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Margolin, 1995, Rabelais, ¿Heredero Intelectual de Erasmo
Margolin, 1995, Rabelais, ¿Heredero Intelectual de Erasmo
Jean-Claude Margolin
[Trad. Agostina Cavasotto]
Podemos recordar las primeras líneas de la famosa carta de Rabelais a Erasmo: “Te he
llamado ‘padre’, también te llamaría ‘madre’ si tu indulgencia me lo permitiese” (Frame,
746). Seguidamente, Rabelais trata de justificar su juicio y devoción, desarrollando un
paralelismo con mujeres que llevan niños en el vientre, los alimentan y protegen del miasma
desagradable y peligroso en el aire que los rodea. Erasmo era para Rabelais el primer maestro
de cultura, un famoso editor o traductor de muchos textos griegos y latinos, desde los autores
clásicos hasta los más célebres padres de la Iglesia. Rabelais trabajó sobre Hipócrates y
Galeno; Erasmo había traducido al menos tres de los tratados breves y filosóficos de Galeno
al latín. Concebían del mismo modo la libertad y la voluntad, así como la relación entre
naturaleza y razón, a pesar de algunas diferencias de énfasis. Para ambos, la razón humana
debe armonizar con la naturaleza, tanto con la individualidad de una persona como con la
naturaleza en general, ese mundo o naturaleza universal creada por Dios y la razón humana,
que Paracelso llamó “macrocosmos”.
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Mi primer punto pondrá énfasis en Erasmo y Rabelais como elogiadores de la locura. Como
muestra Walter Kaiser en Praisers of Folly, son diferentes y cercanos al mismo tiempo. Creo
que la mayoría de sus ideas derivan de su acercamiento al hombre y a la locura, locura dentro
y fuera del hombre. Mi segundo punto tratará acerca de la concepción religiosa de los
autores, con la locura cristiana como nexo entre el primero y segundo punto. Y, dado que
Erasmo y Rabelais son grandes prosistas, Erasmo en latín y Rabelais en francés, mi tercer
punto consistirá en un breve análisis comparativo de dos estilos diferentes, dos maneras de
mantener un diálogo con los lectores, tanto de su propio tiempo como del futuro.
El loco puede reflejar lo que soy, lo que quiero ser o lo que aparento ser; en otros
momentos, el loco puede ser mi opuesto, mostrando lo que no quiero ser o parecer. El loco es
una figura ambivalente, de ahí su función, según la descifra Robert Klein (1963), como
instrumento de auto-comprensión.
Esta figura ambivalente no solo genera una serie de paradojas, además de argumentos
a favor y en contra del matrimonio, la guerra, y la locura, sino también un texto paradójico
que corresponde a la ambigua conciencia de humanidad. Como un escritor que mantiene
distancia frente a su portavoz, en vez de hablar por sí mismo y por nosotros, Erasmo
construyó una figura dividida en dos e, incluso, tres partes. Una locura mala y demente, una
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buena y creativa, una divina y sobrehumana. Rabelais también creó locos buenos y malos:
Picrochole y Panurgo, Pantagruel y Epistemón.
A veces, la figura del loco hace reír, porque nos muestra el estado y el inofensivo
patrón de una anti-humanidad exorcizada y adimensional. A veces, como el topos
iconográfico de un esqueleto, la apariencia del loco, desde la Edad Media hasta la Época
Barroca, nos invita a una especie de meditación socrática. No debemos olvidar que la vida es
una meditación sobre la muerte y el morir. Debemos recordar que Sócrates, para la mayoría
de la gente de su tiempo, y quizás para algunos aún hoy, era un loco. Por medio de una figura
doblemente reflejada, como hemos visto, podemos echar la mirada hacia nuestra verdadera
naturaleza, nuestro verdadero ego, privado de toda apariencia falsa o incorrecta. No
sorprende que la figura de Sócrates sea central tanto en la obra de Erasmo en general, como
en la novela de Rabelais. Nuevamente nos encontramos con los célebres Sileni Alcibiadis, es
decir, con el adagio de Erasmo y con el prólogo de Gargantúa (5-9) [3-5].
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picantes, Erasmo nos dio una descripción puramente funcional porque tenía pensado usar esta
figura concreta rápidamente con una finalidad filosófica y ética, es decir, para demostrar la
relación dialéctica y abstracta entre apariencia y realidad. Al contrario, Rabelais se demora en
una descripción pintoresca, con alusiones familiares y populares, muchos recursos y efectos
retóricos, y palabras médicas. Por ejemplo:
(Rabelais) cajitas… decoradas por fuera con figuritas frívolas y alegres, tales como harpías, sátiros,
ocas embridadas, liebres con cuernos, perros enjaezados, machos cabríos alados, cerdos coronados de
rosas… pero dentro de dichas cajas se guardaban las drogas más finas como bálsamo, ámbar gris,
amomo, incienso, pedrerías finas y otras cosas preciosas.
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Esta locura cristiana de Erasmo nos lleva al problema de las ideas religiosas y la religión
de Rabelais. Este tema no era nuevo cuando Lucien Febvre lo preguntó en Le problème
de l'incroyance au SVIe siècle o cuando Abel Lefranc compiló su edición crítica de las
obras de Rabelais (1912-55). Tampoco decimos que todos los rabelesianos estén de
acuerdo en cuanto al estado religioso de François Rabelais, al menos según sus obras.
Ciertamente, nadie mira a Rabelais hoy como lo hicieron los censores católicos que lo
condenaron como un escritor ateísta y obsceno. Sin embargo, el problema sigue abierto.
