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Hace casi cuatrocientos años el rey Felipe III de España ordenó al ingeniero Alonso Turrillo de

Yebra la fundación de una casa de moneda en Santafé de Bogotá. De acuerdo con la Real Cédula
del 1 de abril de 1620, debía acuñar monedas de oro, plata y cobre, y de sus utilidades abonar
sumas importantes a la Corona. Para esto, Turrillo debía construir una casa para acuñación,
adecuándola con todos los instrumentos y herramientas necesarias para su funcionamiento.

El ingeniero, al llegar al Nuevo Reino de Granada, se instaló en una de las primeras edificaciones
de Santafé, donde inició en 1621 las labores de acuñación que le habían sido encomendadas y
desde entonces aquella fábrica fue una especie de herrería para la fabricación de monedas, con
hornos para fundir y afinar.

El proceso de elaboración era sencillo: se fundían primero los metales y se vertían en recipientes
rectangulares hasta que se solidificaran. La lámina resultante era adelgazada a golpes de martillo
para cortar los discos, o cospeles, con tijeras denominadas cizallas. Finalmente se colocaba el
cospel entre dos troqueles para producir la acuñación con golpes de martillo. Por su forma
irregular, esta moneda se conoce con varios nombres: macuquina, de martillo, o de cruz, por la
Cruz de Jerusalén que llevaba en el reverso.

Al cabo de quince años de usufructo, la Casa de moneda pasaría a ser patrimonio de la Corona.
Sin embargo, este sistema de las concesiones particulares, duró más de 130 años. En su época de
construcción la Casa contaba con una planta cuyos tramos se encuentran sobre las actuales calle
once y carrera quinta, lugar donde se acuñaron las primeras monedas de oro de América. A
mediados del siglo XVIII, hacia 1753, el rey Fernando VI ordenó la ampliación de la antigua casona
dirigida por el arquitecto español Tomás Sánchez Reciente, quien inició trabajos bajo las órdenes
del virrey José Alfonso Pizarro.

El motivo principal de la reforma fue el arribo al Nuevo mundo de la nueva maquinaria, incluyendo
los volantes de acuñación y los enormes molinos de laminación de dos pisos, movidos por caballos
para la fabricación de moneda circular o de cordoncillo, con el fin de ponerla en circulación, tal
como lo había ordenado algunos años antes Carlos III para reemplazar la moneda macuquina.

Estas máquinas se encargarían de tecnificar los procesos de laminación, corte de cospeles y


acuñación de monedas. Durante este período se construyó la segunda planta y sus espacios se
adecuaron, entonces, a las necesidades de la producción mecanizada de nuevas monedas de
mejor factura. Salvo la fundición y el molino de laminación movido por mulas (éste último
desaparecido), la Casa de moneda que hoy apreciamos es aquella que luego de su ampliación fue
reinaugurada por el virrey José Solís Folch de Cardona en 1756, como puede 
leerse en el friso de su portal de piedra.

Sus columnas y arcos del costado norte y occidente del patio principal, así como los tramos donde
se alojan las actuales salas de exposición que dan hacia la calle once y la carrera quinta, son los
originales.

La Casa de moneda de Bogotá, como otras edificaciones, también fue objeto de la violencia
desatada el 9 de abril de 1948 por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Antonio María Barriga
Villalba, director de la Casa, utilizó contra los vándalos el cloro concentrado que se usaba para
afinar el oro, logrando que la multitud que pretendía entrar por la puerta principal abandonara el
lugar al sentir asfixia y ardor en los ojos. Los empleados y el director resistieron los efectos del gas
al protegerse con las máscaras que se usaban en la sección de afinación. Luego repelieron un
nuevo asalto por los techos y sofocaron las llamas que se propagaron desde el Palacio Arzobispal.
Al final, la ingeniosa defensa 
de la Casa de moneda evitó su saqueo y destrucción.

Por medio del Decreto 1584 del 11 de agosto de 1975, la casa fue declarada monumento Nacional
por el Instituto Colombiano de Cultura, (hoy Ministerio de Cultura), y restaurada entre 1976 y 1978.
En esta casa, donde fueron acuñadas las primeras monedas del Nuevo Reino de Granada,
también se manufacturaron todas las monedas colombianas hasta 1987, cuando dicha actividad se
trasladó definitivamente a la Fábrica de moneda en Ibagué.

La Casa era propiedad de la nación y funcionó como dependencia del ministerio de Hacienda hasta
1942, cuando el gobierno celebró un contrato con el Banco de la República para que asumiera la
administración y la acuñación de monedas. Este contrato duró hasta 1993, cuando el Banco
compró definitivamente la Casa al Estado colombiano.

Allí se exhibe hoy la Colección Numismática del Banco de la República

50 años del Museo Numismático


Con el fin de divulgar la historia de la moneda colombiana, desde la Colonia hasta el periodo
republicano, el 20 de julio de 1961 el Banco de la República abrió las puertas del museo
Numismático, lugar donde exhibió por primera vez su amplia colección de monedas y billetes. En
ese entonces el museo contaba con 1.032 piezas, incluidas 400 macuquinas santafereñas de oro
de dos escudos, acuñadas entre 1628 y 1636, encontradas en el Río magdalena y conocidas como
el Tesoro del mesuno.

También exhibe, junto a otras monedas de oro, plata, y metales que circularon en distintas épocas,
papeles de crédito, billetes, vales, y documentos antiguos.

En 1985 el museo entró en un proceso de renovación, tanto del guión de la exposición como de los
diseños museográficos, y reabrió sus puertas en diciembre de 1996 en la misma casa original,
dando paso a la exposición permanente de la colección numismática, la cual cuenta con diez salas
de exhibición, donde en estricto orden cronológico se narra la historia de Colombia con las mejores
piezas de la colección. Adicionalmente posee una sala para exposiciones temporales.

Al cumplirse las bodas de oro de su apertura al público, la Subgerencia Cultural exaltó el nuevo
montaje a cargo de los expertos Jorge Becerra, Ignacio Henao, Andrés Langebaek y Angelina
Araújo, quienes el pasado 19 de julio, por medio de una conferencia, ahondaron en la historia del
museo y de la colección misma, y la relevancia que ha tenido la moneda en la historia económica y
sociocultural de Colombia.

En el año 2000 el artista Fernando Botero donó al Banco de la República una colección de arte de
208 obras, 123 de su propia autoría y 85 de artistas internacionales. Con esta colección se fundó el
Museo Botero, ubicado en el barrio La Candelaria, centro histórico de Bogotá, en una casona
colonial que funcionó hasta 1955 como Arzobispado de la ciudad, y que fue restaurada y adecuada
como museo por el Banco de la República, bajo los preceptos y la curaduría del propio maestro
Botero. Desde el 1° de noviembre de 2000 la colección ha estado a disposición del público. El
Museo Botero abre todos los días -menos los martes- y tiene entrada gratuita.

“Para mí es un placer infinito saber que estas obras pertenecen hoy a Colombia; saber que los
estudiantes que ingresen a esta casa, entrarán en contacto con las corrientes artísticas más
importantes de nuestro tiempo, contemplando aquí permanentemente, obras originales de grandes
maestros; saber que los amantes de la pintura y la escultura puedan venir a visitar este remanso
de paz y pasearse tranquilamente por estas salas, dejándose inundar por la estética moderna”,
expresó el pintor durante el acto inaugural del Museo Botero.
En el costado occidental del Museo se exhiben las 123 obras del propio maestro Botero entre las
cuales se hallan pinturas, dibujos y esculturas. En estas piezas pueden apreciarse los rasgos
característicos de la obra del artista, su extraordinario dominio de la técnica, la coherencia de su
visión, la creatividad, la sensualidad, el manejo del volumen, el gusto por el detalle imprevisto y esa
combinación de ironía y respeto que ha marcado su tratamiento de los temas colombianos o sus
alusiones a la pintura universal. Son, ante todo, obras de las últimas décadas del siglo XX que
permiten disfrutar el lenguaje y el estilo que ha caracterizado al pintor en su madurez.

En el costado oriental de la casa, se exhibe la colección internacional del Museo Botero, 85 obras
de altísimo nivel que dan una idea muy completa de la evolución de la pintura y la escultura
modernas, siendo la obra más antigua Gitane au tambourin (anterior a 1862) de Camille Corot y la
más reciente, el gran óleo de Barceló (1998). Una colección que reúne a artistas tan destacados
como Picasso, Leger, Renoir, Monet, Dalí, Giacometti, Beckmann, Freud, Calder y Bacon, y que
ubicó al Museo Botero entre las cinco colecciones públicas de arte internacional de mayor
importancia en América Latina.

