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siglo III
ISBN: 84-96359-34-4
José Manuel Roldán Hervás
En Roma, los conjurados, que habían puesto fin a la vida de Cómodo, ofrecieron el trono
al senador Publio Helvio Pértinax. Bajo la promesa de un generoso donativo, los
pretorianos no pusieron obstáculos a su aclamación, que fue aceptada por el senado (1
de enero del 193). Pértinax consideró como tarea más urgente restaurar las finanzas
públicas y hacer frente a la crisis económica, pero los pretorianos, exasperados por la
intención del emperador de reducir el importe del donativo prometido y por su voluntad
de imponerles una rígida disciplina, lo asesinaron, apenas tres meses después de su
aclamación (28 de marzo).
Su muerte abrió un período de anarquía en Roma, donde los pretorianos creyeron poder
disponer del trono a su antojo, ofreciéndolo al mejor postor. Dos viejos senadores, Flavio
Sulpiciano, suegro de Pértinax, y el rico milanés Didio Juliano pujaron por la púrpura, y los
pretorianos se decidieron por el segundo, que ofreció el precio más alto. Didio apenas tuvo
tiempo de instalarse en el trono: aceptado a regañadientes por el senado y mal visto por el
pueblo, hubo de enfrentarse de inmediato al triple pronunciamiento militar de los
ejércitos de Panonia, Britania y Siria, que, simultáneamente, aclamaron a sus respectivos
jefes, Lucio Septimio Severo, Décimo Clodio Albino y Cayo Pescenio Níger. Era el comienzo
de la guerra civil, que asumía el carácter de guerra interprovincial por la pluralidad de los
focos y por el propio origen provincial de los competidores.
Severo a marchar contra el pretendiente, que había establecido una cabeza de puente en
Europa, ocupando Bizancio. El asedio de la ciudad por las tropas de Severo y sus sucesivas
victorias decidieron la suerte de Níger, que fue asesinado, mientras intentaba buscar
refugio en territorio parto (finales del 194). Pero, mientras tanto, Clodio Albino,
comprendiendo que su designación como heredero por parte de Severo sólo había sido
una treta para orillarlo, se hizo proclamar Augusto por las tropas de Britania (comienzos del
196) y, con ellas, pasó a la Galia. La respuesta de Severo fue fulminante: hizo declarar a
Clodio enemigo público y emprendió la marcha contra su oponente desde Mesopotamia.
Para consolidar su posición dinástica, se proclamó hijo de Marco Aurelio y afirmó su
voluntad de fundar él mismo una dinastía, otorgando a su hijo mayor, Basiano - el futuro
emperador Caracalla-, el título de César, con el nombre de Marco Aurelio Antonino.
El encuentro decisivo con las tropas de Severo se produjo en los alrededores de Lyon.
Albino, vencido, prefirió suicidarse (febrero del 197). Dueño único del poder, Severo
desencadenó una sangrienta represión contra los partidarios de Albino, en la que
perecieron una treintena de senadores y numerosos caballeros. Sus propiedades,
confiscadas por el emperador, le convirtieron en el mayor terrateniente del Imperio, pero
el régimen de terror impuesto en Roma le alienó las simpatías del senado, que, no
obstante, se vio obligado a declarar a Severo hermano de Cómodo y a rehabilitar su
memoria.
generaciones pasó de la oscuridad al trono imperial. Su carrera, apoyada por parientes del
orden senatorial y ecuestre y por personajes influyentes, africanos como él, le
proporcionó una amplia experiencia en la administración y en el ejército, aunque no
descollara por sus cualidades de brillante militar.
Su vida y la del Imperio iban a estar marcadas por su estancia en Siria, como legado
legionario, donde esposó a Julia Domna, hija del gran sacerdote de ElGabal, el dios solar local
de Emesa. Inteligente y ambiciosa, habría de ejercer un significativo papel en la política, como
compañera inseparable del emperador, colmada de honores y títulos, como los de
Augusta, Pia, Felix y "madre de los Augustos", "del senado, de
Una desmedida ambición, sin embargo, precipitó su caída y su muerte, ordenada por su
yerno con el beneplácito del emperador (205).
