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AS COMUNIDADES DE MORELOS ENTRE LA RESISTENCIA PACÍFICA Y LA LUCHA ARMADA POR LA

DEFENSA DE LA TIERRA

VICTOR GOYTIA VILLALOBOS


Origen
Las comunidades agrarias de lo que hoy conocemos como el Estado de
Morelos son muy antiguas, Jesús Sotelo Inclán señala que fue la quinta
tribu tlaca, los llamados tlahuicas, quienes se asentaron en la zona que
comprende hoy Oaxtepec, Tlalquitenango, Yautepec y Cuernavaca
(Cuauhnáhuac). Anenecuilco pertenece a esta tribu nahoa y ya figura en
el Códice Mendocino como pueblo que pagaba tributo a Mexico-
Tenochtitlan: “Por natural influencia y subordinación, los indios de
Anenecuilco participaban del régimen agrario impuesto por los señores
de la Triple Alianza”.[1]
          Durante la guerra de conquista, los pueblos del sur pelearon contra
los españoles y sus aliados durante el sitio a Mexico. Fue Gonzalo de
Sandoval a quien se comisionó para pacificarlos y, de manera posterior,
el mismo Cortés consiguió entrar hasta Cuauhnáhuac. Después de
vencido Mexico, muchos de estos pueblos pasarían a conformar parte del
Marquesado del Valle de Oaxaca donde, de la mano del propio Cortés,
comenzó a sembrarse la caña de azúcar.
          La vida de estos pueblos se transformó, su constitución dependió
del reconocimiento virreinal y éste, de las mercedes otorgadas por el
virrey,[2] o por el rey.[3] En la Real Cédula del 19 de febrero de 1560 se
puede apreciar que el rey pide que se respete, o se conforme, la unidad de
los pueblos para concentrar a los naturales, es decir: “[…] los indios de
esa tierra que están derramados”.[4] A pesar de estos mandatos, los
pueblos del sur mantuvieron una constante resistencia por sobrevivir ya
que, debido al deseo de mercedes, las tierras eran constantemente
requeridas por particulares, o por las órdenes religiosas; sin embargo,
estos mismos pueblos, una vez reconocidos, tuvieron una cierta
independencia al permitírseles el nombramiento entre ellos mismos de
jueces, regidores, alguaciles, escribanos  y todos los cargos necesarios
para administrar la justicia según sus costumbres.
          En 1786, los pueblos de la región sur ya luchaban contra las
haciendas, en este caso contra la Hacienda de Hospital, Coahuistla,
Mayorazgo y Mapastlán; éstas utilizaron tácticas que, de manera
posterior, emplearían los hacendados porfiristas. La lucha por parte de
los pueblos se basaba en las mercedes y mapas trazados desde el siglo
XVI, pues en ellos sostenían su existencia previa y, por lo mismo, la
protección otorgada por la Real Cédula.
          Durante la lucha del general Morelos, los pobladores vivieron las
penalidades de una guerra: los bombardeos, las enfermedades, la carencia
de comida y agua, y las heridas producidas por la refriega; del mismo
modo, sufrieron los castigos del coraje y la frustración de los oficiales
realistas.  
          Después de la Independencia, cuando los liberales tomaron el
poder, la Ley de Desamortización y la Constitución de 1857 “[…]
desampararon a los pueblos y dieron lugar a algo tremendo: a negar la
personalidad jurídica de las corporaciones, matando la personalidad de
las comunidades indígenas”.[5] De esta manera, desapareció la tierra
comunal como un derecho. Con ello, el despojo de la tierra de los
pueblos era legal.
Caído el Imperio, se implantó el proyecto liberal, el cual
creció con la Ley de Colonización; de esta manera, el
despojo era un derecho. Las haciendas crecieron de forma
desmedida y los pueblos comenzaron a languidecer
          Ante la acometida del proyecto liberal se opuso el proyecto
imperial. El 1° de noviembre de 1865 se reconoció el derecho de los
pueblos para litigar, como tales, contra particulares, y el 16 de
septiembre de 1866 se otorgó el derecho al fundo legal y al ejido. Cabe
mencionar que el texto de esta ley se publicó de forma bilingüe, en
español y náhuatl.
          Caído el Imperio, se implantó el proyecto liberal, el cual creció
con la Ley de Colonización; de esta manera, el despojo era un derecho.
Las haciendas crecieron de forma desmedida y los pueblos comenzaron a
languidecer; los campesinos morelenses abandonaron la siembra de
sustento y comenzaron la siembra de caña que devoró no sólo las tierras,
sino también a las personas.
 
El porfirismo
 
Bajo el gobierno del general Porfirio Díaz se consolidaron los elementos
que permitieron a México transformarse en un Estado moderno, pero los
pueblos sufrieron el mayor despojo a través de las leyes, pues la tierra se
destinaba al monocultivo para generar riqueza, y la población desplazada
—los “sin tierra”— se convirtió en la mano de obra de las haciendas.
Las haciendas de Morelos se convirtieron en “pueblos de la compañía” y sus poblaciones
permanentes oscilaron entre los 250 y hasta casi los 3000 individuos. Los hacendados
organizaron sus propios servicios médicos y eclesiásticos, sus propias tiendas, escuelas,
policía e instalación de energía eléctrica y formaron sus propios cuerpos regulares de
albañiles, carpinteros, herreros, electricistas y mecánicos. Para manejar sus nuevas
máquinas, importaron técnicos extranjeros. Llegaron inclusive a montar laboratorios de
investigación y a contratar químicos.[6]
          Con el despojo vino una organizada fuerza represora, ya que, a
pesar de la legalidad de las acciones de los hacendados, se necesitaba una
fuerza armada para poder ejercer el poder en las regiones; así, el ejército
y los guardias rurales se convirtieron en el motor que hizo efectivo el
crecimiento de las haciendas a costa de los pueblos.
          Una de las tácticas utilizadas fue la “leva”, [7] que se llevaba a
todos aquellos que resultaban incómodos y, al mismo tiempo, nutría el
número de efectivos en el ejército: “Era en sí misma [la leva] un método
más de represión,  principalmente en las ciudades, pues los incorporados
iban a desaparecer o morir en las campañas de “pacificación” como la de
Yucatán, y la pena para quien fuera calificado como “agitador” era ser
incorporado a la leva”.[8]
Los guardias rurales fueron el otro grupo que resultó eficaz en cuanto a la
represión de los pueblos:
Los guardias rurales fueron formados por gente de confianza de los terratenientes, a cuyas
órdenes estaban de hecho, y en buena parte integrados por antiguos bandoleros —muchas
veces campesinos sin tierra forzados a convertirse en bandidos— a los cuales el régimen de
Díaz ofreció plazas en la guardia rural absorbiéndolos en el aparato represivo y
suprimiendo del mismo golpe una buena parte del bandolerismo.[9]
          Las haciendas prosperaron entonces a costa de los pueblos, cada
hectárea que crecía la hacienda era una hectárea que disminuía un
pueblo, cada campesino despojado se convertía en mano de obra para la
hacienda o en un guardia rural, y si se oponía a estas opciones, era
candidato a la leva que lo deportaría a Yucatán o a Quintana Roo. La
organización tradicional de los pueblos encaró esta situación de muchas
formas, incluyendo la resistencia pacífica y la armada; sin embargo, los
intentos de independencia por parte de los pueblos se pagaban caro, pues
los hacendados respondían de forma violenta. Basta recordar aquella
ocasión en la que el dueño de la Hacienda de San José Vista Hermosa
inundó el pueblo de Tequesquitengo metiendo el agua de riego en el
lago; al final, sólo la torre de la iglesia sobresalía por encima del agua.
          El número de habitantes disminuía, los pueblos se desintegraban,
el estado se dividía en haciendas y muchos de los pobladores fueron a
vivir dentro de éstas; Morelos era propiedad de los terratenientes.
