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Kimberly Theidon
Praxis: Un Instituto para la Justicia Social
Profesora Associada, Universidad de Harvard
© Praxis 2009
En 1995, las comunidades en las alturas de Huanta quedaron en ruinas, casas quemadas,
más en la tragedia. El paisaje social fue igualmente volatil mientras que los y las campesinos
intentaron reconstruir sus comunidades bajo la sombra de un pasado recien marcado por la
violencia letal. Las memorias estaban frescas, dolorosas, onmipresentes; sedimentaron en los
cerrros donde tantos habían muerto, en los ríos que se habían teñido de sangre, y en los locales
que fueron testigos mudos de actos atroces. Pero fue al partir de conversaciones largas con las
mujeres quechuahablantes que emergieron otros “sitios históricos”: sus cuerpos mismos que
Hay varias maneras de acercarse a las secuelas de un conflicto armado. El discurso del
trauma — y la diagnosis psquiátrica del estrés pos-traumático (PTSD) — han logrado jugar un
papel prominente en los conceptos médicos y humanitarios del sufrimiento. La diagnosis fue
incluida por primera vez en el catálogo official Norteamericano de los trastornos psquiátricos
en 1980 con referencia específica a los veteranos Americanos de la guerra en Viet Nam. A lo
por acercarse a las secuelas sujetivas de la guerra. Hay un mercado enorme por el trauma, y
una industria de expertos desplegados a los paises pos-conflicto para detectar los síntomas del
estrés pos-traumático por medio de las encuestas “culturalmente sensibles.” Sin duda sea
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estratégico enmarcar el sufrimiento dentro de un idioma scientífico y con pretenciones
universales; de hecho, el discurso del trauma sirve como un Esperanto psicológico, autorizando
más normativo, haciéndolo difícil pensar de otra manera sobre los eventos violentos y sus
legados. Desde los sobrevivientes del Holocausto a los veteranos Americanos de Viet Nam;
desde las mujeres maltratadas de América Latina a los niños soldados en el Congo; hasta las
sobrevivientes de la violencia sexual en los Balcanes, las teorias dominantes del trauma
vocífero sobre la categoria de estrés pos-traumático y sus suposiciones. La literatura que pone
en duda la utilidad del PTSD en contextos no-clínicos — por ejemplo, contextos de pos-guerra
intérvalo entre los debates académicos y la política pública. Lo que se podría considerar como
“pasado de modo” en circulos académicos puede todavía presentar una lucha en términos de
Ayacucho, fue claro que muchas organizaciones estarían compitiendo por colocarse en mejor
posición por trabajar el tema de la salud mental. Solamente tres años despues, mucha gente con
quienes hable accusarían a estas mismas organizaciones de “traficar con la sangre y el dolor del
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pueblo” en sus esfuerzos por conseguir fondos durante el “Boom de Salud Mental.” Al traducir
Tal vez vale una advertencia. Un paso antropológico convencional es hablar “nuestro
relativismo cultural” a “su universalismo psquiátrico” por medio de una letanía de ejemplos
que a veces suele parecer un compendio de lo exótico. Tal compendio no es mi objetivo. Más
bien, me interesa cuestionar una yuxtaposición perdurable: algunos individuos y grupos tienen
“Teoria” y otros tienen “creencias”; algunos individuos y grupos exportan categorias del
conocimiento mientras otros se consideran “culture bound,” viviendo bajo la influencia de sus
“creencias” eternas.
visto amplia evidencia de tal desbalance en los comentarios sobre “La Teta Asustada.” Muchos
refieren a “una creencia antigua” o “un mito Andino” cuando hablan tanto de la película como
entre los productores y consumidores del conocimiento, una dicotomía que deja poco espacio
por apreciar las teorias sofisticadas que los y las Quechuahablantes han elaborado sobre la
En este breve texto, quiero analizar la teta asustada como una teoria sobre la violencia
pasaré al tema de la violencia sexual masiva que caracterizó los años del conflicto armado
interno, insistiendo en la injusticia tanto de la vergüenza que se asigna a las mujeres violadas
como la injusticia de colocar la carga narrativa sobre ellas. Hay silencios que debemos
respetar. Empero, hay otros que valdría perturbar — como el silencio de los miles de hombres
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quienes participaron, incentivaron, observaron —y tal vez intentaron frenar — la violencia
sexual. Concluiré con algunas reflexiones sobre una aporia: ¿cómo reparar lo irreparable?
