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Importancia de las Logias Masónicas en la política mexicana del siglo XIX

La Masonería responde a una organización estructurada con funcionalidad múltiple; educativa,


espiritual, cultural o política. Podemos afirmar que es una sociedad que tiene secretos pero no es
una sociedad secreta. La Logia Masónica empieza a ganar peso en la vida pública en las primeras
décadas del siglo XIX en México e interactuaban en torno a varios aspectos que conforman la
vida política; la soberanía, la legitimidad, la representación, las prácticas políticas. Además,
después de 1826 las identidades políticas de los grupos en contienda por el poder se formularon a
partir de las pertenencias masónicas.

Palabras clave
Masonería, Sociedad, Grupos de poder, Vida pública, Organización política.
Antecedentes.
La masonería comenzó a ser objeto de debate en Europa en el siglo XVIII por sus rasgos
peculiares, que distaban de otras sociedades de la época, por la existencia de prácticas secretas y
el juramento de guardar ese secreto, por su composición social heterogénea, por la integración de
individuos con distintas creencias religiosas y sobre todo, el poder que comenzó a adquirir en la
opinión pública.

En la sociedad novohispana no llegaron tal cual las posturas europeas sobre estas sociedades
“secretas”, sólo llegaban las noticias de las restricciones papales y monárquicas y algunas obras
antimasónicas. Esto generó un ambiente de rechazo y forjó un criterio de que la masonería estaba
ligada al liberalismo, en un sentido peyorativo fundado en las implicaciones anticlericales y
antimonárquicas.

Las políticas clandestinas empleadas a finales de la Nueva España y, en particular de las


sociedades secretas, constituyeron una especie de resistencia sobre el colonialismo español
asumida por quienes, dentro de los centros urbanos controlados por el gobierno virreinal, se
vieron obligados a encontrar nuevas formas de luchar contra el sistema.

Estas sociedades, pequeñas y escasas, representarían el proceso de emancipación, que a la postre


sirvió para formar y consolidar distintos grupos políticos que se convirtieron en verdaderos
grupos de poder y, una vez obtenida la independencia la independencia de España, se
convertirían en las principales organizaciones políticas que se controlarían la vida pública del
país. Entre las sociedades secretas que caracterizan dicho período son Los Guadalupes y de
Jalapa.

Los Guadalupes fue una sociedad secreta que funcionó de 1811 a 1814, con una diversidad de sus
miembros, se encontraban criollos e indígenas, dedicados al comercio, las artes, las leyes, la
medicina, la Iglesia, inclusive del gobierno. Algunos ilustres que pertenecieron a la cofradía
fueron Andrés Quintana Roo, Leona Vicario, Ignacio López Rayón entre otros. El motivo de su
nombre fue un homenaje a la Virgen de Guadalupe. Sin embargo a raíz del fusilamiento de
Morelos, con quien trabajaron directamente, el grupo se fue extinguiendo poco a poco.

Mientras que la sociedad jalapeña, articulada a un modelo distinto que el de la capital, constituyó
un primer ensayo, cercano a la masonería, cuyos esfuerzos por organizarse ocuparon la mayor
parte de su tiempo y la llevaron a ser descubierta muy pronto por las autoridades coloniales.

Primeros Debates

El detonante que hace posible el tema masónico al debate público fueron las elecciones al
Congreso constituyente del Imperio de Iturbide. Era latente el prejuicio en la época sobre la
masonería, de que esta estaba ligada a los principios liberales y que dominaba las cortes
peninsulares, hubo quienes temieron que los futuros diputados mexicanos fueran masones y que
estuvieran a favor de la aplicación de medidas anticlericales semejantes a las que habían dictado
las cortes de Madrid, como la supresión del fuero eclesiástico o la reducción de diezmos. Sin
embargo, en el debate público las divisiones de la clase política se presentaron únicamente como
resultado de la existencia de dos grupos opuestos: los liberales y los serviles.

Las características que definían a dichos grupos fueron heredadas de la península. El término
"liberal", como sustantivo aplicado a un partido o a algunos individuos, apareció en Cádiz
alrededor de 1810 para designar a los partidarios de las reformas propuestas por las cortes, del
gobierno representativo y constitucional, así como de una "administración ilustrada". El término
"servil" se empleó para designar a los absolutistas y englobaba a todos los que se oponían a las
reformas gaditanas y al régimen constitucional. En función de estas categorías, en el debate
público mexicano se fue construyendo un discurso polarizado sobre la situación política del país,
y a partir de él se fueron perfilando las identidades políticas de quienes, a la larga, serían
conocidos como yorkinos y escoceses.
Escenario de 1827
La desaparición del imperio iturbidista y el surgimiento de la república federal de 1824 dio
muestras de las grandes discrepancias entre las nuevas oligarquías regionales y la vieja oligarquía
indiana, y dieron paso a disputas, que implicaban la defensa intereses económicos y sociales
específicos, se expresaron a través de las primeras formas políticas de agrupamiento: las logias
masónicas.

Las transformaciones que sufrió la cultura política entre 1823 y 1826 permitieron a los yorkinos
reformular las anteriores interpretaciones sobre la masonería, en las que —para bien o para mal—
se identificaba a los masones con los liberales. Tras la adopción del sistema republicano y
federal, pudieron sostener que, efectivamente, había masones liberales, los yorkinos, pero
también había masones serviles, los escoceses. La intención con que elaboraron este discurso
parece clara: era preciso ganar al pueblo, conseguir su apoyo para la contienda electoral y para
consolidar el sistema político tal como ellos lo concebían. Por tal razón, construyeron las nuevas
identidades políticas a partir de dos aspectos fundamentales que les atraerían adeptos: la
composición social de los ritos y sus principios políticos.

Para 1827 era notoria la influencia que los yorkinos ejercían en el gobierno federal, y la
preponderancia alcanzada de dicha facción, respaldad por oligarquías regionales y los estratos
medios, marcó el inicio de una ofensiva contra funcionarios españoles que permitió dar rienda
suelta al sentimiento antiespañol latente desde Los Tratados de Córdoba. Las acciones políticas
de los yorkinos ganaron prestigio y legitimidad, al aparecer como resultado de la defensa de
principios y valores que, según sostenían, eran los que defendía la mayoría de la nación.

En cuanto a la composición social, en el discurso yorkino los escoceses aparecieron como los
aristócratas, los "señores principales", los hombres ricos del centro del país, en su mayoría
españoles o proclives a ellos; y los yorkinos se presentaron como los patriotas americanos,
hombres comunes que no pertenecían al "grupo grande" de la sociedad, sino que trataban de
exterminar a la aristocracia. Respecto de los principios políticos, mostraron a los escoceses como
propensos a los abusos de poder, partidarios de la monarquía y el centralismo, formas de
gobierno a las que en la nueva cultura política muchos publicistas catalogaban como despóticas
por concentrar el poder en unas cuantas manos; en cambio, los yorkinos aparecían como los
defensores del federalismo, el "preferido por la mayoría", que mediante la dispersión del poder
podía contener las tendencias despóticas de los aristócratas del centro.

Los opositores de los yorkinos no podían evidenciar su rechazo a lo popular, pues ello
confirmaría las acusaciones de aristocracia y oligarquía que recibían, y además parecía contrario
a los logros alcanzados con la instalación del sistema liberal, tal como se había definido hasta
entonces, principalmente en términos yorkinos. Por ello, al criticarlos hacían más referencia a
cuestiones morales o de conocimientos que a aspectos económicos o sociales. Desde 1826 los
publicistas yorkinos habían difundido una idea del sistema político en el que los ayuntamientos
jugaban un papel fundamental, pues aunque carecían de representación política en sentido
estricto, estaban formados por personajes que habían sido nombrados por elección popular. Por
tal razón, las representaciones a favor de Guerrero le otorgaban notable legitimidad a su
candidatura, amén de que ponían gran presión sobre las legislaturas para que le otorgaran sus
votos.

A pesar de ello, Guerrero no resultó electo como presidente; el triunfador fue Gómez Pedraza.
Tras ese fracaso, los acontecimientos se precipitaron. Antonio López de Santa Anna encabezó un
movimiento armado para colocar a Guerrero en la presidencia, y poco después hubo un motín en
la Ciudad de México. Gómez Pedraza huyó de la ciudad y renunció a su triunfo. El congreso, al
calificar las elecciones, dictaminó que las legislaturas habían votado en contra de los "deseos de
sus comitentes", por lo que declaró insubsistente la elección y nombró presidente a Vicente
Guerrero y vicepresidente a Anastasio Bustamante.

Conclusiones

Entre 1826 y 1828 los yorkinos lograron constituirse en una importante fuerza política, no sólo en
el centro del país sino en la mayoría de los estados. Y en buena medida esto se debió a la
identidad política que elaboraron de sí mismos y la que le crearon a sus opositores. Su discurso
fue realmente eficaz durante esos años, fue capaz de inhibir políticamente a sus contrincantes. La
forma en que se construyeron esas identidades, así como las modificaciones que se dieron en la
manera de abordar el tema masónico, muestran una serie de cambios en la cultura política, que
revelan cómo la aplicación del sistema republicano, representativo, popular y federal.
Alcanzaron una fuerza en la vida pública y en la elección de los actores de la escena política, y
pasaron a ser, las logias masónicas, una fraternidad a la que se le atribuían prejuicios muchas
veces infundados a ser un ente que acumuló demasiado poder, que dictaban el pensamiento
patriota e intelectual de la sociedad mexicana.

BIBLIOGRAFÍA

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