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La literatura del siglo XX comprende las obras, los movimientos literarios y los autores

del siglo XX. Es un siglo marcado por conflictos bélicos que sacudieron la conciencia de
los escritores, la influencia de la tecnología (especialmente las artes audiovisuales como
el cine y los medios de comunicación, incluso la radio, televisión, e Internet), la ruptura de
los límites estrictos entre géneros, y el intercambio entre diferentes lenguas y culturas, que
hacen que las obras muestren un grado de cosmopolitismo e influencias mestizas mucho
mayor que en los siglos precedentes. La literatura del siglo XX se caracteriza por el deseo
de experimentación y la aparición de distintas vanguardias que buscan crear nuevas
formas y nuevos contenidos. Rompe con los elementos tradicionales de la literatura: crea
narraciones con saltos cronológicos, emplea nuevos escenarios en teatro, rompe
la métrica y la rima en poesía, etc.
El siglo se ve también determinado por el auge de la industria editorial, con grandes sellos,
la publicación a gran escala y el creciente papel de las escuelas, las críticas literarias y los
círculos académicos, como filtros para el lector. Se extienden diversos premios literarios,
entre los que destaca el Premio Nobel de Literatura por su prestigio internacional. La
cantidad de lectores potenciales creció gracias a la ampliación de la educación básica y las
campañas de alfabetización, resultando en un aumento sin precedentes de la
disponibilidad de libros y otros formatos que también incluyen literatura, tales como
revistas y periódicos.
Durante este periodo se desarrolla notablemente la teoría de la literatura, empezando por
el formalismo ruso. Su influencia es perceptible en las creaciones contemporáneas, ya que
actúan a modo de antigua preceptiva poética o de sanción de lo que debe cultivarse. La
manifestación de los movimientos actúan en el mismo sentido.
Como el desarrollo de corrientes y generaciones varía bastante en función de la zona de
estudio, este artículo aborda la literatura en una estricta división por décadas, aunque hay
movimientos que no se ajusten a esta delimitación temporal y abarquen períodos más
amplios o más cortos.
meras publicaciones de Thomas Mann, uno de los autores más relevantes del canon
germano, que comienza insertado en el realismo decimonónico (con su obra Los
Buddenbrooks) para ir dando paso progresivamente a otras formas de narrar, en paralelo a
otros autores europeos. Se publica La interpretación de los sueños, aunque su influencia
no será perceptible en la literatura hasta unos años después. En Italia, la figura que marca
los nuevos caminos es Luigi Pirandello, que cultivó todos los géneros para romper con una
tradición demasiado literalista.
El occitano Frederic Mistral recibe el premio Nobel e importa la Renaixença catalana en
sus obras, alejándose de la producción de los vecinos franceses que exploran los límites
del simbolismo (André Gide) y comienzan a romper con las reglas de la sintaxis y los
relatos ordenados cronológicamente. París seguía siendo la meca artística por excelencia
y muchas de las grandes obras literarias de autores de diferentes países se forjaron en sus
cafés y tertulias.
España estaba marcada por el desastre de la pérdida de las últimas colonias, que había
provocado el surgimiento de la Generación del 98, que domina con sus escritos reflexivos1
para tratar de entender el presente hispánico, diferente del camino europeo. Las
influencias de los autores hispanoamericanos, que ya se habían puesto de manifiesto en
el modernismo, marcan la renovación de una literatura fuertemente anclada en la tradición
y en la revisión del pasado (con la excepción de figuras como Juan Ramón Jiménez que
progresa en movimientos posteriores con su poesía sensualista). Igualmente estaban en
una etapa anterior los autores japoneses de influencia occidental, que continuaron
cultivando el naturalismo junto con la lírica tradicional.
En los años 30 vuelve la literatura más reflexiva, que analiza el contexto histórico y
preludia el existencialismo, como por ejemplo la obra de André Malraux o Louis-Ferdinand
Céline. Los autores de muchos países están marcados por la situación política, con
cambios de régimen y el auge del totalitarismo.
En Alemania, con el ascenso del nazismo comienza a cultivarse una literatura de
exaltación nacional, fuertemente política e influida por los autores fascistas italianos que
siguen publicando en estas fechas. El régimen propugna que debe ligarse el arte a la tierra
y la sangre (Blut und Boden)4 y por lo tanto los autores afines recuperan las tradiciones
populares, con un retorno al romanticismo que convive con la exaltación del glorioso futuro
imperial.
El realismo socialista se impone a la literatura rusa y la de los países de la órbita soviética,
un movimiento que combina el adoctrinamiento político con un realismo costumbrista,
donde el proletariado es el principal protagonista. Los autores de éxito se pliegan a las
exigencias del gobierno, como Máximo Gorki y surgen plumas afines a los dirigentes
comunistas. Los disidentes deben escribir en secreto (como el nombre más relevante de
la literatura de abjasia, Fazil Iskander), exiliarse (como el polaco Witold Gombrowicz) o
hacer desaparecer sus libros, como ocurrió con El maestro y Margarita, ya que se implanta
la censura artística. Los ideales comunistas inspiran también a los intelectuales chinos,
como Lu Xun, y japoneses, como Takiji Kobayashi e Ineko Sata. Varios autores europeos
simpatizan con esta línea, mientras que otros alertan sobre el peligro del control estatal:
aparece entonces la distopía, como Un mundo feliz.
La literatura inglesa continúa explorando el modernismo con nombres que inician su
carrera, como Graham Greene o Dylan Thomas que conviven con los grandes autores del
período anterior. En los Estados Unidos, la Gran depresión marca el tema de la mayoría
de las novelas, con autores como John Steinbeck o Henry Miller. Dentro de la novela de
género cabe destacar la figura de Agatha Christie; su obra Diez negritos puede
considerarse el primer superventas del siglo (con más de 100 millones de copias vendida
e nuevo la guerra marca la ruta literaria. La Segunda Guerra Mundial supone un punto de
inflexión, tanto por los combates y sus consecuencias, como por el holocausto, uno de los
grandes temas de la segunda mitad del siglo (así como la identidad de los judíos y su
papel en Israel, asunto que dividirá políticamente la clase intelectual). El diario de Ana
Frank, escrito durante esta época, puede ser visto como uno de los libros inaugurales de
esta tendencia, y Primo Levi como uno de sus máximos representantes.
Surge el existencialismo, con las obras de Jean-Paul Sartre, ante la angustia de un error
repetido, la falta de sentido de la vida y la libertad combativa que se opone a ella. Sobre
temas similares se reflexiona en El principito o los libros de Albert Camus. Simone de
Beauvoir añade la cuestión del feminismo y el papel de la mujer. Igualmente, Tennessee
Williams traza el tema del género en su teatro.
Eugenio Montale es el autor italiano más exitoso de esta época. En las letras finlandesas
aparecen los libros más importantes de Mika Waltari, y el yugoslavo Ivo Andric publica Un
puente sobre el Drina. En Grecia se destaca la lírica de Giorgos Seferis y Odysseus Elytis,
ambos galardonados con un Premio Nobel. En Hungría Sándor Márai y Magda
Szabó publican sus primeras novelas.
En España, el conflicto mundial llega atenuado, aún con las cicatrices de la guerra civil. En
la primera posguerra la poesía se convierte en el arte para expresar el descontento, como
los versos de Dámaso Alonso, mientras que la novela aborda cuestiones sociales y
realistas, como la obra de Camilo José Cela o Carmen Laforet. Esta tendencia se
trasladará al teatro al final de la década, con las obras de Antonio Buero Vallejo.
El franquismo lleva prácticamente a la desaparición pública de la literatura catalana culta,
bien que se encuentran autores resistentes como Salvador Espriu.
El teatro del absurdo opta por la vía satírica y surrealista para denunciar la deriva moral,
como se ve en las obras de Jean Genet y Alfred Jarry. Este movimiento continuó durante
las décadas siguiente.
Después del conflicto, el mundo quedó dividido en dos: un Occidente capitalista y un
comunismo soviético. George Orwell denuncia el bloque comunista usando la fábula, la
distopía y el distanciamiento. Del otro bando, los autores prosoviéticos siguen escribiendo
con el estilo realista precedente. Se condena al exilio o a trabajos forzados a los disidentes
internos, como Aleksandr Solzhenitsyn.
Los japoneses, derrotados, adoptan el tema de la guerra, con patrones mixtos nipones y
occidentales, como las novelas de Osamu Dazai. La figura del soldado perdido, el
veterano con secuelas psicológicas, el desertor o el delator se convierten en personajes
comunes en la literatura mundial de la posguerra.
En el continente africano, la Négritude, la reivindicación de la raza negra, cobra más fuerza
como tema literario. Aparecen antologías de cuentos y poesías populares en varios
idiomas y los intelectuales europeos inician un diálogo con los autores africanos sobre
estas cuestiones.

