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Educar es frustrar

Maria Jose Salas


25 abr 2013 2:46 PM

Pediatra de larga trayectoria y especialista en relaciones familiares, el francés Aldo


Naouri (75) es todo un referente a la hora de hablar de crianza. Autor del libro Padres
permisivos, niños tiranos, desde hace años viene diciendo que es urgente que los padres
entiendan que educar es frustrar. A punto de lanzar un nuevo libro, desde París señala:
"Si a un niño no le doy lo que me pide, va a tratar de obtenerlo por sí mismo y se
esforzará. El esfuerzo es la vida y el no esfuerzo es la muerte".

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Paula 1120. Sábado 27 de abril 2013.

Hace 10 años Aldo Naouri se jubiló como pediatra, pero sigue siendo consultado
permanentemente. No exactamente sobre resfríos, sino sobre crianza, su especialidad
junto con las relaciones familiares. Ha publicado una quincena de libros sobre este
tema. Los más conocidos: Educar a nuestros hijos, una tarea urgente; Padres permisivos,
niños tiranos y Madres e hijas. Recientemente publicó en Francia uno más: Prendre la
vie à pleines mains (Tomar la vida a manos llenas), de entrevistas conducidas por
Émilie Lanez. En todas estas publicaciones, Naouri hace un llamado urgente contra lo
que define el abandono de la educación y enfatiza que la base de ella es la frustración.

Hijo de una madre analfabeta y viuda, que fue expulsada junto a su prole desde su Libia
natal hacia Argelia durante la II Guerra Mundial, Naouri estudió Medicina en París y
ejerció como pediatra por más de 40 años en el distrito 13, uno de los más populares de
la capital francesa.

"Debo de haber seguido unas veinte mil familias durante mi carrera, y ejercí durante
bastante tiempo para comprobar los resultados, ya que al final cerca de 70% de mi
clientela estaba compuesta por mis antiguos bebés", señala en su departamento, el
mismo donde tenía su consulta antes de jubilar. Pese a las actividades promocionales
por su nuevo libro, se da tiempo de explicar los conceptos básicos de su pensamiento,
entre los que se cuenta la distinción clara de los roles parentales, porque Naouri se
opone a la supresión de las diferencias entre la madre y el padre. "Soy partidario de la
lucha contra las desigualdades, pero me rehúso a que se supriman las diferencias.
Porque hay una diferencia fundamental que interviene en toda la aventura humana:
todos, hombres y mujeres, fuimos llevados en el vientre de una madre, y no de un
padre", señala.

Para este orgulloso padre de tres hijos poco importa que el papá se ocupe de todo o no
haga nada, su rol esencial es el de establecer "la primera de todas las frustraciones, la
que facilita todo el trabajo por venir: debe insistir en hacer de la madre su mujer. Es
decir, devolver a la madre a su femineidad, para decirle 'no te dejaré ahogarte en el
abismo de la maternidad. Eres también una mujer'. Una mujer que se convierte en
madre encuentra un placer tal en la maternidad, que puede desconectarse totalmente y
nunca más necesitar a un hombre, porque le gustaría prolongar artificialmente la dicha
que sentía durante el embarazo. Cuando un padre le quita su mujer al niño para llevarla
de vuelta a su femineidad, lo frustra de la total disponibilidad de la madre. Si se
satisface esta primera condición, todo el resto vendrá fácilmente."

"La primera de todas las frustraciones que experimenta el niño y la que facilita todo el
trabajo por venir, es la del padre, que hace de la madre su mujer. Cuando un padre le
quita su mujer al niño para llevarla de vuelta a su femineidad, lo frustra de la total
disponibilidad de la madre. Si se satisface esta primera condición, todo el resto vendrá
fácilmente".

Pero hoy hay muchas familias sin un padre presente.

Totalmente cierto. Entonces intervienen cantidades de hechos que van a aportar un poco
de "padre" en la vida de la madre, no en el plano sexual, sino en el de una realidad en la
que va a enfrentarse a obligaciones que la sacan de la preocupación total del niño.
Quizás debe retomar el trabajo, u ocuparse de su madre enferma... ya no puede
dedicarse ciento por ciento a la maternidad. El ideal es la relación que pasa por el sexo
con un hombre, pero de todos modos va a enfrentarse a límites en un momento u otro.

En mi práctica me encontré con patologías al respecto, con madres que reivindicaban la


dedicación exclusiva al niño. Una madre está extremadamente expuesta a la locura
materna, y todo ello por la angustia de hacer las cosas mal y por el temor de no ser
amada. A las dos cosas respondo de manera muy clara: aunque se las arregle para hacer
lo máximo, siempre hará algo mal; aunque sea la peor madre, está condenada a ser
amada por su hijo. Así es que la seducción no tiene que ser una preocupación.

Contra esa seducción que consistiría en satisfacer inmediatamente las necesidades


del niño, usted hace un "elogio de la frustración". ¿Por qué es tan importante
frustrar y poner límites?

Es muy simple. Para ilustrarlo, uso una hoja doblada en tres. Si la tomo y la coloco
sobre los extremos, se crea un puente suspendido sobre el vacío. Cada persona tiene que
atravesarlo con los ojos vendados. El bebé, al comenzar su vida, va a partir en cualquier
dirección. Tarde o temprano va a enfrentarse al vacío, y al cabo de dos o tres veces, va a
quedarse al medio, inmovilizado por la angustia. Si doy vuelta la hoja, tenemos el
mismo puente pero con parapetos. Si ponemos límites, va a chocar contra los parapetos,
va a estar a salvo del vacío, y va a saber que puede avanzar con total confianza. De vez
en cuando va a verificar si los parapetos son sólidos, empujándolos, con rabietas,
gritando, lo que sea. Cuando uno reacciona, entonces, se dice "los parapetos aguantan",
y enfrentará la vida con serenidad. De lo que se trata, por lo demás, es del lazo social,
pues un individuo bien frustrado es un individuo capaz de hacer sitio para el otro. En
cambio, un individuo que no es frustrado es egoísta, egocéntrico y, para él, el otro no
existe.

Usted califica a ese niño de tirano. ¿Qué pasa con ese niño cuando se hace adulto?

Sigue siendo un tirano, todavía peor. Es un individuo intratable. Le costará mucho


establecer relaciones, y todas las que establezca estarán completamente volcadas a su
beneficio personal. Será alguien sin la menor consideración por los demás, que hará del
otro el instrumento de su placer. Es tremendamente importante pues nos encontramos
ante una amenaza grave del lazo social. Si hacemos de nuestros niños unos tiranos, no
podremos tener una sociedad viable. Será un sociedad de cada uno para sí.

Entre los desafíos cruciales que, mal enfrentados, pueden crear un niño tirano,
usted destaca la etapa de la "omnipotencia infantil". ¿En qué consiste y cómo
manejarla?

Es una noción que se adquiere hacia el final del primer año, y que dura hasta el fin del
cuarto. La experiencia de vida del niño de un año lo hace creer que su madre es
omnipotente, y eso la transforma en alguien aterrador, porque puede darle todo pero
también puede no darle nada. Puede hacerlo vivir y también matarlo. La angustia de la
muerte que ello provoca lo hace querer defenderse, oponiendo su propia omnipotencia a
la de su madre. Eso puede expresarse de la manera más variada, y en particular por lo
que se conoce como caprichos. Es muy importante que los padres no satisfagan los
caprichos, y que reaccionen con firmeza, pues de otro modo le estarían dando la razón a
la situación imaginaria que el niño se construye, y este va a mantener ese
comportamiento de omnipotencia por el resto de sus días. Se transformará en un
individuo angustiado y que siempre querrá estar en primer plano.

Muchas mujeres se cuestionan si el hecho de trabajar puede afectar su rol


educativo. ¿Es potencialmente un problema?

No es un factor determinante, aunque sí introduce un matiz. En las sociedades


occidentales de hoy, la madre que trabaja tiene el sentimiento de traicionar su función,
lo que es falso, pues el niño la identifica muy bien, e incluso su ausencia es presencia
para él. Sin embargo, por esa creencia, a menudo al volver a casa la madre intenta
colmar a su hijo en lugar de seguir educándolo. Por eso el hecho de trabajar puede
conducir erróneamente a un abandono de la educación. Pero cuando el niño ve de nuevo
a su madre, con una mirada es como si hubiese estado ahí todo el tiempo. Así es que es
fundamental que ella continúe con su labor de educadora.
¿Esa labor implica castigar? ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo?

Hay que castigar cuando el capricho persiste y hay una sola manera de hacerlo:
privando al niño de lo que más le gusta, que es la comunicación. Esta se corta
encerrándolo en su pieza, y se pone fin a la pena cuando consideramos que ya basta. En
ese momento se restablece la comunicación, pero bajo dos condiciones: la primera, es
no hacer ningún comentario sobre lo que pasó y, la segunda, es no pedirle que se
disculpe, porque ya pagó. Entonces el niño es capaz de hacer su propio trabajo interno y
corregirse a sí mismo.

¿Cómo pueden los padres saber si están haciendo bien o mal las cosas?

Con las fallas de la educación, el niño va a producir síntomas, que pueden ser también
físicos, y que van a preocupar a los padres. Ahí es cuando el médico tiene que buscar la
causa de los síntomas. Si no hay síntomas, no hay problema.

¿Y si no se han hecho bien las cosas?

Puede enmendarse prácticamente hasta la preadolescencia. Pero mientras más nos


demoramos, más necesitamos ayuda. Si se intenta enmendar el problema de educación
de un niño de cinco años, habrá que aplicar un tratamiento durante cinco meses; con uno
de siete años pasará al menos un año antes de obtener resultados. Y así...

Como pediatra, cuando me traen a un niño con problemas, lo que me interesa son las
disposiciones de los padres. Para ayudar a los padres a tener actitudes correctas voy
hasta sus historias como niños. Es decir, el pediatra que soy no cura al niño, sino al niño
que fue su padre o madre. Pero a partir de la preadolescencia se necesita que también el
niño siga un tratamiento, porque hay que implantar una estructura que no existe.

¿Y en la adolescencia?

¡Es terrible! Porque el adolescente retoma todo lo que no se resolvió en la pequeña


infancia y lo radicaliza. Va a hacer un balance de sus armas antes de entrar en la
adultez, y hay que ayudarlo a seleccionar bien.

Para usted, la educación corresponde exclusivamente a los padres, mientras que la


escuela es solo un lugar de instrucción. ¿Realmente no participa de la educación?

La educación solo puede ser entregada por los padres, porque solo con ellos funciona el
comercio del amor a cambio de aceptación de la frustración. Si no lo educan, al
momento de llegar a la escuela el niño rechazará la frustración, porque le da lo mismo
ganarse el amor de la profesora o de otra persona. Si eso se establece antes de la entrada
a la escuela, esta puede entregar su saber sin ningún problema, pues el niño lo acogerá y
será permeable. Pero sin esa educación precoz, el niño se resistirá al mensaje de
instrucción porque se le intentará imponer normas que no son las de los padres. ¿Por
qué tienen tanto éxito las escuelas privadas? Porque seleccionan a los niños que ya han
sido correctamente educados.

¿Cuáles serían, entonces, los criterios para elegir un colegio?


Voy a responderle con mi experiencia personal. Cuando era un padre joven me movía
en un ambiente muy burgués, mientras que vivía en este sector obrero. A mis amigos
que también eran padres los sorprendía que metiera a mis hijos en las escuelas públicas
del barrio, teniendo el dinero para ponerlos en colegios privados. Mi respuesta era: "yo
fui a una escuela, en el norte de África, en la que un tercio del curso no tenía zapatos.
Mi madre no sabía leer ni escribir, y nadie en mi familia podía ayudarme. Pero la
educación que había recibido me permitió asimilar todo lo que me entregó esa escuela,
y me transformé en lo que soy. Mis hijos van a una escuela de barrio obrero de París, y
tienen un padre médico y una madre profesora, así es que deberían poder salir adelante".
Mis hijos nunca fueron a otro colegio que los de por aquí y siguieron carreras
universitarias brillantísimas.

"La educación solo puede ser entregada por los padres, porque solo con ellos funciona
el comercio del amor a cambio de aceptación de la frustración. Si no lo educan, al
momento de llegar a la escuela el niño rechazará la frustración, porque le da lo mismo
ganarse el amor de la profesora o de otra persona".

¿Por qué pone tanto énfasis en el esfuerzo como valor fundamental en la


educación?

La frustración es generadora de esfuerzo. Si no te doy lo que me pides, vas a tratar de


obtenerlo por ti mismo, y entonces te esforzarás. El esfuerzo es la vida, y el no esfuerzo
es la muerte. Cuando un niño viene al mundo, ya no está alimentado en oxígeno por la
placenta, y tiene que usar sus pulmones. La inspiración es un esfuerzo. La expulsión del
aire es la suspensión del esfuerzo. En francés, exhalar se dice "expirar". Y cuando
alguien muere se dice que expiró. Dejó de hacer el esfuerzo.

Pero, ¿es un fin en sí mismo o un medio para un fin? ¿Cuál es el fin último?

El esfuerzo tiene la particularidad de ser, a la vez, el medio que conduce a un fin, y el


fin que entrega todos los medios. La finalidad última que deben buscar los padres es
hacer de su hijo un ser social. No buscar criterios particulares, o que se convierta en
abogado, arquitecto, etc, sino hacer de él un ser capaz de considerar que los otros
existen.

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