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Entonamiento emocional: neuronas espejo y los

apuntalamientos neuronales de las relaciones interpersonales


Publicado en la revista nº026
Autor: Gallese, Vittorio; Eagle, Morris N.; Migone, Paolo
"Intentional attunement: Mirror neurons and the neural underpinnings of interpersonal relations"
fue publicado originariamente en Journal of the American Psychoanalytic Association,
vol. 55, No. 1, p. 131-176, 2006. Copyright 2007, American Psychoanalytic Association.
Traducido y publicado con autorización de la revista

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató

Los circuitos neuronales activados en una persona que realiza acciones, expresa
emociones y tiene sensaciones, se activan también, automáticamente mediante un
sistema de neuronas espejo, en el observador de dichas acciones, emociones y
sensaciones. Se propone que este hallazgo de activación compartida sugiere un
mecanismo funcional de “simulación encarnada(*)” que consiste en la simulación
automática, inconsciente y sin inferencias en el observador de las acciones, emociones
y sensaciones llevadas a cabo y vividas por el observado. Se propone también que el
patrón compartido de activación neuronal y la simulación encarnada que lo acompaña
constituyen una base biológica fundamental para comprender la mente del otro. Se
discuten las implicaciones que esta perspectiva tiene para el psicoanálisis,
especialmente en lo relativo a la comunicación inconsciente, identificación proyectiva,
entonamiento, empatía, autismo, acción terapéutica, e interacciones transferenciales-
contratransferenciales.

Desde el Proyecto, Freud (1895) tuvo un interés constante por comprender los
fundamentos biológicos de los procesos y fenómenos psicológicos de los que
se ocupa el psicoanálisis. Dado el estado limitado del conocimiento y las
tecnologías de la época, el Proyecto no podía llegar muy lejos. Los avances en
el conocimiento y la tecnología en los últimos años, sin embargo, han dado
lugar a una reanudación de los objetivos del Proyecto y han tenido como
resultado un diálogo activo entre la neurociencia y el psicoanálisis. Esperamos
contribuir a ese diálogo relacionando los avances recientes en neurociencia, en
concreto el descubrimiento de las neuronas espejo (Gallese y col., 1996;
Rizzolatti y col., 1996), con cuestiones que tienen que ver con nuestra
capacidad para “leer la mente”, es decir cómo uno entiende los estados
emocionales de otro. Intentaremos demostrar la relevancia del descubrimiento
de las neuronas espejo y los hallazgos relacionados, así como la teoría de la
“simulación encarnada” (Gallese, 2001, 2003a, c, 2005a, b, 2006) con la
interacción madre-infante, ciertos aspectos de la teoría y la práctica
psicoanalítica y varios conceptos psicoanalíticos incluyendo la comprensión
empática, la identificación, la identificación proyectiva y las interacciones
transferencia-contratransferencia.

Nuestro plan en este trabajo es el siguiente: primero describiremos el


descubrimiento reciente de un sistema de neuronas espejo para la acción tanto
en monos como en humanos. Luego presentaremos evidencias que indican la
existencia de sistemas de neuronas espejo para “leer” las intenciones del otro,
sus expresiones lingüísticas, emociones y sensaciones somáticas. La
evidencia, sostenemos, apunta a mecanismos neuronales por medio de los
cuales la observación del otro desencadena una “simulación encarnada”
automática  e inconsciente de esas acciones, intenciones, emociones y
sensaciones del otro. La simulación encarnada, seguimos diciendo, constituye
un mecanismo funcional fundamental para la empatía y, más en general, para
comprender la mente del otro.

El sistema de neuronas espejo para la acción en monos y humanos:


evidencia empírica

El sistema de neuronas espejo en los monos macacos

A principios de los 90 se descubrió un nuevo tipo de neuronas promotoras en el


cerebro del mono macaco. Estas neuronas producen descargas no sólo
cuando el mono ejecuta acciones manuales con un objetivo concreto, como
coger objetos, sino también cuando observa a otros individuos (monos o
humanos) ejecutar acciones similares. Se denominaron neuronas espejo
(Gallese y col., 1996; Rizzolatti y col., 1996).[1] Más tarde se descubrieron
neuronas con propiedades similares en un sector de la corteza parietal
posterior conectado recíprocamente con el área F5 (neuronas espejo
parietales; ver Rizzolatti, Fogassi y Gallese, 2001; Gallese y col., 2002).

La mera observación de una acción manual en relación con un objeto ocasiona


en el observador una activación automática de la misma red neuronal activa en
la persona que lleva a cabo la acción. Se ha propuesto que este mecanismo
pudiera estar en la base de una forma directa de comprensión de la acción
(Gallese y col., 1996; Rizzolatti y col., 1996; ver también Gallese, 2000, 2001,
2003a, c, 2005ª, b, 2006; Gallese y col., 2004; Rizzolatti, Fogassi y Gallese,
2001, 2004; Rizzolattiy Craighero, 2004).  Debe señalarse que la activación de
las neuronas espejo no es una duplicación del objetivo de la acción,
supuestamente detectada en algún lugar de la parte superior de la corteza
premotora. Cuando las neuronas espejo se disparan, tanto durante la ejecución
de la acción como durante su observación, especifican directamente el objetivo.
De hecho, la evidencia reciente muestra que las neuronas F5 relacionadas con
el agarrar (entre las cuales se encuentran las neuronas espejo) codifican el
objetivo de un acto motor determinado, como agarrar un objeto,
independientemente de los movimientos requeridos para lograrlo (Escola y col.,
2004; Umiltà y col., 2006).

Otros estudios desarrollados por el mismo grupo de investigadores en el


Departamento de Neurociencia de la Universidad de Parma corroboraron y
ampliaron la hipótesis original. Se mostró que las neuronas F5 se activan
también cuando la parte crítica final de la acción observada, es decir la
interacción mano-objeto, se oculta (Umiltá y col., 2001). Un segundo estudio
mostró que una clase concreta de neuronas espejo F5, las neuronas espejo
audiovisuales, pueden activarse no sólo mediante la ejecución y la observación
de una acción, sino también por el sonido producido por la acción (Kohler y
col., 2002).

En otro estudio, se exploraba la parte F5 más lateral en la que se describía una


población de neuronas espejo relacionadas con la ejecución/observación de
acciones con la boca (Ferrari y col., 2003). La mayoría de esas neuronas
producen descargas cuando el mono ejecuta y observa acciones transitivas,
acciones de ingesta relacionadas con el objeto, como agarrar, morder o chupar.
Sin embargo, un pequeño porcentaje de neuronas espejo relacionadas con la
boca producen descargas durante la observación de acciones intransitivas,
faciales comunicativas, llevadas a cabo frente al mono por el experimentador
(neuronas espejo comunicativas; Ferrari y col., 2003). Así, las neuronas espejo
parecen apuntalar la comunicación social facial de los monos y éstos pueden
explorar el sistema de las neuronas espejo para optimizar sus interacciones
sociales; a esto contribuye el hecho de que las neuronas espejo audiovisuales
puedan dispararse no sólo por la ejecución y observación de la acción sino
también por el sonido producido por la acción (Kohler y col., 2002).
Recientemente se ha mostrado que observar y escuchar acciones alimenticias
sonoras facilita la conducta de comer en los monos macacos cola de cerdo
(Macaca nemestrina; Ferrari y col., 2005). Este estudio muestra que los monos
macacos tienen la capacidad de discriminar entre acciones similares
encaminadas a un objetivo sobre la base de su grado de semejanza con
acciones encaminadas a un objetivo que los monos hayan ejecutado. Esta
capacidad parece ser cognitivamente sofisticada, porque implica un cierto
grado de metacognición en el campo de las acciones con un propósito.

El sistema de neuronas espejo en los humanos

Varios estudios, usando distintas metodologías y técnicas experimentales, han


demostrado la existencia en el cerebro humano de un sistema de neuronas
espejo que acopla la percepción de una acción y su ejecución. Durante la
observación de la acción existe una fuerte activación de las áreas premotora y
parietal, probablemente el homólogo humano de las áreas de los monos en las
que se describieron originariamente las neuronas espejo (para una revisión, ver
Rizzolatti, Fogassi y Gallese, 2001; Gallese, 2003a; Rizzolatti y Craighero,
2004; Gallese, Keysers y Rizzolatti, 2004).  Además, el sistema de
acoplamiento de las acciones de las neuronas espejo en los humanos está
organizado somatotípicamente, con regiones corticales diferenciadas dentro de
los cortex activados por la observación/ejecución de acciones relacionadas con
la boca, la mano y el pie (Buccino y col., 2001). También se ha mostrado que el
sistema de neuronas espejo en los humanos está directamente implicado en la
imitación de movimientos simples de dedos (Iacoboni y col., 1999), así como en
el aprendizaje de actos motores complejos sin práctica (Buccino, Vogt y col.,
2004).

Un reciente estudio sobre imagen cerebral, en el que los humanos que


participaban observaron acciones bucales comunicativas llevadas a cabo por
humanos, monos y perros, mostró que la observación de acciones bucales
comunicativas conducía a la activación de distintos focos corticales según las
especies observadas. La observación del discurso humano silencioso activaba
la parte opercular de la circunvolución frontal inferior izquierda, un sector de la
región de Broca. La observación del gesto labial de beso de un mono activaba
bilateralmente una parte menor de la misma región. Finalmente, la observación
de un perro ladrando activaba sólo áreas visuales extraestriadas. Las acciones
pertenecientes al repertorio motor del observador (p. ej. el mordisco y la lectura
de un discurso) o relacionadas muy estrechamente con el mismo (p. ej. el beso
del mono)  están ubicados en el sistema motor del observador. Las acciones
que no pertenecen a este repertorio (p. ej. el ladrido) están ubicadas y a partir
de ahí categorizadas sólo sobre la base de sus propiedades visuales (Buccino,
Lui y col., 2004). Además, Watkins, Strafella y Paus (2003) mostraron que la
mera observación de acciones bucales comunicativas relacionadas con el
habla facilita la excitabilidad del sistema motor implicado en la producción de
las mismas acciones.

Fadiga y col. (1995) informaron que cuando los sujetos observaban al


experimentador agarrando un objeto, o llevando a cabo con el brazo
movimientos sin objetivo alguno, los potenciales motores provocados en los
músculos de la mano del observador inducidos por la Estimulación Magnética
Transcránica (TMS, siglas en inglés) de la corteza motora del observador se
incrementaban llamativamente respecto a otras condiciones de control (p. ej.
observar un punto fijo en una pantalla de ordenador). Además, el aumento de
los potenciales motores provocados sucedía sólo en aquellos músculos que los
sujetos usaban cuando estaban llevando a cabo activamente los movimientos
observados.

Intención de la acción

Cuando un individuo comienza un movimiento encaminado a lograr un objetivo,


como por ejemplo coger un bolígrafo, tiene claramente en mente lo que va a
hacer (p. ej. escribir una nota en un papel). En esta secuencia simple de actos
motores el objetivo final de la acción total está presente en la mente del sujeto
agente y de algún modo se refleja en cada acto motor de la secuencia. La
intención de la acción, por tanto, está establecida antes del comienzo de los
movimientos. Esto significa que cuando vamos a ejecutar una acción
determinada podemos predecir sus consecuencias. Pero una acción
determinada puede estar originada por intenciones muy diferentes entre sí.
Supongamos que alguien ve a otra persona cogiendo una taza. Es muy
probable que las neuronas espejo del agarrar se activen en el cerebro del
observador. La coincidencia directa entre la acción observada y su
representación motora en la mente del observador, sin embargo, sólo puede
decirlos lo que es la acción (coger algo) y no por qué se produjo la acción. Esto
ha llevado a varios autores a manifestarse en contra de la relevancia de las
neuronas espejo para la cognición social y, en concreto, para determinar las
intenciones sociales y comunicativas de los otros (ver p. ej. Jacob y Jeannerod,
2004; Csibra, 2004).

Pero, ¿qué es la intención de una acción? Determinar por qué se ejecutó la


acción A (coger la taza) es decir, determinar su intención, puede ser
equivalente a detectar el objetivo de la acción posterior e inminente aún no
ejecutada (digamos beber de la taza). En un estudio recientemente publicado
(Iacoboni y col., 2005) sobre la Imagen funcional de la Resonancia
Magnética (fMRI, siglas en inglés), se abordaron experimentalmente estas
cuestiones. Los sujetos observaban tres tipos de estímulos: acciones de coger
con la mano sin un contexto; sólo contextos (una escena que contiene objetos);
y acciones de coger con la mano encarnadas en un contexto. En esta última
condición, el contexto sugería la intención asociada con la acción de agarrar
(beber o lavar). Las acciones encarnadas en contextos, comparadas con las
otras dos condiciones, arrojaron un incremento significativo de la señal en la
parte posterior de la circunvalación frontal inferior y en el sector adyacente del
cortex promotor ventral en que se representan las acciones manuales. Así, las
áreas espejo promotoras –áreas activas durante la ejecución y la observación
de una acción, que previamente se pensaba que estaban implicadas sólo en el
reconocimiento de la acción- están realmente implicadas también en
comprender el “por qué” de una acción, es decir, en la intención que la
promueve. Otro resultado interesante de este estudio es que no hace
diferencia, en términos de activación de las áreas espejo promotoras, en si uno
está explícitamente instruido o no para determinar la intención de las acciones
observadas en los otros. Esto significa que –al menos para acciones simples
como las empleadas en este estudio- la adscripción de intenciones tiene lugar
por defecto, apuntalada por la activación obligatoria de un mecanismo de
simulación encarnada.

El mecanismo neurofisiológico que se halla en la base de la relación entre la


detección de la intención y la predicción de la acción fue recientemente
aclarado. Fogassi y col., (2005) describieron un tipo de neuronas espejo
parietales cuya descarga durante la observación de un acto (por ej. coger un
objeto) está condicionada por el tipo de acto posterior aún no observado (p. ej.
llevarse el objeto a la boca) que especifica la intención de la acción en general.
Este estudio muestra que el lóbulo parietal inferior del mono contiene neuronas
espejo que producen descargas de forma diferencial en asociación con los
actos motores del mono (agarrar) sólo cuando están incorporados a una acción
concreta encaminada a un objetivo. Por ejemplo, una neurona determinada
produce una descarga cuando el mono agarra un objeto sólo si el acto de
agarrar está encaminado a llevarse el objeto a la boca y no si la intención es
depositarlo dentro de una taza. Parece, por tanto, que estas neuronas codifican
el mismo acto motor de forma diferente dependiendo del objetivo distal y
primordial de la acción. Los actos motores dependen uno de otro puesto que
participan del objetivo distal primordial de una acción, formando así cadenas
intencionales preconectadas en las que cada acto motor está facilitado por el
previamente ejecutado.

La respuesta visual de muchas de estas neuronas espejo parietales es similar


a su respuesta motora. De hecho, descargan de forma diferente dependiendo
de si el acto de agarrar observado está seguido por llevarse el objeto a la boca
o por depositarlo en una taza. Hay que tomar nota de que las neuronas
producen descarga antes de que el mono vea que el experimentador comienza
el segundo acto motor (llevarse el objeto a la boca o depositarlo en la taza).
Esta nueva propiedad de las neuronas espejo parietales sugiere que además
de reconocer el objetivo del acto motor observado, discriminan entre actos
motores idénticos según la acción en la que estén incorporados. Así, estas
neuronas no sólo codifican el acto motor observado, sino que también parece
permitir al mono que observa predecir la siguiente acción del sujeto agente, y a
partir de ahí la intención general. Es posible interpretar este mecanismo como
el correlato neuronal del albor de algunas de las sofisticadas capacidades de
mentalización que caracterizan a nuestra especie.

El mecanismo de comprender la intención que hemos descrito parece ser


bastante simple: dependiendo de qué cadena motora se active, el observador
va a activar los esquemas motores de lo que más probablemente vaya a hacer
el sujeto agente. ¿Cómo puede formarse ese mecanismo? Actualmente sólo
podemos hacer especulaciones. Puede hacerse la hipótesis de que la
detección estadística de qué acciones siguen más frecuentemente a otras
acciones, tal como son realizadas u observadas habitualmente en el entorno
social, puede forzar las vías preferentes que encadenan a diferentes esquemas
motores. A nivel neuronal esto puede lograrse mediante el encadenamiento de
diferentes poblaciones de neuronas espejo que codifican no sólo el acto motor
observado sino también aquellos que lo seguirían normalmente en un contexto
determinado.

Atribuir intenciones simples consistiría, por tanto, en predecir un próximo


objetivo. Según esta perspectiva, la predicción de la acción y la atribución de
intenciones son fenómenos relacionados, apuntalados por el mismo
mecanismo funcional, la simulación encarnada. En contraste con lo que
afirmaría la corriente principal de la ciencia cognitiva, la predicción de laacción
y la atribución de intenciones –al menos de intenciones simples- no parecen
pertenecer a campos cognitivos diferentes; más bien, ambas pertenecen a los
mecanismos de simulación encarnada apuntalados por la activación de
cadenas de neuronas espejo lógicamente relacionadas.

El lenguaje y la simulación encarnada

Ninguna explicación de la intersubjetividad humana puede prescindir del


lenguaje puesto que éste es el sello más específico de lo que significa ser
humano. El lenguaje humano, durante la mayor parte su historia, ha sido sólo
lenguaje hablado. Esto puede sugerir que lo más probable es que el lenguaje
evolucionara para ofrecer a los individuos una nueva herramienta cognitiva
social más poderosa y flexible con la cual compartir, comunicar e intercambiar
conocimientos (ver Tomasello y col., 2005). ¿Cuál es la relación entre el
sistema motor, la simulación encarnada y la comprensión del lenguaje?
Clásicamente se ha considerado que el significado de una frase,
independientemente de su contenido, debe ser entendido basándose en
representaciones mentales, amodales y simbólicas (Pylyshyn, 1984; Fodor,
1998). Una hipótesis alternativa, que ahora tiene ya más de 30 años, supone
que la comprensión del lenguaje se basa en la “incorporación” (Lakoff y
Johnson, 1980, 1999; Lakoff, 1987; Glenberg, 1997; Barsalou, 1999;
Pulvermüller, 1999, 2002, 2005; Glenberg y Robertson, 2000; Gallese, 2003b;
Feldman y Naranayan, 2004; Gallese y Lakoff, 2005).
De acuerdo con la teoría de la incorporación, para las frases relacionadas con
la acción, las estructuras neuronales que presiden la ejecución de una acción
también deberían desempeñar un papel en la comprensión del contenido
semántico de dichas acciones cuando se describen verbalmente. La evidencia
empírica demuestra que así es. Glenberg y Kaschak (2002) pidieron a los
participantes que juzgaran si una frase leída era sensata o era una tontería
moviendo su mano a un botón que requería un movimiento en sentido contrario
del cuerpo (en una condición) o hacia el cuerpo (en la otra). La mitad de las
frases sensatas describían una acción hacia el lector y la mitad en dirección
contraria. Los lectores respondían más rápidamente a las frases que describían
acciones cuya dirección era congruente con el movimiento de respuesta
requerido. Esto muestra claramente que la acción contribuye a la comprensión
de la frase.

El resultado más sorprendente de este estudio, sin embargo, fue que la misma
interacción entre la dirección del movimiento descrito en la frase y la dirección
de la respuesta se produjo también en frases abstractas que describían la
transferencia de información de una persona a otra, tales como “Liz te contó la
historia” vs “Tú le contaste la historia a Liz”. Este resultado amplía el papel de
la simulación de la acción a la comprensión de frases que describen
situaciones abstractas. Recientemente otros autores (Borghi, Glenberg y
Kaschak, 2004; Matlock, 2004) han publicado resultados similares.

Una predicción de la teoría de la incorporación de la comprensión del lenguaje


es que cuando los individuos escuchen frases relacionadas con la acción, se
modulará su sistema neuronal. El efecto de esta modulación debería influir la
excitabilidad de la corteza motora primaria, y por tanto la producción del
movimiento que ésta controla. Para probar esta hipótesis se llevaron a cabo
dos experimentos (Buccino y col., 2005). En el primero, mediante TMS
(Estimulación Magnética Transcránica) de pulsación simple, se estimulaban
bien las áreas motoras de la mano o del pie/pierna en el hemisferio izquierdo
en distintas sesiones experimentales, mientras los participantes escuchaban
frases que expresaban acciones de la mano y del pie. Escuchar frases de
contenido abstracto servía como control. Se registraron los potenciales motores
provocados (MEP, siglas en inglés) en los músculos de la mano y del pie. Los
resultados mostraron que los MEP registrados en los músculos de la mano
estaban concretamente modulados por la escucha de frases relacionadas con
la acción de la mano, al igual que los MEP registrados en los músculos del pie
lo estaban por la escucha de frases relacionadas con la acción del pie.

En el segundo experimento conductual, los participantes tenían que responder


con la mano o con el pie mientras escuchaban frases que expresaban acciones
de la mano y el pie, en comparación con frases abstractas. De forma coherente
con los resultados obtenidos a partir de la TMS, los tiempos de reacción de los
dos efectores estaban concretamente modulados por las frases escuchadas
congruentes con cada efector. Estos datos muestran que escuchar frases que
describen acciones activa diferentes sectores del sistema motor, dependiendo
del efector utilizado en la acción descrita.

Varios estudios de imagen cerebral han mostrado que procesar material


lingüístico para captar su significado activa regiones del sistema motor
congruentes con el contenido semántico procesado. Hauk, Johnsrude y
Pulvermüller (2004) mostraron en un estudio de fMRI (Imagen funcional de la
Resonancia Magnética) relacionado con acontecimientos que la lectura
silenciosa de palabras referidas a acciones de la cara, el brazo o la rodilla
conducía a la activación de diferentes sectores de las áreas promotoras-
motoras congruentes con el significado referencial de las palabras leídas.
Tettamanti y col. (2005) mostraron que escuchar frases que expresaran
acciones llevadas a cabo con la boca, la mano y el pie produce la activación de
diferentes sectores de la corteza premotora, dependiendo del efector utilizada
en una frase determinada. Estos sectores activados se corresponden, aunque
a grandes rasgos, con aquellos activos durante la observación de las acciones
de la mano, la boca y el pie (Buccino y col., 2001)

Estos datos apoyan la idea de que el sistema de neuronas espejo está


implicado no sólo en la comprensión de acciones presentadas visualmente,
sino también en la ubicación de frases relacionas con una acción presentada
acústicamente. La relevancia funcional concreta que la implicación de la
simulación encarnada de la acción tiene para la comprensión del lenguaje no
está clara todavía. Se podría especular que dicha implicación es puramente
parasitaria, o que en todo caso refleja el imaginario motor inducido por la
corriente de comprensión del proceso. Estudiar la dinámica espaciotemporal
del procesamiento del lenguaje es crucial para resolver esta cuestión. Los
experimentos con el Potencial para la Disposición Provocado (ERP, siglas en
inglés) con la lectura silenciosa de palabras relacionadas con el rostro, el brazo
y la pierna, mostraron activaciones diferenciales específicas de cada categoría
aprox. 200 ms después de la aparición de la palabra. La localización de la
fuente distribuida llevada a cabo en los ERP desencadenados por estímulo
mostró diferentes fuentes de activación somatotípicamente organizadas, con
una fuente frontal inferior más fuerte para palabras relacionadas con el rostro y
una fuente superior central máxima para palabras relacionadas con la pierna
(Pulvermüller, Härle y Hummel, 2000).

Esta disociación en los patrones de actividad cerebral apoya la idea de


procesos léxicosemánticos tempranos desencadenados por un estímulo y que
tienen lugar dentro del cortex promotor. Pulvermüller, Shtyrov e Ilmoniemi
(2003) usaron la Magneto-Encefalografía (MEG) para investigar el curso
temporal de la activación cortical subyacente a la negatividad dispareja
provocada al escuchar una palabra relacionada con la acción. Los resultados
mostraron que las áreas auditivas del lóbulo superior-temporal izquierdo se
activaban 136 ms después de que la información en el imput acústico fuera
suficiente para identificar la palabra, y la activación del córtex frontal-inferior
izquierdo se producía tras una demora adicional de 22 ms.

En suma, aunque estos resultados distan de ser concluyentes acerca de la


relevancia efectiva de la simulación encarnada de la acción para la
comprensión del lenguaje, muestran que la simulación es específica y
automática y que tiene una dinámica temporal compatible con dicha función.
Serán necesarios más estudios para validar lo que en este momento parece
una hipótesis muy plausible, y ampliarla a expresiones lingüísticas de contenido
abstracto.
 

Especularizar emociones y sensaciones mediante la simulación


encarnada

Las emociones constituyen uno de los primeros modos disponibles para que el
individuo adquiera conocimiento sobre su situación, permitiendo así una
reorganización de este conocimiento sobre la base del resultado de las
relaciones mantenidas con los otros. La actividad coordinada de los sistemas
neuronales sensoriomotor y afectivo resulta en la simplificación y
automatización de las respuestas conductuales que se supone que los
organismos vivos producen para sobrevivir. La integridad del sistema
sensoriomotor parece en realidad crítica para el reconocimiento de las
emociones desplegadas por los otros (ver Adolphs, 2003; Adolphs y col., 2000),
porque, en línea con una propuesta originalmente avanzada por Damasio
(1994, 1999), el sistema sensoriomotor parece soportar la reconstrucción de lo
que se sentiría como estar en una emoción concreta, mediante la simulación
del estado corporal relacionado. La implicación de este proceso para la
empatía debería ser obvia.

Un estudio reciente de la fMRI mostró que sentir asco y ver esa misma
emoción expresada por la mímica facial de otra persona activaban la misma
estructura neuronal –la ínsula anterior- en la misma localización coincidente
(Wicker y col., 2003). Esto sugiere, al menos para la emoción de asco, que las
experiencias en primera y en tercera persona de una emoción determinada
están apuntaladas por la actividad de un substrato neuronal compartido.

Hay evidencia de que un proceso paralelo a la observación de acciones


motoras se produce cuando se observa la expresión facial de otra persona. Por
ejemplo, cuando las personas observan imágenes de expresiones faciales
emocionales, muestran respuestas electromiográficas rápidas y espontáneas
en los músculos faciales que corresponden a los músculos faciales implicados
en las expresiones faciales de la persona observada. Las observaciones de
imágenes de rostros felices provocan el incremento de la actividad muscular
cigomática en el observador, mientras que la observación de rostros enojados
provoca el incremento de la actividad de los músculos superciliares
corrugadotes –las mismas áreas musculares están implicadas en,
respectivamente, las expresiones faciales de felicidad y de enojo (Dimberg,
1982; Dimberg y Thunberg, 1998; Dimberg, Thunberg y Emde, 2000; Lundqvist
y Dimberg, 1995).

Centrémonos ahora en las sensaciones somáticas como objetivo de nuestra


percepción social. Como ha enfatizado reiteradamente la fenomenología, el
contacto tiene un estatus privilegiado a la hora de posibilitar la atribución social
de una individualidad vívida a los otros. “Estemos en contacto” es una
expresión común en el lenguaje cotidiano, que describe metafóricamente el
deseo de estar en contacto con otra persona. Dichos ejemplos muestran cómo
la dimensión táctil puede estar íntimamente relacionada con la dimensión
interpersonal.

Como predijo la “hipótesis múltiple compartida” (Gallese, 2001, 2003a, c,


2005a, b), la evidencia empírica sugiere que la experiencia en primera persona
de ser tocado en el cuerpo activa las mismas redes neuronales activadas al
observar que el cuerpo de otra persona es tocado (Keysers y col., 2004;
Blakemore y col., 2005). Este doble patrón de activación de las mismas
regiones cerebrales relacionadas con lo sensoriomotor sugiere que nuestra
capacidad de percibir y comprender directamente  la experiencia táctil de los
otros podría estar mediada por la simulación encarnada, es decir por la
activación desencadenada externamente de algunas de las mismas redes
neuronales que apuntalan nuestras propias sensaciones táctiles. El estudio de
Blakemore y col. (2005) muestra que el grado de activación de las mismas
áreas somatosensoriales activadas tanto durante la experiencia táctil subjetiva
como por su observación en los otros podría ser un importante mecanismo que
capacite al sujeto para desentrañar quién está siendo tocado. De hecho, lo que
este estudio muestra es que la diferencia entre empatizar con la sensación
táctil de otra persona y sentir realmente la misma sensación en el propio
cuerpo (como en el caso de la sinestesia) es una cuestión de grados de
activación de las mismas áreas cerebrales. Estos datos apoyan la noción de
que desentrañar quién es quién (uno mismo vs el observador) no supone un
problema para la hipótesis múltiple compartida.

Un mecanismo similar de simulación encarnada apuntala probablemente


nuestra experiencia de las sensaciones dolorosas de los otros. Los
experimentos de registro de neuronas simples desarrollados en pacientes de
neurocirugía despiertos (Hutchison y col., 1999), así como los experimentos
utilizando fMRI (Singer y col., 2004; Morrison y col., 2004; Jaclson, Meltzoff y
Decety, 2005; Botvinick y col., 2005) y TMS (Avenanti y col., 2005) con sujetos
sanos, muestran que las mismas estructuras neuronales se activan tanto
durante la experiencia subjetiva de dolor como en la observación directa o el
conocimiento simbólicamente mediado de la experiencia de la misma
sensación dolorosa por parte de otra persona.

Debería señalarse que los estudios con fMRI y TMS muestran que la
coincidencia de la activación en las condiciones de la experiencia uno
mismo/otro puede modularse en términos de las áreas cerebrales implicadas
por las demandas cognitivas impuestas por el tipo de tareas. Cuando se pide a
los sujetos que simplemente miren la estimulación dolorosa de una parte del
cuerpo experimentada por un extraño, el observador extrae las cualidades
sensoriales básicas del dolor sentido por los otros, ubicándolo
somatotípicamente en su propio sistema sensoriomotor. Sin embargo, cuando
se pide a los sujetos que imaginen el dolor que está experimentando su pareja
sin que ellos lo vean, sólo se activan las áreas cerebrales que median en la
cualidad afectiva del dolor (el cortex cingular anterior y la ínsula anterior). Se ha
sostenido convincentemente (Singer y Frith, 2005) que la actitud mental
concreta de los individuos podría ser la variable clave que determinase el grado
y la cualidad de la activación de circuitos neuronales compartidos cuando se
perciben las sensaciones de los otros, como en el caso del dolor.

Simulación encarnada
Primero queremos distinguir entre la teoría de la “simulación estándar”
(Gordon, 1986, 1995, 1996, 2005; Harris, 1989; Goldman, 1989, 1992ª, b, 113,
a, b, 2000, 2005) y la “simulación encarnada”. Según la primera, el observador
adopta la perspectiva del otro, genera imaginativamente estados mentales
“pretendidos” (deseos, preferencias, creencias) y luego infiere los estados
mentales del otro. Como afirman Gordon y Cruz (2004) en su descripción de la
teoría de la simulación, “Uno representa las actividades y procesos mentales
de los otros mediante la simulación mental, es decir, generando actividades y
procesos similares en uno mismo… Uno adopta imaginativamente las
circustancias de lo observado y luego usa su propio aparato mental para
generar estados mentales y decisiones” (pp. 1-2). O, como Jung (2003)
describe la teoría, “la simulación requiere que el sujeto empatice, es decir ‘que
se ponga en los zapatos del otro’ o, lo que es lo mismo, que pretenda recibir los
mismos estímulos sensoriales, involucrarse en los mismos procesos que se
involucraría en la misma situación y predecir la conducta del otro basándose
en lo que él mismo haría” (p. 215). Precisamente son esos procesos
inferenciales que según esta hipótesis intervienen los que se cuestionan en la
teoría de Gallese de la simulación encarnada (2003a, c, 2005a b, 2006). Esta
teoría rechaza tanto la explicación de la teoría-teoría[2] como las formas
estándar de la teoría de la simulación que dependen principalmente de
simulaciones explícitas del estado interno del otro y requieren adoptar
explícitamente la perspectiva del otro basándose en la introspección.

Aquí empleamos el término simulación encarnada como mecanismo


obligatorio, no consciente y prerreflexivo que no es resultado de un esfuerzo
cognitivo deliberado y consciente encaminado a interpretar las intenciones
ocultas en la conducta manifiesta de los otros, como implica la explicación de la
teoría-teoría. Creemos que la simulación encarnada es un mecanismo
funcional previo de nuestro cerebro. Sin embargo, puesto que genera un
contenido representacional, el mecanismo funcional parece desempeñar un
papel importante en nuestro enfoque epistémico del mundo. Utiliza el resultado
de las acciones, emociones o sensaciones simuladas para atribuir este
resultado a otro organismo como un objetivo real que esté intentando alcanzar,
o como una emoción o sensación real que esté sintiendo.

Cuando vemos la expresión facial de otra persona, y esta percepción nos lleva
a sentir esa expresión como un estado afectivo concreto, no logramos este tipo
de comprensión mediante un argumento por analogía. La emoción del otro es
constituida, sentida y por tanto directamente comprendida mediante una
simulación encarnada que produce un estado corporal compartido. Es la
activación de un mecanismo neuronal compartido por el observador y el
observado que permite la comprensión experiencial. Un mecanismo similar
basado en la simulación ha sido propuesto por Goldman y Sripada (2004) como
una “resonancia no mediada”.

En todos los campos anteriores –de acciones, intenciones, emociones y


sensaciones- percibir automáticamente la conducta del otro activa en el
observador el mismo programa motor que subyace a la conducta observada.
Es decir, uno simula internamente la conducta observada, estableciendo
automáticamente una linea experiencial directa entre el observador y el
observado en la que ambos se activa el mismo substrato neuronal.  Aunque
podemos usar, y lo hacemos, estrategias hermenéuticas más explícitas y
argumentos por analogía para comprender al otro, la simulación encarnada –
proponemos- constituye una base fundamental para una comprensión
automática, inconsciente y no inferencial de las acciones, intenciones,
emociones, sensaciones y, tal vez incluso las expresiones lingüísticas, del otro.
Según nuestra hipótesis, dicho conocimiento experiencial relacionado con el
cuerpo permite una captación directa del sentido de las acciones llevadas a
cabo por los otros, y de las emociones y sensaciones que estos tienen[3].

Según esta hipótesis, cuando confrontamos la conducta intencional de los


otros, la simulación encarnada, un mecanismo específico por medio del cual
nuestro sistema cerebro/cuerpo modela sus interacciones con el mundo,
genera un estado extraordinario de “entonamiento intencional”. Este estado
genera a su vez una cualidad peculiar de familiaridad con otros individuos. Los
diferentes sistemas de neuronas espejo representan sus ejemplificaciones
subpersonales. Mediante la simulación encarnada no sólo “vemos” una acción,
una emoción o una sensación. Junto con la descripción sensorial de los
estímulos sociales observados, las representaciones internas de los estados
corporales asociados con estas acciones, emociones y sensaciones son
evocadas en el observador, “como si” éste estuviera realizando una acción
similar o sintiendo una emoción o sensación similar.

Implicaciones para el desarrollo del infante

El importantísimo estudio de Meltzoff y Moore (1977) y el campo de


investigación que éste abrió (ver Meltzoff y Moore, 1997, 1998; Meltzoff, 2002)
mostró que los recién nacidos son capaces, a las 18 horas de vida, de
reproducir movimientos de la boca y el rostro del adulto que tienen enfrente.
Esa parte concreta de su cuerpo responde, aunque no de un modo reflejo
(Meltzoff y Moore, 1977, 1994), a los movimientos realizados por la parte
equivalente del cuerpo de otra persona. Más concretamente, esto significa que
los recién nacidos ponen en movimiento, y del modo “correcto” una parte de su
cuerpo a la que no tienen acceso visual pero que, sin embargo, coincide con
una conducta observada. Hablando en plata, la información visual se
transforma en información motora. Este mecanismo aparentemente innato se
ha denominado como “trazado intermodal activo” (AIM, siglas en inglés; ver
Meltzoff y Moore, 1997). El trazado intermodal define un “espacio real
supramodal” (Meltzoff, 2002) que ofrece marcos representacionales no
limitados por ningún modo concreto de interacción, sea visual, auditiva o
motora. Modos de interacción tan diversos como ver, oir, o hacer algo deben
compartir, por tanto, algún aspecto peculiar que haga posible el proceso de
equivalencia llevado a cabo por el AIM. La cuestión consiste, entonces, en
aclarar la naturaleza de este aspecto peculiar y los posibles mecanismos
subyacentes.

La capacidad de un infante pequeño para reproducir movimientos de la boca y


la cara de los adultos seguramente no esté basado en ningún proceso
inferencial. Más bien, sugiere la existencia de redes neuronales compartidas de
un mecanismo neuronal sensoriomotor de simulación encarnada automática
presente desde el momento del nacimiento. También sugiere una base
neuronal para un proceso intersubjetivo que comienza al principio de la vida y
se expresa en actividades mutuamente coordinadas durante las cuales los
movimientos, las expresiones faciales y las interacciones de la voz del infante y
de la madre se sincronizan (Reddy y col., 1997). Este proceso intersubjetivo,
sugerimos, ejemplifica la concepción de Winnicott del “papel de espejo” de la
madre y la familia en el desarrollo del niño (1967) y el concepto de Stern de
“entonamiento afectivo” (1985). También sugerimos que este proceso
intersubjetivo que comienza en la primera infancia, normalmente continúa de
modo elaborado y desarrollado a lo largo de la vida del individuo en sus
interacciones sociales.

Otra prueba de la relación crucial entre la simulación encarnada y el desarrollo


de capacidades de mentalización es el reciente descubrimiento de que los
infantes de 12 meses desarrollan la capacidad de anticipar el objetivo de los
actos motores observados sólo cuando ellos llegan a ser capaces de realizar
por sí mismos los mismos actos motores encaminados a un objetivo
(Sommerville y Woodward, 2005; Falck-Ytter, Gredeback y von Houston, 2006).
Estos resultados muestran que las habilidades cognitivas sociales, como la
detección del objetivo de una acción, dependen del conocimiento experiencial
adquirido mediante el desarrollo paralelo de habilidades motoras.

Implicaciones para el psicoanálisis

Sería realmente sorprendente si los hallazgos y el debate relativos a la base de


nuestra capacidad de leer la mente no tuvieran implicaciones para el
psicoanálisis, en tanto el intento de comprender la mente del otro es el corazón
de la empresa psicoanalítica.

Ahora nos fijaremos en posibles implicaciones para el psicoanálisis.


Intentaremos demostrar que los hallazgos y la teoría de la simulación
encarnada que presentamos en este artículo sugieren los apuntalamientos
neuronales de numerosas ideas y formulaciones psicoanalíticas, tales como la
comunicación inconsciente, la identificación proyectiva, la comprensión
empática y el proceso terapéutico.

Comunicación inconsciente, el sistema especular y la simulación


encarnada

Freud (1912) reconoció el papel de la comunicación entre el inconsciente del


analista y del paciente en la situación analítica. Escribió que el analista “debe
convertir su propio inconsciente en una especie de órgano receptivo para el
inconsciente que transmite el paciente” (p. 111). Freud no intentó especificar la
naturaleza del proceso o procesos mediante los cuales podía ocurrir esa
comunicación inconsciente. Aunque flirteó con la idea de la telepatía mental
(Freud, 1921), seguramente esto no servía como explicación. Entonces ¿qué
pueden ser estos procesos? Nosotros sugerimos que un posible mecanismo
reside en la activación neuronal compartida y en la simulación encarnada que
hemos discutido.

Tanto paciente como analista pueden estar inconscientemente recogiendo y


respondiendo a sutiles pistas por parte del otro, y la percepción de estas pistas
puede activar patrones neuronales compartidos por ambos. Este proceso
puede suceder reiteradamente de modo circular y recíproco y puede constituir
la base para la comunicación inconsciente a la que Freud se refirió. Aunque es
indudablemente difícil y compleja, en principio esta es una hipótesis a
investigar.

Identificación proyectiva

Como es bien sabido, el concepto de identificación proyectiva se ha usado


ampliamente en el psicoanálisis contemporáneo, aunque a menudo ha sido
definido y utilizado con poco rigor de diferentes modos. La cuestión que
abordamos aquí se refiere a las implicaciones que el descubrimiento de las
neuronas espejo, los hallazgos relacionados y la teoría de la simulación
encarnada tienen para el concepto de identificación proyectiva. Antes de
abordar esa cuestión, sin embargo, dado el frecuente uso vago del término,
intentaremos aclarar cómo entendemos nosotros el concepto (ver Migone,
1995a, pp. 324.329; 1995b).

Seguimos la formulación de Ogden (1982) de conceptualizar la identificación


proyectiva en tres pasos. El paso 1 consiste en que la persona A (por ejemplo,
el paciente) proyecta un aspecto indeseado de sí mismo sobre la persona B (p.
ej. el analista). Según la teoría psicoanalítica tradicional, esto significa que es
probable que A sienta a B de acuerdo con esa proyección. Por ejemplo, si A
proyecta un deseo hostil o un aspecto crítico de sí mismo sobre B, es probable
que A le atribuya hostilidad o crítica a B y lo sienta según esa atribución. Hasta
aquí esto no es diferente de la proyección ordinaria y es más bien una cuestión
intrapsíquica. Es decir, la proyección de A sobre B puede tener lugar totalmente
en la fantasía, sin una interacción real con B y sin la presencia física de B. (En
realidad, en la formulación original de Melanie Klein, la identificación proyectiva
es totalmente un fenómeno intrapsíquico).

El paso 2, al que Ogden se refiere como “presión interpersonal” supone el


factor interpersonal de que A induzca en B una reacción congruente con la
proyección de A. Por ejemplo, siguiendo con la proyección de una parte crítica
de sí mismo sobre el analista, el paciente puede inducir que éste se sienta y se
comporte de forma crítica. Este paso se describe a veces en la literatura
psicoanalítica en términos casi místicos, prestando poca atención o ninguna al
proceso por el que A induce a B a sentir y comportarse de acuerdo con su
proyección. Sin embargo, uno induce a otro a sentir y comportarse de un modo
concreto no mediante magia, sino emitiendo ciertas pistas, si bien sutiles, es
decir, comportándose e interactuando de un modo concreto. Así, uno puede
inducir a alguien a sentirse crítico y comportarse de manera crítica siendo
desagradable, comportándose él mismo así, o invitando a la crítica de forma
masoquista. Tómese nota de que el paso 2 implica un proceso interpersonal y
no es principalmente intrapsíquico. También debería notarse que en tanto que
A tiene éxito en inducir a B a sentir y comportarse de acuerdo a su proyección,
la proyección tiene un apoyo en la realidad. A puede sentir que está siendo
realista al atribuir ciertos sentimientos o impulsos a B. Finalmente, debería
notarse que el paso 2 a menudo se describe en términos de la “identificación
introyectiva” de B con la proyección de A; esto también se ha llamado
“contraidentificación proyectiva”, un término acuñado por Grinberg (1957,
1979), aunque el proceso que hemos descrito no parece suponer identificación
de ningún modo obvio.

El paso 3 se refiere a cómo B maneja la proyección y la “presión interpersonal”


de A y su impacto sobre ese A. La reacción modulada y templada de B, según
Ogden (y otros) es terapéutica porque “metaboliza” o “digiere” la proyección de
A. Esto permite a A reinternalizar la proyección, ahora, no obstante, de un
modo tranquilo, “metabolizado” y aceptable. Nos parece que los
términos metaboliza y digiere, evocadores pero en cierto modo de jerga pueden
ser entendidos en términos de esos procesos ordinarios como el modelado que
A realiza de cómo reacciona B a su proyección y a su “presión interpersonal”,
es decir, cómo maneja B los afectos y sentimientos que A encuentra
inaceptables e inmanejables.

Ahora volvamos a la cuestión de las implicaciones de las neuronas espejo y los


hallazgos relacionados, así como de la teoría de la simulación encarnada, para
el concepto de identificación proyectiva. Como ya hemos discutido, hay
evidencia de que al sentir una emoción, observar esa misma emoción
expresada por otra persona activa la misma estructura neuronal. También hay
evidencia de que cuando las personas observan imágenes de expresiones
faciales emocionales, muestran respuestas electromiográficas rápidas y
espontáneas en los músculos faciales que corresponden a los músculos
faciales implicados en la expresión de la persona observada. También, como
ha hallado Ekman (1993, 1998; Ekman y Davidson, 1994), la simulación de la
expresión facial emocional de otra persona se acompaña de la experiencia de
una pequeña dosis de la emoción simulada.

Aplicar los hallazgos que hemos citado a la situación clínica conduce a la


siguiente formulación plausible: es posible que el tono y las expresiones
emocionales del paciente desencadenen en el terapeuta una simulación
automática y consiguientemente la experiencia de al menos una pequeña dosis
de una emoción similar a la vivida por el paciente. Lo que merece
la pena señalar aquí es que según la teoría de la simulación encarnada y los
hallazgos relacionados, es probable que el terapeuta sienta emociones y
sentimientos similares a los del paciente independientemente de las
proyecciones del paciente y de la presión interpersonal por parte de éste (es
decir, el inconsciente del paciente intenta inducir ciertas emociones en el
terapeuta. Si bien la presión interpersonal puede intensificar este proceso, los
hallazgos de los que hemos hablado sugieren que se trata de un proceso
automático y ubicuo que sucede independientemente de la identificación
proyectiva, al menos tal como la definió Ogden. En el contexto psicoanalítico,
esto equivale aproximadamente a decir que la “identificación concordante”
(Racker, 1968), independiente de la proyección y la presión interpersonal, es
un proceso ubicuo y automático en las interacciones terapéuticas y en otras.
Basándose en el fenómeno de las neuronas espejo y en los hallazgos
relacionados, se puede decir que prácticamente en cualquier interacción
interpersonal existe una “inducción” automática inconsciente en cada
participante de lo que el otro está sintiendo. Esto sería cierto tanto para el
paciente como para el analista.

No hay razón para esperar que la simulación automática por parte del
terapeuta de la expresión emocional del paciente (o la “identificación
concordante” con el paciente) fuera terapéutica en sí misma. Es decir, que el
terapeuta está sintiendo lo que el paciente siente no es probable que sea útil al
paciente. Lo que lo convierte en útil es que ofrece una base importante para
que el terapeuta comprenda empáticamente al paciente. Lo que lo hace útil
también es que el terapeuta sienta algo como lo que siente el paciente en lugar
de una réplica de la experiencia del paciente. Si, como creemos, la interacción
terapéutica se caracteriza por las simulaciones continuadas de avance y
retroceso entre paciente y terapeuta, entonces es probable que la simulación
que hace el paciente de la expresión modificada por parte del terapeuta de la
experiencia del paciente sirva a funciones terapéuticamente reguladoras. Es
como si el paciente “viera” en el terapeuta una versión más manejable de lo
que está sintiendo. Creemos que esto es esencialmente lo que transmitía la
idea de que el terapeuta “metaboliza” los afectos del paciente (paso 3 de la
explicación de la identificación proyectiva de Ogden). Sin embargo, una vez
más, señalamos que el proceso que describimos es ubicuo y no requiere
necesariamente las proyecciones del paciente ni la presión interpersonal activa
y específica. Interactuar con otro ya es estar “inducido” a sentir algo de lo que
el otro está sintiendo.

No estamos sugiriendo que los pacientes no se comprometan en la proyección


o ejerzan presión interpersonal. Decimos simplemente que el fenómeno de que
el terapeuta sienta algo similar a lo del paciente puede suceder sin que se den
la una ni la otra.  También nos parece que cuando uno atribuye la experiencia
del terapeuta a las proyecciones o la presión interpersonal del paciente,
necesita cierto tipo de evidencia de que estos procesos se han producido. El
mero hecho de que las experiencias del terapeuta sean similares a las del
paciente no es evidencia suficiente.

La identificación proyectiva es más frecuentemente evocada en la literatura


cuando el analista tiene sentimientos inusuales, ajenos e incómodos que
parecen no ser fácilmente atribuibles a la conducta manifiesta del paciente y
que a menudo se describen como si el analista estuviera poseído por alguna
fuerza externa (ver, p. ej. Bilu, 1987). En tales casos, a menudo se hace la
suposición de que los sentimientos del analista reflejan las proyecciones
inconscientes del paciente y su presión interpersonal. Si, no obstante, las
proyecciones y la presión no se reflejan en cierto modo, aunque sea sutilmente,
en la conducta del paciente, hay poco o nada que la teoría de la simulación
encarnada pueda ofrecer. No hay conducta que simular ni estructuras
neuronales que compartir. Sin embargo, a menos que las proyecciones del
paciente generen algunas pistas conductuales a las que el analista pueda
responder (consciente o inconscientemente), es difícil entender cómo estas
proyecciones, y la presión interpersonal que las acompaña, puede influenciar
las experiencias del analista, a menos que uno quiera proponer procesos
mágicos o telepáticos entre paciente y analista. En realidad, la telepatía a
menudo se propone como una explicación: por ejemplo, Ponsi (1997) escribe
con respecto a la identificación proyectiva que “el acontecimiento  intrapsíquico
originado en el paciente  da lugar a una modificación correspondiente en la
actitud mental del analista” (p. 247), sin reconocimiento aparente de que algún
mecanismo deba estar implicado para explicar este fenómeno. (Para un intento
temprano de explicar los fenómenos contratransferenciales en términos de
“procesos ocultos”, ver Deutsch, 1926). Bajo estas circunstancias, sería mucho
más plausible y mesurado concluir que es probable que los sentimientos ajenos
e inusuales del analista, aunque desencadenados en cierto sentido por el
paciente, se originen principalmente en su propia historia y dinámica y no sean
una fuente fiable para comprender la mente del paciente. Estos sentimientos
pueden entenderse mejor como reacciones contratransferenciales en el sentido
clásico del término, es decir, como impedimentos para una comprensión
adecuada del paciente.

El sistema espejo, la especularización y el entonamiento

En este punto necesitamos hacer algunas distinciones entre conceptos


estrechamente relacionados, incluyendo las diferencias entre el sistema de
neuronas espejo y la especularización en el contexto psicoanalítico (como se
usa, por ej. en la frase “especularización empática”). Como hemos apuntado lo
primero se refiere a redes neuronales compartidas en el observador de,
digamos, una expresión emocional y en el que experimenta la emoción. Este
sistema de neuronas espejo (junto con la simulación encarnada que tenemos la
hipótesis que él implica) no involucra necesariamente una especularización
activa o consciente en el sentido psicoanalítico.  Lo último supone un paso
adicional en el cual la conducta del observador –digamos la expresión
emocional- es congruente en cierto sentido con la expresión emocional, y
entonada con ella, de aquél con quien se interactúa. (Un buen ejemplo de este
tipo de especularización puede encontrarse en las interacciones madre-
infante). Decimos “congruente en cierto sentido” porque la comprensión
empática del otro se refleja no en la imitación ni la duplicación de su conducta,
sino en respuestas congruentes y entonadas, incluyendo respuestas
complementarias o moduladoras. En este sentido, el
término especularización es confuso.  Una respuesta empática no refleja
literalmente la conducta del otro. Así, si una madre observa a un bebé que
llora, ella no se pone a llorar, una respuesta que reflejaría contagio en lugar de
entonamiento y que no sería especialmente de ayuda para el bebé. En nuestra
opinión, la observación que una persona hace de la conducta de otra, provoca
una simulación automática de esa conducta, y este mecanismo permite la
comprensión empática, lo que en último lugar puede conducir a respuestas
complementarias o moduladoras.

¿Eso no implica la imitación o la especularización literal? Creemos que no. Por


una parte, la simulación no implica necesariamente una conducta claramente
imitativa. Hay evidencias de que la simulación automática a menudo se
acompaña por mecanismos inhibidores que permiten a una persona
simplemente observar la conducta de otra en lugar de llevarla a cabo también.
Por otra, la simulación que la persona B hace de la conducta de la persona A
no puede constituir una duplicación exacta, en tanto que hay dos personas
distintas o dos cerebros distintos implicados. La simulación de A de la conducta
de B está filtrada por sus experiencias pasadas, sus capacidades y actitudes
mentales. En el contexto de la comprensión empática, lo importante es que la
simulación de A necesita ser lo suficientemente fiel como para generar
respuestas congruentes con la conducta y los estados experienciales de B, o
estar entonada con ellos. Por ejemplo, la simulación de una madre de la
conducta de su infante y las respuestas que ésta genera necesitan estar
entonadas pero ser lo suficientemente diferentes de la experiencia y la
conducta del infante como para serle útiles para desarrollar un sentimiento de
su propia mente y para regular sus estados afectivos (ver también el importante
concepto de “marcaje” [Fonagy y col., 2002]; ver también el concepto de
Vygotsky de “zona de desarrollo próximo” [1934]). Estos procesos no serían
favorecidos por la especularización literal de la conducta del infante. Aquí
recordamos el hallazgo de Beebe, Lachmann y Jaffe (1997) de que en
contraste con entonamientos altos o bajos, el nivel moderado de entonamiento
de la madre con su infante durante los primeros meses de vida está asociado
con el apego seguro del infante al año de edad.

Una madre que responda a un infante angustiado que llora con, pongamos
“Oh, pobre bebé” y una expresión facial y tono de voz adecuados no está
imitando la angustia del bebé, sino respondiendo de una manera congruente o
entonada con la misma. Dicha respuesta no refleja simplemente el estado del
bebé; modula y regula ese estado de un modo que la imitación directa
obviamente no conseguiría. La especularización literal llevaría a la mera
“repetición”, una falta de crecimiento o progreso tanto en el niño como en el
paciente (así como en la vida adulta).

Por estas razones, creemos que el término especularización, tal como se usa


en la literatura psicoanalítica es confuso en tanto implica que la respuesta del
observador (p. ej. el cuidador) es una réplica o imitación de la conducta del
observado (p. ej. el infante). Sugerimos que ese término sea reemplazado con
expresiones como entonamiento o respuesta congruente. O al menos debería
resaltarse que la especularización no debería ser (y posiblemente por su
naturaleza no pueda serlo) una reproducción perfecta de los estados mentales
del otro[4].

La respuesta entonada o congruente de la madre permite al infante encontrarse


en los ojos de la misma. Según Fonagy y sus colaboradores (p. ej. Fonagy y
Target, 1996z, b, 2000), la capacidad de la madre para acoplarse a los estados
mentales del infante contribuye a la capacidad de éste para desarrollar un
concepto de su propia mente y de las mentes de los otros (un precedente de la
formulación de Fonagy puede hallarse en la idea de Bion [1952] de que la
reverie materna puede permitir la contención de los elementos de pensamiento
del niño, que se transformarán y más adelante serán utilizados por el niño para
construir su aparato de pensamiento). Lo que hace posible el entonamiento
activo y lo que constituye la base biológica para ese entonamiento,
proponemos, es la existencia del sistema de neuronas espejo y la simulación
encarnada automática. Sin embargo, la mera existencia de ese sistema espejo,
si bien es necesaria para el entonamiento, no resulta suficiente para
garantizarlo. Puesto que aunque el sistema espejo y la simulación encarnada
pueden ser procesos universales integrados, sabemos que hay un amplio
rango de diferencias individuales en la capacidad de las personas para
comprender a los otros y empatizar con ellos. Esto es cierto no sólo respecto a
las interacciones madre-infante, sino en las relaciones interpersonales en
general, incluyendo las interacciones paciente-terapeuta. Ahora nos fijaremos
en esta cuestión de las diferencias individuales en la comprensión empática.

Diferencias individuales en la comprensión empática

Sabemos que hay muchos factores –incluyendo las diferentes culturales, de


edad y de género entre individuos- que influyen en la capacidad para
comprender a los otros y empatizar con ellos. También sabemos, o pensamos
que sabemos, que con mucha frecuencia las personas reaccionan a los otros
no tanto en términos de sus características reales (es decir, lo que pretenden,
desean, sienten, etc.) sino como si estos otros fueran sustitutos de objetos
tempranos. En realidad ¿no es esta tendencia presumiblemente ubicua la
esencia del concepto tradicional de transferencia? Y, si Fairbairn (1952) tiene
razón, la capacidad para reaccionar y comprender al otro, no como sustituto de
un objeto internalizado sino como el otro que realmente es, no se da por hecha,
sino que es un logro que constituye un criterio central de salud mental.

Por supuesto, la mayoría de los individuos normales generalmente tienen una


comprensión automática suficientemente buena de las acciones, intenciones y
experiencias emocionales de otros miembros de su especie. Así que, en un
sentido general, los procesos subyacentes a ese trabajo de comprensión
funcionan lo suficientemente bien como para permitir una interacción social e
interpersonal significativa. La cuestión, entonces, es: si todos poseemos un
sistema de neuronas espejo, y si llevamos a cabo automática y reflexivamente
la simulación encarnada, ¿por qué hay un rango tan amplio de diferencias
individuales en nuestra capacidad para comprender al otro, y por qué hay fallas
y defectos obvios en esta capacidad? ¿Qué explica estas diferencias y estos
fallos? ¿En qué nivel de funcionamiento existen estas diferencias y fallos?

Autismo y el sistema de neuronas espejo

Por llevarlo a un caso extremo, generalmente se está de acuerdo en que los


individuos autistas son relativamente incapaces de comprender y captar las
intenciones de los otros y el significado de sus acciones y expresiones
emocionales (Dawson y col., 2002). La evidencia reciente indica que cuando
estos individuos observan las acciones de otro, no muestran una activación del
mecanismo de neuronas espejo que uno halla en los individuos no autistas, un
hallazgo que sugiere que los fracasos intersubjetivos empáticos de los primeros
son atribuibles, al menos en parte, a defectos en el nivel básico de la
simulación encarnada y en los sistemas de neuronas espejo que los apuntalan
(Gallese, 2006). A continuación hay alguna de las evidencias que apoyan esta
hipótesis.
Estudios recientes usando distintas técnicas (EEG y TMS) muestran que
individuos con trastorno de espectro autista (ASD, siglas en inglés) pueden
estar sufriendo un déficit de simulación de acción inducido por una disfunción
de su sistema de espejo para la acción. Experimentos anteriores llevados a
cabo sobre individuos sanos mostraron que durante la observación de la acción
y la ejecución de la misma existe una supresión de la frecuencia mu del EEE
en el cortex motor primario. Otros experimentos utilizando TMS demostraron
que durante la observación de la acción, los individuos sanos normalmente
muestran un efecto facilitador en los mismos músculos que emplearían para
llevar a cabo la acción que están observando. En un estudio, Theoret y col.,
(2005) mostraron que en contraste con los controles no autistas, los individuos
con ASD no mostraron facilitación de los músculos de mano inducidos por TSD
durante la observación de una acción de la mano. En otro estudio, Oberman y
col. (2005) midieron la supresión mu en el EEG, que se considera que refleja la
actividad de las neuronas espejo, en diez individuos con ASD altamente
funcionales y diez controles coincidentes en edad y género. Encontraron que
mientras que los sujetos control mostraban una supresión mu significativa tanto
cuando realizaban un movimiento con la mano como cuando lo observaban, los
sujetos con ASD mostraban una supresión mu significativa cuando realizaban
un movimiento con la mano, pero no cuando lo observaban en otro.  Estos
resultados prestaron apoyo a la hipótesis de un sistema de neuronas espejo
disfuncional en los individuos con ASD, una disfunción que puede desempeñar
un papel en la dificultad que tienen para comprender las conductas de los
otros.

Otra ejemplificación de los déficits en la simulación en el síndrome autista se


halla en las dificultades con la imitación. Los niños autistas tienen problemas
con las conductas imitativas tanto simbólicas como no simbólicas, en imitar el
uso de los objetos, los gestos faciales y en la imitación vocal (ver Rogers, 1999;
Williams, Whiten y Singh, 2004; Williams y col., 2006). Estos déficits
caracterizan tanto las formas de autismo más funcionales como las menos.
Además, los déficits en la imitación son obvios no sólo en comparación con los
logros de sujetos sanos, sino también con aquellos de los sujetos no autistas
con retraso mental. Según nuestra hipótesis, los déficits de imitación en el
autismo están determinados por la incapacidad de establecer una equivalencia
motora entre el que hace la demostración y el imitador, probablemente a causa
de un sistema de neuronas espejo disfuncional, o de una regulación perturbada
emocional-afectiva del sistema. Los déficits de imitación, por tanto, pueden
caracterizarse como ejemplos de una simulación encarnada defectuosa
(Gallese, 2006).

Fijémonos ahora brevemente en los déficits emocional-afectivos. Varios


estudios han informado de los graves problemas que los niños autistas tienen
con la expresión facial de las emociones y con la comprensión de éstas en
otras personas (Snow, Hertzio y Shapiro, 1988; Yirmiya y col., 1989; Hobson,
1989, 1993a, b; Hobson, Houston y Lee, 1988, 1989). En un estudio reciente
con fMRI, Dapretto y col. (2006) investigaron específicamente los correlatos
neuronales de la capacidad para imitar las expresiones faciales de emociones
básicas en individuos con ASD altamente funcionales. Los resultados de este
estudio mostraron que durante la observación y la imitación los niños no
mostraban activación del sistema de neuronas espejo en el pars opercularis de
la circunvolución frontal inferior, parte del sistema frontal de neuronas espejo.
Debería enfatizarse que la actividad en esta área estaba inversamente
relacionada con la gravedad del síntoma en el campo social. Los autores de
este estudio concluyeron que un sistema disfuncional de neuronas espejo
puede subyacer a los déficits observados en el autismo. McIntosh y col. (2006)
mostraron recientemente que individuos con ASD, en contraste con controles
sanos, no muestran una mímica automática de las expresiones faciales de las
emociones básicas, como revelaba la lectura de los EMG. Es más, Hobson y
Lee (1999) informaron que los niños autistas puntuaron mucho peor que los
controles sanos en la reproducción de las cualidades afectivas de acciones
observadas. Todos estos déficits pueden explicarse como ejemplificaciones de
déficits en el entonamiento emocional producidos por un mal funcionamiento
del sistema de neuronas espejo. Esta hipótesis ha sido corroborada por el
hallazgo reciente (Hadjikhani y col., 2005) de que los cerebros de los individuos
con ASD muestran un afinamiento anormal de la materia gris en áreas
corticales que sabemos que forman parte del sistema de neuronas espejo,
incluyendo los córtices sulcus ventral promotor, parietal posterior y temporal
superior. Curiosamente, el afinamiento cortical del sistema de neuronas espejo
se relacionaba con la gravedad del síntoma de ASD.

Nuestra propuesta de interpretar el síndrome autista como un déficit de


entonamiento emocional es divergente, en ciertos aspectos, de muchas ideas
de la corriente principal sobre el origen de este trastorno evolutivo. Una de las
teorías más acreditadas sobre el autismo –a pesar de sus diferentes
articulaciones, no siempre congruentes- plantea que está causado por un
déficit en un módulo mental específico, el módulo de la Teoría de la Mente,
seleccionado en el curso de la evolución para construir teorías sobre la mente
de los otros (Baron-Cohen, Leslie y Frith, 1985; Baron-Cohen, 1988, 1995).
Uno de los muchos problemas con esta teoría es que difícilmente puede
reconciliarse con lo que hemos aprendido de los informes sobre algunos
autistas altamente funcionales o individuos Asperger. Estos informes afirman
(ver Grandin, 1995) que estos individuos, para comprender cómo deberían
sentirse y pensar supuestamente en esos mismos contextos, deben confiar en
una teoría objetiva. El mundo de los otros puede ser descrito “pictóricamente” y
explicado teóricamente, pero no existe una captación experiencial directa de su
significación. Lo que estos informes parecen sugerir, tal como hemos sostenido
en otra parte (Gallese, 2001, 2006), es que el déficit básico no está en la
capacidad de teorizar sobre las mentes de los otros. En cambio, en estos
individuos la teorización es la única estrategia compensatoria disponible en
ausencia de habilidades cognitivas y afectivas más básicas que permitirían una
toma experiencial directa del mundo de los otros.

Problemas para la comprensión en individuos no autistas

Dada la naturaleza y gravedad de los fracasos para comprender las acciones,


intenciones y expresiones emocionales de los otros que se observan en el
autismo, tal vez no sea sorprendente encontrar evidencia de defectos a niveles
muy básicos de los sistemas neuronales. Sin embargo, no parece probable que
las diferencias individuales, incluyendo los problemas comunes y los más
sutiles para comprender a los otros, se deban a un mal funcionamiento grave
en este nivel fundamental. Es posible que variaciones más sutiles en la
comprensión de los otros se puedan atribuir a procesos que tienen lugar
principalmente en un nivel “más alto” de funcionamiento. Si, como suponemos,
los individuos normales tienen sistemas intactos de neuronas espejo y
simulación encarnada, las variaciones en la comprensión de los otros serían
atribuibles a procesos que van más allá de este nivel fundamental. Nuestra
hipótesis es que es probable que estos procesos sean los únicos que
constituyen un foco de atención psicoanalítica. Por ejemplo, a causa de la
naturaleza de sus defensas, algunos individuos –tanto pacientes como
analistas-  pueden tener mayor dificultad para tener acceso preconsciente y
reflejar las pistas inconscientes supuestamente generadas por el sistema
básico de neuronas espejo y de simulación encarnada. En principio, esta es
una hipótesis a investigar. Sería útil también examinar la literatura de
investigación sobre diferencias individuales en la capacidad empática.

Otra posibilidad es que estas variaciones en la capacidad empática se deban a


variaciones más o menos sutiles en el sistema de neuronas espejo, que no
puede desarrollarse adecuadamente a causa de los déficits y traumas
durante  el desarrollo (p. ej. la carencia de empatía y entonamiento parental).
En otras palabras, podría ser una cuestión cuantitativa. Algunos estudios
intentan investigar la posibilidad de reparar estos déficits con técnicas
psicoterapéuticas específicas en las cuales la empatía del terapeuta y el foco
en la función reflexiva del paciente desempeñe un papel importante (ver, p. ej.
el tratamiento basado en la mentalización para pacientes borderline adultos de
Bateman y Fonagy [2004] que parece arrojar resultados prometedores).

Otro factor que puede contribuir a problemas sutiles en la comprensión de los


otros es nuestra tendencia a asimilar nuevas experiencias a esquemas
preexistentes. Esta tendencia está en el núcleo de las reacciones
transferenciales, así como contratransferenciales, en su sentido clásico. Es
decir, debido a conflictos sin resolver o a esquemas rígidos, uno puede tener
puntos ciegos en la comprensión del otro o mostrar distorsiones en esa
comprensión. Es improbable que estos problemas y distorsiones sean
atribuibles a procesos en el nivel de las neuronas espejo y la simulación
encarnada. Sin embargo, existe la interesante cuestión de si cuando A percibe
la sonrisa o el tono de voz de B, por ejemplo, como amistoso, los procesos se
activan en el nivel de las neuronas espejo de forma diferente a cuando A
percibe la conducta de B como condescendiente. ¿Es posible que los factores
de “nivel más alto” como esquemas, defensas, conflictos y actitudes mentales
puedan influir en la naturaleza de la activación de las neuronas espejo y la
simulación encarnada de un modo subida-bajada? Esto, también, es en
principio una cuestión a investigar. De hecho, como hemos apuntado antes,
existe evidencia de que las actitudes mentales pueden influenciar la operación
de sistema de neuronas espejo (Singer y Frith, 2005).

Empatía y estados mentales inconscientes


Al considerar las posibles implicaciones que puede tener el trabajo sobre las
neuronas espejo y la simulación encarnada para el psicoanálisis, se debe tener
en cuenta el hecho de que los primeros tratan con una conducta explícitamente
observable, como son las acciones y las expresiones emocionales, mientras
que los analistas supuestamente tratan con los estados mentales inconscientes
de los pacientes, como se infiere de sus verbalizaciones. Esta es una cuestión
relevante no sólo en cuanto a la relación entre neuronas espejo y psicoanálisis,
sino también para la cuestión más amplia del papel de la empatía en la
comprensión psicoanalítica.

Esto plantea la cuestión de lo que significa ser empático con, digamos, los
deseos y anhelos inconscientes del otro. ¿Qué significa tomar la perspectiva
del otro en relación con los estados mentales inconscientes del paciente,
especialmente con sus aspectos ajenos al yo? Schlesinger (1981) sostiene que
las interpretaciones psicoanalíticas que pertenecen al inconsciente, los
aspectos ajenos al yo del paciente son, por definición, no empáticos, en tanto
no resuenan con la experiencia consciente del paciente y, en realidad, son
hostiles a ella.  ¿Puede uno “rescatar” el papel de la empatía en relación con
los estados mentales inconscientes considerándola como ponerse en el lugar
de otro que está abordando ciertos deseos y anhelos pero también
protegiéndose de ellos? (ver Eagle y Wolitzky, 1997). Esta no es sino una de
las cuestiones que surgen cuando se eleva la empatía o la “introspección
indirecta” a herramienta principal para entender el paciente.

Es interesante observar que el foco casi exclusivo en la empatía como


herramienta primaria para la comprensión en psicoanálisis se ha acompañado
por un énfasis notablemente disminuido en los estados mentales inconscientes
y, en general, por lo que parece ser un “giro fenomenológico” en el
psicoanálisis contemporáneo (Migone, 2004). De hecho, la empatía en cierto
sentido pertenece a la tradición fenomenológica, mientras que en los círculos
psicoanalíticos se ha convertido en el centro de una atención considerable sólo
en las últimas décadas, principalmente tras la introducción de la psicología del
self de Kohut. Así, en todo el libro de Kohut de 1984 no hay sino seis ejemplos
de la palabra inconsciente.  De los cuales, tres son referencias de una sola
palabra al uso del término por parte de Freud, mientras que las otras tres se
dan en el contexto de la evaluación crítica que Kohut hace de las opiniones de
Freud, por ejemplo de su visión del inconsciente como un absceso que
necesita ser drenado, su énfasis en conocer y su experiencia de no conocer
como una herida narcisista. En otras palabras, no hay un solo ejemplo en el
libro en que el concepto de procesos inconscientes sea relevante para la
psicología del self, un hecho llamativo para una disciplina que tradicionalmente
ha identificado los procesos inconscientes como foco central. Esto no es
sorprendente, sin embargo, cuando considera el énfasis de Kohut, no sólo en la
empatía, sino en conceptos “cercanos a la experiencia”[5].

En un sentido importante, el concepto de contenidos mentales inconscientes,


especialmente de aquellos inconscientes que se evitan, ajenos al yo, es un
concepto distante de la experiencia. Puesto que no son fácil ni directamente
accesibles a la experiencia consciente y puesto que uno no tiene, de una
manera simple, un “acceso privilegiado” en primera persona a ellos, los
contenidos y procesos mentales inconscientes son explícitamente inferidos por
el observador (y a veces incluso por el propio sujeto agente). Las inferencias
explícitas son el tipo de cosas que están más estrechamente vinculadas con
las explicaciones derivadas de la teoría que con la comprensión proveniente de
la comprensión empática[6].

Esto sugiere que para la mayoría de los analistas que no definen el


psicoanálisis únicamente en términos de dependencia de la
“introspección vicariante”, usan tanto la comprensión empática como las
inferencias basadas en la teoría, a menudo perfectamente conjugadas, para
obtener una imagen del funcionamiento de la mente del paciente.

Neuronas espejo, simulación encarnada y aspectos de la acción


terapéutica

Hasta este punto hemos estado discutiendo las implicaciones del sistema de
neuronas espejo y sus hallazgos relacionados para el modo en que uno
adquiere conocimiento y comprensión de la mente del paciente. Queremos
fijarnos ahora en la implicación de estos hallazgos para la acción terapéutica.
Recordemos que para Kohut (1984) la resonancia empática es no sólo un
medio para adquirir conocimiento sobre la mente del paciente, sino también un
vehículo para la cura terapéutica. Es decir, según Kohut, la experiencia
reiterada del paciente de comprensión empática por parte del analista sirve
para “reparar” defectos del self. ¿Por qué sería esto y cómo sucedería esa
“reparación”?

Kohut no identifica un mecanismo más allá de vagas referencias a términos


como acrecentamientos en la estructura psíquica. Queremos sugerir como
especulación un mecanismo en el que la respuesta certeramente entonada del
terapeuta fomenta el sentimiento de “nosotros” del paciente (un sentimiento de
conexión con el otro) y por tanto contribuye a un sentimiento de integridad
propia. La simulación encarnada del paciente de la respuesta entonada del
terapeuta tiene el potencial de aclarar y articular el propio estado del paciente y
por tanto puede contribuir a la integridad propia (este podría ser el factor
curativo del tratamiento basado en la mentalización de Bateman y Fonagy.
Nótese que lo que describimos aquí es una interacción circular de avance y
retroceso de las simulaciones encarnadas de paciente y terapeuta. La
respuesta entonada del terapeuta al paciente, apuntalada por la simulación
encarnada terapeuta, así como a sentir la modulación y contención de dichos
estados. Más generalmente, como Fonagy y que hace el primero de las
expresiones emocionales de éste, desencadena en el paciente una simulación
encarnada de la respuesta del terapeuta. Este proceso ayuda al paciente a
“ver” sus estados emocionales en la respuesta del col. (2002) han sugerido, el
paciente se siente representado a salvo en la mente del terapeuta, lo cual le
ayuda no sólo a autodescubrirse, sino también, y tal vez más importante, al
descubrimiento de sí mismo en la mente del otro.

Uno puede establecer aquí una analogía ente la especularización que la madre
hace del infante y la respuesta entonada del terapeuta al paciente. Según
Fonagy y col., (2002), el infante ajusta sus emociones monitorizando las
reacciones del cuidador que le hace de espejo y asignado significado a sus
sensaciones y experiencias corporales mediante la experiencia de la
receptividad afectiva del cuidador, donde éste funciona como
“bioretroalimentación social” (Gergely y Watson, 1996). De forma similar, como
hemos sostenido anteriormente, el paciente aprende a identificar más
certeramente sus estados afectivos “observándolos” tal como son reflejados en
la respuesta entonada del terapeuta (por supuesto, con los adultos, el
terapeuta tiene la opción de hacer interpretaciones explícitas acerca de los
estados mentales afectivos y de otro tipo del paciente). Sugerimos que tanto
para el infante como para el adulto, este proceso se ve favorecido por la
simulación encarnada de la respuesta entonada del cuidador o el terapeuta
respectivamente.

Más abajo describimos esquemáticamente cómo podría ser este proceso en el


contexto infante-cuidador.

1.      Digamos que el niño (A) atraviesa un estado emocional concreto.

2.      El cuidador (B) reacciona a A.

3.      A observa la reacción de B y a su vez reacciona a ella.

4.      La observación por parte de A de la reacción de B desencadena una


simulación automática, prerreflexiva, de la conducta de B en A.

5.      Si la reacción de a B (en el paso 2) es isomórfica con el estado de A o


entonada con él (en el paso 1), entonces los procesos de simulación
automáticamente desencadenados en A (paso 4), cuando observa la
reacción de B a él, será congruente con su estado inicial (en el paso 1).
Esto no sólo contribuye al sentimiento de conectividad con B, sino que
también influirá positivamente en el desarrollo del sentimiento de sí mismo
de A contribuyendo a la continuidad y refuerzo de sus estados.

6.      Si la reacción de B a A (en el paso 2) no está entonada con el sentimiento


inicial de A (paso 1) entonces los procesos de simulación automáticamente
desencadenados en A cuando observe la reacción de B
serán incongruentes con su estado inicial (en el paso 1). Esto significa que
habrá una disyunción entre el estado inicial de A (en el paso 1) y su
internalización (es decir, los procesos de simulación desencadenados en A)
de la reacción de B. Dicha disyunción, podríamos decir, amenaza la
integridad del self contribuyendo al desarrollo de lo que Winnicott (1965)
denomina un “falso self” y  a lo que Fonagy y col., (2002) se refieren como
“self ajeno” (este último está más próximo en significado al concepto de
Fairbairn [1952] de “objeto internalizado”). Estos conceptos tienen en común
la idea central de que el individuo ha “importado” en la estructura del self
(especularización) reacciones del otro que son incongruentes con los
estados emocionales “verdaderos” con base constitucional y orgánica. Es
natural que el infante simule las reacciones del cuidador. Sin embargo, si lo
que se simula es incongruente con su estado, entonces está internalizando
o tomando, como parte del self, representaciones que son incongruentes
con su self de base orgánica o constitucional. Seguramente, esto es lo que
significan básicamente los términos falso self, self ajeno y objeto
internalizado.
7.      Debería notarse, como hemos visto, que no es probable que la
especularización literal por parte del cuidador (B), es decir la imitación de la
conducta del infante (A), facilite el crecimiento y el desarrollo de la
capacidad de éste para regular el afecto y asignar significado a sus
sensaciones y experiencias mediante la monitorización de las reacciones
del cuidador con bioretroalimentación social.  Por repetir el ejemplo
anteriormente citado, la madre que llora como respuesta al llanto del bebé
sólo lleva a la “repetición” y no es probable que ayude al bebé a regular la
ansiedad o a aprender que esa ansiedad es un estado que puede ser
aliviado mediante ciertas interacciones con el otro.

Uno puede especular que en la situación terapéutica se dan procesos


interactivos similares a los descritos más arriba; es decir, cuando el paciente
siente y expresa un estado concreto, lo ideal es que el terapeuta no reaccione
con especularización literal, sino con respuestas congruentes o entonadas (es
decir con comprensión empática) que permitan al paciente “hallar” sus propias
experiencias en la respuesta del terapeuta y, al mismo tiempo, facilitar la
capacidad del paciente para reflexionar sobre esa experiencia y transformarla.
Usando una explicación neurofisiológica de este fenómeno, uno puede
especular que el campo terapéutico se hace posible sólo cuando la diferencia
“cuantitativa” entre los dos estados (el del paciente y el que se ha internalizado
a partir del terapeuta) es lo suficientemente pequeña como para que no
desestabilice la identidad del paciente. En cierto sentido, esto nos recuerda la
técnica de los “pequeños pasos” utilizada en la terapia conductual, en la que el
paciente cambia gradualmente mediante un proceso de aprendizaje
perfectamente ensamblado.

Queremos enfatizar que bajo estas circunstancias, cuando el paciente


internaliza las respuestas del terapeuta, lo internalizado no es simplemente una
réplica representacional de la propia conducta del paciente, sino una
transformación de esa conducta. Éste, suponemos, es un aspecto importante
del proceso de crecimiento en la terapia exitosa. Recordamos aquí la caricatura
de la llamada terapia no directiva rogeriana, en la que el terapeuta refleja una y
otra vez concreta y literalmente la experiencia de los estados de sentimientos
suicidas del paciente, simplemente o cambiando una o dos palabras. La
caricatura termina con el paciente saltando por la ventana y con el reflejo final
del terapeuta, la palabra plop. No es de extrañar que Rogers aborreciera el
término reflejo como una descripción de su enfoque; era muy consciente de
que en la empatía hay más que en la mera reflexión. En cualquier caso, cuando
las reacciones del terapeuta hacia el paciente son congruentes con el estado
de ánimo de este último, el paciente se siente comprendido empáticamente y
se da tanto un sentimiento aumentado de conexión con el otro como una
validación y expansión del self.

Sistema espejo, simulación encarnada y contratransferencia

Una característica central del psicoanálisis contemporáneo es la suposición de


que las reacciones contratransferenciales del analista, ahora definidas
“totalitariamente” como incluyendo todo el rango de las reacciones cognitivas y
afectivas del analista hacia el paciente (Kernberg, 1965), puede servir como
una guía importante de lo que está sucediendo en la mente del paciente (ver
Gabbard, 1995). Es interesante considerar esta suposición a la luz de los
hallazgos presentados aquí y de la hipótesis de la simulación encarnada. Si la
observación de las acciones y expresión emocional del paciente (que,
supondríamos, incluye también el tono afectivo de las verbalizaciones) por
parte del analista activa el mismo patrón neuronal que se activa en el paciente,
desencadenando así un proceso de simulación automática en el analista,
entonces es plausible establecer la hipótesis de que la sensibilidad del analista
y la conciencia de sus propios pensamientos cuando interactúa con el paciente
pueden constituir una fuente potencialmente importante de información acerca
de lo que está sucediendo en la mente del paciente. En otras palabras, la
simulación encarnada apuntalada por la activación del sistema de neuronas
espejo presta apoyo y ofrece un posible sustrato neuronal a las suposiciones
psicoanalíticas actuales acerca del uso de la contratransferencia en la situación
analítica.

