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“El dinero que no estaba”

Comentario a fallo, a propósito del “desistimiento voluntario” y de la “tentativa inidónea”

Horacio A. Carranza Tagle


Introducción
La sentencia que comentaré se dictó en la causa “Rodríguez”, el
7/09/2015 por la Sala 3 (integrada por los jueces Mario Magariños, Pablo Jantus
y Luis Niño) de la Cámara Nacional de Casación Criminal y Correccional 1.
Concretamente, mediante esta excusa, pretendo aquí abordar dos temas propios
del denominado iter criminis (“camino del delito”): el desistimiento voluntario y
la tentativa inidónea.

El hecho y la condena
El hecho del caso bajo examen ocurrió el 1 de marzo de 2014, de
noche, siendo aproximadamente las 21:45 hs., en la calle Sanabria 2930, sita en
la ciudad de Buenos Aires (pueden ver el lugar en Google Street View).
Concretamente, cuando, ya cansado, Maximiliano Ludueña estaba sacando la
basura a la vereda para luego cerrar el supermercado “Día”, del cual era
empleado, Rodolfo Rodríguez se le aproximó. Al notar su presencia, Ludueña
intentó apurarse para poner la puerta de rejas, siendo en ese momento
sorprendido por Rodríguez, quien ubicándose en el breve espacio existente
entre la reja de seguridad del supermercado y la puerta de dicho local, le
exhibió un cuchillo, indicándole que se trataba de un robo y le exigió que le
diera “la plata”, a lo que el interpelado le expresó que en ese momento no había
valores, dado que se guardaba todo en una caja fuerte, reiterando aquél su
exigencia (“dame la plata”) y obteniendo idéntica respuesta. Ante ello,
Rodríguez declinó su actitud, indicando a Ludueña que saliera junto a él. Toda
esta escena, a juicio de Ludueña, habría ocurrido en el lapso de quince
segundos. Tras ello, Rodríguez salió y cruzó a la vereda de enfrente para

1 Agradezco a la alumna Judith Gándara, quien me aportó esta resolución en su coloquio final.

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emprender la fuga, la que no pudo materializar dado que en ese momento
Ludueña advirtió que pasaba un móvil policial conducido por el Cabo Gustavo
Basterrex, a quien le dio aviso de lo ocurrido y le indicó al acusado como el
autor del hecho, procediéndose a su detención.
En su defensa material, el acusado Rodríguez señaló que desistió de
su plan ilícito por pensar en su familia y en las posibles consecuencias de su
obrar, por lo que se disculpó con el agredido, se dio vuelta, salió caminando,
cruzó la calle y, en tal situación, llegó un patrullero policial y lo detuvo. En
cambio, Ludueña negó tal expresión de disculpas y expresó que al salir, “justo
pasó un patrullero al que le hace señas, por lo que el patrullero frena y lo
detuvo”.
Al dictar sentencia, el tribunal de juicio tuvo por probado el hecho,
según la versión brindada por la víctima Ludueña (esto es, sin el pedido
postrero de disculpas, aducido por Rodríguez), y lo declaró autor penalmente
responsable del delito de robo con arma (por haber utilizado un cuchillo para
intentar asaltar al empleado del supermercado), en grado de tentativa (porque
dicho robo no logró consumarse) (arts. 42 y 166, inc. 2do., C.P.).
Ahora bien, en lo que aquí nos interesa, el mentado tribunal descartó
un desistimiento voluntario, ya que, pese a la no continuación en la comisión
hasta alcanzar la consumación del robo que se había comenzado a ejecutar por
parte del señor Rodríguez, fue la circunstancia de que el dinero objeto del
apoderamiento no se encontraba en el local sino que se había guardado en una
caja fuerte –conforme lo manifestó la víctima–, lo que determinó que el autor no
continuase con la ejecución del robo, razón por la cual esa interrupción en la
comisión del ilícito se debió a causas ajenas a la voluntad del autor (art. 42 C.P.).

La impugnación de la condena
El defensor de Rodríguez impugnó la condena mediante un recurso
de casación, en base a dos agravios. En primer lugar, sostuvo que el hecho
atribuido a su cliente se trató de un desistimiento voluntario del plan original

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de robo (art. 43 C.P.), reconocido por su defendido al ejercer su defensa
material. Ello así, porque la falta de consumación del delito planeado obedeció
a su propio designio, y no a circunstancias ajenas a la voluntad del autor. En
subsidio, sostuvo que el hecho a él endilgado se trató de una tentativa inidónea,
porque el dinero de la recaudación, objeto del intentado desapoderamiento,
había sido trasladado a una caja fuerte.
En Argentina, el autor de tentativa que desiste voluntariamente del
delito está exento de pena (art. 43 C.P.); en cambio, si ejecutó un delito
imposible, la pena a imponer tendrá como escala, en lo que aquí concierne, una
equivalente a la mitad de la prevista para la tentativa, el mínimo legal de la
especie de pena en cuestión (en el caso, 4 días de prisión - art. 96 C.P.), o –
finalmente- la impunidad (art. 44 C.P.). Por ello, el defensor eligió, como
planteo principal, uno que acarreaba la absolución de su defendido, y, sólo para
el caso de que dicho agravio no fuera acogido, expuso otro que implicaba una
pena más reducida que la impuesta por el tribunal de juicio.
Lo curioso del caso es que, como Uds. ya seguramente deben saber,
nuestro código penal argentino, en su parte general, es muy escueto, “dice muy
poco”. Es más, como ejemplo de esto, seguramente sus respectivos profesores
les habrán dicho que la ley penal no define qué se exige para que se dé por
“desistido voluntariamente” un delito, ni tampoco define qué se entiende por
“delito imposible”. Nada dice la ley al respecto. Por eso los jueces, en estos
temas, como en tantos otros, a fin de dar respuesta a las cuestiones planteadas,
acuden a los argumentos que la doctrina y la jurisprudencia brindan a fin de
interpretar ambos institutos. Eso, justamente, es lo que hicieron los que
resolvieron la casación planteada por el defensor de Rodríguez. Y hacia esos
argumentos ahora me dirijo.

La respuesta del tribunal de casación


El tribunal que resolvió la impugnación de la defensa, por mayoría,
(integrada por los jueces Magariños y Jantus), decidió no hacer lugar a los

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planteos de la defensa. Resumiré, a continuación, sus razones, y finalmente les
brindaré mi opinión sobre el asunto.

Voto de Magariños
Mario Magariños, quien votó en primer lugar, sostuvo que, para
saber si estamos ante un “desistimiento voluntario” (como pretende la defensa),
debemos, primero, examinar si se trata de un hecho desistible, y luego, de ser
ello así, ver si dicho desistimiento fue voluntario o involuntario.
En cuanto a lo primero, el aludido magistrado entiende que, para
que el hecho sea “desistible”, debe tratarse de una tentativa (ya sea acabada o
inacabada) aún no fracasada.
A modo de repaso, ya sabemos que, para que sea posible un
desistimiento, tiene que haber existido un comienzo de ejecución de un delito
determinado, una tentativa. Es que se desiste un delito intentado, y no algo que
ni siquiera se comenzó a ejecutar. En definitiva, si no hay un comienzo de
ejecución, no puede haber un desistimiento, un abandono del plan. No se
abandona lo que no se empezó a realizar.
A su vez, una tentativa es acabada o inacabada según que el autor
haya o no realizado todo lo que él había planeado para poder consumar el
delito propuesto. P.e., si el sujeto se propuso matar a su enemigo accionando
una bomba cuando aquél pasara sobre un puente, sólo habrá tentativa acabada
cuando el autor no sólo colocó la bomba en el lugar, y preparó el detonador,
sino también cuando lo accionó al ver pasar a su víctima. Y una tentativa es
fracasada cuando, después del comienzo de ejecución, se hace evidente para el
autor la inidoneidad de su empresa. Así, en el anterior ejemplo, ello ocurriría
cuando el autor advirtiera que la víctima simplemente decidió no salir a
caminar ese día.
Magariños, siguiendo a Günther Jakobs, remarca que, para ser
desistible, lo que el hecho comunica debe ser modificable. Si, en cambio, ya
estamos ante una comunicación cerrada, pasada, ya no cabrá el desistimiento.

