serie, 55), 1986, p. 96.
305
1938, cuando menos, las cartas de Alfonso Reyes a Virginia Ocampo y Oliverio
Girondo testimonian el deseo de crear una “Biblioteca Americana”, colección
de clásicos americanos que presentaría lo mejor de nuestra producción cultu-
ral, en ediciones completas o antologías, y que Reyes dirigiría junto a Henrí-
quez Ureña, a quien, según el mismo Reyes, lo une “un compromiso moral”.133
El nombre elegido por Reyes y Henríquez Ureña, y recuperado por este
último en su carta a Daniel Cosío Villegas del 17 de julio de 1945, es home-
naje implícito al gran proyecto editorial emprendido por Andrés Bello en el
exilio londinense. Iniciado en 1823, abandonado después de un primer nú-
mero que terminó con los pocos fondos de los que Bello disponía, y después
recuperado en 1826 con el nuevo título de Repertorio Americano, la Biblioteca
Americana era una revista que hablaría de poesía y biología, geografía y pin-
tura, geología y lingüística. El prospecto con que inicia su único volumen
hace explícita la relación entre edición y liberación que dota de fuerza a
todo el número, una relación que se transmitirá a proyectos editoriales de
épocas futuras, y que en nuestra América fundará toda una manera de afron-
tar el trabajo de la producción y recuperación de la memoria cultural a través
de los libros y la lectura: “La política española tuvo cerradas las puertas de
la América por espacio de tres siglos a los demas pueblos del globo; i no
satisfecha [...], la impidió también que se conociese a sí misma”; “si esta es,
Dice Reyes, en carta a Ocampo el 15 de agosto de 1938: “Ante todo, celebro el desarrollo
133
de la Editorial Sur, con que hace tanto tiempo soñábamos, y le agradezco el haber pensado en
mí desde el primero momento. Ya le expliqué a María Rosa [Oliver] el compromiso moral que
me liga a Pedro Henríquez Ureña para toda posible dirección de una Colección de Clásicos
Americanos. Le ruego que medite y resuelva”; y el 27 de abril de 1939 continúa con el tema:
“Aquí me tiene usted a sus órdenes al frente de La Casa de España en México. Estimo que
este trabajo me va a acaparar por más de un año y, entre otras cosas, tendré que escribirle
a Oliverio [Girondo] dándole la mala nueva de que me es imposible por ahora ocuparme de
organizar la serie americana de su editorial, cosa que en el primero momento me apresuré a
aceptar por el entusiasmo que me inspira”; el editor anota que “El proyecto de hacer de Sur
también una editorial —a la manera de La Revista de Occidente—, incluía una colección anto-
lógica de clásicos americanos, formada por libros de fragmentos escogidos de los autores más
representativos de cada país de habla hispana del Continente. Pero Reyes proponía que, en vez
de titularse latinoamericana o hispanoamericana, la colección fuera una Biblioteca Americana,
pues así se podría publicar en ella a la literatura brasileña también” (Alfonso Reyes y Victoria
Ocampo, Cartas echadas. Correspondencia Reyes / Ocampo, ed. H. Perea, México, uam, 1983; para
la nota, n. 60, p. 73). Véanse, además, las muy importantes cartas intercambiadas por Reyes
y Girondo entre el 14 de marzo y el 27 de abril de 1939 donde se discute el proyecto de una
Biblioteca Americana (20 epistolarios rioplatenses de Alfonso Reyes, S. I. Zaïtzeff (ed.), México, El
Colegio Nacional, 2008, pp. 218-233).
306
pues, la época de trasmitir a la América los tesoros del injenio i del trabajo
[...]; todo el que tenga sentimientos americanos debe consagrar sus vijilias a
tan santo objeto, contribuyendo a que se esparza la luz por aquel continen-
te, brille en todos los entendimientos, e inflame todos los corazones”. La
ignorancia, continúa Bello, es “causa de toda esclavitud, i fuente perenne de
degradacion i de miseria”. Así pues, la lectura ayuda al autorreconocimiento
de los pueblos colonizados; su práctica dignifica a los degradados, e “infla-
ma […] los corazones” de los miserables: los prepara para vivir con plenitud
lo que Bello llamará después “el siglo futuro”.134
Como Bello, Henríquez Ureña ha fracasado una y otra vez en ese proyecto
generoso, prometeico, que describe la lectura como luz y fuego y, por tanto,
imagina su difusión como iluminación e incendio contagioso; que nos descri-
be a nosotros, lectores potenciales, como “americanos”, es decir, hombres
con vocación de madera, hechos para arder juntos por el descubrimiento de
una herencia olvidada: fracasó primero en 1938, con Victoria Ocampo y la
Editorial Sur, y luego, en 1939, con Girondo y Editorial Sudamericana. El fra-
caso se repite más adelante en Losada.135 En su respuesta del 8 de mayo de
1945, Henríquez Ureña le dice a Cosío Villegas con amargura contenida que
“yo inicié en Losada una colección de Grandes Escritores de América, rival
de la que quieres emprender. Se suspendió porque costaba muy caro […]. Mi
colección, pues, si se llega a reanudar, marchará despacio, y, como ya me he
134
La Biblioteca Americana, o Miscelánea de Literatura, Artes i Ciencias, por una Sociedad de Ameri-
canos, t. I, Londres, Imprenta de don G. Marchant, 1823, p. V . Al citar, respeto la ortografía del
original. Para que no quede duda, al prospecto de Bello lo anteceden unos versos de Petrarca,
que cito en mi propia traducción: “hoy es el tiempo de liberar nuestro cuello del antiguo yugo,
y de romper el velo que se había enredado en nuestros ojos”. Sobre la Biblioteca Americana de
Andrés Bello, véase María Ramírez Delgado, “La Biblioteca Americana y el Repertorio Americano.
Una propuesta de ideal social”, América. Cahiers du criccal, núm. 41, 2012, pp. 113-121; I. Jaksic,
Andrés Bello. Scholarship and Nation-Building in Nineteenth-Century Hispanic America, Nueva York,
Cambridge University Press, 2001, pp. 67-71, y dos textos de Pedro Grases, “La Biblioteca Ame-
ricana (Londres, 1823)”, en Estudios sobre Andrés Bello, Caracas-Barcelona-México, Seix Barral,
1981, t. II, pp. 318-328, y “Tres empresas periodísticas de Andrés Bello”, ibid., pp. 307-314.
Siguen siendo importantes las páginas dedicadas a este proyecto por Amunátegui, Vida de don
Andrés Bello, Santiago de Chile, Pedro G. Ramírez, 1882, pp. 188-193.
135
Hace falta un estudio concienzudo que enmarque la Biblioteca Americana en los proyec-
tos editoriales emprendidos por Henríquez Ureña en sus etapas anteriores. Sobre las coleccio-
nes dirigidas por Henríquez Ureña en Losada, véase S. Henríquez Ureña de Hlito, op. cit., pp.
136-137. Sobre los intentos anteriores de fundar esta colección en Sur y Sudamericana, véase
la nota 133 del presente capítulo.
307
La importancia de lo insignificante
¿Cómo elegir todo lo mejor que los americanos han producido?138 Una colec-
ción editorial es también una propuesta de intervención en el espacio públi-
J. Martí, “Nueva exposición de los pintores impresionistas”, en Obras completas, vol. XIX,
136
308
co, que busca visibilizar ciertas obras y saberes, y al tiempo se orienta hacia
la formación de un gusto, es decir, un temperamento y una sensibilidad.139
Detrás de cada propuesta editorial hay también una política de la lectura. Si-
guiendo una intuición que Henríquez Ureña ya ha explorado en su crítica lite-
raria, Cosío aclara desde su segunda carta, del 30 de mayo, que lo que le im-
porta es la “calidad”, no la “importancia”. Vale la pena reflexionar sobre esto.
En América es común que algo de enorme calidad haya tenido importancia
reducida. Por eso, uno no puede conformarse con “la repetición cómoda de
verdades descubiertas” (la frase es, otra vez, de Martí).140 El proceso intelec-
tual americano está hecho de discontinuidades, saltos bruscos y regresos in-
esperados. La pretensión de representatividad se juega, en nuestra tradición
cultural, de manera diferente a como se acostumbra a jugar en otros lados.
La estratificación social, el colonialismo cultural y la violencia han dejado su
huella, y contribuyen a esa producción social del olvido a la que aludíamos
brevemente al inicio de este texto. Guamán Poma de Ayala fue leído por muy
poca gente de su época, y —como dijo Emir Rodríguez Monegal— las cróni-
cas del siglo xvi son, en cierto sentido, más contemporáneas de Borges que
del siglo xvii.141
Por ello no debe sorprender que en las listas que Henríquez Ureña comien-
za a mandarle a su antiguo alumno a partir del 17 de julio de 1945, abunden
Coloniales; una ficha más con indicaciones de cómo preparar la edición de los escritos com-
pletos de Colón; otra para preparar la edición de La Araucana. Además, el archivo conserva en
este apéndice una lista razonada y ordenada de los primeros veinticinco títulos que parece
más bien pertenecer a una carta de Henríquez Ureña del 17 de julio a la que Cosío Villegas
responde el 22 de agosto y de la cual no conservamos copia. En este conjunto de apéndices a
la carta del 13 de julio podemos observar la variación en torno del nombre que Henríquez Ure-
ña preferiría para la colección: así, en la ficha dedicada a “Cronistas de Indias”, el dominicano
apunta que “la colección, en su conjunto, podría llevar un gran título general, como BIBLIO-
TECA AMERICANA o AMÉRICA, u otro más imaginativo”; sin embargo, la lista de las primeras
veinticinco obras se titula “LA TRADICIÓN DE AMÉRICA / PRIMERAS VEINTE Y CINCO OBRAS
DE LA COLECCIÓN”. En su carta del 25 de diciembre, Henríquez Ureña repite el nombre “La
tradición de América”, y le pregunta a su amigo, entre paréntesis: “¿se llamará así?”. Todavía
en la carta de Henríquez Ureña, del 26 de enero de 1946, el dominicano se refiere a “la colec-
ción que aún no sé si llamarás La tradición de América”. El dominicano se decide por el nombre
“Biblioteca Americana” apenas en su carta del 27 de marzo de 1946.
139
Véase F. Cervantes, “Colecciones y formación de gustos literarios en México”, Andamios,
vol. VI, núm. 12 (2009), pp. 279-298.
140
Op. cit., p. 303.
141
Véase Emir Rodríguez Monegal, “El Nuevo Mundo: un diálogo de culturas”, en Noticias
públicas y secretas de América, Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 8-15.
309
142
Así, además de los más conocidos, como Sarmiento, Heredia, Bello, la Avellaneda, Martí
y Darío, la lista del 17 de julio de 1945 incluye, por ejemplo, a la madre Castillo (“magnífica”),
el científico ilustrado Francisco José de Caldas (“importante”), el chileno Francisco Núñez de
Pineda Bascuñán, Cautiverio feliz (“muy ameno”), los textos científicos del cubano Felipe Poey
y la Clasificación de las lenguas de México del mexicano Manuel Orozco y Berra. En la amplia lista
del 23 de enero de 1946, además de la reaparición de Caldas, la madre Castillo, Manuel Orozco
y Berra y Felipe Poey (Memorias sobre la historia natural de Cuba), aparecen marcados como muy
importantes autores sólo conocidos en sus tradiciones nacionales, como fray Gaspar de Villa-
rroel, Gregorio Gutiérrez González, Florentino Ameghino, Manuel Antonio Segura y Juan Zo-
rrilla de San Martín. También aparecen recomendados como muy importantes Joaquín García
Icazbalceta, José Antonio Saco (Historia de la esclavitud) y Manuel Sanguily, y se hace la apuesta
de editar a escritores que en esa época eran recientes, como José Carlos Mariátegui (Siete en-
sayos de interpretación de la realidad peruana). En esta última lista destaca la enorme cantidad de
autores de Brasil, de entre los cuales están marcados como muy importantes fray José de Santa
Rita Durão (Caramurú), José Basilio da Gama (Uruguay), Tomás Antonio Gonzaga, Antonio José
Lisboa “O Judeu” (Teatro), Antonio Vieira, José de Alencar, Machado de Assis, José Bonifacio de
Andrada e Silva, Ruy Barbosa, Euclides da Cunha, Antonio Gonçalvez Dias, Alberto de Oliveira
y Olavo Bilac.
310
Pedro Henríquez Ureña había regresado de Harvard hacía cuatro años: en 1941
leyó allí las conferencias que darían origen a Las corrientes literarias en la Amé-
rica hispánica. En ella, como dijo un reseñista de la época y recordamos arriba,
en el presente capítulo, la literatura había servido de marco para hablar de “la
cultura en su sentido más amplio”. Los textos literarios estaban enmarcados
en una teoría de la cultura que veía a ésta como parte de un proceso social.143
Por ello, la amplia propuesta de Daniel Cosío Villegas será recibida con gusto
por Pedro Henríquez Ureña. Desde el 17 de julio de 1945, Henríquez Ureña
señala que lo que importa no es sólo Hispanoamérica, y que hay que incluir
a Brasil; el 9 de enero de 1946, Cosío Villegas añade que se les ha olvidado
incluir obras anteriores al descubrimiento de América, o que, siendo poste-
riores, sean de fuente indígena. Henríquez Ureña recoge esta observación con
entusiasmo, y en su respuesta del 23 de enero incluye el esbozo de una serie
dedicada a la literatura indígena, que a su vez subdivide en dos partes: antes
y después de la conquista. El gesto intelectual es importante, porque muestra
que la literatura indígena es más que la literatura prehispánica, es decir, que
la cultura indígena no es algo que esté en el pasado en cuanto época supera-
da: a pesar de la conquista armada, la destrucción sistemática de sus textos,
y la posterior implantación del régimen de explotación colonial, los pueblos
mantuvieron su inventiva y su dignidad. Se mantuvieron en cuanto sujetos
productores de cultura.
Si es verdad que, como ha propuesto Aníbal Quijano, el racismo fue un
dispositivo implantado en la Colonia para legitimar cierta división social del
trabajo y dibujar con claridad una línea que racializa la dominación, y separa
a los dominados de los dominadores; si es verdad que, como señaló Walter
Mignolo, ese racismo ha penetrado nuestra manera de concebir el arte, la
cultura y la literatura, reduciendo esta última a las obras creadas en lengua
española, limitadas a la circulación en el territorio de un Estado nacional, y
143
Es la culminación de un método práctico presente, al menos, desde 1922, tal y como lo
testifica el expediente sobre Pedro Henríquez Ureña guardado en el Archivo Histórico de la
unam, en donde están descritas las clases del maestro dominicano, y los trabajos que prepara-
ban sus estudiantes: todos los estudiantes eran invitados a elaborar dos trabajos (una investi-
gación de lingüística y otra de literatura, para no separar disciplinas que deberían practicarse
juntas). Pero la amplitud de ambas disciplinas queda atestiguada por el tipo de temas elegidos
por los estudiantes: Samuel Ramos elabora su historia de la filosofía mexicana; José Gorostiza
lee poesía medieval; Daniel Cosío Villegas trabaja la teoría del honor…
311
144
Véase Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, Journal of World-Sys-
tem Research, vol. XI, núm. 2, 2000, pp. 342-386.
145
El inicio del capítulo I de dicho libro reza así: “Treinta años atrás [es decir, aproximada-
mente en 1917], se habría creído innecesario, al tratar de la civilización en la América hispá-
nica, referirse a las culturas indígenas. Ahora con el avance y la difusión de los estudios socio-
lógicos e históricos en general, y de los etnográficos y arqueológicos en particular, se piensa
de modo distinto” (P. Henríquez Ureña, Historia de la cultura en la América hispánica, México, fce,
1947, p. 10). A la reflexión sociológica e histórica sobre las “altas culturas” en América le sigue
una enumeración de los textos literarios mayas conservados y dignos de estudio: el Popol Vuh,
el Rabinal Achí, los Anales de los Cakchiqueles y los libros de Chilam Balam, en el caso maya (ibid.,
p. 15). Como se puede ver, hay una continuidad entre esta enumeración y la propuesta edito-
rial que presentará la Biblioteca Americana. Sólo en esta época logra Henríquez Ureña una pri-
mera aproximación a un tema que le interesaba desde hacía mucho: ya el programa del curso
de literatura argentina y americana dictado por el dominicano en el Instituto Nacional del Pro-
fesorado argentino, en 1925, dedicaba un inciso a recuperar los “datos que existen sobre las
letras en las civilizaciones indígenas” (véase el documento en P. L. Barcia, op. cit., pp. 279-282).
312
Un horizonte problemático
¿Qué significa leer desde la realidad histórica que dio origen a nuestros tex-
tos? A partir del debate convocado por Roberto Fernández Retamar en los
años 70, se ha hecho común hablar de la necesidad de construir una “teoría
literaria latinoamericana”.146 En contraste, como hemos visto a lo largo del
presente libro, los maestros de la primera mitad del siglo xx eran poco afectos
a escribir teoría pura: preferían reflexionar a partir de ejemplos concretos. La
teoría literaria de Pedro Henríquez Ureña no fue explicada con claridad en un
solo texto, pero está allí, presente en una manera de leer, escenificada en una
multitud de críticas puntuales. Para saber cómo entendía él nuestra literatu-
ra, uno tiene que prestar atención a la manera en que está leyendo.
En su primera carta, Cosío Villegas había invitado al antiguo maestro a
crear una colección donde cupieran todos los géneros: “historia, novela,
poesía, ensayo, teatro, ciencia inclusive”. Para responder a esa propuesta, el
crítico dominicano imagina subcolecciones que reunirán cosas que parecen
distintas: en lugar de agrupar los textos en subcolecciones de narrativa, de
historia o de ciencia, Henríquez Ureña propone ejes problemáticos que se
convertirán en claves de lectura para pensar de otra manera nuestra tradición
literaria.
El primero de estos ejes es llamado por Henríquez Ureña “vida y ficción”.
Según explica en la misma carta, en él van reunidas las novelas, los cuentos, los
artículos de costumbres y las memorias que dan fe de la vida social. Ello quiere
decir que, en lugar de separar historia y literatura, Henríquez Ureña quiere ave-
riguar cómo lo social es figurado a través del acto de recordar, describir, narrar
y ficcionar. La vida no es algo distinto de la ficción. La memoria es ficción y es
vida. Sabemos lo que ha sido nuestra vida en colectivo porque nos hemos he-
cho capaces de narrarla.147 El tema aquí señalado en el proyecto de Henríquez
Ureña hace resonar los planteamientos de Mariátegui revisados en el presente
capítulo cuando hablamos de la fuerza creadora de la imaginación y el papel
146
Aludimos aquí a los famosos textos de Fernández Retamar, hoy recogidos en Para una
teoría de la literatura hispanoamericana. Primera edición completa, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo,
1995.
147
Entre los textos que Henríquez Ureña propone como muy importantes para esta sección,
están los Recuerdos del pasado de Vicente Pérez Rosales, Una excursión a los indios ranqueles de
Lucio V. Mansilla, María de Jorge Isaacs, Recuerdos de provincia de Sarmiento, Tradiciones peruanas
de Ricardo Palma y alguna obra de Alberto Blest Gana, José Joaquín Fernández de Lizardi, Ma-
nuel Gutiérrez Nájera, José de Alencar y Joaquín María Machado de Assis.
313
148
Entre las obras anotadas por Henríquez Ureña como muy importantes se encuentran el
Facundo y los Viajes de Sarmiento, la Moral social y los escritos de crítica literaria de Hostos, la
Filosofía del entendimiento, los estudios críticos, la Gramática y la Ortología y métrica de Andrés
Bello, la Memoria sobre la historia natural de Cuba de Felipe Poey, los discursos y artículos de Jus-
to Sierra, los Diálogos sobre la historia de la pintura en México de José Bernardo Couto (en edición
anotada por Manuel Toussaint) y la Clasificación de las lenguas indígenas de México de Manuel
Orozco y Berra (con sus sucesivos borradores y un estudio preliminar de algún lingüista espe-
cialista en lenguas indígenas, quizá norteamericano, que hable de la importancia de esta obra).
Además se señala como muy importantes los siguientes autores: Alberdi, Manuel González Pra-
da, Juan Montalvo, Rufino José Cuervo, José Enrique Rodó, Simón Bolívar, Enrique José Varona,
José Martí, Ignacio Ramírez, Florentino Ameginho y los brasileños José Bonifacio de Andrada
e Silva, Ruy Barbosa y Euclides da Cunha. El Facundo llevará a una pequeña discusión entre los
dos amigos, porque podría ser ubicado también en “historia y biografía”.
149
Entre los títulos marcados por Henríquez Ureña como muy importantes están la Historia
de Belgrano y de la independencia argentina y la Historia de San Martín y la emancipación sudameri-
cana de Mitre, la Historia de la república argentina de Vicente Fidel López, la Campaña del Ejército
314
Así, Pedro Henríquez Ureña ofrece coordenadas para pensar de otra mane-
ra lo que Carlos Rincón llamará después el problema del cambio histórico de
la noción de literatura: la cultura, en su más amplio sentido, es un proceso
social en donde los problemas de la vida diaria llevan a configurar de especial
modo las relaciones entre historia y experiencia, prácticas del pensar y voca-
ciones del actuar, artes de la vida y artes de la ficción.150
1945 es un año eje en el contexto del presente libro. Corresponde a este
último proyecto de Henríquez Ureña, pero también a un conjunto de heren-
cias que aún siguen proyectando sobre nosotros su luz. Antes de morir, Hen-
ríquez Ureña creó un arco para integrar en una sola colección la ciencia, la
historia, la literatura, el pensamiento y la reflexión sobre la sociedad, tal y
como se lo había propuesto Daniel Cosío Villegas: pero también imagina una
serie de preguntas, cuya respuesta aún no terminamos de elaborar, que per-
miten leer juntos esos saberes que parecían estar aislados; textos distintos
pueden ser leídos uno después de otro, como capítulos de una sola historia,
integrantes de un único proceso. Es la Biblioteca de un pasado desconocido,
a la vez promesa y descontento, que exige a sus herederos un arte radical de
la lectura capaz de alimentar la dignidad de la vida.
Grande de Sarmiento, Un decenio de la historia de Chile de Diego Barros Arana, y la Historia univer-
sal, la Historia de México para niños, la Evolución política del pueblo mexicano y Juárez, su obra y su
tiempo de Justo Sierra. Además se señala como muy importante a Joaquín García Icazbalceta.
150
Véase Carlos Rincón, El cambio de la noción de literatura y otros estudios de teoría y crítica
latinoamericana, Bogotá, Colcultura, 1978, así como el capítulo IV del presente libro.
315
Mi querido Manuel:
La frase —“si tuviera veinte años menos”— reaparece en distintas cartas que
Cortázar le dirigió sus amigos en esos primeros meses de 1963. El escritor
de 49 años de repente parecía sentirse viejo y un poquito culpable. Pero hay
algo de renacimiento prefigurado en esta carta: Cortázar se siente “como de-
sollado” por esa experiencia que en otra carta, enviada desde La Habana a su
amigo Eduardo Jonquières, había sido descrita como una alegría sin límites y
un tiempo que adquiere densidad por la cantidad de proyectos y la intensi-
dad del trabajo:
1
Julio Cortázar a Manuel Antín, París, 23 de febrero de 1963, en Julio Cortázar, Cartas, t.
2, 1955-1964, Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga (ed.), Buenos Aires, Alfaguara, 2012,
p. 346.
317
No te escribo largo porque la Casa de las Américas no me deja, todo el tiempo son
paseos, exposiciones, visitas, montañas de libros y revistas (que te daré en París,
hay poetas y cuentistas formidables), y además está la ciudad increíble, con su pla-
za de la Catedral —Gropius me dijo que era la más bella de América y le creo— y
con su gente contenta, entusiasmada, embalada como sólo puede darse después
de una revolución semejante. De la revolución ya hablaremos, hoy sólo te digo
una cosa: salvo cuatro o cinco escritores (Lydia Cabrera, Novás Calvo…) todos los
intelectuales y los artistas están hasta el cuello con Fidel Castro, trabajando como
locos, alfabetizando y dirigiendo teatro y saliendo al campo a conocer los proble-
mas… Huelga decirte que me siento viejo, reseco, francés al lado de ellos. Si tuvie-
ra veinte años menos, te mandaría una despedida y me quedaría aquí. Pero volveré,
ya no puedo salirme de mi cascarita […]. Qué tipos, che, qué pueblo increíble. El
bloqueo es monstruoso. No hay remedios, ni siquiera unas pastillas para la gar-
ganta. Se hacen prodigios para combinar el arroz con los boniatos y los boniatos
con el arroz. Todo entre risas (salvo, claro, las inevitables muecas de los que no se
resisten a menos de 7 huevos por mes…).2
de 1963, ibid., p. 443; 22 de diciembre de 1963, ibid., p. 467; 10 de enero de 1964, ibid., pp.
481-482. Véase también J. Cortázar a Francisco Porrúa, ibid., 5 de enero de 1963, p. 473.
318
prisa por compartir “el riesgo, la alegría de sentirse libres” que vuelve los días
alegres, y que ya había aparecido en su primera carta a Manuel Antín, escrita a
dos días de haber llegado de La Habana:
La muerte espera a Cuba de un día para otro, pero ese pueblo sabrá morir como
no lo sabemos muchos de nosotros. El riesgo, la alegría de sentirse libres, han
hecho de los cubanos algo nuevo, nunca visto en América. Su propia lucha interna,
desconocida en el exterior donde todo se ve en líneas generales, le está dando a
ese pueblo una calidad que sólo los yanquis y los suscriptores de Sur son capaces
de ignorar.4
Era “la espléndida década del 60, ahora fuente de tantas nostalgias y de
uno que otro cinismo” a la que alude Antonio Cornejo Polar en uno de sus
últimos textos, cuando recordaba los orígenes del programa por la construc-
ción de una teoría literaria latinoamericana de principios de los setenta, y
enmarca dicho programa en las discusiones estéticas y políticas de la década
anterior.5 Aunque dicho debate tuvo uno de sus más altos puntos en “la
espléndida década del 60”, en realidad dicha década formó parte de un pro-
ceso intelectual más amplio, al que hemos ido dando seguimiento a lo largo
del presente libro. La reflexión de los humanistas de los años veinte, treinta
y cuarenta sobre la necesidad de profesionalizar los estudios literarios, y de
darles a éstos una dimensión ciudadana, fue recuperada con especial radica-
lidad a partir de 1959, en el marco de los amplios debates culturales suscita-
dos y convocados por la Revolución cubana, que abre un periodo de luchas
sociales, proyectos intelectuales, migraciones, disidencias y exilios que con-
formará el contexto intelectual en donde actuará gran parte de los filólogos
involucrada en estos debates.
Las siguiente páginas elaborarán un mapa intelectual que dará cuenta de
manera más detallada de ese momento inaugural en que intelectuales y artis-
tas estaban “trabajando como locos”, según la ajustada descripción de Cortá-
zar, y mostrará cómo dicho trabajo llevó a una reconstrucción de las nociones
de literatura, arte y cultura, todo ello en el marco de un conjunto de debates
sobre la cultura revolucionaria que prolonga las discusiones presentadas al
inicio de nuestro capítulo III. El contrapunto de la constelación en el presen-
319
320
6
Entre estas mesas destaco la de Arturo Azuela, Antonio Cornejo Polar, Rafael Di Prisco,
César Martínez Moreno, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor, Ángel Rama, Gustavo Sainz y
Saúl Sosnowski, “¿Qué es y para qué sirve una revista literaria?”, Texto Crítico, vol. VII, núm. 20,
1981, pp. 105-126; y la de Antonio Cornejo Polar, Julio Ortega, Françoise Perus, Saúl Sosnowski
y Hernán Vidal, “Las revistas literarias en América Latina y los márgenes de su libertad”, Texto
Crítico, vol. VII, núm. 20, pp. 127-153. La primera de estas mesas es un ejemplo brillante de
cómo, en el caso mexicano, fueron los escritores quienes decidieron entrar en diálogo con las
propuestas de la crítica literaria latinoamericana traída por los exiliados sudamericanos (las
intervenciones de Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor son extraordinarias, lo mismo que la
improvisación de Ángel Rama). La segunda mesa es un ejemplo doloroso de la alergia que dicha
crítica provocó en buena parte de la crítica universitaria de México. Como puede verse en el
texto, apenas iniciada la mesa Luis Mario Schneider decidió interrumpir la dinámica con un ata-
que muy agresivo a la primera expositora, Françoise Perus. La transcripción de la mesa mues-
tra que Perus no tuvo oportunidad de replicar, pues Schneider la interrumpió de nuevo. Esta
segunda interrupción provocó la entrada de Hernán Vidal, cuyas palabras cito a continuación,
pues —más allá de los problemas de índole personal, que aquí no interesan— ellas dan cuenta
del clima de polarización intelectual que describiremos en la presente sección de nuestro capí-
tulo: “Tenemos posiciones bastante cercanas, pero, al mismo tiempo, creo que el problema es
la censura, la autocensura, que los medios académicos se han impuesto en la argumentación
literaria sobre la sociedad […]. Entonces, aquí viene un problema: el crítico no materialista
histórico, dadas la condiciones en que trabaja, no tiene conciencia de otras tradiciones […].
Entonces se produce la reacción que tú has tenido: una persona que plantea una posición clara
y bastante franca es inmediatamente censurada porque se le acusa de tener una sola verdad;
pero el problema no es de Françoise, ni de personas como ella, sino de los otros críticos, por
ejemplo, de tradición liberal, que no conocen su propia tradición […], entonces yo creo que la
pregunta debería dirigírsete a ti: ¿por qué los críticos liberales no leen su propia tradición?”.
Ibid., pp. 132-133.
321
Enrique Ánderson Imbert, Antonio Cornejo Polar, José Pedro Díaz, Roberto Fernández
7
Retamar, Margo Glantz, Domingo Miliani, José Miguel Oviedo y Saúl Sosnowski, “La crítica
literaria, hoy”, Texto Crítico (Xalapa), núm. 6, enero-abril 1977, pp. 6-36.
8
Ibid., p. 6.
322
“veinticuatro siglos” que marcan la vigencia de una respuesta que hoy sigue
siendo la misma; la etimología del verbo krino, que sirve para construir la
figura del crítico en cuanto juez; el uso de mayúsculas (“Filosofía, Historia,
Psicología, Sociología, Lingüística, Pedagogía, Erudición”, y luego “Crítica”,
“Crítica”), son algunos rasgos con los que Anderson Imbert va construyendo
un tono intimidante. Es casi como si la pregunta que se estuviera haciendo
fuera tonta y partiera de alguien que no conoce a los griegos y no se ha dado
cuenta de que, de entonces a ahora (¡de veinticuatro siglos para acá!), no ha
cambiado nada importante, al menos en términos de la función crítica.
Ese tono intimidante, que se refuerza por la figura del “juez” presente des-
de las primeras líneas, tiene un desarrollo interesante en el tono magisterial
del final del párrafo (“fijémonos”, en plural y con intención pedagógica), e
irá aumentando en las siguientes respuestas, en donde el lector tiene la im-
presión de que Anderson Imbert está regañando al autor del cuestionario (y
quizás, a algunos de sus lectores).
El crítico es un juez. Sus juicios tienen una función autoritaria: dictaminan
si las cosas valen o no valen en cuanto literatura, entran o salen de la lista de
cosas que vale la pena leer y conservar. Al cumplir dicha función, el crítico
del presente participa de una comunidad que se extiende desde el pasado
más glorioso (que es, por supuesto, el de “los griegos”). Hay, en ese senti-
do, una descripción del trabajo crítico en términos de un cierto humanismo
autoritario y aristocrático. El sutil tono del texto mezcla la intimidación y la
provocación, y puede explicarse porque, al responder este cuestionario, An-
derson Imbert sabe que está participando en una discusión con gente que de
ninguna manera estará de acuerdo con lo que él propone.
—¿Cuál es su función?
—Creo que la función de la crítica es responder a este cuestionario: ¿cuál fue
la intención del escritor?, ¿logró expresarla?, ¿valía la pena escribir lo que escri-
bió, si se tiene en cuenta el nivel artístico de su tiempo?, ¿qué significado perma-
nente tiene su obra en la historia de la literatura? Es un cuestionario que, escalón
por escalón, permite subir hasta ese punto donde la vista es más panorámica y,
por lo tanto, el juicio es más comprensivo. Imaginemos un caso cualquiera. Por
una coincidencia nos enteramos de que la intención de un novelista joven de
nuestros días ha sido escribir una novela científica a la manera de la “science fic-
tion” de H. G. Wells. Sí. Ésa fue su intención, pero ¿consiguió realizarla? Suponga-
mos que sí: todavía queda la posibilidad de que su esfuerzo haya sido superfluo.
¿Valía la pena dar un salto para atrás y regresar a situaciones, problemas y solu-
323
ciones de hace más de cincuenta años? Supongamos que sí valía la pena porque
la nueva novela, a pesar de sus viejas formas, resulta ser de veras interesante.
Ahora se pregunta: ¿en qué consiste su valor? Esa novela ¿es una ingeniosa paro-
dia de Wells? ¿Es un modo de replantear el tema en los términos de la Física de
hoy, desconocida por Wells? ¿Es un ejercicio para reescribir a Wells con un estilo
no wellsiano? ¿Es un experimento que asegura a la novela un lugar de excepción
en la historia literaria? Las respuestas que el crítico dé a ese cuestionario deben
partir de la vigilancia directa de la obra analizada, no de especulaciones psicoló-
gicas, históricas o morales.9
Los “peldaños” del cuestionario parten de la intención del autor, luego juz-
gan su capacidad para llevar a cabo sus intenciones, después deciden el valor
del texto en relación al “nivel artístico de su tiempo”, y finalmente juzgan el
mismo valor en relación a lo que, en su otro texto, Anderson Imbert llama-
ba “historia de la literatura internacional”. Ello presupone una visión de las
obras literarias que parte, antes que nada, de los proyectos de individuos
transparentes para sí mismos, que saben lo que dicen y dicen lo que quieren
decir. Esos individuos están separados del medio social en el momento de
diseñar sus proyectos creativos. De hecho, lo que importa no es su medio,
sino lo que ellos quieren hacer. La separación implícita que opera en los
planteamientos de Anderson Imbert divide el “adentro” del individuo y sus
creaciones y el “afuera” de la sociedad y sus conflictos; dice, además, que lo
que importa es el “adentro” y no el “afuera”. Por ello, en los años setenta
se volvió usual hablar de “crítica inmanentista” a esta manera de pensar la
lectura.
La segunda parte de esta respuesta guarda curiosas semejanzas con los
planteamientos de Domingo Faustino Sarmiento en el momento de explicar
cuál debería ser la tarea del historiador: el historiador debería juzgar el “ni-
vel” de desarrollo de las sociedades, ubicando a cada una en una tabla de
mayor a menor.10 En el caso de Anderson Imbert, la primera tabla remite al
“nivel artístico” de su tiempo, y la segunda, al de todos los tiempos y todas
las épocas. Ello presupone que el valor de la literatura es algo que se decide
en relación a las otras literaturas. Un género responde a otros géneros. Un es-
tilo, a otros estilos. Semejante visión había sido criticada en el campo de los
Filosofía y narración. Escolio a tres textos del exilio argentino de Francisco Bilbao (1858-1864), Méxi-
co, unam, 2015, pp. 104-111.
324
estudios filosóficos por José Gaos hacía algunos decenios: las historias de la
filosofía que presuponían que un sistema tiene valor en relación a otros sis-
temas, y que los textos nacen respondiendo a otros textos, pierden de vista
que los textos y los sistemas son obras de seres humanos. Ellos no dialogan
primariamente consigo mismos, sino con las necesidades de los seres huma-
nos que viven su vida en relación con otros seres humanos en un mundo
concreto. Decir lo contrario equivale a postular una historia de la filosofía
“in-humana”, y en último término, “in-comprensible”.11 Ya vimos también, en
el capítulo I, que éste era el principal problema señalado por Alfonso Reyes a
la estilística de Amado Alonso, cuyo énfasis exclusivo en la belleza entendida
en términos formales le parecía a Reyes una manifestación más de la deshu-
manización del arte.
La consideración más amplia, humana, social y cultural, que ambos pensa-
dores pedían a los estudiosos de la filosofía y la literatura, aquí aparece cari-
caturizada como fruto de “especulaciones psicológicas, históricas o morales”.
Y es que el texto que estamos citando proviene del contexto de la Guerra
Fría, en que la lucha cultural entre el imperio soviético y el imperio nortea-
mericano se transmutó, a través de un conjunto de instituciones, grupos y
programas, en lucha entre una estética “comprometida” y otra que defendía
los valores del “arte por el arte mismo”.12 Por eso, cuando más adelante le
pregunten a Anderson Imbert si “existe una crítica literaria latinoamericana
orgánica”, y cuáles serían sus características y sus obras principales, él res-
ponderá que “existen unos críticos excelentes, bien formados en filología y lite-
ratura comparada, que saben analizar los textos con rigor”, y mencionará como
ejemplo el estudio de Raimundo Lida sobre los cuentos de Rubén Darío.13 En
el contexto de la Guerra Fría, el arte de la lectura construido por la estilística
había pasado a considerarse como fundamentación de una crítica que habla-
ba de la “literatura-literatura” sin perderse en “especulaciones psicológicas,
históricas o morales”.
11
Véase José Gaos, “El historicismo y la enseñanza de la filosofía”, en Obras completas, t. III,
Ideas de la filosofía (1938-1950), edición de Antonio Zirión, México, unam, 2003, esp. pp. 229,
237 y 230, así como la explicación detallada de este tema en R. Mondragón, “Para una teoría
literaria de nuestros textos filosóficos. La dimensión estética del pensamiento latinoamericano
según la obra de José Gaos”, pp. 48 ss.
12
Jean Franco ha estudiado de manera ejemplar esta configuración en su libro Decadencia
y caída de la Ciudad Letrada. La literatura latinoamericana durante la Guerra Fría, Madrid, Debate,
2004.
13
Op. cit., p. 8 (cursivas mías).
325
Sobre este tema véanse los textos de Daniel Link, “Los mil y un Barthes”, intervención en
14
326
15
Op. cit., pp. 7 y 8.
327
Véase “Debate sobre temas sociológicos. Nuevas perspectivas en torno a ‘Los irresponsa-
16
bles’ de Archibald Mac Leish”, Sur, núm. 83, agosto de 1941, pp. 99-126, también en Miguel D.
Mena (ed.), Debates en Sur. 1940-1946, Santo Domingo, Ediciones Cielonaranja, 2010, esp. pp.
124 ss., que incluyen los escandalizados comentarios de Denis de Rougemont (cuya posición
fue compartida por la mayoría de los participantes), y las agudas críticas a dicha posición por
parte de Pedro Henríquez Ureña, quien fue en esta reunión el mejor defensor del impulso éti-
co que anima el planteamiento marxista.
328
17
Véase Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 2003. De entre los
pensadores latinoamericanos, ha sido el costarricense Franz Hinkelammert quien ha mostrado
con mayor profundidad los usos de Nietzsche en las críticas conservadoras a las teorías revo-
lucionarias. Véase, por ejemplo, F. Hinkelammert, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión,
Costa Rica, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1995, esp. pp. 53-59. Una exposición
exhaustiva de la tesis mencionada de Alfonso Reyes puede consultarse en el libro clásico de
Ignacio Sánchez Prado, Naciones intelectuales. Las fundaciones de la modernidad literaria mexicana
(1917-1959), West Lafayette, Purdue University Press, 2009. Sobre los equívocos que en la épo-
ca se habían producido en torno del “regionalismo”, y su reducción al ámbito del insulto, es
útil leer las agudas reflexiones de Arturo Escobar en el conversatorio “Nueva narrativa y nueva
crítica hispanoamericanas”, Textual, núm. 7, 1973, pp. 2-12.
329
Las líneas que siguen no son una respuesta específica al cuestionario de Texto Crí-
tico. Estimulado por él, alentado por su amplitud, expongo algunas ideas sobre la
crítica literaria y en especial sobre la crítica literaria latinoamericana, que es la que
interesa y preocupa con mayor urgencia.
Un punto de partida válido es reconocer que la crítica vive en términos univer-
sales una crisis de legitimidad, de raíz finalmente social y epistemológica, tanto
porque su función ha dejado de ser un presupuesto obvio, cuanto (y tal vez sobre
todo) porque se cuestiona la validez misma del conocimiento que produce. Algu-
nos de los caminos de salida que se han intentado, probablemente los más visibles
y “exitosos”, han terminado por ahondar el problema: aludo a las varias modalida-
des del inmanentismo y me refiero concretamente a su decisión, expresa o tácita,
de ajustar el modelo de la crítica a las posibilidades de sus métodos —lo que
podría interpretarse como una muestra tardía de las ilusiones del tecnologismo.18
18
Op. cit., p. 9.
330
Hay que reconocer que la crítica inmanente ha logrado un buen nivel de formali-
zación y ha establecido un cierto grado de objetividad que el impresionismo, el
historicismo o la estilística estaban lejos de alcanzar; sin embargo, y para ver los
dos lados de la moneda, hay que reconocer también que el costo de este avance
ha sido excesivo y que ha supuesto una grave tergiversación en el desarrollo de la
crítica. De hecho el imperio de los métodos del inmanentismo implica una arbitra-
ria limitación del hecho literario a sus dimensiones posibles de conocimiento bajo
los términos y condiciones de esa metodología, de suerte que quedan iluminados
ciertos aspectos textuales, a veces los menos interesantes, y se eluden reitera-
damente, una y otra vez, aquellos factores que determinan que la literatura sea
materia de pasión y de estudio.
Se olvida que la literatura es signo y que inevitablemente remite a categorías
que la exceden: al hombre, la sociedad, la historia; se olvida, al mismo tiempo, que
la literatura es producción social, parte integrante de una realidad y de una histo-
ria nunca neutrales, y tal vez por eso se omite toda referencia contextual y todo
discernimiento de valores. Falazmente eficiente, entrampada en la búsqueda de
su “coherencia interior”, cada día más esotérica y atomizada, la crítica inmanente
supone en definitiva la renuncia a entender la literatura como actividad concreta
de hombres concretos. Aunque se puede discutir la conveniencia de emplear sus
métodos dentro de otro proyecto crítico, como instrumentos dispuestos en orden
a alcanzar un objetivo distinto, es poco probable que así se alcance algo más que
un eclecticismo a fin de cuentas insatisfactorio.19
331
332
333
Así ocurría en las versiones autoritarias de la crítica literaria elaboradas desde la pers-
22
334
335
Para guiarnos en el océano de las 1676 entregas del semanario Marcha nos hemos servido
24
del indispensable estudio de Pablo Rocca, “35 años en Marcha. Escritura y ambiente literario en
Marcha y en el Uruguay, 1939-1974”, Nuevo Texto Crítico, año VI, núm. 11, 1993, pp. 3-151, que
es versión corregida y ampliada del libro del mismo título que apareció en Montevideo, Divi-
sión Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo, 1992. Tengo noticia de que en 2015
Casa de las Américas editó una tercera edición considerablemente aumentada y corregida en
formato de libro, pero a la fecha no he podido acceder al mismo. También me ha sido útil Clau-
dia Gilman, “Política y cultura: Marcha a partir de los años sesenta”, Nuevo Texto Crítico, vol. VI,
núm. 11, primer semestre de 1993, pp. 153-186, y la panorámica que de esta época presenta
la misma autora en su libro Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario
en América Latina, nueva edición ampliada, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012. Todas las revistas
uruguayas referidas en esta sección pudieron ser consultadas gracias a Lisa Block de Behar,
quien dirige el extraordinario proyecto de digitalización Publicaciones Periódicas del Uruguay
<http://www.periodicas.edu.uy>, recuperada el 1 de enero de 2018.
25
Sobre Emir Rodríguez Monegal véase Carlos Real de Azúa, Antología del ensayo uruguayo
contemporáneo, Montevideo, Universidad de la República, 1964, t. II, pp. 550-554; y Lisa Block
de Behar, “La asombrosa lucidez de una vida literaria”, <http://www.autoresdeluruguay.uy/bi-
blioteca/emir_rodriguez_monegal/pdfs/prologo.pdf>, recuperado el 1 de enero de 2018, que
rescata y amplía la introducción escrita por la autora a la antología de Rodríguez Monegal
publicada en 2003 por la Biblioteca Ayacucho.
336
Quijano. Los 35 años de este proyecto editorial, uno de los más importantes
del continente, dieron inicio a una nueva forma de entender el periodismo en
el continente, del que son herederas publicaciones como el suplemento La
Cultura en México, de la revista Siempre!, de México, y la revista cubana Casa de
las Américas. En sus secciones de política nacional e internacional y de econo-
mía, Quijano fue articulando poco a poco la doctrina del tercerismo, que pos-
tuló una forma de articular el socialismo con la tradición democrática, el lati-
noamericanismo, el antiimperialismo y la independencia intelectual respecto
de los intereses encontrados de la Unión Soviética y los Estados Unidos. En
su sección cultural aparecieron los contornos de la nueva crítica literaria lati-
noamericana, con toda su riqueza y sus diferentes proyectos, y se definieron
las polémicas que dividirían a sus integrantes hasta finales del siglo xx.
Y es que en Marcha coexistieron muchos proyectos culturales (casi tantos
como los directores de la sección literaria), pero hay dos que merecen des-
tacarse del resto, no sólo por el encono que dividió durante años a sus dos
impulsores, sino también, y sobre todo, por la influencia que ambos dejarían
en el ámbito cultural latinoamericano, con consecuencias que fueron mucho
más allá del medio intelectual uruguayo. Es necesario rescatarlos del olvido
y el encono con que ambos fueron comentados y caricaturizados en tiempos
de la Guerra Fría.
El primero de estos proyectos está asociado al nombre de Emir Rodríguez
Monegal, quien dirigió la sección literaria entre 1944 y 1957, con breves in-
tervalos causados por sus desavenencias cada vez mayores con Carlos Quijano
y también por sus cada vez mayores salidas del país. A pesar de que, como
ha dicho Lisa Block de Behar, se haya intentado muchas veces escribir una
historia de la crítica sin mencionar a Rodríguez Monegal, la verdad es que él
es el maestro invisible de varias generaciones de escritores. Por ejemplo, en
México, las tesis intelectuales del grupo Vuelta tienen, en enorme medida, su
origen en el trabajo de Emir. Las defensas de la autonomía de lo literario en-
sayadas por autores tan disímiles como Severo Sarduy, Carlos Fuentes, Mario
Vargas Llosa, Antonio Alatorre y Octavio Paz fueron anticipadas en los ensayos
del director de la sección literaria de Marcha o se construyeron en diálogo
explícito con él. El escándalo derivado de la participación de Emir en los pro-
yectos de penetración cultural de la cia, que financiaba su publicación Mun-
do Nuevo, ha impedido a generaciones posteriores leer lo que su obra tiene
de perdurable. Dedicaremos algunas páginas a este tema, sobre todo porque
Emir fue considerado como antimodelo por aquellos que decidieron recuperar
337
“Vida literaria” era el título dado por Rodríguez Monegal a una de las columnas de su
27
sección.
338
28
Emir Rodríguez Monegal, “La crítica literaria en el siglo xx. El ejemplo de Pedro Salinas”,
Número, año I, núm. 1, marzo-abril 1949, pp. 29-42; “La crítica literaria en el siglo xx. El ejemplo
de G. Orwell”, Número, año I, núm. 4, sept-oct. 1949, pp. 295-304. Orwell, Gide y Koestler son
frecuentemente reseñados en Marcha, y el segundo de ellos recibe un largo artículo de Emir con
ocasión del Premio Nobel de Literatura, Marcha, núm. 406, 21 de noviembre de 1947. Segura-
mente enfureció a Quijano la publicación del texto de Benda, “ ‘Dialéctica marxista’ ”, Marcha,
núm. 381, 30 de mayo de 1947, cuyo tono crítico resalta respecto de la política editorial del
suplemento. Sobre el papel de Koestler en la articulación de las redes intelectuales financiadas
por la cia, véase Francis Stonor Saunders, La cia y la Guerra Fría cultural, Madrid, Debate, 2015.
29
Así ocurre, por ejemplo, en las glosas que Emir intenta construir de las tesis de Roger
Caillois en E. Rodríguez Monegal, “Pedro Henríquez Ureña y la cultura hispano-americana”,
Número, año I, núm. 2, 1949, pp. 145-151.
30
Véanse E. Rodríguez Monegal, “Una biblioteca excepcional”, Marcha, núm. 398, 28 de sep-
tiembre de 1947, p. 15, que está compuesto de una extensa glosa del folleto con que Camila
Henríquez Ureña anunció la publicación de la Biblioteca Americana; “Una síntesis luminosa”,
Marcha, núm. 402, 24 de octubre de 1947, p. 15, elogiosa reseña de la Historia de la cultura en la
339
América hispánica de Henríquez Ureña; y “Panorama bibliográfico de 1947”, Marcha, núm. 411,
26 de diciembre de 1947, pp. 20-21, con una reseña de Tierra Firme y Biblioteca Americana.
31
Véase por ejemplo E. Rodríguez Monegal, “El Popol Vuh en la Biblioteca Americana”, Mar-
cha, núm. 399, 3 de octubre de 1947, pp. 14-15. Por la extensión y el cuidado puesto en estas
reseñas, vale la pena recordar las dedicadas a La filosofía política en la conquista de América de
Silvio Zavala y El ensayo hispanoamericano de Medardo Vitier.
32
E. Rodríguez Monegal, “Nacionalismo y literatura (un programa a posteriori)”, Marcha,
núm. 629, 4 de julio de 1952, p. 14.
340
33
Ibid., p. 15.
341
Como es bien sabido, algunos años más tarde esta posición sería especial-
mente vulnerable a la retórica de la libertad del escritor promovida por los
Estados Unidos en épocas de Guerra Fría.
Uno de los frecuentes viajes de Emir al extranjero obligó a que la sección lite-
raria de Marcha pasara a manos de dos jóvenes escritores. Sus nombres eran
Manuel Flores Morales y Ángel Rama. El segundo sólo tenía 23 años cuando
llegó a la redacción de Marcha, pero exhibiría a partir de entonces una capa-
cidad de trabajo deslumbrante, publicando 17 artículos en los siete meses en
que estuvo al frente de dicha sección.
Los datos más precisos que tenemos sobre la formación temprana de Án-
gel Rama se encuentran consignados en un emotivo texto escrito a la memo-
34
Ibid., p. 14.
342
Yo creo que inicialmente una revisa se forja y se desarrolla casi cuando se accede
a la edad viril. Es un caso de problema sexual; en la misma medida en que se tiene
35
Ángel Rama, “Carlos, mi hermano mayor”, Cuadernos de Marcha, segunda época, año III,
núm. 15, sept-oct. 1981, p. 80
36
Id.
37
Esta herencia quizá explica el interés que el joven Rama tuvo por la literatura española,
en especial por la del exilio. No podremos abundar en ese tema aquí.
343
38
Intervención de Ángel Rama en Arturo Azuela, Antonio Cornejo Polar, Rafael Di Priso,
José Luis Martínez, Carlos Martínez Moreno, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor, Ángel
Rama, Gustavo Sáinz y Saúl Sosnowski, “¿Qué es y para qué sirve una revista literaria?”, Texto
Crítico, núm. 20, 1981, p. 118.
39
Véase Facundo Gómez, “Los primeros ensayos de Ángel Rama: inicios montevideanos de
una crítica latinoamericana”, Catedral Tomada: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. V,
núm. 8, 2017, <https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6058417.pdf>, recuperado el 1 de
diciembre de 2017.
40
El primer enfrentamiento entre ambos transcurrió en 1948. El motivo inicial lo dio una
nota virulenta, escrita por Rama y su compañero Flores Mora, en la que se impugnaba la última
edición del “Concurso de Remuneraciones a la labor literaria” porque las deliberaciones del ju-
rado no habían sido dadas al público ni justificadas de manera crítica. Emir Rodríguez Monegal
era uno de los miembros del jurado y respondió diplomáticamente explicando el reglamento
del concurso y reiterando sus propias críticas al sistema de premios. Este último tema motivó
un nuevo y airado texto de Rama y Flores Mora en donde acusaban a Rodríguez Monegal de
deshonestidad intelectual por participar de un sistema en el que admitía no creer. Rodríguez
344
Monegal contestó con una carta al director, que fue respondida por Rama y Flores Mora con
un último texto en donde acusaron al escritor de posiciones complacientes y acomodaticias.
41
A. Rama, “Albert Camus”, Marcha, núm. 500, 21 de octubre de 1949, p. 15.
42
P. Rocca, op. cit., p. 50.
345
Pablo Rocca, en especial de su capítulo VI, así como de sus abundantes apéndices documenta-
les que, entre otras cosas, editan la correspondencia entre Rama y Candido, que se mantenía
inédita. Véase P. Rocca, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal y el Brasil: dos caras de un proyecto
346
347
vez eran más los integrantes de aquella generación los que sentían que dicha
época había gastado sus fuerzas en un trabajo donde literatos criticaban a li-
teratos, defendían cotos de poder o ensayaban calculados rituales de crueldad
sobre sus semejantes. En los textos de esta época, Rama defiende la necesidad
de pensar desde otro lugar el problema: para que la literatura sea algo de ver-
dad vivo es menester crear públicos, construir espacios que vivifiquen la crea-
ción literaria al poner a los creadores en diálogo con las personas que viven
en su mismo tiempo. La reflexión del joven Henríquez Ureña en La cultura y las
letras coloniales en Santo Domingo, que hemos revisado en el capítulo preceden-
te, regresa ahora bajo la forma de un programa de acción cultural: es menester
poner a las escuelas a trabajar para que los jóvenes puedan apropiarse de la
tradición literaria nacional en toda su riqueza y su complejidad; es menester
crear revistas, editoriales, espacios de discusión y difusión, aumentar los estu-
dios sobre ella por parte de profesores y estudiosos… Sin ellos no será posible
que la literatura uruguaya sea un fenómeno vivo: “el buen funcionamiento del
sistema permitiría que la literatura dejara de ser una actividad irreal que se
mueve en el vacío como polea loca para ser un diálogo con hombres reales que
también tienen problemas reales”. 45
Por ello el joven Rama aboga, primero que nada, por una transformación
de los planes de estudio de nivel medio:
45
Á. Rama, “La enseñanza de la literatura”, Marcha, núm. 1001, 18 de marzo de 1960, p. 21.
348
pasado uruguayo resultaría una contribución de primer orden. Que los millares de
jóvenes que pasan por el cuarto año liceal descubran la existencia del país —que
para ellos se presenta como una alfombra mágica recién inventada para sus pies—
en lo que tiene de continuidad del esfuerzo, de obra de muchas generaciones de
problemas aún insolubles pero que muchos hombres han ido desbrozando con
fervor, de búsqueda permanente de la más alta calidad civilizadora.46
Dos números después, esta apuesta por la construcción de medios para que
las nuevas generaciones se apropien de su pasado lleva a la publicación de
una vasta encuesta en donde todos los miembros importantes de las diversas
generaciones literarias de Uruguay fueron invitados a participar dando cuenta
de los aspectos que consideran valiosos de su propia obra y de las obras de
sus colegas. Así, por primera vez Marcha se abrió al debate intergeneracional.
Pronto, Rama seguiría este impulso y ampliaría la aplicación del mismo al ám-
bito latinoamericano. Con la inauguración de la columna “Letras de América”,
el semanario se dedicaría a hacer una crónica semanal de lo más importante
producido en el continente. Rama descubre a los literatos de Uruguay la obra
de Cortázar, que pronto vendría seguida de otros autores. Convoca a propios
y extraños a mandar sus obras y escribir sobre aspectos poco conocidos de
la literatura de su país. En mayo de 1962, Rama enuncia su primer programa
teórico para el estudio de las relaciones entre literatura y sociedad, que sería
rectificado y matizado en las siguientes entregas de Marcha.47
A finales de 1960, con motivo de la edición especial de fin de año de Mar-
cha, Rama publicó el largo y apasionado artículo programático “La construc-
ción de una literatura”.48 En palabras del crítico, a la luz de las transformacio-
nes mundiales (entre las cuales ocupaba un primer lugar en importancia la
Revolución cubana), la tarea más urgente para los literatos de Uruguay era,
justamente, la construcción de una literatura, es decir, “una creación estética
que promueve el desarrollo histórico de una sociedad merced a un conjunto
de escritores que en ella actúan y en ella se dirigen”.49 Pero ¿por qué Rama
dice esto, si en Uruguay hay muchas obras literarias? Porque “no basta que
46
Id.
47
Á. Rama, “Los caminos de la crítica I. Literatura y sociedad”, Marcha, núm. 1105, 4 de
mayo de 1962, pp. 30-31; “Los caminos de la crítica literaria II. La sociología del conocimiento
y las letras”, Marcha, núm. 1106, 11 de mayo de 1962, pp. 30-31.
48
Á. Rama, “La construcción de una literatura”, Marcha, núm. 1041, 30 de diciembre de
1962, pp. 24-26.
49
Ibid., p. 24.
349
haya obras literarias”: “los movimientos estéticos deben responder a una es-
tructura interior […] con la vida real que responde a una necesidad de la
sociedad en que funcionan”.50 En ese sentido, la definición de “literatura” por
la que él está luchando “tiene poco que ver con ese criterio suntuoso del Arte
con mayúscula” y en cambio “podría aproximársele a un servicio público muy
sui generis donde el escritor cumple una tarea social”.51
Rama aclaró en el mismo texto que para entender qué es lo que él entien-
de por “literatura” podía ser útil la lectura del prólogo de Formación de la lite-
ratura brasileña, que Rama cita y traduce inmediatamente:
50
Id.
51
Id.
52
Id.
53
Ibid., p. 25.
350
54
Sobre este vasto tema es fundamental el libro de Liliana Martínez Pérez, Los hijos de Sa-
turno. Intelectuales y revolución en Cuba, México, flacso-Miguel Ángel Porrúa, 2006. La antología
de Graziella Pogolotti (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Habana, Letras Cubanas, 2006, ha
ayudado en hacer más accesible un conjunto importante de fuentes primarias del periodo.
También es útil Linda Howe, Transgression and Conformity: Cuban Writers and Artists after the
Revolution, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 2004. Los libros ya citados de Jean Fran-
co y Claudia Gilman han intentado una caracterización del valor simbólico que Cuba llegó a
construir para la intelectualidad del continente. De entre la vasta obra ensayística dedicada a
la crítica cultural de la Revolución cubana debe consultarse a Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego.
Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano, Barcelona, Anagrama, 2006. La bibliografía
específica por temas se ofrecerá más adelante.
351
la vida a través del arte, en el sentido intentado por los grandes movimientos
populares que hemos descrito arriba, en el capítulo III. Las azarosas alianzas
entre vanguardia estética y vanguardia política, la ampliación de los concep-
tos de “literatura” y “cultura”, la experimentación de nuevos modelos de tra-
bajo intelectual, y la consiguiente reorientación de la filología, todo ello en el
contexto de una dura lucha por la hegemonía al interior del campo revolucio-
nario cubano, contribuirán en su conjunto a la creación de condiciones que
permitirán, a principios de la década de 1970, la formulación de un programa
para la creación de una teoría literaria latinoamericana.
Y es que la Revolución cubana fue también una revolución cultural. Las cró-
nicas dedicadas por Ángel Rama a las relaciones entre revolución y cultura,
en 1962, constituyen uno de los más inteligentes intentos por traducir dicha
experiencia de entre todos los realizados en la época. Dichas crónicas fueron
publicadas en Marcha y rescatan las complejidades de un proceso que Rama
observó con simpatía atemperada por el sentido crítico. En todo momento
dichas crónicas muestran el carácter inacabado de la revolución. Señalan un
conjunto de elementos que a menudo fueron dejados de lado en las narracio-
nes posteriores elaboradas por aliados y enemigos del régimen. Ellas deben
complementarse con la serie de crónicas que Rama escribió nueve años des-
pués, en 1971, que constituyen una crítica exhaustiva de la transformación
autoritaria del campo cultural cubano a partir de la reorganización del parti-
do, así como un señalamiento de las potencialidades abiertas en ese nuevo
contexto, que abre el inicio del célebre “quinquenio gris”.55 A continuación
seguiremos las tres primeras crónicas de 1962, complementando la perspec-
tiva de Rama con algunos elementos extraídos de estudios posteriores.
Las crónicas de 1962 son las siguientes: Á. Rama, “Cultura y revolución (I). Los problemas
55
educativos”. Marcha, núm. 1097, 23 de febrero de 1962, p. 23; “Cultura y revolución (II). La
difusión de la cultura”, Marcha, núm. 1098, 2 de marzo de 1962, p. 31; “Cultura y revolución
(III). Escasez y abundancia de libros”, Marcha, núm. 1099, 16 de marzo de 1962, p. 31; “Cultura
y revolución (IV). La libertad del escritor”, Marcha, núm. 1100, 23 de marzo de 1962, p. 31. Las
crónicas de 1971 son las siguientes: Á. Rama, “Una nueva política cultural en Cuba”, Marcha,
núm. 1546, 4 de junio de 1971, pp. 30-31; “Una nueva política cultural cubana (II). Cuba 1968”,
Marcha, núm. 1547, 11 de junio de 1971, pp. 30-31; “Nueva política cultural cubana (III). Una
campaña de reeducación”, Marcha, núm. 1548, 18 de junio de 1971, pp. 30-31; “Nueva política
cultural cubana (IV). Una autocrítica colectiva”, Marcha, núm. 1549, segunda sección, 25 de
junio de 1971, pp. 12-13. Sobre este tema véase el brillante análisis colectivo de las mesas “La
política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexiones” coordinadas por Desiderio
Navarro entre enero de 2007 y enero de 2009: <http://www.criterios.es/cicloquinqueniogris.
htm>, recuperada el 19 de febrero de 2017.
352
353
Gaztelu no puede, dadas sus convicciones, aprobar una filosofía basada en el ma-
terialismo dialéctico, pero su caso, como el de algunos otros escritores —quizás
el del poeta católico José Lezama Lima, tan parecido a nuestro Basso Maglio—,
ilustra la situación de los escritores que coinciden con sus restantes colegas en
las obras de la revolución, en el espíritu humanístico que las alienta, en la tarea
concreta de edificar una nueva sociedad.58
Tres grandes músicos del siglo xx, Ernesto Lecuona, Beny Moré y Bola de Nieve,
estaban produciendo entonces lo mejor de sus obras. La plástica cubana, como
puede apreciarse en un recorrido por los “salones anuales” de 1959 y 1960, reunía
a los grandes pintores y escultores del siglo xx: Amelia Peláez, René Portocarrero,
Mariano Rodríguez, Cundo Bermúdez, José Mijares, Rafael Soriano….60
Id.
58
60
Rafael Rojas, “Anatomía del entusiasmo. Cultura y Revolución en Cuba (1959-1971)”, en
Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América latina, t. II, los avatares de la “ciudad
letrada” en el siglo xx, edición del volumen a cargo de Carlos Altamirano, Buenos Aires, Katz,
2010, pp. 45-61; la cita, p. 45.
354
355
63
Á. Rama, “Cultura y revolución (I). Los problemas educativos”, p. 23.
64
Id.
65
Á. Rama, “Cultura y revolución (III). Escasez y abundancia de libros”, p. 31.
356
que editaría la Dirección de Cultura, y de cualquier otra obra que por contri-
buir a la educación y la cultura debiera ser editada por el Ministerio.66
Rama observa cómo dicho movimiento concentrador afectó la reorganiza-
ción de las universidades, al tiempo que reconstruyó el ecosistema editorial.
Respecto del primer tema, señaló la aparición de nuevas formas de cogobier-
no universitario que involucraron a académicos y estudiantes, pero al mismo
tiempo apuntó con preocupación la “desaparición del criterio de autonomía
del ente [universitario], sustituido por una vinculación constante con el Mi-
nisterio de Educación”, así como la “desaparición del régimen de oposiciones
para la provisión de cátedras, sustituido por el nombramiento en base a mé-
ritos”: Rama tuvo la oportunidad de entrevistarse con Juan Marinello, quien
pronto asumiría funciones como rector de la Universidad de La Habana y era
uno de los artífices de dicho proyecto:
357
llegaban hasta 250 000 ejemplares, y a precios muy baratos (la famosa edi-
ción del Quijote, por ejemplo, apareció en cuatro volúmenes con un tiraje de
100 000 ejemplares cada uno, a un precio de 25 centavos el volumen, en una
época en que el peso cubano equivalía al dólar).
En cuanto al tipo de libros aparecidos, el rubro más importante correspon-
de a los libros de texto, con 122 títulos cuyo tiraje Rama calculaba en unos
dos millones de ejemplares. En segundo lugar estaba el material ideológico,
que incluía los discursos de los líderes revolucionarios y los manuales soviéti-
cos difundidos por los partidos comunistas latinoamericanos. Sorprendente-
mente, Rama identificó un tercer sector integrado por libros sobre aspectos
de la vida americana, en especial centroamericana, con libros como Week-end
en Guatemala de Miguel Ángel Asturias (150 000 ejemplares), Gobernadores del
rocío de Jacques Roumain (100 000 ejemplares) y El pequeño ejército loco de
Gregorio Selser (170 000 ejemplares).69
Muy atrás, y con una política errática, queda la edición de literatura. Allí,
escribió Rama, citando un verso de Nicolás Guillén, está “todo mezclado,
todo mezclado”: del Quijote y Robinson Crusoe a Don Segundo Sombra y Pablo
Neruda, pasando por “una pesada selección de literatura soviética que va del
tolerable Ostrovski[,] Así se templó el acero[,] a los muy prescindibles títulos de
Polevoi (Somos hombres soviéticos, Un hombre de verdad) en tiradas de un cuar-
to de millón de ejemplares”.70 Y añade Rama: “la selección es muy discutible,
incluye textos modernos bien mediocres, y abunda con entusiasmo digno de
tarea más proficua, en el realismo socialista, aunque en él nada de Gorki o
de Sholojov” (es decir, nada de lo que tiene auténtica calidad).71
En dicho contexto, como ha señalado Liliana Martínez, la edición de obras
literarias de autores cubanos vivos perdió centralidad respecto de las grandes
tareas asumidas por el Estado editor; los autores tendrían que seguir publi-
cando sus obras en pequeñas ediciones autofinanciadas o intentarían inser-
tarlas en el programa de las nuevas “casas editoriales” anexas a las institucio-
nes culturales del nuevo Estado; al mismo tiempo, a decir de la misma autora,
ello explica la nueva centralidad de periódicos y revistas para la elaboración y
difusión de un discurso literario y teórico que puede contar cada vez menos
con el formato del libro.72
69
Á. Rama, “Cultura y revolución (III). Escasez y abundancia de libros”, p. 31.
70
Id.
71
Id.
72
L. Martínez Pérez, op. cit., pp. 26-29.
358
Mientras, las librerías agotan sus viejas existencias, algunos materiales obtenidos
por intercambio —sobre todo de carácter ideológico— y las ediciones nacionales.
Es una mezcla variada y antojadiza donde hay mucha bibliografía marxista, peque-
ñas publicaciones de poemas eróticos, novelas sociales de la casa porteña Futuro,
los Pasternak tan polemizados (incluso Jivago en ruso) y hasta algún libro con pie
de imprenta montevideano: el Ananga Ranga y el Kamasutra[,] nada menos. El todo
lo suficientemente desconsolador como para que, de no salvarse las deficiencias
de importación, los intelectuales americanos deban encarar un movimiento de co-
laboración que podría titularse: Libros para Cuba.74
73
Á. Rama, op. cit.
74
Id.
359
75
Para las siguientes notas he dialogado con el panorama y la bibliografía recabada por
María Isabel Alfonso para situar la mítica Ediciones El Puente en el contexto del campo cultural
de la revolución. Véase María Isabel Alfonso, Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario
cubano, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2016, pp. 31-45.
76
Á. Rama, “Cultura y revolución (II). La difusión de la cultura”, p. 31.
360
países, sino que además se han creado cinco orquestas más; el país es recorri-
do por una infinidad de pequeños grupos, uno de los cuales está conformado
por uruguayos que son entrevistados por Rama y aseguran que “en tres me-
ses hemos dado más conciertos que en toda nuestra carrera en el Uruguay”.
Rama también buscó a Juan Blanco, el mayor representante de la música
experimental en Cuba, quien por aquellos momentos ya había comenzado
sus ensayos en la música electroacústica y el minimalismo. Blanco era en ese
tiempo presidente de la Unión de Compositores:
361
Relaciones Exteriores, 2011, pp. 189-192 y 295-296 para una discografía fundamental. Para
este tema son fundamentales los trabajos del musicólogo cubano Radamés Girón.
79
Á. Rama, op. cit., p. 31.
80
Id. Como es sabido, fruto de dicha colaboración de Kalatasov fue la enorme película ex-
perimental Soy Cuba, que nunca fue estrenada. Sobre Zavattini, véase Juan Antonio García Bo-
rrero, “Zavattini, nuestro hombre en Italia”, <https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.
com/2010/04/24/zavattini-nuestro-hombre-en-italia-fragmento/>, recuperado el 17 de febrero
de 2017. Rama además señala que ya puede hablarse de que algunos largometrajes cubanos
han alcanzado un nivel de excelencia: muestra de ello es Historias de la revolución de Tomás
Gutiérrez Alea, que es confrontada con Cuba baila, de Julio García Espinosa, y con Realengo 18,
criticada por su esquematismo. Rama también adelanta que Ugo Ulive realizará el guión de
una próxima película producida por el icaic: por los datos que ofrece de dicho guión podemos
saber que se trata de Crónica cubana (1963), película que cuenta cuatro historias entrelazadas
de personajes que participan de la sociedad postrevolucionaria, con sus contradicciones y ale-
grías, y que por ello fue entendida en algunos círculos burocráticos como una crítica adversa
al proceso revolucionario.
362
81
Sobre el tema véase el estudio exhaustivo de Michael Chanan, Cuban Cinema, Minnea-
polis-Londres, University of Minnesota Press, 2004. Una excelente muestra del tipo de cono-
cimiento construido en la isla puede encontrarse en Edgar Soberón Torchia (dir. y coord.), Los
cines de América Latina y el Caribe, parte I, 1890-1969, San Antonio de los Baños, Escuela Inter-
nacional de Cine y TV, 2012, que incluye una interpretación del propio proceso que estamos
describiendo.
82
M. I. Alfonso, op. cit., pp. 31-32 y Luis Camnitzer, New Art of Cuba, Austin, University of
Texas Press, 1994.
363
Como las crónicas de Ángel Rama son de 1962, ellas no alcanzaron a co-
mentar este asunto. Tampoco pudieron dar cuenta a cabalidad de otro fenó-
meno cultural fundamental en los años sesenta: el desarrollo del teatro. Con-
cluiremos el panorama que hemos presentado con un apunte rápido sobre
este tema, pues en él se desarrolla una cultura estética de tipo participativo,
horizontal y dialogal, que va más allá del autoritarismo propio de las vanguar-
distas estéticas y políticas, y cuyas derivaciones serán analizadas de manera
parcial en el capítulo que cierra el presente libro.
Como ya señaló Rafael Rojas, el teatro cubano había logrado su profesiona-
lización al inicio de la década de los cincuenta. La sociedad cultural Nuestro
Tiempo, en donde participaron importantes figuras del posterior movimiento
revolucionario como Carlos Franqui y Arturo Guevara, organizó en 1954 su
sección de teatro. Allí comenzaron la publicación de los Cuadernos de Cultura
Teatral, y trabajaron por la puesta en escena de dramaturgos cubanos y la rea-
lización de encuentros entre creadores y públicos. En 1958 se crea el Grupo
Teatro Estudio dirigido por Raquel y Vicente Revuelta. A pesar de todo, como
señala María Isabel Alfonso, citando palabras de Rine Leal,
83
M. I. Alfonso, op. cit., p. 42.
84
Á. Rama, op. cit., p. 31.
364
tomos realizada por Rine Leal en 1975. Entre 1959 y 1961 se estrenaron 124
obras nuevas, y la obra inspiradora de los tres grandes creadores de la gene-
ración de los cincuenta (Piñera, Arrufat, Ferreira) comenzó a ser valorada al
lado de los de la generación más joven, como Abelardo Estorino, José Triana y
Héctor Quintero, entre muchos otros.
Sin embargo, probablemente el desarrollo más radical del teatro cubano
apareció en el contexto preparatorio de la campaña de alfabetización. En 1960,
como parte de dicha campaña se creó la primera Brigada de Teatro, formada
por actores profesionales del Teatro Nacional. Ella llevó el teatro a los lugares
más remotos de la isla, en donde nunca antes había llegado una manifestación
teatral. La acción de las brigadas culturales de 1961, que acompañaron la cam-
paña de alfabetización, en parte se inspiró en esta Brigada de Teatro. De esa
manera, los alumnos de la Academia Municipal de Arte Dramático iniciaron un
intenso trabajo colectivo de experimentación que está entre los primeros an-
tecedentes de las técnicas de creación colectiva: Marina Pianca estima que ese
año se dieron un número estimado de entre 330 y 360 funciones.85
En el mismo año de 1961, Casa de las Américas realizó su primer festi-
val de teatro latinoamericano: dichos festivales nacieron como muestras de
obras de autores latinoamericanos que se montaban por grupos cubanos. Te-
nía un lugar destacado la obra que había ganado el concurso de teatro de
la Casa durante dicho año: el autor era invitado a visitar la isla, lo mismo
que los jurados, con lo cual se trabajaba año tras año en la construcción de
una red intelectual. Las primeras ediciones del festival fueron realizadas en
malas condiciones: las obras se realizaron en locales no apropiados, sin ma-
quinaria y con una iluminación errática. Sin embargo, pronto los festivales se
profesionalizaron: el de 1962 incluyó una exposición de maquetas y bocetos
escenográficos, de vestuario y de fotografías de las puestas de obras latinoa-
mericanas; a partir del de 1963 se dio inicio a las Jornadas de Teatro Leído,
que funcionaban como foro entre actores, directores y públicos, e inició la
publicación de un “Boletín de información” que recopilaba la problemática
teatral de cada país; a partir de 1964, el festival fue sede de los Encuentros
Internacionales de Teatristas, que se realizarían cada dos años y reunirían a
creadores de los cuatro continentes (ese año, además, nació la revista Con-
junto, que durante muchos años fue la más importante en su tipo en el conti-
nente). En 1968, el festival dio el giro definitivo: pasó de ser una muestra de
85
Marina Pianca, El teatro de nuestra América: un proyecto continental. 1959-1989, Minneapo-
lis, Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1990, p. 68.
365
Una colección casi completa de Lunes de Revolución puede leerse en línea gracias a los es-
87
366
88
El Partido Comunista fue fundado en 1925 gracias a la acción conjunta de Julio Antonio
Mella y de Carlos Baliño, antiguo compañero de lucha de José Martí. Después de la muerte
de Mella, el partido fue perdiendo su protagonismo, manteniendo incluso distancia respecto
del líder socialista más radical de la época, Antonio Guiteras. En 1940 el partido tomó el
nombre de Unión Revolucionaria Comunista y participó del movimiento constitucionalista
y electoral que llevó a la candidatura de Batista. En 1944, en el marco de las directrices
de la Internacional, que había pedido a los partidos comunistas del mundo formar “frentes
amplios” para enfrentar con mayor capacidad el ascenso del fascismo, el partido cambió su
nombre a Partido Socialista Popular. Ello le permitió sobrevivir como partido legal, y soste-
ner sus estructuras durante toda la dictadura, al tiempo que lo alejó de experiencias armadas
del tipo de las desarrolladas por las otras dos fuerzas que hemos mencionado.
367
pués, a tomar control de las ori acaparando por medio de ellas los principa-
les cargos en la organización y el Estado, de los niveles locales al nacional,
colaborando de esa forma decisivamente en la construcción de la idea de un
Partido único de Estado y una dirección unificada de la cultura, la economía
y la política.89
Para el campo que nos interesa esto tuvo consecuencias fundamentales,
pues en el reparto de los cargos del nuevo gobierno los militantes, exmi-
litantes y simpatizantes del comunismo se quedaron con puestos clave en
la dirección de la política cultural: Alfredo Guevara, antiguo líder de las Ju-
ventudes Comunistas, ayudó a la fundación del icaic; Edith García Buchaca,
amiga de Mirta Aguirre, ex esposa de Carlos Rafael Rodríguez y esposa de
Joaquín Ordoqui, ocupó la Secretaría del Consejo Nacional de Cultura; Alejo
Carpentier se hizo cargo de la presidencia de la Editora Nacional; tras la crea-
ción de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, Nicolás Guillén
pasaría a ocupar su presidencia. Ello no sólo explica la tensa relación entre
los intelectuales y el gobierno revolucionario en estos primeros años, sino
también la ambigua actitud de los encargados de la política cultural en este
mismo gobierno, pues —como señala Liliana Martínez Pérez— el conflicto al
89
Las ori fueron fundadas en julio de 1961, es decir, un mes después de la reunión entre el
gobierno y los intelectuales en la Biblioteca Nacional José Martí que tuvo por objeto construir
una política cultural revolucionaria. Su Dirección Nacional quedó a cargo del antiguo militante
del psp Aníbal Escalante, quien sería criticado duramente por Fidel Castro en un famoso discur-
so de marzo de 1962 que llevaría a la disolución de las ori. Ese año los comunistas se reagrupa-
ron en una nueva organización, el Partido Unido de la Revolución Socialista. Sin embargo, dos
años después, en 1964, el gobierno iniciaría el famoso “proceso al sectarismo”, que llevaría a
la condena a muerte de un ex militante comunista, Marcos Rodríguez, quien fue acusado de
haber delatado a cuatro de los asaltantes del Palacio Presidencial en una operación del Directo-
rio Revolucionario del 13 de marzo de 1957 que había intentado acabar con la vida de Batista.
