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Franco Armando Guerrero Albán

Mocoa

AVALANCHA
S
iete días estremecedores
Mocoa. Avalancha
Siete días estremecedores
Todos los derechos reservados
© Franco Armando Guerrero Albán
ISBN : xxxxxxxxxxxxxxxxxx
e-mail: faga1702@yahoo.es
Cel: 3176482905
Dirección: Barrio Obrero II etapa
Mocoa (Putumayo)
Primera edición, septiembre de 2017
1.000 ejemplares
Con la colaboración especial de
Espacio Territorial de Paz Putumayo

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni


parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Producción editorial
Éditer Estrategias Educativas Ltda.
ctovarleon@gmail.com
http://www.editerestrategias.org
Diseño carátula: Armando Guerrero
Cuidado del texto: Gabriel Fonnegra
Impresión: Editorial Gente Nueva
Impreso en Colombia / Printed in Colombia
Dedicatoria

A Elisa Francis Guerrero Burbano y su prima Doris Johana


Montenegro Burbano; a Julieth Valentina Palacios Muñoz,
Giovanny Muñoz, líder de los desaparecidos, naturalmente, a
Patricia, María, Estela, Catalina, Alejandra, Carlos, Federico,
Jesús, Pedro, a Anaíd, por su lucha, a Darío Alejandro y Andrés
Armando Guerrero la vanguardia, a la patrona Leonor Albán
Guerrero. A todas las familias que perdieron seres queridos o
amigos, a las familias que todavía no encuentran a sus fallecidos y
continúan luchando, a todos los mocoanos que se han vinculado con
algún acto de solidaridad y los municipios que también lo han hecho,
a la solidaridad y ayuda nacional e internacional.

Resaltar el papel de la organización de Acción Comunal y Dignidad


por Mocoa, que continúan al frente de estas luchas, a los cuerpos de
socorro que en medio de sus dificultades logísticas jugaron un papel
trascendental. A mi hermano Nelson Hernando Guerrero Albán,
quien perdió a su querida hija. Corrección de estilo
a mi amigo Gabriel Fonnegra.
Contenido

Introducción 7
Capítulo I. Mocoa, Putumayo 9
Ubicación, división y aspectos administrativos 9
Suelos y clima 11
Población 13
Economía, sector agropecuario y uso del suelo 14
Salud y educación 14
Infraestructura vial y servicios públicos domiciliarios 15

Capítulo II. La avalancha, cómo empezó. Destrucción de barrios


veredas 19
Cómo empezó 20
Destrucción de barrios y veredas 28
Testimonios, relatos ciudadanos 34

Capítulo III. Muertos y deudos sometidos a condiciones indignas 45


Hospital y cementerios no dieron abasto 46

Capítulo IV. Las montañas y la furia de los ríos 61


La ronda del río 72

Capítulo V. El Estado paga por la omisión institucional 77


Hay leyes de sobra, no medidas concretas 83

Capítulo VI. ¿El estado será que cumple? ¿Cómo se reconstruirá


Mocoa? 93
Autoridades locales reemplazadas por las nacionales 94
Franco Armando Guerrero Albán

Cómo se reconstruirá Mocoa 101


Análisis y balance del gobierno nacional, informe del 25 de mayo 111

Capítulo VII. La acción comunal popular, Dignidad por Mocoa


y las organizaciones sociales le cumplieron a la ciudadanía 115

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Introducción

E
l presente libro hace parte de una serie de decisiones
sociales que han trascendido en el país, pero de manera
muy particular en el departamento del Putumayo. Es el
caso del primer libro, Putumayo, economía, sociedad y selva,
que quiso despertar el deseo de la investigación de los profesionales y
sabedores de la región. Del segundo libro, Colombia y Putumayo en medio
de la encrucijada, que denuncia cómo en los municipios del Putumayo,
la corrupción y la irracionalidad del Plan Colombia, en vez de cons-
truir territorio, destruyó a la región. El tercer libro, Verdades y mentiras
del DMG, que reflejó las causas y la problemática un acontecimiento
crucial que sufrió Putumayo por la actitud del expresidente Álvaro
Uribe Vélez y por el tratamiento a las pirámides y de manera especial
a la organización DMG.
Lo anterior es para expresar que las investigaciones, que han
sido vertidas a libros, han tenido una circunstancia coyuntural y
extraordinaria que atraviesa como una daga la problemática del país,
pero fundamentalmente la vida social, económica y ambiental de los
putumayenses.
Este último libro busca que las tragedias y la historia de Mocoa
nunca más se vuelvan a olvidar. Por eso, la necesidad de este libro,
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores, los unos con los muertos,
los otros con los desaparecidos, los otros con los heridos, otros en
refugios, los otros con destrucción de su capital y ahorro de toda la
vida, los otros buscando explicaciones. El autor propone un análisis
desde la perspectiva social y comunitaria, con algunos aspectos sus-

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Franco Armando Guerrero Albán

tanciales y dramáticos, aspirando a demostrar la omisión del Estado


y sus responsabilidades constitucionales. Obviamente, el texto guarda
características de denuncia y persigue mostrar los sentimientos angus-
tiosos del mocoano y putumayense. Se describen los siete primeros
días de la avalancha, de la tragedia, el desastre, porque fueron los
días más terribles que haya vivido nuestra sociedad. Es el trauma, la
desorganización total, la incomprensión de sus habitantes golpeados,
sin sus seres queridos, sin patrimonio, con un Estado incapaz, sin el
poder de la técnica, la maquinaria y la economía para enfrentarla y
una sociedad poco preparada para poner orden y remediar la tragedia.
En toda la historia del Departamento del Putumayo, a ninguno
de los trece municipios le había tocado vivir las angustias y la muerte
masiva por la furia de la naturaleza que se reacomoda constantemente
en su equilibrio, pero sobre todo por la irresponsabilidad del Estado co-
lombiano dentro de sus diferentes ámbitos y sus funciones territoriales.
El municipio de Mocoa ha sido el centro administrativo del Putu-
mayo. Las principales instituciones de carácter nacional se encuentran
en la región, con las restricciones administrativas de los directores o
gerentes, por la fatídica dependencia de estas instituciones con res-
pecto a otros departamentos de mayor importancia socio-económica.
No es un secreto que los gobiernos siempre han hecho oídos sordos
en darle al Putumayo lo que se merece como parte de la organización
y del ordenamiento del Estado.
Por último, es importante hacer explícito que este libro tiene su
fuente de inspiración en el papel que desempeñó la organización social
comunal Dignidad por Mocoa y el que también cumplió la familia en
general, que se defendió de la furia de los ríos que abrazan a Mocoa y
aún persiste en defender la dignidad humana y en seguir buscando a
cientos de muertos que aún descansan indescriptiblemente a lo largo
de los ríos y bajo sus enormes piedras. Inspira que la muerte de cientos
de ciudadanos, en su mayoría pobres y desplazados, y la de cientos
de desaparecidos, nunca se olvidará, permanecerá en la memoria del
pueblo, como un deber de los que quedan en la tarea de dar cristiana
sepultura a sus seres queridos. Es también un llamado a levantarse
y luchar para que el Estado cumpla sus compromisos de realizar las
obras que toda la vida dejó de hacer. Se acabaron las mentiras.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo I
Mocoa, Putumayo

H oy Mocoa se encuentra como un territorio abandonado.


Antes, los indígenas mocoas y otros más eran dueños
de la selva y el territorio y vivían totalmente desvinculados
del país. Con el tiempo se fundaron caseríos y, con la disolución de
la Gran Colombia y la autonomía del Estado-nación para definir sus
propios límites, comenzó a tener alguna importancia esta región.
La población que hoy vive en Mocoa tiene diversas procedencias,
más aún siendo el departamento con el mayor receptor de población
víctima de la violencia, que sobrepasa desde hace más de una década a
la que tradicionalmente ha vivido en la ciudad. Aún hay testigos de una
ciudad de selva y mítica, arroyada de sensaciones misteriosas y terrenos
con montañas, serranías y picos difíciles de entender por las nuevas
generaciones que se encuentran en conflictos muchos más recientes.

Ubicación, división y aspectos administrativos


Mocoa, capital del departamento del Putumayo, fue fundada por
el español don Pedro de Agreda en 1563, que nunca visitó el territorio.
En la Colonia, la población se convirtió en centro de gobierno y en
importante núcleo de las misiones católicas. El municipio fue creado
mediante Decreto 132 del 13 de febrero de 1958. Lo anterior permi-
tió una mayor comunicación del centro de Colombia con Mocoa y el
tránsito de la vía por Pasto. Recientemente, es desde Pitalito, Huila,
de donde se llega a esta ciudad con mayor frecuencia.

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Franco Armando Guerrero Albán

Su altura sobre el nivel del mar es de 595 metros, con algunas


diferencias dependiendo de sus sitios de ubicación. La temperatura
media es de 25°C.
Mocoa se localiza en el suroccidente de Colombia y en el extremo
noroccidental del departamento del Putumayo. Limita por el sur con
los municipios de Puerto Caicedo y Villagarzón, por el norte limita con
El Tablón (Nariño) y con el departamento del Cauca; por el oriente
con Puerto Guzmán y con los municipios caucanos de Piamonte y
Santa Rosa; y por el occidente con San Francisco.
Tradicionalmente, Mocoa ha sido dividida en inspecciones de
policía: la de Yunguillo, La Fronteriza, la del Pepino, la de Puerto
Limón y la de Mocoa. El Dane hace referencia a tres inspecciones
adicionales, La Tebaida, Pueblo Viejo y San Antonio. La única que tiene
inspector de policía nombrado es la que se ubica en la zona urbana.
Y la extensión del municipio fluctúa entre 1.224 y 1.346 kilómetros
cuadrados, dependiendo de la cartografía empleada, la escala y el
método de cálculo.
Según la Secretaría de Planeación Municipal, existen 52 veredas,
59 barrios consolidados y 17 barrios por consolidar o construir. Te-
nemos las siguientes veredas: Osococha, Condagua, Fronteriza del
Paisaje, Ticuanayoy, Las Toldas, Monclart, Pueblo Viejo, Guaduales,
San Antonio, Campucana, Galicia, San Martín, Alto, Medio y Bajo
Afán, Buenos Aires, Ceballos, Anamú, Villa Rica, El Sarzal, Caliyaco,
San José del Pepino, San Carlos, Planadas, Rumiyaco, Los Andes, Vi-
llanueva, San Luis de Chontayaco, Las Palmeras, Líbano, El Pepino, La
Eme, El Santuario, La Florida, La Tebaida, Las Mesas, La Palmera, La
Pasera, La Esmeralda, Sardinas, San Pedro de Guadalupe, Villa Gloria
de Toroyaco, La Pedregosa, El Caimán, Suiza, Villarosa, Eslabón,
Lagarto, San isidro, Bálsamo, Nuevo Horizonte, Porvenir y Verdeyaco.
Barrios: Álamos, Altos de San José, Asentamiento los Guaduales,
Avenida 17 de Julio, Avenida Colombia, Bellavista, Bolívar, Calima,
Centro, Cerros de Mocoa, Cinco de Enero, Cinco de Septiembre,
Cinco de Mayo, Ciudad Jardín, Condominio Norte, Diviso, Dorado, El
Carmen, El Paraíso, El Peñón, El Progreso, Esmeralda, Huasipanga,
Independencia, Jardines de Babilonia, Jordán, Jorge Eliecer Gaitán,
José Eduardo Muñoz, José Homero Alto, José Homero Bajo, José

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

María Hernández, Kennedy, la Floresta, La Isla, La Peña, La Loma,


La Unión, Las Acacias, Las Américas, Las Vegas, Libertador, Los
Chiparos, Los Laureles, Los Pinos, Los Sauces, Luis Carlos Galán,
Miraflores, Modelo, Naranjito, Normandía, Obrero Uno, Obrero
Segunda Etapa, Olímpico, Pablo Sexto, Pablo Sexto Segunda Etapa,
Palermo Sur, Piñayaco, Prados, Primero de Enero, Procomún, Quinta
de la Colina, Quinta de Paredes, Reserva, Rumipamba, San Agustín
San Andrés, San Fernando, San Francisco, San Miguel, Seis de Enero,
Sinaí, Urbanización Coacep, Venecia, Villa Caimarón, Villa Colombia,
Villa Daniela, Villa del Norte, Villa del Río, Villa Diana, Villa Docente,
Villa Natalia, Villa Rosa.
Mocoa es el centro administrativo del departamento del Putuma-
yo y paso obligado del transporte terrestre hacia el centro del país, a
través de una troncal que viene desde Pasto y por el otro lado desde
Pitalito (Neiva) y se extiende hasta Puerto Asís y San Miguel, ya en
frontera con Ecuador.

Suelos y clima
Como Mocoa está ubicado en el piedemonte de los Andes y
es el inicio de la llanura amazónica, disfruta de variedad de climas,
incluso frío, en los 2.150 metros sobre el nivel del mar, en el sitio
denominado Mirador.
Hay varias figuras de ordenamiento establecidas por el mismo
Gobierno nacional. La reserva forestal central que se conformó por
medio de la Ley 2° de 1959; la reserva forestal protectora de la cuenca
alta del río Mocoa, constituida por medio del Acuerdo 014 de 1984,
el parque natural de la Serranía de los Churumbelos y la Cueva de los
Guácharos Auka Wasi.
El municipio se localiza en la parte occidental de la gran cuenca
amazónica y de acuerdo con la clasificación hidrográfica del Ideam, el
tiene territorios en la cuenca del río Caquetá y en menor proporción
en la del río Putumayo, con alturas que varían entre 350 y 3.600 msnm,
en donde se presentan paisajes naturales de llanura, piedemonte y
cordillera con una alta variedad de ecosistemas, bosques de niebla,
páramos y una alta biodiversidad.

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Franco Armando Guerrero Albán

Existe un estudio general de suelos y zonificación de tierras del


Putumayo, publicado por el Igag en 2014. El mayor porcentaje de los
suelos del territorio de Mocoa presenta alta concentración de aluminio
y una fuerte acidez con una tendencia a baja fertilidad. Se recomienda
para la conservación de los bosques y la fauna asociada, los sistemas
silvopastoriles, la ganadería semiestabulada y en menor medida los
arreglos agroforestales.
Mocoa cuenta con una abundante red hidrográfica que pertenece a
la vertiente amazónica y que confluye en las dos cuencas hidrográficas
del Putumayo, los ríos Caquetá y Putumayo.
Hay un conjunto de ríos y quebradas de importancia en procesos
de ordenación o ajustes, pero no hay claridad entre los ciudadanos,
por la inoperancia de intervenciones claras para la ordenación, recu-
peración ambiental y defensa de los mismos. Se encuentran las que-
bradas Mulato, Taruca, Conejo, Sangoyaco, San Antonio, Campucana
y Taruquita, entre otras, afluentes de los ríos Mocoa y Pepino.
Estas fuentes hídricas del Municipio de Mocoa presentan una gran
contaminación de manera permanente y gradual a través del tiempo, se
evidencia diferentes tipos, contaminación con vertimientos directos de
aguas residuales, disposición de residuos sólidos a las fuentes hídricas,
lodos provenientes de derrumbes, escorrentía que arrastra estiércoles,
minería y productos químicos desde corrales de animales, potreros y
cultivos, como también presenta disminución de su caudal por la de-
gradación de la vegetación (Fuente: Agenda Ambiental Departamento
de Putumayo, 2008; Plan de Desarrollo Municipal “Sí hay futuro para
Mocoa 2012-2015”, p. 32. Alcalde Élver Porfidio Cerón).
Hay varias fuentes de vertimientos de aguas residuales y residuos
sólidos en la zona urbana de Mocoa, en especial el río Mocoa y las
quebradas Sangoyaco, Mulato, La Taruquita, San Antonio y La Misión,
entre muchas más.
Las características hidrológicas corresponden a los propios
sistemas hídricos que nacen y evolucionan dentro de la propia
región, lo cual hace de vital importancia su conservación, porque
su permanencia y estabilidad dependen directamente de la actitud
de sus propios habitantes y de las propuestas administrativas de la
nación y la región.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Población
Los colonos que llegaban a Mocoa fueron campesinos desalojados de
los altiplanos nariñense y caucano, que migraron desplazados o desaloja-
dos de sus minifundios por la presión sobre la tierra y la incapacidad para
producir y subsistir dignamente. Llegaron también personas provenientes
de las zonas afectadas por la Violencia en las décadas del cincuenta y
sesenta. Las últimas migraciones han obedecido fundamentalmente a las
bonanzas, atraídas por las distintas riquezas del Putumayo.
La población de Mocoa en 2012, teniendo en cuenta la proyección
del Dane, ascendía a 39.867 habitantes. Era multiétnica, según datos
del Censo General 2005 (actualizado al 2010), integrada en un 77%
por colonos mestizos, o sea, 30.698 habitantes; en un 17% por indí-
genas (6.777), pertenecientes a las familias Inga, Caméntsa, Yanacona,
Pastos y Nasa; y en un 6% por afrodescendientes (2.392), localizados
principalmente en la zona urbana de Puerto Limón.
Se encuentran 10 resguardos indígenas y 18 cabildos: resguardo
Inga Kamsa (Belén-Palmar y San Luis), Condagua, Cammentsa-Biya,
Puerto Limón, Yunguillo, Villa María de Anamú, San José Descanse,
San Joaquín, Inga Mocoa y La Florida. En Mocoa existen ocho pueblos
indígenas distribuidos en resguardos y cabildos, los Inga, Caméntsa,
Siona, Yanacona, Awa, Nasa, Pastos y Quillasinga.
Mocoa es el principal receptor de población víctima del conflicto
armado interno. Las víctimas por declaración ascienden a 57.531 a
lo largo de más de una década de desplazamiento, lo que representa
más del 50% de la población del municipio.
En cuanto a la política pública de vivienda, el acceso de la pobla-
ción a vivienda es un completo fracaso. Frente al indicador del déficit
de vivienda cuantitativa, el esfuerzo del municipio es alto, pero hay
un fuerte incremento de necesidad de vivienda por la situación de
desplazamiento hacia Mocoa, lo que ha hecho más crítico el déficit.
La avalancha provocó una situación de catástrofe.
El índice de pobreza multidimensional, IPM, según la ficha de
caracterización territorial del Departamento para la Prosperidad Social
de la Presidencia, es de 52,6%, superior al del país, del 49%. Mocoa
registra altos índices de informalidad y desempleo.

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Franco Armando Guerrero Albán

Economía, sector agropecuario


y uso del suelo

La Cámara de Comercio del Putumayo publicó en el año 2014 la


siguiente información: 3.352 registros entre personas naturales, jurí-
dicas y organizaciones sin ánimo de lucro. En el 2015 se incrementa
ligeramente la cifra a 3.651, vinculados a actividades de comercio al
por mayor y al detal, reparación de vehículos y motos, alojamiento y
servicios de comida, servicios profesionales y construcción.
¿Cuáles son los productos agropecuarios de mayor producción
en toneladas? El plátano, la yuca y la caña panelera se mercadean y
consumen localmente. Hay producción de café en un conjunto de
veredas. Según Fedegan, en 2011 había 8.219 cabezas de ganado,
pero en 2014 se redujeron a 5.740 cabezas. En piscicultura hay 251
productores, con más de 420 estanques, que abarcan un área total de
más de cinco hectáreas.
El turismo es la actividad más prominente del municipio, por
encontrarse sobre la cuenca amazónica y poseer más del 65% del
territorio en bosque, con condiciones adecuadas para el turismo de
aventura, el etnoturismo y el ecoturismo.
El catastro minero colombiano reporta para Mocoa once títulos
mineros entregados (seis son contratos de concesión y cinco autori-
zaciones temporales). De estos, seis son para extracción de materiales
de construcción y los otros cinco para extracción de minerales Au, Ag,
Cu, Pt, Mo y sus concentrados. De estos seis títulos mineros, cinco
están a nombre del concesionario Vial del Sur, uno a nombre de una
sociedad de Mocoa, la Ventures Ltda., y uno para la Anglo Gold Ashanti
Colombia S.A.
En Mocoa hay presencia de dos campos de producción petrolera,
Toroyaco y Moqueta, el primero operado por Ecopetrol y el segundo
por la Gran Tierra Energy Colombia.

Salud y educación
En la Avenida San Francisco se encuentra el Hospital José María
Hernández, y existen una serie de puestos de salud que a veces pres-

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

tan el servicio y en otras ocasiones no lo hacen, pues tropiezan con


dificultades para mantener un profesional de la salud.
Según la ESE Hospital José María Hernández, hay nueve puestos
de salud ubicados en el área rural y centros poblados: vereda Con-
dagua, con influencia en la vereda San Joaquín; vereda San Antonio,
con influencia en la vereda Campucana; Yunguillo, con influencia en
la vereda Osococha; Yunguillo; Rumiyaco, con influencia en la vereda
Los Andes; Puerto Limón, con influencia en las veredas Villa Gloria,
La Pasera, Sardinas, San Pedro, Las Palmeras y El Mesón; Pueblo Viejo,
con influencia en la vereda Monclart; Las Toldas, con influencia en la
vereda Ticuanayoy y Buenos Aires; La Tebaida con influencia en Las
Mesas y La Florida; El Pepino y Alto Eslabón, con influencia en la
Eme y Santuario; y Alto Afán, con influencia en Anamú y Medio Afán.
Mocoa tiene afiliados al régimen subsidiado 37.496 beneficiarios,
al régimen contributivo 14.610 y al régimen especial 1.725.
En la zona urbana de Mocoa funcionan los siguientes colegios de
básica secundaría y media: Institución Educativa San Agustín, IE Santa
María Goretti, IE Pio XII, IE Ciudad Mocoa y IE Fidel de Monclart.
En la zona rural: IE Simón Bolívar e IE Ciudad Puerto Limón.
Este importante servicio comunitario se presta al 90% de la po-
blación escolar a través de 50 escuelas en las veredas y 20 en la zona
urbana. En la actualidad se presenta el grave problema de deserción
por parte de los estudiantes.
Es importante la construcción de nuevas escuelas y colegios, pues
la mayor parte se encuentran deteriorados.

Infraestructura vial
y servicios públicos domiciliarios

Se puede considerar que no existe ninguna población a orilla de


los ríos y quebradas de Mocoa que posea un sistema de acueducto y
alcantarillado y de relleno sanitario que representen una garantía de
higiene para la población. En ninguno de los operadores de acueduc-
tos y alcantarillados se encontró planta de tratamiento para el caso de
agua, pero sí existe el servicio de distribución por tubería de acueducto.
Como práctica generalizada, se cuenta con los ríos y quebradas como

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Franco Armando Guerrero Albán

dispensadores de todo tipo de residuos sólidos, orgánicos, inorgánicos,


degradables y no biodegradables.
El municipio debe hacer un esfuerzo grande, y ahora más por la
avalancha, para mejorar la calidad del agua para consumo humano,
porque actualmente presenta un alto riesgo sanitario de acuerdo con
los datos del Instituto Nacional de Salud. En cuanto a alcantarillado, el
municipio no cuenta con sistemas de tratamiento de aguas residuales.
Finalmente, las montañas y los ríos vienen adecuando sus proce-
sos internos de desarrollo dado el poblamiento irregular y no planifi-
cado. Hubo una colonización, posteriormente denominada La Mocoa
Señorial, que se fue transformando en importantes sectores populares
y organizando en una serie de barrios donde se fueron conformando
los servicios públicos domiciliarios producto de la pobreza y la des-
igualdad. Vinieron después los habitantes desplazados del Putumayo
por el conflicto interno y que hicieron valer sus derechos instalándose
en la periferia, incluyendo las zonas de quebradas y ríos en la peor
situación de riesgo.
La infraestructura vial urbana está constituida por 70 kilómetros
de red vial estructurada por avenidas, vías primarias, secundarias y
barriales, la mayor parte pavimentadas, pero ya con un alto grado
de deterioro causado por los años de servicio y el paso constante de
tráfico pesado. Muchas se construyeron a través de mingas.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Bello atardecer que se divisa desde una de sus colinas.


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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo II
La avalancha, cómo empezó.
Destrucción de barrios y veredas

E
l sábado 1° de abril de 2017 había en Mocoa dos eventos
comunitarios importantes para los ciudadanos. A las ocho
de la mañana se había programado la asamblea ordinaria
para elegir junta directiva del acueducto comunitario de
Barrios Unidos, que cobija a diez barrios y dos veredas. Y a las nueve
de la mañana, la asamblea de la asociación de juntas de acción comu-
nal de la zona rural en la Casa Campesina, para tratar el tema de la
sustitución de cultivos de uso ilícito, dentro del marco del Capítulo 1
y 4 del Acuerdo de Paz.
La preocupación que albergaban muchos era la necesidad de
participar de ambos eventos, por el arraigo de fortaleza y liderazgo
que se tiene en estas dos importantes organizaciones sociales. Nin-
gún putumayense, ningún mocoano, se podía imaginar que no solo
se aplazarían, sino que la vida cambiaría para todas las familias de la
capital del departamento. Es importante recordar también que los
principales barrios directamente afectados por la avalancha y que
fueron destruidos eran habitados fundamentalmente por familias
desplazadas, víctimas del conflicto armado interno, que de alguna
manera ya estaban restablecidos socio-económicamente y eran, y
muchos siguen siendo, hijos adoptivos de Mocoa.
La Mocoa señorial, como la llaman las antiguas familias, no estaba
preparada en infraestructura económica, acueducto, alcantarillado,

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Franco Armando Guerrero Albán

energía eléctrica y equipamiento urbano para atender los derechos


de miles y miles de desplazados de la violencia que vieron y siguen
viendo a Mocoa como el sitio clave y estable para restablecerse. Los
entes territoriales, el municipio y la gobernación, como también los
partidos y la clase política, vieron una oportunidad con estos nuevos
vecinos de sumar votos e incrementar su control político, y fueron
otorgando licencias de construcción a diestra y siniestra, incluso por
presiones de las organizaciones de víctimas, y de esta manera se fueron
creando numerosos barrios en la zona urbana y rural, que hacen parte
del territorio popular y más pobre del municipio. La avalancha golpeó
sin piedad estas zonas, localizadas en los sectores más desprotegidos.

Cómo empezó
El viernes 31 de marzo de 2017, entre las diez y media y las once y
media de la noche, la quebrada La Taruca se salió de madre y arrastró
a las quebradas El Conejo, La Taruquita, La Campucana, San Antonio,
El Sangoyaco y El Mulato para arrastrar barrios y veredas y someterlas
a la muerte, la desaparición y la destrucción del patrimonio de años
de trabajo y sacrificio.
La destrucción continuó el 1° de abril casi por una hora. Esos minu-
tos se hicieron eternos para muchas familias y ciudadanos de la Mocoa
señorial y de la Mocoa en que habitaban las víctimas de la violencia.
Aquel viernes había sido un día normal. La tarde estuvo incluso
fresca y después de las cinco empezó a caer una llovizna plácida.
Las familias veían la televisión. Muchos jóvenes, hombres y mujeres,
visitaban las tabernas y discotecas, sin pensar que esas cervezas les
iban a salvar la vida unas horas después. Otros salieron en la noche
a dar su vuelta de visita por las calles. Después de las nueve de la
noche, la lluvia se hizo intensa, pero ya la mayoría de los ciudadanos
estaban en sus casas.
A las diez y treinta el chubasco se convirtió en tempestad, pero sin
causar mayor preocupación, pues el putumayense está acostumbrado
a sentir los torrenciales propios de la Amazonia, uno de los lugares
donde más llueve en Colombia. A esa hora se fue la señal de televisión,
un fenómeno tampoco extraño, porque la señal satelital suele perderse

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

cuando la noche está encapotada de nubes negras. La angustia y la


incertidumbre empezaron a sentirse cuando poco después se fue la
luz en toda la ciudad, sobre todo en los barrios populares usualmente
más golpeados por el invierno. Las familias llamaron a la oración, se
multiplicaron los rosarios familiares y la gente comenzó a asustarse.
La alcaldía y la gobernación no decían nada a esa hora, las once de
la noche. Los cuerpos de socorro seguramente estaban a discreción,
pero esperando los informes. La única información que circuló esa
noche y en horas de la madrugada del 1° de abril fue la de quienes
que ya iban conociendo parte de la tragedia y corrieron a comunicarla
con angustia a través de las redes de whatsapp.
Los ríos arrastraron todo lo que encontraron a su paso, ampliaron
con furia sus cauces naturales y borraron barrios enteros, destruyendo
las viviendas y enterrando los ahorros y el capital acumulado de miles
de familias. Arrasaron casi toda la subestación de energía eléctrica de
Mocoa, tumbaron los puentes, levantaron vías, calles y avenidas. Que-
dó destruido completamente el acueducto y colapsó el alcantarillado.
Mocoa amaneció sin luz y sin agua.
Cuando las familias se asomaban por las ventanas en la mediano-
che del 31 de marzo, miraban las calles como ríos llenos de lodo, que
se entraba a los patios de las casas. Comenzaron entonces los trinos
del whatsapp y los llamados por el grupo NotiMovil, dirigido por el
periodista Jairo Figueroa, y por DG Al Día Noticias, del periodista
Dubán. Las noticias eran apremiantes y terribles. A las 10:56, inundado
El Peñol. A las 11:05, Huasipanga y la parte alta del barrio Miraflores.
Se llamaba con urgencia a los bomberos. A las 11:12, El Progreso.
A las 11:26, Pablo Sexto y el río Mulato bajando torrencial por las
calles. A las 11:28, Kennedy. A las 11:35, el río Mulato completamente
desbordado en el barrio Pablo VI Bajo y José Homero. A las 11:36, el
barrio Obrero II. A las 11:40, la cárcel inundada. A las 11:41, Mocoa
entera sin luz, aunque empezó a llegar en algunos sectores. De nuevo
los llamados a la policía, a los bomberos, con creciente desespero. A
las 11:42 ya se hablaba de riesgos de avalancha, con las calles conver-
tidas en un solo río. Se pedía insistentemente declarar la alerta y que
organismos de atención de emergencias tomaran cartas, pero nadie
decía nada, cada quien, a su suerte, cada quien luchando por su vida.