Un razonamiento similar se sostiene también para la conceptualización de las


reacciones transferenciales del paciente. En la medida en que la conducta del
analista se aproximaba a un modelo de “pantalla en blanco” emitía pocas pistas
conductuales o afectivas (o que creía que emitía). Sin embargo, según la
situación analítica se ha ido volviendo más interactiva, es razonable considerar
que la observación por parte del paciente de la conducta y expresiones
emocionales del analista activa en él los mismos patrones neuronales
activados en el analista, y también desencadena un proceso de simulación
automática. En otras palabras, tanto paciente como analista internalizan
corporalmente aspectos de la conducta y la expresión emocional del otro. Otro
modo de decirlo es que en lo que tiene que ver con los procesos neuronales,
hay tan buena base para afirmar la resonancia empática del paciente con el
analista como la resonancia empática del analista con el paciente. En la
medida en que el analista “se oculta” tras el diván, la condición inicial de
resonancia empática mutua se inclina a favor del analista. Es decir, el paciente
tiene menos pistas para observar y simular que el analista.

Un fundamento temprano y perdurable para el uso del diván es que posibilita


una asociación libre más libre. Es decir, liberado de dar la cara al otro, se
supone que el paciente estará menos obligado por las consideraciones sociales
y producirá así asociaciones que contengan más derivados inconscientes.
Además, la posición “oculta” del analista, junto con una posición neutral,
supuestamente le presta más de “pantalla en blanco” en la cual el paciente
pueda proyectar deseos tempranos, fantasías, etc. Una cuestión que parece
que merece la pena hacerse en el contexto actual es qué se pierde y qué se
gana con el uso del diván. Hemos visto lo que supuestamente se gana. Lo que
parece perderse son las escasas oportunidades para el paciente de examinar y
reflexionar sobre las reacciones transferenciales a la luz de las pistas emitidas
por el analista (ver Gill, 1984; Migone, 2000) y para comprender e internalizar
varios aspectos de las reacciones del analista y los efectos que estas
reacciones tienen sobre él. Si uno considera estas interacciones como un
aspecto importante del proceso terapéutico, entonces en realidad podría
perderse mucho por el uso del diván (para una discusión más extensa sobre
este tema, ver Olds, 2006).
 

La teoría-teoría y la teoría de la simulación en el contexto psicoanalítico

Llegando al final de este artículo, queremos establecer ciertos paralelismos


entre, por una parte, lo que llamaremos el “modelo estándar” de la teoría
psicoanalítica clásica y una explicación teoría-teoría de nuestra capacidad para
leer la mente y, por otra parte, modelos más recientes de psicoanálisis y una
teoría de la simulación de dicha capacidad. Un examen de los paralelismos
debería ayudarnos a elucidar la dirección que el psicoanálisis ha tomado en los
últimos años. Aunque, como hemos señalado, Freud escribió sobre la
comunicación entre el inconsciente del paciente y del analista y a pesar de que
se refirió al papel de la empatía del analista (Einfühlung) para comprender al
paciente, sus comentarios sobre estos temas se presentaron principalmente
como observaciones informales y no se incorporaron sistemáticamente en la
teoría clásica del tratamiento psicoanalítico. El énfasis en esta perspectiva se
halla en las interpretaciones diseñadas para identificar los derivados y
significados inconscientes de las producciones verbales del paciente
(asociaciones libres, informes de sueños). Aunque dichas interpretaciones
están indudablemente influenciadas por las intuiciones personales del analista
–en realidad Freud recomendaba una actitud analítica de “atención
uniformemente suspendida” que supuestamente facilitaría dichas intuiciones-
de acuerdo con la perspectiva clásica están guiadas principalmente por
inferencias basadas en el conocimiento de una teoría psicoanalítica de la
mente (por supuesto, también están influenciadas por la experiencia clínica del
analista y su análisis de formación. Para llevar a cabo esta tarea de “interpretar
y detectar elementos ocultos en la mente del paciente” el analista necesita
“permanecer emocionalmente inmune a las tentaciones de la
contratransferencia” (Cohen y Schermer, 2004, p. 581) y esforzarse por “la
objetividad de un observador neutral y [en palabras de Freud] la distancia de un
cirujano” (p, 584). En este sentido, el modelo estándar está más cercano a la
explicación de la teoría-teoría abiertamente cognitiva de nuestra capacidad
para leer la mente. Es decir, según esta posición, nuestra comprensión de la
mente del otro se basa en teorías explícitas e implícitas de cómo funcionan las
mentes y que explican la conducta de las personas en términos de inferencias
relativas a sus creencias, deseos e intenciones.

El modelo psicoanalítico actual y la teoría de la simulación

El psicoanálisis contemporáneo ha avanzado cada vez más desde una


explicación del “modelo estándar”, en la que el analista neutral y objetivo llega
a comprender la mente del paciente sobre la base de una teoría general de la
mente, hacia una posición en la cual, además de basarse en la teoría, el
analista llega a comprender la mente del paciente mediante la reflexión sobre
un rango de experiencias personales con matices emocionales, incluyendo
identificaciones parciales (es decir, poniéndose en la piel del paciente), así
como reacciones contratransferenciales “complementarias” (Racker, 1960) que
pueden ser provocadas por el paciente. En resumen, el psicoanálisis
contemporáneo se ha movido cada vez más de la teoría-teoría a una
explicación de teoría de la simulación de cómo el analista llega a comprender la
mente del paciente.

Por supuesto, este no es un tema de todo o nada o uno u otro, sino que se
trata más bien del énfasis relativo. La mayoría de analistas contemporáneos
combinan inferencias teóricas con la sensibilidad a sus intuiciones y reacciones
contratransferenciales en su esfuerzo por comprender al paciente. Sin
embargo, el creciente énfasis en estas últimas, junto con la concepción
interactiva de la situación analítica representa tal vez la expresión más clara de
una teoría de la simulación implícita operando en el psicoanálisis
contemporáneo. Es decir, hay un reconocimiento implícito cada vez mayor en
el psicoanálisis contemporáneo de que incluso el acto aparentemente pasivo
de observar a otro conlleva procesos interactivos automáticos.  Dicho
reconocimiento es congruente con una teoría de simulación encarnada que
formula la hipótesis de que cuando A observa, digamos, la expresión emocional
de B, existe una simulación automática de los procesos neuronales que están
al servicio de la conducta de B (y, por supuesto, en tanto A y B están
interactuando, también es cierto a la inversa, es decir, que B simula los
procesos neuronales de A). es el proceso intersubjetivo de la simulación
encarnada, proponemos nosotros, lo que permite el tipo de comprensión
directa, no inferencial, que constituye la base para el uso terapéutico de las
reacciones contratransferenciales del analista. En resumen, estamos ante un
aspecto crucial del cambio en el psicoanálisis contemporáneo de una
explicación primariamente teoría-teoría a otra que otorga cada vez mayor
énfasis a una explicación de la teoría de la simulación en la comprensión de la
mente del otro.

Pero queremos resaltar, a este respecto, que el psicoanálisis, como cualquier


otra forma de terapia o tarea científica, debe basarse, por supuesto, en último
lugar en un esfuerzo consciente por construir una explicación teórica de la
interacción terapéutica. De otro modo ésta última no podría ser reproducida ni
pensada. Existiría, pero no podríamos hablar de ella y el analista sólo podría
basarse en su intuición idiosincrásica para dirigir el tratamiento. Esta es una
opción legítima, pero no haría del psicoanálisis una ciencia. Más aún, como
hemos señalado, el modelo psicoanalítico actual podría conllevar el peligro de
restar énfasis al papel del insight (un término que, por cierto, ve un descenso
progresivo de su uso), reduciendo el psicoanálisis a una mera experiencia
correctiva (Alexander y French, 1946) sin reflexión ni comprensión conscientes.

Dada la evidencia de la relación entre el procesamiento del lenguaje y la


simulación motora y ciertos resultados recientes de imagen cerebral[7], es
probable que la reflexión y comprensión conscientes se basen tanto en la
teorización como en los esfuerzos simuladores conscientes, según el
mecanismo estándar previsto por la teoría de la simulación (Goldman, 2006).

 
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 Nota de redacción: Gallese utiliza en italiano el término “incarnata” y en inglés "embodied",
para hacer referencia a la simulación como un proceso posibilitado en la biología del cerebro,
no adquirido.

Este artículo está centrado exclusivamente en la relación entre el sistema de neuronas espejo,
la simulación encarnada y los aspectos experienciales de la intersubjetividad. Con el fin de ser
conciso, otras muchas cuestiones relacionadas con las neuronas espejo y la simulación no se
dirimirán aquí. En varios artículos (Gallese y Goldman, 1998; Rizzolatti y Arbib, 1998; Gallese,
2003a; Metzinger y Gallese, 2003; Rizzolatti y Craighero, 2004; Rizzolatti, Fogassi y Gallese,
2004; Gallese, Keysers y Rizzolatti, 2004) se ha revisado y discutido la extensa literatura sobre
el sistema de neuronas espejo en humanos y su relevancia para la teoría de la mente, la
imitación y la evolución del lenguaje. Para un análisis del papel que desempeña la simulación
encarnada en la estructura conceptual del contenido, ver Gallese y Lakoff (2005) [1]

Según la perspectiva de la teoría-teoría (p. ej. Carruthers y Smith, 1996), nuestra comprensión
de la mente del otro se basa en una teoría que explica la conducta de las personas en términos
de conceptos psicológicos populares como las creencias y los deseos, basándose en
representaciones simbólicas abstractas con formato proposicional. [2]

Como escribe Merleau-Ponty (1945) en Fenomenología de la percepción, “La comunicación o


comprensión de gestos proviene de la reciprocidad de mis intenciones y los gestos de los otros,
de mis gestos y las intenciones discernibles en la conducta de otras personas. Es como si la
intención de la otra persona habitara en mi cuerpo y la mía en el suyo” (p. 185). “Estamos
diciendo que el cuerpo, en tanto tiene “patrones de conducta” es ese objeto extraño que usa
sus propias partes como un sistema general de símbolos para el mundo y mediante el cual
podemos, por tanto, “estar en casa” dentro de ese mundo, “comprenderlo” y encontrar
significación en él” P. 237).[3]

Ver, a este respecto, las interesantes observaciones de Lichtenstein (1964) sobre el papel de la
especularización para favorecer el crecimiento y la diferenciación: “El espejo introduce un tercer
elemento… ¿Qué o quién está simbólicamente representado por el espejo? En último lugar,
quien se mira en un espejo no se ve sólo a sí mismo. Un espejo refleja muchas más cosas que
la persona que se mira en él” (p. 212).[4]

Es interesante observar que Kohut (1984) distingue entre explicación y comprensión, una
distinción que tiene una larga historia filosófica. Por ejemplo, para el movimiento Verstende era
crucial la afirmación de que en contraste con las ciencias físicas (Naturwissenschaften), que se
basan en la explicación teórica, las ciencias humanas (Geisteswissenschaften) usan
una verstehen o comprensión. Está claro que la distinción de Kohut pertenece a esta tradición
europea.[5]

En un simposium sobre el lugar de la empatía en el psicoanálisis, Schwaber (1981) una


analista estrechamente asociada con la psicología del self, distingue entre “explicación
inferencial” y comprensión empática. [6]

Un estudio de imagen cerebral reciente ha mostrado que cuando los participantes se atribuyen


contenidos mentales a sí mismos así como cuando juzgaban que los potenciales estados
mentales de los otros eran similares a los suyos, en ambas condiciones se activaba la misma
región en el cortex ventral medial prefrontal (Mitchell, Macrae y Banaji, 2006). Sobre la base de
esta evidencia estos autores concluyeron que los “perceptores hacen un uso selectivo de la
simulación en el sentido original, sondeando sus propios pensamientos posibles –aunque no
necesariamente realmente sentidos- en busca de pistas para los de los demás” (p. 659). [7]

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