Biologías Locales
vamos a recordar todo lo que pasó? ¿Para martirizar nuestros cuerpos nomás?”. El idioma
corporal que usan las mujeres refleja una “división del trabajo emocional” según el género.
Hay una especialización de la memoria en estas comunidades y son las mujeres quienes llevan
emocional, son las mujeres quienes se especializan en el sufrimiento cotidiano de los años
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difíciles. Por consiguiente, es fenomenológico que expresan esta historia por medio de un
En Quechua “ñuñu” es tanto “teta” como “leche” según el contexto y el sufijo. Con el
término “la teta asustada,” yo busque una manera de captar este doble sentido: es decir, captar
como las fuertes emociones negativas alteran el cuerpo mismo y como por medio de la sangre
en útero o la leche una madre podria pasar este malestar a su bebe. Si recurrimos a la
antropología médica, podríamos ubicar esta teoria que manejan los y las quechuahablantes
dentro del concepto de “la biología local.” La literatura revela la vasta variedad de respuestas a
las experiencias traumáticas y los eventos estresantes. Esta variedad me permite insistir que no
se puede asumir una dialéctica entre una infinidad de culturas y una sola biología universal,
sino entre culturas y biologías locales y múltiples, los dos siendo sujeto a las transformaciones
cuerpos” — cuando recuerdo las muchas mujeres que temían mamar a sus bebes y pasarles su
“leche de pena y preocupación” — me parece que nos ofrecen un ejemplo elocuente de como Kimberly Theidon 3/14/09 12:03 PM
Comment:
las memorias dolorosas acumulan en el cuerpo y como una puede literalmente sufrir de los
síntomas de la historia. Reitero que las memorias no solamente se sedimentan en los edificios,
en el paisaje o en otros símbolos diseñados para propiciar el recuerdo. Las memorias también
madres gestantes. Para armar la muestra, los investigadores prestaron atención a qué barrios
habían sufrido más por la violencia política o las desapariciones, en fin, qué barrios se habían
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convertido en zonas de guerra y terror durante la dictadura castrense. Seleccionaron una
muestra que iba desde un nivel bajo de violencia política hasta uno pronunciado. Siguieron los
embarazos y partos de una muestra de mujeres de cada barrio y, cuando controlaron a través de
“confounding variables”, determinaron que las mujeres que vivían en los barrios más violentos
sufrieron cinco veces más complicaciones durante el embarazo y el parto que las otras1.
Me parece muy sugerente tanto el estudio de los “expertos” como la teoría que manejan
memorias tóxicas sobre las madres y sus bebés. Estas mujeres y sus niños proveen un ejemplo
violencia sexual.
La Violencia Sexual
“A pesar de que las cifras recogidas no muestran la magnitud del problema, los relatos
permiten inferir que las violaciones fueron una práctica común y bastante utilizada durante
el conflicto. En innumerables relatos, luego de narrar los horrores de los arrasamientos y
ejecuciones extrajudiciales y torturas, se señalan, al pasar, las violaciones a mujeres. En la
medida que los testimoniantes no pueden dar los nombres de las mujeres afectadas, ellas no
son ‘contabilizados’ a pesar de que se cuenta con el conocimiento de los hechos. Por lo
dicho, la CVR destaca en este caso específico de violación sexual que, si bien no puede
demostrarse la amplitud de estos hechos, la información cualitativa y tangencial permitiría
afirmar que la violación sexual de mujeres fue una práctica generalizada durante el
conflicto armado interno” (CVR 2003, Vol. VIII: 89-90).