La irregular subida de Severo al poder, como consecuencia de un pronunciamiento militar
y del apoyo del ejército, exigía de entrada fundamentarla con unas bases legales. De ahí, la
afirmación de la idea dinástica y del carácter hereditario del Principado, en una línea
continua de legitimidad con los Antoninos. Esta idea dinástica, que pretendía convertir el
Principado en un bien de familia, transmisible de padres a hijos, se completó con la
asociación de los hijos de Severo al poder. El mayor, Basiano, recibió, sólo con diez años, el
título de César, como heredero al trono, y, en el 198, fue proclamado Augusto. Su hermano
menor, Septimio Geta, fue proclamado César ese mismo año, y, en el 209, Augusto. Por
primera vez en la historia del Imperio hubo tres Augustos, ocupando conjuntamente el
poder.
Con los hijos, toda la familia imperial se incluyó en esta política dinástica de exaltación de
la legitimidad. Como "casa divina" (domus divina), sus miembros -y, en especial, las
mujeres- gozaron de las ventajas y honores del poder imperial y participaron del culto al
soberano: la emperatriz Julia Domna, su hermana, Julia Mesa, y sus sobrinas, Soemnias y
Mamea, jugaron un papel de primer plano en la vida pública. Un nuevo palacio imperial,
la domus severiana, levantado en el Palatino, se convirtió en el centro de una corte de
estilo oriental, fastuosa, de minuciosa etiqueta y con un innumerable servicio doméstico.
El propio Principado, por efectos de esta influencia oriental, se iba transformando en
monarquía absoluta: el emperador no es ya sólo el princeps, sino "nuestro señor"
(dominus noster), "nuestro dios" (deus noster). Así, con la continuidad programática,
anclada en los Antoninos, la ideología imperial introducía elementos renovadores e
incluso revolucionarios, llamados a desarrollarse en el futuro.
Severo no manifestó una oposición de principio a la alta cámara. Las numerosas purgas de
miembros del estamento, a comienzos del reinado, estuvieron encaminadas a afirmar la
autoridad del emperador con el miedo y le sustrajeron el favor del senado. Pero Severo
promocionó la entrada de nuevos miembros, en su mayoría, originarios de las provincias
africanas y orientales, a los que confió los cargos más importantes de la administración.
Esta preponderancia del orden ecuestre fue, en gran medida, producto de la multiplicación
de los puestos de procurador, que las crecientes necesidades de la administración exigían.
La consiguiente ampliación del número de oficinas y de empleados condujo a una
creciente burocratización de la cobertura administrativa del
Imperio, que todavía, no obstante, no alcanzó los asfixiantes niveles del siglo siguiente.
Otra característica del gobierno de Severo fue su atención a la jurisprudencia, que
conoció con la dinastía uno de sus más fecundos períodos. Numerosos juristas, en el
consejo imperial y en las oficinas de la administración, se esforzaron por interpretar el
derecho bajo principios de equidad y de atención por las exigencias de las clases
humildes.
preeminente en la atención del emperador, preocupado por los problemas que, desde el
reinado de Marco Aurelio, afectaban al sistema defensivo y al ejército: insuficiencia de un
sistema estático frente a las crecientes presiones de los pueblos exteriores, y deficiente
grado de competencia de un ejército, minado por serios problemas de reclutamiento,
calidad y moral de las tropas.
La reforma de Severo no afectó tanto a la estrategia fronteriza, en la que se mantuvo el viejo
sistema defensivo del limes, como a conseguir los recursos humanos necesarios para poner
en práctica esta estrategia en cantidad y calidad. En lo que respecta a los efectivos y el
reclutamiento, Severo licenció a la guardia pretoriana y la reemplazó por soldados fieles de las
legiones del Danubio. También creó tres nuevas legiones, las párticas, una de las cuales -la II-
fue acantonada en las cercanías de Roma. Pero, sobre todo, atendió Severo a mejorar la
situación jurídica y material de los hombres, encargados de la defensa del Imperio: aumento de
la paga, permiso de matrimonio legal para los soldados en servicio y otros privilegios, tendentes
a
conseguir una promoción social del elemento militar. Y este ejército renovado permitió
hacer frente con éxito a los problemas de defensa del Imperio.
Tras la victoria sobre Albino y la afirmación de la autoridad imperial en
Occidente, Severo partió hacia Oriente para emprender una nueva guerra contra los partos
(197-199, cuyo resultado fue la creación de una nueva provincia, Mesopotamia, al otro
lado del Éufrates. Una segunda expedición militar, en el año 208, le llevaría hasta Britania,
en compañía de sus hijos, para hacer frente en la frontera a los ataques de las tribus de la
Baja Escocia. Fue una dura guerra, que aún no estaba terminada cuando el emperador,
enfermo, murió en su cuartel general de Eburacum (York), en 211. El muro de Adriano
quedó definitivamente como frontera del dominio romano en la isla.
Caracalla (211-217)
La muerte de Septimio Severo dejó el poder conjuntamente en manos de sus dos hijos,
Caracalla, de 23 años, y Geta, unos años más joven. Los ímprobos esfuerzos del emperador
y de su esposa, Julia Domna, por lograr la concordia entre los dos hermanos, que se
detestaban mutuamente, no impidieron la muerte de Geta, a manos de Caracalla, un año
después de acceder al trono (212), a la que siguió un baño de sangre contra los partidarios
y colaboradores de su hermano. Julia Domna, no obstante, logró mantener su influencia en
la vida pública, como auténtica corregente, y los excelentes jurisconsultos de su entorno
continuaron desarrollando su actividad en la tradición de Septimio Severo, con una obra
considerable y positiva en los ámbitos del derecho y de la administración general del
Imperio.
Caracalla trató de subrayar ante todo su carácter de vir militaris, de rudo soldado, atento
sólo a su popularidad en el ejército, y de ahí la política exterior expansiva, que tendría
desastrosas consecuencias para la precaria economía de la sociedad imperial. En el año 213, la
presión sobre el Danubio de una amplia confederación de tribus germánicas, agrupadas en
torno a los alamanes, obligó al emperador a un enorme esfuerzo militar, cuyo resultado fue la
consolidación del limes renano-danubiano, en parte también conseguido gracias a una
generosa distribución de subsidios entre los bárbaros.
Macrino (217-218)
Marco Opelio Macrino fue aclamado emperador por los soldados, sorprendidos y
desesperados por la pérdida de Caracalla, al que querían. Africano y de origen humilde,
fue el primer emperador de rango ecuestre, sólo aceptado por el senado a regañadientes y
con escasa popularidad entre los soldados.
Urgía liquidar el problema parto. Macrino, tras largas negociaciones, concluyó una paz,
que garantizaba el statu quo fronterizo con Partia y la soberanía nominal de Roma
sobre Armenia, a cambio de una considerable suma de dinero. Este acuerdo de
compromiso, tan poco glorioso, y la decisión de disminuir el salario de los nuevos reclutas
extendieron el malestar entre el ejército. Macrino, jugando en todos los frentes, trató de
ganarse el favor general con diferentes medidas, que no contentaron a nadie: deferencia
ante el senado, reducción de los impuestos, donaciones a la plebe..., en suma, una
política de buena voluntad, pero sin programa definido, destinada a ser breve.
Julia Domna apenas había sobrevivido unas semanas a su hijo Caracalla. Pero en Emesa, su
patria de origen, se había refugiado el resto de la familia imperial: su hermana Julia Mesa,
con sus dos hijas, Soemia y Mamea, madres respectivamente de Vario Avito y Alexiano, los
dos últimos descendiente masculinos de la dinastía. Avito, de catorce años, ejercía el gran
sacerdocio hereditario del "dios-montaña" El-Gabal, la divinidad solar de Emesa, de la que
recibió el nombre de Elagabal (transcrito en latín como Heliogábalo).
Interesadamente, la familia extendió el rumor de que Avito era hizo ilegítimo de Caracalla,
y se prometió a las legiones estacionadas en Siria generosos donativos si apoyaban su
causa. El joven sacerdote, finalmente, fue proclamado Augusto por los soldados con el
nombre de Marco Aurelio Antonino. Macrino reaccionó, nombrando, por su parte, Augusto
a su hijo Diadumediano, y se dirigió a aplastar la rebelión. Vencido en Antioquía, fue
asesinado unos días más tarde cuando huía hacia Europa, mientras su hijo corría la misma
suerte en su intento de buscar refugio en la corte de los partos.
Heliogábalo (218-222)
Tras el intermedio de Macrino, volvía al poder la dinastía africana de los Severos,
convertida ahora en siria. Heliogábalo, demasiado joven para reinar, apenas se interesó por
otra cosa que la exaltación de su dios. Sanguinariamente eliminados los amigos de Macrino
y reprimidos varios motines militares en Siria, Heliogábalo inició el camino hacia Roma,
llevando con él, en solemne procesión, la piedra negra, símbolo del dios de Emesa. La
población romana hubo de contemplar, sorprendida y escandalizada, la entrada en la
Ciudad de un emperador adiposo, cubierto de maquillaje, adornado con extravagantes
joyas y cubierto de chillones ropajes, que pretendía subordinar a este culto exótico los
viejos cultos romanos. Un nuevo templo en el Palatino, el Elagabalium, acogió, bajo la
presidencia del nuevo dios, los emblemas sagrados más representativos de la religión
romana, en un intento de sincretismo, esto es, de asimilación de todos los cultos al de la
suprema divinidad solar.
Sin capacidad ni deseos de gobernar, Heliogábalo abandonó el poder en las manos de Julia
Mesa, su abuela, y de Julia Soemias, su madre, mientras se abandonaba a los excesos de
su locura mística y a los caprichos y depravaciones de una mente, probablemente enferma,
rodeado por una corte poblada de comediantes, prostitutas y eunucos, si hacemos caso a
la tradición senatorial, abiertamente hostil al emperador.
Bajo la dirección de Ulpiano, como prefecto del pretorio, los primeros años del reinado de
Severo Alejandro estuvieron marcados por positivos, aunque parciales, intentos
estabilizadores, frente a los graves problemas socio-económicos que afectaban al
Imperio. El asesinato de Ulpiano, a manos de los pretorianos, en una fecha
indeterminada (¿224?), y la muerte de Julia Mesa, en el 226, señalaron el inicio de la caída
del régimen y, con él, de la propia dinastía severiana. Los problemas surgidos en la corte
fueron el detonante de un proceso de descomposición general, cuyas principales
manifestaciones fueron la indisciplina de los soldados, descontentos por las forzadas
economías del fisco, y la inestabilidad social, que extendió una ola de inseguridad en
todos los rincones del Imperio.
El problema más grave vendría, sin embargo, del exterior, como consecuencia de una doble
conmoción, que afectó gravemente a la frontera oriental y a la renano- danubiana.
Era el final de una dinastía que había gobernado cuarenta años. Con ella, desaparecía
también la continuidad del régimen imperial, que Septimio Severo había tratado de
mantener, al menos en el plano ideal, proclamándose sucesor legítimo de los Antoninos. El
Imperio sería ahora patrimonio exclusivo de los soldados.
tradicionalmente como Antigüedad tardía o Bajo Imperio , en la que se cumple una radical
transformación del aparato de estado, de las estructuras socio-económicas y de las propias
mentalidades.
La “Anarquía militar”
Maximino, llamado el Tracio (235-238), campesino de humilde origen, como primer y
auténtico “emperador-soldado”, dirigió de inmediato una campaña victoriosa al otro lado
del Rin, en la Germania libre, y, a continuación, se trasladó al Danubio para luchar, también
con éxito, contra dacios y sármatas. Pero, exhausto el Tesoro, hubo de aplicar con
brutalidad una auténtico terrorismo fiscal, con continuas requisas, extorsiones y
confiscaciones, que, al repercutir sobre los estratos acomodados -orden senatorial, grandes
terratenientes y burguesías municipales-, suscitó el malestar general y la resuelta
oposición de las capas altas de la población del Imperio.
Tras el efímero reinado de Gordiano I y su hijo, Gordiano II, proclamados emperadores en
África y pronto eliminados, el senado eligió a dos de sus miembros, Pupieno y Balbino,
como emperadores conjuntos, mientras Maximino, que marchaba sobre Italia, fue
detenido asesinado por sus propios soldados. Pero no había terminado el infortunado año
238 cuando Pupieno y Balbino fueron asesinados a su vez por la guardia pretoriana. Así
subió al poder el quinto emperador del año, el joven Gordiano III (238-244), proclamado
por los pretorianos y aceptado por el senado. Demasiado joven para una acción de
gobierno personal, pudo mantenerse durante cierto tiempo en el trono gracias a la firmeza
y eficacia de su principal consejero, Timesiteo, que asumió en nombre del emperador,
como prefecto del pretorio, la dirección de los asuntos públicos y, entre ellos, el más
urgente de todos, la defensa del Imperio.
