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Universidad Nacional de Educación a Distancia

Facultad de educación. Cursos de Posgrado


Noviembre 2010
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Máster de Innovación e Investigación en Educación


Módulo común
LA METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN DE LA
HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Olegario Negrín Fajardo

(Estos materiales son parte del borrador de un trabajo que su autor publicará más
adelante y que ahora se hacen llegar en pdf para que los alumnos de este Máster, que no
han podido acceder a la bibliografía recomendada, puedan preparar sus actividades y
el examen de la primera parte de esta asignatura)
TEMA 1º
CONOCIMIENTOS PREVIOS AL TRABAJO HISTÓRICO.
CONCEPTOS PRINCIPALES
Para introducirnos en la metodología de la Historia es preciso adquirir los
conocimientos imprescindibles de lo que puede denominarse concepto y filosofía de la
Historia, que pretende explicar, entre otras, dimensiones tales como las siguientes:

-Qué es la Historia
-Historia total e historia sectorial
-El tiempo y el espacio en la Historia
-Sujeto y objeto de la Historia
-Historia global
-La historia local
-La objetividad y la subjetividad

Hay que tener en cuenta que pretendemos conseguir que, al final del proceso de
enseñanza-aprendizaje, que significa la lectura y asimilación del conjunto de estos temas, los
alumnos conozcan las fases de la realización de un trabajo histórico y estén en condiciones de
realizarlo. Por consiguiente, vamos a analizar algunos de los conceptos y aspectos que
consideramos más significativos para conocer las características de la ciencia histórica en la
actualidad, teniendo en cuenta que nos dirigimos a un público que se entiende no
especializado, que se acerca por vez primera a este tipo de metodología.

a. ¿A qué llamamos Historia?

Durante mucho tiempo, el saber histórico se confundió con el conocimiento de la


cronología y los miembros de las distintas dinastías reales. Para muchos, la palabra historia
ha quedado unida al aprendizaje memorístico de las listas de los reyes godos o al relato de las
guerras púnicas u otros aconteceres igualmente distantes y ajenos al interés de los alumnos de
los diferentes niveles.
Hace unos siglos se consideraba a la historia como una forma de literatura secundaria.
En 1763, Samuel Johnson afirmaba lo siguiente: “No se requieren grandes habilidades para
ser historiador, puesto que en la composición histórica todos los grandes poderes de la mente
permanecen inactivos. Tiene los hechos a mano, de modo que no ejercita la invención. La
imaginación no se emplea en un grado elevado; sólo en una medida semejante a la que se
requiere para los tipos inferiores de la poesía. Alguna penetración, exactitud y sentido del
colorido bastarán a cualquiera para esta tarea, si puede dedicarle la aplicación necesaria”.

Después de la profundización durante el siglo XVIII en una historia crítica, fue en el


siglo XIX cuando se produjo un desarrollo importante de la investigación histórica en dos
líneas divergentes, convirtiéndose en guía de las ciencias sociales. De una parte, una línea de
pensamiento que utilizaba la Historia como instrumento de análisis de la sociedad y que
culmina en Karl Marx. La otra línea agrupaba a la mayoría de los historiadores que se
limitaban a justificar la realidad política existente poniéndose a su servicio. Esta última
tendencia se apoderó de la historia oficial y de la investigación y enseñanza en los centros
educativos, y acabó convirtiendo a la Historia en un amontonamiento de datos concretos sin
interpretación ni valoración alguna.

La historia se concibió como el simple relato de los hechos del pasado, tal como
ocurrieron, sin interpretación o valoración de cualquier tipo. Pero, poco a poco, fue posible
darse cuenta de que los hechos se referían a la vida del hombre en sociedad, que no todos
tenían la misma entidad y que era posible encontrar sus causas superando la perspectiva
providencialista. En palabras de Fontana: “Para los historicistas alemanes, honestos
funcionarios del estado prusiano en su mayoría, las únicas realidades que pudieran
encontrarse más allá del hecho histórico concreto eran la mano de la Providencia, que dirigía
el curso del destino, y el espíritu nacional, que daba forma a las instituciones y a la política”.

La historia empezaba a considerarse como una memoria colectiva, pero no de todo el


pueblo, sino de unas minorías dominantes que confundirían su propio pasado con el de toda
una colectividad. Tal memoria colectiva sería el saber histórico de los acontecimientos,
caracterizado por la historia de reyes, batallas y tratados diplomáticos. En palabras del
historiador Tuñón de Lara: “La Historia pasó de ser relato literario a relato erudito, pero
siempre como justificación de la interpretación dominante, muy lejos aún de la concepción
actual de la historia como memoria colectiva de todo un pueblo, con el objetivo de conocer
los cimientos de nuestra vida actual, saber de dónde venimos, quiénes somos y aumentar las
probabilidades de saber adónde vamos”.

Para no hacer una dilatada y erudita historia de la Historia, sólo mencionaremos


algunos hitos esenciales del avance de la ciencia histórica en el tiempo, para que se puedan
vislumbrar las características de la evolución del saber histórico y estar en disposición de
compararlas con los criterios y líneas de desarrollo de la historiografía contemporánea.

Voltaire pasa por ser el primer escritor que hace que la Historia rompa con el relato y
coloque en su lugar a la explicación de los hechos. Estas son sus palabras recogidas por
Tuñón de Lara: “Bueno es que haya archivos de todo, para poder consultarlos en caso
necesario; yo consulto ahora todos los grandes libros, como los diccionarios. Pero después de
haber leído tres o cuatro mil descripciones de batallas, y el contenido de varios centenares de
tratados, me parece que, en el fondo, no estoy más instruido que antes. En todo eso no
aprendo sino acontecimientos. No conozco mejor a franceses y a sarracenos por la batalla de
Carlos Martel...¿Era España más rica antes de la conquista del Nuevo Mundo? ¿Estaba más
poblada en tiempos de Carlos Quinto que de Felipe IV?. ¿Por qué Amsterdam tenía apenas
veinte mil almas hace doscientos años?”.

Una centuria después, Michelet tiene ya la intuición de que la verdadera Historia


consiste en recuperar el pasado de todo un pueblo. Se considera a Michelet el precursor de la
historia total contemporánea, que además incorporó a la investigación histórica nuevos
objetos de observación, como el medio geográfico y los colectivos humanos, así como el
sentido de las evoluciones de larga duración y una perspectiva etnológica del pasado, que
hasta entonces había sido muy poco utilizada. Michelet introduce por primera vez al pueblo
como protagonista de la historia.

Pero, lo único que se había conseguido en la historiografía oficial del siglo XIX era el
paso del protagonismo de la historia de los reyes a los estadistas. Con la desaparición de las
monarquías absolutas y el traslado de la responsabilidad de los gobiernos a los ciudadanos, la
historia académica pasa el papel que antes desempeñaban los soberanos a los ministros de la
época, a los que ahora se les dedica una abrumadora bibliografía. Se produjo una adaptación
y, en ningún caso, una transformación del protagonismo histórico.
En este breve repaso histórico es preciso no olvidar el importante servicio de la
historiografía alemana al desarrollo y avance de la historia como ciencia. Desde el rigor
erudito y el conocimiento crítico de las fuentes históricas de Leopold von Ranke y Mommsen
hasta la reacción historiográfica, de la que puede ser un adecuado exponente Wilhelm
Dilthey, aparecen una serie de obras que van de la exposición tradicional de hechos
individuales a la defensa de que eran las leyes psicológicas las que garantizaban el carácter
científico de los acontecimientos históricos y su interpretación.

En este panorama, destaca por encima de todo el positivismo, que fue una corriente
historiográfica particularmente importante a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
que consideraba los hechos históricos en sí mismos, con ausencia de toda base de partida
teórica y de todo intento de explicación de orden teórico y de conjunto.

El hito contemporáneo más decisivo fue sin duda la aparición en 1929 en Francia de
la revista Anales de Historia económica y social. Los historiadores Marc Bloch y Lucien
Febvre dieron un giro copernicano a la metodología y a la investigación histórica, atacando
directamente a las bases del positivismo histórico: comprender y explicar serán las dos
palabras claves para aplicar al pasado en todas sus dimensiones. Ambos historiadores, Marc
Bloch y Lucien Febvre, coinciden en una concepción científica basada en la interdependencia
de la Historia con las ciencias sociales, la visión totalizadora de la Historia y el enfoque
sintético.

¿Cuáles pueden ser consideradas las constantes de la historiografía actual?. En estos


momentos ya ha pasado a ser un lugar común la afirmación, que en su momento parecía
aventurada, de que la Historia debe ser repensada en cada generación. En palabras de
Fontana: “La historia que de tiempo en tiempo no se repiensa va convirtiéndose de viva en
muerta, remplazando el zigzagueo dramático del devenir social con un quieto panorama de
leyendas convencionales”.

El objeto legítimo del conocimiento histórico debe ser ayudar a la gente a comprender
su situación clarificando las líneas de evolución histórica. La historia de hoy es valorada en la
medida en que se ocupa de los hombres en sociedad con la finalidad de ayudarles a
comprender el mundo en que viven y de esa manera colaborar también en la construcción de
su futuro. Así el protagonista de la Historia ha pasado a ser el hombre en sociedad, los
hombres agrupados en colectividades.

¿De qué aspectos de la actividad humana debe ocuparse la Historia?. La Historia


tradicional estaba centrada en la vida política, en sus formas de actividad guerrera, de las
relaciones diplomáticas internacionales, de la evolución de las instituciones de gobierno y de
la legislación. Batallas, leyes y tratados constituían sus elementos fundamentales. Con
posterioridad otros intentos, como la tendencia a elaborar una historia cultural o una historia
económica, fueron minoritarios y se ocuparon prioritariamente de los hechos culturales y
económicos, respectivamente, olvidando una vez más en gran medida a los hombres que
intervenían en ellos.

La Historia que podemos considerar moderna y actual, la historia total, se manifiesta


compleja e integradora y plantea la consideración de estudiar los hechos históricos desde las
diversas perspectivas posibles, aunque se desee resaltar alguna de ellas que, de esta manera,
siempre quedará analizada desde una posición globalizadora.

La Historia como un todo fue el gran paso adelante del grupo de historiadores que
conformaba la Escuela de los Annales, liderados por Bloch y Febvre, frente a las historias
sectoriales. Así, por ejemplo, no tiene mayor sentido estudiar la historia de la educación de un
siglo determinado, o de una institución, si no es en su contexto general teniendo en cuenta el
mundo de la cultura, la evolución socio-económica, la política y otras variables históricas.

En este ámbito, ¿qué función pueden desempeñar las historias locales?. En el pasado
se creía que la historia local era la propia del erudito local o cronista de la ciudad y que la
verdadera Historia era la nacional, la elaborada desde el centro político. En la actualidad ya
no se escriben generalidades, sino síntesis históricas que exigen estudios monográficos
locales bien documentados. Cuando la investigación era escasa tenía sentido escribir, por
ejemplo, en torno a los institutos españoles en su conjunto pero hoy día se ha impuesto el
criterio del estudio de cada uno de ellos y de las escuelas normales que, por un periodo de
tiempo, estuvieron dependiendo de ellos. Sólo de esta manera será posible elaborar una
síntesis histórica en torno a estas instituciones, señalando las particularidades de cada una y
confirmando o corrigiendo las apreciaciones que sobre ellas se habían hecho, a partir de la
documentación de los archivos centrales.
La nueva historia puede definirse por la aparición de nuevos problemas, nuevos
métodos y, sobre todo, la aparición de nuevos objetos en el campo de la historia: familia,
infancia, vejez, mujer, alimentación, cuerpos, gestos, imágenes, libros, sexo, etc. En
definitiva, todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana; viene a ser una respuesta a la vieja
historia sólo preocupada por los hechos militares, los reyes y los tratados políticos. Lo que
interesa más ahora, sin descartar otras tendencias históricas, es la preocupación por las
actividades colectivas en el pasado y no tanto por las individualidades.

¿Es posible la objetividad en el análisis y valoración histórica?. El historiador, como


persona que es, no puede prescindir de su medio ni de sus condicionamientos. Cada cual está
inmerso en una ideología y tiene su propia escala de valores. Así que la objetividad en estado
puro no existe; le queda al historiador la posibilidad de acercarse a la mayor objetividad
posible utilizando una metodología rigurosa, cotejando diversas fuentes para asegurarse la
autenticidad o veracidad de un hecho.

En palabras de Tuñón de Lara: “Hay algunos que conciben la historia como un partido
de fútbol en que el historiador es algo así como un árbitro. Nada más alejado de la realidad; el
historiador no tiene que premiar ni castigar, ni tampoco "equilibrar" a las partes que
contienden”.

Le corresponde al historiador un acercamiento progresivo a la verdad histórica, a


partir de sus motivaciones y concepción de las cosas, pero utilizando toda la documentación
posible, una vez que ésta haya pasado por las fases previstas en el taller del profesional de la
historia.

A veces, aparecen historiadores convencidos de que son objetivos porque reproducen


la documentación que encuentran, sin caer en la cuenta de que al reproducir el pasado están
también reproduciendo la ideología de los grupos dominantes. La otra solución es el análisis
de los hechos pasados que lleva consigo el comprender lo que ha ocurrido para tratar de
explicarlo. La síntesis explicativa viene a ser así el verdadero trabajo del historiador desde
una metodología histórica contrastada. Con frecuencia, en polémicas universitarias con tesis
enfrentadas, es posible comprobar que más que antitéticos los argumentos planteados son
complementarios.
Hemos dejado para el final un tema complejo, difícil de afrontar, pero de suma
importancia para entender la historiografía actual y las concepciones coetáneas de Historia.
Nos referimos a la búsqueda de las causas que rigen el curso de la Historia. O dicho de otra
manera, ¿existen causas que motiven o expliquen los hechos históricos, que se puedan aislar
y estudiar?; ¿ son los acontecimientos inevitables?. Dicho con un ejemplo de nuestro ámbito
de conocimientos, si Rousseau no hubiera escrito Emilio, o incluso de no haber existido, ¿no
hubiera podido desarrollar sus actividades educadoras Pestalozzi, o no hubiera avanzado
suficientemente la psicología evolutiva fundamento del desarrollo contemporáneo de la
Escuela Nueva?.

En líneas generales se puede decir que todos los historiadores coinciden en suponer
que existen unas causas generales que explican la evolución de las sociedades humanas. En lo
que se discrepa es en la naturaleza de tales causas. Para los providencialistas, los
acontecimientos dependen de los designios divinos, otros historiadores buscan explicaciones
en causas diferentes: factores geográficos, la raza, factores económicos, morfologías
interpretativas.

De lo dicho hasta aquí se puede concluir con algunas definiciones planteadas por
algunos historiadores de indiscutible valía. Tuñón de Lara define a la Historia como: “La
ciencia del devenir de los hombres en el tiempo”. Por su parte, el profesor Carr entiende la
Historia como: “Un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un
diálogo sin fin entre el presente y el pasado”. Para Gramsci, la Historia es una disciplina “que
se refiere a los hombres, a tantos hombres como sea posible, a todos los hombres del mundo
en cuanto se unen entre sí en sociedad, y trabajan, luchan y se mejoran a sí mismos”.

A través de la breve historia de la Historia que hemos elaborado, se puede deducir la


necesidad que tiene el historiador de la educación de poseer una serie de conocimientos
previos. En su formación no deben faltar conocimientos de los contenidos y metodologías de
otras ciencias sociales, como geografía, demografía, economía, sociología, política,
psicología, antropología y lingüística.

Así, por ejemplo, a los estudiantes que piensan dedicarse a Historia de la Educación
antigua y medieval les será necesario utilizar las llamadas disciplinas auxiliares, materias
técnicas que sirven principalmente de apoyo en la fase de la crítica externa de los
documentos. Algunas de estas disciplinas son: La diplomática, para el estudio de actas
medievales. La numismática que estudio de las monedas y medallas antiguas. La filología,
que se ocupa del conocimiento e interpretación de los testimonios escritos y de las formas
lingüísticas. La sigilografía que se centra en el estudio de los sellos, lacres, etc.

¿Cómo elegir un tema de investigación?

No es posible dar una regla concreta para la elección de un tema, pero sí algunas
sugerencias. Umberto Eco se refiere a cuatro reglas en la elección de un tema de
investigación para la realización de una tesis doctoral:

“Primera, Que el tema corresponda a los intereses del doctorando


Segunda, Que las fuentes a las que se recurra sean asequibles, es decir, que estén al
alcance físico del doctorando.
Tercera, Que las fuentes a las que se recurra sean manejables, es decir, al alcance
cultural del doctorando.
Y cuarta, que el cuadro metodológico de la investigación esté al alcance de la
experiencia del doctorando”.

En general, la elección del tema de una investigación se suele hacer de manera menos
sistemática. A veces una lectura o una conversación ayudan a decidir el tema que vamos a
estudiar. Sin embargo, los historiadores están de acuerdo en utilizar algunos criterios de
selección, que Cardoso resume en los cuatro siguientes:

Criterio de relevancia: tiene que ver con la entidad del tema elegido y responde a la
pregunta: ¿Para qué sirve la Historia de la Educación?. No todos los problemas que los
alumnos proponen para investigar tienen por qué ser relevantes, hay que elegir entre los que
sí lo sean.

Criterio de viabilidad: además de saber si un tema es relevante hay que saber si se


puede investigar adecuadamente, teniendo en cuenta los recursos documentales con los que
se cuenta, los recursos humanos y materiales y el tiempo disponible.
Criterio de originalidad: cada investigación debe contribuir con algo nuevo para la
construcción de la ciencia histórica.

Criterio de interés personal: esta elección es fundamental para aumentar la calidad y


la posibilidad de finalización de un proyecto de investigación.

Por su parte, los historiadores franceses Guy Thuillier y Jean Tulard, sugieren la
reflexión sobre los siguientes aspectos, coincidentes en mucho con los anteriores:

Primer factor: El nivel de innovación; es mejor elegir un tema inexplorado y que no


exista temor a la competencia.

Segundo factor: el grado de tecnicismo. Es mejor empezar por investigar un tema


técnico y poco conocido.

Tercer factor: El placer que se experimenta: es preciso elegir un tema en el que las
posibilidades de aburrirse sean escasas.

Cuarto factor: la audiencia que se persigue

Quinto factor: la disponibilidad real que se tenga

Sexto factor: La experiencia de la vida, el talento y la habilidad del historiador,


según edad y formación previa.

Las orientaciones que más se repiten en los libros de metodología histórica son las
siguientes:

1. No elegir temas demasiado amplios o que su investigación exija mucho más tiempo
del que se dispone o se desee utilizar para culminar un estudio.

2. Abandonar la idea de investigar los temas "de moda" que, por otra parte están ya
muy transitados y pronto pasarán a un segundo plano.
3. La investigación debe hacerse con documentos nuevos, intentando aportar algo
distinto y no sólo plantearla como un trabajo de síntesis.

4. Una investigación que llevará bastante tiempo, varios años en el caso de tesis
doctorales, debe ser planteada con ambición, previendo su futuro, y ser el primero de una
larga serie de trabajos que podrán ir apareciendo a posteriori.

5. Hay que dedicar el tiempo que sea necesario a decidir la elección más adecuada del
tema que se va a investigar, asesorándose para ello con distintos investigadores y
especialistas en los temas de que se trate.

Hay que tener en cuenta, a la hora de la elección del tema de investigación, la


tendencia, especialmente del investigador novel, a elegir temas de estudio demasiado
amplios, con lo cual se corre el peligro de perderse y no concluir nunca la investigación; a
veces, por el contrario, se eligen temas demasiado limitados. Es preciso considerar un tema
en su justa medida y para ello es recomendable tener muy en cuenta los criterios de elección
que hemos señalado y los de delimitación que recomienda Pierre Vilar:

1. En el espacio: lo ideal sería un universo de análisis dotado de personalidad


geográfica, de homegeneidad,

2. En el tiempo: es necesario un corte temporal adecuado, que englobe el proceso


estudiado, pero también sus condiciones previas y sus consecuencias más próximas.

3. En el marco institucional: la unidad de estudio puede no estar definida sólo o


principalmente por criterios políticos, pero la necesaria homogeneidad de las fuentes vuelve
deseable un marco institucional sólido.

En nuestra área de conocimientos existen diferentes tipos de temas que se podrían


resumir, sin ánimo de ser exhaustivos, en las siguientes líneas de investigación:

a. Biografía de un educador, incluyendo de manera preferencial su ideario educativo


y su práctica pedagógica en el contexto histórico en el que existió.
b. Historia de una institución: la evolución de cualquier centro escolar relevante, en
cualquiera de los niveles del sistema educativo.

c. Historia de un nivel educativo en su evolución; un ejemplo que puede valer sería


plantear el estudio de la enseñanza secundaria en una autonomía o región determinada.

d. Historia de un periodo histórico con unos límites cronológicos precisos.

e. Historia de una dimensión educativa o pedagógica: la educación de la infancia, de


la mujer.

f. Historia de la política y legislación escolar para un período dado de tiempo.

g. Estudio de los fondos de una biblioteca o un archivo en relación con la enseñanza.

h. Estudio de publicaciones periódicas como reflejo de la realidad educativa y su


influencia en la educación de la época.

Es obvio que se pueden encontrar muchas otras líneas de investigación que tengan
relación con la historia de la educación y de la pedagogía en sentido amplio. Hemos señalado
éstas sólo como referencias que se pueden tener en cuenta.

Una vez elegido el tema, el historiador debe realizar una primera definición de los
límites del estudio, que no tiene por qué ser definitivo, pero que sí está llamado a perdurar y,
de ser posible, a establecerse como permanente. En relación con los límites cronológicos,
cabe preguntarse si deben ser históricos o pedagógicos. No existe una contestación unívoca a
esta cuestión; la situación ideal es combinar ambos criterios, pero de primar alguno debería
ser el pedagógico. No obstante, es perfectamente legítimo estudiar, por ejemplo, "la
educación durante el franquismo", utilizando como límites los propios de la duración del
gobierno del general Franco. También sería legítimo poner límites pedagógicos: "De la Ley
de Educación de 1945 a la Ley General de Educación de 1970", o cualquier otro similar.

No es necesario fijar con exactitud los límites de la investigación desde un primer


momento. Más adecuado es plantear los límites cronológicos con carácter provisional,
definiendo bien los criterios y los razonamientos de la decisión que se tome. Con
posterioridad, cuando avance la investigación y se esté seguro del período de estudio y de sus
límites, será el momento de fijar estos de manera concluyente.

Las fuentes documentales

Aunque para elegir el tema de investigación y definir los límites cronológicos se


entiende que ha sido preciso establecer un primer contacto intenso con la bibliografía y la
documentación, es ahora cuando, de una forma sistemática, hay que dar el paso de ocuparse
de la localización exhaustiva de las fuentes básicas de la investigación. No se trata todavía de
estudiar, de analizar la documentación esencial para la elaboración del trabajo de que se trate;
estamos en la primera fase, del diseño de un plan de investigación, para lo cual hay que tener
conciencia, especialmente, de la jerarquía de las fuentes.

Las fuentes primarias son la documentación fundamental para el conocimiento


preciso del tema de estudio; unas veces son manuscritas e inéditas, otras veces están
publicadas, pero siempre constituyen la base documental. Ejemplo de fuentes primarias son
las actas de las reuniones del claustro de profesores de una institución educativa, o el archivo
de una Escuela Normal, o de cualquier otra institución educativa.

Las fuentes secundarias, como su nombre indica, no tienen el carácter esencial de las
primarias, pero suelen tener un valor complementario indispensable. Un buen ejemplo de ello
suelen ser los discursos de inauguración y clausura de los cursos académicos, para cuya
redacción se suelen emplear fuentes primarias de los archivos de la institución de que se trate.

Algunos autores dan la denominación de fuentes terciarias a documentación más


elaborada, como un libro conmemorativo de un aniversario de un centro escolar, o las
memorias anuales, que también desde otra perspectiva podrían considerarse fuentes
secundarias.
Otros historiadores suelen utilizar el término fuente bibliográfica para referirse a
libros clásicos que contienen documentación de primera mano o son fuentes de autoridad por
su propia calidad y cercanía al estudio de que se trate. Así, para estudiar el desarrollo de la
enseñanza secundaria liberal, en la segunda mitad del siglo XIX español, serían fuentes
bibliográficas las obras de Gil de Zárate y Lafuente.

Con frecuencia ocurre que las revistas y los periódicos de un periodo histórico
determinado, que normalmente son fuentes complementarias, pueden ser fuentes primarias
cuando los datos que aportan no pueden ser encontrados de otra manera.

Cardoso resume así el problema de las fuentes y sus diversas denominaciones: “De
ellas tres parecen más importantes: 1) la que distingue las fuentes primarias(o directas) de las
secundarias(o indirectas); 2) la que opone las fuentes escritas (ampliamente mayoritarias en
casi todas las investigaciones históricas) a las no escritas (arqueológicas, iconográficas,
orales, etc.); 3) la que diferencia entre testimonios voluntarios e involuntarios. De esta tres la
esencial es la primera. Las fuentes primarias -que en el caso de los documentos escritos
pueden ser tanto manuscritas como impresas (publicadas en el mismo periodo estudiado o a
veces mucho más tarde)- son aquéllas que tienen vinculación directa con el tema investigado,
cosa que no ocurre con las secundarias.

En esta fase de localización documental es necesario ir a la bibliografía que nos


proporcione información sobre fondos documentales y bibliográficos, que se presuman
fundamentales para el estudio o la investigación que nos propongamos realizar. En concreto,
es preciso revisar:

-Los inventarios de archivos nacionales y autonómicos, en el caso de que la


investigación sea autonómica o local.

-Los ficheros de las principales bibliotecas, sin dejar, en ningún caso, de consultar la
Biblioteca Nacional, bien directamente o a través de los repertorios bibliográficos anuales.

-La bibliografía de los trabajos anteriores sobre el tema objeto de estudio.


-La bibliografía en torno a la metodología histórica y sobre cómo realizar un trabajo
de investigación, que suelen aportar repertorios bibliográficos puestos al día y seleccionados.

Estas son solo algunas de las fuentes convencionales posibles, existen, además,
muchas otras que hay que ir descubriendo consultando a especialistas. Entre otras fuente no
mencionadas hasta ahora, podemos destacar: los archivos privados, archivos notariales y de
protocolo, archivos pictóricos y sonoros, el cine, la literatura.

El trabajo preparatorio

Antes de entrar en los archivos, es decir en el análisis y explotación de la


documentación, es preciso realizar aún todo un trabajo preparatorio que al historiador novel
le cuesta en principio entender y aceptar, pero que será fundamental para la ambientación y
fundamentación del trabajo que va a realizar. En contra de lo que al principio se piensa, estos
trabajos introductorios no sólo no son una pérdida de tiempo sino que de la seriedad con la
que se trabaje va a depender el nivel de calidad que finalmente se alcance.

En primer lugar, es preciso impregnarse de las características y del ambiente de la


época que se estudia, en la que se movían los personajes de carne y hueso que debemos
estudiar. Para ello conviene leer manuales universitarios que nos proporcionen el contexto
histórico y, asimismo, hacer lecturas paralelas sobre el arte, la literatura, el desarrollo
científico y las costumbres sociales de la época estudiada. Conviene conocer muy bien los
aspectos actuales del problema, ya que comparando ambas realidades se nos podrán ocurrir
más cuestiones y captaremos más detalles, siempre que se esté alerta frente al riesgo del
anacronismo que puede surgir en cualquier momento.

En el caso de los estudios autonómicos y locales es imprescindible conocer estudios


parecidos a los que deseemos hacer que ya existan para otras comunidades y que nos puedan
servir de referencia. Así, por ejemplo, si deseamos estudiar una Escuela Normal de una
ciudad concreta, es fundamental que conozcamos los estudios ya publicados sobre Escuelas
Normales de otros lugares, ya que los resultados de dichas investigaciones y las sugerencias
metodológicas y de contenidos que se suelen hacer en este tipo de estudio, nos permitirán
avanzar más rápido en la nueva investigación planteada.
Como decíamos, es importante impregnarse del período que se desee estudiar leyendo
novelas de época, libros de correspondencia, memorias, biografías y repasar los periódicos
para detectar gustos, sensibilidades e intereses que pueden incidir en mayor o menor medida
en profundizar en matices de la investigación que, de otra manera, se perderían para siempre.

La construcción de un marco teórico

Llegados a este punto, el historiador ya está en condiciones de plantearse las


cuestiones fundamentales, la construcción del marco teórico, que le van a permitir en su
"taller" elaborar el producto o síntesis histórica. La mayoría de los historiadores las suelen
denominar hipótesis de trabajo y, aunque al principio parecen difíciles de formular, una vez
que se adquiere una cierta práctica resultan muy eficaces, para fijar desde un primer momento
las líneas fundamentales de la investigación.

Sobre todo a los alumnos de las facultades de humanidades les suele extrañar la
necesidad de formular hipótesis de trabajo, que parecen más propias de otros ámbitos
científicos. Y, sin embargo, para la mayoría de los historiadores actuales es fundamental su
elaboración o, si se quiere, la construcción de un modelo de análisis interpretativo coherente
y sólido que reordene la investigación y que, sobre todo, permita comprobar y verificar la
validez de las afirmaciones que se hagan. Para formular las hipótesis es necesario ordenar los
datos que se tengan para percibir con claridad los principales contenidos y variables que hay
que tener en cuenta, y haber sondeado, al menos, la documentación con la que se cuente.

Las hipótesis son posibles soluciones del problema que se expresan como
generalizaciones. Se trata de proposiciones generales que pretenden explicar realidades sólo
parcialmente conocidas. El investigador tiene en consideración hechos comprobados y otros
que son elementos conceptuales, producto de su imaginación y de su intuición. Normalmente
no se investiga cualquier tema desconocido sino que ya el historiador tiene algún tipo de
información y sobre todo interés acerca de él; pero, al mismo tiempo, desea saber otras cosas
que ignora.
Las hipótesis son instrumentos de investigación indispensables que proporcionan el
esquema o mapa que facilita la exploración de los fenómenos que se pretende estudiar, pero,
al mismo tiempo, son conjeturas, posibles soluciones de problemas, que están basadas en
parte en el conocimiento previo y la experiencia del investigador. Así, siempre será más fácil
elaborar una hipótesis consistente a un historiador veterano que a otro que hace su primera
investigación.

Las hipótesis pueden ser enunciados simples o muy elaborados. Cada día nos
formulamos muchas hipótesis simples cuando nos enfrentamos a cuestiones de la vida
cotidiana que es preciso resolver y planteamos posibles interpretaciones. Por su parte, los
especialistas pueden elaborar complejas hipótesis para poner en marcha procesos de
investigación de mucha entidad.

Los términos de la hipótesis deben ser claros y precisos; no puede haber oscuridad ni
ambigüedad en una hipótesis de trabajo. Hay que tener en cuenta que cualquier hipótesis no
es sino una explicación posible o provisional que hay que verificar con posterioridad,
contrastándola con los hechos o los documentos, hasta que se pueda confirmar con la
resolución correcta del problema de que se trate.

En síntesis, las hipótesis se entiende que deben tener un carácter general y ser
formuladas positivamente; deben contener las diferentes variables que vamos a estudiar y no
sólo una de ellas; deben ser formuladas de manera concisa y no de forma compleja; deberán
reflejar los cambios cualitativos que se producen en el período estudiado. En definitiva, las
hipótesis así planteadas preparan al historiador para enfrentarse a la masa de datos y fuentes
aplicando el criterio de la pertinencia, que le permite decidir lo que le sirve y lo que debe
desechar.

El proyecto de investigación

Es en este momento cuando el historiador puede plantearse ya el proyecto de


investigación, previo a la entrada en la fase de recogida de datos, seguramente la más larga y
compleja de todas las etapas de labor histórica. El proyecto sirve para convencer acerca de su
relevancia y viabilidad y como instrumento de orientación para el autor en el proceso de
estudio que pretende realizar.
Las fases aconsejables en un proyecto de investigación son las siguientes:

1. Planteamiento, delimitación y justificación del tema


2. Objetivos del proyecto
3. Especificación del marco teórico
4. Formulación de las hipótesis
5. Señalar la tipología de las fuentes que serán utilizadas
6. Cronograma
7. Bibliografía

Es importante que los alumnos, ya desde la enseñanza secundaria, aprendan a elaborar


informes de trabajo o proyectos de investigación. En realidad, un proyecto no es otra cosa
que una explicación ordenada y coherente del trabajo o investigación que deseamos realizar.
Sólo de esta manera cualquier investigación tendrá sentido, será eficaz y, lo que es más
importante, podrá verificarse con posterioridad si alcanza o no sus objetivos.

Una vez planteado, delimitado y justificado el tema que se va a investigar es


imprescindible que se elabore la hipótesis de trabajo, con sus características propias de
pertinencia e interés, y se formulen los objetivos susceptibles de ser alcanzados. De esta
manera el proyecto será también útil al autor como instrumento de orientación en su trabajo
de investigación.

En un proyecto no debe faltar un elemento fundamental en la investigación: la


explicación del marco teórico e ideológico del que se parte. El lector de nuestro proyecto
debe conocer con claridad desde el principio los principios teóricos en los que nos basamos.
De igual manera, en una investigación histórica, es imprescindible describir las fuentes
documentales y la bibliografía que se va a utilizar.

Es aconsejable que cada proyecto, además, lleve un plan de trabajo en el que se


señalen las etapas a desarrollar especificando, de forma aproximada, el tiempo que se
utilizará en cada una de ellas. De esta manera se podrá saber desde el principio la dimensión
temporal de la investigación y, con posterioridad, el grado de cumplimiento de cada una de
las fases previstas.
TEMA 2º
EL TALLER DEL HISTORIADOR: CÓMO TRABAJAR EN HISTORIA
Los especialistas en metodología de la Historia coinciden en señalar que la fase de la
recogida, estudio, selección e interpretación de la documentación y la bibliografía, es decir de
las fuentes y los apoyos complementarios, es la más larga y, con frecuencia, compleja y
delicada de todo el quehacer histórico. Esta fase se suele denominar también "taller" del
historiador porque, efectivamente, es en este momento cuando se realiza el trabajo más
artesanal de todo el proceso de investigación histórica que conduce a elaborar la historia.

Es un trabajo difícil de enseñar o transmitir y que cada historiador realiza de forma


propia, aunque como es normal con muchos elementos en común. Es posible que esta sea la
etapa en la que es más difícil poner de acuerdo a los historiadores, cada uno recomendará un
tipo de ficha y hará sugerencias distintas sobre como afrontar mejor, por ejemplo, la fase de
la crítica externa e interna de los documentos.

Cardoso recuerda que los tres problemas fundamentales para el investigador son: “1)
La localización de los acervos documentales; 2) evitar la dispersión y la pérdida de tiempo; 3)
mantener un control permanente sobre los materiales acumulados, a través de una
organización eficiente de la recolección”.

Ya comentamos la necesidad de que el autor, antes de llegar a esta fase, haya


localizado y esté familiarizado con los fondos principales de los archivos y bibliotecas que
debe utilizar para la realización de su investigación histórica. Igualmente, conocerá al menos
los repertorios documentales y bibliográficos con los que podrá contar.

Iniciada la fase de la recogida de la información, lo normal es que tenga que


desplazarse de una manera sistemática y durante un periodo largo de tiempo a los archivos y
bibliotecas que alberguen los fondos documentales de su interés.
Ocurre que, en bastantes ocasiones, las fuentes documentales se encuentran sin
catalogar y en completo desorden. En este caso, es preciso que el historiador se transforme en
archivero por una buena temporada, si tiene la suerte de que los responsables de la institución
se lo permitan, y realice una catalogación provisional de los fondos. Si el archivo tuviese sus
fondos catalogados será posible que el investigador pueda ir más rápido y derecho a su
objetivo, acercándose a la documentación que espera ser estudiada e interpretada, a partir del
marco teórico del que se parta y teniendo en cuenta las hipótesis que se hayan enunciado.

En cualquier caso, la fase de taller es el período de la investigación histórica en la que


el historiador, una vez recogida toda la información documental y bibliográfica, se apresta a
su estudio crítico, valoración y organización de contenidos para elaborar el esquema
definitivo de trabajo fundamental para la fase posterior de redacción del trabajo histórico.

¿Cómo trabajar con un documento? ¿Qué es más adecuado, utilizar un cuaderno con
hojas móviles, una ficha de cartón, o, si ello fuera posible, la fotocopia de cada documento?
La ficha es una necesidad en la que insisten todos los especialistas; las diferencias se plantean
en el tamaño que deben tener y en la manera de organizarlas.

Umberto Eco, en su libro Cómo se hace una tesis, aconseja la utilización de una serie
de ficheros, o conjunto de fichas organizadas, complementarios, a saber:

-Fichas de lectura de libros o artículos


-Fichas temáticas
-Fichas por autores
-Fichas de citas
-Fichas de trabajo

El mismo se pregunta, “¿Verdaderamente hay que hacer todas estas fichas?”, y su


respuesta es: “Naturalmente que no. Podéis tener un simple fichero de lectura y apuntar todas
las demás ideas en cuadernos; podéis limitaros solamente a las fichas de citas si vuestra tesis
parte ya de un plan muy preciso, hay poca literatura crítica a examinar y basta con reunir
abundante material narrativo para citarlo. Como puede verse, el número y naturaleza de los
ficheros viene sugerido por la naturaleza de la tesis”.
Parece haber coincidencia en la necesidad de utilizar fichas de identificación y fichas
de contenido, tanto para los documentos como para la bibliografía. Es decir, cada documento
debe llevar dos fichas: una de identificación, en la que figura su localización, título y autor, y
otra de contenido, en la que se realiza el resumen de los aspectos fundamentales de que se
ocupa el documento de que se trate. Igual ocurre con cada libro que se utilice, para el que será
necesario abrir una ficha de identificación y otra de contenido.

Así, por poner un ejemplo concreto, si hemos encontrado un documento del ilustrado
conde de Cabarrús, en el archivo de la Real Sociedad Económica Matritense de los Amigos
del País, que es adecuado para la investigación que estamos realizando, su ficha de
identificación podría ser: “Discurso sobre la incorporación de las mujeres a las tareas de la
Sociedad”, Archivo de la Sociedad Económica Matritense, leg. 345, doc. 36. Para la ficha de
contenido valdría decir: Cabarrús plantea en su discurso a los miembros de la Sociedad
Económica de Madrid su oposición a que las mujeres se incorporen con pleno derecho a los
trabajos de la misma por considerar que no están capacitadas para ello.

Una ficha de identificación de un libro podría ser: nombre completo del autor,
Francisco Ferrer Guardia; título del libro, La escuela moderna; lugar de edición, Barcelona;
editorial, Tusquets Editor; fecha de publicación, 1976; número de páginas, 266 páginas. La
correspondiente ficha de contenido podría ser la siguiente: Esta obra clásica del pedagogo
catalán Francisco Ferrer Guardia contiene la exposición del pensamiento y la experiencia
pedagógica del autor expuestos por el mismo. Es un documento fundamental para conocer los
principios pedagógicos y los criterios de actuación didáctica de la corriente educativa
anarquista española.

La ficha que más se está utilizando no es la de cartulina que resulta incómoda, ni los
clásicos cuadernos de anillas, sino la ficha de papel de pequeño tamaño, normalmente un
cuarto de folio o de dinA4. La ficha debe escribirse sólo por una cara. De un libro o de un
documento pueden sacarse muchas fichas, esto va a depender de la cantidad de información
que proporcionen y del interés que tengan para el trabajo que se va a realizar. Es
recomendable utilizar hojas aparte para las citas largas que deben pasarse directamente al
manuscrito u original de la obra, para evitar duplicar esfuerzos y evitar errores en una
segunda trascripción.
En una ficha de contenido extraída de un libro o de un artículo, se debe colocar
únicamente un punto concreto, una cita corta o una fuente. No hay que olvidar que una ficha
no debe ser una copia literal de una hoja sino servir para recoger una idea, señalar una pista
de investigación o una referencia que nos interesa verificar.
Conviene recordar una serie de criterios que deben reunir las fichas para que sean
útiles en nuestra investigación:

a. Deben ser legibles. Con frecuencia, nos encontramos después de un cierto tiempo
que no entendemos algunas de las anotaciones que hicimos con anterioridad, causando una
pérdida de tiempo considerable cuando más necesitamos tranquilidad y claridad para elaborar
la síntesis histórica final.

b. Al final del día, o de cada periodo de trabajo, conviene revisar las fichas
elaboradas para señalar las palabras claves e ideas principales, subrayar con lápices de
colores para resaltar lo que nos parezca más interesante y poner indicaciones al margen.

c. No conviene recoger demasiada información en cada ficha; se debe anotar sólo lo


más significativo, lo esencial, evitando la copia de largos párrafos que se pueden sintetizar en
pocas líneas.

d. Conviene poner en cada ficha la fecha en la que se elaboró y señalar los nombres
propios con mayúsculas para facilitar la búsqueda posterior.

La fotocopia es una alternativa a la ficha y, en cualquier caso, un complemento que se


ha impuesto en la actualidad. O dicho de otra manera, se puede trabajar con ambos sistemas,
si bien la fotocopia de documentos se manifiesta un instrumento imprescindible y con
muchas mayores prestaciones que la ficha. Siempre podemos acudir a la fotocopia de un
documento en caso de duda o para una segunda lectura, mientras que la ficha no deja de ser
un resumen parcial, no siempre exacto y, además, propio de un momento coyuntural.

Por otra parte, la fotocopia ahorra mucho tiempo y permite trabajar más cómodamente
en casa, sin someterse a los horarios de los archivos y de las bibliotecas ni a sus condiciones
materiales no siempre idóneas. En su contra tiene que suele ser caro hacer una gran cantidad
de fotocopias y que, lo que es más importante, no siempre está permitida la reproducción de
documentos de archivo ni de libros anteriores a una determinada época; a veces las
limitaciones son cuantitativas y sólo se puede hacer un número escaso de fotocopias por
documento o libro.
La sugerencia es, no obstante, fotocopiar siempre que se pueda los principales
documentos que vertebran la investigación, aquéllos que pensamos colocar como anexos y
los cuadros estadísticos. No debe almacenarse un documento fotocopiado sin especificar su
tema, hacer un resumen del mismo y hacer las anotaciones que procedan. Conviene clasificar
dichas fotocopias en una carpeta adecuada y por orden cronológico.

Los sistemas informáticos serán un instrumental fundamental, que se anuncia con una
eficacia y una calidad muy amplia; sin embargo, aún es poco lo que se puede utilizar en este
ámbito de conocimientos. Cuando se informaticen los documentos de los archivos principales
y se pueda acceder desde una terminal en el lugar de trabajo, o desde el propio hogar, a dicha
información, se habrá dado un avance importante en la accesibilidad de las fuentes primarias.
En concreto, aunque las perspectivas son inmensas, aún no estamos en condiciones de
aprovechar los sistemas informáticos sino en una mínima parte.

Lo que sí es cada vez más frecuente es que los historiadores acudan a los centros de
documentación con un ordenador personal. De esta manera, especialmente si se tiene bastante
tiempo para dedicar al trabajo de archivo, es posible recoger los contenidos directamente sin
necesidad de hacer las fichas tradicionales o fotocopiar los documentos.

¿Cómo actuar frente a la masa de documentos y el arsenal de fichas de todo tipo: de


libros, de citas, de fuentes, de lecturas paralelas? Ha llegado el momento de la clasificación
de la información en función siempre de las hipótesis de trabajo y los objetivos de la
investigación. Es una tarea que exige claridad, paciencia y una buena organización.

Se suele poner en marcha un plan de clasificación basado en la cronología o en la


temática; si bien, la situación ideal es elaborar una clasificación combinada de ambos
criterios. Hay que tener en cuenta que este plan será siempre provisional; se trata de crear un
modelo de trabajo, una estructura operativa que podamos ir corrigiendo con posterioridad en
el momento de ir realizando las diferentes fases dentro de la heurística, o búsqueda y
explotación de fuentes, y la hermenéutica, o realización de la síntesis histórica.
La experiencia aconseja que, junto a las fichas temáticas ya comentadas, se creen
otras más creativas que pueden surgir en cualquier momento de la actividad cotidiana y que
se revelan a veces decisivas para la marcha de la investigación. Son cuestiones, dudas que
surgen, pero también ideas nuevas, conclusiones inesperadas, hipótesis alternativas
diferentes, nuevas fuentes posibles. La sugerencia es no dejarlas pasar y anotarlas con
comentarios y la indicación de la fecha en la que se produjo. Son, en definitiva, el producto
de la maduración progresiva en torno al tema que surgen por asociación selectiva mientras se
trabaja la documentación.

La relectura, o lectura crítica, es otra técnica fundamental que, de hecho, se realiza


con frecuencia de forma espontánea, pero que conviene hacer de la forma más sistemática
posible. La primera lectura de la documentación resulta siempre más técnica; se trata de
elaborar fichas de los contenidos y nos acercamos con un conocimiento muy ligero del tema.
Por ello, una segunda lectura, con un bagaje de información bastante superior y con una
cierta maduración de ideas, producto de la lectura y la reflexión de muchas horas, nos
resultará siempre muy productiva y descubriremos bastantes datos e ideas que no estábamos
en condiciones de captar en una primera lectura.

Si se trabaja con acontecimientos educativos o instituciones pedagógicas


contemporáneas, en muchos casos es posible utilizar encuestas orales, la llamada historia
oral, que utiliza como instrumento operativo técnicas sociológicas. Estamos ante unos
documentos no escritos, elaborados por personas que fueron testigos directos o secundarios
de los acontecimientos estudiados o de los autores biografiados. Cada vez surgen más
investigaciones de este carácter, en la medida en que los historiadores vencen su reticencia
frente al documento no escrito. Existe también una amplia bibliografía sobre el particular y,
lo que es más importante, van apareciendo un número cada vez mayor de investigaciones
publicadas y revistas especializadas, que van abriendo el camino a esta técnica histórica que
está llamada a ser más utilizada en el futuro, en alianza con los medios tecnológicos
avanzados que ya poseemos.

Es indudable que, en cualquier caso, hay que tener presente una serie de criterios
frente a la metodología de la historia oral. La prioritaria es la construcción de una encuesta
bien elaborada, desde la perspectiva técnica y de la de los contenidos históricos. La forma
clásica viene siendo la de grabar las entrevistas y sacar copia mecanográfica, que debe ser
corregida por el entrevistado para intentar eliminar imprecisiones y errores de interpretación.

En la aplicación de esta técnica es preciso tener mucha prudencia y espíritu crítico en


las entrevistas, para ir discerniendo entre los datos y hechos reales y las interpretaciones
personales de auto-justificación y selectividad que suelen utilizar los testigos, no siempre de
manera consciente, lo que dificulta aún más el problema de clarificación del historiador. Por
eso, la situación ideal es que los datos así obtenidos puedan ser contrastados con
documentación más sólida y poder así sacar conclusiones más adaptadas a la realidad posible
investigada. Esta técnica, bien utilizada, puede dar magníficos resultados descubriendo
nuevas vías de estudio, informaciones desconocidas y fuentes no previstas.

Frente a la posición tradicional del positivismo sacralizando el documento, en la


actualidad se ha impuesto la interpretación de la Escuela de los Anales, expuesta de forma
magistral por Febvre en la cita siguiente:

“Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los
documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio: el privilegio de
extraer de ellos, como decía el otro, un nombre, un lugar, una fecha, un nombre, un lugar,
todo el saber positivo, concluía, de un historiador despreocupado por lo real. También un
poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva
y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia (...)” “(...)Indudablemente la
historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse, debe hacerse, sin
documentos escritos si éstos no existen. Con todo lo que el ingenio del historiador pueda
permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por tanto, con palabras.
Con signos. Con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de
luna y cabestros. Con exámenes periciales de piedras realizados por geólogos y análisis de
espadas de metal realizados por químicos. En una palabra: con todo lo que siendo del
hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, los gustos y
la forma de ser del hombre”.

Pero, además de la limitación apuntada por Febvre, existen otra frecuente que hay que
tener en muy en cuenta: Los documentos que llegan a las manos de un investigador suelen ser
sólo una pequeña parte de los que realmente existieron; bien porque desaparecieron a lo largo
del tiempo por accidentes diversos, bien porque fueron destruidos voluntariamente o
depurados y, en este último caso, los originales se encuentran en otros archivos diferentes.

Llegados a este punto conviene introducir un concepto nuevo relacionado con las
operaciones analíticas a desarrollar en la elaboración de la Historia: la crítica de los
documentos. Antes de utilizar un documento que nos parezca pertinente es preciso hacerlo
pasar por el tamiz de la crítica interna y la crítica externa. Se trata de saber, en primer lugar,
si un documento dado es verdadero o falso y, de forma complementaria, si los testimonios
que aparecen en el texto son consistentes.

La primera operación analítica fundamental es la crítica externa de los documentos, o


crítica de erudición. Se trata fundamentalmente de determinar si un documento es auténtico o
falso, en su totalidad o en parte, y de colocarlo en el tiempo y en el espacio que le
corresponda. Los historiadores suelen atribuirle tres operaciones a la crítica externa: crítica de
restitución, crítica de procedencia y clasificación crítica de las fuentes.

La crítica de restitución es el control del texto con la finalidad de, si fuera necesario,
eliminar los errores y las interpolaciones que se hubieran podido introducir. A veces nos
encontramos con varias copias de un documento dado que tienen algunos contenidos
distintos; el historiador debe optar por una variante entre las otras, teniendo en cuenta
incorrecciones gramaticales, contradicciones, ideas o conocimientos que el autor no estaba en
condiciones de tener, anacronismos.

La crítica de procedencia es el conjunto de procedimientos empleados para


determinar la fecha, el lugar de origen y el autor de un documento. No siempre figuran tales
datos en los documentos encontrados. Existen diversas técnicas para aproximarse a dar una
respuesta a tales cuestiones, comparando documentos, estudiando contextos. No obstante,
sobre todo para determinadas épocas históricas, esta crítica se revela compleja y no siempre
se puede culminar con éxito.

La finalidad de la clasificación crítica de los textos es poder distinguir los testimonios


directos de los indirectos. No tienen el mismo valor testimonios confirmados por testigos
directos de los hechos que aquéllos que proceden de fuentes indirectas y se han ido
transmitiendo no siempre de forma fidedigna.
Además de estas fases señaladas de la crítica externa, el investigador debe tener en
cuenta la importancia de la correcta aplicación de la crítica interna que comprende dos
aspectos principales: la interpretación y la crítica de sinceridad y exactitud.

La interpretación tiene que ver con averiguar el contenido exacto y el sentido de un


texto, a partir de la época en la que fue elaborado, teniendo en cuenta que la lengua y las
convenciones sociales cambian a través del tiempo. Sólo es posible interpretar un texto
correctamente si conocemos bien la utilización de la lengua en un periodo determinado así
como los hábitos de pensamiento, las maneras de sentir y los estereotipos.

La finalidad de la crítica de sinceridad y exactitud es el establecimiento de los hechos.


Consiste en mantener una desconfianza sistemática o duda metódica sobre un autor o un texto
hasta que se pueda demostrar que los análisis que se realizan son veraces y exactos.

La crítica interna tiene que ser aplicada con todo rigor para descubrir
inconsecuencias, falta de profesionalidad, mala utilización de datos, etc., que se hubieran
producido en el pasado. Para ello, es preciso tener una buena información sobre los técnicos,
educadores y políticos que elaboraron la documentación que manejamos, para valorar el
grado de certeza de las informaciones que estamos analizando. Igualmente, es preciso
conocer bien la época y su ambiente para poder imaginarse la situación y entender las razones
esgrimidas en la información escrita.

La única fórmula válida según confirma la experiencia es la lectura detallada y


múltiple de cada documento para captar las argumentaciones fundamentales expuestas por el
emisor y los mecanismos utilizados para que el receptor capte lo que realmente interesa
subrayar. Hay que tener muy en cuenta que cualquier documentación tiene una
intencionalidad explícita, más evidente, y otra implícita, que hay que leer entre líneas y que
sólo captaremos en la medida en que conozcamos bien la época y los protagonistas que
intervienen en la creación de la documentación.

En esta línea de análisis, es imprescindible el examen minucioso de cada documento


con capacidad crítica y una actitud de duda y reflexión sistemática. Así, por ejemplo, es
necesario desconfiar en principio de las memorias y autobiografías, porque se entiende que el
interesado intentará presentarse bajo el aspecto más favorable, ya que, normalmente, redacta
este tipo de escrito para defenderse de acusaciones o justificar su proceder en el ámbito de
que se trate. A esta dificultad, se añade que, a veces, este tipo de documentación está hecha
por encargo y ni siquiera es el interesado quien se comunica en directo con sus lectores.

Otras fuentes ofrecen también un margen, a veces amplio, de duda y hay que
acercarse a ellas con la máxima precaución. Así la correspondencia, que en algún momento
pudo haber sido un acto íntimo y sincero, se puede transformar en un documento para ser
leído como justificación de hechos y, a veces, como arma de combate o con una finalidad
educativa más cercana a la literatura que a la realidad. Las estadísticas han sido en muchas
ocasiones inventadas por los empleados o mal copiadas y abundan las contradicciones entre
diversas fuentes de la misma época. La prensa, que ha estado con frecuencia controlada por el
poder o por grupos determinados de presión, es una fuente dudosa de exactitud en la
descripción de hechos y, como mínimo, deben confrontarse las versiones dadas por diferentes
periódicos de la época. Incluso las fuentes iconográficas hay que analizarlas con detención
porque a veces los artistas, por razones distintas, pueden hacer variar la composición de los
grupos que participan en hechos históricos.

En resumen, lo que se quiere resaltar es que en esta fase de búsqueda, estudio y


valoración de fuentes, el historiador debe ser profundamente cuidadoso y dudar por sistema
para intentar seleccionar sólo aquellos documentos que resistan la crítica externa e interna, lo
que equivale a decir que sean verdaderos y que su contenido se adapte a la realidad de los
hechos. Esta es una de las fases más delicadas y en la que no siempre se acierta. De hecho,
son innumerables los errores de apreciación que se pueden cometer. Puede que sea suficiente
el actuar con el máximo rigor y objetividad, agotando la utilización de las técnicas de
detección de irregularidades, teniendo siempre en cuenta una dosis amplia de humildad no
olvidando que cada generación tiene la obligación de revisar y hacer su propia historia,
porque las sensibilidades e incluso procedimientos van evolucionando y cambiando.

En cualquier caso, sí que existen una serie de defectos o errores que haremos bien en
tener en cuenta para evitar equivocaciones garrafales, que vicien el proceso en este taller del
investigador al que nos venimos refiriendo.
En primer lugar, no es difícil descubrir anacronismos en trabajos históricos. Es
importante conocer bien el presente de una institución que estudiemos en el pasado y aplicar
el método regresivo, que da muy buenos resultados, porque esclarece y da nuevas ideas que
nos ayudan a interpretar mejor. Pero, aquí se acaba la virtualidad del conocimiento presente y
no debemos utilizar nuestros prejuicios actuales, nuestra psicología y nuestra sensibilidad
para trasladarla sin más a una época diferente.

A veces la investigación no persigue la búsqueda de la verdad y el avance del


conocimiento científico, sino confirmar unas tesis apriorísticas que interesan en un momento
dado. La historia al servicio de unas ideas preconcebidas es un error manifiesto que hay que
combatir allí donde se produzca.

Como decíamos, no existe una historia puramente objetiva. De hecho, es correcto que
elijamos el periodo, el grupo o el autor que vamos a estudiar, esta decisión subjetiva es
perfectamente legítima. No lo es que intentemos demostrar a cualquier precio, utilizando
sesgadamente las fuentes, silenciando las que no nos interesan, aquellas realidades o
verdades que hayamos decidido de antemano que son las apropiadas.

Sobre todo al investigador que empieza, pero ello vale para cualquier historiador, hay
que recordarle con frecuencia que no es posible saberlo todo. Pronto hay que aprender a
reconocer las lagunas que se tienen, los puntos oscuros de la investigación que deberán ser
solucionados en el futuro, dimensiones que pueden ser muy fructíferas pero que aún no
existen condiciones para analizarlas, etc. Esta actitud, además de ser la única razonable y
sincera, produce mucha información para nuevas investigaciones, abre vías de estudio que, de
otra manera, se perderían irremediablemente o, al menos, quedarían ocultas por un tiempo
indefinido.

En este sentido, pueden ser de mucha utilidad estos consejos que dan los historiadores
franceses Thuillier y Tulard:

-Siempre debe indicarse el grado de probabilidad o de incertidumbre del documento.


No se debe confiar ciegamente en los textos.

-Siempre se deben señalar explícitamente las hipótesis que guían la investigación.


-Se deben guardar unas ciertas distancias sobre el tema tratado y no confundir, por
ejemplo, biografía y hagiografía.

-Debe desconfiarse de las generalizaciones apresuradas. El historiador debe ser por


naturaleza desconfiado. Un cierto escepticismo pone necesariamente en guardia contra las
tentaciones de generalizaciones abusivas.

-Debemos tener conciencia de que nada es definitivo y que la investigación que se ha


emprendido solamente es una etapa dentro de un encadenamiento de investigaciones: ha
habido predecesores y habrá sucesores que irán todavía más lejos, plantearán mejores
preguntas y encontrarán otros documentos.

-Debemos saber usar muy bien nuestro tiempo, sin apresurarnos demasiado, tomarse
el tiempo necesario y, sobre todo, reflexionar (incluso reflexionar mucho antes de empezar a
examinar las cajas de archivos).

-Finalmente, es necesario no quedarnos encerrados en nuestro gabinete. La


experiencia de la vida es indispensable para hacer una buena historia.

Cada uno de los consejos expuestos son de una gran utilidad porque están basados en
una larga experiencia de historiadores, de constructores de Historia. Todos ellos coinciden en
sugerir la necesidad de acercarnos lo más posible a la objetividad en el trabajo histórico,
utilizando criterios científicos y distinguiendo los hechos comprobados de las opiniones
subjetivas.

El historiador debe ser consciente de que no debe apresurarse a sacar rápidas


conclusiones, debe evitar las generalizaciones apresuradas, ya que su trabajo es sólo un
aporte al conocimiento histórico existente al que deberán seguir otros en el futuro y que, para
que tenga sentido y sea útil, su contribución debe reunir las características exigibles a una
investigación histórica.

Otra sugerencia señalada por Thuillier y Tulard en la que debemos insistir, porque se
suele dar mucho, especialmente en los historiadores noveles, es en la necesidad de guardar
una cierta distancia del tema tratado, sin implicarse de tal manera que se pierda la necesaria
objetividad en el juicio.
TEMA 3º
CÓMO REDACTAR UN TRABAJO DE HISTORIA DE LA EDUCACIÓN
En este tema nos centraremos en desarrollar los apartados siguientes que son
fundamentales en la última fase de la metodología de la investigación en Historia de la
Educación:

-La preparación del texto o síntesis histórica


-Criterios y orientaciones para la redacción
-Algunas sugerencias sobre cómo preparar la publicación

Si la fase de la búsqueda y explotación de las fuentes se revela siempre como la más


larga y compleja dentro del proceso de investigación histórica, y exige un orden y un sistema
muy depurado, la etapa en la que entramos ahora, la elaboración de la síntesis histórica o
presentación de resultados, es la que exige una mayor madurez y cualificación y una
concentración enorme. Quizá por ello Charles Samaran afirmaba que: “El historiador debe
ser un escritor y un artista, al mismo tiempo que un sabio, so pena de fallar en uno de los
fines de la historia, que es el de hacer volver a la vida las cosas muertas por medio de la
fuerza misteriosa e incomunicable de la simpatía y del talento”.

Seguramente es demasiada exigencia para un aprendiz de historiador, pero ahí queda


la referencia para saber hacia dónde hay que dirigirse. Es en la fase de redacción del trabajo
histórico cuando se comunican los resultados de la investigación realizada y, con frecuencia,
la forma de comunicarlo es la que garantiza el éxito y la divulgación de un estudio. Porque,
en definitiva, se investiga y escribe para ser leído. Por ello, es imprescindible conocer desde
el principio para quién se escribe; de lo contrario es muy posible que nuestra trabajo sea
baldío y quede obsoleto enseguida.

Si en las fases anteriores el historiador ha preparado el terreno con orden y rigor se


puede adelantar que el trabajo está ya medio redactado, ahora llega el momento de abordar la
última fase de la metodología de investigación histórica, para lo cual es aconsejable preparar
el trabajo haciendo las últimas correcciones del índice de contenidos y una primera redacción
de la introducción y las conclusiones. Se sugiere empezar por elaborar el estado de la
cuestión, en respuesta a esta pregunta: ¿Qué sabemos hasta ahora en torno al tema objeto de
la investigación?.

A continuación es preciso resaltar nuestra contribución, distinguiendo lo que se aporta


de nuevo a partir de lo que ya se sabía con anterioridad. Aunque concluir nunca es fácil, sí
que es sustancial que se dedique tiempo a la elaboración del balance de resultados, no
importa que en un primer momento sean conclusiones provisionales. Es el momento de
resaltar las ideas que se puedan generalizar y de hacer las sugerencias para futuras
investigaciones que puedan plantearse.

