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Conferencia dictada por el Dr. Gerard Mendel


27 de octubre de 1993 – Facultad de Psicología – UBA
HACIA LA DEMOCRATIZACIÓN DE LAS INSTITUCIONES

Introducción
El título de esta conferencia plantea problemas que corresponden a distintas dimensiones
tenemos la dimensión política, en el sentido más amplio del término; las dimensiones sociales y
organizacionales; las dimensiones ideológicas y psicológicas...
No obstante pienso que el título corresponde a una realidad no sólo absolutamente actual,
sino también importante y específica. Como prueba de ello basta el hecho de que dos de las
obras que nuestro grupo de investigaciones (El Grupo Desgenettes de Sociopsicoanálisis de
París) publicó en los últimos años retoman explícitamente el epigrama del título de esta
conferencia en el título mismo del libro: a fines de 1987 La democracia en la escuela de Claire
Rueff y Jean-Francois Moreau y en 1993 Hacia la empresa democrática de Mireille Weiszfeld,
Fhilippe Román y yo mismo (quisiera señalar de paso que este último libro está haciendo
traducido en Buenos Aires por la profesora María José Acevedo).
Creo que si esta noche queremos transitar juntos el camino dentro del complejo dominio
de la democratización de las instituciones, sería deseable seguir un plan muy simple, que facilite
la discusión entre nosotros al finalizar la conferencia.
El plan que les propongo consta de dos grandes partes. La Primera Parte se referirá a los
problemas generales de la democratización en las instituciones. Tratará particularmente los
motivos por los cuales dicha democratización se ha transformado en un tema candente de la vida
intelectual en Europa (la cantidad de libros escritos sobre este tema desde hace dos o tres años lo
demuestran suficientemente). Pero también será necesario que tengamos en cuenta las razones
por las cuales, más allá de la simple reflexión intelectual de los intelectuales "puros", cada vez es
mayor el número de observadores que consideran que se ha vuelto necesario y urgente que este
tema se encarne en realizaciones, en prácticas concretas y precisas. Es por ello que, tanto en el
plano abstracto como en el concreto, la presente conferencia deberá plantear claros desafíos.
Pero los desafíos sólo pueden visualizarse cuando se pueden considerar de manera realista los
contextos de la situación actual. Y el contexto sudamericano, argentino, no es el europeo ni el
francés. También será necesario que dialoguemos sobre este punto.
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La Segunda Parte se referirá a nuestra investigación y a nuestra práctica. Digo "nuestra"


porque se trata en efecto de un intento, de un esfuerzo que en gran medida, y especialmente a
nivel de la práctica, son colectivos. Creo desde hace ya más de veinticinco años el
sociopsicoanálisis, para llamarlo por su nombre, nuestro nombre, está guiado por la ambición de
contribuir a la democratización más amplia y más rica de la vida social. En esta segunda parte de
mi conferencia trataré entonces de precisar ciertos ejes teóricos, particularmente en relación al
psicoanálisis, pero quisiera también y sobre todo ilustrar mis palabras con el relato,
necesariamente rápido en el marco de esta noche, de algunas intervenciones en curso.

Primera Parte: problemas generales


Acabo de pronunciar una frase que habrá sorprendido algunos de ustedes. Dije
efectivamente que el esfuerzo de nuestro grupo está guiado por el proyecto de una mayor
democratización de la vida social.
¿Cómo semejante opción de tipo ético, perteneciente a la esfera de lo axiológico y de
orden eminentemente subjetivo puede conciliarse con el método experimental y objetivo del
investigador? Esta opción introducirá un parámetro arbitrario que va a sesgar la investigación.
Para comenzar recordaré que los grandes pioneros de la investigación sobre los grupos no
temieron en su momento afirmar explícitamente su proyecto democrático. Esos grandes pioneros
a los que yo acostumbro llamar, un poco familiarmente, Los Tres Mosqueteros, son Elton Mayo,
Kurt Lewin, Jacob Moreno. Todos ustedes saben que la novela de Alejandro Dumas, Los Tres
Mosqueteros eran cuatro; aquí son incluso cinco, ya que a los tres nombres que acabo de citar se
deben agregar el de Carl Rogers y el de vuestro compatriota Enrique Pichón-Rivière. Formidable
equipo, aún cuando sus miembros no hayan trabajado nunca juntos, y del cual todos querríamos
formar parte.
Pero más allá del aspecto histórico mi respuesta será de fondo, se dirigirá al fondo de la
cuestión. Pienso que el proyecto democrático no está sostenido por valores fundados
arbitrariamente sino por componentes antropológicos universales, los cuales naturalmente sólo
pueden desarrollarse en determinadas condiciones históricas y sociales. La democracia es del
orden de lo posible antropológico, como lo son por otra parte el totalitarismo o la sociedad
patriarcal (por supuesto distingo cuidadosamente estas dos últimas formas).
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¿Cuáles serían entonces los elementos antropológicos universales, en gran parte


