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Introducción.
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más célebre, su activismo no conoció descanso, y una obra como la Brevísima es única en
las letras coloniales.
I. Biografía.
Bartolomé de las Casas nació en Sevilla en 1484. Es probable que sus primeras
enseñanzas en Sevilla estuvieses relacionadas con el entorno humanista en torno a la
catedral y que fuese iniciado en el estudio de la lengua latina por Antonio de Nebrija.
En 1502 padre e hijo se embarcan a las Indias y llegarán a La Española. El joven
Bartolomé accede a una plaza de “doctrinero o maestro de los indios”, muy bien pagada
para entonces. En 1506 abandona La Española y marcha a Roma, donde pudo ser
ordenado sacerdote en 1507. En 1509 regresa a las Indias y dos años más tarde pasó a
Cuba como capellán castrense, aquí le conceden una encomienda como premio, cerca de
Jagua. Poco habría de durarle, pues fue en la llamada por entonces isla Fernandina
donde Las Casas “se cayó del caballo”; es la calificada como “primera conversión”.
Los motivos de su cambio de conducta no se cree que puedan atribuírseles a las
prédicas de tres dominicos procedentes de La Española -Gutierre de Ampudia, Pedro de
San Martín y Bernardo de Santo Domingo-, como todo proceso, probablemente vendría
larvado por sus experiencias acumuladas en las islas, por lo que vio y vivió allí a lo largo
de doce años.
Es indudable que el debate sobre la naturaleza del indio no se limita a la disputa que
mantuvo el dominico con Juan Ginés de Sepúlveda, sino que se inscribe en un contexto
más amplio.
En 1494, los Reyes Católicos acuerdan a una junta de teólogos y juristas para
dictaminar si los indios pueden ser esclavos.
Más tarde, con la aplicación de las Leyes de Burgos, son dos las opciones del indio
tras el requerimiento: la esclavitud legal o la servidumbre natural; esta última
correspondería al sistema de encomienda.
Entre 1516 y 1520 se suceden varios debates sobre la capacidad de los indios en
los que interviene también de Las Casas. Estos culminan con la abolición de la
encomienda por parte del emperador, aunque la orden nunca llegó a cumplirse.
En la década de 1530 y hasta 1540 la disputa del indio arrecia, sobre todo si
tenemos en cuenta que el número de encomenderos había crecido y el de los indios
había disminuido, también por epidemias, muchas de ellas contagiadas por los españoles.
Las presiones desembocaron en la aparición de sendos decretos reales sobre la
legitimidad de cautivar y esclavizar a los indios. Así, en 1537 se publicó la bula del papa
Pablo III, y en 1542 se publican las Leyes Nuevas prohibiendo la esclavitud y la
encomienda. La resistencia de colonos y conquistadores en los dos grandes virreinatos
determinó que no entrara en vigor.
En 1549 el Consejo de Indias aconseja al emperador suspender las conquistas. Un
año más tarde tiene lugar el célebre debate Sepúlveda - Las Casas ante una junta de
catorce jueces.
III. El indio en sí mismo y para los otros. La guerra justa. La controversia de Valladolid.
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Teólogos, misioneros y juristas debaten a lo largo del siglo XVI la naturaleza del indio y
discuten su capacidad intelectiva y sus costumbres.
Tanto la bula papal de 1537 como Las Casas denunciaban el trato dado por los
conquistadores y colonizadores a los indios no era tolerable. La bula prohibía la
esclavitud de los indios aunque fueran infieles, ya que al ser hombres verdaderos tenían
derecho a la libertad.
En cuanto a Sepúlveda, uno de los defensores de la conquista como medio de
evangelización, se basa en los principios de la filosofía política aristotélica. Para él, la
conversión debía lograrse por la fuerza por ser así más segura; creía que los indios eran
bárbaros por naturaleza y por lo tanto estaban destinados a ser esclavos por naturaleza.
Sin embargo, Las Casas no admite este argumento y lo achaca de tener
información falsa, sobre todo en lo referente a la deficiencia de la capacidad racional de
los indios para justificar una guerra justa.
Y desde su experiencia directa en las Indias, Las Casas rechaza la teoría de que los
indios son esclavos por naturaleza.
En cuanto al canibalismo -la segunda causa- y la salvación -tercera causa- que
plantea Sepúlveda, es decir, los sacrificios humanos justifican la guerra, los sacrificados
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son visto como víctimas. Ante esto, la argumentación de Las Casas se basa en la falta de
jurisdicción del Estado español sobre los pueblos indígenas. Idolatrías, sacrificios y
canibalismo son, en su opinión, digno de toda crítica y rechazo, pero son actitudes que se
realizan fuera del espacio jurisdiccional y legal del pueblo español. En suma, los
sacrificios son vistos como actitudes ceremoniales de una religión ancestral y no se les
puede prohibir que honren a sus dioses sin haberles enseñado antes la verdad de la
religión cristiana y la falsedad de la suya.
La cuarta causa de Sepúlveda es “de cristianización”. Apoyado en la bula papal de
1537 y forzando la interpretación de la parábola de Jesús en las bodas de Canaan, este
defiende la responsabilidad y obligación de la Corona de propagar la fe en el Nuevo
Mundo. Las Casas reinterpreta la parábola y la aplica sólo a los herejes y no a los infieles
y aconseja de nuevo la persuasión por la palabra y no por la fuerza de la guerra.
A esta base hay que sumar su propia experiencia, larga y documentada. La obra,
integrada por treinta capítulos, comienza con “De la Isla Española” y termina con “Del
Nuevo Reino de Granada” y viene acompañada de unos preliminares que corresponden
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al “Argumento de presente epítome”, “Prólogo” y lo que llamaremos introducción o
explicación, que su autor rotula “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”.
El argumento está escrito en tercera persona y responde al deseo de impactar al
lector. Cuando parece que va a contar maravillas de las Indias, resulta que esas cosas
“admirables y no tan creíbles” son las matanzas y estragos de gente inocente, por un lado,
y la despoblación de pueblos, provincias y reinos, por otro. Es decir, el desastre es total y
la denuncia es directa desde sus primeras líneas. El sujeto denunciante es fray Bartolomé
de las Casas, elegido como transmisor e informante de estas calamidades al emperador y
su corte.
• Profecías e hipérboles.
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Pese a que en 1659 la Brevísima pasó a engrosar la lista de libros prohibidos por la
Inquisición, la huella del pensamiento lascasiano se dejó sentir en un abultado número
de relaciones, cartas e historias de tema americano. En el siglo siguiente su huella se ha
detectado en importantes escritores como el Inca Garcilaso de la Vega. En el momento
independentista, Simó Bolívar es un buen ejemplo de la utilización de Las Casas como
bandera para sus ideales y objetivos.
Si la reacción frente a la obra y la doctrina de Las Casas en ambas orillas atlánticas
tuvo sus claroscuros al lado de las entregas, no ocurrió así en el resto de Europa, donde
especialmente la Brevísima se va a convertir en el ojo del huracán, incrementado a partir
de 1594, por los grabados de un ilustrador de las ediciones al alemán y al latín, que
establecido en Frankfurt, nos legó una obra en diez volúmenes titulada América que
ilustraba la Brevísima, y otras, y que intensificó aún más si cabe el tono cruelísimo del
libro, pues la imagen refuerza doblemente la palabra y la leyenda negra comienza a
extenderse por Europa.
Entre 1552 y 1553 Las Casas mandó nueve tratados suyos. Es ésta la edición
príncipe. Una segunda edición fue impresa en Barcelona, en 1646, acompañada de seis
tratados. Casi un siglo tardó en aparecer una segunda edición, porque indudablemente
no era un texto grato.
Todos los tratados sevillano están impresos sin licencia, lo que ha desencadenado
varias explicaciones que apuntan a la urgencia del fraile, y aunque no se descarta que esa
precipitación pudiera haberle causado problemas he incluso el retraso de una segunda
impresión. Se piensa que, dada su condición de obispo, no necesitaba autoridad de
superiores, aunque desde luego no era habitual publicar sin licencias, lo que hace
sospechar que, de forma tácita o privada, tenía el consentimiento de su majestad.
Parecería muy ingenio creer que los imprimió solo para que el monarca, la Corte o
el Consejo pudieran leerlos más cómodamente sin que se fueran hacer público más ellá
de esos restringidos círculos. Para algunos investigadores, la razón posible de esa prisa
editora, sin las autorizaciones habituales, se podía deber al deseo de que sus misioneros
que se iban a embarcar hacia Chiapas, llevasen los textos correspondientes que
asegurasen la preparación doctrinal adecuada a su sentir.
• El apéndice-carta.
Este último es un viejo artilugio del narrador que atribuye a que “el librero olvidó
o perdió una hoja u hojas dellas”, lo que justifica su carácter incompleto que contenía
cosas espantables. El estilo es el mismo que había empleado en su Brevísima, al igual que
la temática, y ello permite suponer que el autor pudiera ser el mismo, aunque se escude
en una voz anónima. La finalidad también es la misma en ambos textos: que su majestad
ponga remedio a tamaños desafueros.
El género utilizado, la carta, aparece sin destinatario debido a la consiguiente
laguna del comienzo, lugar que automáticamente es ocupado por su majestad.
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