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perspectiva de género

en la práctica educativa de la
universidad de guanajuato

aproximaciones feministas
Vanessa Góngora Cervantes
Rosalba Vázquez Valenzuela
Coordinadoras
Universidad de Guanajuato

Luis Felipe Guerrero Agripino


Rector General

Héctor Efraín Rodríguez de la Rosa


Secretario General

José Luis Lucio Marínez


Secretario Académico

Javier Corona Fernández


Rector del Campus Guanajuato

Teresita Rendón Huerta Barrera


Directora de la División de Derecho, Política y Gobierno

José Cervantes Herrera


Secretario Académico de la División de Derecho, Política y Gobierno
perspectiva de género
en la práctica educativa de la
universidad de guanajuato

aproximaciones feministas
Coordinadoras
Vanessa Góngora Cervantes y Rosalba Vázquez Valenzuela

Yessica Ivet Cienfuegos Martínez • Rocío Corona Azanza •


Vanessa Góngora Cervantes • Teodora Hurtado Saa • Ivy Jacaranda Jasso Martínez
•Marilú León Andrade • Ericka López Sánchez •Rocío Rosas Vargas •
Abril Saldaña Tejeda • Rosalba Vázquez Valenzuela

UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO
Horizontes para la igualdad de Género
Coordinación editorial general
Vanessa Góngora Cervantes
Rosalba Vázquez Valenzuela

Asistencia editorial
Jessica Rosalía Velázquez Sierra

Diseño de portada e ilustración


Javier de la Cruz

Universidad de Guanajuato
Horizontes para la igualdad de Género

Universidad de Guanajuato
Lascuráin de Retana no. 5, Centro, 36000, Guanajuato, Gto.
Primera edición, 2016
Copyright © 2016

Impreso en México
Printed in Mexico

ISBN: 978-607-441-424-0

ES 3 del PROFOCIE 2014.


Fue sometido a dictamen arbitral por especialistas, bajo la modalidad de doble ciego y
avalada por el comité editorial de la División de Derecho, Política y Gobierno
de la Universidad de Guanajuato.
A Lupe Meza
Profesora dedicada y combativa
Es cierto, todas queremos aprender de tí.
Agradecimientos

Siempre es importante reconocer que un proyecto editorial es solo eso, un


proyecto, hasta el momento en que personas profesionales y comprometidas
intervienen para convertirlo en un libro. Queremos agradecer la paciencia y
dedicación de nuestra editora Jessica Velázquez y la colaboración artística de
Javier de la Cruz en la portada. Pero sobre sobre todo, queremos agradecer a las
colaboradoras participantes del Seminiario de la Teoría Feminista a la acción
Académica y a los colaboradores artísticos que, al brindarnos su confianza, nos
permitieron lograr este sueño feminista.
Índice

Introducción

De la transversalidad de género a la investigación


feminista en la Universidad de Guanajuato
Vanessa Góngora Cervantes
Rosalba Vázquez Valenzuela...................................................................9

Violencia contra las mujeres en las relaciones y


su legitimación cultural
Yessica Ivet Cienfuegos Martínez.............................................................23
Feminismo desde la trinchera de la Historia
Rocío Corona Azanza...............................................................................51
Cuando el género atraviesa la burocracia.
Reflexiones feministas para el análisis de políticas públicas
Vanessa Góngora Cervantes.....................................................................63
Interseccionalidad de género, etnia/raza, ocupación
y nacionalidad en la producción académica de la
Universidad de Guanajuato
Teodora Hurtado Saa...............................................................................93
Acercamientos a la relación Feminismo-Antropología.
Una mirada desde la formación de antropólogas y
antropólogos
Ivy Jacaranda Jasso Martínez................................................................117
El proceso social de la migración. Un contexto social para
las reflexiones feministas a través del enfoque de género y
su aplicación en un estudio de caso en Cuacnopalan, Puebla
Marilú León Andrade..........................................................................133
Entre la actividad social del feminismo y la
investigación científica
Éricka López Sánchez..........................................................................155
De la búsqueda de los caminos de las mujeres a la investigación
feminista. Estudios de género y desarrollo
Rocío Rosas Vargas..............................................................................191
Los retos de la investigación feminista desde la academia.
El caso del servicio doméstico en México
Abril Saldaña Tejeda............................................................................215
Las instancias municipales de atención a la Mujer en Guanajuato.
¿Avance en el diseño y construcción de la igualdad de género?
Rosalba Vázquez Valenzuela...............................................................247
Aportación artística documental “Las Miques”
Equipo de Artes Digitales.....................................................................277

Semblanza curricular de autoras........................................................281


introducción

De la transversalidad de perspectiva de género a la


investigación feminista en la Universidad de Guanajuato

Vanessa Góngora Cervantes


Rosalba Vázquez Valenzuela

I
¡Vaya consigna feminista aquella que dice “lo que no se nombra
no existe”! Este libro tiene como propósito mostrar a la comunidad
universitaria y a la sociedad guanajuatense, que en esta institución
se trabaja e investiga con perspectiva de género y habemos quienes
nos pronunciamos como feministas académicas. El texto que tienes
en tus manos es el resultado del ejercicio de recursos del Programa de
9
Fortalecimiento de la Calidad en Instituciones Educativas (Profocie).
La meta de este proyecto consistía en tener un producto académi-
co de alta calidad que evidenciara la aportación de académicas a la
transversalidad de la perspectiva de género en la práctica educativa
desde sus diversas áreas de conocimiento. Este programa responde a
la exigencia internacional y nacional de institucionalizar la mirada de
género en la administración universitaria y en las estrategias de apoyo
a la academia.

Para poder documentar y explicar los esfuerzos de la Universidad


de Guanajuato en la atención de la perspectiva de género se debe re-
conocer la importancia y valor histórico que para las Instituciones de
Educación Superior (IES) tuvo la «Reunión Nacional de Universida-
des Públicas. Caminos para la Equidad de Género en las IES» con-
vocada por el Programa Universitario de Estudios de Género de la
UNAM, la Comisión de Equidad y Género de la Cámara de Diputa-
dos y el Instituto Nacional de las Mujeres realizada en agosto del año
2009 en la Ciudad de México, en la que se establecieron las directrices
para transversalizar la perspectiva de género: ajustar las legislaciones
universitarias; generar una política institucional que, en el mediano y
largo plazo, asegurara la participación equitativa de ambos sexos en
los distintos ámbitos universitarios; promover medidas, como cen-
tros de desarrollo infantil que disminuyan la tensión entre los tiempos
que mujeres y hombres dedican a los ámbitos laboral y familiar entre
otras. Dice la declaratoria de esta reunión: «las universidades y las
instituciones de educación superior, siguiendo principios y normati-
vas nacionales e internacionales en particular la Ley General para la
Igualdad entre Mujeres y Hombres (2006), se comprometieron a pro-
mover, en sus reglas de operación interna, la igualdad de oportunida-
des entre hombres y mujeres así como a impulsarla en la sociedad».
Con este referente, en el año 2010, la Universidad de Guanajuato en-
tró en un proceso para concursar por recursos extraordinarios y tra-
bajar en la perspectiva de género como parte del Programa de Forta-
lecimiento Institucional de la Secretaría de Educación Pública (SEP)
que por primera vez abrió la posibilidad de incluir un proyecto para
“el análisis y la planeación de la perspectiva de género”. Se decía en-
tonces que a través de este proceso se podría promover la integración
sistemática del enfoque en los sistemas y estructuras, en las políticas,
en los programas de gestión y académicos, en la gestión del personal
y sus proyectos, todo para transformar la cultura organizacional que
reproduce prácticas discriminatorias y violentas.

Decía la guía de elaboración del programa (2010-2011) que el pro-


pósito - era - mejorar la oferta educativa y servicios que ofrecen las
10 IES Públicas, a través de la formulación de Programas Integrales de
Fortalecimiento Institucional (PIFI), que permitan, entre otros aspec-
tos, fomentar una política transversal de equidad de género entre per-
sonal administrativo, profesores y estudiantes. Así, en marzo de 2010,
como solicitaba la SEP, se inició una búsqueda de información sobre
proyectos y acciones realizadas bajo el enfoque de la perspectiva de
género en la UG. A través de distintos medios se realizó una búsqueda
para identificar la existencia de diagnósticos, estudios y/o investiga-
ciones; la realización de cursos, diplomados, talleres, seminarios y/o
conferencias magistrales sobre la perspectiva de género para personal
administrativo, profesores y/o estudiantes; el registro de material bi-
bliohemerográfico (libros, videos, CD’s, revistas, software); la existen-
cia de materiales que sensibilizaran o promovieran la prevención y
atención de la violencia contra las mujeres o los hombres; y la propia
existencia de la normativa universitaria actualizada con perspectiva
de género. Todo ello para señalar algunas conclusiones y proponer
una planeación y estrategias “adecuadas” para trabajar en el desarro-
llo del tema, o para proponer acciones que fortalecieran su avance.

De las consultas que se hicieron con directores de División y per-


sonal administrativo de la UG se tuvo como referencia que la División
de Derecho, Política y Gobierno tenía una materia optativa profesio-
nalizante llamada Género y Derecho. Y en el año 2007 se había publi-
cado el libro Retos y Perspectivas de la enseñanza en Derecho donde la
Mtra. Patricia Begné tenía el capítulo “La Enseñanza del Derecho con
Perspectiva de Género”. Asimismo, en el hoy Departamento de Edu-
cación, la Mtra. Guadalupe Meza Lavaniegos impartió hasta el año
2014 la materia de Género y Sexualidades; también en los cursos de
verano de la entonces Facultad de Filosofía y Letras, hoy departamen-
to de Filosofía ella impartió la materia de Género. En la División de
Ciencias de la Vida se reportó que en la Licenciatura en Agronomía se
tenía un eje transversal de género, lo que resultaba innovador y mo-
tivante para impulsar este tema en programas académicos de la UG.

En esta búsqueda se encontró que en el año 2000 se fundó un área


de Estudios de la Mujer inserta en el entonces Centro de Estudios
Humanísticos en el que se hicieron trabajos sobre la situación de las
mujeres y género realizados en Guanajuato y que se había realizado
un Encuentro de Estudios de Mujeres y Género de alcance estatal. Sin
embargo, de estas últimas referencias no se encontraron registros do-
cumentales que pudieran aportar más información para conocer los
resultados. Desde el año 2004, en el Departamento de Historia de la
División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato
se había impartido un seminario de Historia y Género, por parte de la
Dra. Ma. De Lourdes Cueva Tazzer. Y en los programas de las licen-
ciaturas en Antropología Social y Sociología, Campus León, existía 11
también como materia optativa Estudios de Género.

De este primer análisis se pudo concluir que en el año 2010, se te-


nían serias debilidades que evidenciaban un resultado negativo para
la UG en relación con la inclusión del tema de la equidad no sólo en el
ámbito de la gestión sino también de la docencia. Así, tomando como
primera fuente la base de datos de cuerpos académicos y líneas de
generación y aplicación del conocimiento (LGAC) de la Universidad
de Guanajuato, se observó que en ninguno de ellos se tenía como eje
la perspectiva de género o la equidad. Sin embargo había proyectos de
investigación que abordaban el tema y que habían sido realizados de
manera individual o en vinculación con instancias externas pero no
estaban relacionados con un proyecto institucional. Y definitivamen-
te, no existía un diagnóstico que hubiera analizado, valorado o eva-
luado la situación de las relaciones de género, la posición y condición
de las mujeres y hombres en el espacio universitario ni tampoco pro-
yectos o programas en la gestión universitaria que hubieran incluido
el tema. La diversidad de temas con que el género puede vincularse en
las distintas áreas del conocimiento que se cultivan en éste y en otros
espacios académicos nos hace pensar que existen más trabajos de pro-
fesoras y profesores universitarios que los reportados, sin embargo,
al no haber un área o programa que agrupara de manera exhaustiva
todos los registros de trabajos académicos (investigaciones y publica-
ciones) no ha sido posible evidenciar su existencia en la UG.

De esta manera, se analizó que la perspectiva de género en la Uni-


versidad se implementaba a través de materias optativas o por el
interés específico de docentes, investigadoras o investigadores que
realizaban acciones individuales al no existir un centro de estudios,
un cuerpo académico o una línea de investigación que concentrara y
coordinara acciones, como sí había ocurrido y ocurre en instituciones
como la Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de
México, la Universidad de Guadalajara, la Universidad de Colima, y
la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, entre otras. En
este mismo 2010, por ejemplo, de los 110 cuerpos académicos regis-
trados con sus 207 LGAC ninguno tenía como tema de investigación
y proyectos la equidad, la igualdad ni otros temas relacionados con
el análisis de la situación de las mujeres en la ciencia, la sociedad, las
instituciones y o las propias relaciones laborales.

Entonces, la Universidad de Guanajuato tenía como tarea urgente


impulsar no sólo la realización de proyectos aislados, sino fomentar
el establecimiento de figuras formales para el desarrollo de progra-
mas de estudio, líneas de generación y aplicación del conocimiento y
12 cuerpos académicos que trabajaran el género y que idealmente apor-
taran datos y análisis que fortalecieran las acciones para alcanzar la
transversalidad de género. Con este primer balance, se propuso que
en el corto plazo se debía trabajar para incluir la perspectiva en la
normativa institucional (la ley orgánica, el estatuto académico y su
reglamentación correspondiente) cambios y propuestas de forma y
fondo en la conformación de los cuerpos colegiados que le daban sus-
tancia y objetivaban sus propias responsabilidades. Lo que sin duda
permitiría elevar sustantivamente las acciones en busca de la equidad;
ya que con esta acción, al mismo tiempo se propondría fomentar un
lenguaje institucional no sexista que privilegiara el uso de términos
neutros y/o incorporara las forma “las/los” para visibilizar a las muje-
res, y crear un programa académico administrativo que desarrollara
un modelo y plan de trabajo para implementar acciones que en el
corto y mediano plazo transformaran la cultura institucional.

En los últimos cinco años las cosas han cambiado y no se puede


negar el avance en las expectativas anteriores. El ingreso de nuevos
perfiles de académicas cuyo tema de investigación era cruzado por
la perspectiva de género, así como las actividades realizadas por el
Programa Horizontes para la equidad de Género (2010-2013) y por
el Programa Horizontes para la igualdad de Género (2010-2015), han
fortalecido a la institución como un área de expertise y han permiti-
do que la comunidad universitaria reconozca, en distintos niveles, la
importancia de la perspectiva de género. Enumerar las actividades,
cursos e investigaciones realizadas sería extenuante para el contenido
de este libro y tendríamos el riesgo de omitir las importantes par-
ticipaciones y trabajos de compañeras y compañeros. Sin embargo,
observamos que los esfuerzos continúan desarticulados. No hay una
política o estrategia institucional, divisional o departamental que es-
tructure las individualidades en búsqueda de propósitos estratégicos.
Esta es la razón principal por la que las coordinadoras de este libro
decidimos emprender un ejercicio de visibilización de las aportacio-
nes con perspectiva de género se estaban realizando.
II
A mediados del año 2015 convocamos a profesoras investigadoras
de tres de los cuatro campus de la UG (Campus Guanajuato, León y
Celaya-Salvatierra) a colaborar con nosotras. Las sesiones del Semi-
nario interdisciplinario De la teoría feminista a la acción académica,
permitió a las asistentes conocerse (confirmando en aquel momento
que existía una especie de aislamiento), cruzar algunas ideas sobre los
trabajos realizados y, principalmente, discutir sobre las expectativas
del libro colectivo. Las controversias vividas en el seminario fueron
sumamente enriquecedoras en el momento de traducirlas en las pau-
13
tas a seguir en las colaboraciones.

Uno de los principales puntos de acuerdo fue evidenciar los límites


de la perspectiva de género y trabajar la propuesta individual desde el
posicionamiento teórico feminista. No podemos olvidar que el géne-
ro como categoría analítica comenzó a afianzarse en las universidades
americanas a finales de los años setenta y, en las nuestras, a finales de
los noventa y principios del siglo XXI, lo que no había podido hacer
el “patriarcado” de la teoría feminista con tanto éxito. Su origen aca-
démico (específicamente en el área médica) en los países anglosajones
sacó a la luz la construcción sociocultural de las diferencias –en tiem-
po y espacio– entre mujeres y hombres, más allá de las características
biológicas y fisiológicas que daban pie a los argumentos esencialistas
y heteronormativos de la desigualdad sexual. De gran complejidad
teórica, pues se ha nutrido de perspectivas sociológicas, filosóficas,
psicológicas, antropológicas, etcétera, la aceptación y proliferación de
la perspectiva de género en las instituciones de educación superior y,
después, en las organizaciones gubernamentales pareciera poner en
entredicho los estudios feministas. Silvia Tubert (2011) advierte que
el género ha terminado usándose en muchos espacios como sinónimo
de sexo y como un eufemismo políticamente correcto. Desde 1986, en
uno de los textos más importantes sobre el género, Joan Scott mani-
festaba su preocupación: “Género parece ajustarse a la terminología
científica de las ciencias sociales y se desmarca así de la (supuesta-
mente estridente) política del feminismo. En esta acepción, género
no comporta una declaración necesaria de desigualdad o de poder,
ni nombra al bando (hasta entonces invisible) oprimido.” (Scott,
1990:28).

Las contribuciones parten de esta inquietud: nos encontramos


como académicas interesadas en el tema de género pero, sobre todo,
nos encontramos como feministas. El feminismo académico en al-
gunas instituciones de nuestro país (principalmente capitalinas) no
sólo se proclama sino se enaltece como una muestra de pluralidad de
opiniones y también se le reconoce la generación de conocimientos
generados desde esta teórica crítica. Sin embargo, en muchas otras
instituciones ser feminista se oculta debido al rechazo social derivado
de mitos e ignorancia tanto del movimiento como del enfoque teóri-
co mismo. Principalmente hemos encontrado resistencia a esta dua-
lidad del feminismo. Algunas de las colaboradoras hemos estado en
espacios de “militancia”, de protesta y de propuesta y compartimos la
preocupación de cómo ser activistas y “no morir académica e institu-
cionalmente” en el intento. No fueron pocas las ocasiones en las que
se nos criticó por ser activistas a la vez que investigadoras y docentes;
14 como si participar en una marcha y/o hacer un pronunciamiento en-
tre otras actividades ciudadanas implicara una desatención o falta de
compromiso ético con la institución en la que laboramos. Sin embar-
go, sostenemos que si el feminismo en cuanto postura teórica revela
una jerarquía histórica y cultural entre dos realidades sexuadas, es
necesario mostrar un posicionamiento político al respecto. Ivy Jas-
so, colaboradora de este libro, es muy clara cuando afirma que “… es
necesario dar el siguiente paso complementario: conocer los feminis-
mos y tomar partido. Corresponde a todas identificar y cuestionar en
todo espacio social, académico y de la vida cotidiana los andamiajes
culturales que han justificado la subordinación de las mujeres.”

También algunas de las y los colegas han subestimado nuestra pro-


ducción desde la perspectiva feminista al considerarla poco objetiva y
tendenciosa, por lo que consideramos necesario resaltar que la teoría
feminista no está por debajo de los estudios de género. Como bien
lo expone Celia Amorós (2010:31) la teoría feminista está fincada en
una larga tradición que no puede ser ignorada: “A lo largo de tres
siglos, tanto las condiciones históricas de liberación de las mujeres
como los paradigmas teóricos que se les ofrecían para tematizar su
problemática – con mayor o menor adecuación y mayores o menores
tensiones conceptuales – necesariamente han experimentado grandes
cambios y, como no podía ser de otro modo, se han reflejado tanto
en la teoría como en la práctica del feminismo.” Por otra parte, las
investigadoras comparten la formación disciplinar, metodologías, las
aportaciones teóricas de los compañeros de trabajo. Desde las mismas
corrientes epistemológicas, recurriendo a las definiciones y conceptos
seguidos por una tradición teórica de cada área disciplinar, retoman-
do los marcos de análisis establecidos por convencionalidad científi-
ca, las feministas académicas debaten con sus colegas una interrogan-
te constante: ¿el conocimiento generado hasta el momento incorpora
la visión, experiencia y problemática de los cuerpos sexuados? ¿O ha
forjado las generalizaciones desde una visión androcéntrica del mun-
do? Por ejemplo, Molina (2010) explica cómo las mismas nociones de
las que parten ciertas disciplinas como ‘sujeto’, ‘trabajador’, “lo público
y lo privado’ o ‘la virtud’ adquieren una connotación muy distinta
desde lo femenino (léase “sujeta”, “trabajadora”, “mujer pública”, etcé-
tera). En este sentido, el segundo acuerdo en el Seminario consistió en
plasmar la forma en que nuestras investigaciones develan una especie
de subtexto genérico, esto es, un “reexamen crítico de las premisas y
estándares del trabajo intelectual existente” para sacar a flote los “ses-
gos no legítimos” que consideran lo masculino como la expresión his-
tórica de la “autoconciencia de la especie” (Amorós, 2000).

Finalmente, tratamos de incorporar la crítica a la noción de “femi-


nismo” (en singular) que invisibiliza las posturas no necesariamente 15
irreconciliables, pero sí diversas desde cada complejidad social. Ha
sido ardua la búsqueda de la llamada “identidad feminista”, ese pliego
petitorio que en cualquier contexto de tiempo y lugar nos pondría
en sintonía para compartir una problemática común. Sin embargo,
la búsqueda tal vez ha sido banal: ¿acaso el proyecto feminista no es
el que esté sembrando esos lazos de “identidad”? Podríamos estar ca-
yendo en una contradicción al forzar la creación de una comunidad
genérica (muchas veces homogénea) formada por todas las mujeres,
cuando nuestra tradición teórica critica a la “mujer” culturalmente
constituida. Entonces, ¿qué tenemos en común las colaboradoras de
esta propuesta? ¿Nos llamamos feministas porque todas somos mu-
jeres, en tanto entes biológicos? La respuesta, definitivamente es no.
Si bien sabemos que la primera frontera es el cuerpo, nos negamos
a creer que la condición biológica genera automáticamente una re-
flexión feminista que logre asimilar las condiciones particulares de
cada una de nosotras. Al contrario, somos feministas en cuanto com-
prendemos que “hemos sido designadas culturalmente como muje-
res” y esta categoría conlleva experiencias de desigualdad, opresión
y violencia. Pero no debemos omitir que experimentamos de forma
distinta nuestra condición como entes generizados cuando se cruzan
otras categorías sociales como la raza, etnia, condición económica,
edad, orientación sexual, nacionalidad, etcétera.

Desde otros criterios más funcionalistas se ha querido construir


el sujeto del feminismo como un sujeto estratégico, diseñado es-
pecíficamente para la lucha feminista y adaptable a cualquiera de
sus frentes. Las feministas que lo suscriben pretenden salvarse,
así de dos escollos: por una parte de las acusaciones de esencia-
lismo (el ‘nosotras’ no se referiría a una naturaleza o identidad
común de las mujeres) y, por otra parte, de los cargos del colo-
nialismo (no todas ‘nosotras’ estamos posicionadas y oprimidas
de la misma manera en la intersección del género como raza y la
sexualidad). El sujeto estratégico se construye (no tiene una rea-
lidad ontológica previa) y se construye como identidad colectiva
desde un horizonte emancipatorio por una necesidad política de
lucha. Se trata, pues, de una identidad coyuntural, construida
para un fin determinado que puede ser asumida subjetivamente
en forma de conciencia política, por las mujeres que quieran y de
la forma que ellas puedan desde posiciones variables. (Molina,
2000: 278).

En este sentido, este proyecto editorial se sustenta en esta identidad


estratégica para conjuntar las diversas formas de ver la opresión des-
16 de nuestra muy particular posición vivencial y disciplinar. El tercer
acuerdo, entonces, fue que haríamos manifiesta nuestra subjetividad
para evidenciar los “feminismos” desde los que hacemos cada análi-
sis: mujeres sí, pero con familia migrante, trabajadoras que emplean
servicio doméstico, consultoras de gobierno, jóvenes, quienes han de-
cidido no ser madres o sí serlo, etcétera. El texto de Teodora Hurtado
Saa es un buen ejemplo de ello. Primero explica que su “preocupación
fundamental se dirige hacia la necesidad de desarrollar un enfoque
amplio de trabajo y de sujeto laboral, que permita dar cuenta de la
interseccionalidad de género, etnia/raza, clase, lugar de origen e in-
cluso patrones de belleza y estéticos de los mercados de trabajo en el
entorno académico de la Universidad de Guanajuato”; y más adelante
da cuenta de que el análisis teórico desarrollado en su capítulo le “ha
permitido entender [su] propia situación socio-laboral como mujer,
negra, colombiana, alta, delgada, guapa e inteligente, que en Méxi-
co se desempeña como docente e investigadora de la Universidad de
Guanajuato (una condición de privilegio).” Esto de ninguna manera
quita mérito científico a las aportaciones, como lo dice Yessica Cien-
fuegos en su capítulo: al no poder dejar de lado todos los elementos
“psicobiológicos” y “socioculturales” que nos afectan en el momento
de investigar, sería más productivo “ser conscientes de estas influen-
cias en el ámbito científico, lo cual nos ayudaría cuestionarnos aquello
que consideramos como verdadero”.

El orden de presentación de los textos es meramente alfabético, no


responde a alguna clasificación temática o disiciplinar. Así, encontra-
rás en primer lugar una reflexión desde la psicología sobre la violencia
de género en las relaciones de pareja expuesto por Yessica Cienfuegos,
pero los textos de Rocío Rosas y Vanessa Góngora se aproximan tam-
bién al tema de violencia desde los estudios de desarrollo y de las polí-
ticas públicas. Tanto Ivy Jasso como Marilú León abordan la temática
de la migración, pero con diferentes perspectivas teóricas y discipli-
nares. Desde la Sociología, Abril Saldaña y Teodora Hurtado retoman
la idea de interseccionalidad para sus particulares objetos de estudio.
En fin, todas las contribuciones abordan diversos temas y objetos de
estudio desde muy particulares marcos teóricos de análisis por lo que
una clasificación en el índice hubiera sido demasiado forzada.
III
Partiendo de la consideración de vivir en un país como México en el
que la violencia se ha incrementado de manera tal que comienza a
naturalizarse (principalmente con la última oleada del crimen organi-
zado), Yessica Cienfuegos resalta la importancia de visibilizar la vio-
lencia que las mujeres viven en sus relaciones de pareja, precisamente
por eso, por la naturalización cultural que la reproduce y justifica. 17
Este capítulo influenciado por la psicología presenta un acercamiento
a las principales aproximaciones teóricas respecto a la violencia, como
aquella que la atribuye a factores como la evolución de los “instintos
de los hombres”, los niveles de testosterona o la frustración reprimi-
da. Contrapone estas posiciones a otras contribuciones más acertadas
como la teoría del aprendizaje social que explica la violencia como
producto de la transmisión intergeneracional de una vida de agresión;
sin embargo, considera determinante el análisis del contexto cultural
que entiende a la violencia de pareja como un fenómeno social más
que como una conducta individual atípica: “El contexto cultural cir-
cunscribe la conducta, le da sentido y al mismo tiempo es parte de
ella, se construye, es local y modificable”. La violencia contra las mu-
jeres es reproducido no por individuos desde su particularidad, sino
por todo un sistema de símbolos, normas y prácticas que la legitiman.

La pequeña pero reveladora aportación de Rocío Corona se con-


centra en su vivencia como historiadora feminista en la Universidad
de Guanajuato. Recuerda su experiencia como estudiante entusias-
mada por el archivo y en busca de algo que le hablara de las mujeres
para ir entretejiendo sus historias. Enlista las significativas contribu-
ciones académicas que se realizaron en “los pasillos de Valenciana”
cuando aún no se hablaba de feminismo y muy poco de perspectiva
de género. Así también recupera las tesis que han abordado estos te-
mas en su área.

“Cuando el género atraviesa la burocracia” de Vanessa Góngora


aborda las aproximaciones teóricas desde la perspectiva de género,
pero sobre todo feministas, a los temas de administración pública.
Considera como relevante evidenciar las estructuras de toma de de-
cisiones mayoritariamente masculinos, pero también la manera en
que la problemática social es en realidad la problemática del varón,
quedando las mujeres en una categoría de grupo minoritario, vulne-
rable y eternamente dependiente; estas ideas se fundan en la tradición
teórica de separar los espacios público y privado, correspondientes
a la binariedad cultural de los sexos. La autora expone tres estudios
que ejemplifican el uso del andamiaje teórico feminista para visibili-
zar las condiciones de género de actores sociales y gubernamentales
involucrados en la toma de decisiones: la participación ciudadana
de las mujeres en mecanismos institucionales de planeación urbana
municipal; la problematización de la violencia hacia las mujeres y su
incorporación en la agenda de gobierno; y el auge de las atletas de alto
rendimiento y su relación con las políticas de promoción deportiva y
de igualdad de género.

18 El texto de Teodora Hurtado Saa es un buen ejemplo del tercer


acuerdo descrito para las colaboraciones de este libro colectivo: la ne-
cesidad de hablar de “feminismos” se fundamenta en la noción de
interseccionalidad, esto es, el cruce de las categorías de género, etnia/
raza, clase, lugar de origen, patrones de belleza, etcétera, en el mer-
cado de trabajo, específicamente en las instituciones de educación
superior. Su capítulo encuentra el subtexto genérico de la teoría de
los mercados y la teoría económica al afirmar que la inscripción al
espacio laboral y la posición que ocupan los sujetos es resultado de la
relación existente entre la división sexual del trabajo y otras categorías
sociales, lo que genera diferentes trayectorias laborales, relaciones de
poder y desigualdad laboral. Por ejemplo, menciona cómo las muje-
res etnizadas, racializadas y pobres son marginadas de labores pro-
ductivas y científicas. A través de una interesante matriz que clasifica
las categorías de distinción social (género, raza, edad, color, estatura,
nivel educativo, personalidad, etcétera) en posiciones de opresión o
privilegio, la autora reflexiona sobre su propia condición dentro de la
Universidad de Guanajuato.

El título de Ivy Jasso “Acercamientos a la relación feminismo-An-


tropología” da cuenta de las experiencias de las y los estudiantes en
esta línea teórica, pero también de la propia profesora, por develar el
subtexto genérico de su disciplina. Recorre las principales aportacio-
nes de las antropólogas feministas en México (como Marta Lamas y
Marcela Lagarde) y al igual que Rocío Corona, se da a la tarea de iden-
tificar las principales tesis de la Licenciatura en Antropología Social
que tienen relevancia teórica y empírica desde la perspectiva feminis-
ta. La autora desarrolla también su experiencia de investigación en
relación a las mujeres indígenas en el contexto migratorio.

Marilú León también aborda el tema de la migración y desde un


inicio advierte que proviene de una familia y comunidad guanajua-
tense de tradición migratoria a los Estados Unidos. Esta condición
personal la motivó a acercarse al tema de la migración pero también
a la perspectiva de género. De esta manera, resalta que los estudios
tradicionales del tema habían dejado de lado la participación de las
mujeres, pero el fenómeno cada véz más evidente de la feminización
de la migración a obligado a mirar desde la óptica feminista, específi-
camente qué pasa con las y los migrantes que se van, pero también las
dinámicas de género de quienes se quedan. La autora explica que los
estudios de género han permitido visibilizar la cada vez mayor par-
ticipación de las mujeres en el proceso migratorio y la contribución
a los hogares y comunidades de origen, así como los efectos en su
autonomía e independencia, o incluso la persistencia de las relaciones
desiguales de poder y violencia de pareja. 19

“Escribo como metodóloga cualitativa que atiende a la compren-


sión de significados inmersos en contexto y tiempos específicos, no
apelo a la explicación de problemas para formular leyes y predecir
futuros; sino a la aprehensión de las personas y sus problemáticas en
su vida cotidiana. Concedo a las personas la capacidad de renegociar
su orden, por lo que me centro en la complejidad del lenguaje.” Desde
este posicionamiento Ericka López explica cómo, desde la teoría de
las representaciones sociales y desde la perspectiva feminista, ha po-
dido generar esquemas de análisis enriquecedores. Sometió a estudio
dibujos y escritos de jóvenes (mujeres y hombres) participantes en
talleres de masculinidad, a quienes preguntó su concepción de “ser
mujer” o “ser hombre” y su noción de familia. De esta forma, pudo
observar transformaciones en las algunas creencias sociales de género
pero la persistencia de representaciones conservadoras de la familia
fundadas aún en estructuras patriarcales.

Rocío Rosas escribe como una mujer descendiente de mujeres de


campo que, a pesar de los consejos de su abuela, decidió estudiar; es-
cribe como feminista orgullosa de tener una hija feminista. Y así nos
explica cómo surge su interés de abordar temas de género y desarro-
llo, interés que le ha permitido fundar un cuerpo académico con esta
línea de investigación. Especialmente preocupada por la situación de
las mujeres en el ámbito rural, proporciona datos que materializan la
desigualdad de género en estos contextos: las mujeres no son dueñas
de la tierra que trabajan y pocas tienen la posibilidad de controlar
sus bienes económicos (violencia patrimonial y económica). Pero ad-
vierte que “[e]l hecho de que las mujeres tengan acceso a la tierra,
y a otros bienes, no necesariamente garantiza ni su seguridad, ni su
desarrollo, ni su bienestar; se tendrían que modificar las relaciones de
poder al interior de las familias y las comunidades además de conferir
un valor mayor a sus actividades productivas y reproductivas”.

Tal vez provocada por el comentario de un analista que considera


que la escasa literatura sobre el tema del servicio doméstico se debe
a “la incapacidad de las mujeres sociólogas de tomar distancia de su
objeto de estudio debido a su propia relación con las trabajadoras”, la
aproximación feminista de Abril Saldaña se concentra en el análisis
de la experiencia de las mujeres trabajadoras en el servicio doméstico
y en las prácticas discriminatorias (y violentas) que cotidianamente
viven. Marcada por la crítica poscolonialista al feminismo, retomará
la trascendencia de las categorías de clase, raza, edad, sexualidad, ade-
más de la de género; mediante un análisis de los testimonios de mu-
20 jeres trabajadoras y de las “patronas”, Abril Saldaña encuentra cómo
el tipo de alimentos consumidos, los recipientes utilizados, la sensa-
ción de asco o repugnancia por el contacto con los alimentos, marcan
las distinciones (la segregación) entre empleadas y empleadoras. Así
también, analiza la idiosincracia de las mujeres que emplean y las que
trabajan en servicio doméstico en relación a las nociones de materni-
dad, infancia y crianza: la calidad de vida generada por la contrata-
ción de una trabajadora del servicio doméstico; el papel de “segunda
madre”; la violencia y discriminación reproducida por “los niños de
la casa”. Finalmente, referencia uno de sus estudios en el que explora
algunas cuestiones referentes a la sexualización de las empleadas do-
mésticas ligadas a las nociones de suciedad, moralidad y pecado.

Por último, el capítulo de Rosalba Vázquez aborda una necesaria


crítica a las instancias municipales de atención a la mujer del Estado
de Guanajuato. A partir de la revisión de los compromisos internacio-
nales y nacionales en materia de igualdad de género y las obligaciones
de los diferentes niveles de gobierno, la autora levantó un cuestionario
para conocer el perfil de las titulares de las instancias, su programa
de trabajo, funciones, entre otras cosas. El análisis de las respuestas le
permitió concluir que no se ha avanzado lo suficiente en la institucio-
nalización de la perspectiva de género en el nivel municipal, espacio
que paradójicamente es el de mayor contacto con esta población.
IV
Este libro constituye un gran esfuerzo de articulación de quienes
compartimos teoría y movilización feminista: estudiantes, profesoras,
investigadoras, funcionarias, talleristas, consultoras, activistas y, sin
lugar a dudas, universitarias. Frente al boom de “experto/as en gé-
nero”, hemos querido demostrar que hay profesoras y funcionarias
en la Universidad de Guanajuato que llevamos un camino andado en
el tema, pero con humildad reconocemos que es más lo que aún ig-
noramos; que nos falta mucho por analizar, por “deconstruir” y por
criticar. Damos la bienvenida a quien genuinamente se interesa por
instruirse en la teoría de género y feminista y comienza a cuestionar
las verdades que se le han presentado como dadas. No debemos temer
que las nuevas visiones y el análisis autocrítico vacíe de contenido el
feminismo, pues es la capacidad de cuestionamiento el distintivo de
este movimiento y teoría crítica. Lo que realmente nos debilita es la
creencia de tener la facultad de establecer un feminismo único, casi
dogmático que no da cabida a las diferentes perspectivas en las que se
mira y vive la opresión.

“La Verdad Os Hará Libres”


21
R eferencias

Amorós, C. (ed.) (2000). Feminismo y filosofía. Madrid: Síntesis.


Amorós, C. y De Miguel, A. (2010). “Introducción. Teoría Feminista
y Movimientos Feministas”, en C. Amorós y A. De Miguel,
Teoría Feminista: de la Ilustración a la globalización, Tomo 1.
De la Ilustración al segundo sexo. Madrid: Minerva Ediciones.
Molina, C. (2000). “Debates sobre el género”. En Amorós, C. (ed.)
(2000). Feminismo y filosofía. Madrid: Síntesis.
Scott, J. (1990). “El género: una categoría útil para el análisis histó-
rico. En Nash y Amelang (eds), Historia y género: las mujeres
en la Europa moderna y contemporánea. Valencia: Alfons el
Magnanim.
Tubert, S. (2003). Del sexo al “género”: los equívocos de un concepto.
Madrid: Cátedras.

22
Violencia contra las mujeres en
las relaciones de pareja y su
legitimación cultural

Yessica Ivet Cienfuegos Martínez


Departamento de Psicología, Campus León

“Yo no me suicidé, tú me mataste” dice una de las pancartas que lleva-


ba Irinea Buendía, en uno de los más de 1800 días que duró su lucha
para lograr que se reabriera el caso del asesinato de su hija, Mariana
Lima, el cual había sido tratado como un suicidio pese a las evidencias
de feminicidio. El principal sospechoso es un policía judicial del Esta-
do de México, esposo de Mariana, a manos de quien ella había vivido
maltrato durante todo el tiempo que permanecieron juntos. Al lograr
que se reabra el caso inicia una nueva lucha, ahora en busca de justica
para que el asesinato de su hija no quede impune…
23
Según la Organización Mundial de la Salud (2013), a nivel mundial,
el 38 por ciento de los asesinatos contra mujeres han sido cometidos
por su pareja, la mayoría de estos casos no son investigados como tal.
En México, cada año son asesinadas cientos de mujeres a manos de su
pareja; sin embargo, cada una de sus estas historias se esconde detrás
de las cifras y de una realidad social avasalladora donde el Estado
asesina al Pueblo, donde no hay distinción entre crimen organizado y
clase política, donde la palabra justicia se traduce en abuso de poder
y corrupción. Se vive una realidad social donde los asesinatos y las
muestras de violencia extrema se vuelven, cada vez con más frecuen-
cia, parte de las conversaciones cotidianas, dejando de ser hechos que
generen horror y hartazgo. En un país como el nuestro, el asesinato
se renombra como justicia, como un mal necesario para salvaguardar
el orden público, como un “crimen pasional”, un suicidio o muerte
natural.

En este contexto, existen dolorosas evidencias de lo que implica


la violencia y la justicia en nuestro país en lo referente a las mujeres:
Marina Lima, en el Estado de México; Laura Patricia quien fue asesi-
nada por su esposo después de haberlo denunciado al menos en tres
ocasiones ante el ministerio público por violencia familiar en Gua-
najuato (Lara, 11de octubre de 2013); María, joven de 14 años cuyo
feminicidio fue manejado como un infarto pese a que su cuerpo fue
encontrado cerca de un arroyo con indicios de violencia sexual, cu-
bierto con piedras y una llanta (García y Morelos, 21 de octubre de
2013; “Investigaciones siguen en menor”, 11 de abril de 2103) . Los
nombres, las historias siguen multiplicándose todos los días (Obser-
vatorio Ciudadano de León, 8 de agosto de 2015): Alma (23 años),
Wendy (19 años), Lucia (6 años), Alexia (2 años)…

En México, la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones


en los Hogares da (Instituto Nacional de Estadística Geografía y Es-
tadística [INEGI], 2012) da cuenta de la situación de violencia que se
viven las mujeres en México, en su emisión del 2006 señalaba que el
67 por ciento de las mujeres en el país había sido víctima de algún tipo
de violencia en cualquiera de las modalidades comprendidas en la Ley
General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. En su
versión más reciente, la de 2011, muestra que el 46.1 por ciento de las
128,000 mujeres encuestadas habían sido violentadas al menos una
vez por su pareja actual o anterior; señala, además, que los índices de
violencia de pareja en México fluctúan entre el 56.9% y el 29.8%, en el
Estado de México y Chiapas respectivamente. Así, dado que el mues-
treo cuenta con representatividad nacional y considerando los datos
censales de 2014 (INEGI, 2014), se puede estimar que 41’164,800 mu-
24
jeres han vivido algún tipo de violencia y, de éstas, 28’262,400 mujeres
han experimentado, al menos una vez, violencia a manos de su pareja.

Cada uno de miles de casos es tratado como un hecho aislado. Es


decir, se tiende a afirmar que la muerte de Mariana nada tiene que
ver con la de María, con la de Patricia ni con los demás feminicidios
cometidos dentro y fuera del país. La forma más brutal de violen-
cia contra las mujeres, el feminicidio, se desvincula de las brechas de
desigualdad de género, de la noción de pareja que se tiene en nuestra
cultura, de la normalización de la violencia que se vive al interior de la
misma, de las mujeres enganchadas por criminales para ser víctimas
de explotación sexual, de la criminalización del aborto, o de la cons-
truida necesidad de ser esposas y madres abnegadas y sacrificadas
como único medio de realización y reconocimiento social. Cuando
más del 60 por ciento de las mujeres en el país hemos vivido violencia,
no podemos aceptar que la violencia se siga nombrando como “caso
aislado”. En las siguientes líneas buscaré debatir sobre la manera en
que se ha abordado la violencia en las relaciones de pareja; tema en
el que he trabajado desde 2003 y en que actualmente, con 13 años de
investigación, tengo más preguntas que respuestas.
¿Cómo puede explicarse la violencia en la relación de
pareja?

El objetivo del presente escrito es poner sobre la mesa algunas de las


aproximaciones teóricas que desde la psicología buscan dar explica-
ción al fenómeno de la violencia en las relaciones de pareja; sin ser
exhaustiva mencionaré algunas de las perspectivas más citadas y me
centraré en la noción de cultura como elemento explicativo de la vio-
lencia. Cuestiono, y me cuestiono, respecto a la forma en cómo la
ciencia acrítica ha logrado legitimar hechos atroces como la violencia
contra las mujeres y poner en tela de juicio la legitimidad de las luchas
feministas en contra de la misma.

Para partir de una definición común, vale la pena señalar que la


violencia en la relación de pareja comprende acciones y omisiones
que dañan o tienen la intención de dañar, herir o controlar a la per-
sona con la que se tiene o tuvo un vínculo íntimo (Cienfuegos, 2010).
En algunos escritos, la violencia en las relaciones de pareja estaba
limitada al matrimonio o al noviazgo; sin embargo, la violencia se
manifiesta también en otras formas de relación como las relaciones
extramaritales, en las parejas poliamorosas y en un sinnúmero de
vínculos afectivos y/o sexuales con etiquetas y dinámicas diversas. La
violencia en las relaciones de pareja implica siempre abuso de poder,
25
independientemente de la forma en que las relaciones de pareja sean
nombradas.

Con la definición y las historias retomadas arriba, está claro que


teorizar respecto a la violencia siempre se quedará corto ante la expe-
riencia vivida; sin embargo, el conocimiento y reconocimiento del fe-
nómeno son necesarios para generar cambios. En “Vivir para contar”
texto que retoma escritos de Primo Levi (2011) tras su experiencia en
Auschwitz se lee:

…no existe ningún ensayo ni tratado que lo pueda resolver,


porque lo ocurrido en Auschwitz no puede comprenderse ni
tampoco, quizá, debe comprenderse […] “comprender” un pro-
pósito o un comportamiento humano significa […] contenerlo,
contener a su autor, ponerse en su lugar, identificarse con él […]
ninguna [persona]1 normal logrará jamás identificarse […] No
deben ser comprendidas: son palabras y obras extrahumanas o,
mejor dicho, contrahumanas sin antecedentes históricos, difícil-

1
Se cambió el término “hombre” que aparece en el texto original por el de
“persona”.
mente comparables a los actos más crueles de la lucha biológica
por la existencia […] si comprender es imposible, conocer es
necesario. (Levi, 2011:58).

No se puede comprender lo incomprensible; por ello, cuando se ha-


bla de violencia en las relaciones de pareja, una primera reacción al
escuchar el término es afirmar que eso nunca nos pasará o que las
personas que la han vivido tienen alguna característica que les hace
propensas a dichos actos. En un afán por desvincularnos del hecho,
solemos buscar explicaciones y teorías que nos ayuden a entender y
a confirmar por qué a nosotras no nos pasaría (buscando patrones
de víctima y agresor); o bien, que si nos pasa estaría fuera de nues-
tro control como postula la teoría evolutiva. Comprender la violencia
quizás no sea un objetivo plausible, puesto que no se busca la empa-
tía con el agresor, ni justificar sus actos, como señala Primo Levi “si
comprender es imposible, conocer es necesario”, saber que existe el
fenómeno y como ocurre nos da herramientas para actuar.

Son diversas las explicaciones que se han dado respecto la violencia


en la relación de pareja, a sus orígenes y a su presencia y anclaje en la
vida cotidiana. Estas explicaciones pueden dividirse en dos grandes
categorías: factores internos y factores externos. Las primeras aluden
a cuestiones biológicas, fisiológicas y psicológicas como la testoste-
26 rona, el instinto o las enfermedades mentales; las explicaciones de la
segunda categoría aluden a fenómenos externos a la persona pero que
inciden en su conducta. Muchas de estas posturas se consideran anta-
gónicas, de tal suerte que quienes apoyan la presencia de una suelen
negar la presencia de otras.

Explicaciones de la violencia desde los factores internos

De las dos grandes categorías arriba mencionadas, en la referente a los


factores internos se alude, entre otras cosas, a “elementos biológicos”
como los instintos heredados a través de la evolución y los niveles
de testosterona en hombres los cuales los llevan irremediablemente a
ser violentos o “agresivos por naturaleza”. Apoyado sobre la columna
de la etología, la teoría evolutiva señala que así como las y los huma-
nos hemos heredado características y funciones fisiológicas a través
de la evolución, así mismo traemos en nuestros genes los patrones
conductuales necesarios para la sobrevivencia. Esta teoría indica que
las mujeres evolutivamente requieren la protección de los machos de
su especie, por lo cual suelen buscar hombres con espaldas anchas y
alto poder adquisitivo, signos incuestionables de que será un excelen-
te protector ante las amenazas físicas y económicas que, ante nuestra
incapacidad (también evolutiva, no podemos brindarnos nosotras
mismas; los hombres, por su parte, son definidos por la necesidad de
pasar sus genes a la siguiente generación, de tal suerte que al buscar
pareja, deben elegir a aquellas (sí, más de una) que presenten mayo-
res indicadores de fertilidad como la juventud, las caras limpias y las
caderas anchas, para elevar la probabilidad de tener hijos que pasen
sus genes a las generaciones venideras (Conroy-Beam, Buss, Pham y
Shackelford, 2015; Gonzales, Armenta, Díaz, y Bravo, 2013; Valdez
Medina, González, Arce, y López, 2007).

Señala que la agresión y la violencia tienen un sustento biológico,


necesario para sobrevivir y perpetuar la especie; es una conducta que
se manifiesta cuando está en riesgo su acceso al alimento, al territorio
o a la reproducción; incluso si esas limitaciones vulneran los derechos
de otras personas, al grado de manejar la violación como una for-
ma de acceder a un bien – la reproducción – que les ha sido negado
(García, 2015). En esta teoría, la violencia se asume como una parte
esencial de la “naturaleza humana” o, mejor dicho, de la “naturaleza
del varón” pues éste se percibe como un ser que es instinto puro, in-
capaz de controlarse, con características biológicas que lo obligan a
mostrarse agresivo (McKinnon, 2012).

Desde la teoría evolutiva, el sexo fenotípico es determinante para


conocer las conductas, actitudes, expectativas y relaciones de una per- 27
sona a lo largo de su vida sin importar la cultura de la que provenga,
pues se afirma que la genitalidad es la característica más visible de
años de evolución humana; a través de esta característica física pode-
mos determinar el pasado y presente de una persona (Conroy-Beam
et al., 2015). Una de las principales críticas a esta teoría se ha reali-
zado desde la antropología al mostrar evidencias de que los patrones
presentados como universales desde la teoría solo representan a una
parte de la población; asumir que los genitales definen quiénes somos
resulta una teoría cuestionable, parecería un regreso a la frenología
donde la personalidad, las cualidades de la persona y las enfermeda-
des eras evaluadas a través de la forma del cráneo.

Muchas de estas explicaciones “biológicas” no son tal, pues aluden


a diferencias que resultan de la construcción social que se hace en
torno al sexo biológico; además las explicaciones de este tipo suelen
enfocarse solo en las parejas heterosexuales, monógamas y occiden-
tales (Conroy-Beam et al., 2015), dejando de lado la multiplicidad
de vínculos y prácticas relacionales que existen. Una relación atípica,
refutaría que los postulados de estas teorías son aplicables a toda la
especie humana, cuestionando entonces su carácter de ser instintivo
(ver Moore, 2009).

Dentro de los factores internos que buscan dar explicación a la vio-


lencia se incluyen también los trastornos mentales, la creencia de que
algo debe estar mal en la psique de la persona para que cometa dichos
actos, pues alguien “normal” no podría hacer eso; “se volvió loco”,
“perdió el control”, “no sabía lo que hacía” “la ira lo cegó” son afir-
maciones comunes ante un acto de violencia (Zarco, 2009). Sin em-
bargo, desde hace más de 10 años, diversos estudios demuestran que
padecer un trastorno psiquiátrico no es causa directa violenta, sino
que sólo eleva el riesgo de que ésta se presente (Weizmann-Henelius,
Sailas, Viemerö, y Eronen, 2002); en su estudio Bosch y Ferrer (2002)
encuentran que sólo el 7 por ciento de los hombres que agreden a su
pareja muestra signos de enfermedad mental.

Vinculado con el anterior, otro factor individual que también re-


sulta relevante es la creencia de que las víctimas permanecen en la
relación por gusto, porque “le gusta que le peguen”, se les culpabiliza
(“por qué se deja, yo no me dejaría”). Es decir, se perciben los casos
individuales sin tomar en cuenta el contexto social en el que ocurren,
el cual revisaremos más adelante.
28
Explicaciones de la violencia desde los factores externos

En cuanto al enfoque de factores externos al individuo, en psicología


existen dos teorías clásicas: Frustración y Agresión de Dollard y Mi-
ller (1939 en Denker, 1971) y la teoría del aprendizaje social postula-
da por Bandura y Walters (s.f en Megargee y Hokanson, 1976) que es
la base de la teoría de la transmisión intergeneracional de la violencia
y finalmente la existencia de una cultura patriarcal que convierte la
diferencia sexual en inequidad social.

Respecto a la teoría de Frustración y Agresión, los primeros pos-


tulados de Dollard y Miller (1939 en Denker, 1971) versaban sobre
que toda frustración sufrida por una persona la llevaría irremedia-
blemente a la agresión, es decir, la agresión sería el resultado de un
malestar provocado por no poder acceder a un bien deseado. Hacen
una analogía con la presión en un recipiente cerrado que finalmen-
te explota al ya no poder contener lo que lleva en su interior, así al
acumularse las frustraciones las personas “explotan” y manifiestan la
agresión de manera extrema. Los autores indicaban que para que ello
no ocurriera, las personas deberían mostrar agresión cada vez que
estuvieran frustrados, lo cual les ayudaría a liberarse de la tensión.
Posteriormente replantean sus supuestos señalando que no toda frus-
tración tiene como resultado la agresión, puesto que el vínculo entre
ambas está mediado por las estrategias de afrontamiento empleadas
por cada individuo (Orthner, Jones-Sanpei y Williamson, 2004); sin
embargo, la teoría se ha convertido ya en parte de las representaciones
sociales de la violencia en las relaciones de pareja y se presume que
quienes agreden son personas frustradas, enojadas, que no tienen en
su repertorio conductual otra forma de expresarlo. Así, la expresión
de la violencia puede provocar factores externos, pero su manifesta-
ción dependerá de los recursos que tenga la persona para hacer frente
a estas provocaciones; la respuesta se individualiza, el fenómeno deja
de ser social y se convierte en individual.

En la teoría del aprendizaje social postulada por Bandura y Walters


(s.f en Megargee y Hokanson, 1976), la violencia, al igual que otros
esquemas y repertorios conductuales, es producto del aprendizaje sea
directo o mediante observación. Las consecuencias de los actos son
fundamentales para el aprendizaje, pues si una persona es castigada al
realizar una conducta, la probabilidad de que ésta se repita disminu-
ye, contrario a si la persona recibe un premio (reforzador) al realizar-
la. A diferencia de la propuesta de Dollard y Miller, Bandura señala
que mostrar agresión cada vez que un individuo está frustrado, no
lo libera de la tensión sino que promueve que llegue a realizar actos
agresivos más extremos y antisociales pues en cada acto va perdiendo 29
la empatía ante el dolor de los otros (Pérez y Martínez, 2002). Tenien-
do esto como base, surge la teoría de la transmisión intergeneracional
de violencia cuyo postulado principal estriba en que las personas que
han sido víctimas o testigos de violencia en sus hogares durante la
infancia tienden a ser perpetradores o receptores de violencia en sus
relaciones de pareja en la vida adulta (Kowng, Henderson y Trinke,
2003; Delgado, 2008).

Ambas posturas aluden a fenómenos individualizados como el


aprendizaje o la frustración que afectan a personas específicas, sin
embargo, no podemos dejar de lado que estas personas viven dentro
de un entorno social y que los hechos son parte también de una diná-
mica social construida en un territorio específico. A modo de ejem-
plo, Waldrop y Resick (2004) refieren que una base importante que
sustenta la violencia en las relaciones de pareja son las problemáticas
que las personas experimentan en su entorno inmediato y que ge-
neran frustración, es decir, están circunscritos a un momento social
determinado.

La violencia en las relaciones de pareja, como cualquier otro fenó-


meno social alimenta y es alimentada por el contexto cultural en el
cual ocurre. Para existir, la violencia, requiere de bases sólidas, de un
sistema que la sostenga, la acepte, perpetúe y defienda; dicho sistema
requiere ser tan efectivo que resulte incuestionable para quienes par-
ticipen de él: así, la realidad social/cultural, por definición construida
y elaborada por un grupo específico, se percibe como natural o bio-
lógica, inmutable e incluso deseable. Teresita de Barbieri (1993:146)
al hablar sobre los movimientos feministas señala que uno de los pri-
meros postulados feministas era que el poder no era ejercido exclu-
sivamente por el Estado, sino que se trataba de “un poder múltiple,
localizado en muy diferentes espacios sociales, que puede incluso no
vestirse con los ropajes de la autoridad, sino con los más nobles senti-
mientos de afecto, ternura y amor”.

La Organización Mundial de la Salud (World Health Organization


[WHO] y London School of Hygiene and Tropical Medicine, 2010:25),
buscando conjuntar el valor explicativo de las diferentes aproxima-
ciones teóricas, propone tomar como referencia el Modelo Ecológico
conjuntando elementos del orden individual, relacional, comunitario
30 y social, el cual brinda una perspectiva integradora de estas catego-
rías. Refiere que “permite la inclusión de factores de riesgo y protec-
tores de dominios de influencia múltiples” (lo cual contribuye a la
comprensión del fenómeno de una manera integral).

Los estudios realizados con base en el Modelo Ecológico mencio-


nan un sinnúmero de variables vinculadas con la violencia que van
desde el color de la piel hasta los ingresos (National Center of Injury
and Control, s.f.; WHO, 2015). Desde la investigación social, al buscar
comprobar la pertinencia estadística del modelo, se observa que si
bien existe un alto poder predictivo de variables como el apoyo so-
cial, el nivel educativo y la aceptación de premisas como el machismo
(Cienfuegos, 2010; Cienfuegos y Díaz, 2010; Cienfuegos, López, Mo-
ral y Ávalos, 2014; López, Moral, Díaz y Cienfuegos, 2013), la elec-
ción de las variables requiere de una abstracción casi imposible de las
mismas. Incluso desde la teoría resulta confuso pues la mayoría de las
variables pueden pertenecer a más de una de las áreas propuestas en
el modelo. Por ejemplo, el nivel educativo podría considerase como
un factor individual, pero al mismo tiempo éste se relaciona con el
acceso a la educación en la zona en la que vive, con los recursos de la
familia para continuar los estudios y con la feminización de la pobre-
za entre otros factores socioestructurales. La pobreza, por otro lado,
es un factor estructural pero cuyos efectos se sienten también en lo
individual; así, nuestro país que forma parte de las economías más
poderosas del mundo y que es miembro de la OCDE, más de la mitad
de la población se encuentra en situación de pobreza (Consejo Na-
cional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social [CONEVAL],
2015). La variable “sexo” puede ser colocada dentro de los factores
individuales, pero no podemos ignorar la dinámica sexo-género que
subyace a los vínculos que ésta puede tener con la recepción y ejecu-
ción de la violencia en la relación de pareja (Cienfuegos, 2010). Teó-
rica y metodológicamente el modelo podría sustentarse, sin embargo,
la mayor problemática surge cuando la interpretación de los datos se
realiza desde la creencia que en una cultura como la nuestra es lo mis-
mo construirte desde un cuerpo de mujer que desde uno de hombre.

Diversos estudios científicos señalan que hombres y mujeres viven


violencia en la relación de pareja (Johnson, 2010; Hattery, 2009, Ins-
tituto Mexicano de la Juventud [IMJ], 2008, Trujano, 2008), en algu-
nos, incluso los índices de victimización son más altos en hombres
que en mujeres (Cienfuegos, 2014). Estudiar y analizar la violencia
en las relaciones de pareja es algo más que reportar índices y diferen-
cias estadísticamente significativas; es preguntarnos sobre los siste-
mas que sostienen esos números, es preguntarnos sobre las historias
detrás de que cada persona responde que es golpeada “casi nunca”, 31
cómo ese “casi nunca” afectó su autoestima, sus relaciones con las y
los otros, como fue mirarse al espejo después de ese golpe fortuito.
Una vez, mientras aplicaba unas encuestas para mi tesis de grado, una
mujer me dijo que ella estaba bien con su pareja porque casi nunca le
pegaba, nada más una vez a la semana. Cuando era niña, le pegaban
a diario. Considero indispensable, al hacer investigación cuantitativa,
re-conocer que las estadísticas son más que símbolos numéricos y que
en ciencias sociales como la Psicología dichos símbolos “objetivos” al
ser transformados en palabras serán siempre permeados por la subje-
tividad del o la autora.

Al estudiar un fenómeno social es imprescindible situarnos como


sujetos (González 2013), reconociendo que la ciencia no es un ejerci-
cio aséptico. Es imposible dejar a un lado, como dicen Guzmán y Pe-
rez (2005), todos los elementos “psicobiológicos” y “socioculturales”
que afectan a quien investiga; en su lugar, resultaría más productivo
(y realista) ser conscientes de las influencias que subyacen a nuestro
quehacer científico, ayudándonos a cuestionar lo que consideramos
como verdadero. Analizar desde el feminismo, obliga al reconoci-
miento de la subjetividad, al conocimiento situado para cuestionar y
buscar deconstruir los saberes construidos desde la hegemonía (Har-
ding, 1987); por ello, hablar de una aproximación feminista en la cien-
cia genera, casi de manera inmediata, un cuestionamiento a su validez
“científica” argumentando que los hallazgos y conclusiones carecen de
la rigurosidad y objetividad que los estudios no feministas presumen
tener2. Aquello a lo que hemos aprendido a llamar objetividad no es
más que una subjetividad apegada a la hegemonía, construida por y
para grupos dominantes, un saber que no cuestiona el estatus quo
sino que emana de él y lo legitima; como señala Adrienne Rich (s.f.
en Prior Balcázar, 2011) la objetividad es una forma de nombrar a la
subjetividad masculina en las culturas patriarcales.

Wagner y Elejabarrieta (1994:823) mencionan que la Ciencia es


aceptada como autoridad por factores sociales, políticos y morales
más que por ser racional; su aceptación acrítica promueve a justifica-
ción de “convicciones ideológicas previas y sirve de explicación me-
tafísica de hechos sociales” por ello señalar desde donde escribimos e
interpretamos los datos es un ejercicio ético, pues brinda a quien nos
lee la posibilidad de identificar nuestros sesgos y a no dar como cier-
tos nuestros prejuicios, expectativas y posturas políticas; ejercicio que
no es realizado desde la hegemonía (Blazquez, 2012). Al respecto, Di
Segni (2013) refiere que la ciencia ha tomado el lugar que en épocas
pasadas era propio de la religión, una entidad omnipotente que todo
lo puede explicar sin la mancha de la subjetividad.
32
Escribo desde mi experiencia como mujer de 34 años, felizmente
soltera en un espacio donde está mal serlo y, peor aún, sentirse bien
por ello. Nací y crecí en un barrio del DF y he sido migrante dentro
y fuera del país, lo cual ha contribuido a cuestionarme las categorías
identitarias desde las cuales me nombro y soy nombrada: como el ser
mujer, mexicana, chilanga, feminista, excatólica (si eso existe), hija,
tía, hermana, buga, amiga, pareja, latinoamericana, profesora, inves-
tigadora, soltera, santa, puta, liberal y, últimamente: radical, activista,

2
La Real Academia Española (2015) define “objetivo” como aquello “Que
existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce”. Por otro lado, lo real, lo
define como “verdad” y la verdad está definida como “1. conformidad de
las cosas con el concepto que de ellas forma la mente; 2. Conformidad de
lo que se dice con lo que se siente o se piensa.” Entonces, por definición. la
verdad no existe sin alguien que forme conceptos, que sienta o que piense; si
la verdad se construye, entonces lo objetivo no existe como tal, es una forma
de subjetividad.
agresiva, valiente, auténtica, exagerada y hormonal cuando he mani-
festado mis desacuerdos en espacios públicos.

Empecé a estudiar la violencia en las relaciones de pareja porque


justo cuando debía elegir un tema para mi tesis de licenciatura conocí
a una mujer que había experimentado uno de los casos más fuertes de
violencia que he conocido. Quería saber por qué ella permanecía ahí y
lo justificaba, sería seguramente su baja autoestima…terminé mi tesis
y creía tener todas las respuestas, era todo muy objetivo y claro; yo, la
“experta”, tenía gráficos y tablas que lo explicaban perfectamente. Sin
embargo, quedaban algunas interrogantes y fue que decidí hacer el
doctorado con el mismo tema. Todo marchaba bien hasta que, las fa-
cilitadoras de los grupos en los que aplicaba las encuestas, me invita-
ron a quedarme a las sesiones de terapia grupal. Cada una de las veces
que me quedé a escuchar las historias de esas mujeres terminaba con
un nudo en la garganta, con coraje y unas ganas enormes de llorar;
era terrible mirarme en las historias de esas mujeres, darme cuenta de
la impunidad en el sistema, de que yo era afortunada de no haber vi-
vido lo que esas mujeres experimentaron, pero que sus vidas no eran
completamente ajenas a la mía, me dolía no saber si yo contaba con la
fortaleza que esas mujeres mostraban para salir adelante. Fue impac-
tante darme cuenta de que la vida real era mucho más compleja que
las teorías que yo podía citar tan bien y que no había absolutamen-
te nada que me hiciera diferente de ellas, excepto quizás su fuerza. 33
Aprendí que las gráficas difícilmente pueden dar cuenta del dolor y el
coraje que se requiere para vivir y sobrevivir en una relación violenta.

Después de tanto tiempo de estudiar la violencia contra las mujeres


en las relaciones de pareja, lo único que me queda claro es que yo tam-
bién he sido víctima de violencia, y que las violencias contra las muje-
res ocurren –nos ocurren- en múltiples espacios. En este proceso me
encontré con el feminismo, pero mis primeras aproximaciones fueron
de rechazo (¡pues yo no odiaba a los hombres ¡ja!); cuando empecé a
entender de qué se trataba me di cuenta que siempre estuve inclinada
hacia el feminismo, que tenía una postura política, que creo y tengo
el compromiso con otras mujeres y hombres para apoyarnos, para no
callarnos, para generar nuevos conocimientos, nuevas fuerzas, nue-
vos mundos, para hacer frente a un contexto que nos hace menos a las
mujeres; porque siempre admiré la fortaleza de mi abuela y porque no
olvido las luchas de mi padre y de mi madre para tener los privilegios
que ahora tengo. Y es a partir de todo esto, de quien soy, que interpre-
to, me cuestiono y escribo el presente texto.
¿A qué nos referimos al hablar de cultura?
Piensas eso porque eres joven, cuando seas mayor pedirás un
macho que no te deje trabajar
(Mujer, 65 años).
No te vayas a enamorar o a embarazar en el próximo año
(Hombre, 38 años).
Tú haces eso de la investigación porque eres soltera
(Mujer, 45 años).
¿En serio?, ¡no tengo que ser madre!
(Mujer, 20 años)
Deberías arreglarte y usar tacones y pintarte
(Mujer, 33 años).
¿Cómo se visten así?, luego no quieren que les pase nada
(Mujer, 30 años).
Cuando usted se case, se va a dar cuenta de
que la violencia es normal
(Hombre, 30 años).
34
Estas son algunas de las frases que he escuchado dentro y fuera del
ámbito académico en el Estado de Guanajuato y que, por desgracia,
se repiten a lo largo del país -de los países-. Estas frases son un reflejo
de aquello a lo que llamamos cultura pues la American Psychologi-
cal Association [APA] la define como las costumbres, los valores, las
creencias, los conocimientos, el arte, el idioma e incluso las actitudes
distintivas de una sociedad, comunidad o grupo (APA, 2010).

En relación a la socialización de género, sabemos que no es lo mis-


mo ser mujer que ser hombre; sabemos que “culturalmente” unos tie-
nen derechos que a otras les son negados; que mientras unas tienen
que pensar qué ropa usarán para no ser agredidas en la calle, otros
no se preocupan por si su vestimenta “provocará” los deseos sexua-
les de alguna persona. En culturas como la nuestra, donde estamos
obligada(os) a ser hombres o mujeres3 existen patrones sumamente
rígidos de comportamiento: a los hombres se les asigna un estatus de
poder y dominación, se les premia la utilización de la fuerza física, los

3
Nuestra sociedad está construida bajo el precepto de una dicotomía sexual
donde se asume que existe una perfecta equivalencia entre el sexo biológico,
el sexo fenotípico, la preferencia sexual, la identidad y los roles de género.
insultos y las amenazas como un medio de solución de problemas; se
les castiga cualquier muestra de debilidad o tendencia hacia caracte-
rísticas consideradas típicamente femeninas como la ternura, el cui-
dado, la abnegación, etcétera (López, 2002). El concepto de masculi-
nidad está ligado a la dominación, al honor y la agresión; los hombres
son considerados tradicionalmente como proveedores y protectores
(Cantera y Blanch, 2010). En las mujeres, por otro lado, se promueve
la ternura, la simpatía, la abnegación y la sumisión, así como el cum-
plimiento de dos roles predominantes, el de madres y el de amas de
casa; los cuáles pese a ser valorados, están subordinados ante los que
el hombre debe ejercer (típicamente). A las mujeres se le juzga cuan-
do manifiesta su deseo sexual o al buscar las mismas oportunidades
que son brindadas a los hombres (Inmujeres, 2009; OPS, s.f.; Walker,
1989).

Ahora bien, para empezar a analizar el concepto de cultura imagi-


nemos cuál sería nuestra reacción si en un texto académico cuya fina-
lidad sea explicar alguna conducta humana se llegara a la conclusión
de que las personas se comportan de tal forma porque así son, pare-
cería absurdo y risible, pediríamos que se nos diera una explicación
más elaborada. Sin embargo, cuando de manera retórica se afirma que
fenómenos como la violencia, el machismo o la corrupción ocurren
porque así es la cultura, nos parece una explicación plausible.
35
En el caso de la violencia contra las mujeres en la relación de pareja,
aludir a la cultura como elemento esencial de su generación,  perpe-
tuación y legitimación sin analizar su significado resulta un esfuerzo
peligroso pues parecería un término vago que explica todo y nada a
la vez. Pensar la cultura como una serie de elementos, que se encuen-
tran afuera, ajenos a los individuos lleva a la disminución de nuestras
responsabilidades como productoras(es) y reproductoras(es) de vio-
lencia; no podemos aludir a la cultura como una historia preescrita
de la cual es imposible escapar. Si culpamos a la cultura por nuestra
decisión de guardar silencio cuando somos testigos de un acto violen-
to, cuando ejercemos violencia, cuando juzgamos a aquellas personas
que no viven su sexualidad como nosotras pensamos que es adecua-
do, entonces nos olvidamos de nuestra responsabilidad. Argumentar
que “así son las cosas”, que “así siempre han sido aquí” hace que se
perciba como inmutable aquello que realmente es modificable, cuya
naturaleza es el cambio constante: la cultura.

El contexto sociocultural circunscribe la conducta, le da sentido y


al mismo tiempo es parte de ella; sin embargo, mirar la cultura como
concepto estático no ayuda a la erradicación de la violencia contra de
las mujeres sino al contrario, la legitima y naturaliza. La cultura desde
ese discurso se mira vacía y ajena a las personas; se asume como aque-
llo dentro de lo que estamos inmersos/as, no un resultado de las his-
torias e intersubjetividades generadas entre, por y para las personas
que la componemos. Cultura somos todas y todos, nuestras creencias,
actitudes, expectativas…por cierto, todas ellas modificables.

Con base en lo anterior, definimos como “cultura” el resultado


de la interacción de las personas que conforman/mos la sociedad;
nosotras y nosotros somos la cultura. Retomando el concepto de la
APA (2010), somos nosotras(os) quienes determinamos con nuestro
actuar cotidiano aquello que se vuelve costumbre, que se considera
como valor, vamos forjando y aceptando creencias, términos, discur-
sos, actitudes…nosotras(os) hacemos la cultura.

Si argumentamos que “cultura” es la cuna de la violencia contra las


mujeres, y hablamos sobre los índices de violencia y las consecuencias
que existen al vivir en una cultura de este tipo podríamos pensar que
estamos entendiendo el fenómeno, que es un primer paso importante;
sin embargo, al cambiar el término “cultura” por “nosotras(os), un
grupo de personas, “hombres y/o mujeres que comparten una ideo-
logía y conducta que legitiman la violencia” la lectura cambia y nos
involucra de manera activa en la generación de cambios: “nosotros/
36 as somos la cuna de la violencia contra las mujeres” y en tanto gene-
radores, podemos dejar de generarla. No intento negar el peso de la
cultura como categoría explicativa de la violencia, es imposible negar
el patrón sistemático de violencia dirigido a un sector de la población
(más del 50%) al cual se le ha considerado inferior a través de los
tiempos y los territorios; lo que intento es dejar de mirar la cultura
como un ente ajeno a las personas, y reapropiarnos de su significado,
vivirla más cercana a nosotras(os), y asumir nuestra responsabilidad
como creadoras(as) de la misma, y así, quizás podemos empezar a
plantearnos la producción de una nueva cultura. Si somos nosotras y
nosotros quienes la aceptamos y reproducimos, es factible hacer algo
para erradicarla. Un primer paso es el reconocimiento de esa posibi-
lidad.

Mujer, pareja, amor, cultura, violencia


Apenas tuvimos una discusión por haber
tenido contacto con una amiga mía que a él no
le cae bien, y se volvió a ir de mi casa. (Mujer)
[El problema] comenzó con una mala
amistad que la incitó a cometer actos que no
correspondían a una mujer casada y con hijos.
(Hombre)

Al asumir estas historias como posibles, típicas o esperadas, si no nos


alarman este tipo de situaciones estamos contribuyendo a la perpe-
tuación e invisibilización de la violencia en las relaciones de pareja,
estamos haciendo cultura. Como señalé al principio, hombres y mu-
jeres somos socializados de manera distinta, excluyente; nos enseñan
que hay ropa, juegos, habilidades, deseos y capacidades específicas
para cada una de las personas dependiendo del tipo de genitales que
posee. El cuerpo es un elemento básico a partir del cual se construye
nuestra identidad, a partir de sus características anatómicas una per-
sona con vulva4 es colocada en la categoría mujer y a partir de esta
categorización se nos atribuyen otra serie de características que poco
o nada tienen que ver con lo que deseamos pero que la sociedad con-
sidera que nos pertenecen, que nos corresponde tener. Las mujeres
vivimos en una contradicción constante pues habitamos un cuerpo
que pese a ser nuestro no nos pertenece, vivimos en un cuerpo que
ha sido construido culturalmente como capaz de ser deseado pero no
de desear,  un cuerpo nacido para ser tocado por otros pero no por sí
mismo; así, mis manos en mis senos, mis manos en mi sexo son peca- 37
do, son sucios y tendré castigos en éste y otro mundo.

Al nacer con vulva, culturalmente se nos presentan dos opciones


de vida; desde la infancia nos enseñan que hay única y exclusivamente
dos tipos de mujeres, de las múltiples que hay. Una, la buena madre y
esposa, virginal sacrificada digna de un hombre que se fije en ella para
procrear los hijos de éste, que sean varones preferentemente; y la otra,
la de la puta, aquella que seduce a los buenos hombres, que no merece
respeto y/o que no se da a respetar, a la que ningún hombre desposará
por ser indigna (Lagarde, 2005). Nos enseñan, en la familia, la iglesia,
la escuela, los medios de comunicación y otras instituciones, que po-
demos ser una o la otra, pero nunca ambas; aprendemos que la mejor
opción es la de madre y esposa aunque ello implique anularnos como
mujer. En mi experiencia como docente y tallerista es interesante la
sorpresa que genera en las personas hablar sobre la maternidad elegi-
da; una vez, después de leer un texto al respecto en la clase de Estudios
de Género, me preguntaron: “Entonces, ¿no tengo que ser madre?” y

4
Regularmente la categorización se hace sobre la base de si la persona tiene o
no pene, sin embargo, es imprescindible dejar de definirnos desde la carencia
y hablar desde un cuerpo con características propias, sin falta.
una gran sonrisa enmarcaba la pregunta; mi respuesta inmediata fue
“no, si no quieres”, la sonrisa aumentó. Aseguro que si el texto hubiera
sido sobre las mujeres que no quieren ser astronautas, no se hubiera
generado la misma sorpresa, aunque en ambos casos se hubiese parti-
do del mismo principio: pese a tener las características biológicas, las
capacidades y las habilidades necesarias para realizar la tarea de ma-
nera exitosa, no estamos obligadas a serlo. Entonces, ¿por qué mira-
mos como natural el parir aunque vaya en contra de nuestros deseos?
¿Qué nuevas dinámicas culturales debemos crear para ser madres por
elección y no por obligación?

En el cuerpo de las mujeres, la cultura (un grupo de personas) nos


inscribe la incapacidad de decidir sobre él, sobre nuestro placer y de-
seos. Habitamos un cuerpo capaz de dar vida, de vivir el placer sexual
de manera más frecuente e intensa que los hombres; sin embargo, so-
mos educadas a no desear, a vivir la maternidad como un mandato
y no como un deseo, nos dicen que debemos tener hijos y cuidarlos
como si los hombres tuvieran un gen que les impidiera cuidar a los in-
fantes, nos dicen que si decidimos tener hijos solo seremos bien vistas
si lo hacemos al estar unidas legalmente a un hombre; se nos dice que
vivir nuestro deseo, que cuidar de nosotras mismas no está bien, que
es sucio y egoísta y una mujer que desee ser bien vista por su cultura
(por un grupo de personas) no puede darse el lujo de pensar primero
38 en sí misma y luego en los demás, eso no lo hace una buena mujer.

Se habla de que existe un avance cultural en los derechos de las mu-


jeres, que somos parte de una cultura civilizada donde hay equidad y
donde las mujeres no son infibuladas como en África. Quienes hablan
de esta forma, lo hacen desde una posición hegemónica, compuesta
por hombres y mujeres, a quienes les parece inaudito mirar sus privi-
legios como tales, o bien, son personas tan sumergidas en la violencia
simbólica que no se dan cuenta siquiera de sus opresiones. Si bien
nuestros genitales no son mutilados, si existen restricciones culturales
que nos impiden conocer su existencia, su función, el placer que gene-
ra su estimulación; el placer para las mujeres es vedado en diferentes
formas; no necesitamos un corte físico porque la religión y las buenas
costumbres lo han hecho de manera simbólica.

Estamos inmersas en discurso androcéntrico donde todo es “ellos”


y el “ellas” se olvida, lo masculino se asume como general y medida
de todas las cosas, lo femenino es inferior, una subcategoría que no
merece siquiera ser mencionada. La idea de la mujer como la otre-
dad sigue presente. Por ello, si el discurso y los cánones establecidos
no nos nombran, hay que nombrarnos, reconocernos, apropiarnos de
nuestros cuerpos a pesar de las voces que nos nieguen esa opción,
tenemos la posibilidad de decir que sí cuando deseamos tener sexo,
pero también de decir que no cuando no queremos, incluso con nues-
tra pareja, incluso si ésta muere de deseo. Nunca se nos enseña a decir
que nuestro cuerpo es solo nuestro y que nosotras decidimos que pasa
con él, sobre él, dentro de él. El cuerpo de las mujeres se convierte en
tarjeta de presentación ante otros hombres y ante otras mujeres, ante
las que nos enseñaron a competir, a envidiar, sin ninguna razón, solo
porque es cultural (Engels, 201; Moore, 2009).

Otra forma de control impuesta a las mujeres es el amor románti-


co, un tema central en el estudio de la violencia en las relaciones de
pareja, pues éste existe como el ideal y la aspiración de todas las rela-
ciones y vínculos amorosos. Es una creencia cultural, elaborada por
personas de carne y hueso, que limita las expresiones libres de afecto
entre personas que quieren estar con otra u otras personas; o que,
por otro lado, obliga las expresiones de afecto aunque no se deseen.
Educadas en el amor romántico, aprendemos que debemos amar a
otro (antes que a nosotras mismas), que el amor debe ser monógamo,
heterosexual, sacrificado, doloroso, para siempre, y que debemos co-
locarlo como nuestra prioridad. Brunckner y Finkielkraut (1989:155)
indican, respecto a la falacia del amor, que las expectativas que se po-
nen en el otro en nombre del “amor” son imposibles de cumplir, que
cuando le pedimos a la otra persona que esté con nosotros bajo el 39
esquema del amor romántico esperamos un imposible, responsabili-
zamos al otro (a la otra) de nuestras expectativas, le pedimos ser “…
la diversidad a la que renuncio, las aventuras que sacrifico, los seres
que no conoceré, […] mis fantasmas y mis sueños insatisfechos […]”.
Ésta es una labor insostenible para una persona real pero que hemos
sido educadas a desear y esperar, a llorar y a sentirnos incompletas si
no está a nuestro lado. La creencia de que la otra persona puede olvi-
darse incluso de sí, para ser lo que nosotras queremos, está tan arrai-
gada que cuando no sucede genera frustración y enojo; los celos y la
posesión son formas normalizadas de control en el amor romántico.
Alarmantemente, estas violencias suelen nombrarse desde la psicolo-
gía evolutiva como estrategias adaptativas para conservar a la pareja
(Valdez et al., 2007); la ciencia legitimando la violencia.

En un estudio realizado por Cienfuegos (2015) donde se les pide


a las y los participantes que describan un problema que hayan tenido
con su pareja en los últimos seis meses, muchos de los casos aluden
a expectativas vinculadas con el amor romántico. La siguiente cita es
un claro ejemplo de cómo la violencia en las relaciones de pareja se
disfraza de conductas socialmente deseables como la preocupación
por el otro y el amor (De Barbieri, 1993), así como un interés por ser
lo que la otra persona quiere que seamos:

[El problema ocurrió] por falta de confianza y por querer con-


trolarme. Siempre insistió en que le digiera todo lo que hacía
y pensaba, que ocultarle las cosas era sinónimo de que no lo
amaba realmente. No importaron mis esfuerzos y cambios en
mi vida nunca fue suficiente para él, siempre desconfió (Mujer
40 años).

En los casos más extremos, la violencia contra las mujeres culmina


en un feminicidio, en el estado de Guanajuato, uno de los siete su-
puestos para considerar el asesinato de una mujer como feminicidio
es la existencia de una relación afectiva entre la víctima y el agresor.
Un feminicidio es la forma más extrema de violencia feminicida, la
cual es definida por la Ley General de las Mujeres a una Vida libre de
Violencia como una “…forma extrema de violencia de género contra
las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los
ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conduc-
tas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y
puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de
mujeres.”
40
El no reconocimiento del feminicidio es también parte de la vio-
lencia que ejerce el Estado en contra de las mujeres, cuando el Estado
es omiso para garantizar la no repetición de los hechos también está
violentando, es cómplice. Existen discursos que argumentan sobre el
número de hombres que mueren asesinados, diciendo que son igual
de importantes que las mujeres y que deberían también ser objeto
de protestas, que los derechos y la justicia exigida hacia las mujeres
debería ser también para los hombres. Coincido con la postura de
que hombres y mujeres tenemos el mismo valor como personas, que
la gravedad de los asesinatos laceran el bienestar de las familias de
hombres y mujeres que han perdido la vida a manos de otra persona,
pero el feminicidio tiene peculiaridades que obligan a poner especial
atención. La aceptación cultural de la violencia contra las mujeres nos
impide mirar que la forma en cómo se comenten, la historia de vio-
lencia previa que se reporta por muchas de las mujeres asesinadas, las
agresiones sexuales y las justificaciones/explicaciones que se dan para
el agresor, quien suele ser la pareja, podrían prevenirse. Sin embar-
go, los cuerpos de las mujeres asesinadas, dice Segato (2006), llevan
también un mensaje, una advertencia para el resto de las mujeres; la
muerte física para una mujer, se convierte en una muerte simbólica
para el resto.

Las violencias dirigidas a las mujeres por parte de sus parejas tie-
nen un sustento cultural, puesto que existe un sistema que permite
que dichas agresiones queden impunes, que incluso sean bien vistas;
desde el lenguaje no figuramos como personas, somos vistas como
objetos, nuestros reclamos se miran como ilegítimos, carentes de sen-
tido, somos una propiedad más de los hombres. Me niego a creer que
esto es inalterable. Las siguientes son citas textuales que parten de un
estudio con hombres y mujeres de población abierta que reportaron
haber experimentado violencia a manos de su pareja, en los cuales se
hace visible la aceptación de la violencia como un fenómeno cotidia-
no dentro de las interacciones de pareja (Cienfuegos, 2015).

Siempre que algo no le parece por pequeño que sea me ofende,


me insulta, me humilla, me hace sentir que no valgo la pena y
siempre se va haciéndome creer que él siempre tiene la razón y
la que siempre falla soy yo (Mujer).

Discutimos y me agarró a patadas pero eso no me dolió; me do-


lió más que vi el odio con que lo hizo (Mujer).
41
Discutimos porque ella no se da a respetar con los hombres y les
coquetea (Hombre).

El jueves mi marido llegó tomado y se fue con su hermano, allí le


dijeron que yo andaba con otro hombre pero él llegó tan enojado
que no creyó lo que yo le dije y me empezó a golpear en la cara
hasta que se puso a llorar y se quedó dormido y no sabía qué
hacer y con eso me bajo la autoestima (Mujer).

Discutimos porque ella dice que soy un desordenado y me pegó


(Hombre).

Estas historias no pueden/deben ser naturales, esto no puede ser una


estrategia evolutiva; esto es cultura, es posible por la aceptación y tole-
rancia que día a día hacemos de violencias que nos parecieran insigni-
ficantes, de contar “chistes” sobre agresiones sexuales que nos desen-
sibilizan, de creer que solo existe una forma de ser mujer y otra de ser
hombre; de culpar a las víctimas por la forma en que visten, piensan o
aman. En la escalada de violencia todas(os) podemos incidir, depende
de nosotras si lo hacemos a favor o en contra, pese a las presiones cul-
turales que nos llaman de dejarnos llevar por la corriente.

Pese a todo ello, insisto en que la cultura puede ser transformada,


en que las siguientes generaciones mirarán aterrados estos hechos,
como ahora miramos lo acontecido en el Holocausto. Finalmente,
quiero retomar una pregunta que, con base en su experimento de la
Universidad de Standford5, realizó Zimbardo (2015) en el 14th Euro-
pean Congress of Psychology; él señalaba que si un determinado am-
biente e instrucciones específicas bastaron para generar el mal, “¿cir-
cunstancias positivas podrían generar el bien?”…no sé la respuesta,
pero para comprobar la hipótesis, nos tocará a nosotras(os) ir cons-
truyendo una cultura con circunstancias adecuadas que promuevan
la igualdad de derechos, no solo como ideales jurídicos sino como
verdades posibles. Ir transformando la cultura.

Comentarios finales

La finalidad de este escrito, más que llegar a una conclusión era pro-
blematizar en torno a la violencia contra las mujeres en las relaciones
de pareja: primero, señalando una serie de postulados teóricos, cues-
tionando los conceptos de objetividad y subjetividad en torno a los
42
que gira la validez del conocimiento. El segundo punto era replantear
el término de cultura con miras a reconocer, primero, y no olvidar,
después, nuestra responsabilidad como miembros creadores y repro-
ductores de actitudes, costumbres e ideologías que conforman nues-
tra cultura y que legitiman las violencias en las relaciones de pareja.

“Si comprender es imposible, conocer es necesario” afirma Primo


Levi (2011), y en ese sentido, considero que resulta imposible com-
prender la legitimación cultural de la violencia contra las mujeres en
las relaciones de pareja; sin embargo resulta necesario conocerla, ana-
lizarla, cuestionarnos, ser conscientes de la naturaleza cambiante de

5
Un grupo de estudiantes voluntarios es seleccionado para participar en un
experimento donde debían simular estar en una cárcel dentro de las instala-
ciones de la Universidad. Los voluntarios se dividen en dos grupos homogé-
neos, a unos se les dice que deben jugar el rol de presos y al resto que deben
fungir como guardias. En cada grupo los estudiantes fueron seleccionados
de manera aleatoria. Después de pocos días los primeros terminaran con
estrés postraumático por las agresiones y el abuso de poder ejercido por sus
compañeros, quienes aprendieron (supongo que culturalmente) que su papel
como guardias era ser violentos y someter a los presos, incluso a través de la
tortura. El experimento, por cuestiones éticas, tuvo que ser cancelado antes
de la fecha programada (Kimble, Hirt, Díaz, Hosh, Lucker y Zárate, 2008).
la cultura, y de esa forma poder empezar a cambiar piezas, iniciando
con las más pequeñas, hasta los bloques más grandes, para que aque-
llos actos terribles que ahora miramos como naturales dejen de serlo.
Cuestionar la universalidad de nuestros conocimientos, de nuestras
prácticas y de nuestros “instintos” es el primer paso.

Desde mi trabajo como académica e investigadora feminista voy


replanteando mi posición como psicóloga, cuestiono mis aportacio-
nes, mis escritos, mis ideas y afirmaciones realizadas antes de defi-
nirme abiertamente como feminista. A veces me sorprendo, otras me
doy risa y las más me preocupo de la forma en la cual, esos textos con
análisis muy superficiales podrían ser interpretados. Ahora me miro
más crítica y reconozco el gran camino que me falta por recorrer;
me da gusto recordar que desde hace muchos años me emocionaba
al escuchar sobre revoluciones y cambio social, siempre creí, pero es
hasta ahora que sé que es posible, sumamente complicado, frustrante
y doloroso pero posible.

El cambio es posible, y más que cliché o eslogan político, lo afirmo


porque lo vivo en mi ejercicio como profesora y en la Universidad de
Guanajuato; si bien aún resulta chocante para ciertos sectores hablar
de feminismo, en las aulas es sumamente satisfactorio dar cuenta de
cómo las y los alumnos cuestionan, critican, hablan de compromiso
social, de deconstruir paradigmas, de nuevas formas de mirar y mi- 43
rarse en la realidad social, de cuestionarse cosas que antes considera-
ban irrelevantes, de cuestionarse el concepto de libertad, y el interés
por aplicar el género como categoría de análisis en su ejercicio pro-
fesional. Basta con mirar alrededor nuestro para tener una idea de lo
obscuro del panorama, de lo mucho que falta por hacer para que exis-
ta igualdad entre las diferentes construcciones sexo-genéricas y vis-
lumbrar lo difícil que será, pero también basta con agudizar la mirada
y darse cuenta de que estos cuestionamientos y deconstrucciones son
luces que empiezan a iluminar el camino. Fuera de las aulas, es im-
portante reconocer y aplaudir el trabajo de mis compañeras de lucha,
otras luces en mi camino con quienes he aprendido y desaprendido;
muchas de ellas colaboradoras también en este libro, otras desde la
sociedad civil, desde otras universidades, desde los cuerpos diversos,
desde su trabajo no remunerado en el hogar, desde sus resistencias
diarias…

La percepción de una realidad social que inhibe las ganas de luchar


y el miedo por hacerlo y, por otro lado, la esperanza en el cambio
social son sentimientos que experimento todos los días; si el miedo
triunfa ante las ganas de reclamar o exigir un derecho, creo entonces
que queda una opción: negarme a olvidar. En un contexto como el
nuestro donde nos presentan cada vez casos más terribles y violentos
y donde la violencia se vuelve un espectáculo, no permitamos que Pa-
tricia, Sofía, María y las otras miles de mujeres asesinadas, golpeadas,
insultadas, secuestradas y desaparecidas se conviertan en estadísticas
sin historia; no sigamos el juego del Estado y lo “cultural” que nos dice
que es más conveniente ocultar, callar, negar la voz, la identidad y la
vida de las víctimas. Usemos la memoria como recurso de protesta;
no olvidar es un acto de rebeldía en un país como el nuestro.

“Hemos demostrado que se requiere solo el lapso de una vida hu-


mana para cambiar el mundo”, así hablan L@s Zapatit@s a 20 años de
ese primero de enero de 1994 cuando bajan de las montañas hacia San
Cristóbal de las Casas para reclamar que su voz y sus justas demandas
sean escuchadas y que su presencia no se ignore más. Al hablar del
gobierno autónomo y de la Ley Revolucionaria de las mujeres dicen
que a pesar de que algunos l@s llaman idealistas, ellos y ellas están
construyendo una nueva realidad social, una utopía (Ejercito Zapa-
tista de Liberación Nacional, 2013a, 2013b). Para concluir, y teniendo
como base la ideología Zapatista, solo me resta decir que: construir la
utopía también es cultural, construyámosla.

44
R eferencias

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Feminismo desde la trinchera
de la historia

Rocío Corona Azanza


Departamento de Historia, Campus Guanajuato

[…] este individuo ha golpiado de una manera barvara a su esposa la res-


petable dama la Señora Maria Pérez Vázquez, siendo nuestra hermana de
sexo una victima constante de este canalla que quicieramos todas las mujeres
transformarnos en hombres un solo momento para indicarle que alli esta [la]
horca para todo hombre que levante el brazo para la mujer, por que es cobarde
y criminal el hombre que el pega á la mujer [...]1

Comenzaré en sentido inverso a lo que generalmente se espera de un


artículo: diciendo lo que no haré. Con esta advertencia señalo enton-
ces que no es el objetivo de este trabajo hacer una reflexión teórica so-
bre género, feminismo e historia. No disertaré sobre la historiografía 51
feminista, ni enumeraré las obras que sobre este asunto se han escri-
to, o quiénes desde la historia han utilizado como corriente teórico-
metodológica al feminismo. Más que artículo tomo este escrito como
reflexiones personales sobre un tema que me atañe, compromete y al
que he dedicado una parte de mi quehacer académico: el feminismo
desde la historia.

Atiendo esta reflexión a partir de la invitación que el programa


“Horizontes para la igualdad de Género” de la Universidad de Gua-
najuato me hiciera. Rosalba Vázquez y Vanessa Góngora, coordina-
doras de este libro, han emprendido la titánica tarea de que la inves-
tigación con una mirada desde el feminismo sea tomada en cuenta
como una propuesta viable de acercarse al conocimiento en esta casa
de estudios. Y digo titánica porque es una palabra que sigue causando
escozor en cualquier lugar que se pronuncie, para algunos incluso se
ha vuelto impronunciable, y estoy convencida de que lo que se dice

1
Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato, Secretaría de
Gobierno, Departamento de Gobiernos, exp. 2, 31, 2, 1923. Proceso seguido
contra Agapito Vázquez por golpes contra María Praxedis Pérez en Abasolo,
Guanajuato. Conservo la ortografía original.
de algo, cómo se dice, y también lo que no se dice, es una manera de
posicionarse sobre ese algo, es inevitable que abordemos el feminismo
desde el interior de nuestra institución.

Coincido en la idea de generar una discusión desde la experiencia


personal al realizar trabajos académicos desde esta perspectiva. Al ser
una reflexión muy particular, lo expuesto aquí es de motu propio, y por
lo tanto cuestionable, sin embargo, asumo la responsabilidad de cada
palabra dicha, o sea “esta boca es mía”.

Retomo el epígrafe que abre este artículo para reconocer el largo


camino que las mujeres hemos recorrido por tener una vida digna; la
declaración que en 1923 hicieron estas mujeres nos invita a reflexio-
nar sobre algunos de los andamiajes del feminismo: la sororidad (en-
tendido este concepto en su acepción más simple como la solidaridad
y concordia entre mujeres), al asumirse como “hermanas de sexo”, el
deseo de convertirse en una especie de guerreras para pelear en igual-
dad de condiciones ante la injusticia, en este caso, de un hombre que
golpea a su mujer. ¿No son estos principios básicos del feminismo?
Es justamente en este punto donde destaco que desde mi quehacer
diario, la investigación histórica y su enseñanza en las aulas, he apren-
dido que no ha sido un camino fácil para las mujeres, pero que en un
largo periodo han tejido una urdimbre de la que actualmente noso-
52
tras somos parte.

Cuando estudiante de Licenciatura entré a La Meca de los histo-


riadores (el archivo) en busca de algo que me hablara de las mujeres
y las encontré a cada paso, pudiendo armar un poco “su historia”, así
aprendí con azoro que las niñas guanajuatenses que iban a las escuelas
de primera enseñanza en Guanajuato en 1840 aprenderían lo siguien-
te:

Artículo 116. Para los trabajos de costura se dividirá la escue-


la en ocho clases: la primera en aprender a hacer el dobladillo,
punto por encima y sobrecargar. La segunda en sacar hilos y pes-
puntear. La tercera en fruncir y pegar. La cuarta en hacer ojales
y pegar botones. La quinta en hacer el punto cruzado. La sexta
en zurcir. La séptima en plegar, guarnecer y cortar toda especie
de piezas de ropa. La octava en el dechado que comprenderá el
punto real, lomillo, punto llano, embarcenado, perfilado y bor-
dado, tanto el de blanco como el de colores y el realzado. (Ar-
chivo Histórico de Guanajuato, caja 180-A. Reglamento general
para las Escuelas de Primera Enseñanza del Departamento de
Guanajuato. Guanajuato, impreso por Juan E. de Oñate, 1840,
p. 33. Aclaro que uso la clasificación que en el año 2000 tenía el
archivo, así que es posible que ésta haya cambiado en la actua-
lidad).

Y con documentos como el anterior y desde lo que podría llamar una


“ciega conciencia histórica”, y agrego “una ciega conciencia históri-
ca feminista”, se me develaba el quehacer primordial de las mujeres:
su preparación para ser buenas amas de casa. La palabra feminismo
poco sonaba en los pasillos de Valenciana, sin embargo, ya estaba en
el aire “visibilizarlas” como parte importante para el análisis histórico.
Así que creo que simplemente los engranajes embonaron de manera
conjunta con un tema que en el país se estaba discutiendo y que al
menos desde mi trinchera, considero un parteaguas: la formación del
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM) del Co-
legio de México (fundado en 1983), y el Programa Universitario de
Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma
de México (fundado en 1992) ambos programas sentarían las bases
para las futuras generaciones que como yo, estábamos en formación.

La Universidad de Guanajuato estaba haciendo lo propio, en 1993


la Asociación de Universitarias de Guanajuato, dirigida por Patricia
Begné, hizo una compilación de varios trabajos de académicas en ru-
bros como salud, biología, derecho, igualdad laboral, educación, cul-
53
tura artes, entre otros. Se contó con la presencia de Patricia Galeana,
en ese entonces presidenta de la Federación Mexicana de Universita-
rias (FEMU) y los resultados se presentaron en el Seminario “Presente
y Prospectiva de la Mujer en Guanajuato” (Guevara y Begné, 1993:9)
Patricia Begné decía que el objetivo de dicho seminario era “perfilar el
camino sobre el que se debe actuar para integrar a la mujer a la diná-
mica social y encarar, junto con los otros miembros de la comunidad,
los problemas y los retos de nuestra pluralidad”.

Los temas que ahí se discutieron siguen teniendo una vigencia tal,
que asombra, o sea, que las condiciones de las mujeres a poco más
de veinte años de distancia no son tan alentadoras como podríamos
suponer. Se veía la necesidad de reformar la legislación existente en
códigos civiles y penales a nivel estatal y federal, hacer campañas que
evidenciaran la violencia a la que las mujeres estaban expuestas, que
se tipificara a la violencia intrafamiliar con todas sus variantes como
un delito en todo el país. Se discutió la relación entre el abuso emo-
cional y la manifestación de ciertas enfermedades, además de eviden-
ciar la deficiente atención gineco-obstétrica que tenían las mujeres en
centros de salud, la vulnerabilidad de las mujeres a la desnutrición,
la deserción escolar por razón de género. En esta reunión ya se puso
sobre la mesa que se introdujera el hostigamiento sexual como figura
penal, con penas más firmes para los autores de los delitos.2

En 1998 tuvimos la oportunidad de contar con la presencia de An-


gela Thompson de la Universidad de East Carolina (gracias a los es-
fuerzos de María Guevara Sanginés) quien desarrollaba un proyecto
de historia comparada sobre las mujeres de Estados Unidos y México
en los siglos XVIII y XIX, del cual fuimos integrantes. En el mismo
periodo María Guevara Sanginés impartía el taller-seminario “Histo-
ria virreinal de Guanajuato. Mujeres, élites, religiosidad y población
de origen africano”. Algunas compañeras y yo tuvimos la fortuna de
obtener en 1997 una beca de fomento a la investigación, que se llamó:
“México ante la modernidad. Familia, mujeres, relaciones interétni-
cas y literatura”. Como decía con anterioridad, el andamiaje ya estaba
puesto en esta Universidad. Si bien quizá no se discutió desde la teoría
feminista particularmente, lo que destaco es que existía en la mesa la
discusión el tema de las mujeres planteado por mujeres universitarias.

A estos trabajos universitarios se unió la preocupación que el Ins-


tituto de la Mujer de Guanajuato tuviera en el año 2000 cuando con-
vocó al Segundo Concurso de Ensayo Literario: Historias de Mujeres
en Guanajuato. Los trabajos ganadores de dos alumnas de historia,
“La educación femenina en Guanajuato en el siglo XIX” y “La mujer
54
en la economía del Guanajuato de la segunda mitad del siglo XVIII”,3
muestran la preocupación de las que en ese entonces éramos estu-
diantes buscando un camino académico, e interesantes cosas encon-
tramos, como la voz de mujeres que reclamaban sus derechos, que
se sabían merecedoras de un reconocimiento por su trabajo. Como
ejemplo pongo el caso de la maestra María de Jesús Aranda quien en
1865 escribía a las autoridades que solicitaba la dirección de la escuela
de Marfil con los siguientes argumentos:

[…] y siendo yo recibida en todos los ramos que previene el re-


glamento…y además tener el mérito de haber servido diez años

2
Refiero algunos de los trabajos que ahí se incluyen: “Mujer y violencia” de
Patricia Galeana; “La salud de las mujeres. Responsabilidad de las mujeres”
de Edda Alatorre; “Derechos reproductivos” de Alma Rangel de la Vega;
“La mujer y el Poder Legislativo” de Delia Ponce López y Celeste Gómez
Fragoso.
3
Estos trabajos fueron publicados en un libro conjunto auspiciado por la Uni-
versidad de Guanajuato, Consejo Estatal de Población, Instituto de la Mujer
Guanajuatense, Gobierno del Estado y el Instituto de Cultura. El trabajo de
educación femenina fue mío, y el de la mujer en la economía de Luz María
del Carmen Rodríguez Alvarado.
en esta profesión […] por todas estas razones y creyéndome te-
ner el derecho que me asiste para pretender tal destino, he de
merecer su recta justificación. (Archivo Histórico de Guanajua-
to, Ramo Educación 1865, expediente 496, 08/17)

Pasado y presente se conjuntaban y desde la historia se me dio una


visión de conjunto de las mujeres y sus caminos. Para cuando se lle-
vó a cabo el Tercer Foro de la Asociación de Universitarias de Gua-
najuato en el 2002, su presidenta Rosa María Villegas Medina hacía
notar ante las autoridades universitarias que a pesar de que la mujer
tenía más presencia en las universidades, no tenían acceso a puestos
directivos, gerenciales ni políticos en el país, y sus salarios eran me-
nores respecto a los obtenidos por varones. Destacó cuestionamientos
como ¿por qué defender a las mujeres? ¿Realmente se lograba algo?
Preguntas que sin duda daban una visión de la problemática femeni-
na. Marcaba que ese foro aportaría las experiencias de las universita-
rias “deseando que el humanismo no llegue sólo a los varones, que no
se siga presentando lo femenino y lo masculino como dos opuestos,
sino como complementarios e iguales […]”. (Guevara, 2002:10). Nó-
tese que en estos años el concepto de equidad no estaba aún como
categoría feminista, al menos en este discurso. Así pues, en este foro
varias académicas de la Universidad de Guanajuato discutieron te-
mas de violencia, migración, la mujer como sujeto de derecho, salud,
55
medio ambiente, trabajo y educación.

Ya para el año 2010 los trabajos de titulación que abordaban el tema


de mujeres era amplio en el área de historia respecto a aquellos de los
años noventa donde el tema apenas comenzaba a tocarse; basta ver el
listado que se encuentra en la biblioteca de Valenciana para entender
lo que digo,4 aclaro, sin embargo, que en la mayoría de estos trabajos

4
De los trabajos pioneros en historia están las Tesis de Licenciatura de: Ana
Elena Uribe Flores (1995), Brujería sexual en Celaya 1614. María García
Acosta (1995), Las fabriqueñas del Bajío. Industria cigarrera. Irapuato y sus
obreras (1910-1940). Nora del Carmen Olmos Troncoso (2005), Participa-
ción política y económica de mujeres católicas en Guanajuato. Miguel San-
tos Salinas Ramos (2005), Las mujeres de la familia Bustos en Guanajuato
durante el siglo XVIII. Ricardo Pérez Grovas Romero (2006), Prostitución
en la ciudad de Guanajuato de 1921-1927. Mónica Beatriz Hurtado Aya-
la (2006), Representación de la prostituta y la prostitución en la Ciudad
de México 1867-1910. Marisa Andrade Pérez Vela (2008), La tarjeta postal
y la imagen de la mujer en México durante el porfiriato /1880-1911. José
Luis Cervantes Cortés (2011), El depósito de esposas en los juicios de di-
vorcio eclesiástico. Nueva Galicia 1778-1800. Ruth Yolanda Atilano Ville-
se aborda más una perspectiva desde la historia de mujeres, y no tanto
el feminismo propiamente dicho (a excepción de los trabajos de los
últimos años), lo cual es un reflejo de que aún falta mucha discusión
sobre el tema. No obstante, actualmente son cada vez más las tesis de
licenciatura y posgrado que ven en las mujeres un potencial objeto de
estudio y análisis histórico.

La historia, al intentar hacer asequible el pasado de los seres hu-


manos, me ha brindado la oportunidad de ver que hay prácticas que
tienen un ritmo propio y cuya dinámica es mucho más lenta que en
otros rubros. Es el caso de la condición de las mujeres, donde no
obstante las guerras, revoluciones, ideas de libertad e igualdad, que
indudablemente han logrado avances sociales, en ellas (nosotras) pa-
recen tener una tímida resonancia. Y así desde posiciones filosóficas,
médicas, religiosas y jurídicas, se ha justificado “nuestra diferencia”
posicionándonos en un lugar disminuido socialmente.

Ejemplos de este tipo hay cientos. Aristóteles en De la generación


de los animales, aludía a que la mujer era inferior pues ni siquiera
emitía semen. Al ser sus órganos sexuales cóncavos, tenía un deseo
más violento. De hecho comparaba a la mujer con la “jumenta”, pues
eran las únicas hembras que se entregaban al coito durante la gravidez.
Santo Tomás de Aquino las consideraba como “un infeliz accidente de
56
la naturaleza”, y si se había nacido mujer era por alguna indisposición,
o por los vientos del sur que eran húmedos (la humedad en los grie-
gos era señal de descomposición y degeneración). San Agustín creía
que no debían usar afeites, y si lo hacían debía ser con la venia de sus
maridos, y nunca según la imposición de ellas.

En la Francia de la Igualdad, Libertad y Fraternidad, en 1792


Olympe de Gouges sería guillotinada sin juicio alguno por sus ideas
políticas y por haber escrito De los derechos de las mujeres y las ciu-
dadanas. Su nombre aparecería en la lista de las prostitutas de París.

gas (2012), Entre los aires nacionalistas y la mirada de género. Jesús de la


Helguera: 1940-1971. Tesis de Maestría en Historia. Rocío Corona Azanza
(2011), Los gritos de Dolores. Violencia y relaciones de género en Dolores
Hidalgo durante el porfiriato. Rosa María García Marín (2011), Vínculos
en la distancia. Migración internacional y relaciones de pareja analizadas
desde la perspectiva de género en el Mineral de la Luz, Guanajuato. Bereni-
ce Reyes Cruz (2013), Origen y desarrollo del movimiento feminista en Gua-
najuato. 1960-2000. Linda Martín Hernández Díaz (2013), Ciudadanas en
ciernes: mujeres en el Estado de Guanajuato, 1910-1937. Cualquier omisión
a algún trabajo que pudiera entrar en este rubro, es totalmente involuntario.
Años después se le acusó de que no sabía leer ni escribir, a pesar de
haber dejado cientos de manuscritos. Y si a una mujer como Olype de
Gouges se le acusaba de tales cosas, ¿qué esperar para aquellas muje-
res trabajadoras, obreras, analfabetas y sumidas en la pobreza?

El conocimiento de estos procesos de largo plazo que se hacen vi-


sibles a través de la disciplina histórica me han llevado a ver cómo no
obstante la distancia geográfica y temporal, existe una idea práctica-
mente universal que avala la desigualdad, subordinación y violencia
contra las mujeres, que puede recrudecerse en casos excepcionales
como la guerra. Para muestra, cito un evento ocurrido un 14 de di-
ciembre de 1811 del cual da parte el comandante don José Tovar al
virrey Francisco Xavier de Venegas, donde da cuenta de un ataque
hecho por los insurgentes que ocupaban a San Felipe y Dolores:

La gavilla mandada por Pedro García y el clérigo Reynoso,


habían atacado, y destruido el pueblo de Dolores, cuna de esta
horrorosa insurrección, quemando muchas casas de la plaza,
dando muerte a cinco urbanos de compañía que había allí; ha-
ciendo prisioneros al capitán, y los cincuenta y cinco restantes,
saqueando parte de las alhajas de la iglesia, y varias casas para
cuya facción se unieron todos los más de los indios de dicho
pueblo, y otros de los inmediatos, incendiando las principales
casas de dicho pueblo, cometiendo el crimen de violar cuarenta 57
y tantas doncellas y casadas del referido pueblo, a más de otras
atrocidades. (Garrido, 2003:169).5

¿Dónde ocurriría esto? ¿Qué sensación se quedaría en los habitantes


de esta ciudad, y sobre todo, en estas mujeres de las que la historia
nunca ha hablado? Genaro García refiere en Documentos históricos
mexicanos, que entre los días 29 y 30 de noviembre de 1814 habían
sido aprehendidas varias mujeres de la ciudad de Pénjamo, en sus
casas y en las calles del pueblo. Fueron trasladadas hacia la ciudad
de Guanajuato sin formárseles causa alguna, se les encarceló en las
Recogidas, y permanecieron ahí poco más de dos años. No se sabe a
ciencia cierta cuántas mujeres fueron, pero un informe de Agustín de
Iturbide enviado al virrey Félix María Calleja refirió que había tras-
ladado a 300 mujeres. Un año después afirmó que eran más de 1005.
El número es incierto, pero lo que queda claro es que sufrieron una

5
La cita es de Garrido Asperó, María José, “Entre hombres te veas: las mu-
jeres de Pénjamo y la revolución de Independencia”, en Disidencia y disi-
dentes en la historia de México, Felipe Castro y Marcela Terrazas, coord. y
edición, México, UNAM/IIH, 2003, p. 169.
serie de vejaciones, como lo dejan ver ellas en una carta que mandan
al virrey en la que pedían su libertad y hablaban de su situación:

sobre habersenos hecho caminar a pie diez y nueve leguas des-


de aquel pueblo a la Congregación de Yrapuato, y catorce desde
allá a la ciudad de Guanajuato en un pequeño término, sobre
habersenos crecido demasiado estas penas los lloros de nuestras
criaturas, que derramaban lágrimas por falta de alimento, sobre
haber sufrido el estropeo e insultos de los soldados, sobre ha-
ber tenido la continua afliccion de caminar apresuradamanete
para igualar asi nuesto paso con el de la tropa de infantería, e
impedir que se executase la orden barbara e inhumaa de dar 25
azotes a la muger que no anduviese con dicha celeridad, y sobre
la vergüenza insoportable de entrar de ese mismo modo en las
poblaciones, con otras veinte y unas mugeres, como si fuesemos
una piara de cerdos. (García, 1985:386).

A las mujeres se les toma como botín de guerra, se les viola y mata, sin
que mucho se hable de ello en los libros de historia, ni siquiera para
mencionarlas como víctimas de guerra. Aunque justo este libro es un
intento que se suma a otros tantos por dejar de lado esta invisibilidad.

Desde la trinchera de la historia, como he titulado este artículo, he


58
trabajado temas parecidos a los ofrecidos en este libro por las colegas
desde la óptica contemporánea, tal es el caso de la violencia, tópico
que ha ocupado gran parte de mi quehacer, y resulta sorprendente
darse cuenta que a más de cien años de distancia la situación siga
siendo tan parecida. Por ejemplo, el trabajo de Yessica Ivet Cienfuegos
Martínez en este libro colectivo ofrece un testimonio de una mujer
que dice: “... me ofende, me insulta, me humilla, me hace sentir que
no valgo la pena...”. Yo encuentro un testimonio de 1879 de una mujer
denunciando a su marido quien decía “...tiene por costumbre mortifi-
carla y pegarle, como lo ha hecho ya otras veces...”. (Archivo Histórico
de Dolores Hidalgo, fondo Justicia, sección Juzgado de Letras, serie
Causas criminales, legajo no. 2, 1879. Caso de Matilde Rosas y Móni-
co Rodríguez).6

Así mismo, en la contribución de Vanessa Góngora se anota que


organismos como la CEPAL problematizaron la violencia como un

6
En el trabajo de investigación que realizo actualmente sobre violencia con-
tra las mujeres por su pareja, para el caso de Guanajuato en los años de 1871
a 1933, encuentro que hablaban constantemente del maltrato, mala vida,
regaños, mortificaciones, golpes, descuido.
asunto de salud pública, dados los costos que genera en enfermeda-
des, tratamientos psicológicos, lesiones. Coincidiendo con ella, creo
que la relación de violencia con el deterioro de la salud física y psico-
lógica de las mujeres es muy estrecho. Yo encuentro en testimonios
de mujeres que los golpes y lesiones llegaron a provocarles abortos,
sufrían desmayos, referían sentirse mal de salud.7 El parte médico que
se le hizo a María de Jesús Zavala en 1930 es por demás ilustrativo:

equimosis en cada una de las regiones glúteas que sanaron en


ocho días; sin consecuencias. Otra contusión en el lado interno
del antebrazo izquierdo hacia su tercio medio que produjo la
fractura completa del cúbito. Esta lesión curó en 27 días dejando
impotencia temporal del miembro superior; pequeño defecto fí-
sico y deformidad temporal de la región contundida, permanen-
tes, pero no notables a primera vista. (Archivo del Poder Judicial
Guanajuato, Primera Instancia Penal, Pénjamo, expediente 8,
1930. María de Jesús Zavala e Isidoro Vázquez).

Y así, en 2016 o a finales del siglo XIX, las voces femeninas se unen
para mostrar cómo el camino aún es largo, que se han hecho cosas,
pero faltan muchas por resolver, atender, visibilizar siquiera. La vio-
lencia contra las mujeres vive momentos exacerbados, pero el dere-
cho a la educación, salarios justos, son agendas pendientes aún (por
59
mencionar solamente algunos temas). Cuando desde la academia se
conjuntan trabajos como el presente, destaca la importancia de las
universidades como motores de cambio, discusión y de impacto en
las políticas públicas y en la vida cotidiana de los individuos. Sea pues
este esfuerzo una muestra de que las universitarias estamos compro-

7
Tiburcia Rodríguez acusó a su esposo de haberle pegado con una piedra;
pero en su declaración afirmó que ya él había estado en prisión por haberle
causado un aborto. Tiburcia Rodríguez y Benito Rodríguez, 1884. Marceli-
na Mesa declaró que recibió dos varazos de su esposo estando embarazada
de lo que resultó que arrojara “un cuajaron de sangre que enterraron en su
misma casa.” Andrés Mejía y Marcelina Mesa, 1880. Plácida Hernández de-
nunció que su esposo la quiso golpear estando embarazada de su séptimo
hijo. Plácida Hernández y Austacio Grimaldo, 1883. Ynés Armas es acusado
de golpear a su esposa Apolonia Monreal y declara “que no debia de haberle
hecho, por hallarse grávida […]”. Ynés Armas y Apolonia Monreal, 1880.
María Romualda Désiga declaró que debido a los golpes “se desmayó al
grado de no saber quienes la conducirían al hospital”. María Romualda Dé-
siga y Antonio Muñoz, 1882. Ygnacia Ramírez “se desmayó cerca de su casa,
quedándose tirada hasta en la noche”. Ygnacia Ramírez y Cenobio Gonzá-
lez. 1889. Micaela Arredondo “se quedó sin sentido”. Micaela Arredondo y
Guadalupe Molina, 1884. Todos los expedientes son del Archivo Histórico
de Dolores Hidalgo.
metidas con el tema, desde la diversidad de enfoques que nuestras
disciplinas otorgan.

Destaco algunas reflexiones que ha hecho César Gonzá-


lez Mínguez (2008) sobre la manera de historiar a las mujeres, pues
considero aporta una manera de visibilizarlas haciendo notar la es-
pecificidad que tienen en la historia universal. Primero habría que
superar la escasa trascendencia que se le ha dado en la academia al
tema, después profundizar en la conceptualización y bases teórico-
metodológicas (ello nos permite que el tema de las mujeres no sea
visto meramente como anecdótico) y elaborar una periodización es-
pecífica de la historia de las mujeres (siguiendo la idea de Joan Kelly
quien en su texto Did women have a Reinassance? propone este asun-
to), y considerar que el hecho de que las mujeres sean consideradas
como inferiores, no es un hecho natural, sino el resultado de un largo
proceso histórico que institucionalizó esta idea, otorgando por ello el
dominio a los hombres.

Pero no basta con que cada una de las/los investigadoras (es) re-
flexionemos desde nuestra actividad académica sobre ciertos asuntos,
es al interior de la Universidad donde también tenemos una tarea, que
permee en nuestra casa de estudios el feminismo como una metodo-
logía seria con resultados claros en el terreno teórico, que las críticas
60
que a esta postura se hagan, sean estrictamente académicas y no como
suele suceder, partiendo del desconocimiento del tema para descali-
ficar estos trabajos como producto de un clan de mujeres “locas, de-
generadas, imposibles de tratar, feminazis”. Antes bien, reconociendo
que desde la diferencia grandes cosas se hacen, y que las trincheras
–sobre todo universitarias- no tienen que ser desde la confrontación,
sino desde el debate y respeto a pesar de las divergencias académicas
que se puedan tener.

Suelo decir a mis estudiantes, que el feminismo no es un tema de


moda, sino un tema pendiente, una obligación que tenemos como
sociedad contemporánea para buscar por qué, como muestra la dis-
ciplina histórica, desde hace más de dos mil años y en contextos tan
disímiles existe una introyección que reafirma y avala una prerrogati-
va sobre las mujeres aludiendo a la superioridad masculina y el abu-
so que esta conlleva, con la evidente dificultad que tiene establecer
límites “permitidos”, aunado a que es un problema social vigente con
graves consecuencias. No es moda, es un derecho que cualquier ser
humano tiene como mínimo. En caso contrario ¿qué estamos hacien-
do en este mundo? La verdad os hará libres. Luchemos porque así sea.
R eferencias

García, G. (1985). Documentos históricos mexicanos. México:


INEHRM, 7 tomos.
Garrido A. (2003). “Entre hombres te veas: las mujeres de Pénjamo y
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Crimen de Durango, España, 5.
Guevara, M. (coord.) (2002). Universidad. Reflejo y resonancia de la
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de Guanajuato, Asociación de Universitarias de Guanajuato,
Hernández, J. E. (1985). Colección de documentos para la Historia de 61
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nes Cátedra, Universidad de Valencia.
Varela, N. (2005) Feminismo para principiantes. Barcelona: Edicio-
nes B.
Cuando el género atraviesa la
burocracia

Reflexiones feministas para el análisis de políticas públicas

Vanessa Góngora Cervantes


Departamento de Gestión Pública, Campus Guanajuato

Así, las mujeres siempre corremos el riesgo de que se nos


haga retroceder hasta en logros cuya estabilidad parecía
pertenecer ya al dominio de lo obvio. No nos podemos
permitir el dejarle a la igualdad, para ensimismarnos
en nuestra diferencia, que se tome vacaciones.
Podríamos pagarlo demasiado caro.
(Amorós, 2000:29)

Como lo manifestamos en el apartado introductorio, fue de interés


particular por parte de las autoras de este volumen expresar que no 63
sólo escribíamos como académicas universitarias, sino resaltando
nuestra condición como mujeres, jóvenes, afrodescendientes, de con-
textos migrantes, indigenistas, madres… y, sobre todo, feministas.
Marcar esa diferencia es para nosotras una necesidad en un contexto
específico: una universidad de provincia en una sociedad reconocida
como “conservadora” pero que se ubica en una coyuntura de moder-
nización e ímpetu globalizante. Es por ello, que este capítulo tiene un
propósito claro en consonancia con el objetivo general de este libro
colectivo: sentar una distinción entre aquella perspectiva de género
que se ha convertido en un discurso político y académicamente co-
rrecto, digerible incluso en contextos tradicionalistas, y el análisis sus-
tentando en una larga y coherente tradición teórica y metodológica
que pocas veces se reconoce como feminista.

Esta preocupación venía rondando mi cabeza desde hacía algún


tiempo. Como es natural en la dinámica académica, había notado un
posicionamiento distinto al resto de mis colegas que compartían el
interés tanto a la disciplina – Administración Pública - como el objeto
de estudio – políticas públicas -. Interesada inicialmente en la inci-
dencia de la ciudadanía en la toma de decisiones de los gobiernos lo-
cales, comencé a vislumbrar la insuficiencia de las explicaciones teóri-
cas que se concentraban ya sea en las características socioeconómicas
de la población o en las políticas clientelares sostenidas por los parti-
dos políticos aún después de la alternancia (o transición democrática
para los optimistas), incluso en la resistencia organizacional al cam-
bio a estructuras más flexibles y participativas. Fue la sinceridad de un
presidente de comité de colonos en Aguascalientes que me permitió
“visibilizar” una categoría que nunca antes, en mi formación univer-
sitaria y de posgrado había adquirido tanta importancia: “Muchos me
preguntan que por qué participo en el comité de vecinos si es cosa de
viejas”. Aquella declaración me revelaría que el liderazgo femenino se
desarrolla en un espacio, si bien público, sumamente vinculado a los
roles tradicionales de cuidado de los hijos y el hogar (de hecho, más
cercano al espacio privado); mientras que los liderazgos masculinos
se van afianzando en esas aperturas democráticas de los consejos de
representación ciudadana en donde las relaciones de poder son más
evidentes por su diálogo con autoridades municipales. Lo anterior me
permitió ver que tenemos nociones de cómo se hace política o cómo
es la incidencia en la toma de decisiones públicas desde una óptica
aparentemente neutral pero que en realidad es “ciega al género”.

Si las políticas públicas son “producto de las demandas de grupos


sociales con suficiente capacidad de presionar a los organismos públi-
64 cos” (Álvarez, 1992); si la argumentación y persuasión son elementos
imprescindibles de análisis para dimensionar el impacto de los dife-
rentes posicionamientos en la arena pública (Majone, 2005); si para
comprender las decisiones públicas debemos considera las posiciones
estratégicas, negociaciones, coyunturas y diálogos entre los distintos
actores sociales, políticos y gubernamentales en sus apariciones in-
termitentes (Sabatier, 2010), el “género” como categoría de análisis
y relación primaria de poder (Scott, 1996) que refiere las creencias,
valores y normas generadas por cada sociedad adquiere una justa
relevancia. Las mujeres y los hombres, como ficciones políticas regu-
ladas por un sistema simbólico dicotómico y heteronormativo (Bour-
dieu, 1998; Preciado, 2002; Butler, 2005), son predispuestas a ocupar
espacios y adoptar conductas específicas y, por lo tanto, tenderán a
desarrollar actitudes y esquemas de incidencia diferentes y, lo más
importante para el análisis feminista, desiguales para hacer valer sus
derechos como ciudadanía. Obviamente estas consideraciones son
más claras después de involucrarme con una teoría que ha sido sub-
estimada por su relación con un movimiento social, muchas veces
incomprendido y satanizado.

La teoría feminista, como lo más elemental de la perspectiva de


género, visibiliza las diferencias entre las subjetividades construidas
culturalmente (en contextos espacio-tiempo específicos), reclama el
estudio de nuevos objetos de investigación o la reconsideración aca-
démica de los que ya han sido estudiados anteriormente. Reflexiones
como la de Miquel Caminal en su Manual de Ciencia Política (2005),
en donde explica que “no hay nada más político que los constantes in-
tentos [académicos y gubernamentales] de excluir cierto tipo de pro-
blemas de la política”, o la impronta feminista de Kate Millet (2010),
“lo personal es político”, ha remitido a las investigaciones feministas,
entre ellas las de la administración pública, a exponer que lo que ha
sido considerado como problemática del espacio público ha menos-
preciado y excluido la experiencia de la mitad de la población.

Un primer acercamiento académico al tema de la desigualdad en-


tre mujeres y hombres es en relación al acceso limitado de las mujeres
a los cargos públicos y de gestión gubernamental. Debra W. Stewart
(1999:277) explica que la interrogante que sintetiza estas aproxima-
ciones iniciales al tema de la desigualdad entre mujeres y hombres en
la administración pública es: “¿cuáles variables debiéramos manipular
para mejorar la posición de las mujeres en la administración públi-
ca?”. En su relación con los estudios de Ciencia Política, la preocupa-
ción académica se ha centrado en el surgimiento de las mujeres como
nuevos actores políticos a partir del movimiento feminista (principal-
mente de los años sesenta). Una parte considerable de la bibliografía
que relaciona el análisis de la toma de decisiones con las mujeres, se 65
orienta a la participación política de éstas,1 tanto en las asambleas le-
gislativas como en los cargos ejecutivos y de gabinete: por una parte,
la crítica a las barreras socioestructurales que limitan su participa-
ción en las competencias electorales y el análisis de la efectividad de
las acciones afirmativas (cuotas electorales); por otra, el interés de
investigar semejanzas y diferencias del liderazgo político y gerencial
de las mujeres. En este último punto, Stewart hace una revisión a la
literatura que, desde la psicología, resalta la socialización diferencial
de los sexos para desarrollar aptitudes y actitudes de liderazgo, la res-
tricción de las mujeres a estudiar y desempeñarse en labores identifi-
cadas como meramente masculinas, el impacto de los estereotipos y
roles de género en la promoción gerencial, etcétera. También resalta la
tendencia sociológica que centra el análisis de la subrepresentación de
las mujeres en las organizaciones burocráticas: nociones como la dis-

1
Un interesante acercamiento en México es el libro coordinado por Rosa I.
Rodríguez, La mujer en la Administración Pública (2014), en donde varios
de los capítulos abordan la evolución de la participación política de las mu-
jeres, desde el derecho al voto, las reformas legislativas para promover su
participación en los cargos de elección popular y el acceso a los gabinetes de
Estado.
tribución de la oportunidad, la estructura del poder y la proporción
de las personas en las organizaciones explicarían las dificultades de las
mujeres en el sector público.

Las referencias anteriores podríamos considerarlas como


“estudios de mujeres” pero no necesariamente feminis-
tas. Incluso, la bibliografía sobre liderazgo y mujeres comien-
za a integrar elementos teóricos de perspectiva de género,2
pero no necesariamente adquiere el “tinte”, el “sello” feminista. La
crítica feminista se sintetiza en la visibilización de los estudios, la
estructura y la toma de decisiones androcentrista.3 Camilla Stivers
(1990:939), en un texto considerado como clásico de la Administra-
ción Pública, se pregunta cómo sería una perspectiva feminista en la
administración pública y responde concretamente: “Lo que creo que
el feminismo destaca de manera más útil es la parcialidad del domi-
nante”. El androcentrismo en la administración pública, además de
evidenciarse en estructuras de toma de decisiones mayoritariamente
masculinas, también se refleja cuando los problemas que afectan a los
varones son definidos como “los” problemas sociales, mientras que
los problemas de las mujeres “son exactamente eso, problemas de las
mujeres” (Amorós y De Miguel, 2010:71) y los han dejado sólo a la luz
de las políticas de bienestar (como grupo “vulnerabilizado”) y de las
políticas de atención a la familia, más no como sujetos políticos, por-
66 tadoras de derechos en sí mismas sino como periferia de sus esposos
o hijos e hijas: como “clientes dependientes” (Fraser, 1989). Por ello,
uno de los temas centrales del feminismo en la administración pú-
blica ha sido la crítica a la dicotomía de las esferas público y privada,
herencia intelectual del Estado liberal y las ideas de la Ilustración que
dejaron fuera a las mujeres de la posibilidad de disertación política,
diferenciación que se vería consolidada en la reestructuración eco-
nómica de la época moderna, cuando la industrialización demarcó

2
Recomiendo el análisis de Morales y Cuadrado (2011:41), quienes han desa-
rrollado investigación sobre el liderazgo de las mujeres en el ámbito organi-
zacional. El texto recomendado versa sobre las limitaciones en el desarrollo
del liderazgo político derivado de la teoría de la congruencia de rol (de gé-
nero): “Hemos argumentado cómo la valoración de cualidades típicamente
femeninas en el liderazgo eficaz favorecería la presencia de mujeres en la
esfera política. Sin embargo, las ventajas que aparentemente ofrecen pro-
puestas recientes sobre el liderazgo eficaz pueden convertirse en obstáculos
para las mujeres si no encuentran un equilibrio adecuado entre masculinidad
y feminidad. Por último, hemos llamado la atención sobre las consecuencias
que puede tener para el liderazgo político de las mujeres el glass cliff.
3
Llamamos androcentrismo a la visión del mundo y de las relaciones sociales
centradas en el punto de vista exclusivamente masculino y presentado como
universal.
como trabajo todo aquello que se realizaba fuera del hogar y, por tan-
to, fuera del interés estatal:

El argumento esencial de las feministas es que la doctrina de


‘separados pero iguales’, así como el patente individualismo e
igualitarismo de la teoría liberal, difuminan la realidad patriar-
cal de una estructura social caracterizada por la desigualdad y la
dominación de las mujeres por los hombres. (Pateman, 1996:4).

Aún cuando las democracias se fundan en principios de igualdad y


libertad universales, ha sido un proceso extenuante e inconcluso la
transformación de creencias y prácticas derivadas de la dicotomía es-
pacio público y privado de los cuerpos sexuados. Virginia Guzmán
(1997) sostiene que las resistencias a la perspectiva de género por par-
te de las organizaciones gubernamentales son producto “de la inercia
de los sistemas cognoscitivos y valóricos, otras responden al rechazo
de los hombres a ver afectados sus intereses frente a la competencia
de las mujeres en los espacios públicos y privados, y otras tienen un
sustrato más profundo. Se asocian al temor que generar los cambios
en la identidad del otro al cuestionar la propia identidad, y a la incer-
tidumbre sobre el propio sentido y consecuencias de las transforma-
ciones en curso.” Es necesario, entonces, el análisis desde una perspec-
tiva de género que permita evidenciar las distinciones socioculturales
que reproducen prácticas discriminatorias y violentas hacia mujeres y 67
hombres; pero también la crítica feminista de una forma “universal”
de interpretar y comprender la problemática social y el proceso de
políticas públicas. Estos acercamientos ponen en cuestionamiento los
“regímenes de lo normal” (Lee, Learmonth y Harding, 2008) y permi-
te la verdadera inclusión de otras miradas y voces dentro de la política
y la administración pública.

En clara alusión al clásico de la administración pública Atrave-


sando la burocracia de Michael Barzelay (1998), que da cuenta del
abandono del paradigma burocrático y de cómo las ideas gerenciales
comienzan a atravesar las viejas estructuras, este capítulo tiene como
propósito mostrar perspectivas de análisis, de género y feminista, que
realizan una crítica a la mirada androcentrista de los estudios de polí-
ticas públicas; de hecho, la noción de “transversalidad de la perspecti-
va de género en la administración pública”, es evidencia de cómo esta
mirada está atravesando las organizaciones gubernamentales. Para
ello, se expondrán algunas de las aproximaciones que la autora ha rea-
lizado en este sentido desde la Universidad de Guanajuato, con el fin
de evidenciar el papel “bisagra” que juegan las académicas feministas
de políticas públicas, entre las organizaciones y el movimiento femi-
nista y el análisis teórico y empírico de las acciones gubernamentales
orientadas a atender dichas demandas.

El análisis de género y feminista de políticas públicas

Los siguientes ejemplos de investigación tienen como propósito, si


bien mostrar el uso de la categoría para el análisis de problemas de
investigación relacionados con actores sociales y gubernamentales en
la generación de políticas públicas, también resaltar las reflexiones
que desde el feminismo permiten la observación crítica y propositiva
para la transformación de dichos patrones socioculturales. Los tres
estudios citados por la autora de este capítulo centran su atención en
cómo ciertos elementos teóricos del andamiaje de la perspectiva de
género permiten analizar condicionantes de actores sociales y guber-
namentales que escapan de una mirada “neutra” o acaso “ciega” a la
distinción social de la diferencia sexual, pero además refieren la nece-
saria reflexión feminista que aporta elementos para la generación de
propuestas de políticas públicas. De hecho, la mirada feminista con-
sideraría que esta neutralidad es aparente, pues en realidad se toma
partido por el régimen patriarcal heteronormativo.

El techo de cristal: la incidencia de las ciudadanas en la


68 toma de decisiones

De los estudios organizacionales con perspectiva de género (Shein,


1973; Helgesen, 1990; Cuadrado, 2004; Eagly, 2005; Haslam y Ryan,
2008) surgió una inquietud respecto a la incidencia de la ciudada-
nía en la generación de políticas públicas (Lehman, Burns, Verba y
Donahue, 1995), específicamente en el ámbito local (en México, mu-
nicipal). Dichos estudios evidencian un patrón de comportamiento
organizacional al que llamaron “techo de cristal” para referir los obs-
táculos que las mujeres tienen para asumir cargos de mayor jerar-
quía en las empresas, fundamentados en patrones socioculturales de
desigualdad de género. El “techo de cristal” hace alusión a las barre-
ras psicosociales y estructurales que (auto)limitan a las mujeres para
que encuentren permisible y viable su desarrollo en una organización
asumiendo responsabilidades jerárquicas mayores (Baxter y Wright,
2000). Desde la autopercepción de una menor capacidad de liderazgo
por ser mujer, hasta los horarios y otras responsabilidades que “cho-
can” con la doble jornada laboral de las mujeres, se refuerza un siste-
ma de creencias en el que el cuidado de los hijos y del hogar es prio-
ritario y las capacidades de mando de las mujeres son inferiores a los
de los hombres (think male, think manager). De esta manera, el techo
de cristal como concepto teórico desde la perspectiva de género se
consideró útil para analizar la participación ciudadana de las mujeres
en los mecanismos de institucionales de participación locales.

Se realizó un estudio en el municipio de León, Guanajuato (Gón-


gora, 2013) para analizar el perfil de la persona participante promedio
de los comités vecinales de los municipios y en los consejos de desa-
rrollo municipal (consejos mixtos) que implican mayor responsabi-
lidad y liderazgo pues permiten entablar diálogo y negociación con
personas de la administración pública. A través del levantamiento de
una encuesta para todos los comités de colonos registrados en el mu-
nicipio de León, se encontró que las mujeres son las principales parti-
cipantes en las primeras líneas de representación ciudadana: de 2,397
personas participando en 390 comités (con un aproximado de seis
integrantes) participaban en el año del levantamiento 1,500 mujeres
y 897 hombres, no obstante, 252 de dichos comités están integrados
mayoritariamente por mujeres; en este mismo sentido, son más las
mujeres quienes asumen el liderazgo de las agrupaciones vecinales
(63.8%). Éstas mujeres líderes en sus colonias tienen un promedio de
edad de 46 años, cuentan con secundaria terminada y tienen como
dedicación exclusiva el hogar; también una gran mayoría está casada
teniendo un promedio de tres hijos en cuyos hogares, su esposo es el
único proveedor; es importante destacar, que además de dedicar tiem-
po para realizar los quehaceres domésticos y de cuidado de los inte-
grantes de la familia, dedican alrededor de 9 horas a las actividades de 69
la colonia. Por otra parte, el Copladem (Consejo de Planeación Muni-
cipal de León), consejo integrado por 17 consejeros representantes de
los tres sectores de la ciudad (sur, centro y norte), estaba integrado por
siete mujeres y diez hombres, mientras que la comisión permanente
de dicho consejo (el nivel más importante en tanto grupo mixto, con
funcionarios de alto rango y ciudadanía), está conformado por siete
representantes ciudadanos varones y sólo una mujer en el momento
del estudio.

De esta manera, la perspectiva de género permitió “visibilizar”


los distintos niveles de incidencia (participación) que tiene la ciu-
dadanía en cuanto seres socialmente sexuados: las mujeres desa-
rrollan su liderazgo en un espacio vecinal, cercano y congruente a
sus roles de tradicionales de género, por lo que sus demandas y el
propio ejercicio de su liderazgo se percibe en congruencia con su la-
bor de cuidado de hijos, enfermos, ancianos y del hogar; mientras
que los hombres encuentran en los cargos de mayor representación
ciudadana una oportunidad para desarrollar su liderazgo “masculi-
no”, propio del espacio público-político. La interpretación feminista
explica que la existencia de obstáculos psicosociales y estructurales
que les circunscribe a ciertos espacios de incidencia ciudadana pero
les limita a otros, las convierte en ciudadanas de “segunda clase”:
la subjetividad femenina circunscrita al espacio privado y de la éti-
ca del cuidado limita su capacidad de influir políticamente y de ser
escuchadas por las autoridades, esto es, el requisito de eficacia po-
lítica necesario para la injerencia en políticas públicas. La moviliza-
ción territorial, el recorrido por las calles, la gestión directa en ve-
cindarios y fraccionamientos, el servicio a la comunidad en general,4
que no implica toma de decisiones y elaboración de estrategias, es
vista como tarea propia de mujeres, pues se circunscribe al espacio
que culturalmente les ha sido determinado: su casa, y como extensión
de esta su colonia. Entonces, el “techo de cristal” se evidencia cuando
en la base, en la movilización popular, mítines, campañas de “a pie”,
la mayor proporción la componen las mujeres, totalmente despropor-
cional a los puestos directivos o de representación popular ocupados
por ellas. De la misma forma, el sistema sexo-género imperante, res-
tringe a las mujeres en su participación implícitamente. Aun cuando
legalmente las mujeres y los hombres sean iguales ante la ley, las bre-
chas de género no son eliminadas al día siguiente de la publicación
legal oficial, al contrario, estos constructos sociales permanecen vivos,
pero invisibles y “naturalizados”. Las mujeres, como otras “minorías
sociales”, son un asunto pendiente del proceso de democratización de
nuestro país, en tanto que sus experiencias como cuerpos generizados
refieren demandas y problemáticas específicas que liderazgos de base,
70 como sucede en estos mecanismos de participación municipal, per-
mitirían llegar al diseño e implementación de políticas públicas. Por
ello, es necesario reconocerlas como ciudadanas que, de hecho, son
altamente participativas pero requieren incentivos (medidas especia-
les o acciones afirmativas desde el vocabulario de los instrumentos
internacionales de derechos humanos de las mujeres) para promover
su participación en niveles jerárquicos con mayor interlocución gu-
bernamental.

4
Estas actividades comunitarias pueden estar constituyéndose como una “tri-
ple” jornada laboral para muchas mujeres. Además de realizar labores do-
mésticas y salir a trabajar – muchas veces en el sector informal – deben reali-
zar actividades comunitarias en este tipo de espacios. Una de las principales
críticas que se han realizado desde la perspectiva de género y feminista a
políticas sociales como el Prospera (antes Oportunidades o Progresa) es que
“cargan” de trabajo a las mujeres: “La titular beneficiaria, que generalmente
es la madre de familia o quien se hace cargo del hogar, deberá cumplir co-
rresponsabilidades en salud y educación para poder recibir los apoyos mone-
tarios”, dice la descripción del programa en su página de internet. Podríamos
considerar que el diseño de esta estrategia está basada en la división sexual
del trabajo, en los roles de género y la ética de cuidado de las mujeres, así
como en la subvaloración de las labores domésticas. (véase el diagnóstico de
Cecilia Rodríguez Dorantes, s/f).
Políticas contra la violencia hacia las mujeres:
problematización e incorporación en la agenda

El siguiente estudio (Góngora, 2014) para ejemplificar la interven-


ción de un análisis de género y feminista es el que refiere las políticas
para prevenir, atender y sancionar la violencia de género contra las
mujeres. Esta problemática ha sido un tema de particular interés para
los estudios feministas, ya que integran la demanda histórica del mo-
vimiento y de las organizaciones de mujeres en acciones concretas que
las autoridades gubernamentales han desarrollado a través de un largo
proceso de sensibilización y compromiso con actores internacionales,
nacionales y locales. Las políticas públicas de prevención, atención,
sanción y erradicación de la violencia de género hacia las mujeres son
tal vez el tema que mayor eco ha tenido en las gestiones gubernamen-
tales que pretenden incorporar -intentan transversalizar- la perspec-
tiva de género. Después de más de treinta años de la Convención para
la Eliminación de toda forma de Discriminación hacia la Mujer (CE-
DAW) y más de veinte de la Convención Interamericana para Preve-
nir, Sancionar y Erradicar la Violencia hacia las Mujeres (Convención
Belém do Pará) y de la IV Conferencia Internacional de la Mujer en
Beijing, los mecanismos institucionales (en México conocidos como
institutos o instancias de la mujer) se han encargado de visibilizar la
violencia de género como un tema permanente de la agenda de go-
bierno, plasmando en los informes las numerosas acciones realizadas 71
para contrarrestarla. No obstante, tanto los movimientos feministas
como cantidad importante de estudios de género han sido escépticos
de los resultados de las políticas reportadas: no han decrecido los por-
centajes de mujeres que reportan haber vivido una situación de violen-
cia, el feminicidio como fenómeno social adquiere “nuevas formas”5
y es inconmensurable en algunas entidades de la República como
Chihuahua, Estado de México o Veracruz, y relatos diarios de violen-
cia institucional que dan cuenta del clima de impunidad e indiferen-
cia hacia los delitos y crímenes perpetrados contra las mujeres.

En este sentido, el análisis referido centra su atención en la “pro-


blematización” de la violencia de género, su inclusión en la agenda
gubernamental y en el proceso de armonización legislativa que sentó

5
Hacemos alusión al texto de Rita Laura Segato, Las nuevas formas de la
guerra y los cuerpos de las mujeres, en el que se analiza cómo en las guerras
civiles, el narcotráfico y otras manifestaciones contemporáneas de violencia
“usan” (abusan sexualmente, asesinan) el cuerpo de las mujeres como un
lienzo en el que se inscriben los mensajes para los antagonistas hombres: “En
este contexto, el cuerpo de la mujer es el bastidor o soporte en que se escribe
la derrota moral del enemigo” (p. 23).
las bases de la política pública contra la violencia hacia las mujeres,
especialmente del ámbito doméstico o familiar implementada en los
gobiernos subnacionales de México (entidades federativas), especial-
mente en el caso de Guanajuato.

Los problemas públicos no son problemas dados y visualizados de


forma homogénea por todos los sectores de la sociedad, sino que sur-
gen “mediante la combinación de procedimientos técnicos, ideológi-
cos y políticos” (Álvarez, 1992:25); esto es, la definición de un proble-
ma público se produce con la incidencia de actores gubernamentales
y su racionalidad técnica (análisis costo-beneficio), actores políticos y
la búsqueda de legitimidad política (buscar/permanecer en el poder) y
actores sociales que han desarrollado un posicionamiento ideológico
determinado; todas estas intervenciones dan forma y sentido a lo que
se percibe como demanda social, necesidad o aspiración insatisfecha.
Es así que, a comparación de otras perspectivas de análisis que sobres-
timan la imposición política de ciertos grupos de poder, la formación
de los problemas públicos y la incorporación en la agenda guberna-
mental es un proceso en el que “a través de la palabra, el diálogo, la ar-
gumentación racional, la oferta de información, la invocación de las
leyes, la retórica, el diseño de programas, en medio de la polémica y
los malos entendidos, con aclaraciones y ajustes recíprocos, mediante
acuerdos y negociaciones, los individuos y sus organizaciones buscan
72 transformar sus intereses y necesidades particulares en asuntos gene-
rales de interés y utilidad para todo el conjunto del estado” (Aguilar,
2003:26).

Aunque ha sido una situación persistente y reconocida a lo largo


de la historia en prácticamente todos los contextos culturales, la vio-
lencia hacia las mujeres no siempre ha sido considerada un proble-
ma público. Anteriormente no se concebía la necesidad apremiante
de que las autoridades desarrollaran estrategias para la prevención,
atención o sanción de la violencia contra las mujeres, pues se tenía
la creencia de que la mayor parte de la violencia era perpetrada por
desconocidos y las propias mujeres se ponían en situación de riesgo al
“salir de su casa”; o se creía que la violencia ejercida en el hogar eran
hechos aislados que debían resolverse sin intervención estatal; tam-
bién se consideraba que sólo la violencia física – tal vez sexual – era la
única manifestación importante para ser sancionada. De acuerdo a la
propuesta de Cobb y Elder (1984), para que un problema público sea
digno de acceder a la agenda gubernamental necesita tres requisitos:
llamar la atención de un sector amplio de la sociedad, que la opinión
pública considere que se requiere alguna estrategia gubernamental
para contraatacar el problema y que, por tanto, esté dentro de la com-
petencia de alguna o varias de las organizaciones gubernamentales.

Desde los años setenta (más o menos, dependiendo del contexto


nacional y subnacional) el movimiento feminista iba ya “problemati-
zando” la violencia contra las mujeres como una expresión de la su-
bordinación de las mujeres en el sistema patriarcal. Desde la óptica
feminista, la violencia hacia las mujeres está imbricada en el sistema
simbólico que comparten quienes integran la sociedad, incluyendo
por supuesto todas las instituciones sociales, políticas, económicas,
culturales y religiosas, e incluyen prácticas de maltrato psicológico,
físico y sexual en diferentes ámbitos de desarrollo de las mujeres que
las mantienen en un estado de sometimiento y limitación constante
de sus libertades y derechos. Parafraseando a Bourdieu (1998), las
mujeres no escapan de la reproducción de estas prácticas de violen-
cia simbólica dado que ellas comparten los conocimientos, hábitos,
costumbres, el lenguaje mismo del “sistema de dominación” que se
muestra como único y legítimo, incluso enmascarado en un velo de
autoridad política o cientificidad. Entonces, desde el posicionamiento
feminista, la violencia de género es vista como “toda forma de coac-
ción o imposición ilegítima por la que se intenta mantener la jerar-
quía impuesta por una cultura sexista, forzando a que la mujer haga
lo que no quiere, no haga lo que quiere o se convenza de que lo que
fije el varón es lo que se debe hacer” (Bonino, 2005). 73

Ahora bien, podemos reconocer que la participación de las organi-


zaciones y agrupaciones feministas y no feministas fue indispensable
para poner en la agenda social el “problema” de la violencia contra
las mujeres, pero la red6 internacional tejida entorno a la violencia
hacia las mujeres (líderes políticas, feministas institucionales7 y orga-
nizaciones de la sociedad civil) fue la que logró vincular la violencia
contra las mujeres con el respeto a los Derechos Humanos Universa-
les. Esta problematización fue decisiva para que el tema se afianza-

6
En este trabajo tomamos la definición de Kickert, Klijn y Koppenjan (1997)
quienes definen una “red de políticas públicas” como un patrón más o menos
establecido de interacción entre varios actores (gubernamentales, políticos,
sociales y privados), relativamente interdependientes entre sí, entorno a un
problema público o la aplicación y seguimiento de una política pública.
7
Se entenderá como “feminismo institucional” o “feminismo de Estado” el
que se desarrolla desde esta perspectiva teórica e ideológica dentro de los es-
pacios institucionales democráticos, especialmente en los mecanismos insti-
tucionales de adelanto de la mujer, en México identificados como institutos
o instancias de las mujeres. Recomendamos el análisis del impacto de las
“agencias oficiales de la lucha feminista por la igualdad” de Sonia Reverter
Bañón (2011).
ra tanto en la agenda sistémica8 como en la agenda gubernamental
(Saucedo y Haucuz, 2011), ya que se asienta en un discurso política-
mente correcto a nivel internacional (el acceso, goce y ejercicio de los
derechos humanos de grupos vulnerables o “categorías sospechosas”,
SCJN, 2013). Así mismo, las participantes de las conferencias inter-
nacionales de la mujer y de las demás convenciones relacionadas con
la discriminación y la violencia insistieron en vincular también la ca-
lidad de la democracia con el ejercicio de una ciudadanía plena de la
mitad de la población, y por tanto, nombraron como derecho “una
vida libre de violencia” a aquel que todas las mujeres debían aspirar
para desarrollarse en un estado democrático. De esta forma, captu-
raron la atención y vencieron la resistencia histórica de los principa-
les actores políticos, desde los partidos políticos más conservadores
hasta los más progresistas. Así mismo podemos reconocer la racio-
nalidad técnica de algunos actores (como la Cepal) que problemati-
zaron la violencia como un asunto de salud pública, inscribiéndola
en los indicadores de costos por lesiones, tratamiento psicológico o
enfermedades y malestares generadas por una vida de violencia per-
sistente, de tal manera que fue evidente la competencia y factibilidad
gubernamental de las alternativas de solución que se iban generando.9
Como lo explican Adam y Kriesi (2010:148) cuando analizan el im-
pacto de los actores internacionales en la formación de las redes de
políticas públicas, “los contextos transnacionales sirven como una
74 estructura de oportunidades macropolíticas que agrega nuevas opor-
tunidades y límites a los actores internos. En consecuencia, estos
contextos modifican la distribución del poder en el ámbito interno,
permitiendo que algunos actores exploten las nuevas oportunidades
para poder mejorar sus posiciones relativas en conflictos internos al
tiempo que generar desventajas para otros”.10

Para analizar el caso particular de Guanajuato, fue necesario visua-


lizar la manera en que el “problema” logró posicionarse en la agenda

8
Tomamos esta definición de Bárbara Nelson cuando explica que la agen-
da sistémica consiste en todas aquellas “cuestiones” (aún no problemas) que
quienes integran una comunidad política creen que merece atención por
parte de la autoridad gubernamental y, por lo tanto, es su responsabilidad y
tiene capacidad para atenderlas. (Nelson, 2003:32).
9
Ha jugado un papel central la Encuesta Nacional de Dinámica y Relaciones
en los Hogares (ENDIRHE) realizada por el Inegi con apoyo de Unifem.
Contar con datos estadísticos sobre los tipos y ámbitos de violencia que viven
las mujeres mayores de 15 años en nuestro país, ha permitido dimensionar el
problema y derribar la creencia de que sólo se trataban de hechos aislados.
10
No pasamos por alto la advertencia de Jules Falquet (2003:21) sobre los efec-
tos negativos de la cada vez mayor incidencia de los organismos interna-
cionales como Naciones Unidas en el movimiento feminista: “… la alocada
gubernamental nacional y subnacional, a través del proceso de armo-
nización normativa de la Convención Interamericana para Prevenir,
Atender y Sancionar la Violencia contra las Mujeres, mejor conocida
como Convención de Belém do Pará firmada en 1995 (ver tabla1).
La Ley General de Acceso a las Mujeres a una vida libre de violencia
(LGAMVLV), la cual recoge los principios de la CEDAW, Conferen-
cia de Beijing y Belem do Pará, fue promulgada en el 2007. En ese
mismo año, quince de las treinta y dos entidades federativas crearon
una legislación estatal con el mismo propósito; un año después, trece
harían lo propio; y en el 2009, Chiapas, Querétaro y Zacatecas armo-
nizarían, siendo Guanajuato la última entidad en el 2010 en crear su
ley estatal de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia. Estos
datos permiten observar una relativa resistencia por parte de algunas
de las entidades de adoptar la perspectiva de género y la normativi-
dad específica que la incluye en la atención a la violencia contra las
mujeres.

Tabla 1. Proceso de armonización normativa so-


bre violencia de género hacia las mujeres

75

Fuente: Elaboración propia.

ronda de conferencias y reuniones de la ONU a lo largo y ancho del planeta,


absorbe el tiempo y la energía de las mujeres y de los grupos feministas, pro-
vocando cada vez considerables gastos que sólo pueden ser encarados gracias
al financiamiento internacional. Aparece algo así como una élite feminista
que va a la mayoría de las conferencias y fácilmente se transforma en “exper-
tas en género”, percibiendo a menudo honorarios bastante atractivos y muy
bienvenidos en estos tiempos de fuerte desempleo en la región, mientras
que la militancia ‘callejera’ disminuye y las mujeres en general se alejan del
movimiento.”
Ahora bien, al analizar las definiciones de violencia en el ámbito fami-
liar o doméstica (ver Tabla 2) logramos identificar dos posicionamien-
tos legislativos producto del diálogo y negociaciones de los distintos
actores en los respectivos contextos subnacionales:11 1) un posiciona-
miento familista defendido por grupos conservadores que tienen una
gran influencia en las organizaciones públicas y que identifica a la mujer
solamente en su rol familiar (SCJN, 2013), por lo que la violencia vivida
en los confines del hogar sólo se define por la relación de parentesco,
matrimonio o concubinato que mantuviera el agresor con la víctima;
y 2) el posicionamiento feminista que, como ya habíamos señalado,
considera la violencia como un mecanismo simbólico y contundente
para mantener el orden de género, esto es, como un acto de poder del
agresor con el propósito de dominar o controlar a la víctima, quien
fue o es su pareja sentimental. Considerando esta somera clasificación,
veintiocho entidades federativas adoptan la definición relacionada con
la perspectiva feminista; tres, la definición familista y sólo Coahuila no
hace mención alguna, pues dirige el tratamiento del tema a la legisla-
ción específica de violencia intrafamiliar.

Tabla 2. Definición de violencia en el ámbito


familiar (intrafamiliar o doméstica)
Tipo de definición Entidad federativa que la adopta
Similar a “Acto de poder u omisión intencional, Aguascalientes, Baja California, Baja
76 único, recurrente o cíclico, dirigido a dominar, California Sur, Campeche, Chiapas,
someter, controlar o agredir física, verbal, psico- Chihuahua, Colima, Durango, Estado de
emocional, patrimonial o sexualmente a las mujeres, México, Guerrero, Hidalgo, Michoacán,
dentro o fuera del domicilio familiar, cuyo agresor Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca,
tenga o haya tenido relación de parentesco por Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis
afinidad, civil, de matrimonio, concubinato o Potosí, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tamaulipas,
mantengan o hayan mantenido una relación de Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas
hecho”
Similar a “Cualquier tipo de violencia que se ejerce Distrito Federal
contra la mujer por personas con quien se tenga o Guanajuato
haya tenido relación de parentesco por Jalisco
consanguinidad o afinidad, de matrimonio,
concubinato o análoga o aun no teniendo alguna de
las calidades anteriores habite de manera
permanente en el mismo domicilio de la víctima,
mantengan o hayan mantenido una relación de
hecho.”
No hay definición Coahuila
11  
Para Elinor Ostrom (2010), representante del enfoque racional institucional
de políticas públicas, cada arena de acción de política pública está influida
por tres niveles de variables que afectan su resultado: las reglas que los indi-
viduos utilizan para ordenar sus relaciones, las condiciones físicas y materia-
les (estados del mundo) y los atributos de la comunidad (la “cultura”). Ésta
última nos permite a nosotras observar las diferencias de las legislaciones
derivadas de contextos culturales subnacionales distintos que merecerían un
desarrollo más amplio en otra investigación.
La posición que adoptan las entidades federativas frente a la conci-
liación y/o mediación en casos de violencia doméstica da cuenta de
la controversia de la unión familiar versus el derecho de las mujeres
a una vida libre de violencia. En la tabla 3 se puede observar que la
visión más progresista o “feminista” la tendrían ocho estados con una
posición de prohibición explícita a cualquier tipo de mecanismo de
conciliación o mediación; una posición más ligera es la que utiliza los
verbos “procurar” o “evitar” estos mecanismos (posibilita en cierto
tipo de casos) y la comparten once estados de la República; Chipas,
Guanajuato y Yucatán, consideran que es un derecho de la víctima so-
meterse o no al proceso de mediación; seis entidades no hacen men-
ción alguna.

Tabla 3. Posición frente a la conciliación y/o mediación en ca-


sos de violencia familiar (intrafamiliar) en la LEAMVLV
Posición Entidades federativas
Prohibición Aguascalientes, Colima*, Durango, Guerrero, Nayarit*,
Querétaro, Tlaxcala, Zacatecas
“Procurar” o “evitar” Baja California, Baja California Sur, Estado de México,
Hidalgo, Michoacán, Morelos, Nuevo León, Oaxaca,
Quintana Roo, San Luis Potosí, Tabasco
Derecho de la víctima Chiapas, Guanajuato, Yucatán
No hay mención Chihuahua, Jalisco, Puebla, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas
77
  * La prohibición es explícitamente a la Procuraduría Estatal de Justicia

Algunas entidades refieren en su LEAMVLV, la normatividad espe-


cífica de atención a la violencia intrafamiliar (Tabla 4 ), por lo que es
importante observar dicha normatividad en cuanto a su posición de
conciliar en caso de violencia doméstica y, dado que no es un tipo de
normatividad emanada específicamente de los tratados internaciona-
les como Belém do Pará o CEDAW, debe analizarse la adopción de la
perspectiva de género o una visión particular de la violencia hacia las
mujeres. Campeche, Sinaloa, Colima, Coahuila norman la concilia-
ción y mediación, sin ningún tipo de prohibición explícita por tratar-
se de violencia intrafamiliar: los dos primeros estados no incluyen la
perspectiva de género en su normatividad o alguna alusión especial
a la violencia contra las mujeres, mientras que Colima y Coahuila, sí
consideran ambos elementos. Sonora, cuya legislación sobre violencia
intrafamiliar tiene una mención de la perspectiva de género, condi-
ciona la mediación y/o conciliación a una valoración psicológica o
psiquiátrica tanto del agresor como de la víctima para garantizar las
condiciones de igualdad que posibiliten este mecanismo.
Tabla 4. Posición frente a la conciliación y/o mediación en legislación
especial de violencia familiar (intrafamiliar) y armonización de género
Entidad Normatividad a la que remite Posición
Ley de Prevención y Atención de la Acepta conciliación y mediación
Campeche Violencia Intrafamiliar para el
No hay apartado especial de mujeres. No hay
Estado de Campeche mención de perspectiva de género
Ley de Prevención, Asistencia y Acepta conciliación y mediación
Coahuila Atención de la Violencia Familiar Mención especial a la violencia hacia las
para el Estado de Coahuila mujeres
Inclusión de la perspectiva de género
Ley para la Prevención y atención Mención a la mediación, pero no hay más
Colima* de la violencia intrafamiliar especificaciones
Inclusión de la perspectiva de género
Atención especial a la violencia hacia las
mujeres
Ley de Asistencia, Atención y Se permite la conciliación pero asistidas por
Durango* Prevención de la Violencia familiar representantes legales
Inclusión de la perspectiva de género
Sólo una mención a las mujeres
Ley de Asistencia y Prevención de la Norma la conciliación y mediación
Guerrero* violencia familiar del Estado de Inclusión de la perspectiva de género
Guerrero. Atención especial a la violencia contra las
mujeres
Ley que establece las bases para la No hay mención
78 Querétaro* prevención y la atención de la Alguna mención sobre violencia de género y
violencia familiar una sola mención de mujeres
Ley para Prevenir y Atender la Norma la conciliación y mediación
Sinaloa Violencia Intrafamiliar No se adopta la perspectiva de género
No hay mención de atención especial a mujeres
Ley de Prevención y Atención de la Norma la mediación y arbitraje, pero
Sonora Violencia Intrafamiliar condiciona el convenio a una valoración
psicológica y/o psiquiátrica tanto del generador
de violencia como del receptor.
Mención de mujeres, pero no atención especial
Mención de la perspectiva de género
Ley para Prevenir y Atender la Acepta la conciliación y mediación
Zacatecas* Violencia Familiar en el Estado. Mención de la perspectiva de género
Mención de mujeres, pero no atención especial
 
* Entidades cuya LEAMVLV prohíbe la mediación y/o conciliación, pero tam-
bién remiten a la legislación especial para atender la violencia intrafamiliar.

Del análisis de lo anterior, podemos observar el avance de la pers-


pectiva de género en el proceso de armonización legislativa, pero
también casos particulares de resistencia y adopción de una posición
familista. El caso particular de Guanajuato, entidad que adoptó hasta
el 2010 su LEAMVLV, incluye una noción mínima de violencia en
el ámbito familiar y considera como decisión de la víctima carearse
o no con su agresor en un mecanismo de conciliación o mediación.
Este tipo de visiones particulares que quedan impresas en la legisla-
ción tienen, sin duda, incidencia en la implementación de los pro-
gramas de prevención y atención a la violencia contra las mujeres. La
perspectiva “familista” insertada en algunas de las legislaciones de las
entidades provoca que las organizaciones asociadas con el problema
como ministerios públicos, el DIF, los institutos de salud o las pro-
pias instancias de la mujer, lleven a cabo acciones que pueden poner
en riesgo la vida e integridad de las mujeres (al no identificar reinci-
dencia y factores de peligro apremiante de los casos), teniendo como
valor prioritario implícito la protección de la familia por encima de
sus propias integrantes.

En ese estudio concluimos que, si bien las legislaciones relaciona-


das con la violencia hacia las mujeres incorporan la perspectiva de
género, es evidente la resistencia organizacional en algunos contextos
subnacionales que podrían estar “adaptando” mas no “adoptando” un
discurso de género y aplicando políticas familistas. En el caso de Gua-
najuato fue evidente la resistencia a la encomienda de los instrumen-
tos internacionales y la legislación nacional en materia de protección
del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Así mismo,
nos hemos percatado de que se repite la resistencia y adaptación en la
planeación estatal para la igualdad entre mujeres y hombres y contra 79
la violencia hacia las mujeres: aunque revestido como perspectiva de
género, el familismo estatal se evidencia en los objetivos de fortale-
cimiento familiar y atención de las mujeres como grupo vulnerable.

En este punto particular me parece sumamente importante resca-


tar la advertencia de Alejandra Restrepo (2004)

El Estado, en tiempos de “democratización”, neoliberalismo y


globalización, se ha apropiado del discurso de género integrán-
dolo a planes, programas y proyectos, de manera que lo vuelve
un indicador de la planificación para el desarrollo y de moder-
nidad. No asume su carácter reivindicador de la condición y las
situaciones de la mujer […] Además se alerta sobre el agravan-
te de que las acciones emprendidas desde el enfoque de género,
para ser aceptadas por los gobiernos, deben tener un viraje hacia
el tema de la familia o de la mujer en calidad de víctima, en el
primer caso es evidente cuando nos enfrentamos a plantear pro-
yectos de ley sobre violencia contra las mujeres, que se convier-
ten fácilmente en leyes de violencia intrafamiliar y en el segundo
caso con las políticas a favor de las mujeres cabeza de familia o
jefas de hogar.

Políticas de igualdad y deporte

El planteamiento del último ejemplo de investigación es muestra de


cómo se incorpora, poco pero eficientemente, la perspectiva de gé-
nero en las visiones e inquietudes de investigadoras e investigadores
de varias disciplinas. Mi colega Daniel Añorve venía analizando la
incidencia de la actividad física y deportiva en la construcción de
ciudadanía, cuando llamó su atención el “auge” de las mujeres en los
deportes en las olimpiadas y otros campeonatos internacionales. No
hace tanto tiempo, algunos países prohibían a las mujeres desarrollar
actividades deportivas por una serie de mitos y estereotipos de gé-
nero, desde que el deporte podría tener consecuencias directas en su
salud (“caerse la matriz”), que la práctica tendería a masculinizarlas
o que interfiere directamente con sus rol de madre-esposa-cuidadora
(Hovden y Pfister, 2006; Knijnik y Horton, 2013). Por ello, fue motivo
de extrañeza académica que desde hace algunas décadas no sólo las
mujeres podían participar en prácticamente cualquier deporte sino
que sus resultados son cada vez mejores, incluso que los presentados
por los hombres.12 Motivado por la posibilidad de incorporar la pers-
pectiva de género en su tema de investigación, Daniel Añorve invitó
80
también a Fernando Díaz para que los tres desarrolláramos una in-
vestigación que permitiera acercarnos a la explicación de este ascenso
exitoso de las deportistas olímpicas (Añorve, Díaz y Góngora, 2015).

La pregunta de investigación es clara: ¿qué factores permiten ex-


plicar la mayor participación de las atletas en diferentes contextos
nacionales? Las charlas con los colegas arrojaron, a partir de sus pro-
pias percepciones y expertise desarrollado en sus investigaciones, tres
posibles respuestas (planteadas como hipótesis) para explicar este
paulatino pero contundente ascenso de la participación femenina en
el deporte: en un primer lugar, plantear la posibilidad de “impulso
especial” derivado del esfuerzo personal de las mujeres, venciendo
obstáculos socioculturales, económicos e incluso de falta de apoyo
institucional al deporte; en segundo lugar, el auge se explica a partir
de la implementación de acciones afirmativas en el área deportiva de-
rivadas de las políticas de igualdad de género asumidas por los países
a partir de asunción de compromisos internacionales de derechos hu-

12
A l realizar la investigación, y para dar cuenta del arraigo del sexismo en
nuestra cultura, hubo quien dijo que el auge de las mujeres deportistas se
debía a que competían con otras mujeres, y no con hombres.
manos de las mujeres; y una tercera respuesta tentativa establecería
que la feminización de la educación preparatoria y universitaria po-
dría tener un impacto decisivo en la integración de mujeres en equi-
pos y prácticas escolares, paso previo para incorporarse a las seleccio-
nes nacionales deportivas.

Para realizar el análisis, escogimos seis países teniendo como cri-


terios de selección, primero, aquellos con delegaciones en los últimos
Juegos Olímpicos (Londres 2012) que tuvieran un número mínimo
de 50 atletas; después, la posición que tenían las naciones en el Índice
de Desigualdad de Género realizado por el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD), de manera que se tomaron dos
países del nivel más alto, dos de puntuación media y dos del nivel más
bajo; también se consideró que el Producto Interno Bruto de los paí-
ses seleccionados fuera relativamente alto, considerando la inversión
gubernamental necesaria, por ejemplo, para el desarrollo de una polí-
tica de promoción al deporte. De esta manera, Suecia, Canadá, Brasil,
India, México y Egipto fueron los países seleccionados para hacer el
análisis comparativo.

La primera hipótesis tiene que ver con el ímpetu para superar retos
que se asocia con ciertos rasgos de personalidad de liderazgo, perse-
verancia o simplemente lo que conocemos como “talento” deportivo.
Las historias impresas en los medios de comunicación cuando dan 81
cuenta de la vida y trayectoria de los y las deportistas que trascienden
en nuestro país, relatan un mundo de limitaciones y un verdadero
espíritu de superación personal que los lleva su éxito deportivo. Por
ejemplo, Silvana Vilodre (2005:97) sostiene que los logros obtenidos
por las deportistas en Brasil “resultan mucho más de un esfuerzo indi-
vidual y de pequeños grupos de mujeres, que de una efectiva política
nacional de inclusión de las mujeres en el ámbito deportivo y de las
actividades recreativas.” En contraparte, estaría un contexto “posibi-
litador” caracterizado por políticas públicas promotoras del deporte
con suficiente presupuesto e infraestructura para identificar, coaptar
y sostener a los y las deportistas. En este sentido, la investigación puso
especial atención a la capacidad institucional de promoción del de-
porte, específicamente cómo la administración pública gestiona las
actividades deportivas en cada país. La diferencia más notable entre
los seis países es el rango que ocupan, ya sea como ministerio o sub-
ministerio del deporte en el gabinete ejecutivo: Brasil, India y Egip-
to cuentan con ministerios que son parte del gabinete, mientras que
Canadá, México y Suecia cuentan con subministerios. Sin embargo,
trasciende que Canadá, India y Suecia cuentan con una importan-
te red deportiva independiente (aunque vinculada por proyectos) de
la estructura formal; por ejemplo, Suecia cuenta con Swedish Sports
Confederation que conduce de facto el desarrollo del deporte, mien-
tras que el gobierno tiene un papel limitado de proveedor de apoyo
financiero. Otra consideración que revelaría apoyo institucional a los
talentos deportivos es la subención que reciben los atletas por parte
de programas especiales. La investigación no encontró una relación
entre mejores resultados y mayores apoyos (económicos o de otro
tipo) por parte de las organizaciones gubernamentales: por ejemplo,
Suecia cuenta con un solo programa permanente y consolidado con
espléndidos resultados, mientras que India tiene una cantidad impor-
tante de apoyos con resultados insuficientes.

Pero fue el análisis de la continuidad de los resultados el que per-


mitió mirar desde la perspectiva de género gracias a la posibilidad
de ver datos desagregados por sexo. Cuando hablamos de continui-
dad nos referimos tanto a la participación sostenida, en este caso de
mujeres, como de los resultados de éstas en los Juegos Olímpicos: si
existe tanto participación como resultados exitosos sostenidos de las
atletas entenderemos que existe apoyo institucional, pero si hay una
ruptura o interrupción, el esfuerzo personal es la causa que prevalece.
Tanto Canadá como Suecia demuestran continuidad de participación
y resultados de sus mujeres atletas en un número basto de deportes
(natación, clavados, remos, ciclismo, gimnasia y atletismo, entre otros
deportes con buenos resultados); Brasil también muestra continui-
82 dad en basquetbol, voleibol, voleibol de playa, fútbol, judo, atletismo
y taekwondo. México, por otra parte, también muestra resultados con
continuidad pero en un número menor de deportes y número me-
nor de medallas obtenidas, principalmente en clavados, taekwondo,
atletismo y halterofilia (todo parece indicar que también en tiro con
arco). De la misma forma, India y Egipto muestran sólo resultados
persistentes (sin resultados importantes) en halterofilia, tiro con arco,
taekwondo y bádminton.13

Al ser el esfuerzo personal una hipótesis compleja de comprobar,


realizamos el análisis de las políticas de igualdad de género y las ac-
ciones afirmativas que, supuestamente, tendrían que estar generán-
dose para promover la participación igualitaria de las mujeres en las
actividades deportivas. En este sentido, entendiendo que las políticas
gubernamentales son un “detonante” de la participación de las atletas,

13
Aunque la investigación no abundó en este punto, si es importante indicar
que estos resultados también podrían analizarse por deportes “femeninos”,
“masculinos” y neutros, esto es, de acuerdo a los estereotipos de género cuá-
les son las delegaciones que incorporan atletas a deportes que se creen pro-
pios de los hombres (como box, halterofilia, fútbol, etcétera) o las muestran
mayor participación sólo en deportes “femeninos” o “neutros”.
sometimos a observación a los países seleccionados desde tres dimen-
siones: 1) la dimensión discursiva, 2) la dimensión estructural y 3) la
dimensión operativa. La primera se refiere a la adhesión de los países
a los principales instrumentos internacionales contra la discrimina-
ción hacia la mujer (CEDAW y su Protocolo Facultativo, principal-
mente) que reflejan la adscripción a un “discurso global” a favor de los
derechos humanos de las mujeres promovido, como ya lo habíamos
mencionado líneas arriba, por la red trasnacional de organizacio-
nes de la sociedad civil de mujeres y feministas (True, 2003; Walby,
2005). Aunque todos los países firmaron y ratificaron (en diferentes
momentos) la Convención, resaltamos una resistencia por parte de
India y Egipto al no ser signatarias del Protocolo Facultativo.14

La segunda dimensión, estructural, se refiere a la existencia y jerar-


quía de los mecanismos institucionales de desarrollo de las mujeres
(national machineries for the advancement of women), en México el
mecanismo institucional es llamado Instituto Nacional de las Mujeres
(Inmujeres). True y Mintrom (2001:31) distinguen entre mecanismos
nacionales de alto nivel (ministerios, secretarías u organismos inde-
pendientes en el mismo rango que el resto del gabinete ejecutivo) y
de nivel medio (organizaciones que se integran a secretarías o mi-
nisterios de atención social, trabajo o desarrollo social). La función
principal de estas maquinarias gubernamentales es la adopción de la
perspectiva de género en la legislación, políticas públicas, programas 83
y proyectos gubernamentales y la generación de datos desagregados
por sexo que proporcionen información para la planeación y evalua-
ción de políticas de género. Si siguen lo plasmado en la IV Confe-
rencia Internacional de la Mujer (Beijing, 1995), estos organismos
son los encargados de llevar a cabo las medidas especiales o acciones
afirmativas para reducir las brechas de desigualdad de género entre
mujeres y hombres. Actualmente todos los países cuentan con meca-
nismos de adelanto de la mujer: Brasil, Canadá, Egipto y México son
instancias de alto nivel, mientras que el de la India es de nivel medio
y, extrañamente, Suecia de nivel bajo. Así mismo, también la dimen-
sión estructural refiere el proceso de armonización normativa, esto es,
cómo se han creado nuevas leyes para promover la igualdad de género
y no discriminación. En este sentido el análisis arrojó que todos los
países han adoptado en su constitución el principio de igualdad entre
mujeres y hombres, pero Canadá y Suecia permiten explícitamente las
medidas especiales y acciones afirmativas para lograrlo; México, por
otra parte, tiene una ley específica para instituir la política pública de
igualdad de género y una ley contra la discriminación (que incluye la

14
El Protocolo Facultativo de la CEDAW establece los mecanismos de de-
nuncia e investigación de violaciones de derechos humanos de las mujeres.
de orientación sexual e identidad de género); mientras que Egipto e
India, nuevamente no muestran grandes avances en la armonización.

Lo verdaderamente revelador, fue analizar la existencia de una po-


lítica transversal de la perspectiva de género en la administración pú-
blica de los países y, por tanto, la integración de acciones afirmativas
en materia de promoción de las mujeres en el deporte. Los princi-
pales hallazgos de esta dimensión operativa se pueden observar en
la tabla 5: Egipto es el único país que no tiene una política transver-
sal de igualdad entre mujeres y hombres, pero sólo Brasil hace una
mención directa a la promoción de las mujeres en el deporte en esta
planeación. Sin embargo, Canadá, Suecia y la India son los países que
registran más acciones afirmativas para impulsar la participación de-
portiva de las mujeres. Resaltamos en este punto, estrategias como
negar fondos a organizaciones deportivas que discriminen a hombres
o mujeres para realizar alguna actividad deportiva (segregación por
género), las cuotas de género en los consejos del deporte o las medi-
das contra el acoso sexual a entrenadoras, atletas o árbitras.

Tabla 5. Dimensión operativa


Países
Política transversal de igualdad entre
Medidas especiales en materia deportiva
mujeres y hombres
Brasil Plano Nacional de Políticas para as Ninguna
84 Mulheres
Capítulo 4. Cultura, deporte,
comunicación y medios.
Canadá Plan to Gender Equality Canada, sin -Canadian Association for the Advancement of
mención especial sobre el deporte Women and Sport and Physical Activity
(CAAWS) (1981). Trabaja con organizaciones
gubernamentales y no gubernamentales.
-Actively Engaged: A Policy on Sport for
Women and Girls” de 2009. Fomenta
ambientes deportivos para las mujeres y
niñas, no sólo como atletas sino como
entrenadoras, directivas técnicas, oficiales y
líderes en la gobernanza deportiva. Las
organizaciones deportivas que segreguen por
género no pueden recibir fondos
gubernamentales.
Egipto Ninguna Ninguna
India National Policy for the empowerment of - Cuota de género en la integración del consejo
women (2001), sin mención especial del de gobierno de Sport Authority of India,
deporte Comisiones de Atletas en Federaciones
Deportivas Nacionales y Comité Olímpico
Hindú (2011)
- Medidas para prevenir el acoso sexual en el
deporte (2011)
- Obligación de realizar campeonatos
nacionales de ambos géneros (2011)
- Requiere un número suficiente de
entrenadoras y staff para cada atleta (mujer)
o equipo femenil (2011)
 
México -Plan Nacional de Desarrollo - Entrega del reconocimiento Nacional a las
Objetivos transversal 4: Fortalecer las Mujeres destacadas en el Deporte (2002)
capacidades de las mujeres para
participar activamente en el desarrollo
social y alcanzar bienestar.
-Programa Nacional para la Igualdad de
Oportunidades y no discriminación
contra las mujeres (antes Proigualdad)
Suecia Swedish Government’s gender equality - Swedish Sport Confederation establece la
policy, sin alusión especial al deporte estrategia de igualdad de género en el
deporte “The sports movement’s policy for
gender equality”.
- Los comités ejecutivos y las Federaciones
Distritales están sujetos a cuotas de género.
 

La tercera hipótesis del auge de las mujeres atletas en los juegos olím-
picos se relaciona con el fenómeno de feminización de la educación
media y superior. Ésta se explica, principalmente, por nuevos valores
y actitudes sobre el papel y las aspiraciones de las mujeres en la so-
ciedad. Lo cierto es que el número cada vez mayor de mujeres en los
niveles superiores de educación no se deriva de acciones estratégicas
gubernamentales, sino de transformaciones sociales de fondo y un
contexto de competencia desigual laboral por condiciones de género.
85
Pero la relevancia de observar el incremento de la matrícula de las
mujeres en estos niveles educativos en esta investigación, tiene que
ver con el efecto “catapulta” de las atletas: participan en universiadas,
continúan en campeonatos nacionales y tienen oportunidades para
seguir en deporte de élite hacia los juegos olímpicos. Por ejemplo,
Canadá y Suecia cuentan con ligas competitivas verdaderamente an-
tiguas que integraban a mujeres desde 1923 y 1961, respectivamente.
Además, estas organizaciones estudiantiles del deporte no sólo están
interesadas en el deporte de alto rendimiento sino también en la pro-
moción de la actividad física de todo el estudiantado. En el resto de
los países, la estructura deportiva en las universidades es incipiente y
reciente.

El estudio permitió ver que efectivamente, se percibe un auge de las


mujeres en los deportes de alto rendimiento, aunque de forma inci-
piente en países como India y Egipto, pero continuo tanto en la partici-
pación como en los resultados. Observamos, contrariando la primera
hipótesis, que es verdaderamente importante la capacidad e infraes-
tructura institucional para establecer un “contexto posibilitador”para
el desarrollo de atletas, tanto hombres como mujeres, y no es suficien-
te explicación (o incentivo) el esfuerzo personal de “héroes” y “heroí-
nas” como son presentadas por la prensa. Pero la segunda y tercera
hipótesis presentan más elementos explicativos: el efecto “catapulta”
de las organizaciones deportivas estudiantiles posibilita a las mujeres
al ingreso y práctica deportiva, más allá de las prácticas estereotipadas
de acondicionamiento físico y, además, la existencia de acciones afir-
mativas dirigidas a la promoción de las mujeres en el deporte podrían
representar, sobre todo para países como Egipto e India, incentivos
para continuar con la carrera deportiva. Más que conclusiones, la in-
vestigación arrojó propuestas de política pública: la formación de una
red de organizaciones deportivas que quite el “monopolio” de la pro-
moción del deporte a las agencias ministeriales; que tanto actores in-
dependientes como gubernamentales del deporte se encuentren com-
prometidos con una política nacional transversal de la perspectiva de
género, que implica la generación de estrategias efectivas para reducir
las brechas de desigualdad de género en la participación de atletas,
árbitros y directivos, acceso a apoyos financieros y de infraestructura
y en la práctica de todos los deportes (contra la segregación sexual).

R eflexiones feministas del género en la administración


pública

En este capítulo se han expuesto tres productos de la investigación


86
con perspectiva de género en el análisis de políticas públicas: en un
primer lugar, el análisis de la participación ciudadana en los comi-
tés vecinales de los gobiernos locales nos permitió observar cómo las
mujeres de la ciudad de León llevan a cabo actividades de desarrollo
comunitario pero de forma congruente con su rol de cuidadoras del
hogar y de la familia y no acceden con facilidad a posiciones de lide-
razgo en los mecanismos institucionales de planeación municipal; el
segundo estudio muestra la problematización de la violencia contra
las mujeres, desde la impronta internacional y de los movimientos
sociales, hasta su implantación en la legislación nacional y la local,
con especial interés en el caso Guanajuato; y finalmente, nos pregun-
tamos por las razones de la creciente participación de las atletas en
los Juegos Olímpicos y sus buenos resultados, encontrando que las
políticas deportivas no están generando acciones afirmativas que den
sustento al discurso político de eliminación de las brechas de género
en el deporte, pero que la hipótesis sobre la feminización de la edu-
cación media y superior puede tener un mayor efecto explicativo al
permitir a las mujeres iniciar su carrera atlética en las organizaciones
deportivas estudiantiles.

La perspectiva feminista, específicamente, retoma la visibiliza-


ción de la desigualdad entre mujeres y hombres en los mecanismos
ciudadanos para plantear la valoración del papel de las líderes de los
comités vecinales y también de las gestoras de los programas socia-
les, no como ciudadanas de segunda clase o encargadas del nicho fa-
miliar, sino como verdaderas agentes de transformación social con
una visión particular de plantear las necesidades y problemas de su
comunidad y con capacidades para incidir directamente en la toma
de decisiones gubernamentales. La perspectiva feminista, también
visibiliza las resistencias “familistas” organizacionales de los gobier-
nos, sobre todo subnacionales, para aceptar la problematización de la
violencia hacia las mujeres como una situación generalizada en todos
los ámbitos de desarrollo de las mujeres y que tiene como propósito
perpetuar su subordinación en el régimen patriarcal. La perspectiva
feminista, finalmente, nos muestra que las mujeres, aún en espacios
culturalmente reconocidos como masculinos como el deporte, se han
abierto paso (en este caso, gracias a su ingreso a la educación media
y superior), por lo que las políticas públicas deben transversalizar la
perspectiva de género para poder generar acciones afirmativas que
consoliden estas transformaciones sociales.

De esta manera destacamos el papel de las académicas feministas


dedicadas al estudio de la administración pública porque, como bien
lo exponen Amorós y De Miguel (2010:26), “el feminismo como teo-
ría crítica tiene también una peculiaridad: no sabe conceptualizar sin
politizar”. Quienes investigamos desde el feminismo el tratamiento 87
gubernamental de las/os “otras/os”, no sólo adquirimos un compro-
miso de socializar con la comunidad académica nuestros hallazgos
relacionados con la desigualdad entre mujeres y hombres, sino que
asumimos en primer lugar un compromiso con aquellas y aquellos
que, estando en estas posiciones de inferioridad y subordinación, ne-
cesitan argumentación política y administrativa para la generación de
estrategias de transformación social dentro y fuera de las estructu-
ras burocráticas. Por ello, no es raro encontrar en las marchas con-
tra las violencias de género, en los pronunciamientos mediáticos y
en las mesas de diálogo con asambleístas a las feministas académicas,
pero también encontrarlas colaborando con las instancias guberna-
mentales en el diseño e implementación de programas, capacitando al
funcionariado y brindando consultoría a líderes políticos sobre temas
específicos concernientes a la agenda de género. Las académicas que
compartimos la teoría y somos “sororarias” al movimiento, jugamos
un papel de “bisagra”, unimos el conocimiento teórico y los hallazgos
empíricos con los esfuerzos de las organizaciones de la sociedad civil
y gubernamentales: el propósito es la visibilización de la desigualdad
y la generación de puntos de acuerdo para el cambio social.
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Interseccionalidad de género,
etnia/raza, ocupación y nacionalidad
en la producción académica de la
Universidad de Guanajuato

Teodora Hurtado Saa


Departamento de Estudios Sociales, Campus León

Me planteo como objetivo abordar la complejidad que subyace en la


posición socio-laboral de las mujeres en el mercado de los trabajos
en general y de la academia en particular. No obstante, mi preocu-
pación fundamentalmente se dirige hacia la necesidad de desarrollar
un enfoque amplio de trabajo y de sujeto laboral, que me permita dar
cuenta de la interseccionalidad de género, etnia/raza, clase, lugar de
origen e incluso patrones de belleza y estéticos de los mercados de
trabajos en el entorno académico de la Universidad de Guanajuato.
Asimismo, tomo en consideración las contribuciones teóricas sobre
93
poder y autoridad hechas desde la Sociología, la de la segmentación
desde la teoría de los mercados de trabajo y la teoría económica, y la
perspectiva de género e interseccionalidad desde los estudios feminis-
tas, para entender y reflexionar sobre la complejidad inherente al ejer-
cicio de la ocupación, las desigualdades que se instituyen en el acceso
a los cargos y las relaciones de poder como el ejercicio de la autoridad
inter e intragénero que se configuran en escenarios académicos, con
base en las diversas interseccionalidades que se desprenden de los
sistemas de relaciones. Procuro, en ese sentido, desarrollar un enfo-
que alternativo a los paradigmas que parten del concepto abstracto de
trabajo y de trabajador, o que conciben el género como una categoría
universal y homogénea. Adicionalmente, me atrevo a hablar de un
contexto como la universidad desde otros ángulos, es decir como su-
jeto y objeto de estudio, como escenario de conflictos, de tensiones, de
encuentros y desencuentros pero también de lealtades y alianzas entre
pares, enmarcados en modelos institucionales y articulados por las
inequidades que acompañan las relaciones de género, unidas a otras
relaciones de poder y dominación como la clase, la raza, la etnicidad,
entre otras. Sin desconocer que en las universidades y en la academia
nos dedicamos a estudiar ampliamente a otros y escasamente a noso-
tras mismas.
Introducción

Los procedimientos para la afiliación e incorporación de los hombres


y de las mujeres, a los diferentes mercados de trabajo, se apoyan en
una construcción histórica y asimétrica de las diferencias biológicas
por sexo, pero también de las diferencias étnicas/raciales y de clase
(Benería, 2003; Kergoat, 2003; Dunezat, 2007). Ello significa que la
inscripción al mercado laboral no se define en abstracto, no es una
elección individual, ahistórica, imparcial y desprovista de significa-
dos; al contrario la inscripción de los sujetos al mercado laboral y
la posición que ocupan en él es el resultado de la estrecha relación
existente entre la división sexual del trabajo y las relaciones sociales
(Pfefferkorn, 2007:54). Un vínculo desde el cual se organiza el acceso
al empleo, se perfilan los cargos, se reglamenta la relación capital/tra-
bajo y se le otorga, objetiva y subjetivamente, significado al ejercicio
de la ocupación (De la Garza, 2006; De la Garza, et. al., 2006; Rodrí-
guez y De la Garza, 2010; Hurtado, 2012).

Para Kergoat (2003:846) se trata de relaciones sociales de poder y


dominación que se basan en el principio de desigualdad y jerarquía
entre hombres y mujeres, de acuerdo a patrones de diferenciación
sexo-género, etnia/raza y clase que la sociedad funda, siendo en el
trabajo en su sentido amplio donde particularmente se pone en juego
94
este ordenamiento y concretamente podemos observar esta diferen-
ciación. Sin embargo, es recientemente que el concepto de relaciones
sociales incursiona como perspectiva explicativa de la división sexual
y construcción de las ocupaciones, ya que tradicionalmente esta ca-
tegoría había sido usada para referirnos a las relaciones sociales de
producción, particularmente al antagonismo existente entre los pro-
pietarios de los medios de producción y los trabajadores, como fue
concebido por Marx. Apenas estamos empezando a comprender has-
ta qué punto los procesos económicos habían distado mucho de ser
neutrales en cuanto al género (Benería, 2003:1) y en cuanto al papel
de las mujeres en el campo de la producción académica, en particular,
es mucho más reciente esta mirada, porque se tratan de una presencia
invisibilizada.

La relación sexo-género y la división sexual del trabajo le otorgan a


las mujeres una posición social específica, una condición de subordi-
nación desde la cual ellas contribuyen a reproducir la fuerza laboral,
a producir capital y a la creación intelectual pero no son consideradas
como parte del proceso productivo o las ocupaciones (como la pro-
ducción científica) que realizan son concebidas como de menor valor
agregado. De acuerdo con Kergoat (2003:847) las funciones con alto
valor social, autoridad y poder son consideradas como actividades
masculinas y las de carácter reproductivo, subordinadas como feme-
ninas; de forma que la división social del trabajo se halla regida por
dos principios organizadores: el principio de separación, que deter-
mina la existencia de trabajos para hombres y trabajos para mujeres,
y el principio de jerarquización, desde donde el trabajo masculino es
más valorado y mejor remunerado que el femenino. Este modelo de
organización y segmentación social se ha vuelto hegemónico, porque
tradicionalmente las relaciones sociales de género han estado estre-
chamente articuladas a las relaciones sociales de producción material
e intelectual.

En su referencia a Maurice Godelier (1984), Kergoat (2003:844)


concibe que determinadas relaciones sociales dominan cuando fun-
cionan al mismo tiempo como relaciones de producción, es decir
como marco y soporte del proceso material e intelectual, objetivo y
subjetivo de apropiación de la naturaleza. Eso significa que las co-
nexiones entre relaciones sociales de género y relaciones sociales de
producción son indisolubles, provocando que el trabajo y quienes lo
realizan sean valorados desde su vinculación con el capital, o des-
de la posición que ocupan en las relaciones sociales de producción/
trabajo: obrero/patrón, autoridad/dependiente. Pero, dado que las
mujeres, en general, y las mujeres etnizadas, racializadas y pobres en
particular, han estado marginalmente incluidas al proceso productivo 95
y científico, para ellas el trabajo tiene doble connotación, a la vez que
instrumento de dominación, segmentación y exclusión es medio para
la emancipación.

En este sentido la subordinación de las mujeres es producto del


modelo de organización social de lo femenino y de lo masculino, de
lo blanco y de lo negro, de lo heteronormal y de lo homosexual, de
lo pobre y de lo rico, de lo nacional y lo extranjero, de la jerarquiza-
ción de las funciones y de la ubicación desigual de las mujeres por su
sexo-género, pero incluso esto afecta a los hombres por su raza, etnia,
clase, orientación sexual, lugar de origen en la escala de valores social
e históricamente construidos (Scott, 1986:1053). Por tanto, desde una
perspectiva analítica de las relaciones sociales de género, la informa-
ción sobre las mujeres está relacionada con la información sobre los
hombres, y sobre las acciones simbólicas e intersubjetivas que definen
las diferencias de sexo-género, en una sociedad que fabrica las ideas
de lo que “deben ser” los varones y las mujeres, en tanto que los indi-
viduos recrean este orden simbólico (Batthyány, 2004:26).

De manera que, para aterrizar y reflexionar en torno al tema de


interés de este ensayo, dar cuenta de la interseccionalidad de géne-
ro, etnia/raza, clase, lugar de origen e incluso patrones de belleza y
estéticos de los mercados de trabajos en el entorno académico de la
Universidad de Guanajuato, hay que entender las relaciones sociales
de género, en interacción con la clase, la etnia/raza, el lugar de origen
entre otras categorías de diferenciación y exclusión, ya que éstas crean
y recrean el orden simbólico desde donde la cultura etiqueta a los
seres humanos y marca nuestra percepción de la pirámide de estrati-
ficación social, nuestra percepción de los cuerpos, del poder, de lugar
de trabajo, de lo laboral, de lo sexual, etcétera.

No obstante, quien analiza corre el riesgo de erigir un edificio con-


ceptual aislado dentro del paisaje sociológico, al no dar cuenta de
la coexistencia de estas otras relaciones sociales que, junto al sexo-
género, entretejen la trama de la sociedad e impulsan su dinámica.
De acuerdo con Scott (1986), Kergoat (2003), Batthyány (2004) y
Pfefferkorn (2007), el problema está en que la producción de cono-
cimiento práctico e intelectual se centra en el género y en la clase ob-
viando el peso específico de la dimensión simbólica e intervención
96 de otras relaciones sociales: de etnia/raza, sexualidad, condición mi-
gratoria, entre otras dimensiones o categorías que, desde la argumen-
tación de Elson (2010:58) y la propia Hurtado (2011) contribuyen a
configurar los antagonismos y las desigualdades en el ejercicio del
trabajo productivo y académico.

En décadas recientes, se han desarrollado líneas de investigación


que desde la sociología, la antropología y la demografía analizan las
conexiones e interacciones entre la categoría de género, étnicas/racia-
les y clase con otras como ocupación, lugar de origen, edad, sexuali-
dad (Dolores Juliano, Kamala Kempadoo, Danièle Kergoat, Patricia
Hill Collins, Nira Yuval-Davis, Evelyn Nakano Glenn, Mara Viveros,
Laura Agustín y Adriana Piscitelli entre otras y autores como Peter
Wade). A lo largo de mi formación y desde mi trabajo académico, ha
sido útil dar cuenta de la manera como patrones de género, de clase,
edad, fenotípicos y estéticos (en especial el color de la piel, la aparien-
cia y el atractivo físico) se convierten en factores de diferenciación y
segmentación en el trabajo y en el ejercicio de la ocupación, a la vez
que son categorías para la creación y definición de identidades colec-
tivas e individuales.

Desde mi posición sociopolítica y académica como mujer, afro-


descendiente, de tez oscura, adulta, de clase media y profesionista
me planteo como objetivo, en este ensayo, abordar una perspectiva
propositiva: la de la complejidad que subyace en la posición socio-
laboral de las mujeres en el mercado de los trabajos en general y de la
academia en particular. Mi preocupación la dirigí hacia la necesidad
de desarrollar un enfoque amplio de trabajo y de sujeto laboral, que
me permita dar cuenta de la interseccionalidad de género, etnia/raza,
clase, lugar de origen e incluso patrones de belleza y estéticos de los
mercados de trabajos en el entorno académico de la Universidad de
Guanajuato. La elaboración de este documento está dirigida a cola-
borar en la producción de un libro colectivo, escrito y producido por
mujeres investigadoras de la Universidad de Guanajuato. Las crea-
doras de esta iniciativa consideran de fundamental importancia visi-
bilizar y consolidar los estudios de género, a partir de un escrito que
recalque nuestras líneas de investigación y nuestra experiencia profe-
sional, desde la perspectiva feminista y de género como académicas,
con base en las respectivas área disciplinares de las proponentes y de
las colaboradoras.

Como lo planteo desde el inicio, recurro a esta perspectiva porque 97


procuro ir más allá de lo que nos solicitan, para entender y reflexionar
sobre la complejidad inherente al ejercicio de mi ocupación, las des-
igualdades que se instituyen en el acceso a los cargos y las relaciones
de poder, como el ejercicio de la autoridad, inter e intragénero que se
configuran en escenarios académicos, con base en las diversas inter-
seccionalidades que se desprenden de los sistemas de relaciones.

Institucionalidad e interseccionalidad de género, clase, etnia/raza…

El artículo publicado por Dominique Méda en 1996, “El valor trabajo


visto en perspectiva”, reconoce la centralidad del trabajo en el mundo
de vida, al manifestar que somos parte de una sociedad que organiza
las relaciones sociales en torno a la ocupación y a la riqueza, por tan-
to resulta evidente que cuando afirmamos que el trabajo es, hoy en
día, la condición principal para pertenecer a la sociedad, es porque en
esencial las personas carentes de trabajo y de riqueza se encuentran
al mismo tiempo desposeídas de todo y excluidas socialmente. En las
sociedades modernas el trabajo, además de proporcionar ingresos,
cumple otras funciones indispensables, como estructurar las condi-
ciones de vida; crear contactos sociales fuera del entorno familiar; da
objetivos que sobrepasan las ambiciones propias; define una identi-
dad social e impulsa a la acción (Méda, 2007:28).

Esta importancia del trabajo en la configuración de la identidad


social y personal para Thomas Marcellus Marshall (1997:300) es un
principio universal primario. Cuando se pertenece a la clase trabaja-
dora uno de los beneficios para la persona es el efecto que su trabajo
produce en ella, más que el efecto que ella produce en su trabajo. Este
efecto según Marshall consiste en el ejercicio pleno de la ciudadanía
y de la vida cultural, más que en la valoración cuantitativa del nivel
de vida que adquiere, o del número de bienes y servicios que produce
y consume. A través del ejercicio de su trabajo las personas pueden
disfrutar en menor y mayor medida de la inclusión social, jurídica-
mente se les acepta y conciben como miembros con plenos derechos,
en especial en las instituciones que están estrechamente conectadas y
contribuyen en el acceso a este tipo de patrimonio sociopolítico como
son las del ámbito educativo y las de servicios de seguridad social.

Para las mujeres el trabajo adquiere adicionalmente otros signifi-


cados dado que han estado marginalmente incluidas en el proceso
de producción material e intelectual, para ellas el trabajo es al mis-
mo tiempo instrumento de dominación y medio de emancipación.
De dominación porque mantienen una posición subordinada con
98 respecto a los hombres, por tanto se les impone el ejercicio de traba-
jos feminizados, de menor jerarquía, salarios y autoridad (Hurtado,
2011). De emancipación porque el trabajo remunerado e intelectual,
independientemente de condiciones sociales y de la división sexual en
las que se ejerce, proporciona estima de sí mismas, capacidad de hacer
proyectos, de establecer relaciones sociales, de ser creativas y contar
con autonomía patrimonial, con la cual sustentar las necesidades per-
sonales, familias y profesionales; asimismo, le brinda oportunidad de
participar en otras actividades (políticas, culturales, sindicales, acadé-
micas e intelectuales, etc.) y capacidad para proyectar su propio futu-
ro (Méda, 2007:28).

En nuestras sociedades modernas, tener un trabajo (es decir un


empleo) es la primera condición de vida, el trabajo es la norma. Es
trabajando que se adquieren los medios para vivir, pero también el
trabajo es el lugar principal donde se puede mostrar las capacidades,
darles utilidad, participar en la construcción de nuevas realizaciones
y realizarse uno mismo (Méda, 2007: 8).

Independientemente del amplio valor interpretativo el trabajo para


entender el mundo de vida, el entorno laboral y el contexto universi-
tario, existen zonas oscuras o puntos ciegos en las relaciones sociales
que no se logran explicar sin una ruptura epistemológica, que incluya
a la noción de género y trabajo la pluralidad de factores que configu-
ran la identidad del sujeto. Considero que la condición de hombre o
de mujer y la de sujeto laboral serán experimentadas de manera par-
ticular, es decir de acuerdo con las interseccionalidades que se erigen
con base en la pertenencia étnica, la clase, la edad, la apariencia y la
estética, etc. Esto me ha permitido observar a mis sujetos/objetos de
estudio y a mí misma, no sólo desde la categoría de sexo-género y la
de trabajadores sino también desde la multiplicidad de elementos que
simultáneamente nos definen, moldean y determinan nuestra condi-
ción de actores socio-laborales. En ese sentido, los sistemas sociales
de género, se conjugan a otros sistemas al de clase, raza, etnia, sexua-
lidad, etcétera, para organizar y jerarquizar las relaciones sociales, la
división sexual del trabajo y la pirámide ocupacional en todos los ám-
bitos (sea este universitario, sociocultural, político o empresarial). Los
sistemas de relaciones sociales crean condiciones que, tanto objetiva
como subjetivamente, inciden en el acceso diferenciado y desigual de
las mujeres y de los hombres al mercado laboral, a los recursos y al
ejercicio de la ciudadanía (Anderson, 1985; Hurtado, 2011).

Trayectoria de vida y desigualdad socio-laboral como


realidad académica
99

Es relativamente reciente que la producción teórica articula las rela-


ciones sociales de género, trabajo y clase con otros sistemas de inte-
racciones como la raza, el sexo y la sexualidad (Curiel, 2008; Wade et
al., 2008), y aún más fresca la contribución hecha por las feministas,
en particular por el feminismo negro (black feminism) y por el fe-
minismo tercermundista, a la inclusión de la apariencia, la estética
y del cuerpo a los estudios de género y trabajo. Son justamente estas
corrientes las que, desde inicios de la década de 1970, señalaron la im-
posibilidad de separar los mecanismos de desigualdad de género de
los dispositivos clasistas, sexistas y racistas de dominación, presentes
en las experiencias concretas de las personas. En específico resaltan
la importancia de considerar estos mecanismos de desigualdad en el
caso de las mujeres racializadas y estratificadas por sus rasgos feno-
típicos, para las cuales estos sistemas sociales se encuentran inextri-
cablemente unidos (Hurtado, 2011). No obstante, estudios realizados
sobre mercados de trabajo de cuidado y migración por académicos
como Arango, Agustín, Hurtado, López y Piscitelli, entre otras, esta-
blecen que, además del género, la raza y la clase, algunos de los aspec-
tos de relevancia en las sociedades contemporáneas son los patrones
de belleza, la estética, la capacidad intelectual y la orientación sexual
de los actores sociales, generando mercados de trabajo segmentados
con base en estos sistemas de valores.

De acuerdo con Curiel (2008), otros referentes fundamentales son


los aportes del feminismo pos-colonialista, para analizar los contex-
tos socioculturales caracterizados por un capitalismo globalizado,
que afecta a las mujeres mediante la apropiación de sus cuerpos y de
su fuerza de trabajo, ya no sólo a escala local o nacional sino también
a nivel transnacional, sobre todo en el caso de las mujeres inmigran-
tes racializadas. Justamente autoras como Hondagneu-Sotelo (2007),
Parella (2005), Arango (2010) y Hurtado (2013 y 2014) reconocen
esta realidad y recurren a las categorías etnia, raza y clase social como
aristas importantes que son, para el abordaje y el tratamiento analítico
de las relaciones sociales de género y trabajo, tanto entre hombres y
mujeres como entre colectivos de mujeres y de hombres con diferen-
tes condiciones identitarias.

El modelo teórico propuesto por el feminismo negro y por el fe-


minismo tercermundista, valora la experiencia de las mujeres negras
o de las mujeres de “color”1, en función de la posición social desigual
y subordinada que ocupan en las relaciones sociales y en el sistema
de producción capitalista e intelectual. Asimismo, este paradigma
teórico representa una de las fuentes más importantes en la crítica
100 feminista al concepto clásico de trabajo y al de relaciones sociales de
género, al señalar el carácter androcéntrico de las categorías trabajo
y trabajador, y desaprobar el hecho de que una experiencia laboral
particular: la masculina, blanca, de clase media, heterosexual y del
occidente dominante haya sido convertida en norma general.

En su razonamiento más novedoso, el de la opresión estructural


de las mujeres, recurro a la Teoría Intersectorial propuesta por Pa-
tricia Hill Collins, quien desde los años 90’ retoma la noción de sis-
temas sociales para referirse, en principio, a los factores objetivos y
subjetivos que estructuran el orden social y configuran las distintas
formas de dominación que experimentan determinados grupos so-
ciales en relación a otros. Concuerdo con Collins cuando critica a las
teorías feministas hegemónicas, pues dichas perspectivas ignoraron
la interseccionalidad y la simultaneidad con que operan los distintos

1
El término “mujeres de color” es acuñado por algunas feministas norteame-
ricanas para designar la diversidad étnica/racial de las mujeres no blancas
que residen en Estados Unidos (afroamericanas, asiáticas, latinas, indias
americanas, etc.).
sistemas sociales de género y clase en conjunto con los dispositivos de
opresión por raza, etnia, edad, situación geográfica, etc.

Collins construye una propuesta teórico-metodológica: la de la


matriz de opresión y privilegios, para evidenciar la manera diferen-
cial como intervienen y se entrelazan los dispositivos o vectores de
opresión y privilegios a la categorías de género, clase, etnia/raza, etc.,
(Ritzer, 2001; Collins, 2005). Con base en esta estrategia analítica de
Collins, he podido dar cuenta de cómo la situación de dominación
se torna más compleja y sinuosa para las mujeres cuyos vectores se
encuentran alejados de la posición de privilegio e inclinados hacia la
de subordinación. Esto acontece porque al igual que el género dichas
categorías también se perciben y son interpretadas socialmente como
esencias o atributos naturales, conduciendo a que hombres y mujeres
etnizados, racializados, sexualizados sean inscritos al orden social y
económico de manera diferencial y asimétrica.

En concreto, estimo que la Teoría Intersectorial es una herramienta


epistemológica de gran utilidad, que me ha permitido estudiar y en-
tender las formas en que los sistemas sociales de género, clase, sexua-
lidad, etnia, nacionalidad y edad, entre otros, organizan lo social y
moldean las experiencias de las mujeres y de los hombres, incluso en
escenario aparentemente neutrales e intelectuales como el universi-
tario. En ese sentido, en mis investigaciones y en este artículo llamo 101
la atención sobre la importancia y relevancia de tomar en cuenta las
categorías identitarias como vectores, que en determinadas condicio-
nes pueden funcionar como mecanismos de opresión, en otras como
vectores de privilegios y en algunos momentos incluso pueden llegar
a expresarse simultáneamente2. Dicha perspectiva me permite valo-
rar, de manera más rigurosa los procesos de construcción social de
los mercados de trabajo y de la ocupación, las estrategias de inserción
laboral como de ejercicio del trabajo, del poder y de la autoridad em-
prendidas por actores sociales con identidades valoradas y subalteri-
zadas. Actores que poseen acceso relativo a cargos de poder, tanto en
contextos locales como en el nacional e internacional.

Este elemento me ha permitido entender mi propia situación so-


cio-laboral como mujer, negra, colombiana, alta, delgada, guapa e

2
Por ejemplo ser hombre negro es poseer un vector de privilegio y otro de
opresión en relación a otro hombre pero blanco. No obstante, en mercados
de trabajos masculinizados ser hombre y negro es condición de privilegio
en comparación a una mujer blanca, porque su condición de género está por
encima y es más valorada que la condición étnica/racial de la mujer (Giaco-
mini, 2006).
inteligente, problemática o de carácter fuerte, como en ocasiones de
describen, que en México se desempeña como docente e investiga-
dora de la Universidad de Guanajuato (una condición de privilegio).
Conforme esta situación socio-laboral, me concibo como mujer, afro-
descendiente de tez oscura y como académica antes que definirme
por mi apariencia estética y corporal, grado académico, clase y demás;
aunque en determinados contextos inicialmente soy percibida como
“exótica”, “peligrosa” y “llamativa” antes que profesionista, docente e
investigadora universitaria, lo que personalmente concibo como una
situación de opresión. Entender estas conexiones, en el caso de las
mujeres de “color” (etnizadas, racializadas, sexualizadas, erotizadas,
estigmatizadas por su apariencia estética y corporal) abre la posibili-
dad de comprender el efecto transversal de los sistemas de relaciones
sociales y de poder, y me permite analizar el sentido de estas conexio-
nes en la vida de los diferentes individuos y grupos sociales.

En opinión de Parella (2005:106), pese a que la interseccionalidad


afecta las experiencias de vida de todos los seres humanos, tanto en la
esfera productiva como en la reproductiva, las mujeres de “color” se
sitúan en un escenario de clara desventaja frente a quienes se ubican
en la cima del sistema de jerarquización, gracias a los privilegios y be-
neficios que en teoría les merece su situación de ser mujeres, blanca/
mestizas. En este sentido, los vectores de opresión y privilegio eviden-
102 cian que las condiciones de desigualdad son relacionales y contex-
tuales, por cuanto las categorías hombre/mujer y blanco o de “color”,
bello/feo sólo tienen significado cuando se ponen en contraposición
una a la otra, o se articulan y contrastan secuencialmente las diferentes
categorías. Por tanto, la opresión de una mujer negra en una sociedad
racista y sexista se presenta como si se tratara de una carga adicional,
cuando en realidad es una carga diferente; porque ser mujer de “raza
negra” significa ser mujer y ser negra, realidad que en la práctica se
vive de manera simultánea y no de forma entrelazada.

Del mismo modo, hay mujeres que lo tienen todo gracias a los pri-
vilegios que le otorga su pertenencia a una categoría étnica/racial, de
clase y orientación sexual socialmente más valorada, en comparación
con otras que no tienen estos mismos vectores de privilegio, por tanto
su condición social y ocupacional es más precaria. En este sentido,
carece de claridad interpretativa referirme a un sujeto femenino ge-
nérico, cuando la realidad evidencia que lo femenino es una construc-
ción social intersubjetiva y una categoría internamente fragmentada.
El problema es que el feminismo occidental tomó como referente a la
mujer blanca, de clase media y de países industrializados, excluyendo
de este razonamiento intelectual a las otras mujeres y categorías de di-
ferenciación. Cuando no todas las mujeres pueden “permitirse el lujo”
de no trabajar o de concebir el empleo como ayuda o complemento de
las actividades desarrolladas por su pareja.

De acuerdo con el paradigma que nos plantea Collins (2005), ello


tiene que ver con que la experiencia de la interseccionalidad crea
diferentes tipos de trayectorias de vida, de trabajo, de relaciones de
poder y de desigualdad laboral como de realidades sociales. No obs-
tante, para entender y explicar dichas intersecciones y trayectorias,
podemos decodificar las experiencias individuales en una matriz: en
la matriz de dominación y privilegio, exponiendo como ejemplo mi
experiencia profesional para reflejar los modos de organización y dis-
tribución del poder en una sociedad.

Tabla 1. Matriz de opresión y privilegio en la trayectoria profesional personal3

Relaciones sociales Condiciones propias


Vectores o categorías Privilegio Opresión
Sexo-género Mujer
Color “Negra”
Clase Media Baja
Ocupación Profesora investigadora
Cargo Tiempo completo Parcial
Nacionalidad Colombiana Colombiana
103
Lugar de origen Extranjera Extranjera
Estatura Alta Alta
Cuerpo Delgada Delgada
Nivel educativo Doctorado
Apariencia Buena Buena
Patrón de belleza Guapa Guapa
Personalidad Segura/autónoma Segura/autónoma
Conciencia política Contestataria
Conciencia social Activismo Activismo

3
En este ejemplo de matriz de opresión y privilegio expongo algunas de las
categorías identitarias genéricas más empleadas e incorporo las que consi-
dero que más se emplean en la sociedad mexicana. Se pueden incluir otras
categorías, como lo ejemplifico en el tabla 2, dependiendo del contexto, del
colectivo o persona analizados y del tiempo cronológico que estudiamos. El
orden en que aparecen o se nombran es arbitrario y no necesariamente co-
rresponde a la relevancia que tiene para el ámbito de estudio, es un orden que
le asigno en el nivel de importancia y de afectación manifiesta en relación a
mí persona, personalidad y presencia. No obstante, me atreví a incluir otros
vectores en la tabla 2 que no hacen referencia a mí directamente, pero que
afectan significativamente a hombres y mujeres con los que he dialogado en
torno a los temas de feminidades, masculinidades y lo queer, al interior de la
institucionalidad de la Universidad de Guanajuato.
No existe un modelo genérico de las posibles y potenciales intersec-
ciones que puedan llegar a ocurrir entre los diferentes dispositivos de
opresión y privilegio, aunque podemos asumir que prevalecen ciertas
características que serán inherentes a cualquier contexto socio-espa-
cial, por consiguiente también serán observables y comparables en
cualquier otra matriz personal o profesional de individuos o colecti-
vos que deseen referenciar.

Como se aprecia en la tabla 1 y 2 al tratarse de relaciones sociales


los mecanismos de opresión y privilegios son relacionales, vectores
que en determinadas condiciones pueden funcionar como mecanis-
mos de opresión, el ser mujer en relación a ser hombre, el fenotipo
negro frente al blanco, al igual que tener y/o practicar una orientación
sexual no heteronormal; otros vectores que actúan como mecanis-
mos de privilegios: el alto nivel educativo y el tener un ocupación de
prestigio como la de ser profesora e investigadora en la Universidad
de Guanajuato. La buena apariencia y la estética corporal, ser alta y
guapa, se expresan simultáneamente como dispositivos de domina-
ción y privilegios debido a que pueden ser motivo de acoso, de celos
Tabla 2. Matriz de opresión y privilegio en la trayectoria laboral en la UG

Relaciones sociales Condiciones generales


Vectores o categorías Privilegio Opresión
104 Sexo-género Hombre Mujer
Color “Blanco” “Negro”
Etnia Blanca/indio-mestiza Blanca/indio-mestiza
Indígena, afrodescendiente Indígena, afrodescendiente
Clase Media/alta Baja
Orientación sexual Heterosexual LGBTTTI
Prácticas sexuales Heterosexual/sin prácticas Homosexuales
Ocupación Profesora investigadora Docencia
Cargo Tiempo completo Parcial
Nacionalidad Extranjera Extranjera
Lugar de origen México México
Cultura Occidental rico Occidental pobre
Estatura Alta/media Alta/baja
Cuerpo Delgada Obesa
Nivel educativo Doctorado Maestría/Licenciatura
Apariencia Buena Buena/Regular
Patrón de belleza Guapa Guapa/Poco atractiva
Personalidad Segura/autónoma Segura/tímida
Conciencia política Hegemónica Contestataria/Cuestionamiento de la
estructura hegemónica y de poder
Conciencia social Activismo Activismo
y envidia o de admiración, deseos y afectos en el desenvolvimiento de
las relaciones interpersonales y laborales.

Estas tensiones según Arango (2015:2) responden a las contradic-


ciones presentes en los mercados, incluso en los teóricamente neu-
trales como la academia, a las desigualdades de clase, género, raza,
sexualidad. Además, responden a presiones inherentes a los sistemas
de relaciones sociales, donde adquieren sentido aspectos como la apa-
riencia, la estética y la belleza física. En sociedades occidentales como
la nuestra y en los mercados de trabajo estas categorías igualmente
son expresión de distinción, individualidad y a la vez fungen como
objeto de estigmatización.

Sin entrar a validar o naturalizar las miradas estereotipadas y esen-


cialistas, las relaciones sociales asimétricas determinarán un orden
social y laboral, al cual habría que agregar estético, aun en ámbitos
institucionales y universitarios. Por ello, hombres y mujeres de pobla-
ciones etnizadas–racializadas tienden a ubicarse en ámbitos sociales
u ocupaciones en los cuales lo que se valora es su fuerza y estética
corporal y lo que se califica como “cualidades” “innatas” o “naturales”
es la conjugación de los distintos capitales corporales, sociales, cultu-
rales e intelectual. No obstante, estas miradas no proceden únicamen-
te de la percepción del Otro, igualmente los sujetos estereotipados
“creen” y “asumen” el estereotipo, en especial cuando dicho prototi- 105
po les coloca en una posición “ventajosa” ante el Otro, y en relación
con otros posibles competidores en el mercado de trabajo (Hurtado,
2009: ). Porque más que un fin en sí mismo el trabajo es construido
como un medio, una estrategia que facilita una mejor calidad de vida,
donde se tiene que competir con otras mujeres y hombres étnica y
racialmente diferentes, y donde las personas etnizadas, racializadas y
estereotipadas se ven forzadas a producir mucho más, para alcanzar la
legitimidad y el reconocimiento por su condición laboral en relación
a sus otras categorías. Logran así poner el trabajo académico y la ins-
titucionalidad por encima de sus vectores de opresión, sin que estos
desaparezcan, al contrario, se mantienen latentes en contexto sociales
clasistas, sexistas, racistas, xenófobos, misóginos, homofóbicos o alta-
mente conservadores.

Es pertinente que aclare que no considero que estos comporta-


mientos se pueden calificar, ni mucho menos minimizar a simples
estrategias de movilidad espacial y socio–económica o a la mera
racionalidad instrumental de los sujetos involucrados, obviando la
complejidad de la dinámica social y las relaciones de género, en la
que intervienen, además de los imaginarios e intereses personales o
profesionales, las emociones, los afectos, la lúdica y la estética, entre
otros factores.

En algunas de las líneas de investigación que he desarrollado, la in-


dagación empírica muestra que los estereotipos racistas, combinados
con los sexistas y los patrones de belleza pueden contribuir a profun-
dizar la explotación económica y sexual de las mujeres. Ser negra po-
dría significar una aparente “invalidez” para determinados mercados,
personas y sociedades, pero esos mismos rasgos puede ubicar como
exóticas y exitosas a las personas negras en los otros mercados y so-
ciedades de destino migratorio.

Collins (2005) nos revela que la explicación para estos posibles re-
sultados es que los sistemas sociales se pueden agrupar de múltiples
maneras, dependiendo de sus específicas manifestaciones socio-geo-
gráficas en el tiempo y en el espacio. Asimismo, nos manifiesta que en
todas las sociedades los sistemas de opresión se organizan con base a
cuatro dominios integrados entre sí: el estructural, el disciplinario, el
hegemónico y el interpersonal.

1. El dominio estructural se compone de los factores que organizan


las relaciones y el acceso al poder, la autoridad y los derechos en una
sociedad, tales como el derecho, la política, la religión y la economía.
106
Este dominio en el contexto del mercado de trabajo de la Universidad
de Guanajuato se manifiesta como la posibilidad de ser contratado
como trabajador de planta, temporal o definitivo; o de ocupar un car-
go de autoridad o no.

2. El dominio disciplinario se encarga de gestionar la opresión que


deriva del dominio estructural, dicha gestión está a cargo de las ins-
tituciones burocráticas, religiosas, culturales, civiles, educativas, etc.
En el caso de estudio, el contexto universitario, el dominio discipli-
nar se encuentra a cargo de las autoridades unipersonales y colegia-
les que aplican las normas, estatutos y reglamentos institucionales,
al igual que las sanciones, apelando para ello criterios objetivos y/o
discrecionales. Desde las competencias que le otorga el cargo, se res-
ponsabilizan de organizar el comportamiento humano y distribuir el
poder entre hombres y mujeres. Adicionalmente, disimulan, ocultan
o buscan invisibilizar los efectos negativos de la opresión (el clasismo,
el racismo y el sexismo) al igual que el autoritarismo, la explotación
y el acoso en el contexto laboral, bajo el velo de la eficiencia, la racio-
nalidad de los recursos, la igualdad y la equidad en la distribución de
la riqueza, de los bienes y recursos en el acceso a los derechos tanto
laborales como humanos.

3. El dominio hegemónico sirve para legitimar socialmente la


opresión, aprovechando la confianza que las personas suelen cons-
truir alrededor de los símbolos de autoridad, de poder e institucio-
nalidad. Ésta es la esfera donde ideología y conciencia se juntan, con-
virtiendo al dominio hegemónico en el enlace que articula a todos
los demás. Asimismo, al tratarse de una esfera que se reproduce en la
intersubjetividad individual y colectiva o al estar contenido de forma
imperceptible en las ideas, en las creencias, en los prejuicios, en las
prácticas, en los discursos, en los imaginarios y en los valores, entre
otras formas de expresión de las ideologías empleadas para extender o
imponer sobre los demás opresiones o privilegios, dependiendo de si
son considerados iguales, aliados, cuates, subalternos, dependientes,
contrarios u opositores, al poder que les otorga la autoridad de su car-
go. Se camuflan así las formas de dominación simbólica y laboral para
lograr que el cuarto dominio, el dominio interpersonal, condicione la
vida e influya en cada persona.

4. El dominio interpersonal, por tanto, se compone de las rela-


ciones que establecemos a lo largo de nuestras trayectorias de vida
y de trabajo, así como por las intersubjetividad que configuran co-
tidianamente esas trayectorias. Sin embargo, hay personas que tien- 107
den a identificar las formas particulares de opresión de las cuales han
sido víctimas (por ejemplo el hecho de ser mujer y experimentar la
opresión por su condición de género), en tanto que consideran como
menos importantes, practican o desconocen otras formas de domina-
ción (discriminar y acosar a otras mujeres por su orientación sexual,
estética corporal, desenvolvimiento profesional, activismo académi-
co, entre otras tácticas opresivas). Incluso pueden llegar a considerar
como legítimas las formas de hostigamiento que ejercen ellos y ellas
sobre otros individuos, en su desempeño como representantes de la
autoridad institucional o en su vida cotidiana y laboral.

Pero estos modos de organización de los sistemas de opresión no


pueden producirse sin el vínculo entre ideología y sistemas sociales
de poder, que permiten a los dominadores controlar a los subordina-
dos, creando una intersubjetividad en la cual hombres y mujeres son
socializados, mientras que las diferencias de género, raza, etnia, clase,
entre otras, se usan como recurso para justificar los dispositivos de
opresión y las desigualdades. Sin embargo, como lo establece Collins
(2005), existen márgenes relativos de acción por medio de los cuales
individuos y colectivos, emprenden las estrategias que les permiten
resistirse, moldear estas estructuras y agenciar el cambio4 .

Es aquí donde para mí adquiere sentido analítico la noción de vec-


tores de opresión y privilegio, entendida como la potencial posibi-
lidad que experimenta una persona o un colectivo social de acotar
o incrementar la distancia en el nivel de vida, de autoridad y poder
frente a los que se encuentran en el parámetro superior de la jerarquía
socio-laboral.

Para mí es fundamentalmente en estos contextos donde tienen


valor y utilidad analítica las categorías de género, raza/etnia, clase,
condición de inmigración, lugar de origen, patrones de belleza y es-
téticos para entender las divergencias en las relaciones de poder y de
dominación en los espacios de vida y trabajo, tanto en el escenario
académico como en otros ámbitos. Aunque concuerdo con la postu-
ra de Scott (1986:1055) cuando argumenta que el orden social y las
desigualdades de poder se articulan fundamentalmente a partir de las
tres primeras, como lo reflejamos a continuación desde el enfoque de
los mercados de trabajo.

Aproximación desde el enfoque segmentalista


108
En su interseccionalidades e interconexiones las diversas categorías
son tanto coercitivas como habilitantes, según nos lo muestra el en-
foque segmentalista de la teoría radical. Desde esta aproximación
existen dos posturas fundamentales: la teoría de los mercados de
trabajo duales y la teoría de la cola; ambas comparten el principio
básico de que las empresas se rigen por un conjunto de normas y pro-
cedimientos administrativos, mediante los cuales se fijan los salarios
y se asignan los puestos de trabajo. Sin embargo, para los dualistas
estos principios, que pueden ser o no abiertamente manifiestos por
los empresarios, empujan hacia la subdivisión del mercado laboral
fraccionándolos en dos sectores diferenciados y desiguales: el prima-
rio y el secundario (Doeringer y Piore, 1971). En el contexto de la
Universidad de Guanajuato el sector primario estaría integrado por
los profesores de tiempo completo o por quienes cuentan con una

4
Collins (2005) establece que los diferentes dominios pueden ser modifica-
dos y cambiar, sin embargo estas modificaciones ocurren muy lentamente
o como respuesta a fenómenos sociales de gran impacto, tanto en la vida
social como individual.
plaza; en tanto que el secundario lo representamos con los docentes
de tiempo parcial, definitivos o no.

En el sector primario encontramos dos subgrupos de trabajadores,


los altamente calificados que cuentan con grado de maestría o docto-
rado y cargo de docentes e investigadores, los cuales tienen sueldos
y estatus laboral elevado, estabilidad ocupacional y posibilidades de
promoción laboral ascendente, acompañada de una mayor autonomía
en la toma de decisiones como de ocupar cargos de autoridad y direc-
ción al estar menos restringidos por normas laborales irrestrictas, en
la medida en que las reglas de trabajo a este nivel, son sustituidas por
códigos de conducta, ética y valores referenciados en un estatuto la-
boral y normatividad institucional, que en teoría se practican dentro
y fuera del espacio de trabajo. El segundo subgrupo, lo integrarían los
técnicos administrativos y académicos, personal calificado con cargos
de dirección o coordinación, cobijado por las mismas normas institu-
cionales y de conducta. Asimismo, los trabajados cuentan con seguri-
dad en el empleo, las prestaciones y la regulación laboral propia de los
empleos estructurados (Herrera, 2005; Alós, 2008; Izquierdo, 2008).

En contraste, los trabajadores del sector secundario (los de tiempo


parcial, definitivos o no) cuentan con menos autonomía en el ejerci-
cio del trabajo, relativa formación y limitada capacitación de parte
de la empresa o las universidades. Para ellos el no contar con una 109
plaza puede significar inestabilidad laboral, menores garantías de em-
pleo, con limitadas o inexistentes posibilidades de movilidad laboral
ascendente y sometidos a una disciplina laboral en ocasiones rígida,
arbitraria o caprichosa. Estos trabajos se distinguen por la carencia de
regulación laboral, de sistemas de seguridad social, por la alta rota-
ción, la eventualidad, los contratos verbales y de condiciones labora-
les menos adecuadas, así como por los bajos niveles de remuneración
o la falta de un sueldo definido, características similares a los trabajos
precarios. (Rua, 2006).

En el caso de estudio observo que la segmentación e interseccio-


nalidad laboral se presentan, igualmente, porque mientras el sector
primario de este mercado se halla predominantemente ocupado por
la población de hombres “blancos indo-mestizos”, tiende a ser menos
accesible para otros grupos: para las mujeres, los indígenas y para los
trabajadores migrantes. Aunque el ingreso y asignación de las plazas
está sustentada en la participación en una convocatoria, en la obten-
ción de la misma y en la productividad. No obstante, los patrones
de segregación de la fuerza de trabajo, o “barreras de entrada”, hacen
parte de determinados principios que desde la teoría neo-institucio-
nal también son el resultado de la confluencia de condicionantes y
estrategias racionales y subjetivas, emprendidas por los empresarios
o empleadores para la contratación de la mano de obra. A partir de
este hecho, los neo-institucionalistas consideran que, aunque las dife-
rencias de género, etnia, raza, edad, patrones de belleza, apariencia y
condición social, etc., son categorías que no han sido creadas por los
empresarios o por los empleadores, estos sí recurren directa e indirec-
tamente a dichas categorías, contribuyendo de manera consciente o
no a mantener estructuras sociales y económicas asimétricas, aún en
ámbitos académicos (Baca, 2006; Rua, 2006); (Hurtado, 2011).

Sin embargo, los trabajadores no son simples actores pasivos, aun-


que de manera limitada y orientada a las expectativas del mercado,
ellos pueden tratar de hacer un uso instrumental, racionalizado o no,
de estas diferencias e identidades para obtener una plaza laboral, esta-
blecer nichos de trabajos o rechazar determinados puestos ofrecidos
por el mercado. Como lo manifiestan estudios realizados por la ver-
tiente segmentalista de la “teoría de la cola” y su variante, para el caso
de los grupos étnicos/raciales nacionales y de inmigrantes, la “teoría
de la etnia cola”, los trabajadores más solicitados por los empresarios
son los que encabezan la cola, los que cuentan con mayor formación
profesional, capacidad productiva y contactos al interior de la empre-
sa, institución o redes académicas, dejando que los puestos de traba-
110 jos menos deseados o desfavorecidos sean disputados por quienes se
ubican al final de la misma.

No obstante, la perspectiva alterna de la “etnia cola” explica que


la selección realizada por los empresarios y empleadores no es total-
mente racional, también influyen en ella aspectos subjetivos, como
cuando hay varios grupos disputándose los mismos puestos de traba-
jo. En este caso intervienen los principios que, a priori, provocan que
haya desigualdad ocupacional por condición de género, clase, étnica/
racial, lugar de origen; debido a que cuando hay varios grupos o per-
sonas haciendo cola para los trabajos más deseados, mejor remune-
rados y más valorados, la posibilidad de inserción es resuelta según
la relativa posición que ocupa el grupo étnico o la persona con sus
rasgos identitarios en el sistema de jerarquías y de relaciones sociales
(Shapira y College, 2008) de privilegio y opresión.

Así, los patrones van a preferir a los trabajadores que representan


al grupo más apreciado y posteriormente continuaran con el grupo
que sigue en la pirámide socio-racial, hasta llegar de ser posible a los
colectivos que se encuentran al final de la cola. Sin embargo, ello se da
solamente cuando los puestos que no han sido ocupados demandan
la inclusión segmentada de los que se encuentran de último en la cola:
los que encabezan la franja de profesores hora cátedra, por ejemplo.
Esta situación evidencia una relación directa entre el prestigio relativo
de cada grupo y su posicionamiento en el mercado de trabajo como
en el sistema de relaciones sociales.

Una de las hipótesis centrales de esta propuesta es que, la composi-


ción étnica/racial y de género de los sectores que integran la fuerza la-
boral es heterogénea, pero debido a la segmentación de los mercados
de trabajo y a la inclusión social segmentada, las minorías étnicas/ra-
ciales subvaloradas y la mujeres ven limitadas sus posibilidades de ac-
ceso al sector primario, al igual que sus probabilidades de movilidad
laboral ascendente. De este modo, se encuentran sobre-representados
en el sector secundario o en nichos de trabajos que se conciben social-
mente como inherentes a estos segmentos de la población.

Teorías del capital humano y de la segregación laboral

Las teorías de la concentración –o de la aglomeración- abiertamente


lo plantean al demostrar la existencia de una relación directa entre
segregación y discriminación en el mercado laboral, lo que Cachón
(1997: 58) ha llamado “el marco institucional de la discriminación”
en el caso de los inmigrantes. Mecanismos que ponen en práctica la 111
ideología y el sistema de poder que define los distintos dominios que
organizan lo social (de acuerdo con Collins, el estructural, el discipli-
nario, el hegemónico y el interpersonal). Así, se fijan por exclusión
o por preferencia los límites de circulación o no de la mano de obra,
empleando los canales institucionales y la política nacional de em-
pleo, de modo que desde el Estado se legitima lo que los empresarios
y empleadores ya han fijado, objetiva y subjetivamente como el campo
de posibilidades para la contratación de la mano de obra.

Desde esta alianza entre Estado y mercado se define la política


laboral, se asignan los salarios y se otorgan permisos de residencia
y/o de trabajo sólo a los y las inmigrantes de aquellos países que los
empleadores y empresarios previa, o preferentemente, han seleccio-
nado para ocupar los puestos de trabajo disponibles. Así, las externa-
lidades, objetivas y subjetivas, del mercado laboral se transforman en
‘requisitos’ implícitamente contenidos en el catálogo de ocupaciones,
fijando de esta forma el perfil y las características de la mano de obra.

En estas circunstancias, lo que prevalece es la clasificación de los


individuos y de los grupos sociales según criterios preestablecidos y
validados socialmente, los cuales se manifiestan como prejuicio y/o
estereotipos. De este modo, se “rotulan” a los trabajadores antes y des-
pués de contratarlos, en función de su género, de sus características
físicas, de su pertenencia étnica/racial, de su cultura y de su naciona-
lidad, aunque el nivel de cualificación o de formación para el trabajo
cuente con un grado alto de importancia. El resultado final, según
Carrasco (2008), pese al capital humano que los ofertantes de mano
de obra puedan tener, es una segregación ocupacional doble: hori-
zontal y vertical. La horizontalidad se presenta con la concentración
de los extranjeros en pocas y determinadas ramas de actividad, y su
contrastante ausencia de muchas otras debido a las escasas oportuni-
dades de movilidad laboral ascendente. Por su parte, la verticalidad se
da cuando se segrega y concentra a los inmigrantes en las categorías
ocupacionales de menor cualificación, prestigio y marginales.

Conclusiones

En este trabajo presento algunos datos de carácter descriptivo sobre


los procesos de afiliación e incorporación de los sujetos sociales a los
diferentes mercados de trabajo, incluyendo el universitario, basándo-
nos en construcciones históricas y asimétricas de las diferencias bio-
lógicas por sexo, pero también de las étnicas/raciales, de clase, apa-
riencia estética y corporal, entre otras categorías.
112
En ese sentido, desde la experiencia autobiográfica y la autoetno-
grafica quiero llamar la atención sobre la importancia y relevancia de
tomar en cuenta, además de las relaciones sociales de sexo-género,
otras identidades en los estudios e investigaciones feministas sobre
la academia, sobre el trabajo académico y en el entorno universitario,
entre otros estudios. Dado que estas categorías permiten valorar, de
manera más rigurosa y más allá de las identidades de sexo-género, los
procesos de construcción social de los mercados de trabajo y de las
ocupaciones. Asimismo, nos permiten interpretar las estrategias de
inserción laboral emprendidas por actores sociales y las condiciones
de privilegio y opresión a las que se enfrentan, tomando como refe-
rencia el contexto de la Universidad de Guanajuato.

La sociedad industrial e intelectual circunscribió prioritariamente


a las mujeres al espacio privado, donde las mujeres fueron subordina-
das a la esfera reproductiva e invisibilizadas en el mundo del trabajo,
pese a que el capital ha hecho históricamente uso de la mano de obra
femenina, para garantizar el proceso de reproducción social de la
fuerza de trabajo y el proceso de producción material e intelectual de
la vida. No obstante, en la sociedad actual con la apertura de nuevos
mercados de trabajo y la mercantilización de las labores del hogar y
de los servicios, el capitalismo ha otorgado protagonismo a las muje-
res, pero manteniendo su condición de mano de obra subordinada,
incluso en escenarios que se consideran como igualitarios, paritarios,
universalistas y democráticos como la universidad.

Desde el feminismo, la teoría económica, la sociología del trabajo


y la antropología se han desarrollado diversas perspectivas teóricas y
se han acuñado diferentes conceptos para reflexionar sobre el efecto
particular de las relaciones sociales de género y de la división sexual
del trabajo, en la participación diferencial de las mujeres en el mer-
cado laboral y en el ejercicio del trabajo reproductivo. Asimismo, se
analizan los recientes fenómenos de segmentación y discriminación
que rigen actualmente el mercado de trabajo. En estas circunstancias,
en los contextos de movilidad espacial transnacional, la brecha so-
cioeconómica y ocupacional de las mujeres tiene como fundamento
tanto asimetrías de género como étnico/raciales.

La Teoría Intersectorial, propuesta por Patricia Hill Collins, cons-


tituye una herramienta analítica para la observar y evidenciar la in-
terface entre racismo, sexismo y dominación de clase, fenómenos
que representan sólo tres de las formas específicas de “normatividad
y exclusión social”, intrínsecas al modelo de producción capitalista e
inscrito a la modernidad, que se han desarrollado en estrecha y reci-
proca relación. La misma sociedad y la academia han creado los me- 113
canismos de discriminación y segmentación ocupacional, para lograr
que los puestos y cargos menos deseados recaigan en las personas que
poseen cierto origen étnico/racial, clase, apariencias y estética.

Nuevos sistemas sociales de dominación se configuran en el pa-


norama global, bajo este moderno proceso de producción que ex-
perimenta la economía mundial, particularmente en el caso de los
trabajos de servicios personales. Dicho panorama ha traído consigo
nuevas formas de dominación, de polarización como de entrecruza-
miento de los vectores de opresión y privilegio. Del mismo modo, se
ha agudizado la división social del trabajo, la segmentación del tra-
bajo femenino. Fenómenos a los cuales el ámbito universitario no es
neutral sino un reflejo de estas dinámicas de exclusión, segmentación
y discriminación.
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116
Acercamientos a la relación feminismo-
Antropología. Una mirada desde
la formación de antropólogas y
antropólogos

Ivy Jacaranda Jasso Martínez


Departamento de Estudios Sociales, Campus León

Este texto es una invitación a conocer la vinculación entre la Antro-


pología y los estudios de género y el feminismo en la Universidad
de Guanajuato, particularmente en la Licenciatura en Antropología
social. El objetivo es explorar esta vinculación a través de los estudios
realizados tanto por las estudiantes como desde la experiencia per-
sonal de la autora. Las interrogantes se complejizan y se multiplican
los retos actuales. Como en otras latitudes e instituciones, la crítica y
autocrítica se abren espacio lentamente en el ámbito académico.
117
Desde hace años los estudios de género se cruzaron en mi camino,
pero fue hasta mi llegada a la Universidad de Guanajuato que pude
conocerlos y empezar a desarrollar esta mirada y perspectiva que aho-
ra reconozco como necesaria para todas las ciencias sociales y para
toda tarea que tenga por objetivo la generación de conocimientos. Los
estudios de género me acercaron al feminismo y desde allí he intenta-
do continuar no solo mi labor académica sino también mi desarrollo
personal y familiar. La consigna de transformar lo cotidiano -las rela-
ciones diarias- se convirtió en uno de los retos a los que me enfrento
(como la mayoría de las mujeres) cada día, en casa, en la escuela, en la
calle, entre amigos, en la academia, en la sociedad.

En el año 2010 ingresé a la Universidad de Guanajuato y al conti-


nuar estudiando con población indígena me interesé por conocer las
diferentes experiencias que tienen al migrar un hombre y una mu-
jer indígena. Este acercamiento fue a la vez el inicio en mi lectura y
aprendizaje con las y los estudiantes que también se han interesado
por identificar y visualizar las relaciones de subordinación que las
mujeres experimentamos en la sociedad actual. Esto también ha im-
plicado el ineludible estudio y cuestionamiento de la academia y la
Universidad.

El texto plantea como objetivo identificar en el caso específico de la


Licenciatura en Antropología Social de la Universidad de Guanajuato
las temáticas que se han abordado y los posibles vínculos que se han
establecido entre la ciencia antropológica, el feminismo y los estudios
de género.

Se inicia con algunas de las principales aportaciones que la Antro-


pología ha hecho al feminismo y las formas en que éste ha cambia-
do la forma de hacer Antropología. Posteriormente se exponen las
aproximaciones de las estudiantes de Antropología respecto a temas
relacionados con el feminismo y los estudios de género tomando sus
tesis como referencia; para después mencionar algunas de las expe-
riencias en la investigación propia en temas de mujeres indígenas. El
texto finaliza con una reflexión respecto a las posibilidades y retos
para discutir desde el feminismo el quehacer de la Antropología.

Antropología y feminismo

El feminismo en Antropología tiene una considerable historia, sin


118 embargo, desde hace algunos años los estudios sobre género han ga-
nado presencia y es muy probable que en la actualidad se encuentren
más estudios desde esta última perspectiva que desde el tan malen-
tendido feminismo.

La Antropología definió como un campo de estudio la diferencia


entre lo natural y lo cultural en los seres humanos; igualmente se ha
interesado en “cómo la cultura expresa las diferencias entre varones
y mujeres” fincada inicialmente en la división del trabajo (Lamas,
2013:98). El estudio de la sexualidad, el parentesco y las expresiones
simbólicas asociadas a lo femenino y masculino también tienen una
tradición importante en esta ciencia, de ahí que no es extraño que las
preguntas planteadas por el feminismo tuvieran eco en esta discipli-
na (González, 2005). En el ámbito internacional Margaret Mead es
considera una de las antropólogas pioneras que estudió las diferen-
cias entre los papeles o roles sexuales, cuestionando las diferencias
conductuales.

Los estudios antropológicos contribuyeron a determinar que los


roles sociales asociados al ser mujer y ser hombre son constructos cul-
turales; si bien en los aspectos biológicos las diferencias son mínimas
(aparato reproductor, embarazo y amamantamiento), las feministas
se preguntan por qué la diferencia biológica se interpreta cultural-
mente como diferencia que marca el destino de las personas; por qué
la diferencia sexual implica desigualdad social (Lamas, 2013:101).

En el caso de México, Castañeda (2012) menciona a cuatro antro-


pólogas que incursionaron de forma decidida en el campo del femi-
nismo y que contribuyeron a definirlo como campo de conocimiento
válido: Mercedes Olivera, Lourdes Arizpe, Marta Lamas y Marcela
Lagarde. Mercedes Olivera es parte de la generación de antropólogos
y antropólogas críticas a la posturas indigenistas de la década de los
setenta del siglo XX; exploró la opresión de las mujeres en el sistema
capitalista en Chiapas evidenciando la articulación entre género, cla-
se, raza y etnia; y propuso el término “opresión femenina”. Otra de
las iniciadoras en la conformación de la Antropología feminista es
Lourdes Arizpe. A partir de su clásico texto publicado en 1975, Indí-
genas en la ciudad. El caso de las Marías, Arizpe afirma la diferencia
entre migraciones masculinas y femeninas, sentando las bases para el
análisis de la relación migración-género (Castañeda, 2012).

Marta Lamas es la tercera figura emblemática; inició con estudios


sobre prostitución femenina y diferencia sexual, y después con su tex-
to La Antropología feminista y la categoría de género (1986) abrió ca-
mino a la discusión del género como categoría antropológica y parti-
119
cipó del desmantelamiento del pensamiento biologicista respecto a la
opresión femenina. Lamas también pone el acento en la deconstruc-
ción de las construcciones sociales, como el género, para conformar
una práctica política libertaria y cuestiona el incurrir en planteamien-
tos ideológicos en vez de analíticos (Castañeda, 2012).

Finalmente Marcela Lagarde con su texto Cautiverios de las muje-


res: madresposas, monjas, putas, presas y locas (1990) inauguró los
análisis integrales y profundos de la condición de las mujeres en nuestra
sociedad y época actual. Lagarde analizó a las mujeres en los contextos
en los que hipotetizó que se expresaba de manera más clara la opresión
a la que estaban sometidas y acuñó el término de “cautiverio” para ca-
racterizar esa opresión; propuso que a partir de la dominación política
ejercida por la sociedad patriarcal en torno al cuerpo y la sexualidad de
las mujeres se generan definiciones estereotipadas de éstas, convirtién-
dolas en tipos prescritos que sintetizan las modalidades de la opresión
vivida (Castañeda, 2012).

Casi a la par de estos primeros atisbos, en los inaugurales años de


la década de los noventa del siglo XX, se realizó la Primera Reunión
Latinoamericana de Antropología de la Mujer en la ciudad de Méxi-
co. Las reflexiones vertidas en esta reunión se conocieron pocos años
después en el libro Mujeres y relaciones de género en la Antropología
latinoamericana (1993). Como se lee y en la mayoría de los textos
que integran el libro, la referencia principal son los estudios de género
y poco se nombra el feminismo. Soledad González (2005), la coor-
dinadora del libro, describe los diferentes ejes de análisis que para
ese momento se estaban discutiendo: transformaciones económicas
y participación laboral de las mujeres; relaciones de género, etnia y
clase en la construcción de la identidad femenina; participación fe-
menina en organizaciones y movimientos; las mujeres y las políticas
públicas; y la sexualidad y la salud de las mujeres.

En esa época, y tal vez en la actualidad, el feminismo en México


se percibía como una postura radical y política por lo que este posi-
cionamiento entre las estudiosas y académicas no era tan bien visto.
Incluso se les veía como espacios separados: “Las nuevas corrientes
del feminismo estimulan el debate y sugieren nuevas temáticas y ma-
neras de abordarlas; pero hasta ahora son pocas las investigaciones
que logran establecer un puente entre estas propuestas y sus hallazgos
empíricos” (González, 2005:45).

No obstante estas perspectivas, antropólogas feministas abrieron


el camino y proporcionaron una lectura más amplia y completa del
120
feminismo. Como se mencionó, Marta Lamas ha contribuido a con-
formar una visión más acertada y completa del feminismo, así mismo
ha acercado las reflexiones más importantes de otros países a nuestra
realidad. Y Marcela Lagarde (2005) ha hecho explícito su posiciona-
miento afirmando que se trata de un problema político, ya que es ne-
cesario cambiar la condición genérica de las mujeres (“ser de y para
los otros”) construida históricamente como creación de las socieda-
des y culturas patriarcales.

El feminismo en la Antropología –y en las ciencias sociales- cues-


tionó la manera en que las mujeres eran y son representadas en estu-
dios y escritos, es decir, la forma en que se ha hecho ciencia también
ha subordinado e invisivilizado a las mujeres, por lo que es necesario
una revisión y cambio respecto a nuestras aproximaciones, técnicas,
análisis y problematización de datos (Moore, 2003). En este sentido,
la forma en como se ha hecho Antropología debe ser examinada e
identificar los sesgos1 (principalmente androcéntricos) con el objetivo

1
Moore (2003) menciona tres sesgos que en la Antropología deben ser cues-
tionados: 1) ideas previas respecto al grupo que se va a estudiar; 2) sesgo
masculino que subordina a las mujeres en la sociedad estudiada; 3) sesgo
de modificar e ir construyendo teorías y análisis amplios (no parcia-
les), que den cuenta de las acciones, percepciones y conocimientos de
ambos sexos.

El feminismo como movimiento político también ha pugnado por


reconocer a las mujeres a lo largo de la historia, ya que en hechos
históricos es reveladora su ausencia. En este sentido el feminismo
también ha tenido la tarea de reescribir la historia y visibilizar a las
mujeres no sólo en las dificultades que han vivido al estar insertas en
sistema de dominación y opresión, sino también en sus logros, éxitos
y aportes para la humanidad.

En la actualidad ya no se habla de un feminismo sino de muchos,


es decir, de feminismos que dan cuenta de la diversidad de posiciona-
mientos que coinciden en lograr una transformación en la vida de las
mujeres a partir de la crítica y superación del sistema patriarcal an-
drocéntrico. En esta línea, los feminismos reconocen las capacidades
y potencialidades de las mujeres, no obstante las relaciones de opre-
sión que vive la mayoría. El cambio es posible, como menciona La-
garde, las mujeres sobreviven creativamente en la opresión (2005:36).

Los feminismos han tratado de comunicar y evidenciar las histo-


rias de mujeres que han subvertido las reglas de su tradicional rol, ahí
121
donde las fisuras lo permiten, para cuestionar el orden establecido y
lograr el ejercicio de los derechos reconocidos y permitidos inicial-
mente para los hombres.

Si bien algunas de las principales académicas feministas son an-


tropólogas, no todas las antropólogas son feministas, incluso aquellas
que estudian a mujeres frecuentemente no se asumen como tales. Es
común la adscripción a los estudios de género, que se han empeñado
en demostrar que las relaciones de género son “una dimensión funda-
mental” junto con la clase y la etnia de las relaciones sociales, y que su
abordaje es válido e indispensable (González, 2005). Algo que igual-
mente comparten con las feministas. En este sentido, es necesario dar
el siguiente paso complementario: conocer los feminismos y tomar
partido. Para la transformación es imprescindible el análisis y revisar
a la luz de una perspectiva crítica los sesgos androcéntricos (Lamas,
2013). Corresponde a todas identificar y cuestionar en todo espacio

proveniente de la cultura occidental que modifica la visión en las relaciones


(asimétricas o simétricas).
social, académico y de la vida cotidiana los andamiajes culturales que
han justificado la subordinación de las mujeres.

Todos los intereses enlistados han sido fructíferos para los estudios
feministas, incluso aquellos que dan oportunidad para la autocrítica
y ayudan a conformar, desde este posicionamiento, una nueva forma
de construir conocimientos. Para Patricia Castañeda (2012:35) la An-
tropología feminista está en una interfase en la que existe la posibili-
dad de conformar “una subcomunidad epistémica caracterizada por
aplicar en la investigación antropológica un punto de vista sustentado
en la teoría feminista y la perspectiva de género”, centrándose en “la
articulación de esa diversidad con distintos ordenadores que produ-
cen desigualdad y en el posicionamiento de los sujetos que viven esa
articulación frente a la hegemonía”.

Estudios de género en la Universidad de Guanajuato: la


construcción de la diferencia y la subordinación

En este apartado se pretende identificar los vínculos entre los estudios


de género y el feminismo en algunas de las investigaciones realizadas
tanto por estudiantes de la Licenciatura en Antropología social como
por la autora de este texto.
122
En la Licenciatura en Antropología social se han presentado a de-
fensa quince tesis en total (del año 2010 a junio de 2015); de éstas,
sólo tres se han propuesto un estudio antropológico desde el enfoque
de género y el feminismo.

Los títulos de las tesis referidas son:

“Equidad de género en salud: poder y discurso. Las relaciones


de poder entre las mujeres y la Secretaría de Salud, mediadas
por un centro de salud rural” de Andrea Martín Muñoz de Cote
(2010).

“Identidades de género al límite: travestilidades en León, Gua-


najuato” de Marisela Infante Alatorre (2011).

“Aproximación a las representaciones de la maternidad y pa-


ternidad en Xichú, Guanajuato. Exploración en 2008-2009” de
Karla Maribel Pérez Nila (2012).
La tesis de Andrea Martín indaga si la equidad de género es un objeti-
vo de las instancias de gobierno y cómo se lleva a la práctica en casos
específicos, así mismo trata de explicar la ausencia de los hombres
en las clínicas de salud y por ende en los cuidados y la salud familiar.
Esta tesis incluye un amplio apartado de feminismo, y un subapar-
tado denominado “Género, poder, dominación y discurso”. La au-
tora identifica las contradicciones entre el discurso oficial, (muchas
veces repetido por médicos y enfermeras), y las prácticas cotidianas
en la búsqueda de la equidad de género con las pacientes y mujeres
que asisten a un Centro de Salud Rural en Guanajuato. El control del
cuerpo de las mujeres por los hombres es un aspecto que también se
discute y analiza a través de los discursos de las mujeres, sus contra-
dicciones y las posibilidades de subvertir el rol tradicional (“el ideal
de mujer”). También se exponen las diferentes relaciones de poder y
el “estado de dominación masculina” en que se insertan las mujeres
en el sistema de salud.

El texto de Marisela Infante se centra en los grupos trans (confor-


mados por hombres en su transexualidad, transgénero y travestismo)
y sus procesos de identificación. Da cuenta de las contradicciones in-
ternas e íntimas que éstos viven en la ciudad de León. Su objetivo fue
discutir de forma profunda la construcción de las identidades no he-
gemónicas. Igualmente incluye un apartado que discute la categoría
123
de género y plantea el abordaje de las “etiquetas de identidad queer”.
Expone la performatividad de los cuerpos y sus simbolismos. Para la
autora, la desacreditación y el estigma funcionan como mecanismo
que operan para adecuar y definir los cuerpos que se salen de la nor-
ma (p. 158).

Karla M. Pérez propone una investigación centrada en conocer


cómo se constituyen culturalmente los padres y madres como tales,
tomando como punto de referencia la crianza infantil. En esta inves-
tigación también se incluye un apartado sobre las relaciones de géne-
ro en vinculación con la maternidad y la paternidad. Se exponen las
tensiones, contradicción y, en ocasiones la imposibilidad de cubrir a
cabalidad los modelos o ideales del “buen padre” y la “buena madre”.
La autora intenta entonces desnaturalizar estos papeles o roles y en-
cara la violencia de las prácticas que se viven en la cotidianidad como
mecanismos de control (entre adultos y también la ejercida hacia los
niños y niñas). La crianza es el punto central del estudio, y se identi-
fica como una característica de la maternidad distinta en su ejecución
cultural de la paternidad, lo que finalmente acentúa la subordinación
de las mujeres (p. 235). Cabe mencionar que esta tesis obtuvo el tercer
lugar en el Concurso de Tesis en Género Sor Juana Inés de la Cruz
(organizado por El Colegio de México) en 2015.

Las tres tesis referidas parten de la perspectiva de género, y quizás


la que más se acerca y toma una postura clara respecto del feminismo
es la de Andrea Martín. Las otras dos, de Marisela y Karla, incluyen
discusiones de los estudios de género y desde ahí realizan su análi-
sis. Incluso la tesis de Andrea Martín hace algunas propuestas para
contribuir a que la práctica de la equidad sea viable en el ámbito que
estudió (salud), en el sentido que el feminismo busca un cambio de la
situación actual.

Llama la atención que se estudian principalmente los sistemas


sexo-género en los que se inscriben las mismas estudiantes, es de-
cir, la diferencia cultural no está presente. Sin embargo, esto implicó
desarrollar una visión de extrañamiento para abordar lo conocido e
identificar los sistemas que permiten y motivan relaciones de subor-
dinación.

No obstante estos tres casos, en la mayoría de las tesis se nombra


a las mujeres y sus actividades. Si bien ellas no son el centro de la
investigación, en todos los estudios aparecen mencionadas. Si conta-
mos algunas otras tesis en proceso puedo identificar cuatros más que
124
abordan: mujeres indígenas, mujeres jefas de familia, niños en centros
de rehabilitación, y mujeres con negocios propios. Lo que ampliaría
el número y la proporción de tesis de licenciatura con este enfoque.

Estos datos nos hacen preguntarnos, ¿qué factores influyen para


que los estudiantes decidan abordar un tema con este enfoque? ¿Las
instituciones, su estructura y lógica motivan abordajes desde estos
marcos de análisis? ¿En qué medida contribuyen los profesores y pro-
fesoras para que el alumnado se interese o no en estas perspectivas?
¿Las instituciones educativas consideran necesarios y válidos estudios
de este tipo o qué obstaculiza realizar una investigación desde estos
abordajes?

En este sentido, es posible que aún se deje sentir la influencia mar-


cada de las críticas a la Antropología aplicada y la forma en que ésta
se desarrolló con el indigenismo (primera mitad del siglo XX) en
México. Las propuestas de cambio y la posibilidad de transformar la
realidad quedaron un tanto relegadas y el desarrollo antropológico en
el país se centró principalmente en la actividad académica, omitiendo
no la crítica, pero si el paso posterior a ésta.

Hay que agregar que los estudios de género y feminismo siguen


siendo una etiqueta negativa, las estudiantes que los abordan son
miradas con extrañeza y si bien se podría creer que hay una mayor
apertura a las diferentes visiones y posturas, seguimos prejuzgando
a aquellas que se han interesado por estos temas. Llama la atención la
ausencia de los estudiantes varones en estas cuestiones. Incluso, en la
academia no solo los colegas varones, sino también algunas colegas se
muestran escépticas a la “neutralidad” en estos temas o a la impor-
tancia que se concede a talleres, charlas o conferencias que motiven
su discusión e interés; pues no consideran la necesidad o urgencia en
ampliar los cuestionamientos hacia el sistema patriarcal.

Esto me lleva a revisar mi experiencia. El ser una mujer joven, que


vive en unión libre y que viene de otro estado ha marcado mi ex-
periencia en León y en la universidad. Venir de otra ciudad me ha
hecho identificar el poder de la iglesia y sus preceptos entre las y los
estudiantes, lo que finalmente evidencia la necesidad de voces críticas.

En un contexto como el de Guanajuato la violencia cotidiana es


una constante, y las tres anteriores investigaciones lo exponen.
125

En esta línea, la situación actual demanda estudios que nos permi-


tan no solo a explicar el sentido de las diferentes violencias, sino que
nos ayuden a identificar y construir alternativas a éstas. Así, desde
la academia se vuelve necesario generar espacios para la discusión y
lograr la “pertinencia” de estos estudios o de esta perspectiva en todos
los estudios.

En cuanto a mi experiencia como investigadora, como muchas


otras colegas, he incursionado en esta temática a partir de los estu-
dios de género y con un tibio acercamiento primero, a algunas líderes
indígenas, y posteriormente al identificar diferencias en los procesos
migratorios internos entre hombres y mujeres. Ambas temáticas im-
plicaron reconocer serias desventajas para las mujeres.

Al aproximarme a algunas líderes indígenas en Oaxaca y Mi-


choacán pude observar cómo ellas estaban (la mayoría de las veces)
detrás de los líderes hombres, cómo su opinión era tomada en cuenta
aunque parecía que valía menos que la de los hombres. No obstante
me sorprendió cómo algunas de estas mujeres tenían y tienen el res-
peto y reconocimiento de sus compañeros y compañeras, aunque eso
ha implicado diferentes costos (alejarse de sus comunidades, poster-
gar la maternidad o recibir la crítica de algunos grupos). Conocí sus
historias y admiré su valentía y tenacidad en el firme objetivo que
buscan lograr: que sus pueblos y sus hijos e hijas vivan una situación
y condición diferente a la que ellas habían y han experimentado. Sin
embargo, esto no era mi tema de investigación y proseguí mi indaga-
toria; fue años después que amplié esta reflexión. Ahora, a la distancia
comparto con ellas el imprescindible valor de la transgresión como
recurso de las mujeres para vivir la propia vida, transformar la socie-
dad y, por supuesto, convertirse en sujetos libres.

En la ciudad de León, Guanajuato he escuchado nuevamente his-


torias de mujeres indígenas: las circunstancias en que llegaron a la
ciudad, las experiencias que algunas han vivido con sus suegros y
familia y en algunas ocasiones los episodios de agresiones físicas y
psicológicas que han sufrido no solo por parte de algún integrante
de su familia sino también de servidores públicos y autoridades del
ayuntamiento. Ante esto es ineludible tener un posicionamiento, no
se puede ser ciego a la discriminación, el maltrato y la violencia que
viven continuamente mujeres, niños y niñas.

La violencia que se ejerce a las mujeres indígenas en el llamado


ámbito privado - en la familia- es frecuente como en otras socieda-
126 des, ya que también se trata de sistemas patriarcales; sin embargo, ha
habido un acalorado debate respecto a la violencia en las sociedades
indígenas. Se han formado dos posiciones al respecto: aquellos que
justifican estas prácticas por formar parte de los “usos y costumbres”
de la cultura y, por lo cual, criticarlas es atentar contra la cultura mis-
ma; y otra postura que frente a esta violencia desacredita y juzga a las
culturas indígenas de “bárbaras” y “atrasadas”. Ambas posturas consi-
deran a la cultura desde un esencialismo acrítico, como un ente inmu-
table y cuyos constructores, los indígenas, aparecen ajenos a ella. Los
discursos que se han formado desde estas dos posturas han abogado
por cerrarse en sí mismos (en sus culturas) o justificar la intromisión
y la falta de respeto a la opinión y voz de estas culturas, algo común
en nuestro país. Considero que la vía para lograr un cambio debe ser
diferente, no se puede prescindir de la autocrítica y de la participación
de los mismos actores.

Hernández menciona el feminismo indígena como uno de los fe-


minismos que cuestiona visiones hegemónicas y que da respuesta a las
demandas de mujeres situadas culturalmente y que, por, tanto experi-
mentan una situación particular: “Las mujeres indígenas reivindican
su derecho a la diferencia cultural y a la vez demandan el derecho a
cambiar aquellas tradiciones que las oprimen o excluyen” (2001: 218).

No es mi intención justificar prácticas ni tratar de cambiarlas sien-


do ajena a las culturas indígenas, he aprendido que no soy especialista
en violencia y maltrato, y que a pesar de mis buenas intenciones por
ayudar es necesario tener una visión y conocimiento más amplio del
sistema cultural y contar con herramientas que verdaderamente pue-
dan ser opciones o alternativas para estas mujeres. De otra forma, las
buenas intenciones pueden terminar en historias dramáticas.

He pensado si realmente desde fuera, sin entender plenamente las


culturas indígenas, tenemos el derecho a juzgar otras culturas y a sus
integrantes. Puede resultar más fácil ver los errores y faltas en otras
culturas que en la propia ¿El ser antropólogos y antropólogas nos da
derecho a eso?

En este sentido es imprescindible la autocrítica, y a la luz de la


cultura propia, la mestiza en México, esta última resulta mucho más
violenta que las culturas indígenas. Lo anterior no implica quitar el
dedo del renglón, sino dimensionar las prácticas y no exacerbarlas
sin conocimiento. Finalmente, la violencia es una práctica que se ejer-
ce impunemente hacia las mujeres en muchas sociedades, incluida la
127
propia. En la actualidad estamos presenciando una violencia extre-
ma hacia nosotras, las mujeres, de ahí que sea requisito que nuestros
cuestionamientos y críticas se sustenten en un conocimiento amplio y
profundo que desmantele los sistemas androcéntricos.

Considero que uno de los primeros pasos para la transformación


de estas prácticas en sociedades indígenas es que ellas reflexionen
acerca de éstas y que no las vean como naturales o ineludibles. El si-
guiente paso es que ellas mismas cuestionen valores y prácticas, y que
desde su pertenencia a las culturas indígenas deseen cambiar aque-
llas que consideran nocivas o dañinas. Es entonces cuando se pueden
aportar otras herramientas que ayuden a fortalecer a estas mujeres y
que se vinculen con instituciones y personas especialistas que contri-
buyan a este cambio. He intentado que mi relación con las mujeres in-
dígenas sea de respeto, mis conocimientos y experiencia han servido
para establecer el contacto e iniciar las conversaciones. Sin embargo,
en algunas ocasiones se devela mi posición de “superioridad” (como
mujer estudiada, investigadora, doctora) al creer que “mi ayuda” pue-
de hacer un cambio.

Así he aprendido mucho de estas mujeres indígenas y como mu-


chas otras, he intentado seguir adelante. He reflexionado, a partir de
los textos de las feministas, que como en cualquier otra sociedad, las
prácticas de maltrato y subordinación deben ser cuestionadas por
quienes las viven para realmente erradicarlas, y además si queremos
cambiar nuestra situación es imprescindible fortalecernos.

En la mayoría de los textos que abordan la migración interna de


población indígena a las ciudades se mencionan experiencias de dis-
criminación, es decir, parece ser una constante que los indígenas en
las urbes sean excluidos. Pero esta violencia frecuentemente es ejer-
cida por las autoridades y quienes más la viven son las mujeres. Ante
esto en necesario denunciar dicha violencia, visibilizar a quiénes la
ejercen y proponer acciones que la erradiquen de forma definitiva.
Existen numerosos estudios que han tratado la migración femenina,
sin embargo son pocas las propuestas que se han presentado para evi-
denciar y proponer estrategias o programas que ayuden a transformar
las desventajas y violencia que viven las mujeres en estas situaciones.

En la academia también he explorado las relaciones de poder de


128
género. La mayoría de las autoridades son compañeros y las mujeres
que han logrado un reconocimiento en mi ámbito más cercano de
trabajo parecen haber postergado su maternidad ¿Es esto un síntoma
o una decisión plenamente consciente? Yo misma me pregunto si la
maternidad es un deseo propio o una imposición.

Por último, debo reconocer a las colegas y amigas feministas que


nos invitan a conocer de forma más profunda las propuestas y deman-
das de estas perspectivas; gracias a ellas, a su perseverancia y continua
crítica, tenemos la posibilidad de ir reflexionando, en el diálogo, nues-
tro propio actuar. Además, la formación de redes de apoyo y alianza
deben fomentarse y enriquecerse, he ahí una de nuestras principales
estrategias para transformar nuestra condición.

R eflexión final

En la actualidad las mujeres y hombres que nos acercamos a estos


abordajes, temas y reflexiones posiblemente no somos del todo con-
sientes de las luchas que se han vivido para que nosotras y nosotros
podamos proponer estudios de este tipo. Es decir, décadas antes no
era bien visto o se consideraba como sesgo por ser “mujer”. Los avan-
ces actuales deben cimentarse en la historia de lucha que mujeres fe-
ministas han realizado. Esto es quizá el principal aprendizaje que po-
demos tener para las futuras feministas: no olvidar la historia y seguir
avanzando en el reconocimiento de las mujeres para cambiar nuestra
condición de opresión y subordinación.

Es imprescindible experimentar nuevas formas de conocer y


aprender, los conocimientos no pueden estar cimentados en un sis-
tema androcéntrico, cuya neutralidad es ya cuestionada. Desde la
academia y con nuestros estudiantes podemos ensayar posibilidades,
abrir ventanas y puertas, proseguir en la crítica y dar cabida al cam-
bio. Finalmente las y los jóvenes que ahora estudian una licenciatura
deben avanzar en esta deconstrucción y desmantelamiento del siste-
ma patriarcal que ya no puede tener retorno.

Considero que las investigaciones acerca de la condición de la mu-


jer en las culturas indígenas han escuchado poco su voz. Es necesario
poner atención a cómo estas mujeres indígenas construyen sus femi-
nismos desde la marginación y la discriminación, cómo su apuesta
por una mejor vida para ellas y sus hijos e hijas las motiva a vivir en
una ciudad hostil.

Estas mujeres tienen otros sueños y expectativas diferentes a la so-


129
ciedad mestiza y occidental, muy posiblemente se imaginan de otra
forma una sociedad incluyente, un mundo mejor. Esto nos alerta
acerca de la necesidad de construir otras antropologías que no consi-
deren al indígena como un menor de edad y a las mujeres indígenas
sólo como víctimas que necesitan ser salvadas. Recordemos que sus
luchas han sido en diferentes frentes: contra el sexismo, contra el esta-
do, contra el colonialismo, contra el esencialismo.

La pregunta que plantea Soledad González (2005) es aún vigente


para una Antropología que es relativamente nueva en el contexto gua-
najuatense y que busca ser pertinente con las problemáticas vividas.
Como disciplina que está buscando posicionarse es válida la interro-
gante planteada hace más de una década: ¿cuáles son los aportes que
la forma de hacer Antropología tiene o busca al desarrollo de políticas
que beneficien a las mujeres y contribuyan a transformar las relacio-
nes de género?

En la agenda feminista es imprescindible la autocrítica, generar


discusiones de etnia y cultura desde la perspectiva del diálogo inter-
cultural que no omita el cuestionamiento al patriarcado y genere es-
pacios en la academia para los conocimientos y enseñanzas de estas
mujeres.

130
R eferencias
Castañeda, M. P. (2012). “Antropólogas y feministas: apuntes acerca
de las iniciadoras de la Antropología feminista en México”.
En Cuadernos de Antropología social, no. 36, pp. 33-49.
González, S. (2005). “Hacia una Antropología de las relaciones de
género en América Latina”. En González, S. (coord.), Muje-
res y relaciones de género en la Antropología Latinoamericana
(17-52). México: COLMEX.
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León, Guanajuato. (Tesis inédita de licenciatura). Universi-
dad de Guanajuato, León, México.
Lagarde, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres: madresposas,
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UNAM-PUEG.
Martín, A. (2010). Equidad de género en salud: poder y discurso. Las
131
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ternidad y paternidad en Xichú, Guanajuato. Exploración
en 2008-2009. (Tesis inédita de licenciatura). Universidad de
Guanajuato, León, México.
El proceso social de la migración.
Un contexto social para las reflexiones
feministas a través del enfoque de
género y su aplicación en un estudio de
caso en Cuacnopalan, Puebla

Marilu León Andrade


Departamento de Estudios Sociales, Campus Celaya-Salvatierra

De la migración al género…..un paso trascendental

La migración1 se ha convertido en uno de los fenómenos de mayor


trascendencia a nivel nacional e internacional, no sólo por el impacto
económico en los lugares de origen, sino también por las causas y
efectos en los lugares de origen y de destino de los y las migrantes.
Este proceso social, cuyas diferentes facetas se han estudiado por años
desde diferentes perspectivas teóricas y metodológicas, ha sido tam- 133
bién un espacio de análisis de reflexión científica que me ha permitido
entender y analizar mi entorno social, cultural, económico y político,
y sobre todo, me llevó a cuestionar las estructuras sociales en con-
textos migratorios en los que evidentemente las desigualdades entre
hombres y mujeres se hacían presentes, donde nosotras seguíamos
estando por debajo de los varones.

Como fenómeno social los movimientos poblacionales siempre


fueron objeto de mi atención, pues nací y crecí en una familia de gua-
najuatenses que formaba parte de las dinámicas tradicionales de la
migración a los Estados Unidos,2 como la mayoría de mis vecinos y

1
El término migración se refiere a uno de los fenómenos sociales más impor-
tantes y comunes de la historia de la humanidad, ya que el ser humano siem-
pre se ha movilizado de un lugar a otro por diversas razones. Como objeto
de estudio, la migración ha sido un fenómeno multifacético, y por tanto, de
intereses multidisciplinarios, esta situación, genera por un lado, una amplia
diversidad aportes al estudio de las migraciones; pero por el otro, ese amplio
espectro de enfoques ha fomentado la dispersión de conocimientos de orden
conceptual (Herrera, 2006).
2
De acuerdo a la clasificación de la Conapo (2010), en cuanto al origen y
continuidad de los flujos migratorios a los Estados Unidos, a nivel nacional,
vecinas, parientes, amigas y amigos de la escuela, todo mundo tenía-
mos al menos un familiar migrante en la familia, y casi siempre era
el padre de familia. Para las y los niños de mi comunidad era normal
crecer sin padre y ver a sus madres y abuelas tomando el rol de pa-
dre y madre, atendiendo las actividades de hogar y las de los varones
como el cultivo de la tierra el cuidado del ganado, etcétera incluso en
algunas ocasiones cuando el padre abandonaba a la familia y se que-
daba en los Estados Unidos, las mujeres asumían al cien por ciento la
manutención del hogar.

Siempre me preguntaba ¿por qué mi papá se tiene que ir y dejarnos


aquí tanto tiempo sin vernos, incluso sin mandarnos dinero? ¿Por qué
mi mamá no hace nada para obtener dinero y no tener que someterse
a mi papá? ¿Por qué mi hermano mayor se va a trabajar al “Norte” y
yo no puedo por ser mujer? ¿Por qué cuando nos visita mi padre el
ambiente del hogar es más tenso y mi madre lo debe atender como
rey? Si bien, en ese momento no contaba con el conocimiento ne-
cesario para entender lo que sucedía, empezaba a tomar conciencia
de la situación de las mujeres en mi contexto social, del cual, tuve
la oportunidad de salir gracias a la educación. Lamentablemente la
mayoría de las mujeres de comunidad se quedaron sin esa posibili-
dad por diversas razones, sin embargo, la principal sin lugar a dudas
es que en nuestra sociedad patriarcal y sistema económico las mu-
134 jeres somos educadas a estar por debajo de los varones, asumiendo
los roles sociales tradicionales de lo de que debe ser un hombre (ma-
chista) y una mujer (dominada),3 donde los derechos de las mujeres4
no se ponen en práctica por su poco o total desconocimiento.

De igual forma, no todas tenemos la posibilidad de ponernos las


“gafas violetas” para poder visibilizar las injusticias, las desigualdades,

Guanajuato forma parte de la región Tradicional, cuya característica princi-


pal es que además de ser el principal origen de la corriente migratoria hacia
el vecino país del “Norte”, se han establecido vínculos históricos con algunas
regiones estadounidenses mediante la continua e ininterrumpida migración
de sus pobladores.
3
Para Lagarde (2012) los hombres son machistas cuando usan a las mujeres, se
apoyan en ellas y se apropian de su trabajo, de su capacidad creadora; tam-
bién lo son al marginar, al segregar, al discriminar, al acosar, al violentar y al
sobreproteger a las mujeres.
4
De acuerdo al Instituto Nacional de las Mujeres (2007), los Derechos Hu-
manos además de ser instrumentos jurídicos establecidos en nuestra consti-
tución, reconocidos a nivel nacional e internacional, su función primordial
es proteger la vida, la libertad, la justicia, la igualdad y la integridad de cada
persona ante la autoridad. Por lo anterior, y dada la situación de desigualdad
para las mujeres, los Derechos de las Mujeres establecen que tenemos: de-
y las relaciones de poder entre hombres y mujeres (Varela, 2013), y
no solo para hacer visibles esas realidades, sino también para buscar y
hacer propuestas para cambiarlas.

Cabe resaltar, que la posibilidad de realizar una investigación y


darle continuidad no hubiera sido posible sin mi inserción como Pro-
fesora de Tiempo Completo de la Universidad de Guanajuato, donde
pude integrarme al trabajo de compañeras que desarrollaban investi-
gaciones sobre el tema y que además realizaban un gran esfuerzo por
concientizar a la población académica sobre temas prioritarios en la
agenda feminista como la equidad de género y los derechos de las mu-
jeres, en este sentido, me incorporé al trabajo del Cuerpo Académico
“Género y Políticas Públicas para el Desarrollo Social y Humano” del
Departamento de Estudios Sociales, donde hemos realizado diversas
actividades como el inicio del Diplomado en Equidad de Género, ta-
lleres y conferencias sobre los derechos de las mujeres, etc. Con gusto
puedo decir que pude encontrar el espacio adecuado, que me ha per-
mitido continuar en esta línea de investigación y satisfacer mis in-
quietudes que desde pequeña tenía, si bien el trabajo no se realizó en
mi lugar de origen, pude iniciar la línea de investigación en el estado
de Puebla del que comparto el análisis.

En la búsqueda de teorías y metodologías que posibilitaran ana-


lizar los cambios en los roles sociales, políticos y económicos de las 135
mujeres en los lugares de origen y de residencia de los flujos migra-
torios, el encuentro con la teoría feminista desde el enfoque de géne-
ro permitió satisfacer mis inquietudes científicas y personales sobre
la temática, puesto que las consecuencias desiguales para hombres
y mujeres son omitidas en las Ciencias Sociales, como así lo señala
Balbuena (2003:4) quien además considera que “[l]a mirada desde el
género busca entonces examinar las relaciones desiguales de la migra-
ción entre hombres y mujeres y el peso que tienen al interior de las
redes y unidades domésticas a la hora de decidir la salida al exterior
de sus integrantes, así como indagar sobre las vivencias de la migra-
ción desde la especificidad de las mujeres”. Por lo anterior, el enfoque
de género resultó una propuesta innovadora, osada y transformadora
que me permitió acercarme más a la realidad social.

Bajo este tenor, el objetivo principal de este trabajo es dar a conocer


parte de nuestro trabajo de investigación realizado desde el análisis de

rechos a la igualdad de género, derechos a la educación, derechos a la salud,


derechos sexuales y reproductivos, derecho a una vida libre de violencia,
derecho al trabajo, derecho al desarrollo, derechos a la participación política,
derecho a un ambiente sano y derecho a la información.
género como parte de la teoría feminista (Varela, 2013), bajo el con-
texto de Migración Internacional en Cuacnopalan, Puebla México, y
cómo los resultados encontrados nos permitieron plantear estrategias
de desarrollo en la localidad para disminuir las desigualdades entre
los hombres y las mujeres. El enfoque de género nos permitió estu-
diar los cambios producidos en los hogares, desde la participación de
hombres y mujeres como migrantes, hasta la participación de las mu-
jeres en la toma de decisiones en el uso de las remesas, la distribución
del trabajo y valorización de las actividades productivas y reproduc-
tivas en la familia.

El enfoque de género como parte de la corriente feminista

El enfoque de género es una herramienta teórico metodológica que


permite el análisis de las relaciones sociales entre hombres y muje-
res en todos los ámbitos sociales, culturales, políticos y económicos,
también permite poner en evidencia las desigualdades de poder y la
invisibilización de las mujeres. Es uno de los cuatro conceptos clave
que la teoría feminista ha desarrollado para analizar, explicar y cam-
biar la situación de inequidad de las mujeres ante los varones; puesto
que el feminismo, además de ser un movimiento social importante,
es una teoría que da origen a las perspectiva de género (Rosas y Ríos,
2013). El aporte central de este concepto es la idea de lo “femenino” y
136
lo “masculino” como construcciones sociales y culturales (no hechas
naturales o biológicos), por tanto socialmente los géneros se encuen-
tra jerarquizados, donde el masculino es el dominante y el femenino
el subordinado (Varela, 2013). Es decir, estas interacciones sociales
nos etiquetan como debe ser y comportarse un hombre y una mujer,
construyendo una serie de normas y estereotipos de cómo vivir, pen-
sar, comer, comportase, etcétera, sin analizar si esta situación llega a
ser desigual y hasta violenta para las mujeres.

Para Rosas y Ríos (2013:219) al ser una construcción cultural y ob-


jeto de estudios de las ciencias sociales, su aportación estriba en tres
vertientes: “la primera como método de análisis de la sociedades ac-
tuales y pasadas; la segunda para analizar nuestra propia vida perso-
nal; y la tercera como opción política, como una forma de mejorar las
sociedades y promover una mayor equidad entre hombres y mujeres
(en todos los aspectos)”. En este mismo sentido, Rico (2006), señala
que cuando surge el análisis de género, se produce un profundo cam-
bio en la delimitación del objeto de estudio, pues ya no se habla sólo
de las mujeres sino de las relaciones sociales que ellas establecen y del
sistema de poder en que se encuentran insertas.

Para Bifani (2003) el contexto de los nuevos paradigmas neolibera-


les es testigo del surgimiento de este enfoque. Basada en la definición
de la FAO (Food and Agriculture Organization of United Nations), se-
ñala que el género se refiere a las relaciones entre hombres y mujeres,
que éste no está determinado biológicamente, sino que se moldea cul-
turalmente. Desde su opinión, el género dentro de las sociedades es
un principio organizador central, que generalmente rige los procesos
de producción, distribución, reproducción y consumo. Esta autora,
menciona dos vertientes importantes dentro de este enfoque: la pri-
mera se centra en los roles de género y la segunda tiene su punto de
vista en las estructuras sociales que determinan la posición desventa-
josa de las mujeres en las diferente sociedades. Si bien, el concepto de
roles de género se ha desfasado, ahora llamamos funciones a las dife-
rentes actividades que desempeñan las mujeres y los hombres dentro
de un determinado contexto social. Retomamos de la FAO (Bifani,
2003) que los roles de género -o más bien las funciones de género-,
son asignados culturalmente tanto a hombres como a mujeres, que
éstas varían según las distintas sociedades, culturas, clases sociales,
edades y los distintos periodos históricos. Esta definición agrega que
existen roles de género específicos en donde la atribución de las res-
ponsabilidades está condicionadas por factores como la estructura fa- 137
miliar, el acceso a los recursos, algunas repercusiones de la economía
global y los factores locales de relevancia.

Otra de las autoras que comparten este punto de vista es González


(2001), quien considera que al ser insuficiente el vocablo sexo para
explicar las diferencias entre hombres y mujeres -que van más allá de
la realidad biológica y que determinan sus funciones en la reproduc-
ción humana-, la categoría de género surge en las ciencias sociales
para dar cuenta de la unidad de símbolos, valores, representaciones y
prácticas que cada cultura asocia con el hecho de ser hombre o mu-
jer. También, considera que el género se nos asigna culturalmente,
nacemos hembra o varón, y la cultura nos transforma en mujeres y
hombres.

Y como parte de esa cultura, se tiene una serie de valores, símbolos,


normas y principios en torno a los cuales se determina cómo deben
de ser hombres y mujeres. Éstas características culturales forman par-
te de la convivencia humana y están permeadas por un sistema de
género. Este sistema no sólo norma, sino que regula y jerarquiza las
relaciones de género, determina la forma en que las personas se per-
ciben así mismas, el desarrollo de sus motivaciones y sus expectativas
de vida. Bajo este tenor, Nemecio y Domínguez (2004) señalan que en
las relaciones de género, además de expresarse valores, percepciones,
prácticas y actitudes sociales en lo cotidiano (tanto en los espacios pú-
blicos como privados) en ellas también se practican -de acuerdo a re-
glas-, prescripciones y estereotipos que denotan relaciones de poder y
autoridad basadas en el control de recursos sociales y materiales. Este
comportamiento, corresponde en gran medida a pautas y funciones
que se asignan dentro de un sistema social jerárquico, el cual se mani-
fiesta en la actividades y acciones que realizan hombres y mujeres de
manera diferenciada.

Para Velásquez (1996) el enfoque de género permite entender el


conjunto de relaciones sociales y culturales que determinan las prácti-
cas de producción en determinados ecosistemas y las actividades que
se encuentran relacionadas con la reproducción social de las familias
y las comunidades, que en el mediano y corto plazo definen cómo es
que los hombres y las mujeres tendrán acceso e incidencia en el uso
y manejo de los recursos naturales en entornos naturales específicos.

El género es considerado como una fuente primaria de las relacio-


nes de poder, debido a que es una parte decisiva en la organización
de las desigualdades o igualdades sociales, por lo que las relaciones
138 de género deben redefinirse y reestructurarse en conjunción con una
visión de igualdad política y social entre hombres y mujeres, donde
también se tome en cuenta elementos como: clase, etnia, generación,
entre otros (Zárate, 2000).

Por lo anterior, el análisis de género de las relaciones sociales per-


mite entender cómo se crean y reproducen las desigualdades entre
hombres y mujeres, es decir, entre género, etnia, generación, así como
en el acceso a los recursos, las funciones y responsabilidades, las rela-
ciones de poder, la distribución de los ingresos y otros.

La migración desde la mirada de género

Si bien los estudios tradicionales sobre el fenómeno migratorio ha-


bían dejado de lado la participación de las mujeres, no sólo como las
que se quedan, sino también como las que se van, es a partir de la
feminización de la migración como los estudios de género comien-
zan a hacer presencia en esta compleja y multidisciplinaria temática,
pues la participación femenina que englobaba los procesos de conti-
nuidad y cambio en las relaciones de género estuvieron ausentes en
las investigaciones. Para la mayoría de los estudios, las mujeres eran
sujetos pasivos de las decisiones familiares, por lo que sus desplaza-
mientos fueron interpretados como parte de las estrategias económi-
cas de sobrevivencia de las unidades domésticas. Se les ubicó dentro
de categorías muy generales como campesinas o indígenas (Barrera
y Oehmichen, 2000). Estas mismas autoras considera que los prime-
ros estudios sobre movimientos migratorios femeninos fueron los de
Arizpe en 1978 y Oliveira en 1984, quienes hacían visibles los movi-
mientos migratorios de las mujeres a partir del estudio de su incorpo-
ración a los mercados de trabajo y a un conjunto de actividades infor-
males en las ciudades. Posteriormente, la categoría de género empezó
a formar parte de las investigaciones sobre la cultura para analizar los
procesos de construcción cultural de la diferencia social, por lo que se
logró establecer un marco teórico-metodológico que permitía anali-
zar los procesos, fenómenos y problemáticas de las ciencias sociales.

Para Suárez y Zapata (2007) uno de los principales efectos de la


migración internacional en nuestro país es la salida de hombres y mu-
jeres de sus comunidades de origen, lo que ha traído efectos macro
sociales y al interior de los hogares. Desde la perspectiva de género en
los proceso migratorios se hacen evidentes las relaciones de hombres
y mujeres que participan, así como los costos sociales que asumen
unas y otros dentro de un fenómeno que en ocasiones se torna con-
flictivo y contradictorio (Suárez y Zapata, 2007).
139
Otro aporte importante de la visión de género en la migración es
que se ha posibilitado el análisis de las políticas de desarrollo en la
configuración de las migraciones de mujeres, así como de su in-
serción laboral en los lugares de origen y destino (Szasz, 1999). Los
estudios sobre género y migración permiten conocer cómo se ha ma-
nifestado el proceso de la migración antes, durante y después, tanto a
niveles generales como particulares. Y es en este último punto donde
ha logrado compenetrar y analizar qué es lo que pasa con los y las
migrantes en los grupos domésticos, así como con los miembros que
se quedan en las localidades de origen. Todos estos cambios ya sean
temporales o permanentes, de alguna forma modifican tanto la es-
tructura social, económica y política de las unidades o grupos domés-
ticos como de las comunidades de origen y los lugares de residencia
de los y las migrantes.

De acuerdo a Ariza el enfoque de género en el estudio de los pro-


cesos migratorios ha permitido que sean más enriquecedores ya que
permite:
1) Examinar interdisciplinariamente la migración y alcanzar
una comprensión del proceso en el que el género es un princi-
pio estructurante.

2) Diversificacar las áreas de investigación en donde se alejan


los estudios del carácter procesal de la migración al abordar te-
mas como: dinámica familiar, oposición entre espacios públicos
y privados, la identidad, la salud reproductiva, y todo aquello
relacionado con la mujer.

3) Destacar la heterogeneidad de los procesos antes que su ge-


neralidad como se hizo en los estudios macro sociales.

Si bien permite examinar muchos ámbitos que no habían sido


abordados, los espacios públicos y privados han dejado de ser con-
ceptos que responden al proceso de migración actual, por lo que
consideramos que podemos hablar de espacios donde la dinámica de
parentesco o familiar, es más evidente. Nos referimos al proceso de
migración a nivel de los grupos domésticos, a nivel de la comunidad,
a nivel regional, etcétera.

Para Barrera y Oehmichen (2000), desde la perspectiva de género,


140
el estudio de las migraciones masculinas y femeninas se vincula a una
amplia y compleja problemática. Al ser el género una construcción
social y cultural que atraviesa toda estructura social, el estudio de las
migraciones puede ser abordado seleccionando determinadas proble-
máticas. En primer lugar, están aquellas relacionadas con los factores
de expulsión y atracción de la fuerza laboral campesina, y las particu-
laridades que éstos adquieren según se trate de hombres o de mujeres.
Relacionado con ello, se encuentran los procesos socioculturales que
inciden en la selectividad de los migrantes y las maneras en que éstos
se incorporan a los lugares de destino, entre otros aspectos.

Para Ramírez, Domínguez y Moráis (2005), el género resulta ser


central en los procesos migratorios, pues no solo organiza como cons-
trucción social las relaciones entre hombres y mujeres, sino que con-
figura de manera diferente las relaciones de las personas durante su
experiencia migratoria en el país receptor y en el país de origen. Estos
autores señalan que la introducción del análisis de género al estudio
de los procesos migratorios es reciente, pero su incorporación ha per-
mitido investigar la existencia de desigualdades de género, por lo an-
terior consideran que la experiencia migratoria ha sido muy diferente
para mujeres y hombres.

Las investigaciones recientes sobre migración ponen de manifiesto


que la participación de las mujeres en el proceso migratorio es cada
día mayor y que al ser sujetos activos, contribuyen cada día más al
mantenimiento de sus hogares y al desarrollo de sus comunidades de
origen mediante el envío de remesas, o en otros casos son quienes se
quedan en el lugar de origen como jefas de hogar (Ramírez, Domín-
guez y Moráis, 2005). Por lo anterior, al analizar tanto la participación
de mujeres como de hombres, estamos partiendo de un proceso mi-
gratorio constante que desde la toma de decisiones es atravesada por
las relaciones de género.

En algunas investigaciones sobre género y migración como la de


Marroni (2000), se ha dado a conocer que cuando las mujeres se que-
dan y los varones se van, se tiene la presencia de factores que favore-
cen la feminización de la pobreza; por ejemplo, la ausencia, o irre-
gularidad e insuficiencia en el envío de dinero. Por lo anterior, las
mujeres tienen que buscar algunas alternativas de sobrevivencia, en
donde el proceso de empoderamiento y la autonomía son elementos
que permiten la superación de la pobreza.
141
En otros trabajos donde las mujeres también migran, la incorpora-
ción femenina a las actividades económicas les permite tener algunos
beneficios como la autonomía, adquieren independencia económica,
libertad para viajar y aprenden a relacionarse laboralmente en otros
espacios Mora (2000). También les permite tener mayor participación
en la toma de decisiones dentro del grupo doméstico, por lo que esta
situación da pie a que las mujeres vayan cambiando sus relaciones con
los hombres, con el grupo doméstico, con sus hijos, con la comunidad
de origen y con otras mujeres (Freyermuth y Manca, 2000).

De esta forma, los estudios de género dan la posibilidad de ubicar a


las relaciones de hombres y mujeres como una perspectiva de análisis
en la dinámica migratoria, ya que permite observar que la migración
es una estrategia de reproducción de los grupos domésticos y además,
que las asimetrías de género impactan de forma diferente a varones
y mujeres.

Cuacnopalan, una comunidad de hombres y mujeres migrantes

La migración es uno de los procesos sociales de mayor presencia en


nuestro país; diariamente mujeres y hombres salen de sus hogares en
busca de mejores perspectivas, como los Estados Unidos, que les pue-
dan ofrecer oportunidades de empleo y salarios, otras condiciones de
vida, nuevas experiencias, entre otras cosas. Este fenómeno social es
una más de las estrategias de reproducción en los grupos domésticos,
ya que al migrar, uno o más miembros, los gastos de manutención dis-
minuyen y, además, a futuro se pueden ingresar remesas al hogar, lo
cual les permite librar o superar las situaciones de crisis, y en algunos
casos mejorar el nivel de vida e incluso su estatus social.

Las causas de la migración han sido diversas, sin embargo, una de


las principales en las últimas décadas ha sido el modelo de desarrollo
económico neoliberal, en el cual hay una flexibilización de los mer-
cados laborales, que se refleja en los bajos salarios, el incremento del
desempleo, el aumento de las jornadas laborales, también en la inter-
nacionalización de la economía (inversión extranjera, la liberación de
los mercados, etc.) Esta situación a su vez se ha traducido en un incre-
mento en el nivel de pobreza y marginación de la población del país,
y en particular en el medio rural. Bajo este tenor, Ibarra (2001:23),
señala que las estrategias económicas, dirigidas al área rural desde
hace varias décadas, han agravado las condiciones de pobreza de su
población, pues “se han disminuido las políticas de protección a los
productores rurales, a través de la disminución de subsidios, elimi-
nación de los precios de garantía, retiro de la participación estatal en
142 el proceso productivo, dejando todo a las famosas y libres fuerzas del
mercado”. Otras de las causas han sido la degradación de los recursos
naturales, la cultura migratoria y la expansión de las redes sociales de
migración, la diferencia salarial, entre otras. De esta forma, a nivel de
los grupos domésticos las actividades económicas como la agricultu-
ra, el comercio y la ganadería se han tornado menos rentables; esto,
aunado a la falta de empleos remunerados a nivel local y regional, son
otros de los factores que influyen en el proceso migratorio.

Como parte del proceso de migración, se encuentra la generación


de remesas, las que han llegado a representar no sólo la sobrevivencia
y reproducción de los grupos domésticos en las comunidades expul-
soras de migrantes, sino también, han impactado en lo social, político
y cultural (Ibarra, 2001). A nivel nacional las remesas representan la
segunda fuente de ingresos, después del petróleo, por lo que han fa-
vorecido el saldo de la balanza de pagos de nuestro país en los últimos
años (Ortega y Ochoa, 2004).

De acuerdo a varios autores, como Pérez (2004) y Durand (1991;


1994), la migración México-Estados Unidos tuvo sus orígenes en el
occidente de nuestro país desde los años veinte. Este fenómeno se fue
extendiendo hacia otros estados del país; tal es el caso de Puebla, en
donde investigaciones recientes han puesto de manifiesto que la mi-
gración hacia Estados Unidos inició con el Programa Bracero (1942-
1964). Dentro del estado de Puebla, la Mixteca Poblana se ha carac-
terizado por tener un alto índice de migración (Ibarra, 2001; Rivera,
2004; Cortés, 2004); sin embargo, existen otras regiones del estado
donde el proceso de migración se ha reproducido e incrementado en
las últimas décadas, como la región de Atlixco (D’Aubeterre, 2005;
Rivermar, 2000) y otras como la región de Serdán y los Llanos de San
Andrés (Cortés, 2004).

Cuacnopalan es una comunidad del municipio de Palmar de Bra-


vo, que pertenece a la región de los Llanos de San Andrés, y en las
últimas dos décadas ha presentado procesos migratorios hacia los
Estados Unidos principalmente, y al interior del país. Los hombres
y las mujeres en edad productiva salen de la comunidad en busca de
mejores empleos y salarios, otras condiciones de vida, nuevas expe-
riencia al conocer otro país y cultura, buscan el sueño americano de
salir a ganar dólares. En comparación con las mujeres migrantes, los
hombres son quienes migran en mayor número y tienen más tiempo
como migrantes.

Los lugares en los que se concentran la mayoría de los migrantes de


Cuacnopalan en los Estados Unidos son Los Ángeles y otras ciudades 143
del Estado de California. Por lo anterior, se han establecido redes so-
ciales de migración que han permitido la reproducción y constancia
del proceso migratorio en dicha comunidad.

La metodología utilizada en esta investigación fue de carácter cua-


litativo y cuantitativo. En la parte cuantitativa se aplicaron 149 encues-
tas dirigidas al jefe o jefa del hogar durante los meses de abril, mayo y
junio del año 2006. En la parte cualitativa se utilizaron herramientas
como entrevistas a profundidad e historias de vida a informantes cla-
ve, mismas que se aplicaron principalmente a mujeres, debido a que
los varones no quisieron participar con este tipo de actividades.

La experiencia del análisis de género en los proceso


migratorios

Como se desarrolló en el marco teórico, la herramienta teórica y me-


todológica del género permite analizar las desigualdades sociales que
se mantienen entre hombres y mujeres en un determinado contexto
social (González, 2001). Y es a partir de un análisis de este tipo como
se pueden cuestionar los sistemas de género, sus relaciones y buscar
un cambio en las relaciones de género con mayor equidad en los ám-
bitos sociales, económicos, políticos, culturales desde niveles como
los grupos domésticos, las localidades, las regiones, hasta nacionales e
internacionales (Martínez , et. al, 2002).

Entre los resultados más relevantes cabe mencionar que la migra-


ción es un proceso social presente en la mayor parte de los hogares
encuestados (65 por ciento), de este total el 23.8 por ciento tienen
migración nacional y el 41.3 por ciento cuentan con migración inter-
nacional.

Bajo la perspectiva de género, y en base a la muestra, podemos


aducir que hay una participación desigual en los proceso migrato-
rios, pues el análisis de la información recolectada en campo permi-
tió visualizar que la participación de los hombres como migrantes es
mayor que la de las mujeres; esta situación se presenta tanto en la
migración nacional como en la internacional.

Del total de grupos domésticos en los que las mujeres han salido de
la comunidad, se tiene que la migración se presenta principalmente
hacia el interior del país, cuando en los hombres el tipo de migración
que predomina es internacional. Esta situación suele presentarse de-
bido a lo complejo que resulta ser la experiencia del cruce de la fron-
144
tera, pues si llega a ser difícil para los hombres para las mujeres lo es
aún más. Por lo anterior, las mujeres migran más al interior del país.

En el siguiente apartado se desarrollarán algunas características de


la migración femenina.

Experiencia migratoria de las mujeres

Una de las aportaciones que han hecho las investigaciones sobre gé-
nero y migración, ha sido mostrar la importancia de la participación
de las mujeres en el proceso de migración; pues se ha demostrado el
gran peso económico que tiene su trabajo y su participación en los
movimiento migratorios ya que en la mayoría de los trabajos sobre
migración se le mantenía relegada, y eran pocos los que hacían visi-
bles su participación e incorporación a los mercados de trabajo en las
ciudades (Barrera y Oehmichen, 2000).

Marroni (2005:137) señala respecto al incremento de la migración


femenina a los Estados Unidos, que “existe una tendencia en la que
hay flexibilización de los mercados, es decir, se fomenta la división
sexual del trabajo a nivel mundial, que utiliza los atributos del género
femenino y la segmentación sexual de los mercados laborales para
obtener mayores ingresos”.

De acuerdo a Suárez y Zapata (2004), en la última década una de


las transformaciones importantes que han mantenido los patrones
migratorios, es la feminización de estos flujos poblacionales; actual-
mente las mujeres migrantes representan una quinta parte de la fuer-
za de trabajo que migra hacia los Estados Unidos, y que también en la
migración nacional adquiere una dimensión muy importante. Estos
cambios, en los patrones migratorios, son el reflejo de la profunda
crisis de la economía nacional y de los cambios que el nuevo modelo
económico de desarrollo -tanto en el país como en el extranjero-, han
dejado.

De esta forma, bajo el análisis de género se ha llegado a proponer


que la migración femenina es una respuesta a factores culturales, eco-
nómicos y sociales que se vinculan en las construcciones sociales de
lo que debe ser un hombre y una mujer. Dichas construcciones de gé-
nero juegan un papel mediador entre las transformaciones políticas,
sociales, económicas (macro y micro estructurales) y la migración,
pues inciden en la razones e incentivos para que la migración femeni-
na se presente (Szasz, 1999).
145
Algunas investigaciones sobre género y migración, como es el caso
de las realizadas por Marroni (2000), han señalado que en el proce-
so de migración hay un enorme costo personal y social que paga el
grupo doméstico de los migrantes en la comunidad de origen y, en
especial, las mujeres. Por lo anterior, y considerando que el proceso
de migración (como causas, consecuencias, redes sociales de migra-
ción, entre otros) se encuentran atravesadas por el género, al existir
en Cuacnopalan la participación de hombres y de mujeres, ese costo
personal y social recae también en las mujeres que deciden migrar.
Esta situación inicia desde la toma de decisión sobre migrar y el lugar
a donde hacerlo.

Con base en la muestra, al preguntar si las mujeres podían tomar


la decisión de migrar de la misma forma que los hombres, la respuesta
fue que sí en todos los casos; sin embargo, se tenían que quedar en la
comunidad al cuidado de los hijos (actividades reproductivas). Cuan-
do se trató el tema de la migración hacia los Estados Unidos, en la
mitad de las situaciones encontradas contestaron que podían tomar
la decisión de migrar, siempre y cuando, se fueran con sus esposos o
bien acompañadas de un familiar, pues era más peligroso para las mu-
jeres llegar hasta los Estados Unidos. La otra mitad contestó que no,
en primer lugar porque era muy difícil y peligroso para las mujeres;
en segundo lugar, porque alguien más se tenía que quedar a realizar
las actividades reproductivas del grupo doméstico.

De acuerdo a informantes clave, cuando una mujer se va a los


Estados Unidos corre mayor peligro que los hombres, por lo ante-
rior, quienes se animan a cruzar la frontera siempre tienen que viajar
acompañadas por un familiar o bien por su cónyugue, pues cuando
no lo hacen son más susceptibles de sufrir abusos físicos o verbales
por sus compañeros de grupo al cruzar la frontera o bien de los po-
lleros o coyotes:

Ay no, dice mi esposo que es horrible porque hay veces que abu-
san mucho de la mujer, que les dicen:-pues sí, sí te paso pero una
noche conmigo, o dos noches conmigo-, y dice que, que abusan
de ellas, dice que cuando tienen el interés de pasar, pues si abu-
san de ellas. También dice que luego está bien fea la pasada, dice
que, luego las pasan por una barda de alambre, algo así, y dicen
que las agarran de por dónde se pueda, hasta de dónde son mu-
jeres, de las pompas y las avientan como costales de papa, dice
mi esposo, - ¡deberás¡ José; que es bien triste que una mujer se
vaya para allá, porque es horrible- me dice, - Sí, porque es feo, las
146 manosean, abusan de ellas, no, es bien feo... (Paquita, 45 años,
Cuacnopalan, 2006).

Sin embargo, dentro de las mujeres que migran hacia los Estados Uni-
dos sólo se encontraron tres situaciones en las que ellas habían tenido
un trato diferente al de los hombres. En igual número de frecuencia,
las situaciones con las siguientes: o las tratan con más respeto que a
los hombres o fueron víctimas de agresiones verbales o físicas. Cabe
mencionar que las informantes señalaron casos en los que alguna de
sus conocidas migrantes, habían sufrido hostigamiento sexual o in-
cluso violaciones durante el viaje a los Estados Unidos.

Para Marroni (2005) la migración femenina obedece a la búsqueda


de una mayor autonomía de las mujeres, en algunos casos a pesar de
los peligros y obstáculos han logrado el éxito y un mayor poder en
muchas dimensiones de su vida. Sin embargo, este tipo de migración
ha estado asociada a otros fenómenos de la globalización tales como
el desarrollo de la economía criminal, el tráfico de inmigrantes y el de
mujeres y niños. Las mujeres llegan a ser el principal insumo para la
industria pornográfica, el comercio y el turismo sexual.

Los motivos por los que las mujeres migran de la comunidad, ya


sea al interior del país o a los Estados Unidos, conforme a la muestra
son: en primer lugar, salen en busca de trabajo, en segundo lugar, van
a reunirse con el esposo; por último, salen por que son madres solte-
ras y tienen que mantener a sus hijos.

Esta situación también coincide con las tendencias generales que


propician el proceso de migración femenina, pues Marroni (2005)
menciona que entre los factores que han favorecido la migración
femenina se encuentra el incremento de las jefaturas femeninas de
hogar y los embarazos en adolescentes, la migración de varones, los
cambios en las relaciones de género, el rompimiento de los controles
sobre la vida femenina, así como la erosión de las normas sociales
patriarcales y las nuevas pautas de procreación fuera del matrimonio.

Por un lado, respecto a las causas esbozadas por las informantes


sobre la migración femenina en Cuanopalan, la mayoría mencionó
que “estaba bien”, porque hay necesidad de mantener a la familia; en
menor medida consideraron que “era triste por que dejaban a sus hi-
jos”, pero que la necesidad era muy grande y que eran valientes, sobre
147
todo cuando se animaban a irse a los Estados Unidos solas. Por el
otro, cuando se trató de la migración de una integrante de su grupo
doméstico, todas las respuestas estuvieron a favor de apoyar la mi-
gración femenina, pues consideraron que es una buena experiencia
porque tienen que mantener a sus hijos o contribuir con los ingresos
económicos del grupo, además de que contribuye a mejorar su nivel
de vida.

Respecto a los trabajos que realizan los familiares migrantes de las


informantes en los lugares de migración, de acuerdo a la muestra, se
encontró que no han tenido algún tipo de problema para encontrar
empleo, ni tampoco el lugar de trabajo; sucedió lo mismo con el sa-
lario que reciben, no se encontró que recibieran un ingreso menor al
de los hombres. Sin embargo, en la información recabada en campo
durante las entrevistas, se encontró que existen casos en los que las
mujeres han migrado a los Estados Unidos con su cónyugue, ellas lle-
gan a aportar un ingreso económico menor en el hogar debido a que
el empleo que realizan es diferente y con menor retribución; también
que los patrones de poder, entre que se presentan en la comunidad de
origen se llegan a reproducir en el lugar de residencia; en algunas oca-
siones, dichos patrones patriarcales se llegan a trastocar con el proce-
so de migración, tal es el caso de una de las entrevistadas:

La primera vez que nos fuimos, nos llevamos al niño. Él trabaja-


ba en la construcción y ganaba de a 6 dólares la hora, y trabajaba
8 horas, venía sacando como 350 a la semana, pero todo se lo to-
maba, comíamos y que renta, y ya eso era todo… a veces, cuando
se drogaba me golpeaba… yo no trabajaba… de repente me dijo
que nos regresáramos, y pues yo no quise porque no teníamos
nada ni habíamos mandado nada… Entonces ya me escondí,
él se vino yo me quedé, empecé a trabajar en una maquiladora
de unos chinos…... Ya de ahí conocía otras muchachas de por
ahí de Guanajuato y ya ellas me llevaron a otra maquiladora, y
ya entonces empecé a ganar más, ya ganaba yo a la semana 130
dólares, 140, o sea ya era, más o menos” (Beti, 42 años, Cuacno-
palan, 2006).

Este aporte económico, por un lado, dio la posibilidad de que la infor-


mante clave empezara a decidir sobre el uso de su ingreso y a tomar
más decisiones dentro del hogar; por el otro, ser la responsable econó-
micamente de la reproducción del grupo doméstico:

No pues me sentía más libre cuando dejé a mi esposo la prime-


148
ra vez que nos fuimos a Estados Unidos, después me cansé del
trabajo donde estaba, ya me salí de esa maquiladora y me fui a
trabajar a otra, con una señora de Guadalajara,……. Entonces,
este, para esto; yo tenía que mandar dinero para la fiesta de acá
del pueblo, y para los niños. Y ya después empecé a trabajar en
un hotel haciendo limpieza… y ya ahí empecé a trabajar, y sí
me empecé a componer, y ya a la semana alcanzaba yo a sacar,
me pagaban, a 5.75 la hora, si metía yo ocho horas eran casi
50 dólares, ya a la semana venía yo sacando 200, 250 dólares, y
todo le mandaba yo a mi mamá, me pagaban por quincena, ya
por quincena pues sacaba yo 400, hasta 500 y ya después lo dejé
definitivamente...” (Doña Bety, 42 años; 2006).

Por lo anterior, podemos decir, que la participación de las mujeres,


como migrantes y su aportación económica mediante las remesas en
el grupo doméstico, les permite una mayor participación en la toma
de decisiones, tanto personales como del grupo. En otras investiga-
ciones se ha comprobado que el papel de las mujeres en la toma de
decisiones y su participación en los espacios tradicionalmente mas-
culinos se torna más evidente e importante cuando tiene un trabajo
remunerado, ya que el trabajo es uno de los recursos sociales que más
posibilidades abre a hombres y a mujeres para acceder a otros recur-
sos materiales y a bienes sociales y es, además, el medio por el cual se
insertan y se ubican en la estructura social (Nemecio y Domínguez,
2004).

Sin embargo, aún se requiere un análisis a profundidad sobre las


desigualdades de género que se presentan en los lugares de residencia
en los Estados Unidos puesto que en algunos casos las desigualdades
de género y las relaciones de poder dentro del grupo doméstico se
repiten; o bien, suelen transformarse los sistemas de género con el
propio proceso de migración.

Bajo este tenor, investigaciones sobre la migración hacia los Esta-


dos Unidos, desde el análisis de género en los lugares de residencia de
las y los migrantes, también han puesto de manifiesto que la migra-
ción al Norte ha igualado a los hombres y a las mujeres como fuerza
de trabajo flexible; fuerza de trabajo que se incorpora en los estratos
más bajos de la estructura ocupacional. También que muchas mujeres
se han convertido en proveedoras de sus hogares; esta situación pro-
picia el reconocimiento de su trabajo en los grupos domésticos y un
mayor control de los bienes (ingresos, vehículos, etcétera) y recursos
sociales y simbólicos -como redes femeninas, apoyos y subvenciones
del estado (D´Aubeterre, 2005).
149

R eflexiones finales

Evidentemente la perspectiva de género como parte de la teoría fe-


minista en los procesos migratorios ha visibilizado las desigualdades
entre los hombres y las mujeres, ya que cuando uno o más miembros
migran hacia Estados Unidos se presenta toda una reestructuración
de la participación y distribución de las actividades productivas y re-
productivas, acceso a los recursos económicos, toma de decisiones
y relaciones de poder, tanto al interior de las familias como en las
localidades de origen.

Para el caso de estudio, la migración en Cuacnopalan, las relacio-


nes de género se trastocan aún más dentro de los grupos domésticos
dado que se visibiliza, por un lado, la participación activa de las mu-
jeres como migrantes, y por el otro, se manifiestan las desigualdades
de género en los procesos migratorios pues las mujeres tienen menor
poder de decisión (incluso si deciden o no migrar) que los varones,
situación que se manifiesta también en una inserción y retribución
económica laboral desigual. Esta gran desventaja frente a los varones,
las pone en una situación de mayor fragilidad durante el cruce de
la frontera hacia los Estados Unidos, pues en un sistema patriarcal,
el hecho de que las mujeres salgan de sus hogares (solas o incluso
acompañadas de un familiar) puede ser razón suficiente para ser vio-
lentadas.

Por otro lado, se pudo constatar que en algunos casos cuando las
mujeres salen de sus hogares y migran para ser proveedoras de recur-
sos económicos, el poder en la toma de decisiones dentro del grupo
doméstico puede ser significativamente mayor o por lo menos el nivel
de negociación con los varones se incrementa.

Si bien a lo largo del trabajo presentado, se pudieron exponer solo


algunas de las desigualdades de género en los procesos migratorios,
cabe resaltar que aún quedan mucho por analizar y evidenciar, dado
que las mujeres son las menos favorecidas bajo estos contextos so-
ciales. Por lo anterior, desde el quehacer de las y los académicos de
la Universidad de Guanajuato, tenemos una amplia área de investi-
gación, no sólo para estudiar las desigualdades de género sino para
crear propuestas para su disminución y erradicación, y aún más en
un estado de altos índices migratorios y una tradición migratoria a
los Estados Unidos, como lo es Guanajuato, cuyas dinámicas bajo la
perspectiva de género deben ser profundizadas.
150
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IIA.

154
Entre la actividad social del feminismo y
la investigación científica

Ericka López Sánchez


Departamento de Gestión Pública, Campus Guanajuato

Se puede escribir desde la ciencia, la poesía, el periodismo, desde


cualquier disciplina, posición ideológica o creencia religiosa; se puede
escribir desde cualquier parte, desde cualquier oposición o resisten-
cia, pero las narrativas siempre estarán constreñidas al entramado de
símbolos y significados que conforman la subjetividad de las personas
que las escriben.

Escribir es dialogar con nuestras experiencias, nuestra vida coti-


diana, nuestra inevitable tensión entre lo individual y lo colectivo que
conforman nuestro “ser sujetos” dentro de una sociedad. Escribo y
doy cuenta de mí, del grupo al que pertenezco, de las normas que ha-
cemos y rechacemos para negociar el orden. Escribo como especialis- 155
ta en metodología cualitativa, desde aquella posición epistémica que
ha cuestionado el discurso hegemónico de hacer ciencia: al método
científico positivista.

Escribo como metodóloga cualitativa que atiende a la comprensión


de significados inmersos en contextos y tiempos específicos, no apelo
a la explicación de problemas para formular leyes y predecir futuros;
sino a la aprehensión de las personas y sus problemáticas en su vida
cotidiana. Concedo a las personas la capacidad de renegociar su or-
den, por lo que me centro en la complejidad del lenguaje.

En ese sentido encuentro un coincidir con el feminismo, con la re-


sistencia a creer que el orden del patriarcado es natural, con la oposi-
ción a la construcción social de desigualdad entre hombres y mujeres,
con todos esos símbolos que ponen en práctica los roles y estereotipos
de género para producir y reproducir desigualdad, discriminación y
violencia.

Como feminista y metodóloga cualitativa comulgo con la idea de


entender el lenguaje que estructura una realidad, para poder decons-
truirlo y transformar el mundo.

La parte más activa de mi feminismo se ha concentrado en la im-


partición de talleres: Derechos humanos con perspectiva de género
al personal administrativo de la Universidad de Guanajuato, Im-
partición de servicios de salud a los estudiantes de la Universidad de
Guanajuato desde la perspectiva de género, Paternidad responsable,
a jueces y magistrados del Poder Judicial del estado de Guanajuato,
Violencia de género contra las mujeres: Una mirada desde lo local
,para mujeres militantes priistas, Género, diversidad e inclusión: Los
retos de la izquierda en Guanajuato, para el Partido de la Revolución
Democrática de Guanajuato y Paternidad responsable y nuevas mas-
culinidades, para jóvenes militantes priistas.

El reto en la impartición de los talleres ha estado en dos sentidos.


Uno, poder trascender las ideologías de los partidos políticos que so-
licitan nuestro trabajo, entender que en esta lógica de exigencia inter-
156 nacional y humana de formar una igualdad sustantiva entre hombres
y mujeres no son relevantes los colores partidarios y se diluyen frente
al imperativo de desnaturalizar las prácticas y discursos que generan
discriminación y violencia, particularmente cuando este tipo de talle-
res es para las mujeres y hombres militantes que día a día viven y pa-
decen las dinámicas de los roles y estereotipos de género, e incluso me
ha llevado a celebrar que existan mujeres políticas dentro de los parti-
dos que se inserten en estos temas. Dos, trabajar con las personas que
encarnan una de las disciplinas que, por excelencia es pilar del sistema
patriarcal: jueces y magistrados. El Derecho se presenta estructural-
mente como una verdad con mayúsculas que nunca se equivoca y que
al estar representado a través de una mujer vendada de los ojos es
imparcial. En este sentido esta disciplina se instaura como inapelable,
por lo que mostrarles a los jueces y magistrados que el orden jurídico
prevaleciente no es único y que además trae implícito desigualdades,
violencias y discriminaciones de género, resulta agresivo para ellos
porque desestructura su realidad. El desafío ha estado en construir
un discurso coherente con una argumentación sólida sobre la desna-
turalización del sistema patriarcal, pues son ellos y ellas las imparti-
doras de justicia, son quienes divorcian llevan juicios sobre violencias
ejercidas en contra de las mujeres y los hombres que no cumplen con
el esquema de la masculinidad hegemónica, juicios sobre pensiones
alimenticias, violencias sexuales, feminicidios, entre otras problemá-
ticas relacionadas con la perspectiva de género. El reto es mayúsculo
cuando discursivamente se hace un público violento en el contexto
de los talleres, actúan en bloque y como arma de ataque y defensa
emplean un lenguaje cargado de tecnicismos jurídicos, marcando una
brecha de competencia lingüística que les proporciona resguardo, o
bien citando innumerables casos donde a las esposas no les interesan
sus hijos(as), sino el dinero de sus esposos. No obstante, hay quien ha
lanzado ataques personales cuestionando que los temas de violencia
en contra de las mujeres se dan sólo en comunidades indígenas. Pero
también ha habido juezas que reflexionan públicamente sobre sus his-
torias de vida cargadas de violencia de género.

La experiencia en talleres es rica, diversa y compleja, y nutre las


formas y estrategias de cómo trabajar en la educación no formal con
las personas desde la perspectiva de género y entender que cada pú-
blico tiene su grado de dificultad. Es preciso construir narrativas con-
cretas que les hagan sentido con su mundo y realidad, para penetrar
en las fibras más ínfimas de su orden y poder deconstruirlo desde sus
propias lógicas e incidir en su transformación individual y social.

Pero también la experiencia en los talleres da pauta para el análi-


sis científico y la comprensión susceptible de pasar por la mirada del
enfoque de género y de las metodologías cualitativas que contribuyan 157
a analizar las problemáticas que sustentan la desigualdad entre hom-
bres y mujeres y abonen a delinear caminos hacia la igualdad sustan-
tiva entre todas las personas.

La identificación de objetos de estudio a partir de la actividad


social

Para fines de este capítulo presentaré el anteproyecto de una investi-


gación que surge de la impartición de los talleres de Paternidad res-
ponsable y nuevas masculinidades a jóvenes priistas. Estos talleres se
llevaron a cabo durante los meses de marzo y abril del año en curso,
en diversos municipios del estado de Guanajuato, el taller realizado
en San José de Iturbide fue uno de los más exitosos en términos de
lograr reunir un grupo mixto de personas jóvenes, se contó con un
público de 20 personas de entre 12 y 23 años.

Como en todo taller, se estructuraron varias dinámicas de parti-


cipación y construcción del aprendizaje conjunto; no obstante, para
esta jornada de siete talleres1 se preparó una actividad detonante: que
las personas jóvenes dibujaran su idea de familia y la explicaran a
todo el grupo, y como dinámica final se les pidió que reflexionaran
por escrito sobre lo que significaba ser hombre o mujer, según fuera el
caso, en San José Iturbide, Guanajuato. Se les indicó que las reflexio-
nes las realizaran en la parte opuesta de su dibujo de la familia, y que
debían entregar la hoja y no ponerle nombre, sólo la edad y el sexo.

En medio de estos dos ejercicios hubo varios más. Sin embargo, es


importante señalar que el contraste de los contenidos de la primera y
última actividades fue muy interesante en algunas personas, pues se
dio en apariencia una ruptura significativa entre las representaciones
de la familia y las representaciones de ser hombre o mujer.

La transición de las representaciones fue bastante drástica y eso


causó un interés científico, ¿es posible que en un taller de cuatro ho-
ras los contenidos enseñados y discutidos logren trastocar el núcleo
central de las representaciones de las y los jóvenes? O en realidad los
jóvenes, por su propia actitud irreverente y desafiante típica de su
edad, se cuestionan estos esquemas del ser hombre, mujer y la familia
sólo que lo soslayan por lo determinante de la estructura pero, cuan-
do se presenta un escenario abierto, que propicia el cuestionamiento,
desnaturaliza esquemas, roles y estereotipos, se sienten en confianza
158
para externarlo, máxime cuando los testimonios son anónimos.

Los contenidos revisados y discutidos en el taller fueron los si-


guientes: sistema sexo-género; identidad, orientación y sexo; mas-
culinidades hegemónica y sus elementos; “cómo se hacen hombres
los hombres”; la heteronormatividad; la familia tradicional patriarcal;
consecuencias de la masculinidad hegemónica; paternidad irrespon-
sable; nuevas masculinidades y paternidad responsable: el padre ac-
tivo.

El conocimiento de estos temas en las personas jóvenes era escaso


o nulo, tenían ideas sueltas o dispersas acerca del género y en la mayo-
ría prevalecía una gran confusión. En estas personas existía la idea de
que el concepto género era sinónimo de lo masculino y lo femenino,
por lo que se puede decir que no poseían información clara, precisa y
contundente al respecto. Esto lleva a cuestionar todavía más si cuatro

1
En la que estuvimos involucrados Vanessa Góngora Cervantes profesora
investigadora del Departamento de gestión Pública de la Universidad de
Guanajuato y Emanuel Rodríguez Domínguez, profesor-investigador de la
UNAM.
horas son suficientes para lograr una transformación en las mentali-
dades en una parte significativa del público.

La ruptura de las formas de pensar y representar su realidad lla-


man la atención, particularmente entender ¿qué es lo que posibilita
este quiebre? El supuesto del que se parte es que los y las jóvenes son
capaces de cuestionar su realidad, aunque no poseen información con
perspectiva de género, pues las condiciones de desigualdad, violencia
y discriminación son parte de su vida cotidiana; no obstante, el desa-
rrollarse en un entorno (desde la familia hasta los medios de comu-
nicación) que naturaliza estas prácticas, que las disfraza de amor y en
general las invisibiliza, van sometiendo sus proceder y discurso den-
tro de esas formas instituidas y validadas como verdad. Sin embargo,
existe en las personas jóvenes un conocimiento intuitivo de que las
dinámicas de relación en la familia y en la sociedad entre hombres
y mujeres pueden cambiar; es decir, son capaces de imaginar otras
posibilidades de vida.

Las personas jóvenes integran en su subjetividad formas institui-


das, mensajes que les inculcan valores discriminatorios y violentos,
una competitividad desmesurada que exalta el individualismo y men-
sajes que refuerzan estereotipos y modelos de comportamiento tradi-
cionales marcadamente sexistas, que los validan frente a la otredad.
Pero también guardan representaciones instituyentes, emergentes 159
producto de las mismas dinámicas. Y cuando se les presenta un esce-
nario donde pueden cuestionar y visibilizar el orden establecido pue-
den los y las jóvenes ser reflexivos frente a esa realidad. Es así como
los talleres se convierten para las feministas en espacios que inciden
en la transformación del pensamiento de las personas, con la inten-
ción de trastocar también sus prácticas.

Se cuenta con los dibujos y las reflexiones escritas de las personas


jóvenes, es decir, hay evidencia de dichas representaciones, sin ser
esa la intención de origen se aplicaron dos técnicas de recabación de
datos pertenecientes a las representaciones sociales y son esas herra-
mientas las que determinan el uso de la metodología a emplear como
una aproximación exploratoria para entender las rupturas de las re-
presentaciones, pero también las continuidades.

En ese sentido, el material se analizó a la luz de la metodología


de las representaciones sociales y constituyó una aproximación de lo
que será un estudio más riguroso y con mayor información arrojada
por los informantes. Se pretende delinear aquí un bosquejo de las y
los análisis de las representaciones que poseen las personas jóvenes
acerca de la familia, y del ser hombre o mujer dentro de su localidad.

Por lo anterior, es necesario explicar brevemente en qué consiste la


metodología de las representaciones sociales, qué se va entender por
juventud, pues es la categoría biológica-socio-cultural donde quedan
colocadas las personas jóvenes, y definir las subjetividades dado que
las personas jóvenes serán entendidas desde esta unidad de análisis.

R epresentaciones sociales

La teoría de las representaciones sociales es fundamentalmente una


teoría del conocimiento ingenuo y ha sido desarrollada por la psico-
logía social. Su objetivo es descubrir cómo las personas y los grupos
construyen un mundo estable y predecible partiendo de una serie de
fenómenos diversos y estudia cómo a partir de ahí, los sujetos van
más allá de la información dada. A diferencia de la mayoría de las
teorías del conocimiento lego, la teoría de las representaciones socia-
les se ocupa de la interdependencia de los procesos de pensamiento
conscientes (reflexivos) y no conscientes (habituales y automatizados)
(Markova, 1996).

160 Las representaciones sociales son parte de un entorno social sim-


bólico en el que viven las personas. Este entorno se re-construye a
través de las actividades de los individuos, sobre todo por medio del
lenguaje. Estos dos componentes de las representaciones sociales, lo
social y lo individual, son mutuamente interdependientes. De ahí el
interés de comprender los dibujos y las reflexiones de las personas jó-
venes como la manifestación de la intersección colectiva e individual
que dan forma y sentido a su idea de familia, hombre y mujer y con la
que se desenvuelven en el mundo y les otorga certezas.

Una representación es un acto de pensamiento por medio del cual


un sujeto se relaciona con un objeto mediante una significación, es
decir, le atribuye un signo para hacerlo presente en su mente y este
símbolo es reconocido socialmente, construyéndose así una represen-
tación social. En este sentido, al decirles a las y los jóvenes: dibujen
una familia, ellos ya tienen una idea muy clara de los elementos sim-
bólicos que la conforman y que además comparten con su grupo: en
este caso San José de Iturbide.

Una vez creadas, las representaciones sociales “llevan una vida por
sí mismas” (Moscovici, 1984:13). Las personas al nacer dentro de un
entorno social simbólico lo dan por supuesto de manera semejante a
como lo hacen con su entorno natural y físico. Igual que los árboles,
las plantas, las montañas y los ríos, los lenguajes, instituciones, tradi-
ciones, familia, hombre y mujer forman un panorama del mundo en
el que viven las personas. Por lo tanto, este entorno social simbólico
existe para las personas como su realidad ontológica, como algo que
tan solo se cuestionan bajo circunstancias concretas, como por ejem-
plo cuando se encuentran en un taller cuyo objetivo es desnaturalizar
lo “naturalizado” como lo hace el enfoque de género.

Es importante destacar que la fuerza de estas realidades ontoló-


gicas reside en la falta de conciencia que tienen las personas de su
existencia. Las personas perpetúan el status ontológico de su entorno
social simbólico mediante sus actividades habituales y automáticas de
reciclaje y re-producción. Las personas jóvenes por ejemplo reprodu-
cen de forma muy automática los roles y estereotipos del ser mujer
u hombre en función de sus referentes cercanos, como lo son padre,
madre, tío, tías, abuelos, abuelas. En su construcción ideal de enamo-
ramiento creen y practican el amor romántico, aceptan los celos como
mensajes de amor y sueñan con casarse y tener descendientes como
únicos modelos legítimos de vida.

Sin embargo, las personas también son agentes. Tienen maneras


específicas de comprender, comunicar y actuar sobre sus realidades
ontológicas. Una vez que comprometen su pensamiento, las personas 161
ya no reproducen y reciclan su entorno social simbólico de manera
habitual y automática sino que lo incorporan a su esquema cognitivo.
Es decir, no sólo reproducen sus realidades ontológicas sino que se
comprometen en procesos epistemológicos y como resultado de esto
cambian sus realidades ontológicas al actuar sobre ellas. Es decir, la
persona es capaz de ejecutar cambios, que de acuerdo a Castoriadis
(2003) se estaría hablando de procesos instituyentes, pues lo históri-
co-social, afirma este autor, no crea o inventa de una sola vez y para
siempre significaciones imaginarias.

En este mismo tenor, Chanquía (1994) al hablar de subjetividades


estructuradas y emergentes o constituyentes explica que las primeras
involucran los procesos subjetivos de apropiación de la realidad dada,
y las segundas abarcan los imaginarios, las representaciones y otras
elaboraciones cognoscitivas portadoras de lo nuevo, de lo inédito, que
retan a las estructuradas. Es así como se encuentran líneas de enten-
dimiento frente a la reelaboración que hizo el público del taller, de
Paternidad responsable y nuevas masculinidades de San José Iturbide
en su discurso.

La información que recibieron las personas en el taller, más la cons-


trucción que traían de sus propias subjetividades con toque emergen-
te, detonan en algunas de ellas cambios discursivos que se reflejan en
las actividades didácticas, y tal vez este cambio prematuro no acabado
ni consolidado, se pueda dar con un poco de mayor facilidad que en
las personas adultas por su condición de ser jóvenes y ser irreverentes
frente a la autoridad y el orden establecido.

Las representaciones sociales, como estructuras de significación,


son a la vez constituidas y constituyentes de la vida social; expresan
las condiciones sociales, a la vez que las construyen. Lo que da origen
a la ambivalencia, esto es, podemos encontrar que las personas, como
fue el caso del grupo de jóvenes, poseen ideas muy tradicionales de la
familia (padre, madre, hijos en una convivencia de amor y ayuda que
se conforman como instituciones muy sólidas imposibles de derrum-
bar), con lo que dan cuenta de las formas de pensar de su localidad,
pero al mismo tiempo poseen ideas instituyentes del ser hombre y
mujer que rompen con el orden validado y dan pauta a nuevas prác-
ticas.
162
Las representaciones sociales están organizadas en torno a signi-
ficaciones centrales que producen y reproducen creencias, normas e
ideas que rigen la vida cotidiana y colectiva de una sociedad. De este
modo las representaciones poseen una dimensión cognitiva (traen a
la mente conceptos e interpretaciones), una normativa (atribuyen un
orden a lo social) y una simbólico-semiótica (significan lo que aconte-
ce). (Bonilla y García, 1998:20). En este sentido, las personas jóvenes
a estudiar poseen información biológica, socio-cultural e histórica de
la constitución de los cuerpos de las hombres y las mujeres, de sus
roles y estereotipos; en función a esos cuerpos biológicos y con base
en ese sistema de información estructuran su vida pública y privada
dentro de una normatividad donde, entre muchas otras cosas, existe
la institucionalización del matrimonio que les obliga a formar una
familia, y esta institución está ceñida a un marco legal, pero también a
un marco social religioso que sancionan y permiten determinadas co-
sas; y la expresión de esas prácticas, ideas, informaciones, tradiciones,
entre otras, dan cuenta de lo que acontece en esa sociedad.

Una representación es una reconstrucción mental de lo real:


fabrica lo que llega del exterior, lo reproduce encadenando su
estructura, remodela sus elementos, reconstruye lo dado según
valores, nociones y reglas preexistentes. (Rodó; 1987:110).

La representación está concebida en general como una elaboración


psicológica compleja donde se integran, en una imagen significante,
la experiencia de cada uno, los valores y las informaciones que circu-
lan en la sociedad (Bonardi y Roussiau, 1999). Es así como al analizar
los dibujos y discursos de este grupo de jóvenes de San José Iturbide
se tendrá conocimiento de sus propias concepciones, pero también
sintetizarán en esos discursos escritos y visuales los valores, las infor-
maciones, las imágenes de su familia y de su localidad. En este enten-
dido, la representación es una forma de expresión social y cultural.

Esta metodología concibe a la realidad social como algo que se


construye socialmente, en donde el individuo no tiene acceso a la
realidad directamente, sino por una mediación consensuada. Para
Moscovici (1984) el universo consensuado quiere decir que la socie-
dad forma sus opiniones mediante el consenso de sus miembros. La
conversación, la negociación, las imágenes implícitas compartidas, las
convenciones, tradiciones y ambigüedades crean el sentido de comu-
nalidad y mantienen el funcionamiento de la vida social (Markova,
1996:168).
163
Es así como la celebración de los 15 años, las bodas, las despedidas
de soltero, de soltera, los babyshower, entre otros ritos que refuerzan
la “idea natural” de los roles y estereotipos del ser hombre y mujer y
formar una familia, guardan una generalidad de la celebración, legi-
timando lo consensuado que no está escrito pero es una costumbre
establecida porque corresponde a las creencias de la comunidad y con
ello se reconocen como “parte de”. Y es a través de estos ritos consen-
suados que las personas van construyendo su idea de ser hombre y
mujer.

La representación social es un todo coherente y estilizado, que sirve


a la integración social de los grupos e individuos. Junto a ellos existen
otros mecanismos de conocimiento con los que suelen confundirse,
pero que no son lo mismo (como el mito, la opinión, las actitudes y las
imágenes). Los contenidos de las representaciones sociales son infor-
maciones, imágenes, opiniones, actitude y siempre se relacionan con
un objeto, ya sea un acontecimiento, un personaje, una situación, et-
cétera. Toda representación social es representación de algo o alguien.

Moscovici distingue tres dimensiones en una representación: la in-


formación, el campo de representación o la imagen y la actitud. La
información es la organización de los conocimientos que tiene un in-
dividuo o un grupo sobre un objeto o situación social determinada.
El campo de representación define el dominio de una representación
social. Es el conjunto de actitudes, opiniones, imágenes, etcétera, pre-
sentes en una misma representación social. La actitud es la orienta-
ción en la conducta del individuo, su función es regular y dinamizar
su acción. Permite detectar la tendencia y la orientación general valo-
rativa que adopta la representación, es una toma de posición. La ac-
titud antecede a las otras dimensiones porque prevalece sobre infor-
maciones reducidas y al mismo tiempo es el contenido que orientan
los comportamientos.

De acuerdo a estas tres dimensiones, los materiales con los cuales


se cuentan para la investigación (dibujos y reflexiones escritas) ayu-
dan a identificar el campo de representación y la actitud. Es necesario
diseñar un tercer instrumento como una entrevista o cuestionario
abierto que permita recabar la información de las personas jóvenes
sobre el género, la familia ¿Qué es ser hombre, mujer? ¿Qué les han
dicho que hacen estos cuerpos en su sociedad? ¿Qué les han dicho
acerca de lo que pueden aspirar?, ¿Quién debe cuidar a los hijos, hi-
jas?, ¿A qué tienen derecho los hombres y las mujeres?, entre otros
cuestionamientos.

164 La teoría de las representaciones sociales tiene varios enfoques de


estudio: a) se interesa en investigar la actividad puramente cognitiva
a través de la cual el sujeto construye su representación; b) se interesa
en indagar el sentido que da el sujeto a su experiencia en el mundo
social y que expresa a través de su representación; c) se interesa por
las representaciones que se hacen por medio de discursos, este enfo-
que tiene como propósito desprender las características de la práctica
discursiva de sujetos situados en la sociedad. Sus propiedades sociales
provienen de la situación de comunicación, de la pertenencia social
de los sujetos que hablan y de la finalidad del discurso; d) se interesa
por la práctica social del sujeto; e) se interesa por el juego de las re-
laciones intergrupales que determinan la dinámica de las representa-
ciones sociales; y f) esta perspectiva basa la actividad representativa
en la producción de los esquemas de pensamiento socialmente esta-
blecidos, de visiones estructuradas por ideologías dominantes o en el
redoblamiento analógico de relaciones sociales. (Jodelet, 1988:479-
480).

Para fines de la investigación se indagó en el sentido que las perso-


nas jóvenes dan a su experiencia y subjetividad de ser hombre o mujer
en su contexto, a través de sus representaciones gráficas y discursivas;
así como las representaciones que hacen de la familia por medio de
sus dibujos.

Las modificaciones cognitivas de los sujetos generan una transfor-


mación de la representación. Dicho cambio va a ser diferente según la
naturaleza de las prácticas nuevas y su relación con la representación.
Al respecto existen tres tipos de transformaciones y a las cuales se va
atender para realizar el análisis:

1. Transformación progresiva de la representación. Ésta ocurre


cuando las prácticas nuevas no son totalmente contradictorias
con el núcleo central de la representación. En este caso la modi-
ficación se efectúa sin ruptura; es decir, sin estallido del núcleo
central2 . Así, los esquemas activados por las prácticas nuevas
van a integrarse de modo progresivo a los del núcleo central y se
fusionan con ellos para constituir un nuevo núcleo central, y con
ello una nueva representación.

2. Transformación resistente de la representación. Las prácticas


nuevas son contradictorias pero, permiten todavía la puesta en
marcha de los mecanismos de defensa de la representación: in-
terpretación y justificación ad hoc de nuevos apremios, racio-
nalizaciones, referencias e informaciones o normas externas a
165
la representación amenazada. Una de las características de este
tipo de transformaciones es la aparición de los “esquemas extra-
ños”. En estas situaciones, los diferentes procesos de defensa de
la representación puestos en marcha no pueden resistir a la per-
manencia de conductas contradictorias. La multiplicación de los
esquemas extraños lleva entonces a término la transformación
del núcleo central, luego de la representación en su conjunto.

3. Transformación brutal. Las nuevas prácticas ponen en entre di-


cho de manera directa la significación central de la representa-
ción, dejando sin recurso posible a los mecanismos de defensa.
De esta manera, las nuevas prácticas, su permanencia y su carác-
ter irreversible acarrean una transformación directa y completa

2
El núcleo es el elemento o el conjunto de algunos elementos que organi-
za a las representaciones dándoles coherencia y significación global. Es el
generador del significado y está determinado por la naturaleza del objeto
representado y por la relación que el sujeto socialmente mantiene con ese
objeto, además por los sistemas de valores y normas sociales que constituyen
al entorno ideológico y cultural del momento del grupo (Silva, 2003:75).
del núcleo central y entonces de toda la representación. (Abric,
1994:342)

Es del interés de esta investigación identificar el grado de coherencia o


tensión que se está dando entre el núcleo central de las presentaciones
sobre la idea de ser hombre, mujer y de la familia entre las personas
jóvenes y las prácticas que al respecto tienen, con la finalidad de co-
nocer el grado de transformación.

El estudio de las representaciones sociales requiere de métodos que


ayuden a capturar los elementos constitutivos de la representación, y
a conocer la organización de estos elementos, con el fin de localizar el
núcleo central. Sin embargo, cabe señalar que los datos a estudiar son
referencias simbólicas y para ello las ciencias humanas disponen de
todo un arsenal de herramientas para tratar este tipo de datos.

Las formas de recolección de la información están claramente de-


limitadas en dos grupos de métodos: los interrogativos y los asocia-
tivos. Los primeros consisten en recoger una expresión de los indivi-
duos que remite al objeto de representación estudiado. Esta expresión
puede ser verbal o figurativa. Los segundos, reposan también en una
expresión verbal que la investigadora se esfuerza por volverla más es-
pontánea, menos controlada y en consecuencia más auténtica.
166

Dentro de los métodos interrogativos se encuentran: la entrevista,


el cuestionario, los dibujos inductivos; dibujos y sustentos gráficos, el
enfoque monográfico, el análisis documental, y en los asociativos: la
asociación libre.

Los dibujos acerca de la idea de familia y las reflexiones sobre el ser


hombre y mujer con los que se cuentan, corresponden a los métodos
interrogativos. Los dibujos son del orden de lo inductivo, pues se les
pidió a las personas jóvenes evocar en el papel un tema representa-
cional (la familia) y a partir de ahí se les hicieron cuestionamientos.

Las breves reflexiones partieron de una interrogante: ¿qué significa


ser hombre o mujer en San José de Iturbide? Por lo que se ubican tam-
bién en los métodos interrogativos una pregunta abierta que da paso
a la expresión de las personas jóvenes de su campo de representación
y su toma de posición en el mundo.
Juventud

Las unidades de análisis serán las personas jóvenes, por lo que es ne-
cesario establecer qué es lo que se entenderá por juventud y su ca-
racterización: Desde un enfoque biológico y psicológico, la juventud
abarca un período que va desde el logro de la madurez fisiológica al
logro de la madurez social. Pero no todas las personas de la misma
edad hacen este recorrido de la misma forma ni logran sus metas al
mismo tiempo. El concepto de juventud va estar más bien constreñi-
do al contexto en el que las personas crecen y maduran. Por tanto se
debe entender que la juventud se vive de distintas maneras (CELADE,
2000).

Hablar de juventud no es tener en mente un significado unívoco


sino multívoco que obliga a mirar a las personas jóvenes dentro de sus
sociedades ya sean autoritarias, democráticas, urbano, rurales; tradi-
cionales, modernas; agrarias, industriales; religiosas, laicas; desde sus
condiciones económicas y de género.

Entender la entidad conceptual de juventud, en toda su compleji-


dad, nos remite obligatoriamente (Pérez y Urteaga: 2005) a ubicar las
condiciones sociales y culturales de los sectores juveniles para romper
con los relatos lineales y unívocos. Asimismo es fundamental enten-
167
der que este concepto, como muchos, posee distintos significados en
el tiempo.

La juventud es un constructo social que nace con el surgimien-


to del capitalismo. Desde un entendido biológico y asociado con la
pubertad, siempre ha existido, pero como categoría social es muy re-
ciente en la historia de la humanidad, y aparece como una manera de
organizar la vida entre la niñez y la adultez, así como una nueva fuer-
za de trabajo. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL)
define a la juventud como “el período del ciclo de la vida en que las
personas transitan de la niñez a la condición adulta, durante la cual
se producen importantes cambios biológicos, psicológicos, sociales y
culturales” (CEPAL, 2004).

Pero la juventud es mucho más que eso, implica identidades y sub-


jetividades que se conforman a partir de la intersección de lo indivi-
dual y lo colectivo, de roles, estereotipos, gustos, ambiciones, proyec-
tos, apatías, desinterés, violencias, frustraciones, temores, estilos de
vida, maneras de concebir al mundo, interactuar en él, de expresarse
a través de distintos medios.

Pérez y Urteaga (2005:19), siguiendo a Deleuze y Guattari plantean


un modelo de entendimiento de la juventud: considerar los episodios
o procesos de trayectorias de vida, con la finalidad de dar cuenta de
las fracturas y las superposiciones que sufren las trayectorias juveni-
les, “como por ejemplo cuando el proceso escolar se rompe o se enci-
ma con el desarrollo de alguna actividad en algún mercado de trabajo;
o, en la consideración de parejas en las personas jóvenes, donde se
pueden observar episodios discontinuos y en ocasiones muy breves”
(Pérez y Urteaga, 2005:19). Atender la segmentaridad circular, que
son los círculos que se van ampleando en la vida de las personas jó-
venes, y que están vinculados con el entorno personal: familiar, ami-
gos, escuela, etcétera; los entornos regionales: pueblo, ciudad, país,
etcétera; y los globales: medios masivos de difusión, comunicación
electrónica, nuevas tecnologías, redes sociales, etcétera. Esto es im-
portante considerar porque en cada uno de estos entornos las y los
jóvenes segmentarizan distintos tipos de relaciones y desarrollan
identidades en ocasiones complementarias y en otras contradictorias.
Esto es de suma importancia para no establecer de forma definitiva
que las representaciones que plasmaron las personas jóvenes acerca
de la familia y del ser hombre o mujer en el taller son consistentes
168 en sus diferentes espacios. Y finalmente pensar en la segmentación
binaria: los jóvenes distintos a los adultos. Dicha oposición se da tanto
en lo estructural como en lo simbólico. Con respecto a lo primero,
las personas jóvenes tienen un nivel de instrucción mejor, pero las
oportunidades de trabajo son mejores para los adultos. En cuanto a lo
segundo, jóvenes y adultos hacen un uso diferenciado del cuerpo, de
espacios de agregación, de relaciones personales, etcétera.

No se puede hablar de la juventud, sino de las juventudes con sub-


jetividades específicas que las delinean en el espacio y en el tiempo.
No obstante, atraviesa en la juventud un rasgo muy propio y com-
partido: al estar en un proceso de formación de tipo biológico, emo-
cional, económico y de más entramados simbólicos que les asigne su
colectividad, establecen prácticas de irreverencia contra el orden esta-
blecido, que van desde el uso del cuerpo hasta estilos de vida; las más
de las veces se presentan como cuerpos instituyentes de su realidad,
y es en ellos donde existe la posibilidad el quiebre y la ruptura con lo
instituido.

En este sentido, resulta interesante explorar las modificaciones que


están sufriendo los núcleos que conforman las representaciones de las
personas jóvenes en torno a las condiciones de género y la idea de la
familia. Sin soslayar los tres ejes que atraviesan la constitución de la
juventud y que son elementos fundamentales para el diseño metodo-
lógico.

La categoría subjetividad

Considerando lo anterior, se entenderá en este proyecto de investi-


gación a cada una de las personas jóvenes desde la dimensión de las
subjetividades y no de las identidades, pensando en la primera como
una categoría más política y emancipadora. La subjetividad se defini-
rá desde el planteamiento que hace Boaventura de Souza (1994:123)
“es un espacio de las diferencias individuales, de la autonomía y la
libertad que se levantan contra formas opresivas que van más allá de
la producción y tocan, lo personal, lo social y lo cultural”.

Hablar de subjetividad es remitirse a instancias y procesos de pro-


ducción de sentido, por medio de los cuales los individuos y las colec-
tividades sociales construyen su realidad y actúan sobre ella. Involu-
cra un conjunto de imaginarios, representaciones, valores, creencias,
lenguajes y formas de aprehender el mundo, conscientes e inconscien-
tes, cognitivas, emocionales, volitivas y eróticas, a partir de las cuales
las personas elaboran su experiencia existencial y su sentido de vida. 169
Lo que se pretende es deconstruir estas formas que les permiten a las
y los jóvenes de San José Iturbide conducirse como hombres y muje-
res en su sociedad con las cuales establecen certezas de género en su
mundo. La subjetividad en cuanto a su funcionalidad, empata con
los elementos de las representaciones sociales, pues considera que sus
funciones son las siguientes:

1. Cognoscitiva, posee un esquema interpretativo y valorativo, que


posibilita la construcción de realidades, realizar lecturas del
mundo y dimensionar lo real. Así, las creencias de roles y este-
reotipos de género que haya en San José Iturbide modelarán en
los y las jóvenes sus formas de vida, valores y emociones. Ese
entramado incluso establecerá sus proyectos de vida y los deli-
mitará.

2. Práctica, pues desde ella los individuos y su grupo orientan sus


acciones y elaboran su experiencia. La subjetividad no es sólo
información sino un actuar y proceder en la vida, las personas
no sólo se quedan con la información de que las mujeres deben
ser recatadas, sino que educan para que sus hijas sean recatadas
a través de la vestimenta, de la manera como deben expresar,
como deben permitir que un chico las corteje, entre otras prác-
ticas.

3. Vinculante, dado que forma, a la vez que orienta y sostiene lazos


sociales. Las personas jóvenes reciben de los adultos y sus ins-
tituciones discursos, creencias, valores, lenguajes, etcétera, que
alimentan un sistema heteronormativo patriarcal, pero que a su
vez ellas lo reproducen en prácticas, discursos, imaginarios y re-
presentaciones, manteniendo así ese orden.

4. Identitaria, aporta los elementos desde los cuales los individuos y


los grupos definen su identidad personal y sus sentidos de perte-
nencias sociales. Se estudiará a las y los jóvenes de San José Itur-
bide y representaciones sobre el ser hombre y mujer y de la fami-
lia estarán inmersas en el esquema patriarcal-heteronormativo,
no obstante poseerán rasgos distintivos de la sociedad guanajua-
tense, pero especialmente de su municipio y de su condición de
personas cercanas al Partido Revolucionario Institucional, que
seguramente serán distintos a las personas jóvenes cercanas al
Partido Acción Nacional.

La subjetividad es un entramado de símbolos desde el cual las per-


sonas dan significado a su experiencia y pueden relacionarse con la
170
otredad, y pueden ser constituidas y constituyentes, una subjetividad
permite la expresión de otras subjetividades. Es así como es posible
que la estructura simbólica de las personas jóvenes se abra a otras
formas de interpretación del mundo y en su discurso den alojamien-
to a otros modos imaginantes, instituyentes que vayan alterando sus
prácticas tradicionales.

Descripción del estudio: consideraciones metodológicas

Establecidos y definidos los conceptos y la metodología que articu-


lará la investigación que aquí se planeta como anteproyecto, se hace
necesario dos cosas: 1.Describir el contexto de interacción en cual se
desarrolló la dinámica del taller y sus implicaciones en el análisis me-
todológico y 2. Describir el método de análisis.

1. Contexto de interacción en el taller

Es indispensable por razones metodológicas dar cuenta del contexto


de interacción entre las personas jóvenes y los talleristas. El taller tuvo
una duración de cuatro horas, se impartió en un patio grande que se
acondicionó con mesas y sillas, ordenadas dentro de la lógica de un
salón de clases, el público sentado detrás de mesas, todas y todos vien-
do al frente sin capacidad de interactuar cara a cara entre ellos(as) y la
mesa de nosotros, los talleristas, estuvo colocada al frente, de tal for-
ma que la mesa representaba una barrera entre el público y nosotros,
lo que daba una idea de autoridad. Al fondo del patio en una mesa
aparte y recluida se encontraban sentadas las madres de algunos de
los y las jóvenes, lo que generaba un ambiente de vigilancia.

Al taller asistimos yo, Ericka y Emanuel Rodríguez, después de va-


rias experiencias en este tipo de trabajos, era la primera vez que yo
compartía un taller de Paternidad responsable y nuevas masculinida-
des con un hombre, quien posee una perfomatividad muy masculina,
pareciera ser cosa simple, pero no lo es, el hecho de que uno de los
talleristas fuera hombre y el uso de su cuerpo y vestimenta correspon-
diera a los estereotipos de género, originó dinámicas distintas a las
que se dan cuando sólo asistimos mujeres.

De la descripción anterior resulta fundamental rescatar tres ele-


mentos a cuidar en el análisis de las representaciones sociales: 1. El
acondicionamiento físico del lugar, recreado como aula, nos posicio-
nó a los talleristas como en un símil de profesores, es decir, de autori-
dad, a la que frecuentemente se le tiene que dar la respuesta correcta
para legitimarse frente a ella, lo que implica contestar en función de 171
su forma de pensar, es decir, hacer “lo políticamente correcto”. 2. La
presencia de personas adultas como las madres pudieron impedir en
muchas ocasiones que las y los jóvenes fueran sinceros(as) en sus co-
mentarios o bien, se limitaran en sus opiniones, e incluso se inhibie-
ran en su participación. Lo que resulta otro elemento a considerar.
3. La presencia de un hombre tallerista, con las características antes
mencionadas alteró la idea tradicional de que el tema de género lo tra-
bajan solo mujeres, y con ello numerosas creencias basadas en roles
y estereotipos de género. Era un hombre quienes les hablaba de que
los hombres como las mujeres no necesitan ser cuidadas ni atendidas
por nadie; que un hombre tiene la opción de no casarse y no por ello
deja de ser hombre, que un hombre puede reconocer la belleza de otro
hombre sin que por ello sienta atracción por los hombres, entre otras
creencias que impone el sistema patriarcal. Emanuel Domínguez se
presentó frente al auditorio con un discurso desmitificador del “ser
hombre”, con una actitud provocadora a las representaciones sociales
de lo masculino. Este tercer elemento muy probablemente detonó una
cierta apertura en los jóvenes varones frente a los temas tratados en el
taller, pero seguramente en otros causó un shock.

Otra consideración más es la representación que los propios talle-


ristas tenemos y exponemos durante nuestros discurso sobre lo que
es género, machismo, diversidad sexual, masculinidad hegemónica,
heteronormatividad y demás entidades conceptuales, y que debemos
traducir al público joven para que sean entendidos por ellos. La ma-
nera cómo nosotros los tradujimos, los ejemplos que empleamos y
la presencia de un tallerista hombre, determinó en gran medida el
entendimiento y la representación que hicieron las personas partici-
pantes sobre estos temas.

De las dos actividades seleccionadas para analizar las represen-


taciones sociales de las personas jóvenes; la primera, el dibujo de la
familia, estuvo libre de las representaciones transmitidas por los ta-
lleristas, y en cierta medida de la vigilancia de las madres que se en-
contraban presentes, fue la dinámica detonante que abrió el taller, de
entrada no sabían que la tenían que presentar, sólo se les dio instruc-
ciones de lo que tenían que dibujar, pero tal vez lo pudieron intuir. En
tanto que, la segunda actividad seleccionada para el análisis y con la
cual se cerró el taller, se elaboró bajo un contexto donde los talleristas
establecimos representaciones de los temas desarrollados, dentro de
172 una estructura similar al del salón de clases donde los que están al
frente poseen la autoridad y las personas adultas de atrás vigilan. De
ahí la importancia de regresar con las personas jóvenes y aplicarles la
técnica de la entrevista, en un espacio distinto donde ellas, con mayor
libertad y sin las restricciones antes señaladas, puedan elaborar su dis-
curso de forma más holgada. Esto permitirá resolver de mejor manera
los constreñimientos señalados que afectan el análisis metodológico.

2. Descripción del Estudio

a) La propuesta consiste en analizar a detalle los elementos gráficos


que introdujeron las personas participantes en el taller de Paterni-
dad responsable y nuevas masculinidades en sus dibujos sobre la idea
de familia, para identificar los elementos tradicionales o innovadores
que conforman sus imágenes acerca de ésta. b) Analizar las reflexio-
nes que escribieron acerca de ser hombre o mujer. Identificar roles,
estereotipos de género o bien las rupturas que se hace de esas estruc-
turas. c) Cruzar las dos técnicas contrastando la idea que plasmaron
de familia en sus dibujos, en el inicio del taller, con la última actividad
que fue la de reflexionar sobre el ser hombre o mujer en San José Itur-
bide. Es vital hacer este cruce porque la familia es el “aula primordial”
donde se aprende lo que significa ser masculino o femenino (Baeza,
2005:39), así los dibujos darán cuenta de los roles y estereotipos bajo
los cuales están conformadas sus familias, en tanto que sus reflexiones
revelan más la parte individual de las personas. Sin lugar a dudas hay
una determinación colectiva en sus reflexiones, pero sobre todo en
ellas pueden expresar sus formas más particulares que se conforman
a partir de aprendizajes y de sus posibles actitudes retadoras del orden
por su naturaleza de ser jóvenes. En este tenor, el cruce de las repre-
sentaciones en ambos conceptos arrojará el grado de concordancia,
contradicción, tensión y en consecuencia de estancamiento o trans-
formación de las subjetividades de las personas jóvenes sobre estos
temas. d) Como se dijo con antelación, es necesario regresar con las
personas y aplicarles una entrevista para obtener los conocimientos
que poseen en los temas de estudio y tener completas las tres dimen-
siones que conforman las representaciones sociales.

Cabe señalar que el análisis que se hará desde la metodología de


las representaciones sociales, descansará en la perspectiva de género.
De este modo dicha metodología y enfoque de género serán las len-
tes desde las cuales se observarán las consistencias y rupturas del ser
hombre, mujer y la idea de familia en las personas jóvenes de San José
Iturbide Guanajuato.

173
Ejemplos de aproximación al análisis

Caso 1. Mujer de 17 años

Descripción del dibujo: Un círculo compuesto en su perímetro de


numerosas manos, del cual salen dos piernas y en su interior los ojos
están conformados por dos corazones, una nariz y una boca sonriente
que en vez de dientes hay una hamburguesa, un símbolo de dinero y
un ave.

Interpretación: El círculo es para esta persona la familia, y da la


idea de unión. El hecho de que del círculo salgan dos piernas quiere
decir que para ella es un ser viviente, en este caso una persona. Las
numerosas manos proporcionan la idea de ayuda, pero una ayuda
grande, constante. Los corazones simbolizan el amor y los elementos
de la boca el sustento alimenticio, económico, viajes y diversión.

Análisis: Hay en esta joven de 17 años una idea de la familia amo-


rosa, solidaria, proveedora, un ente orgánico que abastece de todo lo
necesario que requieren sus integrantes para vivir bien. Donde no
cabe la desintegración, los abusos, la violencia, la infelicidad, etcétera.
Sin embargo no específica quiénes la integran sino únicamente los
valores y funciones que la constituyen.

174

Texto del dibujo 1.

Mi rol social como mujer en San Jose I. es ser aseada, “compor-


tarme bienm” (No decir groserías, no tomar) Es apegarme a una
religión, a comportarme no como quiero si no a hacer cosas bue-
nas que parescan buenas ante la gente, es soportar a un hombre
a mi lado por el tiempo que llevamos juntos y darme a respetar
todo esto más aparte sumar la presión de ser exitosa.

Una chica de 17 años

Reflexión: ¿Qué es ser mujer en San José Iturbide? La mujer debe


responder a una exigencia de recato, las comillas dan cuenta de que se
debe responder a lo que los demás digan qué está bien. Es estructurar
la conducta de acuerdo a los parámetros que establece la religión, no
ser libre, sino responder a las exigencias de los y las otras. Habla de
soportar a un hombre, lo que da cuenta que la vida en pareja se sufre
y se padece sin poder deshacer el vínculo matrimonial y encima ser
exitosa. Sin embargo, nunca define qué es ser exitosa en su sociedad.

En síntesis, la joven cuestiona los modelos de mujer recatada, re-


ligiosa, con pretensiones de agradar a los demás y saber aguantar al
hombre que le tocó, con esto último cuestiona la idea del “lazo matri-
monial eterno”.

Análisis de cruce de técnicas: El cuestionamiento que hace la jo-


ven de 17 años a “soportar a un hombre por el tiempo que llevamos
juntos”, se contrapone con su representación de amor que impera en
la familia. Da cuenta en su reflexión que las mujeres sufren porque
no pueden ser ellas, sino que su actuar y pensar están en función de
los demás, pero en su dibujo eso no se refleja, en éste hay una idea
romántica e idealizada de esa institución que bien puede ser una re-
presentación de lo que anhela o más bien reproducen los discursos
patriarcales hegemónicos que se difunden constantemente por los
medios de comunicación, la iglesia, los políticos y las propias familias,
sin dejar de ser consciente del sometimiento de las mujeres y la escasa
libertad que viven pero valida si esto sirve para construir una familia
amorosa y solidaria. 175

Dada esta falta de claridad se vuelve imprescindible aplicar una


entrevista para tener mayores elementos y resolver esta aparente con-
tradicción o ruptura entre su idea de ser y mujer y lo que es la familia.
No obstante, con estas dos técnicas se observa una ruptura suave del
núcleo central de sus representaciones, no es un quiebre brusco, pero
se deja ver una transformación que se empieza apartar de lo románti-
co. La joven se atreve a cuestionar el sometimiento de las mujeres y la
escasa libertad que poseen, deja de normalizar los roles y estereotipos
de género que existen en su localidad como dispositivos de control, se
observar rasgos en ella de subjetividades instituyentes.
Caso 2. Mujer 17 años

Descripción del dibujo: La estructura de una casa que contiene den-


tro un círculo, en la parte interior están cinco personas que repre-
sentan papá, mamá y tres hijos, alrededor hay corazones, símbolo de
dinero, caritas felices, caritas tristes, manos, y las siguientes palabras:
apoyo, unión, prima, tíos.

Interpretación: La estructura de la casa da la intención de resguar-


do, protección, confort. El círculo nuevamente presente simboliza la
idea de unión. Es una familia heterosexual, tradicional y nuclear, ya
que está compuesta de padre, madre e hijos, todos tomados de las ma-
nos. Los corazones representan amor, las manos ayuda, el símbolo del
dinero el sustento económico, las caras de alegrías y tristezas, revelan
emociones y explícitamente se menciona: apoyo, unión prima y tíos.

Análisis: La centralidad de la familia está en la composición nu-


clear, son importantes los primos y tíos, pero están afuera, importan
en un segundo plano. El dibujo da por hecho la solvencia económica
de las familias para tener una casa, una zona de resguardo. Los princi-
pios que le dan cohesión son la unión, el amor, el apoyo. Todos están
colocados en un mismo plano, lo que indica igualdad. Recurre a la
simbología clásica que difunden los medios de comunicación sobre
176
la familia.

Reflexión: ¿Qué es ser mujer en San José Iturbide? Nuevamente


se hace alusión a una imagen de mujer recatada, que se le exige un
cuidado de su cuerpo y apariencia. Sometida al escrutinio social. Da
cuenta de una mujer que no es libre ni de su conducta ni del uso de
su cuerpo.

Análisis de cruce de técnicas: La idea de la familia amorosa, armó-


nica, igualitaria de esta joven de 17 años se diluye frente a su repre-
sentación de ser mujer, ella manifiesta su desacuerdo con esa imagen
de la mujer que debe responder a las exigencias de los demás y no
constituirse como un ser libre. Si ella se siente oprimida en su con-
dición de mujer, es porque también lo vive dentro de su familia; no
obstante, es incapaz de cuestionar la representación tradicional de
esta institución.

En este caso se ve nuevamente el peso que cobra las representacio-


nes instituidas acerca de la familia como algo sagrado que no se puede
cuestionar. La familia es una verdad inapelable. En este entendido,
se permiten más cuestionar los roles y estereotipos de género que la
sacralidad de la familia. Sin embargo, sus representaciones sociales de
género se ven trastocadas, perdiendo congruencia.

177

Texto del dibujo 2.

Que es ser mujer

Pues ser mujer en la sociedad es ser delicada, amable, hay cum-


plir expectativas de todos como ser arreglada (verte bien) cuidar
de tu persona, como vestirte bien maquillarte tener buena con-
ducta (Mas que nada es cumplir las expectativas de los demás.)
Sobre como nos tenemos que ver.
Caso 3. Hombre, no dijo su edad

Descripción del dibujo: Un árbol con raíces, bien planteado en la tie-


rra, de tronco robusto y gran follaje donde se deja ver una manzana.
A las raíces les asigna el nombre de abuelos y bisabuelos, al troco: pa-
dres, tíos, padrinos. Al follaje le colca las palabras: hermanos, primos
y amigos muy cercanos. Y a la manzana le pone el pronombre “yo”.

Interpretación: La familia es un ente orgánico, sus frutos no se


pueden explicar sin mirar a sus descendientes, hay una historial an-
cestral que pesa y determina a las nuevas generaciones. La familia
como los árboles, perdura en el tiempo, son fuertes y generosos pues
arrojan frutos que aportan y benefician a la sociedad.

Análisis: Hay un continuo generacional imposible de romper que


se nutre también de figuras simbólicas vinculadas con lo religioso,
como lo son los padrinos; aparecen las amistades cercanas que al paso
del tiempo y por la intensidad de la convivencia se vuelven familia. Y
en esa majestuosidad del árbol se ubica el joven como una manzana,
un pequeño fruto que aporta al embellecimiento del árbol pero que es
producto de la familia. Se define de manera simbólica sin atribuirse
un sexo.
178
El dibujo no representa personas sexuadas, ni refleja valores o
emociones, sólo se remite e exaltar su fortaleza y permanencia en el
tiempo.

Reflexión: ¿Qué es ser hombre en San José Iturbide? Identifica


el ser hombre con una condición biológica, pero en cuanto al uso de
su cuerpo, orientación sexual, vestimenta y pensamiento, libera su
representación del ser hombre de los roles y estereotipos de género,
y opina lo mismo acerca de las mujeres. Considera a los hombres y
mujeres en igualdad de condiciones.

Análisis de cruce de técnicas: Este joven no emplea una simbo-


logía de valores, sentimientos, emociones. No aparecen personas en
convivencia sino sólo los nombres parentales, los cuales pueden vivir
juntos o separados. Es decir, únicamente hace un reconocimiento de
la familia de forma genealógica y se identifica con una manzana, sin
carga sexual, libre de roles y estereotipos. Esta representación de la fa-
milia empata con su imagen del ser hombre en esquemas más abiertos
y libres de las creencias sociales de género.

Las representaciones sociales de este joven sobre las creencias so-


ciales de género están en transición desde antes del taller, posible-
mente esta transición del núcleo central de sus representaciones de
género se encontró cobijada con la información que se trató en el ta-
ller, particularmente con los tópicos de las nuevas masculinidades, lo
que propició su apertura a expresar que un hombre que nace con de-
terminadas características físicas y bioquímicas no deja de serlo por
vestirse diferente, tener preferencias sexuales distintas a la imposición
heteronormativa, etcétera. Hay una disposición de referirse incluso a
temas sexuales con libertad. Pero la idea de la familia como una insti-
tución sólida permanece en él.

179

Texto del dibujo 3.

Yo pienso que en la actualidad el ser hombre es únicamente el


pertenecer a un sexo, ya sea hombre o mujer, sin importar sus
preferencias sexuales, gustos, manera de ser, de vestir, de pensar;
el ser hombre es solo ser un ser más, es igual que ser una mu-
jer, con las mismas libertades, los mismos derechos pero también
obligaciones.

Caso 4. Hombre 21 años

Descripción del dibujo: Una montaña enorme que sobresale del resto
de los cerros, y se coloca por encima de las nubes.

Interpretación: La familia está asociada con la fuerza, lo invenci-


ble, lo majestuoso, lo cercano al cielo, lo sagrado.

180

Texto del dibujo 4. Ser hombre, 21 años.

El ser hombre implica una responsabilidad para aportar y


complementar distintas actividades.

Análisis: La familia es un ente orgánico que establece una analogía


con uno de los elementos más fuertes y perenes de la naturaleza: las
montañas. Hay una idea de que la familia ha existido siempre y por
siempre, imposible de destruir, que se instituye como lo eterno.

Reflexión: ¿Qué es ser hombre en San José Iturbide? El hombre es


proveedor y se complementa con la mujer en las actividades. No tras-
ciende el sistema de roles de género, observa la existencia hombre-
mujer como una complementariedad de roles, por el que las tareas
instrumentales como las de ganar dinero a través del trabajo, corres-
ponden al hombre y las tareas emocionales como fomentar, crear y
mantener las relaciones y criar hijos, corresponden a la mujer.

Análisis de cruce de técnicas: Sus representaciones de familia y del


ser hombre son muy congruentes, no presenta ninguna modificación
en el núcleo central de ellas, por el contrario guardan una unifor-
midad puntual con el orden tradicional de la familia, el hombre y la
mujer.

Caso 5. Hombre

Descripción del dibujo: Es un dibujo que ocupa toda la hoja tamaño


carta, en la parte superior plasma las nubes y el sol; un rosario suspen-
dido en el aire, una cruz en el techo de la casa, un corazón que dice:
“Mi mundo completo”, el cual está interceptado por otro corazón que 181
presenta rayas. Una casa con ventana y puertas, cuatro personas fuera
de la casa, parecen ser una mujer y tres hombres, arriba de ellas está la
palabra “gemelo”. En la parte inferior un jardín donde escribe las pala-
bras: Amor, respeto, tolerancia, comprensión, y nuevamente aparece
la palabra gemelo; una mariposa y una persona.

Interpretación: El rosario simboliza la presencia de la religión


como una institución fuerte dentro de la familia y articuladora de la
misma, también hace alusión a la fe. La casa representa la zona física
de resguardo, la protección, el espacio de la familia, del vivir juntos;
no identifica quienes son las personas ni se puede identificar el sexo
de las mismas. Pareciera ser que tuvo un gemelo pero ya no está por
eso la intercepción de dos corazones con rayas. La familia representa
para él su completitud. Hace referencia a valores que van más allá de
los tradicionales: Respeto, tolerancia, comprensión. El sol y las nubes
remiten a una atmósfera de felicidad.

Análisis: La religión, un principio básico y constitutivo de la fa-


milia, aparece como una autoridad espiritual a la que el joven de 23
años no se revela, sino por el contrario la incluye y la tiene muy intro-
yectada en su escala de valores. La familia representa todo en la vida
y constituye su felicidad, pero acota que en ese ambiente familiar es
importante el respeto, la tolerancia y la comprensión; es decir, reco-
noce la diversidad dentro de los miembros de la familia y refiere a la
construcción de un ambiente horizontal con estos conceptos.

182

Texto del dibujo 5. Edad 23

Ser un hombre responsable cuidadoso con valores ya cuando ten-


ga mis hijos cuidarlos cambiarles los pañales hacerlo sentir que es
mi hijo Amarlo cuidarlo jugar con el enseñarle los valores nece-
sarios para que tenga una vida plena y diferente a la de nosotros
y ancestros.

También sere un hombre trabajador y Responsable que Aporte


los gastos Al hogar también Ayudaria con las labores de la casa.

Reflexión: Asume como su estructura vertebral los valores, empie-


za su definición diciendo: “ser un hombre responsable cuidadoso con
valores”; acepta en un futuro el ejercicio de la paternidad, el involu-
crase en el cuidado y crianza de sus hijos, trasmitiéndoles valores,
pero no define qué tipo de valores. En el momento que sea padre se
compromete a mejorar la calidad de vida de sus hijos.

Los hombres tienes valores, son padres y proveedores, dictan las


reglas, ayudan a la casa porque son buenas personas no por sea tam-
bién su compromiso. Así su representación no escapa de los construc-
tos patriarcales y heteronormativos.

Análisis de cruce de técnicas: Los conceptos que introduce de res-


peto, tolerancia y comprensión se desvanecen como elementos que
posibiliten nuevas dinámicas familiares alejadas de las creencias tra-
dicionales cuando reflexiona sobre el ser hombre, y en contra parte
gana contundencia en su representación el peso de la religión, ésta
es un componente que permanece en su dibujo sobre la familia y en
su ideal de ser padre, al momento que da cuenta de sí como hombre.
Su condición de juventud no le proporciona un carácter irreverente
frente a las autoridades tradicionales, por el contrario las asume y las
reproduce.

Caso 6. Mujer

Descripción del dibujo: Coloca en la parte superior de la hoja en po-


sición vertical un hombre y una mujer tomados de las manos, y los 183
titula: padres. A un costado de ellos dibuja un corazón, arriba de ellos
pone comida y hasta arriba en la parte superior izquierda una joven
con corazones, el símbolo de dinero y un mundo. En parte superior
derecha árboles corazones y mariposas. De forma vertical al dibujo
antes descrito, en la parte inferior izquierda coloca tres mujeres de
diferentes tamaños, les agrega sus nombres propios. Vale, Arant y Lu-
pita, y debajo de ellas pone: “Amigas” y dibuja un corazón.

Interpretación: Los corazones, árboles, mariposas que emplea dan


la idea romántica de la familia: amorosa, divertida, que puede solven-
tar gastos básicos pero también viajes. La centralidad de la familia
estriba en los padres. Sin embargo las amigas son importantes pero
en un escenario alterno.

Análisis: La cantidad de elementos románticos sobre la familia dan


la idea de que es su ideal de familia y no la familia que tiene en sí, pues
en el espacio horizontal donde dibuja al padre y a la madre no aparece
ella, ni ningún otro elemento, todo se ubica en la parte superior, lo
que da la idea que es algo que no se ha alcanzado y la representación
que hace de ella misma está colocada todavía más arriba como si as-
pirara a tener amor, dinero y viajes.

Sus amigas son importantes, pero no se permite colocarlas en el


mismo nivel que a sus padres, pues las amistades no proporcionan las
condiciones económicas y alimentarias que pueden dar los padres.

184

Texto del dibujo 6.

¿Qué es ser mujer?

Es ser esa persona que tiene una necesidad muy íntima en ella
como física ya que no cualquiera tiene los mismos gustos o for-
mas de ser, es tener esa forma especial, como sencilles, carisma,
esa dulcura que es ser mujer, ese comportamiento que te hace
verte como una dama.

Reflexión: ¿Qué significa ser mujer en San José Iturbide? Para esta
joven ser mujer es ser muy especial en términos físicos y psicológi-
cos, pero al mismo tiempo implica ser sencilla, carismática, dulce, te-
ner “el comportamiento que te hace verte como una dama”. Es decir,
estructura su representación de mujer en una conducta de recato y
agrado hacia a los demás. El núcleo de su imagen sobre el concepto de
lo femenino se encuentra completamente cimentado sobre los roles y
estereotipos de género.

Análisis de cruce de técnicas: El cruce de las técnicas revela que no


hay una contradicción en la constitución de sus representaciones. La
idea romántica de la familia que aspira tener está en correspondencia
directa con su representación de mujer tierna, carismática, convertida
en una dama. En la subjetividad de esta joven no hay contradicciones
que apunten a formas instituyentes del ser mujer, por el contrario se
afianza en sus creencias sociales de género.

R eflexiones finales

Entendiendo que la representación es un acto de pensamiento por


medio del cual un sujeto se relaciona con un objeto mediante una
significación y que ésta posee un reconocimiento social, la familia se
instaura en el campo de representación de las personas jóvenes como
una institución fuerte, con vida propia, lo que la asemeja a un ser
orgánico de la naturaleza como las montañas o los árboles, perene en
el tiempo, articulada por símbolos religiosos que la sacralizan como 185
algo incuestionable y al mismo tiempo por signos mágicos esperan-
zadores, solidarios y amorosos que dan protección física y emocional,
en donde no caben los problemas de sustento económico. Se sostiene
una imagen de familia nuclear y heterosexual, por lo que no hay rup-
tura con su entorno social simbólico, la familia se les impone como
una realidad ontológica, aún incapaz de cuestionar.

Las personas jóvenes tienen subjetividades muy estructuradas de la


familia; es decir, su grado de apropiación que les da la realidad sobre
esta entidad es muy alto. No conciben en ellas el reconocimiento de los
divorcios o separaciones, familias monoparentales, familias donde un
miembro de la pareja no conviva pero continúe formando parte y man-
teniendo relaciones con el grupo familiar, hogares formados por pare-
jas homosexuales, familias laicas, entre otras formas. Mucho menos la
manifestación de la violencia, el abuso, el control, incluso el desamor.

El núcleo central de su representación social de la familia está car-


gada de los valores que circulan en su sociedad, lo que da cuenta de
una colectividad altamente conservadora, constreñida a los esquemas
del sistema patriarcal heteronormativo. Esto representa para mí un reto
significativo como feminista al momento de impartir talleres con pers-
pectiva de género, concretamente en la tarea de transformar la realidad hacia
una igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, pues lo anterior se presenta
justo como una veta para modificar los procesos de socialización que deter-
minan que hombres y mujeres sigan pensando y actuando dentro de un marco
sexista, dominado por el varón, con una hegemonía de premisas masculinas.

Observar de manera científica las actividades que se desarrollan en los ta-


lleres, afina la comprensión del entramado de subjetividades que hay que de-
construir para poder, con base en el conocimiento y el entendimiento, impulsar
la emergencia de subjetividades instituyentes de la igualdad entre hombres y
mujeres. Es necesario conocer la conformación del núcleo central de las repre-
sentaciones para ubicar su status de transformación y diseñar las estrategias a
seguir para lograr un cambio social.

Las dos actividades analizadas a la luz de la metodología de las represen-


taciones sociales evidencian la fortaleza y el blindaje de lo que significa y
representa la familia tradicional en las personas jóvenes. Considerando a la
familia tradicional como una institución que reproduce los roles y estereoti-
pos de género que alimentan la desigualdad, la discriminación y la violencia
contra las mujeres, nos lleva a las feministas a poner mayor atención en estos
campos de representación que van aparejados con la construcción de lo fe-
menino y lo masculino.

Con relación a esto último, algunas de las personas jóvenes poseen repre-
186 sentaciones ambivalentes del ser hombre y mujer con respecto a la familia;
si bien conservan una forma tradicional de imaginar a esta institución, no
así en las creencias de ser hombre o mujer, algunas de ellas encausaron sus
reflexiones a subrayar la falta de libertad de las mujeres, la imposición del re-
cato como forma de control y sometimiento, la religión como una estructura
que no las permite ser; el reconocimiento de ser hombre independientemen-
te de la preferencia sexual, gustos y uso del cuerpo.

Se observa en estas personas transformaciones implícitas en las creencias


sociales de género del ser hombre y mujer que contrastan con su represen-
tación de la familia, con la institución social primaria que forma sobre lo
masculino y lo femenino. Esta contradicción muestra una oposición incons-
ciente de las personas hacia esas estructuras que operan con presupuestos
patriarcales. Y al mismo tiempo indica que la representación de la familia
en ellas es aún una realidad ontológica de la que no han cobrado consciencia
para poderla cuestionar del todo.

No obstante, otro grupo de personas mantienen una congruencia clara


entre las formas tradicionales de ser hombre y mujer con su representación
de la familia; el núcleo central de sus representaciones en materia de género
no presenta alteración alguna, por el contrario, son reproductoras tácitas de
los valores, creencias, imágenes y prácticas que circulan en su colectividad.
Esto permitió identificar el grado de conservadurismo de la sociedad de San
José Iturbide, el cual se basa en el dominio de los varones.

En estas personas jóvenes es claro cómo el entorno social simbólico en el


que han nacido lo dan por sentado, y aún no ha ocurrido algo que las lleve
a cuestionarlo. La aplicación de una entrevista ayudaría a averiguar cómo
recibieron la información del taller, profundizar si lo revisado y discutido
no trastocó en absoluto sus representaciones. En contra parte, esta misma
técnica aplicada al otro grupo de personas arrojaría información sobre qué
tanto el taller incidió en la modificación de sus representaciones, pasar de lo
“natural” a lo desnaturalizado.

Como en toda colectividad, en San José Iturbide existen subjetividades


estructuradas y emergentes que permiten que conviva la apropiación de rea-
lidades dadas con elaboraciones cognoscitivas portadoras de lo inédito y que
evidencia el trabajo arduo que tiene el feminismo en su compromiso por la
transformación social.

Finalmente es importante agregar que mi incorporación a la Universidad


de Guanajuato como académica es muy reciente, escasos 8 meses, por lo que
mi trabajo dentro de este proyecto está en ciernes; no obstante, identifico que
el trabajo que vengo haciendo encuentra una interlocución muy pertinente
con el de las demás colegas reunidas ahora en esta obra. Esta labor de los
talleres, ubicado dentro de la educación no formal, fortalece una de las tareas
importantes que tenemos los y las académicas: la difusión del conocimiento 187
en la comunidad, que desde el enfoque feminista se adhiere al objetivo de
difusión, el de la transformación social.
R eferencias

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189
De la búsqueda de los caminos de las
mujeres a la investigación feminista.
Estudios de género y desarrollo

Rocío Rosas Vargas


Departamento de Estudios Sociales, Campus Celaya-Salvatierra

Quiero comenzar este texto diciendo que en mi niñez me hice muchas


preguntas, se me hacía raro que en los libros de texto gratuitos que
nos daban en la escuela hubiera tan pocos textos literarios escritos
por mujeres y que en la historia que nos contaban, fuera de Sor Juana
Inés de la Cruz y de la Corregidora, pues no había mujeres. Yo me
preguntaba ¿por qué no aparecen mujeres? ¿de plano no tenemos in-
teligencia o qué pasa? Nadie me lo pudo explicar entonces, pasarían
muchos años para que lo pudiera entender.

También quiero decir que desciendo de mujeres trabajadoras, ori-


ginarias del campo, que fueron sirvientas, obreras, que tenían en su 191
cabeza que los hijos son lo primero (y aun lo piensan), pero que fue-
ron mujeres fuertes a su manera. Que soy nieta de una abuela que se
negó a seguir a su hombre y que aconsejó a su nuera a no hacerlo,
pero que esa misma abuela me decía que no debía estudiar porque
“mujer que estudia latín, ni tiene marido ni tiene buen fin,” y que le
dije que para maridos como los que conocía entonces, prefería no te-
ner nada y que tener buen fin era muy aburrido. Me lo repitió, pero no
hice caso. Soy hija de una mujer que sostuvo económicamente a sus
siete hijos e hijas, con mucho trabajo nos mandó a la escuela porque
nos dijo que era la única herencia que nos dejaría y de ella aprendí el
valor del trabajo, la lealtad y la honestidad.

Entonces, con todo lo anterior, y además por otros motivos, quiero


decir que no es raro que en estos momentos sea feminista, y que tenga
una hija que también es feminista.

Inicié mi interés por la investigación cuando cursaba mis estudios


universitarios en la Universidad Autónoma de Baja California y cuan-
do al mismo tiempo trabajaba como asistente de investigación en el
Colegio de la Frontera Norte (Colef), en la ciudad fronteriza de Tijua-
na. En el Colef aprendí que quería ser Investigadora Nacional, he hice
lo que pude para llegar a serlo, necesitaba la maestría y el doctorado.
Tal vez la memoria me engañe y ese no fue el único motivo de mis
estudios, pero fue uno de ellos.

Fue hasta que inicié mis estudios de doctorado, cuando comencé a


estudiar formalmente las desigualdades entre hombres y mujeres. Al
inicio solamente prometí que vería en los archivos si había mujeres
o no.1 Como aún no tenía puestos los lentes violeta, creí que no en-
contraría datos y que quizás solamente podría hacer un capítulo en el
recuento histórico de las haciendas hacia los ejidos. Pero una vez que
me puse los lentes violeta vi más de lo que pensaba, es decir ponerse
los lentes violeta es estudiar y analizar el mundo desde la perspectiva
feminista y/o perspectiva de género (término políticamente más co-
rrecto) por lo que “La adopción de la perspectiva de género permite
una visión en la que se preste atención a las facetas y aspectos diver-
sos hasta hace poco insospechados, de la ciencia y de la tecnología”
(Maffia, 2005:650).

Ingresé a la Universidad de Guanajuato en 2009, al Departamento


de Estudios Sociales en la Sede Salvatierra, del Campus Celaya-Salva-
tierra. Continué con mis trabajos de investigación y en 2010 el Cona-
cyt me aprobó un proyecto de investigación de largo alcance titulado
192 “Género, violencia y marginación en escuelas de nivel básico y medio
superior en el sur del estado de Guanajuato.” He trabajado la línea de
investigación de género y violencia, desde los estudios de desarrollo.
Actualmente soy la responsable del CA en Consolidación de “Género
y Políticas Públicas para el Desarrollo Social y Humano.” Con algunos
desencuentros con colegas, pero he continuado con el trabajo acadé-
mico con los lentes violetas, no ha sido tan fácil, pero en el camino
he encontrado profesoras y profesores con quienes puedo colaborar,
sin perder de vista el feminismo. Pero no solamente hemos profun-
dizado en los estudios sobre violencia de género, sino que junto con
mis compañeras y compañeros del Cuerpo Académico, hemos imple-
mentado algunos talleres y conferencias para darles herramientas a
las estudiantes, ponemos nuestro granito de arena en la búsqueda de
la igualdad y los derechos de las mujeres. Actualmente tenemos el Di-
plomado de Equidad de Género, que se imparte en la Sede Salvatierra,
en el cual nos apoyan profesoras y profesores de diversas universida-
des del país y del extranjero.

1
La tesis de doctorado se llamó Participación socioeconómica de las mujeres
en la tenencia de la Tierra. De las Haciendas a las UAIM. Fue un análisis
histórico y sociológico desde finales del siglo XIX y hasta 2005.
Punto de vista feminista

Pero ¿cómo iniciar un trabajo desde la investigación feminista? Eli


Bartra (2002) nos explica que el método feminista en las ciencias
sociales y humanidades plantea un acercamiento propio con el cual
conocer la realidad, además de buscar como fin último la liberación
de las mujeres. Este método, llamado por Bartra punto de vista femi-
nista, al formular preguntas diferentes, porque tiene en cuenta la divi-
sión social por género, hace que el proceso de investigación también
sea distinto y que una de las preguntas con las que se inician las in-
vestigaciones feministas sea “¿dónde están las mujeres?”. Este método
feminista de hacer investigación sirve para:

…que en lugar de ignorar, marginar, borrar, hacer invisible, ol-


vidar o incluso, deliberada y abiertamente, discriminar el que-
hacer de las mujeres en el mundo, ahora simplemente se intenta
ver en dónde están y qué hacen o no hacen y por qué. Además
nos permite entender la relación entre los géneros y, por tanto,
se comprende mejor el quehacer de los hombres… El método
feminista sirve, pues, como un desconstructivo peine fino que
se usa para modificar el androcentrismo aún reinante y crear
un mejor conocimiento, con menos falsificaciones (Bartra,
2002:154-155).
193

Desde el feminismo se lanzó una crítica a la ciencia tradicional. En


una primera etapa lo que se buscaba era visibilizar a las mujeres y
sus aportes científicos. En una segunda etapa se cuestionaba la auto-
ridad de la ciencia y se buscaron nuevos caminos lógicos y teóricos.
Además, se rechazaron los postulados de la ciencia tradicional que la
definía con una identidad inmutable; jerarquizado; se cuestionó el co-
nocimiento supuestamente neutral y progresista y como monopolio
masculino. Así mismo la privatización de la ciencia; la separación en-
tre hecho y valor y la ausencia del género como una categoría analítica
(Vázquez y Zapata, 2000).

Lo que se propuso fue que el género se incluyera en las explicacio-


nes científicas y en las hipótesis planteadas en las investigaciones, por
lo tanto debieran estar libres de los sesgos de género. Se debía incluir
el punto de vista de los protagonistas en la investigación y desechar
los supuestos conceptos neutros que ocultan las relaciones de poder.
Se rechazaron las leyes universales; la jerarquización de la ciencia y
analizar y saber a quienes beneficia y a quienes vulnera, entre otras
propuestas feministas (Vázquez y Zapata, 2000).

Me basé en los planteamientos de Bartra para empezar mis investi-


gaciones en torno a las mujeres y la tenencia de la tierra.

Género y desarrollo: mujeres y tenencia de la tierra

Durante el doctorado en Estudios de Desarrollo Rural comencé a es-


tudiar Género y Desarrollo. En este sentido aprendí que el tema de las
mujeres en el desarrollo se inició cuando se visibilizó a las mujeres
como protagonistas del mismo, principalmente por la ONU y otras
agencias de desarrollo. Surge Género en el Desarrollo, donde se in-
tenta responder no solamente a las necesidades prácticas de las muje-
res, sino también a las estratégicas y lograr su empoderamiento en la
sociedad. Una de las necesidades estratégicas de las mujeres es la de
poseer bienes o un empleo remunerado, en este caso lo crucial en las
mujeres rurales es que tengan acceso a la tierra como dueñas y no so-
lamente como trabajadoras en la tierra de sus maridos, padres o hijos.

¿Cuál ha sido la situación de las mujeres en la tenencia de la tierra?


Es la pregunta que guió la investigación de doctorado. Inicié el estu-
194 dio a finales del Porfiriato y lo continué hasta 2005, para indagar qué
había cambiado y qué había permanecido en cuanto a las mujeres y su
acceso formal a las parcelas para el cultivo.

A pesar de que formalmente –es decir por medio de leyes- se ha


reconocido el derecho de las mujeres a la propiedad, no ha tenido
como consecuencia que entre ellas y los hombres exista una distri-
bución real de los bienes económicos. Además, si llegan a poseer la
tierra formalmente, en realidad no controlan la propiedad. Vázquez
afirma que esta situación se origina porque se parte de un punto de
vista eminentemente patriarcal, bajo el concepto de patrimonio fa-
miliar –desde la promulgación de la Constitución de 1917- “…dicho
concepto se basa en la idea de un jefe de familia masculino, ignorando
así las actividades productivas de las mujeres en el campo.” (Vázquez,
2002:17). Monsalvo y Zapata (2000) afirman que si bien las mujeres
tienen derecho a los recursos, no pueden traspasar las barreras que se
han impuesto para que tengan acceso a ellos.

“...en Latinoamérica las mujeres tienen menos posibilidades de po-


seer tierra que los hombres, y cuando la tienen, tienden a tener menos
tierra que éstos” (Deere y León, 2000:2); es decir, existe y ha existido
una discriminación hacia las mujeres que ha impedido que tengan
acceso a bienes económicos de la misma forma que los hombres. Una
posible razón de lo anterior es la posición de ellas en la sociedad, don-
de se las ha visto como reproductoras de hijos, por tanto responsables
de éstos, y no como productoras aunque participen activamente en el
proceso productivo.

La desigualdad de las mujeres tiene que ver con la familia, la comu-


nidad, el Estado y el mercado. Los principales medios para adquirir
la tierra son la herencia, la adjudicación por parte del Estado (por
ejemplo la dotación) y la compra. Quienes tienen mayor acceso por
estos medios a la tierra son los hombres.

En un estudio que se realizó en Chiapas, concretamente en el ejido


Benito Juárez, de los peticionarios y peticionarias de tierra solamen-
te 17 mujeres fueron anotadas en la lista –las que comprobaron que
efectivamente tenían familia a su cargo. En la lista actual –que los au-
tores consiguieron en PROCEDE- se registran 23 mujeres y 146 hom-
bres como ejidatarias y ejidatarios. Veintiséis están registradas como
posesionarias o ejidatarias con derechos a salvo, pero la mayoría de
ellas en representación de los maridos que han emigrado. Treinta y
una son avecindadas. En total hay 80 mujeres en el ejido, contra 565
hombres (León, et. al., 2005).
195
En el ejido de Ahueheutzingo, municipio de Puente de Ixtla, More-
los, el PROCEDE registra a 18 mujeres ejidatarias –de las cuales ocho
tienen parcela y 10 no la tienen. Hay un total de 70 ejidatarios –inclu-
yendo mujeres- con un número de 18 personas sin tierra. Es decir hay
pocas en el ejido y la mayoría de ellas sin tierras, a diferencia de los
hombres (León, et. al., 2005).

Ha habido una preferencia para que los hombres sean quienes he-
reden, hay sesgos en la distribución de la tierra por parte del Estado
y sesgos en el mercado, incluso ratificados en las leyes que han estado
vigentes. Por lo tanto, lo que hay detrás de los sesgos y privilegios
masculinos, es la ideología patriarcal que atraviesa cualquier área o
campo de desarrollo.

Han existido mecanismos de exclusión que han negado a las muje-


res el derecho a la tierra, estos son de carácter legal, cultural, estruc-
tural e institucional. Los mecanismos están interrelacionados y tienen
como base la ideología patriarcal que ha sido insertada en construc-
ciones de masculinidad y feminidad, además en la división del trabajo
por género que se considera correcta y dentro de las esferas pública
y privada.2

Durante las reformas agrarias en América Latina, el Estado dotó


con tierra a los varones, dando por hecho que se beneficiaba a todas
las y los integrantes de la familia campesina, aunque no resultó así.
Esta disposición estatal respondió a la división sexual del trabajo, por
tanto era inconcebible que las mujeres pudieran tener o necesitar tie-
rra de cultivo.

Con el tiempo, las leyes fueron abriéndose a las mujeres dando


acceso formal a la tierra bajo algunas modalidades, como la Unidad
Agrícola Industrial para la Mujer (UAIM). Pero el acceso formal no
equivale al acceso real de la tierra. Agarwal define los derechos efecti-
vos de la tierra como derechos legales, pero también como el recono-
cimiento social (o legitimación) de esos derechos y el control efectivo
sobre la tierra. “El control efectivo de la tierra incluye el control para
decidir cómo debe utilizarse y cómo manejar los beneficios que pro-
duce” (Deere y León, 2000:9), es decir va desde las decisiones sobre
qué se va a sembrar, cómo, dónde, la venta de la cosecha, incluso el
arriendo de la tierra. Deere y León, citando a Agawal, definen los de-
rechos a la tierra como “...la propiedad o el usufructo (es decir el dere-
cho de uso) asociados con diferentes grados de libertad para arrendar,
196 hipotecar, legar o vender tierra” (Deere y León, 2000:4).

En México, desde 1971 se ha reconocido el derecho a la tierra a los


adultos, sin importar el sexo, pero los derechos efectivos los tienen
los hombres, tradicionalmente considerados jefes de familia. Así, en
la práctica se ha excluido el derecho de las mujeres a ser ejidatarias o
a poseer de forma efectiva la tierra y no como meras prestanombres.

El derecho independiente de las mujeres para tener propiedades


les da mayor poder de negociación en el hogar y en la comunidad.
El ejercicio de la autonomía económica es un factor de bienestar y de
empoderamiento de ellas y sus hijos (Deere y León, 2000; León, et al.,
2005).

2
Estos conceptos van directamente relacionados con la forma en cómo las
culturas han definido el ser: hombre o mujer. Es decir viene ligado con lo
que Kabeer (2005) llama la “interiorización de la cultura” debido a la cual
todos y todas aceptamos la forma en que nos ven los demás y se aceptan los
papeles que nos han asignado, esta es una forma muy fuerte de establecer
el poder de unos sobre otras. Así los hombres y las mujeres son definidos
culturalmente distintos, las mujeres se conciben entonces como personas de
menor valor, por lo tanto con una participación pública limitada.
El riesgo de pobreza y el bienestar físico de una mujer y sus hi-
jos podrían depender significativamente de si tiene o no acceso
directo al ingreso y a bienes económicos productivos como la
tierra, y no sólo un acceso mediado por su esposo o por otros va-
rones de la familia. (Agarwal, citado en Deere y León, 2000:19).

Esta situación es así ya que la condición económica de las mujeres no


es la misma que la de su familia u hogar. Poseer bienes determina el
rango de actividades generadoras de ingresos alternativos que pue-
den realizar las mujeres, de la misma forma que sus opciones y sus
estrategias.

La propiedad o derecho independiente de la mujer a la tierra es


conveniente por varias razones: la mujer podría tener control de
los recursos en caso de disolución del matrimonio por abando-
no o viudez y estar en posición menos desfavorable cuando se
presentan conflictos y violencia doméstica; también genera en
las mujeres un mayor nivel de participación en las decisiones
sobre lo que se produce y cómo se gasta el ingreso que se ob-
tiene, ofreciéndole mejores posibilidades de elegir a su pareja
además de contribuir al bienestar de su descendencia (León, et.
al., 2005:43).
197
En América Latina, se realizaron varias reformas para darles el de-
recho a las mujeres de controlar sus bienes económicos. Las casadas
tenían una posición muy débil en el matrimonio ya que su bienestar
dependía de la capacidad de sus esposos para administrar los ingresos
y la propiedad familiar, dependía incluso de su buena fe.

Poseer un pedazo de tierra, da la oportunidad de participar en ac-


tividades que tienen que ver con la comunidad. Quienes no tienen
tierra no lo pueden hacer. “Son también los que tienen parcela los que
deciden y decidieron sobre los solares del núcleo urbano, e histórica-
mente lo hicieron también sobre la organización y las problemáticas
relativas al núcleo de población y en las propuestas de mejoramiento
de este núcleo…” (Concheiro y Diego, 2001:275). Es decir si ellas po-
seen de manera efectiva la tierra pueden llegar a participar de forma
más activa en sus pueblos y tomar las riendas de su propia vida. La
posesión efectiva les abre la oportunidad de desarrollo personal y me-
jora su posición en la familia.

El hecho de que las mujeres tengan acceso a la tierra, y a otros


bienes, no necesariamente garantiza ni su seguridad, ni su desarro-
llo, ni su bienestar; se tendrían que modificar las relaciones de poder
al interior de las familias y las comunidades, además de conferir un
valor mayor a sus actividades productivas y reproductivas (León, et.
al., 2005).

Pero a pesar de todo “… el acceso a la tierra, aun cuando se trate de


una pequeña parcela, permite a las mujeres proporcionar a su familia
al menos la porción mínima de sus requerimientos para subsistir…”
(Deere y León, 2005:434). Pero las autoras dicen subsistir y no real-
mente un bienestar para ellas y sus familias, ya que los factores cul-
turales aun les impiden ser valoradas como productoras, con todo lo
que ello implica.

Los derechos por el control real de la tierra por parte de las muje-
res, han estado condicionados por la concepción del género que te-
nemos. Pero mientras no la posean realmente, entre otros bienes, no
podremos hablar de un pleno desarrollo humano y social del campo
en México.

Deere y León (2005) afirman que la forma de garantizar a las mu-


jeres derechos reales y efectivos a la tierra, es garantizando también
que tengan derechos efectivos de representación en las comunidades.

198 Las mujeres en las peticiones de tierras

Generalmente no se tenía en cuenta a las mujeres para la dotación


de tierras, a menos que tuvieran hijos a su cargo. La misma ley lo
decía. La ley seguía privilegiando como sujetos de derecho ejidal a las
colectividades, es decir a los pueblos que carecieran de tierras y aguas
(como se observa en la Ley de dotaciones y restituciones de tierras y
aguas, reglamentaria del artículo 27 de la Constitución, emitida por
Plutarco Elías Calles el 26 de abril de 1927). Pero en el artículo 15
de la misma ley se habla de quienes tienen derecho a recibir parcela
individual del ejido:

Los varones solteros mayores de 18 años, y casados aún cuan-


do sean menores de esta edad, o mujeres solteras o viudas que
tengan familia a la cual sostengan, y que reúnan los siguientes
requisitos:

I. Ser Mexicanos.

II. Ser vecinos del poblado solicitante...


III. Ser agricultores o jornaleros... (Fabila, 1981:479).

En esta ley se contempla a las mujeres como sujetas de dotación de


parcelas, sin embargo –y a diferencia de los hombres- solamente
mientras tengan familia a su cargo. Por lo anterior, se puede consi-
derar un avance de las mujeres en materia jurídica, pero el usufructo
de la tierra para ellas continuó siendo precario (Velásquez, 1992). Su
exclusión era entonces legal, pero también cultural.

Quienes formaban el censo tomaban la decisión –basándose en la


ley- de a qué mujeres anotar en la petición. En el caso de San Isidro
decían que “deben considerarse con derecho a parcela ejidal todas
aquellas mujeres que tienen a sus esposos en los Estados Unidos en
virtud de encontrarse amparadas en el artículo 15 de la ley”,3 ya que
una vez que los esposos regresaran al pueblo serían ellos los encarga-
dos de trabajar la parcela y pasaría a sus manos. Así que estas mujeres
solamente serían transmisoras de los derechos y no verdaderas sujetas
de derechos agrarios.

Pero además la Ley y quienes la ejercían excluyeron a las mujeres


solteras o viudas sin hijos, con el prejuicio de que ellas al ser mujeres,
tendrían quien las mantuviera y les negaron el derecho a la tierra y al
trabajo. A diferencia de jóvenes varones y solteros sin familia a soste-
199
ner pero que sí tenían derecho a dotación por la sencilla razón de que
eran hombres.

Las mujeres y la R eforma Agraria

De la Reforma Agraria en México –al igual que en otros países lati-


noamericanos- las mujeres fueron excluidas, ello debido a razones le-
gales, culturales, estructurales e institucionales (Deere y León, 2005).

La barrera legal más significativa para la inclusión de la mujer


se dio en que, si bien se suponía que el hogar era la principal
unidad a beneficiar, los beneficiarios legales fueron los jefes del
hogar… Según las normas culturales, si hay un adulto varón pre-
sente en el hogar, éste sería nombrado jefe o representante de

3
AGGEG. CLA. C. 10. E. 2. Fojas 122 a 134.
la familia para propósitos de la reforma agraria (Deere y León,
2005:418).4

Sólo las mujeres jefas de hogar –“con familia a su cargo”, decían las
leyes- podían acceder a beneficiarse del reparto y reforma agraria en
el país. Otro de los criterios para la no incorporación de las mujeres
como beneficiarias, fue la definición misma de agricultor, ya que la
agricultura se ha considerado netamente masculina y las mujeres so-
lamente como una ayuda, lo que ha invisibilizado las actividades de
las mujeres en la agricultura y por tanto su inclusión como beneficia-
rias de la dotación de tierras (Deere y León, 2005).

Deere y León (2002) afirman que las reformas agrarias fueron he-
chas pensando en beneficiar a las familias campesinas, pero termi-
naron beneficiando sólo a los varones. En México el porcentaje de
mujeres beneficiadas por la Reforma Agraria en 1970 era de 1.3 por
ciento y pasó a 15 por ciento en 1980 (Deere y León, 2002).

Las mujeres fueron excluidas por razones legales, estructurales,


ideológicas, culturales, o institucionales, “las que se interrelacionan y
se basan en ideologías patriarcales en las que predominan conceptos
de masculinidad y feminidad y la división de trabajo por género apro-
piada entre las esferas pública y privada.” (Deere y León, 2002:131).
200

La reforma agraria en México, así como las de otros países, estuvo


permeada por las definiciones de agricultor y jefe de hogar, ya que
la agricultura se ha considerado una actividad masculina, a pesar de
que las mujeres han trabajado siempre en las parcelas (Deere y León,
2002).

Al analizar la situación de las mujeres y la tenencia de la tierra en el


estado de Guanajuato, se encontraron no solamente prejuicios y per-
juicios hacia las mujeres, ya que se les consideraba que ellas tendrían
que estar en el ámbito privado, que lo público no era lo suyo y que
solamente eran y son transmisoras de los derechos sobre las tierras
de cultivo. Actualmente, como antes, a las mujeres rurales solamente
se les toma en cuenta su papel como reproductoras, no como produc-
toras, aun se hereda la tierra principalmente a los varones. Las leyes
cambiaron, beneficiando a un pequeño puñado de mujeres, pero la
sociedad y sus prejuicios no lo hicieron. Las mujeres rurales tuvieron

4
En un apartado de este mismo trabajo se analizan las leyes agrarias, desde
1915 a 1971, bajo el enfoque de género y se evidencía la exclusión legal de las
mujeres al reparto de tierras.
acceso a parcelas por medio de la herencia, por la compra y en un
pequeñísimo porcentaje por dotación del estado mexicano.

El tema de las mujeres rurales lo trabajé, además, desde los proyec-


tos productivos que ellas trabajaban. Realizamos un estudio estatal
sobre las organizaciones de mujeres rurales llamadas “Unidad Agrí-
cola Industrial para la Mujer” (UAIM). Hicimos el estudio basándo-
nos en una muestra estadísticamente representativa de las unidades
a nivel estado, visitamos 65 ubicadas en casi todas las regiones del
estado. Últimamente analizamos si las mujeres rurales podrían empo-
derarse a partir de su trabajo organizativo y publicamos un capítulo
de libro en Ecuador con un colega del Colegio de la Frontera Norte.5
Concluimos que el hecho de participar en proyectos productivos es
una condición necesaria pero no es suficiente, dicha participación es
uno de los factores importantes para que las mujeres rurales se empo-
deren. La construcción de redes sociales, al igual que el contar con el
apoyo y solidaridad del grupo, la generación de habilidades de nego-
ciación, entre otros elementos, permitieron que muchas de las socias
de las UAIM obtuvieran diferentes niveles de poder dentro de las uni-
dades para superar diversas dificultades, tanto internas como exter-
nas al hogar, para negociar con los ejidatarios de la comunidad y con
las autoridades gubernamentales, para sortear el control social y la
presión por medio de chismes y desprestigio personal. Por ello, consi-
deramos que por su participación activa en las uaim, muchas mujeres 201
percibieron en su vida un cambio positivo y revelador, adquirieron
un relativo incremento de poder a través del acceso a conocimientos,
nuevos recursos y distintas redes de apoyo.

Las mujeres y la violencia de género

Aunque separo el tema de violencia de género, de los de Género y


Desarrollo, este tema por supuesto que forma parte importante de los
estudiados en desarrollo. Temas como los de violencia de género y
sexualidad encarnados en los cuerpos de las mujeres, son importantes
para el estudio de Género y Desarrollo ya que “el género se vive de for-
ma diferente en lugares, cuerpos y ubicaciones diferentes” (Hartcourt,
2011:28). La violencia que padecen las mujeres se circuscribe en su

5
Rosas Vargas, Rocío y Salvador González Andrade. “El empoderamiento
femenino: el caso de las unidades agrícolas industriales para la mujer en
Guanajuato.” En Quintero y Plaza (Coordinadores). 2015. Investigación en
economía: reflexiones y casos de estudios.” Ecuador: Centro de Investiga-
ción y Desarrollo Ecuador (CIDE) y Universidad Técnica de Manabí. pp.
163-179
cuerpo, el cuerpo de las mujeres es el que recibe las violencia diversas
en los diversos ámbitos.

Así el tema de la violencia de género se convierte en uno de los


principales de la agenda del género y el desarrollo ya que “La posición
cultural, social y política marca las diferencias de género en el cuerpo”
(Hartcourt, 2011:41), en este caso en el cuerpo de las mujeres.

En una sociedad donde más de la mitad de la población (52%


aproximadamente es la población femenina en México) está ligada
a procesos sociales que la subordinan y la violentan, y la otra mitad
masculina participa activamente en esa violencia y subordinación fe-
menina, entonces ese país no podrá alcanzar mejores niveles de bien-
estar para todas y todos y cabe hacernos la pregunta incómoda en los
estudios del desarrollo ¿qué cuerpos importan realmente? (Hartcourt,
2011 y Butler, 2011).

Inicié el estudio de la violencia de género en el estado de Mi-


choacán. La Secretaría de la Mujer en Michoacán, en 2008, nos enco-
mendó hacer un diagnóstico sobre la situación de violencia de género,
que viven las mujeres indígenas del estado. Así que planeamos viajar
por los lugares donde viven las mujeres Nahuas, las Mazahuas, las
Otomíes y las Purépechas. Viajamos a visitarlas a lugares cercanos a
202
la costa michoacana, a las comunidades de la rivera del Lago de Pátz-
cuaro, a la Meseta Purépecha y a Zitácuaro. Ahí realizamos grupos
focales y entrevistas a profundidad.

Trabajar este tema es muy delicado, podemos revictimizar a las


mujeres, pero aun más delicado resulta con quienes son indígenas.
Recuerdo que en la costa michoacana, al preguntarles a las mujeres si
habían sufrido episodios de violencia por parte de sus parejas, hubo
un gran silencio, luego lo negaron y luego nos contaron lo que viven
ellas.

Además en la Secretaría de la Mujer nos pidieron que aplicára-


mos encuestas sobre este fenómeno, pero las encuestas aportan poca
profundidad a un tema importante como este y ya existía la Endireh
2006. Así que solamente realizamos las entrevistas y los grupos foca-
les y, para los datos duros depuramos la Endireh tomando solamente
los datos de las mujeres que declararon hablar una lengua indígena.

Posteriormente, ya siendo profesora de la Universidad de Gua-


najuato, inicié un proyecto de investigación denominado “Género,
violencia y marginación en escuelas de nivel básico y medio superior
en el sur del estado de Guanajuato,” apoyado por Conacyt.

La violencia de género es definida, según la Ley General de Acceso


de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, como:

Cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause


daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico,
sexual o la muerte, tanto en el ámbito público como en el pri-
vado.

Para este proyecto en particular, la investigación se inició con la vio-


lencia de género escolar, la que se ejerce en las escuelas a las mujeres
estudiantes por el hecho de ser mujeres.

El estudio se realizó en 13 escuelas, 9 de nivel medio básico (se-


cundarias y telesecundarias) y 4 de nivel medio superior (preparato-
rias, Cetys, CBTA, Video bachilleratos). En total se recabaron 1521
encuestas, de las cuales 52% corresponde al nivel educativo de secun-
daria y el restante 48% son de nivel bachillerato. Además, una vez pro-
cesadas las encuestas, se eligieron a 15 muchachas que habían dicho
que sufrían violencia en su escuela, en su casa y en su comunidad. A
ellas se les realizó una entrevista a profundidad. Se plantearon grupos 203
focales con profesoras y profesores de las escuelas del estudio, pero al
final se realizaron diez entrevistas a profundidad, dado que los docen-
tes manifestaron falta de tiempo para los grupos focales. Además, se
realizaron nueve talleres vivenciales para las jóvenes en cuatro secun-
darias que denominamos como focos rojos. Así mismo se realizó un
taller de masculinidades en una secundaria.

De acuerdo a las estudiantes entrevistadas, los problemas mayo-


res de violencia (en sus distintas modalidades) los encontramos en
la comunidad de la Luz, municipio de Salvatierra y en la cabecera
municipal del mismo nombre; en el municipio de Jerécuaro se detec-
taron mayores índices de violencia en el ámbito comunitario hacia las
muchachas y mujeres. De igual forma los marcados estereotipos de
género en algunas comunidades rurales, como Urireo, provocan ma-
yores problemas de violencia hacia las mujeres, tanto en los hogares
como en la comunidad.

Las jóvenes, de acuerdo con las encuestas aplicadas, 26.6 por cien-
to manifestaron que sus compañeros las violentan; mientras que 24
por ciento dijeron que las violentan sus compañeras de la escuela.
Los chismes e insultos son las formas de violencia más usadas por las
mujeres hacia sus compañeras; por otro lado los varones utilizan los
insultos en primer lugar, seguidos por los chismes. Mayormente los
chismes son utilizados para minar el prestigio de las jóvenes, sobre
todo aquellas que no parecen ajustarse al estereotipo tradicional de
mujer, así lo manifestó una de las estudiantes:

Sí, hay una tipa que me agrede, se pone a echarme indirectas


dice ¡es que tú no te arreglas! pero lo dice en forma de indirecta,
a una de mis amigas le dice ¿Qué es lo que más te desagrada de
tu mamá? y le dice la otra no pues que me regañe en público, y le
pregunta a la otra y le dice lo mismo, y ella dice ¡Pues a mí lo que
me choca es que no se arreglen guey, que no se peine o que se
peine, pero que se le ponga horrible el cabello! (la imita con voz
fresa) O así, o ¡Cuando se le corre todo el maquillaje o se viste de
negro! (Estudiante L).

Además, se les preguntó si ellas habían sido violentadas por sus profe-
sores y profesoras, la respuesta en la encuesta fue muy baja: solamente
6 por ciento dijeron ser agredidas por profesoras y profesores. Pero
durante los talleres salieron a la luz numerosos episodios de ejercicio
de la violencia, sobre todo por parte de profesores, como por ejemplo
los insultos a que son sometidas constantemente llamándolas putas
o la insistencia de algunos profesores a que acepten el papel que la
204 sociedad les impuso y se acostumbren a la violencia que es y será ejer-
cida por los hombres hacia ellas. Además las estudiantes hablaron so-
bre la discriminación que algunas profesoras realizan hacia ellas si no
tienen un físico “adecuado” a los cánones de belleza sociales.

Inicialmente sólo se tocaría el problema de la violencia de género


al interior de las escuelas secundarias y preparatorias, pero conside-
ramos que esta violencia no es aislada, que la sociedad misma la pro-
mueve, la fortalece y la genera, no solo en las instituciones educativas,
sino en los hogares, en las calles, plazuelas, mercados, y que los hom-
bres, por el hecho de serlo, se sienten en la libertad de violentar a las
mujeres y demostrar así su supuesta superioridad. Debido a esto una
nueva parte en el proyecto surgió y nos propusimos analizar por me-
dio de las notas periodísticas la violencia en el estado de Guanajuato,
en especial lo relativo a los feminicidios. Una parte más la realizó una
estudiante participante en el proyecto, Perla Saraí Hernández Zavala,
al analizar la violencia hacia las mujeres en espacios públicos.
Modelo ecológico de la violencia

La violencia se ha considerado como un fenómeno multicausal, por


lo que debe analizarse desde una perspectiva panorámica. Se ha adap-
tado el modelo propuesto por Bronfenbrenner aplicado a la ecología
del desarrollo humano (Corsi, 1999:49) a un ambiente de políticas
públicas articulando la realidad familiar y social organizadas como
un todo articulado entre sí, dando lugar a la dinámica de violencia
de género, afectada por ambientes micro y macro sociales, políticos,
culturales y sociales.

Modelo ecológico de la violencia

205

Fuente: Tomado de Durón y Rosas, 2013:49.

Este modelo se caracteriza por lo siguiente:

1. Contexto del macrosistema en la violencia de género. Prin-


cipalmente determinado por «usos y costumbres», sustentados
por reglas religiosas y sociales.

2. Contexto del Exosistema en la violencia de género. Contex-


tualizado por las instituciones encargadas de velar por la erra-
dicación de ésta
3. Contexto del microsistema en la violencia de género. Caracte-
rizado por los microsistemas en donde se desenvuelve la adoles-
cente durante el día.

4. Dimensión personal en la violencia de género. En este aspecto


se expresan las dimensiones de conocimiento adquirido, con-
ductas y relaciones personales.

A partir de este modelo, afirmamos que la violencia de género que


se manifiesta en las escuelas, tiene un contexto social en el estado de
Guanajuato que permite que esto pase, que de igual forma ocurra en
los espacios públicos y privados, que vaya escalando en niveles de
violencia y que llegue hasta el asesinato de mujeres por razones de
género. Además, la violencia hacia las mujeres al estar fuertemente
enraizada en patrones culturales, hace que no se identifique, que se
naturalice y que ocurra en medio de una gran impunidad.

En el estado de Guanajuato, las estadísticas sobre la violencia hacia


las mujeres son muy altas. Además, los feminicidios en la entidad van
en aumento. En este caso, Muñiz (2011) afirma que las mujeres les
pertenecemos a los hombres, al Estado y al poder, esta situación que-
da clara en los mandatos de género, donde se reafirma la supremacía
masculina y el sometimiento e inferiorización de las mujeres y que
206
en muchos casos queda al descubierto cuando los hombres asesinan
a las mujeres que los dejan o que supuestamente los humillan. Para
ejemplificar lo anterior relataré solamente un caso de feminicidio en
el sur del estado, ocurrido en Salvatierra.

El 11 de diciembre de 2011, la nota roja de los periódicos locales


resaltó el asesinato de una joven mujer en un hotel de Salvatierra, cer-
cano a la central de autobuses de esta localidad. El encargado del ho-
tel, al revisar las habitaciones, se encontró con el cadáver de la joven,
con signos de violencia y con un cable de luz atado al cuello, con el
que le fue quitada la vida. En pláticas posteriores con personal encar-
gado del hotel, dijeron que el homicida cortó el cable a un ventilador
que tenía el cuarto de hotel, con ese cable asesinó a la mujer. El día
anterior, es decir el 10 de diciembre, acudieron a registrarse en el hotel
una joven pareja, por la noche el hombre salió diciendo que iba por
comida para la cena, pero ya no regresó. En un principio los policías,
e incluso en notas de otros periódicos, dijeron que ella era una sexo-
servidora, pero esto no era verdad. Además, los periódicos indican
que el asesino dejó un mensaje, del que no se dijo el contenido. Plati-
cando con las personas encargadas, el hombre dejó un mensaje en el
espejo del baño diciendo que el asesinato era por un ajuste de cuentas
entre bandas de narcotráfico (esto no lo dicen los periódicos). Luego
se sabe, por otras notas del periódico, el nombre de la muchacha, la
edad (31 años) y que era originaria de la ciudad de Querétaro, que
queda como a hora y media de Salvatierra. La mujer, antes de ser ase-
sinada, envía un mensaje de texto a una amiga donde le indica el lugar
y con quién está en esos momentos. Este mensaje ayudó a capturar al
asesino, quien fue el novio de la joven. Es un hombre de 22 años, de
la misma ciudad de Querétaro, y que tranquilamente regresó, luego
del crimen, a sus actividades normales. Fue arrestado el 2 de enero
de 2012, en su domicilio. El homicida dice que la mató porque ella
lo agredía psicológicamente. El presunto narcomensaje solamente fue
una forma de distraer a las autoridades y un intento de lograr impu-
nidad por el crimen.

Los feminicidios pueden tener varios significados, uno el mencio-


nado por Izquierdo (2011) donde los homicidas son patriarcas despo-
jados; pero también pueden ser formas simbólicas de castigo (como el
feminicidio ya relatado) y de reafirmación del poder masculino.

El problema es que socialmente a las mujeres asesinadas se las juz-


ga porque las mataron, buscando atenuantes para el crimen: la mató
porque lo robó, es que era sexoservidora, quien sabe en que pasos
andaría y así suposiciones y prejuicios vertidos sin ton ni son entre los
medios de comunicación y entre la sociedad que pareciera proteger 207
más la vida de los asesinos que la de las mujeres.

La violencia hacia las mujeres va escalando y puede llegar has-


ta al asesinato de ellas. Pienso que los feminicidios en el estado de
Guanajuato son solamente el iceberg de un problema mayor: el de la
violencia que se ejerce hacia las mujeres por el solo hecho de serlo.
Violencia que puede ser física (la más visible), psicológica, económi-
ca, institucional (pues a las mujeres además se les niega la justicia), en
una sociedad donde se encubre y protege, no a las mujeres y niñas,
sino a los hombres violentos.

Son altos los costos de la violencia de género, por ejemplo los efec-
tos de la violencia vistos en multiplicadores sociales (que tienen que
ver con el impacto en las relaciones sociales y en la calidad de vida)
son la transmisión intergeneracional de la violencia, el deterioro de la
calidad de vida, la erosión del capital social e incluso la menor partici-
pación en el proceso democrático (Morrison y Loreto, 1999).

Entre las y los menores de edad el impacto de la violencia trae varias


consecuencias: “síntomas psicosomáticos (como enuresis, encopresis,
problemas de alimentación, etcétera), estados depresivos psicóticos,
maltrato físico y emocional, abuso sexual, bajo rendimiento escolar,
problemas de conducta y adicciones” (Valdez, 2004:437). Lo que trae
como consecuencia mayores costos económicos en la atención a la sa-
lud, pobreza y servicios de apoyo en las adicciones. Es decir, no aten-
der fenómenos de violencia, tanto al interior de las escuelas como en
los hogares y comunidades, tiene un fuerte costo no sólo social sino
también económico para los países que no toman medidas adecuadas.

Según cálculos económicos realizados, las mujeres víctimas de


violencia, tienen menores ingresos, lo que representa una pérdida de
1.6 al 2 por ciento del PIB en países de América Latina (Morrison y
Loreto, 1999).

Entre los costos directos se impacta en un mayor consumo de bie-


nes y servicios: mayor atención médica y policiaca, atención del sis-
tema de justicia penal y servicios sociales. Los costos no monetarios
son percibidos en dolor y sufrimiento, pero con relación al aumento
de la morbilidad, la mortalidad, homicidios y suicidios, abuso de al-
cohol y drogas y trastornos depresivos, trastornos que finalmente re-
quieren atención lo que impacta en los servicios de salud. El impacto
macroeconómico se refleja en una menor participación en el merca-
do laboral, menor productividad en el trabajo, ingresos más bajos,
208 ausentismo laboral, repetición de grados por parte de estudiantes y
bajo rendimiento escolar, disminución de inversiones, ahorro y fuga
de capitales (Morrison y Loreto, 1999).

Quiero terminar este apartado con las reflexiones que Judith But-
ler hace sobre la frágil vida humana de los otros y de las otras y que
no reconocemos. Buttler (2011) afirma que hay vidas que lloramos y
otras que no lloramos, pero ¿por cuáles lo hacemos? Así mismo dice
que las personas tenemos derechos, como el derecho a la vida, y a la
protección contra los daños, a ser protegidas contra la destrucción de
la vida. Pero, hay personas que son protegidas y hay otras que no. Por
lo que se infiere que existen personas y “no-personas”. Por eso hay
protección a favor de los derechos de las personas, pero ignoramos
esos mismos derechos de quienes consideramos no personas, quienes
consideramos que no son como nosotros (en masculino).

La vida existe en cuanto a las condiciones sociales y políticas que la


mantienen o no. Y en este sentido las condiciones sociales y políticas
pueden ser sostenedoras de la vida o pueden no serlo. Analizando los
casos, la impunidad en la que se presentan los feminicidios en Gua-
najuato, donde se descartan que sean feminicidios, las pocas acciones
gubernamentales para que las mujeres guanajuatenses vivan una vida
libre de violencia, los prejuicios de género con los que actúan las au-
toridades, los roles de género tradicionales, entre otros, hace que las
condiciones sociales del estado no sean propicias para resguardar la
integridad y vida de las mujeres, ya que “…la vida exige apoyo y unas
condiciones capacitadoras para poder ser una vida “vivible” (Butler,
2011:40).

Hay que repensar el derecho a la vida, ahí donde las condiciones no


son precisamente las adecuadas para vivirla, donde implica entonces
asegurar las mínimas para que las vidas puedan dejar de ser tan preca-
rias. Buttler (2011) habla de apoyos tales como: la comida, el cobijo, el
trabajo, la atención sanitaria, la educación, el derecho a la movilidad y
a la expresión, y a la protección contra los daños y contra la opresión.

En este sentido, hablamos de las mujeres como las “no personas”,


como aquellas que no han tenido estas mínimas condiciones de vida.
Pero hablamos no de todas las mujeres, sino de ciertas mujeres que
incluso ni si quiera se les reconoce el derecho a la vida, ni el derecho
a que sean protegidas del daño. En un estado como el de Guanajuato
donde no se reconocen los asesinatos de mujeres como feminicidios y
donde se niega la alerta de género, es negarles a las mujeres el derecho
a vivir sus vidas, pero ni siquiera se les reconoce ni se llora sus muer-
tes, porque ni siquiera son reconocidas como personas. 209

Los pobres pareciera ser otro grupo excluido de muchos derechos,


pero dentro de este grupo, las mujeres tienen una vida aun más preca-
ria por el hecho mismo de ser mujeres. Entonces, ser mujer pobre es
casi pertenecer al grupo de las “no personas”, pero ser pobre, mujer e
indígena es más precario aun y más peligroso para la vida de ellas, que
simplemente se “esfuman”, como nos cuenta Freyermuth (2003) en su
libro sobre las “mujeres de humo”.

La vida exige unas mínimas condiciones para dejar de ser precaria,


para que sea un vida “vivible” y para que pueda ser llorada. Éticamen-
te hablando, ahí donde las condiciones no existen para que una vida
sea “vivible y llorada”, deben implementarse, para que toda vida pue-
da ser protegida y sostenida, y no existan vidas que no se consideren
dignas de ser lloradas o personas que se consideren “no personas”
(Buttler, 2011).

Sin embargo, sabemos que existen vidas que se lloran, pero “otras
cuya pérdida no constituye una pérdida como tal al no ser objeto de
duelo” (Butler, 2011:44), porque hay una distribución diferencial en-
tre las poblaciones y entre las personas, del derecho de duelo.

Si tomamos la precariedad de la vida como punto de partida, en-


tonces no hay vida sin la necesidad de cobijo y alimento, no hay
vida sin una dependencia de redes más amplias de sociabilidad
y trabajo, no hay vida que trascienda la dañabilidad y la mor-
talidad. Pero hay un distribución diferencial de la precariedad
de la vida, por lo que hay vidas que no se consideran dignas de
ser lloradas y valiosas … están hechas para soportar la carga del
hambre, del infraempleo, de la desemacipación jurídica y de la
explotación diferencial a la violencia y a la muerte .

La precariedad de la vida consiste en que ésta puede ser eliminada


de manera voluntaria o accidental, y que su persistencia no está ga-
rantizada y por tanto todas las vidas son precarias, pero no todas son
protegidas, ni lloradas.

La precaridad designa esa condición políticamente inducida en


la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo
sociales y económicas y están diferenciadamente más expuestas
a los daños, la violencia y la muerte (Buttler, 2011: 46).
210
La precariedad puede ser inducida políticamente, para ciertas pobla-
ciones, ya que hay una distribución desigual de riqueza, a las que, por
tanto, les faltan los apoyos necesarios y quedan expuestas a condicio-
nes de violencia tanto estatal como de otros grupos.

Todas las vidas son precarias, pero la precariedad no se entiende


como un rasgo compartido, para que se reconociera la precariedad
compartida tendrían que existir “fuertes compromisos normativos de
igualdad” y la universalización más enérgica de los derechos.

R eflexiones Finales

Los derechos de las mujeres que ahora tenemos se han conquista-


do por un camino muy arduo, la lucha feminista ha tenido avances
y retrocesos. Me parece que desde la academia podemos contribuir
al avance de las mujeres y a lograr que tengamos una mejor vida en
países como el nuestro que no ha alcanzado altos niveles de bienestar
social.

El trabajo académico en el área de Género y Desarrollo debe pre-


tender visibilizar a las mujeres en todos los ámbitos, además analizar
las complejas relaciones sociales que provocan las desigualdades entre
mujeres y hombres. Y en este ámbito de estudio, no solo estudiamos
cuestiones socioeconómicas como pobreza, migración, empleo, en-
tre otros, sino cuestiones más personales que atañen de forma muy
directa el cuerpo de las mujeres, como las violencias de género y los
feminicidios.

Después de estudiar las desigualdades entre hombres y mujeres,


primero en el derecho a la tierra y luego analizando la violencia ha-
cia ellas, ¿qué aprendí?, ¿qué podemos hacer?, ¿cómo no quedarnos
con estudios que se envían a revistas, con libros que apilamos en las
oficinas o enviamos a bibliotecas o regalamos a colegas y estudiantes?

Primero, que la desigualdad hacia las mujeres se manifiesta de mu-


chas formas: no dejarlas poseer bienes, violentarlas de diversas formas
(incluyendo la destrucción de sus proyectos productivos); confinarlas
a los espacios privados y a ciertas actividades que se consideran “na-
turales” (cuidar hijos/hijas, esposo, familiares, limpiar la casa, etc.)
211
y no reconocerles siquiera el valor que tienen estas actividades; vio-
lentarlas dentro de sus hogares, donde se supone que debieran estar
muy seguras, en las calles, en los trabajos y en las escuelas; obligarlas
a cumplir con ideales de belleza que muy posiblemente no puedan
cumplir, con las consecuencias de todo tipo que esto acarrea; mi-
nimizar sus necesidades prácticas y estratégicas, incluso las vitales;
impedir, con prejuicios, su activa participación política y pública, en
cargos de elección popular, pero también en altos cargos directivos en
empresas e instituciones; y una vez en esos altos cargos, minimizar sus
actuaciones, discriminarlas por ser mujeres y darles un trato diferen-
ciado por eso mismo.

Con todo lo anterior quiero decir que el sistema binario sexo/gé-


nero actual, construido a través del tiempo, donde lo femenino es
inferior a lo masculino tiene altos costos para las mujeres y para la
sociedad en su conjunto. Insisto que una sociedad que no atiende
los complejos problemas de las desigualdades de género, que inclu-
so parece no importarle, no podrá alcanzar nunca altos niveles de
bienestar. Pareciera muy abstracto decir lo anterior, pero hablando
cuantitativamente, en un estudio del Banco Mundial, citado arriba, la
violencia hacia las mujeres trae consigo una pérdida del 2 por ciento
del Producto Interno Bruto, es decir los hombres violentos hacen que
se pierda riqueza en el país. Y la violencia solamente es el aspecto más
brutal del problema, sumemos la pérdida de ingresos de las mujeres
y sus familias en sociedades donde se las confina al espacio privado,
sumemos el costo de sus actividades al interior de los hogares y que
no son pagadas ni reconocidas.

De igual forma pienso que los estudios que realicé sobre tenen-
cia de la tierra, sobre proyectos productivos de las mujeres rurales,
analizando el tema incluso desde el empoderamiento, de acuerdo con
algunos modelos presentados por feministas, y al ver los resultados de
sus proyectos productivos: quema de productos agrícolas, despojo de
tierras con valor minero, destrucción de granjas avícolas y de apiarios,
trabas y trampas para que no accedan a los apoyos productivos, chis-
mes y violencia al interior de sus comunidades por atreverse a actuar
distinto, por dar pasos al ámbito público. Todo ello tiene que ver con
la violencia de género, porque esas destrucciones, no de sus cuerpos y
sí de sus activos productivos, tienen que ver con el hecho de que son
mujeres, y que como tales “debieran” ser confinadas a sus hogares. Al
menos en los casos estudiados, la sociedad rural no permite que se
trasgredan las normas heteropatriarcales, heteronormativas.

¿Qué paso dar? Nos falta tender puentes entre la academia y el ac-
212 tivismo, donde ambas actividades sean complementarias entre sí. No
podemos seguir haciendo estudios solamente y contentarnos en que,
quizás, en algún momento de la vida, alguien de la vida política po-
dría escucharnos. Deberemos hacer propuestas de políticas públicas,
de atención a los graves problemas de género y de exigencia, junto con
la sociedad civil, de que las leyes se cumplan.

Además, creo que debemos articular todos nuestros esfuerzos aca-


démicos al interior de la Universidad y crear en corto plazo el Pro-
grama Multidisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de
Guanajuato al que nos unamos todas y todos quienes trabajamos las
diversas problemáticas con perspectiva de género y/o enfoque femi-
nista. Un paso se ha dado al interior de la Universidad y es la creación
del Programa de Igualdad (mayo de 2016), del cual pudiera surgir el
Programa arriba mencionado.
R eferencias

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Ahorcan a mujer en motel. La nota roja de México. 11 de diciembre de 2011.
http://www.lapoliciaca.com/nota-roja/ahorcan-a-mujer-en-motel/
Consultada el 9 de abril de 2012 19:22 hrs.
Los retos de la investigación feminista
desde la academia. El caso del servicio
doméstico en México

Abril Saldaña Tejeda


Departamento de Estudios Sociales

La relevancia de la investigación académica feminista emerge de la


necesidad de reconocer la experiencia de las mujeres como propieda-
des significativas de la realidad social. La metodología feminista im-
plica un punto de partida (standpoint) que entiende la experiencia de
las mujeres como fundamental para el conocimiento de las relaciones
políticas entre las mujeres y los hombres (Ramazanoglu, 2002:60). Sin
embargo, las críticas al feminismo han señalado la dificultad de defi-
nir a la mujer como categoría unificada. Por un lado, argumentar que
las investigadoras poseemos un privilegio epistemológico (basado
en un conocimiento distintivo de la opresión de las mujeres) ha sido
cuestionado ya que universaliza la experiencia de las mujeres al mis- 215
mo tiempo que ignora las diferencias entre las mismas –marcadas por
la clase, edad, “raza”, sexualidad, discapacidad, etcétera–. Los críticos
de la metodología feminista han cuestionado, además, el poder asu-
mido de las feministas de identificar las necesidades “reales” de todas
las mujeres debido a que tales necesidades son adscritas por las inves-
tigadoras a través de sus propias subjetividades (Alcoff, 1988; Ham-
mersley, 1992). Para Bourdieu (1990) aquellos que claman una forma
de proximidad con el “dominado” y se definen a sí mismos como po-
seedores de una misión exclusiva, lo hacen con el costo de romper con
esa proximidad a través de su propia figura como voceros.

Las dificultades y contradicciones que presentan las metodologías


feministas han sido expuestas por las críticas postcolonialistas. Se ha
identificado una tendencia al hacer investigación feminista que pa-
rece trabajar con los mismos marcos epistemológicos encontrados
en la literatura colonial (Kwok Pui-Lan, 2002; Narayan, 1997). Para
algunos, la idea de “salvar a las mujeres” de “color” sigue definien-
do los discursos feministas y esto se compara con la ideología co-
lonialista que justifica la violencia a través de una supuesta misión
social. Chandra Mohanty (1991:2) fue una de las primeras en identi-
ficar la apropiación y codificación de la “producción académica” y el
“conocimiento” acerca de las mujeres en el tercer mundo por medio
de categorías analíticas particulares. Para la autora la relación exis-
tente entre la noción de “Mujer”, un compuesto cultural e ideológico
del Otro construido a través de diversos discursos de representación
(científicos, literarios, jurídicos, lingüísticos, cinemáticos, etcétera), y
“mujeres”, sujetos reales, materiales, de sus propias historias colecti-
vas, es una de las cuestiones centrales que la práctica de la académica
feminista busca abordar. Sin embargo, el feminismo “occidental” ha
tendido a asumir una noción homogénea de la opresión de las mu-
jeres como grupo, reproduciendo con esto la imagen de la mujer del
“tercer mundo” como truncada por su género y como víctima por su
condición “tercermundista”. Esto, argumenta Mohanty, contrasta con
la auto-representación implícita de la mujer occidental como educa-
da, moderna y con control de su cuerpo y sexualidad.

¿Se puede entonces hablar de las mujeres como categoría analítica?


Como reconoce Judit Butler (1988) la deconstrucción del sujeto fe-
minista no significa la censura de su uso. La academia puede y debe
comprometerse a la investigación feminista reconociendo la comple-
jidad de la articulación de diversas jerarquías sociales en la experien-
cia de vida de las mujeres como “sujetos reales” y con agencia. Es
por esto que el estudio del trabajo doméstico y, en específico, las re-
216 laciones entre las patronas y las trabajadoras nos permiten visualizar
la articulación entre el género y la condición de ser mujer y diversas
jerarquías sociales como la clase y la raza.

Mujeres en el servicio doméstico en México

El interés académico por el servicio doméstico en los países de Euro-


pa Occidental y Estados Unidos coincide con el incremento de la mi-
gración internacional de mujeres, la consecuente formación de cade-
nas globales de cuidados y de una nueva clase “sirviente” en los países
receptores (ver Anderson, 2000; Salazar Parreñas, 2001; Ehrenreich y
Hochschild, 2002). La literatura internacional sobre trabajo domés-
tico ha enfatizado la racialización de este sector, sin embargo, suele
tratar la nacionalidad y la raza como términos indistintos y con esto
descuida importantes diferencias en la experiencia de mujeres con la
misma nacionalidad pero posicionadas de forma distinta en las jerar-
quías raciales en el país de origen y en el país receptor (Hunter, 2002).

En México, en el año 2011 el Consejo Nacional Para Prevenir la


Discriminación (CONAPRED) incluyó a las trabajadoras del hogar
como uno de los doce grupos más vulnerables a la discriminación. El
CONAPRED describe la vulnerabilidad de los grupos según su sexo,
edad, adscripción étnica, preferencia sexual, etcétera. Sin embargo,
la explicación que ofrece el Consejo sobre la vulnerabilidad de las
trabajadoras es problemática. El CONAPRED parece sugerir que la
discriminación de este grupo se explica porque está “compuesto en
su mayoría por mujeres indígenas o empobrecidas”.1 Ciertamente, las
mujeres en posiciones privilegiadas no se encuentran trabajando en
el servicio doméstico, sin embargo, hay otros grupos viviendo en con-
diciones de pobreza y trabajando en el sector informal que no forman
parte de los grupos definidos por el CONAPRED como particular-
mente vulnerables a la discriminación. CONAPRED sugiere que en
América Latina las trabajadoras son en su mayoría indígenas. Este no
es el caso de México, según el Instituto Nacional de Geografía y Esta-
dística (Inegi), en el año 2010, un 18.6 por ciento de las personas en
el servicio doméstico reportaron ser indígenas. Independientemente
de la confiabilidad de los datos sobre el número de trabajadoras que
son indígenas en el país, es importante subrayar que el resto de las
trabajadoras, es decir, más del 80 por ciento según los datos del Inegi,
no son mujeres indígenas. El Consejo parece sugerir que la discri-
minación de las mujeres en este sector sucede en virtud de su clase y
raza y que esto último sólo afecta a las mujeres que son indígenas. Sin
embargo, como discutiremos más adelante, el racismo afecta la expe-
riencia de las mujeres en el servicio doméstico independientemente
de que sean o no indígenas. Es importante no confundir raza y clase 217
ya que pueden existir formas de exclusión racial que no impliquen
explotación de clase y viceversa (Goldberg, 1993). De forma similar,
es necesario diferenciar el racismo de la discriminación. El racismo
es una ideología que elabora construcciones sociales en base a varia-
ciones fenotípicas o a diferencias sociales y culturales innatas (Wade,
1997; Back y Solomos, 2000). En cambio, la discriminación tiene que
ver con derechos específicos y diferenciados que son negados a partir
de esta ideología (Casaús, 2008).

El reconocimiento oficial de la discriminación institucionalizada


de las trabajadoras es un gran paso para visualizar las terribles con-
diciones laborales en las que millones de mujeres son obligadas a tra-
bajar. Sin embargo, es importante notar el contraste entre este reco-
nocimiento público y el silencio que por años prevaleció en torno al
tema en el contexto académico. En su artículo, Bruno Lautier (2003)
identifica la escasa producción académica sobre el tema en América
Latina y argumenta que esta negligencia se podría explicar, en parte,
por la incapacidad de las mujeres sociólogas de tomar distancia de su
objeto de estudio debido a su propia relación con las trabajadoras. El
1
Ver inclusión de las trabajadoras del hogar en la página del CONAPRED:
http://www.conapred.org.mx/
autor reconoce que los hombres también se benefician de este arre-
glo laboral, sin embargo, argumenta que ellos simplemente “no hacen
investigaciones sobre el trabajo femenino”. Para Lautier (2003:810),
el tema de las trabajadoras domésticas “perturba” a las mujeres soció-
logas ya que son ellas las que mantienen una relación asimétrica y de
opresión con la trabajadora:

Al querer liberarse de las tareas domésticas impuestas por el or-


den masculino, las mujeres de las “clases medias” participan en
la perpetuación de otro tipo, más oscuro y perverso, de repro-
ducción de las relaciones sociales de género a través de la esfera
privada.

El argumento de Lautier es problemático en muchos niveles, no


existe tal cosa como un orden de opresión más oscuro y perverso que
otro. Es sin duda problemático culpar a las mujeres sociólogas por la
falta de interés académico en un tema que compete y beneficia tanto
a las mujeres como a los hombres de la clase media. Es además pro-
fundamente sexista definir a las mujeres sociólogas como incapaces
de distanciarse de su “objeto de estudio” y con esto asumir que los
hombres sociólogos son objetivos/neutrales. Sin embargo, el autor ex-
pone el aporte que las investigaciones feministas pueden y deben rea-
lizar cuando se trata del estudio de un trabajo precario tan feminizado
218 como el trabajo doméstico a partir de un feminismo reflexivo que
pueda problematizar no sólo la diferencia entre mujeres, sino además,
la forma en la que su posición, dentro y fuera de la academia implica
subjetividades particulares; en este caso, la posición de la investigado-
ra como académica y patrona. La sociología reflexiva advierte sobre
la importancia de reconocer el poder y la diferencia entre el investi-
gador y el sujeto de estudio para identificar la forma en la que éstos
influyen en la construcción de conocimiento (Alversoon y Skoldgert,
2000; Pels, 2000). La idea es hacer transparente, desde las ciencias
sociales, la voz de quién habla y bajo qué intereses lo hace. Esto se en-
tiende como una forma de generar no sólo investigación ética sino un
conocimiento más “puro” (Heaphy, 2007; Mosselson, 2010). Como
argumenta Heaphy (2007) “la reflexividad no pretende corregir ses-
gos pero investigar, hacer visible y problematizar los procedimientos
y lo que se asume en las interpretaciones y argumentos sociológicos”.

Partiendo de un feminismo reflexivo, esta investigación ofrece una


mirada a las mujeres en el servicio doméstico a través de tres prácti-
cas corporales: la comida, la maternidad y la sexualidad. La primera
sección ofrece un breve análisis sobre la forma en la que la comida
y el comer han servido históricamente para diferenciar cuerpos y
construir identidades de clase, raza y nación. La sección aborda la
continuidad de los discursos y prácticas alimenticias que hoy en día
sirven como marcadores de diferencias corporales entre los patrones
y la trabajadora. La segunda sección aborda el tema de la maternidad
como una experiencia y práctica corporal en el contexto del servi-
cio doméstico. Se argumenta que esta ocupación moldea y reafirma
nociones diferenciadas sobre maternidad y crianza entre patronas y
trabajadoras. Además, se expone la forma en la que las condiciones
actuales en el servicio doméstico impiden a las trabajadoras ejercer
su propia maternidad. La tercera y última sección analiza la sexuali-
zación de las trabajadoras domésticas y la forma en la que nociones
sobre moral, sexualidad y suciedad han servido históricamente para
marcar el cuerpo de algunas mujeres como contaminantes. Este estu-
dio está basado en un proyecto doctoral en Sociología por la Univer-
sidad de Manchester en Inglaterra. Un total de 26 mujeres (patronas y
trabajadoras) participaron en el estudio ya sea a través de entrevistas a
profundidad y semi-estructuradas o bien en discusiones grupales. El
trabajo de campo se realizó durante los años 2008-2009 en la ciudad
de Irapuato, Guanajuato, México.
“¿Por qué no voy a agarrar una manzana o una fruta si yo
lavo sus calzones?” Comida, clasificación social en el servicio
2
doméstico

219
En su libro, ¡Que vivan los tamales! La comida y la Creación de la
Identidad Mexicana, Jeffrey M. Pilcher (1998) muestra que aunque la
conquista de las Américas compuso una tradición culinaria de forma
híbrida, la comida de ambos lados del Atlántico, el maíz y el trigo se
mantuvieron mutuamente excluyentes. Poco después de que el con-
quistador Hernán Cortés aterrizó en territorio maya, los misioneros
españoles comenzaron a “educar” el sabor de los indios con el fin de
convertirlos en cristianos y convertirlos en seres humanos más com-
pletos. Fray Bernardino de Sahagún (en Burkhart, 1989:166) un mi-
sionero franciscano español para el pueblo azteca de México instruyó
a los indios a comer, 

... eso que los castellanos comieron, porque es buena comida, esa
con la que se criaron, ellos son fuertes y puros y sabios... Ustedes
se convertirán en la misma forma que ellos si comen su comida,
y si son tan cuidadosos con sus cuerpos como ellos lo son. Siem-

2
Esta sección está basada en un artículo publicado anteriormente: Abril Sal-
daña “Why Shouldn’t I Take an Apple if I Wash Their Underwear?’’ Food,
Social Classification and Paid Domestic Work. Journal of Intercultural Stu-
dies, 33:2 pp.121-137.
bren maíz castellano [trigo] de modo que ustedes puedan comer
tortillas castellanas [pan].

Los alimentos europeos fueron cruciales para la empresa colonial


justamente porque se utilizaban para estructurar las categorías socia-
les del español e indio; colonizador y colonizado (Earle, 2010). La
pintura de castas, es un buen ejemplo de cómo se utilizaba la comida
para la categorización racial. Se trata de una serie de cuadros al óleo
encomendados por las autoridades españolas durante el siglo XVIII y
representan una taxonomía progresiva de razas en las cuales se utili-
zan las inscripciones y los alimentos para identificar las diferentes cas-
tas del Nuevo Mundo (Carrera, 2003). La “evangelización del apetito”
durante la conquista podría interpretarse como un intento de trans-
formar a los indios en seres humanos completos o, por el contrario,
como un marcador permanente de la diferencia y la distancia. A fin
de cuentas, como Beardsworth y Keil (2002:55) sugieren, “[a]prender
a ser humano implica aprender lo que los seres humanos, a diferencia
de los no-humanos, comen”.

Incluso después de que los colonos adquirieron el gusto por el maíz


por necesidad, la actitud ambivalente hacia la comida nativa persistió
y se reflejaba en los libros de cocina del siglo XIX (Pilcher, 1998).  Al
comienzo del siglo XX, se fusionaron diversos discursos sobre los ali-
220 mentos, la modernidad, el desarrollo nacional y la raza que acabarían
por prescribir transformaciones que eventualmente definirían la dieta
del mexicano promedio, una dieta que resultaría estar lejos del ideal
nutricional. En 1899, el senador Francisco Bulnes culpó el maíz por el
subdesarrollo de México y la debilidad de su población indígena. Para
Bulnes, la entonces nueva ciencia de la nutrición dividía a la huma-
nidad en tres razas: los pueblos de maíz, trigo y arroz, así, explicaba
el autor, “la historia nos enseña que la raza de trigo es la única ver-
daderamente progresista... [Y]... el maíz ha sido el pacificador eterno
de las razas indígenas de América y el fundador de su repulsión a
la civilización” (Bulnes, 1899 en Brading, 1996:628). Sus numerosas
publicaciones polémicas dieron a Bulnes una reputación de un racista
(Tenorio-Trillo, 2010), sin embargo, en ese momento, su hipótesis se
convirtió en el centro de un debate nacional acerca de la “pobre dieta
de los pobres” (Pilcher 1998).

Durante los años 1930 y 1940, los defensores prominentes del in-
digenismo parecían estar preocupados por el cambio en los hábitos
alimenticios de la población indígena. El movimiento indigenista im-
plicaba una serie de medidas políticas diseñadas para inculcar un sen-
tido de una cultura nacional compartida entre las diversas comunida-
des étnicas de México. La idea era integrar a la población indígena a
la vida nacional; un proceso que se consolidó a través de un sistema
de educación pública que, entre otras imposiciones, obligó a la im-
plementación del español como lengua oficial y aconsejó a las comu-
nidades indígenas a cambiar sus hábitos alimenticios y comer como
gente de razón (Barabas, 2000; Gutiérrez Chong, 2008; Pilcher, 1998).

La comida procesada eventualmente se volvió más accesible que la


tradicional y casera, esto gracias a una fase de industrialización du-
rante las décadas de 1940 y 1950 que fue acompañada por una re-
ducción de la agricultura y de la economía de subsistencia así como
de ideas que definían la comida industrializada como símbolo de un
México moderno. Estos cambios alimenticios explican, en parte, el
problema de obesidad que hoy en día padecen 71.3 por ciento de los
adultos mexicanos y 19.8 de los niños (Gutiérrez et al, 2013). Como
hemos discutido en esta sección, desde la época colonial los discursos
de los alimentos han servido como una simbiosis entre materialidad
del clase y significativo racial. Hoy en día, la comida y el comer per-
sisten como prácticas de diferenciación y esto se puede visualizar en
las relaciones alimenticias, por ejemplo, en aquellas que se sostienen
entre las empleadoras y sus trabajadoras domésticas.

“Tuvimos nuestros platos de plástico y vasos de plástico y los 221


de ellos no fueron, los de ellos eran de color rosa”: Cultura,
repugnancia y vergüenza

Basándose en las experiencias vividas por las trabajadoras domésticas


remuneradas y empleadoras, es posible sugerir que las distinciones de
comida sirven para reproducir la diferencia entre mujeres. Durante el
trabajo de campo y las entrevistas realizadas a mujeres en el servicio
doméstico, encontré que las empleadoras suelen definir que las traba-
jadoras tienen gustos diferentes y suelen comer alimentos más caló-
ricos que la familia que las emplea. Sin embargo, las trabajadoras tie-
nen otra opinión, para ellas, son las patronas quienes deciden quién
come qué. Ann L. Stoler (1995:151) sostiene que, durante la colonia,
las sirvientas eran vistas como una amenaza para la integridad de los
niños bajo su cuidado, esto porque se pensaba podían influir en sus
gustos y lo que Bourdieu llamaría capital cultural, y con esto trans-
gredir “la gramática social” y la preservación de los futuros miembros
de la clase burguesa y europea. Las preferencias alimenticias no son,
sin embargo, necesariamente una cuestión de gusto. En su trabajo La
Distinción, Bourdieu (1984:190) sostiene que “los gustos en los ali-
mentos también dependen de la idea que cada clase tiene del cuerpo y
los efectos de los alimentos en el cuerpo”. Por lo tanto, el valor que las
personas dan a la fuerza, la salud y la belleza varía de acuerdo a su cla-
se. Las trabajadoras domésticas podrían relacionarse con sus cuerpos
como instrumentos de trabajo y las exigencias físicas de la ocupación
bien podrían requerir un mayor consumo de calorías.

Casi 500 años después de que Fray Bernardino de Sahagún ins-


truyó a los indios a comer lo que los castellanos comieron para llegar
a ser más como ellos, ciertos alimentos siguen teniendo poderosos
signos raciales y de clase. La historia racial de los alimentos y la ali-
mentación sigue siendo parte de los discursos cotidianos en el trabajo
doméstico remunerado. Ramona, una de las trabajadoras domésticas
entrevistadas, describió la privación de alimentos cuando trabajaba
con una empleadora que se negaba a darle alimentos y tiempo para
comer en una jornada laboral de hasta diez horas. Según Ramona
la señora solía pedirle que llegara alimentada al trabajo “porque no
conocemos los frijoles aquí, estamos a dieta; tienes que comer antes
de venir a trabajar… puedes ver tú misma que ni siquiera comemos
tortillas”.

Cuando la empleadora afirma que “no conocen los frijoles y las


tortillas” se distancia de la trabajadora de una forma muy similar a
la estratificación social colonial. La afirmación de la empleadora de
no conocer los frijoles y las tortillas se asemeja a la observación de
222 Thomas Gage de Chiapas de los criollos del siglo XVII de pie en sus
puertas cada tarde “para ver y ser visto” comiendo pan y carne (Gage,
1981 en Pilcher, 1998:38). La privación de los alimentos afecta a la
vida de las trabajadoras, no sólo de manera simbólica, sino también,
como el relato anterior sugiere, tiene efectos inmediatos y concretos
sobre su salud. Núñez y Holper (2005) ofrecen un valioso análisis de
las prácticas alimenticias entre las trabajadoras peruanas en Chile.
Los autores argumentan que las trabajadoras domésticas sufren de
problemas relacionados con la salud (como la pérdida de peso), debi-
do a la carencia de alimentos en el trabajo. La privación de alimentos
es percibida por las trabajadoras peruanas como un mecanismo de
violencia simbólica que limita su autonomía, que socava su salud y
su persona.

Las empleadoras que participaron en este estudio expresaron sen-


tirse renuentes a que sus trabajadoras domésticas cocinen para sus
familias. La insistencia de las empleadoras por cocinar ellas mismas se
basa en prejuicios sobre las habilidades de las trabajadoras como co-
cineras. Como sostiene Yolanda durante la entrevista de grupo “ellas
[las trabajadoras domésticas] no saben cocinar; ellas sólo saben co-
mer”. Levi-Strauss (1966) argumenta que la cocina es lo que transfor-
ma la naturaleza (materia prima) en la cultura (alimentos aceptables
para los seres humanos). Por lo tanto, la distinción entre la cocina y la
alimentación está ligada a la de cultura/naturaleza; la empleadora, en
este caso se sitúa a sí misma dentro de la primera y a las trabajadoras
en la última. La exclusión de las trabajadoras de la labor de cocinar
también se expresó a través de sentimientos de asco y de temor a la
contaminación. Como explica Ana, una empleadora entrevistada, las
trabajadoras “la muchacha no tenía la higiene, no tienen cuidado en
tener las uñas cortas y limpias”.

En este relato la empleadora fija las características corporales de las


trabajadoras domésticas como sucias y contagiosas. Estudios sobre el
asco y la repugnancia sugieren que esta poderosa emoción humana
tiene un considerable significado moral (Chapman et al, 2009; Kekes,
1992). Martha C. Nussbaum (2006) argumenta que la repugnancia
tiene un contenido cognitivo específico que toma la forma de un de-
seo de ser de origen no animal. Para Nussbaum, el asco se trata de
rechazar todo lo que nos recuerda nuestra condición animal, tal como
fluidos corporales, la suciedad y la enfermedad. No sorprende que,
la repugnancia se ha proyectado históricamente a grupos de personas
que han sido equiparadas a los animales debido a su grado de desvia-
ción de la norma; es decir, del hombre blanco, de clase media, y hete-
rosexual (Anderson, 2000; Collins, 1990; Skeggs 1997). La Otredad,
en este caso, sirve para negar nuestra propia naturaleza animal, como 223
afirma Nussbaum (2006:107): “...necesitamos un grupo de seres hu-
manos para ponerse en contra de nosotros mismos, quienes vendrán
a ejemplificar la línea divisoria entre lo verdaderamente humano y lo
animal”.

Definir a las trabajadoras como potenciales contaminantes ejem-


plifica la articulación entre el tipo de trabajo que hacen, es decir, la
forma en la que la limpieza de la suciedad de otros ha sido histórica-
mente una labor de grupos racializados y la feminización de esta ocu-
pación. Como los alimentos son una cuestión fisiológica y psicológi-
ca, no sorprende que las que se consideran como contaminantes sean
mantenidas a distancia de la comida que tengamos la intención de
consumir. La distancia entre los alimentos para la familia y la trabaja-
dora se logra asegurando que sólo la mano “limpia” de la empleadora
toque la comida que la familia coma. Sin embargo, hay otras medidas
más drásticas, tales como la de dividir los utensilios de la familia de
los que puede usar la trabajadora.

La cocina es una práctica emocional que está estrechamente rela-


cionada con la maternidad y la crianza (DeVault, 1991). Mientras que
una empleadora describe haciendo el desayuno los domingos “como
si estuviéramos en un hotel, con la fruta y pequeñas figuras de las
crepas para los niños” muchas trabajadoras domésticas han descrito
dejar a sus propios hijos sin supervisión o encerrados con llave en una
habitación durante los turnos de trabajo. La mayoría de las trabaja-
doras entrevistadas consideraban que una de las principales cargas
emocionales de la ocupación fue el impedimento de alimentar ade-
cuadamente a sus hijos debido a limitaciones del tiempo y la falta de
acceso a servicios de guardería. Tanto los alimentos y el comer como
la maternidad son experiencias corporales que funcionan como me-
canismos de distinción; en este caso, entre patronas y empleadas. La
siguiente sección analiza y compara algunas reflexiones sobre el tema
de la maternidad y la crianza en el contexto del servicio doméstico.

Madres “buena onda”, niños felices y nanas leales: maternidad


3
y la labor reproductiva de las trabajadoras domésticas

Las nociones alrededor de la maternidad, la infancia y la crianza son


construcciones interdependientes que no pueden ser entendidas de
forma separada (Glenn, 1994). La historia de la infancia es un área de
estudio relativamente nueva en América Latina, pero algunos histo-
riadores en la región han trabajado de forma indirecta con el tema a
224
través de estudios sobre familia y género. Premo (2008:71) argumenta
que lo que parecería ser una negligencia académica podría explicarse
por la dificultad de escribir sobre la infancia en la región a través de
nociones occidentales impuestas,

Lo que parece cada vez más obvio es que una de las caracterís-
ticas más comunes de crecer en América Latina es precisamen-
te la interacción fluctuante, en diferentes momentos históricos,
de formas de crianza “tradicionales” y otras “modernas”, por lo
general de élite, que intentan universalizar la definición de la in-
fancia.

Las mujeres patronas entrevistadas parecen seguir nociones oc-


cidentales sobre la infancia como un periodo especial en la vida en
donde los niños necesitan de atención constante. La forma en la que
las mujeres “resuelven” las demandas que esta visión de la infancia re-
presenta, es a través del trabajo de otra mujer menos privilegiada. La
3
Esta sección está basada en el capítulo de libro “Entre Malinche, Guadalupe
y la Llorona: maternidad, cuidados e infancia en México” (2015), en Séverine
Durin, María Eugenia de la O y Santiago Bastos (coords), Trabajadoras
en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano. Nuevo
León: CIESAS y EGAP/Tec de Monterrey.
trabajadora doméstica libera a las patronas de las normas de género
que la sujetan al trabajo doméstico, al mismo tiempo que fortalece e
incrementa las expectativas en torno a su maternidad. Durante las
entrevistas realizadas para este trabajo se les preguntó a las patronas
explicar la popular frase “la muchacha es la felicidad de la familia” a lo
que la mayoría contestó que la “muchacha” les permitía tener “tiempo
de calidad” con su familia sin tener que exigir su participación en las
labores del hogar. La “felicidad” que la trabajadora brinda a la familia
de los patrones está estrechamente vinculada con expectativas de gé-
nero que definen a la mujer de clase media como una esposa y madre
quien debe ser o estar siempre presente, siempre disponible, permi-
siva y feliz. Mónica, una patrona de 37 años explicó cómo el contar
con una trabajadora doméstica le permite ser una mejor madre “no
te agobias de estar pensando en eso [en la limpieza], entonces con tus
hijos eres más buena onda”.

El trabajo doméstico facilita a las patronas el disfrutar del estatus


social de ser madre sin tener que involucrarse en el trabajo físico/
doméstico que implica el cuidado de los hijos (Glenn, 1994). Glenn
argumenta que la figura de la “madre-gerente” hace que las mujeres de
clase media se encuentren en una posición muy cómoda como para
retar un orden de género que las oprime.

A pesar de que las mujeres de clase media son “liberadas” del tra- 225
bajo que demanda el cuidado de los hijos, las expectativas de género
sobre su maternidad son fortalecidas de tal forma que parecen im-
posibles de cumplir. Una mirada rápida a las principales cadenas de
librerías en México (i.e. Gandhi, el Sótano) muestra cómo la mayoría
de los libros sobre maternidad y crianza que se ofrecen son obra de
“expertos” norteamericanos o europeos. Es decir, se traducen al espa-
ñol las prescripciones occidentales sobre crianza y maternidad para el
mercado latinoamericano sin reconocer las diferencias del contexto
en el que las mujeres son madres.

Las nociones sobre la crianza nos permiten visualizar las normas


sobre maternidad que corresponden pero, en el contexto del trabajo
doméstico remunerado, la forma en la que las jerarquías sociales son
transmitidas de forma intergeneracional (Stoler, 2002). La relación
entre la nana y el niño-patrón es un elemento clave en la reproduc-
ción de desigualdad social. Para Anderson (2000:156), a través de la
relación de los niños con la trabajadora doméstica “las nociones de lo
que es considerado como apropiado en términos de género y raza son
representadas mientras que la identidad de las trabajadoras y las pa-
tronas se reafirma”. La presencia de la trabajadora parece reproducir
marcadores sociales de diferencia en México y funciona como un me-
canismo mediador de la formación de los niños y su posicionamiento
con respecto a una jerarquía y un contexto social específico. Ana es
una patrona de 47 años que describe la conducta de un niño al que
solía llevar de la escuela a su casa,

Cuando llegábamos a la casa del niño él lo primero que hacía


cuando la sirvienta salía a recibirlo era aventarle la mochila al
suelo, lejos y la pateaba, para que la muchacha tuviera que ir a
donde cayera la mochila para recogerla. …lo llegué a escuchar
decir: “¡para eso te pagan!”

El poder simbólico del niño-patrón afecta la experiencia de las mu-


jeres trabajadora, por ejemplo, durante una observación en una fies-
ta infantil una patrona hablaba del problema que tenía con su hijo
de tres años quien después de haber dejado el pañal, mojaba la ropa
frecuentemente. La mujer describió haber llevado a la trabajadora
doméstica/nana a la psicóloga infantil que atendía al niño en aquel
momento. La trabajadora “confesó” a la terapeuta su renuencia a dis-
ciplinar al niño por miedo a ser acusada por los patrones o por el
niño de maltrato infantil, por esta razón, la patrona parecía atribuirle
la culpa a la trabajadora/nana de los problemas del niño, finalmente
era la actitud permisiva y consentidora de la trabajadora la causa del
226 problema; “no lo sabe educar” comentaba la madre del niño. En su
libro sobre los mitos de maternidad Thurer (1994) explica que desde
mediados del siglo XX los “expertos” occidentales en crianza han de-
finido a las madres como culpables de cualquier problema psicológico
que un niño pueda presentar. En el contexto del trabajo doméstico
(y reproductivo) pagado parece que un aspecto de éste puede ser el
asumir la responsabilidad emocional de los problemas o carencias de
los hijos de los patrones y hasta su “falta de valores”. Por ejemplo, Ana,
una patrona de 47 años y madre de cinco hijos describe la forma en
la que percibe el orden de género establecido y el supuesto “peligro”
moral de dejar la crianza de los hijos en manos de una trabajadora
cuando expresa “si son niños que crecen educados por la sirvienta
¿pues qué valores pueden tener?”.

Mientras que para las patronas ser una buena mamá significa ser
una madre siempre presente y permisiva, para las trabajadoras una
buena madre es, en parte, aquella que asegura los recursos necesa-
rios para sus hijos. Andrea, una trabajadora con tres hijos cuenta muy
orgullosa el día en el que veía un anuncio en televisión con su hijo
en donde un hombre aparece trabajando para su familia; al acabar
el anuncio el niño le dice a su madre: “¡es como tu má, tú te partes el
alma trabajando por nosotros!”.

Algunas trabajadoras domésticas entrevistadas describieron haber


sido las “madres” de sus hermanos y hermanas menores. Además, al-
gunas trabajadoras contaron cómo sus hijas o hijos mayores fueron
o eran en ese momento los responsables de alimentar y cuidar de los
menores. Para Collins (1994:56), la figura de la “otra-madre”, es de-
cir, cuando una mujer comparte la responsabilidad de la crianza de
sus hijos con otra mujer (generalmente las hijas mayores, suegras o
madres) empodera a las mujeres ya que establecen vínculos afectivos
y de solidaridad entre ellas. Haciendo referencia a las comunidades
negras en Estados Unidos, Collins nota que “en muchos casos, los
hijos, especialmente las hijas, se solidarizan con sus madres en lugar
de confrontarlas o verlas como símbolos de un poder patriarcal”. Sin
embargo, es importante no romantizar una práctica que puede ser
el resultado de falta de opciones (acceso a guarderías) más que una
muestra consciente de resistencia a normas sociales sobre materni-
dad. En el caso de las hijas mayores, compartir la responsabilidad de
la crianza con sus madres puede representar una carga física y emo-
cional que limita su propio bienestar y desarrollo. Por ejemplo, Cris-
tina comenzó a trabajar cuando tenía ocho años y, además de esto,
tenía la responsabilidad de criar a sus hermanos “mi mamá me los
dejaba todos a mí y ya después me enfadé de cuidar tanta cría, ¡Mi 227
mamá no me dejaba salir!”. Durante una de las observaciones en Cu-
chicuato, en donde comí con la familia de tres hermanas trabajadoras
domésticas, la madre de éstas platicaba que su hija mayor, Elena, se
quejaba frecuentemente de la responsabilidad que desde niña se le ad-
judicó en cuanto a la crianza sus hermanos y hermanas: “ella siempre
me reclama; ¡ay mamá usted nunca me dejó jugar!”.

La experiencia de ser “otra-madre” para los hermanos puede ser


equivalente al trabajo infantil, además, en el caso de las niñas que
trabajan fuera de casa, la responsabilidad de criar a los hermanos me-
nores es equivalente a la experiencia de la “doble jornada”. Por otro
lado, algunas de las trabajadoras domésticas entrevistadas describie-
ron sentirse empoderadas no por hacer corresponsables a sus hijas
mayores de la crianza de los hermanos sino a través de su educación
y desarrollo. Como Rosario notó “yo sufrí mucho por mis hijos, espe-
cialmente por mis hijas, yo no quería que terminaran como yo”. A tra-
vés del empoderamiento de sus hijas muchas trabajadoras sintieron
haber sido capaces de resistir a la opresión a través de una transfor-
mación generacional, Rosario, una trabajadora de 72 años reflexiona
cómo hubiera sido su vida y la de sus hijos de no haber trabajado en
el sector doméstico: “¿Si yo no hubiera trabajado? (pausa). Siento que
si no hubiera trabajado yo, mis hijos se hubieran quedado igual que
yo”. Ninguna de las hijas de Rosario es trabajadora doméstica y todas
tienen mucho mejores condiciones laborales que las que ella tuvo du-
rante toda su vida laboral.

Collins (2000:194) argumenta a favor de la “política maternal” (la


noción de maternidad como un símbolo de poder) ya que el ser ma-
dres puede motivar a muchas mujeres a resistir y a tomar acciones
que de otra forma no hubieran considerado. La posibilidad de una
transformación generacional, a través de la maternidad, es compleja
en el contexto del trabajo doméstico pagado en México debido a la
negación de beneficios laborales que les permitan a las mujeres lograr
un buen balance entre familia y trabajo. Muchas trabajadoras domés-
ticas son forzadas a dejar a sus hijos solos en casa mientras que salen
a trabajar, algunas veces encerrados en un cuarto. Estas condiciones
afectan la experiencia maternal de las trabajadoras y el derecho que
tienen los niños de un cuidado físico y emocional adecuado. En el
caso de Rosario, un sistema de género opresivo, la falta de beneficios
laborales y unos patrones demandantes afectó significativamente su
capacidad de ser madre,

Mis hijos sufrieron no se imagina. Demasiado. Yo siempre, mis


hijos [hace pausa y se le quiebra la voz] los dejaba encerrados en
228 un cuarto… dejaba a mis hijos encerrados, sufrieron mucho mis
hijos. La más grande tenía 5 años, le daba [de comer] a la que le
seguía, se me partía el alma.

Mientras que el Estado se niegue a reconocer a las casi dos millones


de mujeres en este sector como trabajadoras y, con esto, a garantizar
los beneficios laborales que todo trabajador merece, historias como la
de Rosario seguirán afectando no solo a las mujeres sino además a sus
familias y a sus comunidades. Un estudio de familias transnacionales
en Estados Unidos encontró que las madres que están separadas de
sus hijos siguen sintiéndose responsables por mantener un vínculo
emocional con sus hijos a través del contacto frecuente desde la dis-
tancia. Dreby (2006) encontró que entre las familias transnaciona-
les las expectativas de género cambian en relación a la pareja pero
no en relación con las expectativas sobre maternidad y paternidad.
Mientras que los padres transnacionales sienten que “fracasan” como
padres cuando no envían dinero, las madres transnacionales sienten
que descuidan la atención emocional y afectiva hacia sus hijos por
la distancia. Aunque para las trabajadoras la noción de una “buena”
madre se define, en parte, por su función como proveedoras, esto no
disminuye necesariamente la importancia que tiene para las mujeres
las relaciones afectivas con sus hijos.

Los actuales programas de asistencia social, de los cuales muchas


trabajadoras son beneficiarias, están lejos de ser una solución real para
resistir las condiciones de pobreza que afectan a millones de mujeres
trabajadoras. Por el contrario, programas como Oportunidades, repro-
ducen ideas que definen a los grupos subalternos como “víctimas pasi-
vas” y en deuda con sus benefactores. Durante la etapa de reclutamiento
de participantes para este proyecto visité una reunión de beneficiarias
de Oportunidades y encontré que la gran mayoría de las mujeres eran
trabajadoras domésticas. Oportunidades es un programa de asistencia
que incluye a un amplio sector de la población que vive en condiciones
de pobreza, en donde las mujeres son las beneficiarias directas bajo
un principio de corresponsabilidad. Los beneficios son condicionados
a cambio de la asistencia regular a sesiones de educación para la salud.
En algunas ocasiones, éstas condiciones incluyen otras “obligaciones”
que son arbitrariamente impuestas por los promotores del programa
en cada comunidad (limpieza de la clínica, preparación de alimentos
a los médicos, reparación de aulas escolares, etcétera). En un estudio
sobre lo que pierden y ganan las mujeres Mazahua como beneficiarias
de Oportunidades, Vizcarra y Guadarrama (2006) argumentan que el
tiempo que requieren las juntas y sesiones de educación imposibilita a
229
muchas mujeres el obtener un trabajo remunerado fuera de la comuni-
dad. En el caso del trabajo doméstico pagado sucede algo similar; mu-
chas trabajadoras pierden su derecho a ser parte del programa debido
a que las patronas no les permiten atender a las sesiones de educación
en salud o son despedidas por las patronas por no llegar a trabajar. Las
obligaciones impuestas a las beneficiarias a través del programa requie-
ren de una inversión de tiempo que las trabajadoras no tienen; el tiempo
invertido en las sesiones de “educación” afecta el poco tiempo que las
mujeres tienen para las labores de su propio hogar y su vida familiar
(OIT-PNUD, 2009). Las mujeres beneficiarias tienen que probar que
los apoyos monetarios son destinados al bienestar de la familia (Sesia,
2002; Vizcarra y Guadarrama, 2006). Se espera que las mujeres cum-
plan con tareas de vigilancia entre ellas y denuncien a toda beneficiaria
que “parezca” no estar cumpliendo con lo establecido por el programa,
para Vizcarra:

En este sentido el Estado hace responsable a las mismas mujeres


beneficiadas del fracaso o éxito del programa. Por un lado, si las
mujeres no salen de su pobreza es por no aprovechar los recur-
sos que les transfieren el Estado a través de sus instituciones que
operan el [Programa Oportundiades]. Por otro lado, el Estado
escuda su papel de controlador al comprometer a las mismas
mujeres en actividades de vigilancia.

En lugar de diseñar reformas laborales que ayuden a las mujeres


a mejorar su experiencia como madres, los programas de asistencia
social parecen alimentar estereotipos que definen a la mujer pobre
como una madre que necesita “educarse” o “civilizarse” con respecto
a la crianza de sus propios hijos. Detrás de la noción de “reinas de la
beneficencia” existen ideologías de raza, clase y género que han sido
utilizadas para culpar a las madres pobres de su propia pobreza y la de
sus hijos (Collins, 1998; McCormack; 2005).

Tanto la comida y la maternidad como la comida y el sexo se en-


cuentran estrechamente vinculadas a través de su relación con el
cuerpo. Citando a Counihan (1999:9) la comida y el sexo comparten
instintos similares “ambos involucran el paso de substancias exter-
nas a través de las fronteras corporales que son después incorpora-
das al cuerpo. Ambos son esenciales para la vida y el crecimiento”.
La siguiente sección analiza la sexualización de las trabajadoras do-
mésticas en México y los acercamientos que han sido utilizados para
analizar el sexo y la raza. A través de la figura de Tlazolteotl ofrece el
contexto histórico del vínculo entre ideas sobre moralidad, sexuali-
dad, contaminación y suciedad.
230

Tlazolteotl: “La Diosa de la Suciedad” y la sexualización de


4
las trabajadoras domésticas remuneradas en México

En esta sección se presenta un estudio de caso de la sexualización de


las trabajadoras domésticas remuneradas en México. Se argumenta
que la sexualización de las trabajadoras está vinculada a las preocupa-
ciones históricas en torno a la pureza y la contaminación. El artículo
analiza la figura de Tlazolteotl, la diosa patrona prehispánica del pol-
vo, la suciedad y las mujeres promiscuas. Identifica la forma en que
actos coloniales de traducción pueden haber abarcado preocupacio-
nes, significados y prácticas que vinculan con las ideas de la suciedad,
la sexualidad y la moralidad. El artículo explora las experiencias de
acoso sexual entre las trabajadoras domésticas que fueron entrevista-
das y el papel de las empleadoras de mujeres en la reproducción de las

4
Esta sección está basada en un artículo publicado anteriormente en “Tla-
zolteotl: The Filth Deity and the sexualization of paid domestic workers in
Mexico” (2014). Sexualities Vol 17(1/2), pp .98-121.
ideas que definen la sexualidad de las trabajadoras como “desviada” y
“potencialmente contaminante”.

Las preocupaciones sociales sobre la suciedad y la contaminación


son inherentemente contextuales (Douglas, 1966). Burkhart (1989)
explora conceptos de la pureza y la contaminación en la cultura Na-
hua. Ella mira los discursos morales relacionados con el concepto de
la suciedad –tlazolli– y su conexión con Tlazolteotl, la diosa de Huax-
tec origen que fue eventualmente adoptado por el Imperio azteca (Ca-
bada Izquierdo, 1992). Esta diosa era la patrona del polvo y la mugre,
pero también de las mujeres adúlteras y promiscuas.

La figura de Tlazolteotl estaba representada por una mujer que lle-


vaba una escoba como símbolo de la suciedad –tlazolli– y su elimina-
ción, y usaba algodón no tejido en el adorno de su cabeza; algo que
llevaba una connotación sexual debido a su asociación con hilatura
y tejedura (McCafferty y McCafferty, 1991). Tlazolteotl representaba
la encarnación de símbolos complejos de la suciedad, la sexualidad y
la fertilidad y ella tuvo el poder de provocar la lujuria, pero también
de perdonar las faltas morales que vienen con ella (Burkhart, 1989;
Cabada Izquierdo, 1992). Tlazolteotl era también una deidad para
temerse, una de las personificaciones de tlazolli-mugre fue la Cuitla-
panton, una figura femenina desnuda que se deslizaba a lo largo del
piso, cazando cerca de depósitos de desechos y lugares donde la gente 231
se orinaba; causando la muerte a cualquier persona que la veía.

Las nociones de los nahuas sobre la suciedad y de la moralidad


precedieron a las idiosincrasias coloniales y finalmente fueron trans-
formadas por los misioneros españoles para facilitar la educación
cristiana. Burkhart argumenta que la interpretación de los misioneros
de la compleja tlazolli, ignoró las diferencias fundamentales entre el
pensamiento nahua y el de los cristianos. Por ejemplo, el cristianismo
entiende el cuerpo y el alma como provenientes de dos dominios se-
parados, mientras que los nahuas los entendían como partes de una
misma realidad (Burkhart, 1989).

La mayor parte de lo que sabemos acerca de las ideas prehispá-


nicas de la sexualidad es la producción de conquistadores y frailes
(masculinos) cuyas interpretaciones y traducciones fueron actos de la
colonización, a menudo sesgados y filtrados por sus propios marcos
del pensamiento. Es posible sugerir que las interpretaciones erróneas
de las ideas prehispánicas de la suciedad y la sexualidad todavía con-
forman las experiencias vividas por las mujeres, cuyo trabajo diario es
limpiar la suciedad de los demás. Las nociones que vinculaban el sexo
y la suciedad no eran un invento colonial, pero se transformaron para
incluir a la raza en la ecuación. Usando términos de Collins (1994), la
sexualidad funciona como el pegamento que une diversos y comple-
jos sistemas de opresión (de raza, género, clase).

Wolkowitz (2007:16) compara el trabajo doméstico con la pros-


titución y sostiene que estas ocupaciones están ambas considerados
como “trabajos sucios”, ya que implican que la gente “cuyo trabajo
remunerado implica el contacto con sustancias repugnantes”.

Wolkowitz es correcta en resaltar el vínculo entre la mugre, el tra-


bajo sucio y el poder, sin embargo, parece pasar por alto un elemento
importante, es decir, el nivel de intimidad que ambos trabajos requie-
ren. La importancia de este elemento radica en la forma en que la
proximidad de la auto-diferenciación ha demostrado ser un elemento
central de la clase y formaciones raciales (Foucault, 1990 Stoler, 1995).
La sexualización de las trabajadoras domésticas remuneradas en Mé-
xico podría estar profundamente ligada a las nociones alrededor de
la suciedad, la moralidad y el pecado y con preocupaciones más am-
plias sobre la permeabilidad del individuo y el cuerpo social. Como
muestra esta sección, la sexualización de las trabajadoras domésticas
remuneradas en México no es sólo un producto de una fantasía indi-
vidual, sino en cambio el “libidinal inconsciente de economía políti-
232 ca” (Deleuze y Guattari, 1972 citado en Young, 1995:160) por el que
la explotación de algunas mujeres se mantiene con la complicidad del
Estado y los medios de comunicación.

Numerosas telenovelas, programas de variedades y de comedias


en México constantemente representan a las trabajadoras domésticas
como sexualmente disponibles. Flora Cornelia Butler (1989) analiza
la representación de las trabajadoras domésticas en América Latina
en reportajes fotográficos de los años 80’s y sostiene que las traba-
jadoras se retratan a menudo como sexualmente desviadas o como
víctimas pasivas. Del mismo modo, películas populares y novelas clá-
sicas de la contracultura mexicana de la década de 1960, como De
Perfil de José Agustín (2007 [1966]) y la novela Las Batallas en el
Desierto de José Emilio Pacheco (2001 [1981]), vívidamente exponen
la sexualización de las trabajadoras por su patrón y por el niño patrón.
Alimentado por la representación de los medios de comunicación de
las trabajadoras como sexualmente disponibles, experiencias como la
descrita por la entrevistada Amelia, no sólo son toleradas socialmente
sino también alentadas:
Él tendría unos 11 o 12 años y yo tenía dos años más de él,
más grandecita… yo iba subiendo las escaleras o bajaba y me
arrojaba a la pared, o sea, yo no me podía ni mover… como
que me quería agarrar y yo le decía “no, vas a ver le voy a decir
a tu mamá” y me decía “no, me decía, ni te va a creer” a veces
yo si me le sacaba y me bajaba corriendo y ya después una vez
me encontró la señora que yo venía corriendo y me preguntó
que traes? Y él me amenazaba y me decía “nomás le dices a mi
mamá” y no fue una vez sino que fueron varias veces.

Como este recuento muestra, la trabajadora doméstica no es de fiar


“ella no te va a creer”. El significado y la experiencia de la “confianza”
está profundamente vinculada con un proceso de inclusión/exclusión
y la negociación de la pertenencia (Sztompka, 1999). La sexualiza-
ción de esta ocupación es alimentada por la cultura y los medios de
comunicación que representan a las trabajadoras domésticas como
desviadas sexualmente (Durin y Vázquez, 2013). Numerosas pelícu-
las y telenovelas populares como María Isabel (1968) y Anoche Soñé
Contigo (1992) también son ilustrativas de la forma en que la sexua-
lidad de las trabajadoras es a menudo descrita como “salvaje” o “des-
viada”.

Las trabajadoras que describieron casos de acoso sexual en el tra-


233
bajo no denunciaron al agresor ante las autoridades ni le contaron a
familiares o amigos sobre el incidente, según algunas, esto por sentir
vergüenza por lo ocurrido. Como sostiene Nussbaum (2006), la hu-
millación se trata de exponer públicamente a alguien con el fin de
avergonzarlo y degradar el estatus social de la víctima. La inscrip-
ción de la vergüenza en los cuerpos de las trabajadoras permite que
sus condiciones laborales puedan ser convenientemente ignoradas y
la explotación se mantenga. Muchas trabajadoras domésticas se ven
obligadas a dejar un trabajo debido al acoso sexual y esto implica una
carga financiera para ellas y sus familias. Según las entrevistadas, par-
te de la ocupación es encontrar una “buena” casa para trabajar apren-
diendo a identificar a los agresores potenciales.

Como argumenta Lisa Adkins (1995), el acoso sexual no es resul-


tado de una división de género del trabajo, sino que está involucrado
en su producción. Sin embargo, la división de género del trabajo do-
méstico es, en su forma pagada, además subdividida por raza y clase
(Glenn, 1994). Durante una entrevista en grupo, Elena, una traba-
jadora doméstica de 37 años de edad, describe cómo, en la primera
noche de su primer trabajo como trabajadora doméstica, su patrón se
le acercó, y ofreció “salvar” a su familia a cambio de favores sexuales.
Fue mi primer trabajo, la peor experiencia, me tenía que que-
dar… Fue y me dijo, me llamó a la salita y me dijo ven, me em-
pezó a preguntar qué hacían mis papás, cómo era, porque estaba
trabajando yo y de a rato me dijo “no te quisieras ir a dormir
conmigo” yo estoy solo, me echó su rollazo. Y le dije “no” y yo
no sabía qué hacer…y en ese momento él se fue y me dijo “si te
decides te espero” y yo no sabía qué hacer… y le pedí tanto a dios
que me ayudara a acordarme del teléfono de mi prima y le llamé
y le dije “ven por mí” yo llorando… Tenía yo 18 años… como
ven que somos de rancho creen que “ay pobrecita” y me dijo “no
te preocupes yo te voy a ayudar, voy a darte dinero, voy a ayudar
a tu familia” y si yo hubiera sido otra en ese momento yo hubiera
aceptado porque mis papás estaban económicamente muy mal
en ese momento. Nada más trabajaba yo, era la mayor y nada
más yo trabajaba. Y yo me puse a pensar ¿cuántas muchachas
no caen en eso?

Existe amplia literatura sobre el papel de las mujeres blancas en la


explotación y el maltrato de las trabajadoras domésticas (Ander-
son, 2000; Davidoff, 1974; Kwok Pui-lan. 2002; Rollins, 1985; Stoler,
1995). En el caso del trabajo doméstico remunerado en México, este
tipo de explotación a menudo implica la reproducción de las ideas
que vinculan a las trabajadoras de una “raza” imaginada con una su-
234 puesta “sexualidad desviada”. El siguiente relato ilustra cómo, a través
de ideas que vinculan la moralidad con la contaminación, las patro-
nas reafirman sus márgenes individuales y nacionales:

Si te consigues una muchacha silvestre como las hay muchas en


el rancho. Que ahorita les ha llegado mucho la moda de que los
que se van a EU y que regresan. Que regresan muchos más con
adicciones, de mañas de pandilleros. Y todo eso se riega. Yo con
la muchacha que tengo… es una buena muchacha. Sin embargo
luego la tengo que estar regañando en cuestión que me platica
cosas como que se sube a la camioneta con muchachos casados.

La patrona hace una referencia espacial al mundo de las trabajadoras:


salvaje y rural. El término “salvaje” tiene una connotación sexual que
en la historia se ha asociado con la diferencia racial (Collins, 2004).
Del mismo modo, como Alonso (2004:469) sugiere, “el espacio es un
marcador del límite de la identidad étnico-racial en México”. El Sur y
el rural se codifican como “indio”, mientras que el Norte y el urbano se
codifica como “mexicano”. Este relato ilustra la forma en que las ideas
sobre la sexualidad y la moralidad son moldeadas por las preocupa-
ciones con respecto a la contaminación. Como la empleadora sugie-
re, la inmoralidad tiene una fuente externa, y como la suciedad, ésta
se “propaga” entre la comunidad de trabajadores y finalmente en los
cuerpos de las trabajadoras. Como la trabajadora ya está contamina-
da, los márgenes del cuerpo se despliegan para evitar transgresiones
de orden.

En el relato anterior, la desviación imaginada del trabajador y de


su comunidad también delimita las fronteras nacionales y esto podría
estar relacionado con la forma en que la sociedad americana se per-
cibe como inmoral (DeFleur y DeFleur, 2003). Guanajuato tiene el
mayor número de migrantes internacionales en el país (Inegi, 2010).
La empleadora descarga la carga financiera y emocional que la emi-
gración representa para las mujeres que son dejadas atrás, sus familias
y comunidades (Durand y Massey, 2004). En cambio, ella se involucra
con discursos que definen a aquellas que han transgredido las fronte-
ras nacionales como peligrosas. Las empleadoras a menudo se invo-
lucran en convertir los problemas de la clase social en temas morales,
convenientemente ignorando su propio papel en la reproducción de
un statu quo que permite la explotación de las trabajadoras. Para Ske-
ggs (1997:44), la preocupación por la sexualidad ha servido histórica-
mente para proporcionar el marco para considerar el “problema” de
la clase obrera como una de carácter moral y no de conflicto de clases:

Al transferir el debate de una amenaza revolucionaria a otra so- 235


bre cuestiones de responsabilidad familiar y moral, las relacio-
nes estructurales y sociales de los conflictos de clases podrían
convenientemente ser ignoradas y la atención podría ser des-
plazada hacia los aspectos específicos de la organización de la
clase obrera.

Collignon Goribar et al., (2010) muestran cómo la pobreza y la falta


de educación fueron equiparadas con la degeneración moral y esto
formó la manera en que las trabajadoras domésticas fueron percibi-
das. Por ejemplo, en 1908, un libro sobre la prostitución afirmó que
la mayoría de las sirvientas en la Ciudad de México eran también las
prostitutas de sus Jefes “donde era muy probable que desarrollaran la
práctica del vicio que las llevó a los burdeles” (Collignon Goribar et
al., 2010:105). Como muestra el siguiente relato, los conflictos raciales
y de clase son todavía descritos a través de un lenguaje de la morali-
dad y el atraso,

Su situación es muy difícil pero ni cómo ayudarlas. En cuestión


cultural tienen un retraso impresionante, como mujeres no se
valoran. En muchas cosas están adelantados como las modas,
el tatuaje, el piercing, etc. la mía tenía un arete en la lengua y yo
le dije “aquí en mi casa no te pones un arete en la legua porque
mis hijos no tienen y no quiero que se pongan” y en muchas
cosas. Por más que ven la realidad (que se van con el novio, que
el muchacho las embaraza…) y al rato ellas andan rodando. Y
digo “¡qué impresión!” y generación y generación y generación
y no lo aprenden. La que yo tengo ahorita tiene 16 años y mi hija
tiene 15, claro que la muchacha se ve mucho más grande y yo
digo “¡imagínate mi hija haciendo todo el trabajo que hace ella!”
no me cabe en la cabeza. Platica hasta por los codos, me cuenta
toda su vida y yo me la paso regañándola.

Cuando se habla de un ciclo supuestamente generacional de la des-


viación sexual, la patrona desestima el hecho de que Guanajuato tiene
uno de los niveles más pobres de la educación sexual en el país y, en su
lugar, llega a la conclusión de que el problema es de orden moral, don-
de “ellas no se valoran a sí mismas como mujeres” y no son capaces de
aprender de la experiencia. El miedo de la empleadora respecto de los
piercings corporales de la trabajadora ilustra cómo las preocupacio-
nes morales sobre la contaminación potencial de los niños no están
confinadas a las transgresiones sexuales, sino que implican otros “an-
helos culturales” (Stoler, 1995) que constituyen la misma naturaleza
racial y de clase en México.
236
La necesidad percibida de “educar” a las trabajadoras (la forma en
que se educa a un niño) parece contradecir la opinión de su sexuali-
dad como irremediablemente desviada. Bhabha (1983:34) señala que
para representar al Otro colonial como la encarnación de una sexua-
lidad desenfrenada y al mismo tiempo inocente como un niño lo es,
para dramatizar una separación –entre las razas, culturas, historias,
dentro de las historias– una separación entre el antes y el después que
repite obsesivamente el momento mítico de la disyuntiva. Como des-
cribe el relato anterior, las patronas a menudo regañan a las trabajado-
ras y las aconsejan sobre los “buenos” valores morales, sin embargo, el
regaño no es un ejercicio neutral, ya que implica relaciones de poder
que funcionan para marcar una frontera entre la trabajadora y la pa-
trona, reafirmando a través de otra práctica corporal, en este caso la
sexualidad, la diferencia entre dos mujeres cuya condición de género
se articula y es condicionada por otras jerarquías sociales en las que
las mujeres en México se encuentran inmersas.
Discusión final

El estudio del trabajo doméstico desde el feminismo ha marcado


mi experiencia como académica de varias formas. Me ha permitido
evidenciar las diversas articulaciones que moldean la experiencia
universitaria de las mujeres tanto de las investigadoras como de las
alumnas. Recuerdo que durante la entrevista del Comité de Ingreso y
Permanencia para concursar por la plaza que actualmente ocupo, la
secretaria académica en ese periodo me preguntó que si yo era madre,
que si ‘’iba a poder con el trabajo’’ y que si mis hijos eran mi prioridad.
Inmediatamente me comentó que no era su intención discriminarme,
pero que en su experiencia las mujeres académicas que eran madres
no podían con la carga laboral. Por suerte, inmediatamente después el
resto del comité reaccionó ante una sugerencia claramente discrimi-
natoria y la invalidó. En ese momento me percaté del reto que tendría
al trabajar para la UG o para cualquier universidad y de la forma en
la que, como bien lo señala el estudio de trabajadoras y patronas en el
servicio doméstico, mi posición de privilegio en términos de educa-
ción y capital cultural articulaba con otras posiciones que me coloca-
ban en desventaja; en este caso mi género marcado por la experiencia
de la maternidad. Al mismo tiempo, al comenzar mi labor docente en
la UG me percaté de la cantidad de mujeres universitarias que eran
madres y de la forma en la que esta experiencia moldeaba su perma- 237
nencia o deserción universitaria. La que la maternidad marca la expe-
riencia materna de trabajadoras y patronas en el servicio doméstico
me permitió ver algunos aspectos importantes de la experiencia de
estudiantes e investigadoras; ambas desde una posición diferenciada
pero al mismo tiempo compartiendo la presión y la desventaja de las
expectativas sociales y culturales con respecto a la maternidad.

La continuidad de la reflexión sobre un feminismo reflexivo que ini-


ció durante el estudio del trabajo doméstico, me permitió identificar
la forma en la que otras categorías sociales, además de la clase o la
etnicidad/raza, moldeaban las experiencias maternales de las mujeres.
De ahí que mi siguiente trabajo de investigación se centró en la forma
en la que la edad marcaba la experiencia de las estudiantes universi-
tarias que son madres. Durante este trabajo, encontré continuidades
importantes en los discursos sobre maternidad que mantenían tanto
a las estudiantes como a las investigadoras en una posición desven-
tajosa con respecto a los hombres. La UG, así como el resto de las
universidades en el país, no cuenta con protocolos para atender a las
estudiantes que son madres y este trabajo de investigación me per-
mitió desarrollar una guía para las Instituciones de Educación Supe-
rior para atender los casos de las estudiantes embarazadas y que son
madres con el fin de evitar su deserción escolar y apoyar su desarro-
llo académico. En este momento, la guía todavía no tiene eco en la
política universitaria, sin embargo, los esfuerzos por establecer una
agenda feminista desde y para la UG siguen y son esfuerzos que clara-
mente son informados por nuestra propia experiencia y subjetividad
como investigadoras pero que a la vez, cuentan el respaldo teórico-
metodológico de nuestras investigaciones. La nuestra es una política
informada y una academia corporalizada y contextualizada.

238
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245
Las instancias municipales de atención a
la Mujer en Guanajuato.
¿Avance en el diseño y construcción de la
igualdad de género?

Rosalba Vázquez Valenzuela


Responsable del Programa “Horizontes para la Igualdad de Género”
(2010-2015)

Introducción

Actualmente el tema de la equidad de género ha sido considerado


como un ingrediente de las políticas públicas transversales que los
gobiernos deben impulsar para mejorar sustancialmente la condición
247
de las mujeres en el contexto social. Como bien lo señala Rosa Cobo,
el género “se ha convertido en un parámetro científico necesario para
las ciencias sociales… y, sin esta variable de análisis difícilmente se
puede dar cuenta de la complejidad de las sociedades contemporá-
neas” (Cobo, 2015). Por ello, el análisis de la política pública para la
igualdad en contextos de gobierno local, sobre todo al nivel de los
municipios resulta materia de análisis que puede darnos información
sobre cómo están funcionando y cuáles son sus herramientas de pla-
neación para el avance sustantivo de la transversalización de la pers-
pectiva de género. Desde la perspectiva feminista, las fuentes y los
vínculos de cada mujer construyen su experiencia y van sembrando
inquietudes para buscar información que ayude a entender desde dis-
tintos ámbitos el funcionamiento de las estructuras que deben trans-
formarse para lograr la igualdad sustantiva. En este caso, los vínculos
interinstitucionales y la construcción de redes, ha despertado el inte-
rés por ver otras formas de trabajo. Más allá de la Universidad, este
texto mira una forma de gobierno que necesitamos, que vemos todos
los días y a la que debemos exigirle mucho: el gobierno municipal.
La realización de este documento cumple con el objetivo de mostrar
a las instancias municipales de atención a la mujer (IMM) en Gua-
najuato y observarlas de cerca en el cómo “buscan cumplir” con las
obligaciones de incluir la perspectiva de género e idealmente, lograr
la igualdad sustantiva entre las mujeres y los hombres que comparten
este territorio llamado municipio.

La anhelada igualdad entre mujeres y hombres nos preocupa en


el espacio laboral, en el espacio comunitario, nos toca en las familias
y siempre, todos los días nos toca como ciudadanas. Las feministas
hemos sumado a la ciencia y a la investigación, el interés crítico por el
estudio de las experiencias sociales, políticas, económicas y persona-
les para mostrar que hay formas distintas de entender los hechos y ver
sus efectos en las vidas de mujeres y hombres. Y un punto de inicio
es mostrar los hechos y experiencias de aquellos que se hallan dentro
de las estructuras oficiales del poder, ver a través de una investigación
feminista el hacer institucional.

El presente capítulo es un ejercicio que surge del trabajo casi coti-


diano que la Universidad tiene con instancias de los distintos niveles
de gobierno con las cuales es importante no sólo colaborar sino mi-
rarlas desde una perspectiva crítica que proponga acciones de mejora.
Muchas de quienes colaboran en este libro han trabajado (como aca-
démicas o investigadoreas) con los municipios y saben que los discur-
sos que se construyen muchas veces no corresponden con la realidad.
Por ello esta investigación tiene con fin, aportar una metodología,
248 datos y el uso de herramientas como la transparencia, para vincular
la acción pública municipal con la crítica feminista y con sus preocu-
paciones sobre la efectividad de los programas y proyectos del Estado
para lograr la igualdad; y al mismo tiempo evidenciar la posibilidad
de una mirada feminista para la generación de diagnósticos y análisis
en la acción de gobierno.

El género en la política pública. R esponsabilidad del Estado

La desigualdad histórica entre mujeres y hombres ha abierto diversos


debates sobre cómo llevar los ideales conceptuales de la igualdad a
lo cotidiano y hacer que haya impactos positivos, objetivos, vívidos
y reales al asegurar el bienestar y elevar la calidad de vida de las mu-
jeres. La existencia reconocida de las mujeres como sujetas de dere-
cho en todos los contextos es la razón de ser de la lucha feminista y
la búsqueda permanente y continua de la igualdad. Por ello resulta
importante analizar, no sólo los requerimientos y obligaciones que
tienen cada uno de los estados y sus gobiernos para lograr insertar en
la política pública el camino al desarrollo de las mujeres, sino obser-
var en la práctica cuáles han sido las estrategias y como se materializa
en las entidades, organizaciones e instituciones responsables de este
importante objetivo.

Teniendo como concepto positivo el desarrollo, los gobiernos de-


ben considerar en la construcción de políticas públicas, dice Patricia
Olamendi, “la idea… directamente en el progreso de la vida y bien-
estar humanos. El bienestar incluye vivir con libertades sustanciales,
también está vinculado integralmente al fortalecimiento de determi-
nadas capacidades relacionadas con toda la gama de cosas que una
persona puede ser y hacer en su vida…el objetivo del desarrollo no
sólo es generar desarrollo económico sino además propiciar que las
personas gocen de una gama mayor de opciones: vivir una vida más
larga” (Olamendi, y otros, SD: 5). La inclusión de las mujeres en el
desarrollo es una problematización que ha planteado la necesidad de
crear caminos específicos para atender las desigualdades reales en que
mujeres y hombres viven en contextos sociales, económicos y políti-
cos específicos.

