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En “El viejo manuscrito” Kafka parece expresar una vez más su sensibilidad para entrever
realidades que parecían firmes pero que se dispersan con una facilidad angustiosa. Una vez más la
supuesta capacidad visionaria de Kafka podría prefigurar en este relato la caída de viejas
instituciones que parecían eternas, como la misma existencia del imperio Austrohúngaro, o
adelantar traumáticos acontecimientos como la futura llegada de los nazis, quiene como los
nómadas del relato, llegan de lejos para saquear y acabar con el curso de la tradición y de las
instituciones que hasta entonces parecían sólidas.
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No es casual que en el relato ese elemento extraño sea precisamente un ejército extranjero, y
mucho más, un ejército de nómadas.
Parece como si todo se configurara a través de una pequeña clave que se encarga entonces del
desbordamiento del relato. Porque hay que considerar el nomadismo como una actividad que no
admite las mismas reglas que componen la trama social en la que se desenvuelven, por ejemplo,
las ciudades o los estados. El nomadismo, por definición, es siempre un asunto del desplazamiento
y la movilidad.
. Un personaje que para el lector no es más que el resumen de una situación bastante incierta:
“Me pareció ver al mismo emperador asomado a una de las ventanas del palacio (…),
contemplando cabizbajo lo que ocurría ante su castillo”.
Para el caso de este cuento en particular hay un elemento que introduce el caos, un pequeño
dispositivo que excede a los sujetos involucrados en la narración. Y una vez introducido el
mecanismo, los sujetos parecen adaptarse o revelarse de un modo bastante inusual. Se oponen a
la situación o se pliegan en ella a través de un comportamiento que es ya el ritmo de un relato
desbordado. Establecen una especie de límite que los compromete en una acción determinada, y
finalmente, sobreviene entonces un discurso; el de los personajes dándose a entender a sí mismos
los motivos de sus acciones o justificando su inoperancia en la persona del zapatero.
Se le relaciona con la energía del cosmos y simboliza el esfuerzo físico y la acción. También es
símbolo de serenidad y conformidad.
Para los pueblos del antiguo Egipto, el buey se diferenciaba del toro, y sus connotaciones
significativas se contraponían de forma radical. La mansedumbre del buey contrasta con la fuerza
salvaje del toro.
Los griegos y los romanos lo asociaban a la agricultura y, con ocasión de algún triunfo
Como símbolo, tienen una resonancia emocional muy poderosa. Esto se debe a que muy adentro
de nuestras mentes, los zapatos representan cosas demasiado elementales que pueden despertar
sentimientos de muchos tipos. Curiosamente, el zapato es una prenda que salta mucho a la vista a
pesar de estar debajo de nuestros principales puntos focales, como la cara o el cabello.
En cuanto a su principal significado, el zapato es una base, un cimiento, un objeto que nos ayuda a
plantarnos firmemente en el suelo. Éste nos protege de los elementos y nos ayuda a recorrer
caminos variados y largas distancias. En un plano muy básico, y basándonos en la experiencia
primitiva humana, el zapato representa sobrevivencia.
aquí los zapatos simbolizan, por un lado, la caridad y compasión humana, la capacidad de
«ponerse en los zapatos de los demás», que es necesaria para la supervivencia en una sociedad
que puede ser muy cruel, sobre todo con la gente de los estratos sociales más bajos. Pero no sólo
eso: también representan arte y trabajo arduo.
zapatero
palacio
espadas
En sentido primario, es u n símbolo simultáneo de la herida y del poder de herir y por ello un signo
de libertad y de fuerza
KAFKA
Los personajes de Kafka transcurren en medio de la cotidianidad y se mueven en ella casi de la misma forma en la que se
mueve la maquinaria de un reloj. Todo en ellos parece ligero y cotidiano hasta que, repentinamente, algo viene a
desfigurar el correcto panorama en el que se encuentran sumergidos.
En el relato “Un viejo manuscrito”, el personaje en cuestión no es más que un simple zapatero, y la narración comienza
como si se tratara de una persona que lee el periódico en la mañana y reflexiona sobre los últimos acontecimientos de
su país: “Se diría que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos”. Hasta aquí, el texto no
parecería insinuar nada que contradiga esta opinión.
Sin embargo, tras una breve descripción del oficio que le ocupa – zapatero – tanto como del lugar en el que trabaja y en
el que puede uno suponer que también vive – una pequeña tienda que da a la plaza del la ciudad – surge entonces una
confesión inesperada: “Apenas abro mis persianas en el crepúsculo matutino, ya se ven soldados armados, apostados en
todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros; son, evidentemente, Nómadas del Norte”
Sobreviene una pequeña catástrofe, de la cual apenas si se alcanza a vislumbrar alguna consecuencia.
Todo parecía perfectamente normal. Un zapatero que puntualmente abría las puertas de su negocio. Una ciudad como
cualquier otra; un país que no se diferencia de los demás, ni siquiera en los acontecimientos diarios. Hasta que un
elemento extraño viene a desfigurarlo todo.
No es casual que en el relato ese elemento extraño sea precisamente un ejército extranjero, y mucho más, un ejército
de nómadas.
La significación no puede ser más adecuada. Un elemento ajeno, un ejército de tierras desconocidas, que apenas pueden
ser nombradas por una vaga y probable ubicación. Un regimiento que se apropia entonces de la cotidianidad de una
plaza mientras ocupa los pensamientos de un pobre hombre que hacía parte de su trajinar apacible.
Parece como si todo se configurara a través de una pequeña clave que se encarga entonces del desbordamiento del
relato. Porque hay que considerar el nomadismo como una actividad que no admite las mismas reglas que componen la
trama social en la que se desenvuelven, por ejemplo,las ciudades o los estados. El nomadismo, por definición, es
siempre un asunto del desplazamiento y la movilidad.
Pero no hay que complicarse mucho con esto. Sólo sirve para ilustrar un punto, una noción acerca de esa clase de
elementos que desbordan cualquier texto de Kafka. Mecanismos narrativos – nómadas – que fuerzan el desplazamiento
de las perspectivas y que llegan para descomponer una relación y componer después una trama. El núcleo mismo del
caos.
Sin embargo, también es muy notable que el caos no se desarrolle como si se tratara de una explosión. Al contrario, los
personajes de Kafka parecen asumir de algún modo una actitud más desconcertante aún que el mismo dispositivo que
desborda el relato, sobre todo porque parecen plegarse, condensándose con aquello que padecen.
Tal vez en esto consiste la genialidad de sus textos; esa aparente impasibilidad con la que sus personajes parecen
adaptarse, como si se tratara de corrientes paralelas, al desplazamiento sutil entre una o varias circunstancias siempre
extraordinarias.
En el caso del cuento que se trata aquí se puede leer lo siguiente: “De esta plaza tranquila y siempre escrupulosamente
limpia, han hecho una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer una recorrida
para limpiar por lo menos la suciedad más gruesa; pero esas salidas son cada vez más escasas, porque es un trabajo
inútil.”
En lo que sigue del texto, el zapatero enumera algunos momentos en los que tanto él como el resto de sus vecinos se
esfuerzan por ajustarse, de una u otra manera, a lo que les ha sucedido. Habla de las costumbres de los extranjeros, de
sus actitudes asombrosas. Pero se atiene, así como se atienen los demás, a una situación completamente insensata.
Hay todavía un elemento más que podría ser como la puntada final del texto. Un personaje que para el lector no es más
que el resumen de una situación bastante incierta: “Me pareció ver al mismo emperador asomado a una de las ventanas
del palacio (…), contemplando cabizbajo lo que ocurría ante su castillo”.
En la persona del emperador uno podría encontrar una síntesis, que tal vez no produzca la gratificación de un final
exactamente muy feliz, pero que resume perfectamente el desarrollo del desbordamiento, sobre todo porque su
aparición no resuelve nada.
No se trata de un sujeto heroico, ni mucho menos la personificación de una autoridad competente para restaurar el
orden. Más bien se trata de una persona que se suma al desconcierto general y se atiene como el resto a contemplar la
situación. Y a pesar de que dispone de tropas que podrían enfrentarse con los extranjeros, se limita a cerrar las puertas
de su palacio, abandonando a su suerte a los súbditos o ciudadanos.
Uno podría decir que esa es la magia de los textos de Kafka. Nada se resuelve, o se resuelve de un modo ya desbordado.
Nada vuelve a su cauce original, sino que se deja proseguir bajo el signo de una incertidumbre generalizada.
Para el caso de este cuento en particular hay un elemento que introduce el caos, un pequeño dispositivo que excede a
los sujetos involucrados en la narración. Y una vez introducido el mecanismo, los sujetos parecen adaptarse o revelarse
de un modo bastante inusual. Se oponen a la situación o se pliegan en ella a través de un comportamiento que es ya el
ritmo de un relato desbordado. Establecen una especie de límite que los compromete en una acción determinada, y
finalmente, sobreviene entonces un discurso; el de los personajes dándose a entender a sí mismos los motivos de sus
acciones o justificando su inoperancia en la persona del zapatero.
No se sabe cómo prosigue la narración. No se habla ni siquiera de un desenlace. Todo parece un final que apenas se
distingue como algo probable pero siempre indefinido y totalmente incierto. Es como si el cuento se encerrara sobre sí
mismo en una especie de metafísica de la incertidumbre.
No en vano el personaje del zapatero termina su narración diciendo: “La salvación de la patria sólo depende de
nosotros, artesanos y comerciantes; pero no estamos preparados para semejante empresa; tampoco nos hemos jactado
nunca de ser capaces de cumplirla. Hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina”.