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UNIVERSIDAD

METROPOLITANA CASTRO CARAZO


Sede Limón
Licenciatura en Docencia
Asignatura:
Psicología del Aprendizaje.
IV ACTIVIDAD

AGRESIVIDAD COMO COMPORTAMIENTO APRENDIDO DESDE EL


HOGAR

Integrantes:

Rebeca Pérez Cruz


Cedula # 205240414
Andrea Fernández Obando
Cedula # 701290033
Melissa Jaen Mendoza
Cedula # 702570245
Winnie Latouche Núñez
Cedula # 701620084
Keyla Jaime Jaime
Cedula # 701320048
Kevin Venegas Maccarthy
Cedula # 701940761
II Cuatrimestre 2020
ÍNDICE

Introducción ................................................................................................................. 3
Agresividad como comportamiento aprendido en el hogar ......................................... 5
Causas de la conducta agresiva en niños ................................................................... 6
 Exposición a contenido violento ........................................................................ 6
 Ausencia de reglas en casa............................................................................... 6
 Intolerancia a la frustración................................................................................ 6
 Falta de habilidades sociales............................................................................. 7
 Comunicación deficiente ................................................................................... 7
Perfil del niño agresivo ................................................................................................ 7
Síndrome del Emperador ............................................................................................ 9
Niños y Adolescentes Tiranos-Dictadores ................................................................... 9
Perfil de los padres obedientes ................................................................................. 12
Teorías explicativas del comportamiento agresivo .................................................... 14
¿Cómo valorar si un niño es o no agresivo? ............................................................. 15
Cómo tratar la conducta agresiva .............................................................................. 16
Algunas consideraciones sobre el castigo ................................................................ 17
Recomendaciones a los padres y los profesores ...................................................... 18
Conclusión................................................................................................................. 22
Referencias bibliográficas ......................................................................................... 24

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Introducción

La mayoría de las investigaciones y estudios realizados sobre la violencia en menores


y jóvenes se han centrado en el análisis del perfil de los agresores y de las víctimas,
enfocando la problemática desde una visión individual y personalizada. Pero también
cabe la posibilidad de abordar el tema desde una visión más social, en la que los
padres, junto con los maestros y la sociedad en general tienen parte de
responsabilidad.
La incidencia de problemas de conducta y comportamientos irregulares en los
menores responden a perfiles y rasgos muy distintos, sin embargo, ningún menor
está predeterminado a ser violento y agresor. Los niños están expuestos a la violencia,
de forma directa o indirecta, en diferentes contextos fundamentales: familiar, medios
de comunicación, escolar, internet y otros ambientes cercanos. La exposición a
conductas agresivas en estos entornos está directamente relacionada con el
desarrollo de conductas antisociales o agresivas.
La familia, es el núcleo principal de desarrollo psicológico y de apoyo para los menores
en la que se aprenden la mayor parte de las conductas sociales y emocionales. Desde
la cuna, los niños están sometidos a este proceso de aprendizaje, por eso es necesario
que desde un inicio la familia ajuste las normas e incentive una comunicación afectiva
cálida durante el periodo de crianza, ya que con ello se garantiza una buena
socialización del menor. Pero a veces las familias no ejercen de igual manera la
transmisión de afecto y valores, ni tampoco establecen formas de comunicación
óptimas que permitan dar una respuesta emocional satisfactoria a los hijos, dando
lugar a la aparición de comportamientos agresivos.
El tener un comportamiento agresivo conlleva a que el niño tenga complicaciones y
dificultades en las relaciones sociales. Impide a una correcta integración en cualquier
ambiente. Es normal que un bebé se comporte llorando o gritando, pero eso no debe
ser considerado aceptable en las etapas posteriores. Hay que corregirlo. Y lo
primero, es encontrar la causa. Normalmente, cuando un niño sostiene una conducta
agresiva es porque reacciona ante un conflicto. Por ejemplo, problemas de relación

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social con otros niños o con los mayores por no conseguir satisfacer sus propios
deseos; problemas con los mayores por no querer seguir las órdenes que éstos le
imponen; y problemas con adultos cuándo les castigan por no haberse comportado
bien, o con otro niño cuando éste le ataca. Con estos conflictos, los niños se sienten
frustrados y construyen una emoción negativa a la cual reaccionará de una forma
agresiva o no, dependiendo de sus experiencias y modelos. El niño puede aprender
a comportarse de forma agresiva porque lo imita de los padres, otros adultos o
compañeros.

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Agresividad como comportamiento aprendido en el hogar

Hablamos de agresividad cuando provocamos daño a una persona u objeto. La


conducta agresiva es intencionada y el daño puede ser físico o psíquico. En el caso
de los niños la agresividad se presenta generalmente en forma directa ya sea en forma
de acto violento físico (patadas, empujones) como verbal (insultos, palabrotas). Pero
también podemos encontrar agresividad indirecta o desplazada, según la cual el niño
agrede contra los objetos de la persona que ha sido el origen del conflicto, o
agresividad contenida según la cual el niño gesticula, grita o produce expresiones
faciales de frustración.

