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Introducción. Dice Fernando Rielo en el prólogo a Matevski: «La poesía mística no es voz de flauta y
Víctor, no un Cristo entre cantares en un mundo de duelo: sí la lírica voz de vívida tragedia por el amor
signada». El hispanista y fundador del Movimiento Interiorista de Literatura, nacido en la República
Dominicana, dice que: «La del místico es una belleza que trasciende la mera sensorialidad. La belleza
mística se esconde en lo profundo de las cosas, puesto que las apariencias ocultan su encanto y sólo la
elevación espiritual atrapa esos fluidos entrañables, manantial de la Belleza Suprema» [1].
1. Takis Varvitsiotis[2]. Grecia, 1916-2011). Recibió el VIII Premio Mundial en 1988 con su obra La
pesca milagrosa. Abogado de profesión, es autor de veintidós libros de poesía. En el contexto de la
Primera Generación de Postguerra, a la que pertenece, se mantuvo fiel al surrealismo, con especial
influencia de Éluard, Reverdy y Odsseas Elytis. Ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano,
rumano, polaco y búlgaro, entre otras lenguas y, a su vez, ha traducido a Baudelaire, Mallarmé, Eluard,
Saint-Jhon, Lorca, Neruda, Alberti y Huidobro. Impartió conferencias en Harvard, Princeton, Yale y
Buffalo. Obra poética: El epitafio (1951); Sol de invierno, El caballo de madera, Abecedario, Nacimiento
de otoño y otros poemas, Humilde loa a la Virgen María, Sinopsis 1 y 2 (Poesía junta de 1941-
1972), Ana de la ausencia, Calidoscopio, (1971) Fragmenta o la germinación de los minerales, La pesca
Milagrosa (1990). Falleció en 1991.
Una de las características de Varvitsiotis, sostiene el Premio Nobel de Literatura, Odysseus Elytis, es que
«ha conseguido crear un mundo exclusivamente personal, onírico y transcendente». “La pesca milagrosa”
no es, como dice en el prólogo Fernando Rielo, un libro de poesía mística. Lo es en tanto que «contiene la
lejana paradoja de un paraíso terrenal perdido». La poesía de Varvitsiotis contiene la sublimidad de los
grandes maestros de la lírica universal: «Primero tienes que escuchar / el gran silencio … Para que los
llanos se inunden / de gua virgen» (p. 43). El lector atento podrá descubrir algo diferente, una estética con
tonalidades mediterráneas infrecuente, al menos en la forma.
TE ESPERO
Te espero
Ven de prisa
que te estoy esperando
Cada palabra que te escribo
me cuesta un poco de mi sangre
Mientras mis ojos
permanecen abiertos
sin párpados
Quizá sea aún temprano
allí donde estás tú
Pero aquí
la noche llega
muy pronto
con su gran silencio
y con su collar
de terribles sueños
Si vienes
este año
no nevará
con violetas negras (p. 28)
II
en el cielo atormentado
soplando con arrogancia
una cosa negra. (p. 39)
AGUA VIRGEN
IV INCORRUPTIBLE INCENDIO
Incorruptible incendio
que nos traes el divino saber
y ofreces generoso tus espléndidas flores
igual que un rosal
cargado de destellos
y elevas hasta el cielo
loores sin palabras.
La inmortal doctrina
de lumbre tú me enseñas
pero también verdades de ceniza
en el implacable fracaso. (p. 58)
En la marea de la historia
eternamente ilumina
la sangre de Cristo. (p. 77)
2. Mateja Matevski[3]. Nació en Estambul en 1939. Recibió el X Premio Mundial con su obra Torre
Negra (1990). Ensayista, crítico literario. Ha publicado Lluvia (1956); Equinoccio (1963), Romance de
fiesta (1967); Crepúsculo (1969); Perúnica (1976); Círculo (1977); Tilo (1981; Voz (1984(; Nacimiento
de la Tragedia (1985). De la tradición al futuro (crítica y ensayos, 1987); Drama y Teatro (crítica y
ensayos, 1987); Hacia afuera (poesía 1990); La torre negra (poesía, 1992); Sacando afuera (poesía,
1996); La luz de la palabra (crítica y ensayos; El muerto (poesía, 1999); Área interna (poesía , 2000).
La obra de Matevsqui bordea la mística desde el dolor. Aspira a la trascendencia y, sin negar los
estímulos de los sentidos, halla el equilibrio interior en los elementos de la naturaleza: los astros, la tierra,
el cielo, la hierba, el viento, el océano. El poeta elabora símbolos que le distancian de los sentidos, para
adentrarse en un mundo inmaterial, puro, trascendente. Lo hace, no para huir del mundo, sino para aliviar
las luchas de la existencia, afrontar la muerte y el dolor humano. La lírica de Matevsqui es, para que
darnos a entender rápido, como la de César vallejo, desgarrada, elegíaca, recia. Abriga, finalmente, la
poesía de este poeta turco un acentuado influjo de lo telúrico y mítico del universo.
INVOCACIÓN
VOCES
3. Maria Assumpta Schenkl[4]. Nació en Alemania en 1924. Monja del Císter. Recibió el XXVI
Premio Mundial en 1996. Ha publicado Oh tú, mi dorado Dios (1986), Yo amo el
Amor (1990); Levántate, amiga mía, y ven (1994), Textos espirituales del diálogo de amor entre Dios y
el alma (1994). La religiosa contempla el misterio de la redención desde las coordenadas que presenta el
tiempo fuerte litúrgico de la Cuaresma, Pascua y Pentecostés. A veces –tal vez será por la traducción, es
difícil saberlo– entra tan adentro de lo sagrado de Dios, la Trinidad, por ejemplo, que da la impresión que
su lenguaje es insuficiente para decir todo lo que su alma percibe, goza y contempla. No es fácil,
ciertamente, comunicar por cualquier medio lo que podríamos calificar instancias divinas.
Amado Señor.
Siempre resuena en mi corazón
tu Palabra:
“Permanece en mi amor”.
Ella palpita en mi ser,
irradia mi espíritu
y en mi sangre canta.
Olas de alegría me inundan,
gozoso y amoroso fuego,
tu Palabra me inflama:
“Permanece en mi amor”.
Oh misión, luz y camino,
consejo y súplica a la vez.
Ardiente deseo de Dios y
entrega de sí mismo.
¡Cómo podré yo concebirte de una vez!
Felicidad sin medida.
En acción de gracias
se derrite mi alma.
Señor, Dios mío,
guárdame en tu amor. (p. 40)
II
Amado,
¿cuándo es el tiempo del amor?
Nunca y siempre ahora,
pues el amor no tiene tiempo,
el amor es eternidad.
Y tú y yo descansamos
en el eterno ahora
del amor,
ebrios de luz.
Sí, ebria estoy
de tu amor, Amado.
Ebria y en ardiente deseo
por ti, a la vez.
III
IV
Mi Señor amado,
a la fuerza me has arrastrado
al Cuerpo Místico,
a es Cuerpo que lo encierra todo.
Palpitante en su corazón vivo
y anegada fluyo
en la roja sangre de sus venas.
Y así todo soy en el todo.
Cuando en el cielo frío y mañanero
lentamente palidece
la matutina estrella,
despierto yo llena de júbilo,
al canto de la alondra,
aspirando por un corazón paterno.
Murmuro susurrando suavemente,
mecida por la brisa marina,
con las argénteas hojas del olivo,
alimentada por la tierra
profética de Delfos.
Grano de arena que suave se desliza
soy yo, en continuo fluir
de incandescente desierto,
bajo la pisada del caminante.
