Está en la página 1de 269

Este documento está hecho con la intención de satisfacer a los fans de la lectura.

Nuestro objetivo no es molestar o perjudicar a la autora. Nuestro deseo es compartir


esta maravillosa historia que muchos de los fans llevan años esperando leer en
español.
CONTENIDO

CAPITULO 1 CAPITULO 12

CAPITULO 2 CAPITULO 13

CAPITULO 3 CAPITULO 14

CAPITULO 4 CAPITULO 15

CAPITULO 5 CAPITULO 16

CAPITULO 6 CAPITULO 17

CAPITULO 7 CAPITULO 18

CAPITULO 8 CAPITULO 19

CAPITULO 9 CAPITULO 20

CAPITULO 10 ÍNDIGO

CAPITULO 11 FIN
1
—Había una vez, en una tierra lejana, un niño. Se llamaba Jakob. —Tu voz es un
murmullo que debo esforzarme por escuchar. La cadencia de tu discurso, la longitud
de tus vocales y la dureza de tus consonantes... se desplazan y cruzan continentes—.
¿Jakob? Era un mocoso malcriado. Todo lo que quería, lo tenía. Y más. Si lo quería, no
tenía más que apuntar y era suyo. Nunca le dijeron que no. Su padre, como ves, era un
rico comerciante que tuvo la suerte de casarse con una judía aún más rica. Así que este
chico creció creyendo en su corazón que era dueño de toda Praga. Este mocoso, este
príncipe consentido, marchaba por la ciudad, seguido por su cariñoso padre, su
adorable madre y su vigilante niñera, gritando, exigiendo y haciendo pucheros y
maquinaciones. No fue obligado a asistir a nada tan vulgar como la escuela, este Jakob.
Oh no, fue educado por un tutor privado. Historia, matemáticas, ciencias, las lenguas
clásicas, Jakob recibió una educación de clase mundial en su propia biblioteca. Se le
enseñó a tocar el piano, el cual detestaba. También el violín, en el que era un virtuoso.
Aprendió esgrima, equitación, política, economía. Jakob, tan mimado como era, tenía
una mente muy aguda y un hambre aún mayor de conocimiento.

—Su mundo era pequeño y perfecto. Hasta que un día, pocas semanas después
de su decimosexto cumpleaños, el joven Jakob regresó a casa de una lección de
equitación para encontrarla vacía. Su padre y su madre se habían ido. El ama de llaves
fue incoherente, balbuceando en su griego nativo tan rápido que nadie podía entender
una palabra, excepto 'enfermo'. Enfermo, dijo. Una y otra vez, enfermo, muy enfermo.
—¿Quién está enfermo? —le preguntaron, pero la pobre mujer sólo podía mover la
cabeza y llorar.

—Y por primera vez en la encantadora vida de Jakob sintió el toque de una


emoción verdaderamente desagradable, hasta entonces desconocida: el miedo.
Apenas una semilla. Un brote germinal de miedo. Así que Jakob fue con su niñera al
hospital. Fue recibido por una enfermera amable y comprensiva y guiado por
silenciosos pasillos a una habitación oscura. Las cortinas estaban corridas, bañando la
habitación en sombras. Apestaba. A enfermedad, a muerte. Jakob no sabía eso,
entonces. Sólo que olía horrible. Se acercó a la cama con temor, caminando de
puntillas con mucho cuidado, como si caminando demasiado ruidoso pudiera
accidentalmente hacer realidad sus peores temores.
Haces una pausa, un largo y tenso silencio. Sin parpadear, sin moverte. Una
estatua de piedra.

—El padre de Jakob era un hombre fuerte. Debes entender esto. Muy fuerte.
Alto, tranquilo y severo. No era un hombre dado a los arrebatos de emoción. Sin
embargo, amaba mucho a su esposa. Mucho, muchísimo. Demasiado, tal vez. Para él,
ella tenía la luna y esparcía las estrellas en el cielo, e incluso ponía el sol a punto de
arder. Era obvio para todos, aunque el padre de Jakob nunca dijo tanto. Era
simplemente un hecho, tan cierto e innegable como la gravedad. Pero él era fuerte. Así
que cuando Jakob, con sus rodillas temblorosas, se movió a través de las sombras y el
hedor de esa habitación de hospital y vio a su padre llorando... fue como si el sol no
hubiera salido. Un golpe impactante, del tipo que deja una huella indeleble en una
mente joven.

—¿Qué pasa? Le preguntó Jakob a su padre. Jakob se negó a mirar la forma


inmóvil en la cama. Era demasiado petulante ya ves. Como si al negarse a ver, la
verdad pudiera ser negada. Pero el padre de Jakob no pudo hablar. Sólo podía llorar,
sus hombros temblaban como hojas muertas en una rama de árbol en otoño. Jakob se
enojó. Era su manera de ser. Cuando se enfrentaba a algo desagradable, el malcriado
Jakob se enojaba. Pateaba sus pies, gritaba y gritaba y maldecía y tiraba cosas. Incluso
a los dieciséis años, casi un hombre, hacía estos berrinches si no se salía con la suya al
instante. Así que Jakob se enojó. Golpeó a su padre. Lo golpeó en la cara y los hombros
con los puños y exigió que le dijeran lo que estaba pasando. Pero su padre no se
conmovió. No se podía separar de sus lágrimas. Así que Jakob finalmente se vio
obligado a ver a su madre. Se vio obligado a mirar la cama y ver a su madre allí.

Otra larga, larga, pausa. Un silencio que se siente... profundo. Abismal. No


puedo hablar, no me atrevo a moverme por miedo a romper el hechizo.

—Estaba tan quieta. Tan pálida. Como una escultura tallada en porcelana.
Había tubos en su nariz y en su boca. Para el joven Jakob parecían... como serpientes
translúcidas, que se introducían a hurtadillas en su cuerpo para robarle la vida. Jakob
era un niño. Nunca había sido forzado a crecer. Así que cuando la vio tendida ahí, su
reacción fue la de un niño. No, dijo. No. No. Gritó, pateó sus pies y maldijo. Incluso
intentó despertarla. La agarró de los hombros y la sacudió. No con fuerza, no
violentamente. Sólo... para despertarla. Pero eso... eso finalmente despertó a su padre.
Saltó de su silla, se abalanzó sobre su hijo, sobre Jakob y lo tiró al suelo.

—¡Déjala en paz! Gritó el padre de Jakob. Nunca gritaba. Nunca levantó la voz.
Rara vez hablaba, en realidad. ¿Así que un grito? Eso fue... Jakob no podía entenderlo.
Tendido en el suelo, incrédulo, verdaderamente asustado por primera vez en su vida.
Su niñera lo alejó. Lo sacó de la habitación. Sentó al niño en la sala de espera, le llevó
té y le prometió que todo estaría bien. Pero no estaría bien. Jakob lo sabía, en el fondo
de su corazón, lo sabía. Como una vez supo que era el amo de toda Praga, ahora sabía
que nada estaría bien nunca más. Un día, se sentó en la sala de espera. Dos días.
Finalmente fue arrastrado por su tutor y su niñera, obligado a comer. Obligado a
dormir. Pero regresó tan pronto como pudo. Intentó entrar en la habitación de su
madre, pero su padre se negó. Lo empujó. Sin palabras, pero con una violencia
repentina y espantosa, su padre lo echó de la habitación. Estaba ciego de dolor ya ves.
Sin razón.

—Y entonces, después de casi una semana de espera, el padre de Jakob salió de


la habitación. Estaba... encorvado. Delgado. Frágil. Era como si esa semana en la
habitación del hospital lo hubiera minado de toda vida. Como si un vampiro le hubiera
drenado la sangre, dejando sólo un cascarón medio vivo. No miró a su hijo.
Simplemente salió del hospital. Solo. Jakob se deshizo de las manos atentas y
preocupadas de su niñera y tutor y fue tras su padre. Lo siguió a casa. A su oficina. El
padre de Jakob cerró la puerta con llave y permaneció allí durante muchas horas.
Jakob, joven y aterrorizado, se sentó en el suelo fuera de la oficina de su padre y
esperó. Hubo un largo período de silencio absoluto.

—Y luego hubo un solo disparo. Jakob no entró. Era un niño en el cuerpo de un


joven y un cobarde. Así que se quedó sentado en el suelo cuando llegó la policía. Jakob
se dejó llevar, finalmente. Lo permitió, porque sabía lo que había pasado. Sabía dónde
estaba su padre. Pero Jakob fingía no saberlo. Así que permitió que lo vistieran con sus
mejores ropas. Agarró el asa de la maleta que tenía en la mano. Subió al gran avión
intercontinental y se sentó en la sección de primera clase. Se sentó allí mientras el
avión lo llevaba a América. Fue llevado a la casa de un primo lejano, un primo de su
padre. Pero el primo de su padre no era un buen hombre. Era egoísta, mezquino y
cruel. Así que Jakob vivía en una pequeña habitación en un lugar llamado Harlem, con
un primo lejano que no hablaba alemán, ni checo, ni yiddish, ni siquiera francés y
ciertamente no griego o latín. Sólo hablaba inglés, que, según le habían enseñado a
Jakob, era una lengua bárbara. Jakob hablaba inglés, por supuesto, pero mal.

—Jakob soportó esto durante un mes. Y luego el primo de su padre recibió una
gran suma de dinero. Era la herencia de Jakob, el patrimonio de sus padres le fue
enviado por cable desde Praga, al cuidado del primo de Jakob. Era una suma de dinero
realmente extraordinaria. ¿Y este primo? Sacó a Jakob del pequeño apartamento en un
lugar llamado Harlem y lo llevó a un vagón de metro. Después de un largo viaje en el
tren, llevó a Jakob fuera del metro a una calle en una parte muy diferente de la ciudad
y simplemente... lo dejó allí. El primo del padre de Jakob desapareció entre la multitud
y por primera vez en su vida, Jakob estaba completamente solo. No sabía la dirección
donde vivía su primo. No sabía dónde estaba. No tenía dinero. Sólo la ropa que llevaba
puesta y una notable educación en una amplia gama de temas completamente inútiles.
¿De qué le servía a Jakob poder leer y escribir latín y griego, tocar los conciertos de
Bach en un violín, o hacer matemáticas avanzadas con facilidad? Nada bueno en
absoluto. No si Jakob no podía ni siquiera alimentarse. Y así Jakob se murió de
hambre, allí en las calles de un lugar llamado Nueva York.

—O... lo habría hecho.

Haces una pausa una vez más. Dejas salir un suspiro. Un aliento áspero y
doloroso.

Y luego reanudas.

—En cambio, Jakob fue acogido por una mujer llamada Amy. La señorita Amy.
Era hermosa, mundana, inteligente. Se vestía provocativamente, lo que excitaba al
joven Jakob. Lo alimentaba. Le dio una habitación para dormir. Al principio, él pensó
que lo hacía por la bondad de su corazón. Pero resultó que no fue así. Jakob era joven,
pero era alto para su edad y fuerte por la esgrima y la equitación. Era bastante guapo...
e ingenuo. Y desesperado. Bueno, un día la Srta. Amy trajo a un amigo. Este amigo
estaba bien vestido, con pelo y uñas de lujo, zapatos de lujo y un bolso de lujo. La Srta.
Amy le dijo al joven Jakob que, si quería seguir alimentándose, si quería seguir
teniendo un techo bajo el cual dormir, él satisfaría todos los pedidos de su amigo. La
Srta. Amy dejó a Jakob solo con su amigo.

—Esa fue una experiencia bastante reveladora para Jakob. El amigo de la Srta.
Amy tenía muchas peticiones, todas ellas... nuevas... para Jakob. Como dije, era ingenuo
y estaba muy protegido. Ese fue el comienzo de un nuevo tipo de educación para
Jakob. Comenzó ese día, con ese único amigo. Pero resultó que la Srta. Amy tenía
muchos amigos. Todos venían al condominio de la Srta. Amy en una parte rica de la
ciudad, uno a uno. Amigos, que venían para almorzar, brunch, café, aperitivos, postre,
bebidas. Y si por casualidad veían a Jakob y querían pasar un poco de tiempo con él...
bueno, ¿quién sería el más sabio? Comenzó lentamente. Un amigo por semana. Y luego
dos veces por semana. Y luego tres veces a la semana. Y luego todos los días. Y luego
dos veces al día. Y si Jakob hacía demasiadas preguntas, la Srta. Amy le mostraba la
puerta. Lo llevaba afuera y le decía que se fuera. Que hiciera su propio camino, si lo
deseaba. Había pasado varias semanas solo en las calles. Estaba cerca de la muerte
cuando la Srta. Amy lo encontró, acurrucado solo en un callejón, temblando,
demacrado, demasiado resignado a morir para llorar. No quería volver a hacerlo. No
tenía dinero. Todavía hablaba un inglés de conversación muy pobre. Así que continuó
entreteniendo a los amigos de la Srta. Amy.

—Y luego, cuando Jakob comenzó a tener pesadillas, la Srta. Amy le dio una
píldora para ayudarlo a dormir. Ese fue otro comienzo, esa pequeña píldora. Otra
educación, esta vez en cosas que pudieran quitarle las pesadillas, cosas que pudieran
calmar el dolor dentro de él. Todavía estaba enfadado ya ves. Así que la Srta. Amy le
dio pastillas. Y un día, ató un trozo de goma alrededor del brazo de Jakob, deslizó una
aguja en su vena y presionó el émbolo hacia abajo. Después de eso, Jakob no podía
pasar un día sin esa inyección. La necesitaba y la Srta. Amy la tenía. Así que el arreglo
continuó.

No puedo moverme. Apenas puedo respirar. Quiero que estés mintiendo, que
estés tejiendo una ficción para mi beneficio. Pero tus ojos sólo ven el pasado, tu voz
sostiene el peso del viejo dolor y sé que estás diciendo la verdad. O parte de ella, al
menos.

—Finalmente, la Srta. Amy puso a Jakob en su propio apartamento. Pero ella


pagó el alquiler. Y le dio la medicina que mantendría a raya los escalofríos, los picores
y dolores. El flujo de amigos era constante. Todos adoraban a Jakob. No podían pasar
suficiente tiempo con él. Volvieron por más y más y más. Algunas de sus amistades no
eran mujeres, pero querían lo mismo. Y otras cosas. Y Jakob les dejaba hacerlas, hacía
lo que querían, porque se acordaba de estar hambriento y ahora necesitaba la
medicina. En lo más profundo de su alma sabía que eran drogas. Sabía lo que era, en
los lugares oscuros de su mente. Pero no se detuvo en ello. Entretenía a los amigos de
la Srta. Amy, se inyectaba la medicina en las venas y se negaba a pensar en ello.

—Y entonces... un día... La Srta. Amy murió. Un accidente. Estaba cruzando la


calle y un taxista no estaba prestando atención. Murió al instante. Y una vez más,
Jakob estaba solo. Pero ahora tenía una adicción. Y sin la Srta. Amy, no había forma de
conseguir la medicina para alimentar la adicción. Encontró su condominio y lo
destrozó buscando la medicina. Pero ella no era estúpida, así que no encontró ninguna
droga.

—En cambio, encontró algo mejor: una agenda. Estaba bien escondida, en el
falso fondo de un joyero, escondido en el fondo de un armario. Conocía los nombres de
muchas de las personas en los archivos, así que sabía lo que era. Y sabía lo que podía
hacer con ella. Había vivido con el arreglo de la Srta. Amy por varios años en este
momento y no sabía nada más. Así que se instaló en el apartamento de la Srta. Amy y
cuando sus amigos llamaron, dejó claro que el negocio continuaría como siempre,
pero que recibiría el pago.

—Debería haber sido simple, pero no lo fue. Pasó por un retiro de fondos. El
apartamento se le arrebató porque no estaba en el contrato de arrendamiento y no
sabía cómo pagar el alquiler. Pero ahora tenía un poco de dinero y estaba fuera del
alcance de la medicina. Así que improvisó. Encontró otro lugar para vivir. Invitó a sus
amigos. Ese habría sido el final de la historia de Jakob. Debería haberlo sido,
honestamente. Pero no lo fue. Una vez que pruebas el dinero, es una droga más
adictiva que la heroína, la metanfetamina o la cocaína. Jakob tenía un gusto y quería
más.

—Así que cuando se encontró con una adolescente, acurrucada sola en un


callejón, hambrienta, supo qué hacer. La alimentó. La vistió. Le dio un lugar donde
vivir. Y, después de un tiempo, Jakob le presentó a la chica a cierto conocido solitario
que estaba dispuesto a desprenderse de una suma de dinero a cambio de una hora a
solas con ella. Y luego Jakob encontró otra chica, en una situación similar. Y otra.
Siendo Nueva York, no había escasez de hombres solitarios con dinero de sobra, ni
chicas desesperadas y hambrientas para entretenerlos.

Me siento enfermar. Veo la forma de las cosas.

Pero no has terminado.

—Pero Jakob recordó cómo se sentía ser como esas chicas. Así que una vez que
sus ingresos fueron estables, aprendió a diversificar. Ahorró su dinero y compró un
negocio, un negocio legítimo. Y luego otro. Y por cada negocio exitoso que empezó,
Jakob liberó a una chica. Le consiguió un trabajo y un apartamento. Nunca permitió
que ninguna de sus chicas se enganchara a las drogas, porque recordaba cómo se
sentía también. Finalmente, sus negocios legítimos fueron todo lo que quedó.

Tus ojos finalmente se dirigen a mí. Me miran.

—Y entonces, un día, Jakob salió de su condominio, vendió todos sus negocios,


abordó un avión con destino a Praga y nunca regresó. Nadie volvió a ver a Jakob.
2
Parece que piensas que eso es el final. Te levantas, cruzas la habitación a pasos
acelerados y furiosos y viertes una medida de whisky del decantador. Lo tomas de un
solo trago. Verter; tragar. Repites esto dos veces más, hasta que debes apoyarte en la
mesa, con el vaso bajo la palma de la mano, respirando con fuerza. Un tercio del
contenido de la jarra está ahora en tu estómago.

—Y esa es la historia de Jakob Kasparek. —La cadencia de narrador se ha ido.


La expresión distante y vacía se ha ido. La máscara ha vuelto a su sitio—. ¿Desea saber
algo más?

—¿Dónde está Logan?

Ni siquiera te molestas en mirarme. —La morgue, supongo.

—No te creo.

Te encoges de hombros. —No me importa si lo crees o no. Él está muerto y tú


eres mía.

—No soy tuya.

Haces un gesto en la puerta. —Entonces vete.

Estoy en la puerta en tres pasos. El pomo está en mi mano, girado. La puerta se


abre. Pero no puedo salir. No porque sea tuya, sino porque todavía hay muchas
preguntas.

—Si Jakob Kasparek desapareció, ¿cómo es que me sacó del hospital en lugar
de Caleb Índigo?

Un silencio responde a esa pregunta.

Algo más que has dicho se ha filtrado.

—Dijiste que he sido tuya desde que tenía dieciséis años, Caleb. ¿Qué significa
eso?
Más silencio.

—¿Qué edad tengo? ¿Por qué me dijiste que fui asaltada, cuando en realidad
tuve un accidente de coche? ¿Por qué me dijiste que tenía dieciocho años cuando entré
en coma? ¿Cuánto tiempo estuve en coma? —Estoy acercándome más a ti con cada
pregunta. Mi voz se eleva con cada pregunta—. ¿Cuál es la verdad? ¿Cuál es la verdad
sobre mí, Caleb? O Jakob, debería decir.

Vuelas a través del espacio intermedio en un abrir y cerrar de ojos. Tu enorme


y poderosa mano se agarra a mi barbilla, a mi garganta. Inclinas mi cabeza hacia atrás.
Tu otra mano se enrosca alrededor de la base de mi columna y me empujas contra tu
cuerpo.

—Jakob Kasparek ya no está. No es nadie. No existe. Mi nombre... es Caleb. —Tu


voz es fría, aguda como una navaja y mortal como el veneno de una víbora.

Tus dedos aplastan mi mandíbula, pellizcan mi tráquea. Estoy atrapada contra


ti. Indefensa. Y luego tus labios se estrellan contra los míos. Más o menos, al principio.
Con rabia. Violentamente. Con una fuerza chocante, con los labios fruncidos...

Me besas.

Con fascinante e hipnótica pasión, me besas. Lo áspero se convierte en suave.


Esto, quizás más que el beso en sí mismo, me aturde. La ternura, es exquisita. Me
besas con delicadeza. Hábilmente. Me besas y me besas y me quedo sin aliento. Tu
lengua susurra contra mis labios, se desliza grácilmente entre mis dientes y se enreda
con mi lengua. Tus palmas juegan contra mi espalda. Las puntas de los dedos hacen
hoyos en mi carne y se deslizan más abajo.

¿Qué es lo que pasa?

Tu brujería no es este afecto. Es una nueva magia. Alguna nueva brujería.

El beso, tu beso, Caleb, no se parece a nada que haya sentido en mi vida. Me


besas como si hubieras esperado toda la eternidad para besarme así, como si
estuvieras hambriento de mis labios, sediento de mi boca. Me agarras por la espalda y
me abrazas como si estuvieras aterrorizado de perderme. Y tu mano, agarrando y
aplastando mi mandíbula, se afloja. Suave. Se desliza por mi mejilla, pasa por mi oreja
y se mete en mi pelo. Te inclinas hacia mí, hasta que me inclino hacia atrás sobre tu
palma y me sostengo sólo con tu fuerza.
No hay aliento con este beso. No hay pensamiento. No hay nada. Sólo este beso.

—Dios, Isabel. Isabel —susurras contra mi labio inferior. Es sólo un suspiro,


tan bajo que podría haberlo imaginado.

Es una súplica, ese susurro. Una súplica rota, con dolor en la boca.

¿Qué es lo que significa? No puedo empezar a entenderlo.

Rompes el beso. Te tambaleas hacia atrás como si estuvieras herido. Tus ojos
son sombras. Embrujados. Como si por primera vez en todos los años que te conozco
se hubiera corrido una cortina y de repente veo el contenido de tu alma.

Por un momento, entonces, eres Jakob. Un joven abandonado al destino,


abandonado en las crueles calles de Nueva York. Veo la verdad en la historia que
contaste. Te limpias la boca con la muñeca, la frente arrugada por la confusión. Ojos
corroídos por la agonía. Eres el Jakob de dieciséis años, el chico de las putas. El
drogadicto. El juguete.

Y es Jakob quien me besa una vez más. Quien con vacilación y ternura me
desabrocha el vestido. Abre mi sostén. Me quita las bragas. Es Jakob quien se despoja
de su ropa. Quien presiona su piel contra la mía.

Estoy atrapada, envuelta en un hechizo, enredada en el tejido de una mentira


diseñada a partir de la verdad. Es Jakob quien me levanta de mis pies, me lleva a mi
cama. Me acuesta.

Quien me besa…

Y me besa...

Y me besa...

Es Jakob.

Y Dios, Jakob es algo que no puedo resistir. El poder, la habilidad y el hambre


implacable de Caleb, pero con una ternura y vulnerabilidad que sólo Jakob podría
poseer. La confusión, el odio, el aborrecimiento y la repugnancia hierven en un
caldero secreto dentro de mi alma, pero el toque ardiente de Jakob lo consume.
Conozco ese toque. Me conoce a mí. Conoce mi cuerpo, sabe cómo llevarme a la
necesidad retorcida con sólo un susurro de la punta de un dedo contra mí, justo así.
Jakob, Caleb, los nombres se enredan. La vulnerabilidad de tus ojos está en
guerra con las sombras. La violencia es una mancha de aceite a través de la gentileza
de tus rasgos.

Joder, estoy perdida. Me estoy ahogando.

Me miras fijamente y me dejas ver algo en ti. Algún indicio de un alma. Y es un


alma en guerra. Un alma en dolor. Me besas con ese dolor y es irregular. Tu aliento es
áspero y desigual mientras me besas los pechos. Como si me tocases con el dedo mi
abertura y me hicieras gemir como sólo tú puedes hacerlo. Arrastras un dedo grueso a
través de mi humedad, me acaricias hasta el orgasmo y me besas mientras gimoteo.
Mientras me besas, mientras gimoteo y aprieto y me retuerzo y tiemblo, empujas tus
caderas y entras en mí. Y cuando los huesos de tu cadera chocan con los míos, rompes
el beso y fijas tus ojos, llenos de dolor, en los míos. Tus ojos no me abandonan cuando
te clavas en mí. No dejas los míos mientras te retiras. Tu cara tiene la expresión de un
hombre en plena agonía. Como si estuvieras arrancando una máscara implantada
quirúrgicamente en tu piel. Como si estuvieras abriendo tu alma y dejándome ver las
heridas abiertas que la vida ha dejado en ti.

Me haces el amor como si te doliera hacerlo. Como si el placer de estar dentro


de mí fuera demasiado y, por lo tanto, es doloroso. Un tormento exquisito. Una agonía
de éxtasis. Ese término es muy difundido, pero cuando realmente ocurre, una
verdadera agonía de éxtasis, la realidad es infernal de presenciar. Una dicha tan
abrumadora es una sobrecarga. Un golpe demasiado largo de oxígeno puro para los
pulmones moribundos. Un festín de rica comida en un estómago vacío y hambriento.

El pistón de tu cadera contra la mía. Estás apalancado sobre mí, mirándome


mientras entras y sales de mí como un loco, como un hombre poseído. Me aferro a ti y
trato de penetrar en tu mirada salvaje, trato de ver dentro de ti, trato de vislumbrar
quién eres y por qué haces esto, qué significa.

Gimes, destrozado. Gemidos torturados. Tus maníacos y jodidos empujones


vacilan con intensidad y te liberas dentro de mí. No parpadeas, ni siquiera respiras
ahora, empujas profundamente, tienes espasmos. Caderas agitadas.

Un gemido se te escapa. El sonido de un alma destrozada.

Tu frente baja hasta la mía.

Estás jadeando, cada vez que respiras se produce un gruñido, un quejido, un


gemido.
—Isabel —ese susurro otra vez.

Como si mi nombre fuera un conjuro. Una oración a un dios desconocido.

Un tiempo sin medida, segundos, minutos. No lo sé.

Y entonces levantas la cabeza, buscas mis ojos. Buscando algo.

—¿Caleb?

Te estremeces como si te hubieran golpeado. Tiemblas.

Y luego...

Me besas…

Despacio. Profundo. Dulcemente, incluso.

Me acaricias la cara. Mi mejilla. Las yemas de los dedos revoloteando sobre mis
párpados, trazando el contorno de mi nariz. Memorizando.

Te alejas y me miras una vez más.

Y luego veo como la máscara se ajusta en su lugar. Casi puedo oír el tintineo de
las placas de la armadura tocándose y fusionándose.

Y me pregunto...

¿Dije el nombre equivocado?


3
Te alejas de mí, te deslizas de la cama con movimientos lánguidos, lentos y
ágiles. Te levantas, te mueves hacia la puerta. Estás de perfil. Muslos gruesos.
Pantorrillas tensas. Nalgas redondas y duras como el hierro. Detrás un campo de
músculos ondulantes. Hombros anchos, musculosos bíceps cortados en mármol vivo
como por la misma mano de Miguel Ángel. Se agarran al poste de la puerta, cayendo
por un momento como si fueran débiles. Giras la cabeza ligeramente, casi sin mirarme.
Cara de perfil.

Creo que estás a punto de hablar. Incluso abres la boca, pero luego... te
enderezas. El hierro vuelve tu columna rígida. Los hombros hacia atrás. La cabeza
hacia arriba.

Y te alejas de mí. Desapareces.

Escucho mi puerta abrirse, cerrarse. Oigo el ascensor.

Y me quedo con la duda: ¿Qué acaba de pasar?

¿Quién estaba en mi cama, haciéndome el amor? No era Caleb. Pero tampoco


era Jakob. Era una quimera de los dos. Y ahora se ha ido. Ese era un hombre del que
me habría... el pensamiento me atraviesa... un hombre del que podría haberme
enamorado. Quería saber la fuente de su dolor. Quería curarlo. Protegerlo.
Confortarlo. Mantenerlo cerca y conocer sus secretos para poder decirle que lo amo
por ellos, a pesar de ellos, más allá de ellos.

Pero se ha ido.

Empujado de vuelta a las profundidades de tu alma insondable. Encerrado


detrás de la máscara de hierro que llevas.

Se me ocurre un pensamiento:

Acabo de tener sexo con Caleb. Otra vez.

Caí bajo su hechizo. Otra vez.


Pero fue diferente, una parte de mí argumenta...

Se enfrentó a ti; lo hizo desnudo; te sostuvo los ojos todo el tiempo; significó algo...

Todo dentro de mí se rompe y se derrumba.

De repente, estoy sollozando.

¿Quién soy yo?

¿Qué clase de mujer soy que podría hacer el amor con el hombre que me ha
mentido tan continuamente sobre quién soy?

Ese hombre. Dios, ese hombre.

Tú.

Te escondes de mí. Me mientes. Me ofuscas. Te niegas a responder. Huyes en


lugar de decirme la verdad. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué horrible secreto yace en nuestro
pasado compartido que temes que yo conozca?

¿Y cómo puedo permitir que tomes mi cuerpo y lo uses a tu antojo? ¿Cómo


puedo permitir que me folles una y otra vez, sabiendo que nada cambiará?

Mataste a Logan.

Logan.

Dios, Logan. ¿Cómo podría enfrentarlo ahora? Incluso si estuviera vivo, ¿cómo
podría enfrentarlo? ¿Cómo podría ir a él y decirle que te permití follarme una vez más,
después de lo que compartimos?

¿Era eso follar, entre tú y yo, Caleb?

No; fue algo más. No sé qué. Algo crudo y desgarrado y desesperado.

Erróneo.

Sin embargo... fue más real y honesto que cualquier otro momento que he
pasado en tu presencia.

Pero Logan. Logan. Caigo en sollozos renovados al pensar en él...


No caigo fácilmente, Isabel. Pero cuando lo hago, caigo duro y rápido.

No hay vuelta atrás para mí ahora...

Casi puedo oír su voz. Puedo ver la luz en sus ojos color índigo mientras me
mira. El brillo de su sonrisa fácil.

Y escucho mis propias palabras, mi promesa a él... Tú eres mi camino, Logan.

Soy una persona horrible, débil y despreciable.

No tengo un camino. Sólo un camino pavimentado con pecados, cicatrices,


dolor y errores.

Pero, aun así, no me rindo.

No puedo.

No lo haré.

Alguna compulsión interna me hace salir de la cama. Lavándote de mi cuerpo.


Atarme el pelo húmedo en un nudo en la nuca y vestirme con la ropa con la que
empecé el día, un vestido caro, las mangas arrancadas, el escote abierto para revelar
un poco demasiado escote.

Deslizo mis pies en un par de tacones.

No sé qué es lo que me impulsa.

Pero estoy saliendo del edificio. Ignorando los ojos mientras atravieso la puerta
giratoria y salgo a la calle. Las voces me inundan, el ajetreo de los coches, las bocinas,
el gemido de los motores. Pero el pánico no me pone de rodillas.

Veo un coche parado en la acera a unas docenas de metros, con la ventana


abierta. Un coche blanco con luces en la parte superior, la policía de Nueva York. Me
inclino hacia la ventana abierta del pasajero.

—Disculpe, señor. ¿Puede decirme dónde está el hospital más cercano?

El hombre de adentro, el oficial de policía, es mayor, corpulento y canoso. —


San Vicente. Octava y trigésima cuarta —grosero, maleducado.
—Gracias, oficial. —Me doy la vuelta y empiezo a caminar.

—¡Eh! —grita la voz del oficial. Miro hacia atrás y él está apuntando desde la
ventana en la dirección opuesta—. Vas en la dirección equivocada, cariño.

Encuentro el camino a San Vicente. La mujer detrás del mostrador de recepción


es joven, hispana y está en bata.

—Estoy buscando a alguien que podría ser un paciente aquí. Logan Ryder.

La mujer no dice nada, sólo toca el teclado, con los ojos saltando por la pantalla.
—No. Lo siento.

—¿Alguien con una herida de bala ingresó anoche?

Tap-tap-tap-tap...

—No. Lo siento.

Pienso en el pasado y me doy cuenta de que no estaría aquí. Este es el hospital


más cercano a mí, no donde estábamos cuando dispararon a Logan.

Cuando le disparaste a Logan.

Estábamos... ¿dónde dijo Logan que me llevaba? No estaba prestando atención


a las calles mientras conducía.

Brooklyn.

—¿Cómo se llama el hospital de Brooklyn? —pregunto.

La mujer me frunce el ceño. —Hay como una docena. El Monte Sinaí Brooklyn.
Metodista de Nueva York. SUNY Downstate. Un montón.

—¿Cómo llego allí?

Se encoge de hombros. —¿Ir a Brooklyn?

—Si busco a alguien, pero no sé en qué hospital...

—Entonces tendrás que preguntarle a cada uno hasta que lo encuentres.


¡SIGUIENTE!
Salgo del hospital, sintiendo que la esperanza se desangra. ¿Cómo llego a
Brooklyn? ¿Cómo averiguo en qué hospital está? ¿Cómo sé que sigue vivo?

Lo está.

Puedo... sentirlo. Lo está. Tiene que estarlo.

Le pregunto a alguien por dónde ir a Brooklyn y obtengo una respuesta en un


idioma que no entiendo. Pregunto de nuevo y recibo un tirón de pulgar en lo que
espero sea la dirección correcta.

Camino en esa dirección hasta que me duelen los pies. No sé cuánto tiempo.
Hasta que veo agua a lo lejos.

Y entonces un todoterreno negro se detiene a mi lado. Una ventana tintada


baja. Thomas.

Cara negra impasible, ojos oscuros mirando. Un parpadeo lento. —Sube.

Dudo.

—Está vivo. Te llevaré. Entra. —Una voz como un trueno en la distancia. Como
un rico y espeso jarabe. Como el fondo de un pozo. Inglés con acento grueso.

—Thomas, ¿por qué...?

—¿Quieres verlo?

Respiro mi respuesta. —Sí.

—Entonces entra.

Entro. Millas en silencio y entonces tengo que saber.

—No es la primera vez que me ayudas cuando sé que no deberías hacerlo. ¿Por
qué?

Un encogimiento de hombros pesado. —No lo sé. A veces, hay cosas que un


hombre debe hacer. Él sabe. Y las hace. Tal vez he conocido tu alma, en otro tiempo.

No tengo ni idea de lo que eso significa. No importa. Thomas es un completo


enigma. Aterrador. El hombre más grande que he visto en mi vida, con la piel tan
negra que es una sombra hecha carne. Una montaña de silencio y oscuridad. Ojos que
lo ven todo y no dan nada. Una sensación de violencia fuertemente enredada. Pero,
una vez más, Thomas me ha ayudado en lo que parece ser una violación directa de lo
que querrías.

Thomas me lleva infaliblemente a un hospital lejos, lejos de su mundo, del


enclave del rico Manhattan. Se desliza hasta una parada bajo el pórtico. Me echa una
mirada. —Él está aquí.

—Gracias, Thomas.

Un encogimiento de hombros. —Ve. Índigo... vendrá por ti otra vez. Lo sabes.


¿No?

Asiento. Lo sé. Lo siento. —Sí. Lo sé.

—Bien. No lo olvides.

Salgo del todoterreno, cierro la puerta detrás de mí. Miro como Thomas se
aleja, lento, cuidadoso, discreto. Por segunda vez, Thomas ha sido mi deus ex machina.
No sé qué hacer con él, con el hombre. Por qué Thomas, tan completamente diferente
a Len, tu otro secuaz, continúa ayudándome. Len es una entidad conocida, vicioso,
violento y completamente leal a ti. Sin disculparse, es un asesino. Thomas, sin
embargo, es diferente.

Hago a un lado los pensamientos de Thomas y Len y de ti. La recepcionista de


este hospital, no sé quién, una vez más no ha prestado atención a dónde me han
llevado, es una anciana blanca con ojos cansados y apáticos.

—¿Puedo ayudarla?

—Estoy buscando a un hombre que creo que es un paciente aquí. ¿Logan


Ryder?

Tap-tap-tap-tap... tap-tap-tap... tap. —Sí. Habitación cinco trece —Desliza una


gran pegatina verde hacia mí, lanza un bolígrafo encima—. Escriba su nombre en la
placa de visitante y péguela en algún lugar visible.

Escribo mi nombre: Isabel de la Vega. Pego la pegatina en mi pecho, cerca de mi


hombro. Tomo los ascensores hasta el quinto piso. Los pasillos son amplios y están
fuertemente iluminados con bombillas fluorescentes. Mis talones chasquean
fuertemente en el piso. El olor a desinfectante y a enfermedad asalta mis fosas nasales.
Cuento las habitaciones, 503 a mi izquierda, 504 a mi derecha... gira una esquina,
511... 512… 513. La puerta está cerrada. La sala está en silencio. Una ordenanza, o una
enfermera, empuja un carrito a mi lado, una ruedecilla se agita y chirría. Un médico,
entonces. Alto, varón, indio, delgado, con el estetoscopio golpeando su pecho,
hojeando un gráfico y apenas prestando atención a dónde va.

No quiero entrar. No quiero ver a Logan herido. Tal vez muriendo.


Inconsciente. Incapaz de recordarme. Desapareciendo, delgado y frágil y pálido.
Envuelto en vendas como una momia.

El pánico revolotea en mi garganta, en mi vientre. Parpadeo y me trago un


jadeo irregular. Pestañeo de nuevo y me siento mareada. Desorientada. Tengo que
apoyarme en el marco de la puerta, apoyar mi cabeza en la madera de la puerta.
Cerrar los ojos.

***

Oscuridad.

Calidez.

Dolor.

Un pitido constante. Ronquidos. Mis ojos abiertos, revolotean. Neblina,


borrosidad. Desorientación. Abro de nuevo mis ojos. No se abrirán del todo. No se
enfocan bien. Mi cráneo se siente grueso, relleno de algodón. Puedo ver lo suficiente para
saber que estoy en un hospital. ¿Pero dónde? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ha pasado?
Escucho los ronquidos otra vez. Escaneo la habitación lo mejor que puedo. Allí. En el
rincón. Una silla reclinada en una cama improvisada, una manta blanca y fina sobre un
cuerpo grande y musculoso. Un vistazo al pelo negro.

Un resoplido, chirrido de cuero plastificado y la forma se desplaza, se retuerce.


Ahora puedo ver la cara.

¿Jakob?

¿Qué hace Jakob aquí?

Mi garganta está obstruida. Algo está alojado en mi garganta. Está pegado a mi


nariz. No puedo hablar. Trato de quejarme.
Jakob se levanta y se sienta inmediatamente.

—¿Isabel? —Su voz es áspera, borrosa por el sueño.

***

—¿Señorita? —Una voz masculina preocupada, cadenciosa, acentuada. El


doctor. Una mano fría en mi mejilla—. ¿Estás bien?

Me enderezo. Aparta su mano. —Sí. Sí. Gracias. Yo sólo... Me he mareado.

—¿Está visitando a un paciente en este piso, señorita? —Una linterna, brillando


en mis ojos. Rastreando su movimiento—. Mira hacia abajo, por favor. Arriba... a la
izquierda... y a la derecha —Hago lo que se me ordena—. Muy bien. ¿Cuándo fue la
última vez que comió, por favor?

—Recientemente. Hace una o dos horas.

—¿Te sientes mal del estómago? ¿Mareada, del todo? —Unos dedos largos y
delgados me toman el pulso en el cuello, unos ojos marrones que miran un reloj
analógico.

Me encojo de hombros para no preocuparme. —Estoy bien. Sólo... un largo día


—Respiro y me compongo—. Estoy visitando a alguien. Logan Ryder. Está aquí dentro.
—Alcanzo la manilla de la puerta.

—Ah. Soy el Dr. Kalawat. El Sr. Ryder es muy, muy afortunado de estar vivo.
Algunos incluso lo llamarían milagroso. También es muy duro, creo. Extremadamente
determinado.

Vacilo en preguntar, pero debo hacerlo. —¿Cómo está? Quiero decir... No lo he


visto todavía, desde que... —Soy reacia a decir las palabras.

—Desde que alguien intentó asesinarlo, ¿quieres decir? —Una dureza rodea los
ojos del doctor—. Como he dicho, tiene suerte de estar vivo. La bala entró en la cuenca
de sus ojos en un ángulo lo suficientemente oblicuo como para pasar sin dañar su
cerebro. Perdió el ojo, por supuesto y necesitó una cirugía reconstructiva bastante
extensa. Si el ángulo hubiera sido incluso unos pocos milímetros diferente, estaría
muerto ahora mismo, o en el mejor de los casos, habría sufrido un daño cerebral
bastante más severo. Es demasiado pronto para estar totalmente seguro, por
supuesto, pero creemos que se recuperará completamente sin ningún daño cerebral
duradero.

¿Perdiste el ojo? Dios, Logan.

—¿Puedo verlo?

—Si, está descansando, por favor, permítale permanecer dormido. Necesita


descansar para que pueda curarse más rápidamente.

—Está bien. Gracias, doctor.

Un asentimiento. —Por supuesto. Y si se siente mareada otra vez, por favor,


llame a la enfermera. Está en un hospital, después de todo. —Una suave sonrisa de
despedida.

Cuando se ha ido, abro suavemente la puerta de Logan. Entro de puntillas.

Bip-bip-bip. Conozco ese sonido. Hace eco en mi cráneo, en mis entrañas. En mi


memoria. Me siento desorientada una vez más, pero me lo quito de encima.

Logan está durmiendo de espaldas, con la cama ligeramente inclinada hacia


arriba. Tiene vendas de presión alrededor de la cabeza, cubriendo su ojo izquierdo y
su pómulo. Su boca está floja. Los brazos sobre la fina manta blanca.

Quiero llorar.

Ha pasado por mucho y ahora, otra vez, está cerca de la muerte. Por mí. Por mi
culpa.

Mis ojos lloran. La vista se nubla. La sal caliente me quema la vista. Estoy débil
en las rodillas, incapaz de soportar mi peso. Me duele el estómago. No estaba mareada
cuando el Dr. Kalawat me lo preguntó, pero ahora lo estoy. Mareada. Intranquila.
Inestable. La boca se me hace agua, la saliva corre, se acumula en los dientes. Mi
estómago se contrae. Mi garganta se eleva. Apenas llego al baño contiguo. Mis
intestinos se rebelan, convulsionan y vacío a la fuerza el contenido de mi estómago en
el inodoro. De nuevo. Otra vez. Hasta que no queda nada más que bilis y saliva. Cuando
parece que mi estómago se ha calmado, me enjuago la boca en el lavabo, me lavo las
manos.

Logan está despierto cuando vuelvo a su habitación.


—¿Isabel? —Su voz es ronca, áspera.

Acerco la silla del visitante a su cama. Tomo su mano.

—Estoy aquí, Logan.

—¿Te has... escapado? —Dios, suena tan débil.

Trato de sonreír. Aprieto su mano.

—Más o menos, sí. No te preocupes por eso.

Le devuelvo la sonrisa. Hace un gesto hacia la cuenca de su ojo vendado.

—Arrggh. Soy un pirata.

No puedo evitar reírme de eso. —Dios, Logan —Me acerco más. Tiemblo—. Lo...
siento mucho. Lo siento mucho.

Su mano aprieta la mía. Su otra mano revolotea como un gorrión y encuentra


mi hombro.

—Ssshhhh. No lo hagas. Estoy aquí. Estoy vivo.

—Casi no lo hiciste. Por mi culpa.

—Pero lo estoy. —Su mirada se dirige al baño—. ¿Estás enferma?

Levanto un hombro. —No lo sé. Golpeó bastante de repente. Ahora estoy bien.

—Si estás enferma, no deberías estar en un hospital.

Le frunzo el ceño. —Eso no tiene ningún sentido.

—Sólo te enfermarás más. Hay muchos gérmenes en estos lugares.

—No estoy enferma, Logan. Sólo... me sentí mareada. No sé qué fue, pero ya
estoy bien. No me voy a ir de tu lado. No hasta que salgas del hospital.

Logan tira de mí. Se mueve hacia un lado, haciendo espacio en la cama. Me


acuesto a su lado, de costado, encajada en el borde de la cama. Su brazo se enrosca
alrededor de mi cintura. Por un momento, al menos, puedo fingir que me siento en
paz. En los brazos de Logan otra vez. Escuchando los latidos de su corazón. Excepto
por el pitido del monitor, casi podría fingir que estamos en su cama, en su casa.
Enredados juntos. Sin preocupaciones. Sin mentiras. Sin errores. Sin ojos perdidos.

Suspira. —Sobre Caleb...

—No quiero hablar de Caleb. No te preocupes por él.

—Preocúpate siempre por Caleb. No abandona. No olvida.

—Lo sé. Pero ahora estoy aquí. Contigo.

—¿Por cuánto tiempo?

No lo sé. Hasta que le diga lo que hice.

—Necesitas descansar —susurro. Suplicando.

—No podemos evitarlo eternamente, Is. —Suena somnoliento, atontado.


Desvaneciéndose, pero luchando contra ello.

—Lo sé, Logan. Lo sé —Me giro contra él, suavemente, tan suavemente que le
beso la mandíbula—. Descansa. Por favor.

Respira, largo y lento y resignado. —Chica testaruda.

—Te dispararon. Necesitas descansar para poder curarte.

—Suenas como el Dr. Kalawat.

—Supongo. Lo conocí afuera, justo antes de entrar.

—Buen doctor. Buen tipo.

—Sí. —Le doy una palmadita en el pecho—. ¿Logan?

—¿Hmm?

—Cállate y descansa.

—Chica testaruda.
Sonrío. Sigue siendo inequívocamente, Logan.

***

Me despierto un poco más tarde. La habitación está a oscuras, pero la luz de la


tarde se asoma por una grieta en las cortinas.

