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Las emociones dentro de la mente de un niño.

Causas y consecuencias del amor por la lectura

Por Mauricio Paredes Salaüe (Chile)

En la actualidad hispanoamericana vivimos un panorama complejo en que muchos niños no


son capaces de comprender lo que leen. Saben leer, pero no entienden, no son capaces de
inferir, deducir, proponer hipótesis y mucho menos reflexionar frente al texto leído.

Para comprender las razones que llevan a esta situación, un buen camino es el de plantear la
tríada lector-mediador-libro, en la cual los mediadores deben ser los padres, los profesores,
los bibliotecarios y la sociedad en su conjunto. A este triángulo se agrega el entorno, que se
refiere tanto a lo que circunda al niño cuando lee como a lo que le ocurre en su interior en el
aspecto cognitivo y emocional.

Los motivos por los que les cuesta leer, leen mal o definitivamente no leen son diversos; sin
embargo, un aspecto interesante es que los niños están muy bien preparados para memorizar
contenidos, pero se muestran muy débiles al momento de reflexionar de manera crítica. ¿Por
qué? Es muy factible que un factor que incida sea el tipo de evaluación que se les hace, en la
cual ellos saben que solo les preguntarán datos específicos y por ello se preparan
memorizando. Nada más lejano al goce estético.

Siguiendo esta línea, un indicador casi omnipresente es la dificultad para concentrarse, tanto
de niños como de adultos. Una de las razones centrales de esto es la sobrecarga de estímulos
que reciben constantemente, lo cual impide que tengan la suficiente serenidad y paz mental
como para sumergirse en una historia, abstraerse del entorno y vivirla como si fuera una
experiencia propia.

El habla es innata en los seres humanos, se desarrolla de manera casi espontánea. En cambio,
la lectura requiere de trabajo, esfuerzo, paciencia y perseverancia. Pero una vez que se han
adquirido las competencias lectoras, estas quedan arraigadas en la mente para siempre; de
hecho, no se pueden dejar de lado.

Los niños de hoy están siendo empujados por diversos medios —tanto de comunicación,
comerciales, sociales como políticos— hacia un individualismo masivo. ¿Qué significa esto?
Por un lado, existe un culto al ego y por otro son instados a moverse en masa. Este tema es
extenso, pero obedece principalmente a que, en el mundo contemporáneo, más que como a
personas, se los trata como a consumidores. Pero no se debe demonizar a la tecnología ni a
los medios de comunicación. Son herramientas, y como tales, pueden ser bien o mal utilizadas.

Los seres humanos funcionamos sobre la base de estímulos, tanto externos (vista, tacto,
olfato, gusto, audición) como internos (razonamiento, pulsiones, emociones, sentimientos). El
estímulo es decodificado por el cerebro y se transforma en información. Utilizando la
denominación de Desmond Morris en El mono desnudo, “el animal humano” tiene siempre
apetito de información. Somos grandes recolectores de datos. Esto lo vemos con claridad en
los niños que se fascinan con los libros informativos de dinosaurios, sobre los egipcios, etc.
También en jóvenes que son verdaderas bases de datos de trivia.

Idealmente, la información se procesa, a través de las funciones ejecutivas de la mente, y se


transforma en conocimiento. Aquí está uno de los grandes problemas. Muchos niños y jóvenes

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no logran convertir los datos en conocimiento; por lo tanto, se quedan en un estado de
superficialidad. Y esto tiene mucha relación con la avalancha de estímulos que reciben, ya que
no son capaces de asimilarlos, pero siguen queriendo más, ya que sus cerebros se los pide.
Más aún, esta sobrecarga no solamente es cognitiva, sino, sobre todo, emocional. Tristes
ejemplos son la gran cantidad de niños que están medicados o sometidos a terapias, muchas
veces mal diagnosticados. Pero ya se establece un paradigma básico: que la lectura tiene que
ver con la capacidad intelectual y con el desarrollo emocional. El paso siguiente debería ser
que nuestros conocimientos nos lleven gradualmente a alcanzar la sabiduría: la capacidad de
reflexión ética y moral, el poder formarse una opinión personal y ser capaces de defenderla
con argumentos. Por supuesto que este estado no puede alcanzarse si el niño solamente se
queda en ser un recolector de bits de datos.

Un punto clave y que se ha establecido con fuerza gracias al avance científico en el siglo XXI,
es que, para que la información se transforme adecuadamente en conocimiento, un catalizador
—o inclusive factor primordial— es que el niño sienta placer. Es decir, existe una razón
biológica para que los niños lean por placer. En este caso ideal, se activan en el cerebro las
zonas del lenguaje, las de la memoria y el sistema de recompensa, que es el responsable del
placer. Entonces, es lógico pensar que el placer es anterior a la comprensión. El placer lleva
al entendimiento y, luego, la satisfacción de haber comprendido lleva al placer, generándose
así un círculo virtuoso, que es el que se aprecia en los grandes lectores.

Las funciones ejecutivas de la mente son un modelo utilizado para explicar cómo pensamos.
Se debe coordinar de manera ordenada la información que recibimos con un propósito
determinado. Cada vez que leemos una palabra, una oración, un párrafo o un libro completo,
las funciones ejecutivas se encargan de dar coherencia a lo leído y así podemos obtener
conclusiones, realizar intertextos o transferir dichos conocimientos a otras áreas de nuestra
actividad intelectual.

De todas las funciones ejecutivas, hay una particularmente interesante: la inhibición, la cual
impide que nuestro curso de pensamiento se desvíe de nuestro propósito inicial, es decir, evita
que nos distraigamos, entre otras cosas. Uno de nuestros roles fundamentales como
mediadores de la lectura es guiar a los niños y jóvenes para que desarrollen su capacidad de
inhibición. De esta forma podrán autorregularse, tener cierto grado de autocontrol, lo cual los
llevará a comprender mejor y disfrutar más.

¿Cómo podemos ayudar a que los lectores manejen adecuadamente su inhibición? Lo primero
es darles el entorno adecuado, recordando que nos referimos a lo exógeno y lo endógeno. El
lugar donde el niño lee es fundamental, ya sea el salón de clases, la biblioteca o alguna
habitación en su casa. Las condiciones deben favorecer la serenidad, la comodidad y, por,
sobre todo, el placer. Un ejemplo es el sonido. Hay personas que leen muy bien con música,
otros necesitan silencio, pero a nadie le gusta leer con ruido. Las características que debe
tener el entorno se van conociendo a través de la experiencia, y una fórmula muy efectiva es
la negociación; por ejemplo, el teléfono celular. Puede ser que el niño no tenga problema
alguno de leer con el celular a su lado, pero muchos son los que se distraen. Entonces la
estrategia es negociar que lo tenga en silencio, apagado o que se lo pase a otra persona para
que atienda si es que lo llaman.

No hay una regla única y se debe analizar caso a caso, pero un aspecto importante que se
debe recordar es que los niños y jóvenes nativos digitales no son multitarea, como se ha
tratado de esparcir viralmente. De hecho, los que se definen como multitarea, tienen mucho
más bajo desempeño en hacer múltiples tareas que los que se autodenominan como de una
sola tarea.

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El ambiente de la lectura debe pensarse globalmente, es decir, tomando en cuenta toda la
vida del lector; por eso es que se debe ir afinando el criterio al momento de recomendar libros
para cierta edad o cierto estado anímico. Esto mismo se aplica al momento del día en que se
lee. Hay personas que se concentran mejor en la mañana y otros en la noche. Pero ya sean
alondras o búhos, todos están regidos por el ciclo de sueño y vigilia. Es esencial que los niños
tengan un sueño placentero y reparador. De hecho, los psiquiatras señalan que el sueño es la
mitad de la salud mental de una persona. Con mayor razón, entonces, se aplica a la capacidad
de concentrarse y disfrutar de un libro. A todos nos ha pasado que estamos tan cansados que
no podemos entender siquiera un párrafo de lo que estamos tratando de leer.

La ansiedad es una gran enemiga de la concentración, y con esto estamos hablando del mundo
interior del niño. Hoy en día hay muchos niños en un estado de ansiedad extrema. Se
angustian, se preocupan, sufren. Los psicólogos laborales nos enseñan que, para bajar la
ansiedad, es fundamental separar el trabajo de la casa y no llevarse asuntos pendientes al
hogar. ¿Entonces por qué a los niños se les dejan en el colegio tareas para la casa? Es para
meditarlo.

Leer es un proceso de ensayo y error. Y el error siempre es una oportunidad de aprendizaje.


De hecho, para los científicos es la manera principal en la que pueden llegar a obtener teorías
a partir de fenómenos físicos. Entonces, si un niño goza con un libro, se compenetra en el
argumento, empatiza con los personajes y luego llega a la evaluación y se equivoca en los
datos específicos que le preguntan... tendrá una mala calificación. Da para pensar sobre cómo
se evalúa un libro.

El libro como objeto físico, ya sea de papel o digital, es un contenedor cerrado que ayuda a
comprender que dentro de él están guardadas una o muchas historias. Esto es patente en los
niños pequeños, que funcionan principalmente a través del pensamiento concreto. Desde el
primer momento de la infancia, incluyendo la estimulación intrauterina, hay que rodear a los
niños de belleza, de placer por “lo bello y lo bueno” como decían los griegos. Los libros deben
ser considerados como juguetes, pero no se debe malinterpretar esta acepción. Un niño que
quiere a sus juguetes los cuida, los trata con cariño y aprende a dejarlos ordenados. Son
juguetes porque, a través de una serie de reglas (en este caso el lenguaje), proveen al niño
de una satisfacción profunda, lo llevan a una doble dimensión de evadirse de lo cotidiano y, al
mismo tiempo, de transformarlo y hacerlo abstracto.

La lectura tiene un beneficio en relación directa con el hecho de ser un remanso frente a la
vorágine de estímulos que nos rodean hoy en día. Es lineal. Es decir, un acontecimiento va
sucedido por el siguiente, una palabra va después de la otra. Eso genera un estado mental de
gran placidez. Hay personas que salen a trotar, otros meditan, otros leen y otros hacen todas
las anteriores. El común denominador es la placidez mental, el despejarse de las
complicaciones y el alejarse de la rutina para abstraerse en un recreo cognitivo espiritual.

Finalmente, la literatura ofrece características que son únicas. Se produce el maravilloso


fenómeno en que la subjetividad de una persona, el autor, es interpretada e incluso
reformulada por la subjetividad de otro, el lector; más aún, de los lectores, quienes pueden
conformar una comunidad e intercambiar puntos de vista sobre el texto. La literatura tiene
una doble dimensión: la íntima y la social. Un buen libro estimula la imaginación, con
personajes creíbles, descripciones bien desarrolladas y un argumento envolvente, y también
la creatividad, que se gatilla por un sutil proceso de mímesis, en el cual al lector le dan ganas
de escribir, pero no necesariamente sobre lo que está leyendo, sino buscando sentir el placer
de la escritura.

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Referencias:

Digital Santillana (2020). Las emociones dentro de la mente de un niño. Causas y


consecuencias del amor por la lectura. Mauricio Paredes Salaüe. Consultado el
16 de setiembre de 2020. Recuperado de: https://
https://slppronsfstg001.blob.core.windows.net/2016/PortafolioDigital/loqueleo/d
oc_prof/A_3_Las_emociones.pdf?sv=2015-02-
21&sr=b&sig=5oZ5k3Sy3NnqSt14jolnXgloETe2E4FJtYKUetU6rZY%3D&st=2020-
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