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Gracia a Vosotros :: desatando la verdad de Dios, un versículo a la vez

La perspectiva del cielo sobre la persecución


Scripture: Escrituras Seleccionadas
Code: GAV-B190107

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros” (Juan 15:18).

Con esas palabras Jesús confortó a Sus discípulos. Sus seguidores no estarían solos en su
sufrimiento; ellos participarían de lo que Él ya había padecido. Es un consuelo que apunta a la
certeza de la persecución para todo el que sigue a Cristo. El Señor reconoció esa inevitabilidad solo
unos versículos después:

Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aún
viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto
porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora,
os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4)

Todos los creyentes saben, al menos en algún grado, qué es sufrir por el bien del Señor. Algunas
veces hemos sido apartados o condenados al ostracismo por nuestra fe. Algunos han perdido
relaciones, renunciado amistades y aún miembros de la familia por la causa de Cristo. Muchos
creyentes sienten la presión de mantenerse en silencio sobre el Señor y Su Palabra, a menudo con
la amenaza de perder su posición en una organización o alguna otra estructura social. Todos los
cristianos enfrentan esa clase de persecuciones alguna vez.

Pero esa es una persecución ligera comparada con lo que vemos en la Escritura, y lo que muchos
creyentes todavía sufren alrededor del mundo. Las estadísticas indican que hoy en día, cerca de
100 millones de cristianos viven bajo la amenaza constante de daño corporal y aún muerte, debido a
su fe. Por la gracia de Dios, muchos de nosotros no enfrentamos ese nivel feroz de persecución
cercana —todavía no. Sin embargo, va en aumento a medida que el mundo se vuelve cada vez más
hostil hacia la Palabra de Dios y Su gente.

Cualquiera sea el grado de persecución que usted enfrente, cómo responda será su perspectiva. Si
usted no puede ver más allá de su propio sufrimiento y temor, la persecución será un obstáculo para
su crecimiento espiritual. Pero si usted ve la persecución desde la perspectiva del cielo, va a poder
soportar, y aún crecer en medio de la misma.

Entonces, ¿cuál es la perspectiva del cielo? Como cualquier otro problema que encontremos, la
persecución es una prueba permitida por Dios para nuestro crecimiento. Y como Santiago escribe,
necesitamos:

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la
prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis
perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:2-4)
Nuestro sufrimiento no toma a Dios desprevenido. La persecución no es una indicación de que Él
perdió control o que hemos caído fuera de Su favor. Es una prueba que sirve a un propósito en Su
plan divino. Y si reaccionamos en la manera correcta, podemos esperar beneficiarnos de ella al fin
de la misma.

Esa es la promesa que Santiago hace solo unos versículos después: “Bienaventurado el varón que
soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.” (Santiago 1:12)

Pedro tocó el mismo punto con sus lectores en 1 Pedro 4:12-14.

Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa
extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo,
para que también en la revelación de su gloria os gocéis con alegría. Si sois vituperados por el
nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros.

Los lectores de Pedro estaban enfrentando verdaderamente un “fuego de prueba”. Dispersados


alrededor del Imperio Romano, vivían como extranjeros en medio de una sociedad pagana. Encima
de eso soportaban la amenaza constante de una violenta persecución, debido a que los romanos se
destacaban en inventar torturas insoportables y muertes horribles para sus enemigos. Y a pesar de
eso, Pedro los llamaba a regocijarse.

En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que
ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que
el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1:6-7)

El fruto de los sufrimientos del creyente es una fe probada. Soportar la persecución prueba la
calidad de su amor por el Señor, y nada es más valioso que una fe que ha sido probada. No solo
afirma su estatus como hijo de Dios (Romanos 8:17), también lo fortalece para conquistar el pecado
(1 Pedro 4:1).

Debido al inmenso valor de tener confianza en su salvación, usted está dispuesto a sufrir los dolores
y sufrimientos de la persecución. No trata de escaparse; usted la acepta como el terreno de prueba
pre-ordenado por Dios para su fe. Es por eso que Pedro escribe que podemos regocijarnos en
nuestras pruebas.

En otras palabras, no hay nada —no es la salud, confort, o seguridad— más valioso que la
confianza de que su fe es real. Los creyentes pueden alegremente sacrificar esas cosas porque
saben que su sufrimiento edifica su fuerza espiritual, la seguridad de su fe, y la anticipación de gloria
futura en el cielo con Cristo.

Juan registra esas palabras de Jesús, las cuales Él dijo horas antes de su muerte, que asegura la
salvación: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). La peor cosa que el mundo puede hacer es
matarnos, lo cual nos envía directamente a los brazos de Cristo y nuestro triunfo final.
Debemos esperar enfrentar varias formas de persecución en ésta vida. Y en los próximos días
vamos a considerar algunos principios bíblicos para responder a esa persecución. Pero nunca
vamos a poder soportar el peso del sufrimiento si primero no tenemos la perspectiva del cielo sobre
el —que Dios está permitiéndolo para nuestro bien.

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