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Licencia de Funcionamiento Según Resolución No. 0001349 del 29 de noviembre del 2004.
Nit. 802020776 1 DANE 10300107749- 5
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La dominación romana trajo para Israel, una transformación radical en la tenencia de la tierra.
Hasta entonces existían Dos formas: el latifundio y la propiedad comunal, por lotes y trabajada
en cooperativas o familiarmente. Pero el cobro de impuestos ordenado por los romanos
contribuyó al progresivo empobrecimiento y endeudamiento de los campesinos, lo que obligó a
muchos a la venta forzosa de sus tierras y aceleró aún más el proceso de concentración en grandes
latifundios. Esos terminaron por imponerse. Eran también muchos más relevantes. La figura del
gran propietario, del terrateniente que acumula sin cesar riquezas, que tiene amplios y grandes
graneros, y viven de sus de sus rentas, “sin trabajar”, era muy común en tiempos de Jesús,
especialmente en la región de Galilea.
Jesús no es un personaje ajeno a la historia de su tiempo, que bajó del cielo, con un paquete de
mensajes espirituales y máximas de piedad para irlas soltando a los que se reunían a oírle. Sus
palabras, sus reflexiones, su buena noticia reflejan lo que él pensaba de todo lo que veía. Eran
palabras nacidas de su observación de los acontecimientos, de sus vivencias de ellos. Lo mismo
que nos sucede a nosotros, que nos vamos formando una idea del mundo y de la vida, de lo que
vale y lo que no vale, en la medida en que vivimos y compartimos con los demás experiencias y
situaciones. Jesús denunció con firmeza a los ricos y manifestó una gran distancia del dinero. Las
riquezas endurecen en el corazón humano y nos apartan de los hermanos. Jesús ve en ellas un
serio peligro. El peligro de qué el dinero, como supremo valor de la vida sustituya a Dios (Mt 6,24).
La actitud de avaricia, de ambición, de codicia, lleva al hombre a hacerse enemigo de Dios por
más que siga diciendo que tiene fe. Y es que los valores del reino de Dios, la entrega solidaria de
la vida, la unión entre los hermanos, la lealtad, el respeto al otro, el deseo de compartir lo que se
tiene, la fuerza para esperar y construir un mundo justo se opone diametralmente al tener y al
acumular, por los que se mueven los que idolatran al dios dinero.
En las relaciones de parentesco de la antigua cultura mediterránea era endémica la rivalidad entre
hermanos.
Esta situación de nuestro texto, donde un padre ha dejado la herencia a sus hijos sin especificar
reparticiones. La ley Romana exigía reparticiones de la herencia sólo si lo solicitaban ambas
partes. Y, sin embargo, la costumbre israelita garantizaba la repartición cuando la solicitaba uno
solo de los hijos. La adquisición de bienes extras era considerada un robo.
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Por tanto, una persona honorable se interesaría sólo por lo que era suyo en justicia, sin pretender
conseguir algo más, es decir, tomar lo que le pertenecía al otro. Por su propia naturaleza, la
adquisición era entendida como robo. Según la mentalidad mediterránea antigua, toda persona
rica o era injusta o heredera de una persona injusta. Ricas la gente poderosa carente de
vergüenza. Significaba disponer del poder o la capacidad de desposeer a alguien más débil de lo
que en derecho le pertenecía. Rico era sinónimo de codicioso. Pobre significaba ser incapaz de
defender lo que es de uno, descender del grado de estatus en que se había nacido: ser indefenso,
sin recursos. En el Nuevo Testamento la pobreza va a menudo asociada a la condición de
impotencia o mala fortuna. En la antigüedad no había una clase media. Y en una sociedad en la
que el poder proporcionaba riqueza carecer de poder significaba ser vulnerable a la codicia que
se cebaba en los débiles.
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Jesús en su relación con el Padre nos acercó a su experiencia de filiación de la que se desprende su vivencia
como hombre libre. Esto le llevó a situarse con libertad frente al poder establecido y frente a la ley, para
decir con su propia existencia que la vida está por delante de lo que algunos imponen para mantener el
poder. Jesús fue a lo largo de toda su vida una persona controvertida. Suscitó en muchos una adhesión
entusiasta e incondicional, pero también provocó en otros el rechazo más absoluto. La oposición a Jesús
por parte de las autoridades políticas y religiosas de su tiempo aparece en los evangelios desde el principio.
Hoy queremos dejar que esta faceta de la vida de Jesús nos interpele y hable a nuestra vida, nos cuestione.