En el año 240, Sapor I había sucedido en el trono persa a Artajerjes. Fiel intérprete del
programa nacionalista y expansionista de la dinastía, inició su reinado con una ofensiva
contra la provincia romana de Mesopotamia. Gordiano y Timesiteo hubieron de dirigirse a
Oriente, al frente de un gran ejército, restableciendo a su paso el orden sobre la frontera
danubiana en lucha contra godos y sármatas.
La campaña contra los persas fue un éxito, pero, en el 243, cuando se iniciaban los
preparativos para una nueva campaña, Timesiteo murió, y el nuevo prefecto del pretorio,
Filipo, instigó un motín de los soldados contra el emperador, que fue asesinado en el curso
de la campaña. Acto seguido, el ejército proclamó a Filipo (244). Otros ejércitos en distintas
provincias intentaron por la misma vía elevar a sus comandantes a la púrpura imperial. Se
multiplicaron así los usurpadores en la periferia del Imperio, mostrando cómo los métodos
tradicionales de gobierno, basados en la débil legitimidad que confería el senado en Roma,
no eran capaces de poner un freno a las fuerzas centrífugas, que impulsaban un
movimiento de disgregación, cuyos intérpretes eran los ejércitos provinciales. Pero todavía
era más grave la situación exterior. Las debilitadas defensas del Danubio fueron
impotentes para resistir el empuje de las tribus bárbaras y, especialmente, de los godos,
que avanzaron por territorio romano, ante la impotencia del gobierno central, en manos
de efímeros emperadores: Trajano Decio, Treboniano Galo, Volusiano y Emiliano (253),
más atentos a hacerse con el poder en Roma que a frenar la amenaza goda.
La captura de Valeriano dejó a Galieno solo al frente del Imperio (260-268), en una
situación extremadamente crítica. La noticia de la catástrofe de Edesa provocó la
anarquía general y una serie interminable de pronunciamientos militares en las
provincias, donde los soldados proclamaron emperadores a sus respectivos
comandantes. La mayoría apenas son otra cosa que nombres, en una confusa lista de
usurpadores, que la Historia Augusta reúne bajo el nombre de los “Treinta tiranos”. Sólo
interesan dos de ellos -Póstumo y Odenato-, que, en la Galia y Oriente
respectivamente, dieron vida a sendas formaciones políticas de real significación para la
historia del Imperio.
Mientras, en Oriente, para neutralizar el peligro persa y luchar contra nuevos usurpadores,
Galieno nombró a Odenato, un príncipe árabe de Palmira, comandante en jefe de todas las
fuerzas de Oriente (262). Palmira era una rica ciudad caravanera, que había sido
incorporada al Imperio por Trajano, pero sus príncipes indígenas conservaban una notable
influencia. Entre el estado romano y el persa, la ciudad mantenía una vida activa y
próspera, gracias al control del comercio oriental. Odenato, fortalecido por sus éxitos sobre
los persas, asumió una actitud independiente del poder central, organizando un original
reino, formalmente vasallo de Roma, pero en la práctica autónomo. A su muerte, su viuda,
Zenobia, asumió el poder como regente y en nombre de su hijo Vabalato se declaró
independiente de Roma.
Era preciso, más que nunca, fortalecer la frontera danubiana. Aureliano, tras
vencer a los pueblos que amenazaban el curso inferior del río -vándalos, sármatas, godos,
carpos y bastarnos- y asentarlos en territorios despoblados de la provincia de Mesia,
decidió evacuar la provincia transdanubiana de la Dacia, conquistada por
Trajano. La frontera volvió a estar marcada, como en época augústea, por el curso del
Danubio. La población fue transferida a territorios de Mesia y Tracia, que heredaron el
nombre de la provincia abandonada, organizados en dos circunscripciones
administrativas, la Dacia ripensis y la Dacia mediterranea.
Asegurado el Danubio, Aureliano podía ahora intentar la restauración de la autoridad
romana en Oriente, donde, como sabemos, Zenobia había proclamado emperador a su
hijo Vabalato, después de haber ocupado Egipto, Siria y la mayor parte de Asia Menor. El
emperador encomendó a su lugarteniente, Probo, la reconquista de Egipto, mientras él
mismo, tras liberar Asia Menor y Siria, avanzó por el desierto hasta las puertas de Palmira.