Dicho juicio representó una oportunidad para que los dirigentes de las otras organizaciones
asestaran un duro golpe a los comunistas: líderes tan importantes como Edith García Buchaca,
secretaria del Consejo Nacional de Cultura, y Joaquín Ordoqui, viceministro del Ministerio de
Fuerzas Armadas, fueron destituidos de sus puestos aunque la primera conservara durante
toda su vida el suficiente poder como para influir en buena parte de la vida cultural de la isla.
A su vez, Aníbal Escalante fue juzgado en 1968 junto a otros importantes líderes comunistas
por lo que se llamó entonces “microfacción”: se les acusó de haber intrigado contra las princi-
pales medidas de la revolución; de distribuir propaganda clandestina contra la línea del parti-
do, de sustraer documentos secretos del Comité Central y el Ministerio de Industria Básica, y
de ofrecer a gobiernos extranjeros información falsa y calumniosa. Ambos juicios constituyen
las primeras muestras de la crisis interna de la dirección revolucionaria y llevarán también a
importantes cuestionamientos sobre la legitimidad de los líderes cubanos.
368
90
L. Martínez Pérez, op. cit., pp. 42-45.
369
91
William Luis, Lunes de Revolución, pp. 13 y 21.
370
García Lorca de Poeta en Nueva York, además de una carta de Frank País y frag-
mentos de la prosa de Fidel Castro.92
Desde el principio, Lunes de Revolución hizo gala de un tono insumiso y
rebelde, y de una voluntad de polémica a la que el propio Cabrera Infante
aludió con ironía años después, cuando decía que él y sus amigos en el suple-
mento sentían que eran “el fruto dorado de la Revolución, la voz del pueblo,
la voz de Dios”.93 Los siguientes párrafos, que provienen de la reseña a Lo cu-
bano en la poesía de Cintio Vitier que abrió el primer número del suplemento,
pueden simbolizar dicha voluntad de polémica que, según el mismo Cabrera
Infante, los llevó a “intentar limpiar los establos del auge literario cubano,
recurriendo a la escoba política para asear la casa de las letras”, asumiendo
un papel de “inquisición”, y provocando “que muchos escritores se paralicen
por el terror”:94
92
Véase Lunes de Revolución, 6 de abril de 1959.
93
G. Cabrera Infante, “Mordidas del caimán barbudo”, en Mea Cuba antes y después. Escritos
políticos y literarios, Antoni Munné (ed. y pról.), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2015, 513-553;
la cita, p. 530.
94
G. Cabrera Infante, “Mordidas del caimán barbudo”, p. 526. Con razón dice el autor que
“la revista, al contar con el aplastante poder de la Revolución (y el gobierno) detrás suyo, más
el prestigio político del Movimiento 26 de Julio, fue como un huracán que literalmente arrasó
con muchos escritores enraizados y los arrojó al olvido”. Y continúa: “Teníamos el credo su-
rrealista por catecismo y en cuanto estética, al trotskismo, mezclados, con malas metáforas o
como un coctel embriagador. Desde esta posición de fuerza máxima nos dedicamos a la tarea
de aniquilar a respetados escritores del pasado. Como Lezama Lima, tal vez porque tuvo la
audacia de combinar en sus poemas las ideologías anacrónicas de Góngora y Mallarmé, articu-
ladas en La Habana de entonces para producir violentos versos de un catolicismo magnífico y
oscuro —y reaccionario. Pero lo que hicimos en realidad fue tratar de asesinar la reputación de
Lezama”. Ibid., pp. 526-527.
371
Dicho tono de censura, que inició con la citada reseña de Cintio Vitier y se
extendió a los crueles comentarios a la obra de José Lezama Lima y los demás
poetas del grupo Orígenes, recorrió también los excelentes ensayos de Rine
R. Leal que denunciaban la inexistencia de un teatro nacional, lo mismo que
otros ensayos similares que hacían lo propio al examinar la literatura o la
danza.
En el número 1, Lydia Cabrera publicó un excelente ensayo sobre la socie-
dad secreta abakuá que también puede leerse como una penetrante censura
del racismo de los intelectuales de la isla: “en Cuba, sin riesgos, se puede ser
indianista. No hay indios. Pero sondear en el viejo, incalculablemente rico
fondo cultural africano, que los siglos de la trata acumularon aquí, es tarea
que muchos tachan de ‘antipatriótica’ y negativa”.96 Sólo por la persistencia
de un cierto complejo de mestizaje en amplias capas de la intelectualidad cu-
bana podía explicarse el sentimiento de vergüenza que hace desviar la mirada
de “cualquiera de los elementos en que se hace más patente la importancia
del elemento africano en la composición de este país”.97
Como ha señalado Liliana Martínez Pérez, Lunes de Revolución es también
escenario de un experimento inédito por medio del cual los artistas e inte-
lectuales nucleados en torno de Franqui y Cabrera Infante construyeron un
95
Enrique Berros, “Un cubano en la poesía. Comentario a un libro de Cintio Vitier”, Lunes
de Revolución, núm. 1, 23 de marzo de 1959, p. 1.
96
Lydia Cabrera, “Los ñáñigos, sociedad secreta”, Lunes de Revolución, núm. 1, 23 de marzo
de 1959, pp. 3-4.
97
Id.
372
Lunes comienza tirando cien mil ejemplares. Esta tirada para un magazine litera-
rio, entonces y ahora, era ya enorme. Pero poco después del desembarco de Bahía
de Cochinos la tirada comprobada fue de 250,000 ejemplares. En ese momento
Lunes, que ya controlaba Ediciones R con su imprenta propia, Burgay, con el perió-
dico a cargo del Canal 2 de Televisión y Lunes con su programa Lunes de Revolución
en Televisión, cada lunes, el magazine era capaz de producir películas como P.M. y
a punto de establecer su propia editora de discos, Sonido Erre, ¡éramos práctica-
mente omnipotentes!99
Este breve panorama de las razones para el desacuerdo que llevaría al cie-
rre de Lunes no estaría completo si no recordamos que muchos de los inte-
grantes fundamentales del equipo de Cabrera Infante eran homosexuales. El
antiguo editor recordará con ironía que su “nave literaria se hallaba manejada
por una gavilla de maniacos, ácratas y pederastas”.100 La homosexualidad de
Antón Arrufat, Virgilio Piñera, Calvert Casey y otros miembros fundamentales
del equipo de Lunes no sólo funcionó como excusa para el ataque contra el
suplemento, sino que actuó como metáfora condensadora de todo lo que
resultaba insoportable a algunas élites políticas de Cuba.
En sus estudios sobre la historia de la masculinidad en Cuba, Abel Sierra
Madero ha mostrado cómo el nacionalismo revolucionario hegemónico capi-
talizó una cierta tradición patriarcal y heteronormativa, de amplia raigambre
en la sociedad de la isla, y construyó un discurso que ponía en relación las re-
98
L. Martínez Pérez, op. cit., p. 35.
99
G. Cabrera Infante, “Un mes lleno de lunes”, en Mea Cuba antes y después. Escritos políticos
y literarios, pp. 17-34; la cita, p. 22.
100
G. Cabrera Infante, “Mordidas del caimán barbudo”, p. 527.
373
101
Abel Sierra Madero, “‘El trabajo os hará hombres’: masculinización nacional, trabajo for-
zado y control social en Cuba durante los años sesenta”, Cuban Studies, vol. 44 (2016), pp.
309-349.
102
Ibid., p. 317. Entre los muchos textos de la época, puede recordarse el famoso discurso
de Fidel Castro ante los estudiantes de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1963:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos de-
masiado estrechos [risas]; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y
que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública
a organizar sus shows feminoides por la libre. Que no confundan la serenidad de la Revolución
y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad
no puede darles cabida a esas degeneraciones [aplausos]. La sociedad socialista no puede per-
mitir ese tipo de degeneraciones. ¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! ‘Árbol que creció torcido
…’, ya el remedio no es tan fácil. No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas
contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no! Hay unas cuantas teorías, yo no
soy científico, no soy un técnico en esa materia [risas], pero sí observé siempre una cosa: que
el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente.
Estoy seguro de que independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de la
medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y de reblandecimiento
en ese problema. Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el ‘pitusa’
[risas]”. Como señala A. Sierra Madero, op. cit., pp. 320 ss., en su extenso comentario de este
texto, el líder cubano construye aquí una “cadena de equivalencia negativa” que moviliza el
resentimiento de clase de los estudiantes hacia el joven burgués que es, además, ligado a la
374
375
además fue publicado como obra de una persona que ocupaba un alto puesto
en el gobierno.
Para decirlo con mayor claridad, la autora no conoce los autores y corrien-
tes que ataca. Produce la impresión de que los autores están citados siempre
de segunda mano, y que cuando se citan se trata en realidad de citas de citas.
Dicho desconocimiento no parece preocuparle: ella misma dice que la actitud
correcta hacia el “enemigo” no es reconocer los pocos “puntos favorables”
o “aspectos positivos” que tenga su pensamiento, sino atacarlo, “demostrar
que lo positivo en manos de ellos como fuerzas reaccionarias y enemigas del
pueblo, se convierte en algo nocivo”, y construir en las masas el sentimiento
de indignación necesario para que ellas también lo ataquen. 106
En cita de Lou Tin-Yi, al final de la obra, la autora es más explícita: “a los
contrarrevolucionarios debemos reprimirlos, destruirlos”.107 No hay necesi-
dad de conocer al enemigo porque es enemigo, y a los enemigos se les debe
destruir, no comprender. Pero entonces el razonamiento queda entrampado
en un círculo sin salida, pues no puede comprenderse por qué el enemigo es
enemigo… Como señalarán trágicamente los cineastas cubanos, poco tiem-
po después, de esa manera el marxismo-leninismo terminó construyéndose
como una doctrina del conformismo.
Al mismo tiempo, la obra de García Buchaca se erigió como una importan-
te caracterización de lo que era llamado “arte decadente” por buena parte
de los dirigentes comunistas y nacionalistas de la época. Con dicha etiqueta
se persiguió a algunas de las corrientes estéticas más escandalosas de en-
tre las abanderadas por Lunes de Revolución: el surrealismo y el cubismo, el
arte abstracto y la literatura norteamericana contemporánea, el teatro expe-
rimental… A pesar de las citas de la obra de Mariátegui, la caracterización
elaborada por García Buchaca tiene un fuerte sabor orteguiano, y participa
del conservadurismo estético-político de Ortega y Gasset en vísperas de la
declaración de la Segunda República:
106
Ibid., p. 54.
107
Id.
376
108
Ibid., p. 30.
109
Id.
110
M. I. Alonso, op. cit., p. 48.
111
Edgard [sic] Morin, “James Dean”, Lunes de Revolución, núm. 1, 23 de marzo de 1959, pp.
7-8.
377
Con la decadencia del capitalismo ha vuelto, por otra parte, a imponerse el for-
malismo kantiano en el arte. Éste ha perdido su verdadera unidad, la unidad de la
forma y el contenido, y la forma ha reclamado absoluta autonomía […]. Esta con-
cepción del arte abstracto, formal, sitúa al arte en el plano de la intelectualidad
“pura”, haciéndole perder toda su espontaneidad, su emotividad y frescura […].
El arte se ha vuelto deliberado, se ha deshumanizado […]. Este arte, totalmente
ajeno a las grandes mayorías por los problemas que aborda, le resulta también
inaccesible por su forma obscura y confusa.112
112
E. García Buchaca, op. cit., pp. 30-31.
378
Las líneas que acabamos de citar expresan a cabalidad el terror que la bu-
rocracia cultural revolucionaria cubana generaría en los próximos años so-
bre el arte y la cultura. Los artistas no sólo exhiben una gran dificultad para
pensar correctamente, sino que se pierden con facilidad; al mismo tiempo,
se asume que los mensajes producidos por aquellos tienen un gran poder
(probablemente, más poder que el que los propios artistas suponían para sus
obras), y pueden diseminar con facilidad actitudes y valores disolventes en el
seno de la sociedad. Por ello es fundamental diseñar aparatos para guiarlos.
En dicho contexto, las teorizaciones de artistas y críticos sobre el arte como
medio de conocimiento de la realidad adquieren un carácter de resistencia
cultural.
Así se fundamenta la tutela del arte (y sobre todo, de los artistas) por par-
te de los profesionales en teoría marxista-leninista, quienes, por supuesto,
se expresan a través del Partido. Por ello no sorprende que inmediatamente
después de las palabras citadas García Buchaca inserte un largo párrafo sobre
113
Ibid., pp. 33 y 39.
114
Ibid., p. 42.
379
este tema, cuyo uso de la expresión “reeducación” recuerda con fuerza los
textos maoístas:
Ellos mantenían una larga polémica con Lunes, en la que nos tildaban de decaden-
tes, burgueses, vanguardistas y, el peor epíteto del catálogo de nombretes comu-
nistas, de cosmopolitas. A su vez, nosotros los veíamos como unos burócratas
despreciables: un montón de ignorantes con ideas artísticas reaccionarias.117
380
Según Cabrera Infante, Carlos Franqui había querido una reunión en pe-
tit comité con Fidel, previendo un choque con el icaic, pero los comunistas
aprovecharon para convocar una reunión nacional de intelectuales y artistas
y discutir algo más que la prohibición de PM.118 Las discusiones de esas tres
sesiones fueron grabadas en casetes recuperados recientemente gracias a Or-
lando Jiménez Leal y Manuel Zayas, quienes incorporaron a un libro reciente
fragmentos casi completos de dicha transcripción, que dan la oportunidad a
los lectores contemporáneos de reconstruir con lujo de detalle lo ocurrido
en esos días. A continuación trabajaremos sobre dichas transcripciones, que
confrontaremos brevemente con la reconstrucción de algunos de los protago-
nistas del debate, siempre siguiendo los temas que son materia del presente
capítulo.
En los debates de la Biblioteca Nacional, Carlos Rafael Rodríguez repre-
sentaba la posición del gobierno. Para él, la razón verdadera detrás de esta
reunión era una “lucha intestina”. Parecía que en ella se estaban discutiendo
teorías, y sin embargo, según Rodríguez, a través del enfrentamiento de ideas
emergía un enfrentamiento entre grupos: “hace hora y media que estamos
hablando de los problemas en una forma que nadie se puede dar cuenta de
cuáles son los problemas. Y yo veo que aparece el veneno, y el veneno hace
daño a los que están metidos en los problemas”.119
118
G. Cabrera Infante, “Un mes lleno de lunes”, p. 31. En otra narración del asunto, el autor
dice con ironía que el inicio de la polémica pública se dio cuando el Congreso de Escritores
en La Habana organizado por el gobierno estaba a punto de comenzar: por ello “el Comité
Cultural del Partido fue presa del pánico. (Los comunistas siempre tienen miedo histórico). Nos
pidieron, por favor, que no hiciésemos un manifiesto público con la declaración contra el Insti-
tuto del Cine. A cambio, nos proponían retrasar la apertura del Congreso y ¡lavar la ropa sucia
en casa! [Cabrera Infante introduce aquí la siguiente nota al pie: “Esta frase tiene su origen en
la Revolución francesa, mucho antes de la invención de la lavadora eléctrica”] Para ello orques-
tarían una reunión de todas las partes interesadas con Fidel Castro, y casi todo el Gobierno.
Muy bien, una discusión amistosa, una tregua. ¡Resultó una emboscada rastrera!”, G. Cabrera
Infante, “Mordidas del caimán barbudo”, p. 532. El lector podrá comprobar, a la luz de los
testimonios que presentamos, si la apreciación de Cabrera Infante era justa en este sentido.
119
O. Jiménez Leal y M. Zayas, op. cit., posiciones 2735-2737 (dado que éste es un libro
electrónico, las citas y referencias se hacen a partir de posiciones y no de páginas; las próximas
citas se harán por medio únicamente de indicación del número de la posición). Similar opinión
expresa Osvaldo Dorticós más adelante, cuando los ánimos de la reunión se hayan caldeado
y los integrantes del icaic hayan atacado abiertamente a Lunes de Revolución,: “se nos hablaba
de cierta pugna entre un grupo de compañeros escritores y artistas, y otro grupo ubicado en
la dirección del icaic” (ibid., 3072-3073). Julio García Espinosa reconocerá agresivamente, en la
381
Por otro lado, el gran dramaturgo cubano Virgilio Piñera, parte fundamen-
tal del equipo de Lunes de Revolución, tenía una posición diferente: él creía
que el verdadero problema de la reunión era que, a través del manifiesto en
defensa del cortometraje, “por primera vez después de dos años de Revolu-
ción, por la discusión de un asunto, los escritores nos hemos enfrentado a
la Revolución”.120 En su interpretación, la verdadera razón de la reunión era la
incomodidad que los dirigentes revolucionarios sentían respecto de dicha ac-
titud crítica. En su participación Piñera había añadido que el enfrentamiento
de los artistas críticos de ninguna manera podía llevar a que se pensara que
ellos eran parte del campo contrarrevolucionario: “nadie me pueda acusar de
contrarrevolucionario y de cosas por el estilo, porque estoy aquí, no estoy en
Miami ni cosa por el estilo”.121
De dicha manera, Piñera reivindicaba una posibilidad de acompañamiento
crítico en donde el disenso no significara traición, y el estar con la revolu-
ción no significara estar de acuerdo con todas sus decisiones. La valentía de
Piñera puede comprenderse mejor a la luz del texto de García Buchaca que
acabamos de analizar, y ello puede explicar por qué, en las reconstrucciones
posteriores elaboradas por los participantes, Virgilio Piñera se convirtió en
una especie de símbolo en la lucha contra el autoritarismo. El mismo Piñera
abrigaba dudas respecto de que el futuro de Cuba permitiera dicho margen
de crítica. El tono sombrío con que terminó su participación (“si me equivo-
co, bueno, afrontaré las consecuencias”)122 intentó ser conjurado por Fidel
Castro a lo largo de sus siguientes intervenciones, sin que el líder revolucio-
nario lograra disiparlo. La frase de Fidel, “que aquí hable el que tenga más
miedo”, fue recordada por todos como un símbolo de lo que había ocurrido
ese día, y a veces se transformó, en la memoria de algún asistente, como una
alusión directa a Piñera.123
segunda sesión, que se trata de una pugna entre el icaic y “el ambiente más ligado a las cuestio-
nes de cine y de teatro” (ibid., 3179-3180; véase además 3182-3183).
120
Ibid., 2765-2766.
121
Ibid., 2769.
122
Ibid., 2772.
123
Ibid., 2842. Son conmovedoras, por su grado de impotencia, las constantes interven-
ciones de Fidel sobre la necesidad de “disipar el miedo” (“Hay que disipar el miedo, la única
manera de disipar el miedo es yéndole de frente al miedo”, ibid., 2798-2799), de conjurar los
fantasmas (“No podemos vivir —porque no creo que ningún artista pueda crear— en medio de
tanto fantasma”, ibid., 2823-2824)... Lo que queda claro es que el fantasma estaba allí y ejercía
gran fuerza en las discusiones.
382
Se han dado algunos pasos, no por iniciativa del gobierno, sino por compañeros
que han estado preocupados por esas cuestiones y que han encontrado acogida
a sus iniciativas en eso. El gobierno, por su parte, ha hecho algunas cosas en este
campo, pero que se limitan más bien a estimular, a dar ayuda material, a expresar
su disposición, a estimular la manifestación y creación artística del pueblo.124
124
Ibid., 2802-2804.
125
Ibid., 2831-2835. En el mismo sentido Tomás Gutiérrez Alea habló en la segunda sesión
del “problema de la excesiva centralización de organismos que se dedican a la creación artísti-
ca” (ibid., 2899-2900).
383
Hice una defensa serena pero firme de Revolución y de Lunes. Afirmé que casi todos
conocían la historia del periódico y sus mártires. Su combate antiimperialista. Su
defensa apasionada de las grandes transformaciones sociales.
Recordé que Lunes, cuando otros se asustaban y nos acusaban, publicó textos
fundamentales de Marx y otros revolucionarios […].
Recordé la gran campaña mundial de Revolución en Europa y América.
Y los viajes nada sospechosos de Sartre, Beauvoir y Neruda. El apoyo militante
de la mejor cultura mundial a la Revolución cubana, de Picasso, Calder y Miró a
Callois, Cortázar, Paz, Fuentes, Tennesse Williams, Miller, Hemingway, María Zam-
brano, Alberti.
Defendí que la cultura contemporánea era anticapitalista.
Que el arte moderno ponía los ojos en las culturas clásicas del tercer mundo:
África, Oceanía, Asia, América. Que rompía la armonía burguesa y que en su auto-
nomía y especificidad, testimoniaba un mundo convulso […].
Dije —refiriéndome a PM— que para los cubanos, la fiesta, la rumba, el amor,
la pachanga, eran una manera de ser —la madre África, pero estos acusadores
eran blancos, católicos e inquisidores— y terminé con Martí y su “Ser cultos para
ser libres”.127
Nadie podría culpar a Franqui por haber escrito una narración que, más
de veinte años después, mezcla libremente las palabras que recuerda haber
dicho (que querría haber dicho) con palabras dichas por otras personas, seña-
126
Carlos Franqui, Retrato de familia con Fidel, Barcelona, Seix Barral, 1981, p. 265.
127
Ibid., p. 268.
384
Para mí, la cultura es una sola, que entronca desde el primer pintor de Croma-
ñón hasta nuestros días. Y nosotros no debemos, de ninguna manera, hacer esas
separaciones de casilla, puesto que pueden llevarnos —a mi entender peligrosa-
mente— a aislarnos, a despreciar algo que forma parte de nuestro mejor acervo
cultural de la humanidad.128
128
Ibid., 2950-2953.
385
También otro punto que ya tocó con mucha inteligencia, con mucha brillantez Ro-
berto Fernández Retamar: no se puede exigir desde luego, en una etapa de transi-
ción como la que tenemos, como la que estamos viviendo actualmente, que todos
los intelectuales pongan sus mejores armas al servicio de la Revolución. Efectiva-
mente, hay intelectuales que por su formación ya tienen una configuración que
no va a cambiar de ninguna manera, y mucho menos de la noche a la mañana. Y,
por otra parte, hay que reconocerles a estos intelectuales, que quizás no puedan
servir todo lo que ellos desearan a la Revolución.129
129
Ibid., 2959-2963.
386
que asisten intrínsecamente al arte y que le dan su autonomía, una autonomía que
estos tienen y que le descubrieron los griegos, el año 600 antes de Jesucristo. Es
decir, que la autonomía del arte, la creación, la búsqueda, son parte inherente de
la vida del intelectual, de la vida del artista.130
Leante además intentó una crítica de los lugares comunes sobre el presun-
to “elitismo” del arte decadente, su presunta “labor de capilla”, y reivindicó la
dimensión de artesanía, de “estudio tenaz” en la humildad y la pobreza que
le da grandeza a las búsquedas de un arte “bien hecho” en contextos de mar-
ginalidad. Resuenan en las palabras de Leante posicionamientos que vienen
de Rubén Darío y el modernismo latinoamericano:
a veces esa labor que se llama “de capilla”, no es tan aislada del mundo, de espal-
das al pueblo, no es tan exactamente denigrante o negativa como se quiere ver.
A veces, esa labor es una labor de estudio tenaz durante años. De pasar hambre.
De humildad, con tal de lograr una obra artística.
Yo conozco personas que son amigos míos —casi todos lo han hecho—, que
se privaron de comer para comprar libros. Es decir, que en esa labor, a veces, de
la búsqueda del arte por el arte —del arte como belleza, si se quiere— también
hay algo que hay que considerar, que es una apetencia, un deseo de encontrar un
medio grande de superación espiritual o de expresión espiritual. De todas esas
cosas, si las tratamos con espíritu amplio, generoso, podremos sacar los mejores
logros.131
130
Ibid., 2966-2969. Y respecto de los realizadores de PM, añade: “¿por qué la hicieron esos
muchachos en esa forma? ¿La hicieron con el ánimo de contrarrevolución, con un ánimo de
mostrar la parte más podrida, rezagos del pasado que aun existen en nuestra sociedad? De
ninguna manera. Ellos la hicieron porque consideraron que estéticamente aquello tenía una
calidad” (ibid., 2973-2975)
131
Ibid., 2993-2998.
132
Ibid., 2978-2979, 2986-2987, 2980 y 2983.
