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Elisabeth Vigée Le Brun, la crédula de la corte

Camino a la guillotina, María Antonieta seguramente no estaba pensando sobre alguno de los
retratos que años atrás le había pintado Elisabeth Vigée LeBrun. Subió las escaleras de madera con
paso firme y sus únicas palabras fueron de disculpa a su verdugo por haberlo pisado
accidentalmente; por su cabeza jamás pasó la imagen de los cuadros que la retratista le había hecho,
cuadros que aún hoy permanecen en importantes museos y galerías. Se hincó sobre la plancha de
madera y espero que le pusieran el cepo para que su cabeza no se moviera, esta cayó separada de su
cuerpo y la multitud gritó «¡Qué viva la República!». A muchos kilómetros de allí, Vigée Le Brun
residía en algún país de Europa, muy lejos de María Antonieta, su mecenas y la persona que ostenta
el título de la monarca más odiada de la historia.

¿Pero quién fue Elisabeth Vigée Le Brun y por qué podemos asegurar, después de 300 años, que
fue la pintora francesa más importante del siglo XVIII? Sencillamente porque la historia del retrato
francés no se habría podido escribir sin este nombre; Vigée LeBrun no solo fue la retratista de
María Antonieta, Vigée Le Brun fue una revolución en una época en que el arte no estaba abierto a
las mujeres.

La pequeña Elisabeth

Elisabeth nació en 1755 en París, 34 años antes de que estallara la Revolución Francesa, hija de una
familia clase media con interés por el arte. Louis Vigée, su padre y reconocido retratista, famoso en
los círculos artísticos por usar colores pastel en sus obras, fue su primer mentor y el que le abrió
campo en el mundo del pincel. Murió cuando ella tenía doce años, así que no se puede asegurar
que fue su gran profesor, figuras como Vernet, Doyen o Greuze son quienes pueden ostentar este
título.

Desde los 6 hasta los 11 años vivió en un internado, en todo este tiempo no dejó de pintar, por eso,
después de la muerte de su padre, no le costó abrirse camino y comenzar con sus primeros encargos
para la sociedad parisina, puesto que ya dominaba el arte del retrato.

Su madre, peluquera de profesión, volvió a casarse con un hombre dedicado a la joyería que jamás
se llevó bien con la pequeña Elisabeth. En el siglo XVIII no habían estudios formales para que una
mujer se convirtiera en artista, aún así a los 15 años Vigée Le Brun cargaba con un gran peso
económico en su familia y ya tenía su propio estudio. Por supuesto, esto podría ser una situación
normal si fuera un artista masculino, o hiciéramos un análisis contemporáneo, pero situar a una
mujer de 15 años como pintora profesional, independiente y además reconocida, ni el más liberal
de la época podría dimensionarlo.

Eso sí, también pasó por varios problemas, a los 19 años sus brochas, pinturas y la mayoría de su
material le fue confiscado puesto que no era miembro de ninguna academia de pintores. En esa
época los pintores debían estar afiliados a algún gremio para poder ejercer el oficio y vender sus
obras. Intentó afiliarse, sin éxito, a la Academia de Saint Luc.

El ícono feminista
Vigée Le Brun fue la pintora francesa más importante del siglo XVIII. Reconocida principalmente
por los retratos de la corte que pintó mientras estaba bajo su protección, en un mundo que siempre
ha pertenecido a los hombres, resulta una hazaña que una mujer haya sido tan importante en la
época. Desde 1783 logró hacer parte de la Academia Real de Pintura y Escultura, el objetivo de la
institución era profesionalizar a los artistas que trabajaban para la corte francesa. Su admisión se
debió principalmente al favor de Luis XVI influenciado por su esposa, la Reina María Antonieta.
Fue una de las únicas 15 mujeres a las que se les concedió membresía completa entre 1648 y 1793.
Una de las principales dificultades para que fuera aceptada, se debía a la profesión de su esposo,
Jean-Baptiste Pierre Lebrun, era un comerciante de arte.

Vigée Le Brun ya sabía que lo que hacía era algo sin precedentes y marcaría un hito histórico. En
Autorretrato pintado en 1782, y que hoy permanece en la National Gallery de Londres, ella decide
retratarse con una paleta de pintura fresca en una de sus manos, demostrando así que es una artista,
pero que también es una mujer y que puede ser perfectamente ambas. Con base en la obra «Straw
Hat» o «Sombrero de Paja» de Rubens, decide pintar el autorretrato de ella con un verdadero
sombrero de paja, a diferencia del que se evidencia en la obra de Rubens. Esta acción no es en vano,
con eso no solo se está comparado con el maestro belga, sino que también asegura que podía
hacerlo mejor que él, al corregir el error que había en su pintura.

Elisabeth se convierte entonces en un icono feminista por abrirse campo en un sector destinado a
los hombres. Logra dejar huella, no solo como la retratista más importante de la época previa a la
Revolución Francesa, sino como una mujer que rompió todos los esquemas.