Independientemente del tipo de conducta agresiva que manifieste un niño el


denominador común es un estímulo que resulta nocivo o aversivo frente al cual la
víctima se quejará, escapará, evitará o bien se defenderá. Los arrebatos de
agresividad son un rasgo normal en la infancia, pero algunos niños persisten en su
conducta agresiva y en su incapacidad para dominar su mal genio. Este tipo de niños
hace que sus padres y maestros sufran siendo frecuentemente niños frustrados que
viven el rechazo de sus compañeros no pudiendo evitar su conducta.

En cuanto a la figura del hijo maltratador, este suele ser víctima del fracaso escolar y
laboral, dada su resistencia a cumplir normas o a someterse a disciplina. Suelen ser
impulsivos y agresivos, con alto nivel de frustración, faltos de empatía, sin control de
la ira y con altas dosis de irritabilidad, depresión y ansiedad.

Simultáneamente suelen darse casos donde concurren trastornos como el de déficit


de atención con hiperactividad, el bipolar, el disocial, el negativista desafiante o las
psicopatías. Algunos de ellos no salen de su hogar porque carecen de pares con los
que esparcirse.

Las soluciones pasan por la intervención conjunta de los padres y del propio sujeto
mediante técnicas conductuales y cognitivas de carácter educativo para modificar los
reforzamientos de las conductas agresivas y para enseñar a educar.

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Causas de la conducta agresiva en niños

Una conducta agresiva no es lo mismo que tener un carácter fuerte. En la infancia, son
normales los ataques de agresividad. Las conductas agresivas son conductas
intencionadas que pueden causar daño, ya sea físico o psíquico.

Conductas como pegar a otros, ofenderlos, burlarse de ellos, tener rabietas o usar
palabras inadecuadas para llamar a los demás forman parte de la agresividad infantil.
Cuando algunos niños persisten en su conducta agresiva y son incapaces de controlar
su fuerte genio, pueden sentirse frustrados causando sufrimiento y el rechazo de los
demás.

Algunas de las causas por las que los niños desarrollan la agresividad son las
siguientes:

 Mal ejemplo en la casa: La teoría el modelado que supone que los padres
son modelos de conducta para sus hijos, alcanza aquí su máxima expresión.
Los niños, que ciertamente aprenden lo que ven, si observan que el modo de
resolver los conflictos en casa casi siempre es la violencia, el niño asimilará
como un patrón de conducta normal.
 Exposición a contenido violento: Igual que los padres, existen otros
modelos de referencia. Así, un niño expuesto continuamente a programas de
televisión, películas, deportes de lucha o video juegos, con cierta carga de
violencia también contribuye directamente a que reproduzca conductas
agresivas.
 Ausencia de reglas en casa: Cuando los niños viven en casa con ausencia
de reglas, aprenden que en realidad opera la ley del más fuerte. Ante esta
situación, los más pequeños entienden que no les queda más remedio que
responder con comportamientos violentos si quieren ocupar su puesto en el
hogar.
 Intolerancia a la frustración: Aquellos niños que no han aprendido a aceptar
y superar las frustraciones, cuando se vean ante una dificultad que no sepan

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afrontar, responderán con una actitud violenta incapaces de asimilar las
consecuencias.
 Falta de habilidades sociales: Tan importante como saber resolver
problemas de matemáticas, lo es resolver situaciones conflictivas. Para ello,
sin embargo, no hacen falta los conocimientos académicos sino habilidades
sociales que le ayuden a solucionar problemas sin recurrir a la agresividad.
 Comunicación deficiente: En muchas ocasiones, las dificultades que un niño
puede tener para expresarse o retrasos en el lenguaje, puede conducirle a
una frustración traducida en el uso de la agresividad como respuesta.

Perfil del niño agresivo

Aunque las conductas de maltrato de hijos hacia sus padres se pueden manifestar a
cualquier edad y en diferentes niveles socioculturales y económicos, se han
identificado una serie de características que configuran un perfil propio del menor
maltratador.

En cuanto a la edad, parece ser que el maltrato hacia los progenitores es más común
en los inicios de la adolescencia, aproximadamente en torno a los 16-17 años, aunque
es frecuente que se aprecien las primeras señales de agresividad y violencia sobre los
12 años. El factor de la edad es determinante en el tipo de agresividad y maltrato, ya
que en edades más tempranas (menores de 15 años) esta suele ser de origen
psicológico y en adolescentes mayores tiende a cobrar una mayor importancia la
agresividad física.

En relación al sexo, aunque también existen muchos casos de niñas maltratadoras,


esta conducta es más frecuente en el caso de los varones.

A pesar de que las situaciones de maltrato de menores hacia sus progenitores, como
ya se ha apuntado anteriormente, se producen en cualquier ámbito socioeconómico y
cultural, se ha hallado una mayor proporción de casos en contextos con un nivel

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cultural alto. Sin embargo, en los últimos años y debido a las circunstancias
socioeconómicas por las que atraviesa nuestra sociedad, se está asistiendo al
incremento de casos de menores maltratadores pertenecientes a la clase media. Estos
chicos y chicas se rebelan contra sus padres porque no pueden satisfacer sus
`caprichos` al verse reducidos los ingresos con los que cuenta la familia. Los menores
maltratadores, por norma general no se han visto envueltos en situaciones delictivas
previas.

Por lo tanto, actualmente se puede hablar de cuatro tipos de menores maltratadores:

 Aquellos que maltratan a sus familiares debido a que padecen algún tipo
de adicción.
 Los que presentan trastornos de conducta.
 Los jóvenes que presentan agresividad a consecuencia de una educación
permisiva y carente de normas y límites.

 Los que no aceptan las limitaciones económicas impuestas por su familia.

Estos niños se caracterizan por presentar los siguientes rasgos:


Falta de empatía. No sienten compasión.
Baja tolerancia a la frustración. Ausencia de sentimientos de
arrepentimiento o culpa.
Su agresividad va dirigida a la Falta de autocontrol.
consecución de un fin determinado.
Impulsividad. Depresión.
Ansiedad. Irritabilidad.
Baja autoestima.

Otra característica fundamental del maltrato, es que este va dirigido principalmente


siempre hacia la madre. En aquellos casos en los que el padre también es maltratado,
ello es de forma conjunta a la madre.

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Estas familias suelen presentar una fachada de normalidad y convivencia en ámbitos
sociales externos. No exteriorizan fuera del ámbito familiar las manifestaciones
agresivas.

Síndrome del Emperador

Este síndrome puede definirse como un trastorno de agresividad de los hijos hacia sus
padres. Estos hijos no sufren de enfermedades mentales, no fueron víctimas previas
de malos tratos, no han sido desatendidos por sus progenitores ni estos tienen
conductas desestructuradas, ni tienen por qué ser adictos a las drogas.

Lo que los menores que presentan síndrome del emperador tienen es una falta
absoluta de sensibilidad emocional y de apego. Para ellos, los padres no tienen
autoridad para imponérsele ni tienen derecho a establecer normas, no sienten respeto
alguno por ellos.

Cuando se llegan a situaciones de auténtica agresividad en la época final de la


adolescencia los padres ya han pasado por estadios previos e intermedios:
desconsideraciones, desobediencia, mentiras, amenazas, empujones, violencias
contra las cosas, patadas, golpes y en casos extraordinarios, atentados contra la vida
de los progenitores o contra sus hermanos.

En la edad adulta, el “emperador” trasladará todos estos comportamientos de “hacia


los padres” a “hacia los hijos y la pareja”.

Niños y Adolescentes Tiranos-Dictadores

Como punto de partida hemos de dejar constancia de que no todos los niños que
presentan las conductas que vamos a mencionar se convierten en maltratadores, pero
sí que los niños que se han convertido en maltratadores han pasado por estas mismas.

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Los maltratadores en general y los menores maltratadores en concreto, siempre
intentan imponer sus criterios, enrabietándose y volviéndose agresivos frente a la
frustración.

No existe un único perfil de menor maltratador. Este puede ser de cualquier nivel
cultural, económico o social. No obstante, su presencia es más habitual entre las
familias rotas por una separación o divorcio y con un nivel socioeconómico alto.
Además, se da con más frecuencia cuando el menor es hijo único o, si tiene más
hermanos, la diferencia de edad entre ellos es bastante alta.

Normalmente son hijos rebeldes, malcriados, disconformes con todo e insatisfechos,


que desde muy temprana edad tratan de lograr todo aquello que desean imponiendo
sus propios criterios. Sus tácticas para lograrlo es amenazar, insultar y agredir,
debilitando la autoridad de los padres y sembrando miedo en el hogar.

Los hijos tiranos desobedecen por norma y no cumplen con sus obligaciones. Se
comportan como dueños absolutos de la casa, comportándose respecto a los padres
como si estos viviesen para oponerse a él y recortarle su libertad.

Además de todo lo dicho, son rencorosos y susceptibles, pero a la par, insensibles


respecto a los padres hasta el extremo de no sentir apego alguno por ellos. Presentan
tolerancia baja a la frustración, enojándose y enfadándose ante cualquier propósito o
deseo no cumplidos.

El menor maltratador puede desarrollar diferentes técnicas de maltrato. Por una parte,
tendríamos el maltrato psicológico, manifestado mediante insultos y desprecios hacia
los padres para reírse de ellos, ridiculizarlos o hacerles sentir culpables de su
frustración. También este tipo de maltrato puede consistir en hacerles pasar a los
padres malos tragos en público o en situaciones comprometidas.

De otro lado tenemos el maltrato físico el cual siempre viene como sucesión del
psicológico, es decir, que para que se dé el primero ha de haberse dado con antelación

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el segundo. El proceso de transición de uno a otro es paulatino, como el proceso de
conversión de hijo normal a hijo maltratador.

Este proceso que mencionamos tiene su origen en sus primeras edades cuando no se
corrigen determinados comportamientos como exigir a gritos o mediante berrinches y
rabietas o montar en cólera si no consiguen un deseo. También es un síntoma negarse
a cumplir con sus obligaciones domésticas o escolares. Si en ese momento consiguen
sus objetivos están poniendo la primera piedra de su tiranía.

El no ser reprendidos suele asociarse a padres que ceden siempre a los caprichos y a
los deseos de bienes materiales del niño, perdiendo así su autoridad y dejando que el
niño se sienta superior a ellos. Los motivos para estas cesiones suelen ser los deseos
de que al hijo `no le falte de nada` o el miedo a perder su cariño. Posteriormente, este
miedo pasa a ser terror hacia las rabietas y los comportamientos agresivos del hijo.
Eso les hace que se vuelvan más y más permisivos y condescendientes alcanzando
un punto de no retorno que hará que cualquier negativa futura se convierta en
frustración y agresividad.

Existe otro factor causante de esta agresividad del hijo hacia sus progenitores. Se trata
de la ausencia de normas y obligaciones, situación que el menor asume creyendo que
él tiene todos los derechos y ninguna obligación.

Ante estos comportamientos se debe poner límite a tiempo, cortando las actitudes
agresivas, oposicionistas y rebeldes. La corta edad del hijo no debe ser excusa para
que los padres le reprendan de forma proporcionada y adecuada. Los padres deben
actuar firmemente, sin cesiones ante las amenazas y las rabietas porque son estos los
que dirigen a la familia, contando con la opinión de los demás miembros, pero sin estar
subyugados a ellos. Estas actitudes de los padres han de ser inflexibles y coordinadas,
de nada sirven si solo las adopta uno de ellos con la disensión del otro. Ambos deben
demostrar tener los mismos criterios de disciplina y de corrección de los hijos. Eso sí,
todo esto se tiene que administrar con firmeza, pero, igualmente importante, con
cariño.

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Perfil de los padres obedientes

A veces, los padres se acostumbran a una actitud oposicionista de los hijos. Si día a
día y por sistema se enfrentan a conflictos a la hora de despertar, de lavarse o vestirse,
de desayunar, almorzar o cenar, de ir a clase, etc., si es habitual el que un hijo moleste
a sus hermanos continuamente o haga, como se dice vulgarmente, “de su capa un
sayo”, si un hijo llama la atención continuamente, si demanda una constante
disponibilidad de los padres, si los berrinches, la reafirmación del yo, la negación
continua, etc., son lo habitual, puede que los padres se acaben cansando.

Cuando llega el cansancio puede llegar el abandono de la autoridad, el chantaje, por


el que se les concede lo que piden para que dejen de molestar, la cesión por la que se
les da lo que piden porque sí.

Con esta actitud el niño vence, se ve importante y centro de su mundo, se ven


reforzadas las actitudes oposicionistas y rebeldes de los hijos ya que con su resistencia
acaba evitando hacer aquellas tareas desagradables o que no le gustan lo cual, a su
vez, retroalimenta la actitud de desobediencia. Llegados a este punto debemos
plantearnos cómo se debe actuar para reconducir estas situaciones.

En primer lugar, se debe reconocer y comprender qué ocurre para luego ver sus
orígenes y las circunstancias en las que se da. Para responder a estas preguntas la
clave es la comunicación pues, aunque los padres sepan qué es lo que el hijo debe o
no hacer ¿lo sabe el hijo? Y una vez averiguado ¿perciben los hijos la autoridad de los
padres? No olvidemos que estamos ante `padres obedientes` que han abdicado de
esa autoridad.

Respecto a lo anterior, tampoco debe olvidarse que la autoridad es fundamental en le


relación entre hijos y padres. Los hijos han de percibir que sus padres tienen esa
autoridad, que ellos son los que mandan. Esto les transmite en realidad una seguridad
que les es necesaria para crecer y aprender a mantener conductas adecuadas.

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Los hijos deben sentir que conseguir siempre su capricho solo les satisfará
temporalmente pero que en el futuro lamentarán haber adquirido hábitos conductuales
erróneos.

El uso de la autoridad no supone sin embargo el empleo de la violencia, el castigo


físico o psicológico sino la firmeza y el afecto. Para ello es necesaria la autoconfianza,
pues si no se confía en poder mantener una actitud frente al hijo despótico pronto se
verán convertidos en padres obedientes. Hay una serie de premisas a la hora de
practicar la firmeza y la autoridad:

 No se deben realizar peticiones de baja intensidad. Es decir, cuando se desea


que el hijo actúe de determinada manera no se le dirá de forma interrogativa
“¿por qué no…?” Sino en imperativo “haz…”.
 Usar la forma de orden cuando sea estrictamente necesario y no para todo
tipo de momento.
 Es necesario el formato de orden para las conductas adecuadas en la familia
(te toca poner la mesa); para transmitir valores positivos (si a una persona
mayor se le cae al suelo algo, ayúdale a recogerlo); para la socialización (si te
regalan algo se debe dar las gracias); y para el propio bien del hijo (no te
acerques a la cocina cuando se esté cocinando).
 No excederse en la confrontación o en la crítica.
 No lanzar las órdenes al viento desde lejos o gritadas. Estas deben dirigirse al
hijo cara a cara y mesuradamente para asegurarse de que las está oyendo y
comprendiendo.
 Ser firmes a la hora de reprimir las malas acciones del niño mediante un
castigo que se habrá de mantener siempre, es tremendamente
contraproducente imponer un castigo que luego no se vaya a cumplir.
 Dar las órdenes cuando sea necesario y en su momento justo. Si el niño coge
un dulce fuera de horas, al prohibirle comerlo se está fomentando el conflicto.
 En cambio, si desde siempre se le ha enseñado que comer entre horas no
está permitido, se habrá evitado ese conflicto.

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 Compartir con los hijos los buenos momentos y no escatimar el tiempo para
estar con ellos.
 Evitar emitir mensajes que no puedan ser cumplidos. No se debe amenazar
con el hombre del saco, con la policía o con abandonarlos porque si llega la
hora de cumplir la amenaza descubrirá que no tenemos autoridad para ello ya
que esta es incumplible. Se le debe amenazar con ser castigado. Tampoco se
les debe insultar llamándole tonto o vago.

Teorías explicativas del comportamiento agresivo


Las teorías del comportamiento agresivo se engloban en: Activas y Reactivas.
También tenemos por otra parte la teoría del aprendizaje social.

Las Activas: son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos,
lo cual vendría a significar que la agresividad es innata, que se nace o no con ella.
Defensores de esta teoría: Psicoanalíticos y Etológicos.

Las Reactivas: ponen el origen de la agresión en el medio ambiente que rodea al


individuo. Dentro de éstas podemos hablar de las teorías del impulso que dicen que la
frustración facilita la agresión, pero no es una condición necesaria para ella, y la teoría
del aprendizaje social que afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por
imitación u observación de la conducta de modelos agresivos.

Teoría del aprendizaje social: Para poder actuar sobre la agresividad necesitamos un
modelo o teoría que seguir y éste, en nuestro caso, será la teoría del aprendizaje
social. Habitualmente cuando un niño emite una conducta agresiva es porque
reacciona ante un conflicto. Dicho conflicto puede resultar de:

1. Problemas de relación social con otros niños o con los mayores, respecto de
satisfacer los deseos del propio niño.

2. Problemas con los adultos surgidos por no querer cumplir las órdenes que éstos le
imponen.

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3. Problemas con adultos cuando éstos les castigan por haberse comportado
inadecuadamente, o con otro niño cuando éste le agrede.

Sea cual sea el conflicto, provoca en el niño cierto sentimiento de frustración u emoción
negativa que le hará reaccionar. La forma que tiene de reaccionar dependerá de su
experiencia previa particular. El niño puede aprender a comportarse de forma agresiva
porque lo imita de los padres, otros adultos o compañeros. Es lo que se llama
Modelamiento.

Cuando los padres castigan mediante violencia física o verbal se convierten para el
niño en modelos de conductas agresivas. Cuando el niño vive rodeado de modelos
agresivos, va adquiriendo un repertorio conductual caracterizado por una cierta
tendencia a responder agresivamente a las situaciones conflictivas que puedan surgir
con aquellos que le rodean.

El proceso de modelamiento a que está sometido el niño durante su etapa de


aprendizaje no sólo le informa de modos de conductas agresivos, sino que también le
informa de las consecuencias que dichas conductas agresivas tienen para los
modelos. Si dichas consecuencias son agradables porque se consigue lo que se quiere
tienen una mayor probabilidad de que se vuelvan a repetir en un futuro.

¿Cómo valorar si un niño es o no agresivo?

Ante una conducta agresiva emitida por un niño lo primero que haremos será identificar
los antecedentes y los consecuentes de dicho comportamiento. Los antecedentes nos
dirán cómo el niño tolera la frustración, qué situaciones frustrantes soporta menos. Las
consecuencias nos dirán qué gana el niño con la conducta agresiva.

Por ejemplo: " Una niña en un parque quiere bajar por el tobogán, pero otros niños se
le cuelan deslizándose ellos antes. La niña se queja a sus papás los cuales le dicen
que les empuje para que no se cuelen. La niña lleva a cabo la conducta que sus padres

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han explicado y la consecuencia es que ningún otro niño se le cuela y puede utilizar el
tobogán tantas veces desee."

Pero sólo evaluando antecedentes y consecuentes no es suficiente para lograr una


evaluación completa de la conducta agresiva que emite un niño, debemos también
evaluar si el niño posee las habilidades cognitivas y conductuales necesarias para
responder a las situaciones conflictivas que puedan presentársele. También es
importante saber cómo interpreta el niño una situación, ya que un mismo tipo de
situación puede provocar un comportamiento u otro en función de la intención que el
niño le adjudique.

Evaluamos así si el niño presenta deficiencias en el procesamiento de la información.


Para evaluar el comportamiento agresivo podemos utilizar técnicas directas como la
observación natural o el autoregistro y técnicas indirectas como entrevistas,
cuestionarios o autoinformes.

Una vez hemos determinado que el niño se comporta agresivamente es importante


identificar las situaciones en las que el comportamiento del niño es agresivo. Para
todos los pasos que comporta una correcta evaluación disponemos de múltiples
instrumentos clínicos que deberán utilizarse correctamente por el experto para
determinar la posterior terapéutica a seguir.

Cómo tratar la conducta agresiva

Cuando tratamos la conducta agresiva de un niño en psicoterapia es muy importante


que haya una fuerte relación con todos los adultos que forman el ambiente del niño
porque debemos incidir en ese ambiente para cambiar la conducta. Evidentemente el
objetivo final es siempre reducir o eliminar la conducta agresiva en todas las
situaciones que se produzca, pero para lograrlo es necesario que el niño aprenda otro
tipo de conductas alternativas a la agresión. Con ello quiero explicar que el tratamiento
tendrá siempre dos objetivos a alcanzar, por un lado, la eliminación de la conducta
agresiva y por otro la potenciación junto con el aprendizaje de la conducta asertiva o

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socialmente hábil. Son varios los procedimientos con que contamos para ambos
objetivos. ¿Cuál o cuáles elegir para un niño concreto dependerá del resultado de la
evaluación? Vamos a ver algunas de las cosas que podemos hacer. En el caso de un
niño que hemos evaluado se mantiene la conducta agresiva por los reforzadores
posteriores se trataría de suprimirlos, porque si sus conductas no se refuerzan
terminará aprendiendo que sus conductas agresivas ya no tienen éxito y dejará de
hacerlas. Este método se llama extinción y puede combinarse con otros como por
ejemplo con el reforzamiento positivo de conductas adaptativas. Otro método es no
hacer caso de la conducta agresiva, pero hemos de ir con cuidado porque sólo
funcionará si la recompensa que el niño recibía y que mantiene la conducta agresiva
era la atención prestada. Además, si la conducta agresiva acarrea consecuencias
dolorosas para otras personas no actuaremos nunca con la indiferencia. Tampoco si
el niño puede suponer que con la indiferencia lo único que hacemos es aprobar sus
actos agresivos. Existen asimismo procedimientos de castigo como el Tiempo fuera o
el coste de respuesta. En el primero, el niño es apartado de la situación reforzante y
se utiliza bastante en la situación clase. Los resultados han demostrado siempre una
disminución en dicho comportamiento. Los tiempos han de ser cortos y siempre
dependiendo de la edad del niño. El máximo sería de 15 minutos para niños de 12
años. El coste de respuesta consiste en retirar algún reforzador positivo
contingentemente a la emisión de la conducta agresiva. Puede consistir en pérdida de
privilegios como no ver la televisión. El castigo físico no es aconsejable en ninguno de
los casos porque sus efectos son generalmente negativos: se imita la agresividad y
aumenta la ansiedad del niño.

Algunas consideraciones sobre el castigo

1. Debe utilizarse de manera racional y sistemática para hacer mejorar la conducta


del niño. No debe depender de nuestro estado de ánimo, sino de la conducta
emitida.

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2. Al aplicar el castigo no lo hagamos regañando o gritando, porque esto indica que
nuestra actitud es vengativa y con frecuencia refuerza las conductas inaceptables.
3. No debemos aceptar excusas o promesas por parte del niño.
4. Hay que dar al niño una advertencia o señal antes de que se le aplique el castigo.
5. El tipo de castigo y el modo de presentarlo debe evitar el fomento de respuestas
emocionales fuertes en el niño castigado.
6. Cuando el castigo consista en una negación debe hacerse desde el principio de
forma firme y definitiva.
7. Hay que combinar el castigo con reforzamiento de conductas alternativas que
ayudarán al niño a distinguir las conductas aceptables ante una situación
determinada.
8. No hay que esperar a que el niño emita toda la cadena de conductas agresivas
para aplicar el castigo, debe hacerse al principio.
9. Cuando el niño es mayor, conviene utilizar el castigo en el contexto de un contrato
conductual, puesto que ello ayuda a que desarrolle habilidades de autocontrol.
10. Es conveniente que la aplicación del castigo requiera poco tiempo, energía y
molestias por parte del adulto que lo aplique.

Recomendaciones a los padres y los profesores

Con lo explicado anteriormente nos damos cuenta que la conducta agresiva de nuestro
hijo es una conducta aprendida y como tal puede modificarse. También la lectura
anterior nos ha servido para comprender que una conducta que no se posee puede
adquirirse mediante procesos de aprendizaje.

Con lo cual el objetivo en casa o en la escuela también será doble: desaprender la


conducta inadecuada y adquirir la conducta adaptativa.

Si montamos un programa para cambiar la conducta agresiva que mantiene nuestro


hijo hemos de tener en cuenta que los cambios no van a darse de un día a otro, sino
que necesitaremos mucha paciencia y perseverancia si queremos solucionar el

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problema desde casa. Una vez tenemos claro lo anterior, la modificación de la
conducta agresiva pasará por varias fases que irán desde la definición clara del
problema hasta la evaluación de los resultados.

Vamos a analizar por separado cada una de las fases que deberemos seguir:

1. Definición de la conducta: Hay que preguntarse en primer lugar qué es lo que


nuestro hijo está haciendo exactamente. Si nuestra respuesta es confusa y vaga, será
imposible lograr un cambio. Con ello quiero decir que para que esta fase se resuelva
correctamente es necesario que la respuesta sea específica. Esas serán entonces
nuestras conductas objetivo (por ejemplo, el niño patalea, da gritos cuando...).

2. Frecuencia de la conducta: Confeccione una tabla en la que anotar a diario cuantas


veces el niño emite la conducta que hemos denominado globalmente agresiva. Hágalo
durante una semana.

3. Definición funcional de la conducta: Aquí se trata de anotar qué provocó la conducta


para lo cual será necesario registrar los antecedentes y los consecuentes. Examine
también los datos específicos de los ataques. Por ejemplo, ¿en qué momentos son
más frecuentes?

4. Procedimientos a utilizar para la modificación de la conducta: Nos planteamos en la


elección dos objetivos: debilitar la conducta agresiva y reforzar respuestas alternativas
deseables (si esta última no existe en el repertorio de conductas del niño, deberemos
asimismo aplicar la enseñanza de habilidades sociales).

Ciertas condiciones proporcionan al niño señales de que su conducta agresiva puede


tener consecuencias gratificantes. Por ejemplo, si en el colegio a la hora del patio y no
estando presente el profesor, el niño sabe que, pegando a sus compañeros, éstos le
cederán el balón, habrá que poner a alguien que controle el juego hasta que ya no sea
preciso.

Debemos reducir el contacto del niño con los modelos agresivos. Por el contrario,
conviene suministrar al niño modelos de conducta no agresiva. Muéstrele a su hijo
otras vías para solucionar los conflictos: el razonamiento, el diálogo, el establecimiento

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de unas normas. Si los niños ven que los adultos tratan de resolver los problemas de
modo no agresivo, y con ello se obtienen unas consecuencias agradables, podrán
imitar esta forma de actuar. Para nosotros papás entrenar el autocontrol con ayuda de
la relajación.

Reduzca los estímulos que provocan la conducta. Enseñe al niño a permanecer en


calma ante una provocación.

Recompense a su hijo cuando éste lleve a cabo un juego cooperativo y asertivo.

Existe una cosa denominada "Contrato de contingencias" que tiene como finalidad
comprometer al niño en el proyecto de modificación de conducta. Es un escrito entre
padres e hijo en el que se indica qué conductas el niño deberá emitir ante las próximas
situaciones conflictivas y que percibirá por el adulto a cambio.

Asimismo, se indica qué coste tendrá la emisión de la conducta agresiva. El contrato


deberá negociarse con el niño y revisarlo cada X tiempo y debe estar bien a la vista
del niño. Tenemos que registrar a diario el nivel de comportamiento del niño (como
hacíamos con la enuresis) porque la mera señal del registro ya actúa como reforzador.
Esto es adecuado para niños a partir de 9 años.

5. Ponga en práctica su plan: Cuando ya ha determinado qué procedimiento utilizará,


puede comenzar a ponerlo en funcionamiento. Debe continuar registrando la
frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva para así comprobar si el
procedimiento utilizado está o no resultando efectivo. No olvide informar de la
estrategia escogida a todos aquellos adultos que formen parte del entorno del niño.
Mantenga una actitud positiva. Luche por lo que quiere conseguir, no se desmorone
con facilidad. Por último, fíjese en los progresos que va haciendo su hijo más que en
los fallos que pueda tener. Al final se sentirán mejor tanto usted como su hijo.

6. Evalúe los resultados del programa: Junto con el tratamiento que usted ha decidido
para eliminar la conducta agresiva de su hijo, usted ha planificado también reforzar las
conductas alternativas de cooperación que simbolizan una adaptación al ambiente.
Una vez transcurridas unas tres semanas siguiendo el procedimiento, deberá proceder

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a su evaluación. Si no hemos obtenido ninguna mejora, por pequeña que sea, algo
está fallando, así es que deberemos volver a analizar todos los pasos previos. La hoja
de registro nos ayudará para la evaluación de resultados. Si hemos llegado al objetivo
previsto, es decir, reducción de la conducta agresiva, no debemos dejar drásticamente
el programa que efectuamos, porque debemos preparar el terreno para que los
resultados conseguidos se mantengan. Para asegurarse de que el cambio se
mantendrá, elimine progresivamente los reforzadores materiales. No olvide que los
procedimientos que usted como padre ha aprendido, los puede interiorizar para
provocar en usted mismo un cambio de actitud. Practique el entrenamiento en
asertividad y será más feliz.

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Conclusión

La capacidad de responder empáticamente a las emociones de los otros tiene una clara
relación con el afecto de las figuras del apego, la familia. La transmisión de valores y
normas de padres a hijos debe realizarse a través de una relación afectiva, cercana y
de comunicación sintonizada. La familia es el agente principal y fundamental de
influencia en el sujeto para aprender y desarrollar futuras actitudes violentas.
En las manifestaciones violentas o agresivas de los hijos, así como el desarrollo de
estas, influye el clima familiar en el que se encuentren. Conflictos o malos tratos, grado
de agresividad, intensidad, frecuencia, duración y resolución final son observados y
percibidos por los hijos que, a largo plazo, puede impactar en su desarrollo y en la
forma de afrontar las situaciones o problemas, aceptando e interiorizando la violencia
como la única manera de resolverlos. Los niños que han sido expuestos a la violencia
son más agresivos en el futuro.
Las conductas agresivas, son actos intencionales de naturaleza física, verbal, gestual
y/o actitudinal mediante el cual un niño daña, produce conflicto, lastima o crea
malestar en otros. Sus conductas agresivas frecuentes, responden a motivos diversos
(defensa, arbitrarios, competición, juego, frustración y lucha de poder) y se expresan
de distintas maneras (actitudes, gestos, amenazas, golpes).
Según los expertos, la frustración facilita la agresión y es un excelente caldo de
cultivo para que se desarrollen conductas agresivas en los niños. El comportamiento
agresivo del niño es normal, pero el problema es saber controlarlo. Muchas veces, el
niño provoca a un adulto para que él pueda intervenir en su lugar y controlar sus
impulsos agresivos, ya que no puede con todo.
Por eso, el niño necesita de un "no hagas eso" o "para con eso". Los niños, a veces,
piden una riña. Es como si pidiera prestado un control a su padre o a su madre. Del
mismo modo que los padres enseñan a caminar, a hablar o a comer a sus hijos,
deben enseñar también a controlar su agresividad.
Educar a los niños es una tarea difícil, que requiere trabajo. Pero que vale la pena
intentar acertar, mantener el equilibrio y procurar el consenso entre los padres para
que en la educación del niño no ocurran fallos de doble comunicación. Si uno de los

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padres permite todo y el otro nada, eso confundirá al niño y probablemente se
rebelará.

Los menores y adolescentes tienen mayores posibilidades de modificar determinados


comportamientos, porque tienen a su alcance mucha más información, con la que
escoger y decidir sobre sus propias conductas; pero deberán elaborar por sí mismos
un sistema apropiado de comportamiento no agresivo, que les aleje del sistema
aprendido por los adultos, en el caso de que este hubiera sido violento.

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Referencias bibliográficas

Medina, V. (2016). Causas de la Conducta Agresiva Infantil. Recuperado de:


https://www.guiainfantil.com/educacion/comportamiento/Causaagresividad.htm

Fundacioncadah. Violencia y Agresividad en la Familia. Recuperado de:


https://www.fundacioncadah.org/web/articulo/violencia-y-agresividad-en-la-
familia.html

Serrano, I. (1996). Agresividad Infantil. Recuperado de:


http://serbal.pntic.mec.es/pcan0012/documentos/conducta_3-agresividad.pdf

Durán, S. (2012). Causas de la Violencia en los Estudiantes. Recuperado de:


http://repositorio.uned.ac.cr/reuned/bitstream/120809/955/1/Causas%20de%20la%20
violencia%20en%20los%20Estudiantes-Silvia%20Duran%20Salazar%202012.pdf

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