          El 15 de diciembre de 1908 murió Manuel Alarcón, gobernador
del joven Estado de Morelos. El aparato estatal propuso a Pablo
Escandón como su sucesor, pero la organización de los pueblos y de la
clase media morelense, también ahogada por los hacendados, resistieron
la imposición al apoyar a otro candidato: Patricio Leyva.[10]
          El partido leyvista fue una realidad que enfrentó la candidatura
oficial de Escandón; en las ciudades y pueblos se organizaron los clubs
leyvistas y aparecieron nombres como: Pablo Torres Burgos, Emiliano y
Eufemio Zapata, Otilio Montaño y hasta Genovevo de la O. Ante unas
elecciones en las que el candidato oficial pudiera ser derrotado, comenzó
la represión tomando como pretexto un motín ocurrido en Cuautla donde
la gente abucheó a Escandón y aventó piedras a sus oradores. Al día
siguiente, la policía comenzó a encarcelar a los líderes leyvistas. De la O
pudo escapar defendiéndose con un machete, pero sus familiares fueron
tomados como rehenes: “Los jefes políticos hicieron que los presidentes
municipales no publicaran listas electorales o que no lo hicieran en el
momento conveniente. También amañaron la distribución de boletas
electorales y llenaron con su gente las comisiones electorales locales. Las
tropas y la policía negaron el acceso a las urnas a los sospechosos de
leyvistas”.[11]
          La imposición del candidato oficial fue consumada, Pablo
Escandón se convirtió en el nuevo gobernador de Morelos, un
candidato ad hoc para los terratenientes.
Los pobladores
Hablar de la tierra y de las comunidades nos permite generalizar en
muchos aspectos pero, ¿quiénes conformaban esas comunidades? ¿A
quién, o quiénes, nos referimos cuando decimos la palabra “pueblos”?
¿Quiénes eran aquellos que conformaban la población que sufría el
despojo y la usurpación, aquellos que perdían su propiedad y se
convertían en la fuerza de trabajo de las haciendas?
          Durante la época virreinal fue común la utilización de esclavos
negros para la explotación de la tierra, los cuales se mezclaron con la
población india, dando como resultado el característico mestizaje:
mulatos, cuarterones, zambos, etc. La composición racial variaba
entonces, esto significa que la configuración de los grupos familiares se
fue conformando durante la colonia y así también las comunidades. Los
pueblos reconocían su existencia a partir de “[…] los llamados títulos
primordiales, sobre los que se ha desarrollado una interesante pero
confusa mitología agrarista, la mayoría de las veces eran en realidad
copias certificadas por el Archivo de la Nación de las antiguas mercedes
coloniales de tierras y aguas o la adjudicación del fundo legal por parte
de la autoridad virreinal”.[12]
          Lo que llamamos comunidad ocurría sólo en relación a la tierra, el
usufructo era individual, cada familia recibía un lote donde podía
construir su casa y utilizar una parcela para su sustento; los montes eran
explotados de acuerdo a la necesidad de cada familia y no había
redistribución periódica, ésta sólo ocurría cuando la propiedad quedaba
vacante. Cualquier campesino del sur formaba parte de una comunidad,
entendiendo ésta como el sistema social del campesinado que generaba la
identidad, ya que nadie ajeno podía ser considerado parte de la misma,
todos existían a través de ella. El matrimonio se concebía como un
contrato que daba un lugar dentro de la comunidad, como una forma de
conseguir una familia legítima que heredara los bienes. Del mismo
modo, el apellido resultaba de suma importancia porque significaba el
reconocimiento que le daría, al poseedor, un lugar dentro de la
comunidad. De esta manera, la comunidad fue la forma de organización
de los pueblos del sur que les permitió resistir, que les permitió preservar
sus formas socio-económicas durante 400 años; sin embargo, los
campesinos de Morelos no conformaban un grupo homogéneo, por el
contrario, la composición era bastante sui generis, dado que había
propietarios y arrendatarios, campesinos pobres y ricos, campesinos
artesanos y aquellos que sólo araban y cosechaban y, por supuesto, los
asalariados; entre estos últimos se encontraban los jornaleros, quienes se
caracterizaban porque, o bien eran peones acasillados que vivían con su
familia dentro del casco de la hacienda, o vivían fuera y trabajaban sólo
durante las cosechas.
