Está en la página 1de 66

Grupo de Trabajo:

Marta Cecilia V élez Saldarriaga


Flora María Uribe Pacheco
María Cecilia Tru jillo Pérez
Gloria Aristizábal Bernal

Pinturas y Dibujos

Marta Elena Vélez, pág. 7; Miriam Londoño, pág. 13; Flora M.


Urihe, pág. 17; María Villa, págs. 25, 35; Marta Cecilia V é-
léz, pág. 43; Artemisia Gentileschi, pág. 51; Francoise Ménager,
pág. 57.

Portada:

"La Dolorosa" Oleo sobre tela 1.80 x 1.45 Ethel Gil-


mour, pintora colombiana. Actualmente es profesora de
la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Sede
Medellín.

Sobre el origen de La Dolorosa, Ethel Gilmour es-


cribe: "Hace tres años pasamos la Semana Santa en
Urrao. Allá vÍ la Dolorosa vestida de terciopelo y seda, y
me sorprendió que las señoras del pueblo la llevaran en
la procesión. Nunca había visto eso. Después me acer-
qué a una de las señoras y le dije: "Perdone, es la pri-
mera vez que veo las damas llevando la imágen en una
procesión". La señora me miró y dijo: "Claro, es na-
tural que nosotras, las mujeres, estemos con ella en su
tristeza" .
Jas Ynuje.res esc.ri ben

CON'I1ENIDO

3 Medea, la contemporaneidad de un mito,


MMUL ,Cecilia V é~ez Saldarriaga.
11 Cuando una, eso de orga.nizarse no quiere,
Matr'Ía Elvira ;Bonilla Oroya. ,
13 Magas, Brujas y feministas: Historia de una rebelión,
Flora MatrÚJ, Uribe PMheco.
21 María Villa: la voz de una pintora.
27 Las sufragistas o el nacimiento de una lucha,
MMUL ,CeciUa V élez Saldarriaga.
35 E<l purgante,
Aura Lóp,ez.
39 Una reflexión sobre la pornogra.fía ¿ "8" de sexo?,
MQntse:rrat .Oliván.
47 Pintar / Combatir,
F11atrWCYÍSe Eliet.
53 11 Encuentro Feminista Latinoamericano y del Carihe.
61 Testimonio. Yo nunca pensé que eso me pudiera suceder,
Transcripción, Dora Cecilia Ramírez Múnera.

Correspondencia y colaboraciones, canje y envíQ de publicaciones,


Apartado AJéreo 49105, Medellín, Colombia

Licencia de funcionamiento NQ 000769. Min. Gob.


Tarifa Postal Reducida NQ 124. Admón. Postal Na!' 3
Medellín, agosto de 1983
"Inventar un lenguaje de mujer. Pero no de mujer como lo ex-
presa el lenguaje del hombre. La muj er que quier e tener un discur -
so propio no puede eludir esta extr aordinaria urgencia: inventar
a la mujer. Es una locura, lo admito, pero es la única razón que
me queda. '.
Es preciso que hable de los goces de mi sexo, no, no de los goces
de mi alma, de mi virtud o de mi sensibilidad femenina, sino de
los goces de mi vientre de mu jer, de mi vagina de muj er, de mis
pechos de mujer, de los goces fastuosos de los que vosotros n!) te-
neis idea alguna.
Es preciso qu e yo hable puesto que sólo allí podrá nacer una pala.
bra nueva que pertenezca a la mujer. Es preciso divulgar aquello
que habéis relegado al secreto con tn.nto encarni zamiento, por.
que es allí donde se fundan todas nuestras represion es. Todo
lo que era ·nuestro sin ser vuestr o, lo habéis convertido en sucie.
dad, en dolor, en deber, en pequeñez, en servidu mbre.
Lu ego de habernos reducido al silencio, podíais hacer de nosotras
lo que os convenía: doméstica, diosa, juguete, madregallina o mu-
jer fatal. La única cosa que vosotros nos habéis demandado con
real insistencia era que nos callásemos; a decir ver dad no es posi-
ble exigi r a ún más ; más allá es preciso exigir la muerte.
Ha sido nuestro silenc io y el resplandor triunfante de vuestra
palabra la que ha podido autorizar el robo de nuestro trabajo, la
violación de nuestro cuerpo, todos los avasallamientos, nuestras
mártires silenciosas ...
Inve ntaremos el mundo pu esto que hablaremos al fin, nosotras.
silenciosas, de aquello que sabemos. Y sabemos, estoy segura , qué
es bello y bueno.
Vosotros habéis denigrado la vida, la habéis temido e insultado;
nosotras no hemos cesado de amarla en secr eto y pacientemente
a través de los siglos. Porque vosotros habéis tenido razón en
todo, salvo r especto a la vida".

Annie Leclerc. ParQle de Femme.


Medea,
la coalempo..aaeidad
de.a milo

Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

M.edea: Hija del rey de Cólquide Eetes. Es par lo tcvnto nieta


del sol (Helio) y de la m..aga Circe.
Jasón, jefe de los Argonautas, debía atpoderarse del V.elloci-
nio de Oro perteneciente a Eetes. Medea, .enamorada de Jasón,
trOJitJiuna a su poor.e, asesVna a su herm..ano y mediante sus
artificios, roba el Vellocinio de Oro protegiendo a Jasón de
las querruuiuras de los torros de Efesto y del dragón que cus-
todiaba el tesoro,. Desterrados, Medea y Jasón huyen ¡de la CÓl-
quide y oontraen m..atrimonio en tierras lejanas.
Tras wumerosas venganzas de Jasón ejecutadas por Medea,
Uegaq¿ a Corilnto con sus dos hijos y s,e instalan en wna g'ruta
en las afueras de la ciudad. Jasón ret¡YUdia a Medea ya .s us hi-
jos .Y se compromete con la hija de Crreonte, rey de Corinto,
para recuperar ,el poder perdido.
Medea, al ver la traición y pr.eveer el futuro ,n efasto de sus
hijos ahora bastatrdos, los degolla y se Vienga de Jasón asesi-
nllIndo a su prometida y al padre de ésta.
J asm queriendo m..atar a M edea llega hasta la gruta, pero en-
cuentra los cadáveres de sus hij.os,· mientras suplica por dar-
les s~tura, el dios H.elio envía un oorro de fuego en el cruJJ1
huye M edea oon los cuerpos de sus hijos muertos.
4

Cuando la discusión sobre la vida se articula hO'y sólo en tér-


minos de lo biológico y los asesinos vuelven las espaldas a sus víc-
timas para señalar nuestros úteros y encerrar a las mujeres que
nos preguntamos más allá de alquimias cromosómieas, en térmi-
nos de libertad y goce, por las condiciones de la vida, considerando
que nada hay ya en nuestro cuerpo que no pase por la cultura;
cuando comenzamos a decidir sobre nuestro,s cuerpos, a desenmas-
carar una sexualidad impuesta que cobra sus víctimas en niños
in'deseados y abandO'nados y en mujeres muertas entre curetajes y
sondas, y lO's patriarcas de esta cultura gritan al son de sus vesti-
duras razgadas: i Medeas, Medeas! Cuando esos mismos que ocu-
pan lO's lugares burocráticos de los estados, los hospitales, los me-
dios masivos y los púlpitos, arengan en favor de la guerra, devas-
tan los campos sembrándolos de bombas, radiación y veneno
destruyendo la vida entre la explotación, el hambre y la tortura;
cuando el deseo insaciable de ¡poder se articula mediante la des-
trucción y el sometimiento, una no deja de preguntarse dónde es-
tán y quiénes son los asesinos, qué es la vida y quién fue esa mujer
Medea que llevamos como ancestro cada una de las mujeres que
intentamos ho~ apropiarnos de nuestros cuerpos en favor de una
vida deseada, de unos hijos nacidO's de nuestra libertad ganada
por encima de aquellos que necesitan de esclavos y víctimas para
medir la fuerza de su potencia.
Desde lO's confines del mundo griegO' llega hasta nuestros
días con la rabia de su destino, con la furia de la traición y el
engaño y cO'n el coraje que le infunde su nombre: Medea, "la que
piensa". Cómo nO' encontrar en su rotundo ,no a la cultura mascu-
lina, al O'rden establecido, a esas leyes que se organizan en la me-
dida de su exclusión, de la exclusión de todas las mujeres, el eco
de mis palabras, de todas las voces de aquellas que buscamos otros
ideales, O'tros modos de vida, otra vida. Amo su rebeldía inconte-
nible y la soledad que hizo suya al quedar exiliada de todos los
afectos, de todos lO's lugares, de todos los órdenes.

Veo su historia en cada una de aquel,l as mujeres -nosotras-


que por amar desmesuradamente comO' Medea lo hizo, han sido
eDhadas del hO'gar paterno, señaladas por la sociedad que las es-
tigmatiza y arrincona hasta convertirlas en caricaturas grotescas
de aquel sentimiento que las ,nevó has,t a la soledad y el abandono.
O simplemente, Medea asesina, veO' que el amor desmesurado sólo
porta el amor que no tenemos por nosattas mismas, el interés que
no logramos aplicar a nuestras cosas y la dedicación que no le
prestamos a nuestros sueñO's, y proyectos. Tu imagen, Menea pen-
sante, nos llega con toda :la fu.erza de quien ha luchado por no de-
jarse amedrentar, pisotear, someter.
Quiero proclamarme hermana de esta mujer saga, bruja y
5

hechicera, acompañarla en ese no al or.den masculino. Que se es-


cuche su grito: ¡Traición! en esta cultura tan aparentemente
lejana de la que le tocó vivir. Quiero estar a su lado en la negati-
va de someter a sus hijos al destierro, desenraizamiento y ma,l-
trato de una cultura donde ser repudiado por el padre significaba
el rechazo de la sociedad entera y pOCl¡lS posibilidades de subsistir
libre y honradamente.
Quiero unirme a tí Medea asesi,na, ayudarte a interrumpir
el fluir de la sangre de esos hijos traicionados, 'p ara quienes la
doble moral de su padre depara el más horrendo de los destinos;
unirme a las mujeres que se niegan l¡l dar la vida como imposi-
ción o como el castigo de una sociedad y de una cultura que les
cobra el precio de su sexualidad en términos de "Parirás con
dolor".
Quiero preguntarme como lo hizo Medea, si la vida vale la
pena ser parida, si el futuro que preveemos para nuestros hi-
jos es un futuro a,bierto y pleno de posibilidades, o al menos, con
la posibilidoo de la vida y la li.berloo. Quiero unirme a ella y a
todas las medeas de las guerras y de las centrales atómicas que
abrazadas a los troncos de los árboles impiden les destruyan la vida,
la identidad, la naturaleza. Quiero que todas las mujeres que de-
ciden abortar porque la vida no responde a su decisión y libertad,
o elige·n no parir sus hijos en campos minados, en ríos contaminados
y junto a hombres que como Jasón, .cambian el amor en contrato
y la entrega en pura pasión momentánea, se unan a su historia,
cosan sus úteros y ca,llen la posible vida que pueden crear, para
no parir i.ndeseados, refugiados y no descender semanalmente a
las plazas de las ciudades con tímidas fotos en las manos pregun-
tando por los hijos encerrados en cá:r;celes horrendas de tortura
y terror. Porque ahora, junto a Meldea asesina, no pariremos
más hijos desterrados de afecto, ni más bocas que reventar, ni más
cuerpos que mutilar, ni más mujeres que violar. .
E.n un mundo donde sólo se le ofrecía el sqmetimiento a la ley
-una ley que como hoy ocurre, .le concedía a J asón el derecho
a la traición, al abandono, al engaño, a la muerle, a darle a sus
hijos el más funesto de los destinos- Medea tomó la vida en sus
manos y forjó solitaria un destino. Ese futuro de sus hijos pintó
el horror en sus ojos, creó el temblor en sus entrañas, y respetando
por encima de todo su concepción de la vida, les dio muerte qui-
tándOSe así la vida. Cegando en ellos su sangre cegaba el ritmo de
sus pulsaciones y presintiendo la desgracia que sería su vida, de-
cidió no dej ades por herencia la miseria y .el desprecio.
"Nunca por los dioses que en el Hades impera,n , esos que ejer-
cen la venganza implacable, nunca de mí se diga que yo dejé
a mis hijos a las burlas y desdenes de mis enemigos. i Mue-'
6

ran, fuerza es que mueran y urgente que yo que les di la vida,


les de también la muerte. Todo me empuja a ello: retroceder
no puedo, inevitable es !(1).
Te matan Medea. Desde los tribunales, desde las leyes, desde
las escuelas destruyen la naturaleza de la misma manera como
Jasón quiso destruir tu historia, burlarse de tu entrega y traicio-
nar tu fidelidad cuando le salvabas la vida y robabas para él, para
su vanidad, el Vellocinio de Oro. Te sentencian y desprecian, te
señalan y encarcelan mientras para ellos la vida es sólo el pro-
ducto despreciado y abandonado de unos minutos de placer que
luego va a ser blanco en sus juegos de misoginia y artillería.
Los hijos de Jasón, más no sus hijos, tienen por ley la traición
y el odio, la guerra y el desamor, someten con el hambre como
J asón quiso someter a Medea imponiéndole una ley que le impe-
día asumir su destino de mujer pensante. Medea asesinó a sus
hijos para que no Henaran barcos suplicantes de asilo, para que no
vagaran en las mares cual naves de locos buscando una tierra
donde arar su destino. Y esa fue su rebeldía, decirle no a la ley
del padre, no a la traición, no al poder que somete y busca víc-
timas, no al dominio masculino que se había dado el derecho
-hasta nuestros días- sobre la vida, sobre esa vida que portó
durante nueve meses, que alimentó con su vida y que luego de
rasgar sus entrañas, amamantó y cuidó. Le arrancó a Jasón el
derecho sobre la vida de sus hijos y con ello le arrebató el "dere-
Cho" sobre la vida, porque él si podía disponer de ella, porque éste
ha sido "privilegio" del varón -las guerras, las masacres, las
torturas, la lucha por el poder y por el dominio de las mujeres-
legado a ellos como derecho imperial sobre todas sus "¡posesiones":
Esposa, hijos, esclavos, naturaleza.
Produces escándalo Medea maléfica porque te has tomado el
derecho sobre la vida y has roto la cadena cuyos exponentes en-
contramos en Jesús, Agamenon, Abraham y en todos los padres
que como ellos sacrifican a sus hijos en la guerra y deciden sobre
la vida de la humanidad. La historia te ha perseguido porque has
puesto la vida por encima de la biología y porque ahora nosotras
lUClhamos por una vida desde la libertad, sin sometimiento, sin se-
xocidios, sin masacres.
Medea ganó para ella y para todas las mujeres el derecho
a decidir sobre la vida -la de nuestros hijos, la ,n uestra, la de la
humanidad por tanto- sobre la calidad de vida que llevarán nues-
tros hijos y sobre el mundo en el cual podrán 1abrarse un destino.
y así como ella decidió, así como asumió su historia y su destino
de mujer pensante, nosotras, mujeres de este siglo de horror y
espanto donde la vida no significa ya nada, nos preguntamos si
:7.

vale la pena dar la vida y cuál será el futuro de nuestros hijos


en un tiempo donde la vida es una imposición biológica, para con-
vertirse luego en un juego destructor en el combate del poder y
la vanidad.
Porque Medea se ha apoderado del derecho a decidir dar la
vida, porque ese grito suyo nos llega desde su época, ahora sere-
mos nosotras quienes decidamos sobre nuestros cuerpos y sobre
,l a vida que podemos portar. Ya no serán más los varones quienes
nos utilicen, corno J asón, para obtener sus vellocinios de oro,
para perpetuar su raza, sus rasgos. Ya no serán nuestros cuer:pos
ecos de los jasones narcisos, porque la vida que podemos gestar
será nuestra decisión.
Jasón: "Preciso fuera que los mortales procrearan ,hijos de
otro modo, sin que hubiera raza de mujeres y en-
tonces los hombres no verán mal 'alguno" (2).
8

y Medea no sólo ejerció el derecho sobre la vida, sino :que tam-


bién se apropió del derecho a la sepultura. Con el dolor en sus
entrañas, su no a ese orden es tan rotundo que no ha,ce ni una
concesión y en la soledad y el destierro que fue su vida -J asón
nunca fue un compañero para ella-- no le entregó sus hijos a la
ley para que en medio de las pompas fúnebres de los más sofis-
ticados verdugos, les dieran sepultura y taparan con sus tumbas
sus propias culpas. Medea, mujer sabia, llevaría hasta el fin su
acto solitario.
Jasón: "j Sepultaré a mis hijos, les haré sus exequias!"
Medea: "No, tú no. Yo con mis propias manos les daré se-
pultura. Voy a llevarlos al santuario de Hera, diosa
de la sacra colina. Nadie de sus enemigos podrá re-
mover la tierra y profanar su sepultura" (3).
Quisiera preguntar a todos los jasones de los gobiernos, los
tdbunales, los hospitales, las iglesias, por qué los dioses siendo
justos como lo son, nunca le profirieron castigo, por qué, al con-
trario, contó con su ayuda y recibió el carro de fuego para que
huyera con sus hijos. Por qué no hubo castigo ni humano ni di-
vino para su asesinato; acaso lo consideraron justo.
De esta manera Medea se vuelve bruja, nigromante, es decir,
mediadora de una fuerza que no obedece más al deseo del varón,
portadora de un saber que ya no es de su dominio y libre con re-
lación a su cuerpo y, por lo tanto, libre con relación a la vida.
Ahora, bruja de pócimas y ungüentos, sabemos que el diálogo
con la vida tendrá que pasar por las condiciones en las cuales
ella ha sido gestada y será parida.
Pero Medea no sólo ha sido llamada bruja sino que en nues-
tros días es perseguida en cada una de las mujeres que al igual
que ella hemos iniciado esa conversación con la vida, donde lo que
importa .no es un concepto abstracto amparado en leyes prohibi-
tivas y sexualidades impuestas que nos impiden decidir sobre
nuestros cuerpos, sino sobre el plano real de nuestra Hbertad y
de las condiciones de vida que tendrán nuestros hijos.

Te han llamado bruja Medea y ahora en los periódicos te


llaman monstruo sólo por el hecho de preguntarte, más allá de
biologías y narcisismos, por la vida. Porque ahora, M~dea vivien-
te, sabemos que la vida es algo más que una fusión biológica, o el
desarrollarse de un óvulo y un espermatozoide. Porque. ahora las
mujeres comenzamos a apropiarnos de nuestro cuerpo y a cues-
tionar una sexualidad meramente reproductiva que hace de la vida
algo accidental e impuesto.
Con nuestra sexualidad enfrente, con el mundo que vemos de-
9

sarrollarse ante nuestros ojos y la misoginia a la naturaleza y a


la vida, empezamos a decir no y a ponernos por fuera de una ley
donde la muerte y el desprecio se han vuelto cotidianidad, para
colocarnos del lado de la vida, en libertad y goce, por una vida sin
mordazas ni torturas, por una vida plena de creatividad sin des·
trucción ni caos.
y así, por nuestro amor desmesurado a la vida -por fuera de
la ley- estamos con Medea, mujer visionada, en la separación
de la ley, en el intento de destruir los órdenes de terror y tortura,
en un rotundo no al sometimiento y a la humillación. Estamos
con Medea, amante desmesurada, en la fidelidad ,a nosotras mis-
mas y a la vida que podemos parir.
Pero el destino de Medea al igual que el de muchas de sus
hermanas de t:r~agedia, la ha conducido a la muerte como único
fin ante la inexorabilidad de quienes quieren a toda costa que se
traicione a sí misma. Sino fatal que acompaña a una gran ma-
yoría de nuestras compañeras quienes, al igual que Fedra, se han
tomado la palabra abandonando el silencio que según las leyes
nos es "naturalmente" propio. Alá están enfrentadas a ese mismo
devenir y a lo largo de todas las épocas Safo, Virginia Woolf,
Sy.via Plath, Unica Zurn, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni,
para nombrar sólo unas pocas. Como si apoderarse de la palabra,
como Medea se 8Jpropió de su amor desmesurado - ¡ y qué amor
de mujer no lo ha sido!- sólo hubiera de conducirnos a la encru-
cijada de la muerte, porque nuestra palabra es exp,r esión de sen-
timientos y guía de la vida, contraria a la de Jasón para quien
sólo fue perfidia, juegos sofísticos y artificiosos para lograr las
vanidades que podía obtener por su intermedio.
Como Medea, hemos descubierto que el amor no es una men-
tira o unos segundos de pasión o un contrato social y económico
y que la vida debe responder a una decisión libre en un mundo
donde ésta sea respetada por encima de sexos, clases y razas.
Pero hoy veo a Medea vagando entre los basureros en bús-
queda de algo que comer, ultrajada y echada de su trabajo por-
que aquellos que predican el respeto a la vida, consideran que
embarazada no es rentable emplearla; porque los jasones de esta
cultura la han abandonado por un cuerpo más joven, una cuenta
bancaria más jugosa, o simplemente porque la vida que ella ha
traído al mundo es para ellos una responsabilidad que son incapa-
ces de asumir.
Ahí estás Medea contemporánea tocando el timbre de las
puertas en bús'q ueda de sobras. Con tus tres hijos en brazos duer-
mes bajo los puentes y el agua que beben está contaminada. Res-
piran veneno y generalmente tienes que vender tu cuerpo para
10

alimentar a tus hijos. Ahí estás Medea abandonada, emigrante


de días a noches y de noohes a años de soledad y miseria. Quizás
a esta misma hora, Medea asesina, una de tus hermanas se de-
sangra en cualquier baño anónimo con agujas que sólo a costa
de su muerte podrán destejer el abandono y el olvido que le le-
garon para poder someterla.
y hoy Medea visionaria, en cualquier lugar de este mundo-
tumba que tanto se jacta de respetar la vida y que encarcela a las
mujeres que queremos decidir sobre ella, hay una mujer con un
niño deformado por aguas contaminadas y gases mortales, un niño
monstruo de ciudades bombardeadas y suelos esterilizados. Es una
madre con un niño muerto en brazos, un niño sacrificado al ansia
de poder masculino, un niño nacido de la violación y la violencia,
gestado en noches de gritos y golpizas, en largas horas donde la
irracionalidad del poder, de una sexualidad aberrante, deformada
y concebid,a como violencia, cobra sus tributos en una mujer mal-
tratada y en un niño que porta como historia el sello de la violen-
cia, el odio y la irracionalidad. Es una madre que no podrá abor-
tar porque esa violencia, ese odio y esa violación están aceptados
y legislados por un orden cuyo representante supremo se ha deno-
minado "respeto a la vida". Es una madre con el hij o asesinado
en brazos en El Salvador, Guatemala, México, Colombia. Es una
madre preñada de muerte en los tugurios del río Medellin. EUa
arrulla la agonía entre sus brazos, ella sostiene la monstruosidad
que produce el hambre y la desnutrición. Es una madre buscando
a sus hijos en cárceles horrendas, intentando identificar cadáveres
deformados y mutilados por los hombres. Es una "loca" como
Medea, en la Plaza de Mayo, en las mOl'gues, en los 'hospitales, en
los prostíbulos, ¿Podrá esa madre querer ese otro hijo que lleva
en sus entrañas? ¿Se habrá preguntado ella por el destino de sus
hijos en esta tierra minada, en este mundo de mordazas, en esta
atmósfera de guerra y desprecio, en esta cultura de misoginia
a la naturaleza y por lo tanto a la vida? ¿ Podrá esa mujer que arru-
lla la muerte, gozar de una sexualidad que no sólo no le permite
decidir sobre su cuerpo, sino que la obliga a amamantar la muerte
y ,parir en la indigencia?
,P orque contigo nos unimos Medea en el amor desmesurado
por la vida, no daremos más la vida mientras no existan garantías
de que ésta sea ,daJda desde la libertad y decisión de las mujeres
y respetada en su totalidad, mientras estas garantías no nos mues-
tren que la muerte sólo será el cumplimiento y final de una vida
y no su origen.

1. Eudpi¿es, Medea. Ed POlirúa, Mmco 1976, p. 65.


2. Idem. p. 59.
3. IbUl. p. 70.
Cuando una,
eso de
o ..ganiza..se
no quie..e María Elvira Bonilla Otoya

y hoy el tono fue sombrío. El de las buenas maneras. Urba-


nidad y corrección. Y la pregunta reconocida y repetida: ¿ y tú,
todavía no te has organizado?
y ayer durante el cálido reencuentro con un viejo compa-
ñero de colegio, años de po vernos, y de nuevo, desde el saludo:
¿ y tú, todavía no te has organizado?
y acto seguido, y en dos semanas ya han sido ci,nco las invi-
taciones, quesos y vinos y agapes bien servidos, deliciosa la comi-
da, aparatosa la atención, y asistentes escogidos no ya por pa-
rentesco ni relaciones conocidas, ni oficios ni profesiones, ni ca-
rreras, qué va, el estado civil, única referencia pertinente, sepa-
rados y solteros, prometedores pretendientes, futuro prominente,
seguridad y gara.ntías. . . y todo porque dizque yo aún no estoy
organizada.
Al principio lo recibí con cierta neceda.d. Después comprendí
con incómoda molestia que n.i siquiera la organización aquella,
la del tema de conversación, la preocupante, la de la inquietud,
estaba en mis manos resolver. Porque así es la vaina: para "orga-
nizarme" alguien debe organizarme... en fin. Tengo 27 años.
Firmo con mis apellidos completos. El idioma de las solteras y las
casadas no lo entiendo. Siempre usaré mis mismos apellidos. Pero
si para algo interesa: soy soltera. Soltera porque sí. Porque se
me da la gana. Soltera, pero no hija de familia que es distinto.
Hace años que soy independiente. Económicamente autosubsisten-
te. Sin embargo, una es, o casada y por lo ta.nto organizada, o hija
de familia y entonces aun no estás organizada. Yo pues ni lo uno
ni lo otro.
y sigo. Hace años trabajo. Soy una profesional calificada,
digamos que bien remunerada. Me gustan los aeropuertos yeso
de tener el pasaporte al día me produce excitación. Alivio. Me
seducen las ciudades grandes, me entusiasman los hoteles. Difí-
cilmente me timan los taxistas. N o le tengo miedo a la soledad.
Dormir abrazada a la almohada es mi costumbre y el cielo raso
a veces me resulta una estupenda compañía. Cómplice. He vivido
en varios países, en distintos barrios, en disímiles edificios y hago
12

amistad con los porteros. Los vecinos me auxilian cada vez que
incurro en el maldito vicio de perder las llaves. Mantengo siempre
a mano el teléfono de la policía, de los bomberos y del hospital ...
por simple precaución. Las noches me resultan más bien inspira-
doras. Eso sí, conduzco rápido, después de las once de la noche
no respeto los semáforos y en más de una ocasión he preferido
echar a perder un neumático antes que detenerme a despinchar
la llanta. Todo est1. previsto. Mi renault 4 es tan importante como
le era la habitación propia para Virginia Woolf a principios de
siglo en Inglaterra. Soy poco amiga de la histeria y hago escán-
dalos sólo en el peor de los casos. Las cucarachas no me arrancan
ni gritos -ni escozor y si .de ratones se trata me defiendo con esco-
bas y con trampas, al punto de que liquidar bichos me produce
un derto placer que reconozco perverso. Pronto sabré manejar
armas. Cuando oigo un ruido me levanto p,r esta. No me horrorizan
los extractos de cuentas de la chequera, ni los balances ni los nú-
meros ni los enohufes eléctricos ni los contratos laborales. Aunque
las faenas domésticas no son mi gran pasión tampoco me atafagan
y los sábados hacen parte del ritual del supermercado. Invito ami-
gos y amigas, escucho música, leo y hasta escribo. De la inseguri-
dad trato de reirme, de las pesadillas me defiendo con Edgar
ABan Poe y las insinuaciones desagradables las toreo con calam-
bur. Lloro. N o soy ¡nada super-woman. Mi vida, eso sí, ya no tiene
ni antes ni después, ni mientras, ni puntos suspensivos y no espero
que ocurra nada sorprendente para actuar. Simplemente vivo.
Trato de hacer lo que me gusta. N o siempre se puede, pero tomo
decisiones. Prefiero no dar demasiadas explicaciones. Acierto.
Me equivoco. Vivo. Y sin embargo, según me dicen, no estoy or-
ganizada ...

Cojo aire. Un resuello. Si bien, y valga la verdad, esto de


"la organización" no ha sido jamás un tópico de mis desvelos, las
normas me exasperan, las directrices me desesperan y el deber-ser
no me lo resisto. Y aunque no estoy aquí con intenciones de justi-
ficación alguna, tampoco sobra anotar que curiosamente, mientras
para nosotras, eso de no estar organizadas, es decir casadas, re-
sulta un lastre, fracaso, peso, y hasta motivo de preocupación
alrededor, para ellos, nuestros galanes, y únicos posibles salvavi-
das, esto de "no estar organizados", es un encantador halago, be-
neplácito, notable atractivo, pero sobre todo importante razón de
seducción. Seducción a la que, por lo demás, nosotras, raudas de-
bemos responder. Seducir para al fin poder organizarnos, porque
curiosamente ellos, los solícitos pretendientes, quienes sin esco-
zores ni vergüenzas, conscientes, en franco uso de su derecho a
cuestionarnos siempre, no dudan en lanzarnos su insidioso comen-
tario. Sí, precisamente ellos, los mismos, de quienes casualmente
parece depende nuestra feliz organización.
Magas, brujas y leminislas:
Hisloria de una rebelión
Flora María Uribe Pacheco

"La naturaleza las hace hechiceras. Es el genio propio, el tem.-


peramento d.e la mujer. Nace ya hada: por el cambio regular
de la exaltación, es sibila; por el amor, maga. Por su agude-
za, por su astucia a menudo fantástica y benéfica, es hechice-
ra y da la suerte, o a lo menos ¡(J)dormece, ,engaña los males".
J ules Mi.chelet.
Al principio fue la Gran Diosa; Diosa Madre, dueña de pro-
fundos secretos guardados en las entrañas de la tierra, en las
transformaciones de la naturaleza, en los movimientos celestes. La
primitiva Madre Universal, de abundantes carnes y pechos gene-
rosos, implacable, bienhechora, temida y amada, era fuente de la
humanidad, de los dioses, generadora de todo alimento material
y espiritual. Luego, surgieron las indómitas diosas paganas, aque-
llas mujeres de pasiones torrenciales, en donde odio y amor eran
siempre conjugados formando conciertos de gran intensidad; e-las,
juguetonas e irreverentes dejaron su estela de carcajadas y aún
hoy podemos oir su eco vital y lúdico. Las paganas deidades grie-
gas y romanas hicieron germinar sus hijas: las sibilas que pro-
fetizaban los tiempos a venir y sabían leer los designios de los
astros; las magas que concedían los ' deseos; las hechiceras que
14

ofrecían la suerte y con las virtudes medicinales de las plantas,


calmaban los sufrimientos.
Poco a poco, no sin dificultad, las divinidades paganas fueron
desterradas de los bosques, lanzadas de los campos y los villorios.
Su exilio doloroso dejó huérfana a una humanidad aún seducida
por la vida, embelezada con la ,naturaleza, entre el espanto y el
temor. Sin embargo, las obstinadas diosas permanecieron aferra-
das durante muchos años ,al corazón de los pueblos; aún vivían en
la memoria, surgían disfrazadas, mimetizadas en los nuevos cul-
tos cristianos, en ritos que no terminabam de invocarlas en un
grito desesperado que rescataba la vida.
La nueva gran religión entraba con su espectro de muerte,
olor a cadáveres insepultos y sus ministros portaban el lenguaje
del renunciamiento y el sacrificio. Desde entonces, una inmensa
y oscura niebla envolvió el mundo durante mil años. El terror
de la E1dad Media comienza: las comunidades rurales, dispersas
y pequeñas aglomer,aciones de campesinos estaban sometidas a dos
voluntades igualmente implacables: aquella de la Iglesia y la pro-
veniente del feudo. La iglesia y el castillo, erguidas siluetas, so-
bresalientes en el sombrío paisaje del pueblo medieval, fecundan
la miseria y la desesperación en los corazones de sus habitantes.
El hombre deja de ser lihre para convertirse en vasallo, el vasallo
será servidor y el servidor siervo. Existe un único destino y se
encuentra el siervo a merced de su señor.
y la muj er, ¿ dónde se encuentra? En lo más hondo de la
desesperación. Está sola. Las gramdes diosas han partido y, des-
pojada de sus referentes míticos, aquellos que la premiaban con
regalos de vida y de pasión, se encuentra hoy encerrada en su ca-
baña, acompañada de una nueva religión que la castiga con tres
mitos de culpa, penitencia y sumisión: Ev,a, María Magdalena y
María Madre. La mujer se encontró entonces en manos de la reli-
gión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en poder de una
Iglesia que la definía como pecado y se iba entretejiendo entonces
una cultura que la identificaba con el Mal, acrecentando así el odio
sexocida que la convertiría en la bruja del siglo XIV.

'Pero ese momento aún no llega. Estamos en la primera edad


de la brujería. Todavía no amanece el terrible día que desata la
feroz persecución a la mujer. Aún Europa no es una sola plaza
de hogueras. Esta primera edad era una mezcla de viejas tradi-
ciones paganas y de enseñanzas cristianas tomadas al revés, ali-
mentada igualmente por la incertidumbre y la impotencia de una
humanidad en transición. La hechicera no es aún la mujer aco-
sada de los tiempos sombríos que vendrán, ella es para el pueblo,
para esta vida campesina siempre amenazada, un consuelo, una
15

ayuda cotidiaiDa, una fuente de artes curativas, remedio a los


ma-
les del alma y del cuerpo.
Todos dicen: "El día se acerca", mas llega el año 1000 y el
apocalipsis vaticinado no acontece. Los viejos dioses han muerto,
la Iglesia del más allá sienta las bases de su imperio y con él se
desencadenan las luchas religiosas. En 1095 parte la primera gran
cruzada a la conquista de los Santos Lugares. E-n 1183 se conso-
lidan los soportes de lo que será la I'nquisición ...

Las epidemias, la lepra, las pestes y el hambre diezman las


poblaciones rurales y los habitantes de los burgos. Las guerras
eliminan m~s hombres que mujeres y muchos de ellos eligen el
celibato como medio de protección y subsistencia: los frailes, los
monjes y, algo que se desconoce con frecuencia, los artesanos de
algún oficio que no habían logrado convertirse en maestros. De-
bido a esta desproporción numérica surgen compañías compues-
tas sólo por mujeres que viajaban de comarca en comarca hacien-
do de saltinbanquis, cantantes, instrumentalistas, quiromantes.
E-ntre tanto la Iglesia devoraba vorazmente todos los recur-
sos venidos del campo ...
Durante los siglos XI y XII la situación de la mujer sola, es-
pecialmente si era de condición modesta, planteaba problemas in-
solubles. Para aquellas que no tenían un hombre en quien apoyarse
no había esperanza: las conporaciones mascuU.nas estaban rigu-
rosamente cerradas a la mano de obra femenina. Sólo podían ha-
cer parte de ellas casándose con uno de sus miembros y con fre-
cuencia ocur:rfa que la mujer que había enviudado se le anulaba
el permiso de trabajo. Las demás mujeres tenían únicamente · la
vía de la prostitución.
Poco a poco las mujeres comenzaron a organizarse en oficios
para los cuales las materias primas eran la seda yel oro. Así
surgieron las hiladoras de uso pequeño y grande, las tejedoras
de seda, las tejedoras de oro, las artesanas que trabajaban el oro
por temporadas, las del lino, las cardadoras que preparaban las
madejas, las alisadoras en los telares, las cepilladoras, las sombre-
reras de seda, las sombrereras en oro, las bordadoras. .. y esta
unión de mujeres trabajadoras fue posible debido a la organiza-
ción de mujeres solas, en comunidades de Beatas (1). Esta forma
de unión para el trabajo fue entonces una respuesta totalmente
nueva a la situación laboral angustiosa que vivía la mujer. Las
comunidades de beatas eran laicas, las artesanas no hacía,n votos
pero se comprometían a llevar una vida devota y casta y a obe-
decer a una
"maestra". Estas mujeres vivían y trabajaban juntRs
y finalmente, con cierta seguridad económica, podían aspirar a una
vida serena. Mas la iglesia veía en esta creciente autonomía de
16

las mujeres una amenaza a sus instituciones, y excomulga en


1311 a las Beatas declarándolas herejes.
En el seno de la sociedad religiosa medieval, dominada por
la iglesia, toda desviación " era concebida en términos teológicos,
así la mujer que tenía un saber propio, que era dueña de arte
curativo, que era diestra en un oficio, era considerada desviada,
bruja, agente de Satanás. Y obviamente estas mujeres se desvia-
ban de la norma porque se apropiaban de labores que eran lote
absoluto de 108 varones.
Juan XXII se ve obligado a res-
P.asados unos años el Papa
tringir de manera sustancial la condena a las beatas.
Durante muchos siglos las mujeres desarrollaron saberes me-
dicinales y en sus manos estaba el arte de curar. Eran ellas quie-
nes atendían a los enfermos, quienes asistían los partos aliviando
el dolor con Amapola, dando sosiego con infusiones de Tila. Mal-
va, Camomilla; curaban las afecciones del corazón con Dedalera,
las del hígado con aguas minerales y la esterilidad femenina con
infusiones de Milenrama que posee una hormona natural. P ero
el poder médico que en aquel entonces estaba en manos de hombres
de extracción religiosa intriga para condenar esos métodos.
La iglesia también interviene con la represión más furiosa
e inhumana para contrarrestar la creciente autonomía de las mu-
jeres. Así, en 1484, Inocencio VIII promulga una bula declarando
que las curanderas era,n hechiceras que obraban con ayuda del
demonio y definía a la brujería como herejía.
El poder declaraba entonces la guerra contra las mujeres,
quienes a su vez se habían puesto al frente de los movimientos
de rebelión campesina. A lo largo del siglo XIV diez millones de
mujeres son asesinadas por el sólo hecho de ser tales.
Es preciso señalar que si bien el concepto de bruja existía
con mucha anterioridad al siglo XIII, fue en ese momento en don-
de se inició su persecución alcanzando su culmen a finales del si-
glo XV y prolongándose hasta el siglo XVIII con la última quema
de brujas en Polonia en 179'3. La cacería de hechiceras llegó tam-
bién al nuevo mundo, basta recordar el famoso juicio por bruje-
ría en Salem. Massachusetts en 1692.
Pero. ¿ quién era esta mujer, objeto de tan larga persecución,
Que abarca seis interminables siglos? ¿ Quién era la hechicera?
El único médico del pueblo, por espacio de mil años fue la hechi-
cera: los emperadores, los reyes, los papas, los más dco~ duoues
y señores. tenían algunos doctores, moros y iudíos; nero la masa
del pueblo no consultruba más que a la Sa.Qa. a la hechicera. Si
no acertaba se la I1amaba bruja, pero generalmente. por un res-
17

peto mezclado de temor, le llamaban mujer sabia, mujer JUl·


ciosa y aquellos a quienes beneficiaba la llamaban buena mujer,
bella dama (bella donna), el mismo nombre que se le daba a las
hadas. La planta calmante con la que aliviaban el dolor tomó de
ella el nombre de Belladonna.
Bruja es un término proveniente de la antigüedad greco-ro-
mana. La bruja, la antigua Strix era una hechicera y un ave, to-
18

maba la forma de gato 'negro, loba, yegua, liebre y rana. La pala-


bra Witch (2) se deriva de una palabra hebrea que significa en
latín vmefica; su sentido original connotaba a quien era versada
en venenos, en fórmulas mágicas o en pronosticar la suerte. El
concepto de bruja combiiJ1a los poderes ocultos con la posibilidad
de beneficio o malefieio.
Cuando Paracelso quemó en Basilea en 1527 toda su medici-
na, declaró que todo lo que sabía se lo habían enseñado las hechi-
ceras.
Dos años después de promulgada la bula pontifical de Ino-
cencio VIII, en 1486 se publica, como complemento y declaración
de guerra definitiva a las mujeres, el famoso manual para caza-
dores de brujas, el MaUeus Malleficarum (El martillo de las bru-
jas) escrito por los dominicos Jacob Sprenger y Heinrich Krii-
mero Pronto se desata una epidemia de brujería, alentada encu-
biertamente por las autoridades encargadas de exterminarlas. To-
das las mujeres eran potencialmente brujas y surgieron desde
entonces i,nnumerables métodos para identificarlas. La bruja será
pues, la víctima propiciatoria de la sociedad: así, si a la aldea
sobreviene una adversidad, calamidad o enfermedad, si algunos
perdían sus hijos, el ganado enfermaba, la cosecha se malogra-
ba, inmediatamente la culpa recaía en las brujas. En cuanto re-
tumbaba el trueno o empezaba a rugir el huracán, los aldeanos
corrían a las campanas o empezaban a vociferar pidiendo que
las brujas fueran llevadas a la hoguera. El asesinato masivo
de mujeres pasó entonces a ser una práctica social aceptada.
Pero, ¿ qué razones aducían para llevar a cabo esta persecu-
ción sistemática y organizada de las mujeres? ¿Por qué se iden-
tificaba tan generalmente a las brujas como mujeres? Veamos
qué dicen Sprenger y Kriimer en el Malleus Malleficarum: "Toda
magia proviene de la lujuria de la carne, que en las mujeres es
insaciable. .. para satisfacerla ellas se aparean con los demo-
nios". La razón por la cual los hombres están al abrigo de tan
nefando crimen estriba en que Jesús era un hombre. Y prosigue
el Malleus: "No es para asombrarse que sean más mujeres que
hombres los contaminados por la herejía de la magia ... y sea
bendito el Altísimo que ha querido a;horrarle al sexo masculino
un delito tan horroroso".
El Malleus Mallefica;rum expresa entonces, de una manera
abierta e inequívoca, la concepción imperante sobre la mujer:
aquello diferente al varón es pecami,noso, inferior, peligroso; el
manual de cazador de hechiceras era a su vez un arma que justi-
ficaba y exigía la persecución y muerte de aquellas mujeres que
veía. amenazadoramente.
19

Si, como ya hemos visto, la primera edad de la brujería fue


una expresión y una respuesta de las mujeres a las condiciones
de miseria y terror de un régimen de implantación del poder de
los señores feudales sobre los siervos, una forma de consuelo cu-
rativo, un afán de sanar los males espirituales y corporales, estas
artes y rituales, el modesto aquelarre rural de entonces, lúdico y
pagano, nada tienen ya que ver con la furiosa Misa Negra del
siglo XIV, el grande y solemne reto a Jesús. Ha llegado el segundo
y último reino de la brujería.
La bruja engendrada del horror de los tiempos, se yergue
ahora implacable para suscitar el pánico y el terror. Ella es la
rebelión de la mujer; su revuelta contra un orden infrahumano,
contra una sociedad que la condena a expiar la culpa de ser mu-
jer. La bruja se levanta contra su estatuto de pecado y se reen-
carna en él. He aquí su triunfo y su derrota. Durante milenios,
lo femenino, aquello que osaba no ser del orden de lo masculino,
aquello que se atrevía a ser cercano a lo masculino y al mismo
tiempo permanecía tan lejano y temido, lo desviado o lo que se
relegaba a inferior, carnal, animal, próximo e idéntico a lo demo-
níaco, fue condenado. Durante milenios, de generación en gene..
ración, las mujeres no habían cesado de escuchar una única voz,
retumbando, ecos de ese repudio. Y ahora, investida del mal, la
esposa de Satanás, altar y hostia ella misma en la embriaguez
de la ronda del aquelarre negro, aparece cual heredera de la an-
tigua Pandora y portando su cofre de plagas y horrores escupe
a la humanidad: "He aquí lo que habeis hecho de nosotras, os
causamos pánico y somos vuestra creación".
Nada queda en ella de su antecesora la Bella Dama de la tem-
prana Edad Media; nada deja traslucir la curandera de antaño,
aquella portadora de filtros, benéficos venenos y hechizos. Ya no
la mueve el consuelo, el arte de curar o el impulso de dar la suerte
y predecir los tiempos. Hoyes la pasión del Mal y la venganza
de quien se encuentra herida de muerte. Pareciera entonces que
la bruja, las mujeres de los siglos XIV y XV, la mujer acosada,
perseguida, humillada se hubiera encarnado en lo satánico; ahora
está poseída por los demonios y maldice al hijo de Dios y a sus
ministros. Y los jerarcas con su engranaje de muerte instituciona-
lizada la llaman hereje y la hoguera no deja de arder durante seis
largos siglos.
La víctima de esta blasfemia secular es la mujer, la "otra"
mujer, la rebelde, la que ha pretendido, ha intentado ser libre:
la bruja.
Pero ellas no fueron exterminadas por las llamas; las tortu-
ras, los punzadores de hechiceras, las ordalias fueron dolores nue-
vos infringidos a la mujer. La bruja fue destruida por el odio
20
-=-==- .
y el temor patriarcal a la mujer y ella, en una encrucijada, vomi.
tó todo el horror que le había sido asignado.
Si bien las brujas del siglo XIV crearon una senda y una
forma que expresara su rebelión y su creciente autonomía, su gran
derrota estaba contenida, desde los inicios, en que ellas conser-
varon el lenguaje y asumieron los mitos que el patriarcado les
había impuesto bajo las formas y representaciones de un cristia.
nismo hecho institución opresiva. Las brujas respondieron a la
guerra declarada por los pontífices del Señor Todopoderoso, con
el Príncipe de las Tinieblas; he ahí que no encontrarían salida
a su insurgencia. Su gesto de rebelión, su lucha por la vida y la
libertad, su insurrección contra el sombrío tiempo que vaticinaba
la Iglesia fue acallado con la persecución y el asesinato en masa.
~hora, sus herederas y hermanas, brujas del siglo XX, las
femi,nistas, sabemos que es preciso hacer germinar la propia pa·
labra de mujer, creando una concepción del mundo alternativa,
moldeada de nuestras experiencias e historia, para reinventar un
combate nuevo que se sitúe por fuera del orden patriarcal y su voz
de muerte y que en plena rebelión e irreverencia socave las bases
de su poder, rasgue las posturas de sus jerarcas y deje oir una
gran carcajada de vida.

1. Beatas : AJgunos consideran que su nombre dedva de Lambeort le Bégue (el taro
tamudo) y del antiguo Sajón Begeen = Rezar. Otros tienden a creer que viene
de Beige, de la lana entre gris y ffiMlrón de su vestimenta, pero es más probable que
sea una contracción de Albigenses, los heréticos habitantes de Albi.
2. Bruja en inglés.

BIBUOGRAFIA
Wolfgand Lederer. La Pe1#' Des Pemmes. Ed. Payot.
Jules Michelet. La Bruja. Ed. Maldoror.
Thomas Szasz. La fabricación de la locura. Ed. Kairós.
Lydia Sansoni, Magda Simola. La primera fue Lilith, La lucha de las mujeres en el
mito y en la historia. Libros Dogal.
M_ía Villa:
la voz de una p intora

Una tarde, 00 ,casa de una pilntora colombiana ,de 'reoonocido


talento, mientras hablábamws .de mujeres y ,cr,eación pictórica,
ella nos dio a conOCetr, según sus propias palabras, 't'la mejor
pintora de M edellín".
El cuadro en cuestión :era un San !Antonio, ,de María Villa.
D-e ahí '{!urgió ,00 nosotras un vivo interés por conocerr ¡(J, esta
muj.er ,y la rtista excepcionales. Mar'Ía Villa 'empez6 a. pintar
ya entrada en w que suele llamarse la "edad ma4ura/' y, for-
jando <sus propios medios, creó una .expresión rP,lástica fuerte
y limpia por fuera de los estrechos ,convencionalismos oficia-
les.
Días más tarde fuimos ,a visitarla y nos recibió en su mo-
,desta :y bella casa situada .en ,el Icorazón del "Popular barrio
Carnpo Valdés, en donde vive sola, acompañada 'Por suS pin-
turas. '
Conversamos largamente, siempre con la sensación Id eestar
reanudando una charla 'con una vieja tamiga.
He aquí ,algunos ,extractos de esta conversación ... Dejernos
que sea Marría Villa quien nos cuente su historia.

"La vida mía, toda la vida mía fue tra;bajar. Por ejemplo,
cuando joven trabajé en el comercio y luego, ya la vida cambió
y me puse a trabajar en las casas y trabajé muchos años. Des-
pués que ví a mi mamá muy ancianita, muy viejita y necesitaba
mucha compañía, entonces me decidí- a tomar una ' casa para ver
si me podía solventar en esa forma y vivir con ella. AlquiJé una
casa en San Benito y allí arrendaba algunas piezas y tenía un a
tienda. En fin, toda la vida trabajé muy duro.
Luego compré esta casa y me puse a cri!lr gallinas y marra-
nos y me ví muy atrancada, ahí fue que me resultó la t iendecita
en Zea con Carabobo y vendía de todo: arepas, mazamorra, em-
panadas. En esas y las otras apareció Federico que iba a la tiend a
a tomar sus frescos. '
22

Federico se mantenía seguido allá; él estaba muy niño, joven,


y yo una anciana, hasta que empezó a colgárseme de los brazos,
y como yo no creo que eso sea pecado. . . Cuando empecé a verlo
tan interesado le dije: ¡ pero qué es esa bobada suya, aquí no
v'e nga a fregarme la vida, lárguese de aquí! Ay, es que usted
me gusta mucho, ¿ usted tiene marido? y yo le dije que yo t enía
diez maridos, así los embolataba a todos. Bueno, lo cierto del caso
fue que el mU0hacho insistió, insistió y me buscó. Hasta llegó
a ir donde unos sacerdotes y decirles que él me quería mucho y
quería casarse y que yo lo iba a hacer desgraciado porque no me
cas8lba con él, porque le parecía que era la diferencia de edad,
que yo le doblaba a él la edad, y quizás porque yo no podía tener
hijos y que lo que a él le interesaba era tener una compañera para
el arte. ¡ Más embustero! Que él niños no, que él era alérgico a
los niños y que lo que quería era una comp'a ñera que le ayudara
a salir avante en el arte y para él tener tranquilidad, y que era
una señora que él no tenía que cuidar, ni celar, una mujer muy
completa. Y varios padres me preguntaban: "¡ Por qué usted no
se casa con ese muchacho 1" y yo les decía, i usted también está
loco! con ese muchacho no me caso yo, y cuando llega'b an señores
a la tienda y me tocaban, él se ponía celoso y yo lo echaba y le
decía que él no tenía nada que estar haciendo ahí, que él ,no era
nadie para estar dando órdenes.
Cuando el padre me dijo que por qué no me casaba con él,
yo me dije, ve, verdad, por qué no me caso yo con él, si no tengo
ni marido, ni hijos, ni amantes, no tengo nada. ¡Yo soy muy
de buenas que me h8lbla es de matrimonio! Y yo me decía, como
yo me haJblo a mí misma, me decía: pero Marí a, cómo te vas a
casar con ese nieto tuyo, ese te deja; y yo me decía, que importa
que me deje, ¿dejada no estoy? ya me dejó el tren , me dejaron
los carros y me dejaron las carretas, que me deje él, que le hace.
Yo tenía 5,7 años y él 22 cuando nos casamos.
Yo le decía un día: ve Federico, decime tu verdad, ha-
blame con sinceridad, ¿ vos sos alérgico a los niños? "Yo sí, a mí
no me gustan muchachitos". Le dije yo: ve un hogar sin niños es
como un día sin sol. Eso para qué. Un hogar sin hijos no es nada.
Yo pasé esa edad afortunada o desafortunadamente y ya voy
acabando mi vida, pero la vida en sí son los hijos, ellos son los
que van a nevar la batuta de los padres, de manera que eso si no,
no sea tan bobo, haga como los pajaritos que no bu scan del pan-
tano la pajita, la buscan donde está bien limpia, bien san a, para
hacer su nido. ¿ Por qué usted quiere hacer un -nido que no le sirve
para nada? Yo le dije todo lo que le tenía que decir, pero no me
hizo caso. Yo le dije, vuélvase a ir, porque él ya había estado en
Estados Unidos, consígase una muchacha sin casarse, usted no
tiene afán, viva con ella y si tiene un hijo o dos, bueno, ya después
23
resuelve si se casa con ella o en fin, ya resuelve su vida. Y él me
dijo que no tenía modo, pero yo le dije que yo le ayudaba y enton-
ces se fue, y a los dos meses de haberse ido, vino y nos casamos.
Dos condiciones nos pusimos: que yo dejaba la tienda y que él no
me dejaba abandonada aquí en este barrio. Nos casamos, pero
como yo tenía la idea de que él me iba a dejar no sali ahí mismo
del ·negocio. Como él no se fue yo tuve que vender el negocio y
venirme para acá. Vivimos 7 años. Yo nunca me le oponía a cosas
que fueran un progreso. Compró una moto y luego la cambió por
un carro, paseábamos todas las tardes. Era muy buen marido,
pero para qué los gustos si se han de aCaJbar, mejor mis penas
que me han de durar ...
'E ra tal mi felicidad que yo me levantaba a acobijarlo porque
dormíamos en camas separadas pero en la misma pieza. Ya des"
pués sí era cada uno en una pieza y ya la cosa muy maluca y em-
pezó ya con cosas que yo le dije: vea mijo, ¿no cierto que usted
ya está muy aburrido y muy harto de vivir con una anciana? ..
Y decía que no, que esta si es boba, por qué decís eso. Porque eso
me lo ha dicho usted mas de 100 mil veces sin decírmelo, pero yo
lo sé bien. Vea mijo, el día que usted quiera, usted no es un pá-
jaro, usted no está en una jaula, usted es un ser humano y tiene
todos los derechos del mundo. Abrase y haga lo que quiera, respé-
teme sí donde yo viva, pero usted tiene derecho a tener sus amo-
res, conseguirse una mujer y tener sus hijos, porque eso es lo que
le está haciendo falta a usted, ¿ no es cierto? Se quedaba callado ..
Pues llegué a desear que tuviera una muchacha de amante y me
decía: ay, si Federico y esta niña se comprenden y se quieren,
que Dios me perdone, pero si al infierno me toca ir al infierno
me voy, pero yo vivo con ellos y los hijos que tengan los adoro
como hijos míos. Era una pelada linda, de hogar, estaba todavía
estudiando en una escuela rural, una troza de mUMla de mucha-
cha de 16 años. Y este hombre carpintiándole a una gamina de
aquí, una callejera. Me dio un des.pooho y una tristeza que desde
ese día se me murió por siempre mi vida, cuando supe que esa
mujer era la que tenía un hijo suyo. Esa ha sido mi vida, una vida
muy martirizada.
Comencé a pintar al lado de él. Cuando él me dijo que era
pintor, yo no sabía que era ser pintor, creí que era que pintaba
puertas, carros o muebles. A mí no me parecía gracia eso. Un día
me dijo que si lo dejaba pintar en la tienda y yo le dije que no,
pero me dijo que sólo le iba a hacer un retoquito a un cuadro y
allá se me metió a pintar. El pintaba mientras yo atendía la tienda
y dejaba pedazos de lienzo grandes y chiquitos y una ' vez me
dije: cómo será hacer ésto, entonces me puse a arreglar y como
• yo guardaba todos esos pedazos de lienzo, me puse a pintar. No
se qué pinté, no tengo la menor idea, lo cierto del caso es que
24

cuando él vino dijo: "¿quién hizo esta pintura, qué es esto tan
hermoso, eso Jo hiciste vos María?" . Yo me quedé callada y él me
dij o: "siga pinta,.ndo que usted pinta muy lindo", y yo seguÍ. Todo
pedacito que quedaba yo pintaba cositas. Un día me puse a pintar
a San Antonio, i Uy! pero me quedó fue un monstruo y cuando
él llegó le dije: 1ay! Federico, qué tristeza, como quiero yo a San
Antonio y como 10 respeto y ve la clase de bulto que hice, y le dije:
ayúdame, enseñame, hacele los ojitos. "No, esos está muy lindos,
siga pintando, siga pintanldo", y yo seguía pintando; claro que a
raticos, por momenticos. Un día él me dijo que iba para Bogotá
a llevar unos cuadros, porque él era el pintor del Capitolio, y que
quería llevarse unos cuadros míos. ¿ Cuáles cuadros? le dije yo,
y él, "pues todos esos lienzos" y los pegó con la máquina yeso
dizque fue la admiración allá en ese Museo. Dijeron que yo ha-
bía ga,.nado el primer premio, pero dijeron que no era cierto que
eran de una señora vieja, que eran de un antioqueño joven que
era muy vivo. Y así se perdió el premio. Así fue como resultó
que yo era pintora. He participado en la Bienal, en un Salón N a-
cional, en el Museo de Zea; colectivos he participado en muchos
pero no ha ocurrido más nada ...
Nunca tuve un tiempo dedicado a la pintura, yo siempre he
tenido mis quehaceres. Pinto en los ratos libres, cuando tengo dis-
posición de pintar. A 10 que más le doy es a las figuras porque
para los paisajes soy muy malita. Me gustan mucho los santos
y no me gustan las cosas que no se definen.
La vida mía transcurrió entre trastos y ollas, me gustan mu-
cho las cosas de los hombres, yo hubiera aprendido cualquier arte.
Yo no soy artista, yo pinto porque veo algo que me gusta; tiene
que ser que yo tenga una impresión para pintar. Comencé un
cuadro que se llamaba Sangre de Vírgenes porque en el cine ví
unos hombres abusando de unas muchachas en una playa.

Yo quisiera que hoy en día toda mujer fuera liberada, oue


desde niña supiera escoger y tuviera el alcance de hacer valer
sus sentimientos, porque a mí me tocó vivir una vida al revés.
una vida que no era la vida mía. a toda hora suieta a alguien v
tenía que ser como se dijeran las cosas; un novio tenía que ser
el que ellos quisieran, todo muy horrible . . . que la mujer fuera
más liberada para sus estudios, para sus pensamientos. para su
modo de pensar la vida, que no la acomplejaran tanto, que tuvie-
ra libertad para expresar sus sentimientos.
Yo tenía unas sobrinas que el papá las golpeaba porque bai-
laban siendo que él también lo ha.cía; él criticaba Que una mujer
tuviera un hijo sin casarse y, ¿ no estaba él así. al lado de una
mujer? Eso es mucho egoísmo y mucha maldad.
25
El mundo mío no era VIVIr entre cuatro paredes esperando
un hombre, sino un ambiente de negocio y trabajo. Yo llevaba
una vida muy tranquila, me casé y se me acabó la vida por com-
pleto, más que todo cuando supe que él había tenido un hijo con
esa muchacha, mejor dicho, fue la muerte.
Me dejé dominar mucho por la familia. A mí me volvieron
una masita y me doblaban como quisieran. Tuve un amor y me
embaracé y yo me decía, qué bueno, voy a tener un hij o, un al-
guien por quien yo vivir, a mí qué me importa que el Santo Pa-

dre diga lo que diga. Pero soy tan adversa que nació y se murió
y después me quedé desengañada de la vida y me pareció muy
horrible tener hijos sola y si·n amparo.
Yo todo se lo contaba a mi mamá, la hice amiguísima mía.
26

Le contaba que había ido al cine y le contaba la película y me


contestaba las ca:rtas y me decía que me daba un consejo, que
el cine no me daba nada pero sí me quitaba mucho, pero no me
decía qué me quitaba.
Cuando tuve el primer novio a mí no me gustaba y él fue
a fijar la fecha. Mi mamá le dijo que iba a hablar conmigo, como
ella no quería que yo me casara. .. Un día me mandó a buscar
algo a la pieza y yo no encontrapa nada porque ella había quitado
los bombillos. Ella me dijo que dónde estaba lo que me había
mandado buscar y yo le dije que no había encontrado nada pues
no había bombillos. EUa los colocó de nuevo, prendió los bombi-
llos ,Y me dijo: "vea, en la misma forma en que usted no encontró
eso porque estaba oscuro, en esa misma forma es el matrimonio
que usted va a hacer, usted se va a casar a oscuras, sin abrir los
ojos, Y cuando los abra mija, le pesa amargamente y ese hombre
la abandona, le da mala vida Y va a ver lo que le pesa y va a
sufrir mucho más de lo que ha sufrido al lado mío". Yo le dije
que no estaba enamorada de él Y que no me iba a casar con él.
Entonces me puso a escribir una carta que decía:... a última
hora comprendo que no puedo hacerlo a usted feliz, por lo tanto
retiro mi promesa de matrimonio, le agradezeo todas sus buenas
intenciones para conmi'g o y su cariño, pero no puedo hacerlo
feliz. María.
Yo me siento muy contenta de que después de verme tan es-
clavizada a trabajos tan duros Y bruscos, ahora me vea bien, eso
se lo agradezco, primero a mi Dios Y luego a Federico, aunque
. me ha dado muchas amarguras fue por él que conocí los pinceles.
Nací el 27 de marzo de 1909, soy Aries y voy con este siglo.
I.as sul..agislas o el
nacimienlo de una lucha

Marta Cecilia Vélez Saldarriaga

La actual presencia de los grupos de liberación feminista en


los acontecimientos históricos. su incansable luoha contra la opre.
sión de la mujer y la condición de objeto que la cultura patriarcal
le ha impuesto, su actitud política asumida desde el cuerpo, el
lenguaje, la cotidianidad de las relaciones amorosas llevada hasta
la radicalidad de las luchas en favor del aborto, contra el arma-
mentismo, la pornografía y la destrucción del planeta, llevan a
muchas personas a preguntarse hoy por los orígenes de este mo-
vimiento, su desarrollo político y sus agrupaciones y organizacio-
nes.
Intentando responder al menos en par,t e a esos interrogantes,
trataré de desarrollar la historia del movimiento feminista desde
finales del siglo XIX en Inglaterra con las llamadas sufragistas,
no queriendo decir con esto que antes no hubiera habido mujeres
que se cuestionaran su posición en la sociedad y su actitud como
personas. Parto sin embargo de la lucha por el voto porque ésta
creó una organización fuerte y amplia que desarrolló una batalla
reformista en torno a la cual algunas mujeres plantearon proble.
mas tales como la anticoncepción y el aborto, a trabajo igual sa-
lario igual y la libertad de cada mujer a decidir sobre su cuerpo.
Problemas que hoy, junto a otros planteamientos, constituyen la
columna vertebral del movimiento feminista.
El auge económico proveniente de la industrialización que
creó y fortaleció la clase media, podía medirse en el cambio intro-
ducido en la familia, que a diferencia de la del medioevo, permitía
en algunos de sus componentes -mujeres y niños- el ocio. Tiem·
po libre debido al retiro de los trabajos del campo y posteriormen.
te, de las labores del hogar, asumidas por un creciente número
de sirvientas ---,hijas y esposas de obreros- que trabajaban aho-
28

ra en la naciente industria y que debían hacerlo para asumir los


gastos de su nueva posición social. Mientras las mujeres de la
clase alta y media permanecían dedicadas al ocio, las mujeres
de la clase baja debían soportar no sólo las peores condiciones
económicas, sino también la violencia y la opresión de los patro-
nos quienes abusaban, en todos los aspectos, de las mujeres que
trabajaban en sus casas o en sus industrias.
Esta nueva situación de la mujer burguesa comenzó a gene-
rar a principios del siglo XIX en Inglaterra, un profundo descon-
tento con relación al marginamiento y exclusión de las mujeres
de la educación, las profesiones y el trabajo, surgiendo entonces
una crítica y una resistencia a la propiedad y la autoridad que
ejercía el varón sobre la mujer. La situación de la obrera era com-
pletamente otra y no encontraba su voz en los comienzos de las
luchas de las mujeres que reclamaban independencia del esposo
y derecho al trabajo, dado que ellas, lejos de permanecer al mar-
gen de la producción, trabajaban continuamente no sólo en las
fábricas y las casas, sino también en su hogar frente a sus hijos
y marido. El silencio de estas mujeres contenía el doble silencio
de la explotación de clase, de sexo, doble jornada de trabajo y opre-
sión y dominio del marido.
A causa del ocio y desocupación de las mujeres burguesas,
sur·gió en Inglaterra un creciente interés por la situación de las
clases menos favorecidas, sentimiento humanitario que las llevó
a postularse tareas tales como: la reducción de la prostitución,
la reforma de las prisiones, el mejoramiento de las condiciones
de vida de las internadas en reformatorios, la igualdad de salarios
y soluciones para el desamparo económico de la gran cantidad de
madres solteras.
Las mujeres que buscaron unir sus esfuerzos para resolver
estos problemas y al mismo tiempo dar salida a su propia margi-
nación de la producción y de la educación, pensaron que el voto
era el medio más eficaz en el intento de cambiar las leyes hechas
por los varones. De esta manera, la lucha por el voto expresaba
un claro rechazo al modo de vida y a la legislación impuesta por
los varones. Sus intereses no atentaban ni contra la propiedad
de los medios de producción, ni contra el sistema de salarios; no
era por tanto un objetivo revolucionario, sino más bien una lucha
reformista que incluso podía llegar a fortalecer el sistema, en la
medida en que una gran parte de sus integrantes, sólo buscaba
que se les permitiera participar más directamente en los lugares
donde se tomaban las decisiones para hacer la sociedad de una
manera más humanitaria.
La lucha de los trabajadores por adquirir el derecho político
creó la esperanz·a en las mujeres de ser incluídas en tal conquista.
'29

De esta manera, el partido laborista independiente de Inglaterra,


presenta en 1880 un ,p royecto de ley que contemplaba el derecho
al voto de la mujer, pero nuevamente, como había ocurrido en
anteriores ocasiones, las eSperanzas se vieron frustradas. De estas
continuas derrotas nace el movimiento feminista con la firme re-
solución de conseguir el voto.
La gran oposición a este derecho partía fundamentalmente de
los conservadores, quienes vieron en estas conquistas y en la pro-
paganda que desde 1820 había comenzado a aparecer en Ingla-
terra sobre el control natal, una amenaza a las instituciones del
matrimonio y la familia y un resquebrajamiento de la autoridad
masculina sobre su hogar. Es importante anotar cómo la negativa
a dar educación sobre la anticoncepción, encuentra su rechazo
unánime en todo el sexo masculino sin distinción de clase.
En 1903 unas cuantas mujeres del partido laborista indepen-
diente, fundaron la Women's Social and Political Union, con la
consigna "votos para las mujeres" y la intención de que el partido
asumiera esta consigna como una de sus reivindicaciones. Pero
una vez más, en 1904, el proyecto de ley fue rechazado y esta nue-
va desilusión las hace emprender una acción directa, atacando los
mítines políticos y enfrentando directamente al Estado, lo que las
lleva a una separación del partido laborista independiente en 1912
y a un enfrentamiento abierto y violento con todos los partidos
políticos masculinos. De esta manera, un grupo de mujeres que
buscaba el apoyo a sus revindicaciones en el partido, se convertía
en una organización clandestina cuyo objetivo era hacer propa-
ganda mediante las acciones que tenían como fin, dividir a la
clase dirigente masculina.
"Entonces las sufragistas incendiaban edificios, rompían los
escaparates de las tiendas, asaltaban a los miembros del par-
lamento, colocaban bombas llegando a destruir más de éien
edificios en cuestión de meses e interrumpían las comunica-
ciones volando buzones y cortando los alambres telegráficos.
En general. lesionaban la campiña inglesa exigiendo el voto.
A su vez. fueron encarceladas, alimentadas a la fuerza y gol-
peadas" (1).
Con la primera guerra mundial las mujeres, debido a Que
los varones se hallaban en el frente. abandonaron sus tareas "fe-
meninas". Aunque el movimiento feminista se había dividido a
raí:;>; de las diferentes posturas ante la guerra, las ideas oile Re
habían propagado contaban con una buena acogida por parte de
las mujeres, quienes comenzaron a reemplazar a los varones en
sus ofi'cios y trabajos. Sin embargo, el g'obierno volvió a aplicar
su nolítica de división nara impedir su unión. De esta manera con-
cede en 1918 el voto a las mujeres propietarias mayores de treinta
30
años, privilegio que separaba a las mujeres mayores de las más
jóvenes y a las de la clase alta de las de la clase baja. Por otra
parte y haciendo aparecer esto como una concesión a las viejas
peticiones de las sufragistas, el gobierno crea clínicas para me-
jorar las condiciones de parto, haciendo hincapié en que las muje-
res debían ser persuadidas para que dieran a luz y reestablecie-
ran el número de vidas sacrifica:das en la búsqueda desesperada
de ampliación decapitaI.
Sin embargo, algunas feministas vislumbraron en esta política
la reacción contra los avances ideológicos y las seguridades que
las mujeres habían conseguido dura,n te la guerra al reemplazar
a los varones en sus trabajos y administración de bienes. Esto se-
ría comprobado posteriormente con la gran propaganda para ha-
cer regresar a la mujer al hogar y parir hijos para el capital.
La nueva situación de post-guerra había generado una cierta
liberalidad en las costumbres permitiendo que, en 1923, el adul-
terio del marido fuera también causa para que la mujer pidiera
el divorcio. Ya la señora separada era considerada "respetable"
y temas como la homosexualidad, el lesbianismo y la liberación
sexual, estaban presentes en las discusiones de la joven intelec-
tualidad. Pero paralela a esta especie de liberalidad, la emancipa-
ción de la sexualidad femenina resultaba imposibilitada por la in-
suficiencia y falta de información de los métodos anticonceptivos
existentes. Por otro lado la forma de vida, la moda y la ideología
presentada por el cine, creaba la falacia de una libertad sexual
que ignoraba los verdaderos alcances y contenidos de la apropia-
ción del cuerpo que ésta supone. El cine no sólo contribuyó a crear
y ampliar un mercado, sino que ayudó enormemente a distorsionar
la idea de feminidad, creando la ilusión de que los cosméticos y la
moda les permitiría ser como las actrices de la pantalla. Es po-
sible medir el alcance que la moda tuvo en la forma de vida de
la mujer. con sólo anotar que en menos de cincuenta años, las
mujeres habían disminuido diez veces su peso con relación a las
de la época victoriana.
Una vez conseguido el voto en 1928 y con las concepciones
superficiales enviadas por las comunicaciones, las ideas feminis-
tas sufrieron un profundo resquebrajamiento y el antifeminismo
comenzó a abrirse paso bajo nuevas formas sociales y culturales.
Al mismo tiempo, las ideas de Freud y sus seguidores acerca de
la condición pSÍlq uica de la mujer, su sexualidad y la importancia
de los comienzos del desarrollo del niño, ejercieron una impor-
tante influencia para el fortalecimiento de la familia, el regreso
de la mujer al hogar, su sometimiento al marido, su pretendida
incapacidad para ejercer la justicia y su condición de máquina
reprod uctora.
31

La presión ejercida sobre las mujeres para que retornaran


al hogar y se dedicaran a la: crianza de los hijos, despertó en algu-
nas de ellas la urgencia de luchar porque .fuera la mujer quien
decidiera sobre su sexualidad. En los años treinta, importantes
investigaciones revelaron que la gran mayoría de las mujeres con-
sideraban el sexo como una obligación y una imposición del ma-
r.ido y no como goce. Fue así como las mujeres impulsaron la edu-
cación sexual en los colegios e iniciaron un combate contra la idea
del sexo como imposición. De esta manera, la lucha' ¡por 'el control
de la ,natalida~ resurge , con más fu~rza y eon un gran número
de mujeres dispuestas a combatir por ella.
La lucha y exigencia del aborto había surgido ya en Rusia,
Ohecoslovaquia, Alemania y Austria, como una reivindicación de las
mujeres socialistas y obreras. En Inglaterra, en -1904, presen-
taron una decisión unificada por la legislación del 'aborto.
Una de las mujeres inglesas más importamtes 'en sus plan-
teamientos acerca del aborto fue Stella Browne quien no s610 cri-
ticó el sistema capitalista por , su actitud cont~adictoria sino que
sostuvo también que el alborto era un elemento. importante para la
liberadón de la mujer frente a su cuerpo ·y al destino de su vida.
Sus propuestas y análisis fueron muy radicales en el sentido en
que no exigía el aborto sólo en los casos de violación, incesto, po-
breza, sino para todas las mujeres "sin insolentes investigaciones,
sin ruinosas exigencias económicas, ,sin trámites ni complicacio-
nes". I'n sistía que la decisión de interrumpir el embarazo era un
derecho de la mujer que debía ganarse a toda costa, para alcanzar
su libertad como individuo social y como persona. Su lema era (llos
cuerpos nos pertenecen" y sú visión polítiéa consistió en la com-
prensión de que el control de la natalidad, era uria conquista polí-
tica de las mujeres para la determi,n ación de s'u sexualidad. contra
el sometimiento y la alienaCión que suponía "el terror del emba-
razo no deseado';, que impedía a las mujeres gozar 'de su sexuali-
dad y ejercer su derecho corno individuo libre. .
A pesar de estos planteamientos' individuales y un poco se-
parados del consenso general de las mujeres, los años treinta del
feminismo significaron la búsqueda de mayor bienestar. reformas
y revindicaciones, olvidando el rechazo -al modo de vivir y de con-
cebir la vida del mundo, masculino, que había dado origen al mo-
vimiento sufragista. Así pues, una vez ,a ceptado' el voto, y ago-
biadas por la responsabilidad que implicaba ,la defensa 'y el man-
tenimiento del orden social. las sufragistas fueron recuperadas.
Las mujeres que habían recibido mediante ,los medios ' masivos
unos estereotipos deformados y antifeministas, heredaron un mo-
vimiento que ya había perdido su be1i~eranci a ,Y ~u ,p oder.
Luego de la segunda guerra mundial y de los cambios que
32

introdujo en la economía capitalista, surgen algunas reformas


-gubernamentales- que parecen satisfacer las exigencias de las
mujeres: se incrementa enormemente su número en la educación
y se amplía la difusión de los medios anticonceptivos, paso nece-
sario en las nuevas variantes del consumo. Es preciso anotar
que en estas reivindicaciones la presión de las mujeres fue impor-
tante, aún si en el fondo surgen como resultado de las nuevas ne-
cesidades de las variantes que adquiría la economía capitalista
y la ampliación del consumo.
Pero en los años sesenta, el movimiento feminista vuelve a
surgir completamente renovado, no s610 en sus planteamientos,
sino en el desenmascaramiento de los nuevos aspectos de un capi-
talismo avanzado. Se postula como un movimiento revolucionario
que busca el derrocamiento de una sociedad capItalista y patriar-
cal y la creación de un sistema donde todos los individuos puedan
controlar y determinar todos los aspectos de su vida.
Las viejas sufragistas habían encontrado el elemento reivin-
dicativo que permitió su unificación y beligerancia: el voto. Pero
éste significó al mismo tiempo el alejamiento y la imposibilidad
de una postura revolucionaria. Si tenernos en cuenta no sólo sus
planteamientos como grupo, sino también las posturas de algunas
de sus activistas, podemos pensar que muchos de los planteamien-
tos del actual movimiento no son en sí mismos más revoluciona-
rios. Sin embargo, el contexto en el cual se desarrollan hoy y la
conciencia que les da impulso alteran por completo el significado
en el cual estas mismas luchas se libran adualmente.
:En la década de los años sesenta. tres movimientos cuestio-
nan y hacen temblar los fundamentos del capitalismo, desenmasca-
rando la doble moral que 10 caracteriza y el soterrado sometimiento
v exrp'otación en una sociedad Que ante todo torna corno lema "la
libertad v la igualdad": los negros y su movimiento separatista.
l.os estudiantes y su beligerante Mayo. Los hippies. su libertad
del cuerpo y la sexualidad y sus planteamientos contra la guerra.
E,l movimiento negro y su marginación como raza, se postuló
no sólo ('omo separatis,t a ante un poder blanco que los segregaba
fllnnamentalmente en funci6n de su color y los colocaba como una
raM tientro de la Raza. un país negro al interior de un naís blan-
C() (~stados Unidos) y por Jo tanto Jos trataba como colonizados.
~in() 011P. también intentó un retorno a sus valores culturales y
soci::!h~s ('omo un medio de ,no permitir la DroDia desvalorización
venid::! de todas partes. "Lo negro es bello" se convirtió en un siQ'-
no de Ja búl'!queda y apreciación de su identidad.
El movimiento estudiantil que fundamentalmente provenía
de la clase media, no protestaba a partir de unas condiciones eco-
33

nómicas dadas, sino que pudo pensar el término de opresión según


una concepción más amplia, denunciando así su papel de coloni-
zados por una educación que buscaba entrenarlos como agentes
para la sociedad de consumo. Las clases dictadas fueron puestas
en cuestión en tanto se caracterizaban por una superficialidad que
los condenaba a ellos mismos a asumir la misma actitud en la so-
ciedad capitalista y en su propia vida. Su lucha era pues contra
la manipulación intelectual e ideológica que se realizaba al inte-
rior de una institución -la universidad- que supuestamente ga-
rantizaba la libertad de cátedra y expresión de todo su estamento.

Los hippies tuvieron como acción la protesta contra la mani-


pulación y represión social y cultural de las emociones y los senti-
mientos, contra la manipulación de los cuerpos y los deseos de los
i,ndividuos, sosteniendo, en contra de la automatización y la ena-
jenación, la validez de los sentimientos, deseos y emociones. De
esta manera expresaban la profunda desconfianza hacia las ins-
tituciones -familia, iglesia, universidad, trabajo- que los ha-
bía formado, postulando un mundo donde no existiera la guerra
y una comunidad que sustituyera a la familia y todos sus funda-
mentos ideológicos y represivos.
Si bien era cierto que las mujeres compartían con los negros
su estado de colonialismo, desprecio, desvalorización en razón de
su biología; con los estudiantes, la manipulación ideológica, la no
libertad de expresión y las pocas posibilidades de reflexionar sobre
su situación; y con los hippies el rechazo a la represión de las emo-
ciones y sentimientos, la prohibición de la sexualidad; también era
cierto que una característica que le era propia no aparecía como
frente de lucha y de combate: el sexismo. La opresión de la mujer,
su alienación y colonización llegan hasta los ,niveles más profun-
dos de su vida: su cuerpo, su ser, su dignidad como persona. Cuando
todos aquel10s sectores denunciaban su explotación física y psico-
lógica, la mujer mostraba cómo era ella explotada a su vez por
estos mismos estamentos: los varones negros opdmían a sus mu-
jeres negras, ·no sólo en sus organizaciones, sino también en el ho-
gar y en su trato cotidiano con ella. Los estudiantes subyugaban
a la mujer en sus partidos políticos y en las relaciones que fuera
de las barricadas comenzaban a nacer. Y los hippies pedían una
liberación sexual pero no tanto como para que se cambiaran IllS
condiciones y el modo de vivir con sus compañeras.
De esta manera el movimiento de liberación feminista con-
temporáneo. nacido de la clase media y de las mujeres conscientes
de su marginación. presente aún en los movimientos más liberta-
rios, comenzó a confi,lT,urarse como una fuerza que llevaba todas sus
luchas del Estado al hogar y del cuerpo a la política. Su ,n acimien-
to coincide con la separación de las mujeres de la izquierda tradi-
34

cional que mostraba so más arraigado conservadurismo en el de-


sesperado mantenimiento de unas relaciones personales que impe-
dían la destrucción de la familia, la liberación de los deseos y los
cuerpos, y la lucha contra la penetración ideológica y cultural.
El movimiento de liberación feminista denunció cómo la opre-
sión de las mujeres era económica, sexual y cultural, se encon-
traba en todas las minorías explotadas, en todos los movimientos
radicales y en todas las clases, y cómo sus amigos y compañeros
eran en verdad sus enemigos pues de allí les venía fundamental-
mente su explotación como sexo.
Así pues, a diferencia de sus antecesoras sufragistas, las libe-
racionistas asimilaron la lucha contra la opresión como una lucha
revolucionaria que buscaba transformar las relaciones personales,
destruir la familia como el reino y dominio de todo hombre, apro-
piarse de una sexualidad donde el placer sexual y la reproducción
estuviesen separadas, utilizando una sexualidad alternativa. Lle-
vando hasta sus últimas consecuencias su experiencia cotidiana,
las mujeres han luchado por el derecho al aborto como un paso
necesario en el proceso de apropiación de su sexualidad y de su
cuerpo.
Por todas estas razones los movimientos feministas de hoy
han iniciado y hecho suya la lucha contra el armamentismo como
expresión acabada de la sociedad falocráUca y capitalista amante
de la guerra y la destrucción. N o es pues sorprendente encontrar
que el 8 de marzo de 1983 las mujeres celebraron su día interna-
cional en Italia desfilamdo por las calles y bloqueando las centrales
atómicas con la consigna: "Contra el armamentismo y el sexo
violento" .

1. Mitchell, Juliet. La condición de la muje1'. Ed. Extemporáneos. México, 1974.


p. 12.

BIBLIOGRAFIA
Rowbot:ham, Sheila . La mujer ignorada por la histo-ritl. Ed. Debate, Colombia, 1980.
Firestone, Shulamith. La dialéctica del sexo. Ed. Kair6s, Barcelona, 1976.
Mitchell, Juliet. La condición de la muje1'. Ed. Extemporáneos. México, 1974.
El purganle
Aura López

E.n medio de ese ambiente anommo de la infancia, la enfer-


medad me brindaba, de pronto, ocasión de brillar, de ser alguien,
de atraer sobre mí atenciones y cuidados que de otra manera no
se me prodigaban. Recluída en la cama con algo de fiebre, o víc-
tima de alguna indigestión pasajera que se calmaba gracias a las
bebidas de apio o de verdolaga, podía quedarme arropada entre
las cobijas, merecer alguna colada de maizena que mi abuela o mi
mamá preparaban especialmente para mí, y sobre todo, sentir ese
cosquilleo en la garganta, esa sensación de orgullo personal, cuan-
do alguna de mis hermanas se asomaba a la puerta de la pieza
y miraba hacia mí, hacia la enferma, la necesitada de cuidados,
la merecedora del vaso de leche con galletas. Estar enferma me
sacaba, de golpe, del anonimato, de los rutinarios regaños de mi
mamá, de su dureza y, por unos días, me hacía percibir en su
voz un matiz nuevo. Todo para mí cobraba un aire distinto y yo,
en el centro de ese aire, me regocijaba conmovida.
Aún la larga reclusión después de la caída que sufrí mientras
saltaba una tarde, con mi hermana menor, y la soledad de la con-
valecencia que me hundía en angustiosos estados, llegaron a cons-
tituir la ocasión más importante para brillar, para atraer sobre
mí las miradas, no sólo de la familia sino de amigos y vecinos.
Yo repasaba minuciosamente en la soledad del cuarto los aconte-
cimientos sucedidos desde el instante mismo en que había abierto
los ojos, medio inconsciente aún, desgarrada por un dolor indes-
criptible, y recordaba los rostros ansiosos de mi mamá y mis her-
manas, angustiadas alrededor mío, pendientes de cada gesto, del
más mínimo movimiento, y luego el murmullo de la conversación
en la sala, con el médico que había ido a atenderme, y la llegada
al hospital en camilla. Sí, yo era por fin el centro de todas las
preocupaciones, el tema de todas las conversaciones, la protagonis-
ta de una historia que casi todos, en el pueblo, querían hacerse
36

contar. Por un tiempo al menos, no tendría qué envidiar a Celina,


mi compañera de colegio, que llevaba el brazo vendado, y a quien
tenían que ayudar a vestirse y a escribir las tareas en el cuaiderno.
Cuando yo la veía llegar a clase, me imagi,n aba a mi misma con
el brazo vendado, y a mi mamá preocUlpada por mí, y a la gente
en la calle preguntando qué me había sucedido, y me invadía en-
tonces un deseo de sentirme cuidada y señalada, marcada en me-
dio de los demás. Pero no sólo envidiaba a Celina, sino, tal vez
con mayor i,n tensidad, a EUsa, a quien le habían rece't ado gafas
de lentes redondos con marco de carey, conseguidas para ella en
Medellín. Yo la veía pasar por el corredor del colegio, distinta
entre todas, marcada por sus gafas que la hacían aparecer ante
mí como un ser superior, y deseaba ardientemente que los ojos
se me torcieran, que de pronto, al llegar a la casa, mi mirada bi7~
ca llamase la atención de mi mamá, y un médico buscado por ella
con afán decretara lo que había de ser el colmo de mi felicidad:
unas gafas redondas, para que al pasar, las muchachas cuchichea-
ran a mi lado, las maestras me saludaran y me preguntaran qué
había ocurrido, los vecinos averiguaran mi nombre y me distin-
guieran de mis otras hermanas. En el recreo me entretenía en un
juego que había aprendido de una de mis compañeras y que con-
sistía en mirar a la punta de la nariz, con ambos ojos, durante
el mayor tiempo posible. La señorita Luzmila nos sorprendió un
día en esa a'c tividad y nos dij o: "Eso puede dañarles los oj os".
Desde ese momento, sin que nadie me viera, me esforzaba en re-
petir una y otra vez el ejercicio, con la esperanza de que mis ojos
se torcieran y yo pudiera convertirme en uno de esos seres privi-
legiados que usaban gafas, como Elisa.

Pero no siempre la enfermedad, o la posibilidad de estar en-


ferma, me hacían sentir feliz. Había enfermedades que me hun-
dían, que me borraban del mundo, y que desataban a mi alrededor,
en lugar de cuidados y consideraciones, alteraciones de ánimo que
parecían sacar de quicio a mi mamá, desesperada e impotente, y
una como especie de culpa que recaía sobre mí, como si yo fuera
responsable del clima que mi enfermedad implicaba. En el peque-
ño corredor con barandas de madera. que era, sin embargo, la par-
te más amplia de la casa donde habíamos ido a pasar las vacacio-
nes y que daba al patio empedrado, húmedo de neblina, desde don-
de podíamos mirar el paso del ganado por la carretera y escuchar
las palabras incomprensibles de los bajeros, con sus anohos som-
breros de paja. los accesos de la tos fefi.na interrumpían la visión,
ensombrecían el mundo y parecía como si en la mirada de mi ma-
má asomara el reproche, como si yo fuera la culpable de que todo.
de pronto. apareciera oscuro y confuso. La tos pUltnaba desde aba-
jo, desde lo hondo, damdo tumbos secos que me dejaban exhausta.
y resolviéndose en arcadas que amenazaban con hacer estal1ar el
37
cuerpo en pedacitos. Ahogada, seca, atormentada, el llanto inútil
mezclado a los torvos accesos de tos, veía llegar hasta mi boca
el vaso de penca sábila, y entre la idea de gritar y negarme a apu-
°
rarlo, de someterme ante el gesto enérgico de mi mamá, termina-
ba por ceder, dominada por un miedo que era mucho más poderoso
que toda la tos y todas las lágrimas y todo el crujido de mi pecho
convulsionado. La baba espesa y verde que, apenas con mirar a
través del vaso, ya me producía un escalofrío de repulsión, se en-
redaba en mi lengua y sus hilos viscosos se peg~ban del paladar
y de la garganta, y yo me resistía a tragar, acumulando entre mi
noca toda esa masa pegajosa e i,n asible que de pronto, de un tirón,
era necesario mandar hacia abajo, hacia el estómago, porque el
bo~de del vaso estaba otra vez ahí, en los labios y no había ya nin-
guna posibilidad de resistir.
Estaban también los días oscuros del sarampión, puerta y
ventana cerradas y el cuarto triste, iluminado a medias por el bom-
billo que mi abuela tapaba con un papel rojo que dejaba trans-
parentar apenas la luz. Ella entraba y salía del cuarto con su de-
lantal anudado a la cintura y su gran llavero que se sentía sonar
desde que venía por el corredor. Me administraba las bebidas con
una exactitud rigurosa y me llevaba la comida en un azafate. Den-
tro del cuarto no era posible percibir ninguno de los sonidos de la
casa y de la calle apenas me llegaba, de vez en cuando, el ruido
apagado de algunas pisadas, o el eco de alguna conversa'ción que
se perdía en la distancia. Por las hendijas de la ventana se filtraba,
en los días de sol, algún rayo de luz que pegaba contra la pared.
Yo me divertía viendo las sombras que surgían desde el cielo raso
y se perdían luego, cuando alguien pasaba por la calle cortando
la luz. Fascinada, observaba cada a'p arición de la sombra y la veía
esfumarse y esperaba la siguiente, prolongando el juego hasta que
la luz se opacaba, y me hundía entonces en un monótono aburri-
miento, interrumpido por la llegada de la abuela que descargaba so-
bre el nochero el vaso de leche con boñiga. La leche adquiría un
color parduzco y su olor, mezclado al olor de la boñiga, evocaba en
mí el de un ordeñadero en el campo, cosa que no me disgustaba, pe-
ro en el momento de acercarla a mi boca, el olor se volvía disgus-
tante, repulsivo. Yo cerraba los ojos para no ver, y escuohaba, con-
teniendo la respiración, la voz de mi abuela que decía "con esto se
va a aliviar". Una mezcla de agrio, ácido y amargo se quedaba en
la lengua, en el borde de los labios. Mi abuela retiraba el vaso, se
alejaba, ajustando al salir la puerta que daba al corredor, y yo
estregaba la boca contra la almohada y lloraba en silencio vencida,
impotente.
Pero el gran pánico lo producía el anuncio fatal del purgante.
Periódicamente mi mamá me hacía sacar la lengua para exami-
narla y mientras lo hacía, yo empezaba a temblar espera,ndo el ve-
38

redicto. A veces decía "está bien" y estas palabras me devolvían


la respiración y la vida, detenidas mientras ella había estado ob~
servando. Volvía a mis juegos, dichosa, como si hubiera escapado
de un gran peligro. Pero otras veces el veredicto se escuchaba
como una sentencia de muerte y yo sabía entonces que el purgante
era inevitable. Un rencor sordo, un terror ciego y mudo me envol-
vían. De repente el mundo se convertía en una cueva oscura. De-
saparecían los juegos ruidosos, los corredores de la casa eran ape-
nas túneles que me llevaban a la muerte, y el sueño resultaba difí-
cil de conciliar, precedido de secretas angustias, de miedos que
no podía nombrar ni expresar. La mano gigantesca, erizada de
espinas, que en las noches de pánico surgía detrás del escaparate,
junto a la puerta que daba al cuarto de mi mamá, se agrandaba
aún más cada que yo miraba hacia allá, los ojos tapados a medias
con la cobija, la frente bañada en sudor y un grito en la garganta
ahogado por el miedo.
Por la mañana, la puerta que se entreabría y la figura de mi
mamá acercándose a mi cama con una bandeja en las manos, eran
imágenes suficientes para saber que todo el miedo anterior era jus-
tificado y que la sentencia se cumplía. Sobre la bandeja, al lado
de una naranja partida en dos, una cuchara y el horrible frasco
de aceite cuyo olor nauseabundo impregnaba toda la pieza. Yo me
incorporaba, a punto de estallar en nanto, pero el gesto de mi ma-
má, y lo inevitable del hecho, parecían indicarme que cualquier
súplica sería inútil. Mi mamá me hacía sostener en una mano la
mitad de la naranja, que me ayudaría a endulzar un poco la boca
a medida que fuera tragando el líquido aceitoso y repugnante que,
una vez tragado, parecía aumentar de volumen en mi garganta,
revolverse y cambiar de dirección, explotando en burbujas hacia
arriba, negándose a caer al estómago, como si una fuerza ciega
lo rechazara desde el sitio a donde estaba destinado. Yo imploraba
con mi mirada, al borde de la desesperación, pero sólo escuchaba
la voz seca y firme de mi mamá que decía "no piense que va a vo-
mitar". Pero esta frase no hacía otra cosa que desatar el vómito
que pugnaba desde el instante mismo de tragar, y entonces ella,
fuera de sí, hablaba de que todo se había echado a perder, y mire
en lo que quedó la colcha, y tiene que tomarse otro frasco, y cui-
dado con ir a vomitarlo. Debilitada, vencida, yo me entregaba en-
tonces a lo que ya estaba decidido de antemano y tragaba otra
vez sacudida por nuevos estremecimientos de repulsión. Cuando
todo terminaba y mi mamá retiraba sus instrumentos, yo quedaba
exhausta en la cama, la boca impregnada del sabor del quenopodio
y un asco infinito que iba mucho más allá de la lengua, mucho
más allá del estómago revuelto, del olor aceitoso de la pieza.
Nuevos rencores se iban acomodando en el fondo del alma,
y la impotencia, como una sombra constante, cubría de silencio
los gestos y las palabras apenas imaginadas.
Una ..ellexión sob...
la po..nog..alía
c"S" de sexo?

Montserrat Oliván

(del Colectivo de Feministas


Lesbia.nas de Madrid)

La pornografía ha sido condenada siempre por sacerdotes,


jueces, santos y señores de la dereoha. El fascismo la abolió por
decreto-ley. Lo mismo había heoho el nazismo en Alemania. Y
ambos por idéntico motivo: por puritanismo. "La pornografía es
nociva para la juventud, para el matrimonio, para la familia,
para la sociedad ... "
Debajo de esta condena resuena el "no cometerás actos im-
puros": la "concupiscencia" es distracción impúdica que nos apar-
ta de cosas más elevadas, es decir, espirituales... y a se sabe,
la sexualidad humana es animal y su representación, pornogr~
fica.
Reprimir lo pbsceno
IE l siglo XIX, en Occidente, es el siglo de la represión de "lo
obsceno". En 1877, en Londres, Oharles Bradlaugh, miembro del
Parlamento, y Annie Besant fueron multados cada uno con la
suma de 100 libras, y condenados a seis meses de cárcel, por haber
publicado un folleto sobre el control de natalidad. Once años
más tarde, también en Londres, Henry Vizetelly fue multado
con cien libras y condenado a un encarcelamiento de doce meses
por haber publicado una traducción inglesa de la novela La tierra
de Emile Zola. En 1895, un individuo llamado Wise de Kansas
fue declarado culpable de utilizar correo norteamericano para en-
viar literatura obscena y pornográfica. El material en cuestión
consistía en citas de la Biblia. Ir/lVerswn sexual, de Havelock Ellis,
primer tomo de los Estudlios sobre sicología sexual, fue considera-
do un "trabajo sucio", "una ficción y una estafa", aunque había
sido saludado por la opinión científica y médica europea. Have-
lock Ellis fue uno de los pioneros de la sicología sexual y un pen-
sador, aún hoy, innovador (1).
40

En 1928 -y éste ha sido uno de los procesos más conocidos


por las repercusiones que tuvo, por la solidaridad con que contó
la autora-- El pozo de la soledad, de Radclyffe Hall, fue catalo-
gado por un presidente de Tribunal como de "muy peligroso y
corruptor". E,l inglés Sir Thomas Inskip, fiscal general, exponía
su punto de vista: "Es posible que la totalidad en un 99 por cien-
to pueda estar más allá de la crítica, pero existe un pasaje que
justifica ser destruí do por obsceno". El magistrado inglés en
cuestión pensaba en una frase: "Y esa noche las dos mujeres
fueron sólo una". El libro trataba del lesbianismo y, a pesar de
la valentía de la autora para su momento, hoy nos parece excesi-
vamente cauto: pedía, sin más, que se comprendiera que había
mujeres <Iue amaban a mujeres y que se sintiera compasión de las
mismas" que se acept:¡¡,ra a mujeres como ella misma.

Otro famoso proceso, éste en Estados Unidos, fue el que se


realizó contra el Ulis es de James Joyce. En este caso, la resolu-
ción fue favorable al libro. Pero no es en ello en lo que nos que-
remos detener ahora, sino en los criterios que guiaron al juez.
El juez Woo1sey solicitó a dos conocidos suyos que leyeran el libro:
"Tenía interés en que ambos coincidieran conmigo en que la
lectura de Ulises en su totalidad, como debe leerse un libro en un
caso como éste, no tiende a excitar impulsos sexuales o pensamien-
tos lascivos, sino que el efecto general de la obra es un comenta-
rio más bien trágico y muy poderoso sobre las vidas íntimas de
hombres y mujeres". (El subrayado es mío).
La izquierda se divide en este tema. Desde los que lanzan
un sonoro "sí" a la pornografía (porque la derecha dijo "no",
porque tenemos que transgredir las normas, pO'rque el sexo es
bueno), hasta los que dicen no porque en el fondo están imbuídos
de recelo unte el sexo. Cómo si no, se puede interpretar esta
declaración a fotogramas de un conocido dirigente del PSUC:
"'Cuando en España hay una lucha por sobrevivir, cuando faltan
escuelas, están sin solucionar los problemas agrarios y hay un
índice de paro muy alarmante, me parece que la canalización de
recursos hacia la pornografía es una agresión a las personas que
pasan hambre". A lO' que se puede responder con Josep-Vicent
Marqués: "Y, ¿ por qué no una agresión a las personas que, me"
j or O' peor comidas, necesitan redescubrir su sexualidad? (2) . A
veces, desde la izquierda, se hacen críticas no puritanas a la por-
nogr8ifía ...
Recelo, y sólo recelo ante el sexo, ante el placer sexual, es,
sin embargo, la base sobre la que desde la izquierda se critica
normalmente la pornografía. Maravilloso exponente de ello son
unas declaraciones de Tierno Galván, allá por el 77. A la pre-
gunta: "¿ Aceptarías que tu compañera mantuviera relaciones con
41

personas de ambos sexos ?", responde: "No, de ninguna manera;


no es entendible. Desde mi punto de vista, que yo creo comparten
otros revolucionarios socialistas, esto responde a formas decaden.
tes de la burguesía. En todas las experiencias históricas de la
decadencia de la burguesía observarnos lo mismo: crecimiento de
la pornografía, desarrollo de los poemas o de la lírica erótica,
refugio en el placer por no encontrar otras apoyaturas sólidas,
etc. Cuando el hombre y la mujer tienen sus t entáculos ideoló·
gicos y vitales finnes, la sexualidad tiene un lugar absolutamente
secundario" (8).
Pero, ¿qué ,es pornografía?
El juez Woolsey, el del caso Ulises, 10 definía y probablemen.
te atinaba: "Aquello que tiende a excitar impulsos sexuales o
pensamientos lascivos". Etimológicamente significa "escribir so·
bre rameras". Tiene su sentido, a pesar de los cambios, a pesar
del paso del tiempo.
N o siempre se ha entendido 10 mismo por pornografía. Basta
recordar, para darnos cuenta de ello, algunas de las sentencias
a las que antes aludíamos. Obras, escritos. . . que tiempos ha fue.
ron considerados pornográficos, hoy casi nadie se atrevería a til·
darlos de tales.
En cualquier caso, hoy tampoco coincidiríamos todos en la
misma definición de la pornografía.
Una de las disquisiciones que a mí me parecen más ridículas
-y que, sin embargo, más tinta ha hecho correr- es la que se
dedica a establecer diferencias entre pornografía y erotismo. ¿ Dón·
de está la diferencia entre la una y el otro? ¿ N o será, sin más,
que el erotismo es la pornografía de los ricos, de los de cierto
nivel cultural?
y si hablamos de definiciones, ¿ por qué ·no hlliblar también
de clasificaciones? ¿ Qué es eso de "pornografía dura" o "blanda"?
Para unos la "dura" es aquella en la que el "acto sexual" no se
simula. Para otras. la "dura" es aquella en la que el pene se ve
en estado de erección. En cualquier caso, en una y otra definición
-y tenemos que reconocer que las definiciones no son ingenuas,
y que nos dan claves de interés- 10 importante ya va quedando
claro: el pene es 10 que resulta peligroso enseñar (¿ será que si
se enseña, pierde su carácter mágico. su poder: que es, sin más
un pene y no un falo?) ; o bien. el acto sexual es aquel en el que
el pene (otra vez el pene) se introduce en la vagina ...
Definiciones y clasificaciones aparte, reconozcamos que el
juez Woolsey atinaba bastante: nornografía es aquello que tien.
de a excitar impulsos sexuales. Me olvido de "pensamientos las·
civos" y me olvido también del juez Woolsey.
42

y si es eso, ¿ por qué oponernos? ¿ Por qué considerarla per-


judicial? Pienso que "hacer el amor", jugar con ·n uestra capacidad
sensual, sexual es maravilloso. Nos da felicidad, nos hace sentir-
nos bien, tener alegría, entusiasmo. Dejar que nuestro cuerpo
juegue, jugar con otro cuerpo, descubrir otro cuerpo, otros cuer-
pos. Y, entonces, ¿por qué está mal que se excite nuestra sexua-
lidad? ¿ Por qué está mal aquello que la pueda excitar?
Las objeciones más comunes son de pena: el sexo es malo;
cuanto menos, mejor. O bien, algo más sofisticado: el sexo es algo
tan sublime, tan excelso, que no hay que aceptar que otro cuerpo,
nada que no sea el cuerpo amado, lo excite.
Aún más: las personas no nacemos sabiendo hacer el amor;
lo aprendemos haciéndolo, y también enseñándonoslo. ¿No po-
dría la literatura pornográfica servir también para ello?
Me gusta algo más de la pornografía: todo lo que entraña
de desafío al concepto de pecado, al sentimiento de culpa ...

Pero digo "NO" ¡(J, .esta pornografía


Digo "no" a esta pornografía; aunque qUlzas me gustaría
poder decir "Sí". Y digo "no" porque la que hoy disfrutamos (o
sentimos, o ambas cosas a la vez) reproduce una sexualidad que,
en líneas generales, poco tiene que ver con la sexualidad que rei-
vindico, que intento vivir y por la que lucho como feminista.
La sexualidad que difunde la pornografía es una sexualidad
genit(J;lista en la que, además, el pene es el rey, el amo, el que
fija la norma, el tiempo. Los hombres, en la generalidad de la
producción porno, buscan satisfacer su sexualidad -identificada
y confundida con genitalidad-, y las mujeres aparecen siempre
deseosas y prestas a satisfacer los deseos de los hombres. La ima-
gen de la mujer ardiente que sólo -o que básicamente- desea
la cópula en todas las posturas imaginarias es la imagen mil ve-
ces repetida y tan ajena a la realidad como la del hombre super-
potente que puede llevar a cualqui,er mujer a explosivos orgas-
mos. En estos encuentros, un hombre y una mujer cualesquiera
se unen, y sus personalidades, sus anhelos, sus tristezas, sus aJe-
grías y sus miedos nada significan, no existen, sólo existen sus
sexos.
En la pornografía, el sexo aparece separado de todo el resto.
Es el reverso de la moneda. Fuera de ella, podríamos decir que
el sexo no existe. Y en ella sólo existe el sexo. El humor, la ter-
nura, la complejidad de unas relaciones amorosas: nada de eso
existe. Todas las historias son las mismas: un hombre, cuCltlquier
hombre, busca a una mujer a la que follar, y siempre encuentra
a cualquier mujer que lo desea ardientemente, y la consigue sin
43

que le cueste ningún esfuerzo: porque las mujeres esperamos a


los hombres y porque a los hombres cualquier mujer les sirve.
La mujer en la literatura pornográfica, en el cine pornográ-
fico, está para ser vista: el cuerpo femenino está para ser visto
y enjuiciado, y para excitar a los hombres (4 ) . Los escarceos amo-
rosos entre dos mujeres, cuando son mostrados están para excitar
a los hombres. El varón casi nunca es e~hibido junto a otro varón,
entregados ambos al juego amoroso.
La pornografía es la apoteosis del falo. La mujer espera
siempre (aunque se muestre activa) el esperma. La pornografía
suministra el marco adecua'do para el varón que contempla la
fuerza maravillosa de su falo universal y a la mujer que lo espera
ardientemente.
Los juegos lésbicos constituyen un atractivo "picante" para
estimular la entrada en acción masculina. Las lesbianas existen
en la pornografía para ser contempladas por el hombre. Antes
o después, éste entrará en escena. Y, aún en el caso, poco fre-
cuente, de que éste -no haga su aparición, la mirada de la cámara
es la mirada del hombre-espectador. Ante una escena de lesbia-
nas en Mujeres en el cawpo de coneenVracián del amor, un loro
comenta: "j Y mira cómo se magrean! j Las muy putas! j Qué
vergüenza!". El loro funciona como un altavoz de lo que muchos
espectadores (bien excitados por cierto) están pensando (5 ) .
La pornografía, tal y como la conocemos, es hija de una cul-
tura r epresora de la sexualidad. Y masculina. Expresa, con la pa-
44

labra y con la imagen, que, en última instancia, el que manda es


el hombre. Cuando los papeles se invierten, también es el hombre
el que lo decide. Esto es algo implícito, pero indudable. El hom-
bre, y por reducción, el pene, es el que impone su ley. Y ésta es,
a veces, muy desconcertante. Así, en los casos -no insólitos-
en los que la mujer aparece con botas, látigo y, quizás, símbolos,
maltratando a un hombre. Mujeres atadas con cadenas sometidas
a atroces suplicios y deseando ser violadas: tales son los ingre-
dientes de otra de las escenas y otra vez presentes. Sacher-Masoch,
personaje de la Austria de principios del siglo XIX que prestó
su nombre al masoquismo, explica, no sin lucidez, la razón del
placer de estas prácticas: "La moraleja es que, tal y como la na-
turaleza la ha creado (?), tal y como el hombre la trata actual-
mente, la mujer es un enemigo de éste y ella sólo puede ser una
esclava o una déspota... nunca una compañera. Sólo cuando la
mujer iguale al hombre en la educación y en el trabajo, cuando
al igual que él pueda sostener sus derechos será capaz de ser una
compañera. Tal como están las cosas, tenemos que elegir entre
ser el yunque o el martillo; por mi parte, yo cometí la imbecili-
dad de ser esclavo de una mujer. ¿Os dais cuenta de lo que quiero
decir? Esta es la moralej a: aquel que se dej a dar latigazos lo
merece. Pues, ya veis: yo sé lo que es ser azotado. He aprendido
la lección" (6).
El sadismo, la emoción sexual asociada al deseo de infligir
dolor o humillación, y el masoquismo, o la emoción sexual asocia-
da al deseo de que nos inflijan dolor y de someternos a la domi-
nación del otro, están, de un modo más °
menos explícito, en el
mecanismo mental sobre el que opera la pornografía. La violación,
(expresión violenta del deseo del hombre de dominar, de vencer
a la mujer, como un general vence al enemigo en el campo de
combate) tiene como respuesta, por parte de la mujer, la petición
de que se le viole más y más y, cuanto mayor sea el pene, mejor.
Parece que a las mujeres no les gusta del cuerpo masculino más
que el pene y, evidentemente, gustarles, gustarles, sólo el cuerpo
masculino. Las mujeres gozan nada más ser penetradas. Las mu-
jeres son presentadas como víctimas felices de todo 10 que los
hom'b res les hacen, violación incluí da.

¿Esto ,y '!/'U1Jda más que ¡esto es la pornografía?


Tal vez la pornografía no sea sólo esto. Pero estos aspectos
son básicos, sin duda, en la pornografía hoy dominante. Pueden
encontrarse otros recovecos, sin duda; pero difícilmente dejarán
de estar presentes los mecanismos a los que he ido haciendo refe-
rencia en las líneas anteriores. N o está mal que la pornografía
reivindique -suele hacerlo-- el clítoris. No está mal que muestre
que las mujeres pueden gozar de su sexo. No está mal tampoco
45

que deje constancia de que 10 sexual puede y debe ser algo pla-
centero. No está mal evidentemente, que ponga de manifiesto
que, en las relaciones heterosexuales, hay múltiples modos de pro-
curarse y procurar a otros placer sexual. .. Pero está muy mal
-y, en buena medida, invalida 10 anterior- que lo .d'iga como
lo dice.
Porque, junto a todos los aspectos que he ido analizando,
tendría que afirmar también que dudo muoho de que la porno-
grafía libere, ni aún de mala manera, el sexo. Porque la porno-
grafía es consumida -y no sin razón- como algo "prohibido",
como algo no lícito. Las escenas de lesbianas están ahí para exci-
tar a los lectores, no porque sean revindicadas como algo correc-
to. Los consumidores de pornografía seguirán pensando que el
lesbianismo, por poner un ejemplo, es algo ilícito e inmoral, y
temblarán sólo de pensar que una hija suya, o su compañera,
o su hermana, pueda optar por amar a otras mujeres.
La pornografía ayuda a fijar aún más las ideas de domina-
ción y de sumisión que llevamos en nuestro subconsciente. Sería
una ingenuidad pensar que es la pornografía la responsable (7) de
que estas ideas estén ahí. Pero la pornografía contribuye a fijar-
las, a darles satisfacción, sin que, al mismo tiempo, ayude a com-
prender el por qué de su existencia, ayude a ponerlas en cuestión.
La pornografía da lo que quiere al que la compra; conecta con
su subconsciente: con la parte de él reconocida y declarada, y
también con las realidades y miserias ni siquiera confesadas.
La pornografía muestra a las mujeres como las quieren los
hombres; o, mejor dioho, como quisieran que fueran las que no
son ni sus madres, ni sus hermanas, ni sus mujeres, ni sus hijas.
La pornografía reproduce la dualidad puta/virgen. Putas las que
están en ella; vírgenes las que se conoce fuera. La pornografía
reproduce también la interiorización de la sumisión de las muje-
res: laque existe y la que no tanto. Pero no reproduce, más que
en un gra'do mínimo, ínfimo, el deseo, el anhelo de libertad igua-
litaria, de autonomía de tantas mujeres. Y es que la pornografía
es hija de una sociedad falocrática y machista. Como la publici-
dad, no recoge lo nuevo, lo subver;;ivo, lo que cuestiona, sino lo
que más y mejor se vende. Lo que más y mejor compran sus
destinatarios, casi exclusivamente hombres.
Negar esta cara de la realidad en hombres y mujeres, no
parece tampoco, dicho sea de paso, un buen camino para trans-
formar nuestras conductas sexuales.
"Es muy cierto: confieso que a mí me excitan los números
de lesbianas. El 'desnudo' artístico me deja fría. Pero una mujer
arreglada con símbolos nazis me produce un gran placer.
46

Una amiga mía me confesaba que la relación sadomasoquista


entre Dick Bogarde y Oharlotte Rampling en 'Portie'/' de nuit:
era su relación amorosa 'ideal'. Me horroricé. Pero era mi 'idea'
de amor la que rechazalba esta relación. N o mi subconsciente. Mi
subconsciente es hijo de mi pasado, de mi infancia, de la repre-
sión que sufrí cuando era niña de colegio de monjas. E·n los sue-
ños de mi infancia aparecían a menudo monjas que me azotaban
con sus látigos.
Es un hecho: no nos gusta nuestro subconsciente. Nuestras
ideas lo rechazan, quisieran que desapareciera. Pero nos acecha
como un cuervo y surge buscando la carroña de nuestra infelici-
dad. Tal vez la solución sería aceptar nuestro subconsciente sa-
biendo que es hijo de un pasado cruel, violento, sanguinario e
injusto. Hay hombres que sueñan con la revolución y con una re-
lación igualitaria con la mujer. Pero no se comportan así en la
cama. Las ideas no responden a nuestros impulsos. Y estos son,
hoy, promocionados groseramente con la pornografía. La porno-
grafía estimula nuestras fantasías sexuales, sadomasoquistas, de-
sigualitarias" (8). Montserrat Roig da, en este largo texto, algunas
claves de interés para comprender el por qué del éxito de la por-
nografía ... y el por qué de nuestra actitud crítica ante la misma.

Febrero, 1983.

1. Datos ext!raÍlclos de Historia de la pornografía, H. MOMgomery Hv><le. Ed. La


Pléyade.
2. Pornografía: U1UZ geografia de los limites de pene' Josep Vicent Marqués. Extra-
ajoblanco Sexualidad, N ? 17.
3. Los partidos marxistas. Sus dirigentes, sus programas. Ed . Anagrama, 1977,
pp. 145-146.
4. La pornografía está diágida en un 90 por cien al mercado masou1ino heterose-
xual ~l 10 por cien restante al homosexual masculino-. Los compradores
son hombres de mediana edad, casados y de clase media, según el informe de la
President's Comission 01 Obscenity and Pornog,phy americana, citado en Contra nues-
tra vollmtaJ, de Susan BrownmiUer.
5. El porno aquí y ahora : miscelánea, Julio Pérez Perucha, dossier Cine y Pornogrd-
/ia, 1, p. 28. En la revista Contracampo, N? 7.
6. En Historia de la pornografía, H. Montgomery Hyde . Ed . La Plléyade, p . 147 .
7. Aunque existen estudios con resultados ~ontrGldi<:torios, no parece en absoluto
demostrado que la pornografía, su liberalización, sea causa de un mayor número
de delitos sexuales contra las mujeres. Por otra pa1'te, llama la atención que, en aque-
llos países en los que la pornografía no es represaliGlda, las ventas disminuyen en
gran manera. Como reverso de la moneda, la producción de por.no fue especialmente
rica en Inglaterra en los últimos años del re.i nado de Victoria .
8. Eros en libertaJ, ponen~ia presentada por Montserrat Roig en la II Semana de
Estudios Sexológicos de Euskadi.
Pinla.. ' Combali..

Francoise Eliet

La luoha de las mujeres en el mundo tiene como efecto, en la


medida en que se pregunten por su relación con las prácticas sim-
bólicas y por la historia de estas prácticas, el redescubrimiento del
trabajo de las mujeres a través de la historia.E.ste es uno de sus
aspectos más importantes, uno de sus momentos más decisivos,
ya que se trata de comprender aquello que ha sido reprimido y
por qué. Este trabajo de lectura interesa a todas las mujeres:
la liberación política, económica, social, objetiva, puede llevarse
a cabo sólo si está acompañada por una liberación subjetiva.
Las mujeres en la Edad Media esculpieron, dirigieron talle-
res, elaboraron manuscritos. En los siglos XVI y XVII pintaron
frescos, vivieron como pintoras y diseñadoras. En Ohina escribie-
ron tratados de pintura, fundaron estilos. Y nosotras nada sabe-
mos de esos trabajos. ¿Por qué?
La historia del arte oficial ha dejado filtrar sólo lo que era
conforme a las buenas costumbres. Pintura de tocador, de salón:
las mujeres han pintado flores, frutas, en el siglo XX círculos
(Sonia Delaunay). Hoy, ellas se mutilan o lanzan al mercado una
producción de fetiches: imágenes piadosas, fotos de familia, ca-
racolas, etc. Estas mujeres son generalmente conocidas. Al lado
de ellas una inmensa armada de mujeres trabaja, en la sombra
podríamos decir, con un coraje, una obstinación y un rigor igua-
les al silencio que responde a su trabajo. Al silencio de las mujeres
principalmente. Estas mujeres, sin embargo, contestan de manera
radical el universo de encierro en el cual han nacido, ponen en
cuestión, en su práctica, tanto el orden social como las formas
del discurso que les sirven de sostén (el cuadro por ejemplo).
Esto va desde la vanguardia rusa de principios de siglo (Alexan-
dra Exter, Elena Gouro, Natalia Goncharova, Lioubov Papova, OI-
ga Rozanowa, Bál"lbara Stepanova) -las más conocidas de ellas
no Son necesariamente las más importantes desde el punto de
vista histórico- hasta Tania Mouraud o Lea Lublin quienes, en
nuestros días se interrogan, de manera diferente, sobre los funda-
mentos de la representación, pasando por todos los movimientos
48

de vanguardia en donde las mujeres han jugado un rol considera-


ble que ha sido rápidamente ocultado. (Bawhaus, Expresionismo,
Fauvismo, etc.).
Pintar para una mujer es estar, de manera explícita, fuera
de la ley, fuera del circuito de la reproducción; de allí la amenaza
de aJhogo que pesa sobre su vida y su obra. Todo atenta para en-
sombrecer y poner en el olvido el trabajo ,de las mujeres. La or-
ganización patriarcal de la sociedad está, por este hecho, puesta
en cuestión en lo referente a su represión. Ahora bien, esta repre-
sión toca tanto a las mujeres como a los hombres. No han sido
únicamente los historiadores del arte burgués quienes han borrado
de la historia la presencia de las mujeres, haciéndola no solamente
invisible sino increíble. Las demás mujeres, cuya razón social co-
mo madre, esposa, guardiana del orden social, que se sienten en
peligro y amenazadas por la existencia de un trabajo de mujer,
intentan también hacer desaparecer este trabajo en la sombra.
El gran silencio, para mí, es ante todo el silencio del estrangu-
lamiento, del deseo de matar la otra mujer que ha triunfado allí,
precisamente donde yo he fracasado.
Sólo mediante una lucha política que es para mí, a su vez
e inseparablemente una lucha analítica, las mujeres podrán ad-
mitir que otras mujeres producen y podrán entonces tener acceso
a otros modos de conocimiento, a otras formas de saber y de vida.
Pero eso supone de antemano la posibilidad de ponerse en cues-
tión a través del trabajo de la otra, de abrirse a su deseo: una
forma de goce tan rara que pasa por un modo sublimado de homo-
sexualidad. Ni la histérica, según la concepción clásica, ni menos
aún la paranoica, pueden, por definición, abrirse al deseo de otra
mujer. Ahora bien, toda histeria está tejida en los hilos de la pa-
ranoia y el gusto del asesinato paranoico está allí en cada una,
como el deseo de matar en la otra mujer una representante posi-
ble de la madre. La histérica sólo puede ir en el sentido del deseo
del hombre que se encuentra en el lugar donde ella desea estar.
Como comerciante, funcionaria, historiadora, coleccionista, ella
'no verá, literalmente, más que el trabajo de los hombres. Un velo
secular le impedirá ver, reconocer el trabajo de otras mujeres,
una mancha ciega contra la cual todos los discursos son vanos.
En la práctica entonces, histeria y paranoia, que son el lote co-
mún, no pueden más que reforzarse para volver imposible el reco-
nocimiento del trabajo de las mujeres por otras mujeres.
Si insisto sobre este punto, es porque me parece, en un sen-
tido, contener el nudo del problema. Aparentemente hace cien
años las feministas de Francia descubrieron el trabajo de las mu-
jeres del Renacimiento (entendido en sentido amplio) como Ar-
temisia Gentileschi. Después de un siglO, ha sido preciso que ese
49

saber venga de nuevo, principalmente de los Estados Unidos. ¿ Qué


quiere decir esto? ¿Vamos nosotras a borrar, de generación en ge-
neración, el trabajo de generaciones precedentes para, cada vez,
partir de cero nuevamente? De ese rechazo sistemático nace ~ a
ilusión de la "tabla rasa": ese sentimiento de desesperación que
tienen tantas mujeres de no poder hacer nada porque nunca las
mujeres han heoho algo. Creo que esta ilusión es totalmente falsa,
reposa sobre la ignorancia de la historia concreta de las mujeres
y no hace más que develar los mecanismos, de los cuales he inten-
tado hablar anteriormente, que tienden a ocultar y borrar el tra-
bajo de las mujeres.
Es extraño que esta ilusión de la "tabla rasa" funcione no
solamente con respecto a las mujeres del pasado sino también con
las contemporáneas. Es un velo que impide ver lo que pasa alre-
dedor -nuestro y ayuda a mantener en el aislamiento a las mujeres
que trabajan efectivamente.
La mañana griega de las mujeres de la cual habla Luce Iri-
garay no se refiere a los días siguientes que cantan siempre
aplazados: está allí, bajo nuestros ojos; basta con aprender a ver.
Esa mañana evoca para mí, sobre un tono de nostalgia, el modo
de alianza sobre el cual reposa el "milagro" griego, el vínculo ho-
mosexual reconocido y afirmado entre los hombres. A esta nostal-
gia, es preciso substituir lazos concretos entre las mujeres que
permitan precisamente la aparición de una homosexualidad subli-
m3!da. En el libro "Femmes Artistes", Karen Petersen y J. J.
WiJson insisten sobre el hecho de que la producción femenina, en
el dominio de la escultura en particular, no es posible más que
si las mujeres establecen estructuras comunes de trabajo, lugares
de reconocimiento y solidaridad. Las autoras dan como ejemplo
los talleres de las mujeres escultoras de la Edad Media y del siglo
XIX. Lo reprimido no puede ser liberado, producirse, más que
si los dispositivos están establecidos. Lo reprimido es quizás aún
menos accesible porque tiene de antemano que ver con la madre
y hay que recorrer un largo proceso de acomodación para que una
mujer pueda hablar de su madre, de esta madre precisamente.

Si la pintura de las mujeres ha estado tan olvidada, mientras


que los textos aparentemente lo han estado menos, es porque la
pintura es quizás más provocadora, más vio'enta, violación del
código social (de allí también que el castigo se produzca ba i()
la forma de la violación) porque pone en escena una aventura del
cuerpo que debería permanecer callada, porque produce un cuerpo
pulsado mientras que el cuerpo de la mujer debería estar inmóvH
y mudo. ¿Podríamos imaginar una virgen pi.n tándose? Ahora bien,
toda la pintura occidental reposa sobre la ficción de San Lucas
pintando a la virgen.
50

La convención cristiana quiere que las mujeres no tengan


cuerpo ni sexualidad, salvO' en los dO'lores del alumbramiento. Esto
es precisamente lO' que ponen en cuestión las mujeres pintoras.
Quizás, en lo concerniente a las mujeres escritoras, su posición
sea más soportable dentro de un universo cristiano (y sobre este
punto, el nuestro permanece profundamente cristiano) en el sen-
tido en que la escritura supone un renunciamientO' al cuerpo, con-
fesado pO'r los místicos, sobreentendido en las otras formas de es-
critura. Lo escritO' está siempre en el lugar del cuerpo, es algo
que cada uno sabe aún si no lo recO'noce. En la pintura el re-
partO' se hace de otra forma. AlgO' del cuerpo permanece allí
disperso, peligrosamente presente. En cierto sentido, la escritura
de las mujeres gusta más en tanto más licenciosa sea. Las con-
venciones sociales permiten que la mujer se exhiba o se retire, que
ella eX'hiba su goce sO'bre este modelO'. E sto hace parte del goce
del otro y, si este diálO'go es posible, es porque él se inscribe en
la historia de una larga lucha, desde el siglo XIII hasta nuestros
días: galanteos de amor, novelas y poesías corteses, poetas am-
bulantes que van a cO'nducir al arte del diálogo (la novela antigua),
las justas y las disputas de los siglos XVI, XVII y XVIII. La re-
volución, el imperio y la restauración vinieron a delimitar sus
partes. Salvo algunas excepciones (Germaine de Stael) , este gusto
de salón y de la literatura desaparece. Reaparece e,n nuestros días
y quizás mucho de lo que saludamO's como una nueva escritura
femenina no es más que un resurgimiento, una forma moderna
y modificada de estas tradiciones antiguas.
La literatura de las mujeres es entonces aceptable, al precio',
claro está, de un largo combate. N o así la pintura, puesto que
ella corta pO'r lo sano el tejido social. Lo que las mujeres pin-
toras proponen no está necesariamente en el orden del diálogo,
sobre un modo oratorio o libertinO'. Es una puesta en escena del
cuerpo en la medida en que está inserto en la simbólica social
y la hace estallar. Es una distanciación que supone una lectura
original de la historia, de la historia del arte y de su historia
propia.
El casO' de Artemisia Gentileschi es aquí absolutamente ejem-
plar. La violación transfO'rma radicalmente su pintura. Ella pin-
taba madonas, en adelante pintará Judiths y HO'lofernes. Este
reestablecimientO' de la cuestión, si podemos decir así, (ella fue
tO'rturada durante el prO'cesO' que siguió a la viO'lación) nO' es pO'si-
ble sin un .reestablecimientO' de la perspectiva. En el cuadrO' lO'
más extraO'rdinariO' de la escena del crimen, caracterizadO' a la
vez por su frontaUdad y un formidable traveIling hacia adelante,
es la vertical definida por la espada que tiene en sus ma.nos J u-
dith. El espacio gira alrededor de este corte, una manera inigual,
en mi opinión, de cuestionar la relación con el padre, con la ley,
51

A,.tem;sia Gentileschi, italiana, 1593·1652

mientras que la multiplicidad de fantasmas que vacilan alrededor


de la puesta en escena hacen una verdadera obra maestra. La
obra maestra de una mujer. Insisto porque, por una vez, creo que
tenemos allí uno de esos raros casos concretos en los cuales puede
decirse que es un cuadro de una mujer. Por múltiples razones que
cada una debe descubrir, entre otras por aquello de las horizontales,
verticales y oblicuas. Escena de castración sin duda, pero no so-
lamente. Es'cena de parto y de asesinato, de castración, en donde
una mujer puede cuestionar su relación con el falo, precisamente
como carencia. La no gran cosa que falta. Es una de las interpre-
taciones posi!bles, más bien pobre. Otras vienen fácilmente al es-
píritu, por ejemplo, la relación entre el ojo y la vagina de la
cual nos hablan tantos fantasmas, puesto que después de todo
no es fácil decidir quién es quién en este cuadro, aún y sobre todo
si el primer vistazo parece certero.
52
lE ste cuadro aparece no sólo e·n el plano anecdótico, como una
ilustración de la venganza, sino también como la puesta en cues-
tión de la sociedad, y por ello, de la pintura en la medida en que
ella está en el orden del padre. Por er o es una obra maestra. Estas
preocupaciones son recogidas, actualmente de un modo humorís-
tico, en los carteles de Mary Beth Ede'son: La Muerte del Patriar-
ca, una versión de la Lección de Anatomía de Rembrandt, en don-
de graciosas damas, las fundadoras de la ga'ería cooperativa Air
de Nueva York, reemplazan los médicos de Amsterdam para diSe-
car a quien aparece verdaderamente como el cadáver del padre.
En otro poster, ella retoma la Cena de Leonardo Da Vi·nei en donde
las mujeres pintoras americanas están en el lugar de Cristo y sus
discípulos.

Pintura - Violencia. N o es únicamente en China en donde la


mujer escribe en el siglo IV un arte de pintar que sería un arte
de guerrear. E.I sistema de Wei reposa sobre siete pince' adas que
ella define así:

Primero: un bloque de nubes se extiende ,sobre millos .. 'Una 1nasa


pero también una forma.
Segundo: lUna roca CM de una ci?na, eUa rebota ;antes 'de ~cerse
migajas.
Tercero: preciso como "UIn cuerno de rinoceronte, !Un ?narfil de ele-
fante.
CWLrto: un tVro de arco de cien .chun de fuerza.
Quinto: un vino viejo de diez mil años.
Sexto: las nubes se chocan, el trueno Iretumba.
Séptimo: las euerdas y las jttnturasde ~m ,arco fuer te.

Toma:do de "Sorcieres".
Traducción del francés por
Flora María Uribe Pacheco.
1I Encuenl..o "eminisla
I.alinoame..icano
y del C...ibe

Durante los días 19 a 22 de julio de 19-83 se realizó en Lima,


Perú, el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe
con la participación de 700 mujeres venidas de casi todos los
países latinoamericanos y algunas provenientes del Canadá, Es-
tados Unidos y del continente europeo. El tema general de discu-
sión fue el patriarcado, dividido en numerosos taileres tales como:
Patriarcado y poder, sexualidad, trabajo asalariado, historia, lite-
ratura, investigación feminista, vida cotidiana, trabajo domés-
tico, t ercera edad, violencia y esclavitud sexual, mujer campesina,
mujer en el exilio, comunicación alternativa, familia, metodolo-
gía, etc.
Desde hacía varios meses la información sobre el Encuentro
venía apareciendo en todas las publicaciones feministas y las in-
vitaciones a proponer talleres de trabajo nos llegaban con el de-
sarrollo de la programación del Encuentro, los problemas que
iban surgiendo y un detallado informe sobre el clima, costo de
vida, hoteles y transporte.
El día de salida se iba aproximando y en nuestras mentes
comenzábamos a revivir las emociones, alegría y entusiasmo, esa
"gasolina" que había durado tanto tiempo después de finalizado
el 1 Encuentro en Bogotá y que ahora renacía, dándonos deseos
de hacer cosas, de encontrarnos con quienes habíamos compar-
tido tanto en 1981, y mucllas expectativas en conocer otras mu-
jeres y discutir con ellas aquello que habíamos vivido, pensado
y soñado en esos dos años.
Era la posibilidad de que aquellos trabajos se miraran en
una perspectiva latinoamericana, se analizaran con todas las mu-
jeres que trabajábamos en la liberación feminista y pudiéramos
discutir los problemas que comunes, han sido enfrentados diver-
samente de acuerdo a los diferentes países y a la inventiva y
creación de las mujeres. Era la posibilidad también de abrir
nuestra mirada, de salir del marginamiento para sentir la fuerza
de un movimiento que crece cada día más, de un movimiento
activo en toda Latinoamérica y en el mundo entero; y era tam-
54

bién la riqueza de nuestra lucha, al poder constatar los cambios,


logros y nuevas perspectivas con relación a los planteamientos
hechos en Bogotá.
Sabíamos que este Segundo Encuentro debía estar íntima-
mente ligado al Primero; que parcializar los encuentros, mirar-
los separadamente o ignorar las conclusiones de los anteriores,
era una postura que nos llevaría necesariamente a quedarnos por
fuera del proceso histórico y nos impediría, al mismo tiempo,
vel"nos en el desarrollo de unas luchas que ignoradas en su his-
toria, nos con:ducirían a la falacia de estar haciendo las cosas
como si fuese la primera vez.
Muchas de las colombianas que íbamos a participar en el
Encuentro salimos el sábado 16 de julio a las 9.30 P. M., otras
ya estaban en Lima y las demás habían salido por tierra. En
el viaje de ida había alegría y buen humor. A las 12 de la noche
llegamos a Lima y en el aeropuerto varias mujeres nos estaban
esperan:do. De lejos, Amalia entusiasmada nos hacía señas mien-
tras los señores de la aduana, como contagiados por nuestra ale-
gría y los vivas que venían de afuera, nos dejaban pasar sin las
odiosas requisas de maletas.
Todo estaba preparado: algunas nos iríamos a casa de Fres-
cia, otras a albergues y otras más a distintos lugares que desde
hacía días las peruanas habían conseguido. Mientras se hacía
la repartición, las botellas de Ron Viejo de Caldas daban rondas
entre risas y comentarios, averiguaciones sobre las otras mujeres
del Encuentro y la mirada un poco sorprendida de los presentes
en el aeropuerto.
Llegamos pues a nuestro destino, e inmediatamente iniciamos
una especie de indagatoria sobre el Encuentro. La mirada de
Frescia, una de las organizadoras, denotaba ya algún cansancio:
pocas horas de sueño y mucho trabajo en los preparativos y en
las discusiones que se entablaban en tomo a los diferentes talle-
res. Esa noche supimos que el lugar donde se había pensado rea-
lizar el Encuentro se lo había llevado el río, teniendo entonces
que alquilar un club privado con piscinas, caballos, grandes zonas
verdes y cabañas donde debíamos dormir de a 10 mujeres, dado
que a última hora, el número de participantes se había duplicado.
Nos enteramos que el trabajo se realizaría en pequeños grupos
durante tres días, con dos plenarias que recogerían la problemá-
tica general planteada.
Discutimos también esa noche acerca de la necesidad de hacer
un encuentro donde el tema fundamental fuera las mujeres y el
feminismo, y abarcara nuestros cambios personales, las dificul-
tardes de integrar en nuestras vidas lo que pensábamos, la inte-
55

riorización de la ideología patriarcal y el enfrentamiento del tra-


bajo y las relaciones personales en la vida cotidiana. Pensába-
mos, era necesario que esta reflexión se mantuviera presente en
todos aquellos trabajos que realizábamos hacia afuera (publica-
ciones, cine, trabajo con mujeres, investigaciones, etc.) y al mis-
mo tiempo propusiéramos medios a partir de los cuales esta re-
flexión pudiera darse.
Esos dos días previos al Encuentro fueron de una intensa
discusión y aquellas mujeres que está:bamos en casa de Frescia
-Cris, Virginia, Amalia- coincidíamos en que esta reflexión
era muy importante. Pudimos también conocer la historia y acti-
vidades de los centros de mujeres "Flora Tristan" y "Manuela
Ramos" y bailar un rato y echarnos unas cervezas en la cafetería
de mujeres "La Otra Cara de la Luna".
El martes 19 a las 9 a. m. comenzaron a llegar las mujeres
al sitio del Encuentro. Se hizo la reparticición de las cabañas
y se entregaron las carpetas con los horarios, los tiquetes para
las comidas y algunos papeles para llenar con relación a direc-
ciones, trabajos e intereses de cada una de las participantes. A
eso de las 11 a. m. nos reunimos todas en el teatro al aire libre
y las mujeres organizadoras intervinieron sobre los diferentes
temas y las causas por las cuales éstos se habían escogido. Pos-
teriormente fuimos a almorzar.
lE n este punto surgía una diferencia con relación a Bogotá:
no hubo presentación de las mujeres, cosa que a nuestro modo
de ver permitió en el Primer Encuentro un mayor conocimiento
y al mismo tiempo el rompimiento de esa especie de nerviosismo
y temor de reunirnos. Ante esto, las posturas se dividían y los
argumentos de uno y otro lado surgían emotivos y alegres: ¿ cómo
hacer una presentación de 700 mujeres? ¿ Cuánto tiempo nos to-
maría esto? Y otras afirmábamos que el tiempo no importaba,
que era esencial conocernos todas, que eso permitiría un mayor
acercamiento y era parte fundamental de lo que considerábamos
un encuentro.
Es preciso aclarar que esto no se discutió en la plenaria ini-
cial, sino que dada la experiencia anterior, algunas lo comenta-
mos durante el almuerzo, donde aún reinaba el desconocimiento
y las mujeres permanecíamos con quienes habíamos trabajado en
nuestros países. El encuentro aún no se daba y las mujeres con-
tinuábamos siendo desconocidas unas de otras, sin que se lograra
articular un método mediante el cual pudiéramos acercarnos.
Después del almuerzo nos fuimos a los talleres que habíamos
escogido y allí, en los pequeños grupos, cada una se presentó y
planteó aquello que era de su interés debatir. A pesar de tener
56

claro que la vida cotidiana está en estrecha relación con el poder,


con la sexualidad, con la violencia, con el trabajo doméstico, etc.,
y que éstos a su vez se articulan con otros aspectos, esa reunión
parciaázada nos hacía perder la perspectiva de una dimensión más
amplia y más compleja del problema, al especializarnos en pe-
queños temas. Opinábamos que grandes problemas -como había
ocurrido en Bogotá- nos permitían pasar por cada una de las
temáticas de los diferentes talleres y articular:os en torno a la
política, la sexualidad, el trabajo, la cultura, la vida cotidiana, etc.

La gran división de los talieres nos parecía contrarrestar la


fuerza política que surgía al discutir todas, en grandes mesas, te-
mas centrales donde podían analizarse y enfrentarse en una en-
vergadura más amplia 10 que allí sólo se discutía en pequeños
grupos que se constituían a costa de separar y dividir unidades
que no pueden ser aisladas.
Al finalizar la ta~de y durante la comida algunas mujeres
que habíamos estado en Bogotá, coincidimos en los anteriores aná-
lisis y propusimos intentar abrir la estructura del Encuentro,
permitiendo que quienes no quisiéramos trabajar en pequeños
grupos, nos reuniéramos en torno a una problemática. Y esa pro-
b_emática se articulaba en nuestras mentes con una pregunta a
la cual no lográbamos darle respuesta: ¿ Qué había pasado duran-
te esos dos años? ¿ Qué pasó de Bogotá a Lima? En esta pregunta
estaba presente la indagación acerca de lo que, con base en las
conclusiones del primer Encuentro, habíamos desarrollado. Aque-
llas problemáticas que se habían agudizado y en general, cómo
había evolucionado el Movimiento de Liberación Feminista de
1981 a 1983.
Discutimos largamente esa noche. Rabiamos con algunas mu-
jeres acerca de cómo se habían sentido aquel primer día del En-
cuentro, y con la mayoría de ellas estábamos de acuerdo en que
el encuentro hasta ahora no había podido gestarse. Se habló
del espacio, su amplitud, la distancia física entre los grupos de
trabajo, un cierto carácter de cerrado que parecía cubrir a algu-
nos de ellos dado quizás los temas a desarrollar y esa disociación
creada por la multiplicidad de talleres, películas, teatro, publi-
caciones y mini-talleres, que lograba filtrarse en cada una de no-
sotras.
El segundo día del Encuentro, después del almuerzo propu-
simos la discusión "Qué pasó de Bogotá a Lima". Esta se inició
en el bar y dado el gran número de mujeres presentes tuvimos,
luego de varias horas de discusión, que cambiar de lugar.
En un ambiente de mucha solidaridad y con una gran con-
ciencia y respeto a las mujeres que habían trabajado duro en
57

la preparación del E.ncuentro, la discusión comenzó con una crí-


tica a la estructura, la división de ros talleres y esa especie de
"consumismo" al que estábamos abocadas dadas las i'n numerables
actividades y talleres programados al mismo tiempo. Se habló
de la necesidad de reflexionar sobre 'n osotras mismas y de esa
difícil relación entre una práctica feminista proyectada hacia
otros sectores y la revisión constante de la introyección de esa
ideología que buscábamos combatir. Se postulaba como necesa-
rio también el análisis acerca de lo que significaba para los. dife-
rentes grupos el que entidades extranjeras, muchas norteamed-
canas, financiaran investigaciones y trabajo directo con mujeres

y cómo esto podía suponer el debilitamiento de los grupos al no


permitir una crítica constante a la vida y ' ese apoyo ,necesario
que supone el compartir la cotidianidad con otras mujeres . que
también están en la lucha.
Estaba por otro lado el intento de una mirada de conjunto
que nos permitiera visualizar lo que en torno al cue~po (anticon-
cepción, opción sexual y relaciones personales), a la política (trans-
formación de la vida cotidiana, el feminismo corno opción polí-
tica, doble militancia, etc.) y a la cultura (formas nuevas para
incidir en la cultura, medios de comunicación y espacios creati-
58

vos) se habían logrado en estos dos años y las nuevas posturas


que la América Latina y el Caribe de hoy exigían de nuestro
movimiento, posturas que indudablemente teníamos que pensar
con relación a los cambios políticos en Centro América y a la cri-
sis económica acentuada en este último tiempo.
Este taller continuó durante un día más y temas tales como:
la articulación del poder al interior de los grupos feministas y
por fuera de ellos; los temores que portábamos las mujeres frente
al concepto y/o ejercicio de poder; el término "mujeres de secto-
res populares" y cómo implicaba éste de alguna manera una je-
rarquización entre mujeres, se discutieron largamente. También
este taller favoreció la exposición detallada por parte de algunas
mujeres (ecuatorianas y chilenas) de las actividades y logros
desarrollados durante estos dos años.
Estos nuevos planteamientos significaron una apropiación
del Encuentro por parte de las mujeres puesto que éramos noso-
tras y no exclusivamente el co~ectivo organizador, las responsa-
bles del desarrollo de éste.
La mesa redonda o taller, a nuestro modo de ver, permitió
que temas como el lesbianismo fueran tratados masivamente --es-
taba programado como mini-taller- y se pudiera hablar abierta
y calurosamente de un tema que en Bogotá había suscitado temo-
res y discusiones muy afectivas.
,E l "mini-taller" sobre lesbianismo comenzó el jueves en las
horas de la tarde, en el bar. La participación de las mujeres fue
masiva y las diferentes opciones sexuales pudieron ser expresadas
en un clima de respeto y solidaridad. Se comenzó con la exposi-
ción de las diferentes experiencias personales, cómo algunas mu-
jeres habían descubierto en sus vidas el amor entre mujeres y al
mismo tiempo la discusión iba desarticulando los diferentes mitos
que la cultura ha tejido en torno a las lesbianas: locas, perversas,
criminales, corruptoras de menores, enfermas, deseo de ser hom-
bres, frustradas, etc. Esto permitió también que algunas mujeres
se plantearan su sexualidad con los varones expresando la pro-
funda soledad y separación que en ésta vivían. Surgió entonces
una crítica a la sexualidad en general pudiéndose observar cómo
el problema de las relaciones amorosas es un asunto cultural e
ideológico que no es posible reducirlo a un determinismo biológico.
Este debate permitió que posteriores discusiones se articu.
laran en torno a la pregunta sobre la necesidad de agrupaciones
de feministas lesbianas al interior del movimiento feminista y al
mismo tiempo sobre la necesidad que éste asumiera como bandera
de sus luchas la libertad en la opción sexual.
El jueves durante todo el día continuaron los talleres que
59

desde el inicio se habían propuesto, se exhibieron películas traídas


por mujeres de diferentes países y se presentaron obras de teatro
cuyo tema giraba alrededor de diversas situaciones vividas por
las mujeres. En la noohe se realizó una calurosa y emocionante
fiesta, donde las mujeres presentaron improvisados sketches acer-
ca de diferentes problemas, instrumentalizaron música folklórica
y se bailó hasta el amanecer en un ambiente de mucha alegría.
El último día, viernes, se hicieron reuniones de los distintos
talleres para recoger las conclusiones y propuestas y llevarlas
a la plenaria final que se iniciaría después del almuerzo.
Los diferentes grupOS de trabajo leyeron sus conclusiones
que a su vez se recogerán en un documento único del encuentro
y que redactado en su forma final, nos será enviado a cada
una de las participantes para ser difundido en los países. A las
siete de la noohe regresamos todas a la ca'p ital, pero el Encuentro,
aunque formalmente terminaba allí, continuó en Lima, posterior-
mente en Cuzco, en el tren rumbo a Machu Pichu, en las plazas
y ca1és, en los teatros donde se presentaron nuevamente las pe-
lículas heohas por las feministas y en todos los lugares donde
coincidíamos con algunas mujeres.
lE sa misma noche de regreso nos reunimos Angeles, Empar,
Frescia, Dora, María Ladi, Oharo y otras, y espontá,n eamente co-
menzamos a discutir sobre el Encuentro, viendo la urgente nece-
sidad de recoger en documentos 10 que en las diferentes reuniones
se discutió, pues de lo contrario se quedaría en la anécdota o se
relegaba al olvi.'do. Sentíamos la necesidad de la escritura como
paso fundamental en la documentación histórica de nuestras ex-
periencias.
Esa noohe discutimos sobre el problema del poder político
y la doble militancia, surgiendo de allí varias posturas cuya ur-
gencia no se señaló suficientemente en el encuentro: cómo y a
partir de qué mecanismos implementamos las mujeres la lucha
contra el sistema patriarcal y la cultura maohista. Cómo asumi-
mos el prablema del poder. Cuál debe ser la posición de las muje-
res en torno a los procesos revolucionarios que vivimos actual-
mente en nuestro continente (Nicaragua y el Salvador): doble
militancia en el sentido de participación abierta con el grupo que
busca apoderarse del poder y práctica feminista, o trabajo exclu-
sivamente feminista.
Veíamos la urgencia de una reunión donde estos problemas
pudieran plantearse y discutirse, dado que su importancia reque-
ría varios días más. Esa discusión, muy precariamente reprodu-
cida aquí, nos tuvo hasta las 6 de la mañana.
y luego en Cuzco, en las cafeterías, en los hoteles, al encon-
60
trarnos con otras mujeres, volvían a iniciarse las conversaciones
y las preguntas surgían: ¿Existe una escritura de mujeres? ¿ Cuál
es la importancia de que las lesbianas "sal-g an del closet" y que
el movimiento feminista asuma como suya la opción sexual lésbica?
¿ Por qué mantener la división heterosexualidad/ homosexualidad
y no realizar una crítica global a toda la sexualidad?
En fin, el Encuentro duró todo el tiempo que permanecimos
las mujeres en el Perú, que continuábamos conociendo a otras
mujeres y hablábamos con ellas acerca de la problemática espe-
cífica de cada país. Esto fue lo mejor del encuentro, lo mejor
de todos los encuentros: saber que cada día hay más mujeres
participando activamente en el movimiento de liberación femi-
nista, luchando por la transformación de la vida y que esa cari-
catura que los medios masivos de comunicación nos colocan "pu-
ñado de locas solas y desenfocadas", sólo es una treta más para
continuar haciendo lo que hasta ahora han intentado hacer: divi-
dirnos para asesinar la vida y el potencial revolucionario que
constituímos las mujeres.
Dentro de dos años, en el Brasil, estamos seguras que sere-
mos miles, con escritos, publicaciones, videos, películas, investi-
gac.iones, grupos de teatro y autoconciencia, y que esta fuerza
pr<>fundamente revolucionaria y solidaria no podrá ser acallada .
• ~'f9
'"">"1

F.M.U.
M.C.V.

Medellín, agosto 1983


Testimonio.
Yo nunca pensé que eso
IDe pudiera S1Iceder
Tran scripción de Dora Cecilia Ramírez Múnera

Yo conocía muchas historias de mujeres violadas, pero nunca


lo habia vivido en carne de una. amiga. Este es su testimonio:
"Yo nunca pensé que me pudiera pasar a mí. Eso fue lo que
más me impactó. Yo nunca tuve miedo de ser violada, no tenía ese
fantasma, era algo en lo que ·nunca habla pensado. Cuando andaba
sola imaginaba que me podían robar o matar pero nunca la histo-
ria que sucedió.
Yo habia ido a Cartagena al Festival del Cine, andaba. con
unos amigos. La noche que llegamos fuimos a una rumba a la es·
collera; yo estaba un poco borracha y aburrida, estaba cansada.
Resolvf irme al hotel, que yo pensaba era sólo a dos o tres cuadras,
estaba desubicada pero sí sabía que era cerca. El sitio donde es·
tá.bamos tenía. una salida al mar, estaba cerrada ; yo me brinqué
la baranda de madera, me parecia mas fácil caminar por la pla.ya.
Las últimas veces que habia estado en el mar, en Coveñas o en San
Bernardo, salía fresca a caminar ain miedo de que pasara algo.
Era la una, o dos de la mañana, me pareció delicioso caminar por
el mar, sin pensarlo arranqué sola, --ahora me doy cu'e nta que
caminé en dirección contraria al hotel- segui, pasaron las luces,
me empezó a dar hartera; las puertas de acceso a los hoteles es-
taban cerradas y yo no encontraba. manera de entrar; tada vez
me daba más miedo y sentia algo repelente en la p laya. Encontré
una tapia bajita en un botel y entré, habia un kiosco con un cui·
dandero, me aterqué y le pedi que me abriera la puerta; yo no
quería seguir caminando por la playa. El no tenia 1Iaves, ·no quiso
ir a llamar al otro portero, sólo me dijo que me fuera que ese no
era su ·'ro1Jo". Después de rogarle, yo me molesté bastante porque
me pareció muy "mala leche" no hacede el favor a alguien; de too
das maneras era una situación pe1igrosa y yo no quería estar allí.
Salté la barda del hotel y volví a caminar por la playa.
Sentia la falta de solidaridad de la gente por un incidente
que habla vivido cuando llegué esa mañana: desentenderse de un
amigo porque era un problema. Por esa razón decidi volver- sola
al hotel, me parecía terrible decirle a alguien que me acompaña-
ra. me dije: voy por mis propios medios. Ha.bia recorrido una
cuadra tal vez, estaba oeturo y no sabia cu'ndo iba a aparecer la
62

calle. Me encontré con un señor que venía, se me acercó, yo no


sentí susto, empezó a decirme: "Hola pelada" . Yo no le di tiempo,
le dije, necesito que me acompañe y me ayude a salir a la calle,
no quiero caminar por acá. Era un hombre, con una camisa blan-
ca, pantalones y zapatos, era negro y normal me pareció a mí.
Alguna vez en Coveñas buscaba un sitio donde comer, me encon-
tré con un hombre, un pescador con linterna y él me acompañó
hasta el restaurante que buscaba y no pasó nada, yo presumí que
tampoco iba a pasa'r nada, hice lo mismo con este señor; él dijo:
"sí, claro pelada" . Yo le eché el cuento de la falta de solidaridad
de la gente, él dijo: "sí, claro te acompaño", entonces comenzamos
a caminar, en un momento, no se qué pasó, llegamos a una pared
alta, el tipo me cogió contra la pared y empezó a agarrarme, me
besaba y me forzaba.
Yo siempre habÍ'a pensado que podía sortear cualquier peligro
con "carreta", yo creía que si le hablaba a la gente no había pro·
blema. El no estaba violento. N o me estaba golpeando. Yo le de-
cía: I no hombre!, que ono. El forcejeaba, yo le hablaba y le habla-
ba. Recuerdo que estaba tirada en el suelo, le decía, no me force,
yo no quiero que usted me viole, no quiero que sea así; entonces
me dijo: "sí, claro ¿ tu cómo te llamas?" le dije mi nombre, le dije:
yo estoy ' aquí en el Festival de Cine, mireme, ¿y usted cómo se
llama? dijo que se llamaba Javier y me empezó a tocar y a forzar-
me otra vez; estábamos en eso, cuando ví unos pies; yo ya no tenía
los anteojos, no veía muy bien. Sentí que el otro tipo también me
cogía y hablaban; Javier le decía: "pero vete, que yo estoy con la
pelada". Yo pensé: dos, esto si ya no 10 manejo yo.

Estaba de bluejeans y con unas botas muy amarradas que


no sé en qué momento desaparecieron, porque me encontré descal-
za. EUos se pusieron a discutir, pensé, mejor me muero, yo esto
no soy capaz de vivirlo, mejor me ahogo en el mar. Estaba agotada.
Yo sentía que no podía más, sentía que podía manejar la situación
con Javier pero no con el otro tipo. Aproveché que estaban discu-
tiendo, me levanté y caminé hasta el mar, estaba decidida a mo-
rirme, era un deseo de mantener la voluntad, de que no me hicie-
ra algo, de decidir yo. Me metí en el mar, cuando tenía el agua a la
cintura, vi que los dos hombres estaban ahí, cerca. Pensé: se con-
movieron de mí y no me van a dejar ahogar, me van a salvar, me
van a sacar a la calle. Fue lo que pensé realmente, me parecía
inverosímil que un ser humano agrediera a una persona en ese
estado, queriéndose morir.
Los dos hombres se acerca'r on y me agarraron otra vez. El
que dijo que se llamaba Javier estaba terrilblemente confundido,
no sabía qué hacer conmigo, echaba al otro tipo que había llegado
a interrumpir. La situación se estaba poniendo fea, discutían y al
63

ti~mpo me cogían y estrujaban. Yo ya ,no veía nad~ y cuando me


cogieron entre ambos yo ya no tenía .fuerzas.
Me empezó a violar Javier, el otro me arrebató el reloj, lo
tiró al agua -ya no debía servir- y me quitó los bluejeans. Yo
trataba de hablarles todo el tiempo, le decía a · Javier: ayúdeme,
usted dijo que me iba a sacar a la calle. ¿Cómo es que me está
pasando esto? Al otro le decía: míreme la cara, yo tengo cara, yo
me llamo tal, ¿ usted cómo se llama? Trataba de buscar el lado
humano de los tipos. Quería que me vieran la cara. Pero ellos no
la miran a una.
Había un poco de luz, de reflejo, o las estrellas, la luna, ·no
sé, recuerdo un poco la cara del tipo, los pómulos altos, el pelo liso
y me a'Cuerdo que lo odié mucho más que a los otros. Me violaba
por delante, entre el agua, era horrible, yo ya no tenía fuerzas,
sólo le decía: mire yo soy una mujer, ¿ usted por qué me hace
esto? yo no estoy sintinendo nada, esto me duele y es horrible
para mí. Soy una persona, terigo cara, me llamo tal. N o entiendo
por qué no me pegaron, pienso que fue porque hablaba mucho
y pOnIue Javier no estaba en una posición de violador, como eran
conocidos, había una especie de propiedad de Javier sobre mí.
Cuando me agoté de hablar saqué la rabia, no importaba realmen-
te lo que pudiera pasar, yo quería ahogar a ese cabrón que te-
nía delante, al bajito de pelo liso yo 10 agarraba del pelo, le ente-
rraba las uñas y trataba de hundirlo pero no tenía fuerzas; a él
no le importaba, me miraba con cara de autómata, yo lo miraba
a la cara y a los ojos y nunca centraba la mirada, era perdida.
Yo estaba totalmente desgonzada.
En un momento dado llegó un tercer hombre, no lo vi mucho,
me acuerdo de unos ojos muy blancos, era completamente negro,
camisa blanca, no sé si era amigo, no habló nada, simplemente se
sumó al combo y me violó por el ano; ese momento fue doloroso.
Pensé, no más, aquí me morí y sentí que me había muerto ahí.
El segundo hombre a quien yo había golpeado y tratado de
ahogar me pegó un puño, debió ser leve, tengo memoria de un
golpe pero no tuve marcas en la cara. Recuerdo que me amenazó
porque entre el agua no podía meter bien el pene, me dijo que le
ayudara o si no me pegaba. Yo en ese momento tenía miedo de
morirme, tenía el agua a la altura del pecho, sentía que si me de-
jaban ahí, me ahogaba porque no tenía fuerzas para moverme
y salir del agua. Yo no quería estar ahí, tenía frío y tiritadera; le
dije que hacía lo que quisiera, que me sacara. Me haló hasta la
playa, ahí creo que me violó otra vez, recuerdo que me decía:
"usted me prometió que en la playa no se qué" i Yo gritaba no
más, no más, déjenme en paz!
No me acuerdo muy bien. tengo un peqiueño bache, después
64

recuerdo que ya se habían ido los dos tipos, quedaba Javier, yo


estaba tirada en la playa, tenía los ojos llenos de arena y estaba
con la camisa puesta abierta y sin bluejeans. El tipo me endereza-
ba y me cogía, yo le decía, váyase~ déjeme aquí, yo me muero
o llega el otro día y me recoge alguien, no tengo ninguna voluntad
de moverme. El tipo me estaba forzando a que me vistiera, me
decía ~ "si te quedas ahí te malogran". Me ayudó a vestirme y me
sacó a la call~. Era os'curo, no tenía las gafas, no veía nada, las
luces de las ventanas estaban apagadas, posiblemente era muy
tarde, tuve la impresión de que era un sitio de edificios en cons-
trucción, había carros en los parqueaderos, la imagen era la de un
paraje absolutamente solo. El tipo se quedó ahí esperando llamar
a alguien o un taxi. Yo de imbécil le dije que se fuera, que lo
jodían a él que no era tan mierda, que se largara y me dejara ahí.
El se fue. Yo me puse a llorar como nunca me había oído llorar en
mi vida. Yo sentía que en esa calle resonaban mis sollozos, me
quejaba, estaba s'acándolo todo, tirada en el suelo. Apareció un
tipo, un celador, yo le pedí ayuda. EJ dijo que estaba cuidando,
me preguntó qué hacía a esa hora sola por a:hí y otras cosas culpabi-
liiantes y se fue. Yo seguía tirada ahí, no se cuánto tiempo pasó.
Finalmente vi las botas negras salvadoras de un policía. Le dije
lo que había pasado y le pedí que me llevara al hotel India Cata.-
lina, consiguió un taxi y me quería mandar sola, yo no era capaz,
lo agarré y le dije que me acompañara hasta el hotel. Tenía los
ojos llenos de arena y lo más horrible, no tenía anteojos.
Una de. las cosas que sentí a mi regreso y que me dolió, fue
la reacción de la gente cercana a mí. Yo quería contar, quería
hablar de eso, por mas que era consciente que no era culipa mía,
el silencio forzado de toda la, gente que se avergonza¡ba de hablar
de eso me hizo sentir que estaba involucrada en algo sucio de lo
que era culpable. Era incómodo para ellos que yo hablara del oscu-
ro episodio; se sentían violentados por mí cuando les contaba. Un
amigo mío muy cercano a mí nunca me preguntó nooa. Otro -quien
había vivido de cer.ca la historia y quien nunca me dijo nada-
una vez hablando de violencia contra la mujer, por temor a en~
frentar la situación me dijo: "no se haga la mártir que usted
no es así", También me ' sentí mal porque pensaba que era algo
que debía denunciar pero me sentía incapaz de sufrir otra viola-
ción_ No tenía golpes, no tenía un ojo hinchado, no estaba desga-
rrada, no sé por qué; yo hubiera sido la de la culpa. Ya el taxista
y el policía habían dicho, "¡pero claro, si salen solas!". Yo me ima-
ginaba el interrogatorio: bueno, ¿y qué hacía a la una de la roa-
ñana caminando sola poI' la playa? ¡ah! venía de un rumbiadero,.
¡ 8ih!· entonces debía estar borracha)
Yo me dije: no quiero que me violen otra vez, yo ahora sólo
quiero ,q ue me duenrtan, mi mamá me consienta y no más.

También podría gustarte