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Este libro fue realizado en el marco del Proyecto “San Lorenzo, cuenta”
ejecutado por “Los Caminantes”, ue fue apoyado por el Fondo Cultural
de la Embajada Suiza en Bolivia, administrado por Solidar Suiza.
Índice
PRESENTACIÓN 9
PRÓLOGO 13
I. RETRATOS 1
A A ROBADA 1
LO Q E YO ICE POR MI Q ERIDA ROSARIO 20
REC ERDOS DE N TROPERO 23
DON SAL STRIANO R I 24
DON TOM S CARO 2
ISTORIA DE MI BISAB ELO 2
LA CREACI N DE LA COM NIDAD DE TOMATITAS 28
LA ISTORIA DEL R O C IQ ITO 30
ISTORIA DE SAN PEDRO DE LAS PE AS 30
LA I LESIA (DE CAMAR N) 33
NOC E OSC RA 3
CARRETERA FANTASMA 0
EL ERMANO RICO Y EL ERMANO POBRE 1
EL OMBRE TONTITO 2
LA BR JA 3
LA BR JA Y S CAJA MA ICA
LOS DOS AMI OS
LA LEYENDA DEL ROSQ ETE 8
III. LEYENDAS 1
EL ALMA PERDIDA 1
EL BEB EN LA Q EBRADA 3
LA ALMITA DE LA C ESTA DE SAMA
LA CASA MOC A
LA ISTORIA DE PEDRO 8
ALMA PERT RBADORA 9
EL CAMIONERO Y MAR A 81
EL C IDADOR DEL CEMENTERIO 81
EL D A DE TODOS SANTOS 82
EL MOLLE DESCANSADERO 88
EL SE OR NOC ERO Y EL CABALLERO EN
EL CABALLO BLANCO 90
EL S STO Q E ME DIO NA LECCI N 92
N ESP RIT TRANSFORMADO 93
EL JOVEN DE PATAS DE ALLO 9
EL ORRO Y LA M JER 9
LA C ESTA DEL DIABLO 9
LA PO A AS STADERA 99
MIEDO EN LA Q EBRADA 100
CALLE “LA EC ICERA” 102
LA M JER BR JA DE LA COM NIDAD 103
LAS BR JAS 10
EL CONDENADO (I) 10
[7]
LA SIRENA (II) 10
LA SIRENA DEL CAMINO VIEJO 13
LA SIRENA DEL ADALQ IVIR 14
LA SIRENA Q E LE APAREC A A N OMBRE
EN NA REPRESA 1
EL TAPA 18
EL TORO DE ORO 182
LA VI DA NE RA (I) 183
LA VI DA NE RA (II) 184
IV. FÁBULAS 18
EL C NDOR Y EL ORRO (I) 18
EL CARCANC O Y EL ORRO (I) 188
EL C NDOR Y EL ORRO (II) 191
LA Y TA Y EL ORRO 193
EL C NDOR ENAMORADO 194
EL ORRO Y LA PERDI 19
V. MITOS 199
EL J C MARI (I) 199
EL J C MARI (II) 201
EL J C MARI (III) 204
LA COQ ENA 20
EL SILBACO 20
EL SE OR POBRE Y LA COQ ENA 208
MEMORIAS 211
INSTANTÁNEAS 214
[9]
11
e en ci n
1. Siendo el patrimonio cultural inmaterial, algo vivo y cambiante, las e presiones se presen-
tan de diferentes formas. No hay mejores ni peores, verdaderas ni falsas, simplemente son
diversas.
[ 16 ]
18
presente en las historias de tradición oral en el municipio de
San Lorenzo, Provincia Eusta uio Méndez, Departamento de
Tarija, Bolivia.
emos intentado realizar esta transcripción, de lo oral a lo
escrito, de la mejor manera: conservando diversas formas de
e presión oral y modismos locales/regionales, palabras de ori-
gen uechua, o creaciones ling ísticas populares, característi-
cas de un idioma castellano criollo. Para facilitar la comprensión
del te to, están las aclaraciones al pie de página.
Presentamos al lector, unas gotas de lo mejor del imagina-
rio popular. De generación en generación, estas narraciones
fueron transmitiéndose de manera oral, al tiempo ue se enri-
uecieron con los dones creativos y espirituales de cada uién
haya contado la historia. Se presentan a uí, entonces, apenas
algunas versiones de la infinitud de formas ue las historias
fueron tomando. Nada más vivo ue la tradición oral, y este
libro, no es más ue un probatorio de su e istencia.
Ojalá sirva este trabajo, para salvaguardar el patrimonio vivo,
incentivar a los jóvenes en la tradición oral, y movilizar las volun-
tades políticas para que se declare la tradición oral narrativa aquí
presente, “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.
I. RETRATOS
A A ROBADA
Avril Aldana Avril Aldana
Recopiladora:
1 rande
2 Cocido a las brazas
20
[ 19 ]
21
pepas de durazno o uién sabe.
Ya tardecito, oscureciendo, me disponía a volver pero los
labios secos y polvorientos pedían a gritos un trago de agua.
Corriendo al púgio sin antes echarle un ojo a los animales,
me arrodillé frente suyo y clavando la cabeza le di un gran
sorbo de agua pasando por el cuello con la garganta parada
como gallina me dispuse a dar otro sorbo más cuando en ese
momento una gran e plosión salpicando de agua y enturbe-
ciendo todo vi salir del agua un hombre pelado, caminando
hacia mí. Yo de rodillas tiritando y con el corazón por saltar
del pecho eché un grito y entonces ese gran hombre empezó
a sacudirse y me di cuenta de ue era mi perro “el diablo”
ue, jugando con “corzuela” cayó al agua frente mío y con
el pelaje pegado al cuerpo me dio la silueta de un hombre.
Tran uilizándome y, no sin antes gritar y putear al perro,
corrí por mis cosas a juntar los animales e irme a casa a des-
cansar y pintarme los ojos negros con el mechero mientras
hacía la tarea.
Más tarde ya acostada durmiendo cerca de la media no-
che salté mirando de nuevo al hombre saliendo del p gio.
Sudando heladito toda la noche apenas cerraba los ojos la
imagen venía a mí. Así estuve como tres días hasta ue mi
madre me llevó a un curandero por ue recién era viernes,
día de brujos, limpias y santiguadas.
Me llevó a Calama, Tarija Cancha Norte y San Pedro.
Pero nadie daba con mi mal. Así pasaron los días y semanas
y yo con los ojos hundidos y mal dormidos no encontraba
cura ni con llamadas, limpias y refregadas. asta ue un
día de esos llegó un tatita a cambiar sal, uinua y coime por
maíz y papas. Charlando con mi papá me miró y notó mi
dolencia y dijo “esa imillita3 ta khisada 4 y grave”. Mi papá le
contó cómo me asustó el perro y él dijo “yo tengo la cura.
No la han curao por ue su asustada es de perro y agua. Y los
3 Ni a
4 Asustada, padeciendo asustadera
[ 20 ]
22
remedios ue le han dado eran o bien pa asustada de perro
o asustada de agua. Pero no las dos juntas”. Y entonces vino
hacia mí y me dijo al oído el remedio, pero ue yo no lo dijera
a nadie hasta ue me haya curado. Y así lo hice. En la noche
ya despertando de nuevo por el susto recordé el remedio del
tatita y me dirigí a la cocina, sin ue nadie me escuchara ni
sintiera, como una ladrona ocultada por la noche. Llegando
a la cocina agarré un mate, destapé el cántaro de agua del
p gio y sin pensar me tome siete tragos de agua y dando
un responso a María me fui a dormir. Desperté a la ma ana
siguiente llena de fuerzas y descansada por ue dormí como
una inocente, se borró el susto y la asustada. Y les conté a
mis papás y hermanos ue me curó el remedio del tatita, ue
me dijo al oído un día antes: “hoy en la noche como ladrona
llega a la cocina y roba agua del cántaro, toma siete tragos
reza pa la Virgen María y sin ue nadie se dé cuenta, vete a
dormir y vas ver ue el remedio es el agua robada”.
N
e 14 de noviembre, un día tan soleado, ue yo me
puse bajo la sombra de un lindo y coposo árbol. Yo la vi,
ella estaba tan bonita con un olor tan fragante pasó por
mi lado. En ese momento, me la uedé mirando cuando, a
lo lejos, la llamaron: “ Rosario Vente hijita del alma, tu ta-
[ 21 ]
23
yta esta enjermo Venite, venite ”. Ella sin pensarlo, se perdió
5
padre
[ 22 ]
24
rida Rosario. Andate bien de madrugada se me va a partir
el alma, pero buscá a tu amada”
N
d n Vidal cuenta su vida. Lo habían puesto a la escue-
la cuando tenía 11 a os. Solo le hicieron estudiar dos a os
donde aprendió a leer y a escribir. A esta edad también lo
mandaban al cerro a cuidar las chivas y tenía ue bajar con
una carga de le a para cocinar. Le hacían comida de yuyos con
un poquito de manteca y algunas arvejas.
Cuenta ue algunas veces le pillaba la lluvia y la grani-
zada junto con las ovejas y las chivas, la cual hacía ue el
reba o se esparciera. Con la tormenta se mojaba la ropa, ue
era tan solo una camisa y un pantalón ue hacía su mama
de bolsas harineras. La ropa se volvía a secar en su propio
cuerpo.
A veces, el cóndor o el zorro le uitaban alguna oveja o
cordero. El castigo era seguro. Cuando al atardecer él ba-
jaba con los animales a la casa recibía una guasqueada , le
decían ue no las cuidaba bien.
La vecina también salía con sus ovejas y se sabían juntar
las ovejas y compartían la comida. Sabían encontrarse col-
menas con miel y sacaban las abejas y se partían la miel. A
los 13 a os su mamá lo empleó a uno de sus hermanos y se
crió como empleado hasta los 1 a os.
Cuenta ue le sacaban como a las 5 de la ma ana a pastear
los bueyes en los días de siembra. El patrón tenía yuntas
mansas pero a él le daban los novillos para ue aprendiera
a amansar. Algunos patrones le daban de comer, otros le
daban migas y le trataban mal.
Y cuando tenía 18 años, comenzó a ir a algunas fiestas siem-
olpiza
[ 24 ]
26
pre con su compañera que estaba con él y eran amigos con mucha
confianza hasta llegar a ser esposos.
N
e es la historia de Don Salustriano Ruiz. Era un
hombre ue ayudaba y se preocupaba por los pobres. Era
como su defensor y vivía en la provincia Méndez.
Su manera de ayudar a los pobres era muy especial: asal-
taba, robaba y mataba. En esos tiempos e istían terrate-
nientes, hombres adinerados con mucha ri ueza. Los luga-
res ue Don Salustriano Ruiz atacaba eran: el trayecto de
San Lorenzo a los valles, Las tres aguadas y el Abra Negra.
Muchos temían pasar por ahí. Cuando la gente pasaba con
sus caballos y burros con carga, él los atacaba de sorpresa,
uitándoles el dinero, las alforjas de pan, el avío, la fruta y
papa ue traían de los valles. En caso de no uerer entregar
el dinero o sus pertenencias, él los mataba. Pero todo lo que
quitaba se lo daba a la gente pobre con el fin de ayudarlos.
Don Salustriano Ruiz era muy enemigo de Don onorio
Méndez. Ellos no se uerían, no se llevaban bien para nada.
onorio Méndez era un hombre adinerado, tenía tierras por
do uier y molinos, todo por San Pedro de las Pe as.
n día, Don Salustriano va a buscar a Don onorio
Méndez en Abra Negra ya ue sabía ue iba a salir del valle.
Lo encuentra y le sale al paso. abían caminado ese trecho
los dos a caballo conversando y molestándose ya ue ese
camino era muy angosto y solo pasaba un caballo. Don Sa-
lustriano le dice a Don onorio ue pase él primero, pero
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no uería. ste le dice al otro ue pase él, pero él tampoco
uería. Fue un momento en ue ambos insistían de igual.
asta ue Don onorio logró convencer a Don Salustriano
ue él pase primero. Fue de sorpresa ue Don onorio le da
un machetazo por la espalda a Don Salustriano y lo mata.
Carga el cuerpo en su caballo y se lo lleva a San Lorenzo.
Ahí se acaba la historia de Don Salustriano Ruiz, un
hombre temible y buscado por la justicia por asesinar y ro-
bar, ue con lo robado ayudaba a la gente pobre. Sus ene-
migos eran todos los ricos y adinerados de la región, como
Don onorio Méndez.
N
d n Tomás Caro era un médico casero y también era
partero. Vivía en la Loma de Tomatitas. Todos los vecinos
acudían a su casa para ser atendidos: algunos por lastima-
duras, otros por asustaduras y otras mujeres iban para ser
ayudadas a tener a sus bebés.
Don Tomás también iba a otras comunidades a asistir a
otras mujeres con sus partos, ya ue era una persona cono-
cida, y la mayoría de ellas le nombraban padrino de bautizo
por ue les ayudaba en los partos del ni o o la ni a.
l también conocía la nube ue traía granizo. l usaba
un cuchillo grande, casi igualito a un machete pero más grande,
y cortaba la nube para ue no caiga granizo y perjudi ue en
la agricultura.
En una ocasión le tocó curar a su nieto ue se había asus-
28
[ 27 ]
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tado en una cueva de la uebrada de Tomatitas, cuando esta-
ba cuidando las ovejas. Llegando la tarde, al recogerse a su
casa con su reba o, escuchaba ue lo llamaban de una cueva,
y entró a ver. Le seguían llamando por su nombre. Cuando
estaba dentro de la cueva de vuelta escuchó su nombre y
eran su tío y su primo muertos. Entonces salió y al día si-
guiente amaneció hinchado como una pelota.
Entonces Tomás fue a la cueva a media noche, llevó su
cuchillo grande ue clavó en la tierra diciendo “a mi nieto me
lo dejás” Y así curó a su nieto.
Don Tomás era una persona tradicionalista: sabía tocar
el erke y la caja. Era una persona ue inventaba y cantaba
coplas. Tiempo atrás, cuando había muchísimas fiestas, to-
caba en el carnaval, en San Ro ue y en La Cruz. En diferen-
tes chicherías la gente agradecida le regalaba dinero y se lo
compraban chicha, en agradecimiento por tocar sus instru-
mentos. Y los hacía bailar también…
N
i bisabuelo era un hombre campesino, muy fuerte y
sin enfermedades en todo su cuerpo por ue era muy sano.
l era un hombre de estatura normal, humilde, trabajador
y era bueno con las personas de la comunidad. l cuidaba y
mantenía a la familia unida, era muy responsable. Así era mi
bisabuelo, decía mi madre.
l vivía en la comunidad de La Victoria, casi al lado de
mi casa. Luego de un tiempo dice ue inició la guerra del
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30
Chaco con Paraguay y comenzaron a salir los militares a
reclutar hombres y jóvenes. En ese tiempo pillaron a mi bis-
abuelo para llevarlo al Chaco en donde se realizó la guerra.
Al llegar allá, los militares se dieron cuenta ue era vie-
jo y no podía ser til para disparar. Entonces los militares
le destinaron a transportar municiones y comida. Como en
ese tiempo no había carreteras ni medios de transporte, mi
bisabuelo transportaba la carga en burros. Estos se trans-
portaban entre muchas personas. Todas ellas caminaban por
donde los caminos eran muy pe ue os y peligrosos: ellos
iban y volvían para llevar más municiones. Al caminar por
los montes, se encontraban con tigres, leopardos y muchos
animales salvajes.
Cada noche, cuando dormían, encendían como seis foga-
tas para ue los animales no les hicieran da o. Ellos tenían
ue hacer le a para ue el fuego no se apagara.
Ya al terminar la guerra, él regresó a casa muy sano,
gracias a Dios. l contin o su vida a pesar de la vida muy
peligrosa ue tuvo en la guerra. l no cambió en nada su
carácter y continuó con la humildad ue lo caracterizaba,
todos los días de su vida.
N
en los a os de la guerra del Chaco muchos de los pue-
blos originarios, se asentaron en lo ue hoy conocemos como
la comunidad de Tomatitas.
[ 29 ]
31
Cuenta la historia de dos hombres ue cavaban unas zan-
jas. Con la punta de la picota de hierro, golpearon una gran
madera. No le tomaron mucha importancia ya ue pensaron
ue era una raíz o un árbol enterrado, pero como le estorba-
ba tuvieron ue desenterrarla. Al lograr retirarla del suelo
compactado, se asombraron al ver ue no era lo ue ellos se
imaginaban, sino ue era una vieja cruz de misiones “Chi-
riguanas”. Los hombres se dieron cuenta ue al estar tanto
tiempo bajo la tierra se había da ado mucho. Así ue decidie-
ron llevarla al pueblo en una pe ue a carreta jalada por un
burro. Al llegar, muchas personas se acercaron a observar y
tocar la cruz para rezarle y tener su bendición para ellos y
para sus hijos. Al acabar la tarde, fueron donde el carpintero
y le preguntaron si la podía arreglar. l dijo ue sí, y en po-
cos días la cruz estaba como nueva. La llevaron a un rincón
de la pe ue a iglesia, pero ésta siempre se caía y al momento
de caerse, moría una persona de a uel alegre pueblo.
En este pueblo vivía una persona vidente ue desde tiem-
pos inmemoriales, se sentaba fuera de su casa en una vieja
silla de madera de eucalipto. Este hombre era el ue predecía
uién iba a morir. Esto siguió pasando unos meses más y no
se volvió a caer.
Al acabar esta horrorosa guerra del Chaco, muchas per-
sonas se asentaron en este pueblo en especial los “Tomatas”
ue eran un pueblo indígena de la zona. De ahí el nombre
Tomatitas. Muchas veces, en las noches frías, se despertaba
el pueblo entero por los sonidos emitidos de unas cadenas
ue arrastraba un hombre llorando todo ensangrentado y
con muchas heridas. Muchos de los comunarios lo veían con
mucha tristeza y en algunas ocasiones los jóvenes se trata-
ban de acercar para dar de beber un poco de agua a a uel
hombre, pero al salir de sus casas, el hombre desaparecía.
Esto siguió pasando por muchos a os más hasta el día de
hoy, ue se siguen escuchando las cadenas de este hombre y
en algunas noches oscuras, en las ue no hay luna, se vuel-
ven a escuchar los estremecedores sonidos.
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LA ISTORIA DEL R O C IQ ITO
Narradora oral: Verónica Arenas Ortega
Recopilador: Guido Renan Fernández Altamirano
Profesora: Elva Arenas
N
se ora Verónica Arenas de Tarija Cancha Sud me
contó lo siguiente:
“ Se dice ue a os antes, el río chi uito era muy limpio.
Tenía mucha agua, había pescado en los pozos de agua y
también mucho cangrejo. La gente de antes cuidaba la natu-
raleza y no había contaminación. Las personas cada vez iban
a pescar y era muy bonito. Pero con el tiempo fue cambiando
y empezaron a desaparecer los peces ue habitaban en el río
chi uito. Se fue secando el agua por ue no hay muchas llu-
vias como antes. Cambió el tiempo y empezó a e istir más
contaminación. Antes las personas no usaban bolsas plás-
ticas y después aparecieron las bolsas plásticas y empezó
a contaminarse, el río chi uito. Se secó el agua y desapa-
recieron los cangrejos. El río se lleno de bolsas plásticas y
también el agua esta contaminada.
N
Apariciones de San Pedro
c n n mis abuelos ue hace muchos a os atrás,
[ 31 ]
33
en la comunidad apareció una imagen de San Pedro en un
lugar ue se llama “Es uina los loros–Monte negro”. La
imagen estaba en una piedra ue tenía la forma de una urna.
Las personas ue la encontraron decidieron llevarla donde
se encontraba ya la iglesia, más abajo frente a la plaza. Lue-
go ue la dejan en la iglesia, al otro día no estaba ahí. De
nuevo la hallaban en la piedra en el mismo lugar ue el día
anterior, y otra vez la llevaron a la iglesia. Y de nuevo desa-
parecía… y otra y otra vez… la llevaron a la iglesia de nuevo
y desaparecía otra y otra vez...
Los comunarios decidieron, para ue no vuelva a la pie-
dra, romper un pedazo de la piedra con una dinamita donde
dejan la piedra kajsa7. Pensaron ue haciendo esto se ueda-
ría San Pedro en la iglesia. Pero al contrario otra vez desa-
pareció de la piedra y de la iglesia, esta vez sin vuelta por ue
ya no fue a la piedra, simplemente desapareció.
n día una tropera encontró un hombrecito viejito su-
biendo por un camino estrecho hacia la pe a. l llevaba unas
llaves en la mano, entonces la tropera le pregunta “ ué se
llama usted y dónde va ”. El dijo “yo soy Pedro y me voy
allá, a la pe a a vivir” y siguió caminando. Cuando la tro-
pera se dio cuenta, Pedro había desaparecido del lugar. Ella
bajo y contó lo sucedido a los comunarios.
Pasó el tiempo y una víspera del 29 de junio encontraron
a un hombre desconocido llegando a la iglesia. Era un hom-
brecito humilde y de barba. Cuando una tropera ue estaba
por ahí le preguntó, antes de llegar a la iglesia, “ dónde se
va ”. l dijo: “estoy viniendo a mi fiesta”. Ella preguntó “ y
dónde vive y él dijo “allá en la pe a más alta y colorada”.
Sin decir más otra vez desapareció.
Esta noticia de nuevo despertó la curiosidad de las perso-
nas del lugar. De lo ue volvió la imagen a la iglesia, volvie-
ron a festejar la fiesta, con misas y rezos.
Partido, partida
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34
La fiesta de San Pedro
La fiesta de San Pedro se realiza el 29 de junio de to-
dos los a os. Se realiza con cambio de alférez por medio del
true ue.
El true ue consiste en un cántaro de chicha, una canasta
con tortas, un gallo ticanchau8 o enflorado, una botella de
ca azo, una caldera de canelado9 y también hacen un amarro
con muchas cosas. Esto lo realizan en un poncho o en un pu-
llo10 donde van productos ue se producen en la comunidad
y un pedazo de carne.
También se prepara tikas (pe ue as ofrendas para los
ayudantes), se prepara una cena o almuerzo para todos los
devotos y visitantes. Se realizan carreras de caballos, cuar-
teadas a caballo y mano, gallo enterrado11 para la corcova.
A os antes, habían muchos devotos ue llegaban de mu-
chos lugares por la fe ue les movía. Al ver todo esto, los co-
munarios se arrepentían de no haber construido un templo
en el lugar del hallazgo.
n tiempo atrás, esta fiesta estaba dejada. oy en día
se retomó con mucha devoción, por ue seg n la fe, es un
patrón milagroso: cura los enfermos y aparece su imagen a
las personas. A su honor, va esta tonada de San Pedro de las
Pe as, ue cantaban los abuelos:
todos. n participante debe apro imarse, con los ojos vendados, y golpearlo
con un palo en la cabeza.
[ 33 ]
35
Un corregimiento en Sacuyo En la plaza de San Pedro
Y otro en San Pedro No venden vino
Un corregimiento en Sacuyo En la plaza de San Pedro
Y otro en San Pedro No venden vino
Aquí no hay cura ni alcalde Con su agüita de saitilla1
Casan devalde Dejan temblando
Aquí no hay cura ni alcalde Con su agüita de saitilla
Casan devalde Dejan temblando
Casan devalde Dejan temblando
Casan devalde Dejan temblando
N
ce muchísimos a os en la comunidad de Camarón,
antes ue e istieran las escuelas, e istía una casa enorme
ue vivía una familia muy unida. Pero un día inesperado,
en una noche fría y oscura de julio, cuando toda la familia
dormía, la casa comenzó a uemarse y en esa noche acabó
con toda la familia. Pasó un tiempo y la casa fue derrumba-
da. Allí se creó la primera iglesia en honor a la familia ue
murió esa noche. Ahí hacían misas, fiestas tradicionales y
adoraciones.
La encargada de la iglesia era una se ora de la comunidad
ue vivía al lado de la iglesia: era muy religiosa y due a del
divino ni o Jes s. Se acercaba el 2 de diciembre y hacían
adoraciones en honor al divino ni o Jes s. n 24 de diciem-
bre por la noche, la se ora fue a abrir la iglesia y se encontró
con una ni a ue estaba muerta. La se ora se asustó mucho
[ 34 ]
36
al punto ue estaba volviéndose loca. Pasó una semana y la
se ora murió. Los comunarios decidieron hacer el entierro,
ya ue ella no tenía familiares y decidieron enterrarla en la
puerta de la iglesia, como un símbolo al divino ni o Jes s y
a la Iglesia.
Pasó un tiempo y las personas ue vivían cerca comenta-
ban ue se escuchaban gritos muy aterradores de personas,
también se escuchaban ruidos dentro de la iglesia. Cada vez
ue la gente pasaba cerca de la iglesia se asustaba y cuando
celebraban misas, las velas se apagaban y empezaba a correr
un viento lento y bien frio. Fue así ue los comunarios deci-
dieron hacer traer a un cura para bendecir dentro y fuera de
la iglesia. Después de eso ya no se escucharon muchas cosas.
En esos tiempos las mujeres tenían muchos hijos y al-
gunos morían por no ser atendidos. Para poder llegar hasta
un hospital tardaban mucho por ue antes las personas se
movilizaban en burros, caballos y otros a pie, por lo cual
tardaban días, a veces semanas. Así fue ue los comunarios
decidieron construir una posta cerca de la iglesia para aten-
der a las mujeres de parto. abía una sola partera. Los co-
munarios cuentan ue iban hasta mujeres al día a hacerse
atender. Como era una sola partera, tardaba mucho y no le
daba tiempo de atender a todas, por lo cual algunas mujeres
morían al dar a luz a sus hijos y otras antes de dar a luz;
algunos ni os nacían muy pálidos y morían, y todas esas
personas eran enterradas ahí cerca de la iglesia.
Pasaron días, meses, y a os. Los comunarios seguían es-
cuchando ruidos, gritos de se oras, de ni os Iban a ver
ué pasaba y no encontraban nada. Las personas ue escu-
chaban eso no podían dormir: les atacaban las pesadillas o
tenían sue os muy aterradores.
Pasó un largo tiempo y la posta dejó de funcionar por
motivo del miedo a los ruidos y las cosas ue pasaban allí.
Con el tiempo construyeron una simple escuela donde solo
podían estudiar los hombrecitos. Las mujercitas se ueda-
ban en sus casas y decían: “la mujer pa la casa y el hombre
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37
para el estudio”. Como no había escuelas en otras comunida-
des, iban ni os de diferentes sectores como Cerro Redondo,
Melón Pujio, Jarcacancha, Lluscani, Campanario y otros. Se
les hacía muy difícil llegar a hora por ue vivían muy lejos:
algunos caminaban hasta horas para poder llegar. Deci-
dieron usar la posta para ayudar a los ni os de lejos y ue
allí durmieran.
Los ni os comentaban ue les asustaban los gritos de
se oras, de bebés algunos dicen ue cuando no hay nadie
en la escuela, por la noche se escuchan ruidos de personas
caminando por el patio y otros ven sombras ue pasan hacia
la iglesia. Los profesores no creían hasta ue un día un pro-
fesor se uedó para ver ué era lo ue tanto asustaba a los
ni os. n 20 de septiembre, en una noche fría y oscura, el
profesor se uedó en la escuela. Estaba con un gran miedo
ya casi eran las 11 de la noche cuando sintió el viento se
vio una sombra blanca ue pasó hacia la iglesia. Se uedó
mudo con el miedo y uiso salir de ahí pero la puerta se
cerró y alguien o algo no le dejaba abrir. Siguió intentando
hasta ue logró abrir, salió corriendo y fue donde los ni os
ue estaban durmiendo tran uilos. El profesor muy asusta-
do se uedó ahí. Por la ma ana contó a uno de los comuna-
rios lo ue había pasado, pero no dijeron nada.
Pasados unos a os, construyeron una escuela nueva y un
internado, pero se siguen escuchando estas cosas. Se dice
ue son almas perdidas ue buscan la salvación, también se
dice ue los ni os ue murieron ahí son duendes. Algunas
personas comentan ue sus hijos juegan con los duendes
por ue éstos se les presentan en forma humana. La iglesia
sigue funcionando hasta el momento y se siguen escuchando
todas esas cosas horrorosas en ese lugar.
[ 36 ]
38
NOC E OSC RA
Narradora Oral: Yolanda Ríos
Recopiladora: Karen Villa
Profesora: Marcelina Castillo
N
n noche muy oscura y fría, caminaba yo solo. Debía
llegar a casa de mi abuelito ue vivía solo por ue se había
uedado viudo, y sus hijos se fueron de la casa, incluyendo
mi padre. Ellos dos no se hablaban por algo ue mi padre
nunca me dijo. En el trayecto del camino había un molle muy
viejo y grande, en el ue se dice se había suicidado una mujer
ue estaba embarazada. Sentí mucho miedo, por ue al pasar
me tocaron mi hombro, di la vuelta, pero no vi a nadie. No
le di importancia y proseguí. Llegué a casa de mi abuelito,
platicamos, estuvimos mucho tiempo conversando, pero me
dijo ue ya era hora de regresar, entonces me despedí y salí.
Se me estremeció el cuerpo con tan solo pensar ue debía
volver a pasar por ahí, pero seguí. Llegué al lugar, pero esta
vez alguien me habló. La voz de una dama dijo mi nombre
giré hacia la iz uierda y allí estaba ella colgada del cuello
con una cuerda muy gruesa. Su aspecto era horrible, tenía
toda la cara desarmándose. De pronto, comenzó a llegar un
olor horrible hacia mí. Ella cayó al suelo y caminó dirigién-
dose al sitio donde me encontraba yo. Empecé a correr y
ella gritaba como si estuviera sufriendo. Tenía una voz muy
gruesa y tenebrosa, me dijo ue ella ya cumplió con adver-
tirme pero no entendí a ué se refería y le pregunté: “ ue
me uiere decir con eso ”. Estaba temblando de miedo. Lo
ue me dijo fue ue yo lo comprenderé y desapareció.
Yo tenía un presentimiento, algo me hizo ue volviera
a casa de mi abuelito fue la noche más fea de mi vida. Lo
encontré colgado de la viga del techo de su cuarto. l había
dejado una nota dirigida hacia mí ue decía: “ perdóname
[ 37 ]
39
hijo mío por no haberte dicho nunca la verdad y la verdad
es ue esa mujer ue se suicidó es tu madre. Yo fui uien la
impulsó a hacer eso, perdóname hijo mío ”
[ 39 ]
41
II. C ENTOS
FOL L RICOS
N
n día Pedro rdimal estaba en busca de trabajo, don-
de se encontró con el diablo y le dijo ue si le pudiese dar un
trabajo y el diablo le respondió diciendo: “bueno ma ana me
vas a primera hora”.
Pedro regresó al día siguiente. El diablo le dio herra-
mientas para ue fuera a trabajar y le dijo:
- Tomá el arado y una yunta y me vas a arar; vas y vuel-
ves por el mismo surco pero avanzando –
Resulta ue se hizo tarde y no avanzó. El diablo fue a las
4 de la tarde a ver el trabajo y al ver ue no había avance le
dijo:
- Pedro, ué pasó - Y Pedro le respondió:
- Si usted me dijo ue vaya y vuelva por el mismo surco
uién tiene la culpa
Después al día siguiente le ordenó ue fuera a cantear la
chacra y ue dejara raso, pero dejando las plantas de utili-
dad. Y Pedro le dijo: “bueno patrón”.
Pedro fue a la chacra, agarró el machete y empezó a tra-
bajar sacando todas las plantas, tanto de utilidad como las
demás, dejando raso el terreno.
Al promediar las 4 pm, el diablo regresó a ver el trabajo
y se encontró con su chacra toda rasa y le dijo:
42
[ 41 ]
43
- Qué pasó Pedro Por ué sacaste todas las plantas de
utilidad
Y Pedro respondió diciendo:
- Quién tiene la culpa si usted me dijo ue dejara raso
todo
El diablo muy enojado le dijo:
- Ya jodiste mi chacra más, mejor tomá tu plata y te vas.
N
Í una vez un sonso gangoso12, muy cojudo13 ue
tenía su mujer y no le gustaba trabajar. Ella le mandaba a
trabajar y él decía: “Cuando Dios uiere dar, por la puerta
hay dentrar”14 . Cada vez ue su mujer le mandaba a trabajar
para mantener a las guaguas, él decía lo mismo.
n día de esos, un arriero pasaba por la casa del sonso,
con un cargamento de mulas cargadas de plata y oro. Como
en a uellos tiempos no había vehículos, cargaban las cosas
en mulas. Para la suerte del sonso, una mula se escapó y en-
tró a la casa del sonso: esa mula estaba cargada de oro.
El sonso y su mujer descargaron la mula, luego guar-
daron la plata contentos; pero al mismo tiempo la mujer se
encontraba preocupada, por ue sabía ue su marido cuando
1 embriagara
1 E presión oral para “boca”
1 Recipiente elaborado del fruto del porongo, ue al cortarlo forma un de vaso ovalado
18 pu ado
19 E presion oral similar a “caray”
20 Sido
21 tonto
[ 43 ]
45
EL C RA
Narrador oral: Demetrio Abán
Recopilador: Cristian Abán Zenteno
Profesora: Heidy Perales
N
Í una vez, un padre ue llevó a su hija a la iglesia
y el cura se enamoró de ella y le preguntó:
- Cómo se llama tu hija
- Se llama María
- Sabe confesarse
El padre de la ni a le dijo:
- La traeré un día de estos.- El padre de María, se dio
cuenta ue el cura se había enamorado de su hija. El cura le
dijo ue la trajera para confesarla a las seis de la tarde y el
padre de María, en vez de llevar a su hija, llevó una burra
arisca y le dijo al cura: “he traído a mi hija”. El cura le dijo
ue la metiera en la sacristilla22 y él acabando la misa, la con-
fesaría. Al finalizar la misa, el cura se dirige a la sacristillas
y le decía “María”, y no contestaba. Luego la burra le dice
“jiaujijau” y como estaba oscuro y no se veía casi nada, la bu-
rra le pateaba. El cura decía: “basta María, basta María”
El padre de María llevó a la burra para darle una lección al
cura.
22 confesionario
[ 44 ]
46
EL ROTO Q E EN A AL DIABLO
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta
23 Sembrado de choclos
24 Plantacion de choclo
[ 45 ]
47
El diablo, confundido por ue todas las personas pedían
a os para gozar de sus ri uezas, le dijo:
- Estás seguro ue hoy
- No, mejor ma ana – respondió él. Entonces el diablo es-
cribió “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana” y firmaron el
contrato. El diablo desapareció y el joven siguió su camino.
Al regresar, notó ue el maíz estaba hecho de oro.
Al día siguiente el diablo vino por lo ue era suyo por
derecho. El joven enojado dijo:
- Diablo est pido, acaso no sabes leer - El diablo sacó
el contrato y vio “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana”.
Dándose cuenta del enga o, se fue maldiciendo.
N
c en n ue el “chueco” Anastasio fue a casa de su
novia la “tuerta” Cecilia a proponerle matrimonio. Ella acep-
ta, pero con la condición de ue vaya al cementerio a hacerse
el muerto.
El “sordo” Alfredo, también interesado en la “tuerta” Ce-
cilia, va a pedirle matrimonio y ella también le acepta, pero
con la condición ue vaya a velar un muerto al cemente-
rio. l aceptó y llevó todo lo necesario: velas, coca, cigarros
y trago. Llegó donde estaba el muerto y prendió las velas,
rezó, se santiguó, co ueó (y tomaba trago para no asustar-
se).
[ 46 ]
48
El “senka2 ” Pancrasio también va a pedirle matrimonio a
la “tuerta” Cecilia. Ella le acepta pero con la condición: ue
se vista de diablo y ue vaya al cementerio a llevar un jinau2
y él acepta.
El sordo Alfredo ve llegar al diablo y grita:
- Ay ermanito, el diablo está a uí - El jinau (chue-
co Anastasio), se levanta botando las sábanas y grita: “ anta
che ” y sale corriendo. El sordo Alfredo se asusta de ver
al diablo y el jinau condenarse2 , y sale huyendo. El diablo
(senka Pancracio) se asusta del condenau28 y huye por el otro
e tremo del cementerio.
Con tremendo susto, los pretendientes renunciaron al matri-
monio con la “tuerta” Cecilia.
EL C IQ IL N Y EL REY
Narrador Oral:Gregorio Tarifa P
Recopilador: Yeison Brayan Tarifa Calizaya
Profesora: Roxana Tarifa
N
Í una vez, tres hermanos ue buscaban trabajo.
Primero, el más mayor, fue a buscar trabajo donde el rey. ste
encontró trabajo: el rey lo mandó a cargar le a en una mula,
pero él no pudo realizar este trabajo. El rey se molestó y lo
mató: lo sacó la lonja y lo puso a secar.
Al ver ue su hermano mayor no volvía, fue el otro her-
mano a buscar trabajo. También encontró trabajo donde el
2 Apodo
2 E presión oral para “finado”: difunto
2 Levantarse de su tumba
28 E presión oral para “condenado”: muerto ue se levanta de la tumba
[ 47 ]
49
mismo rey: el rey mandó a este a yuntiar , pero tampoco
29
N
Í una vez, un hombre ue vivía en el campo solo
con su perrito. Su casa era la más alejada del lugar. Al caer
la noche, el hombre se fue a su cama y como siempre, dejó a
su perrito afuera. Cuando el hombre estaba por dormirse, el
perro empezó a ladrar sin parar y el hombre salió a ver, pero
no había nadie.
- Perro mentiroso – le decía
Los días pasaban y el perro seguía haciendo lo mismo
n día fue a visitar a una mujer mayor de su comunidad
y ésta le dijo ue se pusiera las laga as del perro en sus ojos.
l le hizo caso y al amanecer del día siguiente, el hombre
uitó las laga as al perro con agua y se las puso él. En la no-
che, al ladrar el perro, salió afuera y vio como unos hombres
vestidos de negro con caballos, venían hacia él. Corrió sin
parar pero fue en vano lo alcanzaron y se lo llevaron.
N
e i Í n dos hermanos Juan y Víctor. Ambos tenían
su familia e hijos. Juan tenía todo el dinero del mundo para
[ 50 ]
52
satisfacer sus necesidades, pero a n así era ambicioso y en-
vidioso
Envidiaba mucho a su hermano Víctor, aun ue éste era
muy pero muy pobre y en muchas ocasiones no tenía para dar-
les de comer a su esposa e hijos.
Todas las noches salía a buscar culimas33 del campo. Ca-
minaba por caminos muy e tra os donde no había se as de
ue las personas transitaran por ahí.
na noche, cuando ya era de madrugada, intentaba
arrancarlas pero éstas estaban muy duras. De pronto escu-
cha un ruido e tra o, ue se acercaba cada vez más y pudo
notar ue era el ruido de un caballo trotando. Se acercaba
más y más. Lleno de pánico, Víctor no sabía ué hacer ni para
dónde correr. Se uedó ahí a esperar y enfrentar fuese lo ue
fuese. De pronto vio acercase de entre los cerros, un caballo
blanco, enorme con algo ue lo montaba. Mientras más se
acercaba, vio ue era un hombre muy e tra o, fuera de lo
normal. Vestía un poncho negro, un sombrero y llevaba un
chicote34 largo y muy grueso.
- Qué haces a uí - le dijo el e tra o con voz de enojado.
- Buenas noches se or, es ue yo soy muy pobre y salgo
a buscar algo para poder llevarles de comer a mis hijos y
esposa - contestó Víctor.
- Así ue eres pobre, - dijo el e tra o - Ven conmigo ten-
go trabajo en mi casa, debes voltear montes en tres días y
cuando termines te pagaré y te podrás ir.
Víctor aceptó y fue con el e tra o. Llegaron a la casa.
Era enorme, como un palacio, pero muy e tra o, con escul-
turas de serpientes gigantes, ue te arrasaban el cuerpo con
solo mirarte. El e tra o llevó a Víctor al monte y le dio un
hacha para ue comenzara su trabajo.
33 raíces comestibles
34 cuero trenzado para arrear animales
[ 51 ]
53
na vez terminada su obligación, fue a la casa del patrón:
- Ya terminé mi trabajo, - le dijo
- Y volteaste todos los montes - dijo el patrón
- Sí – respondió Víctor
- Entonces ve a ese cuarto y adentro verás ue en un rin-
cón hay un murro35 de oro, y en el otro rincón otro murro de
carbón. Toma esta bolsa, ve y llénala de todo el carbón ue
puedas llevar. Toma estos porotos, cuando llegues a tu casa,
los tiras en la pampa y en la ma ana verás tu pampa llena
de ganado. Y no vuelvas a salir de noche, el día es para las
personas y la noche es para el diablo.
Víctor obedeció: entró en el cuarto y vio en una es uina
un morro de oro ue brillaba cual rayo de sol, en la otra
es uina el carbón. Se acercó y llenó su bolsa de lo ue más
pudo, se la hecho a la espalda y se fue. Mientras iba camino
a su casa, sentía ue su bolsa le pesaba cada vez más. Con la
in uietud, la bajó de la espalda y la abrió para ver por ué
pesaba tanto: el carbón se estaba convirtiendo en oro. To-
davía había se as de carbón. Con una sonrisa cerró la bolsa
y continuó su camino, pero la bolsa pesaba cada vez más,
hasta ue llegó a una parte ue no daba más. Bajó la bolsa al
suelo y empezó a cavar un pozo. Vació la bolsa en el pozo, lo
tapó y contin o su camino a casa.
-Aylin ven conmigo, - le dijo Víctor
- Qué pasa dónde has estado Pensé ue algo malo te
había pasado.
- Esa noche ue fui a buscar culimas, me apareció un
hombre muy e tra o, me llevó a su casa y me pagó con car-
bón. Mientras venía por el camino, el carbón se convirtió en
oro Lo dejé enterrado por ue pesaba demasiado. También
me dio estos porotos y dijo ue los tirara en la pampa. - dijo
Víctor.
3 mucho
[ 52 ]
54
- Qué – respondió Aylin. No lo podía creer, creía ue
Víctor estaba loco. Algo le había pasado en esos días ue
despareció. Para ue no la siguiera fastidiando, fue con él
al lugar donde estaba enterrado el carbón. Sacaron la bolsa
del pozo y el carbón ya estaba completamente convertido en
oro. Aylin miró a Víctor y sonrió con una sonrisa infinita.
Se sacó la chomba y la llenó de oro. La otra mitad la llevó
Víctor en la bolsa y fueron a su casa. Al llegar colocaron el
oro en cántaros3 . Cuando ya estaba por atardecer, antes de
irse a la cama, Víctor tiró los porotos a la pampa y se fue a
dormir con mucho entusiasmo por saber lo ue pasaría al
otro día.
Al día siguiente, muy temprano se levantó y vio la pampa
completamente cubierta de ganado de todo tipo. A Víctor no
le cabía la felicidad ue sentía. Juan fue a visitarle un día y
sorprendido por todo lo ue tenía su hermano y había hecho
aparecer de un día para el otro.
- Víctor, cómo conseguiste todo este ganado y dinero
Víctor no uiso decir nada y no lo hizo. Juan, con la tre-
menda envidia ue lo dominaba, un fin de semana hizo chi-
cha3 y un gran almuerzo. Invitó a Víctor y le dio de beber
hasta hacerlo uedar fuera de sí. Juan nuevamente le pre-
guntó de dónde había sacado todo lo ue tenía. Víctor, como
estaba ebrio, confesó todo. Al día siguiente, cuando ya era de
madrugada, Juan salió de su casa y fue al mismo lugar ue
le había indicado Víctor. izo todo lo ue hizo su hermano.
Estaba vestido con ropa vieja ue tenía y le había ensucia-
do a propósito con tierra para parecer un verdadero pobre.
Estaba esperando ue el hombre apareciera y sí de pronto
escuchó un ruido e tra o. Juan ya sabía ue le esperaba, y lo
esperaba con ansias y con toda la mala intención ue tenía.
3 ollas de barro
3 bebida alcohólica (com nmente de maíz) de preparación casera
[ 53 ]
55
Vio ue se acercaba un enorme caballo blanco montado por
un hombre ue le dijo:
- Qué haces a uí
- Es ue soy muy pobre y no tengo ué dar de comer a
mi familia. Y por eso salgo todas la noches a juntar culimas,
para poder darles de comer. - Dijo en voz baja a punto de
llorar. Pero claro, todo era actuación.
- Ven conmigo, tengo trabajo. Trabajarás tres días vol-
teando arboles y te pagaré.
Juan aceptó el trabajo con mucho gusto. Se fue con el e -
tra o, llegaron a la casa, un enorme palacio con esculturas
de serpientes en los pasillos. De inmediato le mandó a Juan a
trocear los montes. Pero no fue solo, le acompa ó una perra
negra, para ue lo vigilara. Pasaron dos días y Juan ya iba
terminando de trocear los montes.
- n día más y ya termino, tendré mucho oro y ganado,
- dijo con voz de maldad y ambición.
Dejó todo allí y se fue a dormir a la casa del patrón. Al
día siguiente regresó y todos los montes troceados estaba
parados. Juan muy sorprendido y lleno de dudas volvió a
trocear los montes, no le quedaba de otra. Ese mismo día ter-
minó de trocear lo ue ya había troceado antes, y un poco
más. Luego del atardecer, se fue a dormir. Al otro día volvió
al trabajo y los montes troceados estaban nuevamente para-
dos. Juan esta vez estaba muy asustado. No sabía ué hacer,
entonces la perra le dijo ue antes de irse a dormir debía
dejar orinado, para ue los montes no se parasen y dijo “mi
papá te va comer, sino terminas de trocear los montes ma-
ana”. Juan hizo caso a lo ue le dijo la perra negra. Resulta
ue era la hija del diablo y así funcionó y no se levantaron
los montes. La perra había traicionado a su padre por ue
la intención del diablo era comer a Juan por ue sabía de su
mala intención, y ue era envidioso y mala persona. Por eso
quería darle una lección…
[ 54 ]
56
EL PASTOR Y LA VIR EN
Narradora oral: Alejandra Tárraga Castillo
Recopiladora: Lurdes Aguilera Gutiérrez
Profesora: Claudia Quiñones
N
Í una vez un pastor ue tenía ovejas. n día de
esos, se perdió una de sus ovejas y fue a buscarla, pero no
la encontró y se le hizo tarde. Mientras estaba caminando,
encontró una casa vieja con un horno, entonces, el pastor
entró dentro del horno para dormirse. Cuando despertó, vio
un hombre con asta acercándose y salió de un salto de donde
estaba y se fue rumbo a su casa.
Cuando estuvo muy lejos, otra vez vio al hombre per-
siguiéndole y el pastor se apuraba. De repente vio una luz
blanca de una casita, entonces el pastor llegó hasta ese lugar.
Salió una mujer llena de belleza y muy amable, ue era la
virgen. Le dijo al pastor: “ese hombre ue te persigue es el
diablo. Yo te daré este peine, espejo y esta agua bendita la
tiras al piso para ue no te persiga”. Y el pastor obedeció y
se fue miró atrás y la casita desapareció.
Después de un rato, el pastor vio otra vez al hombre ue
lo perseguía. El pastor agarró el peine y lo tiró al suelo
y se convirtió en espinas. racias a esto el hombre no pudo
pasar por ue se espinaba. El pastor seguía su camino y de
repente volvió a aparecer el hombre. El pastor agarró el es-
pejo y lo tiró al suelo y éste se convirtió en muchos espejos.
El hombre se avergonzaba de ver su cara horrible, no sabía
dónde meterse. El pastor siguió su camino y de un rato vio
aparecer al hombre nuevamente. Agarró el agua bendita, la
roció por el suelo y se convirtió en un río inmenso. racias
a eso, el pastor pudo llegar a su casa.
[ 55 ]
57
EL M S ALL
Narradora oral: Victoria Valdez Velasquez
Recopiladora: Sandra Celina Obando Valdez
Profesora: Elva Arenas
N
Í una vez una pareja de esposos, Juan y María,
ue vivían en el campo.
Ya se estaba acercando el día de los difuntos y María ue-
ría hacer algo para esperar a las almitas pero Juan no uería
por ue él no creía en las almas.
El día de Todos Santos María se levantó temprano y fue a
buscar le a y se puso a hacer chicha, pan y comida. Preparó
todo para esperar a las almas. Pero Juan, muy molesto, le
dijo a María ue ella solo hizo eso para dar de comer a sus
machos y se fue de la casa a caminar. Se hizo de noche y él
ya estaba cansado. Se echó para poder descansar y de pronto
escuchaba charlar a la gente. Cada vez se acercaban más y
decían “vamos a comer a mi casa y después vamos a la tuya”.
Juan se decía “carajo mierda ya vienen por ahí sus machos”. l
esperó ue la gente pasara y fue por atrás. Ellos llegaron a su
casa y empezaron a tomar la chicha y se invitaban entre ellos,
comieron todo lo ue María puso en la mesa. Después, una
de las almitas dijo: ya terminamos todo a uí, ahora vamos
a mi casa. Todos se fueron y Juan muy molesto fue a ver a
María a su cuarto y le dijo: “ carajo, mierda ya nos has dado
de comer a tus machos y no me has dejado nada para ue yo
coma”. Pero María estaba echada en su cama con sus hijos.
Después ella se levantó, fueron a ver la mesa y todo esta-
ba intacto como ella lo había dejado. En ese momento Juan
muy arrepentido le pidió perdón a María y desde ese día
empezó a creer en las almitas.
En el siguiente a o, los dos prepararon todo para esperar
a las almitas.
58
[ 57 ]
59
LA FLOR DE LIROLAY
Narradora oral: Juliana Villa Villa
Recopiladora: Delinda Martha Rodríguez Caihuara
Profesor: Nils Alarcón
N
e dice ue una vez, en una de las comunidades de la
provincia de Méndez, e istía una familia de muy pocos re-
cursos económicos: una madre ue tenía tres hijos. Eran
huérfanos de padre, por lo ue la madre los tuvo ue criar
sola desde temprana edad. no de los tres hermanos, el me-
nor, por desgracia era discapacitado de una pierna (la pierna
derecha), ue se había fracturado al caer por estar jugando
en un árbol. Los doctores dijeron ue no había cura para su
hijo, pero la madre no tomó en cuenta lo ue los doctores le
dijeron.
Siguieron sus vidas como si nada, sólo ue el menor de
los hermanos, por la discapacidad de su pierna, caminaba un
poco chueco, pero no le impedía caminar. Era el hijo más
uerido, el consentido. Sus dos hermanos mayores le guar-
daban un inmenso rencor: lo odiaban. Estaban muy cansa-
dos por ue la madre le ponía toda la atención, debido a ue
los mayores ya tenían la suficiente edad para madurar, bus-
car trabajo y así tener sus propias familias.
n día, como todos los días de la semana, la madre baja
hacia el río en busca del lí uido vitalicio (el agua). Ya con el
agua, tenía ue saltar un charco y no pudo: cayó de espaldas
hacia el charco y se lastimó la espalda. Era una mujer de
avanzada edad y no se podía mover. Sus hijos se e tra aron
ante la ausencia de su madre y decidieron ir a buscarla, pero
no la encontraron. Mientras ella gritaba: “ Au ilio, Au i-
lio ”.
El menor de los hermanos la encontró, pero como ésta no
se podía mover no la pudo ayudar. Vio conveniente llamar
[ 58 ]
60
a sus hermanos, para ue ayudaran a la madre. Después de
ue sus hijos mayores la llevaron a la casa, pasó un buen rato
y los mayores decidieron ir en busca de un médico casero.
Lo encontraron y le pidieron ue fuera a su casa para ue cu-
rara a su madre, a lo ue el médico casero respondió: “tengo
una agenda muy ocupada, pero tratándose del caso de una
conocida, haré lo posible por estar en su casa ma ana”. El
hijo mayor al escucharlo le dijo: “bueno, sin más ue decir,
nos retiramos y lo esperamos ma ana. asta luego”. Y se
fueron a su casa.
Al día siguiente, mientras el médico se dirigía a la casa,
en el camino se encontró con el menor de los hermanos,
ue también se dirigía hacia su casa y se fueron charlando.
Mientras caminaban el menor le contaba ue era desprecia-
do por sus hermanos mayores, ue no lo uerían, por lo ue
el médico le pidió paciencia, ya ue pronto conocería la gloria
de Dios.
Ya habiendo llegado a la casa, el médico revisó a la madre
para verificar ué era lo ue tenía, por ue se veía muy mal.
Pasando un buen rato, salió y comunicó a sus hijos ue ne-
cesitaría unas pócimas de plantas, para ue su madre se pu-
siera bien. Los hijos muy curiosos le preguntaron ué tenían
ue hacer. El médico les dijo ue consiguieran una flor, ue
no es com n de encontrar, “la flor de Lirolay” infaltable
para ue hiciera una poción de hierbas. Tenían ue buscarla
en los cerros, ya ue era el nico lugar donde podían conse-
guirla. En esos cerros altos había un viento frío y aterrador.
Después de lo dicho, el médico casero se fue y los tres
hermanos salieron decididos en busca de la flor. Salieron
el primer día: buscaron y buscaron, pero no encontraron.
El segundo día, lo mismo. Y así... Se cansaron de buscar la
maldita flor por lo ue obligaron al menor a ue la buscara
por ue ellos ya no uerían hacer nada.
El menor de los hermanos buscó y buscó. Por esta razón
estaba ya muy cansado, pero tenía esperanzas de ue la en-
contraría. Por fin la encontró y con alegría fue a mostrar-
[ 59 ]
61
les a sus hermanos mayores, ue estaban muy sorprendidos.
Muriéndose de envidia por ue él era el de la suerte, el con-
sentido, el ue más uería su madre, planearon matarlo. Con
ese plan entre manos, le preguntaron dónde había encon-
trado la flor y, pues, el inocente les mostró el camino. Acto
seguido, los hermanos tomaron coraje y lo mataron ahí en
la arena ue había en una parte de la misma uebrada.
Volvieron a casa con la flor los dos hermanos mayores.
La madre, e tra ada, preguntó por el menor, a lo ue le res-
pondieron ue mientras buscaban la flor, se había perdido.
La madre se puso melancólica, no podía dejar de llorar. Para
ue su madre ya no lloré más, sus hijos mayores le dijeron
ue lo irían a buscar en la ma ana. Se sintió un poco más
tran uila al escuchar eso de sus hijos mayores, pero tenía la
sensación de ue algo le había ocurrido a su hijo menor.
Al día siguiente, llegó el médico casero y les pidió la flor
a sus hijos mayores. Se la dieron al médico para ue haga
la mezcla de hierbas y tomara la madre. También preguntó
e tra ado por el hijo menor y los mayores respondieron con
mucha molestia ue a él no le importaba ese asunto y solo
tenía ue curar a la madre. Después de curar a la madre, le
recomendó ue se cuidara mucho y se marchó. Ya había pa-
sado un día y e tra aba muchísimo a su hijo. No paraba de
llorar, mientras reposaba en casa. Se hacía más da o por ue
seguía llorando. Los hijos mayores se fueron de la casa, por-
ue no podían más con la consciencia, mientras la madre se
uedó sola en casa y sin parar de llorar.
La madre salía a buscar a su hijo, pero no lo encontraba y
un día de esos murió en su casa de pura tristeza. Nunca supo
de su hijo y no sospechó ue sus hijos mayores lo habían
matado. A los pocos días, un ni o ue pastoreaba sus ovejas,
justo donde había ocurrido el asesinato, se puso a jugar en la
arena. Salió una sombra negra, ue era una calavera con una
capa negra, pronunciando ue sus hermanos lo habían mata-
do por una flor de Lirolay, ue iba en busca de sus hermanos
para ue se arrepientan de lo ue habían hecho.
[ 60 ]
62
Al oír eso de esa figura tan e tra a, el ni o huyó des-
pavorido. Después de un tiempo, los hermanos mayores re-
gresaron donde había muerto su madre para llevársela y la
enterraron en el mismo lugar donde habían enterrado a su
hermano. Se encontraron con la misma e tra a figura ue
les repetía la misma frase. Los hermanos despavoridos y
muy asustados huyeron.
Desde esa vez, la e tra a figura los perseguía y no los
dejaba dormir por la noche: estaban traumados. Decidieron
irse a vivir a otro lado. Sin embargo, por más lejos ue se
iban, la e tra a figura les perseguía torturándolos durante
a os. Los hermanos no pudieron más y se quitaron la vida.
CARRETERA FANTASMA
Narrador Oral: Celestino Mejía
Recopilador: Benjamín Mejía Rivera
Profesora: Marcelina Castillo
N
e cuenta ue hay una carretera donde ocurren unos su-
cesos un tanto e tra os. Lo más impactante es ue, en los
ltimos meses, más de diez personas han muerto allí. No se
sabe bien por ué. Nadie se había percatado de esta circuns-
tancia, no le había dado importancia hasta ue el testimonio
del se or Martín Ruiz. Este hombre narra un suceso impor-
tante ue causó impacto ya ue ha hecho ue se investiguen
los sucesos.
El se or Ruiz vive en un chalet situado en la carretera.
na noche conducía a casa de regreso del trabajo. Iba con
mucha preocupación por ue en el ambiente reinaba un am-
biente espeso y muy poco apropiado de a uella zona. Nunca
había visto una niebla tan densa, nunca. De repente, tuvo
[ 61 ]
63
ue dar una curva, dio un frenazo brusco y se encontró ante
un cruce en la carretera. Pero un cruce ue no había visto
nunca. l llevaba 10 a os viviendo allí, pasando dos o tres
veces al día, y nunca había visto ese cruce.
Reanudó el trayecto con una sensación de e tra eza
enorme. Dudaba si realmente había visto un cruce o sólo era
una se alización. Podía haber sido un efecto de la luna en la
niebla, pero estaba seguro de haberlo visto. Al día siguiente
regresó por el mismo camino en dirección al trabajo y al pa-
sar por el mismo punto un escalofrío recorrió su cuerpo. No
había ning n cruce en a uel lugar solo un terraplén de 4 me-
tros de altura. En ese momento, se dio cuenta ue si hubiera
cogido ese camino se hubiese caído y se habría despe ado.
racias a ue conocía el camino no lo cogió.
El suceso le había dejado muy confundido. Lo comentó
con sus amigos, al llegar al trabajo todos se rieron, salvo
uno ue palideció al instante por ue conocía esa historia. De
un camino ue aparecía s bitamente en la noche de niebla,
pero nunca la creyó, ahora todo parecía aclararse
N
Í una vez dos hermanos: el uno era rico y el otro era
pobre. El hermano ricacho ya no uería dar de comer a su
hermano pobre ni le uería hacer caso. El hombre pobre se
fue a rodar el mundo, dejando a sus hijos y a su mujer. l esta-
ba yendo por un camino y escuchó un ruido ue se acercaba.
[ 62 ]
64
El ruido se escuchaba detrás suyo. l no tenía miedo y miró
hacia atrás. Resulta ue era la C’oquena uien le preguntó al
hombre:
- Dónde estás yendo
- Me voy a rodar el mundo - le contestó el hombre.
Entonces la C o uena le dijo ue le ayudara a ajustar las
cargas. l fue y vio ue la soga era de cuero de víboras. Des-
pués llegaron a casa de la C o uena y él le ayudó a bajar las
cargas y acomodarlas. Ella le dijo ue descanse por ue era
muy de noche y en la ma anita lo iba a despachar.
Amaneció y la C o uena le dio una cajita encargándole
ue no mire y ue no le cuente lo sucedido a su familia ni a
nadie.
Llegó tarde a su casa y puso la cajita en la es uina, como
le había dicho la C o uena. Al día siguiente se levantó a ver
y era plata pura. Se alegró y tomó un poco para comprarse
lo ue él uería. Sacaba más y más y más plata tenía.
El hombre pobre se hizo rico y el otro hermano rico, ue
era codicioso, le tenía envidia. l también decidió a ir a bus-
car a la C o uena para ue le diera plata como a su herma-
no la C o uena le dijo: “t eres rico”. l se enojó y uiso
pelear con la C o uena. Ella se enojó y lo mató, lo cargó a sus
mulas y se lo llevó para comérselo.
EL OMBRE TONTITO
Narradora Oral: Natalia Estrada Velasquez
Recopiladora: Carolina Gareca Rueda
Profesora: Eleanne Flores
N
Í una vez un hombre muy tonto ue había llegado
a un pueblo. La gente de ahí no lo aceptaba. En el pueblo
[ 63 ]
65
había muchas fiestas y a todos los lugares ue iba: no lo
aceptaban.
En la orilla del pueblo había un matrimonio. El tontito
les dijo si le pueden hacer pasar a su casa. El matrimonio
aceptó y lo hizo pasar. El matrimonio tenía un hijo y una
vaca. El matrimonio ya había preparado todo de comer y le
invitaron todo al tontito. Le dijeron ue no tenían carne. El
tontito le dijo ue vayan y sa uen la pierna de la vaca. Ellos
fueron y le hicieron caso.
Al otro día, el tontito les dijo ue se vayan a un monte
ue había cerca, y les dijo: “no miren al pueblo”. Así hicieron.
Al llegar el matrimonio arriba, empezaron a oír muchos rui-
dos. La mujer por curiosa se volteó, pero el hombre siguió
sin mirar atrás. La mujer observó ue el pueblo se estaba
uemando, y después de eso, la mujer uedó atrapada en una
piedra para siempre, por no obedecer a Jes s.
LA BR JA
Narradora Oral: Elucinda Acosta
Recopiladora: Daily Shineth Velásquez Vides
Profesora: Cintia Yohana Cardozo Guerrero
N
e e es uno de los muchos cuentos ue nos contaban los
antiguos para pasar nuestras noches en vela y así comienza
abía una vez una se ora ue vivía en el campo con sus
tres hijos en una pe ue a chocita. Esta familia era muy, muy
pobre. Algunos días no tenían ni ue comer. El hijo menor
tenía virtudes de curandero, podía ver algunas cosas antes
ue pasen.
[ 64 ]
66
Al ver esta triste situación ue vivían y, siendo los mu-
chachos ya jóvenes, decidieron irse a trabajar. Le dijeron a
su mamá ue se irían a recorrer el mundo. La madre, por su
parte, les aconsejó ue no se fiaran de la gente e tra a. Puso
sus sombreros limpios acabaus en las cabezas de sus hijos; les
dio sus avíos ue preparó con apenas motecitos y un pedazo
de char ue, los despidió con un beso y les deseó suerte. Los
changos agarraron sus bolsas y se fueron sin rumbo.
n buen día, de tanto caminar y caminar, se hizo de no-
che. Buscando donde dormir llegaron a una casa, llamaron a
la puerta pero nadie salía. Después de tanta insistencia, salió
una se ora ue era muy amable. Le contaron su situación,
por lo ue ella se conmovió y los hizo pasar. Les dio de co-
mer, luego les dijo: “deben estar cansados, les daré lugarcito
junto a mis hijas. Que tengan buena noche”.
Esta se ora, resulta ue tenía tres hijas: eran lindas mo-
zas. Así fue ue cada chango durmió junto a una de las hi-
jas, se sacaron sus sombreros y ojotas y se acostaron. El
más chiqui38 les dice a sus hermanos: “no se van a dormir,
no conocemos a estas personas, además ue tengo un mal
presentimiento”. Ya a medianoche, la mayor de las hermanas
se levantó y les puso sus sombreros aujerudos a los changos
y se fue a acostar. El menor de los hermanos ue no dormía,
vio lo ue hizo, se levantó y fue a cambiar los sombreros. Se
los puso a las hijas de la se ora y se volvió a la cama pero
sin dormirse.
Pasaron algunas unas horas de lo sucedido y apareció la
se ora en el cuarto, pero ahora se veía fiera con lunares y
verrugas grandes. En las manos llevaba un hacha ue arras-
traba. Ya frente a las camas, donde dormían los hermanos
alza el hacha y le mete un hachazo a los ue tenían los som-
breros agujereados, les separa la cabeza y se va a dormir.
38 pe ue o
[ 65 ]
67
Al aclarar el día, el hermano menor despierta a sus her-
manos y les dice: “vámonos de a uí antes ue despierte la
bruja”. Salen sin hacer ruido y se pierden por el campo.
En la ma anita la bruja despierta feliz y les dice a sus
hijas: “levanten hijas, hijitas, tenemos carne humana de co-
mer”. Las hijas no se levantaban, ni contestaban, entonces la
bruja ya molesta, va a ver por ue no venían las hijas y cuan-
do destapa la cama las ve muertas con la cabeza separada.
Llena de rabia sale la vieja bruja en busca de los muchachos
agarrando una caja de fósforos, un costal y un machete. La
vieja iba gritando: “ cajita pumpum, cae joven al costal cajita
pumpum, cae joven al costal cajita pumpum, cae joven al
costal ”
El hermano menor siente la presencia de la bruja y les
advierte a los hermanos ue no miraran para atrás aun ue
pase lo ue pase. La bruja ya estaba cerca y seguía yendo de-
trás de los jóvenes y gritando: “ cajita pumpum, cae joven al
costal ” Antes de dar la vuelta al cerro uno de los changos
mira para atrás y cae llenito al costal. Viendo esto el herma-
no menor le dice a su otro hermano: “daremos la vuelta al
cerro y vamos a salir allá detrás de la bruja”. Entonces van
rapidito sin ue la bruja se de cuenta. an dado la vuelta el
cerro y salen detrás de la bruja y los hermanos empiezan a
decir: “ cajita pum pum, cae vieja al costal cajita pum pum,
cae vieja al costal ” y la vieja sin darse cuenta mira para
atrás y cae llenita al costal, uedando atrapada. Liberan a su
hermano y amarran fuerte el costal en el ue estaba la bruja,
lo prenden fuego completo hasta ue muere la bruja.
Así los hermanos logran salvarse. Se uedan con la casa
de la bruja y sus valiosas posesiones. Van a buscar a su mamá
para llevarla con ellos y viven tran uilos y felices trabajan-
do la tierra y sin volver a sufrir de hambre.
[ 66 ]
68
LA BR JA Y S CAJA M ICA
Narrador oral: Clemente Cardozo
Recopilador: Edilberto Cardozo Tarifa
Profesora: Janeth Gutiérrez
N
ce muchísimos a os en los valles, e istía una bruja
malvada ue tenía dos hijas hermosas. Su casa era cerca del
camino y los muchachos del pueblo se uedaban en la casa
de la bruja para echarles un ojo a las hijas. La bruja, acos-
tumbraba asesinar a uienes se uedaran en su casa, para
preparar mondonguitos.
La gente, al saber lo ue la bruja hacía, mandaron a dos
muchachos desconocidos ue llegaron, a uedarse donde la
bruja. Se decía ue ella les ponía una estrella en la frente
para se alar a su víctima. na vez llegada la noche y apa-
gadas las luces, la bruja les dio las buenas noches, pero ellos
recordaron lo ue había dicho la gente y simularon estar
dormidos. La bruja vino a poner las estrellas. Mientras iba
a traer el hacha, los muchachos cambiaron las estrellas a las
frentes de las hijas de la bruja. Cuando ella volvió dio los
hachazos a las víctimas con la estrella en la frente
Los muchachos sabiendo lo ue pasó, ya de madrugada,
se fueron. Para cuando había amanecido, la bruja se levantó
y gritó:
- ijitas Levántense a hacer los mondonguitos - Así gritó
dos o tres veces, pero las muchachas no se levantaban. La
bruja fue al cuarto donde dormían las hijas, y para su sor-
presa, encontró solo a las dos muchachas muertas. Como
la bruja tenía “su arte”, levantó un costal y sacó una caja y
dijo: “ahora van a ver” Se fue detrás de los jóvenes. Ellos
escucharon los gritos enfurecidos de la bruja y se fueron co-
rriendo hacia la monta a.
[ 67 ]
69
Ya los jóvenes estaban cansados y la bruja ya casi los al-
canzaba. no de ellos se había escondido cerca cuando la
bruja estaba pasando dijo “ cajita tintin, cae niño al costal!”. El
joven miró hacia abajo y cayó al costal. Pero la rabia de la
bruja era tan fuerte ue siguió yendo detrás del otro. l se
había escondido en un árbol. Cuando la bruja lo descubrió
volvió a decir: “ cajita tintin, cae niño al costal ”. Pero el joven
no miraba hacia abajo y no caía. La enfurecida mujer subió
al árbol dejando todo en el suelo. El muchacho ágilmente
bajó por los gajos del árbol y sacó al otro joven del costal.
Mientras uno agarró el costal, el otro tomó la caja y dijeron:
“ cajita tintin, cae vieja bruja al costal ”. La bruja miró hacia
abajo y cayó. La amarraron bien en el costal, juntaron le a
y la uemaron.
N
cie noche, dos amigos ue viajaban a tierras le-
janas, decidieron uedarse a dormir al lado del camino. La
noche estaba fría. El amigo ue deseaba llegar no tan pronto
a su destino, decidió hacer su cama a un lado del camino.
El otro preparó la cama en todo el medio del camino. En la
noche, se escuchaban muchos ruidos e tra os: masticaban
chanchos, gritos en el camino y otros ruidos. l no sabía
ué pasaba y por no ser, o parecer, curioso, decidió dormirse.
Al otro día, fue donde se encontraba el amigo, y vio ue
todavía el amigo no se levantaba. Lo habló, pero no le con-
testaba. Fue a doblar su cama y cuando volvió, el amigo se-
[ 68 ]
70
guía echado. Levantó las mantas, y solo vio un montón de
huesos. l se fue escapando, pero vio ue la cabeza del hom-
bre lo seguía diciendo: “ no te vayas no te vayas ”. La cala-
vera se le acercaba más y él corría todo lo ue podía, pero se
le acercaba mucho. Al pasar una pe ue a zanja, la calavera
cayó y el hombre se salvó.
Desde esa vez no se supo más del hombre. Por eso se dice
ue nunca se debe dormir en medio del camino: por ue el
diablo viene y se come a la persona.
N
Se cuenta ue unos ángeles descendieron del cielo a un
pe ue o lugar de San Lorenzo. Cuando estuvieron en el lu-
gar, se sacaron sus alas y sus aureolas para ue la gente no
se diera cuenta ue eran ángeles. Las dejaron encima de una
piedra, dentro de una cueva, y se fueron a recorrer el pueblo.
Cerca de ese lugar, donde los ángeles habían escondido
sus pertenencias, vivía una familia muy pobre: una madre
con varios hijos. Estos ni os salieron a caminar y estaban
con mucha hambre. De repente empiezan a oler algo y se
dirigen a la cueva. Allí se encontraron con las alas y las
aureolas de los ángeles. no de los ni os agarró y lo probó,
comprobando ue era muy rico y dulce. Los ni os corren a
avisar a su madre y le dicen: “ Mamá, mamá Encontramos
mucha comida en una cueva”. La madre coge una canasta
y se dirigen a la cueva. Recogen todo en su canasta y se lo
llevan para comer.
Llegaron los ángeles a la cueva a recoger sus pertenen-
cias para volver al cielo pero no encontraron nada. Se pu-
[ 69 ]
71
sieron a llorar, y uno de los ni os los vio. Volvió corriendo a
su casa a decirle a su madre ue vio a unos hombres blancos,
chocos y muy altos, llorando en la cueva por ue no encon-
traban sus pertenencias.
La madre, para remendar el da o, comenzó a hacer masa
y fue formando con la masa, unas alas. Por encima les puso
blan ueo. Lo mismo hizo con las aureolas, les dio forma y
puso blan ueo por encima.
A lo ue iba preparando, salía un olor agradable y la gen-
te se acercaba para comprarle. izo para vender y luego se
dirigió a la cueva a dejar lo ue hizo para ue los ángeles
pudieran volver al cielo.
Pero cuando los ángeles vieron, lo agarraron y lo proba-
ron: eran muy ricos y dulces. Les gustó y decidieron uedar-
se en el pueblo de San Lorenzo.
Pasó el tiempo y los ángeles se enamoraron y formaron
sus familias en San Lorenzo, y la madre de los ni os ense ó
y dio la receta de cómo hacer los ros uetes y las empanadas
blan ueadas.
Por eso se dice ue en el pueblo de San Lorenzo, hay
algunas personas blancas, chocas y altas por ue sus an-
cestros fueron ángeles.
72
[ 71 ]
73
III. LEYENDAS
EL ALMA PERDIDA
Narradora Oral: Felicidad Aguilera López
Recopiladora: Ilsen Dayana Ortega Mercado
Profesora: Roxana Tarifa
N
n vez, hace muchos a os, en Tarija Cancha había una
se ora ue tenía mucha plata blanca. Poco antes de morir
había enterrado la plata: un poco en una olla en la puerta de
su casa, lo demás lo enterró en un virqui39 en la puerta del
corral, donde hacían la Pachamama 40. Al oscurecer, llegaba
la hora de ue de la puerta del cementerio de San Lorenzo,
salía un viento en el medio, el silbido y la voz de una mujer
ue iba hasta la puerta de la casa en donde vivía y otra vez
volvía al cementerio. Las personas ue vivían ahí se asusta-
ban y se escondían ya ue sabían la hora ue iba a pasar ese
viento.
Al padre de la Iglesia de San Lorenzo, ya le había dado
miedo. Decidió hablar con los hijos de la se ora para decir-
les ue uno de ellos tenía ue hablarle al alma de su mamá,
por ue ella se ha había ido debiendo algo o dejando algo
pendiente. Después de haberles dicho eso, fue un hijo de la
se ora a confesarse donde el padre. El padre le puso santos
oleos, reli uias, le había bendecido y le dijo: “vas a ir a la en-
trada de la casa, te vas a acostar en la tierra de costado vas
a esperar a ue ella llegue después le vas a hablar”. l decía
ue iba a hablarle a su mamá, para ue ella le avise donde
39 Recipiente de greda
40 Madre Tierra
[ 72 ]
74
EL BEB EN LA Q EBRADA
Narradora Oral: Asunta Gutiérrez
Recopiladora: Yesica Natali Chavez Gutiérrez
Profesora: Edith Miranda
N
n vez, cuando yo era chica, mi papá nos ha manda-
do a cuidar a los animales al campo. Siempre ue íbamos a
cuidar a los animales, llevábamos ropa para lavar y de paso
íbamos a ba arnos. na vez ue hemos llevado los animales,
les hemos echado por ahí arriba y nos hemos puesto a lavar
ropa. Por primera vez, mi cu ada ha ido con nosotras, y ella
tenía su bebé chi uito. emos terminado de jabonar la ropa
y todavía faltaba enjuagar. Mi hermana se ha puesto a lavar
la cabeza ahí en el agua. Mi cu ada estaba con su bebé, ahí
lavando ropa cuando de pronto sentimos ue un bebé llo-
raba y lloraba. Entonces nosotros decíamos “ ué bebé es
ue llora ” y mi hermana pensaba ue era el otro hermano
mas chiquito que nos ha seguido dice:
- Debe ser el Elías, ue nos ha seguido y no nos hemos
dado cuenta.
Yo he subido de una sola carrera ahí arribita a ver si era él.
Lloraba y lloraba, y subo ahí arribita... y resulta ue no era
él. Era de ande nosotros ue lloraba el bebé. En la uebrada
y nosotros nos hemos empezau a asustar, a tener miedo, qué
bebé era que lloraba y nos hemos desesperau... y no sabíamos
ué hacer. Le veíamos el bebé de mi cu ada: él estaba dur-
miendo (era bebé de un mes) estaba durmiendo.
No sabíamos ué hacer y todavía faltaba enjuagar la ropa.
[ 74 ]
76
Cuando de pronto el bebé era una cosa que se acercaba más
y más ande nosotros. El miedo era más ue nosotras, no sa-
bíamos ué hacer. emos empezau a salir de la uebrada,
les digo: “ vamos ”. emos saliu de la uebrada corriendo.
emos dejau toda la ropa ahí en la uebrada, por ue faltaba
enjuagar, y mi cu ada ha agarrau a su bebé a las marcas41, y
hemos salido a carrera. Ya el bebé ue lloraba, era fuerte y
ahisito sentíamos era como si fuera al lado de nosotros ue
lloraba el bebé y no veíamos nada. Así ue se hemos asustado
feo. emos saliu ahí arriba, al bordito y ahí se hemos senta-
do todos asustados.
Ahí estábamos con los animales, y nadie uería bajar a la
uebrada. De pronto, el bebé seguía llorando y seguía llo-
rando ahí y después ya se ha ido alejando. Ya se sentía
como más lejos, más lejos... como que se iba ese ruido quebrada
arriba. Se ha empezau a callar, pero ha durau como uince
minutos poray42. Recién se ha empezau a alejar, así más lejos
y se ha ido. Después ue ha pasau todo eso, recién nosotros
de nuevo hemos hecho coraje de bajar a enjuagar la ropa. Así
con miedo hemos enjuagau y hemos sacau a tender la ropa.
Ya tarde se hemos ido a la casa y le hemos contau a mi papá.
Mi papá seg n decía porque el bebé de mi cuñada no era bau-
tizado que poray el duende se ha queriu apegar a él. Nosotros
allí jamás nos habíamos asustau... y así ue, de esa vez, no
hemos vuelto nunca más.
41 Rapidamente
42 Por ahí, apro imadamente
[ 75 ]
77
LA ALMITA DE LA C ESTA DE SAMA
Narrador oral: Celso Barrios Jaramillo
Recopiladora: Daniela Fernanda Barrios Zenteno
Profesor: Carlos Cruz
N
c en esta historia sobre un camionero ue llevaba
carga a la ciudad de Potosí. En una noche fría, de vuelta a
Tarija, dicen ue en la cumbre de Sama, él volvía solo sin
ayudantes. En una curva apareció una se orita ue le hacía
se as para ue le lleve hasta Tarija. Don Juan se detuvo y
le dijo ue subiera, y la llevó. En el camino, él le prestó su
campera (por el frio ue hacía) y le conversaba. Ella decía
llamarse Sandra y él le decía “qué hace sola en este lugar”. Ella
le contestó ue estaba yendo de vuelta a su casa para visitar
a su madre.
Llegando a Tomatitas, ella le dijo ue se uedaba y ue la
esperara. Como ella no tenía plata, iba pedirle a su madre
y que le espere un ratito. Se bajó y entró a su casa.
Al ver ue ella no salía, Don Juan toca la puerta y de
pronto sale una se ora mayor y éste le pregunta por Sandra.
rande fue la sorpresa, cuando la se ora respondió: “era mi
hija pero murió hace 3 a os atrás en la cuesta de Sama”.
Don Juan comentó todo lo ocurrido a su madre y le e plicó
ue le trajo hasta a uí y ue se entró a su casa. Don Juan
solo uería ue Sandra le devuelva su campera. Luego Don
Juan se marchó a su casa y comentó a su esposa.
En otro viaje, yendo a Potosí, Don Juan paró donde ha-
bía levantado a Sandra, y verificó ue había una cruz donde
decía “Sandra Ruiz”. Al regreso de Potosí a Tarija, él decidió
volver a preguntar dónde estaba Sandra enterrada. Así Don
Juan visitó el lugar del nicho, donde sorprendido encontró
su campera.
[ 76 ]
78
Don Juan, al pasar el tiempo, comenzó a hablar de la al-
mita y un día se volvió loco Al pasar los meses, apareció
muerto.
43
LA CASA MOC A
Narradora oral: María Ordóñez Jaramillo
Recopiladora: María de los Ángeles Barón Villa
Profesor: Limberg Velásquez
N
cie día de febrero, en épocas de carnaval, donde las
mozas más airosas y sus churos44 chapacos salían a disfrutar
de una rica chicha45 y un buen baile, un grupo de amigos
llegaron a casa de Do a uadalupe Jaramillo. Entre risas y
coplas se fue pasando la tarde.
43 Sin techo
44 De bien, bueno, agradable
4 Bebida alcohólica de producción casera
4 De charol
4 Bajaba al horizonte
79
[ 78 ]
80
la oración debía volver. Ahicito48 de llegar a su casa, se dio
cuenta ue le faltaba una oveja. A tuita49 carrera cuesta arri-
ba fue a traer a su ovejita. Dio vueltas y vueltas y de pron-
to a lo lejos, dentro de la casa mocha, la escuchó balar. Al
llegar, grande fue su sorpresa al ver como el duende hacía
bailar a sus mu ecas sosteniéndolas de las manos. Cuenta
ue ella ahí escondida, divisó a la oveja perdida a un lado
y rápidamente la levantó con sus brazos. De pronto escu-
chó como este pe ue o hombre de sombrero grande y nariz
puntiaguda le preguntaba: “ María con cuál mano uieres
ue te pegue con la de plomo o con la de lana ”. Del susto,
María presionó con tal fuerza a la oveja, ue ésta comenzó
a balar. Su padre y su hermano, al ver ue María no volvía,
fueron en busca de ella y de pronto escucharon a la oveja ba-
lar. Asustados corrieron hasta donde estaba María. Al llegar
donde ella, las muñecas se desvanecieron y el pequeño hombre
desapareció.
LA ISTORIA DE PEDRO
Narradora oral: Gabriela Peñas
Recopiladora: Florentina Peñas Añagua
Profesora: Heidy Perales
N
en una cierta época, un hombre llamado Pedro, de vein-
tiocho a os de edad, vivía en Villa Charcas. Decidió ir a
trabajar a la Argentina, dejando a su esposa Rosa y a sus
tres hijos ue eran María, Rosaura, Ana y José. Eran de tres,
cinco y siete a os de edad.
48 Cerca
49 Toda
[ 79 ]
81
Las palabras de Pedro a su esposa fueron:
- Cuida mucho a nuestros hijos. Yo regresaré pronto y
traeré mucho dinero. No uisiera irme, pero t sabes ue
donde iré hay mucho trabajo. Los uiero, se cuidan y volveré
pronto.
Después de un a o Pedro iba de regreso y feliz de volver
a ver a su familia. El iba caminando a su comunidad por los
cerros y de pronto vio a una mujer ue estaba a lo lejos. Ca-
minó más rápido para alcanzarla y se dio cuenta ue era su
esposa Rosa y él le preguntó:
- Qué haces en este lugar
- Yo me estoy yendo y no volveré nunca más. Ve rápido a
casa dejé a nuestros hijos sin comer. Cuando llegues cuídalos
y dales de comer – respondió ella.
Pedro llorando le pide ue no se vaya, ue no lo abando-
ne, por favor. Ella se fue por la dirección contraria y Pedro
triste siguió su camino. Llegó a un cerro desde donde se veía
su comunidad. l miraba en dirección a su casa y vio ue ha-
bía muchas personas. Se puso a pensar qué estaría ocurriendo.
Se apresuró y cuando ya estaba cerca de su casa, encontró
a una vecina y le preguntó ué hacía tanta gente en su casa.
Ella un poco apenada, le dijo que su esposa había fallecido.
N
c nd mi abuelita vivía en la localidad de Er uiz
Oropeza, cada ma ana ella iba a trabajar muy temprano,
como a las tres de la ma ana, por ue debía bajar a pie hasta
[ 80 ]
82
la carretera principal. Cada vez ue salía de su casa, siempre
le aparecía un señor de negro ue estaba sentado en la orilla
del camino. Ella se asustaba mucho. Cuando salía de su casa,
tenía miedo por ue notaba algo raro en ese se or disfrazado
de negro. l tenía algo ue cubría su rostro. Ella pensaba
ue era un ladrón, ue le iba a hacer algo y, por ese motivo,
no se atrevía a ir a su trabajo.
n día le contó a mi abuelito ue le aparecía cada ma a-
na un se or disfrazado de negro. Salieron con mi abuelito
a ver, pero no había nada en la orilla del camino. Otro día
mi abuelita se atrevió a hablarle y, cuando iba a hacerlo, ese
se or desapareció de la nada. Cuando mi abuelita vio eso,
ella se asustó demasiado y rápidamente se fue corriendo a
su trabajo. Cuando llegó a su trabajo, estaba más tran uila,
pero al terminar su jornada y cuando ya iba a su casa, vio a
ese mismo se or sentado en una plaza. Ella se fue corriendo
por ue ya no uería ver más a ese hombre.
Cuando llegó a su casa se puso a pensar: “si ese hombre
fuera una persona normal, no estaría siguiéndome pero
si es un alma, eso sería aterrador Si de veras es un alma
vino por algo”. Así ue pensó ue debería armarse de coraje
y preguntarle. Ella era amable, se llevaba bien con las per-
sonas ue conocía.
n día salió a enfrentar al alma y le preguntó: “ ué te
hice yo a ti ”. El alma hizo una se al y esa se al era el fa-
llecimiento de esa persona. Mi abuelita se asustó al ver ue
hizo esa se al de muerte. Mi abuelita escribió en la tierra:
“yo no te maté. Esa persona fue mi amiga ue uería ven-
ganza”. De repente, el alma se fue y mi abuelita al fin pudo
estar tran uila. Esa historia le pasó hace 2 a os atrás.
[ 81 ]
83
EL CAMIONERO Y MAR A
Narradora Oral: Victoria Cavero
Recopiladora: Vanessa Varinia Guzmán
Profesora: Eleanne Flores
N
dicen ue había un camionero ue pasaba siempre por
Tomatitas. na vez, el camionero vio a una chica ue le al-
zaba la mano. El camionero le alzó en el camión y le prestó
su campera. Mientras charlaban, el camionero le preguntó
su nombre. Ella le respondió: “me llamo María”.
El camionero le llevó a su casa y se olvidó pedirle su
campera. Al otro día, fue a su casa y le salió a atender una
se ora. El camionero le dijo: “a uí dejé una joven llamada
María y me olvidé pedirle mi campera”. La se ora asustada
le dijo: “María murió, si no me cree vamos a su tumba” y su
campera estaba en la tumba de María. El camionero, desde
esa vez, se quería volver loco.
N
ce unos a os atrás, se cuenta ue en el cementerio de
San Lorenzo, una noche como cual uier noche de a uellas,
el sereno o cuidador tuvo ue uedarse a dormir allí. ubo
un comentario en el pueblo: estaban robando los cuerpos del
cementerio y los vecinos ue vivían alrededor argumenta-
ban ue escuchaban muchos ruidos por las noches.
[ 82 ]
84
Así es ue el cuidador decide uedarse a dormir, y así
averiguar lo ue estaba pasando. Transcurría la noche de
luna llena, no podía conciliar el sue o: escuchaba hablar a
personas en el cementerio, como si fuera de día. Sale a ver y
observa a muchos ni os y personas adultas paseándose por
las diferentes calles del cementerio: algunos comentaban,
otros reían, otros lloraban y los ni os jugaban. A lo lejos ve
ue en algunas tumbas habían velas prendidas. Viendo todo
esto, el cuidador se asusta y sale corriendo dejándolo todo.
Al otro día comenta con los pobladores sobre lo sucedi-
do y muchos no le creyeron. A n así, los pobladores acuden
dudando al cementerio, para verificar la narración del cuida-
dor. Se uedan asombrados al verificar ue en las calles ue
eran de tierra, se podía observar huellas de adultos, de ni os
descalzos y en algunos lugares como si bebés hubieran gateado.
EL D A DE TODOS SANTOS
Narradora Oral: Melchora Cáceres Caro
Recopiladora: Dina Gutiérrez Franco
Profesrora: Cintia Cardozo
N
neci muy hermoso y fresco esa ma ana. Con
pocas nubes en el cielo se veían lindas las puyaspuyas 0flore-
ciditas. Fui a ver la chacra, estaba todo rocío. Pude sacar unos
cuantos choclos, bajar unas cuantas peras y duraznos. Lle-
gué a la casa a hacer mi avío con lo ue recogí y mi uesito
de chiva pa’ mi marido y pa’ mí. Después él se fue a cortar
la chacra y yo dejé acomodando todo en mi casa, k’arando51 los
0 Flores
1 Dando de comer
[ 83 ]
85
cu chis , cha wando(orde ar) las chivas y comencé a sacar
2
2 chanchos
3 Fiesta
4 hecho
Te he mandado
Andas pensando en fiestas solamente
Me he salido
8 Faldita, falda
9 lado
[ 84 ]
86
y en eso me encuentro con mi comadre la Reinalda. Ella me
podía ayudar, le conté lo ue me ha pasau y ella me ha dicho:
- Mire Cuma, mi marido era igual ue el compadre, pero
lei dicho a mi suegra y ella la dau una güena latiguiada.
- El cumpa no cree nada
- No le haga caso yo se lo voy a llevar el maíz al moli-
no. De ma anita voy a bajar pa San Lorenzo, usted llévelo
más tarde, cuando él no esté en la casa.
-Yo buscaré la jorma de llevar el maíz, muchas gracias
asta lueguito, iré pasando.
Seguía jarreando mis animales, pensando cómo iba hacer
llegar el maíz a su casa de mi Cuma. Cuando he llegau a la
casa, no estaba el Néstor. Rapidito cerré los animales, pesé
el maíz y me fui ande mi Cuma. Le deje el maíz, la plata y me
volví rapidito y con suerte llego a la casa y no había toda-
vía mi marido. Me he puesto a hacer de cena una rica sopa de
trigo. Mientras, lavaba los platos en la batea de palo y se
me acabó el agua. Corriendo fui a traer agua en los galones,
de la quebrada. Ya se acercaba la noche y él no llegaba, ya os-
curito ha llegau cansau de k’orar 0, le serviu su plato para ue
cene y me jui a descansar. Al otro día me levante de ma ani-
ta a hacerme de comer un guiso de trigo con panza de vaca,
mote con ueso y ok’as 1 hervidas. Me puesto mi avío y mei
ido al corral a amamantar los chitos 2 y cha’war 3 las vacas pa
dejar la leche. Echando la panchera 4 para ue se haga ueso
y de nuevo me jui con mi hacienda y así pasó la semana.
Me jui a traer la harina di ande65 mi Cuma. n día domin-
go desperté y le dije al Néstor ue vaya a cuidar los anima-
0 desmalezar
1 Variedad de tuberculo, pe ue a
2 Bebé de cabra
3 orde ar
4 Cuajo casero, usado para cortar leche
De donde
[ 85 ]
87
les, ue yo iba hacer pancito pa comer, él me ha jecho caso y
se fue al campo.
Ya se acercaba Todos Santos. Me puesto a hacer pan, tor-
tas, escaleras y muyapos para hacer la chicha. l solo sabía
ue yo iba hacer pan Escondí los muyapos y las tortas. Al
otro día el Néstor se fue a trabajar y yo me fui a cuidar las
chivas y las vacas. Las dejé pastando y me he puesto a hacer la
chicha para esperar las almas, y así hice tres días hasta ue
ha arropau .
Cuando llegó el día de Todos Santos, le mandé a mi ma-
rido a San Lorenzo a comprar mercadería pa la casa y se
ha ido mientras ue yo me jui a sacar k’ora para ka’rar los
animales y ponerme a hacer lo ue yo tenía que hacer pa’ las
almitas. Me puesto a hacer él té pa poner a la mesa, he ido a
comprar flores de mi cuma y otras cosas ue necesitaba. Al
volver me puesto a cocinar lo ue más le gustaba a mi mamá
como: la leche con mote, papas con ueso, sopa de maní, al-
verjada, guiso de lisa y otras comidas más. Al día siguiente
he saliu de ma anita al cementerio a limpiar y enflorar la
tumba de mi papá y de mi mamá. Les he puesto sus guir-
nalditas y me vuelto a alzar la mesa, por ue ya iba llegar el
Néstor. Al llegar a mi casa rapidito, he sacau los animales a
cuidar, me llevau mi avío y mi puisca 8 jilando 9. Como tres
a os he jecho lo mismo para Todos Santos. n a o me dice
el Nestor enojau:
- Vos ponís la mesa todos los a os a escondidas Pensás
ue no me doy cuenta Yo voy a ver si queris Si es cierto
ue vienen tus almas voy ir a la uebrada a remojar este
0 Rincón
1 uebrada
2 a estado
3 Les he arreado
[ 87 ]
89
más chicha y más arrope, anchicito. Hey jecho un guiso de
lisas y una caldera de té, hey puesto eso y recién ha saliu el
Nestor de debajo del cuero. Todo calladito y asustau, me
saliu de ahí adentro 4.
Me sentau en el poyito75 y él se sienta a mi lau. Y me dice:
EL MOLLE DESCANSADERO
Narradora oral: Dora Arroyo
Recopilador: Daniel Alejandro Villa Velásquez
Profesora: Yolanda Abán
N
ec e d la se ora Dora Arroyo ue hace muchos
a os atrás, le contaban sus abuelos ue entre la comunidad
de Tarija Cancha Sud y la Calama, había un lugar solitario
llamado el prieto, o también conocido como el tajo. Allí ha-
bía un gran molle viejo ue hacía una enorme sombra. Los
comunarios lo llamaban “el Molle Descansadero”, por ue la
gente acostumbraba descansar en ese lugar bajo la sombra
de dicho árbol. Cuando alg n comunario fallecía, se trasla-
daba al difunto para enterrarlo en el cementerio del pueblo
de San Lorenzo, por ue en la comunidad de la Calama no se
contaba con un cementerio propio en esos tiempos. Todos se
trasladaban a pie y el trayecto ue tenían ue caminar era
muy largo y soleado.
Ella cuenta ue los comunarios tenían mucho miedo de
pasar por ese lugar durante las noches, dice que ahí asustaba:
aparecían una tropa de cuchis negros con unos grandes col-
millos; se escuchaba el grito de los zorros en algunas oca-
siones; aparecía un hombre grande sentado y apoyau76 en el
molle descansadero, con su sombrero grande y viejo, vestido
todo de negro, al ue no se le veía el rostro. Se veía un ca-
N
ce muchos a os, don Isidoro le contó a su hija do a
Rosa, ue en la época cuando él vivía en Tucumilla, le ha-
bían contado ue en Iscayachi, sabía andar un hombre lla-
mado Ricardo.
Ricardo era un hombre de unos 0 a os ue andaba en
las noches. Salía como a las de la tarde de Iscayachi y baja-
ba por Sama, luego por Tomatitas, hasta llegar al pueblo. Se
uedaba en Tarija hasta las de la tarde y luego volvía por
el mismo camino de noche. Caminaba toda la noche hasta
llegar a la madrugada a su pago. l tenía esta costumbre
ya eran como veces ue el hombre andaba así.
Cada tanto, volvía a bajar al pueblo en la tarde y luego
volvía a su pago a la misma hora. Pero el hombre, una vez,
cuando se dirige por Sama, escucha por detrás un ruido
era un caballero. Pasó nomás, no le dijo nada. La siguiente
vez ue volvía a su casa, escuchó de nuevo la misma bulla
por su detrás volvió a encontrarse de nuevo con el se or
sentado en su caballo blanco. El caballero le dijo a Ricar-
do ue subiera a su caballo, ue él le iba a acercar. Ricardo
le dijo: “no se preocupe, puedo ir caminando”. Entonces el
caballero se fue y él siguió caminando solo y así llegó a su
pago.
Otra vez volvía del mercado y como de costumbre, subía
por Sama. Nuevamente apareció el caballero ue le dijo ue
subiera a las ancas del caballo. El hombre, para no decirle
ue no como la otra vez, hizo caso y se subió. El caballero
caminó con el caballo una larga distancia y Ricardo no po-
[ 91 ]
93
día aguantar en las ancas, por ue estaban muy uemantes.
De un rato, llegaron donde había dos caminos: uno era a
la derecha y el otro a la iz uierda. El caballero estaba yendo
por el lado iz uierdo. Entonces Ricardo le dijo:
– Por a uí no es el camino, mi camino es por la derecha.
– Por a uí es – respondió el caballero
Por ese lado sólo había una pe a y estaba muy oscuro.
Ricardo, al ver ue el camino no era por ahí, se bajó de las
ancas y se cayó echado. Entonces el caballero se detuvo, y le
preguntó
– Por ué te has bajado del caballo
– Por ue allí no es mi camino – el hombre respondió.
– Te voy a hacer unas preguntas: tienes cigarro, coca,
alcohol y cuchillo
– Sí – le dijo Ricardo, y le mostró las cosas.
El caballero le hizo ue fumara al hombre, ue co ueara,
ue tomara el alcohol y por ltimo ue mordiera el cuchillo.
Luego ue el hombre hizo esas cosas el caballero le dijo:
– ijito, escucha. sta es la ltima vez ue te encuentro
por a uí. No andes por la noche: la noche es mía y el día es
tuyo.
Diciendo esto el caballero se fue por el lugar oscuro don-
de era una pe a. El caballo corría, con las patas largando
chispas de fuego. El se or muy asustado se fue por su cami-
no un largo trecho y al caminar escuchó un ruido muy fuer-
te y de miedo ya no volvió por ese camino. Enderezó por una
zanja pero ya no faltaba mucho para llegar a su casa. Estaba
muy alterado, subió por la zanja cayéndose, levantándose re-
iteradas veces. Así perdió su sombrero y su ojota. Llegó a su
casa todo lastimado de espinas a los 8 días se enfermo, y a
los 15 días murió.
[ 92 ]
94
EL S STO Q E ME DIO NA LECCI N
Narrador oral: Hermójinez Martinez
Recopiladora: Mely Dayana Martinez Aguirre
Profesor: Flavio Cazón
N
en los a os 1980, mi abuelo trabajaba de casero de Don
Oscar, cuidando y regando plantas hasta las 19 pm. n día
de esos, ya eran las 2 am y él recién llegó a casa. Todos le
preguntábamos ué pasó Por ué no llegaste a cenar l
respondió con su pe ue a pero llamativa historia:
“Me uedé a regar las plantas y limpiar la casa del se or
Oscar y a mi regreso, venía solo y sin acompa ante De
pronto escuché pasos detrás mío. Di la vuelta para ver uién
me seguía, pero para mi sorpresa no había nadie. Los pasos
seguían detrás de mí no les tomé importancia y seguí ca-
minando. Pero los pasos estaban cada vez más cerca, hasta
ue llegué a asustarme.
Empecé a caminar más rápido de lo com n, para ue los
pasos ue venían detrás, no me alcancen. En un momento
sentí un aliento y una respiración en mi hombro, algo ue
me hizo estremecer pero no paré de caminar. (Yo no creía
mucho en Dios, ni en los milagros; tenía 38 a os, los cuales
pasé sin creer y sin tener fe). De repente mis pensamientos
fueron interrumpidos por una voz gruesa ue decía mi nom-
bre. De tal susto, empecé a rezar una oración a Dios
Ya no había nadie detrás mío. Ya no sentía los pasos, ni la
voz ue me hablaba. Todo desapareció era un alivio para
mí. Solo se sentía la suave brisa de la noche y una tran ui-
lidad nica.
Seguí rumbo a casa. Al llegar eran las 2 am y mi esposa
me esperaba con ansias fuera de la casa con velas encendidas.
Les e pli ué todo. Ella me dio un fuerte abrazo y con
lágrimas en los ojos me dijo:
[ 93 ]
95
– Eres muy valiente
– No hubiera logrado nada, sin Dios a mi lado.”
desde esa vez, mi abuelo se convirtió en un seguidor de
Dios, yo creo ue fue una lección ue Dios le dio para creer
en los milagros y en la salvación.
N
n tarde de agosto dos hermanos habían ido desde
Carachimayo al molino de San Lorenzo a hacer moler su
maíz ue iba cargado en sus burros. Justamente durante la
noche de ese mismo día, un se or junto a su familia, ue
vivían en Carachimayo, los cuales no eran del lugar, habían
ido a un bautismo, por ue el se or era padrino del ni o bau-
tizado. Festejaron, se divirtieron, comieron y bebieron. Lue-
go la familia uiso retornar a su casa en su auto, pero el
se or se perdió por ue estaba borracho. Se dirigió con su
auto por el camino y en el puente de Carachimayo, sufrió un
accidente. Se había caído por un barranco hasta llegar al río.
Cuando los dos hermanos volvieron de San Lorenzo, por
la noche a eso de las 12 pm, escuchaban ue alguien se ueja-
ba en el río, pero ninguno de ellos sabía ue podría ser. nos
minutos después, uno de los hermanos volvió a sentir un
movimiento ruidoso más e tra o ue el anterior. Entonces
le comentó a su hermano pero como éste no escuchó nada,
por ue era sordo, entonces nada le preocupaba. En cambio el
otro hermano estaba un poco asustado e in uieto.
Siguieron su camino y, cuando estaban pasando por el
puente donde estaba el se or muerto en el río, sintieron frío,
[ 94 ]
96
se les pararon los cabellos y sintieron escalofríos y se les
arrasó77 el cuerpo. En ese momento, salió una joven alta, de
buen cuerpo, cubierta la cara con un velo negro y con unos
libros en la mano. no de los hermanos le saludó, pero el
otro no le uiso saludar. Pasó esta joven y se fue camino
abajo.
Poco tiempo después salió un toro negro, resollando
fuerte, subió hacia arriba y volvió a bajar. Estos hermanos,
asustados al ver ue el toro se dirigía hacia ellos, apuraron
a sus burros sin importar si se les caía la carga de maíz
molido. Corrieron y corrieron sin parar. A uno de ellos se
le cortó la ojota y éste volteó a buscar su ojota pero no la
encontró, así ue corrió a pata pila78 . Alcanzó a su herma-
no y entonces corrieron sin parar hasta encontrar la casa
más cercana. Mientras corrían, voltearon a ver hacia atrás y
veían ue el toro venía botando fuego por la boca y haciendo
chispear las u as.
Luego lograron llegar a la casa de una familia humilde
(la primera ue encontraron). Llamaron a la puerta y sa-
lió el due o, sin pantalón y algo asustado al oír la manera
desesperada en ue gritaban este par de hermanos. Luego
salieron los perros. Ladraron y ladraron, lo ue hizo ue el
toro se volviera un polvo negro y desapareciera.
El se or les hizo pasar a los dos hermanos y les preguntó
ué les había pasado precisamente. Ellos empezaron a con-
tarle lo ue habían visto.
Al otro día, recién supieron ue había muerto un se or
en el puente y se les arrasó el cuerpo, y así supieron ue el
toro ue les apareció, no era toro, sino ue era el espíritu
transformado.
Ese día, la familia del se or ue había muerto, se dio
cuenta ue murió un miembro de su familia y dijeron ue
N
Dicen ue habían unos enamorados ue se veían muchas
veces en un lugar ubicado en Monte Méndez. Ellos se veían
muchas veces, hasta ue un día la chica se uedó esperando
en ese lugar y el joven no llegaba. Pasando 30 minutos, el
joven llegó con un caballo colorado. La chica uedó mirán-
dolo, por ue su caballo era de color blanco. La chica pensó
ue él se había prestado ese caballo. Se saludaron y también
se besaron, y el joven uería llevarla a otro lugar, pero el
[ 96 ]
98
caballo no uería ue suba la chica. La chica miró bien al
chango 9, y vio ue tenía patas de gallo al pasar eso, la
chica se volvió loca.
EL ORRO Y LA M JER
Narradora Oral: Teodora Paredes Farfán
Recopiladora: Rosemery Fernández Paredes
Profesora: Eleanne Flores Flores
Lugar que ocurrió: En Cañahuayco
N
Í una mujer ue paraba siempre sola. Ella hilaba
mucho. na de esas noches, le apareció a la mujer, un mozo
con su violín. La mujer se enamoró del mozo. l se uedó y
le preguntaba muchas cosas a la mujer. Estaban durmiendo
los dos juntos, hasta ue amaneció. El zorro dijo: “yo iré
a barbechar80 y t cocina, y llévame almuerzo a las doce.”
“Bueno”, dijo la mujer. Agarró el azadón y se fue el zorro a
barbechar.
La mujer hizo el almuerzo y fue a buscarlo al mozo. An-
duvo y no lo encontró. Solo vio a un zorro escarbando bos-
tas. Se bajó la mujer a su casa y cuando apareció el mozo:
“ por ué no me llevaste la comida” dijo.
- Te bus ué por todos lados y no te encontré. Solo vi a un
zorro escarbando bostas.
- Ese fui yo - dijo el mozo. Entonces la mujer agarró y le
echo a los perros.
El zorro se fue guacaquiando81.
9 Joven
80 labrar
81 Aullido de zorro, gritando
[ 97 ]
99
LA C ESTA DEL DIABLO
Narradora oral: María Sánchez Aguilera
Recopilador: Horacio Aldana Sánchez
Profesor: Limberg Velásquez
N
en la provincia de Méndez, en la parte norte de San
Lorenzo, se encuentra la comunidad de Tomatas randes.
oy dividida por sus habitantes, lleva el nombre de Tomatas
1 de Abril.
En a uel pueblito maravilloso por su paisaje de sauces
llorones y su hermoso río de aguas cristalinas, sobre la ca-
rretera principal, se encuentra la tenebrosa cuesta del diablo,
y al pie de ella, una curva bien cerrada.
En a uella época no e istía un medio de transporte ue
llegara hasta esta comunidad. Los vecinos debían bajar
hasta la altura de la escuelita de la comunidad de Tomatas
randes para poder viajar a la ciudad. Iban a vender sus
productos como ser papa, trigo, arvejas, maíz, verduras, pe-
lones y otros, al tiempo ue aprovechaban para comprar las
cosas ue necesitaban y ue ellos no producían. El camión,
de marca Leylan, era del se or René Ri uelme. ste hacía el
servicio a la ciudad de Tarija como nico medio de transpor-
te para las comunidades de Tomatas, Corana y Canasmoro.
Todos los días pasaba a las 4 de la madrugada, así ue la
gente debía madrugar para poder llegar a tiempo a la parada
(como ellos la llamaban) sino se hacían dejar82 . Por lo feo de la
carretera, el camión tardaba, más o menos, unas dos horas en
llegar a la ciudad. nas personas viajaban solas, otras acom-
pa adas, y todos traían sus productos a lomo de burro, en
mulas y caballos. Todos debían pasar por la cuesta del diablo,
83 E presión oral para “ensillado chapeado”: recado o montura con elementos de plata
[ 99 ]
101
LA PO A AS STADERA
Narradora oral: Asunta Villarpando Ivara
Recopiladora: Celinda Segovia Villarpando
Profesora: Janeth Gutiérrez
N
Í una vez en la comunidad de San Pedro de las
Pe as, cuatro hermanos ue fueron a una poza verde y hon-
da a ba arse. Cuando se disponían a salir por una cuestita,
les apareció una paloma de colores y se hizo muy grande.
Los ni os se asustaron y se fueron a su casa. Algunas horas
más tarde, en la noche de carnaval, el hermano mayor mu-
rió. Sus hermanos estaban asustados y decidieron hacerse
curar con un médico casero de la comunidad.
Al día siguiente, un hombre fue a buscar sus vacas tem-
pranito. Al estar pasando por esa misma poza, encontró un
caballo blanco grande sobre ésta, pero él no le dio impor-
tancia y continuó buscando sus vacas. Finalmente las encon-
tró muertas y partidas por la mitad. El diablo le apareció y
él se asustó y uedó mudo. Cuando volvió a su casa, su mujer
le preguntó sobre las vacas pero él solo hacía se as.
Luego fue con el curandero ue le preguntó dónde se
había asustado. l dio a entender ue fue en una p’ajcha84,
entonces el curandero, llevando su chicote y su cuchillo, lo
lleva hasta ese lugar. Encontró al caballo con el diablo, le
hizo la se al de la cruz en la paleta del caballo y entonces el
alma del hombre ue se asustó, regresó a su cuerpo.
Desde entonces se cuenta en la comunidad, ue esa p’ajcha
es asustadera.
N
n noche helada tenía ue ir a hacer un trabajo gru-
pal, ya ue en esos tiempos estaba yo cursando el 2do de Se-
cundaria ( ue ahora es el 4to). Antes de salir de clases nos
organizamos con mi grupo ue estaba compuesto por Ro-
berth y Luis. Decidimos ir a hacer el trabajo en la casa de
Roberth, ya ue él vivía más cerca del colegio. Quedamos
en encontrarnos a las 1 hs. en su casa. En esos tiempos es-
tudiábamos con luz de mechero ya ue no contábamos con
electricidad. Roberth tendría listas las velas y el combustible
para el mechero.
Antes de dirigirme a la casa de Roberth, mi mamá me
dijo ue alimentase a los animales en la mañanita, por ue
ella no iba a estar.
Salí rumbo a la casa de Roberth. Estaba caminando tran-
uilo, y pasando por una uebrada, de repente grita un zorro.
Salté de susto y le apedrié85 . El zorro se perdió por los chur-
uis y ya no lo volví a ver. Seguí caminando hasta llegar a la
casa de Roberth. Allí ya me estaban esperando y rápido nos
pusimos a hacer el trabajo, ya ue era mucho. Conversando
entre nosotros salió la charla de ue justo en la uebrada
donde gritó el zorro, era un asustadero86 . Roberth dijo ue
a él le apareció una velita y Luis dijo ue él había visto una
sombra perderse al fondo de los arboles. Luego decidimos
seguir haciendo el trabajo para no perder el tiempo.
8 obligadamente
[ 102 ]
104
– No le da miedo la oscuridad – le pregunté
irando su rostro hacia mí dijo:
–Cuando estaba viva, sí.
Al ver ese rostro pálido, ojos hundidos, poco cabello, piel
arrugada, salí asustado y corriendo llegué a mi casa y no
pude hablar hasta ue llegó mi mamá. Con mucho llanto le
conté lo ue me había pasado. Mi uerida madre me llevó al
curandero más cercano donde me hizo santiguar, y me ben-
dijo diciéndome ue era una mala hora para andar por esos
lugares.
N
varias generaciones, en el lugar ue ahora es el
Barrio Oscar Alfaro, e istió una curandera a la cual la gen-
te llamó “la hechicera”. Llegaron a ponerle a una calle, ese
mismo nombre. Toda la comunidad se asombraba por la agi-
lidad ue esta persona tenía para curar. Ella vivía en una
propiedad en la cual tenía su propia casa de dos plantas: an-
tigua, oscura y de adobe.
Ella era una persona ue siempre se esmeraba en sus cu-
raciones. Algunas personas pensaban ue todo era pura bru-
jería para curar a toda persona de su enfermedad. También
decían ue escuchaban a ciertas brujas rodear el lugar en
donde vivía la curandera. Veían volar a las brujas a eso de las
12 de la medianoche y eso hacía dar más temor al acercarse
a ella. Esas brujas aparecían casi todas las noches en el lu-
gar donde la hechicera habitaba y se creía ue esas e tra as
criaturas, eran creadas y dirigidas, por la hechicera del pueblo.
[ 103 ]
105
LA M JER BR JA DE LA COM NIDAD
Narrador Oral: Arnildo Rivera Aparicio
Recopilador: Cinthia Yanina Rivera Valdez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez
N
n vez en la comunidad de Bordo Calama, vivía una
mujer llamada Catalina. Ella era muy temida por su fama de
bruja, los vecinos y toda la gente del lugar decían ue tenía
pacto con el diablo.
Don Armando, con sus más de 80 a os, aseguraba ue
el acuerdo se celebró en el cerro de las aguaitas a las 12 de la
noche de un viernes. Por efectos del pacto, la mujer podría
hacer y conseguir todo lo ue uisiera especialmente: curar
enfermedades, adivinar pérdidas y hacer da o. A cambio de
ello entregaría su alma al diablo el día de su muerte.
En prueba del acuerdo, el diablo le sacó a la mujer el dedo
mayor de su mano iz uierda y él le entregó la punta de su
cuerno del mismo lado. La mujer lucía en su cuello el cuerno
diabólico, a modo de medalla. Lo mostraba orgullosa a sus
clientes, y así su fama se e tendió por todos lados. Desde
entonces los vecinos de la comunidad acudían a ella en busca
de la solución a sus problemas. Su casa se convirtió en una
posada ue se tornó terrible y peligrosa. Ya anciana sufrió
por primera vez de una e tra a enfermedad, a consecuencia
de la cual desapareció por 4 días, sin ue nadie pudiera dar
razón de su paradero. Cuando reapareció lo hizo totalmente
cambiada: ya no uería trabajar, ni ver a nadie. Duró pocos
meses y al fin dejó de e istir.
Aun ue en la comunidad, se acostumbraba velar a los di-
funtos durante 3 noches, poca gente acompa ó al velorio
por temor a ue algo malo les ocurriera. Cuando el diablo se
enteró del fallecimiento de su socia, emprendió rápido viaje,
ensilló su caballo negro con una montura plateada, ue re-
lampagueaba con los reflejos de la luna.
[ 104 ]
106
Además como la distancia ue le separaba de la casa de
la bruja muerta era de varios kilómetros, debía darse prisa.
Iba dejando a su paso un ruido sordo ue retumbaba por
todos los confines. En ese momento dos campesinos ue se
dirigían a su chacra, arriando88 su burrito, escucharon de
pronto el ensordecedor ruido ue cada vez se acercaba más.
Se detuvieron para atender mejor y uedaron paralizados
de terror al observar el relámpago de los aperos y espuelas
de la maligna figura. En menos de unos segundos, el diablo
cogió a unos de los campesinos, lo subió al anca del caballo y
le dijo: “ Agárrate fuerte ” y prosiguió su loca carrera. Llegó
a eso de las 3 de la madrugada. De inmediato se dirigió al
cuartito de la bruja, convertido en perro negro. De repen-
te se apagaron las velas y se pudo escuchar el ruido de la
tapa al abrirse el ata d. Varios vecinos se inmovilizaron de
espanto, otros rezaban, cuando otra vez se encendieron las
velas. El cajón apareció destrozado por el suelo, el cadáver
había desaparecido, el diablo llevó a la muerta de una sola
mano. Cuando el día ya clareaba, se detuvo, bajó el cadáver
al suelo, le pasó la u a por la frente, la partió en dos partes
iguales ue se distribuyó con su acompa ante, diciéndole:
“Toma tu parte. Esta es mía”. Rápido volvió a cabalgar y se
perdió sin rumbo. n poco recuperado del susto, el campesi-
no caminó sin saber por dónde, pues estaba completamente
perdido. Después de unos ocho días pudo llegar a su casa.
Profundamente conmovido, refirió la historia a su familia y
se retiró a descansar. Se le brindó toda la clase de cuidados,
en medio de rezos y oraciones, pero cuando uiso levantarse
sintió fuertes dolores de cabeza. Se enfermó muy seriamente
y comenzó a enfla uecer, hasta ue a los pocos días murió.
Desde entonces los vecinos de la comunidad tienen mucho
miedo a los brujos, especialmente a los descendientes de la
mala mujer.
88 arreando
[ 105 ]
107
LAS BR JAS
Narradora oral: Lucía Villa
Recopiladora: Camila Nataly Fernández Rivas
Profesora: Yolanda Abán
N
generaciones pasadas, cuando los papás de nuestros
abuelos eran ni os y no había tele, ni radio, menos teléfonos,
ni luz si uiera
EL CONDENADO (I)
Narradora oral: Ermelinda Ramos Ramos Rueda
Recopilador: Rodrigo Villa Perales
Profesora: Heidy Perales
N
c en la historia ue, cerca de un pueblito muy pe-
ue o, con apenas algunas viviendas, una iglesia y algunos
caminos de tierra, e istía una casa donde vivía una mujer
con sus tres hijos. Su esposo acababa de fallecer. Pasaron
tres días y el hombre se había levantado de su tumba. Mu-
chos creen ue se convirtió en un condenado. Antes la gente
decía condenado a las personas ue generalmente se levan-
taban de su tumba y estas personas se comían a su propia
familia.
El hombre fue a su casa y su esposa se había sorprendi-
do al ver a su esposo caminando. l le dijo: “yo estoy vivo,
no muerto”. También le dijo a su mujer ue no le contara a
nadie ue él estaba ahí y la mujer estuvo de acuerdo. Al día
siguiente la mujer se fue a traer le a y llegó tarde a su casa y
vio ue le faltaba uno de sus hijos y le preguntó a su marido:
“ dónde está nuestro hijo ”. Y el respondió: “está sentado en
la ventana”. Ella le creyó. Pasó otro día y la mujer de nuevo
llegó tarde a su casa y notó ue faltaba otro de sus hijos.
Ella le preguntó: “ dónde está nuestro hijo ”. Y de nuevo él
le dijo ue estaba en la ventana. Ella siguió confiando en él
y cada vez ue le daba algo de comer él le decía ue no tenía
hambre y así pasó otro día. La mujer esta vez vio ue la ropa
de su marido estaba con sangre, el piso también estaba con
[ 108 ]
110
sangre y no estaba ninguno de sus hijos en su casa. Ahora la
mujer le preguntó: “ dónde están los ni os ” Y el le respon-
dió enojado: “ ué se yo ”.
Ella se había dado cuenta ue su marido se había devora-
do a sus hijos. Inmediatamente la mujer pensó en escapar y
le dijo a su marido ue iba a orinar. na vez afuera empezó a
correr rumbo al pueblo, pero él le seguía y le gritaba: “ Dón-
de estas ”. Ella escuchaba cada vez más cerca los gritos de él
y finalmente llegó al pueblo y pidió ayuda a unas monjas ue
pasaban por el camino. Ellas, al oír lo ue le había pasado, se
pusieron alrededor de ella formando un círculo.
Estaban agarrando sus cruces y orando cuando el con-
denado llegó hasta donde estaba la mujer. Intentó sacar a
la mujer del circulo hasta ue en uno de sus esfuerzos cayó
y su estomago se reventó. Las monjas uemaron el cuerpo
y en medio del fuego salieron tres palomitas. Las monjas
le dijeron a la mujer ue esas tres palomitas eran sus hijos.
Luego de todo esto la mujer se fue a otro lugar y nunca más
regreso.
EL CONDENADO (II)
Narradora oral: María Castrillo
Recopiladora: Gustavo Tribeño Castrillo
Profesora: Heidy Perales
N
e esposo de María había muerto dejándola a ella y a
sus hijos en la miseria. La familia desconsolada no dejaba
de llorar. Ella no iba a visitar la tumba por prescripción del
médico, ya ue padecía de una afección cardíaca causada por
los maltratos del esposo.
[ 109 ]
111
Muchas tardes se la había visto mirar meditabunda el
horizonte, como si esperara la llegada de él. Así lo hacía día
a día. Deteriorada su salud por tan singular pérdida, y per-
seguida por las deudas de su esposo y los recuerdos, decide
alejarse de la comunidad junto a sus hijos. Se trasladan a
la capital donde busca trabajo para mantener a sus hijos y
olvidar el pasado.
n día, recibe la visita de Julia, amiga inseparable, uien
le cuenta todas las novedades ocurridas en el pueblo na-
tal. Con bastante preocupación le refiere la aparición de un
hombre parecido a su esposo. Al recibir esta noticia, María
se ueda perpleja. Desde la visita de Julia, para María las
noches son más largas y las lágrimas ya no son un consuelo.
Ella maldice la hora de su matrimonio y su nico consuelo
son sus hijos, ue son la razón de su vida.
na ma ana, dejando a los ni os dormidos, con actitud
resuelta, se dirige a la cancha donde le dicen ue “Jampiri”
sabía de estas cosas y ue podía ayudarla. Echadas las hojas
de coca, el adivino le asegura ue su marido se ha condenado
y ue la está buscando, pero ue el condenado se perdió en
un pantano.
Cansada de tanto acoso, decide acudir a un sacerdote de
la iglesia más cercana, uien le dice ue es menester ue ella
espere rodeada de ni os, a los ue los aparecidos, no se acer-
can por ser angelitos, y le pregunte el motivo de su condena.
Resuelta a enfrentarlo, retorna a su pueblo rodeada siempre
de ni os. Espera pacientemente el espectro hace su apa-
rición, pero al verla rodeada de ni os, desde lejos y con voz
lastimera le dice:
- Ven, no te voy hacer nada.
Ella muerta de miedo, pero sintiéndose segura con los ni-
os, sigue al aparecido. Al fondo del patio de su anterior vi-
vienda, al tiempo de se alar un rincón, cae y se vuelve polvo.
Al siguiente día, muy intrigada por lo ocurrido la noche
antes, llama a algunos vecinos para cavar el lugar donde in-
dicó el aparecido. Más grande fue su sorpresa, al encontrar a
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112
poca profundidad, un cofre lleno de oro, dinero y joyas. Ben-
dice el alma del difunto esposo y con ese dinero hacer dar
sendas misas por su alma y con el resto salvó su situación.
EL CONDENADO (III)
Narradora Oral: Genoveva Bamba
Recopiladora: Karen Magali Castillo Baldiviezo
Profesora: Cintia Cardozo
N
e cuenta ue en la comunidad del Rosal, donde las ca-
sas son distantes y las viviendas humildes, vivía una pareja
ue no había contraído matrimonio. Tenían un ni o de un
a o de edad. El hombre era malo y le pegaba mucho a su
mujer. Además le daba para los gastos medidito, para ue ella
cocine: primero comía él, hasta ue se hartaba bien, y luego
recién podía comer ella, si es que sobraba alguito. Si no sobraba,
tenía que raspar la olla para poder comer siquiera alguito.
n día él se fue al cerro a ver los sembrados. Ella aprove-
chó de hacerse algo para comer, por ue ese día no había so-
brado nada de comida para ella. Ya era tarde y tenía hambre.
Se cocinó rapidito y se apuró lo más ue pudo y cuando ya
estaba comiendo, vio ue venía su marido. Escondió rápido
la olla y su plato. Su bebé estaba llorando, así ue alzó a su
bebé para ue se callara. En eso, llegó su marido y se enojó
mucho al escuchar llorar al ni o. Le pegó a la se ora, le dió
de patadas y pu etes uería matarla. Ella logró hacerse
soltar y escapó con su bebé en brazos. l salió por su detrás89
para poder alcanzarla. Ella se escondió en un corral de pie-
dra viejo ue encontró, y él, no viéndola, se fue por otro ca-
89 Detrás de ella
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113
mino. Ella volvió a su casa y cerró bien la puerta (para ue,
por si acaso él regresaba, no pudiera entrar). l se fue por el
cerro y se hizo de noche mientras seguía buscándola. Cuan-
do estaba volviendo a su casa, pasando por el río, vio ue ve-
nía un hombre, vestido todo de negro, sentado en su caballo.
El caballo venía a todo galope, canchando 90 los herrajes. l se
apuró y corrió lo más ue pudo, pero como estaba oscuro, no
se dio cuenta de donde pisaba, se despe ó y murió.
El día siguiente, al amanecer, la mujer despertó y se le
hizo raro ue no apareciera su marido. Pensó en esconderse,
creyendo ue volvería más enojado, esta vez a matarla. Se
fue con su bebé donde su hermana. sta tenía una hija joven-
cita de 14 a os, ue iba a cuidar sus ovejas todos los días por
el mismo caminito. Ese día la moza salió con sus animales
como de costumbre, y en el camino vio a alguien echado ue
no se movía. Las ovejas se espantaron, pero ella se acercó
para ver si estaba bien, y le dijo:
- Se or levántese, mis ovejas se asustan - pero él no se
movía. La joven pensó ue estaba muerto, se asustó muchí-
simo y regresó corriendo a su casa. Le dijo a su mamá lo ue
vio. Ella también se asustó y fue a avisar a los demás vecinos
para ue fueran a ver ué es lo ue pasaba. Todos fueron al
lugar cuando llegaron hasta ahí, la mujer se acercó a ver
uién podría ser. Se asustó por ue era su marido, y más a n
por ue tenía los ojos y la boca abiertos. Los mayores de la
comunidad le dijeron ue el diablo le había robado el alma
al hombre. La mujer les pidió a sus vecinos ue estaban ahí,
ue la ayuden a llevarlo hasta su casa, donde lo velaron y
luego lo enterraron. La mujer se sentía triste aun ue más
tran uila por ue ya no volvería a golpearla el marido.
Pasó como91 una semana y la mujer seguía con su vida nor-
mal. Ella se ponía a hilar y se uedaba hasta tarde hilando.
90 Sacando chispas
91 Apro imadamente
[ 112 ]
114
Como en ese tiempo no había luz, se hacían claridad con una
vela y en una de esas de noches alguien le habló por la ven-
tana. Sin dejarse ver, le dijo:
- Le pasaré una velita de hueso - ella se asustó y se uedó
calladita con su bebé sin decir nada.
- Por ué trabajas hasta tan de noche Para eso es el día
El día es para vos y la noche es para mí - y se fue Ella
miró por una rendijita de la puerta y vio ue era un hombre
ue estaba todo de negro, con su caballo canchando los he-
rrajes. La mujer se uedó temblando con su hijo en brazos y
esa noche no durmió nada. Amaneció sentada en su cama
Al amanecer puso a su bebé en la cama, y se fue a prender
el fuego. Puso la caldera, se hizo té y se preparó su avío.
Después se fue al cerro con su hijito a cosechar lo ue su
marido había sembrado antes de morir. Se hizo tarde y bajó
rapidito para hacerse cena. Ya oscurito, mientras ella cena-
ba, vio desde su ventana, ue a lo lejos venía alguien. Era un
hombre, vestido de negro. Le hablo a la mujer diciendo:
- Se ora, por dónde es el caminito para llegar hasta su
casa -. Ella le dijo - por ahisito nomás vengase-. Llegó a su
casa, lo hizo pasar y le invitó un plato de comida. La vela
ya se estaba apagando y no hacía mucha luz por lo ue no
se veía muy bien. La mujer fue a prender otra vela para ue
hubiera más luz y cuando miró bien al hombre vio ue era
su marido. l ya tenía su cuerpo totalmente descompuesto:
gusanos le caían de su cara, le salían de los ojos, la boca y los
oídos. El hombre le dijo:
- Me llevó el diablo, estoy condenado por ser tan malo en
vida. T no sabías pero además de pegarte, me metí con mi
sobrina cuando era joven.
La mujer, muerta de miedo, agarró a su hijo y salió co-
rriendo. Al mirar atrás, el condenado venía detrás de ella. La
mujer se apuraba lo más ue podía e iba rezando a la Virgen
María, pidiéndole ue la ayudara. El condenado se acercaba
cada vez más y la mujer rezaba y pedía con más fuerza. De
pronto, le apareció la imagen de la virgen y le dijo ue no
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115
se asustara, ue ella le ayudaría. Le dio unas reli uias, ue
eran como una luz muy fuerte, y le dijo ue se subiera a un
molle y ue cada vez ue él mirara hacia arriba, ella dejara
caer una reli uia para ue él no la pudiera ver, y ue se baja-
ra del molle cuando el gallo cantara por tercera vez. Ella le
agradeció llorando y se apuró a subir a un molle ue estaba
en el camino. Apenas terminó de subir, llegó el condenado
y decía:
- uele a carne humana - y uería mirar hacia arriba
ella lanzaba una reli uia y él ya no podía verla. Así pasó
toda la noche, en el molle lanzando las reli uias cada vez
ue miraba el condenado. Antes de ue amanezca, apare-
ció el diablo y se lo comió al condenado. l también uería
mirar hacia arriba y la mujer lanzó una reli uia, y el diablo
desapareció.
Por fin amaneció. Esperó arriba hasta ue el gallo cantó
por tercera vez. La mujer pudo bajar del molle con su bebé
y se fue a su casa. Temía por ella y por su hijo, así ue fue a
la iglesia y le pidió al padre ue fuera bendecir su casa. Des-
pués de eso, vivió tran uila por mucho tiempo, hasta ue su
hijo se convirtió en todo un hombre.
EL CONDENADO (IV)
Narradora Oral: Modesta Sánchez
Recopiladora: Rilda Mamani López
Profesora: Marcelina Castillo
N
na de las historias ue les puedo contar es algo ue me
pasó a mí y a mi familia. A os antes se escuchaba hablar
mucho sobre la e istencia del condenado por ue en realidad
e istía. A mí me apareció dos veces:
[ 114 ]
116
Como a las ocho de la noche, estábamos cenando yo y mi
familia. Mi hermano fue el primero en terminar de comer y
salió al patio. Como nosotros no teníamos luz, sólo utilizá-
bamos el mechero. Con la poca luz ue reflejaba el mechero
desde la cocina, mi hermano llegó a ver una persona afue-
ra del patio merodeando nuestra casa, y como el muro ue
rodea a nuestro patio no era muy alto pudo observar ue la
persona ue estaba afuera era un hombre. Mi hermano pen-
só ue era el enamorado de mi hermana, entonces le dijo ue
se fuera, pero el hombre no le hizo caso.
Entonces mi hermano agarró una piedra y le tiró, vol-
viendo a repetir ue se fuera. Pero el hombre le respondió
tirándole una piedra al patio ue cayó muy cerca de mi her-
mano. ste buscó la misma piedra y uiso tirarle, pero lo
ue le tiró, no era una piedra era un pedazo de puyla92 . Cuan-
do mi hermano la alzó, se espinó toda la palma de su mano.
Asustado pensó ue ese hombre no era una persona, porque
una persona no puede agarrar y sacar un pedazo de puyla y tirar-
la. Así ue entró en la cocina medio tembloroso, y nos contó,
cerrando la puerta con fuerza.
Al escucharlo, todos asustados no sabíamos ué hacer.
Mis hermanos y yo nos metimos en la cama casi llorosos
y mis padres pusieron al fuego un palo con punta de fierro
para ue cuando el condenado uiera entrar nos podamos
defender con el palo. Pero el condenado no entró, más bien,
dio la vuelta a la casa haciendo ruidos fuertes, como si tu-
viera unas gigantes botas de agua, luego empezó a llorar y
gritar de una manera terrorífica.
Todos asustados escuchábamos los gritos del condenado
y los ladridos del perro, ya ue los perros cuando ven a un
condenado ladran y hay veces en ue no pueden ladrar o
empezando a ladrar lloran de susto con el cuerpo temblo-
roso y sin poder moverse. Pero cuando escuchamos ladrar
N
en la comunidad de Calama, se cuenta ue el llanto del
zorro representa sucesos sobrenaturales o paranormales
como apariciones, llantos y gritos. Este se or nos relata una
historia muy interesante sobre un suceso en relación a lo
e plicado:
[ 117 ]
119
“ Se cuenta ue a os atrás, un joven se encontraba ca-
mino a su maizal para abastecerlo de agua; pero en el cami-
no escuchó los gritos o llanto de un zorro. En ese instante,
recordó ue sus abuelos le comentaron ue cuando eso su-
cede uno debe alejarse del lugar, por ue eso significa ue
algo peligroso puede ocurrir. Pero a este muchacho nunca le
fue fácil obedecer entonces tomó vigor y coraje y se adentró
en el monte para ver la razón por la cual el zorro gritaba.
Al acercarse, vio algo ue brillaba a unos metros de distan-
cia. Creyó ue era una persona ue se encontraba por ahí.
Se acercó más y notó una figura humana ue acechaba al
animal. l se apro imó y le habló, pero no respondía. De
pronto el silencio lo consumió. Se acercó más y lo tomó
de un hombro, pero lo ue vio fue algo muy espantoso: era
una persona en descomposición, se podría decir un cadáver
o condenado viviente. Tenía el rostro infestado de gusanos,
los parpados descompuestos y una nariz partida y colgando
junto a su ojo derecho. Esto aterrorizó al muchacho, uien
se uedó sin aliento y ni si uiera pudo e clamar un grito.
El muchacho se desmayó en ese momento y al día siguiente
su familia estaba en busca de él. Lo ue encontraron fue
terrorífico: su hijo estaba manchado de sangre y el animal
descuartizado de una forma muy atemorizante. Los padres
tomaron a su hijo y se lo llevaron. Al despertar el muchacho,
se encontraba asustado y con mucho temor a todo lo ue lo
rodeaba. Sus padres lo cuestionaron pero él no podía decir
una palabra: era como si se hubiese uedado mudo.
Desde a uel día el chico actuaba de una manera e tra-
a. Desaparecía por las noches y sus padres tenían ue sa-
lir a buscarlo. Estuvo así durante varios meses, hasta ue
un día desapareció por varios días. Sus padres angustiados
lo buscaban sin parar. De pronto una noche se escucharon
nuevamente los llantos del zorro y durante la ma ana los
comunarios y su familia fueron a ver lo ue sucedió. Se en-
contraron con una escena espantosa: el joven se encontraba
nuevamente ensangrentado y el animal hecho pedazos. Pero
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120
lo anormal, lo más sorprendente, fue ue el chico se encon-
traba en descomposición al igual ue a uel condenado.
Los comunarios, lo llevaron y lo enterraron.
Desde entonces, se dice ue el chico aparece por las no-
ches, en las uebradas y lugares oscuros, donde existen pocas
personas, y poca luz.
LOC RA EN LA NOC E
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta
N
c nd yo era ni a, tendría como ocho a os, mis
padres me llevaron a visitar a un tío. l estaba muy enfermo,
cuando llegamos a su casa lo vimos recostado y muy agoni-
zante. Su esposa se encontraba muy preocupada ya ue no
sabía lo ue le pasaba. Mis padres le aconsejaron llamar a
uno de esos brujos chamanes, pero mi tía no creía en esas cosas:
ya los había llamado y no habían curado a mi tío.
n día mi tía llegó a mi casa muy espantada y nos contó
ue ayer por la ma ana mi tío había escapado y no sabían
donde estaba Mi tío ya llevaba como unos tres días desa-
parecido, cuando mi padre volvía de trabajar en la chacra
vio a un hombre boca abajo flotando en el río. Fue a ver uién
era y era mi tío. Lo llevó a mi casa y mi madre le dio una
sopa. Pero él le dijo ue no uería ella insistió él empezó
a actuar violentamente, empezó a tirar las cosas y a patearlas.
Yo estaba muy asustada, mi tío no era el mismo de antes, él
era como si fuera otra persona. Mi padre después de calmar-
lo, lo llevó con su esposa ya ue estaba harto de su actitud.
Con la ayuda de otros vecinos lo llevaron a su casa para des-
[ 119 ]
121
pués atarlo en una silla. Su esposa estaba aliviada y acorda-
ron uedarse despiertos para ue no se soltara y se vaya.
Ya eran las diez de la noche y se escuchó un ruido muy
fuerte mi tío se había desatado y estaba corriendo hacia el
monte. Mi padre y los otros lo seguían pero él gritaba:
- Déjenme ir l me persigue
Corrieron tanto hasta ue lo perdieron. En ese momento
no habían linternas así ue no podían ver nada. Estuvie-
ron unas horas buscándolo pero lo dieron por perdido y di-
jeron ue volverían al amanecer. Cuando era de madrugada,
todos salimos a buscarlo y después de un rato de b s ueda
lo encontramos pero él estaba muerto.
En ese momento todos estábamos espantados ya ue ja-
más habíamos visto algo así. Mi tío tenía el estómago ensan-
grentado, con sus tripas salidas y con las moscas alrededor.
Y lo más impactante era ue no tenía los ojos. Todos pensa-
mos ue fueron los animales del monte y no uisieron ue la
noticia se e panda, así ue le dimos una religiosa sepultura ”
N
c n mi bisabuelo, ue en sus tiempos vivía en la
comunidad de Lajas un hombre llamado Juan Méndez ue
hizo un pacto con el diablo. Mientras toda la gente trabajaba
de sol a sol sin descanso alguno, los gobiernos dictadores de
la época día a día devaluaban la moneda. Por eso en lugar de
ganar algunos pesitos con la cosecha de temporada, termina-
ban en deuda.
122
[ 121 ]
123
Pero a Don Juan se lo veía estrenar de fiesta en fiesta. La
gente no sabía cuáles eran sus negocios ue le daban tanta
prosperidad: tenía un hermoso caballo negro con montadu-
ra enchapada en plata, ojotas charoleadas93 , la hacienda ue
crecía día a día, un molino, la mirada de todas las mozas y la
envidia de los mozos.
Así transcurrían los días y Don Juan prosperaba ine pli-
cablemente. Se casó con la moza más linda de la zona, uien
le dio un nico hijo. Parecía ue los a os lo hacían más joven
y al mismo tiempo aumentaban los rumores de su pacto con
el diablo. No faltó un mozo audaz y corajudo llamado Pedro
ue estaba decidido a seguirle los pasos para conseguir la
buena fortuna. Estaba tan entusiasmado ue empezó a vi-
gilarlo día y noche a fin de comprobar si era verdad lo ue
decían las habladurías. Así descubrió ue de vez en cuando,
algunas personas ue iban a moler maíz al molino de propie-
dad de Don Juan en el Picacho, no volvían: él los empujaba a
la posa. También pudo observar ue algunas noches de luna
llena, Juan se metía a la posa montado en su caballo Pedro
suponía ue iba a hacer tratos con el Diablo.
na noche de esas, Don Juan salió de su casa alrededor
de la medianoche. Rápidamente ensilló su caballo y se di-
rigió hacia el Río rande, y Pedrito a carrera limpia por
atrás. No tardó en aparecer un rayo de fuego río abajo, con
dirección a ellos. Pedro se tiró de panza tras unas piedras y
pudo ver una terrible aparición ue se acercaba a todo galo-
pe. Se escuchaba relinchar un caballo blanco con un jinete
vestido del mismo color, las riendas del caballo eran de oro
y al galopar brotaban chispas de las patas, resollaba fuego
vivo por la boca y en los ojos del caballo, se veía el mismo
infierno. El pobre Pedrito hubiese uerido salir corriendo
pero estaba paralizado del susto. No se atrevió a alzar la vis-
ta para mirar al jinete, uien después de hablar un momento
93 De charol
[ 122 ]
124
con Juan, soltó una estremecedora carcajada. Mientras Don
Juan rogaba y suplicaba, el jinete alzó galope río abajo hasta
perderse en el picacho. Don Juan se uedó en el río llorando
y rogando a Dios por su esposa y su hijo.
El susto de Pedro fue tan grande ue llegó a su casa em-
papado en sangre y nunca más se atrevió a seguir a don Juan
del Diablo. Al poco tiempo la esposa de Don Juan se volvió
loca y unos meses después murió su hijo. Esto llevó a Don
Juan a envejecer rápidamente y a la repentina muerte.
Mi abuelito decía ue cuando se hace pacto con el diablo,
siempre se pierde, por ue el diablo da todo lo ue le piden
pero e ige a cambio almas inocentes y cada vez más cer-
canas al pactante y en caso de incumplir el trato, de todas
maneras se los lleva y les quita todo.
N
en la comunidad del Rincón de la Victoria, se cuenta
ue en las noches a partir de las ocho de las noche, aparece
un caballo blanco. n día se le apareció a un hombre llama-
do Aurelio Cuellar, de sesenta a os de edad, ue vivía en esa
comunidad con su hijo y su esposa.
l estaba llegando de su trabajo, ebrio. Justo cuando es-
taba andando por allí a esa hora, vio un caballo blanco ue
estaba lastimado. Don Aurelio era apasionado por los caba-
llos, así ue trató de llevarle al río para darle agua. Luego
lo llevó al mismo lugar donde lo encontró. Al llegar a su
casa contó lo ue le había sucedido a su esposa. Después de
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125
unos días, Aurelio enfermó y le empezaron a salir manchas
negras por todo el cuerpo. Pasados algunos días falleció por
esa e tra a enfermedad ue todos desconocían.
Al pasar el tiempo su esposa recordó todo lo ue le había
ocurrido a su esposo y contó la historia a su hijo. El joven
Paulo Cuellar fue al mismo lugar como a las doce de la no-
che y le pasó igual ue lo ue le había contado su madre: vio
al caballo blanco ue estaba herido. l se asusto y corrió
hasta llegar a su casa y le contó a su madre. Desde ese día
esta leyenda se e pandió por la comunidad y también por
comunidades vecinas: denominaron al caballo blanco como
el caballo del diablo.
EL OMBRE Q E NO Q I O CASARSE
Narrador oral: Estanislao Velásquez Jurado
Recopilador: Antonio Velásquez
Profesor: Carlos Cruz
N
ce muchos, muchos a os, en el Cantón de Tomayapo,
en Loros, vivía una pareja en concubinato. El hombre de
nombre Santos no uería casarse por nada. Siempre esta-
ba huyendo del cura y buscando cual uier e cusa para no
casarse. n día, él salió de su casa para ir en busca de co-
mestibles a la tienda del pueblo. Cuando estaba de vuelta a su
casa, le alcanzó el padre de la parro uia montado en su caba-
llo negro: el padre se llamaba Ananías. Le alcanzó al se or
Santos y le dijo ue en la noche iría a su casa para charlar
con su mujer y para casarlos de inmediato. Ahí fue ue el
Diablo en la forma del Padre del pueblo, Ananías, ya lo tentó
al se or Santos.
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Cuando llegó a su casa, estaba actuando de una forma
rara y le dijo a su esposa Saturnina Velás uez, tía de Don
Estanislao, ue lo encontró al padre Ananías y le dijo ue
“va a venir a la casa para casarnos”, y ue él no uería casarse.
Entonces le dijo a Do a Saturnina, su mujer, ue le diga al
padre cuando venga, ue él se viajó y no volvería en días. Ella
le preguntó “ Dónde te vas a esconder ” y él le dijo ue se
iba a dormir por esa noche a la chacra. Agarró un cuero de
oveja, su poncho y se fue a la chacra.
Cerca de la medianoche, Don Santos escuchó los pasos
de un caballo ue entraba por la chacra, e iba directo donde
estaba él.
Al otro día la mujer fue a verlo por ue no volvía y sólo
encontró el cuero y su poncho: él desapareció.
Ella avisó a los vecinos y lo buscaron por todos lados
pero no lo encontraban. Paso mucho tiempo, cuando llegó
una noticia de unos pastores de ovejas de la comunidad ve-
cina de Paicho, diciendo ue encontraron a un hombre en el
cerro donde nadie podía subir por ue era peligroso y em-
pinado: de nombre Santos y de Tomayapo. En ese tiempo
el corregidor del Pueblo de Tomayapo era Don Estanislao
Velás uez, sobrino de Do a Saturnina y Don Santos. Le
avisaron a él, e hicieron un grupo de personas y fueron a
verlo cuando llegaron a Paicho, Don Santos había muerto.
Las personas ue lo habían hallado todavía con vida, dijeron
ue él había dicho ue el padre Ananías lo dejó ahí, y ue le
dijo ue volvería por él.
Las personas ue fueron a traerlo, buscaron un cajón
para llevárselo de vuelta a Tomayapo. Cuando lo llevaban
y justamente pasaban por el lugar cerca de donde fue en-
contrado, el cajón se cruzaba de un lado a otro, y los ue
lo llevaban le echaron agua bendita y así dejo de cruzarse.
Cuando llegaron a la casa donde él vivía, lo velaron una no-
che y esa noche
A medio de velarlo, en el cuarto donde estaba el muerto,
las gatas rasgu aban el techo, uerían entrar y era como si
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127
alguien echara tierra al techo y al cajón. Luego, en la puerta,
se apareció una mula negra relinchando y sacando fuego por
la boca. La gente ue estaba ahí sintió mucho, mucho miedo.
Don Estanislao tomó un chicote y salió atrás de la mula ue
se fue relinchando. Al día siguiente, lo llevaron a enterrar y
cuando lo estaban metiendo a la sepultura, el cajón se cru-
zaba y no se dejaba manejar. Al final con mucho trabajo lo
metieron a la sepultura.
Al otro día, fueron a dejar agua bendita y flores. Encon-
traron la sepultura abierta y el cajón abierto: no había el cuer-
po de Don Santos. Se presume que el diablo lo sacó y lo llevó.
N
c en la gente ue hace mucho tiempo, en la comu-
nidad de Carachimayo e istía un molino. Allí habitaba una
serpiente de ojos rojos sangre, ue irradiaba brillo incandes-
cente con el sol. Reposaba en un molle ue se encontraba
al lado de a uel molino abandonado, donde hoy en día, sólo
uedan escombros en el lugar. Se dice ue a uella serpiente
era guardiana del molino y ue el Diablo la había dejado
para a uellas personas desventuradas ue se les ocurriera
andar por ahí. A uellos ue lo hacen condenan su alma y
son capturadas por la serpiente en el molino, para ue al
anochecer el Diablo aparezca y se coma su alma. ritos des-
garradores perturban a las personas de Carachimayo.
Esta es la historia de Isidoro Fernández un hombre co-
m n, humilde, de campo. Lo caracterizaba su masculinidad:
[ 126 ]
128
se podría decir ue era un hombre honrado, de buena fe
ue más adelante daría un cambio drástico en la naturaleza
de su persona.
Todo inicia durante la época de carnaval, cuando Cara-
chimayo se pintaba de dalias y flores de campo. Era de notar
ue el verano era una época demasiado alegre, los hombres
salían montados a caballo con sus cajas y er ues, su vesti-
menta de bayeta, acompa ada de sombrero y poncho, ue
caracterizaba su masculinidad. Salían cantando coplas, dan-
do bienvenida al carnaval.
Sus mujeres preparaban la rica chicha, el arrope y alo-
ja para la marcada de los animales. Las alegres chapaquitas
vestían con pollera, blusa, manta, sombrero con su caracte-
rística flor en la oreja y con los colores vivos del verano. Las
personas adultas con sus alegres danzas y tonadas repartían
chicha y aloja.
Justo fue durante la época de carnaval, ue Isidoro estaba
pasando por una necesidad económica muy fuerte. Mientras
otros festejaban, él estaba en el borde de la locura. Las des-
gracias naturales ue acontecieron durante esos meses por
la zona, acabaron con sus sembradíos y, con la desesperación
de haberlo perdido todo, de no saber ué hacer, no podía ni
si uiera conciliar el sue o. Todo lo llevó a no encontrar otra
salida y tuvo ue pedir la ayuda del diablo.
na noche lo invocó, pidiéndole ue lo ayudara y ue a
cambio le daría lo ue uisiera. En ese momento pasó lo
impensable: al conocer la desesperación de este hombre,
pensando en aprovecharse de su humanidad, se presentó el
diablo en el lugar y le propuso un pacto.
Este consistía en ue Isidoro tendría todo lo ue uisiera,
pero a cambio él tendría ue entregarle un alma cristiana
cada mes y de no hacerlo condenaría su propia alma. Se lle-
vó adelante el acuerdo y así fue ue todos los meses Isido-
ro le entregaba una persona. Misteriosamente empezaron
a desaparecer personas de la comunidad, y de comunidades
aleda as, de las cuales no se sabía nada. na vez ue desa-
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129
parecían, solo sus ropas se encontraban, era como si la tierra
se los tragara, nadie veía nada.
Isidoro se había vuelto due o de todos los molinos de ese
tiempo, un hombre con mucho dinero y muy poderoso en
a uel entonces. Pero no lo hacía notar a los ojos de la gente.
Durante las fiestas de carnaval, la gente acostumbraba a
salir a compartir a las chicherías.Al anochecer la mayoría de
las personas retornaban a sus casas, pero una ue otra per-
sona se iba a reunirse en grupos para desvelarse copleando,
mientras tomaban chicha y bailaban.
na familia ue había venido desde el campo a celebrar la
fiesta de carnaval a la comunidad, se les hizo de noche y no
encontraban un lugar para descansar. Mientras caminaban
sin rumbo, de repente Isidoro se apareció y amablemente les
ofreció techo para pasar la noche, la familia muy agradecida
aceptó.
Isidoro llevó a la familia al molino para ue pasaran la no-
che. Al llegar les dio unas mantas para ue pudieran echarse
a descansar. Se acomodaron con su hijito en medio. La noche
parecía tran uila, hasta ue fueron las tres de la ma ana...
todo estaba muy oscuro, no había ni una sola estrella en el
cielo, y la luna no había salido. n viento frio empezó a co-
rrer, la puerta comenzó a rechinar lentamente una sombra
oscura y escalofriante se asomó por la puerta, algo agarró a
la mujer repentinamente y la sacó del molino.
Al amanecer el hombre abrió los ojos bruscamente al es-
cuchar a su hijo llorando, entonces vio ue su mujer no se
encontraba en el lugar. ritó, gritó y gritó su nombre pero
no apareció ni un rastro de ella. Así transcurrieron los días
y semanas pero no la encontró. no de esos días, cerca del
río un comunario encontró las ropas de la mujer ue ves-
tía ese día ue desapareció. Siguió con su b s ueda, con la
esperanza de encontrar a su mujer, pero después de mucho
tiempo de buscarla terminó aceptando lo peor: ue nunca
más la volvería ver.
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130
Sin embargo, la verdad es ue esa noche a uella sombra
ue se había infiltrado, había sido Isidoro. Su pura intención
de haber invitado a dormir a esa familia, fue para entregar a
la mujer al diablo.
Después de lo ue hizo, y al ver la desesperación y el do-
lor del esposo por esa pobre mujer ue él entregó, se sintió
tan mal ue se dio cuenta ue no podía seguir haciéndolo.
Por un buen tiempo no entregó ning n alma cristina, pero
sabía ue le pasaría lo peor. Isidro no estaba cumpliendo con
lo pactado, así ue esa noche el Diablo anunció su llegada
con a uel viento frio y tenebroso de costumbre. Pero Isidoro
tenía un plan entre manos: le uería proponer otro trato,
mejor a n, para ue le perdonara la vida. En ese momento,
en la sombra más oscura del cuarto, salió de donde se encon-
traba, mostrándose enorme, alado, con tres cuernos como
agujas ue trastornaban hacía atrás, sus pies eran como las
de un perro y sus manos pintaban u as grandes y gruesas
como la de un gato gigante y una cola larga con punta de
lanza. Isidoro al verlo y sentir un miedo aterrador en su in-
terior, rogó por su vida, suplicó, imploró, y por ltimo le
prometió ue le daría muchas más almas ue sólo necesitaba
más tiempo. El diablo muy molesto no aceptó y le dijo ue
un trato es un trato y ue como no tenía un alma para en-
tregarle, se llevaría la suya. El demonio con una sonrisa de
malicia y placer en el rostro, le dijo: “por tu avaricia y falta,
es hora de morir eternamente Isidoro”. ritos terribles de
dolor se escucharon esa noche.
A os después de la muerte de Isidoro Fernández, sus
molinos se repartieron entre sus familiares, y terminaron
pasando de mano en mano, llegando a uedar solo ruinas de
ellos y en algunos casos absolutamente nada.
En la comunidad de Carachimayo la gente a n cuenta
ue cada febrero en las fechas de carnaval, se suele sentir
un aire caliente y olor a azufre cerca de a uel molino ue
impregna el cuerpo y el olfato. En unos senderos se puede
sentir como el cuerpo se estremece.
[ 129 ]
131
Así que si van algún día por la comunidad y ven un molino
tengan cuidado porque no es seguro ese lugar.
N
en la comunidad de Rancho Norte, cuando una persona
andaba a la medianoche, se le aparecía el diablo en forma
de un gallo blanco, o de persona parada adelante, incluso
muchas veces en forma de una persona muy uerida. Ese
lugar era un asustadero. abían dos partes donde aparecía:
la primera es en el puentecito de la casa de Do a Maura y
la segunda es en el canal de agua por el camino viejo (era
donde más asustaba). abía unas horas ue la gente decía
ue eran malas horas: desde las 12 de la noche hasta las 4 de
la madrugada. Las personas ue bajaban a esas horas por la
noche no tenían ue mirar atrás por ue les aparecía… Donde
antes vivía Don José Luis enteno Valdez aparecía siempre
un hombre parado, todas las noches y se perdía por medio
de los arboles.
[ 130 ]
132
LA MALDICI N
Narrador Oral: Estanislao Benitez Choque
Recopiladora: María Isabel Gutierrez Benites
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo G.
N
Í una vez, hace mucho tiempo, un hombre llamado
Manuel Baldivieso vivía cerca de Iscayachi, en la comunidad
de Tres Cruces, un lugar tran uilo con pocos habitantes.
En a uellos tiempos don Manuel era un hombre de paz,
tran uilo, generoso, le gustaba compartir con la gente y ha-
cer amigos. l tenía veinticinco a os y estaba soltero. Solía
ir a pasar la fiesta de Santiago a Chamata, comunidad cer-
cana a Tres Cruces. n veinticuatro de julio, como todos los
a os, emprendió su viaje por la tardecita, acompa ado de
sus amigos. Eran cinco o seis muchachos, iluminados por
los ltimos rayos del sol, el camino no era muy largo, pero a
ellos les gustaba pasarse el tiempo charlando y recordando
lo lindo ue pasaron la fiesta el a o pasado. Ellos recorda-
ban más ue todo a las mozas de polleritas cortas, a la chicha
de do a Lucinda y se preguntaban si ese a o iba ser igual de
divertido y lindo. Don Manuel estaba muy contento y emo-
cionado, nunca imaginó ue a uel día tan esperado marcaría
su vida para siempre.
A la madrugada del veinticinco de julio llegaron a Cha-
mata, era el día del puchero y los tistinchos94. Llegaron bien
de ma anita a la casa de do a Lucinda donde era la fiesta.
De llegadita, les dio un plato de puchero con sus tistinchos
ue no cabían en el plato, se pasaron el día cantando, con-
versando y en la noche era lo bueno: el baile. Para su des-
gracia don Manuel había tomado más de la cuenta estaba
9 Camilla
[ 132 ]
134
para evitar ue escape. Otros dos hombres cargaban el ca-
llapo de la parte de atrás, lo bajaron por Choroma y luego
por la cuesta de Calama, debían llegar al hospital de San Lo-
renzo. Cuando llegaron al hospital inmediatamente lo car-
garon a un camión y lo pasaron a la ciudad de Tarija al hos-
pital San Juan de Dios donde lo atendieron de emergencia. A
don Felipe le hicieron pagar todos los medicamentos desde
la cárcel por ue cuando internaron a don Manuel, apresaron
a don Felipe de inmediato. Permaneció en la cárcel hasta ue
don Manuel uedó completamente recuperado, más o menos
tres meses después.
Entonces recién don Felipe pudo conseguir su libertad,
obviamente, le hicieron pagar algunas multas para ue pu-
diera salir sin problemas. Don Manuel se recuperó muy bien,
pero nunca volvió a ser el mismo. Después del accidente,
poco a poco, la avaricia y la ambición lo iban consumiendo.
Así fue pasando el tiempo. Don Manuel se casó, formó una
familia y nunca más se volvió a cruzar con don Felipe. Se
corrían rumores de ue don Manuel había hecho un pacto
con el diablo, pues no encontraban respuesta, ni e plicación
para la grande ri ueza ue poseía. En ese entonces, se lo
veía bajar por Chamata con una gran hacienda montando a
su mula negra. Don Manuel solía salir mucho en la noche y
su rumbo casi siempre era la cuesta de la Qui ua. Caminaba
y caminaba hasta cierto lugar llamado El Cajón, lo llamaban
así por ue era un camino muy angosto ue se desprendía del
cerro. En medio de dos barrancos muy altos, había un vacío
muy oscuro y profundo. Ese lugar era temido por todos y
más ue todo en la noche. Nadie se atrevía a pasar por allí,
sólo por ue en ese lugar se habían cometido muchos críme-
nes.
Cuando los viajeros pasaban por allí con sus mulas car-
gadas de plata, los cuatreros los asaltaban los mataban y
los tiraban al cajón. Don Manuel llegaba hasta ese lugar y
pasaba la noche allí, luego volvía a su casa todo tran uilo.
En la época de siembra, él sembraba mucho maíz para cam-
[ 133 ]
135
biarlo por sal o venderlo a los forasteros. Entregaba alrede-
dor de veinte o treinta cargas por semana. A pesar de ue él
era poseedor de grandes ri uezas, siempre andaba andrajoso
vestía sus trapos viejos hechos de lana de oveja y tejidos por
su esposa.
n día había hecho un trato con un forastero para en-
tregar mucho maíz y no convenía perder a uel negocio y
de ver ue el forastero no iba a recoger el maíz don Manuel
decidió ir a buscarlo a Chamata. Don Manuel vivía siempre
preocupado y con esto se molestó mucho y perdió la razón.
Estaba tan obsesionado con el dinero ue, cuando encontró
al forastero, lo obligó a ue fuera a recoger el maíz. Estaban
en camino y don Manuel actuaba como si estuviese discu-
tiendo y peleando con alguien, pero no había nadie. El fo-
rastero estaba a unos cuantos pasos más atrás, llegaron a un
río el cual tenía dos maneras de cruzar: una era rodearlo y la
otra cruzar recto. Don Manuel decidió rodearlo y el foras-
tero como tenía prisa cruzó recto. Cuando llegó al punto de
encuentro, don Manuel no aparecía. Minutos después se fue
a buscarlo y se encontró con su cuerpo flotando en una poza
del río muy profunda. Muy sorprendido y asustado el foras-
tero no se atrevió ni a intentar sacarlo, lo nico ue hizo fue
correr a avisar a su familia. Se reunió mucha gente de Tres
Cruces y se lo llevaron para enterrarlo. Después de velarlo
lo llevaron al cementerio, los hombres de la comunidad de-
cían: “pronto vendrá y lo sacará”. Se uedaron a cuidar cin-
co o seis hombres todos con coca, cigarrillos y trago, para
agarrar coraje por si algo pasaba. Todo estaba tran uilo y
de repente a la media noche vieron ue algo se acercaba muy
rápido: era una mula blanca ue botaba fuego por la boca, al
mismo tiempo ue pisaba soltaba chispas. n gran jinete de
sombrero negro, ue no dejaba ver su cara, llegó y entró al
cementerio. Los hombres muertos de miedo se ocultaron de-
trás de una pared, se uedaron todos abrazados y temblan-
do. El jinete desmontó su mula caminó hacia la sepultura de
don Manuel y le dijo: “Manuel Baldivieso levántate”. Don
[ 134 ]
136
Manuel se levantó de la tumba como si estuviera vivo, luego
le dijo: “ uítate esa ropa” y don Manuel le hizo caso se uitó
toda la ropa, la dejó al lado de su tumba. Entonces el jinete
agarró a don Manuel lo puso en las ancas de su mula y se fue
e actamente por donde vino. Los cuidadores muy asustados
se fueron a casa y avisaron lo sucedido a los familiares. Fue
un momento muy triste así ue decidieron no comentarlo
con nadie y olvidar lo sucedido.
Varios a os después los hijos de don Manuel ya eran adul-
tos. no de ellos llamado Luis Baldivieso, había seguido los
pasos de su padre: practicaba mucho la brujería, se decía ue
era el brujo más eficiente del lugar. n día salió a caminar
a la comunidad vecina y cometió el error más grande de su
vida. Luis se enamoró de la persona e uivocada, se enamo-
ró de Jacinta. na moza bonita, muy buena ue odiaba las
personas ue se dedicaban a la brujería. Fueron enamorados
por mucho tiempo, pero ella empezó a escuchar rumores de
ue Luis era un brujo. Así ue decidió ir a visitarlo sin avi-
sar. Justo a uel día Luis había salido en su función de brujo
para lo cual desprendía sus ojos y su cuerpo, solo salía con su
cabeza, dejó sus ojos y su cuerpo en su cuarto. Jacinta llegó,
preguntó por él, su mamá ue estaba haciendo chicha, le dijo
ue había salido y no tardaba en regresar. Jacinta decidió
esperarlo, en un pe ue o descuido se metió en el cuarto de
Luis y se encontró con el cuerpo y sus ojos. Llena de rabia
agarró los ojos y actuó de la manera más normal con su sue-
gra. Se acercó a la olla de arrope y sin pensarlo dos veces los
tiró allí. Se despidió como de costumbre y se fue.
Al regresar Luis no encontró sus ojos, se dice ue le ui-
tó los ojos a un cuervo. A partir de a uel día casi nunca salía
de su casa por ue no podía ver bien ni caminar y nunca más
pudo volver a hacer brujería. Jacinta había uedado embara-
zada, volvió después de un tiempo con el ni o. Los comu-
narios no uerían a nadie de esa familia así ue decidieron
matar al ni o. n día lo secuestraron, lo llevaron al cerro y
lo abandonaron allí solo. Se dice ue el ni o se convirtió en
[ 135 ]
137
un duende ue se les aparecía a los ni os y se los robaba para
jugar con ellos y nunca más volvían.
N
ce unos a os atrás, había un se or ue tenía un pac-
to con el diablo. Yo era ni o cuando, una tarde de esas, es-
cuché sonidos de herramientas, como si estuvieran peleando.
Mi mamá se asustó mucho y fuimos a ver lo ue pasaba. De
repente el se or Mateo Segovia salió del ca al. Ella le pre-
guntó llorando:
- Qué ha pasado Quién lo estaba pegando
- No, no era nada ahijada era sólo una cochinada ue
me apareció. - Como mi mamá sabía ue era comprometido
con el diablo, imaginó ue eso fue lo ue se le apareció.
Pasaron tres meses ya era noviembre, tiempo de llu-
vias. Todos estaban apurados, guardando sus cosas para ue
la lluvia no las mojara A la madrugada, sentí un tremendo
alboroto, lo cual me despertó. Era el mismo se or, Mateo
Segovia, padrino de mi mamá, ue renegaba gritaba a sus
sirvientas y peones. Me levanté de la cama, caminé hacia
mi madre y mientras ella cocinaba, yo me calentaba con el
fuego. De repente, vi dos hombres. Sus pies eran como patas
de gallina, sus sacos eran largos y overos. Ellos se dirijían al
rancho de Don Mateo Yo uería ver la cara de a uellos,
pero no pude: estaban tapados con un trapo largo y negro.
Asustado pregunté
[ 136 ]
138
- Mamá, mamá ... Quiénes son a uellos hombres
- Dónde ... - dijo ella. Intentaba verlos, pero no pudo.
Ella me rega ó diciéndome: “llok’alla 9 mentiroso, chosño-
so97... ué ves si no hay nada”. Me dio un pechón 98 y caí
sobre las cenizas. Al instante ue entraron esos hombres al
rancho, el se or se calmó. Se tran uilizó, como si eso fuese
lo ue estaba esperando y tuviesen hecho un arreglo entre
ellos.
Pasaron los a os la gente desaparecía y morían de
vez en cuando, por ue ese se or entregaba personas al dia-
blo a cambio de ri uezas.
Crecí, y siendo ya joven, como era técnico, el se or Ma-
teo me hacía llamar varias veces para ue le fuera a arreglar
radios. Me hizo llamar con varias personas pero mi mamá
no me dejaba rogaba ue no fuera. Yo, caprichoso, ya no
le hice caso y me dije: “ ué me puede hacer l no es más
ue Dios ”.
Fui a la casa de ese se or, llegué y ufff! . Me sirvió dife-
rentes platos de comida, de lo mejor. Todo el día me alimen-
tó muy bien. Cuando uise venirme, no me dejaba. Sacaba
una y otra radio para arreglar. Tardecito, ya cansado, entre a
su casa para pedirle un alambre para captar ondas. Lo vi de
rodillas, sin sombrero, en dirección al sol. ablaba, saborea-
ba y hacia pasar sus salivas A mi me dio verg enza entrar
e interrumpir lo ue estaba haciendo. Di media vuelta para
irme y justo hizo volar una gallina blanca, haciendo caer mi
gorra. Me fijé adonde cayó la gallina, pero no había ni una
blanca... todas eran de color oscuro. Me puse a pensar en
ese momento salió el se or. Yo ya uería irme, pero él no me
dejó: rogó ue me uedara. Entonces imaginé ue tal vez
uería hacerme algo. Como yo creía en Dios, clamé y dije:
9 Ni o o adolescente
9 Lagañudo, ue tiene laga as en los ojos
98 Empujón
[ 137 ]
139
“Dios mío, si este hombre me quiere hacer algo, por favor protége-
me, de las garras de satanás”
Así, confiando en Dios, acepté uedarme. Me dio un
dormitorio aparte. Cuando ya era medianoche, sentí ue al-
guien chupaba y saboreaba mis cabellos. Desperté bien: era
Don Mateo.
En ese momento me puse a pensar ué hacer, uise darle
un pu etazo por no faltarle el respeto no le se lo dí. Que-
ría hablarle pero gracias a Dios me llegó la idea de em-
pujar y moverme un po uito. Eso fue suficiente, ya no pudo
hacerme nada, por ue se asustó . Y dijo: “va a disculpar
Don Orteguita, no uería despertarlo, estaba buscando unas
soguitas, ya sabe ue siempre hacen falta para cual uier co-
sita”. Cuando salió del cuarto, todavía me uedé pensando,
ue tal vez había sido un sue o cuando to ué mi cabeza,
mis cabellos estaban mojados y, comprobé ue era real.
Luego, a los pocos días, me enteré ue enfermó. A lo tres
días después de asustarse con mi murmullo. Ahí fue cuando
me hizo llamar, pidiéndome ayuda y me decía ue solo mi
Dios le podía salvar Rogaba, suplicaba y me abrazaba, di-
ciéndome ue por favor le pida a mi Dios ue lo salve. Yo le
contesté:
- Pero ué hizo usted en su vida, ué ha hecho de malo
Confiese todo lo ue ha hecho, pídale perdón, entonces l
podrá perdonarlo.
A los pocos días, vuelta me hizo llamar. Otra vez fui a
verlo. Estaba muy mal con todas sus fuerzas me abrazó y
murió en mis brazos. No le pidió perdón a Dios, y se lo llevó
el diablo, por ue él falló y no pudo entregarme: yo tenía fe
en Dios Padre todopoderoso, el cual me salvó.
Después de su muerte, comenzaron a morir sus animales.
Toda su ri ueza se acabó y su familia uedó en la pobreza, y
ni siquiera les alcanzaba para comer.
[ 138 ]
140
NA NOC E TENEBROSA
Narradora oral: Santusa Anachuri Altamirano 99
Recopiladora: Lizbeth Isabella Aparicio Anachuri
Profesora: Osvaldo Gira
N
n noche, Don Marcelo Anachuri, estaba regresando
de curar. Acostumbraba llevar a un compa ero pero el se-
or ue le acompa ó esta vez era muy miedoso. Cuando ya
terminaron de curar, era más o menos las 12 de la noche. Al
regresar para dejarlo en su casa, Don Marcelo iba montado
por delante y su compa ero le seguía a pie por detrás. Cami-
nando iban, conversando, pero de pronto, el caballo empezó
a in uietarse bastante. Cuando se dio vuelta para verlo a su
compa ero, con la oscuridad vio ue venía él, pero estaba
raro. Cuando le habló, no le respondió. Entonces encendió
su linterna y vio ue no era él: tenía los ojos rojos, sus dien-
tes podridos y sus patas eran como de cabra. Como él no
conocía el miedo, de un salto se bajó del caballo, sacó su
chicote ue siempre llevaba en la cintura y le preguntó por
su amigo. Le dio tres látigos y le echó agua bendita y des-
apareció ante sus ojos.
Fue a buscar a su compa ero ue ya estaba cerca del río y
el río ese día estaba caudaloso. l lo uiso hacer volver, pero
el compa ero no se dejó, sino ue seguía caminando. Don
Marcelo se dio cuenta ue por delante del hombre, iba un
caballo del mismo color ue el suyo. Entonces agarró fuerte
a su compa ero para ue no entrase al río. El caballo ue
iba por delante, se entró al río pero no sintieron ue saliera
del otro lado. Don Marcelo volvió a encender su linterna
en la otra banda del río, no había nada. Le subió a su amigo
N
c en n algunas personas de anta o lo ue les voy a
relatar Ocurrió en el Río Chico, ue es el río ue separa a
Tarija Cancha Sud y Tarija Cancha Norte. Se dice ue antes
había una pe ue a poza en el río. Algunos cuentan ue por
el atardecer se les podía aparecer un hombre o una mujer,
depende de la persona ue se muestre ante el o ella. El hom-
bre o la mujer invitaba a jugar en la poza a todos los ni os
ue cruzaban por ahí sin la compa ía de un adulto. Algunos
ni os se acercaban y no se daban cuenta de la poza y termi-
naban ahogados.
Fue así ue un día a mi abuelita
EL BEB Q E SE CONVIRTI
EN D ENDE
Narradora oral: Plásida Humacata Añazgo
Recopiladora: Nelva Soledad Say
Profesora: Carmen Rosa Abán
N
e dice ue hace 30 a os, un día del mes de septiembre a
las 12 pm., en el cerro de Er uiz, conocido como “Cabrería”,
Do a Plásida fue a cuidar a sus ovejas y vacas. En ese lugar,
había duraznos, peras y membrillos. Mientras ella fue a ba-
jar duraznos para comer, llegó Don uillermo. En sus bra-
zos traía flores y un bebé muerto. Don uillermo le e plicó
a Do a Plásida ue su hijo había nacido muerto y lo uería
enterrar en ese sitio. A los pocos minutos cavaron un pozo
para enterrarlo. Don uillermo llamó a los vecinos para ue
lo acompa aran en su dolor durante el entierro. Don ui-
llermo les invitó un vaso de canela a todos, y después se
despidieron del muertito y se marcharon a sus casas.
Así pasaron los días, y el bebé que fue enterrado en la tierra de
la quebrada, se convirtió en duende.
[ 144 ]
146
A los 2 meses Don uillermo fue al lugar donde enterra-
ron a su hijo a dejar flores. Más grande fue su sorpresa al
ver el hueco ue había, donde antes hubiesen enterrado a su
hijo: estaba destapado y en el hueco no había nada.
Don Julio, esposo de Do a Plásida, todas las tardes iba
al cerro a buscar le a y varas para hacer canastas. Cuando
pasó por el lugar donde enterraron al ni o, le apareció un
duende. El duende le hacía se as para ue se apegue hacia
él, pero Don Julio no le hizo caso y se fue. Al día siguiente
pasó por el mismo lugar y otra vez le apareció el duende
haciéndole se as para ue se acer ue. Don Julio decidido,
hizo con sus manos una cruz. El duende salió escapando
por el cerro y se perdió en la uebrada, a la ue ahora le
llaman “Molloso”. Desde esa vez nunca más se apareció el
duende por ese lugar.
EL D ENDE DE LA ACEQ IA
Narradora oral: Emma Castrillo Añazgo
Recopilador: Manuel Yahir Cruz Castrillo
Profesora: Edith Sánchez
N
e por el a o 193 en la comunidad de Tomatitas. La
se ora Marcelina A azgo, pastora de ovejas, en ese tiempo
era una ni a. Todos los días salía muy temprano a pastar sus
ovejas y sus chivas. Tenía un horario para recorrer ciertos
lugares. Llevaba sus animales largas distancias y luego las
llevaba a la ace uia para ue puedan beber agua. Las llevaba
por la ma ana y un día por la tarde muy cansada se sentó a
descansar y se uedó dormida.
Al despertar, muy asustada por la hora, retornó a su casa
rápidamente para meter los animales al corral. Su papá la
[ 145 ]
147
esperaba para ayudarle pero cuando estaban terminando de
cerrar los animales, su papá notó ue faltaban una oveja y
su corderito.
En ese momento su papá muy enfurecido le mandó a bus-
carlos. Ya eran las nueve de la noche y Marcelina seguía
buscando hasta que por fin escuchó el balido y era cerca
de la ace uia. Tenía miedo de entrar ahí de noche ya ue
contaban ue por esa parte asustaba y comentaban ue ahí
enterraron un bebé. Más grande fue su sorpresa al ver ue de
arriba de un molle saltó a la ace uia un hombrecillo de som-
brero grande.
Al ver esto Marcelina huyó corriendo del lugar sin im-
portarle nada y escuchaba ue alguien entre risas como un
bebé la perseguía. Sin darse vuelta, Marcelina siguió co-
rriendo hasta llegar a su casa.
Su papá la esperaba en la puerta muy angustiado por ue
no volvía. Al verla a lo lejos corrió a darle alcance. Marceli-
na estaba sin aliento y muy asustada que no podía hablar. En
eso su papá la calmó y tran uilizó.
La ma ana siguiente el papá fue al corral y vio ue los
animales estaban completos n escalofrío corrió a través
del cuerpo de Marcelina y de su padre, ue uedaron sor-
prendidos al ver esto.
A partir de ese día, Marcelina cambió de lugares para pastar
los animales y volvía más temprano a casa.
[ 146 ]
148
EL D ENDE DEL CA AL100
Narrador oral: Agapo Aban Altamirano
Recopiladora: Paola Dayana Aban Huanca
Profesora: Heidy Perales
N
en Rancho Norte había una familia local de bajos re-
cursos. Ellos tenían terrenos en un sitio alejado, cerca del
río. La familia tenía un hijo pe ue o de 2 ó 3 a os de edad.
Como la familia era de bajos recursos, iban a cosechar ver-
duras ue ellos mismos plantaban en su terreno, el cual es-
taba cerca de un canal.
n día como cual uiera, la madre junto a con su pe ue o,
como todos los días fue a sacar verduras del terreno ue po-
seían. El ni o jugaba muy animado mientras su madre saca-
ba verduras. La madre acostumbraba a lavar verduras cerca
del terreno en el canal, para poderlas vender más rápido y
con mejor calidad. Cerca del canal había un ca al en ambas
orillas donde formaba una cueva un poco oscura. Después de
sacar las verduras, la madre fue a lavarlas y su ni o la acom-
pa ó. l se fue a jugar en el callejón del ca al y después de
un rato, la madre, al terminar su labor, se dio cuenta ue su
hijo ya no estaba en el lugar donde ella lo había dejado. Se
dio cuenta ue el ni o estaba en el ca al e inmediatamente
fue a ver su hijo y vio ue el ni o jugaba con un pe ue o
ni o de piel blanca y de ojos de color negro, vestido con un
trajecito de color blanco, con un gran sombrero blanco en su
mano. Era el duende. Después de un rato de ue el duende
viera a su madre comenzó a jalar al ni o por ue uería lle-
várselo. El ni o lloraba, entonces la madre fue corriendo y
agarró al ni o de su mano y se lo llevó.
N
ELLA
cie cuenta díaque había en
de febrero, una vivienda
épocas abandonada
de carnaval, donde lasen
San Lorenzo
mozas más airosas quey sus
daba miedo.
churos 102 Nadie salían
chapacos pasabaa disfrutar
por allá
después
de una rica dechicha
la oración.
103 Una baile,
y un buen noche,unDongrupoJuan estaba
de amigos
borracho.
llegaron Pasódejunto
a casa Do aa lauadalupe
casa mocha, se paró
Jaramillo. Entrefrente
risas la
y
puertase yfuedijo
coplas carajo…
pasando la tarde.El oyó un maullido y se
Como de costumbre,
encendieron las luces al caer elde
dentro sollaMaría debía volver
habitación. Sacódelsu
campo donde todas las ma anas solía partir
cuchillo para asustar al espíritu maullador. Volvió a dar con su alforja
cargada de unaluego
un maullido, mollera,algosucruzó
pedazoraspándole
de ueso y la sucabeza
cantimplo-
y se
ra cargada
le cayó de agua. Tan linda era ella con sus
el sombrero. Después se perdió en las sombras. ojotas charo-
leadas 104
, ue tan solo al verla te alegraba. Entre juegos y
Don Juan dio una carcajada y se fue camino arriba.
risas, María cuidaba sus ovejitas. A ella le gustaba coser y
Después volvió a pasar por el lado de la casa mocha,
bordar sus propias mu ecas. Buscando una sombra donde
sintió unos
refugiarse, pasos
logró dar saliendo de su “casa
con la conocida interior. Él miro
mocha”. Ahí pa-al
costado
saba y viocosiendo
las horas a un cura parado
y jugando en la
hasta ue puerta.
el sol se Quiso
entra-
correr pero no podía. El cura se le acercó a Don Juan y
N
familia Chocala criaba diferentes animales en Ran-
cho Norte. n día de esos la madre fue a cuidar a su ganado,
como todos los días. abía dejado a su bebé jugando con
10 Bajaba al horizonte
10 Cerca
10 Toda
[ 149 ]
151
arena cerca de la uebrada. Al atardecer regresó la madre a
buscarlo y ya no se encontraba ahí. Lo buscó toda la tarde
y no lo encontró. Regresó a su casa con todo su ganado y
de ahí fue a avisar a sus vecinos. Fueron a la uebrada (de
la tranca, más arriba) pero no lo encontraron. En la noche
seguían buscando, uebrada por uebrada de Rancho, pero
desgraciadamente no lo hallaban.
Ellos ya estaban desesperados y fueron a curanderos o
suertiadores108, y ellos le dijeron ue el duende se lo había
robado. También dijeron ue, al día siguiente al mediodía,
iba a aparecer el ni o en la uebrada. Así es ue todos los
vecinos se prepararon y se escondieron por ahí. A las 12 del
mediodía, el ni o apareció jugando solo. Las personas ue
estaban en ese lugar, le atraparon pero él no uería venir-
se por ue él decía ue estaba feliz y contento jugando con
otros amiguitos. Estaba tentado por el demonio del duende.
Pasaron los a os, y este chico se sanó, pero no del todo.
Quedó un poco atontado, distraído y disperso de la realidad.
Cuando fue más grande, se fue a la Argentina a trabajar en
los ca ales y de un día para otro desapareció de allí.
N
ie atrás, un joven de 28 a os llamado Antonio
vivía en la ciudad. n día decidió ir a visitar a sus padres ue
vivían en el campo, un lugar muy bonito rodeado de cerros.
Al llegar a casa de sus padres y verlos, se puso muy contento
y decidió uedarse un tiempo con ellos.
Los padres de Antonio tenían algunos animales ue cria-
ban en corrales cerca de su casa y a otros los despachaban
al cerro para ue fueran a comer pasto. n día el padre de
Antonio tenía ue ir a ver a sus animales en el cerro. Como
el hombre ya era mayor y le costaba subir, Antonio, ue era
bueno y generoso, decidió ir en su lugar.
Al amanecer del día siguiente, Antonio preparó su avío
y se fue al cerro. Mientras subía, iba admirando las flores y
plantas ue crecían ahí. Cuando llegó, donde se encontraban
sus animales, vio ue todo estaba bien. Al bajar fue sacando
unas plantitas ue le gustaron mucho y al llegar a su casa
las colocó en macetas y las cuidó.
A Antonio le gustaron mucho las plantas. Pasaron dos
semanas y decidió ir a buscar más. A la subida, fue sacando
unas cuantas plantitas y se sentó a observar el paisaje. Pasó
el tiempo y cuando se dio cuenta, ya se había hecho de no-
che e inmediatamente se levantó para ir a su casa. Mientras
bajaba vio ue en una pe a brillaba algo. Fue a asomarse a
ver ue era y vio ue era una linda flor alantuya109 de color
N
e una vez en la localidad de Quirusillas en la provin-
cia de Méndez. Allí vivían dos hermanos, Juan y Cirila, ue
pasaban cuidando las chivas de su uerida madre. Siempre
los observaba pasar por mi casa y seguir su recorrido has-
ta una uebrada al pie de la monta a, conjuntamente con
sus animales. na ma ana mientras preparaba el desayuno,
escuché a los dos hermanos tener una discusión y luego se
comenzaron a empujar hasta ue los perdí de vista. Al po-
nerse el sol, mientras estaba en mi casa, vi a Juan regresar
[ 152 ]
154
con sus chivas, pero no se encontraba con su hermana Cirila.
Pensé ue tal vez no había observado bien, y seguí con mis
actividades.
Ya eran las diez de la noche y me estaba por entrar a la
cama, cuando de pronto, alguien toca la puerta. Voy a ob-
servar y era Cirila, uien se encontraba echada en la puerta
de mi casa. La metí a mi cama y ahí, un poco asustada, le
pregunté ué le había pasado:
N
ce mucho tiempo, cerca del cerro Sipi, vivía una fa-
milia muy pobre. Era invierno y la madre con su hijo es-
taban en la casa con mucho frio. Como no había le a para
calentarse, la mujer con desconfianza mandó a su hijo para
traer le a del cerro con su burro. ste no era muy despierto
ue digamos, así ue su madre le dio algunas recomendacio-
nes y le pidió ue se apresurara.