De 1950 a 1959[editar]
La posguerra está marcada por los autores de la década anterior, que continúan tratando
temas existencialistas y con pluralidad de puntos de vista, la nueva generación beat y la
consolidación de los subgéneros novelísticos, especialmente la literatura fantástica y de
ciencia ficción. Nace la novela de espionaje, que pasará a la pantalla como thriller, con
personajes como James Bond de Ian Lancaster Fleming.
En los Estados Unidos los autores más jóvenes empiezan a cuestionar el sistema,
como Jack Kerouac o William Seward Burroughs, denunciando especialmente la dicotomía
entre apariencia y realidad en las familias y la hipocresía de la clase dirigente. El
desencanto vital y la búsqueda de nuevos referentes es patente en obras como El
guardián entre el centeno. La traslación de este desencanto en Inglaterra da pie al
movimiento de los Angry young men, siendo Kingsley Amis su máximo exponente.
En Italia surge el neorrealismo, tanto en cinema como en literatura (la mutua influencia
entre las dos artes va creciendo a lo largo del siglo), con obras como las de Cesare
Pavese. En paralelo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa certifica la muerte del mundo
antiguo y aristocrático, dando paso a la plena modernidad.
La literatura fantástica crea sus obras de referencia como las sagas de Las crónicas de
Narnia o El Señor de los Anillos (una de las más vendidas de la historia). También
impregna los autores de otras corrientes, como se puede ver en los libros de Italo
Calvino o Ana María Matute, donde los límites de lo real son difusos. La ciencia ficción da
títulos como los de Ray Bradbury o Isaac Asimov.
La literatura catalana está marcada por los autores del exilio y la represión cultural
franquista. A pesar de ello, aparecen escritores que continuarán destacando durante años,
como Manuel de Pedrolo y Molina. Se recogen las obras anteriores de Josep Pla i
Casadevall, que a veces se ven obligados a publicarse en castellano. Joan Triadú i Font,
por su parte. recopila los mejores poetas de su generación en una antología clave para
explicar el desarrollo lírico catalán.5 Autores como Pere Calders continúan activos pese a
las dificultades.
En España predomina una literatura intimista tanto en lírica como la novela, con nombres
como Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Agustín
Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Miguel Delibes o Rafael Sánchez Ferlosio. Usan un
lenguaje sencillo y referentes cotidianos, de acuerdo con un contexto de austeridad como
el que se vive en el país. Los sentimientos, las acciones del día a día, la atención al detalle
elevado a arte son los rasgos característicos.
Francia se aleja de la tendencia general del continente europeo, apostando por una
literatura experimental donde se juega con los límites del lenguaje y que comienza con
el Nouveau roman, un movimiento donde las restricciones formales ponen en valor el
texto, como se puede apreciar en las obras de Alain Robbe-Grillet o Nathalie Sarraute.
Otros escritores, como Marguerite Yourcenar, se alejan de este molde y cultivan una
novela más tradicional.
Continúa el movimiento del teatro del absurdo, con éxitos como Esperando a Godot o las
primeras obras de Eugen Ionescu. Esta manera de hacer teatro llega además a un público
más amplio, incluyendo la alta burguesía que a menudo es criticada en las mismas
representaciones.
Mao inaugura una nueva época comunista en China, en la cual este país comparte el
papel de líder socialista con la Unión Soviética. Todo el territorio bajo su influencia se ve
marcado por una fuerte censura, la depuración ideológica de los escritores contrarios al
régimen y la negación de las aportaciones occidentales. Una de las manifestaciones de
este proceso es la llamada campaña de las cien flores, que pretende convencer de la
necesidad de seguir la misma línea de pensamiento en política y en ficción.
En Rusia aparecen obras como Lolita o Doctor Zhivago, y en Albania escribe Sterjo
Spasse, un claro exponente del intelectual afín al partido.

De 1960 a 1969
 años 60 profundizan en el cuestionamiento del sistema iniciado la década anterior, de
manera que se presta atención a las obras que simbolizan la contracultura; se aborda el
tema del papel de la mujer, incorporando el feminismo la crítica literaria o usando incluso la
ciencia ficción,6 y se da voz a las minorías étnicas y sociales, así como otras literaturas no
occidentales.
El tema racial se convierte en capital en Norteamérica, donde narradores como Harper
Lee o Alex Haley trasladan a la ficción los movimientos políticos y reivindicativos de la
calle, con figuras como Martin Luther King. La opresión se asimila a menudo también a la
mujer, como hace Sylvia Plath en sus poemas confesionales
Los japoneses encumbraren a Kenzaburo Oe, y los estadounidenses a John
Updike, Truman Capote Richard Yates y Norman Mailer. En España conviven los
narradores sociales y los poetas del grupo de los 50 precedente, con voces como la
de Luis Martín Santos. La compilación del cuarteto narrativo de Lawrence Durrell es una
de las metas de la literatura colonial inglesa. Entre las plumas checas cabe
mencionar Bohumil Hrabal.

John Updike

La literatura en francés combina las obras de los nacidos en Francia con

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