          El sueldo que percibía un peón al año, o acasillado, no alcanzaba
para vivir, los pagos iban de $.31 a $.25 diarios.
El tlachiquero[13] recibía, además de su pago, el tlaxilole,[14] el cual
podía vender para redondear su ganancia, o beberlo.
El porfirismo fue la imposición de un solo punto de vista:
lo rural debía someterse a lo urbano.
          La calidad jurídica del indígena se transformó, dado que se le
otorgaba una igualdad abstracta ante la ley que le arrebataba el
proteccionismo otorgado por la Corona. Andrés Molina Enríquez señala
que “[…] la liquidación de la base territorial de las comunidades
indígenas […] ocasionó un fuerte factor de inestabilidad social y
política”.[15]  De esta forma, el porfirismo fue la imposición de un solo
punto de vista: lo rural debía someterse a lo urbano.
          Las clases gobernantes miraron el campo y encontraron en él al
habitante, mismo que fue expuesto como un salvaje, como una traba para
el desarrollo del país, como la representación de una forma de vida
atrasada a la cual había que educar y convertirla en un ser útil y
dominarlo; así se conformó “el otro”.
          Por ejemplo, la pantalonización fue una de las medidas que
pretendía desterrar al “indio”, ya que los hombres indígenas utilizaban
calzón de manta, grandes sombreros y jorongos; las mujeres debían usar
enaguas y rebozo, y el cabello largo recogido en trenzas. No obstante, la
modernidad en el campo se mostraba a través de chaquetas y pantalones
de paño ajustados y adornados con monedas de plata.
El zapatismo
Con las descripciones anteriores podemos comprender que el zapatismo
no vino de fuera, sino que fue un movimiento que obedeció a las
necesidades profundas de las comunidades campesinas, es decir, fue una
expresión cuyas características resultaban propias de la región y se
consolidaron durante la guerra de la Revolución. Asimismo, el zapatismo
no obedeció al itinerario de Madero, por el contrario, se sirvió de él; no
obedeció a la revolución de las clases trabajadoras internacionales, se
obedeció y se sirvió a sí mismo.
        Cada pueblo mantenía una Junta de Defensa que se encargaba de las
gestiones ante las autoridades; de los reclamos por el despojo de tierras,
agua y bosques que hacían los hacendados y, cuando contaban con los
medios de llevar las demandas hasta el mismo Porfirio Díaz. En no pocas
ocasiones los integrantes de esta Junta fueron acusados de diversos
delitos por los hacendados, otros eran engañados por los abogados que
huían con el dinero o que se vendían al terrateniente y jamás terminaba el
litigio. En una ocasión, en 1903, Pablo Escandón ordenó que se alzara
una cerca que convirtió 1,200 hectáreas de las tierras comunales de
Yautepec en parte de la hacienda de Atlihuayán; los pobladores
nombraron entonces a “Jovito” Serrano como su representante, quien
“[…] presentó sus quejas, primero, ante el tribunal de Yautepec, que
falló en contra […]. Apeló ante el tribunal del distrito de Cuernavaca
[…], apeló ante la Suprema Corte Federal y encabezó a una comisión de
70 yautepecanos que fue a entrevistarse con el presidente Díaz”. [16]  El
destino final de Serrano fue la deportación a Quintana Roo a un campo
de trabajos forzados donde murió en 1905.
          La historia de Serrano es la historia de miles de campesinos;
muchos fueron golpeados o asesinados por orden de los hacendados;
muchos se mantenían escondidos después de las elecciones por temor a
las represalias; muchos pueblos perdieron ganado, agua o bosques.
          El domingo 12 de septiembre de 1909 la Junta de Defensa de
Anenecuilco llamó a una reunión donde se conformó una nueva Junta
prescindida por Emiliano Zapata, Francisco Franco, José Robles,
Eduwiges Sánchez y Rafael Merino. Al terminar la elección, los viejos
entregaron a Zapata los papeles que contenían toda la historia del pueblo,
desde las mercedes y las Reales Cédulas, hasta los últimos litigios, por lo
que pronto la leva se lo llevó; no obstante, y por intervención de Ignacio
de la Torre, pudo abandonar el ejército.