Está mirando al techo, perdido en sus pensamientos. Me ve y la expresión


pensativa es reemplazada por una más brillante y feliz. Creo que está poniendo una
cara valiente para mí.

—Oye, tú —dice.

Me estiro. —Hola.

—El Dr. Kalawat estuvo aquí. Quiere hacer unos escáneres de seguimiento,
para asegurarse de que no hay daño en mi cerebro. Asumiendo que los resultados
sean claros, me mantendrán unos días más en observación y luego podré irme a casa.
Aunque estaré limitado por un tiempo. Mucho descanso, nada de ejercicio, nada de
conducir. Quería estar seguro de que tendría a alguien conmigo.

—Estaré ahí contigo, si eso es lo que quieres.

Parece un poco confundido por mi declaración. —Por supuesto que sí. ¿Por qué
no lo haría?

—No lo sé. Supongo que sí.

—¿Isabel?

—Todavía está ahí fuera. Nada ha cambiado realmente. Pero ahora estás
herido. Has perdido un ojo. —Tengo que hacer una pausa para respirar, para tener
valor—. Todo esto es por mi culpa. No se preocuparía por ti si yo no estuviera en la
foto. Soy peligrosa para ti.

—¿Sabe que estás aquí?

Me encogí de hombros. —No lo sé.

—¿Cómo te escapaste?

Para explicar eso, tendría que decírselo. ¿Cómo se lo digo?


Dudé demasiado tiempo.

—¿Isabel? —Su voz es insegura—. Háblame.

Un suspiro tembloroso se me escapa. —Ya nada tiene sentido.

—¿Qué quieres decir?

No puedo hacer esto estando en sus brazos. Me levanto, abro un poco más las
cortinas; no hay nada que ver más allá de la pared de enfrente, ventanas, un cuadrado
de techo abajo, guijarros blancos y unidades de aire acondicionado girando. Le hablo a
la ventana.

—Me drogó. Vi a Thomas una fracción de segundo antes de que todo sucediera.
Thomas te golpeó. Len me inyectó algún tipo de droga para noquearme. Tal vez por
eso vomité, por la droga. No lo sé. Vi a Thomas pegarte. Escuché el disparo. Sabía que
te había disparado. Y entonces... me desperté. En mi apartamento. Todo era como
antes... antes de ti. Me llamaba X otra vez. Actuando como si nada hubiera pasado.
Pero tuve un sueño. ¿O un recuerdo? No lo sé. Se sentía como… como si supiera más de
lo que decía.

—Eso es lo que te he estado diciendo todo el tiempo, Is.

—Lo sé. Y me estoy dando cuenta de que tienes razón. Pero se siente como...
como si lo que sabe es... muy diferente de lo que me ha estado diciendo. Nada tiene
sentido. Nada concuerda. Y no me responde. No me dice la verdad. Le he pedido una y
otra vez que me diga la puta verdad, pero no lo hace. No lo hará. Me ignora, o no me
responde, o sólo... me distrae. Y yo sólo... Quiero saber, Logan. Quiero saber quién soy.
Quiero saber qué me pasó.

No me atrevo a decirlo: Me acosté con Caleb otra vez. ME FOLLÉ a Caleb otra
vez.

Y seguramente no puedo ni siquiera empezar a verbalizar cómo fue. Lo


diferente que fue.

Me doy la vuelta y Logan está frente a mí, pero no me mira. Está abatido.
Mirando la sábana sobre su regazo. —Isabel yo...

—Tengo que decirte algo, Logan.


—Te he mentido —dice sobre mí.

—¿Yo... qué? ¿Lo hiciste? ¿Sobre qué?

—Caleb… Jakob Kasparek. Te dije que no encontré nada con ese nombre. Era
una mentira. Sólo me preocupaba que todo fuera demasiado para ti. Pensé en
informarte más tarde, cuando tuviera la oportunidad de investigar más.

—Así que sabes algo sobre... ¿Jakob?

Asiente. —Sí. Realmente no hay mucho. —Hace una pausa. Inspira


profundamente y lo deja salir—. Jakob Kasparek nació en 1976 de Thomas y Marta
Kasparek. Tomás era un hombre de negocios de una familia checa extremadamente
rica y Marta era una judía Ashkenazi de Viena, de una familia aún más rica. Lo que
significa que Jakob nació en la extrema riqueza, en Praga, lo que entonces era
Checoslovaquia. Su madre murió repentinamente y su padre se suicidó poco después.
Los detalles son escasos, pero parece que la familia de Marta la repudió después de
que se casara con Thomas ya que era un escéptico. Así que ella tenía familia, pero
estaban en Viena y se negaron a tener nada que ver con el chico después de que sus
padres murieran. Thomas sólo tenía un primo lejano, que vivía aquí en Estados
Unidos, en Nueva York. Después de que Thomas se disparó, Jakob fue enviado aquí a
vivir con el primo, pero por lo que pude encontrar, eso no duró mucho. Jakob
desapareció entonces, más o menos a la misma vez que su primo recibió
repentinamente un montón de dinero. La teoría es que el primo tomó la herencia de
Jakob de los bienes de sus padres y echó al chico a la calle. —Me mira, pero mantengo
mi expresión neutral. Nada nuevo, hasta ahora y coincide con lo que me dijo. Me doy la
vuelta, miro por la ventana mientras escucho—. Aquí es donde realmente tuve que
sacar mis habilidades de detective aficionado. A principios de los noventa había una
red de prostitución que trabajaba en varios de los barrios de Nueva York, dirigida por
una mujer llamada Amy Llewellyn. Me han dicho que era una figura bastante astuta.
Nadie podía acusarla de nada, aunque la operación no era precisamente secreta. Amy
atendía principalmente a las personas extremadamente ricas de la sociedad, los
hombres de negocios de la alta sociedad con un gusto por algo ilícito. No dirigía
acompañantes, no dirigía un burdel o mujeres que trabajaban en la calle. Todo lo que
te estoy diciendo ahora lo aprendí de un detective retirado que trabajó en el caso en
los noventa. Nunca pudo conseguir suficientes pruebas para atraparla o detenerla, a
pesar de que la Srta. Amy, como se llamaba, era una madama conocida. Jakob, creo, fue
arrastrado a su círculo de alguna manera. Hubo entrevistas con algunas de las
antiguas prostitutas de la Srta. Amy que oyeron hablar de un joven que trabajaba para
Amy, pero no como parte del círculo central. En privado, al margen, por así decirlo.
Esto es un rumor, claro está. Nadie con quien haya hablado lo ha conocido. Nadie pudo
encontrar a nadie que admitiera ser cliente suyo. Todo era muy misterioso. Así que,
básicamente, sólo estoy suponiendo. Pero todo encaja.

—Verás, la Srta. Amy murió en 1998, atropellada por un taxista distraído.


Debería haber sido el final del círculo. Y, cuando se trata de su círculo de prostitutas,
lo fue. Todas se dispersaron después de su muerte, o pudieron encontrar un trabajo
legítimo o fueron atrapadas por alguien más. Pero entonces el grupo de trabajo
antiprostitución comenzó a obtener pruebas de un nuevo círculo. Todas las chicas
jóvenes, todas las ex fugitivas y las chicas sin hogar. Su proxeneta era, una vez más,
difícil de localizar, imposible de encontrar. No hablaban de él, en las raras ocasiones
en que sus chicas eran arrestadas. Y digo raro, porque no operaban como las típicas
acompañantes o prostitutas y ciertamente no como una puta normal. Mucho más
discreto, si puedes aplicar una palabra así a la prostitución elegante. A las chicas se les
pagaba una comisión, más o menos. Se les pagaba un salario base fijo y ganaban
comisiones y bonos basados en clientes habituales, peticiones de tiempo extra, ese
tipo de cosas. El sistema les permitía salir adelante, de una manera que la mayoría de
las prostitutas no pueden, por lo general, a menos que sean acompañantes de alto
nivel, que por lo general sólo están en el negocio temporalmente de todos modos. La
otra cosa inusual es que las chicas estaban siempre totalmente limpias, sin drogas, sin
enfermedades.

Hace una pausa, se rasca cuidadosamente sobre el vendaje cerca de su ojo y


luego hace una mueca de dolor.

—Aquí es donde las cosas se ponen difíciles. Jakob Kasparek reapareció de


repente, legalmente hablando. Es decir, había pruebas de su existencia. De repente
tenía dinero y lo estaba gastando. Compró un restaurante. Una empresa de transporte
unos meses después. Un negocio de importación y exportación un año después de eso.
Luego una gran empresa de contabilidad corporativa. Un hotel. Uno tras otro, bam-
bam-bam. Mucho dinero. Y una por una, las prostitutas que sospecho que empleó
antes vivían vidas legales, en bonitos apartamentos, trabajando en oficios que no
implicaban estar de espaldas o de rodillas. Dieron muchas entrevistas al grupo de
trabajo del que mi chico formaba parte, pero no pudieron dar con nada concreto. No
sabían su apellido, no sabían dónde vivía, no sabían nada de él. Jakob, eso es todo lo
que sabían. Alto, moreno y guapo. Posiblemente de Europa, en algún lugar.

—Y entonces, abruptamente, Jakob desapareció. Sin razón, sin explicación.


Vendió todos sus negocios y propiedades por una ganancia masiva y sólo... puf. Se
desvaneció. Desapareció. Nadie volvió a saber de él ni a decir su nombre.
Otra pausa, esta para el efecto, creo. Me giro para mirar a Logan.

Un vistazo a mí. —No mucho después, los primeros rumores de un hombre


llamado Caleb Índigo comenzaron a filtrarse en el mundo de los negocios de Nueva
York. Una propiedad aquí, un negocio allá.

Exhalo. —Nada de esto parece tener nada que ver conmigo.

Inclina la cabeza hacia un lado. —Tengo que volver a Jakob. Las prostitutas. Las
chicas con las que habló el grupo de trabajo contaron historias muy similares. No
fueron secuestradas y forzadas a ejercer la prostitución. No fue accidental, como “Me
muero de hambre, ¿puedo hacerte una mamada por diez dólares?” Todas eran
vagabundas, fugitivas, huérfanas, adictas. Chicas jóvenes sin nadie que se preocupara,
sin ningún lugar a donde ir. Hablaban de cómo Jakob las cuidaba. Las acogió. Las
alimentaba, las vestía. Las sacaba de las drogas. La prostitución se fue añadiendo
gradualmente y las chicas siempre tenían una opción. No las arrojaban a un cuarto
cerrado con criminales excitados. Se les presentaba a los 'amigos de Jakob'. No tenían
dinero propio, no tenían adónde ir y normalmente estaban desesperadas por evitar
volver a la calle. El hambre es un poderoso motivador. Es... manipulador, una mierda,
sombrío y repugnante. Pero increíblemente efectivo. Esencialmente lo eligieron. No
fue una gran elección, prostituirse o morir de hambre, pero... aun así —Una mirada a
mí otra vez—. ¿Te suena familiar?

—¿Qué estás insinuando?

—Bueno, número uno, es obvio que Jakob se convirtió en Caleb Índigo. —Una
respiración, una pausa—. Jakob se aprovechó de jóvenes solitarias y desesperadas.
Algunas de ellas sólo tenían dieciséis o diecisiete años cuando conocieron a Caleb.
Nunca las tocó personalmente, siempre fueron muy claras en eso. Después del
accidente de coche, ¿qué eras? Una chica de dieciséis años, hermosa, huérfana y sin
memoria. Sin pasado, sin futuro. Una pizarra en blanco. Un trozo de arcilla que podía
manipular para ser lo que quisiera que fueras. Una mascota. Un proyecto.

—Detente —Sacudo la cabeza—. ¿Qué estás diciendo, Logan?

—El accidente que mató a tus padres, casi te mata y te robó la memoria. Volví a
mirar los informes. Los comparé con otros informes similares que pude conseguir. Los
informes son... vagos en el mejor de los casos. Inconsistentes. Información básica
sobre tus padres, el número de placa del coche de tus padres. Pero no hay nada sobre
el otro conductor. No hay testigos, ni número de placa, ni multas, nada. El informe dice
que fue un accidente, pero como fue. ¿Otro coche? ¿Un edificio? No lo dice. Es todo
vago. Hasta el punto de ser inútil.

—Haz tu alegato, Logan.

—¿Y si no fue un accidente? ¿Y si él te quería, porque tenía predilección por las


chicas jóvenes, así que hizo lo que tenía que hacer para hacerte suya?

—Logan...

—Encaja, Is. Todas las chicas, cada una, tenían dieciséis, diecisiete, dieciocho
años. Jóvenes, hermosas y desesperadas. ¿Y qué puede ser más desesperado que una
chica sin padres y sin identidad?

—¿Por qué necesitaría fingir un accidente?

—El accidente no fue fingido, Isabel. Fue real. Tus padres murieron.

—Organizado, entonces. ¿Pero cómo podía estar seguro de que no moriría? La


pérdida de memoria... no se entiende bien, Logan. Es imposible que haya podido
preparar un accidente de coche de tal manera que pudiera estar seguro de que yo
perdería la memoria. Es una locura, Logan. Y simplemente imposible.

—Cierto. Pero... hay algo ahí, Is. Algo que no te está diciendo, o mintiendo.

Una locura. Imposible.

Pero... los flashes de memoria que he tenido... parecen insinuar que conocía a
Jakob antes de mi pérdida de memoria. Pero entonces, me dijo que perdí la memoria
de repente, después de la cirugía.

Las mentiras que has dicho no coinciden con las verdades accidentales que has
derramado. ¿2006? ¿2009? ¿Dieciséis? ¿Dieciocho? ¿Accidente de coche? ¿Atraco?

Isabel...

El susurro de tus labios al venirte.

Tu frente contra la mía.

***
—Eras tan delicada, tan frágil. Tan joven. Sólo dieciséis años, creo. O más o
menos. Dieciséis, diecisiete. Una chica, todavía. Pero ya tan hermosa. Moribunda,
aterrorizada, pérdida y tus ojos, cuando te puse en la camilla al llegar a Urgencias, me
miraste con esos grandes ojos negros tuyos y yo sólo… No pude alejarme...

***

—¿Isabel? —La voz de Logan. A lo lejos. Cálida, preocupada. Amorosa.

Lejana. Desvanecida.

Estoy mareada.

Algo chispea, en mi cráneo. En lo profundo de mi pecho. Una visión. Un


pensamiento.

Vital, revivido.

***

Estoy sola. Debería estar en la escuela, pero no lo estoy. Hace calor, un hermoso
día soleado. Estoy con mi vestido favorito. Me he rizado el pelo, he robado el maquillaje
de mamá y un par de pendientes. Me siento hermosa. Excitada, pero asustada. Bajando
las escaleras del metro, en el vagón de tren. Sólo unas pocas paradas y luego me bajo.
Subo a la calle, cruzo la intersección. Allá, el café. Nuestro café. Está aquí todas las
mañanas, así que sé que estará aquí ahora.

Me doy prisa, porque estoy emocionada.

Allí, lo veo. Dios, qué guapo. Tan alto, tan ancho de hombros. Está sentado en una
mesa, bebiendo un expreso. Tranquilo, poderoso, al mando de su entorno. Mira hacia
arriba... ¡me ve! Mi corazón late con fuerza. Me sonrojo, doy un paso. Se pone de pie
cuando me acerco y paso por delante de la camarera, atravieso las puertas y salgo al
patio. A sus brazos.

Me agarra por los hombros y me toca la barbilla hasta la cabeza. Tengo un


instante, un instante glorioso, en el que estoy presionada contra él, engullida por él. Pero
sólo brevemente y luego se suelta, da un paso atrás.

—¡Caleb! —respiro su nombre.


—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —Oh, su inglés es tan perfecto. Estoy celosa.
Apenas se puede sentir su acento.

—Estoy bien, Caleb. ¿Cómo estás tú? —Ugh. Sueno tan española. No es para nada
americano.

—Deberías estar en la escuela, ¿no? —lo dice con una sonrisa burlona.

—Tenía que verte —lo digo en español. No puedo evitarlo; si no lo pienso


conscientemente, el español sale.

—Inglés, Isabel.

Lo pienso bien. Me aseguro de que sea correcto. —Estoy muy bien, Caleb. ¿Cómo
estás?

—Esa no era la pregunta, Isabel. —Otra sonrisa burlona, mientras nos sentamos.

—Bruto. No seas malo conmigo. —Más español.

—Isabel. INGLÉS. —Esto es una regañina, muy serio.

Vuelvo a suspirar. —Tenía muchas ganas de verte. La escuela es aburrida. Es


para chicos y yo no soy un chico.

—No soy una NIÑA —corrige.

—Sí, eso. Lo que sea.

—Si quieres sonar americana, tienes que hacerlo bien. —Hace señas a la
camarera, indica otro expreso.

—Lo sé. Pero es difícil —sueno petulante, como un niño. Estoy irritada conmigo
misma—. ¿Qué vamos a hacer hoy, Caleb?

Bebe a sorbos su expreso, mirándome por encima del borde de la pequeña taza.
—Vas a volver a la escuela. Yo tengo trabajo.

—Caleb. Por favor. Vine hasta aquí para verte. Pasa tiempo conmigo. —Esto es en
español.
No me corrige, responde en su perfecto inglés americano. —Ya hemos hablado de
esto, Isabel. No es posible. No deberías estar aquí. Sólo podemos ser amigos.

—Pero, ¿por qué? —De nuevo, sueno tan infantil.

—Porque sólo tienes dieciséis años. Demasiado joven.

Esto me hace enojar mucho. —¡No soy una niña! —lo digo en inglés, para dar
énfasis—. Sé lo que quiero.

—Hay más que eso. —Pero sus ojos, oh, esos ojos.

Me quieren. Sé cómo es el deseo. Los chicos de la escuela, esos pequeños mocosos


llorones, me miran de la misma manera. Pero no sabrían qué hacer conmigo si me
tuvieran. Caleb lo sabría.

—Isabel. No voy a ir a ninguna parte. —Se inclina hacia adelante, toma mis
manos en las suyas. Me sonríe bellamente—. Cuando te gradúes y cumplas los dieciocho
años, podremos hablar de esto. Pero no hasta entonces.

—Te odio. —Me levanto, apartando las manos.

—Isabel, no seas...

—¿Infantil? No puedo evitarlo, ¿verdad? Ya que soy sólo una niña. —Me alejo a
toda prisa, pisando fuerte.

Sintiéndome rechazada. Sintiéndome estúpida. Me puse maquillaje para él. Me


puse pendientes para él. Me puse mi vestido azul favorito para él. Me miré en el espejo
antes de venir y sé que parezco mucho mayor de dieciséis años. Dieciocho, por lo menos.
Con mi pelo bien peinado y un poco de maquillaje, todos piensan que soy mucho mayor.
Pero no Caleb.

No puedo evitar echar una mirada hacia atrás a Caleb. Ahora está leyendo un
periódico. Tomando un expreso. Sin ninguna preocupación en el mundo, como si no me
hubiera roto el corazón.

Espero que me mire, pero no lo hace.

Regreso a casa con lágrimas que nublan mi visión. Me quito el maquillaje, me


pongo unos vaqueros, me ato el pelo. Tomo un tren para ir a la escuela y finjo que nada
está mal. Como si llegara tarde a la escuela, me quedara dormida, tal vez. No con el
corazón roto.

***

Siento que me caigo. Me golpeo contra el suelo, pero no siento el dolor.

Sólo el recuerdo. Claro como el cristal. Cada emoción, lo que estaba pensando.
La forma en que miraba. La transparencia de su expresión, no la máscara.

El vestido, el vestido azul.

Me puse el vestido azul para él.

Para Caleb.
4
Bip-bip-bip...

Por unos momentos, el tiempo se distorsiona. El tiempo se pliega sobre sí


mismo.

Por un momento, soy una joven sin nombre que yace en una cama de hospital
sin recordar nada de mí, mi pasado, nada. No soy nada. Nadie.

Pero entonces abro los ojos y todo se inunda a través de mí. Caleb… Jakob.
Logan.

El recuerdo. Mi primer recuerdo total, claro y completo de antes del accidente.

Me conocías, Caleb. Me has conocido todo este tiempo. Me dejaste creer que no
tenía nombre. ¿Pero lo sabías? ¿SABÍAS?

Creo que me desmayo de nuevo, porque siento que me despierto una vez más.

Y esta vez, no estoy sola.

—Señorita de la Vega —Dr. Kalawat—. ¿Cómo te sientes?

Giro la cabeza, lo veo parado al lado de mi cama, leyendo un gráfico. —¿Qué ha


pasado?

—Se desmayó, señorita de la Vega. Me temo que tuvo una caída bastante
desagradable. Se golpeó la cabeza bastante mal, pero no hay nada de qué preocuparse.
Ni siquiera una conmoción cerebral.

Las máquinas suenan y el Dr. Kalawat está presionando una mano en mi


cabeza, mi mejilla, sintiendo mi pulso. Comprobando la dilatación y el enfoque de mis
ojos. Noto una tirita redonda en mi brazo izquierdo, cerca de mi codo.

—¿Qué es esto? —pregunto, señalándolo.

El Dr. Kalawat echa un vistazo. —Oh. Hicimos un análisis de sangre.


Frunzo el ceño. —¿Por qué?

El Dr. Kalawat baja el gráfico, cruza una rodilla sobre la otra. —El Sr. Ryder me
dice que vomitaste, no mucho después de que habláramos.

—Sí. Me sentí mareada, después de verle. Me ocurrió de repente y luego pasó.


¿Por qué?

—¿Puedo hacerle una pregunta bastante personal, Srta. de la Vega? —Esto es


retórico ya que el Dr. Kalawat continúa sin detenerse para permitirme una
respuesta—. ¿Cuándo fue tu último ciclo? ¿Puedes decírmelo, por favor?

Frunzo el ceño. —Um. Mi vida ha sido bastante caótica últimamente, así que...
—Algo frío y afilado me golpea, fluye a través de mí—. Dr. Kalawat… ¿qué está
diciendo?

Una sonrisa para mí, amable, gentil. —Había pensado que podrías estar
embarazada, pero el test dio negativo. Mejor estar seguro, creo. ¿Sí?

—¿Entonces no lo estoy?

El Dr. Kalawat inclina su cabeza de lado a lado. —Bueno, no lo descarto. Puede


que sea demasiado pronto para saberlo. Si se retrasa en su próximo ciclo, o no llega en
absoluto, entonces recomendaría hacer una prueba ya sea en casa o en la consulta —
Con dedos seguros y hábiles, el médico retira los cables del monitor—. Puedes irte.
Por lo que puedo determinar en este momento, está perfectamente sana.

Salgo de la cama. —Gracias, doctor.

Otra de esas sonrisas. —Es un placer para mí.

La puerta se cierra con un suave clic y estoy sola.

¿Embarazada? Por favor, no. No. No es posible.

Pero… mi último ciclo… Tengo que pensar mucho. Antes de que Logan me diera
mi nombre. A mitad de mes, como siempre ha sido, desde mi primer período a los
doce años.

