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CLASE 8 - Epistemología y ciencias sociales

8.1 ¿Ciencias o Humanidades? Una polémica inconclusa.


Existen tres posturas principales respecto de la larga polémica acerca de si las ciencias
sociales son realmente científicas, en qué medida lo son, si son en algún grado
objetivas o meramente subjetivas; o si son, como opinan algunos pura opinología. Una
primera postura al respecto indica que las ciencias sociales son tan científicas como las
naturales, esto es, que pueden producir enunciados con un gran potencial explicativo
(leyes), capaces de generar conocimiento sobre los fenómenos humanos. La segunda,
indica que son científicas, pero que su método debe ser diferente al de las ciencias
naturales, es decir, que no deben abocarse a buscar leyes explicativas, ya que éstas no
existen, sino a comprender los fenómenos estudiados. La tercera, plantea que las
ciencias sociales no son científicas, en el sentido de que no pueden brindar
explicaciones convincentes y generalizables acerca de los fenómenos que estudian, por
lo que se las debe considerar como una continuación del pensamiento filosófico, y se
las debe denominar con nombres alternativos, que no aludan a la ciencia, tales como
Humanidades o Estudios (por ejemplo, los Estudios Culturales, una rama que ha ido
ganando terreno desde los años ochenta en las universidades de Estados Unidos).
La polémica obedece a ciertas diferencias entre ambas ramas de la ciencia, natural y
social, que, más allá de la postura que cada uno/a decida adoptar, parecen ser
bastante objetivas y atendibles. Veamos las tres más evidentes.
La primera gran diferencia reside en cuál es el agente causante de los fenómenos a
investigar. Si estoy tratando de averiguar por qué estallan las estrellas Supernova,
cuáles fueron las causas de la extinción de los dinosaurios o cómo está compuesta una
molécula de agua, está claro que el ser humano no tiene ningún tipo de incidencia en
ello. Todos estos hechos y fenómenos están determinados por la naturaleza. En
cambio, si quiero conocer por qué estalló la Revolución Francesa, por qué los
resultados de las pruebas de calidad educativa en la provincia de Formosa han
empeorado en los últimos años, o cómo hacen los inmigrantes para mantener sus
sentidos de pertenencia al integrarse a otra sociedad, las leyes de la naturaleza no
parecen cumplir ninguna función relevante, y seguramente el agente causante de esos
hechos y fenómenos es el Ser Humano en tanto sujeto social. Es decir, una extraña
criatura que vive inserta en determinadas tramas culturales y simbólicas particulares,
cambiantes, aparentemente poco cuantificables, difíciles de asir y de predecir.
En efecto, resulta complejo postular que existan leyes que determinen lo social, al
menos en el mismo grado en que, por ejemplo, sabemos de antemano que la
presencia de nubes cumulonimbos, sumada a ciertas condiciones atmosféricas
precisas, producirá una tormenta eléctrica. En una palabra, detrás de los hechos
sociales existe un agente muy esquivo, que se mueve y actúa impulsado por múltiples
determinantes, tales como las ansias de poder, el afán de lucro, los sentimientos
piadosos, las emociones, los afectos, las ideologías, la memoria, etc. Aun así, es cierto
que existen fenómenos vinculados con la condición humana que, aun cuando están
permeados por factores difíciles de cuantificar y de formalizar, como las emociones,
resultan bastante regulares. Por ejemplo, los psicólogos han detectado que el trabajo
de duelo por la pérdida de una pareja (es decir, el duelo que realiza alguien que ha sido
abandonado por su pareja amorosa) sigue siempre un mismo curso de
acontecimientos y sentimientos, en forma bastante regular. No obstante, ningún
psicólogo se atrevería a decirle a su paciente que muy pronto comenzará una nueva
etapa de su duelo, consistente en una mejoría general del estado de ánimo que lo
llevará, por ejemplo, a querer reunirse con sus amigos y realizar salidas nuevamente. Y
menos, que eso ocurrirá exactamente en veintisiete días, cuatro horas y quince
minutos...
La segunda diferencia entre las ciencias naturales y las sociales es la distancia que
media entre el objeto de estudio y el sujeto que investiga. Esto significa,
concretamente, que las ciencias sociales son más susceptibles de estar atravesadas por
la mirada particular del investigador, cuyos intereses, ideologías y emociones muchas
veces suelen traspasar a su objeto de estudio. Digamos que, si estoy investigando las
propiedades de la deglución de las ranas, por más que haya un interés genuino y la
tarea sea interpretada por el investigador como un verdadero desafío, es probable que
no haya demasiados aspectos de su propia subjetividad puestos en ese trabajo. En
cambio, imaginemos a un historiador argentino tratando de producir conocimientos
acerca de un fenómeno tan complejo, afectivo, emocional e ideológico como el
Peronismo. Podemos sospechar, con bastantes fundamentos, que ningún argentino, y
menos aún uno que ha decidido dedicarse a investigar el pasado de su propia
sociedad, será del todo neutral respecto del Peronismo. Quizá pueda ser moderado y
más o menos objetivo, pero nunca estará exento de que sus lectores también
sospechen acerca de su propia filiación: ¿es peronista o antiperonista?, ¿viene de una
familia burguesa o de la clase obrera?, ¿está identificado con los sindicatos y con el
Peronismo de derechas o con las organizaciones armadas de la izquierda, como
Montoneros? No es casual que varios de los investigadores más leídos sobre el
Peronismo sean extranjeros, como los norteamericanos Joseph Page y Robert Potash,
el francés Alain Rouquié, y el israelí Raanan Rein. Cuando Rein presentó uno de sus
libros, titulado La cancha peronista: fútbol y política (1946-1955), lanzado por la
editorial UNSAM en 2015, uno de los autores de los capítulos contó que, mientras
viajaba en el subterráneo de Buenos Aires con el libro sobre la falda, un hombre que
estaba sentado al lado suyo lo interpeló de la siguiente manera: "Qué interesante, un
libro sobre Perón y el fútbol… Y digamé una cosa ¿es a favor o en contra?".
Esa porosidad de los hechos sociales a las ideologías ha determinado que,
históricamente, las ciencias sociales hayan sido objeto de sospechas y de suspicacias
de parte de investigadores provenientes del campo de las llamadas ciencias duras,
término que suele englobar a las naturales (física, química, biología y sus derivadas) y a
las exactas (matemática, lógica). Por ejemplo, luego de la experiencia nefasta del
nazismo, pasada la Segunda Guerra Mundial, el campo científico se mostró
sumamente refractario a toda teoría que ligara la conducta humana con la biología, ya
que se pensaba que eso obraría como una justificación del racismo. A mediados del
siglo XX, los científicos sociales postularon que nuestro comportamiento surge
absolutamente de la cultura, y no de la naturaleza. Entre otras cuestiones, se afirmaba
que la capacidad de hablar era un invento cultural, para el cual no había ninguna
predisposición específica en el cerebro humano, o que la elección de la sexualidad
también dependía de la cultura. Sin embargo, más tarde, el avance de la genética y de
algunos mecanismos de exploración del cerebro llevaría a otros científicos a proponer
prácticamente lo opuesto, avalados en la observación directa. Hoy, las áreas que
participan de la capacidad del lenguaje están identificadas, y se sabe que una lesión
mínima puede producir afasias, es decir, pérdidas en la capacidad de hablar o de
comprender el lenguaje. También se ha demostrado que la biología incide
notablemente en la orientación sexual. Osvaldo Marrone, un soldado que combatió en
Malvinas, se sentía mujer desde pequeño, por lo que un médico le prescribió que se
aplicara hormonas masculinas. Luego de treinta años, los efectos secundarios de esos
bombardeos de hormonas comenzaron a afectarle otros órganos, por lo que Osvaldo
consultó a un nuevo endocrinólogo, quien le realizó un estudio cromosómico que
determinó que era hermafrodita, es decir, que tenía un cromosoma XXY. A partir de
entonces, Marrone dejó de usar hormonas, se cambió el nombre, y se asumió como
mujer. Con apenas dos años de edad, Luana, una mujer nacida con cuerpo de varón en
Merlo, Provincia de Buenos Aires, le decía a su madre: "yo, nena, yo princesa".
Ciertamente, la idea de que los investigadores del mundo de las ciencias sociales
podrían perder la objetividad y caer en asertos tendenciosos, mientras que los que se
dedican a las ciencias naturales serían menos proclives a eso, tampoco puede ser
sostenida como un axioma.
Existen algunos ejemplos de investigadores que trataron de falsar los datos para, por
ejemplo, imponer sus propias teorías, como en el famoso caso del Hombre de
Piltdown: un fósil descubierto a comienzos del siglo XX en Gran Bretaña que,
supuestamente, demostraba que la evolución de los homínidos había comenzado por
un incremento en el tamaño del cerebro, es decir, de la inteligencia. Sin embargo,
cuando, cuarenta años más tarde, otras evidencias mostraron que el primer rasgo
evolutivo de los homínidos había sido la bipedestación (caminar en dos piernas), los
paleontólogos descubrieron que aquél fósil tan famoso había sido construido,
injertando una mandíbula de simio en un cráneo de Homo Sapiens. Seguramente, el
afán por dotar a Gran Bretaña de un fósil importante llevó al autor del fraude a
cometer ese delito científico.

Algo similar le sucedió a una de las máximas figuras de la ciencia en la Argentina, el


naturalista Florentino Ameghino, quien al hallar fósiles humanos con el cráneo
achatado en el Río de la Plata, lanzó una teoría según la cual el Hombre era originario
de esta zona del mundo. Sin embargo, aunque no cometió fraude, sus ideas fueron
poco menos que ridiculizadas por otros científicos, que demostraron que se trataba de
restos de aborígenes locales, que se aplanaban el cráneo como parte de un ritual. En
ambos casos, puede decirse que hubo cierta dosis de nacionalismo que influyeron en
científicos dedicados a estudiar la evolución de las especies.
Florentino Ameghino con una de las calaveras que avalaban su teoría.

La tercera diferencia es que, en las ciencias sociales, es difícil establecer paradigmas y,


cuando esto se logra, en general no resultan demasiado duraderos. En alguna medida,
esa volatilidad resulta lógica, ya que los cambios en la sociedad y la cultura suelen ser
más acelerados, sobre todo desde la Modernidad en adelante, que en el mundo de la
naturaleza. Por ejemplo, nuestras concepciones acerca de la familia han cambiado
sustancialmente en las últimas décadas. Pensemos cómo se conforma la familia de la
clase media hoy en día, en contextos urbanos del mundo occidental: las parejas más
acomodadas al sistema han cambiado sus hábitos y, en general, tienden a tener menos
hijos, y lo hacen a edades más avanzadas, incluso al límite de la biología. Ha
aumentado la tasa de divorcios. Existe la posibilidad de tener hijos utilizando métodos
de fertilización asistida, recurriendo a donantes de óvulos y de esperma o bien
subrogando un vientre. Además, en muchas sociedades ahora se han convalidado los
matrimonios entre personas del mismo sexo, las parejas transgénero y las familias
ensambladas. Y todo eso ha ocurrido en apenas una o dos décadas, modificando
valores esenciales de nuestra cultura.
Es cierto que la naturaleza también cambia: los virus y las bacterias mutan, dando
lugar a nuevas cepas, las estrellas explotan y dejan de existir, las especies evolucionan
o se extinguen. También ocurre que, a veces, es difícil separar la influencia de la
naturaleza y del Hombre en algunos procesos de cambio, como por ejemplo en lo que
respecta al tema del medio ambiente. Pero, aun así, debemos asumir que los cambios
sociales y culturales tienen una velocidad y una multicausalidad que los hace muy
difíciles de asir en teorías y leyes científicas capaces de perdurar, o que logren el
consenso dentro de la comunidad de investigadores. Comparemos la discusión al
interior de la Revolución Copernicana, que ya hemos repasado en extenso, con las
posturas de distintos economistas respecto de las bondades o defectos del
capitalismo. Es virtualmente imposible que, en este terreno, aparezca un Kepler que
logre zanjar diferencias y unifique a todos los científicos bajo un mismo paradigma.

8.2 El modelo sociológico de Durkheim


Emile Durkheim (1858-1917) fue uno de los padres fundadores del método científico
en ciencias sociales. Uno de sus propósitos principales fue demostrar que la sociología
debía ser considerada una ciencia, ya que contaba con una metodología de
investigación precisa y confiable.
Una de las objeciones más comunes que se le formulaba a la sociología era que ésta
estudiaba fenómenos que no tenían una manifestación empírica, es decir, cosas
inobservables, como las causas de una guerra, el incremento del divorcio o la adhesión
del pueblo a un determinado partido político. Ergo, ésta trataba de asuntos no
accesibles desde el conocimiento científico. Sin embargo, Durkheim demostró que
todos esos fenómenos tenían aspectos cuantificables. En efecto, si se utilizaba la
estadística, se podía tener una noción muy precisa acerca de, por ejemplo, la evolución
de la tasa de divorcios en determinada comuna a lo largo del tiempo. Es más, la
estadística también permitía cruzar distintas variables y realizar comparaciones a fin de
detectar ciertas regularidades.
Imaginemos que quiero estudiar cuáles son las causas del divorcio en la susodicha
comuna. Lo primero que debería hacer es verificar si, en efecto, el divorcio ha
aumentado, y en qué medida. Para eso, bastará con medir cuál es el porcentaje de
divorcios sobre el total de matrimonios, año por año, a lo largo de un período a
determinar (digamos, desde 1987, año en que el divorcio pasó a ser legal en la
Argentina, hasta el presente). Si el porcentaje aumenta, quiere decir que ahora hay
más divorcios que en el pasado reciente. Luego, podríamos prestar atención a otras
variables, como la edad de los cónyuges al momento del casamiento, en el momento
del divorcio, el tiempo transcurrido entre ambos momentos, la existencia de hijos,
cuánto tiempo pasó entre la llegada de los hijos y el divorcio, las edades de los
cónyuges, la clase social a la que pertenecen, etc. etc. Quizás encontremos que, entre
todas esas variables y el incremento del divorcio, existe alguna correlación que nos
permita aventurar una hipótesis para explicar el fenómeno.
Otra objeción de la que eran objeto las ciencias sociales era que muchos de los
fenómenos que éstas estudiaban correspondían a cuestiones subjetivas e, incluso,
psicológicas, y no a factores externos al individuo, susceptibles de ser enmarcados
dentro de leyes regulares. Por ejemplo, podríamos pensar que la decisión de suicidarse
sería imposible de ser estudiada científicamente. La gente se suicida por motivos muy
íntimos y particulares, en función de una decisión propia y, muchas veces, privada. Sin
embargo, Durkheim demostró que el suicidio podía ser investigado por la sociología, ya
que en muchos casos obedecía a factores externos al individuo. Para ello, comparó las
tasas de suicidios en distintas sociedades y épocas y luego dividió al suicidio en
categorías diferentes, relacionadas con su motivación. Los suicidios egoístas se
relacionaban con una individualidad excesiva, es decir, con la falta de pertenencia a
una comunidad, lo que rompe los lazos afectivos que brindan contención ante un
problema. Los altruistas, con fenómenos como el nacionalismo: pensemos por ejemplo
en los kamikazes japoneses que se estrellaban con sus aviones en la Segunda Guerra
Mundial, dando sus vidas por la Patria; o en los jihadistas islámicos que se inmolan en
los atentados terroristas en nombre de Alá. Los suicidios anómicos tenían que ver con
uno de los grandes problemas de la Modernidad, la falta de reglas de conducta
consensuadas.
El hecho de que distintas sociedades variaran en sus tasas de suicidio, de acuerdo con
la religión que profesaban sus integrantes, con los índices de pobreza, las guerras y la
cultura, permitió a Durkheim refrendar otro de sus postulados teóricos acerca de la
sociología: la idea de que nuestra conducta puede ser estudiada conforme a leyes,
porque buena parte de ella se relaciona con mandatos sociales preestablecidos, es
decir, anteriores a nuestra llegada al mundo y externos a nuestro cuerpo y nuestra
psique. Y con esto no se refería sólo a la idea de la buena conducta, la vigilancia y los
castigos. Según Durkheim, nos movemos en un mundo repleto de reglas que debemos
cumplir. Las palabras que usamos para hablar y para pensar, las frases hechas, los
prejuicios, las ideologías, las religiones, el buen y el mal gusto, las formas correctas e
incorrectas de comportarse en cada ámbito… todos esos aspectos de nuestra vida y
muchísimos otros nos han sido dados "desde fuera", en forma compulsiva, es decir
obligatoria, por la sociedad. Durkheim llamó a estos elementos "hechos sociales", y
propuso que debían ser el objeto de estudio de la sociología, una ciencia social cuyo
método permitiría resolver problemas y realizar predicciones con rigor científico.
En palabras del propio Durkheim:

"Cuando desempeño mi tarea de hermano, esposo o ciudadano, cuando cumplo


los compromisos que he 38 contraído, realizo deberes que están definidos, fuera
de mí y de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Incluso cuando están de
acuerdo con mis sentimientos, y siento interiormente su realidad, ésta no deja
de ser objetiva; porque no soy yo quien los ha creado, sino que los he recibido
por medio de la educación. Por otra parte, cuántas veces sucede que
desconocemos los pormenores de las obligaciones que nos incumben y que, para
conocerlas, necesitamos consultar el Código y sus intérpretes autorizados. De
igual manera, al nacer encontramos ya hechas todas las creencias y las prácticas
de la vida religiosa; si existían antes es que existen fuera de nosotros. El sistema
de signos que utilizo para expresar mi pensamiento, el sistema monetario que
empleo para pagar mis deudas, los instrumentos de crédito que utilizo en mis
relaciones comerciales, las prácticas seguidas en mi profesión, etc., etc.,
funcionan independientemente del uso que hago de ellos. Si tomamos uno tras
otro a todos los miembros de los que se compone la sociedad, encontramos que
lo que antecede puede repetirse acerca de cada uno de ellos. He aquí modos de
actuar, de pensar y de sentir que presentan la propiedad notable de que existen
fuera de las conciencias individuales." (Durkheim, 2001: 38-39)

En definitiva, para Durkheim, la Sociología era una ciencia que poseía el mismo estatus
epsitemológico que las ciencias de la naturaleza. Contaba con un objeto de estudio
accesible empíricamente y, en consecuencia, susceptible de ser observado
sistemáticamente. Además, su exterioridad respecto de las conciencias individuales
permitiría a los científicos hallar las constantes que regían su funcionamiento, tal como
Newton había descubierto las leyes que movían a los objetos en el espacio. De este
modo, Dukheim adscribía al modelo epistemológico imperante en el siglo XIX: el
Positivismo.

Lectura requerida
Durkheim, Emile (2001) "¿Qué es un hecho social?" y "Reglas relativas a la observación
de los hechos sociales", en Las reglas del método sociológico, Fondo de Cultura
Económica, México.

Guía de lectura
Lea los dos capítulos del libro de Durkheim para profundizar en los conocimientos
acerca de su obra.

De esta forma hemos finalizado la Clase 8. A modo de cierre, le proponemos hacer una
síntesis del camino que recorrimos.

Cierre de la clase 8
Las ciencias sociales presentan un desafío para la epistemología. Concretamente: ¿el
método científico puede abordar los fenómenos culturales y sociales con la misma
efectividad que los naturales?, ¿es necesario desarrollar un método diferente para las
ciencias sociales? Uno de los primeros pensadores abocados a responder estos
interrogantes fue Emile Durkheim, quien confiaba en que al aplicar el método
científico a los fenómenos sociales se obtendrían resultados satisfactorios.

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