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Al morir Pirminiano (390), el cisma empezó a decaer; y, la Iglesia católica elevó su prestigio, sobre
todo con San Agustín, obispo de Hipona, que se puso al frente en la lucha contra el cisma, trabajando
para atraer a los cismáticos; pero, al ver la inutilidad de su mansedumbre, recurrió al emperador
Honorio, quien publicó un edicto de unión (405), por el que se aplicaban a los donatistas las mismas
penas que a los herejes. EI cisma donatista se solucionó en la Conferencia de Cartago (411),
restableciéndose la paz de la Iglesia del norte de África. Algunos donatistas no acataron las decisiones
de la Conferencia, y continuaron el cisma hasta la conquista de África por Justiniano (533).
2. EL ARRIANISMO
a. De la experiencia a la formulación dogmática del misterio trinitario
Jesús de Nazaret llevó a su cumplimiento la revelación del misterio de Dios; y lo hizo con «hechos y
palabras»; con un lenguaje vivo, ético-religioso y profético. Posteriormente la Iglesia procuró
inculturar el mensaje revelado, a fin de que los pueblos se acercaran a él; y la primera inculturación o
explicación se realizó en las categorías filosóficas griegas.
En el Nuevo Testamento se encuentran los primeros indicios de una «exposición teológica» de la fe,
sobre todo en San Pablo y en San Juan; después los cristianos iniciaron una explicación teológica
sistemática de la fe cristiana que no se ha concluido, sino que deberá progresar, al paso de las
diferentes Iglesias locales; pero siempre bajo la luz del magisterio de la Iglesia, a fin de colocar la
certeza de la única verdad, por encima de todas las opiniones divergentes entre sí. Esto se realiza
mediante la obra magisterial de la Iglesia, especialmente en las definiciones dogmáticas de los
Concilios ecuménicos.
La pregunta será siempre: ¿de qué modo las verdades reveladas se tradujeron, desde el sencillo
lenguaje del mensaje religioso de Jesús de Nazaret, a fórmulas teológicas concretas? La especulación
teológica se interesó primero por el misterio trinitario, y luego por el misterio cristológico porque,
mientras no se solventara el dogma trinitario, tampoco se podía solventar el dogma cristológico; no
se puede aceptar el misterio de Cristo, si previamente no se acepta el misterio de Dios, uno y trino.
Hoy, la Iglesia es consciente que el Dios revelado es Padre, Hijo y Espíritu Santo; pero no siempre fue
así. Se suele decir que el Padre se ha manifestado en el A.T. y su persona divina nunca ha sido objeto
de controversia; el Hijo se ha manifestado en el N.T., pero fue en el Concilio I de Nicea (325) cuando
fue definida su «consustancialidad» con el Padre; y el Espíritu Santo fue anunciado por Jesús, se
manifestó en los orígenes de la Iglesia y en su posterior desarrollo, pero su condición de tercera
Persona de la Trinidad no se definió como dogma hasta el Concilio I de Constantinopla (38l).
Ya hemos visto que los cristianos de los tres primeros siglos, tomando como punto de partida la
monarquía del Padre, tuvieron que explicar la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo; y ahí surgieron
distintas opiniones, unas ortodoxas y otras heréticas.
b. Arrio
Arrio, presbítero de Alejandría, nació en Libia (256), y se formó teológicamente con Luciano,
fundador de la Escuela de Antioquía. El patriarca Alejandro le encomendó la pastoral en la Iglesia de
Baucalis, de Alejandría, donde consiguió fama entre los fieles, por su ascetismo y sus cualidades de
orador. La doctrina teológica de Arrio giraba en torno a la unidad de Dios; y, tomando esta unidad
como fundamento, había que repensar lo demás. Dios es uno; el monoteísmo ya había sido
filosóficamente demostrado por los grandes filósofos de Grecia. Según Arrio, que en esto dependía
de la filosofía platónica, el Dios uno, trascendente y estable en sí, no tolera ni pluralidad en sí, ni una
relación o vinculación con la materia. Por tanto, si en el Dios que se revela existe alguna diferencia, es
decir, una distinción entre el Padre y el Hijo, esto no puede pertenecer al orden del Absoluto, sino al
orden de lo creatural.
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Arrio mantiene los términos, como Cristo es «Hijo de Dios», Cristo «es Dios», pero los interpreta en
un sentido restrictivo; Cristo es Dios, pero solamente en cierta medida, porque para él sólo el Padre
es «verdadero Dios». Arrio entiende la naturaleza del Logos como mediador de la creación según el
modelo del Demiurgo platónico, el intermediario entre Dios y el mundo material. El Logos es una
criatura plena, a imagen y semejanza del Dios invisible, pero no puede pertenecer al ámbito de lo
divino, sino al ámbito de la creación; y, por consiguiente, hubo un tiempo en el que el Logos no
existía. Él es la primera criatura, el instrumento, por el que todo ha sido creado. El Logos es resultado
de la libre, y no necesaria, decisión de la voluntad del Padre, no de la necesidad de su esencia.
Con estas teorías, Arrio radicalizaba el subordinacionismo, predominante en los Padres de la Iglesia de
los tres primeros siglos que en alguna manera «subordinaban» el Hijo al Padre; y de este modo la
doctrina arriana no constituía, a primera vista, una novedad, sino una continuación de la teología; y
parecía una explicación lógica porque, una identificación diferenciada del Hijo con el Padre le parecía
que conduciría necesariamente al atolladero del modalismo trinitario ya condenado por la Iglesia.
En el fondo, Arrío tampoco reconocía la humanidad de Cristo, pues el Logos para él no es Dios, sino el
alma del mundo que se une a un cuerpo, en cuanto que asume la carne, pero no se hace hombre,
sino que ocupa el puesto del alma humana en Jesús de Nazaret; es decir, Cristo no es Dios y hombre,
sino un ser intermedio.
c. El Concilio I de Nicea (325)
Para contrarrestar las doctrinas de Arrío, el patriarca Alejandro reunió un sínodo en Alejandría (321)
en el que participaron cien obispos de Egipto; y todos, menos dos, condenaron las doctrinas de Arrío.
Alejandro informó a los obispos orientales y al Papa sobre los errores de Arrío que huyó a Cesarea de
Palestina, donde fue bien recibido por el obispo Eusebio, el padre de la historia eclesiástica.
Desde Cesarea propagaba su doctrina a través de cartas; escribió un libro, Thalía, y compuso
canciones que se hicieron populares. Consiguió adeptos entre los obispos; Eusebio de Nicomedia lo
recibió en su casa y reunió un sínodo que absolvió a Arrío.
Después de su victoria sobre Licinio (324), Constantino se preocupó por la paz eclesial que se había
roto en Alejandría; envió a su asesor, Osio de Córdoba, con cartas para Alejandro y para Arrío; pero
Osio no consiguió ni la retractación de Arrío ni la paz; en vista de lo cual, aconsejó al emperador que
convocase un Concilio para resolver el problema.
Constantino aceptó el consejo de Osio y convocó un concilio universal, en el que participaran obispos
de todo el mundo. Hasta aquel momento habían existido muchos sínodos o concilios, pero sólo
habían tomado parte en ellos obispos de la región. Ahora se trataba de un concilio al que eran
convocados obispos de todo el mundo. Si Constantino era, desde su victoria sobre Licinio, emperador
único; ¿Qué cosa más conveniente y conforme con los designios del cielo que convocar a obispos de
todo el mundo para resolver un problema de tanta trascendencia como la divinidad de Jesucristo?
El Concilio de Nicea es reconocido por la Iglesia como el primer concilio ecuménico, aunque no reúne
las condiciones, según las normas del Derecho canónico actual, pues no fue convocado por el Papa,
sino por el emperador; pero el Papa aceptó y legitimó la convocación, imperial, enviando legados.
El emperador convocó obispos de Oriente y de Occidente; y para facilitarles el acceso a Nicea, puso a
su disposición la posta imperial. El Concilio I de Nicea es conocido como “concilio de los 318 Padres”,
que fueron asemejados a los 318 siervos de Abraham con los que rescató a Lot (Gén 14,14); pero en
realidad, tomaron parte en él unos 200 obispos, en su totalidad procedían de la Iglesia oriental; de la
Iglesia occidental sólo estuvieron Osio de Córdoba, dos presbíteros delegados del papa Silvestre,
Ceciliano de Cartago. Constantino prefirió celebrar el concilio en la pequeña ciudad de Nicea, donde
tenía él su palacio de verano, en una de cuyas aulas tuvieron lugar las sesiones conciliares. El concilio
se inauguró, con un discurso de Constantino, el 25 de mayo del año 325. No se sabe quien presidió el
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concilio porque no existen las actas, sino sólo sus resultados, es decir, el credo niceno y algunos
cánones disciplinares; pero es probable que la presidencia fue ocupada por Osio de Córdoba, porque
en las listas de los Padres de este Concilio figura en primer lugar; y después de él aparecen los
delegados del papa Silvestre.
d. El Hijo «consustancial» con el Padre
La Iglesia, siempre había sostenido que el Concilio de Nicea había tomado el Credo bautismal de la
Iglesia de Cesarea de Palestina como base para la formulación de la doctrina en torno a la divinidad
del Hijo; hoy se pone en duda; lo cierto es que las adiciones del concilio niceno van dirigidas contra la
doctrina de Arrío: «Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza
(homoousios) que el Padre”.
De este modo los enunciados sobre Jesús, como «Hijo de Dios», «Dios de Dios», «Primogénito de
todas las criaturas», que Arrío aceptaba, pero que interpretaba erróneamente, quedaban precisados
de tal modo que la doctrina de Arrio era condenada: la expresión «Hijo de Dios» quedaba clarificada
con la expresión «de la misma sustancia del Padre» (homoousios); y para eliminar ambigüedades
relativas a la dimensión creatural que Arrío atribuía al Hijo, se clarificaba así: «engendrado no crea-
do». De este modo se afirmaba que la procesión del Hijo respecto del Padre no es el resultado de un
acto libre de su voluntad, ni una «creación de la nada», sino algo que existe en Dios mismo desde la
eternidad. Y la expresión «Dios de Dios» que Arrío aceptaba, fue matizada: el Hijo es «Dios ver-
dadero de Dios verdadero»; así se afirmaba que el Hijo es Dios en sentido pleno.
El término homoousios, para significar que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, se
convirtió en el concepto clave, el santo y seña de la lucha de la fe verdadera contra la herejía arriana.
Según Atanasio, la posición de Osio fue determinante para la introducción de este término; y existen
motivos para suponer que ese término procede de la teología trinitaria de la Iglesia occidental.
Arrío tuvo facilidades para defender sus teorías; pero chocaron con la argumentación implacable de
Atanasio, diácono de Alejandría, que participó en el concilio en calidad de secretario del patriarca
Alejandro, y a quien sucedió en aquella sede patriarcal. La condena de Arrío como hereje fue
aceptada por todos los participantes en la asamblea conciliar, menos los obispos Segundo de
Ptolernaida y Tomás de Marmárica, que fueron desterrados junto con Arrio; Eusebio de Nicomedia
también simpatizaba con Arrío, y fue desterrado.
El Concilio de Nicea se ocupó del cisma de Melecio que había tenido dividida a la Iglesia de Egipto;
durante la persecución de Diocleciano, el obispo Pedro de Alejandría se ausentó de su sede; entonces
Melecio ocupó la silla alejandrina, pero el obispo Pedro lo excomulgó; y un sínodo de Alejandría en el
año 304, depuso Melecio; éste no se sometió y la Iglesia de Alejandría se dividió. El obispo Pedro
murió mártir el 311, y Melecio fue desterrado, el cisma duró hasta Nicea, que lo condenó.
Nicea promulgó cánones disciplinares. En uno de ellos se establecía la precedencia de las Iglesias de
Oriente: en primer lugar Alejandría, después Antioquía; y en tercer lugar, se reconocía a la
Iglesia-Madre de Jerusalén. En otros cánones se prohibió la ordenación de recién bautizados, de
eunucos, de quienes hubieran apostatado; se estableció la vida común de clérigos; se condenó la
usura; se estableció la fecha de la Pascua conforme a la tradición romana; y se encargó a la Igle sia de
Alejandría el cálculo de la fecha de la Pascua.
e. El arrianismo después de Nicea: Constantino y sus sucesores
Constancia, hermana de Constantino, protegió a Eusebio de Nicomedia; hizo que el emperador
levantara el destierro a los condenados en Nicea, de modo que en el año 328 ya estaban en sus
sedes. Los eusebianos emprendieron una campaña contra los defensores de la ortodoxia nicena, y
consiguieron la destitución de los obispos Eustacio de Antioquía y Marcelo de Ancira; y después, con
calumnias, consiguieron la destitución de San Atanasio, que fue desterrado a Tréveris (335); es el
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primero de los cinco destierros. Los eusebianos consiguieron la rehabilitación de Arrio; pero murió la
víspera de la fecha establecida para su readmisión en la comunidad alejandrina (336).