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Es que con la tentativa, esto es, con el comienzo de ejecución, el autor ya
quebrantó la norma (pues emitió un comunicado a través del cual expresó que
ella no rige en el caso para él) y, en ese sentido, ya realizó un comportamiento
con significado prohibido. Para la no aplicación de la pena es requisito que el
desistimiento pueda anular la tentativa, y, para que ello sea posible,
necesariamente, debe tratarse de un hecho actual, de un hecho que pueda aún
ser modificado; o, dicho en otros términos, que el suceso pueda ser redefinido
en su significado perturbador.
“¿Por qué se tienen que ver así las cosas? Hay una sola explicación:
únicamente el presente se puede modificar: no cabe resucitar el pasado. Nadie
revoca el pasado. Una protesta contra una conducta situada en el pasado
constituye un genérico comportamiento posterior al hecho. Sólo en la medida
en que el autor domine todavía con seguridad…todos los riesgos generados por
encima del nivel permitido puede quedar completamente exento de pena
modificando –voluntariamente– la orientación de su conducta” (Jakobs, 1997:
330). Esto quiere decir que, sólo cuando el autor ha reservado una posibilidad
efectiva de retrotraer el significado (prohibido) de su comportamiento a lo
socialmente adecuado –al riesgo permitido–, será susceptible de ser desistida la
ejecución emprendida, pues sólo en tal hipótesis el autor podrá resignificar el
sentido de una comunicación ya contraria a la norma.
Luego, bajando al caso, Magariños sostuvo que Rodríguez, al
momento de abandonar la tentativa aún inacabada, había ya perdido su
influencia sobre el riesgo prohibido que introdujo con su actuar, y, por
consiguiente, su conducta había adquirido ya un significado perturbador
(opuesto al comunicado normativo), no modificable. En efecto, Rodríguez le
exigió a Ludueña el dinero de la recaudación del supermercado, pero, al
haberse trasladado el dinero de caja a otro lugar, se trató de una tentativa
fracasada, no desistible, porque el autor, debido a dicha circunstancia azarosa,
había ya perdido la influencia sobre el riesgo prohibido ya introducido.

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Por último, en cuanto al segundo agravio (subsidiario) de la defensa,
Magariños sostuvo, siguiendo a Jakobs, que tampoco hay tentativa inidónea
porque se trató de un comportamiento con plena significación de contrariedad
al comunicado normativo. Ello así, pues “el significado se entiende aquí como
posicionamiento del autor frente a la norma y no respecto de la presencia de un
bien existente de facto. La validez de la norma es condición para la existencia de
todos los bienes posibles; por tanto, en la protección de la validez de la norma
se contiene una protección generalizada de los bienes individuales con
independencia de la posibilidad concreta de la existencia de un bien” (Jakobs,
1997: 229, nota 20).

Voto de Jantus
A su turno, Pablo Jantus adhirió a la respuesta negativa brindada por
Magariños a ambas pretensiones casatorias.
A su vez, agregó, siguiendo a Zaffaroni – Alagia – Slokar, que el
presupuesto del desistimiento dependerá siempre de la inexistencia de
condiciones objetivas (la voluntad de un tercero o la autoridad o la ineficacia
objetiva del plan verificada ex post) que impidan o dificulten gravemente la
consumación, sin que sea relevante la motivación de la voluntad, ni los errores
que la pudieran condicionar mientras el desistimiento como hecho pueda ser
imputado como obra perteneciente al autor.
Y, de la mano de Roxin, Jantus señala que el desistimiento “consiste,
allí donde el autor podría aún causar el resultado, en una reversión consumada
(o, cuando menos, intentada) de la puesta en peligro. La tentativa fracasada no
permite el desistimiento, y “existe una tentativa fracasada cuando el autor
reconoce o, cuando menos, acepta que su objetivo se ha vuelto, en el marco del
concreto delito, inalcanzable”. Refiere que el que no puede continuar con su
plan de acción, ni renuncia ni vuelve atrás, porque se ubica en una situación
que desde su punto de vista parece inmodificable, como el que encuentra vacía