Hablamos entonces de una nueva clase de desarrollo, el desarrollo


humano que “…debe contribuir (a) la expansión de las capacidades
y libertades humanas y los poderes públicos deben priorizar aquellas
situaciones que potencien el papel de la sociedad en todo el proceso”
(Olamendi y et al., s/f: 6). Según Olamendi, entonces, el desarrollo hu-
mano y sus indicadores: esperanza de vida, acceso a la educación y 249
nivel de vida se convierten en retos que los estados deben considerar
en su planeación nacional y en sus metas de gobierno. Para fines prác-
ticos, esta autora provee una definición del desarrollo humano como
sigue “…es una guía a seguir para que las acciones de gobierno garan-
ticen, tanto el ejercicio de los derechos como el acceso a los bienes y
servicios, y para buscar que las personas tengan las posibilidades de
desarrollar y potenciar sus capacidades para decidir su futuro” (p. 7).

En este sentido, Adela García (2009) propone mirar este enfoque


considerando que el desarrollo y la igualdad de género construyen
caminos para llegar a la igualdad por medio de la premisa de que la
desigualdad entre mujeres y hombres como una construcción social
es reversible, a través de estrategias como el empoderamiento de las
mujeres, del fortalecimiento de sus capacidades y de la integración de
la perspectiva de género en todas las acciones de desarrollo.

Otro concepto importante para el análisis del cumplimiento de las


responsabilidades del estado es la transversalidad o mainstreaming de
la perspectiva de género que en julio de 1997 el Consejo Económico y
Social de las Naciones Unidas (ECOSOC) definió como:
Transversalizar la Perspectiva de Género, es el proceso de valorar
las implicaciones que tiene para los hombres y para las mujeres
cualquier acción que se planifique, ya se trate de legislación, po-
líticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles. Es
además una estrategia para conseguir que las preocupaciones y
experiencias de las mujeres, al igual que las de los hombres, sean
parte integrante en la elaboración, puesta en marcha, control y
evaluación de las políticas y de los programas en todas las esferas
políticas, económicas y sociales, de manera que las mujeres y los
hombres puedan beneficiarse de ellos igualmente y no se per-
petúe la desigualdad. El objetivo final es conseguir la igualdad
de los géneros (Organización Internacional del Trabajo, 2016).

Dice Ramil (2015) citando a Kabeer y Subrahmanian que “si asumi-


mos que la incorporación de la perspectiva de género (mainstrea-
ming) es fundamentalmente una estrategia para la transformación de
las relaciones de género, es muy importante no perder de vista que la
planificación para la transformación supone pensar estratégicamente
y a la vez ser muy conscientes de lo que es posible” (Ramil, 2015:2),
en ello se considera que hay que atender que el proceso de la planea-
ción implica la revisión puntual y sistemática de contextos sociales,
culturales y políticos que permitan analizar problemáticas específicas
a atender, así como a valorar la viabilidad de las estrategias y el cum-
250 plimiento de metas proyectadas.

Para la transversalidad, se puede atender lo que dice el Programa


Nacional para la Igualdad de Oportunidades y no Discriminación
contra las Mujeres 2013-2018 (PROIGUALDAD) que señala que “la
transversalidad se entiende como un método de gestión pública que
permite aplicar recursos de distintas esferas a un mismo propósito
cuando los objetivos son complejos, traslapan o sobreponen las fron-
teras organizacionales funcionales o sectorizadas”. La vinculación de
la planeación y la inclusión de la perspectiva de género hallan en este
concepto una línea de apoyo que debe ser constante, congruente y no
invasiva, desde mi punto de vista. Sin embargo, es importante con-
siderar lo que señala Ramil, quien observa con precisión una de las
críticas más sostenidas a la transversalización, sus procesos, sus resul-
tados, que “lejos de ser una transversalización real, se ha reducido a
situar algún indicador de género sin fundamento ni técnico ni políti-
co, o reducirse a cuotas de participación de mujeres en las actividades,
o a incorporar actividades específicas que refuerzan el rol tradicional
de las mujeres sin ningún tipo de análisis sobre las relaciones de gé-
nero, etc.” (Ramil, 2015:2).

La transversalidad de género obliga a explicar el impacto de la ac-


ción pública en hombres y mujeres; y por tanto, a transformar los
planes con los que se enfocan tradicionalmente los problemas y sus
soluciones. Se trata de cambiar el enfoque de un supuesto individuo
neutro- universal sin diferencias sexuales para reconocer las diferen-
cias entre mujeres y hombres; identificar las brechas de desigualdad y
diseñar acciones que permitan eliminarlas. Finalmente en el contexto
municipal, Alejandra Massolo (2003) ubica muy bien la complejidad
de la transversalización y dice:

La transversalidad de las políticas municipales de género, así


como la institucionalización de las mismas, probablemente pre-
sentan el mayor grado de dificultad y constituyen el mayor reto
a enfrentar en este campo de innovación. Para empezar, la argu-
mentación de la transversalidad quiere decir que la equidad en-
tre los géneros es un asunto de competencia intersectorial, que
requiere del involucramiento de todas las áreas y componentes
de la organización política-administrativa municipal, y que es
un criterio básico opuesto al criterio de segregación de los te-
mas de las mujeres a un área aislada y desarticulada del resto
de la institución, como asunto de competencia exclusiva “de las 251
mujeres” y de menor jerarquía frente a las otras competencias
municipales (Massolo, 2003:34).

El género en la política pública dice Teresa Incháustegui ha sido defi-


nido en 1998 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) como:

…tomar en cuenta las diferencias entre los sexos en la genera-


ción del desarrollo y analizar en cada sociedad, las causas y los
mecanismos institucionales y culturales que estructuran la des-
igualdad entre los sexos, así como elaborar políticas con estra-
tegias para corregir los desequilibrios existentes. Por lo que es
sin duda una orientación llamada a transformar de fondo los
modelos de política pública predominantes en la mayoría de los
países (Incháustegui, 1999:85).

La construcción de la política pública con perspectiva de género e


igualdad es uno de los resultados de la lucha feminista que han ge-
nerado conceptos y procesos para hacer que en la vida diaria de las
mujeres existan condiciones para que puedan vivir plena y libremen-
te, definiendo una primera responsabilidad del estado, los poderes y
los gobiernos. Ello, se ha traducido en lo que ahora se reconoce como
las “políticas de igualdad”, es decir una política donde se agrega la
perspectiva de género. La política pública con perspectiva de género
significa que existe un conjunto de mecanismos y herramientas que
se han considerado como parte de los planes y programas, y que se
encuentran visibles en las leyes, acciones públicas, en los bienes y ser-
vicios y su propósito es deshacer y en un plazo determinado eliminar
las desigualdades, las inequidades y toda forma de subordinación y
dominio en que se encuentre la mujer, atendiendo prioritariamente,
como lo señalan distintos instrumentos internacionales: los derechos
humanos, la no violencia, la equidad y la justicia. Donde los proble-
mas o demandas son interpretados en relación con estructuras de sig-
nificado: valores sociales y patrones normativos de una sociedad. Es
decir su construcción implica procesos culturales, complejos y largos.

En estos procesos culturales es donde la política pública con pers-


pectiva de género tiene su principal reto, responder a las obligaciones
municipales vinculadas al logro de la igualdad, “…con la incorpora-
ción de la perspectiva de género en la gestión municipal, se contri-
buye entonces a romper barreras culturales y a redistribuir el poder
entre los géneros en un esfuerzo decidido por fortalecer la equidad
social y lograr las metas del desarrollo humano” (Massolo, 2003:29).
252 Según lo revisado, la concepción más actual de las políticas públicas
de género, estas pretenden formular estrategias de atención para que
las desigualdades no sólo sean un tema, sino un principio orientador
de las acciones de las entidades de gobierno.

La incidencia de las políticas públicas, debería tender a la genera-


ción de diagnósticos y análisis que lleven a modificar usos y formas
del lenguaje en los gobiernos locales, contenidos sexistas implícitos
en la acción de gobierno e imbuir a la administración pública de con-
tenidos sobre la igualdad, la no discriminación, el reconocimiento de
los derechos y la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.
Este es un tema importante, sobre todo por la demanda de atención
que los organismos nacionales e internacionales han solicitado a los
gobiernos federal, estatal y municipal para crear instancias que se en-
carguen de hacer operativas estas reglamentaciones y cumplir formal-
mente con programas, políticas y acciones de impacto en la vida de las
mujeres y no sólo con buenas intenciones en el discurso.

Por ello, el análisis de la política pública en contextos de gobierno


local, y para el caso del nivel de los municipios resulta preocupante
pues son, para el caso de México, los gobiernos que duran menos en el
cargo, 3 años y que, en general se han caracterizado por ser los gobier-
nos con menos inversión en la profesionalización y en sus procesos
de gestión. Al no haber claridad sobre el cómo generar la política pú-
blica, vinculada a los grandes proyectos de desarrollo nacional, como
la transversalización de la perspectiva de género es muy difícil que se
logren las metas descritas, por lo que las problemáticas se encuentran,
muchas veces en la comprensión de los conceptos y su consecuente
implementación.

El estado, niveles de responsabilidad. El municipio una


entidad de gobierno

La lucha histórica por los derechos humanos de las mujeres ha to-


mado como punto de apoyo el del espacio público, por lo que se ha
buscado abrirlo y transformarlo, ahí se han circunscrito discusiones
que fundamentalmente demandan mayor presencia y visibilidad de
las mujeres. De estas luchas se consiguió colocar en la responsabilidad
de los estados, la igualdad y el diseño de políticas públicas acordes
con los acuerdos internacionales y considerarles parte de una agenda
que permitiera asegurar una inversión de los recursos públicos para
mejorar la condición y posición de las mujeres. Agenda que al mismo
tiempo generará responsabilidades traducidas en planes y programas
para las instituciones públicas, a las que se pudiera exigir un análisis, 253
permanencia y evaluación, sin dejar de lado que el adelanto y el reco-
nocimiento de los derechos de las mujeres debe ser considerado como
un asunto que se sostiene en el discurso y la procuración y guarda de
sus derechos humanos, porque Dice Alda Facio (2014) la gran inno-
vación introducida por la doctrina de los derechos humanos es haber
hecho del principio de igualdad una norma jurídica; ello quiere decir
que la igualdad no es un hecho sino un valor establecido precisamen-
te ante el reconocimiento de la diversidad humana, y corresponde a
los estados procurar su salvaguarda.

Por otro lado, y considerando que desde la Recomendación Gene-


ral Nº 6 de la Convención para la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación contra las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés)
se recomienda a los Estados Partes que:

1. Establezcan o refuercen mecanismos, instituciones o proce-


dimientos nacionales efectivos, a un nivel gubernamental eleva-
do y con recursos, compromisos y autoridad suficientes para: a)
Asesorar acerca de las repercusiones que tendrán sobre la mujer
todas las políticas gubernamentales; b) Supervisar la situación
general de la mujer; c) Ayudar a formular nuevas políticas y apli-
car eficazmente estrategias y medidas encaminadas a eliminar la
discriminación; (UN Women, 2000-2009).

Cuando se analizan las formas en que se materializan las instancias


de atención a toda la política y a todos los discursos nos encontramos
verdaderamente ante obstáculos reales y permanentes que muestran
que “el camino hacia la igualdad entre los sexos no sólo ha significado
una ardua contienda con el objetivo de desterrar la comprensión de
la igualdad como semejanza, sino también para conseguir que el Es-
tado cumpla…” (Facio, 2014: 30).Y que el estado sea responsable no
sólo de su contexto inmediato de responsabilidad sino de sus propios
sistemas de gestión, control y seguimiento que permitan evaluar los
distintos niveles de gobierno. Es muy común ver cómo las instancias
del poder ejecutivo tienen recursos: materiales y de personal suficien-
tes y bastos para cumplir con las metas y programas asignadas, pero
cuando se analizan las formas y funcionamiento de los institutos en
los estados es claro que han sido estructurados con recursos y capaci-
dades que pueden salir de las líneas y programas del gobierno federal.
Y finalmente el caso de las instancias municipales es caótico por la
diversidad de partidos políticos y por la desigual disponibilidad de
recursos.

En la introducción del texto, Responsabilidad Estatal frente al De-


254 recho Humano a la Igualdad (2014), Perla Gomez Gallardo menciona
que,

Recientemente, la Asamblea General de las Naciones Unidas


reiteró el llamado hecho a los gobiernos en torno a la respon-
sabilidad primordial que tienen de lograr la igualdad entre los
géneros y el empoderamiento de la mujer a través de la adopción
de todo tipo de medidas, políticas, estrategias la responsabilidad
estatal frente al derecho humano a la igualdad y programas aun
frente a la reducida disponibilidad de recursos económicos o
materiales… (Facio, 2014:7)

Es decir, existen preocupaciones fundadas, porque los resultados en el


camino de la igualdad avanzan lentamente y porque es evidente que la
asignación de recursos sigue siendo muy baja. La discriminación ha-
cia las mujeres sigue siendo una constante, la representatividad en los
puestos de poder y en los congresos. Estos indicadores dan muestra
que los estados no han hecho su trabajo para reducir la discrimina-
ción y procurar el derecho a la igualdad, no sólo en el discurso y los
papeles sino en la vida real.

En la discusión sustantiva de lo que significa la responsabilidad del


Estado, Alda Facio señala que las obligaciones para los Estados, son:

- Respetar un derecho generalmente significa que el Estado no


debe violarlo directamente y debe reconocerlo como tal en su
legislación. Ello quiere decir que todos los Estados que son parte
de cualquier instrumento de derechos humanos se encuentran
obligados a reconocer el derecho a la igualdad ante la ley de mu-
jeres y hombres –y por supuesto la igualdad ante la ley entre
mujeres y entre hombres.

- Proteger un derecho significa promulgar todas las leyes sus-


tantivas y procesales que sean necesarias para salvaguardarlo;
así como crear los mecanismos para prevenir la violación a ese
derecho y los instrumentos e instituciones necesarios para de-
nunciar su vulneración y lograr su reparación.

- Cumplir o garantizar un derecho implica adoptar las medidas


necesarias y crear las instituciones, los procedimientos y las vías
para la distribución de recursos con el fin de permitir que todas 255
las personas gocen de él sin discriminación… (Facio, 2014: 33).

Las discusiones para el avance en el logro de la igualdad sustantiva


entre mujeres y hombres se han centrado en gran medida en el tener
documentos, normatividades, exhortos y acuerdos firmados por los
estados y sus representaciones en cada uno de los niveles de gobierno.
Igualmente en que las políticas públicas se diseñen atendiendo el nivel
de responsabilidad de los gobiernos, pero cuándo la responsabilidad
del estado se centra en cumplir, a través de la creación de instancias
responsables, se cumple parcialmente, porque como se acaba de des-
cribir, debe al mismo tiempo protegerse y respetarse el derecho.

En este acercamiento debemos referirnos más al gobierno munici-


pal como parte del estado y como ámbito de análisis, y porque es el
gobierno que tiene que ver con la ciudadanía, es el órgano de gestión
pública de lo local, en él se encuentran las y los servidores públicos
que están más cercanos a la ciudadanía, en el ejercicio de sus funcio-
nes operativas se espera que:

la política de descentralización…, en términos ideales o norma-


tivos, la redistribución desde el Estado central de competencias
y recursos hacia las instancias político-administrativas sub na-
cionales –privilegiadamente los municipios– bajo el principio
de subsidiariedad, el cual indica que todo lo que puede ser rea-
lizado por una entidad de nivel inferior tiene prioridad sobre el
nivel superior, que no ejerce otro control que el de la legalidad de
las acciones y se fundamenta en el principio de proximidad, que
es el que caracteriza al municipio. (Massolo, 2003:12).

Entonces, los municipios y sus instancias de atención a la mujer deben


ser vistos en el diseño de sus estructuras y de sus planes y proyectos
con una perspectiva de la transversalización de la perspectiva de gé-
nero en sus políticas públicas, apegadas a la protección y respeto del
derecho a la igualdad. Es decir, se espera que dispongan de un conjun-
to de mecanismos y herramientas visibles en sus planes y programas,
en las leyes, acciones públicas, y que incidan en la eliminación de las
inequidades y toda forma de subordinación de las mujeres.

El contar con instancias coordinadoras, para superar las desigual-


dades que hay contra las mujeres no sólo permite avanzar en lograr
la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres en el ámbito federal,
estatal y municipal, sino que promueve a las áreas de género en las
dependencias de la administración pública, con la responsabilidad de
insertar la transversalidad de la perspectiva de género en todos los
256 programas y acciones del gobierno por medio de acciones en pro de
la igualdad.

Adicional a la coordinación entre todos los sectores, se requiere


de la coordinación de acciones y agendas establecer la plataforma de
transversalización e institucionalización de la perspectiva de género
en los gobiernos de las entidades federativas y de los municipios; así
como en los poderes legislativo y judicial de cada estado.

Guanajuato: políticas estatales y municipales. Elementos del


contexto local

El estado de Guanajuato es una de las 33 entidades de los Estados


Unidos Mexicanos, ubicado en la región centro, mejor conocida
como “El Bajío” que junto con Aguascalientes, Querétaro y Jalisco
marcan una tradición bien reconocida del conservadurismo, que se-
ñala Luis Miguel Rionda (2001), “el Bajío y el occidente mexicano,
han sido escenarios privilegiados del nacimiento y desarrollo de mo-
vimientos político-social de ideología conservadora o tradicionalista,
vinculados estrechamente a una profunda religiosidad católica y a un
regionalismo acendrado” (Rionda, 2001:1).

El estado de Guanajuato es una entidad con una población, según


datos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática
(INEGI) del año 2010, de 2 millones 846 mil 950 mujeres y 2 millones
639 mil 420 hombres. En el estado la población se encuentra distri-
buida en 46 municipios. El estado de Guanajuato es considerado en el
país como uno de los estados más conservadores, con una tradición
católica muy arraigada y con un gobierno de derecha desde hace ya
más de 20 años, dice Luis Miguel Rionda:

una postura ideológica de “derecha” tiene relación con el de-


seo de conservar un esquema de vida, un sistema de relaciones
sociales, un modelo productivo que se considera propicio para
intereses personales y de un grupo restringido, y una ideología
que favorece valores de trascendencia ultraterrena -religión, fe,
vida después de la muerte-. Los medios para lograr esta serie de
aspiraciones son los que establecen las sutiles diferencias entre
las corrientes de “derecha”, y pueden verse encasillados en una
enorme gama de actitudes políticas: humanistas, cristianos, fas-
cistas, liberales, neoliberales, comunistas de estado, populistas,
autoritarios, revolucionarios, retrógrados, sindicalistas, demó-
cratas, clericales, etcétera (Rionda, 2001:6). 257

En los últimos años, Guanajuato ha estado en una constante polémica


por la forma en que la política pública se ha constituido, partiendo
de que la Constitución Política del Estado en su artículo 1º, cuarto
párrafo señala “Para los efectos de esta Constitución y de las leyes
que de ella emanen, persona es todo ser humano desde su concepción
hasta su muerte natural. El Estado le garantizará el pleno goce y ejer-
cicio de todos sus derechos.”. Con ello, el aborto ha sido fuertemente
penalizado y consecuentemente ha habido mujeres en la cárcel, uno
de los casos más mediáticos se hizo público en el año 2010. Cercano
a este tema es la constante en el de diseño de políticas familistas y por
haber sido el último estado en el país en emitir y aprobar una ley de
Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2010), ya que
antes se emitió una ley, sustituta, que consideraba que la violencia se
presentaba igual para todas las personas y cuyo centro de discusión
y crítica era que promovía la conciliación familiar. Así en muchas de
las políticas, que por espacio no se pueden enunciar, se refleja en co-
mentarios como el siguiente, de Elio Masnferrer, investigador de la
Escuela Nacional de Antropología e Historia citado por Pérez Stadel-
man (2010) y que dice “...en Guanajuato se trata de imponer una reli-
gión de estado que no funcionará, pues los jóvenes están cambiando,
toman pastillas anticonceptivas, usan condón y quieren llamar a las
cosas por su nombre: al pene, pene y a la vagina, vagina, mientras que
desde el gobierno (estatal) reciben mensajes de represión”.

En este contexto, un poco en la historia previa, sorprendentemente


con fecha 4 de junio de 1999, antes que el Instituto Nacional de las
Mujeres en Guanajuato se creó el Instituto de la Mujer Guanajuaten-
se (IMUG) como Organismo Desconcentrado del Consejo Estatal de
Población de Guanajuato, pues, dice la página electrónica del Inmu-
jeres que “el 12 de enero de 2001 se publicó en el Diario Oficial de la
Federación la Ley del Instituto Nacional de las Mujeres. Es median-
te esta ley que se crea una instancia para el adelanto de las mujeres
mexicanas, como un organismo público descentralizado de la ad-
ministración pública federal, con personalidad jurídica, patrimonio
propio y autonomía técnica y de gestión para el cumplimiento de sus
atribuciones, objetivos y fines…”. (Instituto Nacional de las Mujeres,
2015). Según el Decreto Gubernativo no. 59, Guanajuato, 30 de junio
de 2001 de Creación del Instituto de la Mujer Guanajuatense justifica
que este organismo descentralizado es “para… que tenga a su cargo
coordinar, apoyar, promover, normar y en su caso ejecutar progra-
mas, acciones y políticas relativas a la atención de la mujer, así como
promover la eficiente articulación e integración de los programas
258 gubernamentales y no gubernamentales en la materia”. (Guanajuato,
2001). El IMUG tendrá por objeto promover y fomentar las condicio-
nes que posibiliten:

I. La no discriminación, la equidad, la igualdad de oportunida-


des y de trato entre los géneros;

II. El ejercicio pleno de todos los derechos de las mujeres y su


participación equitativa en la vida política, cultural, económica
y social del Estado; y

III. Establecer criterios de transversalidad en las políticas públi-


cas desde la perspectiva de género en las distintas dependencias
y entidades de la Administración Pública Estatal, a partir de la
ejecución de programas y acciones coordinadas o conjuntas.

El análisis del avance, retos y pendientes de las políticas de igualdad


de género en el estado de Guanajuato debe referenciarse con el propio
avance de las políticas de igualdad instrumentadas desde el gobierno
federal. Siguiendo esos objetivos y responsabilidades, a lo largo de
su historia el IMUG y los gobiernos del estado de Guanajuato han
propuesto diseños de formas y planes para la Política Pública con
Perspectiva de género a través de tres instrumentos: 1. El Programa
Estatal de la Mujer 1999-2002; 2. El Programa estatal de la Mujer.
Igualdad de Oportunidades 2004-2006 y, 3. El Programa Estatal para
la Atención Integral de las Mujeres 2013. Documentos que guían so-
bre la perspectiva de género y las políticas públicas de la administra-
ción estatal que permiten revisar y entender como se ha abordado la
política pública con perspectiva de género en este estado. Para ello,
se hace a continuación una breve descripción de cada uno de estos
documentos.

El Programa Estatal de la Mujer 1999-2002 se elaboró desde el


Consejo Estatal de Población. Y en él se estableció como compromi-
so del estado: “mejorar las condiciones de desarrollo de la mujer”, a
través del incremento de su participación en condiciones de igualdad
con el varón. Este programa dice, es visto “como instrumento progra-
mático que enmarca la orientación del trabajo de gobierno y sociedad
por construir un Guanajuato más justo y por ende más democrático”.
Para “atender las legítimas demandas, aspiraciones y necesidades que
han formulado las mismas mujeres, en el sentido de avanzar decidi-
damente en la eliminación de obstáculos que impiden su participa-
ción en condiciones de igualdad en todos los ámbitos de la vida.

El documento, se divide en un diagnóstico de la situación de la Mu- 259


jer en Guanajuato, abordando, temas como Mujer y desarrollo; Mujer
y educación; Mujer y familia; Mujer y economía; Mujer rural; Mujer y
salud; Marco legal y Derechos de la Mujer; Mujer: participación polí-
tica y toma de decisiones. Todo teniendo como líneas programáticas:
Educación; Salud; Combate a la pobreza y atención a grupos vulnera-
bles; Mujer trabajadora y fomento productivo; Derechos de la mujer
y toma de decisiones; Combate a la violencia y Equidad de géneros.

El contenido central es el apartado Programa Estatal de la Mujer,


donde se definen como los retos prioritarios: Superar los rezagos edu-
cativos y favorecer el acceso a la educación de las mujeres; Garantizar
y promover el acceso de las mujeres a servicios integrales de salud;
Combatir toda condición de marginalidad de la mujer; Apoyar a las
mujeres trabajadoras y promover la autosuficiencia económica de la
mujer y Promover la participación de las mujeres en todos los ámbitos
y niveles de decisión. (Gobierno del estado de Guanajuato, 1999).

Programa Estatal de la Mujer. Igualdad de Oportunidades 2004-


2006 definió como sus objetivos generales, 1. Asegurar la inclusión de
la mujer en el desarrollo con un enfoque de equidad de género; 2. Im-
pulsar la igualdad de oportunidades a la población para integrarse al
desarrollo y 3. Combatir la violencia intrafamiliar y hacia las mujeres.

Además de declarar como acciones estratégicas 1. Contar con un go-


bierno estatal cuyas instituciones diseñen y operen coordinadamente
políticas públicas considerando la perspectiva de género; 2. Atender
y promover la salud integral desde la perspectiva de género; 3. Mayor
acceso y permanencia de mujeres y hombres en el sistema educativo;
4. Mayor participación y reconocimiento de las mujeres en la vida
económica del estado, a fin de que incrementen su independencia,
vinculada con el ejercicio y cumplimiento de sus derechos; 5. Propi-
ciar las condiciones que posibiliten la justicia con equidad de género
en el estado de Guanajuato; 6. Fortalecer la cultura de participación
ciudadana y cívico política activa con perspectiva de género y 7. Pre-
venir y atender los efectos de la violencia intrafamiliar.

Y fue estructurado en tres partes, I. Marco Conceptual y normativo


de los programas de igualdad de oportunidades, que incluía: 1. Los
programas de igualdad de oportunidades y 2. El marco internacio-
nal de los derechos de las Mujeres. II. El Diagnóstico social desde la
perspectiva de la equidad de Género, con 1. La perspectiva de Género
en el diagnóstico social; 2. La equidad de género en Guanajuato: un
diagnóstico de la situación y 3. Derechos y justicia de Género. Y III.
260 Objetivos y líneas estratégicas de la Equidad en Guanajuato: Áreas de
acción, objetivos, metas y líneas estratégicas del programa.

En este programa se definieron como ejes estratégicos: 1. Fortaleci-


miento y desarrollo institucional con perspectiva de género; 2. Bien-
estar y calidad de vida de las mujeres; 3. Autonomía económica; 4.
Protección de los derechos humanos de las mujeres; 5. Participación
de la toma de decisiones y 6. Violencia de género (Gobierno del esta-
do de Guanajuato, 2004).

El tercer documento, nueve años después, el Programa Estatal para


la Atención Integral de las Mujeres (2013) como su propia presen-
tación lo dice, es un instrumento de gestión de acciones a favor de
las mujeres de Guanajuato, en el que la administración manifiesta el
compromiso de ofrecer a las mujeres y hombres de Guanajuato, los
bienes y servicios públicos que demandan, a fin de mejorar su cali-
dad de vida mediante políticas públicas. Este programa estatal, dice
“engloba las acciones de los organismos autónomos y la administra-
ción pública estatal, que desde el ámbito de sus competencias realizan
para dar seguimiento a los compromisos y estrategias asumidas por
el estado de Guanajuato a favor de la mujer” (Gobierno del estado de
Guanajuato, 2013).

Como un documento administrativo, su estructura se divide en I.


Desafíos de un gobierno comprometido con la mujer guanajuatense
con 1. Marco Jurídico y 2. Congruencia con los instrumentos y meca-
nismos de planeación. Además de contener una breve introducción,
un apartado sobre participación ciudadana y los retos por superar.
En el II. Enfoque, se define la Filosofía del programa y el Propósito
y visión. Este documento a diferencia de los anteriores enfatiza, el
apartado de Gestión con perspectiva de género y Transversalidad en
la planeación. El tercer apartado, III. Mover a la acción, contiene la
Plataforma de acción y la de la Planeación estratégica.

El propósito es definido a partir de abordar las causas estructura-


les de la desigualdad mediante la inclusión de la transversalidad de
la PG en los cuatro ejes del programa de Gobierno para garantizar
la eliminación de toda forma de discriminación contra las mujeres
guanajuatenses y garantizar el acceso a una vida libre de violencia.
Lo ejes son 1. Humano y social. Fortalecer a las familias como las
principales portadoras de identidad cultural y cívica, propias de una
sociedad sana, educada y cohesionada; 2. El de la Administración pú-
blica y estado de Derecho. Promover una gestión y políticas públicas
de excelencia, confiables y cercanas al ciudadano, que garanticen una 261
sociedad democrática, justa y libre; 3. El de la dimensión económica.
Impulsar una economía basada en el conocimiento, la conectividad y
de clúster de innovación, y 4. El del Medio ambiente y territorio. Con-
tar con una red de ciudades humanas, comunidades dignas y regiones
atractivas, en armonía con el medio ambiente. Y sus líneas estratégi-
cas: 1. Institucionalización de la política transversal con perspectiva
de género; 2. La Igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres;
3. Acceso de las mujeres a una vida libre de violencia; 4. El Liderazgo
y participación de las mujeres y 5. El empoderamiento económico de
las mujeres. (Gobierno del estado de Guanajuato, 2013).

Así entonces, empezando antes que el gobierno federal con la crea-


ción del Instituto de la Mujer Guanajuatense con documentos que
conducían la política pública y que desde puntos bien fundamentados
en los instrumentos internacionales, así como en desarrollos concep-
tuales y de gestión pública para el logro de la equidad, parecía que
el avance de las mujeres hacia la igualdad tendría una dinámica. Sin
embargo los resultados que al día de hoy, 2016 se tienen y que se verán
en el análisis de las instancias dan muestra que la política pública de
la igualdad ha estado en el discurso y no en la voluntad política por
impulsar el cambio.

Las instancias municipales de las mujeres en el cumplimiento


para lograr la igualdad sustantiva entre Mujeres y Hombres
(2015). Un acercamiento

Para conocer cómo las instancias municipales de atención a la mujer


(IMM) participan actualmente en el cumplimiento de las metas na-
cionales para lograr la igualdad sustantiva se solicitó a los 46 munici-
pios del estado de Guanajuato, vía la Ley de Transparencia y Acceso a
la Información Pública para el estado y los Municipios de Guanajuato,
información sobre la existencia formal de la misma, así como datos
sobre su trabajo, bajo el siguiente cuestionamiento que formalmente
se envió, entre noviembre 2015 y enero 2016, a cada uno de los mu-
nicipios, de cuyas respuestas se desprenden los datos que posterior-
mente se analizan.

Literalmente se preguntó:

Solicito saber si el Municipio tiene una instancia municipal de


las Mujeres, Coordinación o Unidad que realice las funciones
262 vinculadas a la atención de las Mujeres, aclarando que entien-
do que la entidad o instancia puede tener una forma o nombre
distinto, y no quiero que esto sea excusa para no informar de la
misma.

Solicito el nombre oficial de la instancia, el nombre de quien


es su titular, la dirección oficial, el número de teléfono y correo
electrónico, y la fecha en que se creó. Requiero el reglamento y
manual de organización de la instancia. Programa de trabajo y o
compromisos declarados de funciones y servicios. Acta o docu-
mento que avale su creación…

Posteriormente, a los municipios que confirmaron tener una


IMM también se les requirió:

Buen día. Para fines de investigación académica por este medio


solicito la versión pública del Curriculum Vitae de la titular de
la IMM (aquí agregué el nombre formal que previamente me
habían dado cada uno de los municipios).

Esta ley de transparencia obliga al gobierno del Estado, los poderes,


los municipios y organismos autónomos a dar respuesta a los reque-
rimientos de información en un plazo de cindo días hábiles y cuando
así se requiera solicitar una prórroga de tres días hábiles. Para este
caso el tiempo no fue problema. Sin embargo los procesos de verifica-
ción de la correcta y completa atención a las solicitudes, que puntual-
mente se responda y se agoten los recursos para entregar la informa-
ción requerida si es un pendiente de los órganos garantes. En varios
casos se tienen respuestas poco precisas, mínimas y algunas en las que
francamente se evitó responder a todo el cuestionamiento. Cada una
de estas situaciones se convierte en un incumplimiento. Igualmente,
se buscan formas de evitar el acceso a la información por ejemplo,
pidiendo a quien solicita que se traslade a las oficinas de las entidades
administrativas responsables del acceso a la información, lo anterior
se expone con el fin de justificar que no se tiene información completa
de todos los municipios del estado de Guanajuato.

Existencia de IMM en los Municipios. De los 46 municipios, cuatro


de ellos no dieron respuesta a los cuestionamientos; Atarjea, Juventi-
no Rosas, Pueblo Nuevo y Romita, no atendieron ni hubo evidencia
de que hubieran recibido los cuestionamientos. De los 42 municipios 263
que si respondieron siete: Apaseo el Alto, Tarandacuao, Tierra Blan-
ca, Victoria, Villagrán, Xichú y Yuriria, señalan que no tienen una
IMM. Y en contradicción a la existencia, Ocampo declara que si bien
el 27 de noviembre de 2014 se aprobó la “Coordinación Municipal de
Ocampo para las Mujeres, pero esta no opera, ya que “se aprobó la
creación pero como no cumple con los requisitos establecidos en la Ley
para la Igualdad entre Mujeres y Hombres del estado de Guanajuato
no está en funciones”. Y en el mismo sentido el Municipio de Santiago
Maravatío también menciona que el 12 de octubre de 2015 se aprobó
la Coordinación de la Mujer y el municipio “no tiene presupuesto y no
se han aprobado programa de trabajo y o compromisos de funciones y
servicios así como las acciones a realizar no han sido aprobados”. Asi-
mismo, el municipio de San Diego de la Unión señala que la Instancia
Municipal de Atención a la Mujer y la Salud, según documentos que
revisaron, “se propuso el 20 de abril 2005, pero no se aprobó”, por tan-
to no está en funciones. Y el Municipio de Cortazar también dice que
“ … se cumplió con la creación pero no se dio seguimiento”.

Es importante precisar que de los municipios que declaran no tener


una IMM, algunos si precisan la realización de funciones de atención
a las mujeres y lo refieren de la siguiente manera. El municipio de Apa-
seo el Alto, señala que “Sí realizan funciones, acciones continuas para
desarrollar estrategias de prevención para la violencia, asesoría legal,
apoyos psicológicos, seguimiento de trabajo social, resguardo de mu-
jeres y menores en situación de riesgo, tal y como lo señala la ley en
comento y en aras de cumplir con el Convenio de Colaboración inte-
rinstitucional para la ejecución de los programas del Instituto para las
Mujeres guanajuatenses en los Municipios del estado de Guanajuato”
y que “existe dentro del Sistema DIF, el CEMAIV que realiza tales
funciones y es responsable de dar seguimiento al “Convenio de cola-
boración Interinstitucional para especializar y fortalecer la atención
que brinda a las mujeres y niñas, los Centros Multidisciplinarios de
Atención Integral de la Violencia”.

El Municipio de Tarandacuao, en el mismo sentido señala que “El


DIF tiene un CEMAIV (Centro Multidisciplinario de Atención Inte-
gral a la Violencia) el cual sus funciones engloban en atender a los
sujetos víctimas o generadores de violencia, a través de modelos de
atención integral que propicien el desarrollo familiar” y el Municipio
de Yuriria, menciona señala que “…tiene un Cemaiv”, aunque no des-
cribe tareas o funciones.
264
Para estos primeros casos en que se declaran funciones, se puede
observar que la mayor parte de ellas se enmarcan en el contexto de la
Ley para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia en el
estado de Guanajuato (2009) que durante varios años ha dado prio-
ridad a la atención con una perspectiva familista y sólo enfoca a la
mujer en un perfil de víctima, y es evidente la ausencia de un enfoque
que permita ver a la mujer como sujeta de derecho, además que la
igualdad o la equidad no se refieren.

Fechas de creación. De 35 IMM que representa el 76 por ciento del


total de 46 que deberían existir en el estado y tomando como punto
de referencia que el Instituto de la Mujer Guanajuatense se creó el 4 de
junio de 1999, antes que el Instituto Nacional de las Mujeres, un dato
representativo de la oportuna alineación de la política pública para
transversalizar la perspectiva de género es el de la fecha de creación
de las instancias.

Tabla 1. Año de creación de las IMM en los Municipios


(Elaboración propia)
Municipios Año de
creación de la
IMM
León 2000
San Miguel de Allende, San Diego de la Unión, 2005
Salamanca y Purísima del Rincón
Pénjamo 2006
Comonfort y Celaya 2007
Silao 2008
Valle de Santiago, Salvatierra y Jaral del Progreso. 2009
Moroleón y Guanajuato 2010
San Francisco del Rincón 2011
San José Iturbide y Santa Catarina 2012
Acámbaro, Manuel Doblado, Huanímaro, San Felipe y 2013
San Luis de la Paz
Apaseo El Grande, Ocampo, Uriangato y Doctor Mora 2014
Coroneo, Cortazar, Jerécuaro y Santiago Maravatío 2015
 

265
De los 35 municipios, 14 se crearon entre 2013 y 2015; dos en 2012,
tres en 2009, dos en 2010. Es decir que a partir del 2009 se crearon 20
lo que equivale al 55.8%; antes de este año se crearon ocho instancias
lo que equivale al 23.5%. Tomando en cuenta que de cinco instan-
cias no se tiene la fecha de aprobación, además que ocho municipios
declararon que no han tenido una instancia, lo que equivale a que el
17.4%, no han cumplido mínimamente.

Estos datos muestran que en el estado de Guanajuato, a pesar de


declarar en documentos oficiales y de planeación la existencia de la
política pública para la transversalización y el logro de la igualdad
entre mujeres y hombres, no han existido acciones contundentes para
que estas acciones lleguen a todas las mujeres desde la política mu-
nicipal. La referencia de las fechas de creación da muestra de la falta
de vinculación interinstitucional y el poco impulso a los gobiernos
municipales para tener IMM que se encarguen de generar acciones de
planeación y diseño de la política pública local.

De la disposición de documentos administrativos. Como se seña-


ló anteriormente el logro de la igualdad sustantiva entre mujeres y
hombres se ha centrado en gran medida en el avance normativo y
reglamentado de los estados y sus instancias, en tener documentos,
normatividades, exhortos y acuerdos firmados por los estados y sus
representaciones en cada uno de los niveles de gobierno. Para el caso
de las IMM, y para corroborar su funcionamiento regular se solicitó
conocer los manuales de organización, el reglamento y el plan de tra-
bajo. De esta parte de la solicitud se tuvieron respuestas muy dispares
en la existencia de esta documentación.

Tabla 2. Disposición de Manuales de Organización de las IMM


(Elaboración propia)
Manuales de Organización
Sí tienen No tienen No se sabe. No es clara la
información
proporcionada
Apaseo el Grande, Celaya, Acámbaro, Manuel Abasolo, Cortazar,
Comonfort, León, Doblado y Coroneo, que Irapuato, Salamanca, San
Pénjamo, San Francisco señalan tener el Diego de la Unión, Silao y
del Rincón, San José documento en trámite; Valle de Santiago
Iturbide, San Miguel de Cuerámaro, Guanajuato,
Allende, Uriangato y Dr. Huanímaro, Jaral,
Mora Jerécuaro, Moroleón,
Ocampo, Purísima del
Rincón, Salvatierra, Santa
Catarina, San Felipe, San
266 Luis de la Paz, Santiago
Maravatío y Tarimoro.
 

Sobre si tienen un Reglamento de la IMM.

Tabla 3. Disposición de Reglamento de las IMM


(Elaboración propia)
Reglamentos de las IMM
Si tiene No tienen En trámite o No es clara la
aprobación información
Abasolo, Celaya, Cuerámaro, Acámbaro, Apaseo Cortazar, Irapuato,
Comonfort, León, Guanajuato, el Grande, Manuel Salamanca, San
Pénjamo, Purísima Huanímaro, Jaral Doblado, Dolores Diego de la Unión,
del Rincón, del Progreso, Hidalgo y San Silao y Valle de
Salvatierra, San Jerécuaro, Francisco del Santiago
José Iturbide, San Moroleón, Ocampo, Rincón
Miguel de Allende Santa Catarina, San
y Dr. Mora Felipe, San Luis de
la Paz, Santiago
Maravatío,
Tarimoro y
Uriangato
 
En el cumplimiento normativo sólo 7 municipios de los 35 analiza-
dos informan tener un manual de organización y un reglamento de la
IMM, ellos son: Celaya, Comonfort, León, Pénjamo, San José Iturbi-
de, San Miguel de Allende y Dr. Mora.

Para referir la importancia de tener los mencionados documentos


de gestión y normativa, es importante recordar que si bien es cierto
que el IMUG genera acciones para las mujeres en el estado, las IMM
son las responsables de trabajar directamente con las resistencias y
en el impulso de la transversalidad. Y como describe Massolo (2003),

… la incorporación de la perspectiva de género en los instru-


mentos de la gestión municipal repercute en toda la organiza-
ción, puesto que los desafíos que esta tarea trae consigo significan
introducir una serie de cambios en la institución. Los cambios
requeridos se deben dar en cuatro ámbitos: en lo estratégico; en
lo operativo; en la gestión externa y en lo personal, pero si no
se ha logrado su compromiso con la promoción de la igualdad
de oportunidades, difícilmente se pueden concretar los desafíos.

De los datos recabados, se puede derivar un análisis del cumplimiento


de la administración pública en el estado, para implementar procesos
de la transversalidad que se impulsa desde el INMUJERES (2008) y
267
que hemos visto tiene como objetivo” … contribuir a la incorpora-
ción transversal de la perspectiva de género en las políticas públicas
y en la cultura organizacional de la administración pública estatal,
municipal… para institucionalizarla y dar así cumplimiento a la Polí-
tica Nacional de Igualdad definida en la Ley General para la Igualdad
entre Mujeres y Hombres y, de manera específica en el PROIGUAL-
DAD”. Como se señala entonces, dicho programa se materializa en el
trabajo de las IMM que por su presencia territorial y por su cercanía
con el nivel más bajo de la administración pública debería funcionar
en su implementación operativa para llevar a cabo las funciones que
la transversalidad obliga. Por ello los datos recabados mediante la
consulta mencionada tienen trascendencia para evidenciar cómo es
que el cumplimiento de estas obligaciones no ha permeado en la fun-
dación de entidades fuertes que aseguren que la política pública está
avanzando en la reducción de la brecha de género.

Número de personas o puestos. Otro dato relevante que aporta a


continuar con esta crítica a las carencias con que operan estas IMM, es
el número de puestos o personas que se mencionan en los documen-
tos revisados. Según los manuales de organización o procedimientos,
y los organigramas y descripción de puestos, se pueden ver que las
IMM pueden tener entre 2 y 16 personas en puestos funcionales. De
lo que se pudo ver en los documentos enviados Uriangato y Pénjamo
refieren dos puestos; Guanajuato, Jerécuaro, San Francisco del Rin-
cón y Valle consideran tres puestos; Acámbaro, Apaseo el Grande y
Huanímaro consideran cuatro puestos; Celaya considera cinco pues-
tos; San Miguel de Allende y Dr. Mora refieren seis; Comonfort con-
sidera 11 puestos y León tiene un organigrama que refiere 16 puestos.

Reconocimiento de deficiencias o necesidades. Otra información


que evidencia la falta de trabajo en el tema de la atención al tema de
la igualdad de género son frases que pudieron rescatarse de los docu-
mentos de trabajo y que refieren con claridad la necesidad de tener a
las IMM. Por ejemplo en el plan de trabajo 2015-2016 del Municipio
de Jerécuaro se señala que “… desde hace décadas es un municipio
el cual tiene atraso en este rubro, la política del municipio requiere
un cambio radical para poder darle a la mujer la “liberta” de vivir a
plenitud sus derechos”. Y en su respuesta el municipio de Acámbaro
dice que la Dirección Municipal “fue propuesta para contrarrestar los
rezagos sociales y proponer desde una PG las alternativas para lograr
soluciones y procurar el desarrollo integral de la mujer y por ende el
de la sociedad”. En el municipio de Cortazar se señala que es una ne-
cesidad contar con un Instituto “… para acceder a los recursos que
268 vienen destinados para las mujeres…y con la existencia del mismo se
constituye un mecanismo para lograr la igualdad en beneficio no sólo
de las mujeres, sino de toda la población”

Misión y Visión. Cuando se hace una revisión sobre la filosofía de


las IMM se puede observar que se ven y se definen a sí mismas como
instancias que atienden y dan servicios a las mujeres, que tienen fines
generales, lograr la “igualdad de condiciones y oportunidades que los
hombres en los procesos económicos, políticos, sociales y culturales” y
que en un sentido positivo reconocen que tienen como su fin princi-
pal el logro de la igualdad y el impulso a acciones integrales, de políti-
cas públicas y que es el municipio como parte del estado la institución
que debe proveer los medios para este fin.

Sin embargo, se encuentran aseveraciones que pueden ser contra-


rias al fin y al reconocimiento inicial de ver a las mujeres como sujetas
derecho cuando se lee “promoviendo su incorporación y desarrollo,
así como el reconocimiento de sus desempeños y la plena equidad en el
ejercicio de sus derechos, dignificando su imagen ante la sociedad”. Es
claro cómo se han conformado místicas de ser entidades que pueden
ayudar y que deben trabajar pero resulta contradictorio que esta res-
ponsabilidad pueda, recaer en “un gobierno sensible”, más que en un
gobierno comprometido.

Este breve acercamiento, a la filosofía, es una provocación para


continuar el análisis desde las declaraciones de las IMM y la cohe-
rencia con los planes y proyectos que se definen desde otros niveles
de gobierno, para reconocer los caminos y formas de hacer efectiva la
transversalización en los proyectos de la gestión municipal.

Formación y profesionalización de las titulares de las IMM. Si bien


es cierto que resulta importante el que en todas las instancias se ten-
ga como responsable a una mujer, y esa premisa se cumple en todos
los municipios que respondieron a las solicitudes de información. Un
factor importante para que los objetivos de la transversalización de la
perspectiva de género y las políticas públicas de igualdad se integren,
cumplan, den seguimiento y evalúen es la formación en el tema, cuan-
do menos en lo correspondiente a la perspectiva de género. Por ello,
debe considerarse para este análisis la formación profesional, el nivel
educativo y la experiencia de quienes dirigen las IMM son datos que
deben mostrarse. Para tener esta información se solicitó a cada muni-
cipio el currículo de cada de las titulares, los 35 municipios de los que
se obtuvo respuesta positiva sobre la existencia de una IMM, en este
tema de la formación, sólo en 11 casos las titulares tienen formación
en género, y de ellas sólo León, Abasolo Dr. Mora tienen trabajo y ex- 269
periencia que muestra un conocimiento más formal que los cursos y
talleres que imparte el IMUG. Los otros ocho municipios son: Celaya,
Tabla 4
Formación de titulares de las IMM
(Elaboración propia)
Formación de Titulares de las IMM
Formación Con Con Con Con Con educación
en Género maestría Licenciatura Licenciatura educación básica
trunca media
superior
León, León, Acámbaro, Abasolo, Coroneo Pénjamo y San
Abasolo Dr. Purísima Apaseo el Jaral del y Santa Francisco del
Mora, del Grande, Progreso, Catarina Rincón
Celaya, Rincón y Celaya, Salvatierra,
Coroneo, Uriangato Dolores Silao y Valle
Jaral del Hidalgo, de Santiago
Progreso, Guanajuato,
Purísima Huanímaro,
del Rincón, Jerécuaro,
Salamanca, Salamanca,
Santa San Felipe,
Catarina, San José
san Felipe y Iturbide, San
Silao. Miguel de
Allende y
Dr. Mora
 
Coroneo, Jaral del Progreso, Purísima del Rincón, Salamanca, Santa
Catarina, san Felipe y Silao.

Como una conclusión de estos datos es que en las IMM de los muni-
cipios la formación debe ser un requisito para designar a quienes las
dirigen. Que se busquen perfiles o se sugieran personas con experien-
cia en áreas de ciencias sociales, salud con conocimiento específico y
/o experiencia en género. Para este caso, se tienen titulares con for-
mación en administración, contaduría, ingeniería, desarrollo orga-
nizacional, odontología y varios casos de psicología educativa, clínica
o preescolar y personas de comunicación y periodismo. Es necesario,
tener IMM con personal especializado y sensibilizado con y la igual-
dad que realice su trabajo permeado por la perspectiva de género y
conozca los desafíos que este tema tiene desde el diseño de políticas
públicas de respeto pleno a los derechos fundamentales de las mujeres
y las niñas que viven en cada uno de los municipios.

Conclusiones y propuestas para impulsar las políticas públicas


locales para la igualdad/equidad de género

Los avances en el discurso y en los documentos de las entidades


federales y estatales como hemos visto son evidentes y justificados,
270 sin embargo en la realidad, en la vida de las mujeres no tienen aún
un efecto determinante. Con este acercamiento, se puede vislumbrar
que en el estado de Guanajuato se debe reconsiderar el diseño de la
política pública para la igualdad a través del impulso decidido a las
IMM y generar una vinculación de las instituciones responsables de
esta, para proveer herramientas metodológicas a quienes desde el ni-
vel municipal trabaja los planes y programas de la igualdad. Buscar
perfiles que tengan y comprueben su experiencia en estas materias. Y
finalmente, evidenciar el compromiso del estado para realizar lo di-
cho y escrito en los documentos y programas de planeación para im-
plementar la política pública de la igualdad. El reto es comprometerse
a cumplir y reconocer a la mujer como sujeta de derecho y no como
parte de una política general y conservadora de la familia.

Dice Alda Facio (2013) cuando hablamos de las responsabilidades


del estado en alcanzar la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres,
el discurso político tiene que materializarse,

resulta necesario que los gobiernos comprendan el principio de


igualdad no sólo como una aspiración política y social que en al-
gún momento llegará a cumplirse gracias al desarrollo educativo
la responsabilidad estatal frente al derecho humano a la igualdad
y cultural de las personas, sino también como una norma de res-
ponsabilidad que impone obligaciones de abstención y cumpli-
miento a las autoridades del Estado en torno a la generación de
condiciones materialmente igualitarias entre mujeres y hombres
(Facio, 2014: 9 -10)

Este análisis se circunscribe a mirar la realidad que queremos evaluar


con dos puntos de referencia: el de lo que existe y su referencia del
“deber ser”, para recordar cómo es el ideal y confrontarlo, para enten-
der por qué todo sigue igual, por qué no alcanzamos la igualdad, o
no avanzamos en su búsqueda. Después de tantos años de acuerdos,
compromisos, leyes normatividades qué es lo que ha cambiado y si
este cambio tiene fundadas acciones y formas institucionales. ¿Las
IMM han seguido la dirección que se propuso o hacia donde se han
dirigido y cuáles verdaderamente han sido los avances, en este caso en
particular en la construcción de la política pública para la igualdad?.

Para evaluar los impactos que el diseño de programas ha tenido


en la estructura y forma de los servicios y garantías a las mujeres que
viven el estado de Guanajuato y en sus municipios, se encuentra, que
aunque han existido planes y programas estratégicos para construir
la política pública, se ha problematizado la condición de la mujer y
su posición, no hay señales contundentes de que estas estén llegando
bien ordenadas y normadas a la administración municipal. Que aun- 271
que se ha constituido la instancia rectora de esta política el IMUG, no
se ha avanzado mucho. Y que las instancias municipales de atención
a la mujer dan muestra de ello. Tenemos claro con números, que ni
siquiera se puede decir que las IMM de los 46 municipios existen y
menos aún que todas las que dieron información, 35 funcionan, con
claridad en sus objetivos y metas si no tienen reglamentos o manua-
les, de organización, instrumentos que hablarían de una estructura
de gestión mínima. Claro que no todas las IMM caen en este supues-
to y existen algunas que han tenido grandes logros y han invertido
esfuerzos, pero para las conclusiones de esta revisión, no podemos
hablar de un avance homogéneo, y eso es un problema, porque indu-
dablemente, la gestión es uno de los ejes medulares del desempeño
eficaz de los gobiernos locales, y eso no se evidenció, ni siquiera do-
cumentalmente. Se requiere, para el avance homogéneo de las IMM
una intervención decidida de la federación y de las instancias estatales
como el IMUG para desarrollar instrumentos técnicos y metodológi-
cos capaces de incorporar la perspectiva de género en la planeación,
seguimiento y evaluación de programas.

Dice Massolo (2003) que “la perspectiva o enfoque de género en


las políticas públicas de cualquier nivel, no se refiere sólo al hecho
de tomar en cuenta a las mujeres…” por ello, lo que hemos visto en
los enfoques sobre visión y misión que se tiene es que sólo se mira a
las mujeres en lo individual, con sus intereses, con sus violencias y
con sus necesidades como parte de una familia. Las mujeres no son
consideradas como sujetas de derecho. También se puede ver que los
prejuicios siguen vivos y que la famosa transformación cultural, para
llegar a una cultura de la igualdad y no violencia, no está consolidada
y que debe ser trabajada con los gobernantes y quienes tienen distin-
tos tipos de responsabilidades en instituciones.

De manera general se puede concluir que no se ha avanzado en la


institucionalización de la política de la igualdad. Esta breve revisión
muestra IMM débiles que no reconocen la formalización de procesos
de gestión. Por ello, es claro que una propuesta es el reconocimiento
desde el nivel federal para incluir las metas y expectativas que el PND
considera para la PG, porque esto no pasa sino en el discurso. El for-
talecimiento de la institucionalidad debe pasar por la asignación de
un nivel en la estructura municipal y la asignación de personal, un
272 número de personas relativo al número de la población a atender.

En el mismo sentido la primera política pública, clara y decidida


debe ser aquella en que los poderes públicos establezcan en el primer
orden de prioridad la igualdad sustantiva y el desarrollo humano de
sus estados, no más discursos, sólo con “… la incorporación de la
perspectiva de género en la gestión municipal, se contribuye entonces
a romper barreras culturales y a redistribuir el poder entre los géneros
en un esfuerzo decidido por fortalecer la equidad social y lograr las
metas del desarrollo humano” (Massolo, 2003:29).

Para llegar a una propuesta para resolver la falta de criterios y mo-


delos para alinear las políticas públicas que impulsen la igualdad de
género desde el nivel municipal, en los Municipios se debería reforzar
la descentralización y dar a la atención a la mujer en la adecuación de
las distribuciones de responsabilidad con normativas que permitan,
no sólo ser reactivos a situaciones de discriminación, de violencia o
de impartición de justicia sino a generar modelos innovadores de
gestión.

Es bien reconocido que la profesionalización es un ingrediente del


éxito de las empresas y de las instituciones. En el caso de las instan-
cias de promoción de la igualdad, debería pasar lo mismo. Sin embar-
go cuando se trata del género y la igualdad, en el desconocimiento,
creemos que cualquier persona puede trabajar en este tema, sólo se
atiende que para el caso, sean mujeres. Para suplir esta problemática
es indispensable que se genere una descripción mínima de perfiles y
programas de formación continuos para quienes dirigen las instan-
cias municipales, una recomendación es que sea un proyecto feminis-
ta, que provea herramientas de análisis crítico.

Finalmente, se debe señalar que el aporte de las Universidades en el


país ha sido muy grande en la formación sobre género. Actualmente
existen un sinfín de cursos, diplomados, materias de licenciatura y
posgrados para la formación y capacitación de personal. Sin embargo
los datos aquí expuestos dan cuenta de una falta de responsabilidad
de las y los Presidentes municipales cuando se analizan las IMM: falta
de perfiles profesionales y o de personal capacitado para asesorar (por
lo menos) el diseño de acciones estratégicas vinculadas a los progra-
mas de género igualdad.
273
Este texto es resultado de una experiencia construida en la Univer-
sidad de Guanajuato; de una mirada privilegiada sobre las personas
especialistas y la elaboración de diagnósticos básicos pero muy útiles.
La inserción de este tema permite mostrar que los aportes de áreas
del conocimiento no tiene que ser sobre elaborados ni dependientes
de grandes desarrollos teóricos, los aportes prácticos pueden resolver
problemas graves de gestión para el avance de lo sustantivo, en este
caso avanzar para conseguir la igualdad entre mujeres y hombres.
R eferencias

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recommendations/recomm-sp.htm

276
Las MIques
Cortometraje Documental

Raúl Flores Bernal - Dirección


Sergio Eduardo Cerecedo Pérez - Producción
Enrique Hernández Barrera- Producción
Estefany Sánchez Castro - Producción
Sergio Martínez García - Fotografía
Sergio Antonio Torres Medina - Sonido Directo
Armando Guerra Brito - Sonido Directo
Nitzia Julieta Ruiz Zapatero - Asistente de Dirección
Isabel González Simental - Edición
Rodrigo Nava Arriaga - Corrección de Color y Post- Producción

277
Formato: Digital

Duración: 10 minutos

Documental que retrata la vida cotidiana de Soledad, Micaela, Blan-


ca, Eugenia y Rosa, “Las Miques”, como madres, hijas, agricultoras y
ganaderas que desafían su contexto masculino y sexista. El equipo de
producción se conformó de estudiantes y egresados/as de la Licen-
ciatura de Artes Digitales, de la División de Ingenierías Campus Ira-
puato - Salamanca de la Universidad de Guanajuato. Este documental
fue el ganador del Premio “Identidad y pertenencia” del Festival In-
ternacional de Cine de Guanajuato 2013. También ha participado en
festivales de talla internacional y nacional:

   - Festival de Cine y Artes Audiovisuales Travelling 2013, México


   - Festival de Cine de Toluca 2013, México
   - Festival Internacional de Cine Solidario 2013, España
   - Mumbai›s International Film Festival 2013, India
   - 2nd Delhi Shorts International Film Festival, 2013
   - Butiful International Film Festival 2013, Inglaterra
   - Festival de Cine Todos Santos 2014, México
   - Festival Internacional de Cine de Lanzarote 2014, España
   - Participación en el Short Film Corner del Festival Internacional
de Cannes 2015

278
279
280
Semblanza curricular de las
colaboradoras

Marilú León Andrade

Profesora investigadora del Departamento de Estudios Sociales de


la Universidad de Guanajuato, Campus Celaya-Salvatierra. Cuen-
ta con el Doctorado y Maestría en Desarrollo Regional. Es egresada
de la licenciatura en Sociología Rural de la Universidad Autónoma
Chapingo. A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado en el
sector educativo y en el sector social. Colaboró como asesora de or-
ganizaciones de mujeres en el estado de Puebla, en las regiones de la
Sierra Norte y Mixteca Poblana. Actualmente forma parte del Cuerpo
Académico “Género y Políticas Públicas para el Desarrollo social y
Humano”. Entre sus líneas de investigación se encuentran, migración
Internacional y género, género y desarrollo. Es autora y coautora de
capítulos de libros y artículos en revistas indexadas y arbitradas. Es
Candidata en el Sistema Nacional de Investigadores.
281
Rocío Corona Azanza

Docente del Departamento de Historia de la Universidad de Gua-


najuato, del Campus Guanajuato. Estudió la Licenciatura en Historia
y la Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios) en
la Universidad de Guanajuato. Es integrante del Seminario de Historia
Sociocultural de la Transgresión del Instituto de Investigaciones His-
tóricas de la UNAM; pertenece a los Seminarios de Historia Virreinal,
de Violencia y de Estudios sociales y Culturales del Departamento
de Estudios de Cultura y Sociedad de la Universidad de Guanajuato.
Integrante del Seminario Historia de la Justicia en México siglos XIX-
XX del Colegio de San Luis. Obtuvo el primer lugar en el concurso
de Historia de mujeres en Guanajuato con su tesis de licenciatura ti-
tulada “La educación femenina en Guanajuato. Siglo XIX”. Su tesis de
maestría “Los gritos de Dolores”. Violencia y relaciones de género en
Dolores Hidalgo durante el Porfiriato, obtuvo mención honorífica en
el concurso de Tesis de género “Sor Juana Inés de la Cruz” promovido
por el Instituto Nacional de las Mujeres. Actualmente trabaja sobre
género, legislación y criminalidad femenina en Guanajuato de 1871 a
1933 para obtener el grado de Doctora en Historia por la Universidad
Nacional Autónoma de México.
Yessica Ivet Cienfuegos Martínez

Profesora investigadora del Departamento de Psicología de la Univer-


sidad de Guanajuato, Campus León. Es egresada de la licenciatura en
Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuenta
con el Doctorado en Psicología de la Universidad Nacional Autóno-
ma de México, dentro del cual realizó estancias en The University of
Texas at Austin (Estados Unidos) y en la Universidad Autónoma de
Madrid (España). Es diplomada en Derechos Humanos y Violencia
Doméstica por el Instituto de Investigaciones Jurídicas (UNAM). Ac-
tualmente, estudianta de la Escuelita Zapatista del Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN). Cuenta con diversos capítulos de li-
bros y artículos en revistas indexadas. Ha participado como ponente
en alrededor 35 foros nacionales e internacionales. Su principal línea
de investigación versa sobre la violencia contra las mujeres, específi-
camente la perpetrada en las relaciones de pareja. Sus estudios han
abordado también temas como la pobreza, género y la migración. Fue
académica experta en el Grupo de Trabajo que analizó la Solicitud de
la Alerta de Violencia de Género en el Estado de Guanajuato en 2014.
Es Candidata en el Sistema Nacional de Investigadores.

Ivy Jacaranda Jasso Martínez


282
Profesora investigadora del Departamento de Estudios Sociales de la
Universidad de Guanajuato, Campus León. Realizó su licenciatura en
Antropología en la Universidad Veracruzana y es doctora y maestra
en Ciencias Sociales, con Especialidad en Estudios Rurales por El Co-
legio de Michoacán. Ha tenido estancias académicas en la UNAM,
George Washington University, el CIESAS, la UABJO y la Pontificia
Universidad Católica de Perú. Es integrante de la Asociación de An-
tropólogos Iberoamericanos en Red (AIBR). Entre sus líneas de in-
vestigación se encuentran, derechos indígenas, identidades étnicas,
interculturalidad y género. Ha participado en proyectos de investiga-
ción como “Derechos sociopolíticos y procesos de ciudadanización
entre la población indígena del Guanajuato actual”; “Estrategias de
desarrollo de los grupos y pueblos indígenas en Guanajuato”; “Com-
bate al rezago educativo en una comunidad de migrantes: Duarte,
Guanajuato”. Entre sus artículos más recientes encontramos: “Expe-
riencias de educación en la Universidad Intercultural Indígena de Mi-
choacán (UIIM) desde una perspectiva de género” en la Revista La-
tinoamericana de Educación Inclusiva, en coautoría con Rocío Rosas
Vargas, 2015; y “Retos y exigencias en los procesos de socialización:
juventud, etnicidad y migración en León, Guanajuato” en la Revista
Ra Ximhai, UAIM, 2015. Es miembra del Sistema Nacional de Inves-
tigadores, nivel 1.

Ericka López Sánchez

Profesora investigadora de la División de Derecho, Política y Gobier-


no de la Universidad de Guanajuato, Campus Guanajuato. Sus estu-
dios de licenciatura son en Periodismo y Comunicación Colectiva
realizados en la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta
con una Maestría en Sociología Política por el Instituto de Investiga-
ciones Dr. Luis Mora y con un Doctorado en Estudios Sociales con
especialidad en Procesos Políticos por la Universidad Autónoma Me-
tropolitana, con estancias de investigación en el Instituto Iberoame-
ricano de la Universidad de Salamanca, España. Su experiencia pro-
fesional se ubica tanto en la parte académica como en la empírica: ha
impartido clases en la Universidad Nacional Autónoma de México,
la Universidad Autónoma Metropolitana y universidades particulares
a nivel licenciatura y posgrado. Asimismo ha colaborado con inves-
tigaciones con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
y el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa. Entre
sus líneas de investigación se encuentran la cultura política de la clase
gobernante y de los funcionarios públicos, procesos de consolidación
democrática, violencia de género y diversidad sexual. Ha participa-
do constantemente con el Poder Judicial del estado de Guanajuato, la 283
Universidad de Guanajuato, el Partido Revolucionario Institucional y
el Partido de la Revolución Democrática en talleres con perspectiva
de género. Forma parte del Cuerpo Académico Democracia, Socie-
dad civil y Libertad.

Teodora Hurtado Saa

Profesora investigadora de la División de Ciencias Sociales y Huma-


nidades de la Universidad de Guanajuato, campus León. Es egresada
de la licenciatura en Sociología por la Universidad del Valle (Cali, Co-
lombia). Es Maestra en Población con Especialización en Población y
Salud, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLAC-
SO) y cuenta con el Doctorado en Ciencias Sociales con Especialidad
en Estudios Laborales por la Universidad Autónoma Metropolitana
sede Iztapalapa. Desde el inicio de su trayectoria profesional ha tra-
bajado como investigadora en el sector educativo, en el sector social
y empresarial; combinando está actividad con la docencia y la forma-
ción de capital humano. Ha realizado estancias académicas como pro-
fesora e investigadora invitada por la Universidad del Valle, la Univer-
sidad Nacional de Colombia, la Universidad Autónoma de Chiapas,
Universidad de São Paulo. Entre sus principales líneas de investiga-
ción se encuentran los estudios de género y sexualidad, trabajo “no
clásico” e interseccionalidad, movimientos sociales y construcción de
ciudadanía; estudios de población y salud. Entre sus publicaciones se
encuentra el “Análisis de la relación entre género y sexualidad a partir
del estudio de la nueva división internacional del trabajo femenino”
en la Revista Sociedad y Economía y el libro “Contribuciones de las
Ciencias Sociales al Estudio de la Región Laja-Bajío, Guanajuato, Mé-
xico”, entre otras contribuciones. Es miembra del Sistema Nacional de
Investigadores, nivel 1.

Abril Saldaña Tejeda

Profesora investigadora del Departamento de Filosofía del Campus


Guanajuato de la Universidad de Guanajuato. Cursó la Licenciatu-
ra en Relaciones Internacionales en el Instituto Tecnológico y de
Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Estudió la Maestría en
Relaciones Internacionales en la Universidad de Warwick y, con la
tesis “Mujeres y Trabajo Doméstico Pagado en México”, se doctoró
en Sociología por la Universidad de Manchester (Reino Unido). Ha
recibido un puesto honorario como investigadora en la Universidad
284 de Manchester (2015-2017) y también ha accedido a una beca Collen
Fellowship (2015) en la Universidad de Oxford. Asimismo, es miem-
bra de la red INTEGRA, una red temática del Conacyt sobre estudios
sobre racismo en México. Dentro de su trayectoria profesional ha sido
investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública (México); del
Centre for Social Justice (CSJ) en la Universidad de Coventry (Reino
Unido) y del Centre for Research into Quality (CRQ), en la Univer-
sity of Central England (Reino Unido). Sus temas de investigación
han girado en torno al trabajo doméstico, la maternidad, crianza,
ecofeminismo, mestizaje y los usos del conocimiento en genómica,
lo cual ha materializado en diversos artículos indexados. Uno de sus
proyectos más recientes es “Genomics and Child Obesity in Mexico:
the Resignification of Race, Class, Nation and Gender” que tiene un
financiamiento de la Newton Fund a través de la British Academy. Es
miembra del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1.

Rocío Rosas Vargas

Profesora investigadora del Departamento de Estudios Sociales de


la Universidad de Guanajuato, Campus Celaya-Salvatierra. Cursó la
Licenciatura en Historia por la Universidad Autónoma de Baja Cali-
fornia, Campus Tijuana. Tiene una Maestría en Sociología Rural por
la Universidad Autónoma Chapingo y cuenta con un Doctorado en
Estudios del Desarrollo Rural (Área de Género: Mujer Rural). Obtuvo
el premio Arturo Fregoso Urbina a la mejor tesis de postgrado por su
tesis de Maestría. Ha colaborado con diversas instancias municipales
de las mujeres en Sinaloa, Michoacán y Guanajuato, así como con la
Secretaría de las Mujeres en Michoacán. Participa en la Red de Paz,
Interculturalidad y Democracia. Ha coordinado cinco libros y es au-
tora de uno; ha publicado 23 artículos científicos y 37 capítulos de
libros. Sus líneas de investigación son género y desarrollo y violencia
de género. Es responsable del Cuerpo Académico en consolidación
Género y Políticas Públicas para el Desarrollo Social y Humano. Fue
Secretaria Académica del Campus Celaya-Salvatierra de 2012 a 2015.
Es integrante del Comité de Equidad de Género de la Universidad
de Guanajuato. Es miembra del Sistema Nacional de Investigadores,
nivel 1.

285
Perspectiva de género en la práctica educativa de la Universidad de Guanajuato
Aproximaciones feministas

se terminó de imprimir en junio de 2016


Impresa en linotipografía Dávalos hermanos, S.A. de C.V., Paseo del Moral no. 117,
colonia Jardínes del Moral, C.P. 37160, León, Gto., México
Tiraje: 500 ejemplares

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