Enfatizadas o no, las referencias bíblicas aparecen por todas partes en Rabelais,
pero se tapan por olas de comedia y consecuentemente no son identificadas,
especialmente por un lector moderno. Sobre el extraordinario nacimiento de Gargantúa,
Screech escribe: “En el siglo dieciséis, cualquier lector de Rabelais más o menos educado
o no en la Biblia podía asociar el nacimiento de Gargantúa y las reflexiones que derivan
de él con la milagrosa concepción de Sara y la de la Santísima Virgen. Rabelais no
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menciona a ninguna; ambas están bajo su mirada” (Screech 1979a; 2, la traducción es
propia).
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“Rabelais no parodia la Biblia.” (N.T.)
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Rabelais franciscain, Etienne Gilson justamente hace notar que la burla estaba totalmente
integrada a las tradiciones y filosofías medievales, y era una antigua institución clerical.
Parece muy difícil establecer un parámetro común entre obras tan diferentes como
los libros de Erasmo y la novela de Rabelais. Erasmo escribió tratados pedagógicos,
ensayos teológicos, comentarios a los Salmos, anotaciones al Nuevo Testamento,
paráfrasis sobre los Evangelios, diálogos vívidos, oraciones, comentarios a proverbios
clásicos, apotegmas, apologías imitadas de los autores griegos y latinos, entre otros. La
obra más importante de Rabelais y, para muchos, su única obra, es su novela gigante. Ya
hemos notado una característica común a ambos escritores: el sentido y espíritu de humor,
y una manera paradójica de pensar y escribir. El humor y las paradojas, en mi opinión,
son características no solo del pensamiento y escritura, sino que rebalsan la entera
personalidad de una persona, expresan una manera de vivir, una manera de ser. Ambos
escritores son aficionados al lenguaje y las palabras; les hacen el amor, para tomar una
frase de Louis Aragon. Juegan con las palabras, incluso en los pasajes más serios, incluso
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en los títulos de sus libros o capítulos. En Les Langages de Rabelais, François Rigolot
demostró el valor de los juegos de palabra para persuadir y triunfar sobre los demás, sean
amigos o enemigos. A pesar de que Rabelais no desarrolló teorías sobre el lenguaje,
Erasmo lo hizo un poco en su importante, aunque bastante desconocido tratado Lingua
(ASD IV-1a 1979). Cuando Erasmo escribe su Enchiridion militis Christiani, juega
“jocoseriamente” con la palabra griega “enchiridion,” cuyo doble sentido es daga y libro,
o en francés “manuel” y “poignard,” la segunda de las cuales deriva de “poing,” con
“poignard” significando “une arme de poing.” Pero esta arma simbólica, un libro que uno
lleva cuidadosamente en la mano, no es agresivo ni dañino; es un arma de autodefensa en
contra de los asaltos de Satanás, la síntesis de todas las malas pasiones.
Pero las diferencias entre los dos escritores son grandes. Terence Cave, en The
Cornucopian Text (1979), ha escrito un excelente capítulo sobre el estilo y escritura de
Rabelais. Primero nota, correctamente, que el novelista francés ha seguido el patrón
clásico del texto visto como una cornucopia, una fuente universal llena de “doctrina,
ratio y natura” (Cave 1979, 177). En lo que se refiere a Erasmo y su copia verborum ac
rerum (Cave 1979, 178), encontramos reglas de teorización que Rabelais, con su genio
inventivo, puso en práctica más o menos inconscientemente. Sin embargo, no se puede
considerar a Erasmo ni como un filósofo del lenguaje ni como un teórico de recursos
retóricos o de la producción de un texto. Su mejor aproximación al tema consiste en
producir ejemplos, referencias clásicas, o sus propios recursos, a veces inventando o
recordando pequeñas historias y fábulas para sensibilizar al lector hacia la idea, evento o
dicho que quiere implantar en su cerebro. Erasmo tiene un approach original al enseñar,
en directa oposición a los largos, austeros y aburridos argumentos de los Escolásticos.
Quiere ilustrar su pensamiento con todas las técnicas usadas por los retóricos. Rabelais no
está enseñando, pero mientras cuenta su agradable historia, vierte en nuestra cabeza,
mente, corazón y cámaras más secretas de nuestra carne una mezcla de ideas, sueños,
fantasía y placer.
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hablar, reír o llorar de sus gigantes, esas paradójicas imágenes de los profetas del Antiguo
Testamento.
Erasmo era mayor que Rabelais, y, en cierta manera, su maestro: “Mi Padre tan
humano” (Frame, 746). Rabelais, al reconocer su estatus moral de seguidor o discípulo de
Erasmo, no se comporta, en mi opinión, como un cortesano ofreciendo sus respetos a un
pensador y escritor mundialmente famoso. El tributo parece sincero y justificado.
Rabelais no es el heredero intelectual o religioso de Erasmo simplemente porque ambos
fueron condenados por los “theologastres” de la Sorbonne o porque los libros griegos de
Rabelais fueron confiscados por esa misma gente, asustada por los comentarios de
Erasmo sobre Lucas. Aun si no es el “último erasmiano francés”, como sugiere Raymond
Lebègue. Rabelais puede verse como alguien totalmente impregnado del espíritu
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erasmiano, tan difícil de definir como fácil de reconocer, porque no es ni un sistema
filosófico ni un concepto. Es una manera de ser, sentir, vivir, actuar y reaccionar, de
pelear en contra de cualquier tipo de dogmatismo. También es una manera de ejercer, en
un sentido indefinible, un sentido del humor y de festivitas, para usar la palabra latina.
Pero el Rabelais erasmiano sigue siendo primariamente Rabelais. A pesar de su gran
influencia, ni Erasmo ni Rabelais tiene discípulos ni herederos en el sentido pleno de las
palabras.
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