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la caja fuerte que ha abierto, a quien le falta cualquier posibilidad de cometer el
delito.
De la mano de Roxin, Jantus sostiene que, con relación a los casos en
que el autor ha encontrado bienes por debajo de lo que esperaba, existe
tentativa fracasada cuando el autor “...en los casos en que existe una voluntad
de apoderamiento genérica e indeterminada, no encuentra nada, o bien, en los
casos en los que existe un dolo dirigido al apoderamiento de unas cosas
determinadas, o de objetos de un determinado tipo, no encuentra cosas de esa
clase”.
Roxin “...expresa (p. 659) que se puede apreciar desistimiento
“solamente cuando el autor percibe la existencia de una posibilidad de
continuación que reconoce como adecuada para él y, pese a ello, se abstiene de
llevarla adelante…”. Aclara que “al menos hipotéticamente, casi siempre
existen otras posibilidades. Si su omisión constituyese desistimiento, la tentativa
fracasada no resultaría casi nunca posible. Por ello, sólo debe apreciarse un
desistimiento cuando exista base para ello en el hecho de que el autor haya
renunciado a un medio para continuar el hecho que a él le parecía adecuado…”.
A partir del referido marco conceptual, Jantus expresa que en
nuestro caso nos encontramos ante un supuesto de tentativa fracasada, puesto
que el ilícito se frustró, no por una decisión del autor de cesar en su plan
delictivo a pesar de que podía continuarlo, sino porque se encontró con que el
objetivo al que aspiraba no se podía concretar. Tampoco nos encontramos ante
un supuesto en el que el autor consideró el apoderamiento de cosas de menor
valor, porque de la reconstrucción histórica efectuada por el tribunal de grado
surge que lo que pretendía Rodríguez era el dinero del comercio, que no estaba
allí. Si hubiese considerado, entonces, tomar algún otro bien, como el teléfono
celular de Ludueña, tampoco era posible desistir del delito inicialmente puesto
en ejecución, en la medida que esa desviación del curso causal implicaba la
puesta en marcha de un nuevo suceso, con diferente perjudicado. Y nada
sugiere, ni siquiera la propia actividad del imputado, que le fuera indiferente el

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bien a sustraer, puesto que ni siquiera preguntó por algún otro objeto de valor.
Tampoco se probó que Rodríguez le hubiera pedido disculpas a la víctima (Si lo
hubiera hecho antes de enterarse de que no estaba el dinero, podría pensarse en
un desistimiento). Incluso, luego de enterado de que el dinero estaba en la caja
fuerte, persistió en el amedrentamiento contra Ludueña, al obligarlo a salir del
comercio.

Voto de Niño
Finalmente, el Dr. Luis F. Niño, luego de reseñar diferentes posturas
acerca de la categoría teórica que corresponde asignar al desistimiento
voluntario (causa de exención de la responsabilidad penal, causa personal de
exención de pena, causa de revocación de la relevancia típica del comienzo de
ejecución de la tentativa, o causa de modificación del hecho en todos los
escalones del delito, concretamente en la tipicidad y la culpabilidad), puso
especial énfasis en examinar la base fáctica tenida por acreditada. En este
sentido, remarcó la versión del imputado, en cuanto a que dijo haber desistido
de su plan ilícito por pensar en su familia y en las posibles consecuencias de su
obrar, por lo que se disculpó con el agredido, se dio vuelta, salió caminando,
cruzó la calle y, en tal situación, llegó un patrullero policial y lo detuvo;
Ludueña, por su parte, negó tal expresión de disculpas y expresó que al salir,
“justo pasó un patrullero al que le hace señas, por lo que el patrullero frena y lo
detuvo”. Luego, dicho magistrado agregó que, a estar a lo testimoniado por el
policía Basterrex, quien lo aprehendió, no fue la acción del particular ni la del
personal policial lo que detuvo el iter criminis, sino que Rodríguez había
comenzado a alejarse del lugar, cruzando la calle y marchando hacia la
intersección de Sanabria con Pedro Lozano, cuando pasó el móvil policial frente
al supermercado, recibiendo su dotación el relato de Ludueña, y procediendo a
perseguir y detener al primero de los nombrados. Agrega que Rodríguez podría
haber continuado con su plan de conseguir “plata” ingresando al interior del
negocio, y sustrayendo efectos personales de los empleados u otros efectos de

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valor del negocio, pues nada se ha acreditado en punto a que un particular o un
agente del control social formal hubiera podido interferir en ese posible tramo,
en el marco del obrar ilícito emprendido. Aquél y su defensa alegaron
remordimiento y consiguiente arrepentimiento. Un tercero observador se
inclinaría a pensar en la ira, desazón o disgusto sobre el curso de los
acontecimientos. Pero, en uno u otro caso, su retirada del lugar fue espontánea,
a juzgar por la prueba rendida en el debate y plasmada en el acta pertinente.
Por ello, Niño votó por absolver a Rodríguez del delito que se le enrostraba,
entendiendo que se trató de un desistimiento voluntario.