Yo vivo inmersa
en la suave fragancia de la rosa
y del manzano,
y cantando voy
por un antiquísimo sendero,
al vislumbrante resplandor
de los planetas
y vivo así contigo
en todo corazón humano (p. 116)
4. Teodoro Rubio[5]. Burgos, 1958. Recibió el XXV Premio Mundial con su obra Tu mano todo el
día. Sacerdote. Se doctoró en Filología Hispánica al estudiar a Gerardo Diego. Ha publicado los
poemarios: Araña en tu silencio (1989); Herida la palabra (1991); Murmullos de brisa-
mar (1992); Arañando tu niebla (1996); Luminosa andadura (1999); La oquedad de tu
distancia (2001); Fría desnudez del calendario (2001); Tu mano todo el día (2005); La memoria de
cuelga en los balcones (2013).
Tu mano todo el día. La naturalidad con la que Teo Rubio hila sus versos es asombrosa. El lenguaje es
fluido y sugerente. El poeta habla de sus vivencias, de todo lo que sucede en su corazón y de todo lo que
le afecta desde fuera. La poesía de Teo Rubio, para mí, es un poesía de confluencias, pues a ella vienen a
parar lo cotidiano, lo espiritual, los acontecimientos, las propias vivencias, los estímulos, el dolor, las
tristezas, en pocas palabras: la vida misma. Eso quiere decir, que no hay hermetismo ni poses, que lo que
hallamos en la obra de Teo no es sino lo que todos sentimos, pero que no todos expresamos. El lirismo de
Teo Rubio, heredero de la mejor tradición de la poesía española, tiene, según percibo, resonancias de José
Luis Tejada y de Gerardo Diego. Eso se evidencia en la transparencia de la palabra y en la creación de
pequeños mundos –los poemas– en los que todos cabemos, porque canta sentimientos humanos
universales.
II
Esta tarde de púrpura y silencio,
partido en dos mitades como el día,
escribo: soy feliz, aunque me duela
tener el corazón como la escarcha,
sin altura ni peso.
Escribo: soy feliz, aunque no tenga
la inmensidad del mar para abrazarte (p. 63)
III
5. Bettsy Yhamile Narváez Cárdenas[6]. Nació en Ecuador en 1972. Recibió el XXXII Premio
Mundial con su obra Entre los pucheros. La mística de Narváez es experiencial. Es decir, vive su unión
con Dios en y desde lo cotidiano. Su monasterio es el hogar, su lugar de trabajo, el transcurrir mismo de
una jornada ajetreante desde que amanece hasta que cae la tarde. Dios está en todo lo que hace y todo lo
hace desde Dios. Y ésa es la gracia mística de esta poetisa. Con razón Santa Teresa de Jesús acuñó la
célebre frase que Dios también estaba entre los pucheros, es decir, en lo más ordinario de la vida, que
Dios también es un Dios que hacía lo que tú haces por rutinario y baladí que parezca. Que es cuestión de
actitud. Que un instrumento musical suena donde quiera que se le toque y no solo en una de conciertos.
II
Prisa.
Inútil prisa.
Nada debería turbar este minuto
pero la vida sigue
y tenemos que ir todos a partes diferentes.
Aquí uno calcetines de talón por delante
Allá unos cordones sin atar
y un pijama calentito
que no quiere ceder su puesto al uniforme.
–El ángel del Señor anunció a María…
(Responden dos voces con sueño
y una lengua de trapo)
–He aquí la esclava del Señor…
(Responde un voz clara, otra somnolienta
y un lengua de trapo9
–Y la Palabra se hizo carne…
(Responden tres voces de niños
y desde otra habitación, una más recia)
Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios
para que amándonos
en este hogar nuestro
tan común como cualquiera
el amor nos haga dignos
de alcanzar las promesas
las gracias
la unidad
la paz
que promete tu Hijo
Amén (p. 23)
III
Ahora
viene a saludarte un ratito
Pero debo irme, Señor
me pasaría la vida aquí
queriéndote
pero el amor excede las palabras.
Y también me esperas en la clase
voy a buscarte en ellas
en las niñas que me esperan
Te amo siempre
déjame amarte en ellas
como tú quieres
como tú quieras
Un beso. (p. 35)
IV
REFERENCIAS