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INSTITUTO MEXICANO DE SEXOLOGÍA.

MAESTRÍA EN SEXOLOGÍA CLÍNICA.


TRONCO DE ESPECIALIZACIÓN EN CLÍNICA SEXOLÓGICA.
Coordinadores: Enrique Ortiz López y Víctor Manuel Oseguera Jurado.

Alumno: Emerson Luis Elías Martínez.


Grupo: G-28.

Ensayo:

Apuntes acerca de dos ideas sobre la violencia.

Libro analizado:

Perrone, R.; Nannini, M. (2010) Violencia y abusos sexuales en la familia. Una visión
sistémica de las conductas sociales violentas. Buenos Aires: Paidós.
Dos paradigmas de violencia.

La definición tradicional de la violencia se integra en visiones maniqueas de la realidad.

Los estereotipos tradicionales atribuidos a los participantes de una relación violenta no

solamente integran la dualidad entre el bien y el mal, también suelen atribuirle un valor de

polaridad. Es decir, si una de las características está presente la otra forzosamente ha

sido excluida de las cualidades que definen a un individuo.

No es extraño encontrar artículos, noticias, dramatizaciones y muchos otros productos

mediáticos donde la exposición de la relación se halla inscrita en la dicotomía

víctima/victimario. Simbólicamente estos personajes son revestidos como agentes del

bien y del mal, como seres que merecen de principio la aniquilación o la preservación

debido a una supuesta naturaleza nociva o constructiva. De tajo, se les roba humanidad

para transformarlos en piezas huecas de un ajedrez arquetípico ancestral.

Mostrando una posición alternativa, Perrone y Nannini (2010: 28-30) consideran a la

violencia un fenómeno que no forma parte de la esencia de los participantes, sino que

tiene una base relacional. Cuatro premisas se contemplan ya sea en el estudio o en la

intervención de las diferentes formas en que la violencia se puede expresar:

1. La violencia no es un fenómeno individual, sino la manifestación de un fenómeno

interaccional, un proceso donde predomina un tipo de comunicación entre dos o

más personas.

2. Todos los que participan en una interacción se hallan implicados y son, por lo

tanto, responsables.

3. Todo individuo adulto, con capacidad suficiente para vivir de modo autónomo, es

el garante de su propia seguridad.


4. Cualquier individuo puede llegar a ser violento con diferentes modalidades o

manifestaciones. Violencia y no violencia corresponden a una situación de

equilibrio inestable en un mismo individuo.

Una perspectiva interiorista frente una perspectiva relacional ¿es solamente una cuestión

de ángulo? ¿O la elección entre una u otra es mucho más trascendente? En este ensayo

haré una exploración sobre lo que implica el concepto de violencia desde ambas

perspectivas y como la elección de un camino de intervención no solo implica un

acercamiento hacia el conocimiento de este hecho basado en la evidencia, sino que

además se inscribe en una toma de postura ética que atribuye la cualidad de sujeto en lo

humano.

La violencia como acto simbólico, experiencial y relacional.

Una primera noción maniquea de la violencia se hermana con la idea primordial de que

ésta es una característica inherente a la estructura fundamental de una persona. Ya sea

por constitución biológica, degeneración o perversión, alguien es capaz de infligir un dolor

y transgredir la frontera de la integridad de otros. Adicionalmente la persona que recibe

este ataque es un ser elementalmente “bueno”, plagado de inocencia, que en algún

momento se vio atrapado o encontraba en un desafortunado lugar y tiempo.

El destino de ambos participantes está sellado, no hay mucho que hacer si no se opta por

la erradicación, el control o la reducción de daños. La persona violenta no tiene otro

destino que serlo, la persona violentada no tiene otro fin que serlo, a menos que

intervengamos y nos hagamos responsables de ambos estas trayectorias no pueden

modificarse solas.
Además, esta conjetura inscribe la experiencia de la violencia en lo real, en la colisión de

los cuerpos y como abordaje se enfoca en la acción mecánica de prevención o

tratamiento. Un cuerpo violenta otro, hay que detener o contener a uno, hay que proteger

o en su defecto borrar las huellas del daño en el otro.

Sin embargo Laughlin y Warner (2009: 400) comentan que la experiencia y el lenguaje no

pertenecen al mundo de los objetos, sino que forman parte del mundo de las relaciones.

El abuso sexual (yo agrego, todo acto de violencia) no es algo material que funciona

mecánicamente en la mente y vida de un cliente. No es algo físico localizado que puede

extirparse como un cáncer o ser destruido como una bacteria.

La violencia es una experiencia, parte de la información. Para Bateson (citado por White y

Epston, 1993: 20) toda información es necesariamente la noticia de una diferencia, es la

percepción de ésta lo que desencadena todas las respuestas en los sistemas vivos y las

diferencias deben codificarse en forma de acontecimientos en el tiempo (cambios) para

ser perceptibles por los seres humanos. No obstante “[...] si bien una manifestación del

comportamiento se produce en el tiempo, de modo tal que cuando se le presta atención

ya no se está dando, el significado que se adscribe a ese comportamiento se prolonga en

el tiempo [...]” (White y Epston, 1993: 26).

Como acción comunicativa, no solo puedo experimentar, sino además puedo lograr que

se me experimente. Es a través de mi cuerpo, cuya participación no niego pero le

reconozco posibilidades más allá de la inmediatez, que puedo salir de mí para contactar

con los demás. Si hay motivación o deseo, estas se comunican con el exterior a través de

mi corporalidad; si hay necesidad esta se satisface a través de la mediación del soma. Es


más, mi cuerpo, mi ser completo es en la relación, es en el vínculo que se establece entre

él y los otros.

La violencia, vista desde esta respectiva, trasciende el momento, el compartir de energía

física, se inscribe en el signo…como acto es un acto de representación a varios niveles:

no es objetivo es interpretativo, me significa algo del otro y a la vez colaboro en la

construcción de lo que representa para el otro. La vía por medio de la cual se establece

este doble carácter es la relación. Michaud define en Perrone y Nannini (2010: 31): “[…]

Hay violencia cuando, en una situación de interacción, uno o varios actores actúan de

manera directa o indirecta, de una sola vez o progresivamente, afectando a otras

personas o varias en grados variables, ya sea en su integridad física o en su integridad

moral, ya sea en sus posesiones o en sus participaciones simbólicamente culturales […]”.

Si la violencia se integra como posibilidad, siendo a la vez relación y discurso, se separa

de la esencia y la verdad. Como posibilidad puede pertenecer a todo organismo vivo

capaz de relacionarse usando la representación, es patrimonio humano. Los victimarios

rescatan algo de inocencia, las víctimas la pierden…están en relación, se transforman en

actores.

Implicaciones de los dos discursos contenidos en los modelos de violencia.

La reflexión de la evidencia nos dice que la relación y el significado construido es la

cualidad fundamental de entendimiento amplio de la violencia. Entiendo como significado

no solamente a los contenidos lógicos que se pueden articular para explicar(se) un

fenómeno. También en el significado se halla eso que no puede ser nombrado, eso que

acompaña, que se experimenta como información para rubricar la vivencia del mundo.
Pero tomemos estas dos visiones desde la premisa de que son producciones discursivas,

que la cualidad de esencialidad de la teoría maniquea ahora se haya en un fundamento

simbólico, artificial, no centrado en una base concreta. El paradigma relacional no

necesita modificación, resistió el primer filtro.

En occidente, el sostén social de la visión polarizada sobre los participantes de la

violencia puede radicar en la creencia de la existencia de un orden universal. El bien y el

mal son lados de una misma moneda, son supraindividuales, nos exceden a la vez que

nos habitan. En un primer registro ser victimario es aliarse con el arquetipo de la polaridad

destructiva, con lo no deseable, con la maldad. Ser víctima invoca el arquetipo de la

polaridad constructiva, de lo deseable, de la bondad: si no te ataco reafirmo mi alianza

con ella, si me protegen soy sacrificio que purifica a la especie a través de motivar que el

otro se posicione en ella.

Yo soy lo que se define en la conexión que mis actos establecen con esas nociones; la

esencia no está dada de facto, se integra y afianza en mí a través del libre albedrío

(decisión interna, personal, privada). La esencia se articula a través de lo que significa

una decisión tomada en un marco de referencia de preservación (bondad) o amenaza

(maldad).

