Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Historia de la Filosofía
• Platón – Aristóteles
• Descartes - Santo Tomás
• Kant – Nietzsche
• Ortega y Gasset - Simone de Beauvoir
En el examen nos encontraremos con cuatro textos que corresponden a dos de las
parejas antes indicadas. Elegiremos el texto del autor que hayamos estudiado o que
mejor conozcamos y contestaremos a las siguientes cuestiones:
Metodología
Durante el curso, en los exámenes no habrá opción de elegir. Sólo daré esa opción
en el examen final del curso, en la tercera evaluación. Se podrá elegir uno de entre dos
autores.
Criterios de evaluación
Composición de la nota final del
Nota de cada evaluación: curso:
Platón
Temas:
1- Dualismo epistemológico
2- Dualismo ontológico. La teoría de las ideas y la idea de Bien
3- Dualismo antropológico. Teoría de la reminiscencia 4- Ética
platónica: el intelectualismo moral
5- Teoría de la educación. Matemáticas y dialéctica
6- Teoría del Estado justo y el filósofo gobernante
Tema 1: Dualismo epistemológico
El dualismo ontológico (dualidad de mundos) que postula Platón tiene su
correlato epistemológico (dualidad de conocimientos). Y es que si hay dos mundos
(inteligible y sensible) debe haber dos tipos de conocimiento. Ahora bien, la pregunta
es: ¿qué puedo conocer en cada mundo? Y más todavía: ¿puede haber un
conocimiento verdadero?
Hasta aquí el análisis del conocimiento. Tenemos claro que la verdad existe y
que es una propiedad de las Ideas, pero ¿cómo es posible que el hombre pueda
conocer esas ideas? Platón es dualista en tanto que diferencia dos realidades en el
hombre: el cuerpo y el alma, cuya unidad es accidental. El conocimiento que ofrece el
cuerpo (material) es meramente sensible y, como tal, no alcanza la verdad; en cambio,
el alma (inmaterial) sí es capaz de alcanzar las verdades absolutas o Ideas. La teoría de
la reminiscencia asegura que el alma preexistía antes que el cuerpo y que su origen
está en el mundo inteligible. De hecho, lo habitaba hasta la unión accidental1con el
cuerpo. De modo que el alma conoce las ideas por su existencia previa en el mundo
ideal, pero debido a esa unión accidental con el cuerpo las ha olvidado. Conocer no es
más que recordar lo que ya se sabía.
1
Accidental quiere decir que no es lo propio del alma, que es un hecho fortuito. Para Platón, lo natural
para el alma sería su existencia individual, independiente del cuerpo.
Para dar solución a las preguntas anteriores, Platón sintetiza dos propuestas
presocráticas: la de Heráclito, cuya teoría sostenía que la realidad es esencialmente
cambio, y la de Parménides, para quien la realidad siempre permanece y el cambio es
aparente. Consigue aunar estas dos posturas antitéticas gracias a la distinción de dos
mundos. Así, el cambio al que se refiere Heráclito es propio del mundo sensible y la
permanencia parmenídea del mundo inteligible.
¿Qué relación existe entre las cosas y las ideas? La relación es de causalidad.
Las ideas son la causa de las cosas, lo que significa que son su esencia. La esencia de
algo es lo que hace que algo sea lo que es y no otra cosa (la esencia de un árbol es lo
que hace sea un árbol y no, por ejemplo, un animal). De hecho, el origen etimológico
ue viene a significar esencia. Así pues, un animal es un animal en la
de “idea” es eidos q
medida en que participa de la idea de animalidad. La idea precede temporal y
metafísicamente a la cosa. Las ideas son, por tanto, más reales que las cosas. Las ideas
también son originales porque son el origen de las cosas a las que dan esencia. Las
cosas, por su parte, imitan a las ideas y participan de ellas. Como toda imitación, la
cosa imita o copia de forma imperfecta a la idea. Ese es el motivo de que no
encontremos nada perfecto en este mundo sensible.
Para explicar la relación entre Ideas y cosas, Platón utiliza el famoso mito del
Demiurgo (“artesano” en griego). Este artesano habría modelados las cosas que
existen con materia tomando como modelo a las Ideas del mundo inteligible.
Evidentemente, se trata de una explicación acientífica, pero Platón recurre a ella para
poder explicar, de alguna manera, que exista un mundo tan imperfecto como el
material y que haya derivado de un mundo perfecto como el ideal.
Con todo, vemos que hay un fuerte dualismo ontológico, pues a pesar de
teorizar relaciones entre los mundos, Platón divide radicalmente la realidad en dos.
Ahora bien, todavía quedan algunas preguntas por plantear y resolver. ¿Cómo
podemos saber que existe un mundo inteligible si ni siquiera lo vemos? ¿Dónde se
encuentra este mundo? Lo primero que hay que decir es que al no ser material no
tiene un lugar físico y lo segundo es que podemos acceder a este mundo mediante la
inteligencia. Cuando nuestra inteligencia alcanza algún conocimiento verdadero,
trascendemos el mundo sensible, vamos más allá de la instantaneidad y de la
imperfección del mundo sensible y alcanzamos la eternidad.
Finalmente, debemos decir algo sobre la Idea de Bien, una idea que es
fundamental para entender la teoría platónica. Esta idea es la idea suprema, la
regidora de todo el mundo ideal ya que lo unifica. El mundo material es absolutamente
diverso. Encontramos tal diversidad que incluso aquellas cosas que participan de la
misma idea son diferentes entre sí. Pongamos por ejemplo a los seres humanos. Todos
son diversos en cuanto al aspecto físico, a la capacidad intelectual, origen familiar, etc.,
sin embargo, todos ellos participan de la Idea de Humanidad. Las ideas son el primer
elemento unificador. Ahora bien, todavía queda por unificar a las propias ideas. Éstas
son unificadas por la Idea de Bien. ¿Cómo una idea puede unificar al resto de ideas?
Muy sencillo: una de la característica de las ideas es la perfección, y lo perfecto es
bueno. También el orden es característico del mundo ideal y, del mismo modo que
antes, el orden es bueno. De modo que todas las ideas, al ser perfectas y estar
ordenadas, participan del Bien.
Y ¿cómo justifica Platón la existencia del alma? A pesar de ser una cuestión
ampliamente aceptada en el mundo griego, Platón da un paso más allá y partiendo de
la convicción de que conocemos la verdad, asegura que el alma ha de existir. De
hecho, si no existiera el alma, el conocimiento sería imposible. El cuerpo tiene
capacidades sensitivas, sin embargo, los sentidos no nos garantizan el conocimiento,
ya que nos confunden habitualmente y, además, nos ofrecen datos momentáneos y
diversos propios de los sentidos. Sin embargo, nosotros tenemos acceso a un
conocimiento imperecedero (como el de las matemáticas). Ese acceso no es posible
mediante la materialidad, que está anclada a la sensibilidad y, por ello, a lo pasajero.
Debe existir una realidad humana no material que garantice la trascendencia de los
sentidos. Para Platón, el alma es la que “conecta” con el Mundo de las Ideas para
poder conocer lo verdadero (aquello que siempre es igual, que no sufre variación).
Cada parte del alma tiene su propia virtud, sin embargo, la virtud principal de
toda el alma es la justicia. La justicia consiste, para Platón, en el orden y el respeto de
las jerarquías. Así, un alma justa será aquella que esté ordenada y respete la jerarquía.
Orden del alma significa que cada parte desarrolla su función y jerarquía que la parte
predominante, la que rige sobre el resto, es la parte racional.
¿Por qué propone Platón una visión tripartita del alma?, ¿qué pretende aclarar?
Por un lado, explica la existencia de conflictos y tensiones internas en el ser humano.
Todos hemos experimentado alguna vez tendencias a ciertos placeres físicos que son
inmorales y muchas veces reconocemos como tales. Nuestra alma es, por decirlo de
alguna manera, un campo de fuerzas opuestas. Por otro lado, la explicación tripartita
del alma le sirve para explicar los diferentes tipos de personalidad que hay en los
hombres, los cuales dependen de la parte predominante en cada individuo. Habría
hombres concupiscibles, irascibles y racionales.
Dando un paso más allá, advertimos que la antropología platónica tiene una
clara finalidad política. Gracias a la división tripartita del alma, Platón establece un
ordenamiento concreto de la sociedad en el que en los ciudadanos productores
(artesanos, agricultores y ganaderos, etc.) predominaría la parte apetitiva y cuya virtud
principal sería la moderación; en los guerreros predominaría la parte irascible y para
los que la valentía sería la virtud más propia; y en los gobernantes (quienes serían
filósofos) predominaría parte racional y la prudencia les caracterizaría.
- La parte apetitiva del alma persigue los placeres y los bienes materiales. -
La parte irascible persigue el reconocimiento y los honores.
- Y la parte racional lo bueno y lo verdadero.
Otra idea socrática que Platón asume es aquella que mantiene que “es
preferible sufrir una injusticia a cometerla”. Esta frase se explica fácilmente desde los
presupuestos anteriores. Resulta que actuar mal contradice la racionalidad misma,
pues esta se dirige a la verdad y a lo bueno (a las ideas). Por lo tanto, para un ser
racional (como es el hombre) cometer una injusticia implica más dolor que sufrirla. Por
la contradicción racional que conlleva, el ladrón sufre infinitamente más que quien ha
sido robado. No obstante, el ladrón no conoce la verdad y cree erróneamente que
robando será más feliz.
Hay una clara relación entre conocimiento, bien y felicidad. Así queda la
situación: quien conoce, actúa bien y esa forma ética de vida supone una vida feliz.
Las repercusiones políticas de este intelectualismo moral son muy serias. Si sólo
el sabio conoce el bien, es el sabio el que debe gobernar. Pero no se trata de cualquier
sabio, sino de aquel que está en contacto con las ideas, aquel que ejerce la dialéctica.
Este tipo de sabio se corresponde con el filósofo. Platón concluirá, pues, que nadie más
La primera de las ciencias que los ayudará a pasar de las tinieblas del mundo
sensible a la luz del mundo inteligible es la aritmética, ciencia del cálculo. El
matemático da por supuestas ciertas nociones, tales como el par y el impar, que no
necesita demostrar (axiomas) y que son el punto de partida del proceso deductivo del
que obtendremos diferentes conclusiones. La segunda es la geometría. Los
matemáticos se apoyan en figuras geométricas, pero no pensando en ellas mismas
sino en aquello de lo que son imagen. Discurren sobre el cuadrado en sí, pero no sobre
lo que ellos dibujan, así ven aquello que sólo puede ser visto por el pensamiento. La
tercera ciencia que estudiarán es la astronomía. La belleza del cielo tiene que verse
como un reflejo de la belleza del mundo inteligible.
El sentido de este largo proceso educativo es el de descubrir qué parte del alma
predomina en cada individuo. Una vez iniciado el proceso educativo platónico, para los
ciudadanos en los que predomina la parte apetitiva del alma, aquello que no superan
la pasan a la segunda fase, se reserva la labor de productores. Este sector agrupa la
mayor parte de la población y en ellos debería destacar la virtud de la moderación. En
la segunda fase se seleccionaría a los guerreros. Se trata de aquellos en los que
predomina la parte irascible del alma, cuya virtud más propia es la valentía. La última
Por otro lado, según el intelectualismo moral, sólo podrá actuar bien quien
conoce la Idea de Bien. Igualmente, sólo podrán actuar justamente quienes conozcan
la Idea de Justicia. Por lo tanto, si un gobernante quiere ser justo debe conocer la
Justicia. Los gobernantes en los que piensa Platón son los filósofos, ya que son ellos los
que realmente conocen las ideas.
Platón tiene esta idea muy clara, por ello, recurre a la educación para formar
esta clase de nuevos gobernantes. En el libro VII de La República propone un programa
educativo que deriva en una división social. Tal programa tendría tres niveles que se
van sucediendo en tiempo y en dificultad y que revelarían la naturaleza del ciudadano.
La República
Libro VI (§§ 18-21, desde 506b) y libro VII (§§
1-5, hasta 521b)
XVIII
− ADIMANTO: Pero tú, Sócrates, ¿qué dices que es el bien? ¿Ciencia, placer o alguna
otra cosa?
− SÓCRATES: ¡Hombre! Ya veo bien claro que no te contentarás con lo que opinen
otros acerca de eso.
—A: Es que no me parece correcto, Sócrates, que haya que atenerse a las opiniones de
otros y no a las de uno, tras haberse ocupado tanto tiempo de esas cosas.
—S: Pero ¿es que acaso te parece correcto decir acerca de ellas, como si se supiese,
algo que no se sabe?
—A: Como si se supiera, de ningún modo, pero sí como quien está dispuesto a
exponer, como su pensamiento, aquello que piensa.
—S: Pues bien —dije—. ¿No percibes que las opiniones sin ciencia son todas
lamentables? En el mejor de los casos, ciegas. ¿O te parece que los ciegos que hacen
correctamente su camino se diferencian en algo de los que tienen opiniones
verdaderas sin inteligencia?
—A: En nada.
—S: Por mi parte, yo también estaré más que satisfecho. Pero me temo que no sea
capaz y que, por entusiasmarme, me desacredite y haga el ridículo. Pero dejemos por
ahora, dichosos amigos, lo que es en sí mismo el Bien; pues me parece demasiado
como para que el presente impulso permita en este momento alcanzar lo que juzgo de
él. En cuanto a lo que parece un vástago del Bien y lo que más se le asemeja, en
cambio, estoy dispuesto a hablar, si os place a vosotros; si no, dejamos la cuestión.
—G: Habla, entonces, y nos debes para otra oportunidad el relato acerca del padre.
—S: Para eso debo estar de acuerdo con vosotros y recordaros lo que he dicho antes y
a menudo hemos hablado en otras oportunidades.
—S: Que hay muchas cosas bellas, muchas buenas, y así, con cada multiplicidad,
decimos que existe y la distinguimos con el lenguaje.
—G: Lo decimos, en efecto.
—S: Y de aquellas cosas decimos que son vistas pero no pensadas, mientras que, por
su parte, las Ideas son pensadas, mas no vistas.
—G: Indudablemente.
—S: Ahora bien, ¿por medio de qué vemos las cosas visibles?
—S: En efecto, y por medio del oído las audibles, y por medio de las demás
percepciones todas las cosas perceptibles. ¿No es así?
—G: Sí.
—S: Pues bien, ¿has advertido que el artesano de las percepciones modeló mucho más
perfectamente la facultad de ver y de ser visto?
—S: Examina lo siguiente: ¿hay algo de otro género que el oído necesita para oír y la
voz para ser oída, de modo que, si este tercer género no se hace presente, uno no oirá
y la otra no se oirá?
—S: Tampoco necesitan de algo de esa índole muchos otros poderes, pienso, por no
decir ninguno. ¿O puedes decir alguno?
—S: Pero, al poder de ver y de ser visto, ¿no piensas que le falta algo?
—S: Si la vista está presente en los ojos y lista para que se use de ella, y el color está
presente en los objetos, pero no se añade un tercer género que hay por naturaleza
específicamente para ello, bien sabes que la vista no verá nada y los colores serán
invisibles.
—S: Por consiguiente, el sentido de la vista y el poder de ser visto se hallan ligados por
un vínculo de una especie nada pequeña, de mayor estima que las demás ligazones de
los sentidos, salvo que la luz no sea estimable.
XIX
—S: Pues bien, ¿a cuál de los dioses que hay en el cielo atribuyes la autoría de aquello
por lo cual la luz hace que la vista vea y que las más hermosas cosas visibles sean
vistas?
—G: Al mismo que tú y que cualquiera de los demás, ya que es evidente que preguntas
por el sol.
—S: Ni la vista misma, ni aquello en lo cual se produce, lo que llamamos «ojo», son el
sol.
—G: Claro que no.
—S: Pero es el más afín al sol, pienso, de los órganos que conciernen a los
—S: Y la facultad que posee, ¿no es algo así como un fluido que le es dispensado por el
sol?
—G: Ciertamente.
—S: En tal caso, el sol no es la vista pero, al ser su causa, es visto por ella
—S: Entonces ya podéis decir qué entendía yo por el vástago del Bien, al que el Bien ha
engendrado análogo a sí mismo. De este modo, lo que en el ámbito inteligible es el
Bien respecto de la inteligencia y de lo que se conoce, esto es el sol en el ámbito visible
respecto de la vista y de lo que se ve.
Pedro Agulló Cantos – Centro Sagrada Familia de Elda Página 19
—G: ¿Cómo? Explícate.
—S: Bien sabes que los ojos, cuando se los vuelve sobre objetos cuyos colores no están
ya iluminados por la luz del día sino por el resplandor de la luna, ven débilmente, como
si no tuvieran claridad en la vista.
—G: Efectivamente.
—S: Pero cuando el sol brilla sobre ellos, ven nítidamente, y parece como si estos
mismos ojos tuvieran la claridad.
—G: Sin duda.
—S: Del mismo modo piensa así lo que corresponde al alma: cuando fija su mirada en
objetos sobre los cuales brilla la verdad y lo que es, conoce y parece tener inteligencia;
pero cuando se vuelve hacia lo sumergido en la oscuridad, que nace y perece,
entonces opina y percibe débilmente con opiniones que la hacen ir de aquí para allá, y
da la impresión de no tener inteligencia.
—S: Entonces, lo que aporta la verdad a las cosas cognoscibles y otorga al que conoce
el poder de conocer, puedes decir que es la Idea del Bien. Y por ser causa de la ciencia
y de la verdad, concíbela como cognoscible; y aun siendo bellos tanto el conocimiento
como la verdad, si estimamos correctamente el asunto, tendremos a la Idea del Bien
por algo distinto y más bello por ellas. Y así como dijimos que era correcto tomar a la
luz y a la vista por afines al sol pero que sería erróneo creer que son el sol,
análogamente ahora es correcto pensar que ambas cosas, la verdad y la ciencia, son
afines al Bien, pero sería equivocado creer que una u otra fueran el Bien, ya que la
condición del Bien es mucho más digna de estima.
—G: Hablas de una belleza extraordinaria, puesto que produce la ciencia y la verdad, y
además está por encima de ellas en cuanto a hermosura. Sin duda, no te refieres al
placer.
—S: Pienso que puedes decir que el sol no sólo aporta a lo que se ve la propiedad de
ser visto, sino también la génesis, el crecimiento y la nutrición, sin ser él mismo
génesis.
—S: Y así dirás que a las cosas cognoscibles les viene del Bien no sólo el ser conocidas,
sino también de él les llega el existir y la esencia, aunque el Bien no sea esencia, sino
algo que se eleva más allá de la esencia en cuanto a dignidad y a potencia.
XX
Pedro Agulló Cantos – Centro Sagrada Familia de Elda Página 20
Y Glaucón se echó a reír:
—S: Tú eres culpable —repliqué—, pues me has forzado a decir lo que pensaba sobre
ello.
—G: Está bien; de ningún modo te detengas, sino prosigue explicando la similitud
respecto del sol, si es que te queda algo por decir.
—S: Me temo que voy a dejar mucho de lado; no obstante, no omitiré lo que en este
momento me sea posible.
—S: Piensa entonces, como decíamos, cuáles son los dos que reinan: uno, el del
género y ámbito inteligibles; otro, el del visible, y no digo «el del cielo» para que no
creas que hago juego de palabras. ¿Captas estas dos especies, la visible y la inteligible?
—S: Toma ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada
sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra la de lo que se
conoce, y tendrás distinta oscuridad y claridad relativas; así tenemos primeramente,
en el género de lo que se ve, una sección de imágenes. Llamo «imágenes» en primer
lugar a las sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su
constitución, son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole. ¿Te das cuenta?
—G: Me doy cuenta.
—S: Pon ahora la otra sección de la que ésta ofrece imágenes, a la que corresponden
los animales que viven en nuestro derredor, así como todo lo que crece, y también el
género íntegro de cosas fabricadas por el hombre.
—G: Pongámoslo.
—S: De éste. Por un lado, en la primera parte de ella, el alma, sirviéndose de las cosas
antes imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de supuestos,
marchando no hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro lado, en la
—S: Pues veamos nuevamente; será más fácil que entiendas si te digo esto antes. Creo
que sabes que los que se ocupan de geometría y de cálculo suponen lo impar y lo par,
las figuras y tres clases de ángulos y cosas afines, según lo que investigan en cada caso.
Como si las conocieran, las adoptan como supuestos, y de ahí en adelante no estiman
que deban dar cuenta de ellas ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a
cualquiera; antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo consecuente,
para concluir en aquello que proponían al examen.
—S: Sabes; por consiguiente, que se sirven de figuras visibles y hacen discursos acerca
de ellas, aunque no pensando en éstas sino en aquellas cosas a las cuales éstas se
parecen, discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a la Diagonal en sí, y no en vista de la
que dibujan, y así con lo demás. De las cosas mismas que configuran y dibujan hay
sombras e imágenes en el agua, y de estas cosas que dibujan se sirven como imágenes,
buscando divisar aquellas cosas en sí que no podrían divisar de otro modo que con el
pensamiento.
XXI
—S: A esto me refería como la especie inteligible. Pero en esta su primera sección, el
alma se ve forzada a servirse de supuestos en su búsqueda, sin avanzar hacia un
principio, por no poder remontarse más allá de los supuestos. Y para eso usa como
imágenes a los objetos que abajo eran imitados, y que habían sido conjeturados y
estimados como claros respecto de los que eran sus imitaciones.
—S: Comprende entonces la otra sección de lo inteligible, cuando afirmo que en ella la
razón misma aprehende, por medio de la facultad dialéctica, y hace de los supuestos
no principios sino realmente supuestos, que son como peldaños y trampolines hasta el
principio del todo, que es no supuesto, y, tras aferrarse a él, ateniéndose a las cosas
que de él dependen, desciende hasta una conclusión, sin servirse para nada de lo
sensible, sino de Ideas, a través de Ideas y en dirección a Ideas, hasta concluir en Ideas.
—G: Comprendo, aunque no suficientemente, ya que creo que tienes en mente una
tarea enorme: quieres distinguir lo que de lo real e inteligible es estudiado por la
ciencia dialéctica, estableciendo que es más claro que lo estudiado por las llamadas
«artes», para las cuales los supuestos son principios. Y los que los estudian se ven
forzados a estudiarlos por medio del pensamiento discursivo, aunque no por los
sentidos. Pero a raíz de no hacer el examen avanzando hacia un principio sino a partir
—S: Entendiste perfectamente. Y ahora aplica a las cuatro secciones estas cuatro
afecciones que se generan en el alma; inteligencia, a la suprema; pensamiento
discursivo, a la segunda; a la tercera asigna la creencia y a la cuarta la conjetura; y e
ordénalas proporcionadamente, considerando que cuanto más participen de la verdad
tanto más participan de la claridad.
—G: Me lo imagino.
—S: Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda
clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera
y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
—S: Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos,
o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de
la caverna que tienen frente a sí?
—G: Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
—S: ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del
tabique?
—G: Indudablemente.
—S: Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar
nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?
—S: Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de
los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que
oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
—S: ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los
objetos artificiales transportados?
—G: Es de toda necesidad.
—S: Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su
ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera
liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz
y, al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir
aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le
dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio, está más
próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le
mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a
contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que
considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le
muestran ahora?
II
—S: Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de
eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas
son realmente más claras que las que se le muestran?
—S: Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo
antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y,
tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de
los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
—S: Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer
lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y
de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A
continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la
luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
—G: Necesariamente.
—S: Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las
estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es
causa de las cosas que ellos habían visto.
—S: Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus
entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que
los compadecería?
—S: Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las
recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos
que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían
desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz
de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que
envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría
como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un
hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de
opinar y a aquella vida?
—G: Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella
vida.
—S: Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no
tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
—S: Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con
aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente
hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo
nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido
hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar
marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo
matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
—G: Seguramente.
III
—S: Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la
—S: Mira también si lo compartes en esto: no hay que asombrarse de que quienes han
llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas
aspiran a pasar el tiempo arriba; lo cual es natural, si la alegoría descrita es correcta
también en esto.
—S: Tampoco sería extraño que alguien que, de contemplar las cosas divinas, pasara a
las humanas, se comportase desmañadamente y quedara en ridículo por ver de modo
confuso y, no acostumbrado aún en forma suficiente a las tinieblas circundantes, se
viera forzado, en los tribunales o en cualquier otra parte, a disputar sobre sombras de
justicia o sobre las figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir sobre esto del modo en
que esto es discutido por quienes jamás han visto la Justicia en sí.
—S: Pero si alguien tiene sentido común, recuerda que los ojos pueden ver
confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la
tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz; y al considerar que esto es lo que le sucede al
alma, en lugar de reírse irracionalmente cuando la ve perturbada e incapacitada de
mirar algo, habrá de examinar cuál de los dos casos es: si es que al salir de una vida
luminosa ve confusamente por falta de hábito, o si, viniendo de una mayor ignorancia
hacia lo más luminoso, es obnubilada por el resplandor. Así, en un caso se felicitará de
lo que le sucede y de la vida a que accede; mientras en el otro se apiadará, y, si se
quiere reír de ella, su risa será menos absurda que si se descarga sobre el alma que
desciende desde la luz.
—G: Sí.
—S: Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este órgano del alma del
modo más fácil y eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista,
puesto que ya la posee, sino, en caso de que se lo haya girado incorrectamente y no
mire adonde debe, posibilitando la corrección.
—S: Ciertamente, las otras denominadas «excelencias» del alma parecen estar cerca
de las del cuerpo, ya que, si no se hallan presentes previamente, pueden después ser
implantadas por el hábito y el ejercicio; pero la excelencia del comprender da la
impresión de corresponder más bien a algo más divino, que nunca pierde su poder, y
que según hacia dónde sea dirigida es útil y provechosa, o bien inútil y perjudicial. ¿O
acaso no te has percatado de que esos que son considerados malvados, aunque en
realidad son astutos, poseen un alma que mira penetrantemente y ve con agudeza
aquellas cosas a las que se dirige, porque no tiene la vista débil sino que está forzada a
servir al mal, de modo que, cuanto más agudamente mira, tanto más mal produce?
—G: Es probable.
—G: Verdad.
—S: Por cierto que es una tarea de nosotros, los fundadores de este Estado, la de
obligar a los hombres de naturaleza mejor dotada a emprender el estudio que hemos
—G: Pero entonces —dijo Glaucón—, ¿seremos injustos con ellos y les haremos vivir
mal cuando pueden hacerlo mejor?
—S: Te olvidas nuevamente, amigo mío, de que nuestra ley no atiende a que una sola
clase lo pase excepcionalmente bien en el Estado, sino que se las compone para que
esto suceda en todo el Estado, armonizándose los ciudadanos por la persuasión o por
la fuerza, haciendo que unos a otros se presten los beneficios que cada uno sea capaz
de prestar a la comunidad. Porque si se forja a tales hombres en el Estado, no es para
permitir que cada uno se vuelva hacia donde le da la gana, sino para utilizarlos para la
consolidación del Estado.
—G: Es verdad; lo había olvidado, en efecto.
—S: Observa ahora, Glaucón, que no seremos injustos con los filósofos que han
surgido entre nosotros, sino que les hablaremos en justicia, al forzarlos a ocuparse y
cuidar de los demás. Les diremos, en efecto, que es natural que los que han llegado a
ser filósofos en otros Estados no participen en los trabajos de éstos, porque se han
criado por sí solos, al margen de la voluntad del régimen político respectivo; y aquel
que se ha criado solo y sin deber alimento a nadie, en buena justicia no tiene por qué
poner celo en compensar su crianza a nadie. «Pero a vosotros os hemos formado tanto
para vosotros mismos como para el resto del Estado, para ser conductores y reyes de
los enjambres, os hemos educado mejor y más completamente que a los otros, y más
capaces de participar tanto en la filosofía como en la política. Cada uno a su turno, por
consiguiente, debéis descender hacia la morada común de los demás y habituaros a
contemplar las tinieblas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas de
allí y conoceréis cada una de las imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotros
habréis visto antes la verdad en lo que concierne a las cosas bellas, justas y buenas. Y
así el Estado habitará en la vigilia para nosotros y para vosotros, no en el sueño, como
pasa actualmente en la mayoría de los Estados, donde compiten entre sí como entre
sombras y disputan en torno al gobierno, como si fuera algo de gran valor. Pero lo
cierto es que el Estado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es
forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones, y lo contrario cabe decir del
que tenga los gobernantes contrarios a esto».
—G: Imposible, pues estamos ordenando a los justos cosas justas. Pero además cada
uno ha de gobernar por una imposición, al revés de lo que sucede a los que gobiernan
ahora en cada Estado.
—S: Así es, amigo mío: si has hallado para los que van a gobernar un modo de vida
mejor que el gobernar, podrás contar con un Estado bien gobernado; pues sólo en él
gobiernan los que son realmente ricos, no en oro, sino en la riqueza que hace la
felicidad: una vida virtuosa y sabia. No, en cambio, donde los pordioseros y
necesitados de bienes privados marchan sobre los asuntos públicos, convencidos de
que allí han de apoderarse del bien; pues cuando el gobierno se convierte en objeto de
disputas, semejante guerra doméstica e intestina acaba con ellos y con el resto del
Estado.
—S: ¿Y sabes acaso de algún otro modo de vida, que el de la verdadera filosofía, que
lleve a despreciar el mando político?
—S: Es necesario entonces que no tengan acceso al gobierno los que están
enamorados de éste; si no, habrá adversarios que los combatan.
—S: En tal caso, ¿impondrás la vigilancia del Estado a otros que a quienes, además de
ser los más inteligentes en lo que concierne al gobierno del Estado, prefieren otros
honores y un modo de vida mejor que el del gobernante del Estado?
¿Tiene para Santo Tomás algún sentido esta forma de comenzar, con preguntas
y generando duda, o es únicamente una cuestión de tradición? Las razones por las que
comienza así son, según él, las siguiente es: considera que para buscar la verdad hay
que empezar por la duda, por una pregunta. Además, las preguntas y las dudas
iniciales nos ayudan a conocer el objetivo de cualquier estudio. Por último, el Aquinate
utiliza un paralelismo: del mismo modo que un juez necesita conocer todas las partes
implicadas, el teólogo y el filósofo necesita conocer todo lo que se ha dicho sobre la
cuestión estudiada.
La siguiente es una sección denominada sed contra ( algo así como “en
cambio”), que viene a ser una nueva objeción, pero esta vez de mayor calado y que
representa la postura contraria a la que defenderá Santo Tomás. Seguidamente,
encontramos la parte central, la solución del santo. En ella da una respuesta
argumentada al interrogante del título. Se trata del “cuerpo” del artículo, la parte más
valiosa. Cada artículo concluye con una serie de respuestas a las objeciones planteada
inicialmente. Las suele responder una por una.
Cada parte está dividida en tratados, que son como los diferentes capítulos de
un libro o los grandes temas que se exponen. Los tratados se componen de cuestiones
(especificaciones de los temas) y éstas en artículos.
Ley positiva, por su parte, es la legislación que procede de la razón humana. Son
leyes convencionales, es decir, que se desarrollan por convención o acuerdo humano.
Por tanto, la ley positiva va adaptándose a las nuevas formas de vida y a las nuevas
necesidades sociales. Son leyes positivas desde nuestra constitución hasta el
2
Quien establece las leyes.
La ley positiva es necesaria porque la ley natural no alcanza a legislar todos los
aspectos de la vida social humana. Obviamente, la ley natural no dice nada sobre cómo
conducir un vehículo o sobre cuántos años de cárcel merecen ciertos comportamientos
antisociales. Por eso, es necesario añadir otras normas concretas y de carácter
utilitario que la complementen. Tales normas no son evidentes, como sí lo son los
principios de la ley natural que antes citábamos. Para que la ley positiva sea justa debe
derivarse racionalmente de la natural. De hecho, en la Suma a parecen muchas
cuestiones relacionadas con la ley positiva dada la íntima relación que guarda con la
ley natural.
En relación con la corrección de las leyes positivas, Santo Tomás considera que
cualquier ley humana (legislada por los hombres) únicamente será justa o buena si se
encuentra directamente en armonía con los principios de la ley natural e
indirectamente con los de la ley eterna. No sólo las leyes positivas deben ajustarse a la
ley natural, también nuestra moralidad, es decir, las acciones particulares cuyas
máximas no están necesariamente incluidas en las leyes positivas. En este sentido,
sabemos que hacemos el bien comparando nuestros actos con la ley natural puesto
que no tenemos acceso a la ley eterna porque no conocemos plenamente la esencia
divina.
Una vez diferenciadas los tres tipos de leyes que existen, debemos adentrarnos
en las fuentes clásicas de la teoría de la ley natural. La ley natural no es una propuesta
original de Santo Tomás sino que se remonta a los primeros filósofos. Vamos a recoger
las fuentes que influyeron directamente en el pensamiento del Aquinate:
- Aristóteles
- Autores latinos: Cicerón y Séneca
- El derecho romano
- Autores cristianos
Una de las fuentes principales es, sin duda, Aristóteles, quien es considerado el
padre del derecho natural. Según Aristóteles, existen dos clases de leyes: ley natural
(común a todos los hombres por compartir la misma naturaleza) y la ley propia
(correspondiente a un determinado grupo social). De esta distinción se deriva la idea
−que todavía hoy perdura− de derecho natural. Por derecho natural entendemos
todas las facultades y obligaciones humanas que por estar basadas en una naturaleza
común tienen carácter universal.
Para Séneca (siglo I d.C.), el otro autor latino, existen varios derechos naturales
(además del positivo): un derecho natural general, común a todos los seres naturales,
hombres, animales y plantas; otro derecho natural relativo a los seres animados
(humanos y animales); y, finalmente, un derecho natural limitado a los seres humanos
que ordena las relaciones humanas. Este último derecho es especial porque el ser
humano es un ser único por su racionalidad, libertad, vida comunitaria, etc.
El derecho romano también se construyó sobre la idea de que existe cierta ley
natural. En concreto, el Corpus Iuris Civilis e ra un compendio del antiguo derecho
romano elaborado a petición del emperador Justiniano (s. VI d.C.). En esta obra se
encuentran recogidas leyes imperiales y textos de juristas clásicos. Servía como
material de estudio y, además, como fuente de inspiración para nuevas reflexiones
jurídicas. Algunos autores citados en el Corpus (Gayo, Ulpiano) mantienen la diferencia
entre ley civil y ley de gentes. Esta última equivale a la ley natural.
- San Agustín
- El Decreto de Graciano
- San Alberto Magno
San Agustín (padre de la Iglesia de los siglos IV y V d.C.), tal y como lo hace
Tomás de Aquino, distingue entre la ley natural y la ley eterna o divina y también
considera que la primera se deriva de la segunda. Para Agustín, la ley natural está,
además, enraizada en el corazón humano de tal manera que el hombre participa de la
ley eterna de Dios. Si el hombre es creatura divina debe llevar el sello de Dios. Sin
embargo, debido a su libertad, el ser humano puede respetar o violar la ley natural y,
en consecuencia, acercarse o alejarse de Dios.
La ley natural determina la ley moral, que sería la “traducción” que de la ley
natural hacemos estableciendo una normativa interna. Al reconocer racionalmente la
ley natural conformamos la ley moral: por tanto, ley natural, racionalidad y lay moral
están íntimamente relacionadas. Las leyes de la moralidad son, por tanto, racionales
porque surgen de la racionalidad, es decir, de una comprensión de nosotros mismos y
del mundo que nos rodea. Es importante el aspecto de la racionalidad porque implica
que cualquier persona (independientemente de su creencia o falta de la misma) puede
comprender la ley natural y actuar en consecuencia, lo que supone ser y actuar
moralmente.
Santo Tomás encuentra que la ley natural es unitaria. La ley natural contiene
muchos preceptos, pero la ley es una sola. Todos se reducen a un único precepto:
buscar el bien y evitar el mal. Aunque siempre buscamos el bien y evitamos el mal
Por tanto, ¿cómo cambia la ley natural? Cambia por adición, esto es, cambia
porque se le añaden nuevos preceptos (secundarios y terciarios) que matizan la
aplicación práctica de los primeros principios. En esencia, la ley no cambia. La
matización es importante porque adapta la ley natural a las circunstancias. No
obstante, pueden existir preceptos secundarios que sean inmutables porque son
objetivamente necesarios para salvaguardar los preceptos primarios.
Santo Tomás considera que la ley natural no sólo puede sino que también debe
derivar en ley positiva, especialmente, en forma de derecho. Como hemos visto, los
preceptos de la ley natural −normalmente los terciarios− pueden acabar
convirtiéndose en ley positiva (cuando son aceptados por una autoridad competente)
y formar parte del cuerpo jurídico de una sociedad. Esto sería lo deseable pues
establece una relación entre la ley natural y el derecho. De hecho, hablamos de
derecho natural cuando el orden jurídico tiene su fundamento en la ley natural. Es
iusnaturalista, por consiguiente, la teoría jurídica que defiende la vigencia del derecho
natural y su primacía sobre el derecho positivo. Evidentemente, no todo el derecho es
derecho natural, hay normas jurídicas que no derivan directamente de la ley natural,
como el código de circulación.
Para un iusnaturalista una ley sólo puede ser injusta si es positiva, puesto que
de la ley natural no decimos que sea justa ni injusta. Es absurdo calificar, por ejemplo,
como injusta la reproducción o que tengamos que comer. Son cuestiones naturales. Lo
que sí es justo o injusto es la forma en utilicemos el fenómeno de la reproducción de la
comida. La gula sí es inmoral e injusta, el incesto, la violación o el adulterio también.
Santo Tomás consideró que tenemos la obligación de cumplir las leyes positivas
(civiles) pero, como cabe la posibilidad de que las leyes sean injustas, reconoce el
derecho de desobediencia ante leyes objetivamente injustas, es decir, las que no
respeten la ley natural. Hay una diferencia, pues, entre los legal y lo moral.
Nos consta por los sentidos que hay seres de este mundo que se mueven; pero
todo lo que se mueve es movido por otro, y como una serie infinita de causas es
imposible hemos de admitir la existencia de un primer motor no movido por otro,
inmóvil. Y ese primer motor inmóvil es Dios.
- 2ª vía, de la eficiencia:
- 3ª vía, de la contingencia:
Hay seres que comienzan a existir y que perecen, es decir, que no son
necesarios; si todos los seres fueran contingentes, no existiría ninguno, pero existen,
por lo que deben tener su causa, pues, en un primer ser necesario, ya que una serie
causal infinita de seres contingentes es imposible. Y este ser necesario es Dios.
- 4ª vía, de la perfección:
La existencia de Dios parecer ser un dato racional, sin embargo, como hemos
visto, requiere de esfuerzo y de argumentos abstractos que no están a disposición de
todos. Entonces, ¿qué pasa con aquellos que no tienen la capacidad suficiente como
para comprenderlo racionalmente?, ¿quedarían al margen del conocimiento de Dios?
La existencia de Dios es uno de los contenidos principales de la revelación y a esta sí
tiene acceso cualquiera.
- Para los fideístas (de fides, fe), la fe siempre predomina sobre la razón. Por eso,
ante un conflicto entre proposiciones de la fe y de la razón, la que debe tener
la última palabra es la fe. La fe es la auténtica, incluso la única, fuente de
conocimiento. Pensadores cristianos como Guillermo de Ockham sostuvieron
estas posturas.
- El racionalismo es la postura contraria en la que la razón predomina sobre la fe.
Cualquier creencia se reduciría a mero conocimiento racional y, por
supuesto, si hubiera un conflicto entre proposiciones de fe y de razón,
debería tomarse la proposición racional como verdadera. Filósofos como el
musulmán Averroes o, más tarde, Descartes, apostaron por el racionalismo. El
primero, en concreto, consideró que si una proposición del Corán
contradecía una verdad racional, debería comprenderse de forma alegórica
el texto coránico.
- El complementarismo (o complementariedad entre la fe y la razón) es la
postura de pensadores como Santo Tomás o como San Agustín. Consideraron
que entre la fe y la razón no debe existir ningún conflicto sino
complementariedad. Ambas serían dos formas distintas de conocimiento.
Aunque para Santo Tomás la fe y la razón son dos formas distintas de conocer y
tienen total autonomía, piensa que convergen en ciertos conocimientos. Es decir, que
existen verdades que pueden ser conocidas tanto por medio de la fe como por medio
de la razón. Se trata de los preámbulos de la fe (preambula fidei) . El ejemplo que Santo
Tomás habitualmente utiliza para hablar de estos preámbulos es el de la existencia de
Dios. Por un lado, sabemos que Dios existe porque ha sido revelado. Desde esta
perspectiva, es una verdad de fe. Por otro lado, Santo Tomás ha demostrado
racionalmente la existencia de Dios a través de las cinco vías, indicando, así, que el
conocimiento de su existencia forma parte de las verdades naturales. La proposición
“Dios existe” es una verdad de fe al mismo tiempo que racional.
1. Según dice el Filósofo en II Etic. , tres cosas hay en el alma: potencias, hábitos
y pasiones. Mas la ley natural no es ninguna de las potencias ni de las pasiones
del alma, como se ve examinándolas una a una. Luego, la ley natural es un
hábito.
Contra esto (sed contra): está lo que dice San Agustín en De bono coniugali, que el
hábito es una facultad de la que se usa cuando es necesario. Pero la ley natural no es
de esta condición, puesto que se da en los niños y en los condenados, que no están en
disposición de usarla. Luego, la ley natural no es un hábito.
Objeciones por las que parece que la ley natural no comprende muchos preceptos,
sino solamente uno.
1. Como ya vimos (q.92 a.2), la ley pertenece al género del precepto. Luego si
hubiera muchos preceptos en la ley natural se seguiría que también serían
muchas las leyes naturales.
Respondo: Como ya dijimos (q.91 a.3), los principios de la ley natural son en el orden
práctico lo que los primeros principios de la demostración en el orden especulativo,
pues unos y otros son evidentes por sí mismos. Ahora bien, esta evidencia puede
entenderse en dos sentidos: en absoluto y en relación a nosotros. De manera absoluta
es evidente por sí misma cualquier proposición cuyo predicado pertenece a la esencia
del sujeto; pero tal proposición puede no ser evidente para alguno, porque ignora la
definición de su sujeto. Así, por ejemplo, la enunciación «el hombre es racional» es
evidente por naturaleza, porque el que dice hombre dice racional; sin embargo, no es
evidente para quien desconoce lo que es el hombre. De aquí que, según expone Boecio
en su obra De hebdomad., hay axiomas o proposiciones que son evidentes por sí
mismas para todos; y tales son aquellas cuyos términos son de todos conocidos, como
«el todo es mayor que la parte» o «dos cosas iguales a una tercera son iguales entre
sí». Y hay proposiciones que son evidentes por sí mismas sólo para los sabios, que
entienden la significación de sus términos. Por ejemplo, para el que sabe que el ángel
no es corpóreo y entiende lo que esto significa, resulta evidente que el ángel no está
circunscrito a un lugar; mas no así para el indocto, que desconoce el sentido estricto
de estos términos.
Ahora bien, entre las cosas que son conocidas de todos hay un cierto orden. Porque lo
primero que alcanza nuestra aprehensión es el ente, cuya noción va incluida en todo lo
que el hombre aprehende. Por eso, el primer principio indemostrable es que «no se
puede afirmar y negar a la vez una misma cosa», principio que se funda en las nociones
de ente y no-ente y sobre el cual se asientan todos los demás principios, según se dice
en IV Metaphys. Mas así como el ente es la noción absolutamente primera del
conocimiento, así el bien es lo primero que se alcanza por la aprehensión de la razón
práctica, ordenada a la operación; porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene
razón de bien. De ahí que el primer principio de la razón práctica es el que se funda
sobre la noción de bien, y se formula así: «el bien es lo que todos apetecen». En
consecuencia, el primer precepto de la ley es éste: «El bien ha de hacerse y buscarse;
el mal ha de evitarse». Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley
natural, de suerte que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los preceptos de esta
ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente como bien humano.
Por otra parte, como el bien tiene razón de fin, y el mal, de lo contrario, se sigue que
todo aquello a lo que el hombre tiene natural inclinación, la razón naturalmente lo
aprehende como bueno y, por ende, como algo que debe ser procurado, mientras que
su contrario lo aprehende como mal y como vitando. De aquí que el orden de los
preceptos de la ley natural sea correlativo al orden de las inclinaciones naturales. Y así
encontramos, ante todo, en el hombre una inclinación que le es común con todas las
1. Todos estos preceptos de la ley natural constituyen una ley natural única en
cuanto se reducen a un único primer precepto.
Objeciones por las que parece que no todos los actos de las virtudes son de ley natural.
2. Todos los pecados se oponen a algún acto de virtud. Luego si todos los actos
de virtud son de ley natural, se seguiría que todos los pecados son contra la
naturaleza. Pero esto se atribuye especialmente a algunos pecados nada más.
Contra esto (sed contra): afirma San Juan Damasceno en el libro III que las virtudes son
naturales. Luego los actos de las virtudes están sujetos a la ley natural.
Respondo: Los actos de las virtudes pueden ser considerados bajo un doble aspecto:
como actos virtuosos y como actos de una determinada especie. Pues bien, si los
consideramos en cuanto virtuosos, todos caen bajo la ley natural. Ya dijimos (a.2), en
efecto, que pertenece a la ley natural todo aquello a lo que el hombre se siente
inclinado por naturaleza. Mas todos los seres se sienten naturalmente inclinados a
realizar las operaciones que les corresponden en consonancia con su forma; por
ejemplo, el fuego se inclina por naturaleza a calentar. Y como la forma propia del
hombre es el alma racional, todo hombre se siente naturalmente inclinado a obrar de
acuerdo con la razón. Y esto es obrar virtuosamente. Por consiguiente, así
considerados, todos los actos de las virtudes caen bajo la ley natural, puesto que a
cada uno la propia razón le impulsa por naturaleza a obrar virtuosamente. Si, en
cambio, consideramos los actos virtuosos en sí mismos o según su especie, no todos
ellos son de ley natural. Porque hay muchas acciones virtuosas que no responden de
manera inmediata a una inclinación natural, sino que son el resultado del proceso
racional por el que los hombres buscan lo más útil para vivir bien.
Objeciones por las que parece que la ley natural no es la misma para todos.
Contra esto (sed contra): está lo que dice San Isidoro en Etymol.: El derecho natural es
común a todas las naciones.
Respondo: Como ya vimos (a.2.3), pertenece a la ley natural todo aquello a lo cual el
hombre se encuentra naturalmente inclinado, dentro de lo cual lo específico del
hombre es que se sienta inclinado a obrar conforme a la razón. Ahora bien, según
consta por I Physic., es propio de la razón el proceder de lo común a lo particular.
Aunque de diferente manera, según se trate de la razón especulativa o de la razón
práctica. Porque la primera versa principalmente sobre cosas necesarias, que no
pueden comportarse más que como lo hacen, y por eso tanto sus conclusiones
particulares como sus principios comunes expresan verdades que no admiten
excepción. La razón práctica, en cambio, se ocupa de cosas contingentes, cuales son las
operaciones humanas, y por eso, aunque en sus principios comunes todavía se
encuentra cierta necesidad, cuanto más se desciende a lo particular tanto más
excepciones ocurren. Así, pues, en el orden especulativo, la verdad es la misma para
todos, ya sea en los principios, ya en las conclusiones, por más que no sea conocida por
todos la verdad de las conclusiones, sino sólo la de los principios llamados
«concepciones comunes». Pero en el orden práctico, la verdad o rectitud práctica no
es la misma en todos a nivel de conocimiento concreto o particular, sino sólo de
conocimiento universal; y aun aquellos que coinciden en la norma práctica sobre lo
concreto, no todos la conocen igualmente.
Pedro Agulló Cantos – Centro Sagrada Familia de Elda Página 36
Por tanto, es manifiesto que, en lo tocante a los principios comunes de la razón, tanto
especulativa como práctica, la verdad o rectitud es la misma en todos, e igualmente
conocida por todos. Mas si hablamos de las conclusiones particulares de la razón
especulativa, la verdad es la misma para todos los hombres, pero no todos la conocen
igualmente. Así, por ejemplo, que los ángulos del triángulo son iguales a dos rectos es
verdadero para todos por igual; pero es una verdad que no todos conocen. Si se trata,
en cambio, de las conclusiones particulares de la razón práctica, la verdad o rectitud ni
es la misma en todos ni en aquellos en que es la misma es igualmente conocida. Así,
todos consideran como recto y verdadero el obrar de acuerdo con la razón. Mas de
este principio se sigue como conclusión particular que un depósito debe ser devuelto a
su dueño. Lo cual es, ciertamente, verdadero en la mayoría de los casos; pero en
alguna ocasión puede suceder que sea perjudicial y, por consiguiente, contrario a la
razón devolver el depósito; por ejemplo, a quien lo reclama para atacar a la patria. Y
esto ocurre tanto más fácilmente cuanto más se desciende a situaciones particulares,
como cuando se establece que los depósitos han de ser devueltos con tales cauciones
o siguiendo tales formalidades; pues cuantas más condiciones se añaden tanto mayor
es el riesgo de que sea inconveniente o el devolver o el retener el depósito.
Así, pues, se debe concluir que la ley natural, en cuanto a los primeros principios
universales, es la misma para todos los hombres, tanto en el contenido como en el
grado de conocimiento. Mas en cuanto a ciertos preceptos particulares, que son como
conclusiones derivadas de los principios universales, también es la misma bajo ambos
aspectos en la mayor parte de los casos; pero pueden ocurrir algunas excepciones, ya
sea en cuanto a la rectitud del contenido, a causa de algún impedimento especial
(como también en algunos casos faltan las causas naturales debido a un
impedimento); ya sea en cuanto al grado del conocimiento, debido a que algunos
tienen la razón oscurecida por una pasión, por una mala costumbre o por una torcida
disposición natural. Y así cuenta Julio César en VI De bello gallico q ue entre los
germanos no se consideraba ilícito el robo a pesar de que es expresamente contrario a
la ley natural.
Objeciones por las que parece que la ley natural puede cambiar.
1. Sobre las palabras de Eclo 17,9: Le dio además la ciencia y la ley de vida,
comenta la Glosa: Porque entregó la ley escrita para corrección de la ley
natural. Pero lo que se corrige cambia. Luego la ley natural puede cambiar.
Contra esto (sed contra): está lo que se dice en el Decreto, dist.5: El derecho natural
nace con la criatura racional; y no cambia con el tiempo, sino que permanece
inmutable.
En segundo lugar, cambiaría la ley natural por vía de sustracción, es decir, porque algo
que antes era de ley natural deja de serlo. En este sentido, la ley natural es
completamente inmutable en lo que se refiere a los primeros principios de la misma.
Mas en lo tocante a los preceptos secundarios, que, según dijimos (a.4), son como
conclusiones más determinadas derivadas inmediatamente de los primeros principios,
1. Se dice que la ley escrita fue dada para corrección de la ley natural, bien
porque viene a completar lo que faltaba a la ley natural, bien porque la ley
natural se había corrompido parcialmente en el corazón de algunos, que
llegaron a considerar como bueno lo que es malo por naturaleza, y tal
corrupción necesitaba corrección.
3. Una cosa puede considerarse de derecho natural por dos motivos. Primero,
porque a ella inclina la naturaleza. Tal es, por ejemplo, el principio de que no se
debe hacer daño al prójimo. Segundo, porque la naturaleza no impone lo
contrario. Como si dijéramos que es de ley natural que el hombre ande
desnudo porque los vestidos no los dio la naturaleza, sino que los inventó el
arte. Y en este sentido es como se dice que es de derecho natural la posesión
de los bienes en común y la libertad igual para todos, puesto que el reparto de
los bienes y la servidumbre no fueron establecidas por la naturaleza, sino que
fueron introducidas por la razón humana, que las consideró útiles para la vida
humana. En esto, por tanto, la ley natural no cambia sino por adición.
Pedro Agulló Cantos – Centro Sagrada Familia de Elda Página 39
Artículo 6: ¿Puede la ley natural ser abolida en el corazón humano?
Objeciones por las que parece que la ley natural puede ser abolida en el corazón
humano.
3. Lo que la ley establece es considerado como justo. Pero los hombres han
establecido muchas cosas contrarias a la ley natural. Luego la ley natural puede
ser borrada del corazón de los hombres.
Contra esto (sed contra): está lo que San Agustín dice en II Confess. : Tu ley ha sido
escrita en los corazones de los hombres, donde ninguna iniquidad la puede borrar.
Pero la ley escrita en los corazones de los hombres es la ley natural. Luego la ley
natural no puede ser suprimida.
Vocabulario tomista
- Alma
- Bien común
- Hábito
- Ley
- Ley eterna o divina
- Ley natural
- Ley positiva
- Precepto
- Principio de la ley natural
- Proposición
- Iusnaturalismo o derecho natural -
Teología
- Virtud
Temas:
Para nuestro autor, la razón griega, el logos ( en griego, palabra o razón), nace
enferma. Los iniciadores de la filosofía griega (Parménides, Sócrates y Platón, entre
otros) inocularon el virus que dio lugar a la enfermedad: el virus de la verdad. Sin
embargo, como siempre, el enfermo no quiere darse cuenta. Para sacar a la luz este
entramado, Nietzsche utilizó el método genealógico.
Occidente pensó que para progresar era necesario dar el paso del mito al logos,
de la irracionalidad a la razón. Olvidarse de la narración creativa y dinámica para tomar
como referencia la lógica y lo inmovilidad. De este modo nacieron los ideales de
Verdad, Justicia y Bien que siembre han sido considerados unitarios, inamovibles y
eternos. Tales ideales chocan frontalmente con la vida: la vida es cambio, finitud,
particularidades… en ella no existe algo que sea la Verdad.
Según Nietzsche, los sentidos son la mejor forma de captar la realidad. Éstos sí
nos descubren un mundo cambiante, que fluye. Occidente, en cambio, ha renegado de
ellos y ha construido realidades ultramundanas (más allá del mundo). No obstante,
Nietzsche encuentra que este mundo ficticio, el de la razón, no deja de ser otra forma
de mito. El ultramundo solo puede ser conocido por personas “racionales” de modo
que son estos los que enseñan o desvelan la verdad al resto tal y como lo hacían antes
los sacerdotes.
Por un lado, para Nietzsche no existe el bien en la medida en que sostiene que
no hay verdad en general y, por tanto, tampoco hay verdad moral. Además, tampoco
existen, para el alemán, fenómenos morales, es decir, algo que podamos señalar con el
dedo y decir “eso es lo bueno”. La moral es, en definitiva, una interpretación de otra
cosa, de acontecimientos de la vida, que nada tienen de calificativos morales. Existen
fenómenos: el robo, el asesinato, dar limosna, ofrecer ayuda… hechos sobre los que
nosotros aportamos una interpretamos concreta y los calificamos como buenos o
como malos. La moral en sí no existe.
Por otro lado, parece que sí existe el bien porque el alemán considera que el
hecho de que no hay una verdad única no implica que no haya verdades, en plural. Del
mismo modo, podrían existir bienes y males plurales en ausencia de un Bien absoluto.
En concreto, para Nietzsche lo bueno será lo que favorezca la vida y la vida, como los
individuos, se manifiesta de formas muy diversas.
Con esta transmutación nace lo que entendemos por moral occidental. Los
bueno era antes visto como subjetivo, ahora la moral se presupone objetiva. La cultura
resultante es una cultura del resentimiento, ya que sus valores nacen en
contraposición a los valores originales, los del señor. Valores como la superioridad, el
orgullo o el individualismo fueron sustituidos por la inferioridad, la humildad o el
gregarismo. Se trata, sin duda, de una moral de esclavos.
No obstante, no todas las religiones son iguales: la más apreciada por Nietzsche
es el paganismo politeísta. En ella, hay un dios para cada necesidad y nunca se niegan
entre ellos. Los dioses son antropomorfos, lo son, incluso, en sus necesidades y goces.
Por esto mismo, el paganismo permite una vida más creativa, ya que es rica en
representaciones. Aprecia, sobre todo, Grecia.
Para Nietzsche, las peores religiones son las monoteístas. En ellas, Dios es único
y encarna la idea de la única verdad. No es material y, por ello, se aleja de la vida.
Concretamente, el peor de estos monoteísmos es el cristianismo. Considera, además,
que la moral de esclavos ha sido ampliamente extendida y consolidada por el
cristianismo. El cristianismo es una religión absolutamente reactiva y resentida. El
resentimiento del cristianismo es claro: valora la humildad, la igualdad, la templanza…
frente al orgullo, la superioridad y el desenfreno. Sus características son dos:
En esta línea, hay que decir que si, como entendió Nietzsche, los valores del
mundo occidental estaban basados en un engaño, el mayor engaño es, quizá, el de la
existencia de un ser todopoderoso que sostiene la existencia, el engaño de la
existencia de Dios.
Este nihilismo, que es la fase final de la historia de occidente, tiene dos caras: el
nihilismo pasivo y el activo. El nihilismo pasivo es aquel que no hemos propiciado
nosotros sino que es fruto del propio devenir de la historia. Se trata de un
acontecimiento inevitable. La cultura occidental ha estado basada en el cristianismo,
con una concepción monoteísta de Dios; sin embargo, la vida del hombre no podía
fundarse realmente sobre algo inexistente. El hombre occidental ya ha dejado de vivir
como si Dios existiese. Era cuestión de tiempo que un engaño de tales dimensiones
fuera descubierto. Tras desvelarse el engaño, el mundo occidental queda desolado.
Predomina el pesimismo, la apatía.
Este nihilismo, que es la fase final de la historia de occidente, tiene dos caras: el
nihilismo pasivo y el activo. El nihilismo pasivo es aquel que no hemos propiciado
nosotros sino que es fruto del propio devenir de la historia. Se trata de un
acontecimiento inevitable. La cultura occidental ha estado basada en el cristianismo,
con una concepción monoteísta de Dios; sin embargo, la vida del hombre no podía
fundarse realmente sobre algo inexistente. El hombre occidental ya ha dejado de vivir
como si Dios existiese. Era cuestión de tiempo que un engaño de tales dimensiones
fuera descubierto. Tras desvelarse el engaño, el mundo occidental queda desolado.
Predomina el pesimismo, la apatía.
De las tres transformaciones del espíritu que N propone en Así habló Zaratustra
surge el niño, quien representa la libertad y el disfrute de la vida. La inocencia hace
que el niño mire la vida sin prejuicios, sin cargas culturales.
“Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera
el león ha podido? [...] Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un
juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo
decir sí” (Así habló Zaratustra).
La vida del niño es, en definitiva, juego. El juego es, ante todo, libertad y
disfrute, pero también imaginación y creatividad. La metáfora del niño nos lleva al
superhombre. El superhombre es el que va más allá, el que crea sus propios valores.
Para ello necesita creatividad y libertad. Ya es posible llevar a cabo esa creación
porque “Dios ha muerto”. Si no existe Dios, no hay valores morales, especialmente
morales. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la idea de creación siempre se ha
asociado a Dios. Con este cambio, el hombre aparece ahora como el único dios.
“¡Y un derecho que puedas robar no debes permitir que te lo den! [...] ¡El que
no pueda mandarse a sí mismo debe obedecer! [...] ¡lo mejor debe dominar, lo
mejor quiere también dominar!” (Así habló Zaratustra).
En función de todo lo que hemos visto, definimos vida como energía, potencia,
fuerza… capacidad de ser, en definitiva. Es decir, que la esencia de la vida es la
voluntad de poder. La voluntad de poder es consustancial a la vida. Un individuo sin
voluntad de poder, desfallecería inmediatamente. Como podemos ver, se trata de un
término muy literario y poco preciso. Una intuición. No obstante, la vida, como la
voluntad de poder, es diversa. Nietzsche diferencia, principalmente, dos tipos
generales de vida:
- Vida ascendente
- Vida descendente
Lo que Nietzsche, desde luego, evidencia con su idea de voluntad de poder es que el
sentido de esta vida no es trascendente sino inmanente a la ella misma: está en su
autoafirmación aquí y ahora y en nada más.
Por otro lado, como los filósofos no pudieron negar los sentidos y, al mismo
tiempo, siguieron confiando en sus conceptos racionales, solamente existentes en sus
mentes débiles, se vieron obligados a duplicado el mundo. A partir de Platón, se habló,
de forma abierta o velada, de un “mundo del devenir” y del “mundo del ser”.
Entendieron los filósofos que el mundo del devenir es aparente y se corresponde con el
mundo de los sentidos, que es, a su vez, falso. El mundo del ser es el de lo auténtico y
sólo se podría ser alcanzado por la razón. De lo cual, obtuvieron dos conclusiones: 1) lo
que permanece tiene un valor superior a lo que cambia; 2) la razón es el único camino
para descubrir y conocer la Verdad.
Nietzsche va más allá y tiene en cuenta otros elementos que permiten construir
mundos metafísicos (artificiales):
Parece que mientras existe el lenguaje, existirá la metafísica. Así es porque para
entendernos debemos utilizar siempre las mismas palabras universalizando conceptos.
Por eso, una filosofía que intente hablar del devenir como la de Nietzsche, tendrá que
violentar la metafísica tradicional con un nuevo estilo, un nuevo lenguaje. O, dada la
dificultad de escapar del lenguaje, hay que saber, como mínimo, dónde están sus
trampas. La trampa fundamental es que la verdad se trasmite lingüísticamente, que la
verdad es una metáfora porque:
Vocabulario nietzscheano
- Aristocrático, noble y plebeyo
- Castradismo
- Cristianismo
- Dècadents (decadentes)
- Devenir
- Dialéctica
- Dionisio
- Enfermos
- Espiritualización de las pasiones
- Griegos
- Inmoralista
- Instintos-pasiones
- Lenguaje
- Lógica
- Mejora o mejoramiento
- Momia
- Moral natural
- Moral contranatural
- Mundo verdadero
- Mundo aparente
- Nihilismo
- Razón
- Razón=virtud=felicidad
- Superfetación de lo lógico
- Voluntad de poder
EL PROBLEMA DE SÓCRATES
1
Los más sabios de todas las épocas han pensado siempre que la vida no vale nada...
Siempre y en todas partes se ha oído de su boca el mismo acento: un acento cargado
de duda, de melancolía, de cansancio de vivir, de oposición a la vida. Incluso Sócrates
dijo a la hora de su muerte: «La vida no es más que una larga enfermedad; le debo un
gallo a Esculapio por haberme curado.» Hasta Sócrates estaba harto de vivir.
¿Qué prueba esto? ¿Qué indica? En otros tiempos se había dicho (como así han hecho
y bien alto, nuestros pesimistas los primeros): «En todo caso, esto tiene que tener algo
de verdad. El consenso de los sabios constituye una prueba de verdad.» ¿Seguiremos
hablando hoy así?; ¿nos está permitido hablar así? «En todo caso, esto tiene que tener
algo de enfermedad», ésta es la respuesta que damos nosotros: habría que empezar
por examinar de cerca a los más sabios de todas las épocas. ¿Será que ninguno de ellos
se sostenía ya sobre las piernas?; ¿será que estaban viejos, que se tambaleaban, que
eran unos decadentes? ¿Será que la sabiduría aparece en la tierra como un cuervo a
quien le entusiasma el más ligero olor a carroña?
2
Esta irreverencia que supone pensar que los grandes sabios son tipos decadentes se
me ocurrió por primera vez respecto a un caso en el que dicha irreverencia se halla
totalmente en contra del prejuicio que sustentan tanto los eruditos como los que no lo
son: yo caí en la cuenta de que Sócrates y Platón son síntomas de decadencia,
instrumentos de la descomposición griega, pseudogriegos y antigriegos. (El origen de la
tragedia, 1872).
Cada vez he ido comprendiendo mejor que lo que menos prueba el consenso de los
sabios es que tengan razón en aquello en lo que están de acuerdo. Lo que prueba, más
bien, es que esos hombres tan sabios coinciden fisiológicamente en algo que les hace
adoptar —de una manera forzosa— una misma postura negativa frente a la vida. Los
juicios y las valoraciones relativas a la vida, en pro y en contra, no pueden ser nunca,
en última instancia, verdaderos: sólo valen como síntomas, y únicamente deben ser