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LA BRUJA DE MIRAMAR

Análisis estilístico

Carlos Gagini Chavarría nació en San José en 1865. Su padre era de origen

suizo; su madre, costarricense. Desde pequeño demostró sus capacidades

intelectuales: siempre buscó lecturas y libros que le enseñaran. Su padre

estimuló este afán de saber. A los dieciséis años se graduó de bachiller.

En 1882 fue nombrado profesor de Castellano y Latín en el Instituto

Nacional donde se había educado; desde entonces se desempeña en la

educación hasta su muerte. También fue creador de nuevos métodos

pedagógicos, de libros de textos y obras de consulta de gran valor.

Hombre de mentalidad y vida disciplinadas, se aplica a la investigación y

logra publicar su Diccionario de Barbarismos y Provincialismos de Costa

Rica, luego convertido en Diccionario de Costarriqueñismos.

Su inquietud en asuntos de cultura lo lleva al terreno del arte: lo atraen la

música, la pintura y la literatura. Escribe varias obras de teatro, tres novelas,

versos y dos tomos de cuentos.

Muchas oposiciones y muchas amarguras encontró en su labor, pero seguía

trabajando con tesón y superando su obra. Polemizó varias veces contra

notables adversarios en asuntos de educación y de ciencia. Muere en 1925.


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Ambiente cultural y literario de la Costa Rica de fines del siglo XIX y

comienzos del siglo XX

Durante los últimos 15 años del siglo XIX empezó a manifestarse en Costa

Rica interés por el cultivo de la literatura. Primero apareció el costumbrismo

incipiente mezclado con tonalidades románticas, realistas y naturalistas. Las

letras costarricenses estaban retrasadas por falta de una tradición colonial;

pero, casi de repente, los escritores sintieron que la tierra y el medio les

pertenecían. Y utilizaron giros y voces de genuino sabor regional para

expresarse.

Las obras que publicaban estaban íntimamente relacionadas con la literatura

de los otros países hispanoamericanos: México, Guatemala, Perú, Chile,

Argentina y Cuba iniciados en la literatura mucho antes que Costa Rica. En

ellos, como en toda Hispanoamérica, existieron tendencias literarias

similares. Aquí, en Costa Rica, fluía la misma corriente que inquietaba a

toda América: la del conflicto entre el nativismo y el exotismo.

Las producciones costarricenses estaban salpicadas de romanticismo,

realismo, naturalismo. Y aun de parnasianismo y simbolismo. En esa época

nació en América el modernismo, voluntad de estilo que revolucionó la

literatura en lengua española. Este movimiento había sido iniciado por José

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Martí y, precisamente por esos años llegaba con Azul y Prosas profanas de

Rubén Darío a un punto culminante que incitó a la juventud a tomar partido.

En algunos, por haber estudiado en Francia, dominó la atracción intelectual

y artística de París. Otros, más influidos por autores españoles y estimulados

por el ejemplo de los costumbristas sudamericanos, se propusieron una tarea

nacionalista. Surgió entonces una polémica que duró casi diez años. Se

discutieron puntos lingüísticos y literarios en periódicos, revistas y tertulias.

Los más tenaces creían en el deber de enardecerse con lo propio, con lo

pintoresco y con el colorido de las costumbres nativas, a fin de preservar la

identidad nacional amenazada por los europeizantes.

El primero en atreverse fue Ricardo Fernández Guardia, un joven educado

en Francia quien, en 1894 publicó Hojarasca, un tomo de cuentos de corte

afrancesado. Este tomo habría de despertar enseguida tanto simpatías como

divergencias.

Las diferencias surgieron cuando Carlos Gagini reprochó al cuentista y a

otros escritores hispanoamericanos el injusto menosprecio por lo propio.

Fernández Guardia declaró que “el tal nacionalismo no le atrae ni poco ni

mucho”; juzgó al pueblo de Costa Rica “desprovisto de toda poesía y

originalidad”; admitió su admiración por los parisienses y su desdén por las

indias de Pacaca. La réplica de Gagini no se hizo esperar: él sí creía a Costa


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Rica capaz de producir buenos escritores “que interpreten el espíritu

nacional y no crean que lo bello se encuentra únicamente en las comarcas

lejanas, en las cosas exóticas o en los tiempos antiguos”.

El guatemalteco Máximo Soto Hall y Joaquín García Monge publicaron,

respectivamente, sus novelas El problema y El Moto. Ellos probaron que se

podían hilvanar tramas novelescos alrededor de temas nacionales. Además,

García Monge demostró la ventaja de desarrollarlas con el habla popular

campesina.

Si se evocan estos recuerdos, se debe a que, gracias al celo brioso de Carlos

Gagini (y de muchos otros más), en 1901, el triunfo de la tesis nacionalista

era ya innegable. Magón, Aquiles y García Monge habían adquirido gran

popularidad y renombre. Ya se les consideraba, con justo derecho, autores

clásicos en el más auténtico sentido de autores consagrados e indiscutidos.

El triunfo de la tesis nacionalista se advierte también en que el mismo

Ricardo Fernández Guardia, publicaba en 1901 sus Cuentos Ticos, de temas

muy costarricenses en un castellano castizo.

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Carlos Gagini y su obra

Carlos Gagini había publicado aisladamente desde 1885 doce cuentos en que

los temas exóticos se combinaban con lo costarricense. Predominaba en

ellos una concepción romántica entreverada de una actitud naturalista.

Luego, en 1898, reunió esos cuentos bajo el título de Chamarasca.

“Chamarascas” son “los palitos que alimentan el primer fuego y luego

ayudan a los otros maderos grandes a encenderse”. Con ese nombre quiso

dar a entender su fe en el futuro de la literatura costarricense.

En Chamarasca predomina el tema amoroso. Once cuentos son a base del

triángulo trágico, en que dos hombres están enamorados de la misma mujer,

o bien dos mujeres del mismo hombre. Estos cuentos “se parecen mucho

unos a otros pese a la gran variedad de escenario: la Francia medieval,

Egipto, la selva costarricense, la época precolombina y la ciudad de San José

a fines del siglo XIX”. Sugiere el paisaje con dos o tres toques de forma y de

color, esbozándose así todo un cuadro de la naturaleza viva.

Sin embargo, si se recuerda a Gagini como uno de los propugnadores de una

literatura nacionalista, llama la atención que el habla popular del

costarricense, casi no aparece en estos cuentos de Chamarasca. Y es curioso

que en sus obras de teatro “Don Concepción” y “Los pretendientes” sí la

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utiliza y, además, ya había publicado su célebre Diccionario de barbarismos

y provincialismo de Costa Rica.

Veinte años después de la publicación de Chamarasca, en 1918, Francisco

Soler y Julián Marchena recogieron ocho cuentos de Carlos Gagini y los

editaron con el título de Cuentos grises. Se nota aquí –señala el crítico

norteamericano Seymour Menton- “mayor confianza en el manejo de la

técnica y en la variedad más grande de temas. Si la influencia naturalista

perdura en “A París”, es reemplazada por el espiritismo en “Espiritismo”,

“El tesoro del Coco”, “El secreto de Lelid”, “La leyenda del prestamista” y

“El silbato de plata” y por el realismo sentimental en “La bruja de Miramar”.

En este tomo de cuentos, ocurre lo mismo que en el anterior: Gagini halla

expresión en los temas realistas y evita el costumbrismo tanto como el uso

del lenguaje popular. El diálogo vuelve a ser un simple chispazo que pronto

se desvanece, y es él quien conduce la narración o intercala misivas

frecuentemente.

Cuentos grises marca el inicio de una etapa importantísima en la narración

de Gagini. Los años inmediatamente siguientes fueron fecundos: publica

obras que lo acreditan en la novela como el primer representante del

nacionalismo y del anti-imperialismo en nuestras letras: El árbol enfermo

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(1918), La sirena (1920), La caída del águila (1920), El Erizo (1922) y

Latino (1922).

Carlos Gagini se presenta a ña consideración del lector actual con el mérito

de haber sido uno de los primeros en escribir cuentos bien definidos y

originales. Junto con Fernández Guardia, merece un mayor reconocimiento,

porque estableció las bases para que el cuento floreciera en Costa Rica.

En la obra de Gagini hay que distinguir al pensador del literato. En el primer

campo fue un positivista, discípulo de Augusto Comte, que no reconocía

otros conocimientos que los de la experiencia y la razón, según lo sostiene

en sus obras La ciencia y la metafísica y Nociones de psicología.

Su actividad más importante fue la filología en la que era una verdadera

autoridad. A él se deben importantes estudios sobre las lenguas indígenas de

Costa Rica, varios textos y ejercicios gramaticales para escuelas y colegios

y, sobre todo, el Diccionario de costarriqueñismos, prologado y elogiado

por el filólogo colombiano Rufino J. Cuervo.

La obra de ficción de Gagini es extensa y variada y abarca el cuento, la

novela y el teatro. En los tres géneros es uno de los escritores que cultivaron

y dieron impulso al movimiento costumbrista costarricense, si bien en una

forma puramente externa y casi académica. Escribió dos tomos de cuentos y

seis novelas. En algunas de estas es el primer representante del nacionalismo


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y del anti-imperialismo en su patria. Fue también poeta, de gran corrección y

de sentido clásico, aunque de poca inspiración.

Características generales de la obra de Carlos Gagini

1. Gagini se interesa poco por el paisaje costarricense y por el modo de

ser de nuestras gentes. Casi siempre se mencionan elementos propios

de otros países. Y aun en este caso, los datos del ambiente son

escasos. El autor prefiere referirse al comportamiento de sus

personajes, el cual está más de acuerdo con las costumbres de esos

otros medios geográficos, de preferencia europeos.

2. Sus personajes sufren conflictos y situaciones desesperantes, y tienen

muy breves momentos de felicidad. Cuando llega al momento

culminante, se le escapa al individuo la posibilidad de ser feliz. Casi

siempre se manifiesta el dolor de lo imposible.

3. Con frecuencia usa las “esquelas” o “billetes” como formas

expresivas. Estas pequeñas cartas que los personajes se envían,

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desempeñan un papel muy importante: la de dar datos aclaratorios de

ciertas actitudes hasta entonces vagas en la narración.

4. Los personajes de Gagini hablan como gente de gran cultura y

educación.

5. Gagini no intentó recoger en sus cuentos la expresión popular, el

vocablo o el giro típico. Es importante advertir, sin embargo, que en

sus obras de teatro el autor sí se interesa por la expresión popular.

6. Gagini menciona con frecuencia a algunos personajes de sus obras

con una simple letra mayúscula. El “personaje incógnito” contribuye a

darle más interés a la narración.

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Estudio de la Lengua

El léxico:

1. Potingues: m. Cualquier bebida de botica o de aspecto y sabor

desagradable.

2. Desvencijado: p.p de Desvencijar: tr. Aflojar, desunir, desconcertar

las partes de una cosa que estaban y debían estar unidas.

3. Frugal: adj. Parco en comer y beber. 2. Aplícase también a las cosas

en que esa parquedad se manifiesta.

4. Mortero: m. Utensilio de madera, piedra o metal, a manera de vaso,

que sirve para machacar en él especias, semillas, drogas, etc.

5. Menjurjes: Cosmético o medicamento formado por la mezcla de

varios ingredientes.

6. Exigua: adj. Insuficiente, escaso.

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7. Achaques: m. Indisposición o enfermedad habitual, especialmente las

que acompañan a la vejez.

8. Furtivamente: adv. m. Ocultamente.

9. Granjeó: 2. Adquirir, conseguir, obtener, en general.

10.Calaveras: 3. m. fig. Hombre de poco juicio y asiento. 4. fig. Hombre

dado al libertinaje.

11.Cobertizo: m. Tejado que sale fuera de la pared y sirve para

guarecerse de la lluvia. 2. Sitio cubierto ligera o rústicamente para

resguardar de la intemperie personas, animales o efectos.

12.Desnaturalizado: p.p de desnaturalizar. 2. Que falta a los deberes

que la naturaleza impone a padres, hijos, hermanos, etc.

13.Tisis: f. Pat. Enfermedad en que hay consunción gradual y lenta,

fiebre héctica y ulceración en algún órgano. 2. Pat. Tuberculosis

pulmonar.
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14.Galvanizaba: 4. fig. Reactivar súbitamente cualquier actividad

humana, energías, entusiasmos, etc.

15.Extenuada: p.p de extenuar. tr. Enflaquecer, debilitar.

16. Abnegación: f. Sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus

afectos o de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o por

altruismo.

17.Inefable: adj. Que con palabras no se puede explicar.

Morfología y Sintaxis

Al analizar detenidamente las características morfológicas que se hayan en

el cuento “La bruja de Miramar”, es importante hacer destacar como primer

punto de enfoque la constante presencia de los adjetivos calificativos y de

las adjetivaciones. Gagini se vale de ellos para poder transmitir

minuciosamente los detalles importantes que conforman la personalidad de

los actantes, l a situación en que se encuentran y se mueven, los problemas

que arrostran y el conflicto que padecen. Estos se encargan de dar a


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entender, desde el comienzo, la causa por la cual se le desprecia a la tía

Mónica: “es una mujer cincuentona, de nariz aguileña, ojillos penetrantes y

tupidas cejas grises”; “vivía absolutamente sola en aquella choza sin

vecindario”; “ allí veía deslizarse los años, siempre atareada y silenciosa,

cada día más flaca y huraña, gastada prematuramente por las penas del alma

y los achaques del cuerpo”; “…entreabría sus marchitos labios..”.

Además, dan la evidencia de cómo es el hijo de ella: se puede decir que era

“una gallardo adolescente que iba a comenzar sus estudios en la escuela de

comercio”; “ ¿Qué importaba que el joven recibiera con frialdad, casi con

disgusto, sus visitas?; “Está relacionado con las principales familias de San

José y ¿qué dirían sus amigos si supiesen que era hijo de la bruja de

Miramar?”; “Trastornado por el licor y deslumbrado por los montones de

oro y de billetes, jugó por primera vez, jugó toda la noche, y al amanecer

había perdido todo cuanto llevaba, inclusive el dinero que no era suyo.”; “…

sin comprender el profundo egoísmo de aquel hijo desnaturalizado”.

Por otra parte, sirven para evidenciar el contraste social que hay entre la tía

Mónica y los otros actantes que cumplen una función secundaria dentro de la

obra, pero importante para el avance de los diversos conflictos: “El señor

Rodríguez, el tendero más acaudalado de Miramar, necesitaba un tenedor de

libros”; “Tenía el señor Rodríguez una hija bellísima y modesta –Anita”;


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“…vio una lujosa mesa guarnecida de señoras y caballeros: en el sitio de

honor una bellísima joven vestida de blanco y coronada de azahares bajaba

los ojos ruborizada y sonriente, mientras asu lado un apuesto mancebo

murmuraba a su oído palabras de amor”. Estas caracterizaciones indican que

Jorge se movía dentro de un ambiente social elevado que se encargaba de

hacerlo negar todavía más su parentesco con la pobre vieja ya que ella vivía

en “aquella choza sin vecindario”; “…confeccionando jabón de hiel, jarabes

para la tos y otros menjurjes…”; “don Alonso, el dueño de los terrenos

colindantes, insistía en comprarle la exigua finca”.

Es importante mencionar que el uso recurrente de las adjetivaciones y de los

adjetivos provocan en el lector la compasión hacia la tía Mónica cuando el

conflicto que ella padece se va intensificando tanto que hasta ella misma lo

llega a padecer y reflejar físicamente: “Durante dos semanas la vieron por

las calles del pueblo vendiendo potingues, pero ya no hortalizas, cada vez

más flaca y tosiendo sin cesar”; “Vivía en un cobertizo azotado por el viento

y por la lluvia”; “devorada por la tisis, y postrada en el lecho, habría muerto

abandonada si una vecina caritativa no le hubiera llevado de tarde en tarde

algún socorro”; “Al llegar frente a ellos (unos balcones) se dejó caer

extenuada sobre la hierba…”; “Y la moribunda pensó enajenada que toda

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aquella felicidad era obra suya…”; “Su rostro reflejaba aún en una inefable

sonrisa la encantadora visión que tuvo al partir de este mundo”.

Ahora bien, otro aspecto morfológico que se debe tratar es el uso de las

palabras con sufijos despectivos que aparecen al comienzo del cuento. El

autor ha querido hacer uso de ellas para darle un tono más triste y feo a la

personalidad de la tía Mónica y al mundo que la rodea: lo que Gagini se

propone lograr con estos sufijos es equilibrar la armonía gris y oscura del

ambiente en el que vive la pobre vieja con las características opacas y

además despectivas de la personalidad de dicha actante, tanto en el plano

físico como en el sentimental. El lector percibe que la tía Mónica pertenece a

un ambiente marginado y descuidado, cargado de miserias y de pobreza;

estas palabras reflejan objetivamente lo que posiblemente es y siente la

actante principal por dentro: una triste mujer fea (nótese que se le considera

una bruja) que vive al margen de la sociedad y de su hijo ya que se le trata

despectivamente, como si no tuviera valor humano alguno. Como ejemplos

de este aspecto, se pueden mencionar las palabras “casucha”, “calleja”,

“lucecilla”, “ventanillo”, “camilla”, “banquillo”, “cincuentona”, “ojillos”,

“callejuela”.

Por otro lado, el autor hace uso de dos tiempos verbales propios de los

cuentos o las novelas: el pretérito prefecto simple y el pretérito imperfecto


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del modo indicativo. El constante uso de estos dos tiempos, incluso dentro

de los monólogos o diálogos escritos en estilo indirecto libre, da a entender

que es el narrador el que tiene el dominio permanente sobre el tema y sobre

los personajes que trata: “Comprábanle sus artículos más por miedo que por

caridad; y fue sin duda por alejarla de la aldea por lo que don Alonso, el

dueño de los terrenos colindantes, insistía en comprarle la exigua finca.

¿Venderla? Ni por pienso. Como deshacerse de una propiedad que le

proporcionaba la subsistencia y le permitía vivir sin mendigar favores a

nadie?”.

Con lo que respecta al plano sintáctico, es importante destacar el uso de los

complementos circunstanciales de lugar y de tiempo. En los otros cuentos de

Carlos Gagini, casi no hay descripciones de paisajes: aparecen alusiones

muy leves, apenas perceptibles para quienes conocen los lugares citados. El

uso de topónimos costarricenses pudiera dar la idea de que la relación de

asuntos sucede en los lugares nombrados; pero una persona ajena a esos

nombres podría sustituirlos por otros, sin desventaja alguna para la

narración. La aparente localización de escenarios es un recurso para darle

mayor verismo, no para limitarlo a un área geográfica determinada, que

pudiera interpretarse como obra de regionalismo. Pero en “La bruja de

Miramar”, Gagini da más datos acerca del ambiente que en ningún otro
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cuento: se sabe que antes de residir en Miramar, la tía Mónica vivió en San

José cuando estaba casada, y que una vez que se trasladó a esta otra zona,

habitó en una casucha que le había legado una tía suya y que esta quedaba

cerca de la calleja del río y apartada totalmente de la aldea. Gagini nos

explica que su hijo, al irse a vivir a Miramar para trabajar en la tienda del

señor Rodríguez, alquiló en el centro de la ciudad un cuartito para no tener

que vivir con su madre y evitar que se dieran cuenta de que él era el hijo de

la bruja. Además, se sabe que cada dos veces por semana, la pobre viejecilla

iba a vender al pueblo sus hortalizas y menjurjes. Ya después, cuando la tía

Mónica vendió su heredad para salvar la dignidad de su hijo, se nos indica

que nadie la volvió a ver por las calles del pueblo y que vivía en un

cobertizo azotado por el viento y por la lluvia. Es importante mencionar que

ya casi al final del cuento, Gagini describe el lento recorrido que hizo la

pobre mujer para poder llegar al lugar en donde se estaba celebrando la

fiesta del matrimonio de su hijo: caminó lentamente por la callejuela del río

hasta llegar al Mercado y de ahí caminó trescientos metros más para poder

llegar a los balcones en cuyo lugar se celebraba dicha fiesta. Por último, el

autor cuenta que su cadáver fue encontrado en la plaza y que murió feliz de

ver realizado el deseo de su hijo.

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Como ya antes se aclaró, el hecho de que Gagini haya dado más detalles

sobre el lugar en el que se desenvolvió la vida y el conflicto de la tía Mónica

es solamente para otorgarle mayor veracidad a la trama que el narrador

desarrolla.

Esto mismo se puede aplicar al uso constante de los complementos

circunstanciales de tiempo: le otorgan más realidad a la narración; envuelven

al lector en una atmósfera temporal que abarca la historia de la vida de la tía

Mónica, 15 años atrás en la Capital, hasta el momento en que surgen los

conflictos graves que llevan al casamiento de Jorge y a la muerte de la vieja

mujer: durante el mes de diciembre y comienzos de enero. El año no se

especifica.

Por último, la presencia de las oraciones subordinadas comparativas modales

es importante ya que sirven para decorar estilísticamente el desarrollo de la

historia: “…temerosos de aquella lucecilla que parpadeaba en la sombra

como un ojo felino”; “Pero cuando rendida del ajetreo diurno se echaba

sobre su lecho, una sonrisa de inefable dicha entreabría sus marchitos labios

y parecía iluminar como una aurora las paredes de la estancia.”; “El viento

de aquella sombría noche de enero azotaba el rostro de los escasos

transeúntes con una llovizna fría y penetrante como puntas de agujas”,“Y

mientras en la sala continuaba el alegre concierto de la música y las risas,


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fuera la llovizna seguía cayendo, cayendo fría como el olvido y despiadada

como el egoísmo”.

Contenido del cuento

La Tía Mónica es una pobre, vieja y fea mujer (la gente del pueblo de

Miramar la tilda de bruja) que vive en una choza enclavada en una pequeña

finca, lejos del pueblo; ahí ella confecciona jabones, jarabes para tos y otros

menjurjes que junto con sus hortalizas va a vender al pueblo dos veces por

semana. Con el dinero que ella ganaba se mantenía ella y, además, podía

pagar los estudios de su hijo Jorge, que cuando estaba pequeño estudiaba en

la ciudad.

Cuando Jorge terminó sus estudios, la tía Mónica lo ayudó a conseguir

trabajo en la tienda del señor Rodríguez en Miramar, pero antes de que él se

trasladara de lugar, le dijo a la viejecilla que alquilaría un cuarto en el pueblo

y que ella lo podría visitar solamente de noche para que nadie sospechara de

que él era el hijo de la bruja: ella aceptó.

Con el tiempo Jorge le cuenta a su madre que está enamorado de Anita, la

hija del tendero, y a través de los consejos de aquella, logra quedar

comprometido con la muchacha y se fija la boda para principios de enero.

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En diciembre sucede un hecho muy importante: durante las fiestas cívicas

del pueblo, Jorge se topa con unos antiguos amigos suyos de la ciudad y

junto con ellos se va a jugar: no solo pierde su dinero, sino también los

quinientos colones que le había cobrado a un deudor del señor Rodríguez.

Cuando la tía Mónica llega al cuarto de su hijo, lo encuentra sollozando y

con un revólver cargado, entonces ella logró averiguar la causa de tan

terrible determinación.

Al día siguiente, la tía Mónica le vende, por tan solo quinientos colones, su

finquita al rico don Alonso y ella le entrega el dinero a su hijo para evitar

que su patrón se entere de lo que hizo y no pierda ni la confianza depositada

ni la mano de Anita. Mientras tanto, la pobre mujer dejó de vender sus

potingues y se fue a vivir a un cobertizo azotado por el viento y por la lluvia.

Ahí se enfermó de tisis y logró sobrevivir gracias a las ayudas ocasionales

que le prestaba una vecina caritativa (su hijo nunca le preguntó de dónde

había obtenido el dinero y ella nunca le dijo que ya no tenía lugar en donde

vivir tan solo para evitarle un sufrimiento a su hijo).

En una noche fría y lluviosa de enero, la tía Mónica, ya moribunda, logra

desplazarse penosamente al pueblo hasta llegar al lugar en donde se estaba

celebrando la fiesta del matrimonio de su hijo. A través de las ventanas,

logra ver a los recién casados felices y ella piensa que toda esa felicidad es
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obra de ella, que su misión estaba cumplida y que esa era la recompensa que

ella estaba esperando.

A la mañana siguiente se encontró en la plaza el cadáver de la pobre

viejecilla y en su rostro yacía una sonrisa seca que simbolizaba la gran

alegría que tuvo antes de fallecer.

El lenguaje metafórico o desplazamiento a lo simbólico

Como ya se mencionó antes, el uso de las oraciones subordinadas

comparativas modales cumple un papel importante dentro del cuento ya que

sirven para intensificar estilísticamente la trama de la historia: “…temerosos

de aquella lucecilla que parpadeaba en la sombra como un ojo felino”. En

este símil lo que se da a entender es que la choza, o el lugar en donde habita

la tía Mónica posee las mismas características que otorga la mirada de

asechanza de un felino: puede asaltar a los transeúntes de un momento a otro

y envolverlos en un aura de miedo y pánico. El mundo en el que habita la tía

Mónica se convierte en un lugar prejuiciado (sombra) que dada las grises

características que se le atribuyen (es una casucha humilde alejada del

pueblo, que queda cerca de la calleja del río, y que adentro de ella solo se

hayan una mesa llena de potingues, un baúl desvencijado, la camilla de lona

y un fogón donde se calentaba la frugal cena) se le considera non grato y

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hechizado, capaz de cazar “a los más guapos del pueblo” como lo haría un

tigre en mitad de la noche y devorarlos.

“Pero cuando rendida del ajetreo diurno se echaba sobre su lecho, una

sonrisa de inefable dicha entreabría sus marchitos labios y parecía iluminar

como una aurora las paredes de la estancia”. A pesar de que la vieja mujer

vive alejada y marginada del pueblo, en absoluta soledad y medio enferma y

cansada, es capaz de abrazar con felicidad un sentido de la vida tan fuerte

que ilumina toda la opacidad de su vivienda, por eso el autor lo compara

como la aurora que surge de la noche para anunciar la luz de mañana. Ese

sentido de la vida es la manutención de su hijo, Jorge, por quien lucha

incansablemente.

“Y mientras en la sala continuaba el alegre concierto de la música y las risas,

fuera la llovizna seguía cayendo, cayendo fría como el olvido y despiadada

como el egoísmo”. Este símil es increíble ya que logra poner en contraste

objetivo el límite social que separa la vida miserable de la tía Mónica de la

vida alegre y cómoda de clase aceptada y alta que resulta ser el lugar por

donde Jorge se mueve y que, además, lo impulsa a rechazar constantemente

la cercanía y el amor de su madre. El ambiente que los rodea se identifica a

favor o en contra de lo que cada uno de los actantes siente por dentro. En el

caso de la tía Mónica, la llovizna fría como el olvido y despiada como el


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egoísmo evidencia el estado de abandono que sufre la pobre mujer por

dentro: ha sido negada por su hijo y ha sido víctima directa del egoísmo del

mismo (lluvia fría y despiadada). El ambiente gris armoniza el dolor y la

lluvia de soledad que ella respira por dentro aunque piense que ver a su hijo

feliz le otorga alegría a ella en medio de la noche, la lluvia y la indiferencia.

Otro rasgo estilístico importante es la escogencia del vocabulario culto.

Gagini escribió sus cuentos y novelas ya en la madurez, por eso, no es raro

entonces que sus escritos posean un tono especial de “alta cuna”, y que se

perciba en ellos un purismo exagerado: “¿Venderla? Ni por pienso. Como

deshacerse de una propiedad que le proporcionaba la subsistencia y le

permitía vivir sin mendigar favores de nadie?”.

Hay que tener en cuenta que Gagini es antes que nada un gramático por

excelencia y que, debido a eso, cuida meticulosamente la construcción de las

frases: no es un artista, es un gramático a secas que se vale de la trama para

provocar sentimientos y reacciones en el lector: “Durante dos semanas la

vieron por las calles del pueblo vendiendo potingues, pero ya no hortalizas,

cada vez más flaca y tosiendo sin cesar. Su hijo ignoraba la venta de aquella

heredad que ni siquiera conocía, e ignoraba también que su madre vivía en

un cobertizo azotado por el viento y por la lluvia”. Como se puede observar

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en este ejemplo el elemento del vocabulario nacional es nulo; parece dar a

entender con sus escritos que el alto valor de la palabra culta y seleccionada

es necesaria para poder comunicar una idea que es la que realmente lleva a

conmover las reacciones del lector.

Otro ejemplo de ello es “hijo desnaturalizado”. La escogencia de este

adjetivo culto produce en su idea mucho más sentimiento de desprecio por

Jorge que el haber escrito, por ejemplo, “hijo grosero”. En otras palabras, el

cultismo gramatical que se encuentra en sus cuentos y sobretodo en este, “La

bruja de Miramar”, no provoca una sensación de adormecimiento o

aturdimiento intelectual sino que intensifica la trama a través de palabras

bien escogidas y llenas de valor literario. Tal vez se pueda decir que hace

falta el elemento nacional, pero en realidad tampoco se echa de menos: “Y la

moribunda pensó enajenada que toda aquella felicidad era obra suya, que su

misión estaba cumplida, y que el cielo le había otorgado la recompensa

debida a su heroica abnegación…”.

Ahora bien, la forma de narrar es rápida. No se detiene en los pequeños

detalles, y solamente menciona aquellos que son esencialmente necesarios

para la comprensión del texto: “Precisamente el señor Rodríguez, el tendero

más acaudalado de Miramar, necesitaba un tenedor de libros. Por consejo de

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la tía Mónica solicitó Jorge la plaza y la obtuvo”; “Trastornado por el licor y

deslumbrado por los montones de oro y de billetes, jugó por primera vez,

jugó toda la noche, y al amanecer había perdido cuanto llevaba, inclusive el

dinero que no era suyo”.

En esta obra, los detalles de los personajes son muy escasos, tal vez la única

excepción son las características referentes a la tía Mónica y a su mundo;

Gagini lo hace así para poder mover a compasión al lector y lograr que este

se identifique con ella ya que es una pobre y marginada mujer que se

sacrifica en soledad y anonimato para mantener al egoísta de su hijo que se

codea con la gente de buena posición social: “…si algún labrador era

sorprendido por la oscuridad…pasaba de prisa y persignándose delante de la

casucha sin atreverse a mirar, por el ventanillo siempre abierto, la humilde

estancia alumbrada por una vela de sebo, la mesa llena de potingues, el baúl

desvencijado, la camilla de lona y el fogón donde se calentaba la frugal

cena”; “Sentada en un banquillo al lado de la mesa, una mujer cincuentona,

de nariz aguileña, ojillos penetrantes y tupidas cejas grises, removía sin cesar

el contenido de un mortero.”; “Llamábanla en Miramar la Tía Mónica y

pasaba por bruja”; “Allí veía deslizarse los años, siempre atareada y

silenciosa, cada día más flaca y huraña, gastada prematuramente por las

penas del alma y los achaques del cuerpo”; “Quince años atrás, cuando vivía
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en la capital, se vio obligada a separarse de su brutal marido y a irse a

Miramar a aquella casita que le había legado una tía suya; pero su único hijo,

su Jorge, fue reclamado por el padre y encerrado en un colegio…Durante

muchos años la pobre mujer se contentó con ir de cuando en cuando a la

ciudad para contemplar a su hijo a través de la verja del patio de recreos, y

con enviarle furtivamente dinero, dulces y cartas que nunca eran

contestadas”. Aún así, lo común es que se mencione lo estrictamente

necesario para no perder el hilo de lo narrado.

Por último, es importante hacer mención de la escasez de diálogo en “La

bruja de Miramar”. Gagini es un autor que no quiere que sus personajes

actúen independientemente. En la edición de Fernando López Cruz,

“Cuentos Grises”, página 90; este dice que el diálogo abundante se presta

para que cada personaje adquiera su propia personalidad, su independencia

mental y emocional, entonces puede suceder que la trama se diluya o

esfume, o que los caracteres crezcan y se escapen, ya del plan ordenado del

cuento, ya del destino que les ha trazado. Y Gagini no está dispuesto a que

lo dominen.

Al valerse del monólogo indirecto libre, ya que en “La bruja de Miramar” no

existe el diálogo, Gagini toma posesión del pensar y del sentir de su actantes

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principales, y los logra conducir por el terrible conflicto que él desea

hacerlos arrostrar. Gagini pretende afectar el ánimo del lector para que vaya

aceptando la trama y las acciones directas de sus personajes como los más

apropiados a su cuento.

El uso ocasional del monólogo indirecto libre provoca que la monotonía de

su cuento, específicamente gris, afecte aún más el ánimo del lector y lo

obligue a aceptar que la fatalidad es producto exclusivo de la mentalidad del

autor y que sus personajes no pueden escapar de su condición de meros

actantes. En otras palabras, anula la voluntad de estos para poder cumplir

con eficacia la trama que tiene dispuesta llevar a cabo: “¿Venderla? (la

finca). Ni por pienso. ¿Cómo deshacerse de una propiedad que le

proporcionaba la subsistencia y le permitía vivir sin mendigar favores a

nadie?”; “¡Era natural! Estaba relacionado con las principales familias de

San José y ¿qué dirían sus amigos si supiesen que era hijo de la bruja de

Miramar?”; “En vano solicitó, recurrió a los amigos, a los avisos. ¡Nada!

¿Estaba, pues, condenado a morirse de hambre en la capital? No, su madre

velaba por él.”; “Y ella que había soñado con arreglarle la única habitación

de su casucha y tenerle para siempre a su lado! ¡Paciencia! Sí…Jorge tenía

razón…¿Cómo conquistarse buena posición social, si los vecinos se

enterasen de que era hijo de la bruja?”; “Y la moribunda pensó enajenada


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que toda aquella felicidad era obra suya, que su misión estaba cumplida, y

que el cielo le había otorgado la recompensa debida a su heroica

abnegación…”.

Valoración final

En el análisis realizado sobre el cuento “La Bruja de Miramar”, se puede

concluir que Carlos Gagini fue uno de los primeros escritores costarricenses

que trató de buscar un camino nuevo para iniciar a los futuros escritores en

el incipiente campo de la literatura de nuestro país. Su principal objetivo fue

el de enseñar las vías literarias correctas y cultas para ahondar en nuestro

pensamiento y sentir nacional a pesar de que él, en sus cuentos y novelas, se

separó de la cultura y el vocabulario costarricense.

Su temperamento disciplinado se pudo expresar mejor a través de los temas

realistas y dejó a un lado el costumbrismo auténtico y el uso del lenguaje

popular. En este cuento se percibe su claridad y excelencia en la expresión,

su originalidad en la escogencia del tema que logra concluir exitosamente a

través del desarrollo lógico del plan de su obra. Ahora bien, sus personajes,

aunque carecen de profundidad psicológica y de independencia, logran

conmover el sentir del lector, en lo especial la forma de actuar y de pensar

de su actante principal, la tía Mónica.

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Este cuento trata sobre un hijo ingrato que abandona a su suerte a la infeliz

madre que todo lo ha dado por él: la tía Mónica vive en una casucha,

apartada de una sociedad que posee una relativa comodidad y un buen vivir.

Por ser pobre, vieja y fea la tildan de bruja y ella no hace nada por

corregirlo; ella sabe que infunde un miedo respetuoso y que la forma de

castigar a esa sociedad y hacerla evidente es viviendo sola, lejos del trato de

la gente, ignorada hasta de su propio hijo, su único y verdadero amor, por el

cual se sacrifica y justifica con malos razonamientos la indiferencia y el

egoísmo que él le da como pago.

Al final ella lo pierde todo con tal de que nadie se dé cuenta de la cobardía y

de la poquedad de espíritu de su hijo. La llegada de la muerte tiene un valor

importante: esta se presenta como la única libertadora y redentora del gran

sacrificio materno que ella realizó para que su hijo tuviera lo que ella nunca

pudo obtener en vida: la felicidad.

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