El joven se fue cantando coplas al cerro por un camino
muy viejo y angosto ue daba recelo111, el chango no tenía
miedo, para él todo era un juego. Mientras caminaba sintió
ue el suelo se movía, entonces gritó: “ terremoto, sálvese el
ue pueda ”
En ese momento el burro se le escapó asustado y el mu-
chacho lo fue a buscar. Buscaba y buscaba, entonces escuchó
hablar a la gente ue estaba por ahí, se escondió rápidamente
en un chur ui. Entre tolas y escondido miró ue eran hom-
bres ue tenían vestimentas ue nunca había visto y tenían
animales raros cargados con sacos y algunos burros, ellos
estaban haciendo un campamento en el lugar.
El joven por miedo decidió volverse. Cuando iba de re-
greso pensaba cómo iba e plicarle a su madre ue había
perdido el nico burro ue tenían. En ese momento vio un
pato, lo agarró, lo amarró y se lo llevó. Al llegar a su casa le
dijo a su mamá: “mira mamá el burro se tranjormó112 en pato
111 Miedo
112 E presión oral de “transformó”
[ 154 ]
156
para comerlo”. La mamá más viva le dijo: “ con ué vamos a
cocinar el pato si no hay le a Mejor anda a buscar la le a
y al burro”.
Al día siguiente se fue de regreso por el campo hacia el
cerro, ya cerca de llegar al lugar donde perdió el burro, vio
a los mismos hombres, tomó coraje y se acercó. Los hombres
se pararon sorprendidos, al ver ue sólo era un chango y se
volvieron a acomodar. El muchacho les contó lo ue le pasó,
entonces uno de los hombres, se levantó y le dijo: “agarra ese
burro de ahí, descárgalo y lárgate de a uí y no vuelvas por
estos rumbos”.
El chango va a desamarrar el burro y no se da cuenta
ue la soga era una víbora. La desata y de lejos le gritan:
“ cuidado ” El muchacho se asusta, pero sigue soltando los
sacos. Al caer los sacos se ve ue estaban hechos de sapos,
éstos salen brincando. En su interior tenía cantidad de pepas
de oro, así ue toma unas cuantas sin ue lo vean, las guarda
en su chuspa113 y se va apurau114 .
Cuando estaba aclarando, llega a su casa con el burro
cargado de le a, le cuenta lo ue le había pasado a su ma-
dre. sta muy viva decide hacer bu uelos toda la noche sin
dormir nada, para luego al día siguiente bien temprano tirar
todos los bu uelos por el patio.
Al pasar en la ma ana, la gente con sus animales, mi-
raba con asombro los bu uelos y le preguntaban ue había
pasau115 . La mujer les decía ue en la noche llovieron puro
bu uelos, ue ahora se habían vuelto ricos, gracias a los bu-
uelos. Cada vez ue compraban algo decían ue era gracias
a los bu uelos.
La mamá le ense ó al hijo para ue diga lo mismo y no
los haga pillar por ue nadie podía saber cómo ahora tenían
plata.
N
e pasó en la provincia Méndez en una comunidad
llamada apatera, un día como todos los días. Era una tarde
soleada cuando un hombre dejó de trabajar en su potrero.
El hombre se fue a su casa a comer. Terminó de comer y se
sentó a contemplar la tarde fresca cuando su compadre
venía por el camino de piedra montado en su caballo. Su
compadre le dijo:
- Compadrito ay deme a ir a buscar a mis vacas, se han
escapado del corral.
El compadre le dijo:
- Vamos Pero espéreme hasta ue me ponga mi poncho
y sa ue el caballo del corral.
Se fueron montados a caballo por el camino viejo. Cuan-
do dieron las doce de la noche, llegaron hasta una casa vieja
y abandonada. Los hombres bajaron de su caballo y tuvieron
la curiosidad de entrar ahí. Entraron con miedo y encon-
traron un cántaro lleno de oro.
Los compadres salieron rápidamente, se montaron en su
caballo y se fueron cuando desde lejos vieron un cerro ue
brillaba como oro puro. Ya no podían ir a caballo. Se bajaron
y fueron a pie cuando apareció una tropera con sus ovejas.
Los hombres se acercaron y le dijeron:
[ 156 ]
158
- Qué haces a uí tan sola
- Estoy a uí por ue la bruja del pueblo me echó una mal-
dición. stedes ue hacen a uí
Los compadres dijeron:
- Estamos buscando el oro de este cerro
- Este lugar esta bendecido por el diablo, por ue de a uí
no volverán a salir.
De pronto el compadre vio a su toro a tres metros, in-
tenta agarrarlo pero le fue imposible. Entonces la tropera
alcanzó a darle una pedrada en una de sus astas y salió un
pedazo. El toro siguió corriendo hasta ue el hombre ter-
minó cayéndose por detrás del toro. Cayeron a un remolino
muy hondo y ahí uedaron hasta el día de hoy. La historia
cuenta ue en ese cerro hay mucha vegetación y está lleno
de minerales, sobre todo de oro. También está la tropera ue
cuida ovejas a partir de las 12 de la noche. También se dice
ue miles y miles de personas están atrapadas en el remolino
más profundo.
EL C RANDERO
Narradora oral: Marcelina Velázquez
Recopiladora: Iveth Pamela Tolaba
Profesor: Nils Alarcón
N
e n las de la ma ana. Todavía estaba un poco os-
curo cuando junto a mis hermanos, Andrés y Santos, nos
fuimos a matar palomas con la honda. Llevábamos una lin-
terna y nos acompa aba mi perrito. Cuando estábamos por
el bos ue escuchamos voces de mucha gente hablando, como
si fuera una fiesta. Fuimos a ver ué era y vimos un hombre
con sombrero y un saco tenía aspecto de burro. Estaba al
lado de un churqui ue se balanceaba de un lado a otro Así
nos uedamos unos momentos escuchando y mirando.
En eso, la bulla de la gente se sentía más cerca y el hom-
bre con cara de burro nos comenzó a corretear. Nosotros es-
capamos corriendo, mientras nuestro perrito le gochaba116
Mientras corríamos, tropecé con una piedra y el perrito se
paró al frente mío y le seguía ladrando. Pude levantarme y
seguir corriendo pero mi perrito no gochaba más, como si
algo le tapara la boca o como si le faltara el aire. Mientras,
el hombre con cara de burro nos gritaba fuerte mientras nos
alejábamos del bos ue.
Llegamos a la casa y les contamos lo sucedido a nues-
tros padres. Felizmente, nuestro perrito ya estaba bien.
11 ladraba
[ 159 ]
161
LA APARICI N DE N P EBLO
Narradora Oral: Santusa Anachuri Altamirano
Recopilador: Alexis Sebastián Espinoza Anachuri
Profesora: Edith Sánchez
N
i abuelo vivía en la comunidad de Tomatas 1 de abril
primera sección de la Provincia de Méndez. Como a os an-
tes no e istía transporte, ellos trasladaban sus productos en
animales cargueros hasta San Lorenzo.
na noche regresaba de vender sus productos y se le hizo
muy tarde. Eran las doce de la noche. Estaba por el lugar lla-
mado “El Mollar”, ue está ubicado cerca de su casa. Cuando
de pronto, frente a él, se produjo un sonido estremecedor.
Contó ue, en ese lugar, se abrió como un pueblo muy ilu-
minado. Vio a muchas personas blancas, hombres, mujeres,
ni os y una mesa grande llena de servicios muy lujosos.
Como apareció en el camino por donde tenía ue pasar, tuvo
ue detener sus burritos, uedándose uieto al lado de sus
animales, observando como conversaban, reían y jugaban
los ni os. Se uedó a un lado del caballo por ue temía ser
visto.
De pronto uno de los hombres dice ue olía carne huma-
na y hacía como si estuviera olfateando. En ese momento,
sintió mucho miedo y empezó a rezar, sacó el cuchillo ue
acostumbraba a llevar en su cintura y el chicote. Contó ue
nunca había sentido tanto miedo por ue él era curandero y
estaba acostumbrado a ver cosas ue asustan. De pronto,
aparecieron dos hombres montados a caballos blancos ue
les dijeron a las mujeres ue tengan todo listo para la cena,
ue ellos traían la carne.
Mi abuelito contaba, en forma de broma, ue él pensaba
ue sería la cena, pero los hombres pasaron por su lado con
sus caballos a todo galope. Luego de un rato, volvieron y
[ 160 ]
162
en las ancas de uno de los caballos trajeron el cuerpo de un
hombre pelado117 ue estaba muerto y tenía tierra sobre su
piel, parecía sacado de la tumba. Dijo ue lo pusieron sobre
la mesa, le levantaron y lo metieron dentro de un tan ue. Ya
cocido lo sacaron y lo pusieron sobre la mesa y todos em-
pezaron a comer cortando con sus cubiertos, hasta uedar
llenos.
En ese momento, dijo mi abuelito, ue cantó el primer
gallo y todo desapareció antes sus ojos, uedando todo en
tinieblas por la oscuridad de la noche. Muy asustado juntó a
sus burritos contin o su camino hasta llegar a su casa. Pasó
un buen rato sin poder hablar por el susto, esto preocupó a
toda la familia, pero luego habló y contó todo lo ue vio.
LA CABA A POSE DA
Narrador oral: Alfredo Nieves
Recopiladora: Geovana Sarah Saldaña Nieves
Profesor: Alcides Espinoza
N
dicen ue a os antes, cerca de la plaza de San Loren-
zo, había un se or ue era pobre. l había encontrado una
casa vieja y dicen ue al pasar el tiempo el viejo iba arre-
glando más la casa. na noche no había ya la casa. En
cambio, había una caba a chiquita… era como si nadie vivie-
ra ahí. El hombre hizo un ritual y entonces todas las noches
la caba a desaparecía.
Dicen ue ese hombre era un curandero y ue todas las
personas ue le buscaban para ue los cure y él al curarlos
decía “entra a la caba a de abajo”. Eso era como un remedio
para los enfermos cuando la gente salía de la caba a la
caba a desaparecía.
11 Sin ropa
[ 161 ]
163
Y dicen, ue al llegar las 12 de la noche el se or prendía
una fogata en un cerro muy lejano. Se desvestía y bailaba al-
rededor de la fogata diciendo: “cuando la caba a desaparezca
yo seguiré de pie”.
La gente creía ue al bailar era como si él estuviera des-
pertando al diablo, y cuando uerían ver, la caba a desapa-
rece. Esto asustaba mucho a la gente del lugar. Entonces un
día prometió irse lejos de allí con su caba a, apuntando un
cerro muy alto en el horizonte.
Al pasar el tiempo la gente decía que vivía en una cueva con
su cabaña.
LA SALAMANCA (I)
Narradora oral: Francisca Choque Subelza
Recopiladora: Evelin Aracely Rivera Tapia
Profesor: Limberg Velásquez
N
c en esta historia lo ue le ocurrió a Don Vidal. En
época de carnaval, Don Vidal estaba retornando de la fiesta
y se dirigía a su casa. Estaba por donde ahora está construi-
do el Cristo, un poco más arriba, (en ese a o todavía no ha-
bía el Cristo). Entonces se le apareció una se orita bien linda
y hermosa, rubia y le dijo: “ vamos allá ”. l, como estaba
medio ebrio, fue. De pronto se abrió una puerta y entraron.
El cuarto era bien lindo y la se orita le quería hacer echar
ahí 118 pero él pensó y dijo ue no. Como siempre manejaba
un cuchillo, sacó eso y le amenazó con matarle, entonces ella
le dejó salir y él se fue. Cuando Don Vidal salió, no hubo
118 Recostarse
[ 162 ]
164
nada, ni cuarto, ni puerta. Entonces se fue con su cuchillo en
la mano. Ahí apareció eso por ue había una Salamanca ue
se abre cuando es carnaval y le puede aparecer a cual uiera,
pero más a los hombres.
A os antes cuando le apareció eso a Don Vidal, no había
el Coliseo ni el Cristo, y esta salamanca se encuentra cerca
del coliseo, más abajo, en dirección al río Calama.
LA SALAMANCA (II)
Narradora Oral: Celestina Torrez
Recopilador: Elmer Josué Zambrana Guerrero
Profesora: Roxana Tarifa
N
en una humilde casita de la comunidad de Corana Sud,
vivía una familia conformada por cinco ni os y sus padres:
María (de 10 a os), ngel (de 8), Severo (de ), Juana (de 4)
y Juan (el más pe ue o).
na tarde, cuando la familia se disponía a cenar a la re-
dondilla119, los perros comenzaron a ladrar. El esposo salió a
mirar y vio ue pasaba muy veloz un caballo blanco con su
jinete ue poco se distinguía. Los perros lo siguieron hasta
ue llegó a la uebrada, donde e istía una poza de forma
redonda, muy pero muy honda, llamada “salamanca”. Fue tan
grande la curiosidad del esposo, ue fue hasta el lugar para
observar. Encontró a los perros ladrando alrededor de la
salamanca sintió una brisa ue le entró al cuerpo, y de
repente un sentimiento de miedo, al ver ue no había nada.
Regresó a la casa, tan rápido como pudo. Al llegar, no podía
120 olpeando
[ 164 ]
166
y los comunarios no uerían ya pasar por a uella uebrada.
Ya con los a os, y con la lluvia y la erosión, la uebrada se
llenó de arena y la salamanca uedo como una leyenda de la
comunidad.
N
e cuenta ue en la comunidad de Carachimayo, por la
zona norte, vivía don Marcos uzmán, una persona ue se
decía ue tenía un pacto con el diablo y utilizaba la magia
negra para sus intereses.
Los comunarios comentaban ue esta persona sabía usar
su magia para hacer maldad a la gente. También se decía ue
a este se or le gustaba hacer bromas pesadas, como hacer
asustar a la gente.
Esta persona era odiada por los comunarios, no tenía
casi amigos, todos le tenían recelo: sólo Plácido Soliz, era su
nico amigo. Plácido conocía a Marcos desde hacía mucho
tiempo y lo consideraba una buena persona sin importar lo
ue la gente comentara, él ignoraba las malas voces.
Marcos con Plácido sabían tomar mucho trago, chicha,
entre otras bebidas ue se podían encontrar en el pueblo.
Marcos tenía ue entregar a alguien al diablo, para ue éste
no le uite su magia. l tenía algo en mente, uería entregar
a Plácido, pero tenía ue llevarlo a un lugar especial donde
estuvieran solos. Entonces Marcos puso su magia a prueba,
para ue ésta le diera más poder.
[ 165 ]
167
na tarde, como muchas en las ue se reunían los cumpas
de tomada, se pusieron a beber: trago, vino, chicha, alcohol,
hasta uedar bien borrachos.
na vez ue no tenían más bebida, Marcos le pedió pres-
tado un billete de 10 bs a Plácido, Marcos agarró el billete
lo apu ó y dijo: “billete de 10 convertir en 100”. Ahora con
más platita, seguían tomando, mientras iban camino a su
destino.
Lo ue Marcos no sabía era ue su buen amigo Plácido
tenía algo ue lo protegía. Estaba protegido por las 4 ma-
gias: la magia blanca, el cigarro; la verde, la coca; la ama-
rilla, el alma y la roja, el machete. Por eso, Plácido siempre
estaba bien coquiau121, con machete en la cintura y un cigarro
en la boca.
Cuando estaban por llegar al lugar, Plácido reaccionó de
la inconsciencia ue tenía por el alcohol, gracias a la protec-
ción de estas magias.
Viendo esto Marcos, pensó en intentarlo de nuevo. Ahora
uería llevarlo a Chur uiguayco pasando la banda. Marcos
hizo tomar de nuevo a Plácido para llevarlo.
En el camino le dio una bebida muy fuerte preparada. Al
tomar uedó muy borracho e inconsciente, cerca de llegar al
lugar esperado. La tierra se puso de color sangre y del frente
de ellos salió un chivo parado en dos patas, tenía astas ue
median como dos metros con cara de humano, deforme y cu-
bierto de pelos. En ese momento, para protegerlo a Plácido,
se activaron las cuatros magias, intentando salvarlo de esa
terrible situación.
La magia amarilla del alma le dio una salida a Plácido
mostrándole cuatro caminos: uno de ellos era una pe a pro-
funda, el otro un alambrado lleno de espinas en suelo, en el
otro estaba el diablo y el ltimo había un arenal con piedras
puntiagudas.
N
e dice ue en el puente del río Calama, en la es uina,
había una cascada de agua cristalina. Antes de carnaval, la
gente del lugar siempre iba a dejar sus cajas123 ue estaban
destempladas. Cuando iban a recoger, las cajas estaban to-
talmente retocadas: listas para el carnaval. Nadie sabía uién
las retocaba.
n día, mi abuelo fue a San Lorenzo y a la vuelta, llegó
al río Calama, donde vio una sirena colgada del puente. Era
123 Instrumento típico de la zona, tambor de mano, con parches de cuero y cuerda
170
[ 169 ]
171
hermosa, su cabello era de color oro y también era largo. Mucha
gente la vio y empezaron a pensar ue ella era la ue reto-
caba las cajas dejándolas como si fueran nuevas. Otro día,
cuando ya era carnaval, mi abuelo volvió a ir a San Lorenzo
y a la vuelta, en la cascada, otra vez estaba la sirena, sentada
en una piedra. Su cabello le tapaba el cuerpo desnudo y con
una caja en la mano cantaba. Su voz era tan bella y melodio-
sa ue todos los ue pasaban por allí, la escuchaban cantar.
LA SIRENA (I)
Narradora Oral: Gabriela Gareca
Recopiladora: Esmeralda Yhanela barca
Profesora: Marcelina Castillo
N
c en n ue en la huerta de mi abuelos había una
ace uia; ue al pasar el agua, se detenía un poco en el pozo,
donde, seg n decían, se encontraba una sirena ue solía can-
tar hermosamente. Los vecinos de ahí solían dejar sus ca-
jas124 dos semanas antes de compadres125 para componerlas12 .
Dichas cajas eran colocadas en un molle ue estaba ladia-
do127, chueco hacia el pozo. El molle tenía sus ramas como
ganchos, cómodos para dejar colgando las cajas. Las nicas
personas ue tenían ue dejar las cajas, eran los hombres,
tan solo ellos. Las cajas se uedaban ahí durante una se-
mana, después cuando volvían a recogerlas, se habían con-
LA SIRENA (II)
Narradora Oral: María Elena Chocala Fernández
Recopiladora: Valeria Sarahi Chocala Paredes
Profesora: Marcelina Castillo
N
e una tarde bella y calurosa. Caminaba por el campo
en compa ía de mi hermana Juana y mi perro llamado Solo-
vino. Nos íbamos al campo, ue en ese entonces le llamaban
La Loma, para cuidar a todos nuestros animales: las vacas,
las ovejas, los chivos y los burros. En ese entonces, Juana
tenía doce a os.
Camino al campo jugábamos por esa pe ue a uebrada
llena de rocas y un poco de agua. Saltábamos y cantábamos
coplas de carnaval, de la pascua, de la cruz, en fin, siempre
cantando de todo sin descuidar a todos los animales.
Cada vez nos alejábamos más de las casas y nos íbamos
por medio de las monta as con nuestras ojotas rotas y polle-
[ 171 ]
173
ritas viejas, con nuestra cana sucia, nuestras blusitas blan-
128
128 cabello
129 Bulto ue se lleva en la espalda
130 Carne seca, alimento
[ 172 ]
174
Sin dejar pasar más tiempo comenzamos a correr rápida-
mente uebrada abajo sin mirar para atrás, dejando las ojo-
tas botadas, las ollas con la comida en el suelo y a todos los
animales botados en La Loma. Seguimos corriendo uebra-
da abajo tropezándonos con piedras y metiéndonos espinas
de chur ui en los pies.
Ya llegábamos por la Cuchilla, un lugar de 3 pe as pe-
ue as alargadas y gredosas. Ahí paramos a descansar un
momento por ue a Juana le comenzó a dar una toz inmen-
sa. Nos dimos la vuelta para ver si la mujer nos estaba si-
guiendo, y allí estaba. Seguimos corriendo hasta llegar al
Taco Morado, un lugar ue es como una pampa. Ahí esta ese
tronco grueso, viejo, sin nada de hojas y ramas. Nuevamente
descansamos y vimos a la mujer detrás de nosotras pero ya
iba despareciendo era como si el viento poco a poco se lleva-
ba la imagen de la mujer.
Ya íbamos llegando a mi casa, asustadas y temblorosas.
Le contamos a nuestra madre lo ue nos había pasado. Le
dijimos ue a las orillas de un chorro de agua nos apareció
una mujer hermosa vestida de chapaca y ue nos llamaba
para ue vayamos donde estaba ella.
Nuestra madre nos dijo ue era una mala hora y ue por
eso nos había aparecido esa mujer.
Al pasar los días Juana y yo nos enfermamos, teníamos
fiebre, nos dolía la cabeza, no podíamos comer nada y sobre
todo no dejábamos de pensar en esa mujer ue vimos en
La Loma. Al pasar una semana, vino un hombre curandero
ue se llama Manuel Llaves. Tenía como 40 a os y vivía en
Tabladita. Venía por Rancho Norte a hacer cambios de pro-
ducto, él traía losas, virquis, platos y a cambio uería maíz.
l nos vio mal, enfermas y nos dijo ue estábamos así por
la asustadera. Nosotras le dijimos lo ue vimos en La Loma
a esa mujer. Y él nos dijo ue esa mujer era una sirena y ue
nos uería llevar. Nos dijo también ue si no nos hacíamos
curar nos íbamos a volver locas...
[ 173 ]
175
LA SIRENA DEL CAMINO VIEJO
Narrador oral: Eulogio Llanois Herrera
Recopiladora: Alesandra Yhessenia Fernández Murillo
Profesora: Yolanda Abán
N
en a uel tiempo no había el puente del río La Calama.
abía cuatro caminos: uno a la mano iz uierda, otro de fren-
te camino a San Lorenzo, otro a la derecha camino al monte,
y otro camino más donde los pasajeros esperaban a los ca-
miones ue eran de René Ponce, Cesar Ponce, Elvia Molina
y Osorio Méndez.
En el Río Calama, hasta el día de hoy e iste la sirena. Yo
Eulogio Llanos desde muy pe ue o escuchaba sus coplas y
tonadas carnavaleras131 todos los domingos de carnaval a las
12 de la noche.
na ma ana de domingo de carnaval, en el a o 19 , mi
padre me mandó a las de la ma ana a comprar puchero,
cabeza de cordero, y las patitas para cocinar. En el camino
me encontré con una linda moza de cabello largo, rubio, de
ojos verdes, sentada en una gran piedra y me dijo:
- Joven a dónde vas tan apurado Quédate a charlar con-
migo un rato.
Yo no sabía ue ella era sirena; inocentemente me uedé.
- Y t cantas – me preguntó
- Sí, canto - le respondí. Me dijo ue aprenda éstas dos
coplas, y ue la buscara el martes de carnaval en Tarija Can-
cha Sud:
“Las mujeres son el diablo Yo soy nacido en el rancho
Parientes del gallinazo En medio del algarrobal
Se comen la tripa gorda Por eso yo nací alegre
Al huevo no le hacen caso Soy hijo del carnaval”
N
c en la gente de la comunidad, ue en el rio ua-
dal uivir ue pasa por la comunidad del Bordo de Carachi-
mayo:
132 Ni a, moza
133 Desnuda
134 Servicial, laboriosa
13 llanto
13 E presión oral para “chupados”, o ebrios.
[ 176 ]
178
Empezaron a cantar los mozos:
13 tartamudeando
[ 177 ]
179
que atrae a las personas para que tomen su lugar y así poder
ella salir de ese lugar que la tiene atrapada,
que más bien corrieron con suerte,
que se los hubiera llevado.
Los comunarios le pusieron de nombre: “la sirena del
uadal uivir” a la joven mujer ue aparece en esa poza. Le
guardan recelo al lugar, aun ue ahora con el puente ue hay
en el lugar, ya no se volvió a escuchar la historia de la sirena.
LA SIRENA Q E LE APAREC A A N
OMBRE EN NA REPRESA
Narradora Oral: María Vargas
Recopiladora: Layda Lucía Condori Rojas
Profesora: Eleanne Flores
N
Í una vez, en Sella Quebradas, un hombre ue es-
taba regresando a su casa de trabajar. Vio una luz en una
represa y él se acercó. Vio a una chica muy bonita, ue tenía
mucho brillo en su cuerpo. Al ver la sirena, el hombre se
uedó hipnotizado. Entonces la sirena se le iba acercando.
l no se dio cuenta la sirena más se le iba acercando. l se
iba uedando hipnotizado
Su mujer creía ue su marido se había enojado y habría
dormido en la casa de su madre. Entonces al otro día fue a la
casa de su suegra y le preguntó:
- Mi marido durmió en su casa
- No - respondió su suegra. Entonces la mujer fue a
buscarlo a su trabajo y le pregunto a su patrón:
- sted le ha visto a mi esposo
- Ayer se fue, en la tarde, rumbo a su casa.
[ 178 ]
180
Entonces se volvió a su casa y pasando por la represa vio
a su marido, hipnotizado. El se or perdió la memoria y su
esposa no sabía ué hacer. Así ue lo llevó a un curandero
donde lo hizo curar.
138
EL TAPA
Narradora oral: Eloiza Cabezas
Recopiladora: Lourdes Quispe
Profesor: Nils Alarcón
N
Introducción: Los Tobas
Desentierro de tapados
143 Comida
144 Cántaro de greda
[ 180 ]
182
Tiene ue ser una persona con sangre pesada, corajuda ue
no tenga miedo a nada, ya sea un medico o un brujo. Algu-
nas personas al sacar el tapau se hacen soplar con la tierra14
o sino les aparece un gato, un tigre o un león. De no ser así,
es posible ue el tapau se lo coma a toda la familia uno por
uno.
n se or sacó un tapau sin pedir permiso y sin pagar a
la tierra. Lo llevó a su casa y al llegar a su casa lo colocó en
un cuarto. Cuentan ue el tapau en la noche ha empezado a
arder ue ardía como un juego146 grande y se dice ue
al otro día unas vacas amanecieron muertas. Y así se repitió
hasta ue terminó con todos sus animales. Luego comenzó
con la familia Al día siguiente amaneció muerto un se or
ue se llamaba Teófilo, y al otro día siguió con la finadita
Ana y luego la finadita Lidia y después la finadita Isa-
bel y después se lo comió al ue ha sacado el tesoro y por
ultimo al finadito Eusebio y a Emiliano Tolaba. Así uedó
un solo se or vivo en la familia. l, al ver como el tapau se
comía a la familia, se armó de coraje y se fue a enterrarlo de
nuevo a la jarka para salvarse. Al dejarlo enterrado de nue-
vo, ya dejaron de morirse personas.
La coquena147
También se dice ue a alguna persona ue tiene suerte, o
ue es pobre y le hace falta recursos para alimentarse u otra
cosa importante, les aparece de la nada una coquenita.
na tarde un se or salió al morro de la jarka a ver sus
animalitos. Le apareció una co uenita, ue era una mujerci-
148 Palabra de origen uechua, proviene de epi: bulto, carga. Quepidita puede ser robus-
ta, o cargada con su k epi o bulto
149 Se ha desaparecido
[ 182 ]
184
EL TORO DE ORO
Narrador oral: Erasmo Mamani Tejerina
Recopilador: Tony Nezareth Sandoval Mamani
Profesora: Yolanda Abán
N
dicen ue a os antes no había dinero en billetes. Lo
nico ue había de valor era el oro. Ocurrió ue en los ce-
rros, cerca del Río Calama, e istía un toro de oro ue se
caminaba por los alrededores una vez por temporada.
Los comunarios buscaban la forma de agarrarle, pero en
vano eran los intentos. A pesar de ser buenos toreros con el
lazo en las marcadas150 , ninguno podía enlazar al toro de oro.
n día, un grupo numeroso de hombres valientes, e -
pertos en enlazar toros, acordaron pillarlo en grupo. Mucho
tiempo estudiaron su camino por donde recorría, las épocas
del a o y las horas en ue pasaba de un lugar a otro con
enormes mugidos.
Cuando ya tenían todo preparado, lo emboscaron en un
angosto de su camino y le acecharon. Cuando ya lo tenían
casi cercado, antes ue lancen sus lazos, el toro de oro dio
un salto increíble y, casi sobre ellos, se entró al Río Calama,
en el remanso más grande y profundo. Levantando su cola y
dejando caer un poco de sus astas, se entró al río.
Los hombres, asustados y frustrados, lo vieron fijamente
como se entraba al río poco a poco. Se acercaron y levanta-
ron su bosta. La sorpresa fue ue era de oro fino, del mejor
quilate. Desde ese tiempo es buscado por toreros y oreros151
ue no pierden la esperanza de, un día, poder verlo y, por lo
menos, encontrar su e cremento en las orillas del río.
N
e dice ue hace mucho tiempo, por las calles más an-
tiguas de San Lorenzo, en diferentes caminos oscuros, se
aparecía una mujer vestida de negro.
na de esas noches, un hombre había ido a una fiesta y al
volver, vio un camino muy oscuro. El estaba borracho por-
ue había bebido mucho en a uella fiesta. Decidido a ir por
ese camino para ver a ué lugar llegaba, o lo ue había por
allí, caminó hasta ue en un momento escuchó un ruido. No
lo tomó en cuenta y siguió aun ue era muy oscuro y no se veía
nada (ni lo ue había por el camino). Más allá escuchó una
voz de mujer ue le decía ue él vaya hacia donde ella, pero
él no la veía, así ue siguió. De pronto vio una sombra
como si una persona estuviese allí delante. Escuchó ue le
dijo ue fuera donde ella, y él fue. Llegó hasta ella. Ella le
acompa ó hasta un lugar más oscuro, mucho más oscuro, y
lo mató.
Al otro día encontraron su cadáver, avisaron a la fami-
lia sobre lo sucedido. La familia muy triste lloraba y así lo
enterraron. Desde entonces nadie va por esa calle, por la
historia ue cuentan. La Viuda Negra siempre aparece por
las noches: su manto es negro, y se mueve con el viento. Se
te acerca cuando estás solo, y más a n si has bebido se te
va a acercando con el afán de no sentirse sola.
[ 184 ]
186
LA VI DA NE RA (II)
Narradora oral: Nélida Sánchez Ávalos
Recopiladora: Nancy R. Segovia V.
Profesor: Carlos Cruz
N
Hace aproximadamente 43 años152, frente a la escuela
Eusta uio Méndez (de San Lorenzo) había una casita ue
vendía trago, chicha y otros. na noche muy tarde viene
don Julgencio Cáceres, un hombre ue siempre solía venir
a esta mala hora. En ese tiempo no era bueno estar hasta
cierta hora, por ue se dice ue los duendes ue vivían en el
sauce roto, de ahí salían y se llevaban a todos los ni os y
personas ue andaban a altas horas de la noche.
Don Julgencio uería comprar trago, pero pasados unos
minutos ue no lo atienden, se va al lado del sauce roto. El
padre uiere salir a atenderlo pero escucha como si Julgen-
cio estuviese peleando con alguien. ritaba:
- ¡Me estás pegando, me estás pegando!
Cuando todos salen a ver con uién estaba peleando, se
llevan una sorpresa muy grande. Frente al hombre había
una mujer vestida toda de negro y con un gran velo ue le
cubría la cara. Pero lo más llamativo eran sus pies que en
realidad eran patas de gallina. Pasó unos minutos y la mujer
se fue para arriba, por el camino del hospital. Cuando llega
a una casa mocha, ue está antes de entrar al hospital, la
mujer se uita el velo y resulta ue su cara era pura calavera.
El hombre ue se había peleado con la mujer viene a la
casa, y realmente estaba como si hubiera peleado con al-
guien, por ue su cara estaba toda rasgu ada, ara ada, con
heridas profundas. Su cara, camisa y manos estaban con san-
1 2 En 19
187
[ 186 ]
188
gre. Asustado y traumado, decía repetidas veces: “me uería
llevar, me uería llevar”. Pasaron algunas horas y recién se
animaron a llamar a la policía. Entraron al lugar donde ha-
bía entrado la mujer y no encontraron nada.
abía pasado un año aproximadamente de lo sucedido y el
hombre muere. Algunos decían que murió porque se volvió loco
y otros porque él era un alcohólico y eso lo mató.
[ 187 ]
189
IV. F B LAS
N
e historia se trata de un zorro ue buscaba comida
en el bos ue y de repente se encontró con un cóndor. El
zorro uiso matarlo, para después poder comérselo. Pero el
cóndor le dijo: “no me mates, yo te puedo dar la mejor comi-
da”. El zorro se subió a la espalda del cóndor y empezaron a
elevarse. Pararon en una nube y en esa nube había muchos
cóndores. El cóndor escondió al zorro para ue nadie lo vea
y le dijo: “espera a uí ue yo iré por comida y te traeré los
huesos”. El zorro esperó y esperó hasta ue no aguantó el
hambre y se lanzó sobre los demás cóndores. Todos se fue-
ron asustados y enojados. El cóndor le dijo al zorro: “eres un
tonto ahora te dejo a uí”. El zorro contestó: “no me importa
al menos tengo comida”. El cóndor, sin decir nada, se fue.
Pasaron varios días y el zorro uería bajar pero no había
cómo. Se le ocurrió hacer una soga de algunos pedazos de
trapos ue encontraba y cada día hacía más larga la soga.
l empezaba a soltar la soga para ver si alcanzaba a tocar la
tierra. n día cuando todo estaba listo, empezó a bajar por
la soga. Estuvo por horas bajando hasta ue se encontró con
unos loros. El zorro empezó a molestarlos diciendo:
- Loros picudos.- Ellos se enojaron y le dijeron:
- Vamos a cortar tu soga si nos sigues molestando.- El
zorro arrepentido les pidió perdón. Los loros aceptaron sus
[ 188 ]
190
disculpas y se fueron pero cuando volvieron a pasar por el
mismo lugar el zorro volvió a molestarlos diciéndoles: “ lo-
ros picudos ”. Ellos no aguantaron los insultos y, molestos,
cortaron la soga. El zorro empezó a caer hasta ue cayó
sobre una piedra enorme y e plotó.
Pasaron los días y en ese lugar empezó a crecer maíz.
Los animales iban ese lugar para recoger maíz para poder
alimentarse ya ue, cada día, crecía más y más.
N
e historia se desarrolla en un campo ue se encon-
traba alejado de la cuidad. Se trata de dos amigos: un zorro
ue era muy desobediente y malicioso, y un carcancho ue
era muy elegante. El carcancho siempre participaba de reu-
niones muy importantes con sus amigos de clase alta (anda-
ban siempre de traje y corbata).
Ellos eran compadres y un día el carcancho le dijo a su
compadre zorro:
- Cumpita, tengo una reunión con mis amigos en el cielo
- Oh, compadre lléveme con usted, lléveme a la reunión.
- Ya compadre, pero no me va hacer uedar mal, no – le
preguntó el carcancho.
- No compadre, no lo haré. - El carcancho con voz muy
firme le dijo:
- Está bien compadre, pero cuando sirvan la comida y
pongan el plato sobre la mesa, prométame ue no saltará
encima de la mesa como un muerto de hambre. Por ue si así
[ 189 ]
191
lo hace no lo traeré devuelta a la tierra y tendrá ue arre-
glárselas solo para bajar del cielo
Terminaron de hablar sobre la reunión. Llegó la hora de
ir y el carcancho llevó al zorro hasta el cielo. Llegaron todos
y se sentaron en sus respectivos lugares. Todos los amigos
del carcancho se encontraban con su traje y corbata. Pasó
un momento y empezaron a servir la comida dando a cada
cual, su respectivo plato. El carcancho observaba a cada rato
al zorro, para ver ue no hiciera nada malo. Pasó un momen-
to y el zorro saltó a la mesa como un muerto de hambre
uitando a cada uno de los amigos del carcancho, su plato de
comida. El carcancho al ver todo lo ue había hecho el zorro,
se acercó a él, lo agarró de una de sus patas y lo arrojó fuera
de la reunión. El carcancho estaba bastante enojado
El zorro, ue había uedado solo en el cielo, vio eso y se
asustó. Empezó a caminar, de un lado al otro lado, pensando
ué hacer para bajar del cielo. Entonces un día, de tanto an-
dar pensando, se le vino una idea a la cabeza: se acordó ue
e istía una planta llamada sivinga. sta se podía trenzar y
hacer de ella, un tipo de cuerda. El zorro empezó a trenzar
la sivinga cada día era poco lo ue podía trenzar. Todos
los días tiraba la cuerda desde el cielo hasta la tierra, para
ver si ya podía bajar con seguridad y tran uilidad.
El zorro tenía mucha hambre y lo nico ue tenía, eran
unas semillas ue le había dado Dios. l se las dio al zorro,
para ue se las llevara a sus hijos en la tierra. Como el zorro
era tan desobediente, no hizo caso y en todo el camino se
las empezó a comer. n día, de tanta desesperación, tiró la
cuerda hacia la tierra.
l creía ue la cuerda llegaba hasta la tierra, pero no fue
así. Empezó a bajar y llegó hasta el final de la cuerda. El
zorro estaba colgando de la cuerda muy desesperado por ue
estaba muy alejado de la tierra y tenía miedo de caer. n
loro pasó por ahí, entonces el zorro empezó a molestarlo
diciéndole:
[ 190 ]
192
- Loro quechichi1 3, no vas a cortar la sivinga. - El loro lo
amenaza diciéndole:
- La voy a cortar con mi pico si me sigues molestando.
- Ya no te molestaré por favor, no cortes la cuerda.
El loro se alejaba hasta cierta distancia y el zorro otra
vez lo molestaba
- Loro uechichi.
- Ahora sí te cortaré la cuerda, te lo advertí zorro. - El
zorro muy desesperado le pedía disculpas una y otra vez
pero el loro ya no le hacía caso. Tomó un poco de distancia
y con mucha rapidez fue hacia la cuerda y la cortó. Mientras
caía, el zorro gritaba:
- Se or ay dame Pongan colchones ue a uí va el zo-
rro
Pero los hijos de Dios no le hicieron caso y al contrario
pusieron una roca en la ue cayó el zorro. Cayó y su panza
e plotó. Al e plotar, salieron bruscamente las semillas ue
se había comido. Se distribuyeron en diferentes direcciones
haciendo ue aparezcan todas las plantas ue ahora se en-
cuentran en nuestro entorno. Estas semillas se reprodujeron
rápidamente en un bello y cálido campo en el ue no había
mucha vegetación.
El zorro ya había muerto y gracias a eso, aparecieron todo
tipo de plantas.
N
Í una vez un cóndor y un zorro ue eran compa-
dres. n día el cóndor fue invitado a una cena en el cielo y
el zorro se enteró. Le rogó a su compadre ue lo llevara y
después de tanta insistencia, el cóndor aceptó llevarlo. Pero
le dijo:
- Suba a mi espalda pa poder llevarlo, pero no me va
hacer uedar mal cumpa
- Ta bien, no hay problema cumpita, - dijo el zorro.
Entonces, el zorro subió a la espalda de su compadre
y se fueron al cielo. na vez ue llegaron al lugar, vieron
un enorme ban uete. abía una variedad de platillos para
comer. Mientras, los demás cóndores se iban sentando a la
mesa. El cóndor le dijo a su compadre zorro:
- Espere a uí cumpa mientras nosotros comemos. Ya
después le voy a invitar.
Mientras los cóndores comían, los huesos volaban por la
mesa de un lado para el otro. El zorro, al ver esto, no pudo
aguantarse las ganas y se lanzó tras los huesos por sobre la
mesa donde estaban los cóndores comiendo. Todos se enoja-
ron, incluso el compadre del zorro. Los invitados se fueron
furiosos y dejaron al zorro en el cielo, totalmente solo. El
zorro gritaba desesperadamente:
- Compadre no me deje, cumpita por favor - pero el cón-
dor se bajó nomás, haciendo oídos sordos.
[ 192 ]
194
El zorro sin encontrar cómo bajar, pasó un a o en el cielo
haciéndose una cincha154 con sivingulla1 para poder bajar del
cielo. Durante todo el a o sólo comió semillas de lo ue en-
contraba, grandes y pe ue as, de: lacayote, guineo, zapallo,
achojcha1 , poroto y garbanzo.
Cuando el zorro ya había acabado de hacer la cincha, listo
para regresar a casa, la tiró hacia abajo y empezó a bajar.
Cuando estaba bajando, vio pasar una bandada de loros y el
zorro les gritó:
- Loros ke chinches1 Loros ke chinches Loros
ke chinches
Como a los loros no les gustaba ue les dijeran así, estos
se dieron la vuelta y empezaron a picotear la cincha para
cortarla. El zorro suplicó ue no cortaran la cincha y los
loros al verlo tan asustado se fueron y lo dejaron. Cuando
estaban lejos, el zorro volvió a gritar:
- Loros ke chinches Loros ke chinches, ja ja ja ja ja
Esta vez los loros se enojaron mucho más, volvieron rá-
pidamente para terminar de cortar la cincha y poder acabar
con la vida del zorro burlón. Mientras el zorro estaba cayen-
do, decía:
- Pongan cama y colchón, ue está cayendo su Dios
Pero nadie puso nada y el zorro cayó encima de unas pie-
dras, reventó por todas partes y se esparcieron todas las se-
millas ue tenía en su estómago. Desde entonces se cuenta
cómo aparecieron las semillas de lacayote, guineo, zapallo,
achojcha, poroto, garbanzo, y otras. Cuenta la gente ue an-
tes de lo ocurrido al zorro no habían esas hortalizas.
1 4 Correa o cinturón
1 De sivinga, planta larga ue sirve para hacer cuerdas
1 Fruto blando de forma alargada
1 molestosos
[ 193 ]
195
LA Y TA Y EL ORRO
Narradora Oral: Aurora Ordoñez Soruco
Recopilador: Luis Yamil Aparicio Ortega
Profesora: Roxana Tarifa
N
Í una vez, una yuta1 8 ue apareció con sus tropas
de guagüitas1 9 pintadas y apareció el zorro y le dijo:
- Cómo pinta, comadre, a sus guag itas así de bonitas
Y la yuta le dijo:
- Fui a traer un quepe1 0 de le a y le prendiu el horno y les
metí ahí, al horno y se pintaron así Vaya a traer la le a
y junda1 1 el horno y métale ahí sus guaguas y agárrese la
caja1 2 diciendo: “pinta guag ita, pinta guag ita, pinta gua-
g ita” así hizo el zorro y las guaguas del zorro comenza-
ron a reventar en el horno.
Al otro día, fue a sacar las guaguas y estaban todas he-
chas carbón. Con eso, se fue el zorro a encontrarle a la yuta.
Le encontró y le dijo: “comadre, por ué usted me hizo ue-
mar mis guaguas ... ahora me lo como a usted”. Y ella le
respondió:
- Soy agria y no me puede comer.
- A uí lo como.
- Vaya a buscar ají con sal, si uiere comerme -. Ahí el
zorro se fue a buscar el ají con la sal. Molió y trajo un atau,
y la yuta le dijo:
- Ahora vamos a la punta del bordito y ahísito cachinche-
1 8 ave
1 9 ijitos/as
1 0 carga
1 1 Encender, calentar
1 2 Instrumento musical
[ 194 ]
196
me1 3. - Ella e tendía sus alitas y él le puso el ají por todos
lados, por debajo de sus alitas, por todo ello lo cachinchó y dijo:
- Ahora me la como
- Cómame. - l ya estaba por abocarlo y la yuta tiró un
bólido, sacudió sus alas y llenó los ojos del zorro de ají, uien
cayó pe a abajo, partiéndose la cabeza.
EL C NDOR ENAMORADO
Narradora oral: Ramona Fernández
Recopilador: Humberto Denis Velásquez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez
N
Í una vez, una madre ue tenía una hija ue era
muy floja. No le gustaba ue la manden a cuidar las ovejas,
por ue se dormía por ahí en el cerro y los zorros se comían a
sus ovejas y su madre le rega aba por ser descuidada.
n día, cuando la chica estaba yendo a cuidar a sus ove-
jitas, de repente le aparece un hombre con traje de color ne-
gro bien corbateado y le pregunta: “ dónde estás yendo ”. La
chica le cuenta ue tiene ue ir a cuidar las ovejas al cerro
por ue su mamá le ha retado, diciendo que las hace comer con
el zorro. El hombre le dice: “échalas por ahí a tus ovejas,
uieres venirte conmigo ” y ella le contestó ue sí él le
dice ue se suba a su espalda.
Cuando de repente empieza a volar, ella se da cuenta ue
era un cóndor. Se la lleva a una cueva en una pe a. oras
después, llegaban las ovejas solas a la casa y ella no llegaba.
Su mamá preocupada le manda a su papá que le vaya a buscar.
Su papá salió a buscarla, y no la encontró.
1 3 sazóneme
197
[ 196 ]
198
La chica estaba en la cueva y el cóndor le traía toda clase
de carne, pero cruda la chica no uería comerla, por ue
era cruda. Después a unos troperos ue fueron a cuidar por
ahí, la chica les gritaba ue llamen a su papá. Los troperos
le van a avisar. Su papá va y ella le dice ue mate una vaca,
y ue e tienda la carne a la vista.
Ella le decía al cóndor ue la baje, ue ella uería elegirse
la mejor carne con sus propias manos. El cóndor no uería
bajarla, pero tanto rogarle al cóndor, la bajó donde estaba la
carne. Cuando estaban llegando, aparecieron muchos perros
para corretearlo, el cóndor escapó y se fue a esperar en la
bandita.
El papá se llevó a su hija. icieron una parrillada con
toda su familia y en la noche para asegurar ue el cóndor no
se la lleve, le pa charon 1 4un virki grande encima. Al otro
día fueron a ver a su hija, pero la encontraron muerta por
falta de aire.
El cóndor seguía esperando y donde estaba él, había go-
tas de sangre. l había llorado toda la noche, ya ue él esta-
ba enamorado de la tropera.
EL ORRO Y LA PERDI
Carla Añazgo Quiñones
Recopiladora: Carla Añazgo Quiñones
N
Í una vez un zorro y una perdiz ue se hicieron
compadres. n día, la perdiz se enojó con el zorro y, como
ella corría peligro al lado del zorro, buscaba la manera de
deshacerse de su compadre.
1 4 Echaron
[ 197 ]
199
n día, el zorro le pregunta a la perdiz:
- Comadre, cómo es ue tiene sus guag itas tan bonitas
Y la perdiz le dice:
- Mire compadre, póngale le a al horno, préndalo, caldee
bien el horno y métale ahí a sus guag itas. Tápele bien el
horno y cante alrededor del horno “pinta guag ita, pinta
guag ita”.
El zorro hace todo lo ue la perdiz le dijo y cuando fue a
ver el horno, vio ue sus guag itas estaban hechas chicha-
rrón, muertas. El zorro va a ver a la perdiz y le reclama:
- Ahora sí, comadre, no se escapa de mí Por ué es us-
ted tan mala, tan perversa Por ué mató a mis guag itas
Ahora sí me la voy a comer.
A lo ue la perdiz le responde:
- Compadre, usted para comerme a mí yo soy desabri-
da así ue me tiene ue echar salcita debajo de mis alitas
y con eso recién me puede comer.
El zorro, sonso, va y busca la sal y le echa por las alitas.
La perdiz emprende vuelo, echándole la sal en los ojos, y le
deja ciego al zorro. Así ya el zorro, no pudo comerse a la
perdiz, ue se fue volando. Por eso se dice ue el zorro, des-
de ese día, no ve bien en el día, y ve mejor en la noche.
[ 199 ]
201
V. MITOS
EL J C MARI (I)
Narradora oral: Alejandra Saldaña Ovando
Recopilador: Luis Alberto Gonzales Ovando
Profesor: Carlos Cruz
N
c en n ue hace muchos a os, una ovejera salió al
campo a cuidar a sus ovejas. En un momento le apareció
el Jucumari, y le dijo “tóqueme mi espalda” y ella le tocó. La
llevó quepio1 a la cueva donde él vivía y la encerró con una
piedra grande. Ahí la mantuvo mientras él iba a robar ollas
de carne de las casas silenciosas, para ue la ovejera pudiese
alimentarse. Pasaron muchos meses en los ue el jucumari
le hizo tener un hijo suyo. Mientras, la familia de la ovejera,
la tenían por desaparecida a su hija la ovejera.
Ella le pedía al Jucumari carne y sal para ue pudiera
alimentar a su hijo. Ella lloraba mucho. Su hijo crecía muy
rápido, hasta ue un día le dijo: “mami no llores más, yo voy
a crecer y voy a empujar la piedra”. En el transcurso de los
días ue pasaban el hijo hacía mover la piedra, más y más...
n día de esos, la ovejera le pidió al Jucumari ue fuera a
buscar miel para darles de comer. Mientras fue a buscar la
miel, su hijo empujó la piedra y sacó a su madre de la cueva.
El jucumari escuchó el ruido de la piedra caerse desde muy
1 Cargada al hombro
[ 200 ]
202
lejos. Mientras su hijo y su madre estaban escapando, él es-
taba volviendo rápidamente y se encontraron en el camino.
- Dónde están yendo – preguntó el jucumari.
- Estamos yendo a ver a mis abuelos Papi a uí hay miel
–dijo el hijo, alzando una planta. - Mete tus dos manos –
El jucumari le hizo caso, y el hijo le hizo apretar con la
planta y ahí se uedo atascado su padre hasta morir.
Luego se fueron a la casa de su madre donde sus padres le
recibieron y se alegraron mucho de ue ella hubiera vuelto.
Su hija les contó la historia a sus padres, de ue su hijo era
del jucumari. Ellos aceptaron criar a su hijo y le pusieron en
la escuela.
Era el mejor alumno del curso mientras ue sus compa-
eros no podían. Su maestro le dijo al ni o ue les “corrija
a sus compañeros”... a los ue no podían ue les de un coca-
cho (golpe). Cuando su maestro volvió, los alumnos estaban
muertos. Le preguntó “ ué se hicieron tus compa eros”, y él
le respondió “ellos están durmiendo”.
El profesor comunicó a todos los comunarios ue su
alumno había matado a sus demás compa eros. Todas las
personas se reunieron en el colegio y la madre del alumno,
dio la autorización para ue lo maten a su hijo (por ue su
padre era un jucumari). Todas las personas le rodearon y lo
mataron con palos y otras cosas su madre siguió adelante.
[ 201 ]
203
EL J C MARI (II)
Narradora oral: Ela María Garzón Vides
Recopilador: Neyder Daniel Reyes Choque
Profesora: Heidy Perales
N
e n los relatos de las personas antiguas ue se fue-
ron transmitiendo de generación en generación, se cuenta la
historia del jucumari.
Esta historia comienza en una comunidad muy lejana en
medio de los cerros. En esta comunidad, los caminos eran
pe ue os senderos y las casas estaban hechas de paja y ba-
rro. Las personas vivían de los animales y por eso salían to-
dos los días a pastorearlos. n día, una joven muy hermosa
de cabello negro, ojos negros y tez morena, llamada María,
salía a pastar a sus animales al campo. Todo el día estuvo
en eso, y cuando volvía a su casa de noche se le apareció el
jucumari, ue era un animal de dos metros cubierto de pelos
ue tenía la fuerza de diez hombres. Ella al verlo se asustó
y salió corriendo hacia una uebrada a esconderse, pero el
jucumari la atrapó y se la llevó. Ella gritaba “ au ilio, por
favor ay denme ”, pero nadie acudió a ayudarla. Así el jucu-
mari se la llevó a su cueva ue se encontraba al pie de una
monta a.
La cueva estaba llena de restos de animales: huesos, cue-
ros, pezu as. Ahí encerró a María, trancando la entrada con
una enorme roca. Cuando volvió, el jucumari encontró a
María sentada en una es uina llorando. ste le trajo ropa y
comida y le dijo:
- Toma
Ella al escucharlo a hablar se uedó sorprendida. Tomó
las cosas ue había traído y así pasó el tiempo. Ella se acos-
tumbró a vivir con él y después de un tiempo uedó emba-
razada. Como toda mujer embarazada, tenía antojos y el ju-
204
[ 203 ]
205
cumari tenía ue complacerlos. Así pasaron los nueve meses
y ella dio a luz a un ni o mitad humano, mitad animal: era
una persona ue estaba cubierta de pelos. Así pasaron los
a os y María a n tenía el deseo de ser libre de esa cueva.
Su hijo, al ue le había puesto por nombre Juan, ya era todo
un adolescente. Además podía hablar y se vestía a pesar de
estar cubierto de pelos. n día Juan logró derribar la enor-
me roca ue trancaba la entrada (por ue además de estar
cubierto de pelo, también sacó la misma fuerza de su padre).
María, al ver ue podía irse, tomó algunas cosas y se fue con
su hijo. Cuando el jucumari volvió, encontró la cueva vacía
y salió corriendo en busca de ellos. María y Juan, cansados
de tanto correr, decidieron descansar bajo la sombra de un
árbol. De pronto escucharon el grito del jucumari ue se
estaba acercando. Comenzaron a correr hasta ue llegaron
a un río muy caudaloso. Para cruzar, Juan derribó un árbol
por donde pasó su madre María y después él. Esperó a su
padre y cuando llegó le dijo:
- Papá, cruza por a uí.
ste le hizo caso y cuando estaba cruzando Juan volteó
el árbol y arrojó a su padre al agua. Fue arrastrado por el
rio y murió ahogado. María y su hijo Juan, al verse libres del
jucumari decidieron irse y comenzar una nueva vida.
[ 204 ]
206
EL J C MARI (III)
Narrador oral: Weimar Abel Sánchez Vega
Recopiladora: Mariette Celina Sánchez Cardozo
Profesora: Heidy Perales
N
c en n ue hace ya mucho tiempo, vivían en la es-
pesura del monte, una raza de seres dotados de una fuerza
descomunal. Por ser velludos, se habían alejado de los seres
humanos para vivir en la espesura de los bos ues.
Siendo todos varones y al no haber mujeres para man-
tener viva su especie, entraron en una profunda crisis. Lue-
go de una larga y discutida reunión, decidieron acudir al
jucumari mayor, para ue les diera un consejo sabio para
resolver el problema. ste les dijo “al igual ue el águila real
es se or de las alturas, los jucumaris, de la misma manera,
somos due os de todo lo ue es de la tierra”.
A partir de ese día, estos seres se dispersaron para buscar
la solución a sus problemas de supervivencia. Los hombres
evitaban a toda costa encontrarse con ellos. Sin embargo,
un día un joven jucumari, desde la espesura del bos ue, con-
templó a una joven sin pelos, uedándose enamorado por su
encanto y voz, tierna y dulce. Desde ese día iba ver a la mu-
jer sin acercarse. na tarde en ue la mujer entró a ba arse,
el jucumari, sin pensarlo dos veces, corrió y tomó a la joven
para luego perderse en la espesura del bos ue.
Caminaron varias horas y solo descansaban para comer
algunos frutos, hasta ue llegaron a una cueva donde vivía
el jucumari. Introdujo a la mujer a la cueva, pese a la débil
oposición de ella. Pasaron los a os y tuvieron un hijo, al ue
ella le dio toda su protección, atención y educándolo como
pudo. Pero su hijo preguntaba ué había fuera de su hogar.
Tanto ue el ni o insistió, logró convencer a su madre de
salir de la cueva.
[ 205 ]
207
na ma ana, cuando el padre se fue en busca de alimen-
tos, la madre y el hijo hicieron un esfuerzo para mover la
piedra y así escaparon hasta la población más cercana, donde
fue amparada por los vecinos protegiéndola de la furia del
jucumari, ue la buscaba por todo el bos ue. La mujer, con
tal de darle una buena educación a su hijo, lo inscribió en
una escuela, sin darse cuenta ue el ni o tenía la piel llena
de pelos, lo cual fue notado por sus compa eros uienes se
burlaron de él.
n día, el ni o se cansó de las burlas de sus compa eros
y le dio un golpe a uno de ellos, dejándolo inconsciente en el
suelo. Lo mismo hizo con otros ue lo insultaban. La fuerza
ue tenía, no fue del agrado de todos y vieron al ni o como
una amenaza. La madre, al enterarse del hecho y temiendo a
la reacción de la población, se fue con su hijo al bos ue, para
nunca más volver.
LA COQ ENA
Narradora oral: Joaquina Gareca
Recopiladora: Alba Abigail Ramos
Profesora: Heidy Perales
N
n hombre muy pobre, de unos sesenta a os, vivía en
una choza de paja. El pobre hombre no tenía ué comer, no
tenía dinero y su ropa era vieja.
n día el hombre tenía muchísima hambre. Se fue al ce-
rro a cazar venados para poder comer. Mientras logra cazar
seis venados, le aparece la co uena ue le dice al hombre:
- Por ué cazas mis venados
- Yo los uería cazar para poder comer, por ue yo no
tengo nada y soy una persona pobre – respondió el hombre.
208
[ 207 ]
209
- Yo te voy a dar un arte. Andáte a tu casa y no vuelvas
más por a uí a cazar mis animales.
El hombre obedeció y se fue. Durmió toda la noche y al
despertar a la ma ana siguiente, se uedo muy asombrado al
ver todo lo ue encontraba dentro de su casa. abía varieda-
des de papas, maíz, frutas, verduras, arroz, etc.
El hombre decidió vender todo a uello y se hizo millona-
rio. Pasaron unos días y uno de sus compadres le preguntó:
- Compadre, usted era pobre. Cómo se hizo rico de la
noche a la ma ana
- Compadre, fui al cerro a cazar unos venados y de la
nada me aparece la co uena. Me dijo ue me iba a dar un
arte y ue me viniera a la casa y no volviera más y al des-
pertar a la ma ana siguiente me encontré con una variedad
de papas, verduras, frutas.
Su compadre al oír todo esto fue al cerro a cazar venados,
aparece co uena y el hombre rico le dice a la co uena:
- Yo he venido a cazar los venados por ue no tengo nada
ue comer soy pobre.
Pero co uena no le creyó, ya ue era rico y no pobre.
- Yo te voy a dar Andáte a tu casa y no vuelvas más.
El hombre obedeció y se fue a su casa. l se durmió y no
despertó más: se había muerto por mentiroso.
EL SILBACO
Narradora oral: Amalia Alvarado Avendaño
Recopiladora: Faviola Paredes Alvarado
Profesora: Mery Luz Villa
N
e dice ue por las noches, en lo más profundo de los
bos ues, en los montes y uebradas, con un frío ue viene
del sur, se suele oír un sonido estremecedor, parecido a un
[ 208 ]
210
llanto o lamento, al ue los lugare os llaman: el silbido del
Silbaco. Si estas solo y con pena, podrías escuchar al silbaco
y llorar del susto.
Dicen ue el sonido es producido por una indiecita gua-
raní convertida en ave nocturna por su propio padre.
Su padre era malvado y no soportaba el amor de su hija
con un hombre. ste no era de su agrado y por eso lo mató
con un machete. Su hija fue testigo de este crimen. El padre
malvado, para no ser descubierto, convirtió a su hija en un
pájaro.
Desde entonces, esta indiecita convertida en ave, vagó
arrastrando sus penas por el monte cha ue o. Quien la es-
cuche y trate de seguirla, se perderá junto a ella hasta
llegar a su casa donde el ave lleva a cual uier persona ue la
escuche o la imite en su silbido. Este pájaro es conocido en
el chaco como el silbaco.
N
Í una vez un se or muy pobre ue no tenía ué
comer. Del hambre ue tenía, se iba a cazar a las jurinas166
con su perro.
Ya eran muchas las veces ue cazaba las jurinas el hom-
bre pobre. n día se descuidó y su perro desapareció. El
perro se fue a cazar solito las jurinas. Cuando estaba a punto
in n ne
nidad Educativa
Prof. Osvaldo álvez
(La Calama)
Prof. Lesby Jaramillo
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