Y hoy… ¿qué día es hoy? ¿Qué fecha es? No me acuerdo. ¿Estoy retrasada?
Salgo de la habitación, a trompicones, al puesto de enfermería más cercano. —
Disculpe. ¿Qué fecha es?

La enfermera no mira hacia arriba. —Jueves, 11 de agosto.

No se retrasa, entonces. Normalmente viene a mediados de la segunda semana


del mes.

El alivio no es tan profundo como desearía. No completamente.

Encuentro la habitación de Logan. Está tecleando su teléfono una vez más


cuando entro. —¡Isabel! ¿Estás bien?

—Estoy bien —digo—. Sólo me golpeé la cabeza, eso es todo.

—Me has dado un gran susto, Is. Simplemente… te desmayaste.

Me poso en el borde de su cama. —Están pasando muchas cosas.

—Isabel —Me toca la barbilla—. No me ocultes nada.

Suspiro. —Recordé algo. De antes.

Se ilumina. —¿Lo hiciste? ¿Qué?

—Conocí a Jakob. O... Caleb. Como sea. Lo conocí. Antes. Estaba enamorada de
él, creo. No sé cómo nos conocimos, sólo que me salté la escuela para ir a verlo a un
café en algún lugar. Quería que estuviéramos juntos, pero… me rechazó, porque sólo
tenía dieciséis años.

Un largo silencio. —Mierda.

—Sí. Las implicaciones son preocupantes.

—Puedo ver por qué te desmayaste. —Nos entrelaza los dedos—. Te ha estado
mintiendo todo este tiempo, entonces.

—Sí. Por mucho tiempo, parece. Él... me dejó creer… me dejó... —No puedo
terminarlo. Sacudo la cabeza—. No puedo. No puedo. No puedo pensar en ello. Tendré
un ataque de pánico.
Me empuja contra su pecho. Su corazón late tranquilizadoramente bajo mi
oído. —No lo hagas. Podemos hablar de ello más tarde. El Dr. Kalawat dijo que puedo
ir a casa mañana. Sólo dale un poco de tiempo, ¿vale? Todo irá bien. Estarás bien.
Estaré bien. Todo va a estar bien.

¿Lo estará, sin embargo?

Todavía estás ahí fuera. No me has dejado ir. No creo que puedas. Y hasta que
no me digas la verdad, tampoco sé si puedo dejarte ir. Si soy capaz de irme sin saber la
verdad.

¿Pero me dirás alguna vez la verdad? ¿Podrás? ¿Eres capaz de la verdad?

Recuerdo la mirada que me echaste, cuando dije tu nombre, cuando dije 'Caleb'
en vez de 'Jakob'. Si hubiera dicho el otro nombre, ¿qué habría pasado? ¿Qué hubieras
dicho? ¿Te habrías quedado? ¿Me habrías retenido? ¿Me hubieras besado? ¿Habrías
hecho el amor conmigo otra vez?

¿Habría querido eso? ¿Habría... cambiado las cosas, de alguna manera? No lo sé.
No lo sé.

Me siento mal otra vez, porque sé que tengo que contarle a Logan lo que pasó.
O algo de eso, al menos.

Pero no todavía.

No mientras se esté curando.

***

No puedo conducir. Logan llama a un servicio de coches cuando le dan el alta,


cinco días después de la operación. Camino al lado de su silla de ruedas mientras la
enfermera lo saca. Sostengo su mano mientras se levanta. Me inclino hacia él, me
inclino bajo su abrazo y presiono mi mejilla contra su pecho. Camino con él hasta el
sedán negro. Alcanza el techo, para mantener el equilibrio. Falla.

—Mi percepción de profundidad está completamente jodida —refunfuña en


voz baja—. Tendré que hacer algunos ajustes. —Deslizo mi mano por debajo de la
suya, guío su palma hasta el techo del coche, pero aparta la mano—. No necesito
ayuda, maldición.

Dejo caer mi mano y retrocedo, herida por su arrebato. —Lo siento, Logan. No
quise decir...

Se apoya en el marco de la puerta del coche, se restriega las manos por el pelo,
gimiendo. —No, Isabel, lo siento. Eso fue inapropiado. Sólo... —Sacude la cabeza, se
encoge de hombros—. Es mucho para afrontar.

—Lo entiendo —digo—. Está bien.

Sacude la cabeza. —No está bien. No es justo que arremeta contra ti. No estoy
acostumbrado a necesitar ayuda.

—Y yo estaré aquí para ayudarte. Lo que necesites. —Le ofrezco una sonrisa,
me inclino hacia él, lo rodeo con mis brazos.

Me da palmadas en la espalda, un breve beso en los labios y luego se mete en el


coche con cuidado, lentamente. Se desliza para que yo pueda entrar. Es difícil mirarlo.
Es difícil verle así, con la venda de presión enrollada alrededor de su cabeza. Herido.
Vulnerable. Inestable en sus pies. Tratando de alcanzar algo y fallando. Logan siempre
ha sido tan capaz, tan imperturbable. Pero ahora me necesita y estaré ahí para él,
como lo ha estado para mí.

El camino a su casa es largo y tranquilo. Sereno. Me toma de la mano y mira por


la ventana.

El conductor gira hacia la calle de Logan y es cuando me mira, con una suave
sonrisa en su rostro. —No te culpo —dice—. Espero que lo entiendas.

—Bueno yo sí. No hay nadie más a quien culpar, Logan. Aparte de Caleb, eso sí
que es...

—No lo hagas.

—Pero Logan, si no fuera por mí...

—Detente. —Es una orden. Tranquila, pero afilada—. Sabía que al enfrentar a
ese Caleb-Jakob, como mierda se llame, sabía que era peligroso. Sabía que estabas
involucrada con él. Sabía que me arriesgaba al permitirme acercarme a ti. Tomé ese
riesgo con los ojos abiertos, así que esto es culpa mía. No es un hombre que perdona,
ni olvida y ciertamente no deja ir lo que considera suyo. Así que, esto es culpa mía. ¿De
acuerdo?

—No puedes ordenarme que no me sienta culpable y esperar que


simplemente... obedezca, Logan. No funciono de esa manera. —Sacudo la cabeza—. Y
no, esto no depende de ti, ni de mí, en realidad. Es sobre Caleb. Te disparó, con la
intención de matarte. No hay excusa para eso. —Siento bilis en la garganta al pensar
en lo que hice con Caleb, sabiendo todo el tiempo lo que había hecho.

—Lo sé. Solo quiero decir que entendí el riesgo que corría al tratar con Caleb.
No me estoy culpando, sólo digo que no puedo decir que no lo sabía.

—Esa es una distinción sin sentido, Logan.

—Sin embargo, ¿lo es? —pregunta—. Perdí mi ojo. Quiero estar... estoy...
enfadado. Quiero una maldita venganza, Isabel. Quiero cazar a ese bastardo y sacarle
los malditos ojos. Ahora no sólo me ha costado cinco años de prisión, sino mi ojo y casi
mi vida.

—Es totalmente comprensible, Logan… —comienzo.

Pero me interrumpe. —Tuve cinco años de prisión para pensar en la venganza.


Tuve casi una semana en el hospital para pensar en ello otra vez. ¿Dónde me llevará la
venganza? Lo persigo y lo mato, o lo que sea. ¿En qué me convierte eso? He visto
suficiente muerte en mi vida. No lo olvides, soy un veterano de guerra. He matado
gente. Sé cómo se siente esa mierda y no tengo ningún deseo de volver a sentirla. Ni
siquiera por un pedazo de mierda como Caleb, ni siquiera después de todo lo que me
ha hecho. ¿Lo perdono? No. Más vale que espere que nunca más vuelva a verlo.

Me parece que el arrebato de Logan sólo está conectado tangencialmente a lo


que estábamos hablando. Parece que hay mucho que está pasando bajo la superficie,
cuando se trata de Logan.

El conductor se detiene precisamente frente a la dirección de Logan, aparca el


vehículo, sale, abre la puerta de Logan. Es testarudo, así que sale antes de que pueda
saltar y correr. No quiere necesitar mi ayuda. Pero la necesita. Le cuesta meter la llave
en la cerradura, pero le dejo hacerlo. No se adaptará si no lo intenta, ¿verdad? Pero
odio verle perder el control.
Estamos dentro, golpeando las luces y Logan está trabajando en la alarma. Paso
a su lado para dejar salir a Cocoa, su perro de chocolate del tamaño de un oso. Aunque
noto algo. Trozos de algodón, flotando por el suelo de madera. Un trozo de tela gris, a
medio camino del pasillo.

—¿Logan?

—Sí, nena.

—¿Hay alguien que haya comprobado a Cocoa?

—Envié un e-mail a Beth y le pedí que se pasara por aquí. ¿Por qué? —Se
mueve para estar a mi lado. Otra bola de algodón acolchado rebota en el suelo como
una planta rodadora—. Oh. Mierda. Debe haber salido. —Otro paso más hacia la casa.
Más deterioro. Un mocasín de cuero se encuentra a su lado en el pasillo que lleva al
dormitorio, masticado en pedazos. Otros pocos pasos, una sudadera con capucha,
hecha pedazos, masticada, mojada con saliva de perro. El otro mocasín, igualmente
destruido.

—Maldita sea —suspira, pero no parece enfadado—. ¿Cocoa? ¡Ven aquí, chica!
¡Papá está en casa!

Papá está en casa. Eso me daña el corazón, en un lugar extraño y aterrador.


Disimulo ese dolor, disimulo los pensamientos y los miedos que están a fuego lento.
No es verdad. No es posible. Simplemente no lo es. Simplemente no.

Sigo a Logan al pasillo. Hay más ropa tirada en el suelo del pasillo, toda
masticada, babeada, totalmente deshecha. No hay señales de Cocoa, no obstante. Sin
embargo, se oye un ruido sordo 'thumpthumpththththump'. ¿Una cola golpeando un
colchón, posiblemente?

Logan patea los montones de ropa destruida. Camisas, pantalones, zapatos,


botas, una chaqueta de cuero. Una toalla.

Llegamos a la puerta de la habitación de invitados donde Logan guarda a Cocoa


mientras no está. La entrada... acaba de desaparecer. Astillada. Hay un poco de puerta
en las bisagras, el marco destrozado y astillado, el pomo en el suelo. ¿Pero la puerta en
sí misma? No existe más. Las astillas cubren la alfombra de la habitación de invitados,
están esparcidas por el suelo de madera del pasillo en un radio que se extiende hasta
el baño y la habitación de Logan. Parece que cargas explosivas fueron colocadas en la
puerta.
Con el corazón en la garganta, sigo a Logan a su habitación, mirando por
encima de su hombro.

La habitación está destrozada. El televisor ha sido volcado, destrozado. La


lámpara de la cama, igual. El cabecero ha sido masticado hasta astillarse, igual que la
repisa. Las mantas y sábanas están retorcidas en una pila en la cama, masticadas,
babeadas, con garras. ¿Y en medio de la cama, bajo el montón de sábanas y mantas?
Cocoa.

Cola golpeando constantemente. Mentón en sus patas, orejas caídas. Ojos bien
abiertos. La imagen perfecta de la inocencia canina.

—¡Santa mierda, Cocoa!

No estoy segura de qué esperar de él. ¿Ira? Frustración, al menos. En lugar de


eso, se arrodilla en el suelo, se da palmaditas en el muslo.

—Cocoa. Ven. —Su voz es baja, pero firme. No está enfadado, no es


amenazador.

Se mueve como un líquido, a centímetros del borde de la cama, pero no se baja.

—Cocoa, ven aquí. Ahora, chica.

Eso la convence. Salta de la cama, pero inmediatamente desciende a su vientre,


con la cola metida debajo, con la cabeza en el suelo. Sus ojos nunca dejan a Logan. Se
acerca cada vez más hasta que está a los pies de Logan.

—¿Qué hiciste, Cocoa? —Parece estar cerca de la risa. Aguantando, pero


apenas.

—¡Se ve tan apenada, Logan! —digo.

—Ella me extrañó. Nunca me he ido tanto tiempo. Tenía miedo. —Apoya su


trasero en el suelo, agarra al perro por el medio y lo lleva a su regazo. Ella rueda hacia
su espalda, la cola comienza a golpear una vez más y luego se inclina y le lame la
barbilla. Vacilante, al principio, pero luego con creciente felicidad—. Lo sé, chica. Lo sé.
Yo también te he echado de menos. Está bien, estoy aquí.

Tengo que contener las lágrimas. Algo sobre la visión de Logan con su amado
cachorro en su regazo -un cachorro gigante de 40 kilos- uniéndose, feliz, me emociona.
Maldita sea, no.

Pestañeo un poco, me arrodillo junto al hombre y el perro y rasco a Cocoa en la


cabeza, detrás de las orejas. Me da un rápido y húmedo beso de perrito y luego vuelve
a Logan. Se pone de pie, retrocede y luego parece notar el vendaje. Da un largo y agudo
quejido desde la parte de atrás de su garganta y huele la venda que cubre su ojo. Me
mira, como si quisiera respuestas y luego a Logan. Pone sus patas delanteras en las
piernas de él y olfatea, olfatea, olfatea. Gime otra vez.

Dios, eso es tan dulce. Está preocupada por él. Ve que está herido y quiere
saber qué está pasando.

Estoy luchando contra las lágrimas de nuevo, maldita sea.

—Estoy bien, chica. Te lo prometo. —Le acaricia las orejas y las frota
vigorosamente, hasta que se aparta y sacude la cabeza para que sus orejas caigan
salvajemente.

Estoy bien. Estoy bien. Sólo estoy... emocionada. Casi una semana pasada al
lado de Logan en el hospital, durmiendo mal en la silla de visitas. Me dejaron pasar la
noche en contra del horario de visitas, porque no tengo otro lugar a donde ir y porque
creo que Logan de alguna manera sobornó o convenció/coaccionó a los internos para
que me dejaran. Sólo estoy emocionada. Hay mucho que hacer, mucho de lo que
preocuparse y emocionarme de nuevo.

Logan me da su teléfono. —¿Puedes llamar a Beth? Hazle saber lo que está


pasando y que necesitamos ayuda para limpiar. Realmente no tengo asistentes, pero
es lo más cercano que tengo. El código es siete-nueve-uno-cinco —Se levanta, se da
palmaditas en el muslo—. ¿Vamos fuera, Cocoa?

Se ha ido, las garras del perro se agarran a la madera, haciendo su feliz ladrido
de sí, quiero salir.

Miro fijamente el teléfono por un momento. 7-9-1-5; lo tecleo y el teléfono se


desbloquea. La imagen de fondo detrás de las filas de iconos soy yo. Dormida, en la
cama de Logan. Antes de que me cortara el pelo, cuando todavía estaba largo. Está
esparcido alrededor de mi cabeza en la almohada blanca de Logan, como tinta
derramada. Mi cara está girada a un lado y mi mano está enroscada frente a mi cara.
Me veo serena, hermosa, en paz.

7-9-1-5.
07-09-15.

La fecha en que nos conocimos. La fecha de la estúpida fiesta de subasta a la


que fui con Jonathan.

Eso me provoca un espasmo de emoción también, que la fecha en que nos


conocimos sea su código de desbloqueo del teléfono.

Aplasto la emoción, sin piedad y encuentro el nombre de Beth en los contactos.


Marcando.

—Hola, jefe. ¿Cómo te sientes? Todos estamos preocupados por ti. —La voz es
alta y dulce, un poco demasiado de ambas.

—¿Beth? No soy Logan. Obviamente. Soy Isabel.

—¿Isabel? —Un silencio, que de alguna manera se siente confuso—. Ohhhhhh.


Isabel. ¿La Isabel?

—Supongo. A menos que conozca a otra.

—No, no. Sólo tú. —Otro silencio—. Entonces, ¿qué...? ¿Cómo puedo ayudarte?

—¿Viniste a su casa a ver cómo estaba Cocoa?

Beth responde inmediatamente, un poco a la defensiva. —¡Sí! Me acerqué en el


momento en que me envió el correo electrónico. La alimenté, la dejé salir, me aseguré
de que tuviera agua. Incluso le lancé la pelota un poco. Es una perra tan dulce.

—Ella realmente lo es. Es sólo...

—Regresé al día siguiente, también. Ayer no, porque me inundaron de trabajo.


Quería hacerlo, pero... —se interrumpe—. ¿Pasó algo? ¿Está bien? —Parece
preocupada.

—Ella está bien, sí. Pero salió.

—¿Salió? ¿Cómo? Cerré la puerta, estoy segura de que lo hice. Incluso me


aseguré de que estuviera bien cerrada.
—Ella como que desgarró la puerta. Como que la destruyó completamente.
Junto con mucha ropa de Logan y su televisión. Es un desastre. Me pidió que te llamara
para ver si vendrías a ayudar a limpiar.

—¿A través de la puerta? Caray. Vale, bueno, claro, ahora mismo voy. Pero...
¿por qué estás llamando? ¿Logan está bien?

—Está con Cocoa. Se están reencontrando, supongo. —No estoy segura de lo


que le dijo sobre lo malherido que está. Es mejor dejar que él se encargue de eso.

—Vale, bueno, estaré allí en un rato. —Otro silencio. Este se siente molesto—.
Todo lo que me dijo es que hubo un accidente. ¿Logan está bien? Nunca se ha ido tanto
tiempo.

—Yo... no estoy segura de lo que debo decir, honestamente. Eso es algo que
debería decirte a ti y no yo.

— Eso es malo. Me lo dirías si no fuera nada importante.

—¿Así que nos veremos pronto? —Realmente no sé cómo responder, así que
evito la pregunta.

Un suspiro. —Sí. Media hora, cuarenta y cinco minutos más o menos.

—Bien. Gracias.

La línea se corta y cierro el teléfono, lo pongo en la mesita de noche. Miro a mi


alrededor el desastre, dejo salir un aliento pesado. Me siento tan cansada, de repente.
Pero la cama está destrozada y el suelo está enterrado bajo la ropa destrozada. La
puerta del armario está abierta, arrancada de la guía, colgada de forma torcida. La
ropa cuelga parcialmente arrancada de las perchas y más perchas están esparcidas
por el suelo. Más ropa está apilada en el suelo en el fondo del armario, pero no parece
que esté destruida.

Enderezo el televisor, lo pongo con gran dificultad en el soporte. Es enorme,


pesado, pero lo consigo. Quito la ropa de cama del colchón, tirándola a un lado.
Empiezo a tirar la ropa destrozada sobre un montón, de a puñados, hasta que no
queda nada más que el montón en el suelo del armario.

—Isabel, ¿qué estás haciendo? —dice Logan, por detrás de mí.


Me encojo de hombros, hago un gesto hacia la cama. —Quería acostarme, pero
la cama es un desastre y también el suelo. De todos modos, Beth estará aquí pronto.

—Deberías haberlo dejado. Para eso le pago a Beth.

—Creí que no era tu asistente personal.

—No lo es. Pero siempre está ansiosa por cualquier excusa para salir de la
oficina, así que la mando a hacer recados. —Endereza la lámpara. Me mira fijamente
desde el otro lado de la cama—. Isabel, no quise sonar como si estuviera dando
órdenes, antes.

—Los hechos son hechos, Logan. Si no te hubieras involucrado conmigo, no te


habrían disparado. Eso es un hecho. La única razón por la que estás vivo es, porque o
Caleb es un mal tirador, o tuviste mucha suerte. Podrías estar muerto ahora mismo.

—Y como dije, sabía que había un riesgo de que Caleb me atacara en algún
momento. Me arriesgué a involucrarme contigo entendiendo que era una posibilidad.
Eso te absuelve de cualquier culpa. Si hubieras mentido sobre él o algo así, eso sería
diferente. Pero lo sabía.

—Eso no hace que sea más fácil de tratar. Te dispararon. Perdiste un ojo. Por
mi culpa.

Logan rodea el extremo de la cama, me agarra por los brazos, me sostiene a la


distancia del brazo. —Detente. Por favor. Estoy bien. Estoy vivo. Sí, me falta un ojo.
Pero ahora puedo usar un parche y actuar como un pirata y nadie puede decir una
mierda al respecto.

No puedo evitar reírme. —Dios, Logan. Eres ridículo. Harías eso, ¿no?

Coloca un dedo índice en un gancho. —Arrrgh, amigo. ¡Apuesta tus doblones a


que sí!

—Esa es una terrible voz de pirata.

—¿Ah, sí? Escuchemos cómo lo haces mejor.

Sacudo la cabeza y reprimo otra risa. —No lo creo.

—Bueno, entonces no puedes atacar la mía si no lo intentas.


—Puedo criticar sin imitar, Logan.

—Los que no pueden hacer, enseñan. Y los que no pueden enseñar se


convierten en críticos.

—No digo que sea una crítica de voces de pirata profesional...

Logan estalla en carcajadas, ahogándome y cortándome el paso. —¿Crítica de


voces de pirata profesional? ¿Y yo soy ridículo?

—Sí —sueno petulante.

—Vamos, Is. Sólo dame un pequeño “¡arrrgghhh, amigo!”

—No.

Se agacha para que su cara esté frente a la mía y haga una mueca patética. —No
le dirías que no a un tuerto, ¿verdad?

—Oh Dios mío. ¿Me estás haciendo sentir culpable?

Se encoge de hombros. —Si consigue que te relajes, seguro. Podría también


conseguir algo de ventaja de mí... lesión que altera la vida.

—Logan.

—¿Demasiado pronto?

—Sí. Demasiado pronto. —Le echo un vistazo—. Y... ¿relajarse? ¿Qué significa
eso?

—Sólo que estás un poco tensa, ¿sabes? Te tomas todo tan en serio. —Un
encogimiento de hombros. Su voz es natural, como si todo el mundo debiera saber
esto.

—No estoy tensa.

Se ríe, un sonido agudo. —¡Tú también! Creo que te he oído decir como tres
chistes en todo el tiempo que te conozco. Eso, mi pequeña y sexy belleza española, es
el epítome de la tensión. Si no cuentas chistes, la mierda te volverá loco. Relájate.
—¿Y para, como dices, relajarme, debería hablar con una voz pirata
terriblemente inexacta desde el punto de vista histórico?

—Es una caricatura amplia, Isabel. Socialmente se entiende que es más


humorística que exacta. Si quieres ser muy estricta al respecto.

Lo miro fijamente. Pero luego, como tiene una forma de sacarme cosas, enrosco
mi labio y hago mi voz áspera. —Arrrrggghhh.

—¡Tiene sentido del humor! —Agita sus manos en el aire—. ¡Alabados sean los
dioses!

—Tengo sentido del humor.

—Entonces cuenta un chiste.

—¿Una broma?

Cruza los brazos sobre el pecho. —Sí. Una broma. Cuéntame un chiste.

—¿Por qué él...?

—No es una broma. Inténtalo de nuevo.

Pienso mucho, pero me quedo en blanco. —No conozco ningún chiste. Pero eso
no significa que no tenga sentido del humor.

—¿Te has enterado de la película de piratas?

—¿Qué película de piratas?

—Se clasificó como arrrgghhhh.

—Oh Dios mío. Eso es terrible.