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A las 11:44 se escucharon voces, se nos viene La Ciudadela enci-


ma, el Ecoparque del Yagé, pero nadie sabía a fondo nada. A las 11:45,
se oyó una llamada de auxilio de los barrios cercanos al río Mulato,
la Bocatoma del barrio Miraflores, el 17 de Julio, el Kennedy. A las
11:47, los habitantes del barrio La Independencia solicitaron ayuda
porque la quebrada Sangoyaco se había salido de madre. A las 11:49
se fue la luz definitivamente. A las 11:50 se conoció la alarma de los
barrios Obrero I y II, que suplicaban la presencia de la Defensa Civil
y el Cuerpo de Bomberos. A las 11:53, el barrio El Carmen reportó
inundaciones en varias casas. A las 11:53 se hizo total el pánico en el
barrio La Esmeralda y por los lados de Corpoamazonia.
Al entrar el 1° de abril se vio muchas familias clamando auxilio
desde los techos de las casas y ya la inundación se les había llevado los
enseres. A las 12:02 de la mañana, cientos de personas empezaron a
llegar al Hospital José María Hernández. Otros buscaron refugio en
el Instituto Tecnológico del Putumayo. Todos los rostros expresaban
desesperación.
A las 12:21, en el barrio Obrero, se desborda la quebradita de-
trás del Hospital José María Hernández. A las 12:22 está bajando ya
mucho lodo y palos por la cárcel. El señor William Pipi escribe, a
las 12:40: “Frente al lugar de mi residencia se derrumbó el almacén
distribuciones JS, hay redes eléctricas que están en el suelo”. A las
2:40 la avalancha deteriora las casas del barrio El Carmen y se arrastra
varios carros.
A las 12:41 se escuchan alaridos de terror cuando el puente en
el Sangoyaco fue barrido por la torrentera. A las 12:42 se desborda
El Mulato y los vecinos del barrio 17 de Julio optan por subirse a la
parte alta de la ciudadela a refugiarse. A las 12:43, la inundación se-
pulta decenas de casas en los barrios La Independencia y Miraflores,
parte baja. A las 12:44 llegan reportes sobre la destrucción en la Casa
Campesina, también inundada.
Los organismos de socorro comenzaron su labor a las 12:47,
sin luz y en medio de las mayores dificultades de la madrugada. A
las 12.48 se confirmó la avalancha por el barrio San Miguel y en el
resto de la ciudad, la gente, ya informada de la catástrofe, se desplazó
corriendo a las partes altas.

22
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Unas tres horas después, las multitudes ocupaban las calles ayu-
dando a los más afectados, pero sin todavía sospechar la magnitud
de los daños y mucho menos la verdadera dimensión del número de
muertos y desaparecidos. A las 4:15 se comenzó hablar sobre los pri-
meros cadáveres encontrados. A las 4:24 se supo que la subestación
de energía estaba destrozada. A las 5:00 se veía a ciento de personas
llorando y angustiadas por la incertidumbre.
La población comenzó a entrar en pánico corriendo de un lado
para el otro, mujeres y hombres llorando. La multitud buscó refugio
en el Instituto Tecnológico de Putumayo, que queda entre los barrios
Luis Carlos Galán, Obrero II y la entidad Corpoamazonia, y muchos
otros corrieron hacia el barrio Las Américas, todo el mundo buscando
las partes altas.
A las 7:40 de la mañana muchos llegaron a los albergues a pregun-
tar por sus seres queridos y pedían carros que fueran a recoger a los
damnificados. A las 8:28, el presidente de la junta de acción comunal
de Puerto Limón, Holman Meza, vino a informar de numerosos cuer-
pos de adultos y niños encontrados entre el lodo. A las 11:52 a.m. se
dijo, 103 personas perdieron la vida, primer reporte de fallecidos. A
la 12:26 de la tarde ya se hablaba de 127 muertos, 220 desaparecidos
y cerca de 400 heridos en el hospital y los centros médicos. Mocoa
entera seguía sin agua y sin luz. A la una se habían concentrado en el
Instituto Tecnológico del Putumayo más de mil damnificados. Una
hora después, el Hospital José María Hernández reportaba ya 154
fallecidos, cifra que se elevó a 175 al caer de la tarde. De acuerdo con
el Puesto de Mando Unificado, eran 17 los barrios afectados.
A las 6:29 p.m. se hallaban albergadas 108 personas en la Organi-
zación Zonal Indígena del Putumayo (Ozip), pero sin agua y sin velas.
Toda la noche se continuó recibiendo a la gente en los albergues y el
cementerio de Normandía, mientras los grupos de socorro persistían
en la búsqueda de desaparecidos desde Mocoa hasta Puerto Guzmán
y reclamaban ayuda humanitaria y carrotanques de agua. Se llegaron
a rescatar cadáveres en Solita, sobre el río Caquetá.
Los barrios San Miguel, Los Pinos, La Floresta, Altos del Bosque y
Los Laureles, que hacen parte de la zona baja de la vereda San Antonio,
vivían la desgracia de sus vidas. Allí cientos de personas perdieron la

23
Franco Armando Guerrero Albán

vida y los sobrevivientes, su patrimonio. Desde la una de la mañana las


ambulancias no dejaron de pitar la sirena hasta las cinco de la mañana
y prácticamente toda la mañana y la tarde del nefasto día.
El domingo 2 de abril, el Hospital JMH se quedó sin antibióticos
y medicamentos de urgencia. Durante toda la mañana los esfuerzos
se concentraron en buscar a los desaparecidos, recoger a los muertos,
atender a los enfermos y damnificados y despejar los escombros.
A las 9:39 de la mañana el Papa expresó desde Roma su dolor por
la tragedia de Mocoa. A las 10:51, la Sala de Crisis hizo un llamado
pidiendo agua y alimentos, en medio de la mayor desorganización
institucional. A las 12:40 se pidió al resto del país voluntarios en todas
las especialidades, en salud, en búsqueda y rescate, en saneamiento,
en manejo de cadáveres, en apoyo psicosocial, en restablecimiento
de contactos familiares, en evaluación de daños y análisis de nece-
sidades. Según comunicó el gerente de la Empresa de Energía del
Putumayo, Gabriel Molina, los daños en infraestructura eléctrica
superan los $40.000 millones de pesos.
Hacia las 7 de la noche del domingo, el presidente Santos, en
alocución televisada, anuncia que todos los gastos funerarios correrán
por cuenta del Gobierno y a cada familia se le entregará una ayuda,
a través del Fosyga, de 18,5 millones de pesos. A los que perdieron
casas, el gobierno se las reconstruirá en un sitio de menor riesgo. Dará
además un subsidio de $250.000 pesos mensuales para arriendo. A
fin de recuperar la actividad económica de las personas directamente
afectadas por la avalancha, el presidente prometió $1.200 millones de
pesos en apoyos a la reconstrucción y mejoras de empresas y negocios.
Se activó al mismo tiempo el Puesto de Mando Unificado (PMU),
en el edificio de la Policía para coordinar todos los servicios y un
sistema único de registro y atención a los damnificados. El PMU
prometió acelerar la construcción del hospital nuevo, instalar cuatro
plantas potabilizadoras, construir en un año un nuevo acueducto e
iniciar de inmediato la reconstrucción y rehabilitación de la ciudad.
El PMU logró poner diez plantas de energía en funcionamiento en los
albergues, el hospital y la Cruz Roja.
Aquel domingo, a las 7:34 de la noche, el Gobierno nacional
desmintió la versión de que se podría generar una nueva avalancha.

24
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Así lo hizo saber el director de la Unidad Nacional para la Gestión


del Riesgo de Desastres, Carlos Iván Márquez.
El lunes 3 de abril se rehabilitó una planta eléctrica para dar energía
durante doce horas diarias a tres calles del centro y al parque General
Santander y reactivar el comercio. Lamentablemente, se conocieron
informes sobre los primeros saqueos en los barrios y se supo también
de personas llegadas de Pitalito y otros municipios que pretendían
censarse para obtener los beneficios anunciados por el gobierno.
Al mediodía, un grupo de profesionales del Putumayo formula
unas propuestas sobre el manejo de la crisis. Pide consolidar un sistema
único de información para requerir y dar atención humanitaria, garanti-
zar los entierros y la búsqueda de desaparecidos, la atención a heridos,
la atención a las personas en los albergues, el aseo, la evaluación de
los daños a la infraestructura de los servicios públicos domiciliarios
y las calles, la identificación de necesidades, la restricción del uso del
suelo cercano a los ríos, el diseño de obras de recuperación del cauce
de los ríos, así como de muros de contención, barreras y jarillones y,
en fin, hacer el censo y la valoración de los afectados.
Todavía el martes 4 de abril había barrios casi destruidos por
completo como El Carmen y otros más, que no habían recibido
nada de alimentos ni colchonetas. Infinidad de familias refugiadas
en las casas de familiares y amigos seguían también sin recibir agua
ni alimentos y no habían sido ni siquiera censadas. Esa noche, sobre
todo en el barrio La Peña, se comenzó a sentir el pesado olor de la
descomposición de cadáveres aún sin rescatar del fango.
El mismo día se comenzaron las obras para la instalar una sub-
estación móvil que venía por carretera desde Cali y trazar la línea de
13,2 KV que permitirá restablecer el servicio de energía eléctrica en
Mocoa y otros siete municipios del Putumayo y el piedemonte caucano.
En reunión que tuvo lugar en la Cámara de Comercio con la
ministra de Industria y Comercio, María Claudia Lacouture, y a la
que asisten empresarios y comerciantes, se comunica que se sabe de
273 fallecidos, 166 de ellos ya identificados, pero solo entregados 133
cuerpos. En el hospital hay 262 heridos. Se informa además que no
llega el almuerzo a los albergues y que se necesitan cobijas, colchonetas,
zapatos y pantalones con sus respectivas tallas.

25
Franco Armando Guerrero Albán

El balance de los daños en las zonas de influencia directa de la


avalancha es aterrador: Todo en los barrios Altos del Bosque y Los
Laureles desaparecidos, muy pocas casas habitables en los barrios
Nuevo Horizonte y San Miguel, el barrio Jordancito semidesapareci-
do, 75 casas del barrio Los Pinos totalmente destruidas, 95 averiadas
irreparablemente y 5 averiadas severamente, 20 casas desaparecidas en
la vereda San Antonio, 15 averiadas gravemente y 8 con averías leves.
Aquella misma tarde empieza a reactivarse el comercio en las
tiendas y misceláneas de los barrios y en algunos establecimientos
del centro. Los telenoticieros nacionales se apresuran a informar que
todo está en calma y los negocios abiertos.
En las zonas adonde no entró la avalancha también se sufre por
agua y alimentos básicos, ya que hay niños, ancianos y discapacitados,
o gente desempleada y sin dinero. Pero no se ve coordinación en las
ayudas. Los grupos de socorro pasan calle arriba y calle abajo sin
preguntar siquiera qué necesidades tiene la gente. La maquinaria de
la gobernación y la de Invias continúan paradas y la Procuraduría no
aparece por ningún lado. Su negligencia es notoria, como también la
desinformación, aunque continúa la ayuda nacional e internacional y
la repartición de alimentos y agua por los barrios.
El miércoles 5 de abril se conforma la veeduría Dignidad por
Mocoa, que exige dos medidas urgentes: la primera, una jornada de
vacunación preventiva para proteger a la población de seis enferme-
dades tétanos, hepatitis A, fiebre amarilla, varicela, rabia y tosferina,
incluidos los damnificados de las veredas Campucana y San Martín.
Y la segunda, que se revoquen los títulos mineros en toda la cuenca
para que no se vuelva a haber sísmica.
El periodista Alberto Lleras, de Puerto Guzmán, informa que
en el río Caquetá han sido encontrados 57 cuerpos en estado de des-
composición y que muchos otros siguen flotando sin ser rescatados,
además de cientos de semovientes arrasados por la corriente. Ante la
contaminación y el peligro de epidemias, el alcalde de Puerto Guz-
mán declara la emergencia sanitaria. Con ayuda de organizaciones
veterinarias se está esterilizando a perros y a gatos.
En la sede de la Organización Zonal Indígenas del Putumayo
(Ozip), se cocinaba en olla comunitaria cuando llegó la orden de no

26
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

cocinar más, porque se había contratado con un particular. Siguen


llegando camiones con ayudas, algunos a las bodegas oficiales donde
se centralizan las ayudas y otros a los barrios, pero nadie contabiliza.
No se sabrá jamás cuál fue la cifra de ayudas internacionales y nacio-
nales, ni siquiera las de los municipios de Putumayo.
Siguen los saqueos. El día 5, la Policía informa que ha capturado
en Mocoa a 25 personas provenientes de otras regiones del país, por
saquear a los damnificados y robarles lo poco que les queda. La misma
situación de inseguridad se padece el jueves 6. Al mediodía, el Nuncio
Apostólico, delegado del Papa en Colombia, celebra misa crismal en
la catedral de Mocoa.
El viernes se anuncia que las familias damnificadas serán reubi-
cadas en el barrio Los Sauces parte alta, tierra plana y segura, y que se
le comprará al sindicato del magisterio, Asep, la finca que colinda con
el colegio de Los Sauces. La gente ya habla de planes de vivienda, de
proyectos productivos, de indemnizaciones, de lavar y recuperar las
calles. El presidente Santos nombra al ministro de la Defensa como
gerente de la reconstrucción, pero la comunidad le exige la plata de
las donaciones internacionales se destine exclusivamente a programas
de ayuda a los damnificados.
Las familias afectadas de manera directa vivieron una semana
entera en estado de desesperación y en la absoluta incertidumbre por
buscar hacia donde marchar después de enterrar a sus seres queridos,
y por saber qué ofrece el gobierno, quién va a traer la comida, qué se
va hacer con los hijos, y todos con el síndrome de la lluvia. Viene la
depresión. Cada quien se reencuentra consigo mismo y con sus fami-
liares sobrevivientes y se llora con llanto de nostalgia. Viene después
el estado de aceptación, de rehacer la vida, de luchar incansablemente
por los derechos mancillados, de reclamar lo perdido.
Se presentaron hermosas situaciones en que jóvenes y personas
eran rescatadas, se paraban y se vinculaban inmediatamente a seguir
buscando a sus familias, a sus amigos y buscando al que se encontraban
en el camino, todos eran hermanos y hermanas.

27
Franco Armando Guerrero Albán

Destrucción de barrios y veredas


Era una tragedia anunciada. La historia de la destrucción por
avalanchas se remonta al año de 1962, cuando se desbordó la que-
brada La Taruca arrastrando consigno las quebradas La Taruquita, El
Conejo, Campucana, Sangoyaco y Mulato. Cuentan los campesinos
y ciudadanos que en esa tragedia murieron cuatro personas, pero
las aguas no destruyeron barrios, porque, sencillamente los terrenos
eran todavía fincas con pastos. De todos modos, los suelos se vieron
afectadas de tal manera, que los barrios posteriormente construidos, y
hoy destruidos, tenían sus suelos rellenos de piedras y rocas medianas
y grandes. Para poder erigir las casas se tuvo que usar maquinaria e
incluso explotar dinamita para hacer los cimientos, colocar la tubería
de acueducto y alcantarillado y rellenar. La Taruca y sus aliadas habían
impreso sus huellas debajo de la tierra, para que los habitantes no
olvidaran que allí no se debía construir.
La misma quebrada La Taruca desató otra avalancha en el año
2014, que destruyó la bocatoma y algunas líneas del acueducto
comunitario de Barrios Unidos y asustó a la población. En aquella
oportunidad, la Alcaldía y demás autoridades convocaron numerosas
reuniones, levantaron actas, hicieron compromisos solemnes, pero a
la hora de invertir, actuar y realizar, como obliga la ley, todo quedó en
pequeños estudios que no se implementaron y en una omisión que hoy
arrastra la pérdida de barrios enteros, destrucción parcial de otros, la
destrucción de equipamiento urbano y rural y, lo más grave, las pér-
didas humanas, que tienen en luto colectivo a la sociedad de Mocoa.
La Taruca, La Taruquita y demás quebradas nacen en una es-
tribación de la cordillera Central, en una formación geológica de
arenas y cantos rodados producto de una variedad de rocas. Cuando
el Gobierno nacional, mediante Decreto 601 de 2017, declara el
estado de emergencia económica, social y ecológica, analiza algunas
características del terreno:
Según informa la UNGRD, revisiones efectuadas luego de la tragedia
permitieron determinar las características de los suelos (arenosos y
arcillosos), la geología estructural (fallas geológicas), la topografía del
terreno (pendientes entre 50% y 100%), el cambio de uso del suelo (en

28
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

algunos casos) y la precipitación extrema presentada, desencadenaron


movimientos en masa en la parte alta y media de las microcuencas
de los ríos Sangoyaco y Mulato y las quebradas Taruca, Conejo y
Almorzadero, que provocó el represamiento y colmatación de los
cauces principales de las fuentes hídricas mencionadas, generando
una avenida torrencial con flujo de lodos y detritos de gran volumen,
y significativo aporte de material vegetal.
La quebrada Taruca, a raíz de la lluvia torrencial del 31 de mar-
zo y 1° de abril de 2017, venía como un bólido enfurecido que fue
rebotando en la parte media y baja de la vereda San Antonio. Desde
allí, bajando a la ciudad por la parte derecha de la vereda, La Taruca
irrumpió con furia hacia los barrios del occidente, pero antes so-
brevino un acontecimiento increíble y anormal. La Taruca no pudo
continuar por su canal, sino que se desvió por una salida que tiene
una parte de la montaña, rebotó salvando los barrios del occidente de
Mocoa y recogió un embalse que estaba asentado posiblemente desde
la avalancha de octubre de 2014. La represa hizo que la torrentera
se rebosara, para caer estrepitosamente sobre el terreno amplio a un
punto conocido como Las Caballerizas, a un lado de la casa del señor
Francisco Rosero. En un segundo se llevó la casa de don Segundo Vidal
Valenzuela, el dueño de la casafinca de Las Caballerizas y destruyó las
pesebreras de los caballos finos. Allí perdieron la vida cuatro personas,
aun cuando el propietario se salvó. También sobrevivieron el señor
Francisco Libardo Rosero y su familia, quienes vivieron para contar
la historia. De allí para abajo sí empezó la destrucción y la muerte.
Importantes sectores de la vía quedaron intransitables en la zona
media de la vereda, un daño que dificultó enormemente las labores de
rescate. La tragedia mayor fue la que afectó la zona baja de la vereda,
con muchas pérdidas humanas y barrios enteros destruidos, lo mismo
que la infraestructura social y económica.
La riada destructora siguió su curso con todo su material de arras-
tre, lodo, rocas, árboles, y destruyó las casas en la zona de Junín, pasó
por encima de la subestación de energía y la dejó fuera de servicio. La
Taruca volvió enseguida a desviarse hacia la vereda Los Guaduales y
desde allí hacia la Avenida Colombia, dejando casi intactos los barrios
en la zona del occidente.

29
Franco Armando Guerrero Albán

Otro punto de quiebre sobrevino al llegar las aguas caudalosas


a la parte baja de la vereda San Antonio. La segunda etapa del de-
sastre comienza en una casa azul, llamada Las Negras y comprada
unos ocho meses por el señor Mangual, un vecino de la vereda San
Antonio. Desde allí se observa hoy lo que fue la destrucción en esa
parte de Mocoa.
Al continuar su salvaje arremetida y sin freno ni dique, La Taruca
destruyó cuanto encontró a su paso en el alto, medio y bajo Junín,
unos barrios fueron arrasados por completo, otros en buena parte,
otros solo sectores. Damnificados, Altos del Bosque, Los Pinos, Los
Laureles, Floresta, San Miguel, San Fernando, La Esmeralda, Los
Prados, Huasipanga, Progreso, Bolívar, la Plaza de Mercado, Modelo,
Independencia, San Agustín y la cárcel del distrito.
Los cinco primeros barrios, como también algunos otros, esta-
ban ocupados mayoritariamente por familias desplazadas, víctimas
del conflicto armado interno. La mayoría llevaba ya una vida de
adaptación normal y muchos estaban más o menos restablecidos
socio-económicamente.
Finalmente, la quebrada La Taruca tributó su caudal enloquecido
al río Sangoyaco, que atraviesa una parte crucial de la zona urbana de
Mocoa, pero que con el arrastre se recostó sobre la parte de atrás del
barrio Huasipanga y el barrio los Prados, que quedaron listos para
otro desastre en el futuro si no se toman medidas preventivas urgen-
tes. Sobre el río y detrás del barrio Huasipanga había una vegetación
grande y protectora que podía tener más de 50 años. Eran árboles
maderables, cachimbo, guarangos, guamos, una abundante vegeta-
ción que fue arrasada en segundos. Fue el ramaje que chocó contra
el puente de la Avenida Colombia, colapsándolo e interrumpiendo
la comunicación hacia el centro de Mocoa. Lo mismo sucedió con
miles de árboles y piedras y escombros que se arrinconaron contra
los demás puentes y sitios estratégicos de la ciudad.
Los barrios Prados, Huasipanga y Progreso quedaron convertidos
en un playón inmenso, los dos primeros por la parte de atrás y El
Progreso en su zona media y baja, más concurrida poblacionalmente.
Allí quedó destruida la casa del alcalde y sepultado por una montaña
de rocas y lodo el corredor fluvial que une los tres barrios.

30
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

La plaza de mercado quedo semidestruida, lo mismo que una zona


alta de la calle por detrás del Palacio de Justicia y parte de la Calle del
Amor, hoy Barrio Modelo, donde tumbó edificio de electrodomésticos
y dejó en el solo cascaron otro edificio de tres pisos y los negocios de
ferretería. Se borraron los cauces de los ríos.
El Sangoyaco afectó ostensiblemente la bomba Texaco, de la fa-
milia Bravo, y el parqueadero, pero el puente de esta zona soportó la
imponente carga de escombros, que se extendió al lado y lado, y quedó
recostada sobre el restaurante El Humo, semidestruido, al igual que la
discoteca en la esquina de la entrada al barrio Progreso, cuyas cons-
trucciones sufrieron destrucción total o quedaron a punto de colapsar.
Al lado del hotel Cosmos quedó una buseta de la Cooperativa
Transdorada subida encima de unos escombros. Los locales de la calle
de la Casa Campesina y Comunal se vieron seriamente afectados. Allí
se perdió gran parte de la mercancía, aun cuando la estructura de la
sede donde funciona Asojuntas permaneció en pie por la parte de
la residencia comunal, pero quedó afectado el salón de reuniones y
desapareció casi todo el patio.
En el barrio San Agustín, las aguas sepultaron la primera calle,
que está pegada al río Sangoyaco, y la parte sur, la que da al río Mocoa.
Desapareció totalmente la llamada Zona China, como también el Ca-
bildo Indígena, la parte donde la gente consume droga y el sector de
la Independencia, zona baja. El puente peatonal sobre el río Mocoa
no tuvo problemas, porque el río Mocoa no alzó mucho. El que se
desbordó fue el Sangoyaco.
La avalancha se llevó las casetas en el barrio La Independencia,
frente al terminal, lo mismo que la casa de la finada Victoria Chilito y
casi todas las viviendas en la parte de abajo. Fueron arrasadas la casa
de Montilla y el resto de casas hacia abajo, por la margen izquierda del
Sangoyaco. En una de las esquinas se encontraba la miscelánea de La
Independencia, que quedó en estado crítico, y el taller de madera del
finado señor Héctor Mustafá. De allí hacia abajo todo desapareció.
La comunidad de los barrios La independencia y San Agustín
duermen con una inquietud, comentada a gritos: “Hoy en día el ba-
rrio La Independencia y San Agustín duermen bajo una tumba. El
río Mocoa es el que nos va a enterrar a todos”.

31
Franco Armando Guerrero Albán

Como se describió arriba, la quebrada La Taruca hizo el primer


rebote hacia Las Caballerizas, en la parte media de la vereda San
Antonio y con dirección a la vereda Los Guaduales, sobre la variante
Mocoa-San Francisco. Tuvo otras desviaciones. Del bajo Junín se
desvió un brazo hacia la vereda Los Guaduales, que afectó los barrios
Primero de Enero, Babilonia, Villa del Norte y El Carmen. En la finca
del señor Humberto Ortega, la torrentera trazó otro brazo también
hacia la variante Mocoa-San Francisco y causando destrozos graves
a los barrios Primero de Enero, Obrero I y II, Avenida Colombia, El
Jardín y Pinayaco, rumbo al río Mocoa.
Al pasar por la vereda Los Guaduales hacia la cárcel, donde co-
mienza el barrio La Esmeralda, hay un puente localizado al lado de
la finca de los Patiño. Allí desfogan una serie de pequeñas quebradas
cuya creciente, paradójicamente, fue lo que permitió que la quebrada
La Taruca, que venía impetuosa de las montañas arriba de la vereda
San Antonio, no acabara con todo el occidente de Mocoa, la parte
más poblada del municipio. Esta parte de la vereda Los Guaduales se
estaba poblando de familias pudientes con algunas casaquintas, casas
de campo y campestres.
Del Bajo Junín se desvía otra riada que afecta la carretera a San
Antonio, baja por el frente de la cárcel, causa inmensos daños a los
barrios La Esmeralda, Los Prados, Huasipanga, Caimarón, Quinta
Paredes y El Progreso y va a unirse con el río Sangoyaco en la Avenida
Colombia, arriba del semáforo. Al juntarse el Sangoyaco y el brazo
que se desvió de La Taruca se genera un represamiento que revienta,
incrementado, y golpea la Avenida Colombia en el puente, la esquina
del barrio el Progreso sobre la misma Avenida, el Barrio Modelo y la
plaza de mercado.
Las tres o cuatro arroyadas que tuvo la quebrada La Taruca, con
chorros de agua y piedra, árboles y material de arrastre, llegaron a la
vereda Los Guaduales y desde la cárcel enrumbaron hacia la variante
Mocoa-San Francisco. De la vereda Guaduales bajó velozmente la
avalancha, aunque disminuida, hacia la Avenida Colombia, sobre la
vía que saliendo de Mocoa se dirige hacia Pitalito. El tamaño de la
avalancha afectó puentes y casas y dejó una gran apertura de playas
en las dos zonas, Guaduales y Avenida Colombia.

32
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

La avalancha cumplía su papel devastador al bajar por Guaduales


y destruir casas del barrio Primero de Enero. El material de arrastre y
barro causó daños en la mayor parte de los barrios, con mucha agua
sucia que se alcanzó a meter a las casas de La Esmeralda por sus dos
cuadras, la pavimentada y la no pavimentada, como también al Primero
de Enero y a los barrios Obrero I y II.
Las aguas que bajaron por la vereda Guaduales impulsaron que-
bradas menores y rompieron alcantarillas. El nuevo hecho dejó muchas
casas destruidas y afectadas en el barrio Villa del Carmen y arrastró
a dos primas enfermeras, que posteriormente fallecieron. Todo ese
trágico recorrido terminó en el río Mocoa. A lo largo y ancho de
numerosos barrios y zonas de finca y pastos quedaron kilómetros de
playas embalastradas con enormes piedras y árboles.
Pasando el restaurante Yamalía se ven árboles caídos, arrancados
de sus raíces, mucha basura y una polvareda que se espesa más por la
cantidad de carros y motos que pasan hacia Mocoa o marchan hacia
zonas de vereda y de trabajo por la vía Pitalito-Neiva-Bogotá. En el
barrio Condominio Norte se ven afectaciones, pero no destrucción.
Sin embargo, a los dos lados sí se ven playones, mucho más grandes
por donde cruza el río Mocoa. Llegando a la esquina del restaurante
El Catire, se observa un gran volumen de piedras, árboles y escom-
bros. Por allí pasó también la avalancha dejando muerte y desolación.
Sobre la Avenida Colombia, en la salida de Mocoa a Pitalito, se
destruyó el puente que había delante del motel La Iguana, reemplazado
provisionalmente por un puente militar para que Mocoa no quedara
desconectada con el interior del país. La quebrada, muy pequeña, se
amplió y se profundizó. Como a 150 metros de distancia se ve otra
quebrada, fuerte y ancha como nunca antes, y a 50 metros se encuentra
un riachuelo que pasa por la vereda Pueblo Viejo, también ancho y
profundo. Decenas de riachuelos y quebradas se crecieron alimentadas
por los cauces de la vereda Los Guaduales que recibieron el rebote
de la quebrada La Taruca por la vereda San Antonio.
Antes que fuera instalado el puente militar, las personas se veían
obligadas a hacer trasbordo. Una persona que hubiera comprado
tiquete el viernes 31 de marzo para viajar el 1° de abril tenía que salir
de su casa en medio del desastre, caminar por la Avenida Colombia,

33
Franco Armando Guerrero Albán

llegar en moto hasta la estación de gasolina de la vereda La Reserva


y, más arriba, coger una trocha en bajada buscando la orilla del río
Mocoa. La gente resbalaba en el lodo y se agarraba de los árboles,
caminando cerca de media hora por la orilla del río, después subía,
para pasar varios metros delante de donde se había caído el puente de
La Iguana, en un recorrido que en total demoraba hora y media. Des-
pués de cruzar el puente destruido, la gente volvía a coger la Avenida
Colombia y caminaba hasta el puente metálico sobre el río Mocoa, no
sin antes cambiarse de ropa, porque todos llegaban sucios de barro
y empapados. Allí, al final, buscaban el bus que hacía el trasbordo.
Los campesinos dicen que, si esa noche y ese día hubiera llovido
una media hora más, se habrían desprendido más toneladas de roca
y árboles que habrían arrasado con la mitad de Mocoa. De ahí los
nervios y el miedo de mucha gente. Hasta una leve llovizna se ve
como las réplicas de los terremotos. Cuando cayó por esos mismos
días un chubasco algo fuerte, mucha gente salió corriendo a buscar
los sitios altos. Y no faltaron los vecinos que, presas de pánico, grita-
ron avalancha, provocando estampidas que, por fortuna, no dejaron
nuevas víctimas.
La existencia de un muro de cemento construido hace más de 40
años arriba del barrio Miraflores lo salvó milagrosamente de la des-
trucción total, como también al 17 de Julio, al José Homero y el Pablo
Sexto Bajo. La avalancha del río Mulato cargaba hacia allí con todo
el material de arrastre, pero golpeó en el muro y rebotó cambiando
su curso. En los barrios citados solo hubo inundaciones, aunque sí
quedaron destruidas algunas casas. Y el río estuvo a pocos metros de
llevarse la Casa de Justicia Municipal de Mocoa.
El material que quedó emplayado es superior al volumen de las
aguas, lo que hace presagiar nuevas tragedias si no se encauzan las
quebradas y se hacen las obras de ingeniería necesarias.

Testimonios, relatos ciudadanos


El abogado Carlos Alfonso Recalde señala que, en medio de des-
concierto total, la gente estaba confiada en las autoridades. Añade que
fue un desatino permitir la construcción de los barrios desaparecidos.