          A su regreso, Zapata tomó medidas más enérgicas con relación a
los derechos comunales, la resistencia se convertía en acción. Cuando fue
con los de Anenecuilco a “El Cuajar” y encontró a los de Ayala
sembrando, hizo referencia a los lazos familiares que significaban una
misma comunidad: “—No quiero pelear con ustedes. Tenemos familias y
amigos. En los dos pueblos hay Placencias, Merinos y Salazares”.
[17] Después, Zapata hizo referencia al derecho sobre la tierra:
“Amistosamente quiero que reconozcamos lo nuestro. ¿Por qué están
aquí?”.[18]
          La tierra era la razón de ser y el sentido que nutría la vida de los
pueblos. Zapata comenzó el reparto de tierras poniendo el derecho de los
pueblos por encima de las haciendas: “En los últimos días de 1910, se
reunieron los tres pueblos[19] y Zapata fue con cada uno de ellos a
repartirles tierras, fraccionando ‘cerriles’ y planíos, entrando por las
cercas ilegítimas y derribando las mojoneras que las haciendas habían
puesto”.[20]
La revolución
El movimiento maderista fue estudiado con cuidado por los líderes
campesinos para determinar si existía coincidencia entre los intereses del
Plan de San Luis y los suyos, y los encontraron en el artículo tercero del
Plan:
Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría
indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdo de la Secretaría de Fomento,
o por fallos de los Tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus
antiguos poseedores, los terrenos de que se les despojó de un modo tan inmoral, o a sus
herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una
indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en el caso en que estos terrenos hayan
pasado a tercera persona, antes de la promulgación de este plan, los antiguos propietarios
recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo.[21]
          Cuando Madero escribió este artículo, quizás no pensó en los
campesinos del sur, de los cuales desconocía todo; sin embargo, ellos
encontraron la forma de legitimar sus demandas. Por medio del Plan,
hallaron la manera de que la tierra volviera a ser un ente legal y que su
lucha fuera una prioridad en la conformación de un nuevo gobierno,
consiguiendo así el reconocimiento de Madero a través de Pablo Torres
Burgos. Debido a esto, la resistencia de los pueblos pasó a la ofensiva:
una parte de la población tomó las armas mientras la otra se mantuvo
activa dentro de los pueblos. Estos últimos fueron reconocidos como los
“pacíficos”.
          La revolución terminó pronto, pero el gobierno provisional no
estaba dispuesto a permitir la permanencia de campesinos armados
exigiendo su tierra, ni a consentir la liquidación de la industria azucarera.
El gobierno de Francisco León de la Barra señaló entonces a los
campesinos como incultos, como ignorantes del derecho de propiedad.
          El elemento racista fue de suma importancia para conceptualizar a
las masas campesinas como una raza degenerada a la que era preciso
educar o exterminar. La clase porfirista, educada bajo los preceptos
positivistas y evolucionistas, mantenía la tesis de la existencia de
diferentes razas, algunas consideradas inferiores y otras superiores. Bajo
esta premisa, la población del sur fue juzgada como baja y corrompida;
por tanto, debía ser destruida por el bien de la Patria.
          Surgió entonces El Plan de Ayala, el cual ponía de manifiesto la
situación de los pobladores con respecto al gobierno de Madero, quien
había encabezado la revolución para después “acallar con la fuerza bruta
de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden,
solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la Revolución,
llamándoles bandidos y rebeldes, condenándolos a una guerra de
exterminio sin concederles ni otorgarles ninguna de las garantías que
prescriben la razón, la justicia y la ley”.[22]
          Con el Plan de Ayala se hizo patente que todos los integrantes de
los pueblos eran zapatistas, algunos tomaban las armas y otros, “los
pacíficos”, daban refugio, comida, reconocimiento y todo lo necesario
para la sobrevivencia de “los rebeldes”.