—¿Qué vio el primer oficial cuando miró en el baño?

—Logan...

— El tronco del capitán.

—Eso es asqueroso.
—¿Por qué el pirata no podía jugar a las cartas?

Lo miro fijamente. —Logan.

—Adivina.

—No lo sé.

Un golpe de silencio. Para enfatizar, probablemente. —Porque estaba sentado


en la cabina.

—Eso ni siquiera es gracioso.

—Más gracioso que el chiste que contaste.

—Pero no se lo conté a nadie.

—¡Exactamente! —Me golpea con un dedo—. Ahora intenta el arrrgghhh otra


vez. ¡Esta vez con sentimiento!

Yo dudo. Es una estupidez. Tan, tan estúpido. Pero es por Logan. —Arrrgghh.

—Eso fue patético. Ni siquiera lo estás intentando. —Se aclara la garganta—.


¡AAARRRGGGHHH!

—No voy a hacer eso. —Pero estoy luchando contra una sonrisa.

—Mariquita. —Me saca la lengua—. Grano-en-el-culo.

—¿Insultando, Logan? ¿En serio?

—Ni siquiera tu arrgghh parece un pirata. ¿De qué tienes miedo?

—¡AAARRRGGGHHH! —lo hago fuerte y profundo.

Y la cara de Logan se ilumina. —¡Ahí lo tienes! No fue tan difícil, ¿verdad?

—¿Fue divertido?

Asiente. —Histérico. —Me acerca. Me besa—. Toc toc.

—Um.
—Jesús, Isabel, es un chiste de toc-toc. Tú dices, “¿Quién está ahí?”

—¿Quién está ahí?

—Boo. —Se inclina y me susurra al oído—: Ahora dices, “¿Boo quién?”

—¿Boo quién?

— Hey, ¿por qué lloras? —Otro beso, este en mi garganta.

Me río, porque no puedo evitarlo. —¿Cómo puedes hacer bromas en un


momento como éste?

Se encoge de hombros. —¿Cómo no voy a hacerlo? No sé cómo lidiar con esta


mierda, Isabel. Sería demasiado fácil sentir lástima de mí mismo, dejarme lamentarme
y deprimirme como un triste saco de mierda. Pero me niego a permitirme hacer eso.
¿Estoy reprimiendo algunas de mis emociones más negativas? Probablemente. ¿Estoy
sobre compensando con humor? De nuevo, probablemente. Pero, ¿de qué otra forma
se supone que debo enfrentarme, Isabel? —Me echa una mirada—. ¿Alguna vez has
oído la frase “reír o volverse loco”?

—No, pero hay un punto intermedio, ¿no?

—En realidad no. No me estoy burlando de esto. Yo sólo... Tengo que hacerle
frente de alguna manera, nena. El humor es lo que estoy haciendo —suspira—. Si no lo
hago, me deprimiré y me pondré muy furioso. Será terrible. Así que sólo... sigue mi
humor tan inapropiado. ¿De acuerdo?

Me acurruco contra él. —Bien. Sólo... trata de dejar que te ayude. ¿Por favor?

—Haré lo que pueda. Es todo lo que puedo prometer. —Me golpea la nariz con
el dedo índice—. Ahora, déjame oír el arrgghh de nuevo. Más fuerte esta vez y con
sentimiento.

Suspiro, un sonido dramático y sufrido. —Bien. —Como él lo hizo, me aclaro la


garganta—. ¡AAARRRGGGHHH! —Tan fuerte como puedo.

Y ahí es cuando oímos una garganta clara detrás de nosotros. —Um... oye,
Logan. ¿Me perdí la convención de piratas?

Se da la vuelta. — Ahí tienes ¡aarrgghh! Justo a tiempo.


Beth está en silencio durante mucho tiempo. —¿Logan? ¿Qué... qué pasó?

A diferencia de mucha gente, la voz y la apariencia física de Beth coinciden


perfectamente. Una voz alta y dulce, como la de una profesora de escuela un poco
ansiosa, quizás; pequeña, delgada, no exactamente bella, pero atractiva. Cabello rubio
ondulado. Sin pretensiones. Es fácil hacer que Beth pase desapercibida entre la
multitud.

La saluda en la puerta. —No hay nada de qué preocuparse. Estoy bien.

—Eso parece bastante serio —Parece estar a punto de llorar.

—Estoy bien.

—¿Qué ha pasado?

Duda. —Me asaltaron. El arma se disparó. Perdí mi inteligencia por el globo


ocular. Y ahora soy un pirata. Voy a conseguir un parche y todo.

—¿Cómo puedes estar contando chistes en un momento así, Logan? —Beth no


se ha movido de la entrada, una caja de bolsas de basura de la empresa en la mano.

—Esto está empezando a sentirse como un déjàvu —gime—. Cuando las cosas
están más difíciles y dolorosas es el mejor momento para contar chistes, Beth.

Beth sólo está parpadeando. Mirando fijamente. —¿Perdiste el ojo?

Logan se encoge de hombros. —Bueno, no he visto debajo del vendaje, pero eso
es lo que me dijeron en el hospital, sí. —Le quita la caja de bolsas de basura a Beth—.
Así que... empaquetaremos y tiraremos toda la ropa arruinada y limpiaremos los
restos de mi puerta. También tengo que pedir un nuevo televisor y hacer que me
quiten el roto. También necesitaré un proveedor de parches oculares. Ni siquiera sé
dónde conseguirlos. ¿Hay una tienda de parches? Quiero unos geniales, no sólo los
negros aburridos. Supongo que puedes conseguirlos por Internet.

—Mira, no estoy segura de si estás bromeando o no. —Una pausa—. Sobre los
parches, quiero decir.

—No, en absoluto. Conocí a un tipo en Blackwater al que le faltaba un ojo. Era


personal de apoyo. Un tipo súper genial. Un hijo de puta muy duro. Como, la vida real.
Aterrador como el infierno. Así que, si estaba en la oficina, haciendo el trabajo diario,
dejaba la cuenca del ojo vacía, no la cubría, no tenía prótesis. Era... espeluznante, no
me importa admitirlo. Sólo desconcertante. No podías evitar mirar fijamente, ¿sabes?
Pero así era Eric. No le importaba una mierda lo que nadie pensara. Si tenía que
disfrazarse, se ponía un parche. Sólo tenía este. Tenía un tipo en nuestra unidad que
era un artista fantástico que dibujaba un ojo increíblemente real en el parche, así que
era aún más desconcertante que sin él, en cierto modo. Y siempre pensé que, si alguna
vez perdía un ojo, tendría todo tipo de cosas geniales para cubrirlo. Como el estilo
punk o gótico, diseños divertidos, parches de vacaciones, todo eso. Una colección, por
así decirlo. Y ahora que he perdido mi ojo, eso es lo que está pasando. Así que, sí,
totalmente en serio. Consígueme opciones.

—Claro, jefe. —Parece no tener palabras, así que toma la caja de bolsas y se
traslada a la habitación de Logan.

El plástico se arruga cuando la ropa se mete en las bolsas, fuera de la vista.


Logan toma mi mano y me lleva a la sala de estar. Se desploma hacia atrás en el sofá,
llevándome con él. Grito de risa mientras cae, sus brazos me envuelven, llevándome al
sofá. Se retuerce conmigo, así que estoy entre la parte de atrás del sofá y su gran y
duro cuerpo, mi mejilla en su pecho, sus manos acariciando mi trasero.

Puedo soportarlo por unos momentos y luego me pongo ansiosa. —Logan.


Suéltame. Deberíamos ayudar a Beth. O yo debería, al menos.

—No.

—Logan...

—Le pago tiempo y medio por esto. Y ella trabaja mejor sola. Es hora de
descansar.

Me tiene atrapada. Y hace calor aquí. Confortable. Estoy contenta, a la deriva. Es


imposible no dejarme llevar, pretender, una vez más, que Logan es todo lo que existe.
Que esta vez con él es todo lo que hay.

Me amodorro, me duermo.

Me sumerjo bajo el cálido zumbido del sueño, en los brazos de Logan.

***

Me despierto y Logan se ha ido.


La luz de la tarde atraviesa la puerta corrediza de cristal, profundamente
dorada, bañándome en calor. Ruedo y mi mano cae al lado del sofá; algo húmedo toca
mis dedos y hago un ruido de sobresalto en mi garganta. Aparece una nariz marrón,
seguida de bigotes, ojos marrones líquidos, orejas caídas. Cocoa. Antes de que pueda
registrar su presencia, me está lamiendo.

—Sí, oh Dios mío, Cocoa, sí. Hola. Sí, chica yo también te quiero. —Evito que me
lama, pero no la alejo.

Apoya su barbilla en el borde del sofá y sólo me mira. Como si viera dentro de
mi alma y no me encontrara culpable. El inocente y completo amor de un perro es algo
tan maravilloso.

Le acaricio el hocico, le froto las orejas, su suave y fino pelaje.

—¿Qué hago, Cocoa? ¿Eh? Es todo tan imposible —murmuro contra su cuello—
. No hay final. No hay salida. Pero me necesita, ¿sabes? Y yo lo necesito a él. Pero
entonces, siempre existirá Caleb. ¿Y ahora Jakob? ¿Cómo puedo reconciliar los dos? No
hay manera. Y puede que nunca vuelva a ver a Jakob. Porque, en realidad, siento que
son dos personas diferentes, Caleb y Jakob. Pero Jakob, es una parte de Caleb que
mantiene enterrada muy adentro. Tan profundo que no creo que esa parte de él
vuelva a salir. Lo cual es triste, porque esa es una parte de Caleb que podría tener tal
vez... no. No. No puedo ir allí. No puedo pensar de esa manera.

Cocoa gime, da un suave aullido, con la cabeza inclinada hacia un lado. Como si
dijera. —Sí, te escucho.

Bajo mi voz a un susurro tan silencioso que es casi inaudible incluso para mí,
casi una evocación. —Amo a Logan, Cocoa. Tanto. De verdad, de verdad que sí.
Entonces... ¿cómo dejé que eso pasara, otra vez, con Caleb? ¿Cómo puedo ser tan
débil? Me odio a mí misma por ello. —Yip, ruff yip, Cocoa hablándome—. ¿Me
perdonará? No lo sé. Quiero creer que lo hará, pero... No lo sé. ¿Me lo merezco?

El pomo de una puerta se gira en algún lugar y me siento. Logan, una toalla
envuelta alrededor de su cintura, emerge del baño. Vendado, pero por lo demás
increíble. Esbelto, enérgico, magnífico. —¿Hablando con el perro?

Sonrío y acaricio a Cocoa, que jadea un par de veces y luego me lame una vez
antes de trotar hacia Logan. —Sí. Es una excelente oyente.

—¿No es así? Nunca discute, nunca da consejos de mierda.


—Exacto.

Lo miro, frunciendo el ceño. —Se supone que no debes ducharte, Logan. No


puedes mojarte el vendaje.

Agita una mano en señal de protesta. —No me duché, me bañé. No me mojé el


vendaje. Mi pelo va a estar grasiento hasta que pueda ducharme normalmente, pero
necesitaba sentirme limpio. No te preocupes por eso.

—Por supuesto que me voy a preocupar por ello.

Parece que está a punto de discutir, pero luego respira profundamente, lo deja
salir lentamente y me sonríe. —Sé que lo estás y estoy agradecido de que te preocupes
lo suficiente como para hacerlo.

—Me importa tanto que a veces me asusta, Logan. —Le hago un gesto a su
pelo—. Mira, si me dejaras ayudarte, podría haberte lavado el pelo sin mojar el
vendaje.

—La próxima vez, entonces. Yo sólo... No estoy acostumbrado a pedir ayuda en


nada. Llevará tiempo, eso es todo. —Hay un momento de silencio y luego se agacha y
frota las orejas de Cocoa—. No escuché lo que le decías, por cierto. —Es telepático,
aparentemente—. Acabo de oír a Cocoa haciendo ese ruido que hace cuando le habla a
alguien. Juro que entiende lo que decimos, ¿sabes?

—Sí. —Eso parecía.

Quiero pasar mis manos sobre su cuerpo. Saborear su piel. Sentir sus músculos
bajo mis palmas. Tomar su dureza en mis manos, sentir que me ama como sólo él
puede hacerlo. Pero no me muevo. No puedo hacerle eso. No me merezco eso con él.
Ya no lo merezco. No hasta que me haya sincerado, admitido mis pecados y le haya
rogado que me perdone, si puede, por haberle traicionado, por haberle engañado. Eso
es lo que fue, traición, infidelidad. Amo a Logan. Sólo a Logan.

Pero soy una adicta. Débil, enganchada, incapaz de controlarme.

Logan debe ver o sentir mi confusión interior. Agarra la toalla y se mueve para
arrodillarse a mi lado. —Hey. ¿Qué pasa?

Me encojo de hombros. —Sólo que es mucho.


—¿Qué es?

Me río, un sonido amargo y sin humor. —Todo, Logan. Mi vida. Justo... todo.

Me pasa la palma de la mano por la mejilla. —Háblame, Isabel.

Sacudo la cabeza. —¿Por qué? Lo último que necesitas ahora es enfrentarte a


mi angustia de “grano-en-el-culo”. Necesitas descansar. Para sanar. No preocuparte
por mí. Yo debería preocuparme por ti.

Deja escapar un suspiro. —Isabel, ¿por qué no entiendes esto? Me voy a


preocupar por ti. Me voy a preocupar por tus problemas. Son mis problemas, porque
quiero que lo sean. Es lo que haces cuando estás en una relación.

En una relación. Mis tripas se sacuden. —No sé cómo hacer eso. Cómo ser... eso.

—¿Quién lo hace? Te lo inventas sobre la marcha, nena.

—Haces que parezca fácil.

—No es fácil, pero es simple. Tú confías en mí yo confío en ti. Confiamos el uno


en el otro. Dependemos el uno del otro. Da libremente para que ambos consigamos lo
que necesitamos.

—Eso suena... encantador.

Está cerca. Una rodilla en el sofá, cerca de mi cadera. Mirándome fijamente. Ojo
azul cálido, acogedor, ardiente de deseo. Dios, esos ojos. Esa mirada. La expresión que
dice que me quiere, todo de mí, sólo yo. Me necesita. No puede pasar ni un minuto más
sin mí, sin probarme, sin sentirme.

Tomo un respiro para liberarme de la culpa, pero me la roba con un beso. Me


entierra la palma de su mano en el pelo, ahuecando la parte de atrás de mi cabeza. Me
eleva hasta el beso. Agarra un puñado de pelo en las raíces y tira de mi cabeza suave
pero firmemente hacia atrás para que pueda saquear mi boca. Inclinándose más sobre
mí.

No puedo no tocarlo, cuando me besa así. Extender mis manos sobre sus lados.
Recorrer las curvas de sus hombros, la amplia llanura de su espalda. De alguna
manera, la toalla se suelta. Me encuentro rozándolo., acariciándolo., agarrándolo.,
sujetándolo., arañándole el trasero. Acercándolo. Sintiéndolo endurecerse entre
nosotros.

Se sostiene con una mano, buscando el dobladillo de mi vestido con la otra.


Tirando de él hacia arriba, fuera del camino. Palpando con un dedo, deslizándolo bajo
el refuerzo de mis bragas. Encontrándome mojada. Caliente. Lista. Acariciando y
acariciando, hasta que jadeo contra su beso y acaricio su dureza. Levantando mis
caderas, necesitándolo. Lista para él. Ansiosa. Hambrienta.

Me está desgarrando las bragas y lo tengo agarrado en mi puño. Puedo sentir


por la tensión en su vientre y la forma en que respira que está listo. Más que listo.

—Is... Dios, Isabel —me murmura en el oído. Su voz es baja y áspera, pero me
hace recordar.

—Logan, espera.

Toca su frente con mi pecho por un breve momento, pero luego se inclina hacia
atrás, en posición vertical. La polla sobresaliendo fuerte y lista, los ojos torturados por
la necesidad. —¿Qué necesitas, nena? —Me mira fijamente—. Si estás preocupada por
mí, no lo hagas. Estoy perfectamente sano para esto, lo prometo.

—No es eso, Logan. —Cierro los ojos con fuerza, invocando al valor.

—¿Entonces qué?

No puedo mirarlo, o lo olvidaré todo. El deseo de borrar todo con el calor de su


beso y la dureza de su cuerpo y la gloria de sentir su orgasmo dentro y fuera de mí es
demasiado fuerte. Si lo miro así, desnudo, duro, preparado, me olvidaré de lo que
tengo que hacer.

—¿Isabel? —La voz de Logan, me incita a ello.

Aspiro un poco de aire. —No podemos hacer esto, todavía. Quiero, lo necesito,
pero no puedo.

Se mueve, se deja caer en el cojín a mi lado. Cubre su regazo con la toalla. Se


inclina, de forma algo cómica, sobre su enorme erección. Obligo a mis ojos a centrarse
en su cara.

Lo ve ahora. Esto... no es bueno.


—Mierda —Un suspiro, una palma pasa por su cara—. Escupe.

—Ni siquiera... No sé por dónde empezar.

Me mira a los ojos. Hay una ira y una dureza en su mirada. —Bueno, entonces
déjame aventurar una suposición: Caleb te jodió mentalmente otra vez. Te confundió y
te dio lástima por ti misma o por él, o algo así. Hizo cualquier cosa mágica que te tiene,
te hizo acostarte con él otra vez. ¿Ya está? Eso es todo, ¿no? Dejaste que Caleb te
volviera a follar.

—Logan yo...

—¿Sí o no, Isabel?

Una lágrima se desliza por mi mejilla. Otra. Una gran cantidad. —Sí. —Un
sonido roto, una palabra destrozada, una sílaba rasgada.

—Joder —Se levanta, se aleja, la toalla cae al suelo, olvidada. Se dirige furioso a
su habitación. Se detiene, con la cabeza colgando, me devuelve la mirada. Y luego
golpea con el puño la puerta de su habitación, un furioso golpe que astilla la puerta—.
Ahora necesito dos malditas puertas.

—Logan, espera.

—Sólo dame unos minutos, ¿de acuerdo? Necesito calmarme y necesito


procesar esto. —No me está mirando. Sólo está de pie desnudo en la puerta, con
sangre en los nudillos, vendas diagonales en su cabeza—. No te vayas. No bebas. Sólo...
espera.

—De acuerdo.

Trato de aplacar el pánico. Los sollozos. El auto desprecio. Pero está


burbujeando y amenazando con desbordarse. Pasa mucho tiempo antes de que Logan
aparezca. Está vestido, con pantalones sueltos y una camiseta ajustada, descalzo.
Tiritas en los nudillos.

Se sienta en el sofá a mi lado. Respira profundamente, lo deja salir y finalmente


me mira. Mantengo mis ojos abatidos. No merezco mirarlo.

—Is. Mírame.

Sacudo la cabeza. No puedo. No lo hago. No lo haré.


Me toca la barbilla, pero me resisto. Aparto. Siento sus dedos deslizándose por
mi mejilla, rozando las lágrimas. —Isabel de la Vega. Mírame ahora, por favor.

Tengo que hacerlo, tal y como lo dice. El látigo y el chasquido de mando en su


voz es inexorable. —¿Qué, Logan?

—Odio los grilletes que tiene en ti. La forma en que te ha lavado el cerebro.

—Es una adicción, Logan. Pura y simple.

—La adicción puede romperse.

—No es una sustancia que pueda dejar de comprar. No puedo simplemente


sufrir el síndrome de abstinencia, o ir a rehabilitación, o a una clínica. No puedo
simplemente dejarlo. No es tan simple. Él sostiene mi pasado. Él es mi pasado.
También lo odio, por la forma en que me afecta. La forma en que no puedo... no. No
importa lo mucho que quiera, no importa lo mucho que lo intente.

—¿Qué fue esta vez?

—Jakob.

—Entonces lo que te dije, ¿ya lo sabías?

—Algo de eso. Me enfrenté a él por el nombre en mis papeles de alta. Y me


habló de Jakob. Pero lo contó como si fuera otra persona. No él. Lo último que me dijo
fue que Jakob Kasparek ya no existe. Que su nombre era Caleb. Pero entonces... él... me
mostró que Jakob sí existe. Casi como una persona separada dentro de él, pero allí, no
obstante.

—Discúlpame si eso no me conmueve.

—No espero que lo haga. —Me limpio la cara—. No espero… nada de ti.
Excepto un adiós, quizás.

—No, Isabel. No. Eso no. Nunca eso.

—¿Por qué? ¿Cómo?

—El amor no es tan débil como eso, Isabel. Al menos el mío no lo es.

—Pero el mío lo es, aparentemente.


—No he dicho eso —dice Logan.

—No tenías que hacerlo. —Finalmente lo miro por mi propia voluntad. Es tan
difícil, casi imposible y doloroso. Ver la rabia y el dolor que se dirige a mí... es casi
demasiado para soportarlo—. Me odio a mí misma por ello, Logan. De verdad, lo hago.
En el momento en que se fue, quise deshacerlo.

Lo que no le digo, lo que ni siquiera me permito pensar plenamente, es que hay


una semilla de duda enterrada en lo profundo de mi ser. Ahora que he visto una parte
tan secreta, vulnerable y humana de ti, no puedo evitar preguntarme qué más hay
dentro de ti, que nadie más ha visto nunca. Me pregunto. Dudo de mí misma. Dudo de
todo.

Y esa duda es asesina. Traicionera.

Pero no dudo de Logan. No dudo de mis sentimientos por él.

Me giro para enfrentarme a él. Toma sus manos en las mías. Encuentro sus ojos.
—Logan, por favor... perdóname. Si puedes. No sé lo que esto significa para nosotros,
para el futuro, pero... Te quiero. Espero que no lo dudes.

—Es difícil no hacerlo. Quiero creer que, si me quisieras lo suficiente, no


dejarías que nada se interpusiera entre nosotros. Pero entonces me digo a mí mismo
que no estoy en tu lugar. No puedo entender o comprender lo que has pasado. Pero a
lo que sigo volviendo es... no es la primera vez que vuelves con él después de haber
prometido que habías terminado. Ni siquiera es la segunda. Y... él sigue ahí fuera.
Todavía te considera su propiedad y vendrá por ti. Y no puedo evitar tener miedo,
especialmente ahora, de que lo elijas a él en vez de a mí si llegara el momento. —Toca
con sus labios mis nudillos, los diez, uno a uno, lentamente—. Así que, sí. Te perdono.
Por supuesto que lo hago. Pero llevará tiempo. Yo sólo... Necesito tiempo. Quédate
aquí conmigo. Sólo quédate conmigo. Y dame tiempo para procesarlo todo.

—Juro que...

—No lo hagas. No hagas promesas, Isabel. No puedes prometerme nada, no


sobre Caleb.

Tiene razón y lo sé. Lo sé y lo odio.


Lloro y él no me hace callar. No me dice que me detenga. No me dice que está
bien. No lo está y ambos lo sabemos. Pero me abraza. Me rodea con sus brazos, me
empuja contra su pecho y me deja llorar.

A veces es todo lo que hay, llorar y saber que no está bien.


5
Pasamos una semana en un extraño éxtasis doméstico. Comer. Dormir juntos,
pero no durmiendo juntos. No me toca con intención sexual y tampoco intento
incitarlo. Ambos sabemos que necesitamos tiempo entre tú y yo y Logan y yo. Vamos
de compras al supermercado. Elegimos un nuevo televisor y nuevas lámparas de
mesa. Acompaño a Logan al trabajo y actúo como una especie de asistente personal,
con aburrimiento y un deseo de ser útil. Vamos a cenar a restaurantes, tanto elegantes
como sencillos.

Me lleva de compras y por primera vez en mi memoria, puedo elegir mi propio


armario. Sujetadores, ropa interior, vaqueros, camisetas, suéteres, faldas, vestidos
sencillos de algodón, zapatos de tenis, sandalias, zapatos planos, calcetines, mallas,
leggings, sudaderas, pantalones cortos, ropa de entrenamiento. Un nuevo armario de
ropa simple, atractiva y cómoda. Expresa su opinión sobre ciertos artículos, los que le
gustan y los que no, pero deja cada decisión en mis manos. Nada es excesivamente
caro, nada es formal o incómodo. Es ropa que me refleja y es un regalo de Logan cuyo
valor no creo que él ni nadie pueda comprender. El hecho de elegir mi propio
vestuario me hace sentir como una persona real, como una mujer con su propia
identidad. Tengo un estilo y es total y exclusivamente mío. Y Logan no espera nada a
cambio. Eso en sí mismo es maravilloso y asombroso, que te den algo gratis. Antes
siempre sentía que todo lo que hacía, todo lo que tenía, tenía un precio, físico,
emocional o psicológico. Logan se contenta con un simple “gracias” y la felicidad es
evidente en mí.

Me lleva a ver una película a un cine, una maravillosa primera vez para mí, una
experiencia que quiero repetir tan a menudo como sea posible. Es arrebatador, me
transporta a un mundo en el que no existo. Una evasión agradable.

Llevamos a Cocoa a dar largos serpenteantes paseos por el barrio de Logan.

Logan escribe un plan de negocios para mí. Comportamiento, llama al negocio.


No me convence el nombre, pero servirá por ahora. Me guía en la construcción de una
visión de negocios y una declaración de objetivos. Todos los negocios necesitan esas
dos cosas, dice. Buscamos localizaciones; redacta el contrato de préstamo; discutimos
sobre ambas cosas.
Vamos a un médico ambulatorio para que quite la venda de presión y revise el
área. Nos dicen que está sanando bien. Que lo lavemos suavemente con agua tibia, sin
frotarlo demasiado. Las lágrimas que gotean son normales, así como un poco de
sangre en las lágrimas. Logan rechaza las prótesis ofrecidas, tanto las temporales
como las permanentes. No es la forma en que quiere hacerlo. No va a fingir que tiene
un ojo.

Beth ha venido unas cuantas veces en la última semana con parches de cuero,
seda, combinaciones de materiales, lisos, ornamentados y todo lo demás. Logan los
clasifica, descartando algunos y conservando otros.

Desaparece en el baño de la consulta del médico y sale con un parche que, para
mí, le sienta perfectamente. Está hecho de cuero marrón grueso y envejecido, hecho a
mano con diseños ornamentales en espiral, el borde del parche está forrado con
remaches de latón.

Me sonríe expectante. —¿Y? ¿Qué te parece?

No puedo evitar reírme de su ansiosa expresión. —Se ve muy bien.

—Me alegro de que te guste —Me mira—. No quería nada aburrido, pero me
preocupaba que fuera demasiado.

—Haces que parezca... genial.

Se rasca el pelo con la mano y lo tira de forma dramática. —Ese soy yo. El rey
de lo genial.

Resoplo. —Ya no. Tonto.

—Si no lo supiera, diría que me estás tomando el pelo. —Me mueve una ceja.
Con el parche, el efecto es aún más dramático.

Estamos en su todoterreno ahora; sí, él conduce, con cuidado y con aprobación


previa. Sólo deja una mayor distancia de frenada, le dijeron, hasta que te acostumbres
al cambio en la percepción de profundidad. Sube y entra, enciende el motor mientras
me abrocho el cinturón. Afuera, en el tráfico, la música a bajo volumen.

—Actúas como si yo fuera un grano-en-el-culo, Logan. Tengo sentido del


humor.
—No grano-en-el-culo, nena. Sólo... algo seria. Como si no siempre se te
ocurriera reírte o contar chistes.

Giro mi mirada por la ventana, lejos de él. —Bueno, hasta hace poco mi vida no
se ha prestado precisamente a la jocosidad frecuente.

—Jocosidad frecuente. —Se ríe—. ¿Ves? Eso es lo que quiero decir. ¿Quién dice
cosas así?

—¿Yo?

Se estira y me aprieta la rodilla, me toma la mano. —Sí, tú. Y me encanta.


Hablas con concisión, elocuencia y elegancia. Es asombroso. Es casi como si tuvieras
un guionista que te da frases, pero es sólo la forma en que hablas.

—Mi reeducación vino de la literatura clásica. Tuve que reaprender a hablar y


durante mucho tiempo, después de terminar la terapia del habla y la fisioterapia, la
única persona con la que hablé fue Caleb. Y él es... formal. Siempre. Y eso es algo que
nunca entendí hasta que te conocí. Eres todo lo contrario. No en el mal sentido, sólo...
diferente. Eres el polo opuesto a la manera correcta, formal y precisa de Caleb. Es...
refrescante. Como si pudiera soltarme. Soltarme el pelo, metafóricamente hablando.

—Lo entiendo. Tanto como puedo, al menos.

Vamos a casa, entonces.

¿Casa?

Casa.

Sí, Logan es casa. Es la libertad. Donde estoy aprendiendo a ser yo.


Aprendiendo quién soy. Lo que me gusta, lo que no me gusta. Hago ejercicio cuando
quiero. Y cuando no quiero, no lo hago. Como lo que me gusta, cuando me gusta.
Descubro que me gusta la comida no saludable. Pizza, nachos, patatas fritas. Logan
tiene que intervenir, recordarme que no puedo comer todo eso todo el tiempo. Así que
encuentro un equilibrio, gradualmente. Vuelvo a la comida sana. Orgánica, producida
en la región. Carnes magras, verduras, muy poco pan, muy poca comida procesada.
Pero derrocho de vez en cuando en deliciosa comida no saludable, sólo porque puedo.
Hago ejercicio, pero a mi manera, a mi ritmo, mis rutinas. Me gusta correr, descubro.
Nunca podría hacer eso, antes. Pero ahora corro. Con Cocoa y Logan, corro. Logan me
compró un iPod y auriculares y corremos millas y millas y millas, sin hablarnos, sólo
corriendo, respirando, golpeando el pavimento sin parar. Puedo desconectar del
mundo cuando corro, concentrarme en la música y el ritmo de mis suelas en el
hormigón y no pensar en ti, o en Logan, o en mi adicción a ti, o en el hecho de que
debería haber tenido mi período hace dos días.

Sólo tengo un retraso de dos días. He estado estresada. La vida ha sido caótica,
dolorosa e imposible y esas cosas pueden arruinar el ciclo de una mujer.

Sólo son dos días.

No hay nada de qué preocuparse.

***

Una semana y media de retraso.

Me niego a entrar en pánico. Me niego a preocuparme. Enterrando mi cabeza


en la arena. Ni siquiera pensando en ello. Nada de eso.

Si me permito empezar a pensar en ello, perderé el control sobre todo. Estoy


desequilibrada. Tropezando en el borde de un acantilado, los brazos moviéndose
salvajemente.

Pero sé, en el fondo, que voy a caer.

***

Con mi período ahora con dos semanas de retraso, me encuentro enferma por
la mañana. Náuseas. El estómago revuelto. A veces apenas llego al baño.
Afortunadamente, Logan es madrugador y sigue una rutina regular: levantarse a las
cinco, desayunar rápido, beber una taza de café y luego subir a hacer ejercicio. En la
ducha a las siete, en la puerta del trabajo a las ocho, en la oficina a las ocho y media,
normalmente.

Mi enfermedad -conozco el término, pero me niego a pensarlo- suele ocurrir


sobre las seis y media. Mientras Logan está en el gimnasio de arriba. A veces más
tarde, mientras está en la ducha. O después de que se haya ido. No ha sucedido
mientras ha estado cerca para verlo. Sabría lo que significa... lo que podría significar.
Puede significar.
Me hace quedarme en su casa, trabajando desde casa. Escribiendo ideas de
clases para mi negocio, creando materiales, mi propia versión del panfleto informativo
que recibieron los clientes de Índigo.

El malestar suele pasar una vez que he vomitado, pero tengo que comer
directamente después. Comida ligera. Fruta, una tortilla de claras de huevo, té. Nada
de queso; lo intenté y mi estómago se rebeló, lo cual es extraño porque normalmente
me encanta el queso. Un día probé un sándwich para el almuerzo y no pude mantener
la carne del almuerzo. O, nada de carne roja. La carne blanca estaba bien. Pero no roja.
Ni carne roja, ni queso, nada demasiado salado o dulce. Comida insípida, entonces.
Inusual, una vez más, porque normalmente prefiero la comida rica y sabrosa.

Mis estados de ánimo son impredecibles, también.

Llorando y triste un momento, sin razón alguna. Irritable en el siguiente.


Mareada y maniática después.

Me niego rotundamente a considerar lo que todo esto podría significar.

***

Logan llega a casa temprano del trabajo un día, cuando casi tengo tres semanas
de retraso. Pone una bolsa de ropa en la parte de atrás del sofá y me sonríe.

Me pongo el vestido. Es sexy, seductor, un poco atrevido para mi gusto


habitual, pero decido que me gusta. Negro, escotado, con líneas atrevidas, un corte en
el muslo izquierdo casi hasta la cadera, la tela drapeada sobre mi cadera izquierda.

Cuando salgo con el vestido, los ojos de Logan se abren mucho y se deslizan
sobre mí. Y, por primera vez en casi un mes, hay lujuria en su mirada. No es que haya
estado ausente todo este tiempo, pero la esconde. La domina, se niega a actuar sobre
ella.

Esta vez, se desliza cerca de mí, me envuelve la palma de la mano en la espalda,


hacia abajo, justo encima de mis nalgas y me arrastra contra su frente. —Preciosa,
Isabel.

—Gracias —digo. Respira un momento, siento su corazón latiendo, sus dedos


se hunden en mi columna vertebral, bordeando más abajo la hinchazón de mi
trasero—. ¿Qué se celebra?
—Un socio mío tenía entradas extras para una función de ópera en el Lincoln
Center esta noche. Me las arreglé para conseguir una mesa en un lugar elegante cerca
de él, así que tenemos una noche divertida.

—La ópera suena deliciosa. Siempre he querido asistir a una representación.

Logan se encoge de hombros y pone una cara. —No lo sé. No creo que la ópera
sea lo mío, pero no se rechazan asientos libres en el Lincoln Center, especialmente
cuando son asientos de primera. Así que iremos y nos pondremos elegantes.

Ahora me doy cuenta de que se ha puesto un esmoquin y ha reemplazado su


parche con uno negro que, de alguna manera, se adhiere a su cara sin una correa. El
esmoquin está hecho a medida, con zafiros brillantes y gemelos de titanio, una pajarita
atada de forma experta. El pelo recogido en la espalda, atado en la nuca. Se ve elegante
y poderoso. Viril. Ojo índigo que hace juego con las joyas de sus gemelos. De hecho, su
ojo es más brillante, más llamativo e iridiscente que el zafiro.

Mete la mano en el bolsillo interior de su esmoquin y saca una caja larga y


delgada: un collar, un zafiro y titanio que hace juego con sus gemelos y su ojo. Se
desliza detrás de mí y de repente puedo sentirlo en todas partes. Su calor, su duro
cuerpo se asoma detrás de mí. Sus manos me hacen cosquillas en el esternón,
colocando el brillante colgante azul justo encima de mi escote, abrochándolo en mi
cuello. Dejando la caja a un lado, buscando en el bolsillo de su pantalón otra caja, ésta
más pequeña y cuadrada. Pendientes, para completar el conjunto. Con suaves, seguros
y ágiles dedos deslizando el pendiente por el lóbulo de mi oreja, sujetándolo por
detrás.

Y luego sus palmas están recorriendo mis caderas. Tirando de mí hacia atrás
contra él. Labios en mi oreja. Sin susurrar, ni hablar, ni besar, sólo un descanso
momentáneo de sus labios contra mi oído, una pausa en su viaje hacia abajo. Detrás de
mi oreja, la protuberancia ósea justo ahí. Y luego a mi cuello. La curva donde el cuello
se convierte en hombro. Besos ligeros como una pluma. Toques a la deriva de sus
labios.

La piel de gallina se me pone de punta.

Me duelen los pezones.

Los pensamientos me dejan.


Continúa presionando suaves, lentos y cuidadosos besos sobre mi piel, cuello,
hombro, mi espalda donde el corte del vestido deja mi carne desnuda. Y sus dedos, en
mis caderas, recogiendo la tela del vestido. El dobladillo se eleva. Se levanta. Jadeo y
me concentro en sus besos y en el aire fresco de mi carne desnuda mientras el
dobladillo del vestido se desliza hacia arriba.

La respiración se hace difícil, entonces.

Engancha sus pulgares en la cintura de mis bragas. Son simples y nuevas.


Bragas de algodón lisas. Cómodas y nada atractivas; no había llegado a cambiarme a
nada más elegante todavía. Este pensamiento también se desvanece cuando baja la
ropa interior. Y salgo. Y ahora estoy desnuda para él, el vestido subido alrededor de mi
cintura.

—Nada debajo, esta noche. —Su voz en mi oído es baja, un murmullo, un


gruñido.

—¿Qué? —jadeo.

—No hay bragas esta noche.

—Logan...

Me pellizca el lóbulo de la oreja. —Calla.

Me quedo sin aliento, una oleada por sorpresa. Sus dedos están bailando sobre
el hueso de mi cadera. Sobre mi vientre, a mi cadera opuesta. Burlándose. Más abajo,
más abajo. Haciéndome cosquillas en los muslos, de fuera a dentro. Trazando a través
de mi pubis.

Gimoteo.

Quiero su caricia.

Ha pasado tanto tiempo. Un mes de celibato, para ambos.

Me siento salvaje de necesidad. Frenética. Lo he enterrado bajo la


preocupación, lo he dejado de lado en favor de ignorar todo, fingiendo que esto es la
vida, corriendo, haciendo ejercicio, comiendo con Logan, durmiendo con Logan,
trabajando en el material para Comportamiento.
Pero ahora, con sus dedos acercándose más a mi núcleo, posándose sobre mis
labios, lo necesito. Lo necesito.

—Dios, Logan.

—¿Qué, nena?

No puedo evitar girar mis caderas. —Por favor.

—¿Por favor qué, Isabel?

—Tócame.

No responde con palabras. Su dedo medio se desliza dentro de mí, se desliza


profundamente en mi núcleo húmedo y caliente. Se dobla, se mueve, se retira. Me
duele ahora. Me duele todo. Estoy temblando. Pongo mi cabeza contra su hombro y
abro las rodillas. Me toca de nuevo, esta vez aplicando una suave presión sobre mi
clítoris. Gimoteo, jadeo y mis rodillas se doblan cuando el rayo me atraviesa.

Se siente como una eternidad desde que sentí a Logan así, sentí este toque, esta
dicha, esta conexión que sólo siento con él.

Una violencia creciente y en expansión dentro de mí. Una detonación,


inminente. Un susurro en mis oídos, un rugido de sangre en mis venas. Calor en mi
vientre. Un torrente de sensaciones.

Desliza ese dedo dentro de mí otra vez, lo retira. Esparce mi humedad sobre mi
clítoris. Una mano sostiene mi vestido, manteniéndolo alejado, la otra en mi centro,
sus muslos duros contra los míos. Me inclino hacia atrás contra él, sin fuerzas. Capaz
de nada más que el movimiento de mis caderas mientras desliza su dedo dentro y
fuera. Dentro y fuera. Contra mi clítoris. Dentro y fuera. Dos dedos, entonces, de
repente.

El clímax brota.

Estoy jadeando, arqueando mi columna vertebral, cediendo totalmente a la


locura de la explosión.

Y entonces se detiene.

Deja que mi vestido caiga alrededor de mis piernas y se agacha detrás de mí. Ha
tomado un par de mis zapatos a juego con el vestido, Blahniks negros con un tacón de
aguja de tres pulgadas. Me rodea el tobillo con sus fuertes dedos, me levanta el pie y
me pone el zapato. Transfiero mi peso, le dejo que ponga el otro zapato y luego... Me
quedo sin aliento, dolorida, un poco enojada porque se detuvo.

—Logan... —empiezo.

Se pone de pie delante de mí, me pasa la almohadilla de su pulgar por mi


pómulo. —¿Isabel?

—Te detuviste.

Llaman a la puerta. Logan se inclina, me besa. Un breve y abrasador roce de sus


labios contra los míos. Demasiado corto, pero intenso. —Hora de irse.

—No me he maquillado.

—No necesitas nada. Eres jodidamente sexy, así como estás. Y te garantizo que
serás la mujer más hermosa de allí, con o sin maquillaje.

—No puedo ir al Met sin maquillaje, Logan. No se hace.

—La cena es en cuarenta y estaremos apurados con el tráfico como está.

—Puedo ser rápida.

Otro golpe.

—Agarra algunas cosas y tráelas. Hazlo en el coche.

—No estoy lista, Logan. Una cena tranquila, tal vez. ¿Pero la ópera? ¿El Met? La
gente estará mirando. No puedes simplemente... soltarme esto.

Pasa a mi lado, al baño. Escucho los estuches de maquillaje y los tubos haciendo
ruido, una cremallera cerrándose. Y luego me empuja hacia la puerta, con un estuche
de cuero negro en sus manos. Miro detrás de mí mientras cierra la puerta. Lo último
que veo son mis bragas en el suelo de su sala de estar, un montón de algodón gris,
abandonadas.

Me duele el corazón. No quiero ir. No quiero sentarme durante una cena y una
ópera. Quiero a Logan. Quiero que termine lo que empezó.
Hay una larga limusina negra esperando, un conductor en la puerta del
pasajero abierta.

Logan espera mientras me subo y luego está a mi lado.

Me acerco, le susurro al oído—: Logan. No llevo bragas.

Me pellizca el lóbulo de la oreja. —Lo sé.

—No me gusta.

—Lo harás.

—No me he arreglado el pelo.

—No es necesario.

—No tengo nada de maquillaje.

Me entrega el maletín, lo abre. Mi maquillaje, todo, incluyendo mi espejo


compacto. —Te tengo cubierta. ¿Algo más?

Me tomo un momento. Respiro. Me concentro en maquillarme, sólo un poco.


Lápiz labial, colorete, rímel. Me miro en el espejo y luego cierro el estuche de cuero,
dejándolo a un lado. Respiro en silencio durante no sé cuánto tiempo, tratando de
recomponerme.

—Te detuviste —digo, por fin.

Comprueba que el cristal de privacidad está en su sitio y luego se vuelve hacia


mí. Se enfrenta a mí. Se inclina hacia mí. Presiona su cara contra mi escote e inhala. Me
quita las tiras del vestido del hombro, baja el corpiño para mostrarme los pechos.

—¡Logan!

—Cállate, Isabel.

Sus dedos se deslizan por la abertura del vestido en mi muslo, se deslizan hacia
adentro.

Dios, ¿aquí?
Oh, Dios.

Me deslizo más abajo en el asiento, abriendo las piernas. Lo quiero. No me


importa. No puedo pensar en nada más que en el orgasmo que casi tuve, en llegar allí.

No hay jugueteo, no hay vacilación. Desliza su dedo dentro de mí y jadeo.

—Calla, cariño —Su aliento es cálido en mi pezón—. No hagas ruido.

Me muerdo el labio hasta que me duele.

Me muerde el pezón con dientes afilados. Desliza sus labios sobre él. Tira.
Lame. Ya está duro y erguido, pero cada lamida y toque de sus dientes y lengua hacen
mi pezón más duro, más erguido. Hasta que me duele. Y luego se mueve hacia el otro y
lo trabaja de la misma manera. Y todo el tiempo, sus dedos están ocupados.
Deslizándose hacia adentro y afuera, presionando mi clítoris, dando vueltas,
pellizcando, deslizándose hacia adentro.

Labios, dedos, aliento.

Son mi mundo, los labios de Logan, los dedos de Logan, el aliento de Logan.

Cuando me vengo, me muerdo el labio tan fuerte que saboreo la sangre y Logan
me besa, se traga mi lloriqueo y me lame el labio, calmando el dolor. Pero sus dedos
continúan rodeando mi clítoris mientras me corro, trabajando más duro, más rápido,
llevando mi clímax más alto, empujándome a alturas de salvajismo que me dejan sin
aliento, que me dejan dolorida y sin fuerzas.

Y luego retira sus dedos de mi núcleo, los levanta, goteando mi esencia, hasta
su boca. Los limpia a lengüetazos.

—¿Mejor? —pregunta.

Sólo puedo jadear contra su chaqueta de esmoquin, oliendo su colonia y la


débil acritud de los cigarrillos, el sabor del chicle de canela.

El aroma de Logan.

Pero todavía tengo miedo de esta noche. Estar fuera, con Logan, en público. No
sólo al cine o a una pequeña cena. Algo... público.

De su brazo. Habrá fotos, probablemente.


No llevo ropa interior.

Acabo de tener un orgasmo, estoy sonrojada y sin aliento y me siento al límite,


salvaje, llena de lujuria.

Estoy asustada sin razón.

Pero me siento hermosa, porque el toque de Logan siempre hace eso. Me hace
sentir necesitada. Deseada. Hermosa. Incluso cuando no dice una palabra.

Me ajusta el vestido para que esté tapada.

Hay un silencio, entonces, en el que intento calmar mis nervios.

La limusina se detiene y hay un momento de espera cuando el conductor sale y


da la vuelta, abriendo la puerta. Logan sale de la limusina elegantemente, fácilmente.
Me extiende una mano, me hace salir. Un toldo negro, porteros con uniformes y
botones de latón en sus abrigos se paran a cada lado de la puerta. Ajusto la caída de mi
vestido, sintiendo el suave movimiento de la tela contra mi espalda, contra mi núcleo
desnudo y todavía hormigueante. Siento como si todos los que me ven supieran que
no llevo nada debajo del vestido. Incluso me miro a mí misma, pero... no es tan obvio
como se siente.

Logan pasa sus dedos por los míos, me acerca más a su cuerpo, así que estoy a
ras de él. Sostenida por él. Su brazo rodea mi cintura, casi inapropiadamente bajo.
Reclamándome como suya.

—Eres exquisita, Isabel —murmura en mi oído—. La mujer más hermosa de


cualquier salón. Y estás en mis brazos. Me hace el hombre más afortunado de
cualquier salón.

—Gracias, Logan.