Al morir Constantino (337), sus hijos dieron un decreto por el que se permitía el regreso de los
obispos católicos que habían sido desterrados; Atanasio regresó. Eusebio y sus partidarios no se dan
por satisfechos y logran que Atanasio sea desterrado, esta vez a Roma (339), donde fue recibido con
admiración. Al año siguiente, los eusebianos apelaron al papa Julio (336-352) contra San Atanasio; en
el mismo año 340, el Papa reunió un sínodo en Roma, en el que San Atanasio, Marcelo de Ancira y
otros obispos y clérigos que habían sido destituidos por los arrianos, fueron rehabilitados.
Los eusebianos, bajo la presidencia del propio Eusebio que había logrado, contra los cánones, ser
trasladado a Constantinopla, se reunieron en un sínodo en Antioquía (341), en el que confirmaron la
destitución de San Atanasio; y redactaron cuatro fórmulas de fe, ortodoxas, aunque no hay en ellas la
palabra homoousios que, ya, se había convertido en el santo y seña de la fe de Nicea. Eusebio murió
el año (342) y le sucedió Macedonio en la sede de Constantinopla. Eusebio no había aceptado la
herejía de Arrio, sino que pertenecía a los semiarrianos, que simpatizaban con él.
En el año 343, el emperador Constancio, a pedido del papa Julio, convocó el concilio de Sárdica;
participaron 90 obispos occidentales y 80 orientales; pero éstos abandonaron el concilio, a pesar de
los esfuerzos de Osio de Córdoba, presidente del Concilio, por retenerlos. Los obispos occidentales
continuaron el concilio. Se examinaron las causas de San Atanasio y de Marcelo de Ancira, y se les
declaró inocentes; se dictaron cánones contra las injerencias de los obispos áulicos, sobre la
obligación de la residencia de los obispos. Este concilio, nunca ha sido reconocido como ecuménico.
f. Triunfo momentáneo del arrianismo
En el año 345, Constancio permite el regreso de San Atanasio a Alejandría, merced al influjo de su
hermano Constante, que favorecía a los católicos. Durante los años 346-350 cesaron las controversias
arrianas y reinó la paz en la Iglesia; pero en el año 350 Constante fue asesinado, y Constancio quedó
solo en el Imperio, y el arrianismo levantó su cabeza.
En el año 352 muere el papa Julio y le sucede Liberio 352-366. Al año siguiente, a instancias del nuevo
Papa, Constancio, convoca un sínodo para Arlés, que fue dominado por los obispos arrianos Ursacio y
Valente; en este sínodo se condenó a San Atanasio; se obligó a los obispos a firmar por la fuerza las
Actas del sínodo. Paulino de Tréveris, que se negó a firmar, fue desterrado. El papa Liberio protestó y
exigió la celebración de otro concilio en el que los Padres tuvieran garantizada la libertad.
El nuevo concilio fue en Milán (355); pero fue dominado por los obispos Ursacio y Valente, los cuales
consiguieron de nuevo la condena de San Atanasio; los Padres tuvieron que firmar las Actas a la
fuerza. Los que se negaron a firmar, fueron desterrados. También fueron desterrados el papa Liberio
a Berea (Macedonia), Osio de Córdoba, casi centenario, a Sirmio (Ilírico); y, al año siguiente (356), San
Atanasio es desterrado por tercera vez, y se refugió entre los monjes de la Tebaida (Egipto).
En el año 357 se reunió un concilio en Sirmio en el que los arrianos se dividieron en tres facciones:
arrianos extremistas; semiarrianos, que defienden que el Hijo es semejante al Padre según la
sustancia (homeousianos); y una facción intermedia que defendía que el Hijo es semejante al Padre
según las Escrituras, capitaneada por Acacio (acacianos).
g. Derrota definitiva del arrianismo
Después del Concilio de Sirmio (358), el papa Liberio regresó a Roma; algunos autores de los s. IV y V
insinúan que el papa Liberio tuvo que hacer algunas concesiones al emperador Constancio. Parece
que consintió en la destitución de San Atanasio.
Algo semejante ocurrió con el venerable obispo Osio de Córdoba. Los arrianos querían doblegar a
toda costa la firmeza de este campeón de la fe de Nicea, y airearon que lo habían conseguido; pero
las fuentes que lo afirman son sospechosas. Según San Atanasio, Osio no firmó ninguna fórmula de fe
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herética; pero habría aceptado la condena de San Atanasio: «cedió a los arrianos un instante, no
porque nos creyera a nosotros reos, sino por no haber podido soportar los golpes a causa de la vejez».
«Y, si bien es verdad que al fin, como anciano y débil de cuerpo, cedió por un momento a los arrianos
a causa de los golpes sin medida que sobre él descargaron, y de la conspiración contra sus parientes;
esto mismo demuestra la maldad de aquéllos, los cuales se esfuerzan en todas partes por hacer ver
que no son cristianos de verdad». Osio es venerado como santo por las Iglesias de Oriente.
Después del tercer concilio de Sirmio (358), Constancio quiso unificar la fe del Imperio, obligando a
los obispos a suscribir una fórmula de fe semiarriana. Por instigación de Ursacio y Valente, el
emperador convocó 2 concilios: uno en Rímini, para occidentales, y otro en Seleucia para orientales.
A los dos concilios se les propuso una misma fórmula de fe; una delegación de cada concilio firmó el
el año 359 esta fórmula, que no era herética, pero no empleaba la palabra homousios. El emperador
la impuso a todos los obispos; el papa Liberio y algunos otros obispos se negaron.
El año 361 murió el emperador Constancio, y le sucedió Juliano el Apóstata, que permitió el re greso
de los obispos desterrados. En París se celebró un sínodo que restableció la fe católica.
San Atanasio regresó a Alejandría el año 362, y presidió el Concilio de los Confesores, llamado así
porque en él tomaron parte veinte obispos que habían padecido por la fe; en él se definió la divinidad
del Espíritu Santo, y se condenó el apolinarismo, una herejía que toma su nombre de Apolinar de
Laodicea, quien por poner a salvo la divinidad del Hijo, puso en peligro su humanidad, pero murió en
paz con la Iglesia (395). Ante el éxito que había alcanzado San Atanasío, al regresar a Alejandría,
Juliano el Apóstata decretó su cuarto destierro; pero al morir Juliano, el nuevo emperador, Joviano, le
revocó el destierro.
Con la llegada del emperador Valente, que era arriano, el arrianismo dominó de nuevo la situación
eclesial en Oriente; y de nuevo quien había sido el portaestandarte de la fe católica martillo de
herejes, San Atanasio, fue desterrado por quinta y última vez.
El sínodo romano del año 369, presidido por San Dámaso, proclamó la consustancialidad del Hijo con
el Padre, y se definió la divinidad del Espíritu Santo. Y con la llegada de Graciano y Teodosio (379), la
fe de Nicea triunfó definitivamente.
h. Algunos cismas, consecuencia del arrianismo
Macedonio de Constantinopla, negó la divinidad del Espíritu Santo (Macedoníanismo), porque lo
consideraba inferior al Hijo, como el Hijo es inferior al Padre; esta herejía tuvo adeptos en Tracia y
Bitinia, se opusieron Atanasio, Basilio y Ambrosio.
En el año 360, el obispo de los arrianos fue depuesto por Juliano el apostata, pero en su lugar colocó
a otro arriano, de modo que en Antioquía existían tres obispos: Eustacio (católico), Melecio (arriano),
que conservó seguidores, y el nuevo obispo arriano. Este cisma obstaculizó la paz de la Iglesia
antioquena hasta el año 415.