La ciudad fue sometida a asedio y tuvo que capitular, a pesar del débil socorro enviado por
los persas; Zenobia fue capturada mientras trataba de buscar refugio al otro lado del
Éufrates (272).
Palmira fue respetada, pero, apenas unos meses después, volvió a sublevarse. Aureliano
decidió entonces someterla a saqueo: expoliada y destruida, la próspera ciudad del
desierto no volvería a recuperarse. Mientras, en Egipto, Probo había logrado restablecer la
autoridad imperial. Pero un rico comerciante, Firmo, se sublevó en Alejandría,
aprovechando la inestabilidad social. Aureliano puso fin a la revuelta, y Firmo fue
ejecutado.
Sólo quedaba el "Imperio de las Galias" para restablecer completamente la unidad del
Imperio. Tras la desaparición de Póstumo (269), asesinado por sus tropas, una larga lista de
pretendientes habían intentado ocupar su puesto, mientras se deshacía la relativa
prosperidad económica entre los desmanes de los soldados y las incursiones de los
germanos. Victorino, contemporáneo de Claudio el Gótico, logró imponerse durante cierto
tiempo, sin poder evitar que las provincias de Hispania regresaran a la obediencia del
poder central. Asesinado en el 270, fue reemplazado por el senador Tétrico, que
representaba los intereses de la Galia meridional, urbana y romanizada, frente a los
territorios militarizados y semibárbaros del norte. Incapaz de restablecer el orden, Tétrico
pactó con Aureliano y permitió que sus legiones fueran derrotadas (273). Así se
reintegraban de nuevo al Imperio la Galia y Britania.
Aseguradas las fronteras y restablecida la unidad del Imperio, pudo Aureliano emprender
en Roma un ambicioso programa de reformas internas.
En el ámbito de la administración, se achaca a Aureliano la responsabilidad de haber
iniciado la “provincialización” de Italia, con la imposición de correctores, que introducirían
en la península el mismo régimen aplicado a las provincias. Al parecer, no se trató de una
medida general y sistemática, sino de reformas parciales, que ya se habían hecho presentes
en época de los Severos y que se completarán con Diocleciano Por lo demás, Aureliano
trató de asegurar el abastecimiento de la población de Roma con distribuciones gratuitas
de productos de primera necesidad, lo que obligó a la imposición de prestaciones
obligatorias, mediante la utilización de los collegia o corporaciones de profesionales
armadores, transportistas, carniceros, panaderos...- como “servicios públicos”
militarizados. Esta política de
“intervencionismo estatal” en ámbitos vitales afectó también a otros sectores, como el de
la construcción, cuyos collegia se vieron obligados a participar en las obras de fortificación
y defensa de las ciudades, de las que es un buen ejemplo la muralla de Roma.
Pero, sobre todo, interesa el intento de reforma monetaria, emprendido por Aureliano
para devolver a la moneda de plata parte de su valor, dramáticamente envilecido en el
curso de los decenios anteriores. Las causas de esta depreciación eran muchas: la escasez
de metal noble y las crecientes necesidades del estado, pero también las manipulaciones
fraudulentas de los obreros, que, en los talleres monetarios y con la complicidad de los
senadores, falsificaban las piezas -menos pesadas y con aleaciones que contenían una
mínima cantidad de plata- en detrimento del estado. Aureliano, en su determinación de
restaurar la disciplina, hubo de enfrentarse a una rebelión de los talleres de Roma, que
reprimió en sangre. Retiró al senado y a las ciudades el derecho de acuñar moneda de
bronce, dio mayor estabilidad a la moneda de oro y bronce, pero, sobre todo, creó un
nuevo antoninianus de plata con el valor de cinco denarios. Las reformas, sin embargo,
tuvieron un limitado alcance, y el problema de la depreciación de la moneda continuó
pesando gravemente sobre la vida económica del Imperio.
Aureliano prosiguió también la reforma del ejército, iniciada por Galieno. Se multiplicaron
las unidades de caballería pesada (cataphractarii), a imagen de los jinetes acorazados
persas, pero, sobre todo, aumentaron en número e importancia las unidades militares de
germanos -vándalos, yutungos, alamanes-, como foederati, "federados", al servicio del
emperador. La utilización masiva de bárbaros en la defensa de las fronteras hizo del ejército
un cuerpo extraño dentro del Imperio, cada vez más alejado del contacto con el pueblo.