34
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Debieron oponerse desde el principio a este tipo de construcción en


esos sitios, por ser zona de riesgo.
El profesor Víctor Montenegro se sumó a un grupo de rescate y
búsqueda de desaparecidos por las riberas del río Mocoa desde Villa-
garzón hasta Mocoa. Su obsesión, hallar el cuerpo de su prima Elisa
Guerrero.
Estando en la tarea por la zona llamada Estadero Pisicar, en
Villagarzón, después de dos días zambulléndose en el río, revisando
escombros, hurgando empalizadas, y ya con ganas de regresarse a la
casa sin resultado alguno, se encontró como a las tres de la tarde de
ese domingo 2 de abril con un grupo de campesinos de Puerto Cai-
cedo, donde él vive y es docente. Le preguntaron, “qué hace, profe”.
Les respondió, “estoy buscando a mi prima Elisa que falleció en la
avalancha”. Los cuerpos de socorro habían encontrado varios cuerpos,
depositados en el cementerio Normandía, de Mocoa, pero ninguno
era el de Elisa. Cerca de donde se encontraron había una empalizada
pequeña, cubierta de escombros, y uno de los campesinos preguntó,
¿ha ido usted a mirar allá? Y señaló la empalizada. Otro de los hom-
bres se zambulló y en pocos instantes sacó un cuerpo que parecía de
mujer. Todos corrieron al lugar y lo sacaron a la orilla. Amigos, dijo
Víctor, es Elisa. Estaba algo irreconocible, pero tenía tres caracterís-
ticas que permitían identificarla. Era gordita, tenía las uñas pintadas
como le había dicho su mamá Inés y un lunar como una manchita
sobre el labio inferior.
El señor Nacianceno Garcés vivía en el barrio San Miguel en una
casa de dos pisos. Cuando vio que venía la avalancha le gritó al hijo,
que vivía en el primer piso, “súbase rápido, mijo, que nos cubre la
inundación”. El joven le obedeció y, al momento, ya había allí como
unas quince personas, toda la familia y muchos amigos. Todos gritaban
aterrados, “nos morimos, nos morimos,” pero la creciente pegó en la
casa y giró hacia los lados, llevándose consigo la casa de su hija Rosa
Elvira, de la que no quedaron ni los cimientos.
Y seguía contando Nacianceno, “A los pocos minutos se vino
otro torrencial con un palo inmenso que quebró una columna de la
casa. Ahí nos asuntamos mucho más, porque comenzó el agua a subir.
Cuando menos se pensó, la creciente tumbó las paredes del primer

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Franco Armando Guerrero Albán

piso y quedamos más asuntados. La destrucción, quién lo creyera, nos


salvó, porque el agua comenzó a bajar y nos volvió el alma al cuerpo.
Al rato se vino otra avalancha por la otra calle, que taponó con pie-
dras y con palos. Volvimos a sufrir otro nuevo susto y comenzamos a
rezar: ‘Dios mío santo, perdónenos todo lo malo que hemos hecho’.
Paso de largo el agua y el arrastre y pudimos rescatar a varios niños
y señoras y ayudar a muchos vecinos”.
En medio de esa situación se fue la luz y otra vez gritos desga-
rradores, de desespero. Al otro día no vieron sino escombros en la
casa, pero todos habían sobrevivido. El señor Garcés guardaba en el
primer piso los instrumentos del grupo de música campesina Voces
de Oriente, reconocidos en el departamento y con algunas participa-
ciones en otras ciudades. Todo se perdió también.
Un joven sobreviviente que luchó contra la muerte, el joven May
Donny Londoño Muñoz vivía en el barrio Los Pinos. A las 11 y 15
de la noche oyó sonar muy fuerte a La Taruca, pero se dijo que sería
un chubasco más. Como a los cinco minutos vio bajar el agua por el
puente de su casa, con tanta fuerza que se cargó el carro de su tío y
se lo llevó como si fuera de papel. Y esto nos contó:
Todos corrimos hacia la parte de atrás para ver si por allí había esca-
patoria. Fue imposible. El agua bajaba igual de rauda por lado y lado,
así que decidimos quedarnos todos ahí en la casa. Qué más podíamos
hacer. Vimos después que la creciente arrastraba timbos, tarros, sillas
y cualquier cantidad de electrodomésticos. Hacia la doce de la noche
alumbramos con la linterna el agua y advertimos con miedo que ya estaba
pegando a la altura de la plancha, donde se inicia el segundo piso. En
ese momento muchos se pusieron a orar, resignados a lo que se venía
y presintiendo que podía pasar lo peor. Al rato el agua superó el nivel
del segundo piso y abrió una grieta en la pared, que se nos vino encima.
Yo estaba al lado de mi mamá y mi hermana y abrí los brazos para que
los ladrillos no fueran a golpearlas en la cabeza. Ya entraba barro y agua
muy sucia. Mi mamá se me cayó, llena de barro, y me gritó, “sálvense
ustedes que pueden”, y las dos se hundieron. Mi hermano Fabián andaba
por encima de los escombros como en carreras para ver cómo salvarse.
Allí me cogió a la avalancha, me sacó de la casa y me arrastró como
300 metros, pero de pronto vi una piedra grande y de ella me prendí.

36
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Yo tenía la cara llena de barro y alcancé a ver como a diez metros un


pedazo de casa en la que estaban trepadas seis personas, dos adultos y
cuatro niños. Entonces comencé a gritar que me ayudaran. Alguien me
alumbró con una linterna y me ayudó a subir. Allí estuvimos los siete
aproximadamente otra media hora. El afán era huir hacia un sitio alto,
porque estábamos muy cerca del río Sangoyaco y presentíamos que no
nos iba a perdonar. Pero no había para dónde coger, porque habíamos
quedado como en la mitad de todo.
Como a las dos de la mañana llegó un señor y dijo que ya había encontrado
por donde salir y nos fuimos todos detrás de él. El andaba rápido y yo,
aunque golpeado, trataba de seguirlo, no me rendía. Arribamos a una casa
donde había como unas cincuenta personas que llegaban de todos lados,
niños, jóvenes, adultos. De allí todos fuimos saliendo en grupo. El río
era puro lodo y estaba lleno de piedras, con las que nos golpeábamos en
medio de la oscuridad. Otros dos señores que habían entrado a buscar a
sus familiares fueron quienes nos orientaron hacia la esquina de la cárcel.
Me ardía todo el cuerpo, y solo al rato me di cuenta de los morados y
laceraciones por todo el cuerpo. Yo me había llevado un celular y con
él llamé a mi novia y a Oswaldo para contarle que La Taruca se había
llevado la casa. Un primo le dijo a mi novia que su hermano estaba en
el Instituto Tecnológico del Putumayo.
La primera ayuda que recibió la gente en los barrios más afectados fue
la de la misma familia, luego la de los mismos vecinos, luego la de los
socorristas. Pensé en ese momento en mi mamá y me regresé de nuevo
a buscarla y a mi hermana, ayudado de mis tías y primos. Me regresé
por el mismo camino por donde había salido, pero no pude localizar
mi casa, porque todo alrededor era un inmenso playón.
Estuve en la búsqueda desde la cinco de la mañana hasta las dos de la
tarde y ya ahí el sol y el agua comenzaron a irritarme las heridas. Me
devolví a pie hasta el hospital a hacerme las curaciones. Allá no había
agua corriente y me lavaron con agua medio sucia, me limpiaron con
Isodine, me dieron una pastilla y ya. Me quedé como hasta las seis de
la tarde, esperando que a mi hermano lo remitieran para Neiva. Supe
entonces que había fallecido mi mamá Emilia Graciela Muñoz Cerón
y mi hermana Julieth Valentina Palacios Muñoz.
El señor Campo Elías Jojoa vive en el barrio La Independencia.
Esto nos contó:

37
Franco Armando Guerrero Albán

Yo me levanté a las 10:45 p.m. Estaba viendo la novela de Popeye,


cuando le dije a la mujer, oye, parece que el río Mocoa se quiere salir.
Se sentía olor a barro y la casa se llenó de goteras. Me comencé a pre-
ocupar. Miré por la ventana y noté que comenzaba a bajar harta agua.
Pero de lejos imaginaba lo que iba a ocurrir.
Volví a la cama a ver televisión a las 11:00, antes, miré hacia el río y
no vi que estuviera tan crecido. Pero al rato los vecinos comenzaron a
tocar a la puerta. Despierte, hermano, que el río nos va a arrastrar. Salí
a la calle y ya la quebrada La Taruquita estaba en unos 90 centímetros
contra el enrejado de la casa. La gente comenzó a correr como a las
11:50 de la noche, todavía con luz, desde la parte baja del barrio La In-
dependencia, de la miscelánea La Independencia y el sector del terminal,
todos buscando las partes altas, y otros hacia la parte alta de los barrios
José María Hernández y San Agustín. En el sector del montallantas
permanecían todas las noches decenas de drogadictos. Ellos fueron
los ángeles que avisaron a tiempo de la tragedia, porque se fueron de
casa en casa avisándole a la gente, que estaba dormida, de la avalancha.
Como a las doce pasadas, ya el agua llegaba a más de un metro de alto
en las cuadras de la parte baja del barrio La Independencia. El taller de
madera del señor Héctor Mustafá y las casas de la esquina donde estaba
el montallantas desaparecieron, se las llevó la avalancha. La tragedia se
agravó porque la parte baja del barrio La Independencia quedó barrida
por completo. Murieron allí decenas de personas, pero el arrastre fuerte
de lodo y piedras no duró más de diez segundos. Vino, arrasó y se fue.
El señor Libardo Mera, fiscal de la junta de acción comunal de
la vereda Los Guaduales, cuenta que:
Hacia las 11:30 de la noche del 31 de marzo se sintió como un tem-
blor, una vibración, el recorrido de las piedras gigantes y los árboles,
y se percibía un olor fuerte de barro. El estruendo parecía como un
helicóptero volando bajo. La comunidad buscó las partes altas. No ba-
jaba la avalancha todavía por Los Guaduales, pero vibraba todo, como
si hubiera un terremoto. En seguida vi que bajaba la creciente por la
carretera y me agarré a llamar a la gente, gritando como loco, salgan,
que se nos vino una represa de agua. Como a los cinco minutos vi que
bajaban tambores, electrodomésticos, cilindros de gas, madera y piedras
carretera abajo. Entraba agua con barro a las casas. La avalancha duró
como unos siete minutos. En el barrio dejó diez muertos.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

El señor Francisco Libardo Rosero, campesino de la vereda San


Antonio, alcanzó a contemplar el rebote de la quebrada La Taruca.
Así nos contaba:
Mi casa se encuentra frente a la curva donde rebotó La Taruca. No podía
salir, porque por la parte de atrás de la casa pasa otra quebradita, que
se creció y tapó el camino. La casa es antisísmica y aguantó el ataque.
No subió más de un metro y aunque traía piedras y árboles, no dio de
frente contra la casa. La estampida de agua y material no duró más de
cinco minutos. Al pegar de frente en la salida de La Montaña parte
baja, no pudo voltear porque allí estaba concentrado un morro grande
y como venía bien cargada, rebosó, no toda, pero sí una parte grande,
que continuó por el cauce de la quebrada.
Si hubiera bajado hacia la parte media de la vereda, no se habría llevado
las casas de San Antonio. Como rebotó casi la mitad, pegó duro para la
vereda Los Guaduales, el barrio el Carmen, la esquina del restaurante
El Katiri y el puente arriba de La Iguana. En el rebote, continuó por
La Taruca hacia la subestación y los barrios cercanos, alimentándose
de árboles y piedra y acometiendo con crueldad y destrucción total.
El señor Luis Fernando gerencia el acueducto de Barrios Uni-
dos, cuya fuente es la quebrada El Conejo, hermana de La Taruca y
Campucana. Esto nos relata:
Me posesioné como gerente del acueducto a las diez de la noche del
31 de marzo, horas antes de la avalancha, y me bauticé con la tragedia
más terrible en la historia de Mocoa.
En nombre del acueducto comunitario, hice presencia desde el primer
día en la sala de crisis que organizó el gobierno. La alcaldía nos quería
opacar, pero se pudo hacer claridad en que Mocoa tiene dos operado-
res, Aguas Mocoa y Acueducto Comunitario de Barrios Unidos. Ya
se hizo un requerimiento de materiales para dar agua de urgencia. El
viceministerio de Aguas entregó una manguera de polietileno de 6 y 4
pulgadas, que se va a pasar por encima, porque no se puede enterrar
tubería sobre una avalancha. Esa manguera es especial, de alta presión.
Insiste Luis Fernando en que se hubieran salvado muchas vidas
con sólo haber dispuesto de un puesto de control en la vereda San
Antonio, con operadores que estuvieran comunicándose permanen-
temente con la Defensa Civil o los bomberos.

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Franco Armando Guerrero Albán

El señor Evaristo Miguel Ramos vive en el barrio El Progreso.


Tenía un negocio de reparación de televisores y vendía repuestos de
electrónica. Relata:
Esa noche, cuando empezó a caer esa lluvia tan dura que ya quería
romper el techo, le dije con alarma a mi mujer que en 22 años no había
visto escuchar tronar piedras tan grandes en el río Sangoyaco. Por la
puerta empezó a entrar agua venteada y pusimos entonces unos trapos
sobre las rendijas de la puerta. Por la ventana vi a unos vecinos echen
y echen escoba.
Comencé a mirar afuera el poste, una señal que tengo de altura, y vi que
ya pasaba por encima de la raya. En ese momento le grité a la mujer,
agarre a la niña y al niño y corra hacia la esquina y de ahí para arriba.
Lo hicieron. Cuando después intenté salir yo, ya no tenía tiempo. Cerré
la puerta y le metí doble cerradura, para que la presión del agua no me
la fuera a tirar abajo.
Por la ventana vi que por la quebrada bajaban carros, piedras grandes, ár-
boles, muebles, y gente que corría como loca pidiendo auxilio. Comencé
entonces a sacar barro de la casa para poder abrir la puerta. Detrás de mi
casa había un árbol de mandarina. Era mi primera opción. La segunda,
el techo de la casa de la vecina, que tiene un edificio de tres pisos.
Cuando salí hasta la esquina, vi mucha gente herida y cuerpos enterrados
en la playa. Eran como la 1:30 de la madrugada. El barro en la cuadra
de El Progreso nos daba a la rodilla. Ya se tenía conciencia del desastre
y comenzábamos a sacar a la gente alumbrados solo con linternas y en
medio de las rocas y los escombros. En El Progreso fue muy dura la
avalancha y a las seis de la mañana empezamos a sacar muertos y he-
ridos. De los segundos pisos de las casas bajaban decenas de personas
aterrorizadas, sin poder creer lo que veían, porque todo era desolación
y muerte. Vimos muchos cuerpos enterrados entre rocas enormes y
que no se habían podido ni mover.
El muro de contención de cuatro metros que tenía el barrio de altura
quedó rebanado por completo. Era muy complicado encontrar más
muertos por la profundidad del playón que dejó el río, cubierto de rocas,
árboles y piedras gigantes.
Había guardado el carro estaba en el parqueadero. Lo rodó la corriente,
pero no hacia el río sino hacia atrás. Ahí se salvó, aunque medio sepul-
tado en el barro. Todos los demás carros se los llevó la avalancha. Mis

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

vecinos perdieron todo. Quedó sólo el cajón de las casas. A nosotros


nos salvaron unas columnas antisísmicas que tenía la vecina del frente
en un edificio de tres pisos. Allí quedaron trancadas dos rocas muy
grandes y unos árboles y el agua se dispersó para otro lado. Si no, no
estaríamos contando el cuento.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Foto publicada en la revista Dinero de abril 4 de 2017.

Concentración de material de arrastre y escombros sobre el puente del río Sangoyaco en


dirección a 500 metros del centro de Mocoa. El país.com.co /Colprensa.

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Franco Armando Guerrero Albán

Fotos AFP.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo III
Muertos y deudos sometidos
a condiciones indignas

E
lisa Francy Guerrero Burbano, enfermera jefa del Hospital
José María Hernández, salió con su esposo, Víctor Andrés
Montenegro, y con su única hija, Elisa, de ocho años de edad,
a llevar a la niña a la casa de su abuelo, Víctor Montenegro,
donde iba a dormir. Era el viernes 31 de marzo a las ocho de la noche.
Después de una corta visita, se devolvieron ambos a su casa, situada
enseguida del restaurante El Catire, sobre la Avenida Colombia. No se
imaginaban, como otros miles de familias y ciudadanos de Mocoa, que
iban a tener que luchar contra la muerte. Elisa vivía con su prima Doris
Johana, hermana de Víctor, también enfermera jefe del mismo hospital.
Entradas las once de la noche, un agente de la policía intento alertar a
la vecindad sobre una posible avalancha y los conminó a evacuar. Elisa
salió con su esposo en una moto a ponerse a salvo y cuando Víctor se
devolvió por su hermana, Elisa se le fue detrás, con tan mala suerte
que en ese mismo momento pasó la avalancha y se los llevó a los tres.
Las dos mujeres se vieron arrastradas sin piedad por la furia del agua
y el barro hasta el río Mocoa, a una buena distancia. Víctor logró de
manera increíble sostenerse de una rama que lo aguantó y le salvo la
vida. Ambas enfermeras perdieron la vida. Vivían juntas, trabajaban
juntas y fueron enterradas, casi irreconocibles, una al lado de la otra en
el cementerio de Normandía. El cadáver de Elisa fue hallado a más de
veinte kilómetros de Mocoa, en Villagarzón.

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Franco Armando Guerrero Albán

Hospital y cementerios
no dieron abasto

En la parte destruida de Mocoa, antes tierras de zona urbana y


fincas con pastos o agricultura, quedaron algunos kilómetros de playa
con piedras medianas y gigantes. Allí debajo siguen desaparecidos
cientos de personas.
Ese sábado 1° de abril, desde la una de la mañana, las ambulan-
cias, los carros de las organizaciones de socorro y muchos vehículos
particulares, con sus sirenas y pitos, se dedicaron a trasladar muertos
y heridos al Hospital José María Hernández. Estuvieron en las labores
de rescate todo aquel día sábado y de manera intermitente el domingo
2 de abril, ya no solamente en el lugar de la tragedia, sino también a
lo largo del río mayor, el Mocoa, que arrastraba decenas y decenas de
cuerpos sin vida.
El Hospital José María Hernández, de segundo nivel, debe aten-
der a los cientos de enfermos que a diario llegan de Mocoa y otros
municipios. Se mantiene en crisis permanente, con retrasos salariales
hasta de cuatro, cinco y más meses, sin camas suficientes y sin equipos
adecuados. No hay casi especialistas. La infraestructura es obsoleta
para el crecimiento de la población del Putumayo.
Y si en épocas normales el hospital sufre una crisis aguda, cuando
sobreviene una tragedia como la de aquel viernes, la situación se torna
dantesca. El hospital colapsó. La morgue construida para atender a
dos o tres personas a lo sumo se vio copada por cientos de cadáveres,
tirados en el suelo y amontonados los unos con los otros. No había
ni siquiera agua para los heridos. Los medicamentos no tardaron en
agotarse. Pero la verdad es que los trabajadores del hospital, en medio
de las dificultades crónicas, sacaron la garra y pusieron a prueba su
valor y su capacidad de sacrificio en el cumplimiento de su deber. Y
a fe que cumplieron hasta donde fue humanamente posible.
Una escena dramática que se grabó en la conciencia de las más de
doscientas personas que se encontraban en la puerta del hospital fue
la que acaeció hacia las ocho de la noche del 1° de abril cuando llegó
un camión con cerca de sesenta muertos en la volqueta, uno encima
del otro. Venía de Villagarzón. Fueron instantes de mudo silencio.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Después llegaron los socorristas y voluntarios de la comunidad y


quienes se hallaban a la entrada intentaron reconocer a los muertos,
pero nadie logró hacerlo.
Como el hospital no daba abasto para hacer las necropsias, se
optó por concentrar al CTI, a los funcionarios de la Fiscalía y Medicina
Legal, como también los de las funerarias, en el cementerio Norman-
día. Allí empezaron a prestarse todos los servicios del proceso de
reconocimiento, no solo de los mocoanos fallecidos, sino también
los de los municipios vecinos.
Desde el sábado se habían organizado brigadas de búsqueda, con
socorristas y voluntarios apoyados por la Policía y las entidades pú-
blicas. Todos laboraban por la causa, por amor al ser humano. En esa
clase de emergencia se recogen muertos sin ningún tipo de protocolo.
La única tarea es recoger y recoger. Las búsquedas se hacían aguas
arriba, aguas abajo, desde Puerto Limón y Villagarzón hasta Mocoa e
incluso hasta el río Caquetá, aguas arriba de Puerto Guzmán y sobre
los municipios de Solita y Currillo, en el departamento de Caquetá.
Diagonal al barrio La Peña, arriba del expendio de gasolina y un
poco antes de llegar al liquidado e inexistente Fondo Ganadero del
Putumayo, hacia la margen izquierda del gran río Mocoa, se rescata-
ron más de 80 cuerpos sin vida, según testimonio de miembros de la
Defensa Civil. De allí fueron trasladados al cementerio Normandía.
El sábado 1° de abril los cientos de dolientes se apiñaron en el
cementerio Normandía, donde a la entrada se formó una inmensa
cola. Se veía toda clase de rostros humanos, unos cansados por la lucha
contra la avalancha, otros con rabia o tristeza infinita, o esperanzados,
o desencajados, o expectantes. Todos preguntaban en vano por sus
seres queridos, mi papá, mi mamá, mi hermano, mi hermana, mi so-
brino, mi tío, mi amigo. Nadie sabía cómo iba a ser el procedimiento
en caso de encontrar los cadáveres. ¿Serían velados en las casas o en
un lugar comunitario? ¿Tocaría enterrarlos de inmediato para evitar
epidemias? La gente hacía toda clase de preguntas sin obtener ninguna
respuesta.
Por la parte alta del cementerio se extendía una planicie, donde
la policía y otros funcionarios, en una carpa, tomaban los datos de las
personas que entraban solicitando información o tomando parte en

47
Franco Armando Guerrero Albán

el proceso de reconocimiento de los cadáveres. Había muchos carros


y multitudes expectantes, la mayoría sin saber nada de protocolos y
sin saber qué hacer. El caos era total. Toda la gente llevaba tapabocas,
pues los olores comenzaban a pesar, pero las gentes terminaban por
acostumbrarse y se metían en actividades que nunca antes en su vida
les había tocado hacer.
Tramitar el reconocimiento de sus seres queridos y con sus propias
manos ir moviendo a los muertos de un lado para el otro iba causando
como una pasma general. Había infinidad de funcionarios públicos
y, cuando menos se pensaba, estaba uno hablando con la gente del
CTI, o con la Fiscalía, o con Medicina Legal. Nadie sabía nada. Allí
estaban las funerarias venidas de varios sitios del país esperaban su
hora con las tarifas ya muy bien definidas.
Lo primero que se exigió a las personas que buscaban a sus
seres queridos fue tramitar ante la Fiscalía un documento con una
información requerida y la fotocopia de la cédula o una identificación
de la persona fallecida y comenzó la gente a andar en sus manos
con esos dos papeles. Si no había información por parte del CTI, la
Fiscalía y Medicina Legal, era grave, porque, le tocaba a cada per-
sona ponerse a buscar al familiar por su cuenta. En un sitio abierto
donde había veinticinco o treinta cadáveres se movían de un lado
para el otro, cientos de familiares, además de los funcionarios del
CTI, mientras allí cerca esperaban alineados unos veinte ataúdes. Y
todo era real, pero era para no creerlo.
La gente tocaba los cuerpos mirando si la persona era su padre o
su madre o su hermano y terminaban haciéndolos a un lado. Agravaba
la tarea el que la mayor parte de los rostros habían quedado irrecono-
cibles y en estado de descomposición, con distintas expresiones ante
la muerte inesperada, con rayones y moretones en su lucha contra
los materiales de arrastre, todos hinchados inmensamente, mientras
miles de moscas merodeaban sin piedad. Era una escena dantesca que
atravesaba el corazón de los mocoanos.
—A mí –decía el sábado en la mañana una señora de nombre
Mery —me falta mi mamá, mi nieta y mi nuera, y ahí están los cuerpos
descomponiéndose. Muchas horas después, nadie había hecho nada
todavía. —Cuando me piden que vaya a reconocerlos, ya va a ser muy

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

difícil, porque todos los cuerpos están ahí a la intemperie, reventados.


A mi mamá todavía no la he podido reconocer.
La señora Adelina relataba: “Para entregarme el cadáver de mi
hija, los de Medicina Legal me piden el número de identidad de la
niña y me toca entonces ir a pedirlo al Colegio Goretti o solicitar una
copia de la tarjeta. No encuentro a mi esposo, qué hago yo. Lo voy a
reportar como desparecido”.
La situación se mantuvo igual el domingo 2, el lunes, el martes, el
miércoles. En la entrada del cementerio hay una reja altísima de hierro
que dice: “Parque Cementerio Normandía La Ascensión Ltda. Servi-
cios funerales, venta de lotes, bóvedas, planes preexequiales y traslados
nacionales”. Enfrente, cuidándola, hay un piquete de policías que no
deja entrar a nadie. Permiten que pasen solo de diez en diez, por turnos,
y cuando salen unos entran otros. Pero realmente el asunto no es tan
fácil, porque los que entran y suben a mirar los cuerpos de sus seres
queridos, para intentar reconocerlos, y en caso positivo tramitar los
documentos se quedan horas y horas, por lo engorroso del papeleo.
Se está abriendo la tumba en el cementerio Normandía para Elisa
Guerrero Burbano y su prima hermana, enfermeras jefas del Hospital
José María Hernández de Mocoa. Vivían en la misma casa, fueron
arrastradas por la avalancha y murieron bajo la corriente del río. En
un recorrido inmenso, el cadáver de Elisa fue encontrado cerca de la
inspección de policía de Puerto Limón. Ahora serán enterradas una
al lado de la otra, pues no hay tiempo para velorios, sólo para deposi-
tarlas y regresarlas a la tierra por sus padres, Nelson Guerrero Albán
e Inés Montenegro. Alrededor de ese acto luctuoso en la zona del
camposanto se ven como unas trescientas personas, muchas de ellas
abriendo huecos para dejar a sus seres queridos. Todos los huecos
son hechos por los propios familiares.
Hay allí cerca nueve frailes de Oporapa, Huila, y uno de ellos
dice: “Servimos al Evangelio y andamos descalzos como lo hizo
Jesús”. Pertenecen a la Iglesia Católica y veneran a San Francisco de
Asís, fundador de la congregación. El sacerdote que los comanda
pronuncia una oración y dice unas palabras para despedir a Elisa y
a su prima, cuyos cadáveres fueron entregados a última hora y son
devueltos a la tierra.

49
Franco Armando Guerrero Albán

Continuamente pasan carros particulares, ambulancias y coches


fúnebres, camionetas de la Policía, del CTI, del ejército, todos ellos
entrando y saliendo. Muchos vienen del lado de Mocoa, otros desde
Villagarzón y todos casi siempre con cadáveres y ataúdes. Algunos
vehículos suben hasta la parte plana del cementerio por un pequeño
carreteable donde se les indican a los deudos cuáles son los proce-
dimientos para reconocer y entregar posteriormente los cadáveres.
Los que llegan en vehículos bajan el cadáver a menos de 15 metros
de la entrada del parque cementerio y entre tres o cuatro personas lo
llevan a la reja en improvisadas camillas de guadua o de madera, o en
simples sábanas. Suben al cementerio por un pequeño sendero y una
vez les asignan la tumba, abren el hueco y lo entierran.
Los procedimientos son muy lentos y los cuerpos se van acumu-
lando para el reconocimiento en número superior a las capacidades
humanas de la tramitología. Las entidades encargadas del proceso de
reconocimiento y entrega se afanan como pueden dentro del cemen-
terio Normandía, pero hace falta siempre más personal, más mesas y
más computadores para darle salida a la multitud de ciudadanos que
pide que se trate con dignidad los cadáveres de sus seres queridos. Es
la primera vez que se registra en el Putumayo una calamidad pública
y social de proporciones tan dramáticas.
El trabajo de las entidades responsables de entregar identificados
a los muertos no estuvo acorde con las dimensiones de la tragedia
que les tocó vivir a cientos y miles de mocoanos.
La desorganización cunde porque el CTI, la Fiscalía y Medicina
Legal se comportan como si fueran ellos los dueños de los cuerpos.
Solo comienzan a entregarlos después de horas de un engorroso
proceso de identificación. Y cuando el muerto finalmente es identifi-
cado por sus familiares, los funcionarios deben contrastar sus huellas
dactilares con las de los archivos nacionales, en Bogotá.
Así se lo explicó a una señora una de las funcionarias de la
Fiscalía: “No es culpa nuestra que se demoren tanto los trámites.
La gente quiere que le entreguemos los cuerpos de una, pero hay
que hacer los procedimientos como debe ser, porque si no, una
se mete en problemas. Hay que seguir estrictamente la cadena de
custodia”.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Cuenta don Rodrigo su experiencia personal en el trámite del


reconocimiento:
Perdí la mujer y dos hijos a la entrada del barrio Altos del Bosque. A
mi señora me la entregaron ayer y ya la estamos velando. A uno de mis
hijos, ya reconocido por mí, no me lo entregan todavía. Ayer llegaron
31 cadáveres y no me dejan ver ninguno para ver si entre ellos está mi
otro hijo. Todo el día oigo que suenan celulares, y se escucha a la gente
contestar desesperada, no, mijo, nada todavía, nada, nada, nadie me da
razón. Los de Medicina Legal me dijeron que iban a pasar un listado para
empezar a entregar. Toca esperar. Ya estoy cavando el hueco en un rincón
del cementerio tan pronto me entreguen a mis dos hijos, porque a estas
alturas ya es difícil llevarlos a velorio.
En medio de un grupo espontaneo que conversa dentro del
cementerio de Normandía, don Emilio relata su viacrucis:
No estamos conformes con la tramitología y tanto protocolo para entregar
un cadáver que se está descomponiendo. ¿No es un estado de emergencia
que justifica agilizar los procedimientos? A mi esposa, de nombre Mery
Leidy, de la comunidad afro, la echaron para el hospital. A mi hijo lo tra-
jeron desde Villagarzón al cementerio de Normandía. Y luego comenzó
la tramitología del reconocimiento. Los reconocí a los dos. Después vino
el trámite ante la Fiscalía. Presenta uno la cédula propia, dice cuál es el
nombre de la persona fallecida y el número de identificación. Le entregan
un papel, del que debe sacarse fotocopia. Y con la fotocopia del papel
supuestamente uno reclama los cadáveres. Pero no. Para que me los en-
treguen, tengo que llenar un formato con una información describiendo
en detalle cómo era mi esposa, cómo era mi hijo, el cabello, cómo estaba
vestido. Ya con eso le dan a uno un desprendible. Sí, ahí figuran ambos,
ya reconocidos. Luego lo hacen pasar a Medicina Legal y un funcionario
informa que les van hacer la necropsia a mi esposa y a mi hijo y que van
a mandar las huellas dactilares a Bogotá, para que allá confirmen si son o
no son, para poder entregar los cadáveres. Y estoy aquí esperando desde
anoche. Ahora, solo entregan el cadáver si uno lleva a una persona de una
funeraria, y ahí tomar la decisión de velarlo o de una vez dejar al pariente
enterrado en el cementerio.
Siguen llegando carros con más muertos y más muertos. Entran
varias ambulancias, incluso una de la Cruz Roja Colombiana con un
letrero que dice “Traslado especial básico”.

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Franco Armando Guerrero Albán

En medio del grupo, el señor Oswaldo recibe una llamada de


celular y comunica: “Me toca bajar a la entrada del cementerio, porque
mi hermano me va entregar la fotocopia de la cédula de mi hija muerta.
Es importante hacer bien el trámite, porque si viene una demanda y
no están bien en regla todos los documentos, pailas”.
Pablo Guerrero requiere a un funcionario del CTI a la entrada
del cementerio:
Ayer trasladé el cuerpo de una familiar a quien reconocimos en Villa-
garzón. Ya está aquí en el cementerio, ya hice el trámite ante la Fiscalía,
ya tengo la fotocopia de la cédula, pero me dicen que está en manos
de ustedes para el reconocimiento”. El funcionario del CTI le explica
cada uno de los pasos del procedimiento: “Nosotros recibimos el
cuerpo, le tomamos fotografías y levantamos un acta de inspección.
Después comenzamos a organizar las fotografías para proyectarlas y
para que cada uno se dé cuenta de quién es su familiar.
Ahora un funcionario del CTI se hace presente y empieza a leer un
largo listado de personas fallecidas que por fin han sido reconocidas
y cuyos deudos han hecho el trámite completo. Cuando la persona
contesta reconociendo los nombres y apellidos de su familiar muerto,
otro de los funcionarios la coloca a un lado en una fila y le dice que
esté lista a recibir el cuerpo.
La noche en que la naturaleza y la omisión del Estado arrancaron
a cientos de familiares del calor de su hogar, a los deudos les toca ahora
vivir la tragedia de reclamar los cadáveres en las instituciones encargadas
del trámite legal, un proceso engorroso y demorado e indignante y que
causa desconcierto y muchas veces ira. La autoridad no tiene en cuenta
que las familias que quedaron vivas tienen que hacer el duelo con sus
familiares y amigos y que necesitan recibir el apoyo solidario y espiritual,
de sus familiares y hacer el cierre de la persona que se fue.
Se demoran tres, cuatro y más días para entregar un cuerpo. Pero
son muchos los cadáveres que se quedan sin reconocer. Infinidad de
deudos y amigos no saben todavía quiénes se han ido para siempre,
porque los siguen teniendo como desaparecidos. Sólo con el tiempo
se sabrá. Y ni siquiera eso. No se hicieron velorios colectivos, ni mi-
sas colectivas, con muy poca excepción. Estamos ante un gobierno
insensible que no da respuestas a la comunidad.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Algunas pocas familias lograron resolver el tema del reconoci-


miento de sus familiares fallecidos el mismo día sábado, pero otros
cientos de familiares no encontraban a sus muertos, y estuvieron todo
el sábado en el cementerio Normandía sin recibir noticias. Tuvieron
que volver al otro día para continuar en lo mismo, preguntando al
CTI, a la Fiscalía, a Medicina Legal. Tampoco el domingo 2 de abril
recibieron satisfacción a sus demandas, pese a la tramitología. La
demora obedeció a que la hecatombe desbordó la capacidad de los
funcionarios que participaban en el proceso de reconocimiento, en la
verificación de las huellas dactilares y en la entrega, porque el número
de desaparecidos era alto e iban llegando ya irreconocibles muchos
cuerpos, lo que hacía muy lento el proceso.
El lunes 3 y el martes 4 la situación en el cementerio de Norman-
día se fue haciendo cada vez más acalorada. Las familias que habían
perdido a sus familiares se estaban cansando cuando les decían, ma-
ñana le entregamos el cadáver, Bogotá tiene que revisar y contrastar
las huellas dactilares y nosotros debemos hacer un nuevo listado y
la funeraria encargarse de la preparación del cadáver y de entregar
el ataúd.
Con el paso de los días, en la entrada del cementerio se presen-
taron ya pugnas y se empezaron a oír gritos destemplados, todo el
mundo en actitud desafiante e intentando hacer frente a un grupo de
agentes de la policía que observaba impotente la protesta.
Les decían: “Vinimos ayer y nos dijeron que regresáramos hoy.
Vinimos esta mañana y ustedes nos dicen que volvamos por la tarde,
que si tenemos adelantado el trámite nos dejan entrar”. Llegó un mo-
mento en el que el grupo de agentes no sabía qué hacer. El sargento
intentó disculparse: “Si dejo entrar a uno, me tocaría dejar entrar a
todos. Y ahora me dijeron que nadie puede entrar, sólo hasta maña-
na”. Para colmo, a cada instante le llegan al grupo órdenes diferentes.
El miércoles 12, monseñor Luis Albeiro Maldonado, obispo de
la diócesis Mocoa-Sibundoy, dio unas declaraciones en Caracol Radio
Noticias, a las 8:00 de la mañana. El noticiero estaba registrando cómo
la situación se había puesto muy difícil porque las morgues estaban
llenas, los hospitales y el cementerio abarrotados, y multitudes de
gente protestando en la puerta del cementerio. Informaba también

53
Franco Armando Guerrero Albán

que muchas familias habían recuperado a sus muertos y los estaban


enterrando rápidamente sin la tradición religiosa. Caracol hizo un
resumen de la tragedia, destacando la indignidad a que se vieron
sometidos cientos de familias de Mocoa.
Monseñor comunicó que los párrocos hacían celebraciones según
las circunstancias del momento. Por ejemplo, en la misma morgue,
donde había un número muy grande de cadáveres tendidos en el piso.
Informó a su vez que ya el martes hubo que hacer una evacuación
de urgencia, porque ya los cadáveres no se podían sacar del lugar por
cuestión de salud y debió hacerse un entierro colectivo, de modo que
para el jueves ya había sido evacuados y sepultados casi todos: “Se
han venido celebrando las eucaristías en el templo parroquial, aunque
todavía hay muchos cadáveres que aún no se han reclamado”.
El cementerio privado de Normandía funciona para atender los
casos normales que se dan en cualquier ciudad pequeña. Lleva diez
años prestando los servicios a los mocoanos. Cuenta con una pequeña
iglesia, dos salas de velación, dos oficinas, una cafetería y la morgue
en la parte de atrás. Dispone de dos tanatólogos encargados de pre-
parar los cuerpos, que se rotan para el servicio, además de un par de
conductores y a veces hasta tres y cuatro señoritas para eventos. En
una casa se hace la preservación del cuerpo, en otra casa se organi-
zan las actividades. Los deudos salen de allí hacia la iglesia y después
al cementerio, en una rutina invariable para atender las exequias a
una familia que ha perdido un ser querido. Se cae de su peso que el
cementerio Normandía no estaba preparado para atender eventos
catastróficos y recibir a cientos de muertos.
Fue así como tuvieron que hacerse presentes decenas de funerarias
llegadas de otros municipios del Putumayo y de otros departamentos.
Llegaron como unas quince, incluso desde Popayán, Cali y Bogotá.
Cuenta uno de los directivos del cementerio Normandía:
Aquí todas acordaron un precio tope entre cajón, preservación y lo
demás, y enseguida se repartieron el trabajo, ejemplo, usted cuántos
ataúdes, para usted tantos, para el otro tantos y así cada uno.
Ya en la parte alta y plana del cementerio se observan dos campos
donde se encuentran los muertos que han sido depositados allí por las
familias. Se ve a más de quinientas personas en diferentes puntos haciendo

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

excavaciones de dos metros por ochenta y personas excavando por todas


partes más y más huecos. Las familias están enterrando rápidamente a los
muertos que reciben después de hacer los trámites. Cada acto sepulcral
es acompañado por un grupo de amigos y por eso se observa que en
cada hueco hay un ataúd y alrededor, esperando, un grupo de personas.
Los grandes dramas se vivieron en el cementerio privado de
Normandía. En los primeros días, cientos de heridos y de cadáveres
llegaron al Hospital José María Hernández, que no tardó en colapsar.
Fue entonces cuando los cuerpos fueron trasladados en su mayoría al
cementerio de Normandía. En los primeros siete días, el camposanto
estuvo abarrotado, dos mil o más personas a diario, entre familiares
y amigos que buscaban muertos y desaparecidos.
El jueves 13, el director nacional de Bomberos hizo una inspec-
ción a la vereda San Antonio, junto con varios técnicos en temas am-
bientales, le comunicó a las emisoras que había iniciado un recorrido
para determinar los puntos en que se podía ingresar la maquinaria
liviana y comenzar la segunda fase de búsqueda de víctimas aún des-
aparecidas, que era uno de los objetivos del Cuerpo de Bomberos, ya
que se hablaba de más de más de cien personas. La búsqueda se haría
río abajo, añadió, y ya había un equipo en la tarea.
Cuando se le preguntó si las montañas y los ríos que se obser-
vaban al fondo de la vereda San Antonio dificultaban las labores de
rescate, el director asintió:
Es un incidente crítico que no habíamos jamás calculado y obviamente
las condiciones topográficas hacen difícil recuperar los cuerpos. Como
el aluvión se desplazó por la ribera de la quebrada, pues nos dificulta
muchísimo las maniobras. Esperamos ver en qué puntos podemos
trabajar para seguir en la búsqueda de las personas.
Cuando se le comunicó que se había creado un comité ciudadano
de familiares y amigos para la búsqueda de personas desaparecidos
en la avalancha, respondió:
Hemos estado con ellos, con la Defensoría del Pueblo y con una comi-
sión que desde Bogotá quiere garantizar que a esas personas les logremos
dar tranquilidad cueste lo que cueste y el tiempo que nos demoremos.
La verdad, pese a toda la solidaridad que se presta en estos casos,
la familia se queda finalmente sola con su muerto. Pero así y todo, un

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Franco Armando Guerrero Albán

grupo de personas de Mocoa, comprometidas con una causa noble de


incontrastables sentimientos, sigue recorriendo los ríos, las montañas
y parte de la selva, buscando y buscando. Y es así como van encon-
trando a uno y a otro muerto. El compromiso es encontrarlos a todos.
En una visita hecha por el cuerpo de rescatistas al municipio
de Puerto Guzmán, se comprobó, después de conversar con otros
integrantes del cuerpo de socorro que estuvieron en Mocoa y con
funcionarios de la alcaldía, que dentro del radio de acción del río
Caquetá en su recorrido por la zona urbana, además de ver pasar
decenas y decenas de neveras y cilindros de gas, se rescataron más de
60 cuerpos sin vida, llevados a Mocoa.
En el programa radial Noticiero La Reina de Mocoa, que pasó a
las 6:00 a.m. el miércoles 5 de abril, se informó que el Cuerpo de
Bomberos ha reportado que se han visto flotar cadáveres sobre el
río Caquetá en el municipio de Curillo, Caquetá. El comandante de
bomberos de Curillo, Diomedes Velasco, dijo que se habían rescatado
dos cadáveres en la inspección de policía José María, muy aguas abajo
del río Caquetá, en una vereda llamada Quinapejo.
El presidente Santos ya ha venido siete veces. Llega, observa, se
toma fotos, se reúne y se va rápidamente. Convocó incluso un Consejo
de Ministros en la sala de crisis de la Policía Nacional, en Mocoa, a la
que no se dejó entrar a los alcaldes ni se atendió a ninguna organización
comunitaria. A la salida del primer mandatario y el gabinete, algunos
dirigentes del Comité de Desaparecidos por la Avalancha lograron
colarse al recinto y lo presionaron, preguntándole sobre el número
real de muertos y desaparecidos. Juan Manuel Santos no supo qué
contestar. Alguien se atrevió a hacerle un reclamo y, rápido, el señor
presidente le dio la espalda y se marchó.
El viernes 7, tras siete días de muerte y dolor que conmovieron a
Mocoa, los organismos nacionales de socorro comenzaron su proceso
de retirada. El Putumayo y Mocoa tenían ahora que enfrentarse solos
a la dura realidad. Ahí están los muertos, ahí están los heridos, ahí
están los desaparecidos, ahí están los traumas psicológicos que afectan
a cientos de familias. Y muy lejos de ellos, ahí están las promesas del
Gobierno nacional, ahí está la incapacidad político-administrativa
y financiera de la gobernación, la alcaldía de Mocoa y las entidades

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

del orden nacional. Se fue la solidaridad internacional y nacional, se


fueron los chalecos de las ONG, y los mocoanos nos quedamos solos,
aunque resueltos a seguir exigiendo los derechos constitucionales y a
cobrar política y socialmente la omisión del Estado por una avalancha
cuya intensidad se pudo evitar, como también salvar las vidas de los
ciudadanos, hoy segadas por el brutal desastre. Poco a poco va abrien-
do el comercio, se van retirando los escombros de muchos barrios y
avenidas y se lavan las calles y las avenidas principales.
Va quedando sólo el Comité pro Búsqueda de Todos los Desapa-
recidos por la Avalancha. “La esperanza es lo último que se pierde”,
dijo uno de sus miembros.
El gobierno ha mentido. No son 332 los muertos. Pasaron de
mil y el número de desaparecidos nunca se sabrá. La destrucción
en la zona urbana de Mocoa pone en evidencia de que son muchas
más las víctimas.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Foto de Francisco Arguello, Caracol Radio. Entierro masivo en Mocoa.

Foto EFE. Eran casi entierros colectivos 6 de abril.

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Franco Armando Guerrero Albán

Foto La Boyana Noticias, 6 de abril.

Foto. Ejército de Colombia, cuerpos sin vida morgue hospital de Mocoa, La Prensa/EFE.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo IV
Las montañas
y la furia de los ríos

R
esulta de vital importancia conocer el testimonio y las pro-
pias vivencias de sabedores y líderes campesinos de la zona
y experimentados baquianos, que se conocen los lugares
donde habitan, conocen las montañas como la palma de la
mano, para que hablen sobre el reconocimiento del territorio y sobre
las expectativas ambientales de esta región. Es el caso del señor Justo
Pastor Martínez, quien fue promotor ambiental y comunitario de la
WWF, trabajó con Corpoamazonia, ha sido promotor ambiental en
especies de osos, dantas y jaguares y monitoreaba la fauna y la flora.
Justo Pastor Martínez enumera las veredas que la comunidad
campesina ha organizado en las montañas y a la vera de nacederos
de ríos y quebradas. En la parte media están la vereda San Martín,
La Campucana, San Antonio, Monclar, Las Palmeras y Chontayaco,
pertenecientes todas al municipio de Mocoa. En la parte alta del gran
río Mocoa se encuentran las veredas Minchoy, Titango, Patoyaco,
Sachamates y Platanares, de una gran riqueza ambiental, clave para el
equilibrio de la Amazonia en esta parte del Putumayo, zona de reserva
protectora de la cuenca alta del río Mocoa.
Hace tres años, don Justo Pastor subió con una bióloga a esos
sitios: “Hay una zona que se llama El Perdedero y más arriba hay una
loma más alta que casi se amarra con el Cerro de la Tortuga. Es ahí es
donde nacen la quebrada La Campucana, la quebrada El conejo, La

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Franco Armando Guerrero Albán

Taruca y el Mulato, que tanto daño causaron en la avalancha”. Esas


lomas de más arriba son puras peñas. “He caminado la quebrada
La Campucana hasta su nacimiento y, a medida que se asciende, no
encuentra uno sino pura piedra y roca. Todas estas quebradas cargan
mucha piedra, mucha arena y son bastante caudalosas”.
Agrega que las montañas son muy empinadas y se represan fácil-
mente en las zonas planas. Cuando llueve fuerte caen roca y árboles
y puede haber cargas de represamiento, que se convierten fácilmente
en riadas dependiendo de la intensidad de las lluvias.
Indica el profesor Germán Vargas Cuervo, profesor del depar-
tamento de Geografía de la Universidad Nacional, en una entrevista
concedida a Caracol Radio en el programa Planeta Caracol de las 6:00
a.m. el sábado 15 de abril:
Si uno mira geológica y geomorfológicamente a Mocoa, con toda la in-
formación que hay descargando imágenes del satélite, y hace un análisis
para mirar los comportamientos en las tragedias, debe concluir que la
población acabó por asentarse en el peor sitio, desafortunadamente.
Si me preguntan dónde pondría a Mocoa, yo diría, en cualquier parte,
menos ahí donde está. Primero, está ubicada en un cañón, el cañón del
río Mocoa, sobre la Cordillera Oriental y en su vertimiento oriental, el
que cae al piedemonte llanero. Ese río, por sus características de cordi-
llera, presenta laderas muy abruptas y encañonadas. Todas las laderas del
cañón contienen una enorme diversidad de rocas ígneas, metamórficas,
sedimentarias, de características muy diferentes y empotradas en unas
pendientes muy fuertes y además sometidas a unos procesos de defo-
restación natural y antrópica que generan esos procesos.
El río Mulato nace en las mismas lomas. Si se sube por la vereda
de San Antonio y se sigue de Campucana para arriba, se termina
observando una sola loma bifurcada. Si se continúa hacia la parte
más alta, donde quedan las veredas Chontayaco y Las Palmeras, se
evidencia que se trata de una sola loma grande que reparte las que-
bradas por esas estribaciones.
La quebrada San Antonio es el antiguo cauce de la quebrada La
Taruca, que en esas condiciones le tributaría al río Mocoa. Pero la
quebrada desvió su cauce y ahora le está tributando al río Sangoyaco.
La quebrada La Taruquita, la otra fuente de agua para el acueducto
comunitario de Barrios Unidos, le tributa a La Taruca en la vereda

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

San Antonio. La quebrada Conejo le tributa al río Mocoa en la vereda


Campucana. El río Mulato le tributa al gran río Mocoa y este último
le tributa al río Caquetá en la inspección de policía de Puerto Limón,
de Mocoa, en un sitio geográfico llamado La Honda.
La parte donde nace la quebrada El Conejo, fuente de agua de la
bocatoma del acueducto comunitario de Barrios Unidos, no está tan inter-
venida por la mano del hombre. La mayor parte son montañas primarias.
La quebrada Sangoyaco es independiente de la quebrada La Taru-
ca, que desemboca en el Sangoyaco, como se acaba de anotar, pero las
aguas se unen entre el barrio Jordancito, el San Fernando y el sur del
barrio San Miguel. El Sangoyaco, en su nacimiento, recibe el nombre de
La Cristalina y solo más abajo adquiere el suyo propio. Ninguno de los
elementos aquí reseñados se encuentra en la literatura investigativa, ni
siquiera en los documentos de Planes de desarrollo ni el plan de orde-
namiento territorial, una carencia que resulta fatal en casos de catástrofe.
El doctor Santiago Duque, de la Universidad Nacional, al ser
interrogado sobre el tema de acotamiento de la ronda hídrica del río
Mulato y lo que sucedió en Mocoa, se expresó en estos términos:
El proceso de la avenida fluviotorrencial, así se llama, que se generó
en los montes de la parte alta de Mocoa, tiene que ver con un proceso
natural de geomorfología en las estructuras del origen de estas montañas,
todas muy antiguas, porque estamos hablando de 170 millones de años,
en la época en que los dinosaurios conquistaron y estuvieron el planeta.
El territorio que tenemos hoy aquí era un territorio completamente
diferente. Era un territorio llano, no había montañas, porque la Cordi-
llera de los Andes no había aparecido. Solo hace unos 60 millones de
años. Todo esto es un proceso muy largo dentro de la escala geológica
que nosotros como humanos muchas veces no entendemos, porque
nosotros tenemos una percepción de vida de unas cuantas decenas de
años, a una escala muy pequeña.
Todas las quebradas nacen casi en el mismo sector del conjunto
de lomas que se tienen a la vista, y como se comunican integralmen-
te, adquieren una gran confluencia de carga hídrica. Cuando llueve
mucho, arrastran una carga que causa graves daños.
Este relato hecho por el profesor Duque es clave para el análisis.
No es difícil concluir que cada vez que haya una avalancha de cualquier
tamaño por las quebradas La Taruca y La Campucana, se presenta

63
Franco Armando Guerrero Albán

inevitablemente una avalancha general en todas las quebradas. Cuando


la quebrada La Taruca respira hondo, todas las quebradas se sacuden
y en todas hay desbordamiento.
Las avalanchas que irradian los ríos descritos van a ser amenazas
permanentes para la vida de Mocoa. La única manera de contralarlas
es con los dragados permanentes y con estudios técnicos muy minu-
ciosos, sin improvisaciones. Hay que levantar una gran cantidad de
muros en algunos tramos, elaborados científicamente y técnicamente
y en los puntos que las investigaciones definan de acuerdo con las
características de cada río y cada quebrada en las distintas zonas de su
recorrido. La misma alarma lanza el profesor Germán Vargas:
Perpendicularmente al río Mocoa, le caen tres corrientes importantes,
no como grandes ríos, sino por sus pendientes, que son quebradas
más que ríos. Son La Taruca, al norte de la población, que confluye
al Mocoa sobre la misma población. El Sangoyaco, que cae sobre su
parte central y el Mulato en su parte sur, tres fuentes hídricas muy
importantes. Cuando uno hace el análisis geomorfológico de la acti-
vidad de estas quebradas, uno evidencia que la quebrada La Taruca es
un cauce con un torrencial muy grande y que ha generado un abanico
torrencial sobre el 60% del área de la población, y así y todo, la mag-
nitud del evento no ha sido tan grande como para completar toda su
mayor capacidad o magnitud. La acción de las quebradas Sangoyaco
y Mulato es igualmente devastadora, porque la cuenca alta de estos
dos ríos está muy cerca de la población y la pendiente entre sitio y la
población es muy corta. En resumen, la distancia es muy corta y la
pendiente es muy fuerte.
Aunque el profesor Vargas afirma que la magnitud del evento no
fue grande en relación con el potencial de arrastre que puede cobrar
el abanico torrencial de la quebrada La Taruca, lo cierto es que fue de
mucha violencia, analizados los datos en un acumulado histórico de
concentración de material de arrastre. Si se salvó más de la mitad de
Mocoa, todo el occidente de la ciudad, fue debido a los cuatro rebotes
o desviaciones que tuvo La Taruca en su precipitación hacia la vereda
Guaduales sobre la variante Mocoa-San francisco y posteriormente
hacia la Avenida Colombia sobre la vía de la salida de Mocoa hacia
Pitalito. Este hecho le disminuyó la fuerza de torrencial y violencia al
canal de La Taruca.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

No se quiere con lo anterior desconocer el peligro latente que repre-


senta La Taruca y mucho más si le siguen haciendo afectaciones sísmicas
a las montañas donde nacen todos estos ríos. Las afectaciones naturales
se disparan por estos actos irresponsables de compañías empeñadas en
buscar petróleo y otros materiales preciosos en lugares donde ello no
es posible por las consecuencias devastadoras contra la sociedad, como
acaba de palparse en Mocoa. El capital trasnacional no puede continuar
destruyendo el territorio. Varias personas de la zona han coincidido en
denunciar que comenzaron a verse las manchas de derrumbe en esas
montañas desde cuando la compañía minera Anglo Gold Ashanti y
otras multinacionales que llegaron camufladas a la región empezaron
a hacer estudios en la cordillera y a tomar muestras taladrando a cierta
profundidad. Ese puede haber sido el motor que acabó aflojando buena
parte de la tierra. ¿Cómo es que una quebrada como La Taruca llegó a
mover tantos metros cúbicos de piedra y de un tamaño tan gigantesco?
El tipo de vegetación que describen los campesinos de la zona
comprende bosques primarios, protectores, por ser el macizo cor-
dillerano una zona de protección natural. En maderables, según el
bosque, se encuentra sangretoro y amarillo. Por La Taruca hay toda
clase de madera y rastrojo pero en terreno muy quebrado, con in-
mensos derrumbes.
En general, buena parte de las especies vegetales soportaron la
avalancha, aunque también otras muchas fueron arrasadas por la furia
de la corriente. Entre las especies más resistentes, se pueden apreciar
los carboneros o chiparos, los guarangos, el granadillo y los cachimbos,
en bosques que se extienden alrededor de las fuentes hídricas desde
la vereda San Antonio hasta la desembocadura del río Sangoyaco y
continúan de manera significativa sobre el río Mocoa. Son especies
propias de los bosques protectores o bosques de galería de protección
que suele haber en la región andina sobre la ribera de los ríos. Estas
especies vegetales son las más recomendables para el establecimien-
to de bosques plantados que cumplan la función de protección de
cuencas hidrográficas. Sus raíces tienen buena capacidad de anclaje,
se ramifican a corta altura, la mayoría son de rápido crecimiento, se
adaptan muy fácilmente a terrenos cenagosos o de suelos aluviales y
prodigan sus semillas, todas aptas para la reproducción.

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Franco Armando Guerrero Albán

La avalancha afectó estas especies de forma selectiva dejando


relictos de bosques que se pueden apreciar entre el puente sobre el río
Sangoyaco y la Avenida Colombia. En muchas otras partes se aprecia
gran cantidad de bosques de galería destruidos casi en su totalidad.
En la parte sur del barrio San Miguel y aguas arriba, por la quebrada
La Taruca, se observa una sobreposición de material de arrastre, piedras
gigantescas y medianas, arena, tierra, madera, árboles, con un espesor
aproximado de tres o más metros. Debajo siguen sepultados gran cantidad
de personas, animales, enseres domiciliarios y buena parte de la arboleda.
Uno de los problemas crónicos en la zona y que sin duda con-
tribuyó a agravar la tragedia es la tala de los bosques. Como corres-
ponsables de la política ambiental, Corpoamazonia, el municipio y la
gobernación, junto con el Gobierno nacional, debe resolver cuanto
antes y de manera apremiante la reforestación, invirtiendo los recursos
que sean necesarios y tomando decisiones, eso sí, por consenso, sin
atropellar y respetando los derechos de la ciudadanía.
Porque el campesino tiene que trabajar para sostener a su familia. El
campesino tala para hacer casas, para vender madera y obtener ingresos,
hace potreros y, si puede, alimenta con el forraje novillos. Así sostiene
a su familia. Resulta un absurdo decir que se cuida el medio ambiente
si al mismo tiempo se priva a esas familias campesinas de toda fuente
de sustento. O las autoridades le compran al campesino los bosques
que ha estado interviniendo para su actividad económica y lo ayuda a
instalarse en otras partes, o le pagan para cuidar esas montañas y las
riquezas ambientales, para que no se haga daño a las montañas y a los
nacederos de los ríos.
Las que viven alrededor son familias que han luchado al lado de
la naturaleza más agreste por décadas y generaciones. Deberían ser
reubicadas con todos sus derechos a una vida digna, pero, por lo visto,
no se observa que el Estado lo quiera hacer.
Fue allí, en esas zonas altas de montaña donde nacen los ríos
y quebradas y abajo, en el valle interandino, donde se organizó la
sociedad de Mocoa, tanto en las veredas como en la zona urbana.
Las anteriores avalanchas estructuraron el terreno y Mocoa se erigió
sobre el mismo material caído en las crecientes. La ciudad de Mocoa
está construida sobre esos materiales antiguos.

66
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Cuando se entra en la ciudad por cualquiera de sus vías, desde


Pasto o desde Villagarzón o desde Pitalito, se encuentra la Serranía del
Churumbelo, que sirve de defensa a la ciudad. Si esa cadena de mon-
tañas no estuviera ahí, ya la capital del Putumayo estaría desaparecida
hace décadas. Entonces ese cerro direcciona al gran río Mocoa y lo
manda hacia la margen oriental, en la vertiente opuesta al pueblo de
Mocoa, asentado sobre la parte occidental. Los ríos son importantes
para los pueblos y sus gentes, ni se diga, pero aquí hay parte de la
población que está ocupando el lecho mayor del río.
Los mocoanos nos hemos metido sobre el lecho mayor y sobre la
llanura de inundación, que es la zona de amortiguamiento, donde hay
muchas ciénagas. Estamos entonces metidos dentro del río y estamos
interviniendo ese sistema natural. Cada río se comporta de manera
distinta y nosotros debemos conocer la dinámica de los elementos
naturales, un tema claro en la academia, que no es ningún misterio,
pero que en este caso se desconoce.
Las catástrofes ocurridas en Armero, Salgar y Armenia, donde
mucho más del 70% de la población se encontraba en zona de riesgo,
deben llevarnos a los mocoanos a adoptar medidas urgentes.
Cualquier población que esté asentada entre un cañón o al borde
de una quebrada torrentosa o en el piedemonte, a la salida de un río,
está expuesta a toda clase de peligros, principalmente deslizamientos
de grado uno o mayores. La probabilidad de ocurrencia de otro evento
de magnitud mayor al ocurrido en ese abril nefasto puede ser muy
grande en Mocoa.
Por los días de la avalancha en Mocoa, hubo también deslizamien-
tos en el Morro Sancancio de Manizales, como desbordamientos del
Nechí, el Cauca, el Magdalena, en varias regiones del país. No hay
políticas públicas ni estrategia. Todo es improvisado. El asunto es
que esta clase de eventos se torna más recurrente y más fuerte cada
vez, por el cambio climático, que actúa como detonante. Los eventos
catastróficos pueden darse en una cuenca, en una vereda, en la ciudad
misma. Estamos pasando de inundaciones torrenciales a sequías no
menos dañinas, asociados ambos fenómenos a procesos extremos de
calentamiento y enfriamiento de las aguas del Océano Pacífico, que
ocasionan lluvias durante La Niña y sequias durante El Niño.