sofocados en las sociedades tradicionales, y a partir de los cuales el proyecto democrático
existiría en todo hombre?
Lo que mi investigación parece demostrar desde hace veinticinco años es que existiría en
todos nosotros una fuerza antropológica que nos lleva a desear tener el dominio sobre el proceso
de nuestros actos, decidir la forma de su realización, seguir y controlar sus efectos. Digo "fuerza
antropológica" y no fuerza psicológica, porque considero que el origen de la misma es más bien
de orden orgánico. Podría relacionarse con lo que los neurólogos llaman: la imagen del propio
cuerpo. Todo parece suceder como si en un determinado nivel vivenciaramos nuestros actos
como perteneciendo aún a esa imagen del cuerpo, como formando parte del cuerpo: de allí la
necesidad de re-incorporarlos, de reapropiárnoslos. Esa fuerza devendría psicológica
secundariamente y en la medida en que dicha reapropiación coincida con todo hecho igualmente
fundamental a saber, que en la especie humana los actos son enteramente sociales y se
incorporan inmediatamente las estructuras sociales. Aparece aquí una contradicción básica. La
psicosocialidad, que es mi objetivo específico de investigación, se desarrollaría en el seno mismo
de esa contradicción debido a la conflictiva confrontación entre esa fuerza antropológica y la
resistencia de las estructuras sociales. La democracia es evidentemente la participación de todos
y cada uno en lo que concierne a las estructuras sociales.
A lo largo de los años, e incluso decenios, he dado a esa fuerza antropológica diferentes
nombres: pulsión de existencia de poder (pero acabamos de ver que no es estrictamente una
pulsión psicológica), luego: actopoder. Actualmente prefiero denominarla: movimiento de
apropiación del propio acto.
Pero si la aspiración democrática está sostenida por esa fuerza a través de articulaciones
socioculturales complejas determinadas por la economía y la historia ¿Por qué la democracia
aparece tan tarde en la Historia, hace apenas veinte siglos en la Grecia clásica?
Es aquí que, según creo, interviene el fenómeno autoridad que se ubica en otro polo a mi
investigación.
El fenómeno Autoridad se expresa en lo social (las sociedades tradicionales son
autoritarias), a nivel familiar (la autoridad de los padres, o de un determinado progenitor, o de
una cierta parte del grupo familiar, puede ser más o menos fuerte), y finalmente en el nivel
psicológico, inconsciente en el que el Psicoanálisis es irremplazable. Después de todo, la
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autoridad psicológica basa su fuerza de la culpabilidad, en la culpabilización. La culpabilidad es


un fenómeno antropológico básico, vinculado a las fantasías inconscientes de los primeros años,
a la agresividad e inconsciente del niño pequeño frente a las inevitables frustraciones de la
socialización primaria; esa agresividad genera culpa, es decir temor al abandono, miedo a la
Autoridad para legitimar autoritariamente ese fenómeno Autoridad para legitimar
autoritariamente ciertos valores sociales.
Lo que Max Weber demostró, en una obra que resulta hoy tan importante como la de
Marx es que la modernidad se caracteriza por la hegemonía creciente de la razón instrumental
que infringe un golpe fatal a la legitimación autoritaria de los valores, y por esa vía a los valores
en sí mismos. Uno de los grandes interrogantes de nuestro tiempo consiste en saber si los valores
pueden asentarse en cimientos distintos que la autoridad. Respecto de este tema encontramos tres
posturas que se contraponen: nostalgias de la autoridad, variantes bastante pronunciadas en
Heidegger y Ricoeur, fundamentación autoritaria del valor comunicacional en Habermas,
nihilismo radical en algunos otros pensadores.
Lo que quiero decir con esto es que, desde Weber, la importancia de la autoridad ha sido
debidamente reconocida, pero que jamás se la ha pensado integrando sus raíces inconscientes a
sus expresiones sociales y culturales.
En síntesis lo que para mí ha frenado, oprimido incluso sofocado al Movimiento de
Apropiación del Acto, es la Autoridad. Sería necesario aquí, si bien es imposible, desarrollar el
punto que demuestra que existen formas de autoridad más o menos elaboradas psicológicamente:
la autoridad arcaica relacionada con el inconsciente primitivo, preedípico, no es la autoridad
patriarcal referida al esquema edípico. Nuestra sociedad ha conocido formas patriarcales. Y en
esas sociedades patriarcales en decadencia, de fines del siglo XIX, en las que se produjo un
aflojamiento del vínculo social que permitió que los individuos se expresasen, aparece el
psicoanálisis. En cierta forma la cura psicoanalítica representa un nuevo aprendizaje de la
autoridad patriarcal, un aporte suplementario de Padre en un momento histórico en que las
identificaciones paternas se han debilitado considerablemente.
Pregunta escandalosa: el Psicoanálisis ¿es o no es de inspiración democrática?
Antes de responder a esta pregunta quisiera recordar que existen dos grandes formas de
democracia: la democracia delegativa o representativa, y la democracia participativa. De entrada
tengo interés en señalar enfáticamente que, para mí, lejos de ser excluyentes, me parecen no sólo
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complementarias sino prolongación una de otra. Quiero decir que ha llegado el momento de que
se produzca un desarrollo de la democracia participativa si no se quiere correr el riesgo de que la
democracia representativa se debilite. ¿Logrará comprenderse este momento histórico?
La primera forma entonces es la democracia delegativa y representativa. Conocemos bien
esta forma, mucho mejor que la segunda. En efecto, la democracia delegativa o representativa es
aquella que conduce, a partir de elecciones libres, y a través de la delegación del poder, como lo
demostrará ya a principios de siglo el sociólogo alemán Michels, a la Constitución de una
categoría socio profesional específica: la de los delegados. En política el límite extremo de esta
forma de democracia ha sido ilustrada por la declaración de un antiguo Presidente del Consejo
francés quien declaró: "La democracia consiste en ir a votar cada cinco años. En el intervalo de
esos cinco años el elector no tiene otra opción que tener que confiar en quien ha elegido y nada
más."
Conocemos muy mal, en cambio, la segunda forma de democracia: la democracia
participativa. Se debe a que está recién en sus inicios y a que todavía no forma realmente parte
de una práctica formalizada y sistemática. Su principal característica, negativa, es que no es
delegativa. Esta definición por la negativa provoca los verdaderos problemas que son los de
darle una positividad, un contenido positivo tanto sus objetivos como en lo referido a sus formas
organizacionales.
El objetivo de la democracia participativa es la plena y completa participación del
conjunto de personas afectadas en sus vidas por un problema social, su participación en una
reflexión colectiva sobre ese problema. Y no solamente la participación en la reflexión sino
también, en la forma directa o indirecta, la participación en las decisiones.
Si bien el objetivo es claro, las formas organizacionales que permitirían alcanzarlo
resultan mucho más oscuras. La democracia directa que existió en la pequeña ciudad de Atenas
hace veintiséis siglos, no es compatible con las presiones de la sociedad industrial en los países
densamente poblados. Y, por ejemplo, la modalidad de Asamblea General, preconizada por
ciertas corrientes sociológicas me parece más bien la expresión de subjetividades no sociales que
una forma de democracia participativa. Retomaré el problema de investigación desde hace
veinticinco años.
Volvamos entonces a la pregunta escandalosa: el Psicoanálisis ¿es de inspiración
democrática?
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Antes de responder a esa peligrosa pregunta desviaré una vez más a fin de resumir todo
lo que acabo de decir en la siguiente frase: se pueden distinguir en el individuo dos
personalidades. Denominó a la primera personalidad Psicofamiliar: es de ella, y sólo de ella, que
nos habla el Psicoanálisis: el inconsciente, las pulsiones, el Yo y el Súper yo, de las
identificaciones... A la segunda la llamo personalidad Psicosocial: es el producto psicológico del
encuentro, desde los tiempos de la infancia, entre el Movimiento de Apropiación del Acto y del
entorno social. Nada puede decir el psicoanálisis sobre ella, ya que su metodología consiste en
dejar al acto fuera del juego durante la cura para que, a través del discurso, los fantasmas puedan
ocupar toda la escena. En síntesis la coexistencia de la personalidad Psicofamiliar y de la
personalidad Psicosocial es contradictoria, conflictiva: es lo que la práctica nos muestra
claramente en cada una de nuestras intervenciones. De allí la necesidad para la intervención
sociopsicoanalitica de una fuerte cultura psicoanalítica, e incluso de una práctica analítica.
Ahora puedo intentar responder a la pregunta: el psicoanálisis ¿es de inspiración
democrática? Mi respuesta será precisa pero no simple. En mi opinión, la inspiración ideológica
del Psicoanálisis, por el acento que pone en el Padre, es la inspiración de las sociedades
patriarcales tradicionales, mientras que por la libertad de expresión (relativa) que otorga al
individuo es la de las sociedades liberales. En las relaciones existentes entre analizante y analista
y en las relaciones que existen dentro de las asociaciones psicoanalíticas, se produce el choque
de valores contradictorios (algunas asociaciones dan prioridad unos u otros): valores autoritarios
y liberales, valores humanistas y paternalistas, valores elitistas, incluso gerontocráticos y
expresiones delegativas. Si he desarrollado este punto tan largamente es porque me parece en
efecto que nada hay que esperar directamente del psicoanálisis que nos ayude a desarrollar la
democracia participativa. En la dialéctica conflictiva entre autoridad y movimiento de
apropiación del acto, el psicoanálisis trabaja del lado de la autoridad y con la autoridad:
precisamente en la elaboración de la culpabilidad. Nos ilumina cerca de la autoridad y la
culpabilidad y eso ya es, en sí mismo, extraordinario.
El último punto que me queda por tratar en esta primera parte es el siguiente: ¿Qué me
lleva a afirmar que el desarrollo de la democracia participativa es hoy una necesidad y de qué
orden es esa necesidad?
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Actualmente vivimos en sociedades de masas en las que el vínculo social se ha debilitado


considerablemente, en las que los valores tradicionales también se han debilitado, y en las que
existen individuos cada vez más aislados, separados, "individuos de masas".
Me parece que lo que puede reemplazar para el hombre contemporáneo a la autoridad
desfalleciente, como punto de apoyo tanto en relación a la simple realidad como en relación a la
sociedad, o en el plano de los valores, es el ejercicio de su movimiento de apropiación del propio
acto. Es así, y también, como aparece una concepción diferente del poder no sólo el poder de
unos sobre otros, sino el poder sobre el propio acto. Dando por supuesto que, al final del acto del
individuo está siempre inmediatamente, los otros y la sociedad en su conjunto. Intentar tener
poder sobre el propio acto conduce, si las condiciones organizacionales lo permiten, a reconocer
que nuestros actos son colectivos, que son sociales.
Considero que la democracia participativa es la única respuesta posible a los problemas
de la sociedad de masas. Sólo ella puede reforzar el tejido social, y reforzar la personalidad del
individuo en su sector psicosocial.
Dicho de otra forma, y será la conclusión de esta primera parte, mi opción en favor de la
democracia participativa no proviene de razones políticas en el sentido usual del término, signo
de razones psicológicas o más bien psicosociales. Si la personalidad psicosocial de los
individuos no se desarrolla el mismo tiempo a la altura de lo posible histórico y de los problemas
de la época, serán los individuos y la sociedad misma quienes sufrirán.
La pregunta que se plantea entonces es: ¿Cómo regular la democracia participativa?
¿Cómo regular en sociedades modernas e industrializadas el juego necesariamente colectivo de
los actos poderes individuales? Quisiera abordar la segunda parte de mi conferencia señalando
claramente que, en mi opinión, la democracia participativa no puede aplicarse a la sociedad
global sino a sus pares especializadas, aquellas que denomino "instituciones": empresas,
organizaciones, establecimientos, sindicatos, asociaciones, en síntesis, todos los espacios de la
vida social en los que transcurre la existencia del individuo.

Segunda Parte: El Sociopsicoanálisis: práctica y teoría


Desde hace 35 años ejerzo el psicoanálisis de manera muy clásica, freudiana. Soy
sociólogo desde hace ya un cuarto de siglo. Pero el sociopsicoanálisis no es ni psicoanálisis ni
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sociología. Esta noche intentaré hacerles palpar su especificidad. No entrar entonces en los
detalles de la técnica sociopsicoanalitica: habrá para eso seminarios especiales en los que ustedes
podrán inscribirse. Voy a centrar esta segunda parte en algunos grandes temas.
Primer tema: ¿Qué es lo que me hace correr? Para retomar el título del célebre libro ¿Qué
hace correr a Samy? Y bien, desde hace veinticinco años trato de poner a punto un método y una
técnica que sean, en relación a la psicología social, lo que el método y la técnica psicoanalítica
son al inconsciente.
Aquí debemos detenernos un instante para hacer una inevitable aclaración previa. Dado
que yo ya he estado en Buenos Aires sé que sin duda ustedes me dirán: ese método ya existe, es
el de Pichón Rivière. Les contestaré que por supuesto "hay de todo en la viña del Señor" pero
que ambos métodos difieren radicalmente. El punto de mayor interés no es intentar plantear la
superioridad o inferioridad de un método en relación al otro, sino rescatar que cada uno de ellos
permite el acceso a un sector diferente de la psicología, y revela distintos aspectos de la misma.
Se darán cuenta de esto apenas les muestre algunas diferencias importantes en el interior de cada
uno de esos métodos. Vemos entonces que el método sociopsicoanalítico: el colectivo social está
definido por varias características. Es un grupo de trabajadores de la misma institución laboral,
este grupo está ubicado en el mismo nivel respecto de la dirección técnica y jerárquica del
trabajo; no es un solo grupo al que se dirige la intervención sociopsicoanalítica sino al conjunto -
o a una parte significativa- de los grupos del mismo tipo dentro del institución. Se trata entonces
de una intervención en situación real de trabajo y en el lugar mismo de trabajo.
- esos grupos son homogéneos y heterogéneos;
- el motor de la intervención no es la transferencia dirigida al interventor, quien juega un rol
relativamente discreto como garante el dispositivo, sino el movimiento de apropiación del acto;
- finalmente, la intervención límite temporal, su objetivo es la integración en forma permanente
del dispositivo social psicoanalítico a la organización del trabajo. Este dispositivo constituye una
especie de tercer canal tanto de concertación como de expresión y comunicación, paralelo a los
dos canales habituales: el canal jerárquico y el de las instituciones representativas (sindicatos,
etc.)
Voy a retomar ahora estos distintos puntos, no para compararlos con el método de Pichón
Riviére, sino para exponer la lógica de nuestros dispositivos.
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Como dije no creo que la democracia participativa puede aplicarse a nivel de la sociedad
global. ¿Dónde entonces? En esos espacios sociales a los que denomino "instituciones". Y aquí
es necesario introducir un segundo dato previo ya que mi definición de institución es mucho más
restringida que la que ustedes utilizan habitualmente desde el Análisis Institucional y que, por
otra parte, es la que se utiliza generalmente en sociología. Para mí una institución es un espacio
preciso, puntual, de producción especializada cualquiera sea esa producción, un espacio que
comprende varios niveles de la división del trabajo. Esto corresponde a lo que ustedes
seguramente denominan "establecimiento" u "organización". Puede ser entonces una escuela,
una empresa comercial, una asociación, un sindicato, un hospital, un internado médico,
pedagógico, etc.
La intervención se lleva a cabo en este espacio social para instalar un dispositivo
permanente, o lo más duradero posible, de concertación y comunicación. Esa concertación y esa
comunicación tienen también características precisas que la distingue de los otros métodos de
intervención social.
La concertación tiene lugar dentro de los grupos homogéneos cuya homogeneidad está
definida por el lugar que ocupan en la división del trabajo. Por ejemplo, en una empresa de
transporte público en Francia se trataría de los grupos de choferes de autobuses (Servicio de
Tránsito), o los grupos de operarios mecánicos (Servicio de Taller y Reparaciones), o bien
grupos del personal administrativo; en el nivel jerárquico encontramos los grupos de mandos
intermedios del Tránsito, el Taller o la Administración, y en el nivel jerárquico superior el
grupos del Comité de Dirección. Cada grupo se reúne en promedio 2 hs. cada dos meses en
horario de trabajo. Existe una capacitación previa para el trabajo en grupo (regulaciones,
funciones de secretariado, etc.) que es brindada por el sociopsicoanalista interviniente quien, en
general, no participa de las reuniones regulares. Nuestra supervisión consiste en asistir dos días
al mes para asegurar el buen funcionamiento del dispositivo y trabajar con los grupos que tienen
problemas. El único objeto de concertación en esos grupos es el acto de trabajo compartido por
el grupo, ya que todos sus miembros están ubicados en el mismo nivel de división del trabajo. En
lo que respecta a ese acto de trabajo el grupo reflexiona, comparte sus experiencias, elabora
propuestas, emite observaciones y críticas. En eso consiste la concertación interna en el grupo.
La comunicación entre los grupos también tiene un rasgo distintivo: siempre es indirecta
y mediatizada. Según las instituciones puede operarse a sea por intermedio de informes escritos
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(como en el caso de la empresa de transportes mencionada), ya sea a través de un “comunicador”


que trasmite el mensaje del grupo (así se lleva a cabo la comunicación entre docentes y alumnos
en las escuelas secundarias). Nunca los grupos homogéneos se enfrentan cara a cara. Ese es uno
de nuestros principios básicos.
Creemos que este dispositivo permite que los grupos vivan una experiencia psicosocial
que difiere de la mera intersubjetividad y ello porque se conectan “en caliente” y en una
situación real con la lógica de lo social que atraviesa la institución.
Si bien no con la lógica social en su totalidad al menos con puntos esenciales de la
misma, como la participación directa en una producción social, el hecho de estar sometidos a la
división del trabajo, la confrontación con la división del trabajo. Así funciona el dispositivo en el
plano social, organizacional. Ahora veremos cuáles con sus efectos en el plano psicológico,
psicosocial.
En el plano psicológico estamos constantemente frente a dos movimientos de sentido
contrario. El primer movimiento, que es al mismo tiempo el motor y el carburante que impulsa al
dispositivo, es el movimiento de apropiación del acto. En los grupos homogéneos aparece un
interés espontáneo por el propio acto de trabajo, se desea comprenderlo, dominarlo mejor,
realizar un seguimiento de sus efectos dentro del conjunto de la empresa, percibir cómo se
coordina con los otros actos parciales de trabajo en la institución. Interés, motivación, placer,
cooperación: todo esto está unido. Luego, poco a poco, a lo largo de los meses y los años, los
participantes de todos los grupos integran el acto global de la institución. Ahora bien, es el acto
institucional global el que puede reforzar mejor el sentimiento de identidad social. La lógica del
dispositivo consiste entonces en neutralizar en cierta medida el efecto alienante, divisor, de la
división del trabajo.
A ese primer movimiento,- que es un avance psicosocial hacia el logro, de un mayor
poder sobre el acto por el dominio del acto parcial propio, por la integración del acto global, por
el reforzamiento de la propia identidad profesional, institucional, social- se le opone un
movimiento de sentido contrario y que, desde esta perspectiva, puede considerarse como un
retroceso.
Efectivamente, no existe apropiación del acto que, de una forma u otra, no despierte
resonancias inconscientes. El poder sobre el propio acto vivido por el Inconsciente (el del
psicoanálisis), como un enfrentamiento con la autoridad de los padres, y despierta el sentimiento
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de culpa bajo sus distintas formas. Para el inconsciente el mundo, su producción, el poder en
general, pertenece a los Progenitores, a los Autores, a los Creadores es decir a los padres
internalizados. El mundo y la sociedad son los Grandes de la familia, los padres, y más tarde los
Grandes de este mundo.
Esta dialéctica contradictoria y profunda entre el poder sobre el propio acto y la autoridad
internalizada me da la oportunidad de señalar que, frente a esos movimientos de retroceso, el
socio psicoanalista interviniente no realiza jamás interpretaciones psicológicas individuales o
colectivas y tampoco utiliza la transferencia. Simplemente señala que esos movimientos de
retroceso que, insisto en repetirlo, adoptan las más variadas formas y a los que es necesario saber
reconocer, aparecen aquí y ahora después de un movimiento de avance reciente y que es común
que así suceda. Este tipo de intervención resulta ampliamente suficiente.
Seguramente la discusión posterior tendré la oportunidad, a partir de nuestras preguntas de
retomar más en detalle la práctica del dispositivo sociopsicoanalítico.
Para terminar quisiera simplemente indicar la importante expansión de la demanda que se
ha producido luego de mi último viaje a Buenos Aires hace dos años. Expansión que creo está
relacionada con la verdadera necesidad contemporánea de actopoder y de democracia
participativa, allí donde la autoridad política o religiosa no le pone tapa a esa aspiración. Aquí
podemos constatar una vez más la oposición entre acto poder y autoridad.
En Francia continuamos aplicando el dispositivo en las escuelas secundarias. Más de
doscientos cursos han participado del mismo en los últimos diez años. El dispositivo funciona
además en la Sociedad de transportes que mencioné antes y quizás próximamente lo harán el
servicio de autobuses de París (R.A.T.P.), también en relación al personal comunal de un
municipio de una gran ciudad de provincia, en los Servicios Centrales de una Universidad
Parisina (París 12), en el colegio cooperativo de Aix en Provence, en una empresa de inserción
en Marsella, etc.
Pero nuestro método también se extiende al extranjero. En una Asociación internacional
de psicomotricidad que funciona en varios países (método Aucouturier), próximamente en Suiza
en servicio de psiquiatría infantil, en Alemania en una sociedad de transportes públicos en
Bréme, y sin duda el próximo año en Vietnam intervendré con grupos de docentes y trabajadores
sociales. En México existe un pequeño grupo de trabajo, el Ministerio de Educación está
considerando un ambicioso proyecto que consiste en capacitar varias decenas de consejeros de
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orientación que implementaría nuestro dispositivo adoptando el rol de "comunicadores" en las


escuelas secundarias. Finalmente, una de las razones que han motivado mi viaje es el deseo de
que se forme un grupo de intervención alrededor de la profesora María José Acevedo.
Para finalizar quisiera retomar un verdadero problema directamente al referido al tema de
la democracia participativa.
¿La implementación del dispositivo permite únicamente la expresión de los participantes
o en realidad permite una verdadera participación en las decisiones? ¿El dispositivo es o no un
"espacio de poder" de acuerdo a la expresión de Mirielle Wieszfeld que trabaja en el Grupo
Desgenettes?
Aparentemente parecería que se trata solamente de un dispositivo de expresión. En
realidad, las cosas van mucho más allá. En efecto, cuando un grupo homogéneo formula una
propuesta de cambio en relación a su acto de trabajo, acompaña su postura con argumentos
elaborados colectivamente durante mucho tiempo. La respuesta de la jerarquía a esas propuestas
deberá también estar argumentada. Las "reglas del juego" no permiten la ausencia de respuestas
ni una respuesta autoritaria del tipo: "será así y no de otra forma". De hecho cada grupo aporta
sus argumentos, presenta sus razones, que pueden además ser convergentes o divergentes. Si
cada grupo tiene sus razones estas están basadas en una experiencia limitada y parcial, y
solamente la confrontación libre de esas razones permite descubrir una razón de conjunto, tener
una visión de conjunto.
El dispositivo se convierte así en una escuela de racionalidad y serán los argumentos
mejor fundamentados los que prevalecerán. Al mismo tiempo, se produce una evolución de las
mentalidades que transforman poco a poco la visión de las cosas por parte del canal jerárquico y
de la Dirección.
Quisiera terminar por este último punto insistiendo en él, es no solamente el no-ser
delegativo sino, también y sobre todo, el ser igualitario. Dentro del dispositivo, todos los grupos
disponen, en efecto, de los mismos derechos (de expresión, de propuesta, de crítica), y de los
mismos deberes (contestar argumentando). Es allí sin duda donde reside el carácter más
progresista de nuestro método. Piensen sino que dentro del dispositivo alumnos de diez años
tienen los mismos derechos y los mismos deberes que sus docentes, los obreros los mismos
derechos y los mismos deberes que la dirección, los enfermos los mismos derechos y los mismos
deberes de quienes los asisten.
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Creo que esta es la razón por la que, en nuestra medida, tenemos una real y profunda
participación en el gran movimiento contemporáneo de la democracia participativa. Pero es
igualmente evidente para nosotros que no tenemos el monopolio de esa gestión. Y es aquí
también sin duda donde la confrontación de las diferentes propuestas dará lugar, tanto en el
plano práctico como teórico, a avances significativos.

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