La favorita

De 1779 a 1800, Vigée-Lebrun pintó alrededor de unos treinta retratos de María Antonieta. Es por
eso que su técnica se enmarca dentro del Rococó, movimiento francés caracterizado por los colores
pastel que se utilizaban para retratar escenas de la vida diaria, principalmente de la corte, por lo que
se le considera un arte banal.

Comenzó su carrera como retratista favorita de María Antonieta a la edad de 23 años, en 1779 fue
invitada a Versalles para pintarla, la reina quedó tan complacida, que Elisabeth recibió el encargo de
retratar a casi todos los miembros de la nobleza.

En su primer encuentro con María Antonieta, Vigée Le Brun habla de la fascinación que sintió por
ella y recuerda que le pareció una diosa entre sus ninfas. Sin embargo hay un retrato particular
pintado en 1783, donde la pintura es sobria y delicada; diferenciándose de todos los retratos
monárquicos ostentosos y despampanantes. La reina aparece con una camisa de vestir en lugar del
pomposo vestido común en la realeza. La obra fue despreciada por la crítica debido a la ligereza
para elegir el atuendo de María Antonieta.

Cabe destacar que Vigée LeBrun justificó este retrato argumentando que la monarca le había
pedido un retrato más casual. No se trata de la pintura monárquica convencional, sino que María
Antonieta se individualiza sobre todo a través de la vestimenta. Aunque la crítica artística de la
Academia consideró que la esposa de Luis XVI había sido representada en ropa interior, lo cierto es
que María Antonieta había creado una iconografía propia y ausente de todo el aparato monárquico
tradicional. En esta pintura más íntima y natural, Vigée LeBrun mostró su capacidad para realizar
una excelente obra de arte que además marca la diferencia frente a los retratos oficiales, pues
desaparece la pompa del rococó, caracterizado por la frivolidad. Este retrato de 1783 igualmente
fue visto como un exceso de libertad y poco pudor por parte de la artista, pese al evidente deseo y
posterior amparo de María Antonieta. La elección de Vigée LeBrun para la tarea puede entenderse
como un gesto de sororidad. Sin embargo, su relación, basada en la jerarquía de clase, muestra el
convencimiento por parte de la reina de que esta mujer artista en particular no se replantearía
rehacer esta pintura con tal de complacerla a ella.

La mujer que huyó

Con el estallido de la Revolución Francesa en 1789 y tras la detención de la familia real, Vigée
Lebrun identificada como monárquica, huyó de Francia con su hija Brunette, de 9 años, iniciando
doce años de exilio. Viajó primero a Italia, después a Austria y Rusia. En Italia sus pinturas fueron
aclamadas por la crítica y fue recibida en la Academia di San Luca. En Rusia pintó a numerosos
miembros de la familia de Catalina la Grande y fue nombrada miembro de la Academia de Bellas
Artes de San Petersburgo. Cuenta entonces su repertorio con retratos de franceses, italianos,
austriacos y rusos.

En 1793 su marido fue obligado por las autoridades de la revolución a divorciarse y ella asumió su
propia manutención y la de su hija con su propio trabajo. En algunas cartas que se han podido
obtener, se evidencia sus quejas constantes porque su marido solo gastaba su dinero en alcohol y
prostitutas.

Regresó a Francia en 1802, tres años después de terminada la Revolución Francesa. Se instauró en
un pueblo llamado Louveciennes a media hora de París y vivió allí hasta el final de sus días.

La crédula

Elisabeth Vigée Le Brun murió en 1842 en su tierra natal. Ha sido una de las artistas más
consagradas de la historia y la artista femenina más importante del siglo XVIII, dejando 660
retratos y 200 paisajes como su obra.

No conocemos los pensamientos finales de Maria Antonieta cuando fue ejecutada en 1793. No
podemos asegurar que cruzó por su cabeza. Lo que sí podemos asegurar es que la historia la ha
condenado como una de las monarcas más malvada (e inconsecuente) de la historia y fue Elisabeth
Vigee Le Brun, la única encargada de hacer que esta imagen cambiase en el futuro, los más de 30
retratos que le pintó parecen ser un buen inicio. Se entiende entonces que esta mujer fue pionera
en su campo y dejó una huella con todas las obras que aún conocemos. Clase media, feminista,
monárquica, inteligente e independiente son las características entre las que podríamos enmarcarla
y con las que pasó a la posteridad. Aún así cabe la pregunta ¿Fue Vigee Le Brun la única crédula e
ingenua de la monarca más detestada del mundo? ¿O acaso pudo ver más allá? Vigee Le Brun
pintó dos retratos de María Antonieta muy parecidos, la Reina sostiene unas flores con delicadeza y
sonríe tímidamente; es un retrato que podría ser la forma más benevolente de pintar a una de las
monarcas más frívolas de la historia.

Luisa Rojo Granda.

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