tuvimos con las mujeres sobre el conflicto armado interno, ilustrando como las mujeres
narraron mucho más que su victimización2. Como me han comentado en cada pueblo con
sus familias y de sí mismas. Lo que fue notable para mí fue la insistencia puesta en el contexto:
cuando las mujeres nos contaban sobre las violaciones ubicaban esas violaciones dentro de una
dinámica social más amplia. Daban detalles sobre las precondiciones que estructuraban su
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vulnerabilidad y enfatizaban sus esfuerzos por minimizar el daño hacia sí mismas y hacia la
gente de la que estaban a cargo. Con su insistencia en el contexto las mujeres situaban sus
y termino recordando una tarde larga que pasamos con una señora en Hualla. Su comunidad
había sido considerada una base simpatizante a Sendero, asi que cuando llegaron los soldados
llegaron “por castigar al pueblo.” Después de detallar las violaciones masivas que occurieron
en la base, respiró profundamente, sacudió su cabeza, y agregó en una voz llena de admiración:
“¡Tanto coraje! Estas mujeres se defendieron con tanto coraje.” No cabe duda.
Ahora me gustaría enfocar en los hombres, convencida que si queremos estudiar las
dimensiones de género de la guerra, hay que incluir un análisis de los hombres y las
dejando a los hombres como la categoria no-marcada, no cuestionada. Quiero hablar de los
violadores, insistiendo que las investigaciones sensibles a género deben incluir las formas de
CVR determinó que, “Con relación a los perpetradores, se trató tanto de los agentes del Estado
como de los integrantes de Sendero Luminoso y del MRTA, aunque en diferentes magnitudes.
En este sentido, alrededor del 83% de los actos de violación sexual son imputables al Estado y
MRTA). Si bien estos datos marcan una tendencia importante de la mayor responsabilidad del
Estado en los actos de violencia sexual, es importante tener presente que los grupos subversivos
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fueron responsables de actos como aborto forzado, unión forzada, servidumbre sexual” (p.
374). De manera similar, en mi investigación quedó claro que todos los grupos armados
utlizaron formas de la violencia sexual, y que los patrones variaron según el grupo y tras el
tiempo. Empero, hay otro punto que quedó claro: el uso sistemático de la violencia sexual era
una práctica desplegada por las “fuerzas del orden”. Hay una ironía aquí: bajo la amenaza de
militares por “seguridad.” Como he aprendido a lo largo de los años, tales comunidades
implicaron ciertos acuerdos sexuales, y la seguridad “tiene género.” Los hombres en estas
conflicto armado interno; las niñas y las mujeres “prestaron servicios” a las tropas. En algunas
comunidades con las cuales he trabajado, las mujeres comenzaron a cobrar por el sexo; mucho
más común, sin embargo, fue la violación. La “seguridad comunal” funcionó en formas
contradictorias y hay una certeza: donde había soldados había violaciones y un nivel de la
También las violaciones grupales eran generalizables. Cuando las mujeres describían
sus experiencias con las violaciones, nunca se trataba de un soldado sino de varios. “Violaban a
las mujeres hasta dejarlas sin poder sostenerse de pie.” Los soldados estaban mutilando a las
mujeres con sus penes y las mujeres estaban ensangrentadas. Quisiera seguir reflexionando un
Cuando se habla de violaciones grupales, deberíamos pensar por qué los hombres
violaban de esta manera. Una explicación instrumentalista indicaría que los soldados violaban
en grupo para dominar a una mujer, o para que un soldado pudiera vigilar mientras los otros
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violaban. Sin embargo, sería una lectura muy limitada atribuir esta práctica a la necesidad de
una mujer, no necesitaba más fuerza. Cuando los soldados bajaban de sus bases en la noche
Claramente, hay un aspecto ritualístico en la violación grupal. Mucha gente nos contó
que después de matar a alguien los soldados bebían la sangre de sus víctimas o se empapaban la
cara y el pecho con la sangre. Quiero reflexionar acerca de los lazos de sangre establecidos
entre soldados y las matrices ensangrentadas que dieron luz una fraternidad letal. Estos lazos de
sangre unían a los soldados, y los cuerpos de las mujeres violadas servían como medio para
forjar aquellos lazos. Las violaciones grupales no solamente quebraron los códigos morales que
generalmente ordenan la vida social: la práctica también servía para erradicar la vergüenza.
Cometer actos moralmente aberrantes enfrente de otros no sólo instituye lazos entre los
perpetradores, sino también forja sinvergüenzas capaces de una brutalidad tremenda. Al perder
frente del cual uno se siente avergonzado — crea hombres con una capacidad recalibrada para
la atrocidad.
Además las mujeres enfatizan en lo que los soldados les decían mientras las violaban:
mierda”. Los soldados estaban marcando a las mujeres con insultos físicos y verbales. Por
ejemplo, había una base militar en Hualla y los soldados se llevaron mujeres de las
comunidades vecinas a la base para violarlas, devolviéndolas con el pelo cortado como un
signo de lo que había sucedido. En otras conversaciones en Cayara y Tiquihua, la gente nos
contó que las mujeres volvían a las comunidades “cicatrizadas” después de haber sido violadas
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en las bases. Los cuerpos de las mujeres estaban hechos para atestiguar sobre el poder y del
barbarismo de las “fuerzas del orden.” Tanto en mis investigaciones como en los testimonios
brindados a la CVR, los actos de la violencia sexual estaban casi siempre acompañados por los
insultos étnicos y raciales, impulsándome a considerar como las jerarquías militares, del
“Racing Rape”
Comienzo esta sección citando brevemente a dos testimonios brindados a la CVR y uno
su peletón detuvó a dos mujeres: una odontóloga y una joven que vendía jugos en la calle. La
joven — una chola — se la regaló a la tropa por una pichanga (que significó que tuvo que pasar
por todo la tropa). Había cuarenta soldados. La odontóloga — una mestiza — fue reservada
para el capitán.4
encargado con revisar los documentos de todos que viajaron por la carretera. El y sus hombres
detuvieron a muchas jóvenes viajando desde la costa, y las desafortunadas sin documentos
sabían de inmediato lo que tuvieron que hacer: “Queremos conocer al capitán. No queremos
estar con la tropa.” Como explicó el ex-teniente, “A veces había cuatro o cinca jóvenes. Ellas
estaban con nosotros (los oficiales) con la condición que no las íbamos a pasar a la tropa. Las
guardamos para nosotros, y las soltamos el día siguiente. Pero a veces eran cholitas — tuvimos
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que darlas a la tropa. Ellas tuvieron que pasar por todos los soldados porque ellos lo
reclamaron.”5
temor. Proporcionó detalles sobre la violación, pero negó repetir las palabras que los soldados
habían utilizado para insultarla. “Palabras soeces” fue todo que estaba dispuesta a decir. Ella
podia tolerar narrar la violencia sexual, pero no toleró repetir la descarga de insultos raciales
numerosas identidades operando en estos testimonios, y cada una se ubica dentro de una
jerarquía de poder y privilegio. Siempre he argumentado que no hay una forma de hablar del
conflicto armado interno sin dirigirse a los temas de la discriminación étnica y el racismo. Es
dolorosamente cierto cuando intentamos entender los usos y las lógicas de la violación. En el
Informe Final de la CVR, los Comisionados constataron: “Muchas veces, las diferencias étnicas
invocadas por los perpetradores para justificar las acciones cometidas contra quienes fueron sus
víctimas.” (TRC, Vol. 8: 123). Los ejemplos arriba demuestran este punto. Las mujeres más
“claras” estaban reservadas para los oficiales; las cholas y las “Indias” se las pasaron a la tropa.
En esos casos cuando ambos los oficiales y los soldados violaban las mismas mujeres, fue su
rango lo que determinó su lugar en la cola — y este rango en turno reflejó la estratificación
étnica y racial. Quien fue autorizado al infligir el dolor sobre el otro reflejó las jerarquías de
género y etnicidad; empero, me interesa el inverso — como el acto mismo de violar fue
utilizado para construir estas jerarquías. Así que considero “racing rape.”
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Al analizar el uso generalizable de los insultos étnicos y raciales durante los actos de la
violación, me ayudó el libro de Mary Weismantel titulado Cholas and Pishtacos: Stories of
Race and Sex in the Andes. En su análisis detallado sobre los actos de la violencia sexualizada
y como confieren la identidad racial, ofrece una manera de explorar como las identidades
sumisión.
Su análisis enfoca, en parte, en la figura del pishtaco. Esta figura atraviesa el tiempo y
violencia racializada y de género. El pishtaco — una figura masculina que chupa la grasa de
sus víctimas Indios, degollando sus cuellos, y violando a las mujeres con su falo insaciable —
comunidad cuya riqueza repentina provoca rumores que de alguna manera ha explotado a sus
sexual con su raza, los cuentos sobre el pishtaco interroga una larga y muy a menudo olvidada
historia de la raza y la violación. ‘Violación,’ como ‘mujer’ o ‘blancura’ no tiene una sola
definición histórica específica, sino se la produce por medio de, y definido dentro de, los
contextos históricos específicos” (2001: 169). Dentro de estos contextos históricos específicos,
(xl). Así que la identidad étnica o racial es, hasta un cierto punto, lograda — una posición
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Es precisamente lo que quiero captar con la idea “racing rape.” Dada la distribución
— compuestas del estrato social más “oscuro” por que la clase sí tiene color — estaban
violando a cholas — con los cholos bombardeando a sus víctimas con los mismos insultos
étnicos que ellos habían aguantado tantas veces durante sus propias vidas. La violación,
combinada con los insultos étnicos, fue un medio por lo cual estos jóvenes soldados “se
argumentado con respeto al género, la identidad es performativa. En vez de ser “ya está”
“Las mujeres son más indias” — y el acto de violarlas fue una manera de asegurarlo.7
Sin embargo se puede imaginar que había algunos hombres que no querían participar en
insistían en que la participación en las violaciones era obligatoria. Es ciertamente posible que
esta ficción sea un bálsamo para su conciencia; sin embargo algunos hombres dieron detalles
acerca de lo que les sucedía a aquellos soldados y miembros de la marina que no querían tomar
parte de las violaciones. Permítanme citar sólo un ejemplo tomado de una conversación que
tuve con alguien que sirvió en La Marina en Ayacucho a comienzos de los 80’s.
“Entre los reclutas, algunos eran realmente jóvenes. Eran apenas adolescentes. No
querían participar (en las violaciones). Si uno rehusó, los demás lo llevarían aparte para
violarlo. Todos lo violarían, con ese pobre gritando. Dijeron que estaban cambiando su
voz: con tanto grito su voz bajaba. Ya no era mujer.”
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Violar era un medio a través del cual se establecían jerarquías de poder entre los grupos
armados y la población, aunque también dentro de las fuerzas armadas mismas. En las
comunidades era habitual que los soldados forzaran a los hombres a mirar cómo violaban a sus
mujeres, hijas y hermanas. Y, como mencioné, es notable que los soldados violaran por rango y
por turnos, comenzando por los oficiales y terminando con los reclutas.
los soldados en las bases. La militarización también implica cambios en lo que significa ser un
hombre o una mujer: la hipermasculinidad del guerrero está basada en el borramiento de las
Narrando el heroísmo
Marcos me llamó la atención la primera vez que lo vi en una asamblea comunal. Era
una figura que se destacaba en caqui y negro, con su postura exageradamente erecta.
Llevaba corto su negro pelo y su pulóver negro alternaba con sus pantalones
camuflados, que finalmente cedían ante sus negras botas de cuero. En el cuarto que
compartía con su joven esposa había varias fotos suyas con su arma y cinturones de
municiones colgando de la pared. Me había contado acerca de esas fotos una noche.
“Yo estaba en el ejército cuando las papas quemaban (se refiere al fragor de la batalla),
en el ´95 o ’96. Una vez estábamos afuera patrullando cerca de Pucayacu donde
estábamos en conflicto con los terrucos y matamos a seis de ellos. Capturamos una
china (una chica joven). Éramos en total unos 28 soldados, y todos violaron a esa pobre
china. Yo no lo hice porque ella tenía 15 años y yo sólo 17, sentí que era como mi
hermana. Después la dejamos escapar porque nos lo rogó, decía que había sido forzada
a colaborar con Sendero en la selva. Me pregunto dónde habrá ido a parar esa pobre
chica. Los oficiales en el ejército permitían todo eso. Incluso nos decían “Esos malditos
terrucos violan a sus mujeres. ¿Eso está bien? Por eso nos dijeron ‘Los autorizamos (a
violar)’. También nos hicieron comer pólvora como desayuno. Nada nos asustaba.”
— Huaychao, febrero de 2003
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Ni un solo hombre de aquellos con los que hablé admitió haber participado en las
violaciones. Ha habido hombres que me contaron que mataron, pero en ninguna conversación
ningún hombre habló nunca sobre haber participado en violaciones. Los mismos hombres que
han descrito en detalle los últimos minutos y expresiones de las víctimas moribundas — la
lucha que da lugar a extremidades vencidas, al silencio, a ojos fijos y vidriosos — siempre han
insistido en que eran otros hombres los que violaban. Es difícil narrar el propio heroísmo
cuando un hombre era uno de los 28 soldados que esperaban en fila para violar a una jovencita.
No estoy acusando a Marcos, pero sí estoy haciendo notar que cada narrador selecciona los
negociación entre qué ocultar y qué revelar. Pero al escuchar a Marcos escuchaba los ecos
marinos. Aunque el gobierno de turno los celebran como Heroes de la Patria —y muchos sin
duda se comportaron heroícamente — hay otras versiones de la historia. ¿Cómo están estos
hombres después de lo que han hecho o presenciaron? Asumo que ellos tambien llevan las
huellas del conflicto armado y su participación en las atrocidades. Cuando acarician a sus
mujeres, cuando miran a sus pequeñas hijas a la cara, cuando se paran frente al espejo, ¿qué es
lo que ven reflejado? Veo esto como un legado de la guerra que no ha sido estudiado, y
obviamente como algo que metodológicamente sería desafiante. Sin embargo me motiva la
injusticia profunda de la violación y su carga narrativa. Por supuesto, son las mujeres quienes
están incitadas a hablar sobre la violencia sexual; el silencio de los violadores no se perturba.
¿Estuviste primer en la cola, o décimo? ¿Penetraste su vagina o su ano? ¿Cuántas veces? ¿Te
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gusto? Entiendo que las preguntas parecen escandalosas; entiendo que aun leer esta preguntas
nos repugna. Empero las mujeres rutinariamente están obligadas a narrar sus experiencias en un
idioma de la vulnerabilidad sexual y la degradación. Parece que hay poco espacio discursivo
por hablar del heroismo feminino. ¿Qué significa sentirse obligada a narrar su vida en un
Conclusiones
cuanto a la violencia sexual y las reparaciones. Para responder a los daños masivos productos
del conflicto armado interno, la CVR diseño el Programa Integral de Reparaciones (PIR) como
paz sostenible. El PIR es uno de los programas de reparaciones más completos que cualquier
entre otras.