          El trato como bandidos y rebeldes a los habitantes se recrudeció
cuando se ordenó la suspensión de garantías, fue entonces cuando el
general Robles desató el terror: “Los pueblos fueron arrasados, los
plantíos destruidos, los labriegos obligados a refugiarse en las montañas
para huir de la furia de la soldadesca […]. Mujeres violadas, casas y
chozas en ruinas, campos asolados, racimos de hombres que pendían de
los árboles y de los postes telegráficos; eran escenas que en todas partes
se contemplaban”.[23] Así, las familias de los jefes zapatistas fueron
tomadas como rehenes y la estrategia de “tierra arrasada” [24] fue
utilizada de manera exclusiva contra los campesinos del sur.
          Las poblaciones fueron quienes sufrieron la guerra; las sesenta
casas que conformaban Nexpa fueron arrasadas por el fuego y los
habitantes obligados a concentrarse en Jojutla. Antes de la suspensión de
garantías, los pacíficos eran fusilados sólo por sospecha; después, los
cuerpos pendían de los árboles a la vera del camino. También fueron los
pacíficos con quienes los militares desquitaban su coraje, y así tras el
ataque zapatista a Jojutla, cincuenta personas fueron fusiladas en
Tlaquiltenango. Cuando Neri y Salazar abandonaron la plaza, las tropas
federales asesinaron más gente. Sin embargo, los zapatistas no pudieron
ser vencidos, y por el contrario, pronto tomaron la iniciativa. ¿Qué
sucedía? ¿Por qué las fuerzas federales no podían derrotar a los
zapatistas? Un periódico oficial, El Imparcial, respondía:
A oídos de una fuerza del Ejército llega la noticia de que tal localidad, próxima a la que se
halla, se ha presentado una gavilla de zapatistas y ejercido, según costumbre, todo género
de atentados. Pónese inmediatamente en movimiento y al llegar al punto señalado ¿qué
encuentra? Encuentra un poblado de gentes pacíficas, los mozos con la azada en la mano,
las mujeres arrodilladas ante el “metate”, las autoridades ocupadas en averiguar hacia
dónde han huido los asaltantes de las haciendas vecinas, los rostros compungidos, las
miradas asombradas. ¿Dónde están los zapatistas? ¿Quiénes son los zapatistas?… ¡Y los
zapatistas no se han movido del lugar, están ahí, son ellos![25]
         Para la tropa todo habitante era zapatista, incluyendo mujeres y
niños, todos merecían morir.
          Por otra parte, el zapatismo fue la organización profunda de las
comunidades y fue así como pudieron mantener su lucha de forma
independiente; fue así como desterraron las bases capitalistas y
proyectaron su forma de vida; y fue así como Emiliano Zapata y su
cuartel general se convirtieron en la autoridad reconocida por los
pueblos.
          En su cuartel, Zapata recibía peticiones, quejas y todo lo
relacionado con la vida de los pueblos, él escuchaba la voz propia de los
pobladores y remitía a los generales responsables de la zona las
instrucciones para su solución. Le escribía a Genovevo de la O para
indicarle que los vecinos de Meyuca pedían las tierras que los títulos
primordiales les otorgaban y que las haciendas de Tizates y Chiltepec les
habían usurpado; para pedirle que se mediara en la distribución del maíz;
para exigirle que se castigaran los abusos contra los pacíficos, y más.
          El reconocimiento a Zapata como la autoridad de los pueblos se
puede apreciar en las cartas que le enviaban: “Al dirigirme á Ud. es solo
con el excusivo objeto de pedir á Ud. justicia…”; [26] “Los que
suscribimos, indijenas labradores pobres, originarios y vesinos de la
ciudad de Tixtla de Guerrero, ante usted respetuosamente
exponemos…”;[27] “Los que suscribimos, adictos á la Revolución y
vecinos de Huazulco, nos es satisfactorio y honroso presentar á Ud.