Jesús cura a un hombre que tiene la mano atrofiada; lo hace en el interior de una sinagoga, lugar sagrado
donde está reunido el pueblo, y lo hace precisamente un sábado, día consagrado a Dios. Él quiere dejar
claro que lo primero es la vida, no la religión. Marcos nos presenta a Jesús actuando de una manera que
sorprende a todos: no se preocupa de reafirmar la observancia de la religión o del culto a Dios, sino que
se dedica a curar enfermos y perdonar pecadores. Lo primero para Dios no es la religión, sino la vida digna
y saludable para todos. Jesús entra en una sinagoga. No tiene miedo de hacerse presente en aquel lugar
donde se promueve una religión que no libera a las personas, sino que les hace daño, porque vivida desde
un entramado legal interpretado de manera rigorista, no les ayuda a vivir. Jesús entra en la sinagoga y Él
mismo provoca el conflicto. En la sinagoga está un hombre con la mano atrofiada, anónimo, ni habla ni
actúa. Este hombre incapacitado parece representar a todo el pueblo que se reún e allí y que vive
malogrado por una forma de entender y vivir la religión de manera equivocada y dañosa.
Los fariseos “lo están esperando para ver si lo cura en sábado”. Aferrados a su posición legalista, buscan
motivos para acusar a Jesús. En medio de la expectación, Jesús toma la iniciativa. A Él sí le preocupa la vida
de aquel hombre. Por eso se dirige a él con estas palabras: “Levántate y ponte ahí en medio”. “Levántate”:
así quiere Dios ver a las personas, de pie, erguidas, no paralizadas sino llenas de vida. “Ponte en medio”:
este hombre necesita atención, ayuda, amor. No ha de quedar marginado. Con sus preguntas, Jesús
radicaliza sus planteamientos, porque los pone en términos de vida o de muerte. Los fariseos permanecen
callados. Su silencio es rechazo hostil. No saben cómo responder y no quieren dialogar. Siguen dando culto
a Dios más preocupados por la observancia religiosa que por la vida de sus hijos e hijas. Jesús va a
demostrar con su gesto curador lo que Dios quiere que no se olvide nunca en la religión y lo hace
transparentándolo en sus palabras. “Extiende la mano” despliega tu vitalidad, desarrolla tus
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potencialidades, llénate de vida y no vivas de forma atrofiada… por eso Jesús reacciona con dureza, porque
percibe en los maestros de la ley la defensa de lo indefendible.
Jesús se erigió en defensor de los débiles sin esquivar la compañía de los pecadores y marginados. Su
objetivo no era derrocar instituciones, sino reforzar y extender el valor de cada persona, válida en sí
misma. Todo lo contrario de las autoridades religiosas, que presionaron por todos los medios para que
Jesús cambiara de actitud y de predicación a costa de la misma Verdad, pero se encontraron con más
amor. Si hay algún pasaje evangélico que resulta desconcertante y revolucionario por desenmascarar lo
religioso y por el carácter radicalmente transformador que tuvo, ha sido el relato de la mujer sorprendida
en adulterio. Jesús no se comporta como un juez, ni en relación con la mujer ni con los cómplices,
acusadores o curiosos, sino que se sitúa en un plano más alto: en el nivel del amor gratuito de Dios, que
llega a ella y por medio de ella a todos, “no juzguéis y no seréis juzgados”. El riesgo de los que saben mucho
de Dios es convertir la vida en un infierno para los otros desde una fe sin obras. En contra de eso, el
verdadero perdón ha de convertirse en principio de vida reconciliada y gratuita. A pesar de que Jesús tiene
todas las razones para juzgar y condenar, no juzga ni emplea la ley para condenar a ninguno, descolocando
así tanto a la adúltera como a los que se creían en el privilegio de estar en mejor posición que nadie ante
la ley de Dios. Además, todo el trato de Jesús con las mujeres es una verdadera buena noticia por su
defensa pública de la igualdad y dignidad para toda clase de personas. La apuesta de Jesús es inaudita,
rescata a la mujer de la exclusión equiparándola al varón e invitándola a crear la nue va comunidad del
Reino. La fuerza de la ley, por muy importante que sea, pierde toda su dimensión cristiana si no está
sustentada en la fuerza del amor de quien la interpreta y la pone en práctica.
Cada vez que acusamos a alguien, este pasaje nos obliga a preguntarnos:
¿Cómo les damos hoy la Buena noticia de Jesús a los millones de excluidos por un sistema de graves
desigualdades y muerte?
La clase sacerdotal más poderosa estaba muy desprestigiada debido a su colaboración sumisa con Roma,
y la aristocracia laica tradicional había desaparecido. El poder local y la riqueza estaban en manos de los
antiguos amigos de Herodes el grande y los partidarios de sus hijos, Antipas y Filipo (los herodianos). En
estas circunstancias no es extraño que se produjera una proliferación sin precedentes de grupos y
movimientos no oficiales de carácter político-religioso, y que muchas personas buscaran en ellos
orientación, tanto para la vida privada como para la acción pública.
Los grupos que se mencionan enseguida tenían varias subdivisiones según el tratamiento que hacían de la
ley. Ellos son:
1. Fariseos: El grupo más grande e influyente en los tiempos neo testamentarios. Aceptaban las directivas
de la ley oral y de la escrita. Se originaron con los jasidim durante la época de la revuelta macabea.
Aceptaban todo el canon del Antiguo Testamento, pero daban atención especial a la observancia rígida de
la ley oral o tradición. Creían en la existencia de ángeles y espíritus, en la inmortalidad y en la resurrección.
El fariseísmo sobrevivió hasta convertirse en el moderno judaísmo ortodoxo.
2. Saduceos: Este nombre se relaciona con el de Sadoc, el sumo sacerdote en los tiempos de David y
Salomón. Los hijos de Sadoc constituyeron la jerarquía sacerdotal en tiempos de la cautividad (2 Cro
31:10); su nombre persistió como el título de la secta sacerdotal en tiempos de Cristo. Surgieron de la
dinastía asmonea durante el período intertestamentario. Los saduceos aceptaban la Torah o Ley como
autoridad superior a la de los Profetas y los Escritos. Eran menos en número que los fariseos, más
racionalistas, no creían en una resurrección corporal y negaban la existencia de espíritus y ángeles (Mc
12:18-27). Eran ricos y oportunistas más que políticos que se unían fácilmente con cualquier grupo que
pudiera ayudarles a mantener su poder e influencia. Era el partido sacerdotal, y su influencia desapareció
con la destrucción del templo en el año 70 d.C.
4. Herodianos: Este grupo comprendía una minoría pequeña de judíos influyentes que apoyaban la
dinastía de Herodes y, por extensión, a los romanos que instalaron a Herodes en su puesto. No se
mencionan fuera de los evangelios (Mc 3:6), en donde ellos se unieron con los fariseos para conspirar la
muerte de Jesús.
5. Escribas: Técnicamente era un grupo profesional más bien que religioso o político. Ellos interpretaban
y enseñaban la ley del Antiguo Testamento y daban opiniones judiciales en casos que se llevaban ante
ellos. En el tiempo de Jesús la mayoría de los escribas eran fariseos, pero no todos tenían las habilidades
teológicas de un escriba. Los escribas en el Nuevo Testamento llegaron a estar bajo la misma condenación
dada a los fariseos (Mt 23:2, 13, 15, 23, 25, 27, 29).
6. Los esenios: Los esenios eran una verdadera secta religiosa que se formó a raíz de la división con los
asideos en la época macabea. Su número osciló alrededor de los 4000, esparcidos por Judea y Galilea.
Vivieron en comunidades rurales, evitando las ciudades y siguiendo una forma de vida que ya fue enseñada
a los griegos por Pitágoras. Ciertamente, estos curiosos hombres tuvieron mucho en común con los
pitagóricos: se organizaban en comunas, compartían la tierra y las propiedades y practicaban virtudes
como la abstinencia, la modestia, la autodisciplina, la discreción y una estricta pureza espiritual y corporal.
Su doctrina y su visión de sí mismos se fundamenta en el centro de sus enseñanzas: todo lo que acontece
en el mundo está previsto por Dios. Mantienen una visión escatológica de los tiempos .
7. Los nazareos: Los nazareos constituyen una pequeña hermandad de hombres y mujeres consagrados
a Dios. Eran tenidos en muchísimo respeto porque solamente ellos podían tener acceso al Santo de los
Santos en el Templo, junto al Sumo Sacerdote. Vivían en pequeñas comunidades donde se tenía todo en
común. Para ingresar a la orden había que realizar unos votos vitalicios: abstenerse de toda bebida
alcohólica, ni de ningún fruto de la vid, aunque no estuviera fermentado; debían dejar crecer libremente
su pelo; no se acercaban a lugares donde hubieran estado muertos ni tocaban a ningún muerto ni nada
que hubiera estado en contacto con un muerto. Se consideraba en aquella época que eran estas tres cosas
las que provocaban una impureza que impedía estar completamente puro en la presencia de Dios.