Registro Unico de Víctimas. Hasta la fecha, el Consejo ha recibido solamente 2,021 solicitudes
pesar de tantas estrategias implementadas para asegurar “que hablen las mujeres,” de forma
contundente las mujeres quechuahablantes han preferido el silencio — aun que sulfura — al
hablar de actos aborrecibles. Vale recordar que la violación en ciertos casos fue utilizado para
forzar las mujeres al hablar. ¿Qué más se puede hacer por asegurar que el derecho a las
reparaciones no impone la obligación de hablar? Dado que, de forma abrumadora, las mujeres
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se negaron a hablar de sus violaciones en primera persona, entonces ¿qué podría constituir
diseñar programas de reparaciones que atiendan a la cuestión de la violencia sexual contra las
Liberia, Mats Utas se sorprendía de que cada mujer que ellos habían entrevistado declarara sin
dificultad que había sido violada durante la guerra civil sierraleonesa. Enseguida se dio cuenta
de que el presentarse a sí mismas como víctimas era un medio a través del cual las mujeres se
¿Qué sucede con la ética de este negocio? ¿Qué, con los elementos coercitivos del
contexto del programa de reparaciones de la posguerra, “dame un testimonio gráfico sobre “tu
violación” y quizás recibas un estipendio”? No puedo separar los métodos de la ética: en este
caso, ambos son repugnantes. Hay preguntas que no tenemos derecho a preguntar, y silencios
constantemente un deseo de justicia redistributiva: becas para sus hijos, viviendas decentes,
agua potable, comida en sus casas y granos y ganado en sus campos. Esto era lo que las
mujeres demandaban una y otra vez — las que hablaron con nosotras sobre las violaciones y
cientos más que no lo hicieron. Trabajemos entonces con esta visión de justicia redistributiva y
ampliémosla para incluir a la vergüenza. Una cosa que puede ser redistribuida es la vergüenza
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que fue repartida injustificadamente en las mujeres de forma exclusiva: esta vergüenza deberían
sentirla los violadores, que hasta la fecha gozan de una impunidad absoluta. En Perú no hubo
violaciones durante el conflicto armado interno. Los sinvergüenzas avanzaron con ímpetu en
sangrientos actos de violación grupal que no son discutidos en los discursos públicos en Perú.
Este silencio es, de hecho, preocupante. Las reparaciones deberían incluir la redistribución de
bienes y servicios; también deberían incluir la redistribución de la vergüenza hacia aquellos que
se la ganaron.
Termino volviendo a la teta asustada, y los esfuerzos miópes del Presidente Alán García
hay su insistencia ciega que las fuerzas armadas cometieron solamente “excesos y errores.”
¿Podrían realmente creer que al rechazar un edificio para alojar a la exposición Yuyanapaq
pueden desalojar — pueden desencarnar — las memorias y las contramemorias del conflicto
armado interno? En los nervios que arden, en los cuerpos martirizados, en la leche que
transmitió tanta pena — en estos “sitios históricos” hay una teoria sobre la tenacidad de la
1
Véase ZAPATA, B.C., A. REBOLLEDO, E. ATALAH, B. NEWMAN y M.C. KING (1992) “The Influence of
Social and Political Violence on the Risk of Pregnancy Complications”. American Journal of Public Health 82(5):
685-690.
2
Véase Entre Prójimos: El conflicto armado interno y la política de la reconciliación en el Perú (IEP 2004);
“Género en Transición: Sentido Común, Mujeres y Guerra,” Revista Memoria, Instituto de Democracia y
Derechos Humanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Número 1, 2007.
3
Véase Mary Weismantel 2001: xxxix.
4
CVR. Testimonio 100168, citado en Narda Henriquez, Cuestiones de Género y Poder en el conflict armado en el
Perú (CONCYTEC 2006), p. 69.
5
Henriquez 2006: 71.
6
“The signifying acts of linguistic life.”
7
Véase Marisol de la Cadena 1991. “Las mujeres son más indias.” Revista Andina.
8
Utas, Mats (2005) “Victimcy, Girlfriending, Soldiering: Tactic Agency in a Young Woman's Social Navigation
of the Liberian War Zone.” Anthropological Quarterly 78(2): 403-430.
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