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Monica Higuera

“Sé que soy obesa de acuerdo con los estándares de cualquiera”, dijo Monica Higuera a su internista, “y me lo
estoy provocando”. Incluso siendo niña, Monica había tenido sobrepeso. Ahora, con 1.61 m de estatura, pesaba
95 kg. “Ahora tengo 37; durante años, mi IMC ha ido siguiendo a mi edad”.
El consumo en atracones de Monica había comenzado años antes, casi al tiempo en que se rompía una de sus
relaciones de pareja. Ahora, por lo menos dos veces por semana cocinaba la cena—le gustaba en particular la
pasta con avellanas. Devoraba una porción, y luego consumía otra y otra más. Incluso si no tenía hambre, comía
helado (“Por lo menos dos porciones—lo engullo, sin pensar en ello”) y galletas. Aunque se sintiera llena (“de
bocadillos y remordimiento”), nunca vomitaba lo que había consumido; nunca había utilizado laxantes u otros
fármacos para purgarse. Mientras lavaba los trastes al terminar, era común que se sorprendiera de que tan
sólo hubieran transcurrido 30 min.
“Siempre he sido gorda. Pero hasta hace un par de años había hecho muchas dietas. Ahora parece que
simplemente me di por vencida”, dijo Monica al tiempo que tocaba el panquecillo de salvado que traía oculto
en su bolsa. Negó algún antecedente de consumo inapropiado de sustancias; excepto por la obesidad, su
internista le indicó que estaba saludable. Nacida y educada en la Costa Oeste, Monica se había casado y
divorciado; ahora vivía con su hijo de 15 años, Rolando, cuyo peso era normal. Tendía a incurrir en atracones
durante los fines de semana, cuando no estaba trabajando. Esto se había intensificado desde que Rolando había
formado su propio grupo de amigos y estaba “fuera, haciendo sus propias cosas”.
La autoimagen de Monica era mixta: “Tengo un sentido del humor excelente y una cara en verdad bonita, pero
sé que soy enorme. A mi exmarido le encantaba caminar por las montañas, pero al final decidió que no quería
estar casado con una”. Monica trabajaba como locutora en la radio en la filial de la radio pública local. Su
momento “cumbre” fue aquel en el que casi recibe una oferta para un mejor trabajo. “Un productor de
televisión en cable me escuchó en la radio y le gustó mi voz. Pero cuando nos encontramos para tomar un café,
perdió el interés”. Pareció triste un momento, pero entonces, con una sonrisa discreta, agregó: “¿Puede
imaginarme en la televisión? Tendría que ser en pantalla ancha”.

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