67
Franco Armando Guerrero Albán

Por la topografía de Mocoa, la edad de las montañas, las caracte-


rísticas ambientales y de lluvia, los ríos que rondan a la ciudad suelen
ser torrenciales y ante eventos atípicos, como el diluvio ocurrido la
noche del viernes 31 de marzo y el 1° de abril, cobran características
violentas. Las aguas ganan en velocidad con caudales capaces de
arrastrar material grande y pesado. El Decreto 599 lo describía así:
En relación con las lluvias que cayeron el día de la tragedia en Mocoa,
se pudo advertir que entre las 7 a.m. del día 31 de marzo de 2017 y las
7 a.m. del 1° de abril de 2017, período que se constituye como el día
pluviométrico del 31 de marzo, el volumen excepcional de precipitación
fue de 129 mm en total, constituyéndose en un valor alto e importante
dentro de la serie, por ser uno de los más altos en una serie de 30 años,
destacando el citado informe, que el 83% de la lluvia del día pluvio-
métrico del 31 de marzo de 2017, esto es, 106 mm, se presentó sólo
en 3 horas (entre 10 p.m. y 1 a.m.), constituyéndose como un evento
extraordinario. El decreto hace referencia al informe presentado por
el Ideam el 4 de abril.
Predecir el momento en que puede ocurrir una avalancha o un
evento de grandes proporciones es tarea de las autoridades, que en
este caso fallaron de manera ostensible y grave. Se debe resaltar, sin
embargo, que la ciudad estaba advertida mediante estudios de espe-
cialistas y mesas de trabajo institucional y comunitario, como alertada
también por los propios campesinos y ciudadanos sabedores y por
la misma historia de otros eventos parecidos. De haberlos tenido
en cuenta, el ejecutivo municipal habría lanzado oportunamente la
orden de evacuación.
Los campesinos sabedores de la vereda de San Antonio y otros
experimentados líderes comunales han estado visitando las zonas
afectadas después de los acontecimientos del 31 de marzo y 1° de
abril. Han recorrido las montañas donde nacen las quebradas La Ta-
ruca, El Conejo y El Mulato, principalmente, y han concluido que se
encuentran fracturadas. Hay socavamiento de los ríos y mucho material
de piedra, árboles destrozados y barro sobre los cauces y lechos. Hay
tanto sedimentos pesados acumulados que, si sobrevienen lluvias
como la de los acontecimientos anteriores, no es raro que se volviera
a presentar una réplica de la tragedia, tal vez con secuelas todavía
más graves. Los ríos aún están buscando su nivel de base y eso puede

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

durar un tiempo considerable. De modo que el Gobierno tiene que


trabajar duro y con los pies en la tierra, sin falsas ilusiones. El 15 de
abril, el ministro de Ambiente dio por los medios de comunicaciones
el siguiente parte sobre el estado de las cuencas hídricas en Mocoa:
Hay una muy buena tarea de la Defensa Civil, del Ideam, de todo el
equipo que trabaja las alertas tempranas, las fuerzas militares y de policía
y se tuvo monitoreado los doce puntos que tenemos en la zona de la
cuenca baja de la zona urbana de Mocoa y los ocho puntos de la cuenca
alta para un total de 20 puntos. El dispositivo que se tuvo funcionó muy
bien. Los puntos críticos en los cuales se han hecho obras hidráulicas
permitieron contener el aumento del nivel de los ríos Sangoyaco, Mulato
y Taruca y Taruquita.
Esta declaración deja algunas preocupaciones. Sobre el terreno
mismo, el investigador del Putumayo, Yimi Calvache, anotó el 16 de
abril en un whatsapp difundido por Al Día Noticia:
Deberían preguntarle al Ministro ¿por qué el Ideam dio registro de lluvias
de la Estación Acueducto de Mocoa (129,3 mm) y no de la Estación
Campucana, que sería el referente espacial más adecuado para medir
el fenómeno y así generar modelos más adecuados para las propuestas
de manejo de los torrentes?
No parece estar bien orientado el Gobierno nacional en lo que
debe hacerse, empezando porque las obras que se realizan con la
maquinaria sobre los terrenos afectados no están dirigidas por espe-
cialistas, ni hay un trabajo de topografía que garantice técnicamente
la recuperación de las quebradas y fuentes de agua. Son reiteradas las
quejas al respecto de los campesinos, líderes comunitarios y técnicos.
Es importante compartir en este capítulo dos eventos históricos
que expresan la furia de las montañas y los ríos. Los testimonios
fueron recogidos en los muchos trabajos de campo que se realizaron
con organizaciones de campesinos y comunales.
El señor Mario Cuesvas, que vive en la punta de la vereda
Campucana, les contó a algunos miembros de la acción comunal de
la vereda un interesante episodio desconocido por los mocoanos.
Recordó que en 1962, en las orillas de las quebradas se veían todavía
montones de peces y en los potreros pastaba el ganado. A él le tocó
presenciar y padecer la avalancha de la quebrada Campucana y repite

69
Franco Armando Guerrero Albán

lo que tanto se ha escuchado en estos días: cuando se enfurece la


quebrada la Taruca, se envalentonan las quebradas El Conejo, La
Taruquita y La Campucana.
Cuesvas anota que La Campucana y La Taruca nacen muy cerca
la una de la otra y luego se van ramificando. Arriba son meros hilos,
pero se van nutriendo de otros arroyos, fuentes de agua y escorrentías.
Cuesvas relata que la avalancha de 1962 ocurrió de día. Él había estado
laboreando como de costumbre al otro lado de La Campucana y vio
que empezaba a caer una lloviznita de nada. Ya camino a su casa, él se
limitó a cortar una hoja grande y cuando el pasó el puente, la quebrada
estaba clara y el volumen de agua muy normal. Desde su casa vigilaba
el cauce sin que durante un largo rato se notara nada anormal. Y fue
entonces cuando sí reparó en que el agua comenzaba a enturbiarse
y a sentir arriba en la montaña el bramido característico. Le extrañó
que no lloviera mucho, porque el rugido sí era estremecedor. Se dio
cuenta de que la avalancha era cosa de minutos. Y así fue. Lo que pasó
frente a su casa fue una torrentera impresionante.
Las arroyadas ese día fueron tres. Ya el cielo se puso negro y se
desgajó un temporal. Pasados siete minutos de la primera avalancha,
se vino la segunda, gigantesca y brutal. Y después, como a los diez
minutos, la tercera y última avalancha. “Yo me decía, de dónde sale
tanta piedra, pequeñas, medianas y gigantes. Era como una excavadora
las estuviera sacando allá arriba en la cumbre”.
Una semana después, Cuesvas cogió camino y se subió hasta el
nacedero. Dice que no vio nada raro, ni siquiera conglomerados. Era
como si no hubiera pasado nada. Las mismas quebraditas inocentes,
de las que uno jamás pensaría que fueran a hacer daño alguno.
Pero sí lo hicieron. La Campucana se llevó varios puentes y, en
otras fechas, la quebrada El Conejo arrasó con la bocatoma del acue-
ducto comunitario de Barrios Unidos, y después, en el año 2014, fue
el último acontecimiento antes de la avalancha.
La última avalancha sucedió el 25 de octubre de 2014. El grueso
de la población mocoana, con excepción de quienes se quedaron en
sus casas quizá sintiéndose seguros, se había aglomerado en distin-
tos lugares. En el centro de la ciudad había un hervidero de gente
preguntando por los ríos y sobre derrumbes y muertos y desastres.

70
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Los rumores corrían y los más asustados especulaban incluso


sobre muertos. Todo a la postre, por fortuna, no fueron más que
infundios. En realidad, unos miles de personas se encontraban en
la parte alta del barrio Las Américas y otros miles en el Instituto
Tecnológico del Putumayo, la universidad de los putumayenses.
Posteriormente, después de largas horas de zozobra, todos a una
fueron regresando a sus hogares.
Sí hubo avalancha. Pasó lo de siempre. Cuando La Taruca se
enfurece, se enfurecen por inercia sus hermanas, las quebradas El Co-
nejo, La Campucana y El Mulato, que nacen contiguas en la montaña.
Como se evidenció al siguiente día, la quebrada La Taruca sí arrastro
material rocoso, piedra y árboles, aunque sólo hasta una parte cercana
a la vereda San Antonio, un material que se mantuvo acumulado allí
y que fue el que años después se arrojó contra Mocoa impulsado por
otra de las avalanchas, esta vez sí con centenares de víctimas.
La del año 2014 sí dejó algunos daños. La quebrada El Conejo,
fuente de agua del acueducto comunitario de Barrios Unidos, que
entrega agua limpia a diez barrios y dos veredas de Mocoa, volvió a
destruir la bocatoma y la extensión de tubería hacia el desarenador y
dejó empedrado un enorme playón, arrinconando el cauce hacia un
extremo de la peña. Y la quebrada La Campucana destruyó algunos
puentes y afectó bienes de algunas familias de la vereda La Campucana.
Observa el profesor Germán Vargas Cuervo, de la Universidad
Nacional:
Intentando hacer un seguimiento histórico, hemos estado mirando los
videos que hay sobre las zonas de las quebradas. Son ríos de piedra,
más que de agua, con el cauce repleto de grandes bloques angulares.
Cuando un bloque se ve redondeado, es que ha sido muy trabajado
por la corriente, en un proceso natural. Pero cuando se ven bloques
muy angulares en el lecho, con múltiples aristas, eso quiere decir que
no han sufrido esos largos procesos. No han tenido la capacidad de
redondearse, porque la trayectoria del transporte ha sido muy corta y
los depósitos muy rápidos, como producto de eventos catastróficos.
Entonces, Mocoa ha estado recibiendo desde hace muchos años los
depósitos de los materiales que están en esas tres quebradas. Si se revisa
la historia, ha habido eventos en 1947, 1957, 1961, 1964, 1971, 1972,
1975, 1987, 1988, 2014 y 2017. Se vuelve necesario entonces conocer

71
Franco Armando Guerrero Albán

a fondo la historia de la región para poder tomar la mejor decisión en


el dilema al que estanos enfrentados y que debe ser resuelto a la mayor
brevedad: si la población debe reconstruirse en el mismo sitio o debe
evaluarse otro sitio que reúna unas condiciones más seguras.
Hay un consenso entre la gente que conoce a fondo los ríos y las
montañas, y es que Mocoa habría desaparecido del todo como ciudad,
como territorio, como municipio, como capital de departamento de
Putumayo, si la quebrada La Taruca se hubiera venido derecho por su
propio canal, por el que tiene construido normalmente, entrando por
el barrio Los Pinos. Y de ahí en adelante, todo habría sido destrucción
y muerte, arrasando la cárcel del Inpec, el barrio Villa Caimarón, el
Esmeralda, el San Fernando, Los Prados y el barrio Huasipanga. Al
bajar por la Avenida San Francisco, habría destruido El Progreso y
parte de los barrios Obrero I y II y el Hospital JMH. De allí habría
pasado a la Avenida Colombia y arrasado al barrio Olímpico, al Colegio
Pío XII, la plaza de mercado, el mal llamado terminal de transporte,
los barrios La Independencia, Rumipamba y El Jardín, entre otros.
Entonces ¿qué fue lo que pasó? Que La Taruca dio varios rebotes
y se dividió en brazos y desviaciones, el más importante, el que bajó
por la vereda San Antonio en su parte media, donde, diagonal a la
finca de Las Caballerizas, alimentó varios riachuelos, quebradas, alcan-
tarillas y nacederos sobre la vereda Los Guaduales y más abajo sobre
la Avenida Colombia, hasta desbordarse en ese punto y convertirse
en un gran torrencial.

La ronda del río


En los temas de seguridad ambiental y prevención de catástro-
fes, el Estado debe ir por delante que las organizaciones o gremios
privados, dice el doctor Santiago Duque, de la Universidad Nacional:
Yo recuerdo que desde los años setenta que se empezó hablar de ronda
hídrica en el Código de Recursos Naturales con una fórmula muy ele-
mental pero válida. Se decía sencillamente que todos los ríos, arroyos
y cañadas del país se debían proteger con bosques de protección y
coberturas vegetales 30 metros a lado y lado. La norma, como suele
ocurrir en Colombia, se quedó en veremos.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

La Ley 1523 de 2012 adoptó la política nacional de gestión del


riesgo de desastres y el artículo 31 estableció el Sistema Nacional de
Gestión del Riesgo de Desastres, en cabeza de las corporaciones au-
tónomas. El Decreto 1640 de 2014 desarrolló la ordenación y manejo
de los acuíferos y cuencas hidrográficas y encargó a las corporaciones
autónomas delimitar, acotar y definir la ronda de los ríos.
El decreto fijó una premisa muy particular y es que el Ministerio
de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible era el que debía dar la
guía metodológica. Estamos en 2017 y la guía no ha salido. Al decir
de Santiago Duque, sigue habiendo un retraso significativo en el
nivel central para tomar decisiones frente a un área importante y de
tantas repercusiones, sobre todo para la población de bajos recursos,
usualmente la que debe acogerse por necesidad a las zonas de riesgo.
En este esquema, el río Mulato es muy importante. Fue uno de
los que generaron los demás sistemas fluviales de la otra parte, el
abanico fluvial de las quebradas Sangoyaco, La Taruca, La Taruquita
y El Conejo. Hay que estudiar técnicamente cuál debe ser entonces
el área contigua que toca respetar, porque todos los ríos de la zona
ecuatorial cumplen períodos de niveles altos y niveles bajos de agua
en forma natural, un fenómeno que no puede desconocerse. Han de
construirse áreas aferentes para manejar esos procesos de elevación
de los caudales en los ríos.
Agrega el doctor Santiago Duque:
Al río hay que darle lo que le corresponde y tenemos que aprender a
respetarlo y a vivir con él pero sabiendo cómo es. La vieja norma hablaba
de 30 metros a lado y lado, pero cada río e incluso cada sector de río
demanda una diferente. Una distinta el río Mulato, otra el río Mocoa,
desde luego más grande, y otra el río Putumayo, esta sí mucho mayor.
El río Putumayo está recuperando su ronda en la parte alta, donde está
Puerto Asís, una ciudad, al igual que Mocoa, construido en el terreno
privativo del río. Y un río como el Putumayo no respeta pinta. Siempre
va a reclamar lo suyo, muchas veces con gritos airados. Todo río tiende
a recuperar sus cauces originales. Los ríos sí tienen memoria. Nosotros
los humanos, en cambio, solemos perderla muy rápidamente.
Desde hace mucho tiempo, denuncia el doctor Duque, hemos
deforestado las rondas hídricas y las aledañas a los asentamientos

73
Franco Armando Guerrero Albán

humanos y, en consecuencia, se hace urgente restaurarlas y proteger


muy especialmente los suelos con pendientes mayores al 100%. Suele
escucharse a los ambientalistas acusando a la ganadería y los cultivos de
uso ilícito como actividades económicas responsables de la pérdida de
vegetación, la única que sirve para contener las aguas y darles firmeza
a los suelos. A lo anterior se suma la inoperancia de la nación en el
departamento del Putumayo, al parecer todavía visto desde Bogotá
con aquel término tan peyorativo de “territorio nacional”, que lo de-
jaba al margen de toda iniciativa de progreso. Las instituciones en los
distintos niveles se mantienen descoordinadas y no ha sido posible un
mínimo manejo gerencial. La mayoría de las veces las solicitudes de
la gestión pública en la región se extravían en la burocracia nacional.
Urge fortalecer la comunicación entre los funcionarios responsables
del tema, sabedores de la región y la academia, que es donde se sis-
tematiza el conocimiento.
En resumen, la ley debe dejarles a los ríos mayores por lo menos
60 metros a lado y lado. Lógico, a las quebradas menos longitud, pero
siempre con zonas ecológicas, muy arborizadas. La vía para satisfacer
el derecho de la gente a una vivienda digna no es dejarla que, obligada
por la pobreza, se asiente con tugurios sobre las orillas, sobre la playa
e incluso sobre el lecho del río. Hoy en día las autoridades las más de
las veces no se restringen para dar licencias de construcción y legalizar
barrios. Y una vez hecho el daño, ni siquiera toman medidas para mi-
tigar los riesgos y proteger con obras de ingeniería a esos ciudadanos
de menores recursos ante avalanchas o crecientes, o desmoronamiento
de montañas y laderas.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Deforestación intensiva del Putumayo.

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Franco Armando Guerrero Albán

Foto Noticias Caracol. Deforestación en montaña donde se originó la avalancha de Mocoa.

Rescate de personas en el río Mocoa.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo V
El Estado paga por la omisión
institucional

E
n el capítulo “Las montañas y la furia de los ríos” se
analizaron varios hechos históricos, relevantes todos,
como anuncios de la tragedia. Ya con ellos las autoridades
responsables del orden nacional, territorial y municipal
que manejan los temas ambientales y la prevención de los riesgos,
tenían experiencia sobre lo que podría acontecer. Bastaba adelantar
las investigaciones del caso con equipos interdisciplinarios y con las
propias comunidades, colocar recursos y trazar políticas públicas, para
materializar en verdades y realidades las medidas que permitirían salvar
las vidas de los moradores y las energías de la naturaleza.
Después la avalancha ocurrida el 25 de octubre de 2014 en Mocoa,
el Comité Municipal de la Gestión del Riesgo hizo al día siguiente
varias reuniones con todos los miembros de las entidades de socorro
y con funcionarios de la gobernación y la alcaldía. Se tomaron las me-
didas, se hicieron recorridos por los ríos, se hicieron más reuniones,
se habló de contratación de proyectos para mitigar, prevenir, hacer de
todo. Lo cierto es que el acueducto comunitario de Barrios Unidos
siguió funcionando con una bocatoma construida artesanalmente,
que se destruye y se reconstruye intermitentemente. Pero los entes
territoriales dejaron de lado su deber legal de emprender estudios de
fondo para poder trazar científicamente, porque la naturaleza obedece
a leyes, las medidas preventivas que, de haberse materializado en la

77
Franco Armando Guerrero Albán

práctica, habrían hecho que los sucesos del 31 de marzo y 1° de abril


no hubieran sido tan devastadores y terribles.
La gente tiene recuerdos muy precisos de cada avalancha. En
la del 12 de junio de 1941, acaecida a las siete de la noche, salieron
corriendo muchas familias que vivían en el barrio 17 de Julio, hacia lo
que hoy se llama el Parque de las Guitarras, en pleno centro de Mocoa.
Familiares del señor Guillermo Fajardo, que aún viven en ese barrio,
dijeron, al ver venir la torrentera: “Llegó el mar a Mocoa”. Y así era,
porque el río Mocoa venía con unas olas grandísimas.
Es como si la historia estuviera dando vueltas y vueltas en torno
al mismo sitio, porque todas estas situaciones ya habían ocurrido, y
existen por lo menos una decena de eventos que han dejado la huella
del desastre y con las mismas causas. Y las autoridades lo sabían y aun
así, permitieron que las personas se volvieran a asentar. Las gentes en
condiciones de pobreza extrema, muchas de ellas desplazadas por la
violencia, no tenían otra salida que invadir las áreas de riesgo, aun a
costa de su vida, porque se sabía que iban a ocurrir nuevas tragedias.
El Estado, en suma, no les garantizó mejores condiciones para la
reubicación.
Cada comunidad, sobre todo sus líderes, campesinos bien infor-
mados, saben de la situación de los ríos y quebradas y dónde hay repre-
samientos. Una autoridad responsable les habría estado consultando
seguramente, sin dudar, sobre las medidas más aconsejables. No fue
así. Las oficinas del Gobierno nacional, departamental y municipal,
en el sector de la de Gestión del Riesgo, no fueron capaces de tomar
medidas preventivas ni de hacer recorridos permanentes hablando
con la gente ni de formular estudios para después hacer proyectos
que hubieran prevenido o al menos mitigado en forma oportuna los
desbordamientos y atenuado los impactos, para que los desastres y la
destrucción, los muertos y las personas desaparecidas y heridas no se
hubieran presentado, tal y como sucedió en la noche y la madrugada
aciaga. Al contrario, de una manera simplona, el alcalde de Mocoa,
José Castro, declaró el 3 de abril por Caracol Radio 6:00 AM Hoy por
Hoy: “Incluso si hubiéramos colocado una muralla china, no habría-
mos detenido esta creciente”. Las gentes lo escucharon con el dolor
en el alma. ¿Una muralla china? No, habría bastado estar alertas y

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

haber dado la alarma a tiempo. Qué tal esa en la primera autoridad de


Mocoa, qué tal esa moral para el pueblo. Mejor habría sido limitarse
a cumplir sus obligaciones de prevenir el riesgo.
Hacía años que estudios de profesionales de Mocoa como Jimmy
Calvache y el informe de prevención y riegos entregado por el finado
director de la Defensa Civil advertían de una inminente tragedia en
Mocoa si no se tomaban medidas apremiantes. Siempre se había venido
hablando de la deforestación, una variable entre las muchas que se
consideran en la prevención del desastre. Se denunciaba que el Plan
Básico de Ordenamiento Territorial (PBOT), estaba completamente
desactualizado, a tal punto que era casi inexistente lo que había en el
campo de la prevención. Tampoco las entidades del Estado, en todos
los niveles, se preocuparon por investigar y tener previsto lo que ha-
bía que hacer si todos estos ríos que abrazan a Mocoa por todos sus
costados se salían de madre. Debieron de haber planificado, primero
haciendo los estudios de las montañas y los ríos, como una simple
obligación de política pública para prevenir desastres. Había que
aplicar, pero con criterios democráticos y consultándole a la gente, la
Ley 1523 de 2012 de gestión del riesgo de desastres, para reubicarla
en sitios seguros.
El senador Jorge Enrique Robledo, al reflexionar sobre esta y
sobre la tragedia de Manizales en alguno de sus debates públicos en
el Congreso de la República, hizo un planteamiento muy objetivo.
Dijo Robledo: “Más que desastres naturales lo que hay son desastres
sociales y económicos de un ‘desarrollo’ que causa los problemas, pero
no los soluciona”. Y claro, lo de Mocoa no es un desastre natural. El
Gobierno nacional y los entes territoriales estaban advertidos de que
en esos barrios situados en zonas de riesgo no se debieron dar licencias
de construcción, ni gestar un proceso de desarrollo y equipamiento
urbano. Estaba claro desde antes que había que adquirir hectáreas de
tierras para solucionar el déficit habitacional y atender a las familias
víctimas de la violencia que llegaban a refugiarse en masa a la capital del
departamento. Y era también responsabilidad del Gobierno nacional,
el departamental y municipal contribuir a una solución de urgencia.
De ahí que a todos les caben responsabilidades por omisión de sus
deberes constitucionales.

79
Franco Armando Guerrero Albán

Muchas veces las catástrofes son un producto de la acción


humana. Cientos de miles de compatriotas, sumidos en la pobreza,
sin recursos para atender las necesidades mínimas de subsistencia,
sin derechos sociales ni económicos y pidiendo a gritos trabajo para
poder vivir en condiciones dignas, se ven obligados a diario a actuar
en contra de la naturaleza misma ubicándose en zonas peligrosas
de laderas y montañas y hasta en el mismo río, cortando árboles
para su aprovechamiento porque carecen de servicios. En tan ex-
tremas condiciones, no se les puede exigir desde un escritorio en
Bogotá que se conviertan en protectores del sistema ambiental. Y
de encima, como si ya no fuera suficiente, está la violencia de ambos
bandos, que compiten en barbarie y salvajismo. Mocoa es la ciudad
más llena de desplazados de todos los municipios de Putumayo,
familias enteras que solo llegan con algo de ropa en un atado y que
levantan un cambuche al lado de las quebradas y aun sobre ellas
mismas. ¿Qué planeación urbana puede haber en tales condiciones?
Pero no faltan los tramitadores que les consiguen a esas familias su
licencia de construcción, firmada por las autoridades con todos los
sellos del caso.
Tampoco hay controles sobre las compañías mineras que in-
tervienen las cuencas altas de las montañas y los ríos, las empresas
areneras dedicadas a la venta de arena, piedra y demás materiales de
construcción, y a tumbar bosques, afectar resguardos y comunidades
campesinas organizadas y a dañar las reservas naturales. El Invias
otorga concesiones a los particulares para que tiendan carreteras sin
el consentimiento de la mayoría de las comunidades que se oponen
muchas veces a ellas en audiencias públicas, no porque se opongan al
progreso, sino por considerarlas inconvenientes y antitécnicas. Aun
así, se pasa por encima de la gente. Es el caso de la circunvalar pro-
yectada para la zona de la Serranía del Churumbelo, que va a ser otro
desastre ambiental al afectar una zona de amortiguamiento ambiental
y equilibrio climático.
Y aquí surge sin atenuantes otra de las causas del problema. Se
proyecta construir una carretera antitécnica y que va a causar pro-
fundos daños solo para cumplir objetivos del interés trasnacional,
en este caso concreto, el de las minas de cobre y molibdeno que se

80
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

explotarían a cielo abierto a más de mil metros sobre el nivel del mar.
Se gobierna un municipio con más de 450 años de fundado, con ex-
clusión, marginalidad y pobreza, sin conocer cuáles son sus defensas
naturales. Predomina en Colombia un modelo económico al servicio
del capital foráneo, un modelo que, como está demostrado, no le sir-
ve al progreso y al desarrollo sostenible del país. Las consecuencias,
como siempre, las pagan los más pobres.
Hay consenso sobre las medidas más urgentes que deben
adoptarse. En las épocas de verano se deben descolmatar los ríos y
quebradas para mejorar los cauces. Hay que sacar el material y hacer
excavaciones para ampliar los cauces, de tal modo que los ríos y que-
bradas se muevan dentro de sus marcos propios de trasformación y
cambio y las aguas con su arrastre tengan por donde correr. Este tipo
de obras se debería haber hecho hace mucho tiempo para disminuir
los impactos de destrucción y muerte. Peor no se hicieron. Ahí está
la irresponsabilidad de las autoridades.
Por las condiciones de la topografía, una lluvia de apenas dos ho-
ras puede montar un represamiento y convertirse en una avalancha,
como tantas veces ha sucedido en el piedemonte de los ríos, no solo
aquí sino en todas partes. Es algo que saben los campesinos desde
niños por sus vivencias y las de sus padres. Lo han visto infinidad
de veces. Una avalancha no necesita incluso tener represamiento.
Un aguacero fuerte puede reventar parte de la montaña, pero si hay
represamiento y los ríos están colmatados, los impactos son mucho
mayores y hasta catastróficos. La torrentera lo termina arrastrando
todo y, a medida que baja por la pendiente, va cogiendo más y más
fuerza, máxime si encuentra a su paso gran cantidad de piedra y
árboles.
Otra medida elemental que urge adoptar cuanto antes: colocar
unas alarmas allí donde se conoce que se forman las avalanchas. ¿Quié-
nes las monitorearían de momento? Los campesinos, que saben de
estas cosas, y, desde luego, los técnicos, que también han aprendido de
muchas y dolorosas experiencias. Hay que colocar sirenas de alerta en
sitios estratégicos del recorrido de los ríos y quebradas, como también
en los barrios donde hay población localizada en zonas de riesgo para
poder evacuar a tiempo a zonas de encuentro seguro.

81
Franco Armando Guerrero Albán

Como complemento, hay que estar haciendo simulacros perma-


nentes y que valgan la pena, para enseñarle a la gente cómo hay que
evacuar.
Todo se resume en una palabra: hay que invertir recursos.
¿Habrá que recordarles a las autoridades lo que pasó el 31 de
marzo y el 1° de abril? Llovió y llovió, todo el mundo sumido en la
zozobra, pero nadie en las instituciones del Estado dio instrucciones
a tiempo por ninguna red social ni por ningún tipo de tecnología
de la información. No se ordenó a las ambulancias pasar por los
barrios alertando a la evacuación. No se tenían estudios, y si los
había, mucho más grave la omisión. La institucionalidad debió ha-
ber ordenado la evacuación, sí, ordenado, al momento de iniciarse
la lluvia y mucho más al ver que se fortalecía, amenazando sobre
todo los barrios en las zonas de riesgo. No lo hicieron a tiempo ni
a destiempo. No hicieron nada. Permanecieron en silencio en los
momentos críticos, para al día siguiente salir a lamentarse y llamar
con urgencia a recoger a los muertos, y a pedirle ayuda al Gobier-
no nacional. Bogotá llegó al fin y, como no encontró preparada y
organizada a la autoridad local y departamental, simplemente tomó
el mando, relegándola.
La ayuda oficial contrastó de una manera tan dramática con la
terrible situación que se vivía, con pérdidas irreparables en todos
los aspectos, que el Gobierno nacional apenas declaró el 6 de abril
la situación de desastre en el municipio de Mocoa, departamento de
Putumayo, mediante Decreto de la Presidencia número 599. Pero
desde el 1°, en las primeras horas de la mañana, había estado la
población en situación de desastre extremo. Cinco días después, las
autoridades nacionales ni siquiera tenían cifras precisas sobre lo que
había ocurrido. Las que sustentaban el decreto estaban muy por debajo
de lo que las personas informadas dentro de la comunidad habían
recolectado. Después, el mismo 6 de abril, mediante Decreto 061, la
misma Presidencia declaró el estado de emergencia económica, social
y ecológica, tanto en el área urbana como en la rural, por el término
de treinta días.
Una salvedad. La gobernadora del Putumayo, Sorrel Aroca, sí
había declarado desde el 1° de abril la situación de calamidad pública

82
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

en el departamento del Putumayo por seis meses, mediante Decreto


número 0068. Lo sustentó así en su artículo 1°:
Declarar la situación de calamidad pública por el término de seis meses
de conformidad con la parte considerativa del presente acto, como
mecanismo que permita superar la situación de emergencia en la que
se encuentra el Departamento.
También el alcalde de Mocoa, mediante Decreto 056 del 1° de
abril, declaró la situación de calamidad pública por el término de seis
meses. Los dos mandatarios declararon la situación de calamidad
pública desde el mismo 1° de abril y el Gobierno nacional lo hace
apenas desde el 6 de abril de 2017.

Hay leyes de sobra, no medidas concretas


En el campo de la prevención de desastres y el cuidado del medio
ambiente, leyes es lo que sobra en el país. Se ha dicho que si se mirara
apenas el andamiaje legal, Colombia sería el país perfecto. Hay leyes
para todo, hasta para las actividades más insignificantes. Y en materia
ambiental, ahí está la Constitución de 1991, y ahí está la Ley 99 de
1993, o Ley General Ambiental, que creó el Ministerio del Ambiente,
reordenó el sector público encargado de la gestión y conservación
del medio ambiente y los recursos naturales renovables y organizó el
Sistema Nacional Ambiental (Sina).
La Ley 1523 de 2012 adoptó la política nacional de gestión del
riesgo de desastres y estableció el Sistema Nacional de Gestión del
Riesgo de Desastres. El artículo 1° y su parágrafo sustentaron las
responsabilidades del Estado central y de los entes territoriales,
así: “1. De la gestión del riesgo de desastres. La gestión del riesgo
de desastres, en adelante la gestión del riesgo, es un proceso social
orientado a la formulación, ejecución, seguimiento y evaluación de
políticas, estrategias, planes, programas, regulaciones, instrumentos,
medidas y acciones permanentes para el conocimiento y la reducción
del riesgo y para el manejo de desastre, con el propósito explícito
de contribuir a la seguridad, el bienestar, la calidad de vida de las
personas y al desarrollo sostenible”. El Parágrafo 1: “La gestión del
riesgo se constituye en una política de desarrollo indispensable para

83
Franco Armando Guerrero Albán

asegurar la sostenibilidad, la seguridad territorial, los derechos e in-


tereses colectivos, mejorar la calidad de vida de las poblaciones y las
comunidades en riesgo y, por lo tanto, está intrínsecamente asociada
con la planificación del desarrollo seguro, con la gestión ambiental
territorial sostenible, en todos los niveles de gobierno y la efectiva
participación de la población”.
Con todo y Constitución y leyes y parágrafos, el Gobierno
nacional, el municipal y el departamental, tanto los actuales como
los anteriores, hicieron caso omiso de las múltiples investigaciones
que advertían un desastre y urgían tomar medidas de prevención
sobre los ríos y montañas, estudios que debieron tomarse en serio
a la hora de adelantar los programas y proyectos. Nada de lo esta-
blecido en las leyes mencionadas arriba se cumplió en Mocoa por
parte del Estado.
No sin fundamento, algunas de las familias damnificadas están
pensando en recurrir a la rama judicial para exigir indemnizaciones
al Estado por fallas en el servicio y por vulneración de los derechos
fundamentales. Son las personas que perdieron sus familiares, sus ami-
gos, sus casas, sus patrimonios. Y que sean los jueces quienes decidan.
La ayuda humanitaria que proporcionan el gobierno y los par-
ticulares contribuyen a solventar los perjuicios de impacto inicial.
Se trata de ayudas elementales que no necesitan ser gestionadas con
abogados. Pero hay otras que sí hay que exigirlas en un trámite ante
los tribunales, para probar con suficientes y rotundos elementos que
el Estado pecó por omisión y no cumplió con los deberes estableci-
dos expresamente en la Constitución y en las leyes aprobadas para
prevenir los desastres.
Fue después de la avalancha, y no antes, cuando se empezaron a
hacerse los planteamientos sobre alertas tempranas. Dijo el alcalde el
lunes 10 de abril en el Concejo de Mocoa:
Se quiere hacer un convenio para que la Defensa Civil maneje las alertas
tempranas y otras disposiciones iniciales. Eso debe obedecer a un estudio
técnico, no de instalar por instalar.
Esas alertas tempranas deberían haber existido desde hace mu-
chos años y en forma permanente. Y los estudios técnicos hace rato
debieron adelantarse y estar actualizados, porque la ciudad siempre

84
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

ha vivido en permanente riesgo por su estructura misma y ubicación,


rodeada de ríos.
No menos perplejidad causó entre la comunidad la declaración
emitida el 9 de abril por la gobernadora del Putumayo para Cablenoticias
24 Horas. Dijo: “La tragedia no se podía prevenir”. Y agregó:
Lo que paso el 31 de marzo es un efecto del cambio climático, noso-
tros esperamos que los planes de Ordenamiento Territorial sean muy
articulados, que en esto nos apoyen técnicamente, porque el Ordena-
miento Territorial después del 31 de marzo cambió, esto era algo que no
esperábamos, estamos frente a un caso fortuito, frente a un hecho que
superó, incluso, los históricos de lluvia en el Departamento en Mocoa.
Muy extraño que la gobernadora se hubiera expresado como lo
hizo afirmando que era algo que nadie se esperaba, que había sido un
caso fortuito. Pero ella misma, en su Decreto Número 0068 del 1°
de abril, en el que declaraba la situación de calamidad pública no en
Mocoa sino en todo el Departamento de Putumayo, hacía referencia
a los factores de riesgo, todos conocidos y por lo tanto prevenibles.
Señalaba que:
El Municipio de Mocoa es un territorio con presencia de fuentes hídricas
que atraviesan la zona urbana y rural, que quedan adyacentes a viviendas
y predios y que además son visitados masivamente por la comunidad
como sitios de balneario, estas fuentes hídricas se caracterizan por ser en
ríos caudalosos con constantes y reiterativas crecientes súbitas ocasio-
nando inundaciones en cultivos y generando amenaza y riesgo inminente
para la comunidad adyacente, la infraestructura social e institucional.
Queda aquí en evidencia que sí reconocían las causas de los
problemas y se hacían advertencias sobre el peligro de los ríos, pero
que nunca se trabajó en planes de desarrollo e inversión para haber
tomado a tiempo las decisiones presupuestales y haber disminuido los
impactos. No faltaron por omisión en sus deberes apenas los últimos
alcaldes y gobernadores. No. Han sido fallas reiteradas en diferentes
momentos de la historia político-administrativo del Putumayo.
Se armó después una especie de rifirrafe de responsabilidades
entre la actual gobernadora y el anterior gobernador. Daban declara-
ciones a las emisoras, a los periódicos y a los telenoticieros, cada quien
salvando el pellejo propio por la omisión del Estado en el plano terri-

85
Franco Armando Guerrero Albán

torial. El anterior gobernador se justificó alegando que había hecho


los estudios respectivos, que estaban en manos de la mandataria que
lo había sustituido, La gobernadora aclaró que el contrato se suscribió
por un valor de $189.901.930 pesos, con un plazo de dos meses y
quince días, pero el informe entregado no cumplía con los estándares
requeridos ni el contratista había entregado el informe final:
Por lo tanto, en estos momentos no se ha entregado ese informe del
que se habla en los tiempos correspondientes al contrato y en estos
momentos la gobernación del departamento no ha recibido ese informe
final, tanto que hay una reserva presupuestal para pagar por $50.000.000
de pesos que hacen falta. No hay un acta de recibo final y además esto
no son unos estudios como lo manifestó el informe que se dio, sino que
es un preámbulo para iniciar estudios, se han hecho entregas parciales.
En la pelea legal y de medios, la gobernadora actual le tiraba la
pelota al señor Jimmy Díaz, el gobernador anterior del Putumayo.
En una entrevista, la gobernadora hizo alusión a un informe geo-
lógico que desde el 2015 advertía sobre la catástrofe y precisó: “Para
ese estudio no se destinaron $4.000 millones de pesos, sino únicamente
$200.584.000 pesos estipulados en el contrato”. Continuó con sus de-
claraciones y aprovechó para echarle una pulla a su contradictor: “En
primer lugar hay que hacer claridad en que la asignación de recursos
que destinó el gobernador anterior Jimmy Harold Díaz Burbano no
fue de $4.788 millones de pesos” y “el Convenio con Corpoamazonia
(la autoridad ambiental del Putumayo) del que se habla se realizó en
el 2014 y solo se realizó su desarrollo dos años y medio después”.
Sacando aparte los juicios de responsabilidades, que solo los
determinarán los hechos, lo importante en estos momentos es que
se tomen las decisiones justas que les sirva a los damnificados, a la
ciudad y al departamento. Así se espera de la Unidad de Riesgo, la
UNGRD, finalmente la instancia decisoria.
Las comunidades del Putumayo exigen, como siempre lo han
hecho, que se tomen medidas de prevención y que se hagan estudios
y proyectos, y, sobre todo, que sean aplicados con rigor y con pre-
supuesto suficiente. Solo así se podrán evitar en el futuro muertes
y destrucción de riqueza y patrimonio de la población pobre en la
ciudad de Mocoa.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Lo que se preguntan a esta altura los putumayenses es qué pasa


con la entidad rectora del medio ambiente en el Putumayo, la afamada
en otras épocas Corpoamazonia, con funciones en los departamentos
de Caquetá, Amazonas y Putumayo, y cuya sede principal es Mocoa.
Corpoamazonia es la entidad que puede hacer valer los derechos
ambientales que le señala la Constitución, pero al igual que el departa-
mento de Putumayo y el municipio de Mocoa, no tiene los argumentos
reflejados en programas y proyectos que hayan permitido tomar las
medidas a tiempo para que la avalancha en Mocoa no hubiera sido tan
demoledora. Se continúa la espera de la valoración de Corpoamazonia
sobre el informe que fue contratado para establecer si cumple con los
estándares para mitigar y prevenir emergencias.
La entrevista que hace el 4 de abril Darío Arismendi, director
de Caracol Noticias de la Mañana, al director de Corpoamazonia, Luis
Alexánder Mejía, se llama “Las advertencias de la tragedia en Mocoa”.
Cuando se le pregunta sobre responsabilidades, responde: “Las
competencias y el liderazgo nato está en cabeza de los alcaldes y go-
bernadores que son los que manejan y coordinan este tema”. Añade
que el papel de la corporaciones es de evaluación, de aporte y apoyo
técnico, de estudios: “Las licencias ambientales para el caso de cons-
trucción son inherentes a la entidad municipal”. Cómo es posible
que las corporaciones que ejercen “autoridad ambiental” como su
competencia fundamental se laven tan fácilmente las manos. Cuando
se trata de maltratar a un campesino, ahí sí son contundentes, pero
con copartidarios y altas autoridades administrativas se hacen los de la
oreja mocha, y cuando suceden hechos trágicos que los puede afectar
disciplinaria y penalmente, se echan la culpa los unos a los otros.
Pregunta Darío Arismendi:
Son tres gobernadores y 31 alcaldes. ¿Acaso Corpoamazonia había hecho
algún estudio diagnóstico de lo que podría llegar a pasar si se continuaba
con la deforestación que se ha venido produciendo en los últimos años?
Ustedes advirtieron el riesgo y el peligro de lo que pudiera pasar con
un invierno como el que ha estado soportando Mocoa.
Respondió el director de Corpoamazonia: Sí lo he hecho y no
sólo en una oportunidad, sino en varias oportunidades desde el año
2002 y el 2003”. En ese momento Arismendi le replica: “Usted no

87
Franco Armando Guerrero Albán

contesta la pregunta. No hay nada”. Y remata diciendo: “Si nos


quedamos únicamente en advertencias y no aportamos ningún plan
para ejecutar, si nos quedamos en teorizar y echar carreta sobre las
causas que produjeron la deforestación, todas las Corporaciones,
todas, necesitan una reforma urgente, están politizadas y en manos
de gente incompetente”.
El profesor Germán Vargas Cuervo, del departamento de Geogra-
fía de la Universidad Nacional le reveló a Caracol Radio, el 15 de abril,
en Planeta Caracol: “Hay una desconexión total entre las estructuras
orgánicas del sistema y del riesgo y la prevención en Colombia”.
Añadió que ha operado bien la gestión del riesgo y la atención
de desastres donde hay una buena presencia del Estado y donde
están los grandes negocios del sector público. Pero en la prevención
no se ha visto igual. Si se analiza por dentro esa estructura orgánica
de los sistemas de Comités, tanto nacional, como regional y local, la
pregunta que surge es dónde están las actas en las que consta que se
han reunido para tratar los temas de inminentes riesgos en zonas del
país y tomar las medidas preventivas. El comité nacional, presidido
por el primer mandatario sí se ha reunido, pero sólo con los funcio-
narios públicos. ¿Dónde está la academia, dónde los sabedores par-
ticipando, dónde la investigación científica soportando lo problemas
de riesgo, y dónde los estudios sobre Mocoa? Nada, los científicos y
la academia están por fuera de esos comités, son invisibles. Entonces
cuando ocurren eventos y desastres, comienzan los unos a echarles las
responsabilidades a los otros, y así no debe ser. De lo que se trata es
de ser preventivo y no punitivo. Claro que el Estado debe responder
en temas de bienes y vidas.
Hay que revisar la Ley 1523 de 2012, agrega, y examinar qué está
pasando con esa estructura orgánica de que habla la ley. El Presidente
de Colombia es la autoridad superior de la Unidad Nacional para la
Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), pero ahí hay que separar
dos cosas importantes, lo que es la atención y lo que es la prevención.
Porque la atención está enmascarando a la prevención y por eso ocurre
lo que está sucediendo. Hay unos organismos y entidades asociados
a la atención de desastres, la Defensa Civil, las Fuerzas Armadas, la
Cruz Roja, los bomberos. Es como si estuviéramos esperando las

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

tragedias y todo el mundo alistando los chalecos para la solidaridad.


La nuestra es la revolución de los chalecos.
Continúa el profesor German Vargas:
En la prevención hay instituciones que se han debilitado como el Idean,
entre otras. En este tema de su capacidad operativa y técnica trabajan
con las uñas. Hagan una revisión de las estaciones meteorológicas que
hay en el país, si son suficientes para unas alertas tempranas, pero lo
que hacen son alertas regionales, que va a llover en el piedemonte, en
la parte sur, pero el tema particular nada, muy poco. Se necesita una
capacidad técnica muy grande, no una capacidad burocrática. El lío de
las instituciones es que la burocracia las invade, y sacan a los técnicos,
los geólogos andan sin trabajo ahora, los geógrafos, los hidrólogos
sin trabajo y todos los profesionales que intervienen de una manera y
otra en el riesgo. Entonces hay que hacer una revisión de lo que es la
prevención a profundidad.
En los primeros días que estremecieron a Mocoa, algunas asegu-
radoras, por ejemplo, Seguros Liberty, estuvieron presentes respon-
diendo por las indemnizaciones a qué tenían derecho algunas personas
por estar aseguradas. Se revisan las viviendas, los autos, los niños que
estaban en los jardines, en las escuelas y colegios y fallecieron o están
heridos, para tramitar sus derechos.
Cuando se dice que el Estado había de pagar por la omisión
institucional, más de uno hizo un inventario para detallar en forma
ordenada lo que pasó en los primeros días que estremecieron a Mocoa
y las consecuencias son devastadoras. Miremos un informe. El 10
de abril, el Puesto de Mando Unificado (PMU), donde se encuentra
también la llamada “Sala de Crisis”, entregó la siguiente información
de datos hasta el sábado 9 de abril: personal fallecido, 316 personas,
entre las cuales hay 107 niños; necropsias completas, 316, de ellas 106
en menores de edad; cuerpos entregados a familiares y funerarias, 264;
inhumados, cuerpos identificados sin reclamar 55; personal herido,
332, en su mayoría trasladados a Neiva, Popayán y Bogotá; traslada-
dos en remisión dentro del departamento 36; egresos del hospital
de Mocoa, 210; personal desaparecido, 103; subestación de energía
destruida, 1; acueductos 3, alcantarillado 1; se afectaron 9 puentes;
vías afectadas en la zona urbana, 1; vía de Mocoa a Pitalito con paso
restringido; en albergues se encuentran en el Instituto Tecnológico del

89
Franco Armando Guerrero Albán

Putumayo 428 personas a cargo del ejército; en el Inder a cargo de la


Policía, 439 personas; en el Coliseo Olímpico a cargo de la Policía, 291
personas; en el diviso a cargo de la Unidad Nacional para la Gestión
del Riesgo de desastres, 185 personas, y en el barrio Las Américas a
cargo de la Defensa Civil, 255 personas. En cuanto a damnificados
en albergues parciales, en OZIP, 309 personas; en Azomi 94 perso-
nas; en Incacausa, 50 personas; Colegio Fray Plácido, 160 personas y
Villa Rosa, 550 personas. Para un total inicial de 2.761 damnificados;
total cuenta Davivienda $4.703.742.538.46 millones; Registro Único
de Damnificados familias censadas, 5.612; familias en RUD, 2.858;
personas en RUD, 8474, de las cuales son hombres 2.605, mujeres
2.972, niños 1.448 y niñas 1.449.
Por todo lo anterior, se debe pensar con mucha seriedad en la
gestión del riesgo para las próximas generaciones, a plazos de más
de 60 años, y para toda la existencia de las regiones. Aquí es donde
cobra gran importancia la clase de Estado que necesitamos todos, o
el de la minería y el petróleo para servir al interés trasnacional, o el
de la explotación de los recursos para defender el interés nacional y
los derechos ambientales de la población. Quienes tienen la respon-
sabilidad en la toma de decisiones han de entender a cabalidad qué
hacer con la población y la ciudad. Es importante tener todos los
argumentos. Estas tragedias no deben repetirse. Recordemos que
la ciudad de Armero, el caso más emblemático de las tragedias en
Colombia, fue destruida tres veces y se volvió a reconstruir sobre el
mismo territorio, hasta que fue borrada de la historia.
Hay que pensar en las personas. El tiempo es clave, es un aliado,
pero el tiempo no es el período del alcalde o del gobernador. Es el de
la gente, el de las generaciones futuras, son ellas las que van a vivir y
este libro es para no olvidar nunca más la avalancha del 31 de marzo
y 1 de abril. Que no pase lo de los otros diez eventos de desastres que
ha tenido Mocoa, todos en el olvido.
Como dice Gustavo Wilches Chaux en entrevista a semana.com,
“El Estado ha hecho lo posible por rescatar a los náufragos, pero no
por evitar más náufragos”.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Panorámica de la destrucción de Mocoa en el evento de avalancha en el año 1962.


Franco Armando Guerrero Albán

Así se ve la ciudad de Mocoa desde el aire un día después de la avalancha zona de mayor
afectación. Noticias en desarrollo, EFE. Revista Dinero.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo VI
¿El estado será que cumple?
¿Cómo se reconstruirá Mocoa?

S
e van las organizaciones solidarias, se van las cámaras de
televisión y quedamos en manos de las promesas guber-
namentales.
El gobierno nacional se retira de Mocoa, se van los
periodistas y las cámaras de televisión, y quedan los mocoanos
frente a frente con su realidad, con unas autoridades locales que,
además de irreverentes y poco participativas con las comunidades, se
hunden en la impotencia presupuestal y administrativa para atender
los graves desafíos de reconstruir y atender los derechos sociales,
económicos y ambientales de miles de familias que quedaron a
merced de la vida dura.
Hasta ahora nadie sabe cómo se va a hacer el proceso de re-
construcción de Mocoa, cómo va a continuar la ayuda humanitaria
para los afectados directamente por la tragedia y para los que por
consecuencia de la misma no tienen empleo ni ingreso. Todos ellos
se debaten en la desesperación por no tener como atender a su
supervivencia.
El alcalde de Mocoa sólo da informes complacientes del Gobierno
nacional o cuando se lo requieren la Acción Comunal, el Concejo o
algunas comunidades sobre lo que se aprueba bien o mal en la llamada
Sala de Crisis, donde el Gobierno nacional ha sustituido el liderazgo
y la iniciativa de la autoridad departamental y la municipal.

93
Franco Armando Guerrero Albán

Autoridades locales reemplazadas


por las nacionales

El Gobierno nacional, en vez de venir a Mocoa a fortalecer la


gobernabilidad municipal y departamental, se ha encerrado en la
Sala de Crisis creada por la avalancha, sin resolver la prioridad que
demanda la prevención de nuevas avalanchas que se puedan presentar
ni atender los requerimientos sociales y económicos de la comunidad
damnificada y de los mocoanos.
Entonces el gobierno vino, observó e impuso a las autoridades
locales las decisiones desde Bogotá. Alcalde y concejales han per-
dido la voluntad y la autonomía que les dio el voto popular de los
mocoanos. No han podido o callan para defender las posiciones y
las necesidades y derechos de la población afectada por la avalancha
y la gente de Mocoa.
Uno de los temas reiterativos y preocupantes para los damnifica-
dos ha sido la vivienda. Varias veces ha venido la ministra del ramo
a Mocoa y, a raíz de sus visitas, el alcalde le informó al Concejo, en
los primeros días después de la avalancha, que se estimaba un plazo
de cuatro a cinco meses para comenzar las obras y poder entregar las
primeras viviendas. Se pretende hacer cuadrillas de manera intensiva
en la construcción, le dijo el alcalde al Concejo el 10 de abril al hacer
el informe de sus reuniones con el Gobierno nacional. Dijo también:
Lo que sí se deja claro aquí es que son unidades de vivienda. La gente
cuando habla de vivienda piensa que son casas como para criar patos
y sembrar yuca y plátano en el patio. No, son unidades y muy posible-
mente con la planificación y la densificación de viviendas que se requiere
optimizar por recursos en cuanto a servicios y por la cantidad de lotes
que tampoco por ahora toca planificar muy bien ese tema, se van hacer
bloques de tres hasta cinco pisos, que es lo que permite el PBOT.
En Mocoa se comienzan a proponer los posibles sitios seguros
donde se van ubicar lotes o globos de terreno para promover planes
de vivienda de emergencia con destino a los damnificados. Por ejem-
plo, se señala, en un barrio de los profesores, un lote de la familia
Bolaños, que tiene entrada por el barrio San Andrés y por el centro
recreacional del magisterio, para mirar cuantas viviendas serían ahí.

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Se escucha hablar de programas como el de “Créditos para mi


casa ya”, para la gente damnificada pero que no era dueña de la casa,
sino arrendatario. Dijo el alcalde en la reunión del Concejo:
El gobierno le da un subsidio de 23 millones, pero no se lo entrega al
propietario, sino al constructor, que tiene la capacidad económica, el
músculo financiero para hacer las viviendas y una vez esté la vivienda
llave en mano, lo que hace el beneficiario es pagar un rango como lo
han visto en televisión que puede ser 280.000 o 300.000 pesos, pero
está pagando su propia unidad familiar de vivienda, para los que eran
arrendatarios, pero que estén en el RUD, que hayan calificado.
Es una serie de programas ya existentes en las políticas públicas
del Gobierno nacional, pero que en Mocoa ningún alcalde ha provisto.
Con las emergencias se hace demagogia, se informa, pero queda al
libre albedrio, al censo que determina el Gobierno nacional a través
de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres y
del Registro Único de Damnificados que finalmente va a depurar el
Gobierno desde Bogotá a través de la UNGRD.
Cómo es posible que en una emergencia, en un desastre público
donde mueren cientos de ciudadanos de un municipio pobre y atrasado
como el de Mocoa, el Gobierno nacional regatee los programas que se
merece la población comenzando por los damnificados y desplazados
del conflicto armado interno, ante el incumplimiento de una deuda
histórica que tiene la nación con Mocoa, pero fundamentalmente con
los otros doce municipios que componen el departamento de Putumayo.
Cómo es posible que el Gobierno nacional le imponga a la auto-
ridad local, en el tema del Icetex, una medida consistente en dejar de
pagar por unos meses la deuda que tienen los estudiantes o graduados
con el instituto. Cuando las familias utilizan para sus hijos este proceso
de financiación, es porque no cuenta con salario justo y permanente
para darles educación y sustento. No. Lo que se debe defender ante
el Gobierno nacional es la condonación total de las deudas de los
estudiantes mocoanos adscritos al programa del Icetex. La propues-
ta oficial, que no se pague por unos cuantos meses y luego volver a
apretar, resulta inaceptable, porque la solución termina quedando
en manos del Ministerio de Hacienda que tiene una actitud voraz en
contra de los pobres y las regiones.

95
Franco Armando Guerrero Albán

Al hacer referencia al censo de damnificados, tan importante para


organizar bien los subsidios y programas que el gobierno se dispone
a poner en práctica, el alcalde de Mocoa anuncia “se va a cruzar la
base de datos del Sisben con el predial, con el Igac, y se va hacer una
depuración total”. En medio del desastre y la angustia de la gente, la
autoridad local está más pendiente de los colados que de los cientos
de ciudadanos que tienen destrozadas sus casas, que se quedaron sin
empleo o que pasaron de la pobreza a la extrema pobreza. Es obvio
que se deben tomar medidas comunitarias para evitar el oportunismo
que se presenta en todas estas situaciones, sobre todo de personas
que puedan venir de otras ciudades. Pero son casos menores. Lo que
salta a la vista con evidencia contundente es la situación de miles de
familias. Allí están. No se han ido de Mocoa. Hay que empezar por
atenderlas.
Además de la atención prioritaria que se debe brindar a los dam-
nificados de la avalancha, víctimas de la imprevisión oficial en todos
los niveles, las autoridades han de honrar los compromisos que con-
trajeron con las otras víctimas que mayoritariamente viven en Mocoa,
las del conflicto armado interno. No se les ha cumplido. Es más, la
mayoría de estas familias habitaban en zonas de riesgo y precisamente
en los barrios populares arrasados por la avalancha. Adquiriendo el
doloroso título de doble victimización o de personas revictimizadas,
víctima del conflicto armado y víctimas de la avalancha por la omisión
del Estado. Y las autoridades deben cumplir su deber legal ante los
vulnerables o pobres, que también tiene derecho a una vivienda digna,
a servicios públicos con agua tratada, al trabajo, que se les ha negado,
y que en este momento quedan en la cola de la atención estatal.
Que se garantice energía en los albergues autorizados y otros
puntos estratégicos y necesarios, anota el alcalde: “Una cosa son los
albergues autorizados, otra cosa es que los vecinos, a quienes no les
llega la remesa, hacen entonces un albergue y una olla comunitaria.
Pero tiene que darse un orden de prioridad, poner una planta, poner
un tanque, poner una remesa para todo el pueblo. Si no, dejaríamos
desprovista a la gente que sí necesita”. Es una actitud michicata por
una mala lectura de la realidad de la avalancha y sus consecuencias.
Repasémoslas, para poder brindar soluciones reales. Fueron finalmente

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

más de cuarenta barrios y veredas los afectados. Algunos desapare-


cieron totalmente, otros quedaron semidestruidos y otros sufrieron
algún tipo de afectación. Para nadie es desconocido que los primeros
siete días que estremecieron a Mocoa fueron terribles, y obvio que la
ayuda tenía sus prioridades, pero el problema era integral. De hecho,
el municipio no puso una sola remesa. La ayuda inmediata nacional
e internacional fue bendita, fue inmensa, y alcanzaba para atender de
manera mucho más amplia. Obvio que la prioridad eran los albergues,
no tiene discusión, pero debió prestarse también ayuda a los albergues
populares y a las ollas comunitarias que finalmente se formaron de
manera espontánea, por encima de las restricciones locales, y acabaron
cumpliendo un papel trascendental, indiscutible, el de la dignificación
del ser humano.
Al principio de la tragedia, los ingenieros encargados de levantar
los escombros y de dragar los ríos y quebradas, no habían planificado
ni tenían claridad sobre el qué hacer. Lo que se observaba era que
trabajaban al libre albedrío, librados a sus luces. Pero la ingeniería
nunca procede así ni improvisa. Labora sobre planos y planes, porque
se necesita coordinar todo un equipo de trabajo que empiece por
diseñar las obras y dirija labores tan complejas como la de recuperar
los cauces de los ríos, construir los jarillones con la misma piedra
traída por la avalancha, despejar los cauces de árboles y troncos. Son,
en resumen, miles de horas de trabajo de equipo y maquinaria con
las más de 40 máquinas contratadas por el Gobierno nacional. ¿Qué
ocurrió los primeros días? Que las máquinas cuadraban una quebra-
da o un río buscando su canal natural y, al otro día, caía una llovizna
que volvía a dejar la obra en cero. Tocaba entonces volver a repetir la
operación, replantear en muchos sitios los dragados, iniciar otra vez
la búsqueda de los cauces y reacomodar las gigantescas piedras y el
material de arrastre.
Si antes de la avalancha, la omisión del Estado fue la que terminó
agravando el siniestro, después de ocurrido, se pasó de la omisión a la
improvisación ante problemas de una magnitud apabullante. Es que
desapareció un porcentaje importante de Mocoa, viviendas, bienes
públicos, electrodomésticos, calles y población. Hubo sectores que
quedaron convertidas en una enorme alcantarilla plagada de olores

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Franco Armando Guerrero Albán

nauseabundos y epidemias terribles. Mocoa quedó sin una gota de


agua en los tanques y los grifos. Había que remediar los daños para
sentar las bases de lo que va a ser la reconstrucción. ¿Cuantos años se
van a necesitar y cuál es el compromiso sincero y real del Gobierno
nacional, el local y el departamental? ¿Dónde está la plata, el presu-
puesto? Esa es la pesadilla que está viviendo Mocoa.
El equipo y maquinaria se priorizó para los ríos, teniendo en
cuenta las expectativas de avalanchas nuevas y al ver los barrios y las
calles y algunas avenidas como inmensos playones llenos de rocas y
arboladas tan grandes como nadie nunca había visto antes. No había
ahora nada en lo que anteriormente eran viviendas, canchas, poli-
deportivos y parques. Entonces había que empezar organizando el
cauce histórico de los ríos, porque después de la avalancha quedaron
múltiples cauces y el agua corría por encima de las piedras y no por
el lecho natural.
Se trata de obras de alta ingeniería y por ello, las organizaciones
civiles de Mocoa han estado exigiendo del Gobierno nacional solucio-
nes integrales, que hasta el momento no se ven. Básicamente, lo que se
ha hecho son jarillones acumulando piedras inmensas y remo viendo
otras, utilizando dinamita en algunos puntos para explosionar las que
no se pueden mover con la maquinaria. Sobre las empalizadas se ha
estado trabajando con motosierra destruyendo árboles y ramazones
para poder removerles con más facilidad. Toda esta operación apunta
a recuperar los cauces naturales o apropiados que tienen los ríos y
quebradas históricamente conocidas, porque se pueden conformar
nuevos represamientos. Sin embargo, muchos afirman con temor
que esos jarillones que se elevan a lado y lado de las quebradas y ríos
con la propia piedra y escombros, constituyen en sí una amenaza. Si
viene un nuevo aguacero como el del 31 de marzo y 1° de abril, esos
mismos jarillones vuelven a arrasar a toda Mocoa.
Lo más grave para los ciudadanos es la actitud del Gobierno en
general, que cree estar resolviendo la situación con algunos sobrevuelos
y algunas máquinas que se utilizan sin criterios técnicos y de ingeniería
y sin la necesaria participación comunitaria. Anota el alcalde: “Hay un
concepto de Corpoamazonia y el Ministerio de Ambiente que anuncian
que no hay ningún peligro de represamiento en los ríos afectados”.

98
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Se recuerda que en el año 2014 se concentró material de toda


clase sobre la quebrada La Taruca, que fue el que finalmente causó
los estragos que se describen en el libro. La de aquella época fue una
avalancha que tuvo otros comportamientos ambientales, tampoco
resueltos en su momento y cuyas secuelas se dejaron ver ahora. De
ahí que muchos ciudadanos expresen su inquietud al ver al Estado
con pocas acciones y obrando de manera espontánea, sin ningún tipo
de investigación científica. Se han tomado algunas decisiones que si
bien causan algo de tranquilidad, no dejan de preocupar. Se insiste en
que dejar material pesado en los diferentes ríos puede ser peligroso
si se viene una nueva avalancha o un fuerte aguacero.
La gente reconoce que en los primeros días llegaron cientos y cientos
de toneladas de comida, agua, frazadas y toda clase de ayuda proveniente
en su mayor parte de afuera, tanto del exterior como del resto del país,
pues cientos de miles los colombianos que se aprestaron a ofrecer su
solidaridad de compatriotas. ¿Pero qué ocurrió? Que ni el Gobierno
nacional ni el municipal estaban preparados para organizar bien y repartir
técnicamente lo que había en abundancia. Fue, como decía alguien, y
repitió después el mismo alcalde, “la revolución de los chalecos”, todo el
mundo revoloteando. Hubo tanta desorganización, que la propia gente
de los barrios optó por montar sus propias ollas comunitarias. Posterior-
mente se solucionó lo organizativo, pero ahora los damnificados andan
preocupados porque hay incertidumbre sobre la ayuda a largo plazo. Ya
retiradas las cámaras de los medios de comunicación, ya regresados a
Bogotá el señor presidente y los señores de los chalecos, la gente se sigue
preguntando: ¿será que el gobierno sí nos va a cumplir?
Se resolvió sí, al fin, el problema de la inseguridad, sobre todo en
los barrios destruidos y en los que sufrieron directamente afectación.
Como a la Policía le hacían falta hombres, hubo que traer al casco
urbano a colaborar a más de mil trescientas unidades del Ejército.
Otra de las grandes preocupaciones de los damnificados y en
general de los mocoanos es la de la reubicación. ¿Las casas van a
estar en riego toda la vida y en las orillas de los ríos? Hasta que no se
vean materializados los proyectos de vivienda de tipo ambiental, los
parques, los malecones y las barreras verdes, entre otras alternativas,
la gente aún no sabe qué es lo que el Gobierno esté pensando hacer.

99
Franco Armando Guerrero Albán

Ni el Gobierno nacional ni el municipal ni la autoridad ambiental,


Corpoamazonia, han definido un estudio que establezca las franjas o
zonas rojas donde definitivamente no debe ser autorizado construir
barrios ni viviendas. Es tal la desesperación de los miles de personas
que quedaron sin nada, que muchas familias insistían en volver a vivir
en la ronda de quebradas de ríos y la Alcaldía, sin otra alternativa, se
vio obligada a demoler con maquinaria los restos de muros aún en pie.
Se espera también, una vez trazadas las zonas de franja amarilla, que
se informe detalladamente cuáles van a ser las restricciones y las formas
de la construcción para aquellos lugares. Muchos sectores y cientos de
familias están muy pendientes, a pesar de no haber sufrido en sus vi-
viendas daños muy graves, de cómo va a quedar el plan de reubicación.
Hay tareas elementales más apremiantes que otras, como son las
de reconstruir las vías de ingreso a las veredas San Antonio, Campu-
cana y San Martín, justo las tres que están frente a las montañas donde
nacen los ríos y quebradas La Taruca, La Taruquita, El Conejo y La
Campucana. Necesitan maquinaria para arreglar la carretera y mejorar
por San Antonio la variante que entra por la finca de los López a las
otras dos veredas, Campucana y San Martín. La carretera que había
tradicionalmente y en buen estado era la que entraba por la subesta-
ción de Junín, pero toda esa zona quedó convertida en un desastre y
en un playón obstruido por enormes piedras.
El otro problema grave y que demanda atención inmediata son las
deudas. La única que vienen proponiendo las organizaciones comu-
nitarias es la de la condonación total. Cosa distinta piensa el director
de la Dian. El 11 de abril declaraba por Cablenoticias 24 Horas que se
habían puesto en marcha beneficios tributarios para los afectados por
la avalancha de Mocoa, teniendo en cuenta que están comenzando
los vencimientos para el pago del impuesto de renta de las personas
jurídicas. Dijo además que no solamente para Mocoa sino para todos
los que viven en cualquiera de los municipios del Putumayo:
Se tomaron una serie de determinaciones, en donde a pesar de esos
vencimientos teniendo en cuenta la emergencia que se vive en esa
región del país, se les va a permitir que puedan hacer sus declaraciones
de impuestos cuando termine la emergencia sin el pago de sanciones
y sin el pago de intereses.

100
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Cuando se trata de comunidades pobres, el Gobierno calcula sus


pasos para no incrementar el gasto público, pero siempre haciendo
demagogia. No vacila incluso en retractarse y en echar atrás sus medi-
das. Ante los graves problemas que padeció Mocoa, el Gobierno dictó
el Decreto 599 declarando la existencia de una situación de desastre
por el término de doce meses. Pero después, aprobó el Decreto 601
en que reduce a 30 días el plazo de la emergencia económica, social y
ecológica. Por eso la actitud de la Dian es una maniobra de esta entidad
para aparentar ayudar de manera real y a todos los mocoanos. Como
quien dice, es una ayudita pasajera, que no mira a Mocoa como un
municipio azotado por una catástrofe de enormes proporciones, sino
como un simple objeto de una medida normativa y administrativa.
Señores mocoanos: no paguen ahora, sino tan pronto como termine
la emergencia, que ya no es a doce meses, sino apenas a 30 días.

Cómo se reconstruirá Mocoa


Mocoa está pasando por la peor crisis social, económica y am-
biental de toda su historia. Si los mocoanos nos encontrábamos en
una situación de pobreza y de falta del equipamiento urbano y rural,
que hacía ver al municipio entre los últimos en las capitales de depar-
tamento por sus grandes deficiencias en estructura económica y de
visión de ciudad, ahora, con la avalancha, ya no quedamos retrasados
frente a las demás capitales, sino entre los municipios más pobres de
Colombia. En estas condiciones y con lo poco que plantea el Gobier-
no, es un imposible hablar de que ahora sí va a haber una oportunidad
para generar procesos productivos y para reconstruir la infraestructura
económica y social. Difícil creerlo. Hay más asistencialismo y atención
primaria a las familias afectadas, que una visión transformadora para
progresar como región y para garantizar los derechos fundamentales.
Cuando sectores de la comunidad y la institucionalidad empe-
ñados en planear con mayor visión a Mocoa se pusieron en la tarea
de revisar el Plan Básico de Ordenamiento Territorial, hallaron que
no había. Existía sólo uno de hace más de una década, por completo
desactualizado, pues se redactó medio a la bartola y cuando se sabía
poco del tema del ordenamiento territorial. No contemplaba, por decir

101
Franco Armando Guerrero Albán

algo, medidas efectivas para prevenir desastres, no alertas tempranas, ni


investigaciones profundas para comprender los fenómenos naturales
y la topografía de la región, ni se contemplaban pasos para evacuar en
momentos de avalancha o de cualquier otra circunstancia de la propia
naturaleza. Siempre hubo una institucionalidad mediocre que ni siquie-
ra hacía valer su autonomía frente a los poderes nacionales. Había que
sumar a lo anterior una frágil y casi inexistente actividad empresarial y
productiva, tanto en la agricultura como en la industria, que jalonara
una reactivación económica. Sencillamente, así es imposible.
Es necesario empezar cumpliendo todos los pasos del duelo
vital en lo que significó la pérdida de los seres queridos y dar apoyo a
quienes lo perdieron todo para recuperar las cosas mínimas en cuanto
al patrimonio y el ahorro. Pero recuperar la ciudad integralmente im-
plica un proceso profundo de planificación, con suficientes recursos
inmediatos y con infraestructura y tecnología. Y luego, entre todos,
reclamar la deuda histórica que tiene el Estado con el departamento
del Putumayo y con Mocoa, para así poder avanzar por la dignidad
de la población.
Las instituciones reconocidas deben monitorear las amenazas,
hacer estudios para identificarlas y concertar con los técnicos y con la
comunidad las decisiones. Deben después socializarlas a fin de poder
estar preparados para cuando sucedan nuevos eventos de desastres.
Por la historia y la repetición de las avalanchas, se debe trabajar en la
cultura ciudadana permanente para prevención del riesgo. Se deben
atender los tres frentes básicos de la normatividad vigente; conoci-
miento del riesgo, reducción del riesgo, manejo de desastres.
Debemos conocer bien el riesgo para Mocoa en términos de
avalanchas, movimientos en masa, inundaciones. Se preguntan los mo-
coanos que habría pasado si las Alcaldías, al igual que la gobernación
y las instituciones nacionales correspondientes hubieran realizado los
estudios de vulnerabilidad. Pues sencillo. Los desastres y las pérdidas
humanas habrían sido bastantes menores.
La ley ordena que todas las entidades territoriales deben tener su
Plan Municipal de Riesgo de Desastres, con base en el cual se toman las
decisiones respectivas. Si el municipio no lo tiene, son las autoridades,
el Concejo y el alcalde, los que deben responder por las consecuencias

102
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

de los desastres, más aún cuando se trata de pérdidas humanas. No


solo no había un plan, sino que a la hora de la avalancha, nadie sabía
qué hacer, ni siquiera las propias autoridades locales y departamental,
las que tenían la responsabilidad de orientar a los ciudadanos, no solo
por su condición sino porque así lo ordena expresamente la Ley 1523,
una norma vigente desde el año 2012.
El país ha manifestado toda clase de solidaridad con los
mocoanos, incluyendo la científica y la tecnológica para el segui-
miento de lo que pasa en los ríos. El doctor Guillermo Fajardo,
un investigador de la región, comenta que unos expertos llega-
dos de Medellín y con experiencia en las tragedias ambientales
ocurridas en el Valle de Aburrá, instalaron cuatro sensores, dos
sobre la quebrada La Taruca y dos sobre el río Mulato, para tratar
de medir unos niveles de comportamiento de esos cauces. “Ellos
tienen la tecnología –indica el doctor Fajardo–, por ejemplo, la
tendencia promedio es tal y en este momento hay lluvias con tal
comportamiento. El problema es que van a estar por unos pocos
meses. ¿Qué pasará cuando se vayan?”.
Por principio, este tipo de alertas no solo contribuyen a salvar
vidas, sino que formar científicos y técnicos locales con un conoci-
miento para ser aplicado a los problemas de la sociedad mocoana.
Habrá al menos unos cuerpos de socorro con más información y habrá
que ir sacando el tiempo necesario para ir generando la cultura de la
prevención del riesgo. Que haya instrumentos y personal capacitado
para saber con oportunidad qué está pasando en la montaña con los
ríos y dar la orden, con suficientes facultades legales, para que la gente
pueda salir a las partes altas y seguras y así salvar sus vidas. Continúa
diciendo el doctor Fajardo:
Muchas veces se dispara una alerta y numerosa población sale despa-
vorida por el pánico. En las estampidas mueren también cientos de
personas. Hay que saber salir organizadamente. La crueldad del tema
en Mocoa y, seguramente, en los demás municipios del Putumayo, es
que ni siquiera hay alertas tempranas.
Reducir el riego se necesita ya, dicen los líderes de la comunidad.
Se necesitan realizar intervenciones estructurales prioritarias, sobre la
base de la experiencia que ya se tiene en varias avalanchas, sobre los

103
Franco Armando Guerrero Albán

ríos Mocoa y Mulato y sobre las quebradas La Taruca, Conejo y La


Campucana y el río Sangoyaco. ¡Y es ya!
Se necesita aprobar el Plan Básico de Ordenamiento Territorial
para Mocoa de manera inmediata. Se informa ha anunciado que
estructurarlo se tomará por lo menos un año. No, es mucho tiempo
para una región en emergencia. Teniendo en cuenta los altos costos
y la falta de recursos del municipio, la coyuntura hace imperioso que
sea el Gobierno nacional, a través del Departamento Nacional de
Planeación, el que financie su realización.
Hay algunos documentos que sirven como base para realizar
actividades de protección y prevención, e incluso Planes Ambientales
de algunas cuencas hidrográficas que toca reajustar, ahora con crite-
rio amazónico y como parte de una región ecológicamente propia,
pero ante todo se necesita recursos para intervenir con lo que allí
se dice. De nada vale que haya un documento, pero que nunca se le
asignen recursos presupuestales ni que haya tampoco responsables
para ejecutar las tareas.
El otro tema que aparece es la reubicación de asentamientos. Se
observa producto que unos asentamientos perdieron definitivamente
la vivienda y otros quedaron con fracturas, pérdida de techo, pisos,
paredes etc. Estaríamos entonces hablando de pérdida total y pérdida
parcial. Se necesita que el Gobierno entregue un informe sobre esas
realidades para trabajar en lo que se debe hacer por Mocoa.
Finalmente, se encuentra que los desastres generan destruc-
ción que paraliza cualquier crecimiento económico, incluso si ya
de antemano había estancamiento de la economía y de los aspectos
sociales del municipio. La cruda realidad es ahora un mayor atra-
so. Hay que recuperarse para una vida digna y no retroceder a la
extrema pobreza que deja la avalancha. Si atender los desastres es
tan costoso, se necesitaría la formación de un proceso cultural de
apropiación dentro de la comunidad en prevención. Para ello toca
recomponer la clase gobernante que se elige por influencia del mal
Gobierno en lo nacional. Sin resolver el problema de Estado, es
imposible avanzar en el acumulado ambiental, cultural, de toma de
conciencia, ni resolver los problemas de identidad de la cultura y
del patrimonio social.

104
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Si la comunidad se asienta dentro del canal de un río, en su ronda


hídrica, qué se puede esperar cuando el mismo Estado lo permite,
porque no está interesado en atender el derecho a la vivienda digna. Es
la pobreza la que arrastra a las familias a los extremos de los pueblos
y a las riberas de los ríos.
El punto es entonces construir esos procesos sociales, la cultura,
la identidad, la seguridad ambiental. Se necesita que niños y jóvenes
sepan en qué consiste la prevención del riesgo y eso se logra además
en la familia, en las escuelas y colegios. Toca formular, dice Guillermo
Fajardo:
Los planes escolares de la prevención y gestión del riesgo de desastres,
se necesitan los planes comunitarios de la prevención y gestión del
riesgo de desastres, para que estas comunidades, pero también todos
los ciudadanos, sepan qué es lo que se debe de hacer, y que no estén
esperando a que el Alcalde o la institucionalidad hagan algo. No, señor,
la comunidad debe saber qué hay que hacer.
Entre las incógnitas que se plantea la ciudadanía figura una muy
inquietante, y es si el desastre ha llevado o no a las autoridades a
rectificar. ¿Hay conocimiento y socialización sobre los daños, se han
asignado los recursos suficientes para la recuperación de Mocoa, se
está vigilando el riesgo, va a instalarse equipamiento científico para el
seguimiento de ríos y quebradas, se están concretando las alertas tem-
pranas e identificando el camino de evacuación para que la comunidad
se traslade a sitios seguros? ¿Será que la experiencia dejó verdaderas
enseñanzas para la información y la comunicación y la ciudadanía está
exigiendo ahora sí estar informada de todos estos acontecimientos y
requiere saber cómo defender la vida contra una avalancha?
En el proceso de reconstrucción de Mocoa, además de fortalecer
y equipar con tecnología y equipo a los cuerpos de socorro, se debe
mirar que haya también un equipamiento urbano y rural. En Mocoa
siempre han sido deficientes los servicios públicos domiciliarios. Es
un municipio sin vías terciarias para fomentar actividades económicas,
sin sistema integral productivo en el campo, una ciudad atrasada y
estancada en sus servicios comunitarios y de fomento empresarial.
Todo esto debe resolverse.

105
Franco Armando Guerrero Albán

La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UN-


GRD), que debería estar sacando boletines permanentes para que toda
la población esté informada y no corra rumores inexactos que pueden
crear pánico, se encuentra aislada, de espaldas a la comunidad, en una
urna de cristal omnipotente, causando incertidumbre y desconfianza en
la institucionalidad. Su apoyo, en buena parte internacional, ha sido el
asistencialismo, pero no ha hecho mayor cosa en materia de prevención
de nuevos desastres causados nuestras montañas, ríos y quebradas.
El territorio mocoano y putumayense es el lugar donde vive cada
familia y cada ciudadano hasta su muerte natural. Resulta entonces
de primera importancia reconstruir el tejido social en la zona urbana
y rural, destruido por el desastre. Lo reafirma el doctor Guillermo
Fajardo:
Lo primero que hay que entender es que el territorio no es un mapa,
un diseño fotográfico o una maqueta. Mocoa es la organización del
pueblo, de la comunidad, el territorio en un proceso constante de
construcción social.
En el tema de la reconstrucción de Mocoa, es clave reconfigurar el
nuevo perímetro urbano y la redefinición del uso del suelo, definir, de
acuerdo con a la región amazónica y su característica de piedemonte
andino, cuáles serán las nuevas formas urbanísticas, profundizar en
el tema del espacio público y los bienes comunitarios, entre otros ele-
mentos básicos de la caracterización urbana. Indiscutible que han de
aplicarse nuevos usos del suelo, teniendo en cuenta que más del 20%
de Mocoa desapareció por la avalancha. Se necesita visionar nuevas
formas urbanísticas y solucionar problemas del espacio público, no
sólo en el centro de la ciudad, sino también en los barrios directa o
indirectamente afectados.
Y naturalmente, el componente rural del municipio, también afec-
tado en su infraestructura, como también en sus componentes sociales
y productivos, debe tenerse en cuenta en la zonificación agroecológica,
definir la vocación del uso del suelo con sus respectivas restricciones,
atender prioritariamente la legalidad de títulos de propiedad para or-
ganizar la tenencia de la tierra y, además, fortalecer la participación
comunitaria y la organización gremial de acuerdo con las actividades
económicas. Es el momento de reconstruir a Mocoa, pero planificando

106
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

con buen criterio los sistemas productivos del municipio a fin de garan-
tizar la seguridad alimentaria y satisfacer las necesidades de demanda
de la comunidad.
Se debe restaurar la subestación eléctrica de Junín, que afecta no
sólo a Mocoa sino a otros municipios, incluyendo al municipio de
Piamonte, Cauca, y construirla con un mayor potencial de kilovatios
para reserva de otras alternativas económicas y el mismo crecimiento
de la población a futuro.
Se necesita al mismo tiempo mejorar con redes eléctricas y trans-
formadores el servicio tanto residencial como público. Lo que se tenía
de servicios públicos de acueducto y alcantarillado es degradante. El
agua se tomaba directamente del río con un tratamiento intermiten-
te para agua cruda. Es el momento de solucionar, en el proceso de
reconstrucción, este derecho fundamental, con un verdadero Plan
Maestro de Acueducto y alcantarillado con agua potabilizada y un al-
cantarillado con lagunas de oxidación y tratamiento de aguas residuales.
Se tiene un hospital de primer nivel con atención de algunas com-
plejidades de segundo nivel y todo un caos administrativo, financiero
y de calidad en la prestación del servicio. Llegó el momento, ahora o
nunca, de construir un verdadero hospital de tercer nivel, digno de
una capital de departamento, y con la complejidad necesaria para que
la gente no se muera de enfermedades que la ciencia cura desde hace
rato. Los puentes estratégicos que integran y comunican a la ciudad
están llegando a su punto final de uso, porque, además, la avalancha
destruyó o deterioró varios, como también extensiones importantes
de kilómetros de carretera entre urbana y rural. Se requiere con ur-
gencia construir los puentes elevados en la zona urbana, el de la vía a
Pasto sobre el río Mulato, el puente sobre el río Sangoyaco, el puente
sobre el río Mulato en el barrio El Naranjito y un conjunto de puentes
urbanos y rurales colapsados por la avalancha. Hace falta, naturalmen-
te, reconstruir la vía a San Antonio, destruida en buena parte por la
avalancha, y la construcción de kilómetros de vías terciarias de la zona
rural para su integración y fomento del campo a la ciudad y viceversa.
La plaza de mercado se encontraba hace años adyacente al centro
de la ciudad y fue reubicada cerca de la quebrada Sangoyaco, en otra
equivocación del alcalde que lo hizo, porque quedó destruida por la

107
Franco Armando Guerrero Albán

avalancha. Se debe reconstruir en un punto que dé seguridad social y


ambiental, pero al mismo tiempo que permita que fluya y se reintegre
a las actividades económicas, culturales y sociales de la población.
En más de 400 años Mocoa no ha contado con un terminal
de transporte. Al igual que la plaza de mercado, el terminal se debe
construir en un sitio seguro y ambientalmente conveniente para un
servicio social, económico y comunitario tan importante. Se debe sacar
el tráfico pesado del centro de la ciudad y de los barrios. La pretendi-
da perimetral o variante de la ciudad se debe reiniciar de inmediato.
Es la oportunidad para pavimentar a los barrios que hacen falta, y
las avenidas de la ciudad, obra que además da garantía de resistir to-
rrenciales de agua. La vía sin pavimentar socava el subsuelo y afecta
más fácilmente las construcciones de vivienda. En la circunvalar de
la vía que pasa por Mocoa, dentro del marco de la ampliación de la
carretera 4G entre Neiva y Puerto Asís, aún por construir, el Gobierno
nacional ha manifestado la intención de tenderla por la Serranía del
Churumbelo, de Mocoa, lo que llevaría a la destrucción a mediano
plazo de la ciudad. Se debe replantear ese trazo.
La avalancha destruyó bastante empleo sobre todo informal e
independiente y es el momento de garantizar un empleo digno para los
que lo perdieron todo y crear ingreso suficiente para la supervivencia
de las familias afectadas directa e indirectamente por la avalancha. Se
debe priorizar el fomento de las actividades microempresariales y de
negocios en los que participaban de manera individual y colectiva
ciudadanos de Mocoa. Una de las columnas vertebrales para la gestión
del desarrollo de la ciudad es el turismo, afectado por el deterioro en
la infraestructura y los traumas psicológicos de la población, y además
por las expectativas del riesgo de montañas, ríos y quebradas. Aun
así, se lo debe de apoyar y restablecer su ímpetu. Se debe impulsar
alternamente la actividad agropecuaria campesina, pero con una agri-
cultura sostenible adaptada al clima.
¿Se debe reconstruir Mocoa en el mismo lugar? Las tecnologías
han avanzado mucho. Ya no se necesita estar desplazándose a toda
hora por el territorio para saber y ver qué puede suceder en una zona.
Y sobre el estudio y el comportamiento de los sistemas naturales que
durante tanto tiempo se han manejado, existen diagnósticos de lo

108
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

que ha pasado y puede pasar y cuál es la situación durante y después


del desastre. Entonces esa información de primera mano la deben
utilizar y actualizar los gobiernos, porque ahí están los registros. No
se deben cometer errores si ya la ciencia y la información están en
capacidad de hacer aportes si se utilizan como debe ser. Para mirar
cómo se reconstruye Mocoa se necesita tener en cuenta la experiencia
de la avalancha y la acción de los ríos y quebradas que convergen en
Mocoa, con el depósito y el arrastre de todo el material que sigue
ahí, visible para todo el pueblo mocoano, nadie lo puede negar, y
sobre todo mirar el largo plazo de la sostenibilidad del municipio y
la supervivencia de las vidas.
El campesino, sobre todo aquellos que verdaderamente conocen su
geografía y sus caminos, está en capacidad de ratificar o censurar lo que
dicen los expertos y los estudios en el tema de la seguridad ambiental y
los riesgos de desastres de Mocoa. A pocos kilómetros del sur de Mo-
coa, entre el río Pepino y el río Rumiyaco, hay un altiplano en la vereda
Planadas que está protegido por un cerro en la parte alta y por otro cerro
en la parte baja, que protege el territorio. Es uno de los sitios alternativos
para reubicar algunos sectores de la población y brindarles seguridad
contra los desastres naturales. Además deben revisarse distintos puntos
geográficos urbanos y rurales para evaluarlos e ir llevando hacia allá, poco
a poco, a las familias que se encuentran en severo riesgo.
En resumen, hacer estudios en profundidad antes de tomar
decisiones de reconstruir los actuales barrios y el equipamiento
urbano y rural en el mismo sitio de la avalancha actual, o pensar en
correr el barrio un poco más arriba o más abajo. Ya definitivamente
la avalancha demostró cual es la influencia de los citados ríos y su
desastre real y potencial.
Desde hace mucho tiempo se vienen deforestando las rondas
hídricas y las aledañas a los asentamientos humanos. Se hace urgente
restaurar estas zonas y los suelos con pendientes mayores al ciento por
ciento. También se ha escuchado por parte de los sabedores sociales
y ambientalistas el tema de los cultivos de uso ilícito, la minería y la
explotación de petróleo, que no tienen en cuenta los estándares am-
bientales y el conocimiento de comunidades sobre estas actividades,
todas responsables de la pérdida de vegetación y el desviamiento del

109
Franco Armando Guerrero Albán

curso de las aguas, que se sabe sirven para contener las aguas y darle
firmeza a los suelos. Todo el tiempo de la vida institucional de la
región y la inoperancia de la Nación con territorios como Putumayo
han permitido una descoordinación y desinstitucionalización, que hoy
con los acontecimientos obliga a todos a resolver. La mayor parte de
las veces las solicitudes de la gestión pública de la región se quedan
perdidas en la burocracia nacional. Se tiene entonces que restablecer
y fortalecer la comunicación con los funcionarios responsables del
tema, pero sobre todo con sabedores de la región y la academia uni-
versitaria, el eje donde se produce conocimiento.
A los ríos mayores hay que dejarles 60 metros al lado y lado y a
las quebradas menos longitud, pero en ambos casos, zonas de árbo-
les, zonas ecológicas. Pero las gentes exigen su derecho a la vivienda
digna, y las autoridades en más de las veces no están mirando ni
restringiéndose para dar licencias de construcción y legalizar barrios.
Incluso las personas terminan construyendo sobre las orillas, sobre
la playa, sobre el lecho del rio. Ni siquiera toman medidas para miti-
gar riesgos y proteger con obras de ingeniería que garanticen a esos
ciudadanos alguna protección ante avalanchas o crecientes de ríos, o
ante el desmoronamiento de montañas y laderas.
Se debe estudiar toda la dinámica hídrica, o sea, los cambios de
flujo de caudales y de velocidades de los ríos más críticos de Mocoa,
la proyección de las áreas que inunda a lado y lado, qué área propia
le correspondería al río de acuerdo con su cuenca de captación y, por
último, qué se debe tener y enfrentar entre la parte de la montaña y
su desembocadura sobre el río grande de Mocoa.
Se debe estudiar la vegetación, pues los árboles por naturaleza
protegen el territorio rural y naturalmente a los barrios. La vegetación
cobra esencia, la vegetación es la esencia fundamental de la conser-
vación de las riberas de los ríos, porque cuando hay elementos de
niveles altos de avalancha, la vegetación frena la velocidad del caudal
y protege el suelo. Al revés, cuando no hay vegetación, se viene el
suelo abajo y se manifiestan mucho más los problemas. Si yo dete-
rioro la cuenca con otras actividades, como ha sido lastimosamente
en estas partes altas, obviamente una lavada de suelos muy grande
se va río abajo y genera problemas de toda índole. Por eso hay que

110
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

tener en cuenta la vegetación como una variable indispensable para


la protección del riesgo.
El aspecto social debe ser tenido en cuenta. Es una de las varia-
bles fundamentales, la columna vertebral de cualquier proceso que
se quiera realizar, porque ante los problemas de pobreza y el derecho
de la familia a una vivienda digna, el Estado ha sido incapaz de dar
soluciones integrales, sobre todo a las regiones más pobres del país.
Las personas se han situado cerca del río muchas veces son por mala
planificación de las autoridades municipales, que no prevén a largo
plazo, o por politiquerías. En Colombia la mayor parte de las rondas
de los ríos están deterioradas por asuntos políticos compromisos
clientelistas de los gobernantes de turno, que ofertan unos territorios
que no son de ellos, sino del Estado. Y las ofertan para que la gente
de menos recursos llegue allá, pero a cambio de votos.
Todo esto tiene que cambiar en Putumayo, en Colombia. Mocoa
debe asumir una nueva visión de vida y una nueva actitud. Dijo el
doctor Santiago Duque en referencia a la avalancha en Mocoa: “La
naturaleza nos dio una señal, una señal triste y dolorosa. Si usted
quiere vivir acá conmigo, nos ha dicho la naturaleza, aprenda a vivir
conmigo como buen vecino. Yo me ciño a mis propias condiciones,
porque hay momentos en que me enfurezco”. Y concluye el doctor
Duque: “Ya sabemos que hay unas condiciones morfológicas muy
bien estudiadas que representan que las avalanchas obedecen a un
proceso natural y que van a seguir ocurriendo, sino aprendemos de
ellas a controlarlas o a mitigar sus secuelas. O sea que tenemos que
seguir aprendiendo si queremos permanecer acá”.
Hay que exigir decisiones del gobierno con un pensamiento más
universal, más objetivo, más crítico, más científico, si se quiere, y con
mayor autonomía regional, pues la sociedad, el pueblo, es igual o más
importante que los sectores técnicos y burocráticos del Estado.

Análisis y balance del gobierno nacional,


informe del 25 de mayo
El gobierno nacional a través de la Unidad Nacional para la
Gestión del Riesgo de desastres (UNGRD), reporta un informe oficial

111
Franco Armando Guerrero Albán

de respuesta de los primeros 18 días, una estabilización en un mes y


plantea la recuperación, reconstrucción en dos años.
El informe indica el fallecimiento final de 332 personas, de 398
heridos, de 71 desaparecidos, familias registradas en RUD, 7.603, un
apoyo exequial a 294 familias, subsidios de arriendo 4.733 contratos
suscritos. Las donaciones en efectivo realizadas nacionalmente son de
$8.197.207.351,83 y las donaciones de países, gobiernos y personas en
el exterior suman $25.634.538.685,81 un total de $33.831.746.037.64,
habla el informe de un fondo interministerial orientado por presiden-
cia de $40.000 millones de pesos.
El gobierno expresa para el plan de reconstrucción como obje-
tivos, mejorar las condiciones socioeconómicas y de calidad de vida
frente a la situación previa del desastre. Y fortalecer las capacidades
de planificación, ordenamiento territorial y gestión del riesgo, con un
énfasis primordial en protección del medio ambiente.
El gobierno retiró su presencia activa y se fue todo el proceso de
apoyo y solidaridad de los primeros días, hasta la fecha todo se ha con-
vertido en promesas y se manifiesta la corrupción nacional en Mocoa.
La asignación de recursos incertidumbre y preocupación para los
habitantes de Mocoa. Para uniformes de estudiantes de Mocoa $800
millones vienen prometiendo que los hacen los sastres y modistas de
Mocoa, todo parece indicar que desde Bogotá se contratarán, luego
que en convenio con Cámara de Comercio nada se resuelve y la pro-
mesa lleva varios meses. Un predio de un poco más de tres hectáreas
en el barrio los sauces donde no hay servicios públicos domiciliarios,
el año pasado la hectárea valía menos de $100 millones de pesos hoy
pagaron según el informe $1.907.820.000 millones. El plan maestro
de acueducto que estaba financiado hace dos años en gestión con el
viceministerio de aguas valía un poco más de $14.000 mil millones
de pesos, el Alcalde actual lo actualizó por más de $17.000 mil mi-
llones de pesos, el gobierno viene hablando de $24.000 Millones y
en la tercera semana del mes de junio hablan de $28.000 millones de
pesos. La actualización del Plan Básico de ordenamiento territorial
se contrató por más de $3.000 millones de pesos.
El predio de las tres hectáreas para construir 320 viviendas de
64 metros cuadrados para los damnificados, han pasado tres meses

112
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

después de la avalancha y no arranca en forma la construcción, el dé-


ficit de vivienda que venía acumulado desde antes de la avalancha era
de 3.500 viviendas y se disparó con la crisis de la avenida torrencial.
Por ningún lado de la institucionalidad territorial y nacional existe
un documento serio o una reunión comunitaria donde exprese y se
proponga planificación de Mocoa después de la avalancha, algún
cumplimiento que se realiza es para non recibir sanciones adminis-
trativas. La participación ciudadana es inexistente algunas que se han
hecho con presión de la comunidad se limita a listados de asistencia
por consumo de refrigerios.
Las comunidades y profesionales de Mocoa han venido propo-
niendo la recuperación total de líneas vitales del municipio en general
todos los aspectos de infraestructura social y económica del territorio.
La formulación del nuevo plan básico de ordenamiento territorial
con su componente general, urbano y rural. Programar y realizar de
inmediato la gestión del riesgo de desastres en su conocimiento del
riesgo, reducción y manejo del desastre. Se necesita iniciar, pasar de
las promesas a la materialización de los hechos en el emprendimiento
para el bienestar y los subsidios y derechos ante el sector bancario,
tributario y de servicios públicos.
El gobierno tiene una visión cortoplacista habla de tres años
para reconstruir a Mocoa, los mocoanos tienen una visión integral
y sistemática de largo plazo. El gobierno todo lo hace de espaldas
de la comunidad y desde Bogotá, se exige consenso y participación
ciudadana en la toma de decisiones. La avalancha se convierte en una
oportunidad para reconstruir el nuevo Mocoa corrigiendo el caos y
errores tradicionales el gobierno está pensando en reconstruir algo y
lo demás que se vaya olvidando.
Se requiere movilizar a la comunidad para subsanar la falta de in-
terlocución y acuerdo en la toma de decisiones. Los mocoanos plantean
estrategia de gestión como un Compes para Mocoa. El municipio de
Mocoa a la fecha reporta los $33.000 millones de pesos, no del gobier-
no nacional es la ayuda interna y externa, al gobierno no se le conoce
una cifra oficial en documento para Mocoa; contrario a lo logrado
por el municipio de Buenaventura que sin avalancha ni muertos logró
comprometer al gobierno nacional por más de un billón quinientos mil

113
Franco Armando Guerrero Albán

millones de pesos con movilización social para las obras del olvidado
municipio. Mocoa con más de 332 muertos y 71 desaparecidos, lo saben
las comunidades que las cifras de fallecidos es superior a la planteada
por el gobierno, cientos de muertos se encuentran en los escombros
debajo de los lechos del río a lo largo de decenas de kilómetros de ríos
y quebradas del municipio de Mocoa, de Villagarzón incluso Puerto
Guzmán.
Finalmente, ¿será que el gobierno actual, y los que vienen, se van
hacer los “caregallinas”, como dicen los putumayenses, y limitarse a
maquillar el problema con algún mantenimiento, esperando que llegue
la próxima avalancha?