nuestro cordial saludo…”;[28] “Muy Sr. mio dicimule Ud. mis
inpertenencias pero no puedo menos que aserlo así de dar mis quejas
aquien devo como padre que es Ud. de nosotros…”.[29]
          El cuartel general zapatista lanzó comunicados para mantener la
disciplina de las tropas en cuanto a las relaciones con los pueblos:
En las ciudades y pueblos dominados por la Revolución, irán sustituyendo á las autoridades
que no sean gratas al pueblo y proceder desde luego al nombramiento de nuevas
autoridades por elección popular […]. Para cubrir los haberes de la tropa, ó mejor dicho:
para auxiliar á las fuerzas del Ejército Libertador, se impondrán contribuciones de guerra á
los hacendados, de acuerdo con la importancia de sus propiedades […]. Para proveerse de
alimentos para la tropa y pastura para la caballada de la misma, deberán dirigirse á la
Autoridad Municipal de la localidad […]. A los pueblos en general no se les exigirán sumas
de dinero, pues sólo podrán ayudar con alimentos […]. Procurar guardar el orden más
estricto  en las poblaciones y pueblos en general […]. Lo jefes y oficiales del Ejército
Libertador, apoyarán por medio de la fuerza la posesión de terrenos, de los pueblos,
siempre que estos soliciten su intervención.[30]
          El llamado Ejército Libertador funcionaba como un cuerpo de las
comunidades, era el brazo armado de la resistencia.
          El periodo conocido como la Comuna [31] fue el momento en que
los campesinos recuperaron su estado, fue la Utopía, fue un
relampagueante acontecer del pasado, fue un respiro sobre el asfixiante
capitalismo que estrangulaba al campo. El fin de la guerra contra Huerta
permitió la reorganización de los pueblos, pues “eligieron autoridades
municipales y judiciales provisionales y expropiaron los bienes del lugar.
Inclusive se negaron a permitir que se cortara madera para durmientes de
ferrocarril y combustible, o a sacar agua para las locomotoras”. [32] Las
comisiones agrarias reconstituyeron las comunidades, se respetaron los
usos y costumbres de cada pueblo, “[…] comenzaron las cosechas, los
primeros frutos del progreso de los pueblos. Las cosechas que ahora
levantaron los campesinos ya no fueron la caña o el arroz de los
hacendados, sino los artículos alimenticios tradicionales”. [33] La forma
de vestir fue el calzón de manta, los elementos de la clase dominante
quedaron desterrados, los campesinos no tomaron ningún trofeo, sólo
deseaban restituirse para recuperar su tradición

Notas
[1] Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de Zapata, p. 15.
[2] Cf. Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 24.
[3] Cf. Jesús Sotelo Inclán, op. cit., pp. 26-29.
[4] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 29. Cursivas en el original.
[5] Ibid., p. 111.
[6] John Womack Jr., Zapata y la revolución mexicana, p. 42.
[7] La leva era un: “reclutamiento forzoso que realizaban, por lo general,
los jefes políticos de los estados, con el fin de deshacerse de criminales,
alcohólicos, vagos, tahúres y, en general, de cualquier individuo que
pudiera resultar “pernicioso” para los intereses de una región o población
dada.” Luis Ignacio Sánchez Rojas, “La educación en el ejército
porfiriano 1900-1910”, en Scielo [en línea],
<http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-
28722011000200004>. [Consulta: 19 de julio del 2019.]
[8] Adolfo Gilly, La revolución interrumpida. México, 1910-1920: una
guerra campesina por la tierra y el poder, p. 12.
[9] Idem.
[10] Patricio era hijo de Francisco Leyva, quien fuera el primer
gobernador del recién creado Estado de Morelos. Con el ascenso al poder
de Porfirio Díaz, Francisco fue destituido y el cargo lo ocupó entonces
Manuel Alarcón hasta su muerte, lo que abrió las puertas para que los
Leyva ocuparan de nueva cuenta la gubernatura.
[11] John Womack Jr., op. cit., p. 34.
[12] Horacio Crespo, “Los pueblos de Morelos. La comunidad agraria, la
desamortización liberal en Morelos y una fuente para el estudio de la
diferenciación social campesina, en Estudio sobre el zapatismo, p. 60.
[13] Peón de las haciendas de pulque: “El tlachiquero recorre la tanda de
magueyes dos veces al día. Va de maguey en maguey recolectando al
aguamiel con ayuda de un acocote, esto es, una calabaza grande,
alargada y hueca, abierta por los dos lados.” Nina HInke, “Breve léxico
del maguey”, en Ciencias [en línea],
<http://www.ejournal.unam.mx/cns/no87/CNS087000004.pdf>.
[Consulta: 17 de julio del 2019.]
[14] Ración de pulque: “En la zona pulquera se conoce otro aumento al
salario del peón tlachiquero: se llama el tlaxilole; es la ración de pulque
que, al caer de la tarde y después de cantar el “Alabado”, recibe
el tlachiquero para las necesidades de su familia, y que o lo bebe, o lo
vende, o lo va a depositar en algo que él llama un panal, en un tronco
hueco de maguey, donde sirve de semilla para una fabricación
clandestina.” Luis Cabrera, “Los fraudes del jornal”, en 500 años de
México en documentos [en línea],
<http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1912_213/Discurso_pronunci
ado_por_Luis_Cabrera_ante_la_C_ma_104.shtml>. [Consulta: 17 de
julio del 2019.]
[15] Horacio Crespo, op. cit., p. 70.
[16] John Womack Jr., op. cit., p. 49.
[17] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 138.
[18] Idem.
[19] Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec.
[20] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 142.
[21]Francisco Madero, “Plan de San Luis”, en Jurídicas UNAM [en
línea],
<https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2884/26.pdf>.
[Consulta: 17 de julio del 2019.]
[22] “El Plan de Ayala”, en Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el
agrarismo en México, p. 127.
[23] Antonio Díaz Soto y Gama, La revolución agraria del sur y
Emiliano Zapata su caudillo, imprenta y offset Policromía, México,
1960, p. 112.
[24] La estrategia consiste en destruir todo lo que le pueda ser útil al
enemigo. John Womack Jr., op. cit.
[25] Artículo de “El Imparcial”, en Gildardo Magaña, op. cit., p. 270.
[26] Documentos inéditos sobre Emiliano Zapata y el cuartel general,
seleccionados del Archivo de Genovevo de la O, que conserva el
Archivo General de la Nación, Comisión para la conmemoración del
centenario del Natalicio del General Emiliano Zapata, México, 1979, p.
4, documento 3.
[27] Ibid., p. 6, documento 5.
[28] Ibid., p. 11, documento 10.
[29] Ibid., p. 42, documento 39.
[30] Ibid., pp. 101-102, documento 99.
[31] A finales de 1914 y principios de 1915 sucedió: “[…] uno de los
episodios de mayor significación histórica, más hermosos y menos
conocidos de la revolución mexicana. Los campesinos de Morelos
aplicaron en su estado lo que ellos entendían por el Plan de Ayala. Al
aplicarlo le dieron su verdadero contenido: liquidar revolucionariamente
los latifundios. Pero como los latifundios y sus centros económicos, los
ingenios azucareros, eran la forma de existencia del capitalismo en
Morelos, liquidaron entonces los centros fundamentales del capitalismo
en la región.” Adolfo Gilly, op. cit., p. 236.
[32] John Womack Jr., op. cit., p. 221.
[33] Ibid., p. 236.

Bibliografía
 
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Zapata su caudillo, imprenta y offset Policromía, México, 1960.
Documentos inéditos sobre Emiliano Zapata y el cuartel general,
seleccionados del Archivo de Genovevo de la O que conserva el Archivo
General de la Nación Comisión para la conmemoración del centenario
del Natalicio del General Emiliano Zapata, México, 1979.
ESPEJEL López, Laura (coord.), Estudios sobre el zapatismo, Consejo
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GILLY, Adolfo, La revolución interrumpida. México, 1910-1920: una
guerra campesina por la tierra y el poder, 16ª ed., Ediciones “El
Caballito”, México, 1981.
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de Cultura Económica, México, 2012.
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WOMACK Jr., John, Zapata y la revolución mexicana, 27ª ed., trad. de
Francisco González Aramburo, Siglo XXI Editores, México, 2006.

Fuentes electrónicas
MADERO, Francisco, “Plan de San Luis”, en Jurídicas UNAM [en
línea],
<https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2884/26.pdf>.
[Consulta el: 17 de julio del 2019].

http://revistafyl.filos.unam.mx/index.php/las-comunidades/

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