Gran significación tuvo la política religiosa del emperador, tendente, como en otros
ámbitos, a restablecer la unidad del Imperio, pero también a reforzar el carácter divino de
la monarquía absoluta, como base ideológica para consolidar con nuevos fundamentos el
poder imperial. Este poder procedía de los soldados, pero Aureliano trató de darle un
contenido divino. Para ello, organizó en Roma un culto oficial al sol una divinidad que
contaba con una amplia aceptación en los medios militares danubianos-, que, bajo la
advocación de Sol Invictus, fue considerado como dios supremo y protector del Imperio.
(277), pero su marcha hacia el frente del Danubio suscitó sucesivos intentos de
usurpación: Bonoso, en Colonia, y Próculo, en Lyon, utilizaron a su favor la ruina y el
caos provocados por las invasiones para proclamarse emperadores, si bien fueron
rápidamente eliminados por oficiales leales a Probo.
Tras la muerte de Probo fue proclamado emperador el prefecto del pretorio, Caro (282-
283), un militar de la Narbonense, que se apresuró a asociar al poder a sus hijos Carino y
Numeriano. Sin molestarse siquiera en pedir la protocolaria aprobación del senado, Caro,
dejando la responsabilidad del gobierno de Occidente a Carino, marchó de inmediato a
Oriente, en compañía de Numeriano, para dirigir una campaña contra los persas,
debilitados por la muerte de Sapor.
El avance del ejército romano en territorio persa fue interrumpido por la muerte del
emperador en circunstancias oscuras. Numeriano, enfermizo y débil, decidió poner
término a la campaña y, en el camino de regreso, fue asesinado a instigación de su suegro,
el prefecto del pretorio, Aper. Descubierto el complot, los oficiales del ejército
proclamaron Augusto a Diocleciano, comandante de los protectores, la guardia de corps
del emperador (284).
Carino, que, mientras tanto, en Occidente, había tenido que reprimir el intento de
usurpación de Juliano, marchó de inmediato contra Diocleciano. Aunque resultó vencedor,
poco después era asesinado por oficiales de su ejército, y todas las tropas reconocieron a
Diocleciano como emperador (285). Su gobierno marcaría un decisivo hito en la historia del
Imperio.
La primera consecuencia fue una fuerte recesión de la población: numerosas tierras fueron
abandonadas y las ciudades se redujeron en extensión, rodeándose, como en el caso de
Roma, de murallas. La crisis demográfica produjo una general falta de mano de obra, que
afectó sobre todo a la agricultura, la base económica del Imperio, y al reclutamiento militar,
en una época necesitada de un mayor esfuerzo bélico.
Los emperadores, siguiendo una tendencia ya iniciada por Marco Aurelio y que, como
hemos visto, Probo potenció, recurrieron a la instalación de bárbaros en las regiones
fronterizas para repoblar los espacios vacíos y volver a poner en cultivo tierras
abandonadas. Estos grupos de población procuraron al Imperio campesinos y soldados, ya
que los pactos concluidos con ellos les obligaban también a servir en el ejército (foederati,
laeti o gentiles). El expediente no estaba exento de peligros, al tratarse de cuerpos
extraños, poco asimilables, que introducían en el Imperio un principio de desunión.
Pero, en cualquier caso, es evidente un empobrecimiento de la población. Las guerras y las
invasiones no sólo afectaron a la población campesina; también las ciudades se resintieron
de la inseguridad general: el colapso de las comunicaciones, la inflación monetaria y la
contracción de la demanda produjeron graves trastornos en la producción de mercancías y
en los intercambios comerciales. La disminución de los cambios favoreció la tendencia a la
autarquía en las grandes propiedades rústicas y a la sustitución de la moneda por una
economía natural, de trueque.
La recesión afectó, sobre todo, a las oligarquías municipales, que habían contribuido con
sus liberalidades al bienestar de sus respectivas ciudades. Las dificultades de
abastecimiento obligaron al estado a responsabilizar a las burguesías de su buen
funcionamiento, así como del pago de los impuestos, lo que significó la ruina de amplios
estratos acomodados de la población.