Pero dichas nociones no constituyen producto de la evidencia, se fundan en actos de fe.

Se basan en la autoridad divina o la actividad especulativa, en creer o no creer, aceptar o

rechazar. En el choque de cuerpos, hay entonces choque de “razones”, de “mi

humanidad” contra “tu no ser humano”.


Para ejemplificar, en un contexto de violencia social Judith Butler (2006: 45-79; 163-187)

describe algunas estrategias elaboradas por la sociedad norteamericana después de los

atentados del 11 de septiembre del 2001 para negar un sustrato humano común y

justificar vulnerar a otros bajo la firma de la justicia y no de la violencia. Se afirmó

excesivamente la autonomía cayendo en un narcisismo tanto social como individual través

de:

• la desrealización del Otro (ciertas vidas humanas se vuelven mas vulnerables que

otras, ciertas muertes más dolorosas que otras, ciertas vidas se vuelven irreales y

caen fuera de lo humano por lo tanto su pérdida no conmueve).

• la implosión de ciertas experiencias que nos contactan con el Otro (como es el

caso del duelo, el deseo o el éxtasis).

• el borramiento del rostro produciendo una forma mediática “plástica” (el mal en la

cara de Sadam Hussein, la libertad triunfante en tomas aéreas que no muestran

dolor ni desmembramientos, el borramiento del sufrimiento en las fotos de mujeres

afganas).

Como no hay una base fundamental de la dicotomía victimario/víctima sino que esta ya es

enteramente discursiva, los otros, los terroristas son medidos bajo la regla del primer

orden, pero al identificarse como victimas los norteamericanos entra en juego un segundo

orden de reflexividad redefiniendo sus actos sucesivos con significados distintos: si somos

víctimas estamos siendo amenazados, lo que tienda a mi preservación es bueno, es

justicia no es violencia: la violencia destruye, yo peleo para construir, para conservar mi

humanidad frente a alguien que es un algo...no es otro ser humano porque no es igual a

mí, porque si lo fuera no me amenazaría.


La cuestión es preguntarse si los otros, los terroristas, en su propio mundo y lógica, no

estaban operando bajo el mismo razonamiento, con la visión de que los norteamericanos

eran menos humanos, por lo que el absoluto universal estaba de su parte.

Este análisis nos puede dar evidencia de que bajo la visión maniquea existen dos

posibilidades en las cuales las personas pueden posicionarse:

• Aceptar el papel de víctimario o de víctima, perpetuando intercambios abusivos

que solamente prolonguen la violencia. Por ejemplo el victimario autodefinido que

acepta ser “malo, dañino, peligroso” llenándose de culpa, consintiendo que se le

considere y trate como menos humano; una víctima autodefinida que acepta ser

“buena, no responsable” y por lo tanto exige constantes reparaciones; la victimaria

que expone cinismo e irremediabilidad de su comportamiento “porque es así”; un

víctima que es “bueno, no responsable” por lo cual acepta que no hay manera de

transformar su situación; etc.

• Pelear por el papel de victima considerándose amenazados por alguien que es

menos humano, justificando de otra manera la preservación de la violencia ya sea

al inscribirse en el discurso neurótico de “yo tengo la razón” o en el de “te quiero

cambiar”.

Sin consideramos que en la violencia se rompe la humanidad del otro como en el ejemplo

de Butler, que se pierde la posibilidad de proclamar la individualidad, posición e integridad

que se deriva de definirse a uno mismo como diferente de la otra(s) persona(s) a la(s) que

uno se opone (Laughlin y Warner, 2009: 401). Esta visión en sí misma es una visión

violenta pues ambos papeles pierden dicha posibilidad


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

Laughlin, M.; Warner, K. (2009) Re-componer el yo: un enfoque relacional del tratamiento
de los abusos sexuales. En Green, S.; Flemons, D. (Comps.) Manual de terapia breve
sexual. Barcelona: Paidós.

Butler, J. (2006) Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós.

Perrone, R.; Nannini, M. (2010) Violencia y abusos sexuales en la familia. Una visión
sistémica de las conductas sociales violentas. Buenos Aires: Paidós.

White, M.; Epston, D. (1993) Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona: Paidós.

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