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El Consentimiento Informado en la práctica profesional del psicólogo.

EL CONSENTIMIENTO INFORMADO EN LA PRÁCTICA PROFESIONAL DEL


PSICÓLOGO
Una de las aristas fundamentales en la formación del psicólogo, conforme lo
establece la Ley de Educación Superior, apunta a que formación científica
profesional potencialice el desarrollo de las personas, de las regiones y por ende,
del país. Lo cual, trae aparejada la formación de una conciencia ética, solidaria y
reflexiva que potencialice la responsabilidad, el sentido crítico y sensibilidad social.
Es desde allí la relevancia que adopta el abordaje de la dimensión normativa de la
ética profesional y con ella, el lugar que adopta el profesional ante la misma, es
decir, su ética puesta al servicio de su quehacer profesional.

El ejercicio de la psicología como profesión supone un control que el Estado delega


en el Colegio de Psicólogos con el fin de garantizar a la sociedad la idoneidad de los
colegiados, las sanciones respectivas si incurrieran en falta y el marco protector
tanto al profesional como al paciente. Por ello, las regulaciones deontológicas son
necesarias. Si fijamos la mirada en los lineamientos curriculares de nivel nacional e
internacional, constatamos en líneas generales que la referencia a los contenidos
relativos a la ética profesional, no sólo se limitan a la dimensión normativa de la
ética profesional explícita en los códigos deontológicos, Leyes de Ejercicio
Profesional, Declaración de Principios para psicólogas y Psicólogos, así como en
Leyes del Derecho Positivo como por ejemplo, la nueva Ley de Salud Mental (Nº
26657, promulgada en diciembre de 2010), la Ley de los Derechos del Paciente en
su relación con los profesionales e instituciones de la Salud( Nº 26529, promulgada
en noviembre de 2009), la Ley de protección Integral de los derechos de las niñas,
niños y adolescentes ( Nº 26061, abril de 2006), entre otros. Es indiscutible la
importancia que adquiere el conocimiento de lo deontológico en la formación del
estudiante de psicología como una de las competencias específicas para su
formación; sin embargo, resulta limitado para remitirnos a la formación ética que se
exige de éste en su práctica profesional. Y es en este campo donde en la actualidad
se incluye el CONSENTIMIENTO INFORMADO como una de las normas
deontológicas fundamentales de la psicología en lo que respecta tanto a la
formación académica del estudiante como a la formación profesional continua.

Prof. Anabel Nayle Murhell


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Ahora bien, a qué nos referimos cuando hablamos de Consentimiento Informado.


El Diccionario de la Real Academia Española nos dice que la palabra consentimiento
alude en su primera acepción a la “acción y efecto de consentir” (permitir algo o
condescender en que se haga). Continúa: “manifestación de voluntad, expresa o
tácita, por la cual un sujeto se vincula jurídicamente”; “conformidad de voluntades
entre los contratantes, o sea, su oferta y su aceptación como primer requisito”. Y
cuando se remite a Informado, refiere al consentimiento que ha de prestar el
enfermo o, de resultarle imposible, sus allegados, antes de iniciarse un tratamiento
médico o quirúrgico, tras la información que debe transmitirle el médico de las
razones y riesgos de dicho tratamiento.

Como podrá apreciarse, estas definiciones se hallan contenidas en el discurso


médico y en el jurídico. Pero sosteniéndonos en la primera acepción del término
podemos acercarnos hacia una primera aproximación conceptual. Así, el
Consentimiento Informado se define como el deber del profesional de la salud de
obtener la aceptación o conformidad del consultante para realizar cualquier tipo de
intervención sobre su persona.

Los orígenes del consentimiento informado en cuanto tal, lo encontramos en la


práctica médica. Podríamos situarlo incluso desde base del Juramento Hipocrático,
aceptado hasta nuestros días, donde el compromiso y principio ético era Primun non
nocere (primero no hacer daño). En tal sentido, el médico hipocrático actuaba con
respeto por la vida humana y con un exagerado instinto paternalista, conocido como
beneficencia paternalista. El enfermo era sometido al criterio del médico, quien
poseía la autoridad y conocimientos suficientes para ordenarle lo que debía hacer
con su salud. La obligación del médico era, en este sentido, tratar de restablecer en
el enfermo el orden natural perdido, la salud; y la del paciente, colaborar con el
médico en ello. Todo aquello que pudiera dificultar esta tarea, como la excesiva
información, debería ser, por obligación ético-técnica, sistemáticamente evitado.
Solo sería justificable sólo cuando fuera estrictamente imprescindible para garantizar
la eficacia de la medida y la colaboración del paciente. Era impensable que el
enfermo tuviera algo que decir al respecto. Éste sólo podía y debía obedecer a todo
lo que el médico prescribiera.

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Afortunadamente para la humanidad, las sociedades fueron desarrollándose.


Apareció el concepto de Estado, y ya en 1789 con la Revolución Francesa se
promulgó los derechos del hombre por la Asamblea Nacional Francesa, bajo el lema
de Igualdad, Libertad y Fraternidad; lo cual dió al individuo su condición de persona,
ampliando su dimensión de ciudadano quien fue ganando respeto social, autoestima
y dignidad pero, la relación médico-paciente, seguía siendo de tipo paternalista.

Hacia mediados del siglo XX, surgen en Estados Unidos una serie de fallos
judiciales con relación a la información vertida al paciente por parte de los médicos
en intervenciones de distintos tipos. Estos fallos se basaban en la noción de daño
por parte del profesional al no informar al paciente de los efectos adversos
previsibles de las intervenciones, constituyéndose en una agresión al paciente, ya
que es él quién debía decidir qué hacer con su cuerpo incluso si la intervención bajo
criterio médico le podría haber evitado un daño. (Por ej. hoy, en nuestros días
asistimos a la negativa de ciertos sujetos cuyas creencias religiosas no permiten
realizar transfusión de sangre entre otras intervenciones médicas invasivas).

Pero en sí, el consentimiento informado tiene sus raíces legales en 1947 con el
Código de Nüremberg, cuya primera regla se refiere al consentimiento voluntario;
base fundamental de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
proclamada en Diciembre de 1948 y de los códigos profesionales posteriores. A
partir del Código de Nüremberg, los jueces juzgaron a un grupo de médicos
acusados de realizar experimentos caracterizados como crímenes en contra de la
humanidad, cometidos a prisioneros de guerra en campos de concentración nazis
durante la Segunda Guerra Mundial. Estos experimentos se realizaban sin
información previa o consentimiento acerca de los riesgos a que se sometían las
víctimas. En este Código se contempla la necesidad de contar con un
consentimiento para la realización de experimentación con personas, en el que
deberían darse tres condiciones ineludibles: información suficiente, voluntad, y
capacidad para consentir.

En 1964 se promulgó en la Asamblea Médica Mundial, la Declaración de Helsinki,


que ha sido modificada en varias oportunidades, agrupando un conjunto de

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reglamentos que orientan a los médicos en experimentos con seres humanos, y


resalta la importancia del consentimiento voluntario dentro de los protocolos de
estudio.

Con especial fuerza a partir de la década de 1970, tanto los medios de comunicación
como los distintos campos científicos, comenzaron a familiarizarse con un lenguaje
nuevo mediante el cual se abogaba por la consideración de un sujeto de derecho en
la toma de decisiones médicas. Esto, dicho en otros términos, significaba que el
cuerpo médico, antes de ensayar procedimientos invasivos o riesgosos, debía
revelar pormenorizadamente a su paciente cuál era la naturaleza y el propósito que
dicho procedimiento perseguía, y asimismo sus riesgos y beneficios potenciales
además de las alternativas de tratamiento disponibles al tratamiento recomendado.
Todo lo cual, con la finalidad de que fuera él mismo el que acordara o rechazara la
oferta de los profesionales.

A partir de aquí, se sistematizaron las preocupaciones en torno de la consideración


del enfermo como persona plena, titular de obligaciones y derechos, pero también
dueño de una autodeterminación que le permitía, en forma racional y libre, ejercer su
dominio sobre sí y, por lo tanto, participar en las decisiones terapéuticas,
diagnósticas o de investigación que le incumbían directamente. Recién entonces
comenzó a postularse que la ancestral beneficencia médica (regida por el principio
ético de hacer el bien y, como contrapartida, también de evitar hacer daño) podía
encontrar un aliado en la autonomía del paciente (regida por el principio ético del
autogobierno o autodeterminación) para poder llevar adelante un tratamiento
exitoso, sin lesionar la dignidad intrínseca del ser humano ni invadir su intimidad
moral.

Así, el informe Belmont (1979, en EE.UU), identifica los principios éticos básicos a
tener en cuenta durante una investigación biomédica, a saber: beneficencia y no
maleficencia, respeto por la dignidad y autonomía de las personas y el principio de
Justicia; asimismo, precisa que el consentimiento debe poseer tres elementos:
información, comprensión y voluntariedad.

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A éstos hay que agregar los efectos de la propia profesionalización y de regulación


de las ciencias de la salud, entre ellas la Psicología, ya que su ejercicio compromete
la salud, la calidad de vida y la dignidad humana. Cabe recalcar que en el ámbito de
nuestra profesión colegiada, el consentimiento informado es de muy reciente
incorporación; en Argentina, es incluido por primera vez, en el ámbito psicológico, en
el Código de Ética de FePRA, en 1999.

Hoy puede decirse que se dieron grandes avances al respecto: desde el


paternalismo vertical de la medicina, hasta la participación informada del paciente,
es decir, la autonomía de quien consulta.

En el primero, el médico actuaba en beneficio del paciente. Esta postura comienza a


ser cuestionada por una concepción de ‘persona’ más cercana a la
autodeterminación; dando lugar a los deseos y aspiraciones del sujeto acerca de los
derechos sobre sí mismo. Es allí donde reside la fundamentación del
Consentimiento Informado como norma deontológica de la práctica psicológica.

El “respeto por la persona humana”, posibilita enunciar y promover los Derechos


Humanos en lo que ahora se reconoce, dentro de las prácticas profesionales, como
interacciones (dialógicas) intersubjetivas, que ya no toman al otro como objeto de
una práctica, sino como un sujeto igualitario, caracterizado en razón de su libertad y
dignidad.

El modelo paternalista de la relación profesional (clásico; vigente desde la


Antigüedad), sostenido en el principio filosófico de la beneficencia –y no
maleficencia- (hacer el bien por el otro, aún sin su consentimiento), deja lugar a un
nuevo modelo basado en el principio de la autonomía, expresado en una relación
contractual, donde el semejante aparece como el titular de sus derechos (a
contemplar y respetar). Esto trajo aparejado un cambio de paradigma donde antes
se consideraba al enfermo como objeto de cuidado, hoy se lo considera ante todo
sujeto de derecho. Esta es la concepción en la que se funda la actual Ley de Salud
Mental, la Ley de Protección De Niños, Niñas y Adolescentes en reemplazo de la
antigua Ley de Patronato. De este modo, vislumbramos el pasaje de una actitud

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paternalista hacia una autonomía del consultante entendida como la posibilidad de


tomar sus propias decisiones en el proceso terapéutico; es decir, la consideración
del consultante, como agente racional y libre, a quien se debe respetar sus derechos
a saber y decidir. Se resignifica de este modo el concepto de ciudadano, de sujeto
de derechos.

A raíz de este breve raconto histórico, podemos evidenciar la paulatina inclusión del
consentimiento informado como una de las normas rectoras de la psicología
profesional y su ineludible inclusión en la formación académica de los estudiantes de
psicología. Podríamos trazar una línea desde el campo de la medicina y de la
experimentación biomédica, hacia el rescate de la persona humana en su dignidad y
libertad, donde se revela como sujeto de derechos. Comienzan a involucrarse y a
resituarse los derechos de los sujetos que participan en prácticas científicas o
profesionales.

Andrea Ferrero expresa que se estableció una conexión entre la perspectiva jurídica,
médica y ética, en tanto es menester apuntar hacia la preservación de la integridad y
autonomía de los sujetos.

Por su parte, Mainetti, (Director del Instituto de Bioética y Humanidades Médicas de


la Fundación Mainetti,2000) va a decir que el aporte sustancial de la Bioética remite
a la noción de sujeto moral, bajo la fundamentación de los principios de autonomía,
beneficencia y justicia. Principios que impregnan y subyacen a los principios
especificados en el Protocolo de Acuerdo Marco de Principios Éticos para el ejercicio
profesional de los psicólogos del Mercosur, firmado en Santiago de Chile en
Noviembre de 1997: Respeto con los derechos y la dignidad de las personas,
Competencia, Compromiso profesional y científico, Integridad y Responsabilidad
social.

Puede afirmarse que el consentimiento informado deriva del deber profesional de


decir “la verdad”; Pero… ¿es malo mentir?, ¿hasta dónde el profesional está
obligado a decir la verdad? ¿hasta qué punto el ocultamiento de la verdad empieza a
ser manipulación o no respeto por la autonomía de la persona?.

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La veracidad es una regla derivada del principio de respeto por el autogobierno o


autonomía de las personas. Sergio Ceccetto1, afirmaba que no decir toda la verdad a
un enfermo resulta incompatible con esta regla, ya que el ocultamiento de la verdad
implicaría faltar el respeto a su condición de persona. Pero la situación se complica
cuando consideramos que tal ocultamiento es para evitar males mayores
(amparando nuestra intervención en el principio de beneficencia).
La obligación de decir “la verdad” aparece a prima fascie, es decir siempre que no
entre en conflicto con el deber del profesional de respetar un principio superior
(autonomía- beneficencia). Por ejemplo: el profesional tiene el deber de reconocer
los límites de su competencia y las limitaciones de sus técnicas; "...no utilizará
medios o procedimientos que no se hallen suficientemente contrastados dentro de
los límites del conocimiento científico vigente (…) y prácticas ajenas al
fundamento científico de la psicología (…) ofrecerá la información adecuada
sobre las características esenciales de la relación establecida, los objetivos que se
propone y el método utilizado… entre otras.(Tarragos, 1996). El autor va a decir que
lo que subyace a estas afirmaciones es el supuesto de que el psicólogo, en toda
circunstancia, debe integrar la veracidad en su práctica con la finalidad de que su
consultante no genere expectativas que no se corresponden con la práctica o
intervención a realizar. De allí la necesidad de proporcionar toda la información
necesaria para preservar la legítima autonomía de los consultantes.
El respeto de la autonomía de las personas se posibilita por el cumplimiento
de la regla de veracidad y se instrumenta por el consentimiento. El
consentimiento informado se asienta fundamentalmente en el principio de
autonomía y vela por el derecho de las personas de someterse a un tratamiento
sólo bajo su aceptación libre y voluntaria. Tal derecho de autonomía no sólo se
aplica en relación a la decisión de iniciar o no un tratamiento, sino también a aceptar
las condiciones de su desarrollo y finalización. Las tendencias actuales en materia
de consentimiento informado incluyen entre sus requerimientos la conformidad
respecto de diversos elementos que configuran las pautas contractuales del
establecimiento del encuadre; tal el caso de los honorarios, los límites de la

1
Filósofo argentino, Profesor Titular de la UNMP y Director de la Asociación Argentina de
Investigaciones Ética, fallecido en 2009.
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confidencialidad, la involucración eventual de terceras partes (por ejemplo el


supervisor del terapeuta), además de los elementos más tradicionales tales como la
naturaleza, duración, objetivos, métodos, alternativas posibles y riesgos potenciales
del tratamiento.
La enunciación de tales condiciones de encuadre al inicio de la relación no sólo
resguarda al profesional en cuanto a posibles afrentas legales sino que,
fundamentalmente, resguarda al consultante de arbitrariedades sobre su persona
que puedan producirse propiciadas por la asimetría natural del vínculo.
La Federación de Psicólogos de la República Argentina presenta precisa esta
normativa en los siguientes términos:
1.1.- Los psicólogos deben obtener consentimiento válido tanto de las personas que
participan como sujetos voluntarios en proyectos de investigación como de aquellas
con las que trabajan en su práctica profesional. La obligación de obtener el
consentimiento da sustento al respeto por la autonomía de las personas,
entendiendo que dicho consentimiento es válido cuando la persona que lo brinda lo
hace voluntariamente y con capacidad para comprender los alcances de su acto; lo
que implica capacidad legal para consentir, libertad de decisión e información
suficiente sobre la práctica de la que participará, incluyendo datos sobre naturaleza,
duración, objetivos, métodos, alternativas posibles y riesgos potenciales de tal
participación. Se entiende que dicho consentimiento podrá ser retirado si considera
que median razones para hacerlo.

1.2.- La obligación y la responsabilidad de evaluar las condiciones en las cuales el


sujeto da su consentimiento incumben al psicólogo responsable de la práctica de
que se trate. Esta obligación y esta responsabilidad no son delegables. […]

Asimismo, el marco legal vigente, la Ley Nº 26529, Derechos del Paciente, historia
clínica y consentimiento informado, en su Artículo Nº 2, inciso e) precisa en relación
a la “Autonomía de la Voluntad. El paciente tiene derecho a aceptar o rechazar
determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión
de causa, como así también a revocar posteriormente su manifestación de la
voluntad. Los

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los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a intervenir en los términos de la


Ley Nº 26.061 a los fines de la toma de decisión sobre terapias o procedimientos
médicos o biológicos que involucren su vida o salud”. Esta ley, en su Artículo Nº3
establece como interés superior la máxima satisfacción integral y simultanea de los
derechos y garantías de las niñas, niños y adolescentes, debiéndose respetar su
condición de sujetos de derecho y el derecho a ser oídos y que su opinión sea
tenida en cuenta.
De ello se desprende que las condiciones básicas que debe tener todo
consentimiento para ser considerado válido son:
1º Que emane de una persona competente; es decir, sea capaz de entender las
pautas y premisas dadas y decidir a partir de allí.
2º. Que la persona haya recibido la suficiente y adecuada información por
ejemplo la referida a la capacitación y formación del psicoterapeuta, el tipo de
intervención y procedimientos previstos, las metas y objetivos, la confidencialidad y
resguardo del material surgido en la práctica, etc. Al decir adecuada se refiere a que
sea apta para ser comprendida, en un lenguaje claro y preciso.
3º La voluntariedad o no coerción. Ser libre para tomar una decisión.
Se puede apreciar cómo esta norma deviene de los principios antes mencionados,
con mayor especificidad: el respeto con los derechos y dignidad de las personas e
integridad. En tanto explicitan por un lado el respeto por el derecho de la privacidad,
confidencialidad, autodeterminación y autonomía del individuo, así como promover la
integridad en el quehacer científico y académico implicaría informar acerca de los
antecedentes profesionales y curriculares, servicios, honorarios, no hacer
declaraciones falsas o engañosas, clarificar los roles de cada una de las partes de la
relación funcional y actuar conforme a éstos.

La Ley Nº 26529, Derechos del paciente, historia clínica y consentimiento informado


precisa las excepciones al Consentimiento Informado en su Articulo 9º; el
profesional de la salud quedará eximido de requerir el consentimiento informado en
los siguientes casos: a) Cuando mediare grave peligro para la salud pública ( por
ejemplo ante la prevención y erradicación de la Gripe A la necesidad de vacunar a la
población, nos podemos encontrar la negativa a tal intervención por creencias
religiosas o ideológicas (naturismo); b) Cuando mediare una situación de

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emergencia, con grave peligro para la salud o vida del paciente, y no pudiera dar el
consentimiento por sí o a través de sus representantes legales.

Por su parte, en el Articulo 10º, alude a la revocabilidad de la decisión del paciente o


de su representante legal, en cuanto a consentir o rechazar los tratamientos
indicados. El profesional actuante debe acatar tal decisión, y dejar expresa
constancia de ello en la historia clínica, adoptando para el caso todas las
formalidades que resulten menester a los fines de acreditar fehacientemente tal
manifestación de voluntad, y que la misma fue adoptada en conocimientos de los
riesgos previsibles que la misma implica.

En sí podemos precisar que para toda práctica profesional, el consentimiento


informado es una pauta ética ineludible, aún en aquellas situaciones en las cuales
las condiciones para otorgarlo se vean limitadas. Por ejemplo en niños, niñas o
enfermos mentales crónicos se solicitará a sus responsables legales siempre que la
dirección de la intervención apunte a conquistar el mayor grado de autonomía del
sujeto. En este caso puede citarse como ejemplo los procesos de
desmanicomialización, dando cuenta que la externación de pacientes psiquiátricos
crónicos posibilitó el desarrollo y ejercicio de su autonomía e inclusión social. En tal
sentido, la Ley de Salud Mental vigente se fundamenta en esta línea de intervención
teniendo como fin último la “recuperación de la identidad, dignidad, el respeto y la
reinserción social del sujeto que padece”.
Con todo, la formulación inicial de la regla de consentimiento no permite fácilmente
saber si extrae toda su fuerza del principio ético de beneficencia o del de autonomía.
Es decir, no sabemos si el consentimiento del consultante informado se convierte en
un deber médico que se orienta a hacer el bien (ben facere), o si se trata de un
derecho a la autodeterminación del que el paciente dispone por ser sencillamente
sujeto de derecho.
¿Qué se pretende exponer con estos interrogantes?. Lo que se intenta es mostrar
que la dimensión normativa de la ética profesional expresada en leyes, principios y
normas deontológicas, tras su inocente apariencia, esconde cierto grado de
complejidad que se manifiesta no sólo a nivel teórico sino también al nivel de
aplicabilidad de los principios y normas en las prácticas profesionales, cuando la
misma deviene ineludible. Los códigos deontológicos y el marco legal vigente,
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establecen una normativa que hace posible juzgar la acción del profesional
psicólogo, conforme a lo pautado por consenso.
Pero a la vez, no todo está resuelto, ni dicho en la letra de los códigos
deontológicos; queda entre las normas prescriptas y la acción del profesional un
espacio a partir del cual, y desde el cual, se pone en juego y se presentifica el ethos
profesional, al que puede entendérselo como la manera singular de interpretar la
letra del código conforme a sus propias creencias, actitudes, tradiciones, normas
éticas específicas y maneras de juzgar las conductas morales que caracterizan que
caracterizan a un grupo profesional en particular. Es decir, entre el profesional y los
códigos existe una relación de interacción, un espacio de reflexión donde se pone en
juego el ser del sujeto moral, la singularidad ética del profesional en situación
inmerso en un contexto social y legal determinado. Es allí donde se asienta la Ética
Profesional en sí misma, en la singularidad del profesional que se pone en acto en
relación a otro (persona/ sociedad) ante el cual, debe responder hacerse cargo de su
intervención. Se anudan aquí dos aspectos esenciales. Por un lado un modo de
subjetivación y por otro los códigos normativos. Este hecho, da cuenta de la
preocupación por incluir un cuerpo de conocimientos relativo a lo deontológico y
ético en la formación de los estudiantes universitarios a partir de la sanción de leyes
de ejercicio profesional en las distintas provincias y la regulación de ésta a través de
la consolidación de códigos deontológicos, provinciales, nacionales y regionales.
En este sentido, la psicología como disciplina científica ha transitado un recorrido
marcado por la tendencia a precisar tanto, su campo de intervención en el marco de
la salud mental y su objeto de aplicación, así como la legitimación y especificidad de
su práctica. En esa línea, la Ley Nacional de Salud Mental N°26.657 de la República
Argentina, promulgada en noviembre de 2010, “tiene por objeto asegurar el derecho
a la protección de la salud mental de todas las personas, y el pleno goce de los
derechos humanos de aquellas con padecimiento mental… que lleva a remitirnos de
manea directa a la ley 26529 sobre los derechos del paciente en tanto ninguna
practica puede realizarse sin el consentimiento informado de la persona destinataria
del servicio.”
Este marco legal plantea una renovación reciente en cuanto la concepción de sujeto
que subyace a las normas legales en la argentina. A propósito de ésto, existen

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investigaciones actuales2 que expresan que, al tratarse de un desarrollo reciente en


el ámbito de la salud, muchos profesionales desconocen las implicancias del
consentimiento informado así como las posibles derivaciones éticas, legales y
deontológicas que puede generar.
A su vez las representaciones sociales existentes en relación a las prácticas de
salud se sostienen en un paradigma de cuidado en detrimento a concebir al sujeto
que padece un malestar psíquico como sujeto de derecho. A modo de ejemplo, se
puede observar que el marco legal vigente en Argentina plantea el cierre paulatino
de hospitales psiquiátricos y considera a la internación como último recurso, en tanto
implica una limitación de la autonomía de las personas; al mismo tiempo,
paradójicamente, entre las demandas sociales más sentidas, está la creación de
centros de atención para adictos donde hay un otro que pide la internación del
sujeto que padece (padres, sociedad, profesor) puesto que la mayoría de los casos
el sujeto droga-dependiente no realiza demanda de tratamiento alguna ni consiente
al mismo. Entonces, cabría preguntarse cómo resuelve el profesional psicólogo en
su práctica este tipo de situaciones que sin lugar a dudas encierran diferentes
niveles de complejidad.
En tal sentido, la formación de psicólogos en esta área, implica no sólo la
transmisión de códigos deontológicos sino facilitar el camino para que pueda
explayarse la dimensión singular de este profesional/sujeto que se pone en acto en
cada intervención profesional; enfatizando el valor de su autonomía, responsabilidad
y compromiso profesional para consigo mismo, para con su consultante y para con
la comunidad profesional y sociedad en general. El psicólogo capaz de posicionarse
de este modo siempre sabrá que los códigos constituyen guías para la práctica, pero
que nunca podrán sustituir el discernimiento del profesional que se encuentra en la
situación y, por lo mismo, nunca reemplazarán su responsabilidad en la toma de
decisión.
La ética profesional, excede lo estrictamente normativo: apunta además a un
posicionamiento ético del profesional psicólogo; cuestiona e interpela, requiere un
campo particular de acción del profesional para analizar las situaciones dilemáticas

2
Proyecto “Psicología y ética: Ciencia y profesión”, dirigido por la Prof. Hermosilla y presentado en el
V Congreso Marplatense de Psicología. 2007. Entre otras.
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considerando sus particularidades, especificidades y los fundamentos normativos y


principios que la sostienen. Ni exclusivamente heterónoma, ni meramente subjetiva,
interpela al profesional/sujeto con su propio acto.
Es allí donde aparecen los dilemas éticos, contingentes y recurrentes en su práctica;
por lo cual, su intervención, reviste un carácter decisional que va más allá de lo
estrictamente deontológico, es allí donde se pone en juego el Ethos del profesional.
Analizar una situación a la luz de cuestionamientos éticos, implica buscar los
fundamentos éticos de la práctica profesional, los deberes y obligaciones pautados
por un grupo de profesionales y el posicionamiento ético de este profesional que se
pone en acto.

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