En Constantinopla I (381) fue condenado el arrianismo; y con esta condena las Iglesias orientales se
libraron de esta plaga; pero no las occidentales, porque algunos obispos semiarrianos, evangelizaron
algunos pueblos bárbaros; y, por eso, cuando estos pueblos invadieron la parte occidental del
Imperio Romano, llevaron consigo sus creencias arrianas.
i. Efectos negativos y efectos positivos del arrianismo
El arrianismo no fue sólo una controversia teológica, sino algo muy complejo que, durante un siglo,
afectó a la vida de las comunidades cristianas, tanto por lo que se refiere a su vida interna como a sus
relaciones con el Estado, con efectos negativos y positivos.
Entre los efectos negativos cabe destacar los siguientes:
1) La cura pastoral fue abandonada por los Pastores, porque su tiempo lo empleaban en ir y venir a
los sínodos y concilios. Y, además, se sucedían obispos católicos y arrianos en una misma sede
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episcopal. Y todo esto acaecía cuando los paganos estaban entrando en masa en la Iglesia, a los que
se les debería haber prestado una atención especial.
2) Hubo una excesiva dependencia de los obispos respecto al poder del Estado; los recursos a la
autoridad imperial acabaron por convencer a ésta de que tenía poder para interferir en los asuntos
de la Iglesia, hasta el punto de que imponían fórmulas de fe, desterraban a los obispos.
3) Se inició un distanciamiento entre las Iglesias orientales y occidentales; en el Concilio de Sárdica ya
se produjo una división estos dos bloques episcopales.
4) El Primado romano se debilitó, pero al concluir la contienda, salió ganando, por las apelaciones de
los obispos orientales a la Sede de Pedro.
Pero estos efectos negativos tuvieron su contrapartida en una se rie de efectos positivos que
delimitaron ciertas actitudes fundamentales para la Iglesia del futuro:
1) La teología experimentó un progreso, debido a la necesidad de refutar una y otra vez las doctrinas
heréticas; estas contiendas hicieron emerger teólogos, como Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno,
Gregorio de Nisa, Hilario de Poitiers, y otros muchos.
2) Se clarificó la idea de comunión eclesial por los abusos y facilidad con que unos obispos
excomulgaban a otros.
3) Hubo obispos que dieron ejemplo de fortaleza: Atanasio de Alejandría, Osio de Córdoba, Basilio de
Cesarea de Capadocia, Hilario de Poitiers y otros.
4) El primado de Roma salió clarificado y fortalecido de la contienda arriana, como sucesor de Pedro;
autoridad en materia de fe; y, como árbitro y fuente de la comunión.
5) La fe del pueblo salió fortalecida. En Occidente, el pueblo creía que Cristo era Dios, sin distinción
de ninguna; en Oriente, los fieles también creían en la divinidad del Hijo.
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El Concilio de Nicea (325), a pesar de que centró sus trabajos en torno a la divinidad del Hijo, abrió un
cauce para profundizar en la teología del Espíritu Santo, especialmente cuando se dieron las
controversias, provocadas por Macedonio y Eunomio, que culminarán con la proclamación de la
persona divina del Espíritu Santo en Constantinopla I.
b. El Concilio I de Constantinopla (381)
En la última etapa del arrianismo, los obispos orientales habían pedido la celebración de un concilio
ecuménico para solucionar las controversias surgidas después de Nicea; pero no se celebró hasta el
año 381, por dificultades políticas.
El emperador Teodosio accedió, a los deseos de los obispos orientales; y convocó el concilio para el
año 381, por tanto, al no ser convocados los obispos occidentales, y por el modo como se
desarrollaron sus actividades, en principio este concilio no fue considerado como ecuménico, aunque
posteriormente se le reconoció este carácter.
Asistieron 150 obispos católicos, entre los cuales sobresalieron Melecio de Antioquía, Cirilo de Je-
rusalén, y los dos hermanos de Basilio: Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste. Asistieron también 36
obispos semiarrianos. El concilio fue presidido por Melecio de Antioquía, y al morir éste, le sucedió en
la presidencia Gregorio de Nacianzo.
c. Símbolo niceno-constantinopolitano
Quienes negaban la divinidad del Hijo, negaron la divinidad del Espíritu Santo. El Símbolo aprobado
en Constantinopla I se diferencia del Símbolo niceno en que se le han añadido algunas cláusulas
sobre el Espíritu Santo y su obra salvífica. Este segundo concilio ecuménico, al referirse al Espíritu
Santo, evitó la palabra homoousios, a fin de no cerrar el diálogo con los «macedonianos», pero
inútilmente porque éstos, después de rechazar esa palabra, se marcharon.
