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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
CATEDRA DEONTOLOGÍA Y ETICA PROFESIONAL
Por ello y en reflejo a los contextos sociales es que en los espacios universitarios puede
observarse el avance creciente de la formación reflexiva y sistemática de la ética, que
hacen eco en los curriculum de las facultades o departamentos de psicología de
diferentes universidades como así también en una vasta promulgación de leyes.
Ahora bien, a qué nos referimos cuando hablamos de Deontología; muchos autores
(entre ellos Adela Cortina, filósofa española, contemporánea) la definen como “ética
aplicada a una disciplina o profesión”.
Por lo tanto, podemos decir que ética y moral son las bases, la columna vertebral que
da los cimientos para el actuar responsable del profesional psicólogo. Recordemos que
el concepto de ETICA procede del griego Ethos, que en un principio significó una
morada o lugar que habito, modos de ser; posteriormente, desde la ética aristotélica, el
término se personalizó para señalar el lugar íntimo, el sitio donde se refugia la persona,
como también lo que hay allí dentro, la actitud interior. En este sentido, Maliandi, un
filósofo argentino, contemporáneo, va a decir que la ética es una de las formas en que
el hombre se autoobserva, la mirada interior de sus conductas.
Por su parte, el término MORAL, viene del latín mos o mores que alude a costumbre,
modos de ser. Así, ethicos y moralis, confluyen etimológicamente en un significado
idéntico; hacen hincapié a un modo de conducta que no responde a una disposición
natural sino que es adquirido o conquistado por el hombre, mediante la costumbre o el
hábito.
Sin embargo, la filosofía diferencia estos términos refiriéndose a la ética como parte de
la filosofía que se dedica a la reflexión sobre la moral. Mientras que la moral, remite a
un significado de tipo normativo, estrechamente conectado con la regulación de las
relaciones interpersonales; sistema normativo que responde a cierta contingencia, a
cierto consenso de partes mientras que a lo ético se le confiere un carácter universal en
tanto hace a la condición misma y exclusiva de la especie humana. Fariña va a decir
que “(...) la pauta moral se corresponde con los sistemas particulares, culturales,
histórico, de grupo, mientras que el horizonte ético (...), siempre los excede”. Para que
quede claro, podemos decir que la pregunta moral sería “¿Qué debemos hacer?”
Mientras que la cuestión central de la ética sería más bien ¿qué hago? “¿Qué
argumentos avalan y sostienen el código moral que estamos aceptando como guía de
conducta?”.
Es decir que la ética se refiere a una decisión singular, interna y libre que no representa
una simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen. En palabras de Maliandi,
remitiría al êthos, es decir a la estructuración unitaria y concreta de los hábitos de cada
persona, de cada singularidad; conjunto de actitudes, convicciones, creencias,
tradiciones sociales, familiares, etc que intervienen en mi actuar, lo determinan y le dan
normas morales que impone una determinada profesión. Los códigos deontológicos,
poseen un carácter fundamentalmente promocional, no represivo. Así, se ha sostenido
que el Código, más que mandar, deberá recomendar, promocionar determinadas
pautas de comportamiento, e intentar disuadir de la realización de otras. Desde este
punto de vista, podría pensarse que el cumplimiento de los códigos se hallaría en
manos de la decisión de los profesionales y por ello su existencia estaría poco
justificada. Sin embargo, no parece del todo correcto mantener esta postura. El código
posee una función primaria en tanto representa y condiciona de alguna manera el
actuar de los miembros de un colectivo profesional en un sentido concreto, inclinar a
los profesionales a actuar siguiendo un determinado modelo. Pero a la vez, no todo
está resuelto, ni dicho en la letra de los códigos de ética profesional o códigos
deontológicos; queda entre las normas prescriptas y la acción del profesional un
espacio a partir del cual, y desde el cual, se pone en juego y se presentifica el ethos
profesional. Entre el profesional y los códigos existe una relación de interacción, un
espacio de reflexión donde se pone en juego el ser del sujeto moral, la singularidad
ética del profesional.
Llegados a este punto podemos plantearnos de dónde surge el deber de acatar un
código deontológico, cuál es la razón de fondo que obliga a un profesional a actuar en
un determinado sentido; en definitiva: ¿por qué debe valer para mí lo que otros han
acordado?
Es allí donde se asienta la Ética Profesional en sí misma, en la singularidad del
profesional que se pone en acto y ante cual debe responder al Otro y hacerse cargo de
su intervención. El acto profesional en tanto acto moral, es indisociable de la
singularidad en que se presenta en cada sujeto el sistema de valores, reglas y
prescripciones. Se anudan aquí dos aspectos esenciales. Por un lado un modo de
subjetivación y por otro los códigos normativos. No se trata de lo que está permitido o
prohibido simplemente entre lo que uno desea y los actos que se realizan, sino de una
instancia de reflexión, de prudencia, de cálculo, en la forma en que se distribuyen y
controlan esos actos. M. Foucault, expresa que las reglas morales a los que los sujetos
se someten no pueden constituir una sujeción a un código estrictamente definido; se
trata más bien de un ajuste que va variando y en el que deben tenerse en cuenta
diferentes elementos: el de la necesidad, el de la oportunidad (en cuanta condición
temporal circunstancial) y las referidas al propio sujeto. En este sentido, el autor
continúa diciendo que en realidad es imposible sujetar a todos los individuos de la
misma manera bajo una ley universal. Todo será cuestión de ajuste, de circunstancias,
de la singularidad que se pone en acto. Por lo tanto, este sistema normativo (códigos
deontólogicos junto a todo el marco legal vigente), no se trata de un texto único que a
modo de ley suprema y universal indica de manera imperativa y cerrada qué se debe
hacer sino de una práctica que va tomando en consideración los principios generales,
que guiarán la acción conforme su momento, su contexto y sus fines. No es
universalizando la regla de acción que el individuo se constituye como sujeto ético; al
contrario, es mediante una actitud y una búsqueda que singularizan su acción, la
modulan pudiendo así actuar como sujetos morales.
Así por ejemplo, entre las normas nodales de nuestra profesión encontramos el secreto
profesional y consentimiento válido y muchas otras que especifican el accionar en
distintas áreas del quehacer psicológico. Las mismas, se sostienen en principios
básicos que sirven de horizonte, de “faro” dirá Tarragos que ilumina nuestra práctica
profesional dirigiéndola a rescatar y resaltar el valor ético último: la dignidad de la
persona humana; su autonomía y libertad.
De hecho, la obligatoriedad de los códigos deontológicos que apunta a considerarlos
como guía, marco de referencia de la conducta profesional, responde a que estos, van
a ser resultantes de un consenso, de un pacto social en tanto ese código ético delimita
las conductas esperables, del profesional en relación a la comunidad del profesional
como el mismo cuerpo profesional de si mismo. Esta obligación no se corresponde con
una acción de tipo coactiva; sino que esta dimensión, estrictamente normativa, que va a
constituir el Ethos, necesita de la interpretación que apunta a elegir, a actuar de la
manera más conveniente. En este sentido se ata esta interpretación, o toma sentido,
con la etimología del término deontología, este genitivo deon, tomado del latín implica o
corresponde a “atar” y este mismo verbo en latín “deo” aquello que me conviene, en
tanto y en cuanto, cuando lo elijan los otros no me vea afectado.
En este sentido, el profesional será el intérprete de las normas explícitas en los códigos
deontológicos y responsable de su puesta en acto. La formación ética profesional
implica por un lado, una instrucción de un conjunto de normas, valores y principios
éticos - deontológicos preexistentes y por otro, una relación con el otro que a su vez
recae en la relación con el colectivo al que pertenece.
El psicólogo capaz de posicionarse de este modo siempre sabrá que los códigos
constituyen guías para la práctica, pero que nunca podrán sustituir el discernimiento del
profesional que se encuentra en la situación y, por lo mismo, nunca reemplazarán su
responsabilidad en la toma de decisión. En este sentido, ética profesional y
responsabilidad se encuentran anudadas en cada acto de su práctica profesional. No
hay práctica profesional sin una ética de la responsabilidad, del compromiso, del
consenso.
De ello se deduce que la existencia de los códigos deontológicos y con ellos, la
existencia de las normas del mismo tipo, no es lo que determina la decisión del
profesional a actuar correctamente sino más bien, el ethos profesional, entendido como
el conjunto de actitudes morales que un profesional tiene para con las tareas y deberes
propios de su profesión y estilo de vida; es decir, que apunta al conjunto de actitudes
morales que orientan las acciones profesionales concretas. Al momento de tomar una
decisión en el desarrollo de su práctica, el profesional se encuentra, indefectiblemente,
ante un cuerpo de conocimientos relativo a lo ético y deontológico que regula el campo
de la práctica; así como, ante su propia soledad, ante su propio acto que constituye una
producción singular.
Fariña, dirá que.”Un acto ético se realiza siempre en soledad (…). Se trata del
sujeto y el sentido singular de su acto cuya constitución no reside en una fórmula
genérica. De allí que el acto ético revista un carácter suplementario o lo que es lo
mismo, que ningún sistema moral pueda colmar el horizonte ético. (…) En tanto
horizonte de deseabilidad del accionar humano, la dimensión ética no debe ser
confundida con las contingencias históricas en que encarna sus fantasmas”
(Fariña, 90-91). E
BIBLIOGRAFÍA: