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Toda persona pública o privada, física o jurídica, que requiera de autoridad competente
autorización para realizar una obra o actividad que se encuentren comprendidas en los
términos de la presente ley deberá presentar una declaración jurada previa en la que
manifieste si la obra o actividad a emprender es riesgosa, susceptible de modificar el
ambiente o afectar la calidad de vida de las personas, en forma significativa.
Cuando una obra o actividad pueda generar impactos fuera de la jurisdicción donde se
radicará, conforme surja de la Evaluación de Impacto Ambiental, la autoridad
competente deberá dar formal intervención en el procedimiento de Evaluación de
Impacto Ambiental a la jurisdicción potencialmente afectada con el objeto de efectuar
una Evaluación Conjunta de Impacto Ambiental del proyecto, previa a la emisión de la
Declaración de Impacto Ambiental.
Cuando los impactos previsibles de una obra o actividad pudieran afectar a terceros
países, la Evaluación de Impacto Ambiental se pondrá en conocimiento de los mismos
por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, o aquel que lo
reemplace en el futuro.
Artículo 10.- Registro de Consultores.
Para las demás categorías, la autoridad competente de cada jurisdicción podrá convocar
de oficio o a pedido de terceros interesados, mediante resolución fundada, una consulta
pública, sectorial o general, para la presentación y debate del proyecto y de las acciones
necesarias para prevenir o mitigar los efectos ambientales, en la que participarán los
responsables de la obra o actividad.
Artículo 15: Resolución. Plazos.
La autoridad competente podrá extender, por única vez, en sesenta (60) días, el plazo
para dictar su resolución y requerir al titular del proyecto información complementaria a
la Evaluación del Impacto Ambiental, cuando la complejidad de las evaluaciones o el
impacto ambiental a analizar así lo justifiquen.
El Poder Ejecutivo reglamentará la presente ley en un plazo no mayor a los noventa (90)
días corridos a partir de su sanción.
ANEXO I
FUNDAMENTOS
a) cuando se teme que las actividades puedan causar daños graves, irreversibles,
catastróficos al medio ambiente; para lo cual se impone la proscripción de la actividad
hasta que se alcancen certidumbres que permitan adoptar previsiones capaces de
neutralizar el peligro temido o;
b) cuando se prevé que las actividades pueden ser peligrosas para la conservación y
preservación del ambiente; para lo cual se requiere la adopción de medidas que
permitan reducir al mínimo los eventuales efectos perjudiciales antes y después de
autorizar la actividad.
Así es como podemos establecer que las sociedades de hoy carecen de la capacidad de
asumir el riesgo de un daño, es decir, si éste puede recaer sobre un colectivo aún mayor
-las generaciones futuras- que el que lo habilita a actuar en tiempo y lugar. En este
sentido se ha desarrollado un conjunto de dispositivos que dan cuenta de la emergencia
de un nuevo paradigma de tratamiento social de riesgos, el llamado “paradigma de la
seguridad”, cuyo análisis destinado a la minimización o neutralización de los efectos
negativos debe ser merituado en forma previa como requisito para la toma de
decisiones. La respuesta a este paradigma la encontramos en la teoría del principio de
precaución, que se basa en el “buen gobierno”, es decir, la gestión que se adelanta con
criterios precisos a los hechos, la que ante la duda de que una actividad pueda ser
riesgosa prefiere limitarla, privilegiando la seguridad y la certeza en la acción.
La incertidumbre que se plantea frente actos ejecutados por el hombre impone el deber
de actuar en forma precautoria, previniendo las consecuencias dañosas y adoptando
todas las medidas de mitigación y neutralización posibles.
La Evaluación de Impacto Ambiental (EIA) es una herramienta de gestión con carácter
preventivo, que no pretende resolver un problema actual, sino que está orientada a evitar
que se produzcan efectos similares a los ya registrados en materia de daños ambientales.
Propugna un enfoque a largo plazo y garantiza una visión completa e integradora de las
consecuencias de la acción humana sobre el ambiente. En ese orden, también requiere
una mayor creatividad e ingenio y una fuerte responsabilidad social en el diseño y la
ejecución de las acciones y proyectos, tanto públicos como privados. Impone a los
gobernantes una insoslayable motivación para investigar nuevas soluciones tecnológicas
y, en definitiva, para autoimponerse una mayor reflexión en los procesos de
planificación y de toma de decisiones. Concebida como un proceso de advertencia
temprana que verifica el cumplimiento de las políticas ambientales, la EIA se ha
convertido en la herramienta preventiva mediante la cual se evalúan los impactos
negativos y positivos que las políticas, planes, programas y proyectos generan sobre el
ambiente, y se proponen las medidas para ajustarlos a niveles de aceptabilidad.
Las evaluaciones deben ser realizadas en cada caso particular e incluir estimaciones
acerca de la aceptación o rechazo de los riesgos y las estrategias de gestión. Esa
estrategia de gestión debe incluir también la gestión del riesgo, que debe ser realizada
por expertos con la misma calificación profesional de quienes concretan las
evaluaciones. Resulta no menos importante considerar que la separación entre
“evaluación” y “gestión” suele conducir a resultados disvaliosos y, en muchos casos, a
situaciones de administración poco transparentes. La mayor o menor certidumbre sobre
el riesgo hipotético o su potencialidad surgirá de la Evaluación de Impacto Ambiental
en tanto y en cuanto la comprendamos desde una perspectiva integradora, como un
todo, aplicando criterios mínimos de análisis que excedan la voluntad política de la
autoridad que la aprobará.
El Art. 248 del Código de Minería establece las responsabilidades por los daños
ambientales que las actividades mineras establecidas en el Art. 249 generan. Y coloca
en cabeza de los responsables de dichas actividades la obligatoriedad de la realización
de un informe de Impacto Ambiental (cfr Art. 251). Este es el antecedente normativo
que más ha avanzado en cuanto a la determinación de un mecanismo o procedimiento
para la realización de la EIA fijando responsabilidades y plazos en los Art. 252 a 260.
En ella se describe e identifica al residuo que denomina industrial y que tipifica como
cualquier elemento, sustancia u objeto en estado sólido, semisólido, líquido o gaseoso,
obtenido como resultado de un proceso industrial, la realización de una actividad de
servicio complementaria o no de la industrial o por estar relacionado directa o
indirectamente con la actividad. La ley en su Art. 32 sólo exige la realización del
Estudio del Impacto Ambiental a uno de los sujetos de la ley que es al operador de las
plantas de tratamiento y disposición final y a quien los almacene, liberando de dicha
obligación específica al generador y transportista, aunque de un modo genérico se la
exige el Art. 11 de la Ley General del Ambiente.
También encontramos en nuestro sistema jurídico otras normas que adoptan un sistema
parcial de EIA aplicable en forma limitada y exclusivamente a ese sector que regulan.
Así, podemos citar la Ley Nº17.319 “de Hidrocarburos”, la Ley Nº 22.421 de
Conservación de la Fauna Silvestre, la Ley Nº 23.879 de “Presas Hidroeléctricas”, las
Resolución Nº 475/87 y 105/92 de la Secretaría de Energía, la Resolución Nº 16/94 de
la Administración de Parques Nacionales, entre otras.
Si bien, tal como dijimos, no existe en nuestra legislación nacional una norma que
establezca los presupuestos mínimos para la EIA, sí podemos encontrar antecedentes
parlamentarios en este sentido. Entre ellos, los proyectos presentados por Sr. Senador
(mc) Antonio Cafiero 149-S-00, por la senadora (mc) Silvia Sapag 1123-S-01, la
diputada (mc) Mabel Müller 1174-D-06 y el del senador (mc) José Pampuro 2483- S-
06, que con diferencias en cuanto a la especificidad de los alcances y procedimientos
intentaban reglamentar esta herramienta.
En el artículo 6º, y este tal vez sea uno de los puntos centrales del presente proyecto, se
establecen los contenidos mínimos que deberán contemplar los técnicos en oportunidad
de llevar adelante todo proceso de EIA. Se intenta establecer requisitos uniformes, sobre
los que las jurisdicciones locales deberán ajustar en lo sucesivo sus ordenamientos
locales de manera tal que cumplan por lo menos con los puntos allí establecidos, sin
perjuicio de ampliar o complementarlos.
Se crea, también, un régimen de responsabilidad solidaria entre del titular del proyecto y
de los profesionales inscriptos intervinientes por la veracidad de los datos de base que
aporten en los estudios de impacto ambiental y en función de los cuales se predijeron
los impactos y se propusieron las medidas de mitigación.
Estimada Norma:
Me resulta sumamente intrigante que Ud. no haya incluido en el listado taxativo
(el peligro de lo taxativo es que lo que no se indica no se debe controlar) del
ANEXO I, una de las actividades humanas que generan y han generado la mayor
contaminación a lo largo de toda la prehistoria y por supuesto de la historia y
que entre otras cosas ha posibilitado la civilización urbana.
Me refiero a la actividad agropecuaria, sea ésta agrícola o ganadera. Esta
industria es de tal escala global que por eso mismo no es visible como agente de
contaminación de todo tipo y también de consumos energéticos sin freno.
Y esto lo estamos hablando en la Rep. Argentina donde lo dicho más arriba es
aún de mayor importancia que en casi ningún otro país.
Si fuera el caso agregaría un punto adicional de la siguiente manera:
“19 Explotación agropecuaria, sea ésta agrícola o ganadera de todo tipo de
especies de cualquier origen”
Un afectuoso saludo.
Carlos A. Bartó