El concilio de constantinopla I definió la divinidad del Espíritu Santo con un lenguaje salvífico,
hablando de él como «Señor y dador de Vida»; que «procede del Padre»; y «es alabado y glorificado
a un tiempo con el Padre y con el Hijo»; y, a continuación, se enumeran las obras del Espíritu Santo:
«habló por los profetas», «perdón de los pecados», «resurrección de la carne», y «vida eterna». Estas
cláusulas, añadidas al Credo niceno, dieron como resultado el Credo níceno- constantinopolitano, que
no tuvo difusión hasta que el Concilio de Calcedonia (451) lo hizo suyo.
d. Cuestiones disciplinares
Gregorio Nacianceno ocupaba la sede de Constantinopla, pero no había sido canónicamente
designado porque había sido designado obispo de Nacianzo, ya que el canon 15 de Nicea prohibía el
traslado de los obispos de una sede a otra; no obstante, los Padres conciliares lo ratificaron,
apoyándose en el hecho de que él no había tomado posesión de la sede episcopal de Nacianzo, sino
que era coadjutor; Ahora bien, cuando llegaron los obispos egipcios, que no habían estado presentes
en la inauguración del concilio, se negaron a reconocer la validez de la designación de Gregorio
Nacianceno para la sede episcopal de Constantinopla; el papa San Dámaso tampoco aceptaba que se
trasladase a Constantinopla a un obispo procedente de otra sede. Ante esta oposición, Gregorio
renunció a la sede episcopal de Constantinopla, se despidió de los Padres y regresó a Nacianzo.
El canon 2. º delimitaba las circunscripciones de influencia para obispos de Alejandría, Antioquía,
Cesarea, Éfeso y Heraclea, y les prohibía entrometerse en los asuntos de las demás Iglesias.
El canon 3.º introducía una novedad en la precedencia de las Iglesias establecida en el Concilio de
Nicea (325), según el cual le correspondía el primer puesto a Alejandría, y el segundo Antioquía; y se
le reconocía a Jerusalén un honor por ser la Iglesia Madre. Pero el Concilio de Constantinopla le
reconocía al obispo de esta ciudad el primado de honor sobre las Iglesias orientales por ser la Nueva
Roma; este nuevo orden de precedencia de las Iglesias, aunque no atentaba contra el primado de
Roma, era importante, porque introducía un principio político en el orden de las sedes episcopales.
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El emperador Teodosio, a petición de los Padres conciliares, aprobó las decisiones del concilio por un
decreto del año 381. El papa San Dámaso aceptó las decisiones del concilio con la excepción del
canon 3.º, porque atenta contra los derechos adquiridos de Alejandría y Antioquía. El contenido de
este canon será introducido de nuevo en el canon 28 del Concilio de Calcedonia (45l), y aunque el
papa León Magno también lo rechazó, las Iglesias orientales acabaron por aceptarlo, incluida la
Iglesia de Alejandría que era la más perjudicada porque era relegada al segundo puesto entre las
Iglesias orientales.
El Concilio I de Constantinopla fue reconocido como ecuménico por la Iglesia occidental por sus
decisiones doctrinales contra los herejes y por su Credo; el papa Gregorio Magno (590-604) lo
enumera entre los concilios ecuménicos.
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TRABAJO
REALIZAR UNA SÍNTESIS DEL TEMA XIII: CISMAS Y HEREGIAS EN LA IGLESIA DEL SIGLO IV
Recomendaciones: La síntesis debe ser escrita en 4 páginas como máximo, con los márgenes
normales, tipo de letra calibri, N° 12 a espacio y medio. Fecha de entrega: jueves 25 de JUNIO.
1ro. Lee todo el texto e identifica el tema central: ¿A qué se refiere el texto?
2do. Lee otra vez el texto y analiza e interpreta cuál es la idea o ideas principales en los CUATRO
subtítulos.
3ro. ¿Cuál es tu valoración personal sobre todo el texto?
4to. ¿Cómo podrás aplicar en tu pastoral, este conocimiento de la Historia de la Iglesia?
Nota: En el trabajo de síntesis debes responder a las cuatro preguntas planteadas.
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