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LA RETRATISTA, ÉLISABETH VIGÉE-LEBRUN (1755-1842)

Más de 600 retratos convirtieron a una joven francesa de familia de artistas en


una de las retratistas más importantes de su tiempo y de toda la historia del
arte. Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun inmortalizó a los principales
miembros de la realeza y la nobleza europea. Las cortes francesa, inglesa y
rusa, entre otras, se rindieron al talento de una gran artista que supo poner
sobre el lienzo los rostros de los más destacados personajes de su época.

Rodeada de artistas
Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun nació el 16 de abril de 1755 en París.
Su padre, Louis Vigée, un importante retratista y profesor de pintura, no sólo
enseñó sino que alentó a su hija a que siguiera sus pasos en el mundo del arte.
Además de la influencia paterna, Élisabeth tuvo la suerte de contar con las
enseñanzas de otros maestros de su época como Jean-Baptiste Greuze.

Las enseñanzas de todos ellos dieron pronto sus frutos. Una joven Élisabeth
pintaba cuadros de manera profesional. No tenía aún 20 años cuando fue
admitida en la Academia Francesa.

Su círculo artístico se completó con su matrimonio. En 1776 la joven pintora


se casaba con Jean-Baptiste-Pierre Lebrun, quien también era pintor y
comerciante de arte.

Camino de Versalles
Las voces de alabanza hacia su talento en sus trabajos para la nobleza de París
llegaron pronto a Versalles. La reina María Antonieta la invitó a palacio y le
pidió que la retratara. Sería el primero de una larga lista de retratos de
prácticamente todos los miembros de la familia real.

Camino de Europa
El estallido de la Revolución Francesa y la desaparición de sus reales
protegidos obligaron a la pareja de artistas a huir de su tierra natal. A partir de
aquel momento y durante un largo periodo de tiempo Élisabeth viajó por
media Europa. Los Paises Bajos, Suiza, Italia, Inglaterra, Austria o Rusia se
rindieron al dominio perfecto de la técnica del retrato de la pintora francesa.
Élisabeth retrató a personajes tan destacados com Lord Byron o Catalina la
Grande.

De vuelta a una nueva Francia, la Francia del imperio de Napoleón, también


consiguió adentrarse en la corte del emperador y retratar a algunos miembros
de su familia.

La dama de las academias


A lo largo de su prolífica carrera Élisabeth fue admitida en todas las
academias artísticas que conocieron su talento. Además de la Academia
Francesa, muchas otras la aceptaron como miembro: la Académie Royale de
Peinture et de Sculpture, la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo o la
Societe pour l'Avancement des Beaux-Arts de Ginebra fueron algunas de
ellas.

Autorretratos y otros géneros


Además de retratar a toda la nobleza y realeza europea, Élisabeth tuvo tiempo
para realizar preciosos autorretratos, a veces sola, en ocasiones acompañada
de su hija Julie. Cuadros en los que se transmite una gran ternura y dulzura.

Vigée-Lebrun encontró también inspiración para pintar otros géneros como el


paisaje, llegando a pintar más de 200.

Al fin, descanso
Estas palabras acompañan a Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun en su
última morada, en Louveciennes, donde fue enterrada. Élisabeth fue una
incansable pintora que dejó su pincel el 30 de marzo de 1842. Un pincel que la
convirtió en la pintora francesa más famosa de su tiempo.

Obras

Autorretrato - 1781
Óleo sobre lienzo, 64.8 x 54 cm.
Autorretrato con sombrero de paja (22 años) - 1782
Óleo sobre lienzo, 97,8 x 70,5 cm
National Gallery, Londres.

Autorretrato - 1789
Pastel, 19 5 / 8 "x 25 1 / 4"
Colección privada.
Vigée Lebrun con su hija Julie - 1789
121 x 90 cm.
Museo del Louvre, de París

Madame Vigée Lebrun


autorretrato con su hija Julie (6 años) - 1786
óleo sobre lienzo
105 x 84 cm.
Museo del Louvre, París.
Julie Lebrun con un espejo - 1787
Óleo sobre tabla, 73 x 60,3 cm.
Colección privada, Francia.