387
133
Es cierto que Alfredo Guevara dijo muchas de las cosas más vergonzosas recordadas
por Franqui, y además las dijo de manera mucho más amplia y penosa que lo que permitiría
suponer Retrato de familia con Fidel. Entre otras cosas, Guevara acusó a Franqui de que “duran-
te un cierto tiempo toda la crítica de las revistas y los periódicos ha estado en manos de un
grupo muy definido”, una “capilla” que había ejercido actos de “terrorismo intelectual” y “se
permitía el lujo de liquidar a todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con sus posiciones
estéticas, se permitía el lujo de aplastar a trabajadores de la cultura que no estaban de acuer-
do con ellos, y tal vez eran inservibles inclusive para la Revolución —tal vez—, pero que de
todas maneras eran trabajadores de la cultura y no lo hacían a través de un método de análisis
crítico, y no lo hacían a través de una crítica constructiva, y no lo hacían tratando de ganarlos
para la Revolución y para las posiciones estéticas que pudieran considerarse revolucionarias,
sino que lo hacían sencillamente como una capilla que aplastaba a todo el que no perteneciera
a esa capilla” (véase ibid., 3479-3489 y 3600-3605). Además Guevara recurrió a los tópicos más
manidos del nacionalismo cubano para acusar a Lunes de Revolución de hacer una “defensa del
cine norteamericano” (3494), un “descubrimiento constante de pequeños valores en todas las
películas [extranjeras]” (3495), llegando a afirmar incluso que “para comprender la significa-
ción del cine norteamericano dominado por el imperialismo, no encontrábamos un trabajo de
dilucidación, sino básicamente, encontrábamos un trabajo de confusión” (3497-3499); luego
dijo que “esa misma crítica pasó entonces a la defensa de las posiciones formales de la nueva
ola francesa” (3501); que “vemos inmediatamente cómo el free cinema se convierte en la ban-
dera, en el arma de batalla del grupo de críticos a que me estoy refiriendo” (3508-3509); que
“encontramos inmediatamente cómo el grupo de críticos a que hago referencias descubre con
toda rapidez el cine polaco, y el cine polaco se convierte entonces en otra de las banderas de
batalla del grupo de críticos y del grupo intelectual que aúna sus fuerzas en Lunes de Revolu-
ción” (3514-3516).
134
La amplia participación de Mirta Aguirre ocupa las posiciones 3008-3054 del libro citado.
A continuación ofrecemos una lectura detenida de los momentos más salientes de dicha parti-
cipación, cuyas palabras iremos citando poco a poco.
388
135
En alusión a la posición de los comunistas diría Franqui, en su participación al final del
debate, que “a veces se dice que quién va ahí [a los bares retratados por PM] es el lumpen pro-
letariado” (ibid., 4352-4353).
389
Y uno se pregunta, ¿por qué se hizo esta película? Le preguntamos a los que la
realizaron en una Asamblea tormentosa, y la respuesta fue que porque sí. No ha-
bían pensado en nada antes, no habían pensado en nada después. Salieron a la
calle, y fue eso lo que les llamó la atención. Y la película se llama PM, dijeron,
como puede llamarse cualquier cosa. Bueno, es al menos un arte muy azaroso, y
donde a veces la cabeza germina bastante poco. César Leante acaba de decirnos
que seguramente encontraron ahí la calidad estética que no encuentran en un mi-
liciano con su rifle. Si eso fuera cierto, yo lo lamentaría tremendamente por esos
muchachos jóvenes. Y eso lo ha dicho César Leante, pero nunca lo dijeron ellos y,
la verdad, me alegraría de no oírselos decir. Porque el artista que encuentra la ca-
lidad estética en los bares y no la puede encontrar en un miliciano con su rifle en
ningún modo, deja mucho que desear como sensibilidad estética y también como
ciudadano.
Como puede verse, la posición de Leante fue duramente atacada por cuan-
to ella representaba una abdicación de la capacidad de los artistas para pen-
sar y para posicionarse moralmente. Abajo veremos que, frente a versiones
más autoritarias de la teoría estética comunista, Mirta Aguirre siempre defen-
dió la capacidad de los artistas para pensar por sí mismos en términos abs-
tractos. Ello también significaba reconocerles una cierta capacidad para optar
sobre las realidades que elegían representar, con lo que la representación se
convertía en un asunto de responsabilidad ciudadana.136
El mismo asunto fue defendido, en términos más dogmáticos, por Tomás Gutiérrez Alea,
136
que hizo un uso malintencionado de las tesis de García Buchaca para intentar la caracteriza-
ción de PM como una obra contrarrevolucionaria: “no se trata eminentemente de una pelí-
cula contrarrevolucionaria, pero que sí se trata de una película que, al tocar un aspecto de la
realidad, no lo toca en una forma debida y, por lo tanto, dice una mentira de la manera más
hipócrita que se puede decir, que es ocultando una parte de la verdad […] estamos rodeados
de enemigos, y que, por lo tanto, aun cuando esa película tenga valores artísticos (que no te-
nemos que negárselos) y tenga valores como documento, es inoportuna […]. No corresponde
a lo que es en realidad Cuba […]. Estaríamos dándole un arma al enemigo”. Ibid., 2891-2893,
2895-2896, 2894 y 2897-2898.
390
137
Franqui dijo que “una de las ilusiones que yo tenía, unos de mis deseos, era que un pe-
riódico masivo algún día pudiera difundir la cultura, la literatura en general, en la medida…
391
Ni siquiera yo podía tener en aquel momento la idea de cuánto este periódico iba a crecer y
de cuánto podía ser de grande. [...] Y por esa razón hicimos ese magacín literario porque me
parecía que eso era correcto y yo creo que en algo ha contribuido, porque por ejemplo cuando
ha difundido un escritor como Chéjov, sus obras se han agotado en la ciudad de La Habana,
por mencionar un solo ejemplo” (ibid., 4389-4393). Además se disculpó públicamente con Le-
zama, quien aprovechó para decir públicamente que para él era un orgullo que sus discípulos
estuvieran en Lunes, después del triunfo de la revolución, expresando con su obra el ímpetu
histórico que estaba sacudiendo el país (ibid., posiciones 4398-4410 y 4425-4426. Vale la pena
recordar, de entre las palabras que le dirigió a Lezama, las que siguen: “en determinados mo-
mentos también el compañero Lezama ejerció sobre la cultura cubana una influencia, a mi
modo de ver, un poco negativa; pero yo respeté mucho, y respeto mucho, en Lezama, dos
cosas: un hombre fiel a la poesía, que prefirió trabajar en el Príncipe como abogado, y no co-
rromperse como Gastón Baquero y otros en el Diario de la Marina, por lo tanto, tenía mi elogio
y lo tiene aquí ahora; porque siendo un poeta bastante difícil, siendo un hombre —que creo
que es— católico, está aquí con la Revolución y se queda siempre”). Y terminó reivindicando
la necesidad de construir condiciones en donde la gente pudiera equivocarse (4472-4475), y
de “encontrar una forma de expresión artística nueva, completamente diferente a la burguesa”
(4427-4428).
138
Ibid., 3668 ss.; 3691; 3730-3733; y 3765-3767.
392
Sin embargo, es en esos lugares, como en la calle Beat, en las tabernas, los esta-
blecimientos, y los burdeles, y los barrios negros del sufriente Sur, que los blues
nacieron, y con ello toda la base del jazz moderno, que es como decir toda una
revolución musical que electrizó al mundo moderno y que no ha disminuido en
intensidad, manteniéndose fuerte y libre. ¿Quién se aventuraría a decir que esta
revolución musical, expresada en el violento, impetuoso, trágico, alegre y frené-
tico ritmo del negro americano, impregnado del dolor de la antigua esclavitud
y bullente con el abandono de un desafío desesperado de la moderna libertad
industrial, que es todavía esclavitud, no ha contribuido a la lucha mundial por
la libertad política y la justicia social? […] Quizás todo esto sea socialmente ne-
gativo, tal como los críticos de PM afirman. Sin embargo, debe decirse que todo
esto es parte de la realidad, aun cuando sea una parte pequeña de la vida de los
trabajadores de La Habana, de hoy como la de ayer. La gente baila, toma cerveza
y toca música. ¿Por qué no habría de hacerlo? Ellos también pelean y mueren
cuando es necesario. Una película no puede contener al mundo entero. Esta ha
decidido ocuparse del baile y de la música. Yo estaría inclinado a decir: “déjenla”
[…] Personalmente, me parece esta [la de los censores] una doctrina peligrosa.
El efecto que puede tener esto es que se declare que el arte debe uniformarse
mientras dure la emergencia nacional, y hasta que las grandes tareas de la Revo-
lución no se hayan completado. En dos palabras: suspendan todo gusto o juicios
personales, subordinen todo el intelecto al objetivo político, y bloqueen todas las
fuentes de inspiración que nos sirvan para alimentar los arroyos de la oportunidad
revolucionaria […]. Si empezamos ahora a suprimir una película apolítica como
PM, por su carencia de utilidad social —y es esto precisamente lo que algunos de
139
En un texto furioso publicado el 1 de abril de 1963, Juan Blanco había señalado que “el
dogmático de izquierda” y “el oportunista de derecha”, protagonistas de la nueva situación
inaugurada por las instituciones revolucionarias, no eran sino herederos de la actitud autori-
taria (y “oscurantista”) de las burocracias coloniales, que trataron siempre de librar a las artes
cubanas de influjos extranjeros, atentando así contra el proceso de formación de la nacionali-
dad cubana a partir de la libre reelaboración de influencias de la cultura mundial. Véase Juan
Blanco, “Los herederos del oscurantismo” (I), en Graziela Pogolotti, op. cit., pp. 3-8.
393
sus críticos arguyen— tendremos que suprimir también mucho talento vital cuba-
no, que el país no puede darse el lujo de perderlo. La emergencia no va a durar
siempre pero, mientras tanto, debe mantenerse la puerta abierta al desarrollo de
una fuerte cultura nueva; y esto requiere que se aliente al talento joven y la liber-
tad de experimentación artística; y el derecho a someter los resultados de tales
experimentos al juicio del único jurado que puede rendir un veredicto justo: el
mismo pueblo de Cuba.140
Poco importó el nivel intelectual de textos como éste que acabo de citar,
pues —como ya había señalado arriba— preguntas como la elaborada por
Mirta Aguirre situaron el debate en un nuevo lugar, y quizá con ello le dieron
la razón a Virgilio Piñera. Las palabras de Carlos Rafael Rodríguez sirvieron
casi para cerrar la sesión, y son una elocuente ilustración de la capacidad li-
mitada del poder para escuchar lo que allí se estaba diciendo. En su interven-
ción, Rodríguez se enredó consigo mismo y lo único que logró fue expresar
su enojo, y el enojo de los comunistas, por la cultura nocturna de La Habana,
que terminó siendo comparada en términos degradantes con la esclavitud:
¿Si la calle Beat que es la calle que dio origen al jazz, debemos nosotros exaltar
la calle Beat sencillamente porque le haya dado origen al jazz? […] ¿Ahora vamos
nosotros a decir —puesto que el socialismo moderno surgió como consecuencia
del desarrollo de la esclavitud—, que viva la esclavitud? No. No, señor. Yo preferi-
ría —con todo lo que me gusta el jazz— que no hubiera jazz en el mundo, con tal
de que no hubiera habido nunca la calle Beat con su sordidez. Y doy todo el jazz
por la humanidad, sencillamente, tranquilamente. Lo sacrifico con todo lo que me
gusta el jazz.141
140
Op. cit., posiciones 4164-4169; 4192-4195; 4203-4206 y 4214-4218.
141
Ibid., 4278-4279 y 4286-4289.
394
fe en lo mejor del pueblo, y aquí lo mejor es hasta lo heroico, porque hemos teni-
do la suerte histórica de vivir momentos de exaltación heroica del pueblo— […],
una manifestación artística de esta naturaleza, que crea en el pueblo desaliento,
que crea en el pueblo pesimismo, que crea en la mente del pueblo desconcierto,
no ayuda a la Revolución, sino daña a la Revolución, y hasta lo que daña a la Revo-
lución podemos —no desde el punto de vista subjetivo, personal, pero sí objetivo
factual—, podemos calificarlo de contrarrevolucionario.142
Por esa incomprensión y ese miedo puede entenderse que Rodríguez al fi-
nal hablara de que debía desenvolverse una discusión sobre el tema de fondo
—el mismo tema sobre el que Virgilio Piñera había expresado miedo en un
inicio—, que es el de los límites de la libertad:
Siempre hay que hacerse la pregunta que se hacía Lenin: “¿Libertad de quiénes?”.
Y: “¿Libertad para qué?”. Eso es lo que hay que preguntarse. Aquí casi todos esta-
mos de acuerdo —creo yo— en esto: ¿Libertad para defender en Cuba lo que ha-
bía en el pasado? De ninguna manera. Ni con forma buena. Ni con forma mala. Esa
libertad no existe. Es decir, en Cuba la libertad está coaccionada, evidentemente.
Aquí no hay libertad para que nadie venga a publicarnos en hojitas sueltas “Abajo
Fidel Castro”, porque la gente se lo come a patadas. ¿Comprenden? No tienen ni
que llegar a los tribunales revolucionarios. No tiene que intervenir la justicia en
esto. La sociedad cubana rechaza eso unánimemente. De manera que ya le pone-
mos una condición a la libertad.143
Ahora, una cosa es eso, y otra cosa es que se nos exija a nosotros —a la Revolución
en su conjunto— que pongamos a los órganos revolucionarios —que le cuestan
sangre al pueblo para mantenerlo con 200.000 ejemplares (hablo del periódico Hoy
porque el periódico Revolución hace mucho tiempo que llegó con 200.000 ejempla-
res)— al servicio de un arte que no tiene nada que ver con el hombre. Si yo tengo
que emplear una página del periódico en poner cuatro manchas que me dicen que
es arte, yo me siento obligado en decir: “Señores, este papel hay que importarlo
del extranjero”. Tengo que elegir entre papel y manteca. Se elige papel, porque
142
Ibid., 3096-3098 y 3117-3120.
143
Ibid., 4291-4296.
395
la cultura se necesita en nuestro país; pero este papel, que le cuesta sacrificios a
nuestro pueblo, no se puede emplear en este arte, que es un arte ajeno al hombre.
Totalmente ajeno al hombre. Esa es la posición que yo creo revolucionaria. ¿Salo-
nes para los tachistas? Sí, salones para los tachistas. Pero no se dejará de compren-
der —y lo comprende lo mismo el tachista— que el tachismo es un arte de mino-
rías. Minorías. Minorías minoritarias. Y por consiguiente, si eso no se entiende,
no se entiende nada. Si se cree que por enseñarles esas manchas a las gentes, en
millones de ejemplares, la gente va a decir: “¡¿Esto sí que es arte, no?!”.144
Las palabras con que Rodríguez casi cerró su intervención son tristemen-
te elocuentes: aunque tienen algo de verdad, también muestran la dificultad
que los viejos comunistas, de antes y ahora, han tenido para realizar el duelo
en torno de los errores y fracasos de la política cultural (y de la política en
general) llevada a cabo por la Unión Soviética: “yo me proclamo como estali-
nista en todo lo que Stalin hizo en favor de la humanidad, que fue mucho”.145
Ibid., 4300-4308.
144
Ibid., 4318.
145
146
La expresión “vanguardia peregrina” viene de un reciente libro de Rafael Rojas. Véase R.
Rojas, La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio, México, fce, 2013.
396
La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de
manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean ge-
nuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un
campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean
escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para ex-
presarse. Es decir, dentro de la Revolución.
Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.
Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y
el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir […]. ¿Cuáles son los
derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios?
Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho.148
Fidel Castro, “Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, primer ministro
148
del gobierno revolucionario y secretario del pursc, como conclusión de las reuniones con los
397
Todavía en 1961 Fidel Castro había evitado cualquier mención del marxis-
mo-leninismo y había propuesto la mayor libertad de creación posible en las
formas y contenidos: el único límite era estar en contra de la Revolución, que
“es obra de todos nosotros: tanto de los ‘barbudos’ como de los lampiños; de
los que tienen abundante cabellera, o de los que no tienen ninguna, o la tie-
nen blanca”. Fidel también dijo que era necesario que en el enfrentamiento
de posiciones hubiera igualdad de condiciones, y que “la Revolución no les
puede dar armas a unos contra todos, la Revolución no les debe dar armas
a unos contra otros”; que todos deberían tener la misma oportunidad para
manifestarse.
Así quedó echada la suerte de Lunes de Revolución, que terminaría poco
tiempo después, y se echaron las bases para la construcción de una asocia-
ción para los artistas: la futura uneac. Así también quedó reivindicada la am-
plia labor de difusión cultural y formación artística emprendida por el go-
bierno para “elevar al pueblo al arte”, de la misma manera en que los artistas
debían “bajar al pueblo”. Como adelantamos arriba, ello quiso decir, en la
práctica, que se prometería libertad de expresión, pero que no todo lo pro-
ducido se difundiría con la misma urgencia: se daría primacía a las creaciones
que habían “bajado” al pueblo, esperando que las creaciones más “elevadas”
pudieran ser disfrutadas por el pueblo en un momento posterior.
Como dijo Ángel Rama, en su comentario a este discurso, ello debería sig-
nificar “que el estado no asume ningún credo estético y que por lo tanto no
impone a sus artistas una sola dirección creadora”. A través de dicho plantea-
miento, según Rama, Cuba superaba velozmente el lento deshielo de la Unión
Sovietica y retomaba “la tradición amplia y rica de la primera época de la revo-
lución soviética”. Y añadía: “lo que entra en quiebra así es la receta del realis-
mo-socialista, esa invención aplicada rígidamente en la época staliniana —no
como método de trabajo— que condenó a la parálisis al arte soviético”.149
Sin embargo, las esperanzadas profecías de Rama no alcanzaron un fácil
cumplimiento porque el propio discurso de Fidel no ofrecía suficientes ele-
mentos para que burócratas y artistas definieran qué era exactamente estar
“dentro de la Revolución”, hasta dónde era posible el disenso y qué significa-
ba acompañar el proceso. Como única pista se señalaba que el artista revolu-
398
399
En los hechos, ello quería decir que había que comenzar a contar las historias
de la gente de todos los días, en lugar de guiarse por las teorías dogmáticas
sobre cuáles historias son más revolucionarias según los cánones estrechos
del realismo socialista:
Divulgar los hechos positivos que surgen al calor de la nueva sociedad no sólo
es aceptable sino que creemos que pueden ser motivos de auténtica inspiración.
¿Pero es realmente válido hacer de ello una norma para caracterizar el nuevo arte?
Hace poco se hablaba en una reunión del papel del héroe positivo en las películas
socialistas. Nosotros pensábamos en el daño que la mayoría de esas películas han
hecho a los verdaderos héroes positivos. ¿Puede plantearse como una dominante
en la expresión artística la exaltación del héroe positivo con el cual apenas pue-
de identificarse el hombre común, el hombre lleno de contradicciones? ¿Ayuda
más a la evolución de este hombre de todos los días la contemplación pasiva del
ejemplo excepcional, ejemplo incluso que puede aplaudir pero como algo que le
es ajeno?151
151
Julio García Espinosa, “Vivir bajo la lluvia”, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 9-13; la cita, p. 12.
400
El arte, fenómeno social, está condicionado por agentes que trascienden a su pro-
pia naturaleza. Una prueba, entre todas, consiste en que la expresión de nuevos
contenidos requiere del artista la búsqueda y realización de formas nuevas.
Pero el arte no se reduce a sus determinantes exteriores.
El arte es un reflejo de la realidad y, al mismo tiempo, una realidad objetiva.
152
“Conclusiones de un debate entre cineastas cubanos”, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 17-22;
la cita, p. 18. Todas las cursivas en las citas de este documento provienen del original.
401
Como tal, actúa sobre sí mismo y es, en primera instancia, un determinante esen-
cial de su propio desarrollo.153
Los cineastas recordaron en este sentido que Thomas Mann, burgués liberal
en sus ideas, es mejor escritor que Dimitri Furmanov, quien tuvo una militancia
intachable. Ello “demuestra que existe un criterio específicamente estético, irre-
ductible a las posiciones ideológicas de estos escritores”;154 una “independencia
relativa que se manifiesta en el desarrollo de las formas artísticas, con respecto
al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, con respecto al carácter de las
relaciones de producción y, por ende, con respecto a la lucha de clases”.155 Por si
hiciera falta, los autores citaron la Introducción a la crítica de la economía política,
en donde Marx señaló que los periodos de florecimiento en el arte no tienen
relación directa con el desarrollo general de la sociedad, ni, por consiguiente,
“con la base material, el esqueleto, en cierto modo, de su organización”.
A partir de allí los cineastas del icaic fundamentaron su exigencia de fo-
mentar la coexistencia de todas las tendencias estéticas, sin suprimirlas me-
diante el procedimiento de atribuir carácter de clase a ciertas formas sobre
otras. También pusieron en duda la relación directa entre bases económicas
y superestructuras literarias, así como la teoría del reflejo que haría a unas
depender directamente de las otras. El arte no sólo es reflejo de la realidad,
sino también una realidad objetiva que trabaja sobre sí misma. Añade algo a
la realidad misma.
Edith García Buchaca acusó recibo inmediato de la provocación implícita
en este texto. En un sombrío ensayo publicado el 18 de octubre de 1963,
la comisaria de cultura articuló una serie de tesis, de tipo prescriptivo, que
tenían como fin censurar lo que ella caracterizó como equivocaciones ideoló-
gicas de los cineastas.
García Buchaca comenzó por reivindicar el espíritu y la letra de su texto
de 1961: en una sociedad socialista, el gobierno y el partido no sólo tienen el
deber de promover el desarrollo de la cultura, sino también el de “orientarla”
y “dirigirla”.156 Frente a la tesis de que “cultura sólo hay una”, la autora ade-
Ibid., p. 20.
153
Ibid., p. 21.
154
155
Id.
156
E. García Buchaca, “Consideraciones sobre un manifiesto”, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 26-
34; la cita, p. 26. El tono autoritario en que estas palabras fueron utilizadas fue bien advertido
por los cineastas en sus respuestas. Como dijo Julio García Espinosa, “creemos en que todos pu-
diéramos estar de acuerdo (es además una realidad irreversible) en que el Partido no sólo pro-
402
Para el marxismo cada formación económico-social cuenta con una base económi-
ca y con una superestructura en correspondencia con dicha base.
De esa superestructura forman parte las diferentes manifestaciones culturales,
entre las que se cuentan el arte y la literatura. Por tanto a cada formación econó-
mico-social corresponde una formación cultural específica.157
mueve, sino también orienta y dirige la política cultural, si en vez de ver estas funciones con el
carácter de censura con que algunos dogmáticos pretenden teñirlas, las viéramos con el carác-
ter dialéctico que en más de una ocasión han precisado los principales líderes de la Revolución
al insistir en que la política cultural no se hará a espaldas de los artistas e intelectuales sino con
ellos” (J. García Espinosa, “Galgos y podencos”, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 86-94; la cita, p. 90).
157
E. García Buchaca, op. cit., p. 27.
158
Ibid., p. 28.
403
159
Ibid., pp. 31-32. Es de notar el uso instrumental que la autora hace una vez más de Ma-
riátegui, citado como argumento de autoridad para pensar la relación entre vanguardia y deca-
dencia, pero ignorado en todo lo que podría aportar para pensar la dimensión transformadora
de ese arte.
160
Ibid., p. 34; cursivas mías.
404
161
Id.
162
“En el mundo bipolar que salió de la Segunda Guerra Mundial, el partido que gobernaba
los países del ‘campo socialista’ exigía del arte una reproducción fiel de las ‘sociedades igua-
litarias’ que se consideraban ya cristalizadas, siguiendo el ejemplo soviético. Se presentaban
‘permanentemente en jaque por el asedio capitalista’, justificando así la inflexibilidad oficial
ante la naturaleza crítica de la expresión pictórica o literaria. Lo que había ocurrido era una
operación ideológica alrededor de las funciones del arte en la sociedad promovida por una es-
tética prescriptiva, reforzada mediante la supresión de la libertad artística y la eliminación de
los exponentes críticos de la vanguardia”. F. Beigel, op. cit., p. 49.
405
163
Véase Mirta Aguirre, “Apuntes sobre la literatura y el arte”, en G. Pogolotti, op. cit., pp.
43-71.
164
Ibid., pp. 50-52.
165
Ibid., pp. 53-54.
166
Ibid., pp. 58-59, 65 y 67-68.
406
ra— está en su caracterización de las “taras” que carga el artista, que llevan a
la autora a postular la necesidad de que otros (evidentemente, en el partido)
deban cuidar de su formación ideológica:
167
Ibid., pp. 61-62.
407
Por eso la formación ideológica de los artistas tiene que cuidarse, pero la gran
preocupación ha de estar en la de los teatristas y los escritores. La expresión de
las ideas, indirecta en las artes, toma en las letras el camino más corto. Y ya se
sabe que las ideas que predominan son las de la clase que domina […]. Eso lo su-
fren y lo muestran durante un tiempo apreciable los escritores, porque no puede
dejar de ser así.
Reconocer lo anterior como algo a lo que no pueden escapar sino personali-
dades de excepcional madurez política y los hijos más desarrollados de la clase
obrera, sería muy ventajoso al progreso ideológico de los intelectuales y artistas;
y ayudaría a todos y, particularmente, a los escritores, a recibir con mente abierta
las orientaciones capaces de ayudarlos a pensar y crear derechamente.
Infortunadamente, sucede que quienes han cooperado con resuelta energía a
despojar a los burgueses de toda participación en el gobierno […], no siempre
entienden la necesidad de destruir también el contenido clasista de las ideas que
la burguesía cuidaba de propagar. Esto se explica porque muchas de esas ideas
están infiltradas en su propio ser, haciéndose pasar por principios abstractos, de
valor absoluto y eterno, cuando en realidad responden a los intereses de la clase
derrotada […]. Porque ciertas ideas están en precario y camino a la desaparición
[sic], hay intelectuales y artistas que se sienten amenazados y en peligro. Y en vez
de dedicarse a extirpar de sí mismos los vestigios ideológicos de la sociedad de-
rrumbada, se empecinan en hallar justificación a ellos.168
168
Ibid., pp. 68-69.