8. Los samaritanos: Los samaritanos eran un pueblo mestizo judeo-pagano que vivía engastado en un
reducido territorio entre Judea y Galilea, llamado Samaría. La actitud de los judíos hacia estos vecinos
suyos no judíos era de total desprecio. De aquí que no nos extrañe que cause sorpresa que Jesús atraviese
Samaría para predicar allí, o que en uno de sus viajes entre samaritanos sea despreciado en una aldea y
no se le quiera dar alojamiento. Estos casos eran algo común en aquella época. Los samaritanos odiaban
a muerte a los judíos, y éstos llamaban a los samaritanos cuteos, y la palabra samaritano constituía una
grave injuria en boca de un judío. Los samaritanos concedían una gran importancia al hecho de descender
de los patriarcas judíos. Se les negó esa pretensión: eran cuteos, descendientes de colonos medo -persas
extraños al pueblo. Les era negado así mismo todo lazo de sangre con el judaísmo, y al revés por parte de
los samaritanos. El hecho de reconocer la ley mosaica y el observar sus prescripciones con escrupulosidad
no cambiaba en nada su exclusión de la comunidad de Israel, pues eran sospechosos de culto idolátrico a
causa de su veneración del Garizim como montaña sagrada.
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Los juicios de Jesús constaron de seis eventos: tres de ellos en una corte religiosa y tres ante una corte
romana. Jesús fue juzgado ante Anás el sumo sacerdote saliente; Caifás, el sumo sacerdote en funciones,
y el Sanedrín. Él fue acusado en estos juicios “eclesiásticos” de blasfemia, por afirmar ser el Hijo de Dios
y el Mesías.
Los juicios religiosos ante las autoridades judías, mostraron el grado e n que los líderes judíos odiaban a
Jesús, porque ellos desatendían descuidadamente muchas de sus propias leyes. Hubo muchas ilegalidades
involucradas en estos juicios desde la perspectiva de la ley judía: (1) Ningún juicio debía llevarse a cabo
durante alguna celebración, y Jesús fue juzgado durante la Pascua. (2) Cada miembro de la corte debía
votar individualmente para condenar o absolver, pero Jesús fue condenado por una gritería de protestas
y desaprobación. (3) Si se daba la pena de muerte, debía pasar una noche antes de que la sentencia fuera
llevada a cabo; sin embargo, solo pasaron unas cuantas horas antes de que Jesús fuera puesto en la cruz.
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(4) Los judíos no tenían autoridad para ejecutar a nadie, sin embargo, se las ingeniaron para ejecutar a
Jesús. (5) Ningún juicio debía llevarse a cabo por la noche, pero este juicio se hizo antes del amanecer. (6)
Se debía proporcionar al acusado consejo y representación, pero Jesús no tuvo ninguno. (7) No debían
hacerse preguntas de auto-incriminación al acusado, pero a Jesús se le preguntó si Él era el Cristo.
Los juicios ante las autoridades romanas comenzaron con Pilato (Juan 18:23) después que Jesús había sido
golpeado. Los cargos llevados contra Él eran muy diferentes a los cargos de Sus juicios religioso s. Él fue
acusado de incitar a la gente a una revuelta, prohibiéndole al pueblo pagar impuestos, y clamando ser
un rey. Pilato no encontró razón para matar a Jesús, así que lo envió a Herodes (Lucas 23:7). Herodes
ridiculizó a Jesús, pero queriendo evitar la responsabilidad política, lo envió de regreso a Pilato (Lucas
23:11-12). Este era el último juicio, por lo que Pilato mandó azotar a Jesús, tratando de aplacar la
animosidad de los judíos. La flagelación judía era un castigo terrible y posiblemente cons istía de 39
latigazos. En un esfuerzo final por soltar a Jesús, Pilato ofreció que el prisionero Barrabás fuera crucificado
y Jesús liberado, pero fue en vano. La turba gritó que Barrabás fuera liberado y Jesús crucificado. Pilato les
concedió su demanda y les entregó a Jesús (Lucas 23:25). Los juicios de Jesús representan la máxima mofa
de la justicia. Jesús, el hombre más inocente en el historial del mundo, fue encontrado culpable de
crímenes y sentenciado a morir por crucifixión.
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