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Apología de Sócrates

Es una obra de Platón que habla del discurso que Sócrates pronunció como
defensa, ante los tribunales atenienses, en el juicio en el que se lo acusó de
corromper a la juventud y no creer en los dioses.

Sócrates es acusado por Melito, Anito y Licón de corromper a la juventud, no creer


en el panteón de Atenas y crear nuevos dioses.

Inicia su defensa menospreciando el discurso elaborado por los sofistas,


considerándolo un abuso, cuando se trata de esclarecer la verdad.

Lo primero que hace Sócrates es acusar al que le acusa, Meleto, de no importarle


las cosas que dice le importan. Mientras interroga a Meleto, dice que nadie
corrompería intencionadamente a otro, pues después correría el riesgo de que
éste les dañara en el futuro. Este tema de la corrupción es importante por dos
razones: primero pues parece ser la acusación más grave que se le imputa, el
corromper a los jóvenes enseñándoles una versión de ateísmo, y la segunda,
porque Sócrates dice que, si Meleto está convencido, debe ser porque Aristófanes
corrompió las mentes de su audiencia, cuando ésta era joven.

Sócrates partió en una "misión divina" para resolver la paradoja e intentó


demostrar que el dios se equivocaba. Tras esto, proclamándose la voz del oráculo,
procede a preguntar a los políticos, poetas y artesanos, determinando al final que
los primeros son impostores, los segundos no comprendían sus propias obras al
igual que los visionarios y los profetas no comprenden sus visiones, y que los
terceros tampoco se libran de ser pretenciosos. Por su parte, él se pregunta así
mismo si preferiría ser un impostor, como la gente con la que habla, y de nuevo
hablando como la voz del oráculo responde que no, pues prefiere ser él mismo.

Para explicar el origen de su reputación, Sócrates pone de testigo al dios de


Delfos.

Es Querofón, su amigo entrañable, quien pregunta al oráculo “¿Hay en el mundo


un hombre más sabio que Sócrates?” a lo que el oráculo responde que “ninguno”.
Sócrates afirma que no ha habido mayor bien para Atenas que su preocupación
por sus compañeros ciudadanos, que la riqueza es una consecuencia de la
bondad, y que los dioses no permiten que un hombre bueno sea dañado por uno
peor que él.

Sócrates dice que él nunca ha sido profesor, ya que no ha impartido su


conocimiento a otros. Por esta razón no se le puede hacer culpable de lo que
hacen otros ciudadanos. Sócrates recuerda a los jurados que no va a recurrir a los
trucos comunes de llantos, ni llevara a sus hijos para que le tengan compasión.
Dice no temerle a la muerte y que no actuará de manera contraria a su deber
religioso, por lo que confiará plenamente en la verdad para ganarse el veredicto.
El jurado, sin embargo, lo encuentra culpable.

Considera después como pena el pago de una multa de una mina de plata (100
dracmas), pues no tenía suficiente dinero para pagar una multa mayor. El jurado,
considerándolo una suma muy pequeña comparada con el castigo propuesto por
la acusación, opta por la condena a muerte. Los amigos de Sócrates, Platón,
Critón, Critóbulo y Apolodoro, se disponen a aumentar la suma inicial a 30 minas,
pero la asamblea no ve esto como una alternativa, por lo que se deciden por la
pena de muerte bebiendo cicuta.

Afirma que no ha sido la falta de argumentos por su parte lo que ha dado resultado
a su condena, sino su repulsión por rebajarse a las habituales prácticas
sentimentalistas que podían esperarse de cualquiera que se encuentra ante una
condena a muerte e insiste, de nuevo, que la cercanía de la muerte no exime a
uno de seguir el camino de la bondad y la verdad. Dice que críticos más jóvenes y
severos seguirán sus pasos, sometiéndoles a un examen más riguroso de sus
propias vidas. Para aquellos que votaron a su favor dice que su "daimon" no quiso
detenerle en su discurso pues consideraba que era la forma correcta de actuar.

Sócrates culmina su Apología diciendo que no tendrá rencor contra quienes lo


acusaron y condenaron, y les pide que cuiden de sus tres hijos mientras éstos
crecen, asegurándose de que éstos pongan lo bueno por delante de su propio
interés. Al final Sócrates dice: "Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir.
Quién de nosotros va a una mejor suerte, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben".

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