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1.- La Patrística.
La Teología Patrística tiene la finalidad de exponer con fidelidad el pensamiento de los
Padres de la Iglesia, para participar de la comprensión que ellos alcanzaron de los
misterios de la fe cristiana. Supone, en su punto de partida, el estudio atento del
vocabulario de los Padres, de los géneros literarios que adoptaron y del contexto
histórico en que vivieron. El gran escollo de la Teología Patrística es el anacronismo
doctrinal, que consiste en aplicar a la doctrina de los Padres nuestras propias
perspectivas, nuestras categorías e incluso nuestras sistematizaciones actuales.
Se comprende la importancia que tiene para la Teología esta primera inteligencia de la
fe, ya que la obra de los Padres es el testimonio de una tradición viva y vivificante,
cuyas riquezas han pasado a la vida y a la práctica de la Iglesia creyente y orante.
Encontramos también en los Padres un sentido pastoral, que se continua vislumbrando
con menor claridad en los doctores de la Edad Media.
La Teología Patrística no es una simple sistematización del pensamiento patrístico, sino
una verdadera Teología, ya que intenta comprender el misterio revelado y el designio de
Dios, tomando como fuente y como guía a los Padres de la Iglesia. A través de las
formas de expresión de los Padres, lo que se busca en definitiva es el único misterio de
Dios, y se acude al Magisterio de la Iglesia para determinar cuáles son los auténticos
testigos de la Palabra entre los doctores eclesiásticos,.
2.- La Patrología.
Desde el siglo XVII hasta el presente, la Liturgia ha sido concebida por los teólogos
principalmente como un lugar teológico, como un medio de conocer lo que enseña el
Magisterio ordinario de la Iglesia y lo que cree el pueblo cristiano, porque la Liturgia es
una expresión privilegiada de la fe de la Iglesia.
En sus diversos tratados, la Teología apelaba a la Liturgia como testigo de la Tradición,
para demostrar a los adversarios de la fe que la doctrina propuesta hoy por la Iglesia es
verdaderamente de origen apostólico, y también para recorrer con ella las etapas del
progreso dogmático. En este contexto visiblemente apologético, la Liturgia tenía sobre
todo la función de manifestar la continuidad orgánica de la fe católica, desde la edad
apostólica hasta nuestros días, y se la invocaba, como a la Escritura y a los Padres,
como argumento para establecer o confirmar esta continuidad. Este empleo legítimo de
la Liturgia no revela, sin embargo, todas sus riquezas, ni el sentido más profundo de esta
disciplina.
Una idea justa de la Teología Litúrgica supone necesariamente una noción justa de la
Liturgia; esta noción ha sido elaborada por el Vaticano II en su Constitución
correspondiente, en la que afirma que Cristo ha cumplido la obra de nuestra redención
por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los
muertos y su gloriosa ascensión. Enviado por el Padre, Cristo ha enviado a su vez a sus
apóstoles y les ha comunicado su Espíritu, no solamente para que anuncien este misterio
de salvación, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el
sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.
Para proseguir esta obra de salvación a través de los siglos, Cristo está siempre presente
a su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas. Está presente en el sacrificio de la
misa; está presente en su palabra; está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y
canta; por eso se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, en
ella los signos sensibles significan, cada uno a su manera, la santificación del hombre.
La Liturgia, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo que es la Iglesia, es la
acción sagrada por excelencia cuya eficacia no la iguala ninguna otra acción de la
Iglesia. Sin duda la Liturgia no es toda la actividad de la Iglesia, pero es la cumbre a la
cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo es la fuente de donde mana toda
su fuerza; por ello de la Liturgia mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se
obtiene con la máxima eficiencia aquella santificación de los hombres en Cristo, y
aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su
fin.
La Iglesia es la comunidad sagrada de fieles que reciben la Palabra y los sacramentos de
Cristo, y la Liturgia es el lugar privilegiado del encuentro entre Dios y su Iglesia. Su
función consiste no solamente en ofrecerle a Dios el culto que le es debido, sino
también hacer presente en medio de los hombres —bajo el velo de unos signos— el
misterio de salvación que los santifica. La Constitución subraya a este propósito que la
Liturgia es a la vez glorificación de Dios y santificación del hombre. La Liturgia es
también el medio concreto por el que se lleva a cabo y se prodigue la Historia de la
Salvación, el misterio de Cristo y el misterio de su Iglesia. Comprendida de este modo,
esta acción cultual es la contribución propia de la Liturgia a la comprensión de los
misterios de la revelación. La Teología Litúrgica es una disciplina teológica que tiene
por objeto el misterio de Cristo viviente en la Iglesia, y el misterio de la Iglesia viviente
en Cristo. La Teología Litúrgica considera este misterio en cuanto que está presente en
la acción cultual de la Iglesia durante el curso de los siglos, esforzándose por tener una
inteligencia más viva del mismo. Es una reflexión metódica sobre la acción salvífica de
Dios en el mundo, por Cristo y su Iglesia, y sobre la vuelta del hombre a Dios bajo el
velo de los signos que lo santifican. Auténtica teología, tiene un momento positivo en el
que toma posesión del dato litúrgico por medio de la Filosofía, de la Historia, de la
Arqueología, y otro momento de reflexión sistemática sobre ese dato. La Teología
Litúrgica no es, pues, simplemente, historia de los ritos y de las rúbricas; es auténtica
inteligencia del objeto de fe, en cuanto que es el misterio mismo de la salvación, en acto
de cumplimiento a través de los siglos. La Teología de los Sacramentos, por
consiguiente, es el lugar privilegiado de la Litúrgica.
El Concilio ha subrayado la importancia de esta reflexión teológica, elevando a la
Liturgia al rango de disciplina principal en las facultades de Teología, y ha
recomendado que la enseñanza de la Liturgia se haga bajo el aspecto teológico e
histórico, así como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico.