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Metodología Investigación Histórica y Comparada (Común) - Plantrabajomasterinnovacionnov2010 PDF
Metodología Investigación Histórica y Comparada (Común) - Plantrabajomasterinnovacionnov2010 PDF
(Estos materiales son parte del borrador de un trabajo que su autor publicará más
adelante y que ahora se hacen llegar en pdf para que los alumnos de este Máster, que no
han podido acceder a la bibliografía recomendada, puedan preparar sus actividades y
el examen de la primera parte de esta asignatura)
TEMA 1º
CONOCIMIENTOS PREVIOS AL TRABAJO HISTÓRICO.
CONCEPTOS PRINCIPALES
Para introducirnos en la metodología de la Historia es preciso adquirir los
conocimientos imprescindibles de lo que puede denominarse concepto y filosofía de la
Historia, que pretende explicar, entre otras, dimensiones tales como las siguientes:
-Qué es la Historia
-Historia total e historia sectorial
-El tiempo y el espacio en la Historia
-Sujeto y objeto de la Historia
-Historia global
-La historia local
-La objetividad y la subjetividad
Hay que tener en cuenta que pretendemos conseguir que, al final del proceso de
enseñanza-aprendizaje, que significa la lectura y asimilación del conjunto de estos temas, los
alumnos conozcan las fases de la realización de un trabajo histórico y estén en condiciones de
realizarlo. Por consiguiente, vamos a analizar algunos de los conceptos y aspectos que
consideramos más significativos para conocer las características de la ciencia histórica en la
actualidad, teniendo en cuenta que nos dirigimos a un público que se entiende no
especializado, que se acerca por vez primera a este tipo de metodología.
La historia se concibió como el simple relato de los hechos del pasado, tal como
ocurrieron, sin interpretación o valoración de cualquier tipo. Pero, poco a poco, fue posible
darse cuenta de que los hechos se referían a la vida del hombre en sociedad, que no todos
tenían la misma entidad y que era posible encontrar sus causas superando la perspectiva
providencialista. En palabras de Fontana: “Para los historicistas alemanes, honestos
funcionarios del estado prusiano en su mayoría, las únicas realidades que pudieran
encontrarse más allá del hecho histórico concreto eran la mano de la Providencia, que dirigía
el curso del destino, y el espíritu nacional, que daba forma a las instituciones y a la política”.
Voltaire pasa por ser el primer escritor que hace que la Historia rompa con el relato y
coloque en su lugar a la explicación de los hechos. Estas son sus palabras recogidas por
Tuñón de Lara: “Bueno es que haya archivos de todo, para poder consultarlos en caso
necesario; yo consulto ahora todos los grandes libros, como los diccionarios. Pero después de
haber leído tres o cuatro mil descripciones de batallas, y el contenido de varios centenares de
tratados, me parece que, en el fondo, no estoy más instruido que antes. En todo eso no
aprendo sino acontecimientos. No conozco mejor a franceses y a sarracenos por la batalla de
Carlos Martel...¿Era España más rica antes de la conquista del Nuevo Mundo? ¿Estaba más
poblada en tiempos de Carlos Quinto que de Felipe IV?. ¿Por qué Amsterdam tenía apenas
veinte mil almas hace doscientos años?”.
Pero, lo único que se había conseguido en la historiografía oficial del siglo XIX era el
paso del protagonismo de la historia de los reyes a los estadistas. Con la desaparición de las
monarquías absolutas y el traslado de la responsabilidad de los gobiernos a los ciudadanos, la
historia académica pasa el papel que antes desempeñaban los soberanos a los ministros de la
época, a los que ahora se les dedica una abrumadora bibliografía. Se produjo una adaptación
y, en ningún caso, una transformación del protagonismo histórico.
En este breve repaso histórico es preciso no olvidar el importante servicio de la
historiografía alemana al desarrollo y avance de la historia como ciencia. Desde el rigor
erudito y el conocimiento crítico de las fuentes históricas de Leopold von Ranke y Mommsen
hasta la reacción historiográfica, de la que puede ser un adecuado exponente Wilhelm
Dilthey, aparecen una serie de obras que van de la exposición tradicional de hechos
individuales a la defensa de que eran las leyes psicológicas las que garantizaban el carácter
científico de los acontecimientos históricos y su interpretación.
En este panorama, destaca por encima de todo el positivismo, que fue una corriente
historiográfica particularmente importante a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
que consideraba los hechos históricos en sí mismos, con ausencia de toda base de partida
teórica y de todo intento de explicación de orden teórico y de conjunto.
El hito contemporáneo más decisivo fue sin duda la aparición en 1929 en Francia de
la revista Anales de Historia económica y social. Los historiadores Marc Bloch y Lucien
Febvre dieron un giro copernicano a la metodología y a la investigación histórica, atacando
directamente a las bases del positivismo histórico: comprender y explicar serán las dos
palabras claves para aplicar al pasado en todas sus dimensiones. Ambos historiadores, Marc
Bloch y Lucien Febvre, coinciden en una concepción científica basada en la interdependencia
de la Historia con las ciencias sociales, la visión totalizadora de la Historia y el enfoque
sintético.
El objeto legítimo del conocimiento histórico debe ser ayudar a la gente a comprender
su situación clarificando las líneas de evolución histórica. La historia de hoy es valorada en la
medida en que se ocupa de los hombres en sociedad con la finalidad de ayudarles a
comprender el mundo en que viven y de esa manera colaborar también en la construcción de
su futuro. Así el protagonista de la Historia ha pasado a ser el hombre en sociedad, los
hombres agrupados en colectividades.
La Historia como un todo fue el gran paso adelante del grupo de historiadores que
conformaba la Escuela de los Annales, liderados por Bloch y Febvre, frente a las historias
sectoriales. Así, por ejemplo, no tiene mayor sentido estudiar la historia de la educación de un
siglo determinado, o de una institución, si no es en su contexto general teniendo en cuenta el
mundo de la cultura, la evolución socio-económica, la política y otras variables históricas.
En este ámbito, ¿qué función pueden desempeñar las historias locales?. En el pasado
se creía que la historia local era la propia del erudito local o cronista de la ciudad y que la
verdadera Historia era la nacional, la elaborada desde el centro político. En la actualidad ya
no se escriben generalidades, sino síntesis históricas que exigen estudios monográficos
locales bien documentados. Cuando la investigación era escasa tenía sentido escribir, por
ejemplo, en torno a los institutos españoles en su conjunto pero hoy día se ha impuesto el
criterio del estudio de cada uno de ellos y de las escuelas normales que, por un periodo de
tiempo, estuvieron dependiendo de ellos. Sólo de esta manera será posible elaborar una
síntesis histórica en torno a estas instituciones, señalando las particularidades de cada una y
confirmando o corrigiendo las apreciaciones que sobre ellas se habían hecho, a partir de la
documentación de los archivos centrales.
La nueva historia puede definirse por la aparición de nuevos problemas, nuevos
métodos y, sobre todo, la aparición de nuevos objetos en el campo de la historia: familia,
infancia, vejez, mujer, alimentación, cuerpos, gestos, imágenes, libros, sexo, etc. En
definitiva, todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana; viene a ser una respuesta a la vieja
historia sólo preocupada por los hechos militares, los reyes y los tratados políticos. Lo que
interesa más ahora, sin descartar otras tendencias históricas, es la preocupación por las
actividades colectivas en el pasado y no tanto por las individualidades.
En palabras de Tuñón de Lara: “Hay algunos que conciben la historia como un partido
de fútbol en que el historiador es algo así como un árbitro. Nada más alejado de la realidad; el
historiador no tiene que premiar ni castigar, ni tampoco "equilibrar" a las partes que
contienden”.
En líneas generales se puede decir que todos los historiadores coinciden en suponer
que existen unas causas generales que explican la evolución de las sociedades humanas. En lo
que se discrepa es en la naturaleza de tales causas. Para los providencialistas, los
acontecimientos dependen de los designios divinos, otros historiadores buscan explicaciones
en causas diferentes: factores geográficos, la raza, factores económicos, morfologías
interpretativas.
De lo dicho hasta aquí se puede concluir con algunas definiciones planteadas por
algunos historiadores de indiscutible valía. Tuñón de Lara define a la Historia como: “La
ciencia del devenir de los hombres en el tiempo”. Por su parte, el profesor Carr entiende la
Historia como: “Un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un
diálogo sin fin entre el presente y el pasado”. Para Gramsci, la Historia es una disciplina “que
se refiere a los hombres, a tantos hombres como sea posible, a todos los hombres del mundo
en cuanto se unen entre sí en sociedad, y trabajan, luchan y se mejoran a sí mismos”.
Así, por ejemplo, a los estudiantes que piensan dedicarse a Historia de la Educación
antigua y medieval les será necesario utilizar las llamadas disciplinas auxiliares, materias
técnicas que sirven principalmente de apoyo en la fase de la crítica externa de los
documentos. Algunas de estas disciplinas son: La diplomática, para el estudio de actas
medievales. La numismática que estudio de las monedas y medallas antiguas. La filología,
que se ocupa del conocimiento e interpretación de los testimonios escritos y de las formas
lingüísticas. La sigilografía que se centra en el estudio de los sellos, lacres, etc.
No es posible dar una regla concreta para la elección de un tema, pero sí algunas
sugerencias. Umberto Eco se refiere a cuatro reglas en la elección de un tema de
investigación para la realización de una tesis doctoral:
En general, la elección del tema de una investigación se suele hacer de manera menos
sistemática. A veces una lectura o una conversación ayudan a decidir el tema que vamos a
estudiar. Sin embargo, los historiadores están de acuerdo en utilizar algunos criterios de
selección, que Cardoso resume en los cuatro siguientes:
Criterio de relevancia: tiene que ver con la entidad del tema elegido y responde a la
pregunta: ¿Para qué sirve la Historia de la Educación?. No todos los problemas que los
alumnos proponen para investigar tienen por qué ser relevantes, hay que elegir entre los que
sí lo sean.
Por su parte, los historiadores franceses Guy Thuillier y Jean Tulard, sugieren la
reflexión sobre los siguientes aspectos, coincidentes en mucho con los anteriores:
Tercer factor: El placer que se experimenta: es preciso elegir un tema en el que las
posibilidades de aburrirse sean escasas.
Las orientaciones que más se repiten en los libros de metodología histórica son las
siguientes:
1. No elegir temas demasiado amplios o que su investigación exija mucho más tiempo
del que se dispone o se desee utilizar para culminar un estudio.
2. Abandonar la idea de investigar los temas "de moda" que, por otra parte están ya
muy transitados y pronto pasarán a un segundo plano.
3. La investigación debe hacerse con documentos nuevos, intentando aportar algo
distinto y no sólo plantearla como un trabajo de síntesis.
4. Una investigación que llevará bastante tiempo, varios años en el caso de tesis
doctorales, debe ser planteada con ambición, previendo su futuro, y ser el primero de una
larga serie de trabajos que podrán ir apareciendo a posteriori.
5. Hay que dedicar el tiempo que sea necesario a decidir la elección más adecuada del
tema que se va a investigar, asesorándose para ello con distintos investigadores y
especialistas en los temas de que se trate.
Es obvio que se pueden encontrar muchas otras líneas de investigación que tengan
relación con la historia de la educación y de la pedagogía en sentido amplio. Hemos señalado
éstas sólo como referencias que se pueden tener en cuenta.
Una vez elegido el tema, el historiador debe realizar una primera definición de los
límites del estudio, que no tiene por qué ser definitivo, pero que sí está llamado a perdurar y,
de ser posible, a establecerse como permanente. En relación con los límites cronológicos,
cabe preguntarse si deben ser históricos o pedagógicos. No existe una contestación unívoca a
esta cuestión; la situación ideal es combinar ambos criterios, pero de primar alguno debería
ser el pedagógico. No obstante, es perfectamente legítimo estudiar, por ejemplo, "la
educación durante el franquismo", utilizando como límites los propios de la duración del
gobierno del general Franco. También sería legítimo poner límites pedagógicos: "De la Ley
de Educación de 1945 a la Ley General de Educación de 1970", o cualquier otro similar.
Las fuentes secundarias, como su nombre indica, no tienen el carácter esencial de las
primarias, pero suelen tener un valor complementario indispensable. Un buen ejemplo de ello
suelen ser los discursos de inauguración y clausura de los cursos académicos, para cuya
redacción se suelen emplear fuentes primarias de los archivos de la institución de que se trate.
Con frecuencia ocurre que las revistas y los periódicos de un periodo histórico
determinado, que normalmente son fuentes complementarias, pueden ser fuentes primarias
cuando los datos que aportan no pueden ser encontrados de otra manera.
Cardoso resume así el problema de las fuentes y sus diversas denominaciones: “De
ellas tres parecen más importantes: 1) la que distingue las fuentes primarias(o directas) de las
secundarias(o indirectas); 2) la que opone las fuentes escritas (ampliamente mayoritarias en
casi todas las investigaciones históricas) a las no escritas (arqueológicas, iconográficas,
orales, etc.); 3) la que diferencia entre testimonios voluntarios e involuntarios. De esta tres la
esencial es la primera. Las fuentes primarias -que en el caso de los documentos escritos
pueden ser tanto manuscritas como impresas (publicadas en el mismo periodo estudiado o a
veces mucho más tarde)- son aquéllas que tienen vinculación directa con el tema investigado,
cosa que no ocurre con las secundarias.
-Los ficheros de las principales bibliotecas, sin dejar, en ningún caso, de consultar la
Biblioteca Nacional, bien directamente o a través de los repertorios bibliográficos anuales.
Estas son solo algunas de las fuentes convencionales posibles, existen, además,
muchas otras que hay que ir descubriendo consultando a especialistas. Entre otras fuente no
mencionadas hasta ahora, podemos destacar: los archivos privados, archivos notariales y de
protocolo, archivos pictóricos y sonoros, el cine, la literatura.
El trabajo preparatorio
Sobre todo a los alumnos de las facultades de humanidades les suele extrañar la
necesidad de formular hipótesis de trabajo, que parecen más propias de otros ámbitos
científicos. Y, sin embargo, para la mayoría de los historiadores actuales es fundamental su
elaboración o, si se quiere, la construcción de un modelo de análisis interpretativo coherente
y sólido que reordene la investigación y que, sobre todo, permita comprobar y verificar la
validez de las afirmaciones que se hagan. Para formular las hipótesis es necesario ordenar los
datos que se tengan para percibir con claridad los principales contenidos y variables que hay
que tener en cuenta, y haber sondeado, al menos, la documentación con la que se cuente.
Las hipótesis son posibles soluciones del problema que se expresan como
generalizaciones. Se trata de proposiciones generales que pretenden explicar realidades sólo
parcialmente conocidas. El investigador tiene en consideración hechos comprobados y otros
que son elementos conceptuales, producto de su imaginación y de su intuición. Normalmente
no se investiga cualquier tema desconocido sino que ya el historiador tiene algún tipo de
información y sobre todo interés acerca de él; pero, al mismo tiempo, desea saber otras cosas
que ignora.
Las hipótesis son instrumentos de investigación indispensables que proporcionan el
esquema o mapa que facilita la exploración de los fenómenos que se pretende estudiar, pero,
al mismo tiempo, son conjeturas, posibles soluciones de problemas, que están basadas en
parte en el conocimiento previo y la experiencia del investigador. Así, siempre será más fácil
elaborar una hipótesis consistente a un historiador veterano que a otro que hace su primera
investigación.
Las hipótesis pueden ser enunciados simples o muy elaborados. Cada día nos
formulamos muchas hipótesis simples cuando nos enfrentamos a cuestiones de la vida
cotidiana que es preciso resolver y planteamos posibles interpretaciones. Por su parte, los
especialistas pueden elaborar complejas hipótesis para poner en marcha procesos de
investigación de mucha entidad.
Los términos de la hipótesis deben ser claros y precisos; no puede haber oscuridad ni
ambigüedad en una hipótesis de trabajo. Hay que tener en cuenta que cualquier hipótesis no
es sino una explicación posible o provisional que hay que verificar con posterioridad,
contrastándola con los hechos o los documentos, hasta que se pueda confirmar con la
resolución correcta del problema de que se trate.
En síntesis, las hipótesis se entiende que deben tener un carácter general y ser
formuladas positivamente; deben contener las diferentes variables que vamos a estudiar y no
sólo una de ellas; deben ser formuladas de manera concisa y no de forma compleja; deberán
reflejar los cambios cualitativos que se producen en el período estudiado. En definitiva, las
hipótesis así planteadas preparan al historiador para enfrentarse a la masa de datos y fuentes
aplicando el criterio de la pertinencia, que le permite decidir lo que le sirve y lo que debe
desechar.
El proyecto de investigación
Cardoso recuerda que los tres problemas fundamentales para el investigador son: “1)
La localización de los acervos documentales; 2) evitar la dispersión y la pérdida de tiempo; 3)
mantener un control permanente sobre los materiales acumulados, a través de una
organización eficiente de la recolección”.
¿Cómo trabajar con un documento? ¿Qué es más adecuado, utilizar un cuaderno con
hojas móviles, una ficha de cartón, o, si ello fuera posible, la fotocopia de cada documento?
La ficha es una necesidad en la que insisten todos los especialistas; las diferencias se plantean
en el tamaño que deben tener y en la manera de organizarlas.
Umberto Eco, en su libro Cómo se hace una tesis, aconseja la utilización de una serie
de ficheros, o conjunto de fichas organizadas, complementarios, a saber:
Así, por poner un ejemplo concreto, si hemos encontrado un documento del ilustrado
conde de Cabarrús, en el archivo de la Real Sociedad Económica Matritense de los Amigos
del País, que es adecuado para la investigación que estamos realizando, su ficha de
identificación podría ser: “Discurso sobre la incorporación de las mujeres a las tareas de la
Sociedad”, Archivo de la Sociedad Económica Matritense, leg. 345, doc. 36. Para la ficha de
contenido valdría decir: Cabarrús plantea en su discurso a los miembros de la Sociedad
Económica de Madrid su oposición a que las mujeres se incorporen con pleno derecho a los
trabajos de la misma por considerar que no están capacitadas para ello.
Una ficha de identificación de un libro podría ser: nombre completo del autor,
Francisco Ferrer Guardia; título del libro, La escuela moderna; lugar de edición, Barcelona;
editorial, Tusquets Editor; fecha de publicación, 1976; número de páginas, 266 páginas. La
correspondiente ficha de contenido podría ser la siguiente: Esta obra clásica del pedagogo
catalán Francisco Ferrer Guardia contiene la exposición del pensamiento y la experiencia
pedagógica del autor expuestos por el mismo. Es un documento fundamental para conocer los
principios pedagógicos y los criterios de actuación didáctica de la corriente educativa
anarquista española.
La ficha que más se está utilizando no es la de cartulina que resulta incómoda, ni los
clásicos cuadernos de anillas, sino la ficha de papel de pequeño tamaño, normalmente un
cuarto de folio o de dinA4. La ficha debe escribirse sólo por una cara. De un libro o de un
documento pueden sacarse muchas fichas, esto va a depender de la cantidad de información
que proporcionen y del interés que tengan para el trabajo que se va a realizar. Es
recomendable utilizar hojas aparte para las citas largas que deben pasarse directamente al
manuscrito u original de la obra, para evitar duplicar esfuerzos y evitar errores en una
segunda trascripción.
En una ficha de contenido extraída de un libro o de un artículo, se debe colocar
únicamente un punto concreto, una cita corta o una fuente. No hay que olvidar que una ficha
no debe ser una copia literal de una hoja sino servir para recoger una idea, señalar una pista
de investigación o una referencia que nos interesa verificar.
Conviene recordar una serie de criterios que deben reunir las fichas para que sean
útiles en nuestra investigación:
a. Deben ser legibles. Con frecuencia, nos encontramos después de un cierto tiempo
que no entendemos algunas de las anotaciones que hicimos con anterioridad, causando una
pérdida de tiempo considerable cuando más necesitamos tranquilidad y claridad para elaborar
la síntesis histórica final.
b. Al final del día, o de cada periodo de trabajo, conviene revisar las fichas
elaboradas para señalar las palabras claves e ideas principales, subrayar con lápices de
colores para resaltar lo que nos parezca más interesante y poner indicaciones al margen.
d. Conviene poner en cada ficha la fecha en la que se elaboró y señalar los nombres
propios con mayúsculas para facilitar la búsqueda posterior.
Por otra parte, la fotocopia ahorra mucho tiempo y permite trabajar más cómodamente
en casa, sin someterse a los horarios de los archivos y de las bibliotecas ni a sus condiciones
materiales no siempre idóneas. En su contra tiene que suele ser caro hacer una gran cantidad
de fotocopias y que, lo que es más importante, no siempre está permitida la reproducción de
documentos de archivo ni de libros anteriores a una determinada época; a veces las
limitaciones son cuantitativas y sólo se puede hacer un número escaso de fotocopias por
documento o libro.
La sugerencia es, no obstante, fotocopiar siempre que se pueda los principales
documentos que vertebran la investigación, aquéllos que pensamos colocar como anexos y
los cuadros estadísticos. No debe almacenarse un documento fotocopiado sin especificar su
tema, hacer un resumen del mismo y hacer las anotaciones que procedan. Conviene clasificar
dichas fotocopias en una carpeta adecuada y por orden cronológico.
Los sistemas informáticos serán un instrumental fundamental, que se anuncia con una
eficacia y una calidad muy amplia; sin embargo, aún es poco lo que se puede utilizar en este
ámbito de conocimientos. Cuando se informaticen los documentos de los archivos principales
y se pueda acceder desde una terminal en el lugar de trabajo, o desde el propio hogar, a dicha
información, se habrá dado un avance importante en la accesibilidad de las fuentes primarias.
En concreto, aunque las perspectivas son inmensas, aún no estamos en condiciones de
aprovechar los sistemas informáticos sino en una mínima parte.
Lo que sí es cada vez más frecuente es que los historiadores acudan a los centros de
documentación con un ordenador personal. De esta manera, especialmente si se tiene bastante
tiempo para dedicar al trabajo de archivo, es posible recoger los contenidos directamente sin
necesidad de hacer las fichas tradicionales o fotocopiar los documentos.
Es indudable que, en cualquier caso, hay que tener presente una serie de criterios
frente a la metodología de la historia oral. La prioritaria es la construcción de una encuesta
bien elaborada, desde la perspectiva técnica y de la de los contenidos históricos. La forma
clásica viene siendo la de grabar las entrevistas y sacar copia mecanográfica, que debe ser
corregida por el entrevistado para intentar eliminar imprecisiones y errores de interpretación.
“Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los
documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio: el privilegio de
extraer de ellos, como decía el otro, un nombre, un lugar, una fecha, un nombre, un lugar,
todo el saber positivo, concluía, de un historiador despreocupado por lo real. También un
poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva
y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia (...)” “(...)Indudablemente la
historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse, debe hacerse, sin
documentos escritos si éstos no existen. Con todo lo que el ingenio del historiador pueda
permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por tanto, con palabras.
Con signos. Con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de
luna y cabestros. Con exámenes periciales de piedras realizados por geólogos y análisis de
espadas de metal realizados por químicos. En una palabra: con todo lo que siendo del
hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, los gustos y
la forma de ser del hombre”.
Pero, además de la limitación apuntada por Febvre, existen otra frecuente que hay que
tener en muy en cuenta: Los documentos que llegan a las manos de un investigador suelen ser
sólo una pequeña parte de los que realmente existieron; bien porque desaparecieron a lo largo
del tiempo por accidentes diversos, bien porque fueron destruidos voluntariamente o
depurados y, en este último caso, los originales se encuentran en otros archivos diferentes.
Llegados a este punto conviene introducir un concepto nuevo relacionado con las
operaciones analíticas a desarrollar en la elaboración de la Historia: la crítica de los
documentos. Antes de utilizar un documento que nos parezca pertinente es preciso hacerlo
pasar por el tamiz de la crítica interna y la crítica externa. Se trata de saber, en primer lugar,
si un documento dado es verdadero o falso y, de forma complementaria, si los testimonios
que aparecen en el texto son consistentes.
La crítica de restitución es el control del texto con la finalidad de, si fuera necesario,
eliminar los errores y las interpolaciones que se hubieran podido introducir. A veces nos
encontramos con varias copias de un documento dado que tienen algunos contenidos
distintos; el historiador debe optar por una variante entre las otras, teniendo en cuenta
incorrecciones gramaticales, contradicciones, ideas o conocimientos que el autor no estaba en
condiciones de tener, anacronismos.
La crítica interna tiene que ser aplicada con todo rigor para descubrir
inconsecuencias, falta de profesionalidad, mala utilización de datos, etc., que se hubieran
producido en el pasado. Para ello, es preciso tener una buena información sobre los técnicos,
educadores y políticos que elaboraron la documentación que manejamos, para valorar el
grado de certeza de las informaciones que estamos analizando. Igualmente, es preciso
conocer bien la época y su ambiente para poder imaginarse la situación y entender las razones
esgrimidas en la información escrita.
Otras fuentes ofrecen también un margen, a veces amplio, de duda y hay que
acercarse a ellas con la máxima precaución. Así la correspondencia, que en algún momento
pudo haber sido un acto íntimo y sincero, se puede transformar en un documento para ser
leído como justificación de hechos y, a veces, como arma de combate o con una finalidad
educativa más cercana a la literatura que a la realidad. Las estadísticas han sido en muchas
ocasiones inventadas por los empleados o mal copiadas y abundan las contradicciones entre
diversas fuentes de la misma época. La prensa, que ha estado con frecuencia controlada por el
poder o por grupos determinados de presión, es una fuente dudosa de exactitud en la
descripción de hechos y, como mínimo, deben confrontarse las versiones dadas por diferentes
periódicos de la época. Incluso las fuentes iconográficas hay que analizarlas con detención
porque a veces los artistas, por razones distintas, pueden hacer variar la composición de los
grupos que participan en hechos históricos.
En cualquier caso, sí que existen una serie de defectos o errores que haremos bien en
tener en cuenta para evitar equivocaciones garrafales, que vicien el proceso en este taller del
investigador al que nos venimos refiriendo.
En primer lugar, no es difícil descubrir anacronismos en trabajos históricos. Es
importante conocer bien el presente de una institución que estudiemos en el pasado y aplicar
el método regresivo, que da muy buenos resultados, porque esclarece y da nuevas ideas que
nos ayudan a interpretar mejor. Pero, aquí se acaba la virtualidad del conocimiento presente y
no debemos utilizar nuestros prejuicios actuales, nuestra psicología y nuestra sensibilidad
para trasladarla sin más a una época diferente.
Como decíamos, no existe una historia puramente objetiva. De hecho, es correcto que
elijamos el periodo, el grupo o el autor que vamos a estudiar, esta decisión subjetiva es
perfectamente legítima. No lo es que intentemos demostrar a cualquier precio, utilizando
sesgadamente las fuentes, silenciando las que no nos interesan, aquellas realidades o
verdades que hayamos decidido de antemano que son las apropiadas.
Sobre todo al investigador que empieza, pero ello vale para cualquier historiador, hay
que recordarle con frecuencia que no es posible saberlo todo. Pronto hay que aprender a
reconocer las lagunas que se tienen, los puntos oscuros de la investigación que deberán ser
solucionados en el futuro, dimensiones que pueden ser muy fructíferas pero que aún no
existen condiciones para analizarlas, etc. Esta actitud, además de ser la única razonable y
sincera, produce mucha información para nuevas investigaciones, abre vías de estudio que, de
otra manera, se perderían irremediablemente o, al menos, quedarían ocultas por un tiempo
indefinido.
En este sentido, pueden ser de mucha utilidad estos consejos que dan los historiadores
franceses Thuillier y Tulard:
-Debemos saber usar muy bien nuestro tiempo, sin apresurarnos demasiado, tomarse
el tiempo necesario y, sobre todo, reflexionar (incluso reflexionar mucho antes de empezar a
examinar las cajas de archivos).
Cada uno de los consejos expuestos son de una gran utilidad porque están basados en
una larga experiencia de historiadores, de constructores de Historia. Todos ellos coinciden en
sugerir la necesidad de acercarnos lo más posible a la objetividad en el trabajo histórico,
utilizando criterios científicos y distinguiendo los hechos comprobados de las opiniones
subjetivas.
Otra sugerencia señalada por Thuillier y Tulard en la que debemos insistir, porque se
suele dar mucho, especialmente en los historiadores noveles, es en la necesidad de guardar
una cierta distancia del tema tratado, sin implicarse de tal manera que se pierda la necesaria
objetividad en el juicio.
TEMA 3º
CÓMO REDACTAR UN TRABAJO DE HISTORIA DE LA EDUCACIÓN
En este tema nos centraremos en desarrollar los apartados siguientes que son
fundamentales en la última fase de la metodología de la investigación en Historia de la
Educación:
A partir de los planes provisionales que se han elaborado en las fases anteriores de la
investigación, es necesario perfilar el plan definitivo de la obra, haciendo las oportunas
correcciones, eliminando aspectos secundarios o repetidos e introduciendo las mejoras que se
consideren oportunas. Viene a ser la columna vertebral del trabajo, algo así como el esquema
que vamos a desarrollar, basado en las hipótesis de trabajo ya contrastadas y documentadas
suficientemente, pero teniendo en cuenta que puede sufrir modificaciones y desviaciones
durante la redacción.
Según las características del propio trabajo, es conveniente elegir un plan cronológico
o bien uno basado en los contenidos o materias de estudio. Pero la regla fundamental es no
empezar a redactar sin tener antes un plan general estructurado en capítulos y sub- capítulos.
A través de esta articulación, se procede a la clasificación definitiva de los documentos, con
la ayuda de las fichas elaboradas de antemano. La sugerencia es distribuir la documentación
entre diversas carpetas, al menos una por capítulo, y, además, una para la introducción y otra
para las conclusiones. Si hay documentos que afecten a varios capítulos, algo que suele ser
frecuente, se utilizan fichas de remisión en las que se advierte de tal contingencia.
Una vez decidido este particular, los historiadores más experimentados aconsejan
escribir con claridad, sin barroquismo pretendidamente académico, despojando el texto de
todas las apreciaciones secundarias y derivaciones que, de ser significativas, pueden ir
perfectamente en las notas a pie de página. Sobre todo para principiantes se aconseja evitar
la tentación de buscar fórmulas brillantes, retóricas, y títulos muy llamativos para cada
apartado.
Los historiadores franceses Thuillier y Tulard sugieren los principios siguientes muy a
tener en cuenta:
Tercer principio: Se debe dar muestra de prudencia: evitar fórmulas brillantes que
seducen momentáneamente, pero que son fuentes de confusión, de inexactitudes, de
polémicas.
Cuarto principio: Previamente debe tenerse una idea clara de lo que se tiene necesidad
de decir o demostrar.
Quinto principio: Hay que tener algo de coraje e integridad, ya que es peligroso
intentar en el transcurso de la redacción disimular más o menos hábilmente las lagunas e
imprecisiones de la investigación”.
Es conveniente que el historiador tenga estos principios como normas, sobre las que
hay que repasar y reflexionar cada cierto tiempo, para evitar caer en las trampas que la
comodidad y la inercia tienden al escritor. Hay que preguntarse si el lector de nuestro trabajo
nos entenderá, si no estaremos escribiendo sólo para iniciados, si la redacción que estamos
haciendo es suficientemente clara. El criterio, más fácil de definir que de aplicar, es buscar un
punto de equilibrio entre el perfeccionismo, que es esterilizante y enfermizo, y la falta de la
necesaria calidad en la redacción de la síntesis histórica.
Dicho de otra manera, no se piense que se puede redactar a vuela pluma y conseguir
una redacción de calidad en poco tiempo. El único camino seguro es el trabajo permanente, la
revisión de los originales, las correcciones sistemáticas hasta conseguir un texto claro,
directo, en el que no sobre nada y, al mismo tiempo, todo esté suficientemente documentado.
La redacción debe ser entendida como una de las partes más placentera; es la creación a partir
de las hipótesis de trabajo y del esquema definitivo elaborado. Estas indicaciones nos
ayudarán a construir el cuerpo del texto propiamente dicho, lo que equivale a decir los
distintos capítulos y partes de la investigación; ahora vamos a centrarnos en explicar las
características que deben reunir los otros dos aspectos.
Una síntesis histórica, es decir, el resultado de una investigación debe llevar siempre
introducción y conclusiones, ambas partes bien elaboradas. La introducción es mucho más
que el clásico folio de agradecimientos y mención del tema de investigación. En la
introducción debe ir el tema y la justificación de sus límites cronológicos, el estado de la
cuestión, los objetivos, las hipótesis de trabajo, la metodología seguida y el índice final de
contenidos comentado. En palabras de Cardoso, la introducción “formula el problema
estudiado, lo delimita, lo justifica en función de los criterios de relevancia y originalidad,
enuncia las hipótesis y las elecciones en cuanto a tipo de fuentes, métodos y técnicas”.
Podemos afirmar que la introducción es algo más que una mera presentación y sirve
de información y de reflexión de conjunto sobre el estudio que se está realizando. Leyendo
con atención la introducción a una publicación, el lector debería encontrar una serie de
referencias esenciales que caracterizan a la investigación de que se trate, demostrando con
claridad, sencillez y veracidad el plan de contenidos a desarrollar.
En cualquier caso, la realidad es que la mayor parte de los libros llevan unidos el
prólogo y la introducción, porque en lo que denominan "introducción" se refieren a todos los
aspectos que hemos citado como propios del prólogo y, al mismo tiempo, los contenidos
propios de la introducción. Lo que sí parece claro es que un prólogo que no sea de
compromiso, que esté bien elaborado, y que señale la aportación de la obra en los ámbitos de
los contenidos y de la metodología, motiva a la lectura de la obra y ello siempre es positivo.
En la conclusión, que muchos autores recomiendan que se redacte antes que el resto
de los apartados o capítulos, se debe practicar también la claridad y sencillez unida a la
humildad y veracidad más absoluta, distinguiendo entre los resultados, fruto de la
investigación, y los objetivos no alcanzados o por alcanzar por distintas razones. Claro que
las conclusiones a las que nos referimos, redactadas después de todo el proceso seguido, de
definición del problema, búsqueda de fuentes, elaboración de un modelo de trabajo, no
pueden ser sino provisionales y podrán ser corregidas y matizadas de nuevo cuando sea
necesario.
En primer lugar suelen ir las listas de fuentes primarias manuscritas, organizadas por
cada uno de los archivos de documentación consultados. Se puede utilizar el orden alfabético,
pero lo más usual y recomendable es aplicar el criterio de ordenación teniendo en cuenta el
número y calidad de las fuentes aportadas a la investigación. Así, se pondrá en primer lugar la
lista de fuentes del archivo que más documentos aporta para el tema investigado. A
continuación se colocan las fuentes primarias impresas por orden alfabético, clasificadas en
libros, folletos, artículos de revista, periódicos y otros.
Finalmente suele ir la bibliografía; algunos autores son partidarios de utilizar el orden
alfabético en la relación bibliográfica que se aporte, otros, por el contrario, creen más
oportuno clasificar la bibliografía en varios apartados:
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que este apartado del aparato crítico podrá
variar según el tipo de investigación que se realice, teniendo en cuenta también la
metodología aplicada. Así, habrá que abrir nuevas divisiones si existen fuentes distintas,
como las arqueológicas e iconográficas, o si se aplica la metodología de la historia oral que
exige espacio para transcribir entrevistas, encuestas, lista de encuestados.
Conviene que demos algunas sugerencias sobre el componente más importante del
aparato de erudición: las notas a pie de página o al final del capítulo o, a veces, del libro o
artículo. Si se puede, es muy recomendable para que sean leídas y consultadas, que las notas
vayan a pie de página y no al final del capítulo, donde suelen pasar desapercibidas.
Las notas de referencia son necesarias para mencionar las fuentes en las que nos
apoyamos en un momento determinado. Pero, además, especialmente en los trabajos más
eruditos y académicos, son precisas las notas largas y densas. Éstas tienen la virtualidad de
despojar al texto de digresiones, ideas y datos secundarios, citas, discusiones o hipótesis.
Las notas deben ser elaboradas al mismo tiempo que se redacta el capítulo y han de
ser entendidas como una prolongación del texto. Lo que es fundamental debe estar en el
cuerpo del texto, las citas más significativas, los datos y las cifras más importantes. Lo
secundario debe pasar a pie de página; pero también las sugerencias de nuevas líneas de
investigación. Claro que el número y estilo de las citas dependerá del objeto del estudio y de
la finalidad del mismo. Así, un trabajo académico llevará muchas más notas que un trabajo de
divulgación o un artículo periodístico.
Cuando se decide introducir una nota, se coloca un número en el texto y se reproduce
el mismo número en la parte inferior de la página, normalmente con una tipografía distinta.
En estas notas, la primera vez que aparece citado un documento, un libro o un artículo, se
reproduce a pie de página la totalidad de los datos de su identificación, además de las páginas
de las que se ha extraído la cita o la afirmación que se halla hecho. Si es posible, es
conveniente poner los mismos datos de la ficha de identificación que posea el archivo o
biblioteca para facilitar su búsqueda posterior; en las siguientes citas que se hagan de un
mismo texto manuscrito o de un texto publicado, bastará con utilizar las abreviaturas
convencionales al uso.
- Notas de referencia cruzada, que remiten a otras partes del texto, o a otras obras;
estas notas empiezan normalmente con la expresión “véase”.
Hay que decir rotundamente que si el anexo documental está bien seleccionado y se
trata de documentos inéditos o poco conocidos la aportación que se hace con él es de la
máxima entidad, especialmente para los investigadores que, con posterioridad, necesitan
profundizar en el tema o hacer otras valoraciones del mismo. Pero es que, además, al ser las
citas utilizadas obligatoriamente breves para descargar el texto de contenidos secundarios, es
muy probable que las alusiones a los documentos del anexo sean frecuentes y quien desee
amplia su información o corroborar lo que se afirma en el texto podrá consultar el documento
completo, sin tener necesidad de acudir a un archivo.
Citemos una vez más a Jacques Thuillier que, refiriéndose a los giros equivocados de
estilo afirma: “Debemos evitar la jerga moderna, las palabras terminadas en -ion, los
adjetivos sustantivados, los ripios, los tópicos, las faltas gramaticales, el estilo periodístico, el
estilo hablado (...) -Las palabras más o menos cultas empleadas equivocadamente; -Los
términos familiares utilizados fuera de lugar; -Los enlaces muy cargados y multiplicados
como en el estilo "hablado"; -Los participiales no vinculados a un tema; -Los solecismos,
barbarismos y usos proscritos; particularmente se rechazarán los en cambio, los basándose en,
los se reveló importante".
Se debe evitar construir párrafos demasiado cortos, que dan la impresión de una
ausencia de razonamiento elaborado, y demasiado largos, a veces de varias páginas, que
además de no tener ningún sentido, impiden concentrarse en lo significativo. Las discusiones
secundarias, la acumulación de citas y de cifras hay que sacarlas del texto principal. De esta
manera, además, conseguiremos evitar el aburrimiento del lector, al evitarle la aridez de las
cifras o los datos exhaustivos, las elucubraciones más o menos estériles, la erudición y otros
defectos que debe combatir el historiador.
La preparación del manuscrito tiene también sus reglas si se desea que el trabajo
histórico llegue a manos de los lectores sin errores, o con los menos posibles. El manuscrito u
original se debe presentar siempre totalmente acabado, perfectamente cerrado, sin dejar nada
pendiente para después, y, por supuesto, esmeradamente escrito, sin tachadura ni borrones.
Sólo de esta manera aumentan las posibilidades de que el texto definitivo que aparezca
publicado tenga los menos errores posibles. Las referencias a libros y artículos deben tener
siempre la misma forma, no citar cada vez de una manera distinta, y seguir las normas
propias del área de conocimiento en la que se inserta la investigación.