Si no se tiene experiencia en la realización de trabajos históricos, este proceso


preparatorio puede resultar un tanto frustrante porque no se encuentren conclusiones sólidas,
pero es necesario reflexionar de una manera global sobre el tema para conseguir colaborar en
el desarrollo de la ciencia histórica. No se puede entender un trabajo histórico que no tenga
elaborada una introducción y unas conclusiones.

El resultado de la investigación que se presenta bajo la forma de un texto, deberá


constar de tres partes fundamentales: 1. La introducción; 2. El cuerpo del texto; 3. La
conclusión.

A partir de los planes provisionales que se han elaborado en las fases anteriores de la
investigación, es necesario perfilar el plan definitivo de la obra, haciendo las oportunas
correcciones, eliminando aspectos secundarios o repetidos e introduciendo las mejoras que se
consideren oportunas. Viene a ser la columna vertebral del trabajo, algo así como el esquema
que vamos a desarrollar, basado en las hipótesis de trabajo ya contrastadas y documentadas
suficientemente, pero teniendo en cuenta que puede sufrir modificaciones y desviaciones
durante la redacción.

Según las características del propio trabajo, es conveniente elegir un plan cronológico
o bien uno basado en los contenidos o materias de estudio. Pero la regla fundamental es no
empezar a redactar sin tener antes un plan general estructurado en capítulos y sub- capítulos.
A través de esta articulación, se procede a la clasificación definitiva de los documentos, con
la ayuda de las fichas elaboradas de antemano. La sugerencia es distribuir la documentación
entre diversas carpetas, al menos una por capítulo, y, además, una para la introducción y otra
para las conclusiones. Si hay documentos que afecten a varios capítulos, algo que suele ser
frecuente, se utilizan fichas de remisión en las que se advierte de tal contingencia.

Con este sistema de clasificación y ordenación de la documentación estudiada y


fichada, estamos realmente empezando a elaborar el libro, o el trabajo histórico de que se
trate, y seleccionando los documentos importantes y los secundarios. De esta manera,
preparamos la infraestructura y la estructura de la futura publicación que empezaremos a
redactar de inmediato.

En la fase de la redacción debemos recordar, al igual que lo hemos hecho en otros


varios momentos de la explicación de la metodología histórica, que no hay reglas fijas ni
normas para seguir al pie de la letra. Se pueden formular, eso sí, sugerencias y orientaciones
producto de la experiencia investigadora, errores que es preciso evitar, pero, finalmente, se
debe imponer el estilo del historiador y los criterios propios procedentes de su formación,
personalidad e intereses.

De hecho, es imprescindible que con el plan elaborado y la documentación repartida


en las correspondientes carpetas nos planteemos para quién tenemos que escribir. O dicho de
otra manera, debemos saber con claridad de qué tipo de trabajo histórico se trata, porque no
es igual escribir un trabajo académico de grado, que un artículo periodístico, o un estudio de
interés muy localizado que una investigación de alcance nacional o internacional.

Una vez decidido este particular, los historiadores más experimentados aconsejan
escribir con claridad, sin barroquismo pretendidamente académico, despojando el texto de
todas las apreciaciones secundarias y derivaciones que, de ser significativas, pueden ir
perfectamente en las notas a pie de página. Sobre todo para principiantes se aconseja evitar
la tentación de buscar fórmulas brillantes, retóricas, y títulos muy llamativos para cada
apartado.

Los historiadores franceses Thuillier y Tulard sugieren los principios siguientes muy a
tener en cuenta:

“Primer principio: Es necesario adaptarse al lector


Segundo principio: Se debe escribir claramente, con sinceridad, desembarazando el
texto de todos los elementos secundarios, que por naturaleza son aburridos.

Tercer principio: Se debe dar muestra de prudencia: evitar fórmulas brillantes que
seducen momentáneamente, pero que son fuentes de confusión, de inexactitudes, de
polémicas.

Cuarto principio: Previamente debe tenerse una idea clara de lo que se tiene necesidad
de decir o demostrar.

Quinto principio: Hay que tener algo de coraje e integridad, ya que es peligroso
intentar en el transcurso de la redacción disimular más o menos hábilmente las lagunas e
imprecisiones de la investigación”.

Es conveniente que el historiador tenga estos principios como normas, sobre las que
hay que repasar y reflexionar cada cierto tiempo, para evitar caer en las trampas que la
comodidad y la inercia tienden al escritor. Hay que preguntarse si el lector de nuestro trabajo
nos entenderá, si no estaremos escribiendo sólo para iniciados, si la redacción que estamos
haciendo es suficientemente clara. El criterio, más fácil de definir que de aplicar, es buscar un
punto de equilibrio entre el perfeccionismo, que es esterilizante y enfermizo, y la falta de la
necesaria calidad en la redacción de la síntesis histórica.

Dicho de otra manera, no se piense que se puede redactar a vuela pluma y conseguir
una redacción de calidad en poco tiempo. El único camino seguro es el trabajo permanente, la
revisión de los originales, las correcciones sistemáticas hasta conseguir un texto claro,
directo, en el que no sobre nada y, al mismo tiempo, todo esté suficientemente documentado.
La redacción debe ser entendida como una de las partes más placentera; es la creación a partir
de las hipótesis de trabajo y del esquema definitivo elaborado. Estas indicaciones nos
ayudarán a construir el cuerpo del texto propiamente dicho, lo que equivale a decir los
distintos capítulos y partes de la investigación; ahora vamos a centrarnos en explicar las
características que deben reunir los otros dos aspectos.

Una síntesis histórica, es decir, el resultado de una investigación debe llevar siempre
introducción y conclusiones, ambas partes bien elaboradas. La introducción es mucho más
que el clásico folio de agradecimientos y mención del tema de investigación. En la
introducción debe ir el tema y la justificación de sus límites cronológicos, el estado de la
cuestión, los objetivos, las hipótesis de trabajo, la metodología seguida y el índice final de
contenidos comentado. En palabras de Cardoso, la introducción “formula el problema
estudiado, lo delimita, lo justifica en función de los criterios de relevancia y originalidad,
enuncia las hipótesis y las elecciones en cuanto a tipo de fuentes, métodos y técnicas”.

En concreto, los contenidos aconsejables para la introducción son los siguientes:

-Explicar la elección del tema o problema estudiado y los problemas planteados en su


caso.

-Señalar y justificar los límites cronológicos elegidos

-Fijar los objetivos y las hipótesis de trabajo

-Explicitar el método seguido y sus particularidades

-Explicitar el estado de la cuestión documental y bibliográfico y señalar las


investigaciones que restan por realizar.

Podemos afirmar que la introducción es algo más que una mera presentación y sirve
de información y de reflexión de conjunto sobre el estudio que se está realizando. Leyendo
con atención la introducción a una publicación, el lector debería encontrar una serie de
referencias esenciales que caracterizan a la investigación de que se trate, demostrando con
claridad, sencillez y veracidad el plan de contenidos a desarrollar.

Además de la introducción, el estudio puede llevar un prólogo. No se puede confundir


el prólogo con la introducción. Ya sabemos qué es la introducción, qué contenidos abarca,
pero, ¿para qué sirve el prólogo?; ¿deben llevar todos los libros prólogo?. La diferencia
fundamental entre prólogo e introducción que hay que tener muy presente es que la
introducción debe referirse al contenido de la publicación, al tema, mientras que el prólogo
debe estar basado en la presentación del trabajo, y no del tema.
En realidad, el prólogo puede hacerlo el mismo autor del libro o de la monografía, no
tiene por qué ser una autoridad o un especialista en la materia de que se trate, que, con cierta
frecuencia, acaban hablando más de sí mismos que de la obra y del autor que se supone deben
presentar. Depende también de si es una obra de un autor consagrado o de uno poco conocido
que necesite un espaldarazo académico para aumentar el posible número de lectores.

Si es el propio autor del trabajo que se publica el que realiza el prólogo y la


introducción, deben quedar claros los límites y complementariedad de ambos apartados. El
prólogo es la entrada al libro y no debe alejarse de su objeto: presentarlo, darlo a conocer,
señalando sus objetivos y sus límites. La introducción se ha convertido en un apartado
fundamental de la publicación porque no es una mera entrada obligada sino que debe tener
unos contenidos técnicos y didácticos del más alto interés.

Si se encarga el prólogo a un autor distinto, conviene cambiar impresiones sobre el


contenido y alcance del mismo, para no correr el riesgo, sobre todo si es investigador novel,
de encontrarse con sorpresas desagradables muy difícil, por otra parte, de solucionar cuando
el prólogo ya está finalizado y entregado. Y no siempre es por una cierta intencionalidad de
quien elabora el prólogo, sino que, las más de las veces, se ignora qué es un prólogo, cuál
debe ser su alcance. No es extraño encontrar prólogos que se ocupan de los contenidos,
sugieren nuevas investigaciones, ponen en entredicho algunos de los resultados; en definitiva,
destrozan el libro porque son al tiempo introducción, prólogo y, con demasiada frecuencia, la
manera de demostrar su autoridad y que el que lo firma ya había dicho, supuestamente,
muchas de aquellas cosas con antelación al autor del trabajo.

En cualquier caso, la realidad es que la mayor parte de los libros llevan unidos el
prólogo y la introducción, porque en lo que denominan "introducción" se refieren a todos los
aspectos que hemos citado como propios del prólogo y, al mismo tiempo, los contenidos
propios de la introducción. Lo que sí parece claro es que un prólogo que no sea de
compromiso, que esté bien elaborado, y que señale la aportación de la obra en los ámbitos de
los contenidos y de la metodología, motiva a la lectura de la obra y ello siempre es positivo.

En la conclusión, que muchos autores recomiendan que se redacte antes que el resto
de los apartados o capítulos, se debe practicar también la claridad y sencillez unida a la
humildad y veracidad más absoluta, distinguiendo entre los resultados, fruto de la
investigación, y los objetivos no alcanzados o por alcanzar por distintas razones. Claro que
las conclusiones a las que nos referimos, redactadas después de todo el proceso seguido, de
definición del problema, búsqueda de fuentes, elaboración de un modelo de trabajo, no
pueden ser sino provisionales y podrán ser corregidas y matizadas de nuevo cuando sea
necesario.

Debe haber una relación coherente y sólida entre los planteamientos de la


investigación o trabajo histórico que se haga en la introducción, el desarrollo de la
investigación y las conclusiones a las que se llegue. No puede haber contradicción entre las
diferentes fases del proceso metodológico aplicado. Es preciso que las conclusiones
expliciten los resultados alcanzados, propuestos en la introducción y demostrados a lo largo
del estudio, pero que también se refieran a los objetivos que no ha sido posible alcanzar
explicando las razones de ello.

En resumen, la conclusión viene a ser una visión de conjunto, la versión


fundamentada, ampliada y modificada del proyecto de investigación original, de ahí la
importancia del mismo y que se recomiende dedicarle todo el tiempo y la reflexión necesaria
para elaborarla adecuadamente. En una obra de historia no basta con afirmar cosas, es
necesario comprobarlas, documentarlas. Esta es la función que desarrolla lo que se suele
denominar “aparato de erudición”, con sus tres elementos básicos: a. Lista de fuentes y
bibliografía; b. Las notas; c. Los anexos documentales.

La lista de fuentes y bibliografía se suele colocar en nuestra área de conocimientos al


final del libro, aunque se debe hacer alusión a ellas en la introducción. Es aconsejable
organizarlas siguiendo un orden predeterminado que va de las fuentes primarias manuscritas
a la bibliografía más reciente y obras de consulta.

En primer lugar suelen ir las listas de fuentes primarias manuscritas, organizadas por
cada uno de los archivos de documentación consultados. Se puede utilizar el orden alfabético,
pero lo más usual y recomendable es aplicar el criterio de ordenación teniendo en cuenta el
número y calidad de las fuentes aportadas a la investigación. Así, se pondrá en primer lugar la
lista de fuentes del archivo que más documentos aporta para el tema investigado. A
continuación se colocan las fuentes primarias impresas por orden alfabético, clasificadas en
libros, folletos, artículos de revista, periódicos y otros.
Finalmente suele ir la bibliografía; algunos autores son partidarios de utilizar el orden
alfabético en la relación bibliográfica que se aporte, otros, por el contrario, creen más
oportuno clasificar la bibliografía en varios apartados:

a. Instrumentos de trabajo (diccionarios, enciclopedias, repertorios bibliográficos y


documentales, etc.); b. Obras de carácter teórico-metodológico; c. Obras generales; d.
Bibliografía especializada del tema investigado, desglosada por capítulos, o bien toda
seguida, según el criterio de ordenación alfabético.

En cualquier caso, hay que tener en cuenta que este apartado del aparato crítico podrá
variar según el tipo de investigación que se realice, teniendo en cuenta también la
metodología aplicada. Así, habrá que abrir nuevas divisiones si existen fuentes distintas,
como las arqueológicas e iconográficas, o si se aplica la metodología de la historia oral que
exige espacio para transcribir entrevistas, encuestas, lista de encuestados.

Conviene que demos algunas sugerencias sobre el componente más importante del
aparato de erudición: las notas a pie de página o al final del capítulo o, a veces, del libro o
artículo. Si se puede, es muy recomendable para que sean leídas y consultadas, que las notas
vayan a pie de página y no al final del capítulo, donde suelen pasar desapercibidas.

Las notas de referencia son necesarias para mencionar las fuentes en las que nos
apoyamos en un momento determinado. Pero, además, especialmente en los trabajos más
eruditos y académicos, son precisas las notas largas y densas. Éstas tienen la virtualidad de
despojar al texto de digresiones, ideas y datos secundarios, citas, discusiones o hipótesis.

Las notas deben ser elaboradas al mismo tiempo que se redacta el capítulo y han de
ser entendidas como una prolongación del texto. Lo que es fundamental debe estar en el
cuerpo del texto, las citas más significativas, los datos y las cifras más importantes. Lo
secundario debe pasar a pie de página; pero también las sugerencias de nuevas líneas de
investigación. Claro que el número y estilo de las citas dependerá del objeto del estudio y de
la finalidad del mismo. Así, un trabajo académico llevará muchas más notas que un trabajo de
divulgación o un artículo periodístico.
Cuando se decide introducir una nota, se coloca un número en el texto y se reproduce
el mismo número en la parte inferior de la página, normalmente con una tipografía distinta.
En estas notas, la primera vez que aparece citado un documento, un libro o un artículo, se
reproduce a pie de página la totalidad de los datos de su identificación, además de las páginas
de las que se ha extraído la cita o la afirmación que se halla hecho. Si es posible, es
conveniente poner los mismos datos de la ficha de identificación que posea el archivo o
biblioteca para facilitar su búsqueda posterior; en las siguientes citas que se hagan de un
mismo texto manuscrito o de un texto publicado, bastará con utilizar las abreviaturas
convencionales al uso.

Las notas pueden ser clasificadas a su vez en diferentes categorías:

- Notas de referencia: sirven para apoyar afirmaciones que hacemos en el texto.

- Notas de referencia cruzada, que remiten a otras partes del texto, o a otras obras;
estas notas empiezan normalmente con la expresión “véase”.

- Notas de complementación, que consisten en citas extraídas del texto para no


sobrecargarlo, reflexiones acerca del contenido, la metodología y sugerencias en torno a otras
líneas de investigación.

Digamos, finalmente, unas palabras sobre el denominado "anexo documental" que


aparece en la mayor parte de los trabajos históricos, sobre todo en los académicos, como es el
caso de las tesis doctorales. ¿Es el anexo documental un adorno superfluo del trabajo
histórico?. Los documentos que se adjuntan al final del trabajo de síntesis histórica ¿pueden
ser entendidos como una tradición académica erudita que poco aporta a los resultados de la
investigación?.

Hay que decir rotundamente que si el anexo documental está bien seleccionado y se
trata de documentos inéditos o poco conocidos la aportación que se hace con él es de la
máxima entidad, especialmente para los investigadores que, con posterioridad, necesitan
profundizar en el tema o hacer otras valoraciones del mismo. Pero es que, además, al ser las
citas utilizadas obligatoriamente breves para descargar el texto de contenidos secundarios, es
muy probable que las alusiones a los documentos del anexo sean frecuentes y quien desee
amplia su información o corroborar lo que se afirma en el texto podrá consultar el documento
completo, sin tener necesidad de acudir a un archivo.

En un texto de historia de la educación es aconsejable también introducir cuadros,


mapas, gráficos y, en bastantes casos, ilustraciones y un cierto número de iconografías. Surge
entonces el problema de su adecuada ubicación en el trabajo de investigación. La experiencia
aconseja colocar tales apoyos, si son escasos en número, en el cuerpo del texto,
inmediatamente después de ser mencionados. Pero si son abundantes lo mejor es colocarlos
al final del capítulo o del volumen, haciendo una referencia en el lugar que les corresponda.

Hay que recomendar también, sobre todo en obras de considerable extensión, la


elaboración de índices que suelen aparecer al final de algunos libros. Tales índices suelen ser
de una gran utilidad y facilitan mucho la consulta de obras densas y muy especializadas y, en
general, la búsqueda rápida de un nombre, un tema o un lugar. El índice de contenidos no
debe faltar en ningún caso, pero además, es bastante útil poder manejar, al menos, un índice
onomástico (de autores y personajes históricos mencionados), el temático y el toponímico.

Una investigación de calidad, bien seleccionada y mejor documentada, puede tener un


escaso éxito si no está bien redactada, si no consigue llegar a sus lectores. Causa una penosa
impresión una publicación mal redactada, y pierde parte de su valor. Por eso, es siempre
recomendable, además de tener en cuenta las orientaciones al uso, que el manuscrito sea
corregido en su estilo por otras personas distintas al autor, que podrán señalar desde errores
sintácticos y ortográficos hasta las partes que no consigan entender, por estar mal redactadas
o ser muy complejas.

Citemos una vez más a Jacques Thuillier que, refiriéndose a los giros equivocados de
estilo afirma: “Debemos evitar la jerga moderna, las palabras terminadas en -ion, los
adjetivos sustantivados, los ripios, los tópicos, las faltas gramaticales, el estilo periodístico, el
estilo hablado (...) -Las palabras más o menos cultas empleadas equivocadamente; -Los
términos familiares utilizados fuera de lugar; -Los enlaces muy cargados y multiplicados
como en el estilo "hablado"; -Los participiales no vinculados a un tema; -Los solecismos,
barbarismos y usos proscritos; particularmente se rechazarán los en cambio, los basándose en,
los se reveló importante".
Se debe evitar construir párrafos demasiado cortos, que dan la impresión de una
ausencia de razonamiento elaborado, y demasiado largos, a veces de varias páginas, que
además de no tener ningún sentido, impiden concentrarse en lo significativo. Las discusiones
secundarias, la acumulación de citas y de cifras hay que sacarlas del texto principal. De esta
manera, además, conseguiremos evitar el aburrimiento del lector, al evitarle la aridez de las
cifras o los datos exhaustivos, las elucubraciones más o menos estériles, la erudición y otros
defectos que debe combatir el historiador.

Los historiadores experimentados sugieren dejar reposar un tiempo el texto o


manuscrito una vez redactado para luego volver sobre él y corregir las imprecisiones, los
problemas de estilo, evitar repeticiones, clarificar párrafos peor redactados y eliminar
contenidos superfluos. Es una posibilidad, seguramente la última, de corregir el fondo y la
forma antes de que el original deje de ser nuestro para pasar a ser de todos los lectores
posibles.

Reiteramos que cuando se haya finalizado la redacción que se considera permanente,


ha podido llegar el momento en que personas de nuestro entorno, capacitadas para ello y que
al tiempo estén en condiciones de expresar con claridad su pensamiento ante el trabajo
redactado, lean con cuidado el manuscrito y nos hagan las últimas recomendaciones antes de
intentar dar a conocer los resultados de la investigación al público.

La preparación del manuscrito tiene también sus reglas si se desea que el trabajo
histórico llegue a manos de los lectores sin errores, o con los menos posibles. El manuscrito u
original se debe presentar siempre totalmente acabado, perfectamente cerrado, sin dejar nada
pendiente para después, y, por supuesto, esmeradamente escrito, sin tachadura ni borrones.
Sólo de esta manera aumentan las posibilidades de que el texto definitivo que aparezca
publicado tenga los menos errores posibles. Las referencias a libros y artículos deben tener
siempre la misma forma, no citar cada vez de una manera distinta, y seguir las normas
propias del área de conocimiento en la que se inserta la investigación.

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