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John Ruskin consolidó un acervo intelectual difícil de abarcar y presentar en pocas líneas
pero que sin duda alguna revela en muchos casos claros preceptos sobre la manera de
actuar sobre el patrimonio construido, los cuales serán aun mas contundentes en cada una
de las siete lámparas de su libro, o sea, siete principios morales ineludibles para guiar la
practica de la arquitectura: belleza, verdad, sacrificio, poder, vida, obediencia y
memoria (Ruskin, 2016). Aunque los postulados de cada lámpara se cimienten sobre
dictámenes claramente ecuménicos y moralistas, con una marcada vehemencia por la
arquitectura medieval que revivirá el neogótico y se alzará como expresión tan directa del
nuevo espíritu romántico como las pinturas de paisajes de William Turner o John Constable,
no resulta difícil adaptarlos al quehacer actual de la salvaguarda y conservación del
patrimonio construido, naturalmente, con las necesarias reinterpretaciones a partir de los
postulados de Ruskin (2016).
Es necesario anotar que entre los principios que Ruskin quiere desarrollar, todos
eventualmente aplicables a cada período y estilo artístico, es claro su favoritismo por cierto
tipos de construcciones. Inicialmente, el autor divide la arquitectura en 5 categorías:
Religiosa: edificios erigidos para la adoración y el honor de Dios; Conmemorativa:
monumentos y tumbas; Civil: edificios destinados a actividades comunes y entretenimiento;
Militar: estructuras de defensa y Doméstica: viviendas. Después, destacará entre éstas,
el espíritu de la arquitectura religiosa y de la conmemorativa, las cuales, según Ruskin,
reclaman materiales de valor, no porque sean necesarios para la construcción sino porque
simbolizan una oferta, una renuncia o un sacrificio de los intereses privados sobre los
colectivos.
Así bien, el autor establece los principios de las 7 lámparas que iluminarán el quehacer del
arquitecto. Estos se compendian a continuación:
1. Lámpara del sacrificio: para Ruskin la obra involucra dedicación y una férrea voluntad
del arquitecto para erigir un edificio que refleje entrega total y evitar la presencia de acciones
lucrativas y poco éticas. Solo así se puede honrar a Dios con estructuras legítimas y justas
para la vida cotidiana pues el sacrificio brilla por su ausencia en la cotidianiedad; el objetivo
común es producir resultados aceptables al menor costo. Ruskin invita al arquitecto a saber
mediar y si tiene una buena obra, por insignificante que sea, hacerla esplender. Asimismo,
recalca que es mejor una obra inconclusa que mal terminada. A la luz de estas premisas,
se articulan dos grandes condiciones impuestas por el espíritu de sacrificio: se debe hacer
todo del mejor modo posible y considerar el aumento de la carga de trabajo como un
incremento proporcional a la belleza del edificio.
2. Lámpara de la verdad: ilumina al arquitecto a repudiar la mentira, identificando las
formas de falsedad que se han infiltrado en los hábitos de la vida cotidiana. La mentira
existe, por ejemplo, en la falsa representación de formas y colores. Las violaciones de la
verdad están, por lo tanto, limitadas a la forma en que se tratan determinados componentes
del formales y técnicos del edificio. El constructor debe resistirse a la ambigüedad y, en
contraste, erigir edificios honestos, o sea, diáfanos y fácilmente legibles que eviten el
imperdonable engaño directo: un edificio virtuoso no oculta su realidad bajo artilugios
estructurales y/o decorativos. La madera, por ejemplo, no debe pretender ser piedra, así
como las ventanas deben actuar como vanos y no cumplir otra función.
3. Lámpara del poder: Ruskin afirma que las obras arquitectónicas se dividen en dos
categorías basadas en la memoria que se tiene de ellas. Algunos edificios se recuerdan por
su preciosidad, delicadeza y/o refinamiento que se traduce en una admiración afectuosa.
Por otra parte, existen obras revestidas de una majestad misteriosa y severa que se
recuerdan con la reverencia que se siente en presencia de una gran espiritualidad. En
caulquier caso, el poder está ligado a la forma, a la línea y a la visual por lo que es tarea
del arquitecto resaltar de la mejor manera posible el volumen del edifico, valiéndose de los
escenarios o posiciones mas adecuadas para que pueda ser visto desde todos los ángulos
posibles. Entornos o perspectivas inadecuadas podrían interferir con su poder natural, con
su majestuosidad.
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histórico y metafórico. Luego, el autor aborda el tema de la restauración, definiéndolo como
la peor destrucción que puede sufrir un edificio: “Es imposible restaurar en arquitectura,
como es imposible resucitar a los muertos” ya que la espiritualidad del artista original no se
puede emular de ninguna manera. No escapan a la critica del autor el uso de imitaciones
vulgares: frías copias de los componentes que se pueden reemplazar. En síntesis, cataloga
la restauración es una necesidad destructiva por lo que seria mas plausible y viable demoler
el edificio. En consecuencia, sugiere ser una actitud mas preventiva que curativa. No se
debe descuidar un edificio para después restaurarlo. Por el contrario, invita a cuidar sus los
monumentos para evitar su restauración. Solo así podrán nacer y morir más generaciones
a la sombra de ese edificio. Finalmente, infiere que no es trabajo de determinados actores
decidir si preservar o no ciertos edificios puesto que actualmente nos pertenecen pero que
en buena parte pertenecen tanto a aquellos que los construyeron como a las generaciones
futuras que se encargarán de ellos. Así las cosas, la arquitectura no debe terminar como
siempre destruida sin razón alguna.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS