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LAS 7 LAMAPARAS DE LA ARQUITECTURA DE JOHN RUSKIN

(Texto de Carlos Gómez Arciniegas)

John Ruskin consolidó un acervo intelectual difícil de abarcar y presentar en pocas líneas
pero que sin duda alguna revela en muchos casos claros preceptos sobre la manera de
actuar sobre el patrimonio construido, los cuales serán aun mas contundentes en cada una
de las siete lámparas de su libro, o sea, siete principios morales ineludibles para guiar la
practica de la arquitectura: belleza, verdad, sacrificio, poder, vida, obediencia y
memoria (Ruskin, 2016). Aunque los postulados de cada lámpara se cimienten sobre
dictámenes claramente ecuménicos y moralistas, con una marcada vehemencia por la
arquitectura medieval que revivirá el neogótico y se alzará como expresión tan directa del
nuevo espíritu romántico como las pinturas de paisajes de William Turner o John Constable,
no resulta difícil adaptarlos al quehacer actual de la salvaguarda y conservación del
patrimonio construido, naturalmente, con las necesarias reinterpretaciones a partir de los
postulados de Ruskin (2016).

Es necesario anotar que entre los principios que Ruskin quiere desarrollar, todos
eventualmente aplicables a cada período y estilo artístico, es claro su favoritismo por cierto
tipos de construcciones. Inicialmente, el autor divide la arquitectura en 5 categorías:
Religiosa: edificios erigidos para la adoración y el honor de Dios; Conmemorativa:
monumentos y tumbas; Civil: edificios destinados a actividades comunes y entretenimiento;
Militar: estructuras de defensa y Doméstica: viviendas. Después, destacará entre éstas,
el espíritu de la arquitectura religiosa y de la conmemorativa, las cuales, según Ruskin,
reclaman materiales de valor, no porque sean necesarios para la construcción sino porque
simbolizan una oferta, una renuncia o un sacrificio de los intereses privados sobre los
colectivos.

Así bien, el autor establece los principios de las 7 lámparas que iluminarán el quehacer del
arquitecto. Estos se compendian a continuación:

1. Lámpara del sacrificio: para Ruskin la obra involucra dedicación y una férrea voluntad
del arquitecto para erigir un edificio que refleje entrega total y evitar la presencia de acciones
lucrativas y poco éticas. Solo así se puede honrar a Dios con estructuras legítimas y justas
para la vida cotidiana pues el sacrificio brilla por su ausencia en la cotidianiedad; el objetivo
común es producir resultados aceptables al menor costo. Ruskin invita al arquitecto a saber
mediar y si tiene una buena obra, por insignificante que sea, hacerla esplender. Asimismo,
recalca que es mejor una obra inconclusa que mal terminada. A la luz de estas premisas,
se articulan dos grandes condiciones impuestas por el espíritu de sacrificio: se debe hacer
todo del mejor modo posible y considerar el aumento de la carga de trabajo como un
incremento proporcional a la belleza del edificio.
2. Lámpara de la verdad: ilumina al arquitecto a repudiar la mentira, identificando las
formas de falsedad que se han infiltrado en los hábitos de la vida cotidiana. La mentira
existe, por ejemplo, en la falsa representación de formas y colores. Las violaciones de la
verdad están, por lo tanto, limitadas a la forma en que se tratan determinados componentes
del formales y técnicos del edificio. El constructor debe resistirse a la ambigüedad y, en
contraste, erigir edificios honestos, o sea, diáfanos y fácilmente legibles que eviten el
imperdonable engaño directo: un edificio virtuoso no oculta su realidad bajo artilugios
estructurales y/o decorativos. La madera, por ejemplo, no debe pretender ser piedra, así
como las ventanas deben actuar como vanos y no cumplir otra función.

3. Lámpara del poder: Ruskin afirma que las obras arquitectónicas se dividen en dos
categorías basadas en la memoria que se tiene de ellas. Algunos edificios se recuerdan por
su preciosidad, delicadeza y/o refinamiento que se traduce en una admiración afectuosa.
Por otra parte, existen obras revestidas de una majestad misteriosa y severa que se
recuerdan con la reverencia que se siente en presencia de una gran espiritualidad. En
caulquier caso, el poder está ligado a la forma, a la línea y a la visual por lo que es tarea
del arquitecto resaltar de la mejor manera posible el volumen del edifico, valiéndose de los
escenarios o posiciones mas adecuadas para que pueda ser visto desde todos los ángulos
posibles. Entornos o perspectivas inadecuadas podrían interferir con su poder natural, con
su majestuosidad.

4. Lámpara de la belleza: la hermosura está en la naturaleza y solo hay que retomarla y


abstraerla para hacer de los detalles una riqueza más grande que el mismo conjunto en
general. Las formas y concepciones más atractivas se toman directamente de los objetos
naturales. Sin embargo, la belleza debe observarse con calma y usar elementos decorativos
en los edificios proporcionalmente a su uso o su carácter.

5. Lámpara de la vida: equivale a la capacidad de lucha que el arquitecto refleja en su obra


y por ende la energía que el edificio pueda trasmitir. Los grandes edificios están hechos por
arquitectos y constructores expertos, artífices de la lámpara de la vida pues dedican parte
de su existencia a un proyecto de construcción. Ruskin adopta una postura que aboga por
un enfoque local que dará una entidad única en el diseño de cada edificio. Los edificios
deben levantarse a mano y no a máquina pues la diferencia será siempre notable y fácil de
reconocer. Concluye con consideraciones sobre el hecho de que cuando se trabaja en un
edificio, debe hacerse con afecto, con placer. Tratar con trabajadores insensibles o
desmotivados dará como resultado es un edificio desprovisto de vitalidad.

6. Lámpara de memoria: es la guía misma que proporcionan tiempos y estilos pasados


por lo que es importante el respeto escrupuloso por la construcción original de los edificios
antiguos. Por lo tanto, se debe dar una dimensión histórica a la arquitectura actual y
preservar la de épocas pasadas como el legado más importante. Continúa diciendo que
los edificios públicos y privados que se puedan construir alcanzan la verdadera perfección
justo cuando se vuelven conmemorativos o monumentales, adquiriendo un significado

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histórico y metafórico. Luego, el autor aborda el tema de la restauración, definiéndolo como
la peor destrucción que puede sufrir un edificio: “Es imposible restaurar en arquitectura,
como es imposible resucitar a los muertos” ya que la espiritualidad del artista original no se
puede emular de ninguna manera. No escapan a la critica del autor el uso de imitaciones
vulgares: frías copias de los componentes que se pueden reemplazar. En síntesis, cataloga
la restauración es una necesidad destructiva por lo que seria mas plausible y viable demoler
el edificio. En consecuencia, sugiere ser una actitud mas preventiva que curativa. No se
debe descuidar un edificio para después restaurarlo. Por el contrario, invita a cuidar sus los
monumentos para evitar su restauración. Solo así podrán nacer y morir más generaciones
a la sombra de ese edificio. Finalmente, infiere que no es trabajo de determinados actores
decidir si preservar o no ciertos edificios puesto que actualmente nos pertenecen pero que
en buena parte pertenecen tanto a aquellos que los construyeron como a las generaciones
futuras que se encargarán de ellos. Así las cosas, la arquitectura no debe terminar como
siempre destruida sin razón alguna.

7. Lámpara de la obediencia: ilumina el ejemplo dado por la práctica de un constructor,


más que por sus obras. La originalidad en la expresión no depende de la invención y el
arquitecto debe aceptar las costumbres y usanzas anteriores sin alterar el trabajo de sus
predecesores en una obra dada. El apoyo y la orientación en artes precedentes es
fundamental. La arquitectura de una nación es grandiosa solo cuando es universal y
consolidada como lo es su lenguaje. Las obras arquitectónicas deben pertenecer a una
escuela pues. Según Ruskin, la arquitectura es el arte fundamental; escultura y pintura
derivan de ella. Por ende, los arquitectos, en primera instancia, deben aprender a operar a
través de un accionar que implica catalogar, clasificar y estudiar las diferentes formas y
diferentes decoraciones del estilo original y trabajar con ellas, como si fueran una autoridad
absoluta e inviolable, sin admitir la más mínima transgresión. Después de reconocer y
familiarizarse con estas exigencias formales, podrán permitirse alguna licencia, realizar
cambios o adiciones a las formas que han asimilado, siempre dentro de ciertos límites. Y
así, con el paso del tiempo y en virtud de un gran movimiento a escala nacional, podría
surgir un nuevo estilo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Choay, F. (1983). El urbanismo: utopías y realidades. Barcelona: Lumen, 1971.


Cigni F., Franco R (1997), Restauro e cultura estética - dodici lezioni di Nullo Pirazzoli, Ravenna:
Essegi
Quennel, P (1949). John Ruskin : the portrait of a prophet. Editorial: Collins, Londres
Ruskin, J (2016). Las siete lámparas de la arquitectura. Décima edición. México D.F.
(México): Coyoacán
Ruskin, J. (2000). Las Piedras de Venecia. Valencia: Consejo General de la Arquitectura
Técnica de España

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