Diariamente cerca de mil personas visitan el Museo Botero, y muchas otras, entre niños, maestros,
adultos y familias, participan de los programas educativos que el Banco de la República ofrece,
también gratuitamente, para acercar al público a esta magnífica colección. Hay visitas guiadas,
charlas, conferencias, talleres para niños y maestros, entre otras actividades, cumpliendo el deseo
del maestro Fernando Botero: estar allí por siempre, para la enseñanza y el disfrute de todos los
colombianos.

Como lo titulara un periódico de la época, la donación de Fernando Botero fue “el regalo más
grande que un colombiano haya hecho a su país”.

a primera noticia que se tiene de la casa que actualmente recibe a la Donación Botero data de
1724, cuando el Arzobispo Antonio Claudio Álvarez de Quiñónez adquirió el terreno a medio
construir y se ocupó hasta 1733 en adecuarla como habitación de los arzobispos que llegaban a la
capital.

Después de la muerte de Álvarez (1736), la casa fue ocupada por los arzobispos de Santafé, con
excepción de Martínez Compañón. Antonio Caballero y Góngora, obispo entre 1788 y 1790, le hizo
importantes mejoras y dejó allí su amplia biblioteca y una notable colección de arte: según Daniel
Ortega Ricaurte, entre estas estaban obras de Tiziano, Miguel Ángel, Reni, Murillo y Velásquez. En
el siglo XIX el obispo Vicente Arbeláez se encarga de mejorar su estado a partir de los planos de
Bartolomé Monroy. Las descripciones de la edificación señalan una construcción austera pero
sólida, reconocida por los habitantes de la ciudad y a la que se le atribuía cierta solemnidad,
aunque de Palacio no tuviera sino el nombre.

La casa tuvo chimenea, lo que en Bogotá resultaba exótico; según José María Caballero algunos
viajeros se sorprendían por que solo en dos residencias encontraron el calor de la leña. Los
vecinos atribuían maleficios a la chimenea,pues el que se calentaba salía al frío bogotano y
prontamente encontraba su final.

Al lado Tomás Reciente construyó el edificio definitivo de la Casa de moneda, entre 1753 y 1756.
Esta casa se convierte en el lugar más representativo de la calle, tanto así que es nombrada como
Calle de la Moneda.

Este vecindario fue morada de personajes históricos: Luis Caycedo y Flórez, alcalde de primer voto
de la ciudad, cuya casa estaba en el sitio de la actual Plazoleta de Vásquez Ceballos, José Ignacio
de Márquez, presidente de la Nueva Granada, Juan Hernández de Alba, Gregorio Vasquez de Arce
y Ceballos, Francisco Cortázar y Primo Groot.
La casa fue también blanco de ataques. En la revuelta conservadora de 1862, mil hombres en
contra de Mosquera atacan la ciudad y una parte del Palacio y la Casa de Moneda son quemadas.
Más adelante, en 1886, empleados del Estado se llevaron a la fuerza los archivos de la curia donde
se guardaban noticias sobre los impuestos y recaudos de la iglesia, secretos personales y crónicas
de la historia.

A parte de estas noticias, la casa y sus habitantes no tuvieron el protagonismo de otras


construcciones y personajes de la ciudad, tanto así que hasta el 9 de abril y tras pocas
reparaciones, el Palacio se mantuvo en pie, aún al servicio del clero.

Con las fiebres desatadas por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la casa es incendiada y
destruida. Luis Vidales escribe en ese abril un texto titulado Asesinos del pueblo,basado en una
nota de prensa que afirmaba: "(...)entre los escombros del palacio arzobispal fue hallado un libro
que ardía misteriosamente desde el 9 de abril: la "Historia de los Padres de la Iglesia". Obra
humeante aún que parece un milagro". Por lo demás los daños al clero son una cifra más en la lista
de destrucción.

A parte de la violencia y los conflictos políticos, la ciudad es objeto de una disputa más discreta: su
reconstrucción, apenas dos o tres meses después del nueve de abril las revistas dedicadas a la
arquitectura lanzaban diversas propuestas sobre la reconstrucción de los edificios, nuevos diseños
para las vías y "conceptos urbanísticos" que definieran el nuevo centro de la Ciudad.

Parece que el Palacio escapó de la bandada arquitectónica, de su reconstrucción no hay reporte


en las revistas especializadas; fue el Banco de la República quien adquirió los terrenos y a partir de
las fotografías aéreas y las imágenes de las fachadas reconstruye la casa en dos etapas. Al
finalizar la construcción en 1955, es alquilada a la Corte Suprema de Justicia. El palacio Arzobispal
se traslada definitivamente a la carrera séptima con calle décima.

