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Sociología Política – J.

Lagroye

3. La política como sistema

La forma de organización política de las sociedades corresponde concretamente a la especialización de roles, reglas y procedimientos
particulares, así como de instancias y aparatos con distintos grados de institucionalización. Esta especialización sólo es posible si las
instancias y los papeles de gobierno gozan de legitimidad social.

Esta legitimidad en las distintas escalas de las instituciones políticas es producto de la competencia entre grupos sociales, así como de los
mecanismos de dominación vigentes en la vida social. Dicho esto, sólo se concibe lo político como una forma objetivada de las relaciones
sociales. En este sentido, la sociología política debe tener en cuenta esta tensión constitutiva de lo político.

El Estado, que se presenta como producto de una diferenciación y a la vez como expresión de las relaciones de fuerza en el conjunto de la
sociedad, también lo es de los “objetos consagrados” de la sociología política: partidos, elecciones, formas de reclutamiento de los
dirigentes, socialización de los individuos, entre otros.

Algunos autores privilegiaron las relaciones específicas entre los “elementos” de lo político (partidos, actividades electorales, formación
de opiniones), aislando así de alguna manera los agentes y las instancias de actividad política, separándolos ordenadamente del conjunto
de las relaciones sociales hasta el punto de desconocer lo que deben a éstas.

Lo más importante en primer término es comprender cómo distintos objetos “conforman un sistema”; en otras palabras, qué relaciones
características existen entre los roles, las instancias y las tareas políticas, como entre todos estos y el conjunto de las actividades sociales.

El concepto de sistema, si no se lo emplea a la ligera, designa las relaciones características entre elementos determinados, definidos por
sus caracteres propios; este conjunto está sometido a las influencias de su “ambiente” (es decir, de todo lo que no entra en la definición
del sistema mismo) y a su vez puede ejercer una acción sobre éste.

Por lo tanto, los caracteres propios de los elementos o componentes del sistema, como las relaciones características que los vinculan
entre sí, son indisociables de la definición de sistema: éste será “político” en la medida que sus elementos (equilibrio, comunicación,
negociación) concurren en la realización de un orden político.

El éxito de los análisis sistémicos facilitaron, sobre todo, el descubrimiento de relaciones y actividades dotadas de una dimensión política,
cualquiera que fuera el aspecto de éstas y aunque al principio no se presentaran como tales a la vista del observador. El análisis sistémico
produce una visión de la sociedad artificialmente ordenada en esferas de actividades distintas, separadas, encerradas mal o bien en una
gran “totalidad social” organizada y coherente.

El análisis sistémico

Este marco de análisis tiene sus raíces en la sociología funcionalista, más que nada en los trabajos de Merton y Parsons.

Funciones y sistema: Las exigencias funcionales del sistema.

Se puede decir que una organización política tiene la “función” de satisfacer los deseos de ascenso de sus miembros más activos a fin de
garantizar su designación como candidatos en una elección, como la de satisfacer la necesidad de sus adherentes de identificarse con un
grupo de individuos que comparten un ideal y creencias comunes.

Es fundamental afirmar que la organización política es el resultado de las actividades de sus miembros, que se organizaron sea por
compartir un ideal, o bien, para acrecentar sus posibilidades de ser elegibles.

Para conocer las actividades necesarias para el mantenimiento del sistema y las estructuras que realizan esas actividades es necesario
identificar las exigencias funcionales del sistema.

El enfoque funcionalista exige que se definan las funciones y las estructuras no en sí mismas sino a partir del sistema social del cual son
elementos. Lavau expresa que las funciones son contribuciones (o soluciones) a las exigencias fundamentales de los sistemas, aportadas
por los actores vinculados con éstos. Se supone que esas exigencias funcionales son las que necesita el sistema para sobrevivir,
adaptarse, alcanzar sus fines, no desnaturalizarse.
La clasificación de las exigencias funcionales varía sensiblemente de un autor a otro. Quienes aportan una definición más compleja,
expresan que todo sistema social implica cuatro exigencias funcionales: 1) el mantenimiento de un modelo de organización social y la
reducción de tensiones; la realización de los objetivos del sistema, especialmente la conservación del statu quo; 3) la adaptación, sobre
todo mediante la realización de “actividades que procuren recursos para el sistema social”; y 4) la integración, que garantiza la cohesión y
la interdependencia de los roles y estructuras dentro de un sistema social.

Almond distingue siete funciones del sistema político: reclutamiento político, socialización, comunicación política, expresión de intereses,
admisión de intereses, elaboración de políticas y ejecución de políticas.

La dinámica del sistema político

En estas condiciones, concebir lo político en términos de sistema significa abstraer del conjunto de la vida social los roles, las actividades y
las estructuras particulares y definir los mecanismos mediante los cuales todos ellos contribuyen a la realización de las funciones líticas
necesarias para el mantenimiento del sistema social. En otras palabras, el sistema político no designa una “realidad” inmediatamente
perceptible, visible, concretamente aprehensible sino el resultado de una operación intelectual de abstracción, elección y construcción
teórica de un modelo de relaciones.

En una perspectiva muy diferente, otros autores formularon la hipótesis de que todo sistema político tiende normalmente a conservar un
estado característico de equilibrio entre sus elementos, cuya desaparición significaría la caída del propio sistema.

Las concepciones de Almond y Spiro tienen el mérito de proponer una visión más dinámica del funcionamiento del sistema a partir de las
modalidades de producción de las decisiones. Spiro atribuye un papel fundamental al conjunto de las relaciones que se establecen entre
los elementos del sistema en el curso de un proceso global de problemas a resolver, de discusión sobre las soluciones posibles y de toma
de una decisión: aquí se concibe la interdependencia de los elementos como una interacción evolutiva.

Por su parte, Almond destaca la sensibilidad de las instancias de decisión a las transformaciones del ambiente. Éstas, que pueden resultar
tanto de factores externos al sistema político como de las decisiones del propio sistema, obligan a las instancias de decisión a modificar
constantemente sus actividades y relaciones, y a adaptarse por ese medio a los efectos rebote de su funcionamiento.

Easton es sin duda el autor que más ha avanzado en una concepción dinámica del funcionamiento del sistema político. Para él, el sistema
político tiene una función general esencial para el mantenimiento del sistema social en su conjunto: la de convertir los inputs en outputs
en un flujo continuo que afecta toda la vida social. Así todo queda insertado en un proceso dinámico el entorno del sistema político, que
se transforma por efecto de las decisiones que emanan tanto del propio sistema como de otros; las instancias de decisión (o autoridades
políticas), sometidas a exigencias siempre renovadas y a modificaciones de sus pilares de sustentación; las relaciones entre los elementos
del propio sistema político, que cambian en función de la evolución de los efectos de rebote o “lazos de retroacción”. El sistema se
mantiene en la medida que se transforma.

Desde la perspectiva de Easton, el análisis sistémico puede ayudar al investigador a evitar la reducción de lo político al solo juego de las
instancias especializadas.

La comparación de los sistemas políticos. De la constatación de las diferencias a la investigación de las culturas.

El método comparativo, que consiste en una aproximación racional de objetos de naturaleza análoga a fin de identificar mejor sus
características es necesario en todas las ciencias.

Muchos autores han señalado que la principal dificultad del método radica en la identificación de los objetos que conviene comparar. El
análisis de lo político en términos de sistema debe su éxito en buena medida a que permite efectuar comparaciones racionales; es espera
de esta “teoría intermediaria” que defina los elementos del sistema susceptibles de ser comparados.

La máxima ambición de los estructuralistas-funcionalistas es definir por vía de la comparación los tipos de sistemas políticos. Según
Kaplan, conviene comparar racionalmente algunos tipos de sistemas políticos para descubrir las similitudes y las diferencias. En esta
perspectiva, el análisis sistémico puede servir de fundamento metodológico para los intentos de construir tipologías de sistemas y
regímenes políticos.

El aislamiento de las creencias y actitudes concernientes a lo político conduce a separar arbitrariamente los juicios relativos sobre el
sector particular de la vida social de los que abarcan el conjunto de las relaciones sociales; con todo, señalar la indiferencia con respecto a
las actividades y los partidos políticos solo tiene sentido si se pueden descubrir las actitudes con respecto a otras actividades y
organizaciones (religiosas, culturales, de caridad, etc.)

En términos generales, no se pueden disociar las creencias y los valores “políticos” de los que hacen al conjunto de las relaciones sociales.

La cultura política, tal como la conciben Almond, Verba y Pue solo se puede aprehender mediante la conducta de los individuos o la
representación que ellos tienen de dicha conducta. De ese modo, el enfoque culturalista se inscribe en esta concepción general del
método sociológica que privilegia la medición empírica de las practicas y las actitudes, su cuantificación y la construcción estadística de
regularidad en las conductas observadas. De allí derivan dos efectos: una asimilación mal fundada con la teoría de los valores y las
conductas, y una “circularidad” del razonamiento que despoja al concepto de cultura política de toda dimensión explicativa. En primer
lugar, confusión entre los valores y las conductas: se atribuyen practicas individuales tales como la participación electoral o la abstención
masiva, o incluso el respeto por agentes de policía, congresistas o administradores a las creencias y concepción de los indicios sobre la
vida política.

Ahora bien, estas practicas pueden derivar de presiones sociales, hábitos, conformismos que no tienen nada que ver con una valoración
de las conductas correspondientes. En segundo lugar, la circularidad: pretender explicar las conductas por el apego de los individuos a
valores que se descubren esencialmente mediante la observación de las conductas mismas.

La ilusión de las tipologías

Comparar y clasificar regímenes es examinar los procesos y las estructuras mediante las cuales se cumplen las funciones escogidas; es
tratar de caracterizar la “naturaleza” de los sistemas políticos a través de las relaciones entre gobernantes y gobernados, las formas de
autoridad y coacción, las relaciones entre instituciones y ciudadanos.

El resultado de este trabajo es una descripción muy aproximativa del aporte de cada estructura a la realización de las funciones políticas,
y las conclusiones que derivan de ello solo tienen un alcance descriptivo: los ejecutivos son instancias colectivas o bien equipos muy
personalizados; los cuerpos legislativos están formados, según los casos, por una o dos cámaras cuyos poderes están mas o menos
equilibrados y están dotados o no, según los regímenes, de una verdadera capacidad para elaborar y controlar las políticas; las
burocracias realizan muchas mas funciones de las que les corresponden oficialmente, pero que difieren de un país a otro.

Sistema político y modernización

Una serie de trabajos que asignan al sistema político una función general en el desarrollo de las sociedades revelan el interés por
comprender como el sistema se inserta en el conjunto de los procesos sociales. El desarrollismo engloba un conjunto importante de
estudios que comparan los distintos sistemas políticos desde el ángulo del “desarrollo” o la “modernización” política.

La concepción funcionalista de la modernización

Los autores identificados con el desarrollismo afirman resueltamente su originalidad con respecto a los teóricos del desarrollo
económico: subrayan sobre todo que la modernización política es un concepto contrato referido a mecanismo estrictamente políticos
como la diferenciación, la institucionalización y la movilización.

Por consiguiente, en un principio el concepto de modernización es inseparable de las investigaciones sobre la correlación entre el
enriquecimiento y la estabilización de regímenes líticos que correspondan lo mas estrechamente posible a los “criterios” de la
democracia.

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