María Antonieta - 1783


Óleo sobre lienzo, 44 1 / 2 "x 34 1 / 4"
Versalles.
Vigée Lebrun pintó 30 retratos de María Antonieta en un período de diez años.
María Antonieta en Chemise - 1783
Óleo sobre lienzo, 93,3 x 79,1 cm
Colección privada de Hessische Hausstiftung, Kronberg, Alemania.

Retrato de María Antonieta -1788


Óleo sobre lienzo
Versalles.
Trayendo de vuelta la paz Abundancia - 1780
Óleo sobre lienzo
40 3 / 8 "x 52 1 / 8"
Museo del Louvre, París.

María Antonieta y sus hijos - 1787


Óleo sobre lienzo, 104 "x 82"
Versalles.
París rinde homenaje con una gran exposición a una de las artistas más
importantes del siglo XVIII. El Grand Palais albergará hasta el 11 de enero de
2016 una retrospectiva de Élisabeth Louise Vigée Lebrun (1755-1842). Más
de 160 obras entre óleos, pasteles y dibujos recorren la vida de esta gran pintora,
que cautivó con su maestría a la Europa más refinada de su tiempo.

Élisabeth Louise Vigée Lebrun posiblemente sea una de las pocas artistas
plásticas a las que se le ha dedicado atención y reconocimiento, algo poco
común ya que el genio femenino no parece haber atraído mucho la atención.
Creo que podría decirse que Vigèe Le Brun es casi un mito dentro de la Historia
del Arte. Su reconocimiento en vida y su fortuna crítica parece que no hayan
decaído a lo largo de los años. Su agitada existencia hacen de ella un personaje
tremendamente atractivo, conoció la vida mundana del Antiguo Régimen, las
horas de la Revolución, las cortes europeas más importantes de su tiempo y
cuando regresó a París, después de un largo exilio, el Imperio napoleónico. Muy
consciente de su talento supo imponerse en un entorno masculino y se sirvió de
todas las armas de las que disponía para hacerse un hueco en un mundo artístico
dominado por hombres. Con una gran sutileza utilizó su propia imagen como
propaganda de su buen hacer como retratista. Son numerosos los autorretratos
en los que se dejar ver el genio, la belleza y vitalidad de esta mujer dispuesta a
llegar a la cima.

Élisabeth Louise Vigée, nació en París en 1755 en un entorno artístico, su


padre Louis Vigee fue retratista y un magnifico pastelista que introdujo muy
pronto a su hija en el oficio. A los quince años comenzó a trabajar como
retratista y en 1774 ingresó en la Academie de Saint Luc donde se expusieron
sus primeros trabajos. Su matrimonio con el marchante de arte Jean Baptiste
Pierre Le Brun le abrieron nuevas puertas y vías de conocimiento, estudió a los
maestros antiguos y se rodeó de obras de arte de todo tipo que fueron una fuente
muy importante de inspiración. En 1778 pintó el primero de una larga serie de
retratos de la Reina María Antonieta, una de las razones a las que debe su
fama. La estrecha relación con la Reina fue de gran ayuda para su ingreso como
miembro de pleno derecho, en 1783, en la Academie Royale de Peinture et de
Sculpture. La primera exposición en la Academie de sus retratos fue recibida
con recelo pero pronto se ganó el apoyo de critica y público. En 1785 pintó el
gran cuadro de la Reina María Antonieta con sus hijos. Su éxito provocó
numerosas envidias y pronto fue objeto de críticas y calumnias por parte de sus
adversarios y, a pesar de que ella se defendió hábilmente, pesaron de forma
incuestionable con la llegada de la Revolución obligándola a abandonar París e
iniciar un largo peregrinaje por toda Europa.