La Biblioteca Luis Angel Arango, cuya sede es adquirida en 1955, inaugura en el antiguo Palacio la
Hemeroteca Luis López de Mesa; sus puertas se abrieron en enero de 1979, habiendo desplazado
un año antes a la Corte Suprema.

Hernando Sánchez, en una crónica aparecida en la revista Guión, sobre la inauguración de la


Hemeroteca menciona: “Algo restaurada, albergó a la Corte Suprema de Justicia, cuyos
magistrados resolvieron convertir sus espaciosas estancias en encierros personales, evocativos de
las cárceles. Todo lo cual señalaba algo así como que la justicia no solo es ciega sino fría”.

Durante el año 86 la casa volvió a recibir a la Corte; la destrucción del Palacio de Justicia en
noviembre del 85, dejó sin oficinas a la institución, obligando a la readecuación del edificio y al
regreso de la hemeroteca al edificio de la Biblioteca.

La ampliación de la Biblioteca Luis Angel Arango en 1990 creó un espacio para la Hemeroteca, así
que ésta se trasladó a su actual lugar, dejando el antiguo Palacio como área de exposiciones y
oficinas de la Subgerencia Cultural. El crecimiento de la Colección de Arte del Banco de la
República, hizo que fuera necesario conseguir un lugar para mostrar al público las obras de
manera permanente, así que en 1995 se inician nuevas obras de adecuación para recibir en
diciembre del 96 la primera selección de obras pertenecientes a la colección.

Una vez más la casa es cerrada en el año 2000, la Colección de Arte se traslada a la segunda
planta de la Casa de la Moneda y sus paredes se preparan para recibir, desde noviembre, las 183
obras de la Donación Botero, dejando atrás el blanco frío de las paredes y los muebles vacíos para
que con el color llegara el placer del arte.

Estimados amigos
Quiero empezar por agradecer al Banco de la República y a su Gerente General Miguel Urrutia, por
el entusiasmo que pusieron en la realización de esta obra. A Darío Jaramillo, Subgerente Cultural,
a Jorge Orlando Melo, Director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, a José Ignacio Roca, a
Francisco Vargas y a Ana Maria Escallón, autora del magnífico texto del catálogo y gran animadora
del proyecto desde un principio.

Esta colección que inauguramos hoy es más que un conjunto de cuadros, dibujos y esculturas. Es
también un acto, hacia esa paz, que anhelamos los colombianos. Una paz que será un esfuerzo
colectivo, al que llegaremos con hechos tangibles, con demostraciones concretas e inequívocas de
una voluntad de concordia. Por eso yo quisiera que ésta donación, se interpretara como una
demostración personal de mi fe en nuestro país, en su futuro y en un mañana en que todos los
colombianos podamos transitar sin temor, gozando de la convivencia que nos ha resultado tan
difícil y costosa.

Algunas personas me han preguntado cuál es el sentido de esta donación, el sentido de que estas
obras queden en Colombia, en un momento en que el país está viviendo días tormentosos. Y la
respuesta es que precisamente porque nuestra patria está acosada por la violencia es que esta
colección debe quedar aquí. A la barbarie hay que oponer la civilización; a la violencia la cultura; a
la intolerancia debemos oponer el arte, porque el arte no es un capricho que adorna una sociedad,
sino una necesidad espiritual que debe ser compartida con entusiasmo.

Para mí es un placer infinito saber que estas obras pertenecen hoy a Colombia; saber que los
estudiantes que ingresen a esta casa, entrarán en contacto con las corrientes artísticas más
importantes de nuestro tiempo, contemplando aquí permanentemente, obras originales de grandes
maestros; saber que los amantes de la pintura y la escultura puedan venir a visitar este remanso
de paz y pasearse tranquilamente por estas salas, dejándose inundar por la estética moderna. Que
quede pues este pequeño oasis de cultura en medio del frenesí de la vida ciudadana.

Debo confesar que no fue fácil desprenderme de estas obras, con muchas de las cuales conviví
durante años. Sin embargo, el hecho de saber que estos cuadros están ahora aquí, en mi país, al
alcance de todos, me proporciona un placer muy superior a esa nostalgia y la justifica con creces.

Mi donación queda en buenas manos

Mil gracias.

Fernando Botero

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