114
Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

Capítulo VII
La acción comunal popular, dignidad
por Mocoa y las organizaciones
sociales le cumplieron
a la ciudadanía

L
a población de Mocoa andaba para arriba y para abajo, dis-
persa, impotente ante la carga de la catástrofe. Unos andaban
en grupo buscando a los muertos en el hospital, durante los
primeros momentos, o en el cementerio de Normandía o
en el cementerio municipal o en la iglesia, y muchos otros atendiendo
a los heridos y enfermos, ya porque fueron desplazados al Hospital
José María Hernández, ya porque eran atendidos en albergues o en
casas de familiares y amigos. Había al mismo tiempo muchos otros
grupos buscando a los desaparecidos, ya no sólo en Mocoa, sino en
Villagarzón, por el gran río Mocoa que une a estos dos municipios.
Y había otros, finalmente, que andaban averiguando si en Colombia
existía Estado, para saber quién les iba a atender sus reclamos y sus
necesidades.
Preguntaban qué hacer ante los estragos de la avalancha, porque
en la práctica la ingobernabilidad era total, o se reunían con los de-
legados del Gobierno nacional o con las autoridades locales, que no
informaban a las comunidades y se mantuvieron como aparte. Allí se
dimensionó la importancia que cobró el liderazgo de las juntas de ac-
ción comunal a través de su organización, Asojuntas. Y el liderazgo del

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equipo de trabajo de la organización cívica, Dignidad por Mocoa, que


trabajaron en equipo con las juntas comunitarias de barrios y veredas
y, además, con otras organizaciones sociales de Mocoa. La primera de
muchas reuniones seguidas fue en la Casa de la Cultura. Allí se invitó
a varias autoridades del municipio para ayudar a coordinar las tareas
ante la destrucción, los muertos y los desaparecidos y darles orden y
claridad a las responsabilidades nacionales y territoriales.
Se organizaron las visitas, el trabajo comunitario y social, y a la
institucionalidad no le quedó más remedio que reconocer el papel y la
responsabilidad que jugaron estas organizaciones de la sociedad civil
con el liderazgo efectivo de los presidentes y directivos de la acción
comunal en barrios y veredas.
Con la señora Amparo Fajardo, de asuntos agropecuarios de la
alcaldía, y la acción comunal se hizo una tarea de campo, que por
ahora entrega la siguiente información:
En el sector agropecuario existen 103 viviendas destruidas por la
avalancha y que ya no son habitables. Hay 240 viviendas que están en
zona de riesgo. Esta información es la registrada en el censo, pero se
necesita hacer una visita más detallada para que algunos expertos en
el tema acaben de verificar la calidad de las viviendas y puedan cons-
tatar los informes iniciales. Las fincas o predios afectados del sector
agrícola son 216 y faltan por anotar las del sector pecuario. Hay siete
vías afectadas en el conjunto de veredas, once puentes destruidos, seis
acueductos comunitarios fuera de servicio y tres veredas con daños
en energía, postes y redes eléctricas.
Han rodado las promesas del Gobierno nacional con el sector
rural afectado, y el ministro de Agricultura ha estado varias veces en
visitas exprés, junto con el presidente. Dijo solemnemente el ministro
Iragorri: daremos “303 viviendas nuevas para el campo y 300 mejo-
ramientos de vivienda rural. Se continúa con el ciclo de vacunación
gratis para bovinos, antes tocaba pagar”.
Se reactivó con el Ministerio de Agricultura un convenio para
asistencia técnica, y es bueno anotar que la señora Amparo Fajardo
es la única funcionaria del municipio vinculada para el sector agro-
pecuario. En la Alcaldía no existe secretaría de Agricultura ni nada
que se parezca a una aspiración de desarrollar el campo en Mocoa. El

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ministro dispuso de un buen número de funcionarios de la Unidad


de Restitución de Tierras, que tiene que ver más con la política de
víctimas que con agricultura, para ayudar a levantar el censo de dam-
nificados del sector rural. Como existen muchas personas sin censar
en algunas veredas, a todos les tocó caminar, porque ni las motos
entraban, porque muchas vías están destruidas. Pero se van a aceptar
las personas que falten por el censo, las que sean certificadas por los
presidentes de juntas de acción comunal.
No existe todavía un planteamiento general ni particular para
los proyectos productivos, ni se sabe cómo sería la propuesta para
reconstruir las partes afectadas de la zona rural. Se va a estimar un
valor para todos por cada predio afectado, pero hasta la fecha no ha
dicho el gobierno en cuánto va a estimar económicamente las afec-
taciones de los predios.
La funcionaria de la alcaldía informó que el Banco Agrario reporta
2.760 personas que deben créditos al banco por un valor de $22.250
millones de pesos. En el momento, el banco dio un plazo muerto de
90 días para no cobrar ni capital ni intereses y anunció que después
va a mirar cada uno de los créditos, con cada titular. En el tema de los
puestos y locales de venta en la plaza de mercado, semidestruida por
la avalancha, el gerente está haciendo un censo de los comerciantes y
de los campesinos que están allí y que fueron afectados, para pactar
una solución válida para todos.
Las actividades piscícolas en algunas veredas fueron afectadas
fuertemente y quedaron destruidos decenas de estanques y murieron
miles de peces que estaban creciendo. Además, como si fuera poco,
a un comerciante que les compraba a los pequeños piscicultores del
municipio, don Raúl, también se le cayó el negocio, y muchos no
tienen a quien más vender. Los campesinos y sectores del campo
que tienen créditos con el Banco Agrario piden la condonación
total de las deudas, pues las pérdidas económicas y la caída de la
riqueza y el patrimonio de los ciudadanos es tal, que no se prevé
una recuperación ni siquiera en el mediano plazo. También se dijo
lo mismo sobre los créditos con otros bancos, con las cooperativas
y fundaciones crediticias. La frase es idéntica y se escucha todos los
días: no hay cómo pagar.

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El señor Carlos Camacho, secretario de Educación, informaba que


el 7 de abril, una semana después de los hechos, se cerraba el censo
de damnificados. Las autoridades lo adornaban diciendo que era la
fase uno, pero el Gobierno nacional si desea que todo se acabe y se
cierre pronto, porque la presión de la gente es grande y hay muchas
circunstancias que impiden a cientos de personas acercarse para ser
censadas. La burocracia procede con su tramitología como en los días
ordinarios. Se le olvida que Mocoa está pasando por el peor momento
de su historia, que está sumida en una pobreza abrumadora, que sus
pequeñas fuerzas productivas se han reducido y las secuelas psicoló-
gicas afectan toda la actividad social y económica.
El equipo de trabajo del censo se dirigió a los 29 barrios que
inicialmente se habían identificado, a las diez veredas focalizadas y
también a los once albergues instalados en Mocoa. El primer corte
del censo de personas damnificadas directamente, que perdieron todo,
la casa con destrucción total o averiada e inhabitable, corresponde a
8.477 personas, número de familias 2.858. Pero hay una información
que está por oficializarse: que el número ya pasó de 3.000 familias
censadas. Ese dato tendrá que seguir subiendo. Todavía hace censo
en terreno, en físico, en el papel, en la mayoría de barrios y veredas, la
oficina de sistemas de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo
de Desastres (UNGRD). Entonces tendrá que aumentar el Registro
Único de Damnificados.
El censo que apoyó la Alcaldía es el censo oficial para personas
damnificadas, que quedan registradas en el RUD, este es el mismo
censo que se trabajó con la alcaldía, apoyado con la Unidad de Tie-
rras, con la Unidad de Víctimas, con la Agencia Colombiana para la
Reintegración, con la Defensoría del Pueblo, con la Defensa Civil y
otras entidades que ubicaron personal para hacer el censo.
La UNGRD, por las quejas y presiones comunitarias, permitió
que si faltan personas por censar, por diferentes motivos, podrán ser
censados con el visto bueno de los presidentes de las juntas de acción
comunal. Se les llamará casos especiales. La persona eleva un oficio a la
alcaldía expresando que conoce a la persona y que vive en tal vereda o
barrio. De todas maneras la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y
Desastres evaluará la posibilidad de que esas personas sean censadas.

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Hay situaciones que los comunales han venido presentando de


casos de muchas personas que necesitan ser censadas. Por ejemplo,
muchas casas no han sido afectadas por la avalancha, pero entró agua
y barro en cantidades y se perdieron enseres y electrodomésticos.
Hay barrios que son nuevos y no tienen Junta de Acción Comunal,
el caso de Quinta Paredes, y les llegan las facturas de los servicios
públicos domiciliarios con el nombre del barrio más cercano. Si los
directivos no los conocen o les dicen que pertenecen a otro barrio,
se les complica la afiliación al censo de damnificados. Por otro lado,
hay muchas familias afectadas con pérdidas humanas y materiales
que están viviendo en casas de familiares o amigos. Algunos de estos
damnificados están heridos, no saben a dónde dirigirse, hay adoles-
centes y niños con pocos meses de nacidos y que no van a estar en
un albergue. En esas condiciones no va a coincidir el listado del libro
de la JAC del barrio Libertador, no van a ser personas conocidas por
las directivas comunales. En fin, son los temas que se intentó resolver
en los primeros días que estremecieron a Mocoa, para que los censa-
dos por la acción comunal del barrio o la vereda coincidieran con el
censo de la Alcaldía y sobre todo con el registro único de la UNGRD.
Se presentaron casos únicos, como la queja del diputado Éuler
Guerrero sobre ciudadanos que viven en otros municipios del Putu-
mayo: “Como el caso del señor Pablo Ayala, que acababa de enterrar
a tres de sus familiares en Puerto Asís, vereda La Argentina”. Además
de enterrar a sus parientes, se pregunta Éuler Guerrero, “¿Pablo ten-
dría que venir a buscar al presidente de la JAC para censarse?” No, se
le dificulta el transporte.
Por eso los planteamientos no se hicieron esperar para proponer
que el tema del censo se extendiera por varios días más. El problema
es que esto no lo define el municipio o la gobernación. Existe desde
el principio una fuerte restricción local, y todo lo decide es el Go-
bierno nacional. A pesar de que existe la figura de trámite de Puesto
de Mando Unificado (PMU), en la llamada Sala de Crisis, el Gobierno
nacional lo decide todo, trae las cartas marcadas, no ha sido posible una
reunión abierta y concertada con las JAC, las organizaciones sociales
y el pueblo. Las decisiones están en manos de la UNGRD y es ella la
que tiene la última palabra en los procedimientos.

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Los directivos de acción comunal y líderes sociales nunca han


recibido capacitación de gestión y atención de riesgos, y mucho menos
para prevenir los desastres, aunque siempre se convierten en el fragor
de avalanchas en los ciudadanos más importantes de la ciudad, porque
son las personas claves para orientar en la práctica en los hechos la
consecuencias del desastre.
Con amenaza de chantaje no se le pueden delegar responsabi-
lidades a la acción comunal, como lo hace la UNGRD al afirmar, a
través de la Alcaldía: “Los presidentes de JAC certifican legalmente
mediante su firma a los nuevos censados para los casos especiales.
Pero si certifican a los que no son legales, pueden tener problemas
legales, incluso penales”. Se trata de un chantaje para que no se in-
cluyan a nuevos damnificados en el censo, esa es la intención. Y los
ciudadanos quieren linchar en sus barrios y veredas a los directivos
de acción comunal que quieren que los anoten para todo.
El comunal tiene una investidura pública, más no privada como
tal. Lo que afirman las personas lo hacen bajo el criterio de la buena
fe, y los presidentes lo firman junto con el ciudadano. Por eso los
oficios para censo y otros requerimientos, cuando son suscritos por
el presidente para mandar a la UNGRD y a la alcaldía de Mocoa, hay
que hacerlos bajo la gravedad del juramento de la persona, por la
responsabilidad pública que tiene el líder comunal. Porque el censo en
últimas es para subsidios, indemnizaciones, traslados de hijos a otros
colegios, vehículos, seguros, para muchas cosas más es el censo de
damnificados y Mocoa es un municipio de mayoría pobre y con miles
de desplazados del conflicto armado interno, y que con la avalancha
quedó aún más pobre y además en la incertidumbre. Por ello no se
le pueden negar las posibilidades a ningún ciudadano mocoano que
cumpla los mínimos requisitos.
El censo de que se habla aquí es el censo de personas. Hay también
múltiples y graves afectaciones a negocios comerciales y empresariales
y, por ello, la Cámara de Comercio de Mocoa también está realizando
su censo empresarial en su sede principal, para personas que tenían
sus locales comerciales y empresariales y estaban registrados en ella. El
procedimiento es llamado por el Gobierno nacional, Registro Único
Empresarial y Social (RUES).

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Después de las actividades realizadas de los censos, viene un


proceso de filtro, adelantado por la UNGRD con su sistema de in-
formación y todos los entes que tienen que ver con ella, como la
Policía, Fiscalía y otras instituciones. Esa revisión se hace y decide en
el orden nacional, para corroborar la información, de lo cual saldrá
un listado, una base de datos de las personas oficialmente registra-
das en el Registro Único de Damnificados (RUD). Y los apoyos y
subsidios y otros derechos se evaluarán de acuerdo con los criterios
técnicos que tienen todos estos entes de verificación y control. En
los albergues no hubo necesidad de pedir permiso o coordinar con
presidentes de JAC, porque era una situación de emergencia y de
extrema crisis y necesidad.
Las juntas comunales y ciudadanos han venido planteando las
afectaciones directas, porque muchas viviendas están construidas en
zonas de riesgo, que de pronto no sufrieron afectaciones graves, pero
sí leves, viviendas que han presentado averías y pequeñas grietas y las
familias aún están ahí. Se está presentando las propuestas de solicitud
para que se tenga en cuenta a estas familias en procesos de reubica-
ción, porque están en una zona de alto riesgo y probablemente en un
nuevo evento se van a ver afectados. Existe un importante listado de
esas familias para definir que se va a hacer con ellas.
Hay que tener en cuenta que hay temas en ciertas zonas de riesgo,
por ejemplo, en el barrio Las Acacias, que tienen que tramitarse con la
Oficina de la Unidad de Gestión del Riesgo Municipal y la Secretaría
de Planeación. Los presidentes están trabajando con la funcionaria
del municipio, Adriana Arcos. Esta oficina es clave, porque Mocoa
debe comenzar a trabajar en la mitigación del riesgo. La mayoría de los
barrios necesitan recobrar su normalidad atendiendo temas de cauces
menores, alcantarillas y limpieza y recolección de basuras.
Un tema crucial de vida o muerte ha sido el de los alimentos, una
responsabilidad en la que los comunales y otros líderes sociales ha
jugado un papel determinante. A nivel de la Alcaldía, el enlace es el
secretario de Gobierno, señor Eduardo Jiménez. El municipio es el
encargado de entregar ayuda humanitaria, exceptuando los albergues.
La estrategia desde el comienzo fue dividir a Mocoa en tres zonas
geográficas y responsables para la entrega.

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La Zona Uno ubicó el punto de atención en la llamada Casa de


Justicia, con responsabilidad del municipio, y atiende los barrios y
veredas Las Américas, Acacias, Villanueva, El Paraíso, Los Sauces,
El Libertador, Sinaí, Villa Docente, Palermo Sur, Pablo Sexto Uno y
Dos, José Homero Mutumbajoy Uno y Dos, Las Planadas, San An-
drés, El Líbano, Miraflores, Kennedy, 17 de Julio, Villarrosa, el Centro
José María Hernández, La Loma, El Naranjito, La Peña, Bellavista,
El Diviso, Venecia, 5 de Septiembre, Colinas de San Miguel, Modelo,
El Pepino y La Floresta. Estos barrios y veredas están a cargo de la
Alcaldía de Mocoa.
La Zona Dos queda atendida por la Cruz Roja Colombiana,
Regional Putumayo, con sede en Mocoa. Está compuesta por los
siguientes barrios y veredas: San Antonio, Campucana, Altos del
Bosque, Los Laureles, Los Pinos, San Fernando, San Miguel, El
Jordancito, La Esmeralda, Primero de Enero, Babilonia, Huasipanga,
Los Prados, El Progreso, Las Vegas, Obrero Uno y Dos, Dorado
y Villacaimaron.
La Zona Tres es atendida por el Ejército y la Policía Nacional y
comprende los barrios y veredas San Agustín, Independencia, Bolívar,
Los Álamos, Rumipamba, Olímpico, Villa Colombia, Villa Daniela,
Villa Natalia, Jardín, Piñañaco, Villa Diana, Jorge Eliecer Gaitán, Vi-
lla del Río, La Unión, Villa del Norte, Condominio Norte, Villa del
Carmen, Chiparos y La Reserva.
En los días que estremecieron a Mocoa no se había logrado lle-
gar con ayuda humanitaria a todos los barrios. Las remesas que han
llegado se han ido embodegando en diferentes sitios, en la bodega
de la Cruz Roja, de la Policía, la gobernación, la alcaldía, como un
procedimiento para agilizar las entregas. Esta es la ayuda humanita-
ria canalizada oficialmente, pero el pueblo colombiano, a través de
colegios, universidades, iglesias evangélicas, voluntarios, empresarios,
comités cívicos e incluso alcaldías se vincularon de una manera im-
presionantemente solidaria. Podemos decir que en alimentos, agua
potable y otros elementos prácticos para estos casos, los mocoanos
recibieron los primeros días lo suficiente, a pesar de las dificultades
del inicio en cuanto a la organización, pero más tarde mejoraron
sustancialmente las entregas.

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La idea es que las personas que han sido afectadas directamente


tengan acceso a un kit de alimentos, y este depende de los barrios que
han sido más golpeados por la avalancha. El tema de las colchonetas,
frazadas, los kit de cocina han estado entregándose en los albergues,
atendidos por el Ejército, la Policía y otras entidades. Se ha tenido que
colaborar con albergues que se han organizado comunitariamente en
barrios y veredas y las ollas comunitarias que al principio ayudaron a
alimentar a cientos de familias, a pesar de que las autoridades al princi-
pio no las reconocían, y por ello atravesaron algunos problemas que se
fueron superando. Estos lugares terminaron siendo muy importantes.
Los primeros días que estremecieron a Mocoa era tan desorgani-
zado todo, sin la autoridad del Estado en lo local, que había barrios
damnificados que no alcanzaron a recibir las ayudas. No había por
ningún lado las ayudas para cargar celulares con plantas eléctricas,
aunque después se fueron solucionando estos problemas. No se sabía
el nombre de quién era el responsable en los sitios de entrega, no se
tenía el número de celular de esos responsables, y los líderes comunales
y sociales los mandaban de arriba para abajo. La ciudad no contaba con
buena información.
Al principio las entidades decían a las personas y líderes que las
ayudas eran sólo para aquellos a quienes la avalancha se les había lle-
vado la casa, pero mucha comunidad a la que no le pasó esto estaba
sufriendo, necesitaba comida para cocinar o consumir directamente.
Hay ciudadanos que se quedaron sin trabajo, que fueron damnificados
indirectamente y que también pasaban las verdes y las maduras. Al
principio fue duro, pero en estos casos, la ayuda humanitaria fue tan
impresionante que permitió superar todos los problemas del principio
de la tragedia.
Se han dado situaciones de avivatos, que casi siempre vienen
de afuera y se quedan con una parte de lo que no les corresponde.
También se da en la propia comunidad. Una parte muy reducida de
la población, los inescrupulosos, que nunca faltan, aprovecha y hace
su agosto. No es fácil hacer control absoluto, y más cuando la comu-
nidad solidaria de Mocoa está en el plano es de ayudar y nada más.
No hay control absoluto sobre las remesas que ingresan en camiones
y dobletroques, pero todos no llegan a los tres puntos oficiales en-

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cargados de la distribución para barrios y albergues. Muchas iglesias


de todas las líneas han entregado ayuda por su cuenta, hay grupos
de ciudadanos que reciben de sus amigos de otras regiones y lugares
del país que les llega y reparten a las familias de Mocoa. Lo propio
ha hecho la organización comunal nacional. Conocemos la de Cun-
dinamarca, que mandó directamente una importante solidaridad a la
Asociación de Juntas de Acción Comunal de Mocoa y fue repartida
comunitariamente.
A través de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de
Desastres y de otras organizaciones de carácter oficial, la ayuda soli-
daria de otros países y de los miles de colombianos se canalizó por el
conducto regular en los tres puntos de distribución que debía tener
cuantificado cuanto llegaba, quién lo mandaba y a quién se le entre-
gaba. De los elementos que llegan por fuera de ese mecanismo orga-
nizado, nunca se sabrá, no se podrá cuantificar ya lo que se entregó.
Hay un buen ejemplo de esta situación. Una vez se supo que
iban a llegar unas importantes ayudas del departamento de Caldas, les
dijeron que las entregaran a uno de los tres puntos de centralización
oficial de las ayudas. Los delegados dijeron que no, y las entregaron
directamente en diferentes actividades en los barrios de Mocoa. De
todas maneras, la idea es que las ayudas no se queden almacenadas
en ninguna bodega, porque las necesidades son siempre superiores
a lo que llega, o se van acabando y las ayudas ya no llegan como al
principio de la tragedia.
Al principio se necesitó mucha ayuda porque la devastación fue
impresionante y las necesidades de todos, inconmensurables. Por eso
se necesitaban más remesa y frazadas para cubrir el ciento por cien-
to de barrios afectados y de veredas. Las juntas de acción comunal
también pasaron sus listas de ciudadanos afectados por la avalancha,
pero también de ciudadanos y familias que tenían dificultad para
obtener alimentos con que preparar sus comidas. Las personas que
antes eran vendedores ambulantes y que al principio no estaban, ya
se consideran afectadas y están en las listas para recibir las ayudas,
porque lo necesitan.
También se informa que las ayudas tienen un límite. Los damnifi-
cados no saben hasta cuándo son las ayudas alimentarias, de arriendo

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y todo tipo de apoyo. Lo que sí salta a la vista son los incumplimientos


y las promesas incumplidas del Gobierno nacional y local.
La administración municipal sigue planteando recoger la informa-
ción para cuantificar las pérdidas del sector rural, asunto prioritario.
Expresan por todas partes que van ayudar al sector empresarial afec-
tado, pero cuando los comerciantes van a los bancos para reactivar su
sector por las pérdidas de la avalancha, los requisitos, los trámites, las
capacidades de pago y la historia bancaria son escollos imposibles de
salvar. Los financistas siguen colocando trabas de todo tipo y no ayu-
dan a reactivar la economía de los medianos y pequeños comerciantes.
Se habla también de realizar una ciudadela rural y, en fin, el go-
bierno habla mucho, hace promesas por doquier, pero lo que no se
ve son soluciones económicas para el sector y los damnificados y los
pobres, ahora en la pobreza absoluta. En la realidad, no se les resuelve
nada en la práctica.
Son tantos los planteamientos de distintas esferas del poder
público, que se escuchó una propuesta de un senador que estuvo en
Mocoa, Jimmy Chamorro, hablando de aprovechar la situación para
dejar algo permanente para el municipio, hacer de Mocoa un Distrito
Especial. Sabemos que a los 32 departamentos que tiene Colombia se
les transfieren los recursos del situado fiscal a través el Sistema General
de Participaciones y a esos se les suman los Distritos. En Colombia
hay cuatro, el de Bogotá, Cartagena, Santa Marta y Barranquilla. Ese
proceso se hace a través de una reforma constitucional o por acto
legislativo. Supuestamente, entonces, es una oportunidad para tramitar
un acto legislativo.
En este momento, mientras esté en curso la emergencia por la
avalancha de Mocoa, el Gobierno nacional, el municipal de Mocoa
y la gobernación también sacaron sus decretos de emergencia. De
lo nacional se pueden transferir recursos directamente a Mocoa, sin
pasar por el conducto del resto de los municipios del país. A través
de esta situación directa de situado fiscal, el alcalde, la gobernación,
concejales y diputados pueden presentar proyectos para muchas obras.
En los siete primeros días que estremecieron a Mocoa, hay una
serie de denuncias y quejas de los líderes de acción comunal, por los
informes y palabras de algunos funcionarios públicos, cuando tenían

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Franco Armando Guerrero Albán

la oportunidad de dar a conocer actividades que decían que estaban


haciendo, pero que en verdad no hacían o lo hacían muy mal. Expli-
caba el presidente del barrio Miraflores, Albert Salas, que el mayor
riesgo que están corriendo más de cinco barrios de Mocoa, los de
la zona del río Mulato, es por el dragado que se está haciendo en la
bocatoma del acueducto municipal frente al salón San Mateo. La
verdad, allí no se está haciendo prácticamente nada, no hay interven-
ción. ¿De dónde sacó el líder comunal, como se lo dijo al alcalde, que
allá había 40 máquinas? No, hay una sola y está parada hace días. No
está trabajando y el muro de protección no va aguantar. El dragado
debe comenzar por ahí, pero no se ve nada. Estos comportamientos
de los funcionarios públicos, y sobre todo la primera autoridad del
municipio, que da informes en algunos casos poco objetivos, van
contra la ética pública. La situación está afectando a barrios como el
17 de Julio, Pablo Sexto Bajo, Miraflores y José Homero, entre otros,
máxime cuando mayo y junio son meses de lluvia.
El presidente Ojeda planteó lo que puede pasar con el terminal
de transporte y la plaza de mercado, y preguntaba qué va a suceder
con los negocios que no están registrados en la Cámara de Comercio.
Decía el alcalde que como el terminal es iniciativa privada, eso avanza
normal y por su cuenta. ¿Cómo así? Existe una avalancha que tiene a
todo el mundo en la incertidumbre, hasta a los transportadores. No
se puede estar informando sin la realidad y la verdad, por lo menos
en la actual situación.
La plaza de mercado se va a reubicar, se habla de un costo de
7.000 millones de pesos, aunque todavía no tiene un terreno ni unos
diseños, pero hablan de unas cifras presupuestales que sacan como por
arte de magia. Se dice que va a funcionar temporalmente, pero nadie
sabe dónde, ni siquiera el administrador, ni los que tenían locales, ni
los campesinos que traían sus productos a vender, mucho menos los
usuarios de la plaza de mercado, el pueblo.
Sigifredo Ñáñez, del barrio San Fernando, pregunta si son viviendas
de interés social. El alcalde responde que sí, con un valor promedio de
41 millones de pesos y 55 metros cuadrados, aproximadamente. Pero
los primeros días de la avalancha se habló de edificios de hasta cinco
pisos, algo que va en contravía del carácter amazónico de la región. Se

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Mocoa. Avalancha: siete días estremecedores

ha hecho mucha bulla y denuncia de ese tipo de casas. El presidente


Santos afirmó que serán primero 300 casas de dos pisos y de 64 me-
tros cuadrados, que sigue siendo inapropiadas para las características
de viviendas de las familias de Mocoa. Aun así, si se tiene en cuenta
que las casas destruidas por la avalancha pasan de mil y las que venían
históricamente por el déficit habitacional de Mocoa también pasan de
mil, son dos mil en números redondos las viviendas que se necesitan
con urgencia.
El presidente de la vereda de Pueblo Viejo, Pedro Murillo, denun-
cia que no se ve por ninguna parte la presencia de la administración
municipal en ningún tipo de prevención, teniendo en cuenta que esa
comunidad fue damnificada por el desbordamiento de las quebradas
Pueblo Viejo, San Antonio y Vijagua, y que el peor de los riesgos es
el del río Mocoa. En esa zona hay un título minero en la parte alta de
la vereda vecina Fidel de Monclar y toda esa montaña ha sido explo-
rada por una empresa trasnacional, la Anglo Gold Ashanti. Hay que
oponerse a que entre a hacernos daño, dice el señor Murillo, porque
de esa zona es de donde la vereda toma el agua.
Se suspendieron temporalmente las clases en los colegios de
Mocoa. Lo ordenó la Secretaría de Educación, el miércoles 5 de abril,
mediante Resolución 0977 de 2017. Son 569 estudiantes directamente
afectados como tal, 45 niños que han fallecido, según datos suminis-
trados por la Fiscalía e informados a la ciudadanía por el secretario de
Educación Departamental, de los cuales 7 eran de las IE de Mocoa.
Un gran número de niños desaparecidos hace que aumenten más los
estudiantes que ya no nos acompañarán más en nuestras aulas.
De la institución educativas fueron seis las que se afectaron. Pío
XII sede El Jardín tiene una matrícula de 355 estudiantes y sufrió
inundación. La IE Fray Plácido, con 627 niños de grado cero a grado
sexto, ubicada en el barrio Miraflores, está amenazada con un riesgo
inminente por el río Mulato. Teniendo en cuenta que allí varias casas
fueron afectadas, ésta IE debe ser reubicada inmediatamente, para
que los niños no vayan a sufrir otro percance más adelante. La IE
San Agustín, con 856 estudiantes, sufrió inundaciones. La IE Ciudad
Mocoa tiene una matrícula de 1.295 estudiantes y es la más afectada,
porque los barrios aledaños al colegio sufrieron los embates de la

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Franco Armando Guerrero Albán

avalancha. Hay incluso problemas de salubridad de los niños, por


estar más cerca del lugar de los hechos. La IE Fidel de Monclar, con
582 estudiantes, también sufrió inundaciones.
El Centro Educativo Bilingüe Camentsa fue arrasado totalmente
por el río. Afortunadamente, habían sido reubicados estos niños y ya
está el centro en proceso de reconstrucción en la vereda Villanueva.
Urge nombrar a los orientadores psicosociales de todos los es-
tablecimientos de educación de los 149 establecimientos educativos
y solo se cuenta con 29 orientadores escolares. Hacen falta 129. En
Mocoa, de los 15 establecimientos educativos, solamente hay seis
cargos asignados. Hacen falta nueve. No hay plata para la atención
de docentes afectados por la avalancha.
Las comunidades y los ciudadanos de Mocoa, pero también del
Putumayo, están pendientes de hacer valer sus derechos a tener una
vivienda digna en un ambiente sano, con todos sus derechos econó-
micos y sociales. Pero hay unos derechos para los damnificados o
en riesgo de desastre que hay que llevar a la práctica. El derecho a la
protección por causa del riesgo en cualquiera de sus manifestaciones
es uno. Otro, el derecho a la continuidad de los compromisos adqui-
ridos por el Gobierno en la restauración de la ciudad, compromisos
de corto, mediano y largo plazo.
Las comunidades afectadas y los damnificados tienen la prioridad
inmediata sobre el resto de la población. Los que perdieron sus casas,
sus enseres, sus inmuebles, sus seres queridos están en la primera línea.
Es el derecho a la vida lo que deben recuperar.

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