En Italia pasó sus primeros años de exilio, Turín, Parma, Florencia, Venecia,
Roma y Nápoles, son algunas de las ciudades donde Élisabeth Vigée vivirá
alejada de un mundo que ya no volvería a repetirse. Su fama le precedía y muy
pronto los círculos aristocráticos y artísticos le abrieron las puertas, rindiéndose
a la gran retratista francesa. La vuelta a París se hace esperar y el exilio
continuará durante varios años más. En 1792 se trasladó a Viena para trabajara
activamente para los aristócratas exilados franceses y la nobleza austriaca y
polaca. En 1795 viaja a Rusia y pronto se instala en San Petersburgo. La corte
de Catalina II la recibe con entusiasmo y durante seis años pintará
incansablemente poniendo de moda una nueva manera de entender el arte del
retrato. Su trabajo recibió el reconocimiento oficial de la Academia de Bellas
Artes de San Petersburgo y de nuevo fue recompensada con el apoyo de
colegas y público. Durante estos años, más de doce, la fama y fortuna de esta
francesa internacional se vió notablemente incrementada, procurándole una
libertad inusual en una mujer de su época. El 18 de Enero de 1802 regresó
definitivamente a París donde fijó su residencia habitual con excepción de
algunos viaje a Inglaterra y Suiza. Durante estos años continuará trabajando y
luchando incansablemente para mantener su fama y prestigio en los círculos
artísticos más importantes de Europa. Sus salones fueron lugar de encuentro de
ilustrados, pintores, escritores e intelectuales. Los años no mermaron su
vitalidad artística y curiosidad, dedicando la mayor parte del tiempo a cultivar
el arte del paisaje tomado del natural muy de moda con la llegada del
Romanticismo. Pocos años antes de morir y con la ayuda de sus sobrinas
escribió, sus Souvenirs, tres volúmenes dedicados a rememorar las experiencias
de una vida plena, de la que disfrutó hasta sus últimas consecuencias, sin
compromiso ni quejas. Élisabeth Louise Vigée murió en París en 1842.
Mme. Vigée Lebrun practicó un arte refinado lleno de belleza y rebosante de
vida, imprimiendo innovaciones cromáticas a unas composiciones llenas de
expresividad que dejan patente su depurada técnica. Sus retratos son el reflejo
de toda una época y una fuente inagotable para estudiar ese ideal de mujer que
ella misma representaba. No rompe con los estereotipos de la época pero sus
modelos van más allá de la pura representación pictórica. Las poses y las
actitudes de cada una de sus modelos traslucen la importancia que
adquieren sus retratos para el estudio de toda una época. Nada queda al azar,
detrás de cada imagen el espectador encuentra multitud de detalles que
adquieren vida propia fuera de la composición general. Su trabajo sirvió de
referencia para otros pintores y fue incorporando las temáticas que imponían
los nuevos tiempos. Ejemplos de ellos son sus cuadros alegóricos y mitológicos
muy del gusto neoclásico, las composiciones que reflejan el amor materno filial
de influencia roussoniana y una larga galería de retratos de mujeres bellas y
sensuales que fueron adaptándose a cada momento y lugar.

Al nombre de está gran pintora hay que unir el de otra artista parisina con la
que compartió el interés por la pintura de caballete y la lucha por el
reconocimiento de su trabajo en un mundo de hombres, la pintoraAdélaïde
Labille-Guiard (1749-1813). Ambas ingresaron en la Real Academia de
Pintura y Escultura de Francia el mismo día y por la similitud de su trabajo,
fueron constantemente comparadas y aunque Labille-Guiard no alcanzo la
fama internacional de Vigée Le Brun, supo también hacerse un hueco y obtener
un merecido reconocimiento como pintora de historia y retratista, además de ser
una exitosa profesora. Después de trabajar para la corte de Luis XVI
reconvirtió sus pinceles a los nuevos tiempos revolucionarios y continuó
pintando hasta el final de sus días.

Vigée Le Brun y Labille-Guiard contribuyeron con su trabajo a promover el


estudio de las Bellas Artes entre las nuevas generaciones de mujeres artistas y
pusieron de manifiesto con su arte que el ser mujeres no es un impedimento
para demostrar talento y fuerza creadora en un mudo dominado por hombres.
Mujeres con visibilidad tanto en la esfera pública como privada, mujeres
geniales que en un universo escrito por hombres dejaron patente una
personalidad arrolladora e iluminaron una realidad hasta entonces muy
escondida.

La Exposición de Vigée Lebrun es una buena ocasión para reflexionar sobre la


mujer y el arte, y abordar la directísima relación que existe entre la realidad y
la pintura como reflejo directo del mundo en que se desarrolla. Su figura
representa los ideales que muchos años después Virginia Woolf recogió
en Una habitación propia, libertad personal e intelectual unida a una
independencia económica que rompía amarras con las convenciones
establecidas.

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