408
169
Jorge Fraga, “¿Cuántas culturas?”, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 72-85; la cita, pp. 82-84.
170
Véase a este respecto Armando Bartra, Tomarse la libertad. La dialéctica en cuestión, Méxi-
co, Itaca, 2010.
409
nuestra época […]”.171 El mismo autor aprovechó para mostrar cómo, bajo el
dogma de la “claridad”, fundamentado con agudeza por Aguirre, podía termi-
nar justificando una posición paternalista y populista que degradaba al pue-
blo al que decía defender.
Con ello, García Espinosa terminó dándole la razón a los escritores de Lu-
nes en Revolución, a los que había atacado con tanta furia dos años atrás. Re-
pitió los argumentos de Carlos Franqui, incluso si al mismo tiempo utilizó el
mote de “decadentes” con el que se había demonizado el proyecto de Cabre-
ra Infante. A decir del cineasta, se trataba de construir “una relación de igual
a igual” con el público, distante de las actitudes despectivas o prepotentes
del llamado arte “decadente”, pero también de las actitudes paternalistas o
populistas que en ese momento defendía el comunismo:
Para algunos el público es una especie de monstruo de una sola cabeza. Para un
decadente, por ejemplo, el público es una masa ignorante y fanática a la cual no
hay que tener en cuenta. Para un dogmático, es una especie de recién nacido al
cual hay que darle todo masticado. Ambas actitudes son estúpidas y ambas coinci-
den en su falta de respeto.172
171
J. García Espinosa, “Galgos y podencos”, p. 88.
172
Ibid., pp. 91-92.
173
Ibid., p. 87.
174
J. Fraga, “¿Cuántas culturas?”, p. 81.
410
411
mos, por ejemplo, que, según Tomás Gutiérrez Alea, Sergio Benvenuto habría
dicho que en el momento que Cuba estaba viviendo los dogmáticos están
“de este lado de la trinchera” y los idealistas “del otro lado”. Por esa razón,
incluso lamentando el dogmatismo, lo que urgía era combatir a los enemigos,
que estaban del otro lado. Gutiérrez Alea respondió con ironía y agudeza:
“si bien estoy de acuerdo con la primera parte de la afirmación (repito: des-
graciadamente), no lo estoy enteramente con la segunda parte”.176 Los llama-
dos “idealistas” no estaban del otro lado de la trinchera. También lo estaban
de éste. Militando en la revolución había “idealistas” y católicos, y algunos de
ellos incluso habían dado la vida. “Y de veras cuesta trabajo escuchar tranqui-
lamente afirmaciones como ésa cuando hemos visto compañeros ‘idealistas’
tomando el arma y muriendo por esta Revolución que algunos dogmáticos
creen defender desde atrás de un escritorio”.177
El segundo argumento importante era una herencia del texto de Mirta
Aguirre: se trata de lo que podríamos denominar “pecado original” del inte-
lectual. Según palabras textuales del propio profesor Juan J. Flo, en la reunión
él había defendido “que los intelectuales y artistas provenimos, en general,
de la pequeña burguesía; que dicha ‘extracción de clase’ […] determina resi-
duos ideológicos que no desaparecen sin una empecinada lucha contra ellos;
que mal podemos luchar contra el dogmatismo de los otros si previamente no
hemos aniquilado el propio idealismo.178 Ante dicho planteamiento, Gutié-
rrez Alea señaló que la mancha del origen burgués o pequeñoburgués de los
intelectuales actuaría
como una especie de pecado original que había que expiar violentando en cierta
forma el propio sentir y adaptándolo a conclusiones, máximas y apreciaciones ya
muy bien establecidas por otros pensadores marxistas que estuvieron antes que
nosotros. Así, habría verdades irrefutables que nosotros no podíamos apreciar ple-
namente a causa de nuestro origen no proletario, pero que teníamos que aceptar
porque estaban allí y eran irrefutables.179
Tomás Gutiérrez Alea, “Notas sobre una discusión de un documento sobre una discusión
176
(de otros documentos)”, 5 de noviembre de 1963, en G. Pogolotti, op. cit., pp. 95-101; la cita,
p. 97.
177
Id.
178
Juan J. Flo, “¿Estética dogmática o estética no marxista?”, 10 de enero de 1964, en G.
Pogolotti, op. cit., pp. 102-110; la cita, pp. 105-106 (cursivas mías).
179
T. Gutiérrez Alea, op. cit., p. 99.
412
¿Qué le hace pensar al Profesor Flo que él ya se liberó de los demonios pequeño-
burgueses en su conciencia? ¿Qué procedimientos flagelantes empleó? ¿En qué
momento se dio cuenta? ¿No sabe que la contradicción idealismo-materialismo
es consustancial al desarrollo del pensamiento, que no desaparecerá ni con el co-
munismo, y por lo tanto no desaparecerá su reflejo en la conciencia individual?
[…] ¿Qué le hace suponer que los que se pronunciaron contra sus palabras no han
experimentado la dificultad del tránsito a la lucidez? ¿Qué le hace suponer que la
reacción contra sus palabras fue contra la verdad evidente de las determinaciones
clasistas de la conciencia y no contra el modo mecanicista en que él planteaba la
cuestión?181
¿Quién le dijo al profesor Flo que es bueno (y marxista) el que en nuestro arte y en
nuestra vida se intente una actitud que no arrastre las secuelas de nuestra historia
individual, de clase, cuando, al mismo tiempo (excepto que neguemos la histori-
cidad de la conciencia), es en nuestra historia individual, clasista, donde hay que
ir a buscar por qué, en un momento determinado, se hace un lúcido y marxista?
La lucha a veces realmente dolorosa ha de ser, no por mirar la realidad con ojos
prestados, sino por verla con nuestros propios ojos y transmitir esa experiencia
con nuestros propios medios.
180
Id.
181
T. Gutiérrez Alea. “Donde menos se piensa salta el cazador… de brujas”, en G. Pogolotti,
op. cit., pp. 114-115.
413
Ibid., p. 115.
182
G. Pogolotti, op. cit., pp. 126-141; la cita, pp. 139-140 (cursivas del autor).
184
Ibid., p. 141 (cursivas del autor).
414
185
Sobre la historia de la revista Casa de las Américas, véase Idalia Morejón, Política y polémica
en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo, México, Ediciones de Edu-
cación y Cultura, 2010, y Claudia Gilman, “Casa de las Américas (1960-1971). Un esplendor en
dos tiempos”, en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, vol. II,
pp. 285-300. También es útil el libro colectivo Casa de las Américas. 1959-2009, La Habana, Casa
de las Américas, 2009.
186
I. Morejón, op. cit., pp. 61-65.
415
sus primeros integrantes estaban Katia Álvarez, Marcia Leiseca, Alberto Ro-
bayna, Catalina Álvarez, María Rosa Almendros y Manuel Corrales. Lisandro
Otero recuerda en los siguientes términos su encuentro con Haydée, que lle-
vó a una primera reflexión colectiva sobre cuáles podían ser las actividades
de la Casa:
187
Citado en I. Morejón, op. cit., p. 67, n. 28.
188
Citado en I. Morejón, op. cit., p. 66.
416
ción dio inicio a lo que después sería conocido con el nombre de Archivo de
la Palabra. El recuento sucinto de las actividades de este primer año puede
dar una idea de la actividad febril del equipo de Haydée Santamaría.189
En una conversación con Nadia Lie, Antón Arrufat recordaba en los siguien-
tes términos el inicio de dicha revista:
La idea nos vino por primera vez en una librería de viejo de La Habana, aquí en la
calle Monserrat. Yo entré y estaba allí Fausto Masó que era muy amigo mío. Era
muy amigo de Haydée Santamaría en la época en que Haydée Santamaría era ca-
tólica, porque Fausto Masó también era católico. Y entonces… él trabajaba en la
Casa de las Américas, y a él se le ocurrió hacer la revista. Me pidió que lo ayudara
a hacer la revista y nosotros fuimos a ver a Haydée Santamaría y le dijimos: “Mira,
nosotros queremos hacer una revista dedicada a la Casa de las Américas”. Y ella
nos dijo: “Oy[e], qué buena idea. Vamos a hacer la revista”. Y así fue.190
189
Para este recuento nos hemos basado en el libro citado de Idalia Morejón y en Casa de las
Américas. 1959-2009, pp. 19-30.
190
I. Morejón, op. cit., p. 76, n. 38. La autora recuerda que las memorias de Lisandro Otero
dan una versión diferente de la fundación de la revista: en ella, Casa de las Américas es resultado
de una idea colectiva y no aparecen los nombres de Arrufat y Masó.
191
Se trata, entre otros, de Fausto Masó, “La labor de la ‘Casa’”, Lunes de Revolución, núm.
90, 9 de enero de 1961, p. 11, y del número especial “Lunes de América”, Lunes de Revolución,
núm. 93, 6 de marzo de 1961. Sobre la relación entre ambos proyectos véase I. Morejón, op.
cit., pp. 79-82.
417
194
C. Gilman, op. cit., p. 289.
195
Desde el número 1, Haydée Santamaría aparece como directora; entre los números 1 a
4, Arrufat y Masó aparecen como responsables de la revista y secretarios de la revista. Tras el
418
exilio de Masó, en el número 5, Arrufat aparece como secretario de la revista, acompañado por
la primera versión del Consejo de Redacción, con la composición que hemos indicado arriba.
A partir del número 6, Arrufat firma como integrante de dicho Consejo, al que se suma la mis-
ma Santamaría. Entre los número 9 y 12, Pablo Armando Fernández, antiguo subdirector de
Lunes de Revolución, firma como secretario de redacción, pero deja el puesto por su traslado a
Londres, en donde trabajará como agregado cultural: será sustituido por Arrufat, quien ocupa
el puesto de secretario de redacción en los números 13-14.
196
Huberto Batis, “La revolución cubana y nuestros literatos”, <http://confabulario.eluniver-
sal.com.mx/la-revolucion-cubana-y-nuestros-literatos/>, recuperado el 4 de marzo de 2017, y
Juan José Arreola, “Por qué estoy con la revolución cubana”, Política, núm. 22, marzo de 1961,
pp. 3-4. Sobre la historia de Era, véase Valeria Añón, “Ediciones Era y Joaquín Mortiz: de los co-
mienzos al catálogo”, <http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.1919/ev.1919.
pdf>, recuperado el 4 de marzo de 2017. El número monográfico de la Revista de la Universidad
dedicado a la Revolución cubana fue el número 7, publicado en marzo de 1959, que incluye el
diario cubano de García Terrés y contribuciones de Enrique González Pedrero, Carlos Fuentes,
Manuel Portilla, Jorge Cabrera, Leopoldo Zea, Ernesto Mejía Sánchez, Augusto Monterroso y
Demetrio Aguilera, entre otros. Después del temor inicial, dicha revista continuaría por un
tiempo cubriendo las novedades culturales de la revolución: véase, por ejemplo, Waldo Frank,
“Llamado a América Hispana: la verdad esencial de Cuba”, núm. 4, diciembre de 1959, pp. 22-
419
24; “Ernest Hemingway nuevamente en Cuba”, ibid., p. 24; Julieta Campos, “La novela de la re-
volución cubana”, dibujos de Wilfredo Lam, núm. 9, mayo de 1961, pp. 6-7; Julio Le Riverend,
“Razón de Cuba”, núm. 10, junio de 1960, pp. 23-24. También daría espacio a temas cubanos,
como ocurrió con el texto de Julieta Campos sobre la obra de Alejo Carpentier, así como a
escritores de la isla (como Sergio Benvenuto) y de la red intelectual de Casa (como Sebastián
Salazar Bondy, asiduo colaborador, y David Viñas).
197
Para lo que sigue véase Roberto Fernández Retamar, “Ángel Rama y la Casa de las Améri-
cas”, Casa de las Américas, año XXXIV, núm. 192, julio-septiembre 1993, pp. 48-63.
420
198
Ibid., pp. 49-50 y n. 1, y Casa de las Américas. 1959-2009, p. 45.
199
Ese año marca el inicio del diálogo entre Ángel Rama y Darcy Ribeiro, tema que desarro-
llaré en un volumen que es continuación del presente.
200
Camila Henríquez Ureña, “Sobre la Colección Literatura Latinoamericana”, Casa de las
Américas, año VIII, núm. 45, noviembre-diciembre 1967, pp. 159-161.
421
201
“Nuestra respuesta”, Casa de las Américas, núm. 26, octubre-noviembre 1964, p. 2.
422
423
A través del presente libro hemos visto algunas historias que dan fe de la
compleja relación entre universidad y filología: hemos mostrado cómo la his-
toria de nuestra hermenéutica de lo literario pasa también por la historia de
los lugares en donde los filólogos trabajan, la historia de las diversas formas
de ganarse la vida, y por ello, también, la historia de las dificultades de buena
parte de nuestros filólogos para “sólo” dedicarse a leer. En el tránsito que va
de la muerte de Henríquez Ureña a la actividad cultural de Ángel Rama será
posible, durante breves instantes y en regiones muy específicas, que algunos
filólogos puedan vivir de su trabajo y den clases en universidades. El mismo
Rama participó brevemente de dicha oportunidad, y transitó entre las formas
periodísticas, que en el contexto de los años sesenta y setenta fueron el espa-
cio privilegiado para la producción de teoría, y formas más “especializadas”
propias de la argumentación académica.
En dicho contexto, los “Diez problemas para el novelista latinoamericano”
asumen que la teoría preocupada por la transformación de la realidad no
debe escribirse para los teóricos, sino que debe convocar a un diálogo en
donde la investigación se asume como forma de creación, y creación e inves-
tigación se alimentan mutuamente. La Revolución cubana, así, convocó a un
modelo alternativo de trabajo intelectual en donde la filología era presentada
como un saber con vocación pública y debía, por ello, ser discutida en espa-
cios accesibles a la población en general. Como vimos en el capítulo anterior,
esta voluntad democratizadora ya había llevado a Rama a plantear que la in-
vestigación contribuye en la construcción de la “literatura” que lee.
El diálogo al que convocó Rama no sólo involucraba a los letrados que se
dedicaban a crear o a investigar. Es resultado de la interpelación del “pueblo”
cuya historia hemos ido siguiendo en el presente capítulo: se trata de “enca-
recer la persistencia de una acción positiva a través o mediante las circuns-
tancias, aun adversas, de un determinado tiempo histórico: el de nuestras
vidas”.203 Dice Rama, recordando a Lope de Vega, que de lo que se trata es
de construir un arte nuevo de escribir en el tiempo, “un arte de escribir en el
tiempo, con el constante llover —dramático o manso— de ese tiempo vivo
en que el hombre se construye a sí mismo al construir un arte”.204 Y el tiempo
actual es el tiempo de las revoluciones, “el del sacudimiento, la remoción
desde las raíces”, un tiempo que se presenta a creadores y críticos como “ur-
gido, desgarrado, contradictorio”: “él genera la conciencia prístina de que
203
Id.
204
Id.
424
425
210
A. Reyes, El deslinde I, §1, p. 30 (cito siempre por la siguiente edición: “El deslinde”, en
Obras completas, t. XV, El deslinde. Apuntes para la teoría literaria, México, fce, 1963, pp. 17-422).
426
211
El deslinde I, §1, p. 31.
212
La frase citada viene de Alfonso Reyes, “La literatura y las otras artes”, en Obras com-
pletas, tomo XXI, Los siete sobre Deva. Ancorajes. Sirtes. Al yunque. A campo traviesa, México, fce,
1981, p. 258, que es el ensayo destinado a ampliar este aspecto verbal que es para Reyes ca-
racterizador de lo literario.
213
Ambas nociones provienen de la fenomenología de Husserl, puesta entonces en circu-
lación por el amigo de Reyes, José Gaos. Véase Alfonso Rangel Guerra, Las ideas literarias de
Alfonso Reyes, México, El Colegio de México, 1989, pp. 148-150.
214
El deslinde II, §11, p. 40.
215
El deslinde I, §12, p. 41.
216
El deslinde I, §11, p. 41.
217
El deslinde I, §23, p. 73.
427
218
El deslinde I, §11, p. 40.
219
Á. Rama, op. cit., p. 4.
220
Id.
428
221
Ibid., pp. 5 y 7.
222
Ibid., p. 6.
223
Ibid., p. 8.
429
430
226
Ibid., pp. 10 y 15-16. Dirá más adelante Rama, en el contexto de su discusión del sexto
problema: “No encuentro nada reprobable en esta actitud de interés crecido por las invencio-
nes narrativas de los autores extranjeros, y, al revés, encuentro peligrosa la censura de tipo es-
trechamente nacionalista que pretende establecer un cerco en cada país para que la nutrición
y formación de los escritores se haga de entrecasa, en un sistema autárquico. Eso no ocurrió
nunca en la historia de la cultura, y es afirmación probada por millares de ejemplos, que toda
gran creación literaria se sitúa en la encrucijada de una tradición nacional y una influencia
extranjera. Más aún, la más reciente, la más promisoria forma de la crítica literaria, la literatu-
ra comparada […], se sostiene justamente sobre este comprobado, reiterado fenómeno de la
interacción cultural. Agregaría yo aquí que en un coloquio internacional de Chile sobre inte-
gración cultural americana, debimos varios de los participantes, defender muy férreamente el
derecho de América (Latina) a establecer lazos con todas las culturas del mundo, y a utilizar los
sistemas filosóficos que prefiriera, así fueran esos ‘foráneos’ como se llama ahora al marxismo
(olvidando que igualmente ‘foráneo’ fue el liberalismo que nos dio la independencia política)
como para no adoptar una posición drástica, sin concesiones, en este punto de la apertura al
mundo total de la cultura”. Ibid., p. 26.
431
formaciones sociales del siglo xx han sido incapaces para construir un público
realmente representativo de las naciones latinoamericanas: hablando de ab-
solutos, los escritores en realidad se dirigen a su familia.227
Por esto, el esfuerzo por construir una literatura es paralelo del esfuerzo
por desarrollar dinámicas democratizadoras que permitan la apropiación de
los bienes culturales por parte de sectores de la sociedad tradicionalmente
excluidos, apropiación que no puede lograrse sin la consecución de la justicia
social: casi al final del ensayo, Rama dijo explícitamente que todo cambio so-
cial brusco conlleva una implícita ampliación del público lector, en la medida
que dicho cambio significa la irrupción de sectores o clases que habían sido
marginales hasta ese momento.228
Y sin embargo, a decir de Rama, las revoluciones no producen automática-
mente buena literatura: muchas veces, la buena literatura producida en épo-
cas revolucionarias es obra de los individuos y sectores sociales “derrotados”,
opuestos a las grandes transformaciones sociales, pues ellos “proporcionan
una literatura de signo romántico, marcada por una intensificación subjetiva,
que es testimonio de una doble agonía: la personal y la del mundo que ven
destruirse”.229 El noveno problema del ensayo, “La novela, género burgués”,
es un amplio ajuste de cuentas con las teorías mecanicistas que hacen depen-
der formas literarias de bases económicas: como dijimos arriba, las revolucio-
nes no conllevan automáticamente cierto tipo de creaciones. Formas creadas
para responder a situaciones específicas pueden transformarse libremente
para expresar realidades nuevas: el “género burgués” que nació en el mundo
estudiado por Groethuysen, Hauser y Lukacs hoy se abre al documentalismo,
a formas de reportaje casi directo, a la literatura testimonial y a la autobio-
grafía encubierta, al tiempo que descubre una forma exacerbada de experi-
mentar las vivencias personales que parecería propia de la poesía, así como
una cierta tendencia pedagógica, que va de la mano del deseo de explicarle
al lector las cosas que están ocurriendo en el mundo, de reflexionar sobre las
causas, consecuencias y razones de las transformaciones radicales.230
En el tratamiento que Rama hace de su cuarto problema, “El novelista y la
literatura nacional”, se hace evidente su aprovechamiento de las reflexiones
de Darcy Ribeiro. También aparecen explícitamente los planteamientos de
227
Ibid., p. 12.
228
Ibid., p. 39.
229
Id.
230
Ibid., p. 40.
432
Candido: “el novelista existe dentro de una literatura […]. Y por eso mismo
es heredero de una tradición y creador de tradiciones”.231 Ya sabemos por
Candido que una literatura es más que un conjunto de obras: remite a la di-
námica social que permite el sostenimiento y la recreación de tradiciones cul-
turales. Dicha dinámica es muy frágil en los espacios nacionales justamente
porque el subdesarrollo ha dificultado la integración de los distintos estratos
que componen a las sociedades americanas.
A decir de Rama, exceptuando espacios como Brasil (por su lengua), cier-
tos elementos de México (por la presencia integradora de la herencia indíge-
na, inadvertida la mayor parte del tiempo por los propios escritores) y Bue-
nos Aires (que no Argentina), las “literaturas nacionales” son muchas veces
inventos de los críticos e historiadores. Sin embargo, existen dinámicas de
amplia duración cuyas fronteras no coinciden con las del Estado nacional: “re-
giones” como el Tahuantinsuyo, con su poesía propia; como el Caribe, cuya
superposición de lenguas y culturas ha producido novelas como las de Alejo
Carpentier; como la comarca pampeana, que ha generado al gaucho, con una
cosmovisión y una literatura específicas.
Las dinámicas que alimentan dichas literaturas regionales se vinculan fun-
damentalmente con la tradición popular, que entra así en especial relación
con las tradiciones cultas y letradas emanadas de las ciudades con preten-
sión de hegemonía en los espacios del Estado nacional. Por ellas comienza la
constitución de la literatura latinoamericana como dinámica cultural inadver-
tida por los integrantes de estas élites desamparadas por su falta de contacto
con las realidades no letradas, su carencia de tradición nacional con la cual
dialogar, su deseo desesperado de reconocimiento por parte de los grandes
centros de cultura occidental y el uso consiguiente de dicha literatura como
“literatura nacional”.232
Esta dinámica permitió que Rama planteara la peculiar relación que los
literatos latinoamericanos tienen con sus “grandes maestros”, relación que
ocupa el sexto problema del ensayo que estamos comentando: el hecho mis-
terioso, milagroso de la vocación, ocurre en un contexto especial, que es tam-
bién el contexto de ciertas lecturas. Ello quiere decir que la dificultad de los
creadores para leerse a sí mismos más allá de los círculos estrechos de crea-
ción y consumo en que están acostumbrados a moverse tiene consecuencias
en la creación individual. Muchas veces las lecturas iniciáticas de los grandes
231
Ibid., pp. 13 y 14, para las citas explícitas de Candido.
232
Ibid., pp. 13-17.
433
233
Ibid., p. 26.
234
Ibid., pp. 26-27.
235
Ibid., p. 31.
434
236
Ibid., p. 29.
237
Ibid., p. 30. Más abajo, criticando “el repertorio de los llamados temas importantes”, dice
Rama: “Aparece así la convicción de que la expoliación de los hombres en las bananeras es, de
por sí, un tema importante, mientras que no lo es una historia de amor suburbano, por cuanto
esta revertiría a la subjetividad y la otra a la objetividad”, y señala cómo Lukacs, siguiendo di-
cho criterio, llegó a equivocarse tanto como para declarar que Madame Bovary, historia de una
pobre mujer provinciana con amores complicados, es inferior a novelas como El Noventa y Tres
o Napoleón el Pequeño de Victor Hugo.
238
Ibid., p. 32.
435
Hay una sensación que parece indesarraigable del hombre culto americano: la de
que habla, aplica, se manifiesta, existe, en un lenguaje que no ha inventado, y que,
por lo mismo, no le pertenece íntegramente. Esa sensación no rige, en cambio, en
el hombre común, especialmente en el hombre analfabeto cuyo único bien cultu-
ral es, justamente[,] el habla, lo que quizás nos permitiera retomar algunas de las
paradójicas, y por lo mismo, veraces afirmaciones de José Bergamín en su defen-
sa del alfabeto. El hombre culto sabe de la existencia de España, de la literatura
española, sabe sobre todo de la existencia de la Real Academia, conoce desde la
239
Ibid., p. 33.
240
Ibid., pp. 34-35.
436
241
Ibid., pp. 18-20.
242
Ibid., p. 22.
437
438
ción y, sobre todo, el encierro de las élites intelectuales en sus propias diná-
micas, de donde se deriva una especial relación con la lengua). De esa manera
los planteamientos de Rama invitaron a una observación política de la lengua
y sus usos en el marco de las creaciones culturales.
En directa continuidad con los planteamientos de Pedro Henríquez Ureña,
Rama insertó la historia de la literatura en la historia de los intelectuales, y
proyectó una visión crítica sobre dicha historia que denunciaba la represen-
tatividad limitada de este grupo social, que es trasunto de las relaciones con-
flictivas entre la ciudad y el campo, y ha llevado, en el caso latinoamericano,
a la construcción de una literatura en donde los creadores culturales son con-
sumidores casi únicos de sus propios productos. Retomando explícitamen-
te planteamientos de Candido, Rama también invitó a pensar una historia
de los públicos de la literatura, y a observar cómo en dicha historia pueden
emerger los contornos de una visión auténticamente política de los hechos
literarios. El correlato militante de estos planteamientos estuvo en la invita-
ción a construir relaciones más democráticas entre los grupos intelectuales
y los espacios sociales a los que ellos pertenecían, relación que podría llevar
a la creación de una literatura más poderosa al tiempo que a una mayor de-
mocratización de los bienes culturales. La centralidad del pueblo en la nueva
concepción de la cultura advertida por Ángel Rama en sus comentarios del
proceso cubano está simbolizada en esta invitación gracias a la cual el artista
reclama su posición de organizador.