Mi opinión
1. En cuanto al examen del tipo objetivo (tentativa idónea, inidónea o
irreal), si el voto de la mayoría le da valor a la circunstancia consistente en que
el dinero que Rodríguez pretendió robar, ya no estaba allí, ¿por qué ahora dicho
dato ya no interesa al examinar si se trató o no de una tentativa inidónea? ¿Por
qué ahora, para dar respuesta a este interrogante simplemente basta con
examinar el plano del significado normativo de su conducta? Es más, con el
punto de vista defendido en el fallo, no concebimos la posible existencia de un
delito imposible, pues aún lo más descabellado (p.e., pretender matar a alguien
clavando alfileres a su foto) transmite, comunica, una clara contraposición a la
norma penal por parte del autor. Entonces, si la ley argentina distingue entre
“tentativa” (con una escala penal obligatoriamente más reducida que la del
delito consumado), y “delito imposible” (con menos pena aún que la tentativa,
o –incluso- con exención de pena) debemos apelar a una teoría que tome en
cuenta algo más que el mero significado de un hecho como comunicación
contraria a la norma, para sustentar dichas categorías, con distinto trato
punitivo, previstas en nuestro código penal.
En este sentido, si, teniendo como guía el principio de lesividad
(según el cual sólo merecen castigarse hechos que lesionen o pongan en peligro
un bien jurídico-penal), entendemos que la motivación normativa es sólo el

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medio empleado por el derecho penal para evitar conductas, cuya peligrosidad
sea advertida por el autor al momento de realizarlas (ex ante), un dato relevante
para justificar el distingo entre “tentativa”, “delito imposible con pena” y
“delito imposible sin pena”, puede ser el grado de peligro de dicha conducta
(Mir Puig, 2001: 10 y 11; El mismo, 2011: 346).
Así, según entiendo, para Mir Puig, en primer lugar, hay que
distinguir el momento en el que cabe llevar a cabo el juicio sobre el peligro (esto
es, sólo al momento de la conducta, ex ante, pues al momento del no resultado
lesivo –ex post- no hay peligro alguno), de otra cuestión distinta, a saber: la
amplitud o base que debe tener dicho juicio de peligro. Como decía, Mir Puig
propone retrotraer el juicio de peligro al momento del comienzo de ejecución de
la conducta (ex ante) (p.e., cuando extraigo el arma con la que luego apuntaré y
dispararé a mi enemigo), pero incluir en el juicio no sólo todos los datos que
percibe el autor al momento de su conducta, sino también los que luego se
descubrieron (ex post), y que una persona normal podría haber conocido ex ante
(o sea, al momento de la conducta), e indagar si con dicha base la conducta
resultaba peligrosa para un hombre - medio, prudente, como se postula para la
imputación objetiva de la consumación.
Concretamente, para dicho autor, si ex ante, esto es, retrotrayéndonos
a lo que examina al momento de la conducta un espectador objetivo situado en
el lugar del autor, carece de toda base la posible consumación del delito (por lo
cual el bien jurídico en juego no corrió riesgo alguno), estamos ante una
tentativa irreal o supersticiosa (p.e., querer matar a alguien dándole la mano),
esto es, un delito imposible sin pena, según nuestro C.P.. En cambio, estaremos
ante una tentativa inidónea o idónea si desde esta perspectiva la conducta era
peligrosa estadísticamente con relación a dicho bien jurídico, o sea, si se percibe
un aparente peligro concreto teniendo en cuenta lo que “generalmente” ocurre
al llevarse a cabo dicha conducta. Así, p.e., conducir un automóvil estando
alcoholizado genera un peligro estadístico de lesionar o matar a alguien.
Finalmente, para despejar esta última incógnita (esto es, si estamos –en

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definitiva- ante una tentativa idónea o inidónea –tentativa o delito imposible
con pena, según nuestro C.P.), debemos continuar dicho examen de la
conducta, teniendo en cuenta la perspectiva de un espectador objetivo, pero
ahora considerando todas las circunstancias que rodeaban el hecho, que se
conocieron luego de su acaecimiento (ex post), y que una persona normal habría
podido conocer ex ante. Si dicho peligro concreto se confirma, entonces existirá
una tentativa idónea (p.e., si la flecha dirigida hacia la víctima no dio en el
blanco, debido a una inesperada leve brisa que desvió su trayectoria, lo cual
nadie habría podido conocer ex ante); de lo contrario, esto es, si se descarta
dicho peligro concreto, estaremos ante una tentativa inidónea (p.e., la persona a
la que quería matar cuando durmiera en la cama, no estaba allí. Es que ello sí
podría haber sido conocido por alguien, ex ante) (Mir Puig, 2001: 8 a 10; El
mismo, 2011: 362 a 364; y en el mismo sentido, Roxin, 2017: 843 a 850).
Con este bagaje conceptual, examinemos nuestro caso. Ex ante,
generalmente, cuando alguien exige a mano armada, la entrega del dinero de
caja a un empleado de supermercado cuando ya está cerrando, de noche, existe
un claro peligro estadístico, abstracto, de consumar dicho atraco. Ahora bien,
cuando sumamos a nuestro juicio sobre el peligro de la conducta, el dato
consistente en que dicho dinero ya no estaba en la caja (lo cual era cognoscible
ex ante por alguien, p.e., el encargado del traslado de dicho dinero a la caja
fuerte), entonces dichos valores, tal como sucedió el hecho, no corrieron peligro
concreto alguno. Estamos, entonces, ante una clara tentativa inidónea de robo a
mano armada.
2. Por otra parte, en cuanto al tipo subjetivo (esto es, si se trató de un
desistimiento voluntario o involuntario), todo indica que el plan de Rodríguez
era conseguir “el dinero de la recaudación del supermercado”, y no
genéricamente “plata”, como sostiene el voto en minoría de Niño. Tan claro es
ello, que Ludueña, el mejor intérprete de las intenciones de Rodríguez (al ser
quien estaba allí, y veía a su agresor), contestó el pedido de Rodríguez teniendo
en cuenta específicamente esa pretensión concreta: dijo que la plata ya no

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estaba. Si hubiera interpretado por parte de Rodríguez una pretensión más
genérica e indeterminada de “plata”, le habría dado su reloj, o su celular, o
simplemente habría contestado otra cosa, o se habría resistido; y Rodríguez,
ante tal respuesta del empleado, habría especificado mejor su pretensión
(diciendo, p.e., “dame tu celular), y no simplemente limitarse a repetir su
petición genérica de “plata”, como hizo en el caso bajo análisis.
Ahora bien, ¿estamos ante un hecho ya pasado, irrevocable, y –por
ende- no desistible? Ello no se ve con toda claridad, pues a Rodríguez le
quedaba aún mucho por hacer para cerciorarse de que lo que le decía Ludueña
era o no verdad. Así, podría haberlo hecho ingresar a punta de pistola, y
haberlo obligado a que le abriera cada una de las cajas del supermercado. Y, sin
que nadie lo obligara (como dice el voto de Niño) no llevó a cabo dicho
chequeo. Se limitó –simplemente- a retirarse del lugar, ante la mera respuesta
negativa del empleado. Ilumina este punto de vista pensar en la solución que
habríamos dado al caso, si –efectivamente- la recaudación estaba en el
supermercado, y Ludueña hubiera mentido a Rodríguez al respecto. En este
caso, ¿no diríamos con total seguridad que estamos ante un desistimiento
voluntario? ¿Por qué, entonces, ahora dudamos en arribar a idéntica solución,
simplemente por la ausencia del dinero en las cajas? Por estas razones, pienso
que tiene razón el voto de la minoría: Rodríguez desistió voluntariamente de su
plan delictivo.

Por lo tanto, pienso que el tribunal de casación debería haber acogido


ambos planteos de la defensa, calificando el obrar de Rodríguez como
desistimiento voluntario de una tentativa inidónea de robo con arma.
Sin embargo, Rodríguez debería haber sido castigado por el delito ya
consumado durante el iter criminis, esto es, el de coacción agravada por el
empleo de armas (art. 149 ter, inc. 1ro., 1er. sup., C.P.), al haber empleado un
cuchillo para exigirle a Ludueña que le entregara el dinero de la caja.

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Bibliografía consultada:
Jakobs, G. (1997). El desistimiento como modificación del hecho.
Estudios de Derecho Penal. Madrid: Ed. Civitas S.A. pp. 325-345.
El mismo. Representación del autor e imputación objetiva, op. cit. pp.
223-240.
Mir Puig, S. (2011). Derecho Penal. Parte General, 9na. edición,
Barcelona: Reppertor.
El mismo (2001). Sobre la punibilidad de la tentativa inidónea en el
nuevo Código Penal, Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología (RECPC),
03-06.
Roxin, C. (2017). El fundamento del castigo de la tentativa idónea e
inidónea. Estudios de Derecho Penal. Homenaje al profesor Santiago Mir Puig.
Madrid: BdeF, pp. 843-854.

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