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Universidad Central

Pregrado en Creación Literaria


Paradigmas de la poesía
Paula Giselle Zorro Pérez

El lugar del poeta en “La Divina Comedia” de Dante Alighieri

En esta obra cúspide de Dante Alighieri donde poetiza la creencia judeocristiana sobre la

existencia que proviene después de la muerte, podemos inquietarnos acerca de la estructura

de la obra y la multiplicidad de significados que pueden surgir de ella. Uno de los temas

que llamó mi atención fue precisamente el lugar del poeta, la manera en la que Dante sitúa

a diferentes poetas e ilustres de su contexto y del mundo clásico y les asigna un lugar

diferente dentro de su universo; a su vez, la figura que él mismo ocupa como poeta, no solo

en la narrativa de su obra, sino en la construcción consciente como creador de los tres

tomos que ejemplifican: Infierno, Purgatorio y Paraíso.

El primer acercamiento a una representación literal del poeta sucede en la aparición de la

sombra de Virgilio en la selva por la que transcurre Dante. La elección de Virgilio como

personaje importante dentro de su obra, apela a un dato biográfico en el que La Eneida hace

parte de los libros que marcaron la trayectoria de Alighieri; en tanto La Eneida configura

un mito fundacional para la ciudad de Roma, mismo elemento que resuena dentro de los

intereses del escritor y que retoma dentro de su obra. Virgilio es el gran poeta de la épica

clásica y Dante el poeta de la épica cristiana, como Eneas viajó a los infiernos, Dante se

hace a sí mismo el héroe capaz de acceder no solo a los infiernos, sino al paraíso. Virgilio

representa la razón que le guiará en su viaje hacia los dos primeros lugares donde se halla la
vida después de la vida. El segundo acercamiento hacia la representación literal del poeta y

la exaltación lisonjera se halla en el canto cuarto del infierno.

“¡Honremos al altísimo poeta!


Su sombra vuelve a hacernos compañía
Clamó una voz y se calló discreta

Al expirar la voz que así decía,


Vi cuatro grandes sombras por delante,
Que ni dolor mostraban ni alegría.

¡Míralos en su gloria fulgurante!


Dijo el Maestro: El que la espada en mano
Se adelanta a los otros arrogante,

Es Homero, el poeta soberano:


El otro Horacio: Ovidio es el tercero;
Y el que les sigue se llamó Lucano.

Como cada uno cree merecedero


El nombre que me dio la voz aislada
Me honran con sentimiento placentero.

[…]

Luego que hubieron departido un tanto


Hacía mí se volvieron placenteros
Y el maestro sonrióse con encanto.

Mayor honor me hicieron lisonjeros;


Y dándome un lugar en compañía,
El sexto fui contado entre primeros.”
(Canto IV del Infierno. Versos: 87-102)

Dante es el poeta que se contempla contemplando. Hace uso de la segunda persona para

invitar al lector a que contemple con él; crea la ilusión de cercanía que da la imagen de ser
llevado de la mano del viajero, que a su vez es guiado mientras viaja. En su peregrinación

al lado de Virgilio durante el purgatorio, entran otras representaciones de personajes que

aluden a la poesía, tal como lo es Sordello de Gioto, el trovador. Más adelante, en el canto

vigésimo sexto en el lugar donde se purgan los pecados de la lujuria, se encuentra Guido

Guinizzeli y Arnaut Daniel. La descripción que elabora Dante ante los poetas en calidad de

penitentes es muestra de que ser devoto del verso no es suficiente para alcanzar la

redención. El viaje de Dante es una prueba ante sí mismo, ante la muerte de ser merecedor

del paraíso, no solo como ilustre versificador, sino en cercanía y amor frente a lo puro, lo

casto, representado por Beatriz y por la divinidad. Luego de dejar sentado lo anterior,

llegamos al canto vigésimo quinto del purgatorio, canto donde la razón debe ser

abandonada a las puertas del paraíso terrestre para poder ser partícipe de él. Con las

siguientes palabras, Virgilio se despide:

“El fuego temporal y eterno


Has visto ya, hasta venir a parte
En que solo por mí no más discierno.

Te he conducido con ingenio y arte:


Desde aquí tu albedrío te conduce
Por vías en que no has de fatigarte.

Mira a tu frente el sol como reluce;

Las flores, hierbas y árboles frondosos,


Que aqueste suelo de si por si produce.

Antes de ver los ojos luminosos


Que llorosos me hicieron auxiliarte,
Descansa en estos sitios deliciosos.

No esperes ya que pueda aconsejarte:


Tu sano juicio tu albedrío abona,
Y debes ir por ti mismo gobernarte,

Pues te emitro y te pongo la corona”


(CANTO XXVII del Purgatorio, versos: 129-141)

Habiendo recorrido el Infierno y el purgatorio, es cuando Dante entra al lugar de la luz. El


lugar del cual se ha hecho partícipe luego de haber pasado la zona de penitencia sin sufrir
castigo alguno y siendo testigo de la condenación de los penitentes a fin de hallar la justicia
merecida para cada uno de ellos. Para contrastar el lugar del poeta penitente con el lugar
que Dante se da a sí mismo como poeta, es necesario retomar el canto cuarto del infierno
cuando Virgilio amplía la información de quienes yacen en el primer círculo: el limbo.
Virgilio presenta a quienes están allí de la siguiente forma:

“No pecaron, ni el cielo los maldijo;


Pero el bautismo nunca recibieron,
Puerta segura que tu fe predijo.

Antes del Cristianismo ellos nacieron;


No adoraron al Dios Omnipotente,
Y uno soy yo los que así murieron.

Por tal culpa yacen solamente,


Y el castigo es desear sin esperanza
piadosa remisión del inocente.”

(Canto IV del Infierno. Versos: 34-42)

El limbo es el lugar donde no se escucha el escozor del sufrimiento sino el suspiro eterno

del deseo sin esperanza. El poeta es aquel que se constituye por el deseo inmutable e

inherente de querer crear , y es este el factor que diferencia al creador literario de cualquier

otro narrador: la relación de insuficiencia con el lenguaje (en cuanto necesita rodear las
palabras para dar una visión completa de lo que desea mostrar); rehuir del lenguaje vulgar y

la creación de estructuras metafóricas que sirvan de planos arquitectónicos que alimenten el

universo del creador; y que a su vez, le permitan construirse un lugar dentro de la narración.

Por ejemplo, en el caso de La Divina Comedia: los tercetos endecasílabos. Así mismo, el

viaje de Dante es también un rehuir del lugar del poeta: el lugar del deseo sin esperanza.

Dante no es el poeta penitente, el poema que pasó escribiendo durante más de una década,

es excelso y su propia escritura lo ha hecho merecedor del paraíso. Lo anterior se puede

ilustrar en el siguiente fragmento:

“Si aconteciera que el poema santo


En el que ha puesto mano cielo y tierra,
y a largos años me enflaquece tanto,

Venciese la crueldad que me destierra


Del bello aprisco en que dormí cordero,
Enemigo del lobo que hace guerra,

Con otro pelo y canto más austero,


Como poeta, ceñiré en la fuente
De mi bautismo mi laurel postrero:

Su agua la fe me dio del inocente


Y entrado en Dios, por ella mereciera
Los tres giros del Pedro bendiciente!

(CANTO XXV del Paraíso, versos: 1-12)

El compromiso implicado durante la construcción de su obra magna es un intento de

redimirse, no solo como cristiano, ni romano, sino también como poeta. Es demostrarse a sí

mismo que él además de ser poeta, excede la definición. Su lugar no es el lugar asignado

para los grandes poetas de la sociedad clásica, ni junto a los trovadores populares, ya que
Dante es merecedor del cielo y tiene la soberanía de andar por el paraíso terrestre bajo la

corona de su libre albedrío. Corona que fue otorgada por Virgilio. Corona que le permite

ver a Dios, y como dice Borges: Conocer el universo.

En el caso de Dante, el procedimiento es más delicado. No es exactamente un contraste,


aunque tenemos la actitud filial: Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es
superior a Virgilio porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que la ha
merecido, ya que le ha sido dada la visión. En cambio, desde el comienzo del Infierno sabe
que Virgilio es un alma perdida, un réprobo; cuando Virgilio le dice que no podrá
acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino será para siempre un habitante del
terrible “nobile castello” […] Esa figura esencialmente triste de Virgilio, que se sabe
condenado a habitar para siempre en el nobile castello lleno de la ausencia de Dios... En
cambio, a Dante le será permitido ver a Dios, le será permitido comprender el universo.

Bibliografía

Alighieri, Dante. La Divina Comedia.


Borges, Jorge Luis “La Divina Comedia” en Siete Noches.

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