Todos estos puntos se ofrecen como elementos de un programa de traba-
jo: Rama los presenta como esquemas, ideas, preguntas… En muy buena me-
dida, los debates de la filología latinoamericana de los años setenta girarán
en torno de ellos. Para ese entonces, Rama ya había roto relaciones con Cuba,
pero sus ideas serían reelaboradas en el programa de investigación de una
teoría literaria latinoamericana lanzado desde ese país por Roberto Fernán-
dez Retamar. Pero, como diría Michael Ende, ésa es otra historia y deberá ser
narrada en otra ocasión…
439
441
En los siguientes párrafos sigo el documento del Tribunal Permanente de los Pueblos,
2
Libre comercio, violencia, impunidad y derechos de los pueblos en México (2011-2014). Audiencia final.
Ciudad de México, 12-15 de noviembre de 2014. Sentencia, mecanocrito inédito, 114 pp.
442
una economía criminal que en México siempre tuvo relación estructural con
el Estado.3
Dicha economía criminal tiene un amplio rango de actividades: el tráfico
de drogas va de la mano del contrabando de armas, la trata de personas, la
explotación de migrantes y otras formas modernas de esclavitud. Ella opera
a partir de un uso constante de la corrupción y la violencia (México ha vivido
una escalada de esta última a partir de los años ochenta), lo mismo que de
un uso sistemático de formas de control territorial a través del terror que
son parte de la experiencia de países en guerra. En México esas formas de
control territorial comenzaron a ser ensayadas en regiones como Chiapas y
Guerrero para contener la organización popular. Allí los efectivos del ejército
aprendieron a matar, a torturar y a quebrar las subjetividades de las víctimas.
Allí se construyeron, importaron y aprendieron las tecnologías del terror que
luego tendrían un uso más amplio y disperso en las guerras por el territorio
libradas por los empresarios de la muerte y sus aliados en el Estado durante
la época neoliberal.4
Asimismo, como señala el Tribunal Permanente de los Pueblos, dicha eco-
nomía criminal coexiste en México con una difusa criminalidad económica,
operada por la delincuencia de cuello blanco, autora de delitos económicos
y administrativos vinculados a una amplia corrupción fiscal, una altísima tasa
de impunidad y una facilidad consiguiente para enriquecerse a partir de la
generación de trabajo precario. Dentro de ella también debe contarse esa
3
El narcotráfico inició en México como una empresa estatal durante el gobierno de Lázaro
Cárdenas y a petición expresa de los Estados Unidos, cuyas leyes prohibicionistas le impedían
generar en su propio territorio los opiáceos necesarios para consumo de sus soldados durante
la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces comenzó a trenzarse una relación estructural en-
tre las élites políticas regionales y la producción de estupefacientes, pues fueron los delegados
del partido de Estado los encargados de organizar dicha producción en sus propios territorios.
Dicha estructura productiva fue creciendo y complicándose en décadas posteriores y explica la
existencia de una difusa criminalidad económica que hace uso constante de la corrupción para
sostener negocios ilegales con el apoyo de estructuras estatales.
4
Para entender este asunto a detalle son muy recomendables los textos de Camilo Vicente
Ovalle, quien está escribiendo una historia de la violencia en México desde los años sesenta
hasta los años ochenta. Véase “El enemigo que acecha. La construcción del enemigo político
y la represión en México en la década de 1970”, en Igor Goicovic, Julio Pinto, Ivette Lozoya y
Claudio Pérez (coordinadores), Escrita con sangre. Historia de la violencia en América Latina, siglos
xix y xx, Santiago de Chile, Ceibo Ediciones, Universidad Academia de Humanismo Cristiano y
Universidad de Santiago de Chile, 2013, y “1968 y la larga noche de la contrainsurgencia”, Casa
del Tiempo, núm. 54, septiembre de 2018, pp. 5-9.
443
5
Véase Franz Hinkelammert, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, Costa Rica, dei, 1995.
444
6
Retomo aquí, desde una perspectiva más personal, la parte inicial de mi texto “El cuidado
de la palabra en tiempos de violencia expresiva. Reflexiones sobre los filólogos populares de
América Latina y sus prácticas de acción cultural”, alter/nativas. Latin American Cultural Studies
Journal, núm. 9, otoño de 2018 (aparecido en 2019), <https://alternativas.osu.edu/>, recupe-
rado el 2 de febrero de 2019. He desarrollado el tema en “Viñetas del cuidado de la palabra en
tiempos de violencia expresiva”, en Márgara Millán (ed.), Prefiguraciones de lo político, México,
fcpys-unam/Ediciones del Lirio, 2019, pp. 315-364. El lector interesado puede consultar los dos
textos para una ampliación del presente inciso.
7
Sobre este tema, véase Silvana Rabinovich, “Amor(alismo). Reflexiones en torno al rojo
amor que no se sonroja (o ética y política sin moralinas)”, <https://congresorepublicaamorosa.
wordpress.com/2012/03/23/ amoralismo-reflexiones-en-torno-al-rojo-amor-que-no-se-sonro-
ja-o-etica-y-politica-sin-moralinas-por-silvana-rabinovich>, recuperado el 6 de marzo de 2013.
8
Marcela Turati y Daniela Rea, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, Oaxa-
ca, Sur+, 2012, pp. 7 y 8.
445
tas políticas de de-subjetivación de los grupos en lucha, así como por la re-
cuperación de la experiencia de esa lucha en cuanto condición de posibilidad
ineludible para la creación de una cierta capacidad colectiva para actuar en la
historia. Dicha recuperación pasaba por la organización de un arte de contar
con compasión que intentaba enfrentar el terror por medio de la visibiliza-
ción de lo que el terror había invisibilizado. En esas formas de cuidado de la
palabra encuentro una clave para pensar el porvenir de la filología.
Convendría recordar las tesis de la pensadora argentino-brasileña Rita Lau-
ra Segato, quien a partir de sus visitas a Ciudad Juárez conceptualizó la ma-
nera en que las prácticas de violencia en el mundo contemporáneo tienen
una dimensión de “violencia expresiva”, no sólo material, relacionada con las
maneras en que la violencia se pone en escena en el espacio público y toma
forma de discurso con pretensiones de construir cierto tipo de efectos en
aquellos que sobreviven la violencia. Ello permite abordar el horror cotidia-
no de México desde un punto de vista distinto que lo vuelve analizable. Los
cuerpos hechos pedazos, los descabezados, los torturados, son, a decir de
Segato, cuerpos cuya muerte se ha escenificado en el espacio público para
tener una función ejemplarizante: cuerpos en los que se escribe un mensaje.
Dicho mensaje tiene que ver con la construcción de un efecto estético en
donde se teje una forma de relación social: su objeto es instalar el terror en el
conjunto de la población; infligir una derrota moral que quiebre la identidad
del grupo social que recibe el daño; educar a la sociedad en el ejercicio de la
anomia y el debilitamiento de la capacidad de empatía respecto de cuerpos
sufrientes, es decir, instalar el principio de la crueldad, que es fundamental para
que la gente aguante formas de vivir, trabajar y reproducirse cada vez más
indignas y precarias.9
En este sentido, Segato ha hablado de que en el ejercicio de dicha violen-
cia expresiva, la sociedad entera es educada en una suerte de “pedagogía de
la crueldad”, que nulifica la capacidad de empatía hacia el dolor ajeno, y con
ello prepara una cierta imposibilidad para reconocer el propio dolor como
algo que interpela y debería motivar a un cambio de vida.10 Para combatir el
horror es, por ello, necesario, recuperar la capacidad de compasión en cuan-
to lugar sensible de encuentro con la vida de los otros. En dicho encuentro
446
se construye lo que los pensadores que vienen de la lucha por los derechos
humanos han llamado, siguiendo a Gandhi, “fuerza moral”.11 En este sentido,
la recuperación de las experiencias de la dignidad en medio del horror pasa
también por la construcción colectiva de un nuevo lenguaje. Como escribie-
ron Marcela Turati y Daniela Rea en el libro citado:
Nuestro punto de partida fue que esta guerra no merece ser contada sólo desde
la sangre, desde la brutalidad, desde el sinsentido de los asesinos uniformados
y no uniformados. Merece ser contada desde la dignidad de los sobrevivientes,
desde las costuras invisibles del amor que se asoman entre las ruinas, desde las
personas sanadoras de almas, desde quienes se hicieron escuchar cuando salieron
a las calles a gritar su verdad en público, desde las que se organizan con la
inquietud de hacer algo.12
Sobre la categoría de “fuerza moral”, véase Pietro Ameglio, Gandhi y la desobediencia civil.
11
447
14
Ibid., pp. 15 y 9. Las últimas dos frases de la cita fueron tomadas por Laddaga de la obra
de Raymond Williams.
15
Podríamos decir, siguiendo a Daniel Inclán, Márgara Millán y Lucía Linsalata, que el espa-
cio abierto por este tipo de prácticas y juegos tiene un valor prefigurativo: anuncia la posibili-
dad de un conjunto de relaciones sociales diferentes a las de nuestro mundo. En ellas emerge
el mundo de la vida cualitativo y concreto que la teoría crítica ha descrito con el nombre de
“valor de uso”. Se trata de un espacio en donde emerge la posibilidad de encontrarse cara a
cara, cuerpo a cuerpo e historia a historia, y en donde se puede construir una pregunta respec-
to de la propia humanidad y la humanidad de los otros, sobre lo que es legítimo hacerle a un
ser humano y lo que no es legítimo. Daniel Inclán, Márgara Millán y Lucía Linsalata, “Apuesta
por el ‘valor de uso’: aproximación a la arquitectónica del pensamiento de Bolívar Echeverría”,
Íconos. Revista de Ciencias Sociales, Quito, núm. 42, 2012, p. 31.
16
Sobre el tema, véase Mina Lorena Navarro Trujillo, Luchas por lo común. Antagonismo social
contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México, Puebla y México, icsyh-buap y Bajo
Tierra-jra, 2015.
448
Cuento la experiencia de uno de esos espacios en R. Mondragón, “Un libro para resguar-
18
darnos”, Textos. Didáctica de la Lengua y la Literatura, núm. 83, enero-marzo de 2019, <https://
www.grao.com/es/producto/revista-textos-83-enero-19-perspectiva-sociocultural-en-la-didacti-
ca-de-la-lengua-y-la-literatura-tx083>, recuperado el 6 de febrero de 2019.
449
450
Archivos
Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica. Legajos “Pedro Henríquez Ure-
ña”, “Raimundo Lida” y “Arnaldo Orfila Reynal”.
Documentos inéditos
Entrevistas
Publicaciones periódicas
Ábside, 1937-1940.
Casa de las Américas, 1960-1964.
Lunes de Revolución, 1959-1961.
Marcha, 1947-1961.
Bibliografía citada
451
452
Aricó, José M. (ed.), Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México, Pa-
sado y Presente, 1979.
Arreola, Juan José, “Por qué estoy con la revolución cubana”, Política, núm. 22, marzo
de 1961, pp. 3-4.
Ascunce, José Ángel (comp.), Eugenio Ímaz. Hombre, obra, pensamiento, México, fce,
1990.
Auerbach, Erich, Dante. Poet of the Secular World, Ralph Manheim (trad.), Nueva York,
New York Review of Books, 2007.
—, Introduction aux études de philologie romane, Fráncfort, Vittorio Klostermann, 1965.
Azuela, Arturo, Antonio Cornejo Polar, Rafael Di Prisco, César Martínez Moreno, Car-
los Monsiváis, Carlos Montemayor, Ángel Rama, Gustavo Sainz y Saúl Sosnowski,
“¿Qué es y para qué sirve una revista literaria?”, Texto Crítico, vol. VII, núm. 20,
1981, pp. 105-126.
Bajtín, Mijail, “El problema de los géneros discursivos”, en Estética de la creación ver-
bal, Tatiana Bubnova (trad.), México, Siglo XXI, 1982, pp. 248-293.
Baptista Gumucio, Mariano, “Prólogo”, en Franz Tamayo, Obra escogida, Caracas, Bi-
blioteca Ayacucho, 1979, pp. ix-liv.
Barba, Eugenio, Teatro: soledad, oficio, rebeldía, México, Escenología, 1998.
Barcia, Pedro Luis, Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, Secretaría de
Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos-Universidad Nacional Pedro Henríquez
Ureña, 1994.
Barrenechea, Ana María, “En memoria de Raimundo Lida”, Revista Iberoamericana, vol.
XLVI, núm. 112-113, diciembre de 1980, pp. 517-521.
Barrera Enderle, Víctor, La mudanza incesante. Teoría y crítica literaria en Alfonso Reyes,
Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2002.
Barros Valero, Cristina, La carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas. Una contribución a
su análisis, México, ffyl-unam, 1978.
Barthes, Roland, El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980, México, Siglo XXI, 1983.
Bartra, Armando, Tomarse la libertad. La dialéctica en cuestión, México, Itaca, 2010.
Basadre, Jorge, Literatura inca, París, Desclée de Brouwer, 1938.
Batis, Huberto, “La revolución cubana y nuestros literatos”, Confabulario, suplemento
cultural de El Universal, en Internet: <http://confabulario.eluniversal.com.mx/la-re-
volucion-cubana-y-nuestros-literatos/>, recuperado el 4 de marzo de 2017.
Battista, Emiliano, “Los programas de ‘Linguística romance’ entre 1924 y 1946. El giro
dialectológico”, Boletín de la Sociedad Española de Historiografía Lingüística, núm. 8,
2012, pp. 119-141.
Beigel, Fernanda, El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos
Mariátegui, Buenos Aires, Biblos, 2003.
—, La epopeya de una generación y una revista. Las redes editoriales de José Carlos Mariáte-
gui en América Latina, Buenos Aires, Biblos, 2006.
Benítez Rojo, Antonio, La isla que se repite, Hanover, Del Norte, 1989.
453
454
Cabrera Infante, Guillermo, “Mordidas del caimán barbudo”, en Mea Cuba antes y des-
pués. Escritos políticos y literarios, Antoni Munné (ed. y pról.), Barcelona, Galaxia Gu-
tenberg, 2015, 513-553.
—, “Un mes lleno de lunes”, en Mea Cuba antes y después. Escritos políticos y literarios,
Antoni Munné (ed. y pról.), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2015, pp. 17-34.
—, “Una posición”, Lunes de Revolución, 23 de marzo de 1959, p. 1.
Camnitzer, Luis, New Art of Cuba, Austin, University of Texas Press, 1994.
Casa de las Américas. 1959-2009, La Habana, Casa de las Américas, 2009.
Castro, Fidel, Discursos e intervenciones del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, “Discur-
so pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, primer ministro del gobierno
revolucionario y secretario del pursc, como conclusión de las reuniones con los in-
telectuales cubanos, efectuadas en la Biblioteca Nacional el 16, 23 y 30 de junio de
1961”, en Internet: <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/eso/f300661e.
html>, recuperado el 27 de febrero de 2017.
Castro Leal, Antonio, “Prólogo”, en Luis G. Urbina, La vida literaria en México. La litera-
tura mexicana durante la guerra de Independencia, 3ª. ed., México, Porrúa, 1986, pp.
Cerutti Guldberg, Horacio, Filosofando y con el mazo dando, Madrid, Biblioteca Nueva,
2009.
—, Filosofar desde nuestra América. Ensayo problematizador de su “modus operandi”, Méxi-
co, Miguel Ángel Porrúa - unam, 2000.
Cervantes, Freja, “Colecciones y formación de gustos literarios en México”, Andamios,
vol. VI, núm. 12, 2009, pp. 279-298.
—, “El pájaro transmutado en piedra. La Colección Tezontle del Fondo de Cultura
Económica”, tesis inédita para optar al grado de Doctora en Letras, México, ffyl-
unam, 2019.
Cervera Salinas, Vicente, “Estudio preliminar. El daimon americano de Pedro Henrí-
quez Ureña”, en Pedro Henríquez Ureña, Historia cultural y literaria de la América
hispánica, V. Cervera Salinas (ed.), Madrid, Verbum, 2009, pp. XIII-CXXII.
Chanan, Michael, Cuban Cinema, Minneapolis-Londres, University of Minnesota Press,
2004.
Cheymol, Marc, “Miguel Ángel Asturias entre latinidad e indigenismo. Los viajes de
Prensa Latina y los seminarios de cultura maya en La Sorbona”, en Miguel Ángel
Asturias, París 1924-1933. Periodismo y creación literaria, Amos Segala (coord. de ed.
crít.), México, cnca, 1988, pp. 844-882.
Clark de Lara, Belem y Fernando Curiel (coords.), Filología mexicana, México, iifl-unam,
2001.
Clavigero, Francisco Javier, Historia antigua de México, 2 vols., Londres, Ackermann,
1826.
Colombi, Beatriz, “Alfonso Reyes entre las nuevas y las viejas artes”, en Liliana Wein-
berg (coord.). Estrategias del pensar. Ensayo y prosa de ideas en América Latina, Méxi-
co: cialc-unam, 2010.
455
456
457
El libro del consejo, Georges Raynaud, J. M. González de Mendoza y Miguel Ángel Astu-
rias (trad. y notas), Francisco Monterde (pról.), México, unam, 1939.
Escobar, Arturo, Antonio Cornejo Polar y otros, “Nueva narrativa y nueva crítica hispa-
noamericanas”, Textual, núm. 7, 1973, pp. 2-12.
Espino Relucé, Gonzalo, Adolfo Vienrich. La inclusión andina y la literatura quechua, Lima,
Universidad Ricardo Palma, 2004.
—, “Literatura inca (¿indígena?) como representación de la literatura peruana”, Letras,
núm. 105-106, 2003, pp. 109-125.
Ette, Ottmar, “La filología como ciencia de la vida. Un manifiesto para el año de las
humanidades”, en Sergio Ugalde Quintana y Ottmar Ette (comps.), La filología como
ciencia de la vida, México, uia, 2015, pp. 9-44.
Falla, Ricardo, Masacres de la selva, Guatemala, Universitaria, 1992.
Fernández, Estela, “Humanismo americano”, en Hugo E. Biagini y Arturo Andrés Roig
(eds.), Diccionario del pensamiento alternativo, Buenos Aires, Biblos, 2008.
Fernández Retamar, Roberto, “Ángel Rama y la Casa de las Américas”, Casa de las Amé-
ricas, año XXXIV, núm. 192, jul.-sep., 1993, pp. 48-63
—, Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Primera edición completa, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1995.
Ferreiro, Emilia, Alfabetización de niños y adultos. Textos escogidos, Pátzcuaro, crefal,
2007.
Fits, Dudley, “Pedro Henríquez Ureña, Literary Currents in Hispanic America”, College
English, vol. 8, núm. 6, 1947, p. 332.
Flo, Juan J. “¿Estética dogmática o estética no marxista?”, 10 de enero de 1964, en G.
Pogolotti (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Habana, Letras Cubanas, 2006, pp.
102-110.
Flores Galindo, Alberto, La agonía de Mariátegui, Lima, Desco, 1980.
—, Buscando un inca. Identidad y utopía en los Andes, 3a. ed., México, cnca, 1993.
Flores Galindo, Alberto y Manuel Burga, Apogeo y crisis de la República aristocrática,
Lima, Ediciones Rikchay Perú, 1981.
Fraga, Jorge, “Ambigüedad de la crítica y crítica de la ambigüedad”, 10 de enero de
1964, en G. Pogolotti (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Habana, Letras Cuba-
nas, 2006, pp. 5-42
—, “¿Cuántas culturas?”, en G. Pogolotti (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Haba-
na, Letras Cubanas, 2006, pp. 72-85.
Franco, Jean, Decadencia y caída de la Ciudad Letrada. La literatura latinoamericana du-
rante la Guerra Fría, Madrid, Debate, 2004.
Francovich, Guillermo, La filosofía en Bolivia, Buenos Aires, Losada, 1945.
Franqui, Carlos, Retrato de familia con Fidel, Barcelona, Seix Barral, 1981.
Freire, Paulo, La educación como práctica de la libertad, México, Siglo XXI, 1982.
—, La educación de los adultos como acción cultural. Proceso de la acción cultural. Introduc-
ción a su comprensión. Primera parte, Ginebra, s.e., 1969.
458
459
Garibay K., Ángel María, “Paralipómenos de Sahagún (III)”, Tlalocan, vol. II, núm. 3,
1947, pp. 249-254.
—, Poesía indígena de la altiplanicie, 7ª. ed., México, unam, 2014.
—, “Romántico náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, vol. V, 1965, pp. 9-14.
—, Supervivencias de cultura intelectual precolombina entre los otomíes de Huizquilucan,
México, Instituto Indigenista Interamericano, 1957.
—, “Tres poemas aztecas vertidos del náhuatl y anotados por Ángel María Garibay
K.”, Ábside, año 1, núm. 2, feb., 1937, pp. 11-23.
—, Veinte himnos sacros de los nahuas, México, unam, 1958.
—, Vida económica de Tenochtitlán. 1. Pochtecáyotl (arte de traficar), México, unam, 1961.
Gaos, José, Obras completas, t. III, Ideas de la filosofía (1938-1950 Antonio Zirión (ed.),
México, unam, 2003.
—, Obras completas, t. V, El pensamiento hispanoamericano. Antología del pensamiento de
lengua española en la edad contemporánea, México, unam, 1993.
—, Obras completas, t. VI, Pensamiento de lengua española. Pensamiento español, México,
unam, 1990.
—, Obras completas, t. VIII, Filosofía mexicana de nuestros días. En torno a la filosofía mexi-
cana. Sobre la filosofía y la cultura en México, México, unam, 1996.
García Borrero, Juan Antonio, “Zavattini, nuestro hombre en Italia”, en Internet:
<https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2010/04/24/zavattini-nues-
tro-hombre-en-italia-fragmento/>, recuperado el 17 de febrero de 2017.
García Buchaca, Edith, “Consideraciones sobre un manifiesto”, en G. Pogolotti (ed.),
Polémicas culturales de los 60, La Habana, Letras Cubanas, 2006, pp. 26-34.
—, La teoría de la superestructura. La literatura y el arte, La Habana, Ediciones del Con-
sejo Nacional de Cultura, 1961.
García Espinosa, Julio, “Galgos y podencos”, en G. Pogolotti, (ed.), Polémicas culturales
de los 60, La Habana, Letras Cubanas, 2006, pp. 86-94
—, “Vivir bajo la lluvia”, en G. Pogolotti (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Habana,
Letras Cubanas, 2006, pp. 9-13.
Garcilaso de la Vega, el Inca, Comentarios reales, Mercedes López-Baralt (ed.), Madrid,
Espasa, 2003.
Gerbaudo, Analía, “Funciones y sentidos de la Teoría literaria. Una conversación entre
Josefina Ludmer y Walter Mignolo”, Babedec. Revista del Centro de Estudios de Teoría y
Crítica Literaria, vol. 3, núm. 5, pp. 155-183.
Gerbi, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900, 2ª.
ed. corregida y aumentada, Antonio Alatorre (trad.), México, fce, 1982.
—, La naturaleza de las Indias Nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo,
Antonio Alatorre (trad.), México, fce, 1978.
Gilman, Claudia, “Casa de las Américas (1960-1971). Un esplendor en dos tiempos”,
en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, vol. II, pp.
285-300.
460
Gilman, Claudia, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en
América Latina, nueva edición ampliada, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.
—, “Política y cultura: Marcha a partir de los años sesenta”, Nuevo Texto Crítico, vol. VI,
núm. 11, primer semestre de 1993, pp. 153-186.
Girardi, Giulio, Fe en la revolución. Revolución en la cultura, Managua, Nueva Nicara-
gua-Monimbó, 1983.
Gómes, Miguel, “El ensayo enfermo: Alcides Arguedas y la raciología”, Cuadernos del
cilha, núm. 7-8, 2005-2006, pp. 7-24.
Gómez, Facundo, “Los primeros ensayos de Ángel Rama: inicios montevideanos de
una crítica latinoamericana”, Catedral Tomada: Revista de Crítica Literaria Latinoa-
mericana, vol. V, núm. 8, 2017, en Internet: <https://dialnet.unirioja.es/descarga/
articulo/6058417.pdf>, recuperado el 13 de marzo de 2017.
González Casanova, Pablo [padre], “Introducción”, en sus Cuentos indígenas, 2ª ed.,
México, unam, 1965, pp. xxvii-xxxiii.
—, “La educación del indio y los idiomas indígenas”, Universidad de México, tomo I,
nov., 1930-abr., 1931, pp. 21-24
—, “¿Tuvieron poetas los aztecas?”, Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y
Etnografía, tomo I, quinta época, pp. 325-328.
González Casanova, Pablo [hijo], “Proceso de análisis e investigación: autopercepción
intelectual de un proceso histórico”, en De la sociología del poder a la sociología
de la explotación. Pensar América Latina en el siglo xxi, Marcos Roitman Rosenmann
(comp.), Bogotá, clacso-Siglo del Hombre Editores, 2009, pp. 55-60.
González Luna, Efraín, “Acotaciones”, Ábside, año I, núm. 1, ene., 1937, pp. 7-13.
González Prada, Manuel, “Discurso en el Politeama”, en Ensayos. 1885-1916, Isabelle
Tauzin-Castellanos (ed. crít., introd. y notas), Lima, Universidad Ricardo Palma,
2009, pp. 53-58.
—, Nuestros indios”, en Ensayos. 1885-1916, Isabelle Tauzin-Castellanos (ed. crít., in-
trod. y notas), Lima, Universidad Ricardo Palma, 2009, pp. 231-243
González Sánchez, Ronel, “La obra poética de Delfín Prats”, La Jiribilla, año VI, dic.,
2007, en Internet: <http://epoca2.lajiribilla.cu/2007/n346_12/346_03.html>, re-
cuperado el 12 de marzo de 2017.
Gottwald, Norman, The Hebrew Bible. A Socio-Literary Introduction, Filadelfia, Fortress
Press, 1985.
Grases, Pedro, “La Biblioteca Americana (Londres, 1823)”, en Estudios sobre Andrés Be-
llo, Caracas/Barcelona/México, Seix Barral, 1981, t. II, pp. 318-328.
—, “Tres empresas periodísticas de Andrés Bello”, en Estudios sobre Andrés Bello, Cara-
cas-Barcelona-México, Seix Barral, 1981, t. II, pp. 307-314.
Guardia, J. M. y J. Wierzeyski, Grammaire de la langue latine, d’après la methode analyti-
que et historique, París, A. Durand et Pedone-Lauriel, 1876.
Guillermoprieto, Alma (coord.), 72 migrantes, México, Almadía-Frontera Press, 2011.
461
462
Hinkelammert, Franz, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, Costa Rica, Depar-
tamento Ecuménico de Investigaciones, 1995.
Hirschmann, Sarah, Gente y cuentos. ¿A quién pertenece la literatura? Las comunidades
encuentran su voz a través de los textos, Ricardo Piglia (pról.), México, fce, 2011.
Horcasitas, Fernando, “La narrativa oral náhuatl (1920-1970)”, Estudios de Cultura Ná-
huatl, núm. 13, 1978, pp. 179-209.
Howe, Linda, Transgression and Conformity: Cuban Writers and Artists after the Revolution,
Wisconsin, University of Wisconsin Press, 2004.
Husson, Jean-Philippe, “La poesía quechua prehispánica. Sus reglas. Sus categorías.
Sus temas. A través de los poemas transcritos por Waman Poma de Ayala”, Revista
de Crítica Literaria Latinoamericana, núm. 37, 1993, pp. 63-85.
Ímaz, Eugenio, El pensamiento de Dilthey, México, fce, 1946.
—, Introducción a la psicología y otros ensayos, Alfonso Reyes y José Gaos (ed. y pról.),
México, fce, 1951.
Inclán, Daniel, Márgara Millán y Lucía Linsalata, “Apuesta por el ‘valor de uso’: aproxi-
mación a la arquitectónica del pensamiento de Bolívar Echeverría”, Íconos. Revista
de Ciencias Sociales, Quito, núm. 42, 2012, pp. 19-32.
Illich, Iván, En el viñedo del texto, México, fce, 2002.
—, Obras reunidas, Javier Sicilia y Valentina Borremans (ed.), 2 vols., México, fce, 2006.
Institutiones Biblicae scholis accomodatae, 3 vols., Roma, Pontificio Instituto Biblico,
1929.
Jaksic, Iván, Andrés Bello. Scholarship and Nation-Building in Nineteenth-Century Hispanic
America, Nueva York, Cambridge University Press, 2001.
Jauss, Hans Robert, Historia de la literatura como provocación, Barcelona, Península,
1976.
Jiménez Leal, Osvaldo y Manuel Zayas (coords.), El caso PM. Cine, poder y censura, Ma-
drid, Hypermedia, 2014.
Jiménez Rueda, Julio, Historia jurídica de la Universidad, México, ffyl-unam, 1955.
Junco, Alfonso, “Entraña y defensa de la hispanidad”, Ábside, año IV, núm. 12, diciem-
bre de 1940, pp. 10-18.
Kaempfer, Álvaro, “Lastarria, Bello y Sarmiento en 1844: genocidio, historiografía y
proyecto nacional”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. 32, núms. 63-
64, 2006, pp. 9-24.
Kohan, Néstor, Marx en su (tercer) mundo. Hacia un socialismo no colonizado, Buenos
Aires, Biblos, 1998.
Krauze, Enrique, Daniel Cosío Villegas. Una biografía intelectual, México, fce-Mortiz,
1991.
—, “El crítico errante: Pedro Henríquez Ureña”, en P. Henríquez Ureña, Ensayos, J. L.
Abellán y A. M. Barrenechea (ed. coord.), Madrid-París-México-Buenos Aires-São
Paulo-Lima-San José-Santiago, ALLCA XX, 1998 (Archivos, 35), pp. 888-910.
463
“La política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexiones”, ciclo de re-
flexión coordinado por Desiderio Navarro, enero de 2007 a enero de 2009, en
Internet: <http://www.criterios.es/cicloquinqueniogris.htm>, recuperado el 12 de
mayo de 2017.
Laddaga, Reinaldo, Estéticas de la emergencia, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2006.
Ladefoged, Peter, Vowels and Consonants. An Introduction to the Sounds of Languages,
Massachusetts, Blackwell, 2001.
Las Casas, Bartolomé de, Apologética historia sumaria, Edmundo O’Gorman (ed.), 3
vols., México, unam, 1967.
Lara, Jesús, El monte de la myrrha, Cochabamba, Imprenta Rejas, 1923.
—, Guerrillero Inti, Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1971.
—, “Incidencias que promovió ‘Repete’”, El Duende, suplemento del diario La Patria,
año XXIV, núm. 607, 28 de agosto de 2016, pp. 7-8, en Internet: <http://lapa-
triaenlinea.com/?t=incidencias-que-promovia-repete¬a=266383#impresa>,
recuperado el 4 de febrero de 2017.
—, La poesía quechua, México, fce, 1947.
—, Ñancahuazu. Sueños, Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1969.
—, Ta’puy ja’yniy. Entrevistas, presentación y compilación de Luis Antezana J., Cocha-
bamba, Los Amigos del Libro, 1980.
León-Portilla, Miguel, “Estudio introductorio a los Cantares”, en Cantares mexicanos
I, Miguel León-Portilla (coord. ed.), México, unam-Fideicomiso Teixidor, 2011, pp.
151-295.
—, “Prólogo”, en Ángel María Garibay K., Historia de la literatura náhuatl, 3ª ed., Méxi-
co, Porrúa, 2007, pp. vii-xxxi.
—, Trece poetas del mundo azteca, México, unam, 1967.
León-Portilla, Miguel y Patrick Johansson K., Ángel María Garibay K. La rueda y el río,
México, iih-unam-Fideicomiso Teixidor-gm Editores-Espejo de Obsidiana, 2013.
Leslie, John Kenneth, “Pedro Henríquez Ureña, Literary Currents in Hispanic America”,
Hispanic American Historical Review, vol. 26, núm. 2, 1946, pp. 193-194.
Levinas, Emmanuel, Ética e infinito, Madrid, A. Machado Libros, 2000.
Lezama Lima, José, La expresión americana, Irlemar Chiampi (ed. crít.), México, fce,
1993.
Lida, Clara y Fernando Lida-García, “Raimundo Lida, filólogo y humanista peregrino”,
Prismas. Revista de Historia Intelectual, vol. XIII, núm. 1, 2009, en Internet: <http://www.
scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-04992009000100005>, re-
cuperado el 25 de enero de 2017.
Lida, Miranda, Años dorados en la cultura argentina. Los hermanos María Rosa y Raimundo
Lida y el Instituto de Filología antes del peronismo, México, El Colegio de México-Eu-
deba, 2016.
Lida, Raimundo, “Estilística. Un ensayo sobre Quevedo”, Sur, año 1, núm. 4, primave-
ra, 1931, pp. 163-172.
464
Lida, Raimundo, “La creación poética”, Cursos y conferencias, año V, vol. X, núm. 9, dic.,
1936, pp. 985-998.
—, “La obra literaria”, Megáfono, núm. 11, ago., 1933, pp. 6-8.
—, Letras hispánicas. Estudios, esquemas, primera reimpresión revisada, México, fce,
1981.
—, “Vossler y la historia de la lengua”, Cuadernos Americanos año VII, núm. 2, mar.-
abr.,1948, pp. 113-127.
Link, Daniel, “Los mil y un Barthes”, intervención en las VI Jornadas de Jóvenes In-
vestigadores en Literatura y Artes Comparadas “Roland Barthes: usos latinoameri-
canos”, Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos y Programa de Estudios
Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados, Universidad de Buenos Aires,
2 de diciembre de 2015, en Internet: < https://www.academia.edu/19291331/Da-
niel_Link._Roland_Barthes_modelo_2015_>, recuperado el 8 de febrero de 2017.
—, “Leer lo viviente: Roland Barthes y la filología”, intervención en la mesa “Ro-
land Barthes en Argentina: lecturas y actualidad”, Museo del Libro y de la Len-
gua, Buenos Aires, 20 de agosto de 2015, en Internet: <https://www.academia.
edu/14903951/Daniel_Link_Leer_lo_viviente_Roland_Barthes _y_la_filolog%C3%A-
Da_>, recuperado el 8 de febrero de 2017.
Lissorgues, Yvan, “Una polémica sobre la ‘Filosofía española’: José Miguel Guardia
contra Marcelino Menéndez y Pelayo”, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cer-
vantes, 2012, en Internet: <http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc-
ns1f2>, recuperado el 25 de enero de 2017.
Lledó, Emilio, Imágenes y palabras. Ensayos de humanidades, Madrid, Taurus, 1998.
López de Gómara, Francisco, Historia general de las Indias. Y Vida de Hernán Cortés, Jor-
ge Gurría Lacroix (ed.), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979.
Losada, Alejandro, Creación y praxis. La producción literaria como praxis social en Hispa-
noamérica y el Perú, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1976.
Lowth, Robert, Lectures on the Sacred Poetry of th Hebrews, Nueva York, Garland, 1815.
Luis, William, Lunes de Revolución. Literatura y cultura en los primeros años de la Revolu-
ción Cubana, Madrid, Verbum, 2003.
Mallon, Florencia, Campesino y nación. La construcción de México y Perú poscoloniales,
México, ciesas, 2003.
Mariaca, Guillermo. El poder de la palabra: ensayos sobre la modernidad de la crítica litera-
ria hispanoamericana, La Habana, Casa de las Américas, 1993.
Mariátegui, José Carlos, “Heterodoxia de la tradición”, en Literatura y estética, Mirla
Alcíbiades (pres., selec. y notas), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2006, pp. 114-117.
—, “Juan Manuel”, en Invitación a la vida heroica. Textos esenciales, Alberto Flores Galin-
do y Ricardo Portocarrero (ed.), 2ª ed., Lima, Fondo Editorial del Consejo del Perú,
2005, pp. 14-17.
—, “La imaginación y el progreso”, en Literatura y estética, Mirla Alcíbiades (pres., se-
lec. y notas), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2006, pp. 77-81.
465
466
Mazzotti, José Antonio, Coros mestizos del Inca Garcilaso. Resonancias andinas, Lima, fce,
1996.
—, “Heterogeneidad cultural y estudios coloniales: la prefiguración y la práctica de
una ruptura epistémica”, en Friedhelm Schmidt-Welle (ed.), Antonio Cornejo Polar y
los estudios latinoamericanos, Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Ibe-
roamericana, 2002, pp. 37-54.
Melis, Antonio, Leyendo Mariátegui,. 1967-1998, Lima, Biblioteca Amauta, 1999.
Mena, Miguel D. (ed.), Debates en Sur. 1940-1946, Santo Domingo, Ediciones Cielona-
ranja, 2010.
Méndez Plancarte, Gabriel, “Ábside”, Ábside, vol. I, núm. 1, ene., 1937, p. 5.
Messling, Markus, “Philologie et racisme. À propos de l’historicité dans les sciences
des langues et des textes”, Annales. Histoire, Sciences Sociales, año 67, núm. 1, 2012.
Miranda, Ricardo y Aurelio Tello, La música en Latinoamérica, México, Secretaría de
Relaciones Exteriores, 2011.
Mondragón, Rafael, “Al margen de Henríquez Ureña”, Andamios. Revista de Investiga-
ción Social, vol. 7, núm. 13, may.-ago., 2010, pp. 259-290.
—, “Antonio Cornejo Polar en su ‘Edad de Piedra’. La construcción de un arte de la
lectura (1963-1971)”, Cuadernos Americanos, vol. IV, núm. 158, 2017, pp. 101-121.
—, “El cuidado de la palabra en tiempos de violencia expresiva. Reflexiones sobre
los filólogos populares de América Latina y sus prácticas de acción cultural”, alter/
nativas. Latin American Cultural Studies Journal, núm. 9, otoño de 2018 (aparecido en
2019), en Internet: <https://alternativas.osu.edu/>, recuperado el 13 de marzo de
2017.
—, Filosofía y narración. Escolio a tres obras del exilio argentino de Francisco Bilbao (1858-
1864), México, unam, 2015.
—, “Francisco Bilbao y la formación de la prosa de ideas en nuestra América en el
siglo xix”, tesis inédita para optar al grado de Doctor en Letras, México, ffyl-unam,
2012.
—, “Gramática y revolución. Un comentario a la polémica filológica de 1844”, en
Cristina Gómez Álvarez, Josefina Mac Gregor Zárate y Mariana Ozuna Castañeda
(coords.), 1810, 1910: Reflexiones sobre dos procesos históricos. Memoria, México, ffyl-
unam, 2010, pp. 351-372.
—, “Historia de una silla de ruedas. Anna Chiappe y José Carlos Mariátegui: la política
del cuidado”, Sur+, en Internet: <http://surplusediciones.com/articulo/historia-
de-una-silla-de-ruedas>, recuperado el 13 de marzo de 2017.
—, “La grácil elocuencia de los gestos. El circo en Mariátegui”, Conjunto, núm. 139,
enero-marzo 2019.
—, “Nuestra filología, entre dos silencios (notas sobre la historia del saber filológico
latinoamericano y sobre su responsabilidad ciudadana)”, en Ottmar Ette y Sergio
Ugalde Quintana (coords.), La filología como ciencia de vida, México, uia, 2015, pp.
119-138.
467
468
Nova Ramírez, Víctor Erwin, “Arnaldo Orfila Reynal. El editor que marcó los cánones
de la edición latinoamericana”, tesis inédita para obtener el grado de Maestro en
Historiografía, México, uam-a, 2013.
Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (odhag), Guatemala Nun-
ca Más, 4 tomos, Guatemala, odhag, 1998.
Ortega, Julio, Françoise Perus, Saúl Sosnowski y Hernán Vidal, “Las revistas literarias
en América Latina y los márgenes de su libertad”, Texto Crítico, Xalapa, núm. 20,
1981, pp. 127-153.
Palazón, Gema, Memoria y escrituras de Nicaragua. Cultura y discurso testimonial en la
revolución sandinista, París, Publibook, 2010.
Palma, Ricardo, Tradiciones peruanas, Julio Ortega y Flor María Rodríguez-Arenas
(coord. ed. crít.), México, allca XX, Colección Archivos, 1993.
Panabiére, Louis, “Ábside: un ejemplo de inscripción y de dilatación de la conciencia
nacional por la cultura”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. II, núm. 6,
1981, pp. 106-130.
Paris, Robert, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Pasado y Pre-
sente, 1981.
Parra Triana, Clara María y Raúl Rodríguez Freire (comps.). Crítica literaria y teoría cul-
tural en América Latina. Para una antología del siglo xx, Valparaíso, Ediciones Univer-
sitarias de Valparaíso, 2015.
Paz, Octavio, “El águila, el jaguar, la virgen. Introducción a la historia del arte en Mé-
xico”, en Obras completas, vol. VII, Los privilegios de la vista II. Arte de México, 2ª. ed.,
México, fce-Círculo de Lectores, 1994, pp. 21-70.
Pérez Martínez, Herón, “Alfonso Méndez Plancarte, artífice del humanismo mexica-
no”, en Barbara Skinfill Nogal y Alberto Carrillo Cázares (coords.), Estudios michoa-
canos VIII, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, pp. 291-243.
“Perú, literatos sin literatura. Una entrevista con Peter Elmore por Abelardo Sánchez
León y Martín Paredes”, Quehacer, Lima, núm. 138, sept.-oct. 2002; disponible en
Internet: <http://www.desco.org.pe/node/3517>, recuperado el 13 de marzo de
2017.
Petit, Michèle, El arte de la lectura en tiempos de crisis, México, Océano, 2008.
—, Lecturas. Del espacio íntimo al espacio público, México, fce, 2001.
Petrović, Goran, La Mano de la Buena Fortuna, Dubravka Sužnjević (trad.), México, Sex-
to Piso, 2005.
Pianca, Marina, El teatro de nuestra América: un proyecto continental. 1959-1989, Minnea-
polis, Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1990.
Pistacchio, Romina, “La aporía descolonial. Una historia de la tradición crítica de la
crítica literaria latinoamericana”, tesis inédita para acceder al grado de Doctor of
Philosophy, New York University, septiembre de 2015.
Pogolotti, Graziella (ed.), Polémicas culturales de los 60, La Habana, Letras Cubanas,
2006.
469
Portoles, José, Medio siglo de filología española (1896-1952). Positivismo e idealismo, Ma-
drid, Cátedra, 1986.
Prats, Delfín, Lenguaje de mudos, Ronel González Sánchez (pról.), 4ª ed., Madrid, Be-
tania, 2013.
Programa de Investigación sobre el Cambio Social (P.I.Ca.So.), Pensar en voz alta. Notas
a la reunión del 7/4/95, Buenos Aires, Programa de Investigación sobre el Cambio
Social-Ediciones del Ciclo Básico Común, 1995.
Pulido Méndez, M. A., “Esquilo en México”, Ábside, vol. III, núm. 12, dic., 1939, pp.
37-43.
Quijano, Aníbal, “Colonialidad del poder y clasificación social”, Journal of World-Sys-
tem Research, vol. XI, núm. 2, 2000, pp. 342-386.
—, “El silencio y la escritura”, Quehacer, Lima, núm. 107, 1997, pp. 79-81.
Quijano, Mónica, “José María Vigil y la recuperación del pasado colonial en la primera
historia de la literatura mexicana”, Literatura Mexicana, vol. 26, núm. 1, 2015, pp.
65-82.
Rabinovich, Silvana, “Amor(alismo). Reflexiones en torno al rojo amor que no se
sonroja (o ética y política sin moralinas)”, 23 de marzo de 2012, en Internet:
<https://congresorepublicaamorosa.wordpress.com/2012/03/23/ amoralismo-refle
xiones-en-torno-al-rojo-amor-que-no-se-sonroja-o-etica-y-politica-sin-moralinas-
por-silvana-rabinovich/>, recuperado el 29 de enero de 2017.
—, “De memoria y ficción (reflexiones ético-literarias)”, en Alejandra Vigueras Ávila
(coord.), Jornadas Filológicas 2005. Memoria, México, iifl-unam, 2007, pp. 41-48.
—, “Fuego y ceniza: heteronomía de la lectura en Jacques Derrida”, en Esther Cohen
(ed.), Pasiones institucionales II, México, unam, 2007.
—, Interpretaciones de la heteronomía, México, unam, 2018.
Rafael, Vicente L., “The Cultures of Area Studies in the United States”, Social Text,
núm. 41, 1994, pp. 91-111.
Rama, Ángel, “Albert Camus”, Marcha, núm. 500, 21 de octubre de 1949, p. 15.
—, “Carlos, mi hermano mayor”, Cuadernos de Marcha, segunda época, año III, núm.
15, sept.-oct., 1981, pp. 79-83.
—, “Cultura y revolución (I). Los problemas educativos”. Marcha, núm. 1097, 23 de
febrero de 1962, p. 23.
—, “Cultura y revolución (II). La difusión de la cultura”, Marcha, núm. 1098, 2 de
marzo de 1962, p. 31.
—, “Cultura y revolución (III). Escasez y abundancia de libros”, Marcha, núm. 1099, 16
de marzo de 1962, p. 31.
—, “Cultura y revolución (IV). La libertad del escritor”, Marcha, núm. 1100, 23 de
marzo de 1962, p. 31.
—, “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, Casa de las Américas, núm. 26,
octubre-noviembre 1964, pp. 3-43.
—, La ciudad letrada, Hanover, Del Norte, 1983.
470
Rama, Ángel, “La construcción de una literatura”, Marcha, núm. 1041, 30 de diciem-
bre de 1962, pp. 24-26.
—, “La enseñanza de la literatura”, Marcha, núm. 1001, 18 de marzo de 1960, p. 21.
—, “La nueva crítica brasileña. Antonio Candido”, Marcha, núm. 998, 19 de febrero
de 1960 p. 23.
—, “Los caminos de la crítica I. Literatura y sociedad”, Marcha, núm. 1105, 4 de mayo
de 1962, pp. 30-31.
—, “Los caminos de la crítica literaria II. La sociología del conocimiento y las letras”,
Marcha, núm. 1106, 11 de mayo de 1962, pp. 30-31.
—, “Nueva política cultural cubana (III). Una campaña de reeducación”, Marcha, núm.
1548, 18 de junio de 1971, pp. 30-31.
—, “Nueva política cultural cubana (IV). Una autocrítica colectiva”, Marcha, núm.
1549, segunda sección, 25 de junio de 1971, pp. 12-13.
—, “Una nueva política cultural cubana (II). Cuba 1968”, Marcha, núm. 1547, 11 de
junio de 1971, pp. 30-31.
—, “Una nueva política cultural en Cuba”, Marcha, núm. 1546, 4 de junio de 1971,
pp. 30-31.
Ramírez Fierro, María del Rayo, “Vera Yamuni: filósofa del pensamiento de lengua
española”, Pensares y Quehaceres (México), núm. 3, 2006, pp. 19-29.
Ramírez Delgado, María, “La Biblioteca Americana y el Repertorio Americano. Una
propuesta de ideal social”, América. Cahiers du criccal, núm. 41, 2012, pp. 113-121.
Rangel Guerra, Alfonso, Las ideas literarias de Alfonso Reyes, México, El Colegio de Mé-
xico, 1989.
Real de Azúa, Carlos, Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, 2 vols., Montevi-
deo, Universidad de la República, 1964.
Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. XVI, núms. 31-32, monográfico sobre
teoría y crítica literaria latinoamericana, 1990.
Reyes, Alfonso, La constelación americana. Conversaciones de tres amigos, México, Archi-
vo de Alfonso Reyes, 1950
—, Obras completas, t. II, Visión de Anáhuac. Las vísperas de España. Calendario, México,
fce, 1956.
—, Obras completas, t. XIV, La experiencia literaria. Tres puntos de exegética literaria. Pági-
nas adicionales, México, fce, 1962.
—, Obras completas, t. XV, El deslinde. Apuntes para la teoría literaria, México, fce, 1963.
—, Obras completas, tomo XXI, Los siete sobre Deva. Ancorajes. Sirtes. Al yunque. A campo
traviesa, México, fce, 1981.
Reyes, Alfonso y Amado Alonso, Crónica parcial. Cartas de Alfonso Reyes y Amado Alonso,
1927-1952, Martha Elena Venier (pról. y ed.), México, El Colegio de México, 2008.
Reyes, Alfonso, Raimundo Lida y María Rosa Lida de Malkiel, Correspondencia, Serge I.
Zaïtzeff (ed.), México, El Colegio de México, 2009.
471
472
Rodríguez Monegal, Emir, “Una síntesis luminosa”, Marcha, núm. 402, 24 de octubre
de 1947, p. 15.
Roggiano, Alfredo, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, México, s. e. [Cultura],
1961.
Roig, Arturo Andrés, Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, México, fce, 1983.
—, El humanismo ecuatoriano en la segunda mitad del siglo xviii, dos volúmenes, Quito,
Banco Central del Ecuador - Corporación Editoria Nacional, 1984.
Rojas, Rafael, “Anatomía del entusiasmo. Cultura y Revolución en Cuba (1959-1971)”,
en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América latina, t. II, los ava-
tares de la “ciudad letrada” en el siglo xx, Carlos Altamirano (ed. vol.), Buenos Aires,
Katz, 2010, pp. 45-61.
—, La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio, México, fce, 2013.
—, Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano, Barcelona,
Anagrama, 2006.
Rojo, Grínor. De las más altas cumbres. Teoría crítica latinoamericana moderna (1876-
2006), Santiago, Lom, 2012.
Roldán, Dolores, Biografía de Ángel María Garibay. Revelador de la sublime cultura ná-
huatl, México, Orión, 1985.
Romero Pittaluga, Salvador, El nacimiento de los intelectuales en Bolivia, La Paz, Neftalí
Lorenzo E. Caraspas, 2009.
Ruiz, Ángeles, “Apéndice. Síntesis del expediente 820 del Archivo Histórico de la unam
/ Centro de Estudios Sobre la Universidad”, en Pedro Henríquez Ureña, Universidad
y educación, 3ª. ed., México, unam-ipn, 1987, pp. 123-151.
Ruiz Gaytán, Beatriz, Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y Letras, México,
Junta Mexicana de Investigaciones Históricas, 1954.
Ruiz Velasco Barba, Rodrigo, “A la caza de un enigma: el silencio de Ábside sobre la
guerra de España, 1937”, Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Guadalajara, 4 de ju-
nio de 2014, disponible en Internet: <http://www.arquidiocesisgdl.org/2014-6-4.
php>, recuperado el 25 de enero de 2017.
Said, Edward W., El mundo, el texto y el crítico, Madrid, Debate, 2004.
—, Humanismo y crítica democrática, Madrid, Debate, 2006.
—, Orientalismo, Barcelona, Debolsillo, 2007.
Sánchez Prado, Ignacio, “Canon interruptus: la Antología del Centenario en la encrucija-
da de 1910”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año 36, núm. 71, 2010, pp.
55-74.
—, Naciones intelectuales. Las fundaciones de la modernidad literaria mexicana (1917-
1959), West Lafayette, Purdue University Press, 2009 .
—, “The Pre-Columbian Past as a Project: Miguel León-Portilla and Hispanism”, en
Mabel Moraña (ed.), Ideologies of Hispanism, Nashville, Vanderbilt University Press,
2005, pp. 40-61.
473
474
475
476
Introducción
“…Un lugar llamado humanidad”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
La filología como saber sobre el vivir: hacia una perspectiva
latinoamericana.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Contribuciones para una historia crítica de las filologías del mundo.. . . 21
Un “comentario”: la filología como arte del cuidado, saber práctico
y corazón del conocimiento humanístico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
La noción de literatura en cuanto campo de batalla. . . . . . . . . . . . . . 35
Una constelación americana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
477
478
479
480
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 451
481
Impresión: digital