Está en la página 1de 3

Luz de agosto.

William Faulkner: Solos en el mundo


José Luis Alvarado

Todo hombre tiene el privilegio de


destruirse a sí mismo siempre que no haga daño a nadie,
siempre que viva para sí mismo y de sí mismo. Todo hombre
puede ser víctima y a la vez verdugo de sí mismo; sólo tiene que
situarse en el contexto idóneo, dejarlo vivir entre la intolerancia
y la incomunicación, solo, solo como un animal herido. Los
personajes de Luz de agosto (1932) son como animales heridos
que vagan por una calle sin fin, buscándose en su soledad bajo
la luz cegadora del estío, arañando e hiriendo a quienes
encuentran a su paso con el único propósito de seguir
sintiéndose vivos. William Faulkner (1897-1962) imaginó seres
que eran capaces de soportarlo todo, absolutamente todo, como
esa chica que emprende un viaje a pie desde Alabama hasta
Jefferson en busca del padre de su hijo, embarazada, contando
a cada cual con quien se encuentra su historia de mujer
abandonada sin que en sus palabras se halle una pizca de
compasión, sino con alegría, como si ese improbable encuentro
con el hombre que una vez la engañó sea la salvación de su
vida, de su familia.
Va preguntando por los caminos por un tal Lucas Burch. Le dijo
que iba a buscar trabajo y a poner una casa y que enseguida le
mandaría venir. Pero la chica está a punto de cumplir y nada
sabe de él, y decide no esperar más. Un día alguien le dice que
hay un muchacho llamado Burch, o Bunch, o algo así, que
trabaja en el aserradero de Jefferson. Y hasta allí llega y se
encuentra con un tipo llamado Bunch, y no Burch, que conoce al
tal Burch convertido ahora en un contrabandista de whisky que
se apellida Brown y que ha sido compañero de correrías de un
tal Joe Christmas, acusado del asesinato de una pobre
solterona que les dio cobijo a los dos.
De esta forma, a través de la figura de la chica, Lena, nos
adentramos en el profundo Sur, en un pueblo perdido en la
violencia y la apatía, en un pueblo racista que no quiere ser
amigo de los negros y que desprecia a los amigos de los negros,
como es ese tal Christmas, hombre blanco con sangre negra, o
al menos eso dice él, en un sitio donde nadie quiere saber de los
que tienen sangre negra, aunque sea tan blanco como el más
honorable de los ciudadanos de Jefferson.
Cuando creemos que la historia de la chica será el hilo
conductor de la novela, William Faulkner da un giro inesperado
a la trama e inventa una caja china que contiene la historia de
Christmas desde su infancia en un orfanato hasta que cumple
los 33 años en el aserradero de Jefferson, justo antes de que
mate a la mujer que le ha prestado su casa y su cuerpo.
Entonces nos damos cuenta que las víctimas se van
convirtiendo en verdugos a lo largo de los años, que hay un
aprendizaje duro en el duro Sur para aquellos que no se integran
en esa sociedad mezquina y conservadora donde nunca parece
suceder nada.
El paso de Christmas por el orfanato se viste de sombras
lúgubres y sórdidas, amenazadas por la culpa y la mezquindad,
hasta que encuentra a una familia que lo acoge: será entonces
cuando conoceremos el verdadero sentido del Sur, en esa
familia sin hijos que adopta a un niño para hacerlo a su imagen
y semejanza, para educarlo en el temor de Dios y el temor de los
hombres, que son malos por naturaleza.
El retrato de ese Sur descarnado es sobrecogedor: es el retrato
de la Biblia como arma de miedo y de fuego que marca a sus
hijos, a quienes se acercan a ella sin el debido respeto. Allí
Christmas se hará hombre, entre la tiranía de la religión y de
Dios, hasta que logra escapar con un golpe de violencia para
terminar vagando por una calle sin fin, solo, de ciudad en
ciudad, sin encontrar alguien a quien amar ni siquiera con quien
hablar, en el más profundo desarraigo.
William Faulkner no tiene piedad con sus personajes: todos
ellos están solos, todos ellos son enterrados en vida que no
pueden encontrar un rayo de luz ni de esperanza entre la
luminosa luz del Sur, ese Sur donde la gente es igual en todas
partes, donde las gentes llegan a inventar una y otra vez
historias sobre los otros: basta tener una idea, una sola y única
idea, y susurrarla a los oídos de los demás. Entonces ya estarás
marcado de por vida, entonces arrastrarás tu estigma allá a
donde vayas.
Hay muchos protagonistas en esta sórdida historia de Faulkner,
cada uno con su vida fatigosa al encuentro de la nada, pero el
auténtico protagonista de esta novela es ese ambiente cerrado,
pegajoso como melaza, iluminado por el fanatismo y los
prejuicios, que es el Sur herido por un derrota que no ha sabido
aceptar y que se revuelve contra los seres que no saben o no
quieren pasar por el aro de sus ancestrales costumbres
repulsivas.
Luz de agosto es una historia de negros donde apenas sale un
negro, una historia de extremada violencia donde apenas hay
algún momento de violencia: es como algo que se masca en el
aire, como si el viento que se arrastra a través de sus páginas
fuera un aura negra que entorpece los movimientos y las
mentes de sus protagonistas, fanatizados por una idea, una sola
idea para cada uno, que los convierte en seres fantasmales en
busca de un porvenir que ya se les negó antes de que nacieran,
irremisiblemente perdidos en el mundo.
Luz de agosto. William Faulkner. Alfaguara.

También podría gustarte