—Me encanta que puedas recibir un cumplido con gracia —comenta.

No estoy segura de cómo debería responder, así que no lo hago.

Un maître saluda a Logan por su nombre, nos guía a un cubículo en una esquina
sombreada de la parte de atrás del restaurante. Una sola vela proporciona algo de
iluminación, pero no mucha. Todas las demás mesas están igualmente cubiertas de
sombra, proporcionando privacidad a cada cabina.
Estoy intranquila. Estoy desequilibrado. Esto se siente bien, pero... algo está
mal. Dentro de mí.

Lo ignoro.

Examina el menú.

Logan no sugiere nada y cuando el camarero aparece para tomar nuestras


órdenes, me permite hablar por mí misma. Me gusta eso. Decidir lo que quiero, tomar
mis propias decisiones.

La cena es larga, dividida en varios platos. Rechazo el vino, lo que deja perplejo
a Logan, pero no presiona y tampoco pide nada para sí mismo.

Y no pregunta por qué.

Me pregunto si empezará a sospechar lo que temo.

Cuando la cena termina, volvemos a la limusina, que sólo conduce un par de


cuadras y luego se detiene frente a un gran edificio, elevando las ventanas en arco que
brillan con una luz resplandeciente en la noche. Cuerdas rojas, alfombra roja sobre las
escaleras. Alguien abre la puerta y Logan emerge. Los flashes de la cámara brillan de
forma cegadora. Me saluda, sonríe y luego me ayuda a salir de la limusina. Intento
sonreír, me aferro a su brazo y me digo a mí misma que respire.

Logan, Logan, ¿quién es tu cita?

¿Cómo te llamas, querida?

¿Quién es ella?

¿Son pareja?

¿Qué llevas puesto?

Las preguntas son difíciles y rápidas y Logan las ignora todas, me empuja a
caminar.

¿Quién es ella?

¿Cómo te llamas, preciosa?


No tengo una identidad real y legal. No tengo tarjeta de identificación. Ni
número de seguridad social. Supongo que esa información existe en alguna parte, pero
no sé dónde. O cómo conseguirla. Algunas investigaciones en línea me dijeron que
estas son las formas básicas de establecer la identidad de uno. Y no poseo esa
información.

¿Quién es ella?

¿Cómo respondería a eso?

¿Soy su novia? ¿Somos un objetivo?

Esto es una completa tontería. Aparecer en público, con Logan, donde hay
medios de comunicación, prensa. Cámaras. Preguntas.

Antiguos clientes, quizás incluso.

En el vestíbulo del teatro mismo, hay más cámaras. Más poses.

Apenas me he maquillado.

No llevo bragas.

Me peiné hace horas y horas y sólo me pasé un poco de mousse ligera, con los
dedos. No esperaba ir a ninguna parte, conocer a nadie y mucho menos aparecer en un
evento muy público en el que me fotografiarían ciento cincuenta veces por segundo.

Me da pánico.

Sujeto el brazo de Logan con toda la fuerza de mi mano y fuerzo la respiración a


mis pulmones. Me obligo a respirar. Expandir el pecho, contraerlo. Inspirar, espirar.

—Estás bien.

—¿En qué coño estabas pensando, Logan? —siseo, casi sotto voce.1

—Finge, Is. Eres preciosa. Sin defectos.

—No estoy en absoluto preparada para esto. ¿Qué pasa si alguien me reconoce
como Madame X?

1 Sotto voce: En voz baja o en secreto, de forma que no se entere todo el mundo.
—Estamos juntos ahora, Isabel. Tu nombre es Isabel de la Vega. Eso es todo lo
que importa ahora. No dejaré que te pase nada.

Siento en la parte de atrás de mi cuello como un picor. Giro y ahí está Jonathan.
Un antiguo cliente y una especie de amigo. Alto, guapo, con un esmoquin
perfectamente confeccionado, con una rubia impresionante que se aferra
posesivamente.

Una expresión de asombro estropea el bello rostro de Jonathan.

Se mueve para pararse frente a Logan y yo. La boca funciona, pero no sale
ningún sonido.

—Hola, Jonathan. —Sonrío. Finjo estar a gusto. Fingir hasta que lo logre.

—Madame...

—Ahora me llamo Isabel —hablo por encima de Jonathan.

Un silencio más impactante. —Isabel. —Extiende una mano, los modales


arraigados toman el control.

Tomo la mano ofrecida, con la intención de estrecharla, pero Jonathan me gira


la palma de la mano y me besa la vuelta. Es un gesto arcaico, extraño y fuera de lugar.
Pero la forma en que Jonathan lo hace es un gesto caballeroso, respetuoso. Estoy
impresionada.

—Encantado de conocerte, Isabel. —Esto se dice con una pizca de humor


irreverente.

La cita de Jonathan está confundida. —¿Jon? ¿De qué la conoces? —Celos,


apenas reprimidos, acento francés.

—Isabel y yo somos... antiguos socios de negocios.

—Oh. —La rubia se relaja, los celos se calman.

Cierto, supongo. Nuestra verdadera relación con el otro sería casi imposible de
explicar, incluso si alguno de los dos se inclinara a discutir los Servicios Índigo.

Jonathan recuerda sus modales, una vez más. —Oh, lo siento. Isabel, esta es mi
novia, Brigitte —lo dice Brih-ZHEET.
—Encantada de conocerte, Brigitte.

—Yo también. —Todavía recibo una mirada fría de Brigitte, a pesar del hombre
hermoso a mi lado, con el brazo alrededor de mi cintura, observando a la multitud.

Jonathan extiende su mano a Logan. —Creo que nos conocimos, hace un


tiempo. En la subasta.

Logan tiembla, con firmeza, brevemente. —Sí. Logan Ryder.

—Jon. —Sólo Jon. Sin apellido, nada de la pretensión que vi cuando Jonathan
era mi cliente. Está a gusto, seguro de sí mismo. Bien vestido, educado.

Un éxito, entonces.

Jonathan y Logan están discutiendo algo relacionado con los negocios. Me he


desconectado, pensando en Jonathan y la última vez que nos vimos, la postura
altanera y la arrogancia superficial, ahora convertida en orgullo, confianza y un
atractivo encanto. Como hice eso. Yo le enseñé eso. Tal vez el comportamiento sea un
éxito después de todo. Vacilo a menudo, a veces pensando que será lo mejor que haya
hecho y otras veces que debería dejarlo por imposible.

Dejé que Logan me llevara a nuestros asientos.

La ópera no es lo que esperaba. Es hermosa, arrebatadora. Transportadora.


Logan, sin embargo, está impaciente.

Y aunque disfruto de la música, el espectáculo... ver a Jonathan me sacudió. Me


dio que pensar. Me hizo recordar.

Así que estoy distraída.

Se acaba antes de que me dé cuenta y sigo a Logan a través de la multitud,


bajando las escaleras, hasta nuestra limusina, que nos espera, puerta abierta,
conductor con una mano en la puerta.

El camino a casa es tranquilo. Silencioso.

Ninguno de los dos habla.

La mano de Logan se apoya en mi rodilla. Cuanto más nos acercamos a casa,


más arriba de mi muslo va su mano.
Cuando el conductor se detiene fuera de la casa de Logan -nuestra casa- está
casi tocando mi núcleo.

Y estoy en un ataque de confusión y de emoción.

Excitada.

Consciente de que estoy... de que podría estar...

Ni siquiera puedo pensar en ello, ni siquiera puedo pensar en la palabra. No lo


hagas. No quiero. No puedo.

Lo dejo a un lado. Sé que tengo que enfrentarlo, pero no ahora.

Jonathan me ha echado a un lado. Verlo con Brigitte, una novia impresionante


que es claramente posesiva con él. No por Brigitte, sino más bien... Jonathan. Por todo
lo que representa. El único de mis clientes que realmente me ha importado. Ni
siquiera estoy segura de por qué la presencia de Jonathan esta noche me ha
desconcertado tanto como lo ha hecho.

Me siento mareada.

Como si la vida girara a mi alrededor, como si el mundo entero se precipitara


en círculos enloquecidos fuera de mi alcance y no pudiera encontrar la manera de
unirme al frenesí, atrapada en algún lugar de una burbuja silenciosa y solitaria, en el
ojo de un huracán.

Incluso Logan parece... distante.

Como si nuestra conexión se hubiera desvanecido, o cambiado.

Disminuido, o desaparecido.

Se ha roto, tal vez.

Ahora estamos dentro.

No recuerdo haber entrado.

Logan está delante de mí. Mirándome. —¿Isabel?

Parpadeo. Lo miro.
Tengo miedo de perderlo. Tengo miedo de arruinarnos. Que mi debilidad por ti,
Caleb, ha roto cualquier potencial que Logan y yo pudiéramos tener. La idea de tener
que abrirme camino sin Logan es... imposible. Demasiado doloroso para considerarlo.
No podría hacerlo.

Y la forma en que me mira, como si fuera... delicada... me hace entrar en pánico.

Como si no me conociera.

Y si Logan no me conoce, ¿quién lo hace?

¿Quién soy yo?

Isabel.

Soy Isabel.

¿Estoy embarazada?

El pensamiento golpea, justo cuando Logan habla de nuevo. —Háblame, Isabel.

—Yo...

No hay pensamientos. No hay palabras.

No puedo decírselo. Ni siquiera lo sé todavía.

—Me siento perdida, otra vez.

—Estás aquí. Conmigo.

—Pero siento como... como si hubiera un océano entre nosotros.

Se presiona contra mí. —Sé que dije que necesitaba tiempo. Y lo tuve. He tenido
tiempo. De eso se trataba esta tarde. Estoy bien con todo esto. Tan bien como puedo
estar. Ya estamos aquí. Estamos juntos. Trabajamos, como una pareja. Incluso sin sexo,
disfruto de tu compañía.

—Pero siento que hay un espacio entre nosotros —Una presa se está abriendo,
palabras que salen a borbotones y que no sabía que existían dentro de mí—. Como si
la conexión que teníamos... no se hubiera ido, sino que fuera diferente. La forma en
que me miras, la forma en que me tocaste esta tarde. Era... diferente. Y me siento... mal.
Todo se siente apagado, desde que Caleb me dejó ir.

—Isabel...

—Nada está bien.

—Isabel...

—Y hay tantas cosas que necesito decir, pero no sé. Hay tanto que necesito
hacer, pero no sé cómo. Necesito una identidad, Logan. Incluso sólo legalmente. No
soy realmente una persona, legalmente. Y... por dentro, soy... soy un desastre. Y no sé
cómo arreglarlo. Me encanta estar aquí, contigo. Vivir contigo. Dormir a tu lado. Comer
contigo. Pero esta noche... fue... No lo sé.

—Escucha, Isabel...

—Siento que hay mucho en medio entre nosotros. Caleb está entre nosotros. Mi
debilidad, en lo que a él respecta. Lo que ha pasado. El hecho de que te disparara. Casi
te mata. Te costó el ojo. Eso es culpa mía. Puedes decir lo que quieras, pero así es
como me siento. Y eso me asusta, que haya tanto entre nosotros, tanto dentro de mí
que no sé cómo expresarlo, incluso a mí misma. Nos queremos. Te quiero a ti. Quiero
lo fácil que era antes. Tengo miedo, tengo miedo de haber arruinado las cosas.

—Maldita sea —dice en voz baja, tomando un respiro.

Y luego me besa. Abruptamente, casi violentamente. Toma mi cara en sus


grandes y cálidas manos y sus labios chocan con los míos. Su lengua roba entre mis
dientes.

El calor me envuelve.

Me desplomo hacia adelante y mis brazos se enrollan alrededor de su cuello.


Me aferro a él. Sólo tocarlo, así, me centra.

Tengo que tocarlo. Sentirlo. Sentirnos.

Lo estoy empujando. A su ropa. A su chaqueta de esmoquin. Suavemente golpea


el suelo en el vestíbulo. Está de espaldas a la puerta; la alarma está sonando. Logan
pasa a mi lado, pulsa los botones con luz verde y la alarma se apaga. Cocoa está
lloriqueando, ladrando.
Nada importa.

Estoy obsesionada. Lo necesito. Necesito su piel. Necesito saber que esto, la


conexión física, mental y emocional que nos une, necesito saber que aún existe. Y
ahora mismo, la única manera que conozco de encontrarla es tocándolo. Llenándome
con su cuerpo, su olor, su calor, su dureza. Sentirlo. Para saber. Para volver a
conocerlo.

Tengo su corbata desatada. Tirada al suelo. Rompiendo los botones. Oigo un


estallido y un estruendo en el suelo.

—Vaya, Isabel, cielo, más despacio, un segundo...

Lo beso en silencio. Se quita la camisa de los hombros, tantea con los gemelos,
los mete en el bolsillo del pantalón. Ya no lleva el cinturón, la hebilla tintinea en el
suelo a mis pies. El doble cierre y el botón de cierre de sus pantalones, la cremallera.
Se quita los zapatos y levanta los pies y ahora, finalmente, Dios, finalmente lo tengo
desnudo, desnudo en mis manos. Sus abdominales, su amplia espalda, su duro y
redondo culo, la caliente rigidez de su polla. Lo acaricio por todas partes, sólo
tocándolo. Me inclino y lo beso. Sus hombros. Su garganta. Sus tatuajes. Sus cicatrices.
Acaricio su erección, lo agarro. Acariciándolo

Logan me empuja suave pero firmemente, me mira fijamente, confundido. —


Isabel, nena. ¿Qué está pasando?

—Te necesito.

No pienso, no lo dudo. Desabrocho el vestido y salgo de él, desnuda ahora


excepto por mis tacones, pendientes y collar. Un momento, mientras me mira
fijamente. Pezones en su punto máximo, con el núcleo empapado. Puedo oler mi
propio deseo.

—Logan, te necesito —repito.

—¿Por qué pareces tan... desesperada?

—No sé por qué, pero lo estoy. Estoy desesperada por ti. Te necesito.

Lo alcanzo, me aferro a él. Le beso la oreja. Su sien. Le suelto el pelo de la cola


de caballo y atravieso con mis dedos su pelo rubio y ondulado. Arrastra su boca a la
mía. Lo beso con cada molécula de mi ser.
—¿Es esto un adiós, Isabel?

—No —respiro—. Joder, no. Es... es... —Me retiro, pero no lo suelto, me aferro a
su pelo y a su mejilla—. Soy yo diciendo, “Ámame”, Logan. Ámame. Por favor... sólo
ámame. Muéstrame. Recuérdamelo. Nos necesitamos. Nos necesito.

Se dobla por las rodillas, me agarra por detrás de los muslos y me levanta. Lo
envuelvo con mis piernas, me inclino y devoro su aliento. Toco mi frente con la suya
mientras mi espalda golpea la puerta. Gemimos al unísono mientras me llena. Se
mueve para besarme, pero se lo robo. Tomo el beso de él. Muerdo su labio inferior
mientras me empala, se siente profundo, hundido hasta la raíz. Caderas con caderas.
Boca con boca. Corazón con corazón.

—¿Esto es lo que necesitas, Is?

—Sí, Dios sí.

Se mueve. Me lleva a la cocina, me pone en la isla, con las nalgas al borde. Me


agarra de las caderas y tira. Me llena con un empujón. Respira en mis labios, gime y
me besa. Se retira, con su único ojo azul índigo brillante mirándome fijamente.
Dejándome ver dentro de él, como siempre lo hace, cuando estamos así. Cuando está
dentro de mí.

Aún con mis tacones negros, uso mis pies para arrastrarlo hacia mí. Como si
pudiera acercarse, como si fuera posible ir más profundo. No lo es, pero lo intento.
Como si el hecho de que sea más profundo nos unirá más. Como si sentir más de él,
como si estar más llena nos uniera más estrechamente. Como si amarlo de esta
manera -salvaje, desesperada, furiosa- pudiera borrar mis pecados, pudiera curar mi
adicción.

No lo hará, pero lo intento.

Oh Dios, Dios, Dios... lo intento. Borrarlo, con Logan. Curarlo, con Logan.
Rehacerme a mí misma, con Logan. Está dentro de mí, pero aun así estoy en él. Herida,
hundida en lo profundo, enredada, entretejida. Me retuerzo entonces y siento su polla
deslizarse a través de mi núcleo estirado, ardiente y dolorido y me inclino hacia
adelante. Colapso contra su pecho, los labios contra su esternón. Enrosco mi mano
alrededor de su culo y tiro. Le urjo.

—Ámame, Logan.
Entonces se mueve. Empuja. Me acerca más. Me inclino hacia atrás, cierro los
ojos, empujo mis caderas contra las suyas, me alejo en ángulo. Engancho mis tacones
altos alrededor de sus pantorrillas y agarro la burbuja redonda y dura de sus
musculosas nalgas y le dejo moverse. Sólo sentirlo. Siento que se mueve. Sentirlo
llenarme.

Pero no es suficiente.

Empujo su pecho.

Me levanta, se retira y me deja en el suelo. Y ahora lo empujo de nuevo, lo


empujo al sofá. Cae de espaldas sobre los cojines y caigo encima de él. A horcajadas
sobre él. Arrodillada sobre él. Pongo mis pechos en su cara, mis pezones doloridos en
su boca. Mete la mano entre nosotros y guía su polla a mi entrada. No pierdo ni un
momento, ni un segundo. Empalarlo dentro de mí. Hundiéndome en él. Agarrándole el
hombro con una mano y la parte de atrás del sofá con la otra. Las rodillas en la parte
de atrás del sofá, soportando mi peso. Arriba y abajo. Dios, qué profundo. Tan lleno.
Tan grueso. Demasiado. Me inclino hacia atrás, miro fijamente nuestros cuerpos
mientras me levanto, veo su eje deslizarse fuera de mí, brillante y húmedo y
resbaladizo y ancho y veo como se empuja hacia arriba y se entierra en mí, veo como
esa gruesa y hermosa erección desaparece en mí. Tiene mi pecho en su boca, la lengua
lamiendo mi pezón. Lamiendo mis tetas. Arqueo mi espalda y le ruego sin palabras
que nunca deje de hacerlo.

Lo monto, furiosa, frenética y salvaje. Gruñe, se mueve conmigo, pero todo esto
es por mí. Estoy tomando esto. Necesito esto. Esto es mío. Me aferro a él, con ambas
manos ahora. En sus hombros, casi agarrando su garganta. Su pelo está suelto y
salvaje, en su cara. Lo dejo así, oscureciéndolo. El parche negro a través de las mechas
amarillas, su ojo es ultra-azul. Su piel dorada, su cabello del color del sol de mediodía.
Cuerpo duro y delgado y fuerte y perfecto y todo mío.

Lo beso, rápidamente. —Eres mío.

Se ríe. Se ríe. —Sí, Isabel. Soy tuyo.

Sus manos me agarran las caderas y me instan a moverme más fuerte, más
rápido, para hundirlo más profundamente. Y esto, sus manos así en mis caderas, es él
diciendo sin palabras -y tú eres mía. No necesita decirlo y si lo hiciera, lo odiaría. He
escuchado esas palabras demasiadas veces de alguien que no es él y no puedo volver a
escucharlas, no de Logan. Lo sabe. Lo ve. Así que lo dice de otra manera, me lo dice con
sus manos. Desliza sus grandes y ásperas palmas por mi torso para sostener mis
grandes y pesados pechos. Los míos. Se lleva un pecho a la boca, lo besa, devora mi
pezón, la areola; mío. El otro, mío. Manos que ahora rozan mis costados, que se
ahuecan bajo mis nalgas, que las agarran, que me levantan, que me dejan caer para
enterrarlo profundamente, tan profundamente; mías.

Luego -mientras nos movemos, mientras arremete contra mí, mientras me


hundo en él, mientras mis tetas se balancean y rebotan en su rostro, mientras me mira
con su único ojo bueno, el único ojo que ahora es más fascinante y penetrante que
nunca- me pone el pulgar en los labios, la palma en la mejilla, los dedos en el pelo; mía.
Me agarra el pelo en duros puñados, de repente y me besa tan fuerte que me olvido de
respirar y gracias a Dios porque en este momento con Logan Ryder prefiero besar que
respirar, necesito su beso, este beso, más que el oxígeno, más que la vida, más que
nada, por elemental que sea.

Porque esto, nosotros, somos elementales, por lo tanto. Vinculados, conectados,


de alma a alma;

MÍO.

Celos, una posesión que va en ambos sentidos. Propiedad libremente dada, en


lugar de tomada.

Me entrego a él. Me gustaría con toda mi alma pertenecerle a él y sólo a él para


siempre.

Nuestros movimientos se vuelven irregulares. Los míos, los suyos, los nuestros.
Siento su aliento venir como jadeos. Su agarre en mi pelo y en mi cadera se vuelve
hermosamente áspero. Si antes lo amaba, no sólo moviéndome, ciertamente no
follando, sino amándolo, ahora soy primitiva. Feroz. Loca. Incluso hago sonidos que no
son del todo humanos. Sonidos de necesidad, sonidos de abandono total. Felicidad.
Perfección. Belleza. El amor crudo que se crea entre nosotros.

Está gruñendo.

Estoy gimiendo, lloriqueando, gruñendo y aferrándome a él en todas partes.

Una mano en su cabello, apretando sus mechones de oro. Mordiéndole el labio.


Comiéndome su aliento. Chupando y mordisqueando besos.

Lo siento venir y exploto a su alrededor en ese preciso momento. Lo siento


liberarse, escucho el rugido del éxtasis y me doy mi propio orgasmo. Fuerte,
enloquecido. Nos aferramos el uno al otro. Boca a boca, besándose como si el beso
fuera un aliento, fuera la vida y nos ahogáramos sin ella. Se viene y viene y viene y yo
me estrello sobre él, apretándolo mientras tiene un orgasmo, ondulando sobre él,
llevándolo más y más fuerte mientras me vengo con tanta fuerza que veo estrellas, me
mareo, casi me desmayo con el poder de su explosión.

Cuando ha terminado su orgasmo y yo también, le agarro el pelo con ambas


manos y le aparto la cabeza hacia atrás para que no pueda dejar de mirarme. Me deja
hacer esto. Lo disfruta. Me mira fijamente sin parpadear, inquebrantable y recorre mi
cuerpo con sus manos mientras miro su alma.

—Te amo, Logan —susurro, de forma desordenada—. Te amo.

Un momento, tenso, lleno de vida.

Y luego nos giramos, caemos y estoy acostada en su pecho, sus brazos


alrededor de mí y me abraza fuerte y mantiene unida. Manteniendo todas mis piezas
juntas.

—Isabel... Isabel —Un pulgar en mi sien. Una palma en mi espalda, amplia y


cálida y reconfortante—. Te amo.

En ese momento, siento que tal vez las cosas podrían estar bien, de alguna
manera, algún día.
6
Me despierto en nuestra cama. Cubierta con mantas, todavía desnuda. Una
mirada me dice que son más de las ocho de la mañana y...

Apenas llego al baño.

Después de enjuagarme la boca y cepillarme los dientes, me miro en el espejo.


Vista frontal, vista lateral. La palma de la mano sobre mi estómago. Mi estómago
todavía plano. No sé nada de esas cosas. Si yo... si... Dios, todavía no puedo ni pensarlo
para mí misma, cuando sé, sólo mirándome en el espejo...

¿Cómo puedo saberlo con seguridad? No tengo identificación. Ni dinero. Si


quiero tener alguna vez independencia, debo tener estas cosas. No creo que Logan se
dé cuenta. Que no tengo identificación, que nunca he tenido mis propias finanzas. O
cuánto quiero esas cosas.

Me ducho y lavo la evidencia de anoche. Me sonrío a mí misma, pensando en


eso.

Estoy vestida, me seco el pelo y llaman a la puerta. Cocoa, tirada en el suelo del
dormitorio, levanta la cabeza de sus patas, gruñe en la garganta. Los chirridos se
elevan a sus hombros. Se pone de pie, despacio, ágilmente, en un movimiento que
recuerda que desciende de depredadores. Se acerca a la puerta principal, gruñendo. La
sigo, le pongo una mano en el cuello y miro por la mirilla.

Un hombre con uniforme marrón, sosteniendo un gran sobre cuadrado. Hay un


camión estacionado en la calle, luces intermitentes de emergencia parpadeando, UPS
escrito en el costado.

Otro golpe.

Abro la puerta, sujetando el cuello de Cocoa, pero sin apretar. Confío en ella
para que me proteja. Se apoya en mis rodillas, poniéndose delante de mí. Gruñendo al
repartidor, que la mira, nervioso. Lo estaría si estuviera al otro lado de una Cocoa
gruñona y desconfiada.

—¿Isabel de la Vega?
—Sí. ¿En qué puedo ayudarle?

Me entrega el paquete y luego extiende un dispositivo con una pantalla y un


pequeño lápiz. —Firme en la línea, por favor.

—¿Qué es esto?

—Paquete para Isabel de la Vega. Todo lo que sé.

—¿De quién es?

—Es de alguien llamado... —Un vistazo a la esquina superior izquierda de la


etiqueta y luego el paquete me es devuelto—. Caleb Índigo.

Tomo el lápiz y firmo mi nombre, despacio, con cuidado.

—Que tenga un buen día, señorita. —Y luego el transportista corre a la calle y


se va en un estruendo de vapores de combustible.

Me paro en la puerta abierta, mirando el paquete.

De ti.

¿Qué es? ¿Qué podrías estar enviándome? Casi no quiero abrirlo. Pero debo
hacerlo.

Cierro la puerta, me muevo como en un sueño a la isla de la cocina. Dejo el


paquete en el suelo. Busco la lengüeta de la parte de atrás y la abro. Meto la mano,
saco un pequeño montón de papeles. El papel de arriba es blanco y huele a viejo. Hay
tres palabras en la parte superior: Acta de Nacimiento.2

Certificado de Nacimiento.

Veo mi nombre. El nombre de mi padre. El de mi madre. Todo, naturalmente,


está en español, pero de alguna manera lo traduzco todo sin siquiera pensarlo. Sin
intentarlo. Mi cerebro sólo... lo hace. Qué extraño.

El siguiente artículo es una pequeña tarjeta azul de Seguridad Social en la parte


superior. Mi nombre y un número, tres dígitos, un guión, dos dígitos, otro guión y
cuatro dígitos más.

2 En español original
¿Mi tarjeta de Seguro Social?

El siguiente artículo es un papel blanco más grande, cuadrado, con diseños en


tinta negra impresos en los bordes. En la parte superior está los Estados Unidos de
América y debajo está el Certificado de Nacionalización, las primeras dos palabras y la
tercera separadas por una imagen de pan de oro del sello de los Estados Unidos. En la
esquina inferior izquierda hay una pequeña fotografía mía. Joven, catorce años. Largo
cabello negro trenzado y colgando sobre mi hombro. Una tímida sonrisa. Ese maldito
vestido azul, puedo decir que lo estoy usando en la foto, por el indicio de mis hombros
visibles. El maldito vestido azul. Ahí está mi firma, cerca de la parte superior. Pulcra,
precisa; la misma forma en la que firmé en el paquete.

Sosteniendo estos artículos, medio espero tener un flashback, un recuerdo.


Pero... no hay nada.

Hay un giro postal a nombre del Comisionado de Vehículos de Motor por la


cantidad de catorce dólares.

Un último artículo sale volando del paquete cuando lo volteo. Un pequeño trozo
de papel amarillo, arrancado de un bloc de notas. La letra es hermosa. Perfecta. Letras
mayúsculas, inclinadas un poco, cada letra impresa tan nítidamente que es casi
caligráfica. Pero las palabras están garabateadas en diagonal en el papel, sin tener en
cuenta las líneas rectas, lo que significa que la nota fue garabateada rápidamente,
discontinua y desgarrada.

Isabel,

He conseguido esto para ti. Son copias nuevas de tu certificado de


nacimiento español original, tu tarjeta de seguro social y tu certificado de
nacionalización. Es todo lo que necesitas para obtener una tarjeta de
identificación. Sólo tienes que llevar estas tres identificaciones al Departamento
de Vehículos Motorizados. Tu novio sabrá dónde encontrar uno.

Caleb
Tu nombre está firmado desordenadamente, la C encrespada y en bucle,
enorme, que encierra casi por completo las otras cuatro letras, que están impresas en
mayúsculas.

No hay explicación de cómo las obtuviste, ni explicación de por qué. Sólo las
cinco frases, tu nombre y mi nombre.

Escueto, breve, eficiente.

Y la palabra novio; casi puedo sentir el sarcasmo, la hostilidad. Las letras de la


palabra son más oscuras, como si la mano que sostiene el bolígrafo se agarrara con
más fuerza, presionando con más fuerza sobre el papel.

Abro el portátil de Logan, tecleo DMV y aparece una lista. Hay una no muy lejos
de la casa de Logan. Memorizo la dirección, la intersección, los bloques que se
interponen, memorizo la ruta que tengo que tomar. Quiero hacer esto yo misma.
Logan me llevaría y se molestará porque lo hice sola. Pero esto es algo que debo hacer.

Gracias, Caleb.

No sé por qué te pareció oportuno darme esta información, pero lo hiciste. Y


estoy agradecida.

Reemplazo los artículos del paquete, encuentro mis zapatos. Son planos, como
zapatillas de ballet. Cómodas, lisas. Llevo vaqueros ajustados y una camiseta verde de
cuello en V, con una chaqueta de lana blanca de punto encima. Ropa cómoda. Sencilla.
Bragas de algodón lisas y un sujetador de refuerzo, pero cómodo. Mi cabello está
desordenado, pero se ve bien así. Sin maquillaje.

Soy Isabel. No necesito zapatos de Valentino, vestidos de Chanel, o lencería de


Carine Gilson.

Casi fuera de la puerta, mi mano en el pomo, a punto de cerrarla, la llave que


Logan me dio en el bolsillo, vacilo.

Y luego vuelvo a entrar. Abro el portátil, busco en Google. Dejo salir un débil y
tembloroso suspiro.

Escribo tres palabras: prueba de embarazo gratuita.


Un momento mientras la computadora piensa y luego aparece una lista de
opciones. Una, Avail NYC, está lo suficientemente cerca del DMV como para que yo
también pueda ir allí. Hago clic en el enlace para ir a la página web. Veo que tengo que
hacer una cita, así que sigo las instrucciones y hago una cita en línea para más tarde.
Cierro la pestaña, bajo la tapa del portátil con manos temblorosas. El corazón me
golpea dolorosamente en el pecho. Es sólo una precaución, me digo a mí misma. No es
verdad. No puede serlo.

Yo sé que no es así. Sé cuando me miento a mí misma.

Salgo de la casa de Logan, pongo a Cocoa en su cuarto, pongo la alarma y cierro


la puerta tras de mí.

Es un paseo mucho más largo de lo que parecía al examinar el mapa.

***

¡Uno-cero-cuatro! —grita una voz.

Un trozo de papel en mis manos dice 104, así que me levanto y me dirijo al
dueño de la voz. Una mujer negra. Bajita, delgada, de mediana edad, con el pelo corto y
peinado con pendientes de oro grandes y grises que cuelgan de los lóbulos de las
orejas. No hay contacto visual.

—¿Te ayudo?

—Necesito una tarjeta de identificación.

—¿No tienes licencia de conducir?

—No. Sólo una identificación.

—¿Tienes la solicitud hecha? —Entrego la solicitud que llené mientras


esperaba—. Tendrá que presentar dos medios de identificación. Tarjeta de la
seguridad social, una factura de servicios públicos, algo así.

Coloco los tres documentos que tengo en el mostrador. La mujer recupera dos
al azar, la tarjeta de seguridad social y el certificado de nacionalización. De hecho, no
al azar. Probablemente no lee español y un documento de un país extranjero
probablemente no cuenta de todos modos.
Los dedos golpean las teclas por un rato y luego una uña lacada de color rosa
hace un gesto. —Póngase ahí para la fotografía —Un momento de ajuste del equipo—.
Uno... dos... tres. —Un destello brillante.

Más tecleo.

—Catorce dólares, por favor —Entrego el giro postal—. Aquí está su


identificación temporal. Su tarjeta llegará dentro de dos semanas.

—Gracias...

—Por supuesto. Que tengas un buen día. ¡SIGUIENTE! ¡Número... uno-cero-


siete!

Y así como así, tengo una identificación.

Me aseguro de tener todos mis papeles, pongo la tarjeta temporal con ella en el
sobre del DHL. Me oriento y comienzo la caminata hacia la clínica Avail. También está
mucho, muchísimo más lejos de lo que parecía en el mapa. Cuando llego allí, me
duelen los pies y sólo quiero volver a casa.

Pero eso es más lógico porque no quiero hacer esto. No quiero tener que
enfrentarme a esta verdad. Me tiemblan las rodillas cuando me registro y tomo
asiento en la sala de espera. Mis manos tiemblan. Mi estómago da vueltas. Estoy
luchando contra las lágrimas.

Después de unos minutos de espera y de rellenar un formulario -las respuestas


a muchas de las preguntas las dejo en blanco, porque no las sé- se abre una puerta y
una joven se encuentra en la entrada, sosteniendo un portapapeles. —¿Isabel?

Me levanto y la joven me sonríe. Veintidós, tal vez. Rubia teñida, con curvas
pronunciadas, una sonrisa amable y reconfortante y una presencia bienvenida. —
Hola, Isabel. Soy Abby. Vamos, entra.

La sigo. Estoy demasiado nerviosa y aterrorizada para siquiera saludarla. Abby


me lleva a una habitación con una camilla, cierra la puerta tras nosotros. —Entonces,
Isabel. ¿Estás aquí para una prueba de embarazo?

Asiento. Trato de respirar y no puedo.


Abby ve mi temblor, mi obvio terror. Pone una pequeña y fría mano en mi
hombro. —Todo va a estar bien, ¿de acuerdo? Estamos aquí para ayudar. Respira
profundamente, déjalo salir... bien. Ahora, ¿puedes decirme cuándo fue tu último
período?

Un termómetro digital bajo mi lengua; un brazalete con velcro alrededor de mi


bíceps, un indicador que mide algo mientras Abby mira un reloj.

—Um. El mes pasado. A mediados del mes pasado.

—¿Cuánto hace que no tienes la regla?

—¿Alrededor de... tres semanas?

Abby Asiente. Desengancha el brazalete, lo cuelga en su lugar. Recupera un


pequeño recipiente transparente de un armario, escribe mi nombre en una etiqueta.
Me lo entrega. —Sólo necesito una pequeña muestra de orina.

Abby me lleva al baño y obtengo la muestra, que es un poco más difícil de lo


que parece. Vuelvo a la habitación y le doy a Abby la muestra. Hay algo extraño y
vergonzoso en entregarle a un perfecto desconocido una muestra de mí orina aún
caliente. Pero Abby parece totalmente tranquila y despreocupada. Desaparece con la
muestra, prometiendo volver en unos minutos con los resultados.

Me siento en la camilla de examen y pateo mis pies, demasiado nerviosa para


quedarme quieta. Demasiado asustada. Todavía no pienso en lo que significa. Lo que
haré. No se me ocurre nada. Mi mente se acelera tanto con un millón de miedos y
pensamientos y los peores escenarios que me cierro y me niego a pensar en absoluto.
En blanco. Mirando fijamente a la nada, respirando lentamente por la nariz, por la
boca, intentando no llorar.

Abby regresa. Se sienta en el pequeño taburete, con las manos juntas


descansando sobre las piernas cruzadas. —Bien, Isabel... Los resultados han sido
positivos —Una sonrisa—. Estás embarazada.

Trago con fuerza. Pestañeo atrás las lágrimas. —¿Es... podría haber un error?
¿Un falso... um, un falso positivo, tal vez?

Una sacudida de pelo rubio de botella. —No, cariño. No existe un falso positivo
cuando se trata de un embarazo. Los falsos negativos son reales y si la prueba hubiera
resultado negativa te haríamos un análisis de sangre, que es mucho más exacto si es
pronto, todavía. Pero tu última menstruación fue hace tres semanas, lo que es mucho
tiempo en este tipo de situaciones. Así que es concluyente.

Me entregan otro portapapeles y un bolígrafo y me dicen que llene más


formularios. Lo hago rápidamente y Abby me lleva a otra habitación, esta es una sala
de asesoramiento. La consejera es una mujer blanca, con el pelo gris atado en un
moño; ojos amables y con arrugas; una voz suave y tranquilizadora. Mary, de los
servicios sociales.

—¿Estás sola?

Me encojo de hombros. —Yo... en este momento, sí.

—¿Sabes quién es el padre? —Esto se pide con delicadeza, para no sonar


crítico, supongo.

—Um —Sólo hay dos opciones—. Sí. —Sólo debería haber una opción.

—¿Pero el padre no está aquí contigo?

—Es... complicado.

—Ya veo. Bueno, tienes algunas opciones, en este punto, Isabel: aborto,
adopción o quedarte con él.

—Yo...

Mary presenta varios folletos. —Si decides abortar el embarazo, hay varios
métodos diferentes disponibles para elegir...

—Lo siento, lo siento... —Levanto mis manos, deteniendo las explicaciones de


Mary—. Yo sólo... Necesito algo de tiempo. ¿Puedo...? Necesito pensar en esto. Necesito
hablar con...

—Por supuesto, por supuesto. —Apila los folletos, añade algunos más sobre la
adopción y paternidad y se levanta, me los entrega todos, una gruesa pila de folletos
que explican todas las diversas opciones de qué hacer ahora que sé que estoy
embarazada.

Estoy embarazada.

Estoy embarazada.
Me siento débil. Mareada. Tengo que sentarme, poner mi cabeza en las manos y
respirar.

—¿Estás bien, Isabel?

Me obligo a ponerme de pie. Inhala. Exhala. El mareo se despeja. Lo aparto todo


a un lado, lo vuelvo a empujar hacia abajo. No puedo pensar en ello todavía. No hasta
que esté en casa y sola. Y sentada.

—Sí. Estoy bien. Sólo...

—Puede ser aterrador y abrumador, lo sé. Pero tienes opciones. Estamos aquí
para ayudar, Isabel. Si necesitas discutir tus opciones con alguien además de tu pareja,
vuelve aquí. Estoy aquí para ayudarte a entender tus opciones y te ayudaré a elegir lo
mejor para ti. ¿De acuerdo?

—Sí, te doy las gracias, Mary. Tengo que... tengo que irme. —Pongo todos los
folletos en el sobre con todo lo demás.

***

No recuerdo haber caminado a casa.

Logan me está esperando, sentado en el sofá, con el móvil en la mano. Cuando


entro, salta, se acerca a mí. Avanza a pasos rápidos, bruscos y furiosos.

—¿Dónde diablos has estado, Isabel? Estaba muy preocupado.

—Tenía... Yo… —¿Qué digo?—. Caleb me envió alguna información. Mi


certificado de nacimiento. La tarjeta de la seguridad social. Certificado de
nacionalización. Así que fui al DMV para obtener mi identificación.

Me agarra por los hombros, me sostiene. Me mira fijamente a los ojos. —


Maldita sea, Isabel. Debiste haber esperado. Habría ido contigo —Parpadea unas
cuantas veces—. ¿Por qué te enviaría esas cosas?

Me encojo de hombros. —No lo sé —Me alejo. Me doy la vuelta—. Siento


haberte preocupado, Logan. Es que... tuve que hacerlo sola. Era importante que lo
hiciera yo misma.
Suspira, detrás de mí. —Lo entiendo. Yo sólo... no estabas aquí, ni una nota,
nada. Llegué a casa temprano para llevarte a almorzar y te habías ido. Pensé... —Sus
dientes chasquean y se corta tan abruptamente.

—Pensaste que te había dejado.

—El pensamiento cruzó mi mente, sí.

Me vuelvo hacia él. —No lo haría, Logan. Nunca me desvanecería así.

—Lo sé. Yo sólo... te habías ido y mi mente empezó a dar vueltas. Pensé que tal
vez Caleb había aparecido de nuevo, te había secuestrado.

—Lo siento.

Se acerca a mí. Me rodea con sus brazos. —Está bien, Is. Estás aquí. Estoy bien.
Está bien.

Sacudo la cabeza. No es lo que quería decir. —Lo siento, Logan. Lo siento, lo


siento mucho. —Estoy llorando.

Me sostiene a distancia, agachándose para tratar de atrapar mi mirada. Sacudo


la cabeza y me inclino hacia él. —Hey, hey. ¿Qué pasa?

—Lo siento, lo siento, lo siento... —Es todo lo que puedo decir. Estoy histérica,
hiperventilando.

—Isabel. Cálmate. Respira, ¿de acuerdo? Respira para mí. Entra por la nariz,
sale por la boca. Sólo respira.

Respiro. Empujo hacia abajo el pánico.

Me arranco de los brazos de Logan, me alejo del sofá, me detengo. Agarro la


parte de atrás del sofá para apoyarme. Me doy la vuelta y miro a Logan a través de
ojos llorosos.

—También fui a otro lugar —Tiro el sobre de DHL en los cojines del sofá.
Respira, respira, respira—. Una clínica.

—¿Qué...? —Da un paso hacia mí—. ¿Qué tipo de clínica?


Me muerdo el labio. Invoco las palabras. Me obligo a decirlo en voz alta. Dos
palabras.

—Estoy embarazada.
7
—¡Santa mierda! —tartamudea.

Se mira a los pies por un momento, se frota la cara con la palma de la mano. Y
luego se pone en movimiento. Envolviendo sus brazos alrededor de mí. Tirando de mí
para que me siente en el sofá. Sobre su regazo en el sofá. Mi mejilla en su pecho. La
mano en mi espalda, frotando en círculos tranquilizantes mientras sollozo.

—Estás embarazada. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—Acabo de hacer la prueba.

—Pero si te hiciste la prueba en una clínica, has estado preocupada por ello
durante un tiempo, entonces. ¿Verdad?

Me encogí de hombros. —Supongo. Estaba preocupada. Perdí mi período hace


tres semanas. El médico del hospital pensó que podría estar embarazada, en realidad.
Así que ha estado en mi mente todo este tiempo. Y me he estado enfermando por las
mañanas últimamente.

Un silencio.

—Mierda. Estás embarazada —Un silencio—. Vamos a tener un bebé.

—Logan —Me doy cuenta de algo, un factor que no estoy segura de que haya
pensado—. Yo... El margen de tiempo. No sé...

Me toma la cara en sus manos, me levanta la cara para que lo mire. No hay nada
más que amor en sus ojos. —No soy un idiota, Isabel. Lo entiendo. —Me besa, rápido,
suavemente.

—Logan, puede que no sea...

—Estuviste con él y conmigo en el mismo lapso de tiempo. Así que podría ser
de Caleb o mío. Eso es lo que estás diciendo. Y yo digo que lo sé.

—¿Y si no eres... no eres...?


—¿Qué pensaste que haría? ¿Echarte? ¿Decirte que se lo llevaras? ¿Decirle que
no es mi problema? Te quiero, Isabel. Estoy aquí. Estamos juntos. No importa lo que
pase. —Hace una pausa—. ¿Es fácil para mí de aceptar? No. No estoy sentado aquí
diciendo: Oye, genial, la mujer que amo va a tener un bebé y no sabemos si es mío o
del hombre que me ha costado cinco años de prisión y mi ojo. No es bueno. No está
bien. Pensar en ello en esos términos me vuelve un poco loco.

—Eso es lo que yo...

No me deja terminar. —Pero lo que no voy a hacer es condenarte, sostener algo


en tu contra o alejarte. Llevará tiempo aceptarlo, pero lo haré a mi manera, en mis
propios términos y en mi propio tiempo. Y no me voy a poner desagradable contigo
por eso mientras tanto.

Esto sólo me hace llorar más fuerte. —No te entiendo, Logan y ciertamente no
te merezco.

Me toca la barbilla y me encuentro con su mirada. Habla en voz baja. —Hacer lo


correcto no siempre es fácil, Isabel. Ya lo sabes. Pero siempre es una opción. Es una
elección. Ser una buena persona es una elección, día a día. Tuve que elegir, todavía
tengo que elegir cada día, para no odiar a Caleb por todo lo que me ha hecho, para no
buscar venganza. Tengo que elegir, en este caso, seguir amándote, pase lo que pase.
Eso significa aceptar la realidad de las circunstancias difíciles. No voy a abandonarte o
alejarte. Es difícil, sí, pero mi amor por ti es más fuerte.

Me aferro a él. —Te amo, Logan. Estaba tan asustada. Tan preocupada por lo
que dirías, por lo que harías.

—Suyo, mío, no me importa. Es nuestro. Nos encargaremos de esto juntos —Se


queda en silencio—. ¿Has decidido si... te lo quedas? —Esto suena como una idea de
último momento. Algo que se dio cuenta de que yo podría haber considerado.

—No he llegado tan lejos, Logan. Ni siquiera sé... qué hacer. Qué pensar. Lo que
quiero. Quiero no estar embarazada. No quiero... No quiero ser una persona tan
horrible que ni siquiera sé cuál de vosotros es el padre. ¿Qué tan horrible es eso? ¿Qué
clase de mujer horrible soy, que estoy embarazada y ni siquiera sé quién... quién es el
padre?

Entonces me derrumbo. Realmente me derrumbo.


Sollozando. Mocos goteando. El pecho agitado. Hiperventilando. Incapaz de
funcionar, de ver, de moverme, de hacer otra cosa que no sea... romperme.

Destrozada: romperse de repente y violentamente en pedazos.

Logan sólo me abraza. Me deja quebrarme y se aferra a mí a través de él.

No sé cuánto tiempo me rompo, ahí contra el pecho de Logan. Cuánto tiempo


me sostiene. Cuánto tiempo me lleva romperme completamente, hasta que no queda
nada de mí.

***

No recuerdo que me hayan levantado, cargado y puesto en nuestra cama. Pero


al final me doy cuenta y estoy allí, en nuestra cama. Logan está acurrucado detrás de
mí. Puedo decir por su respiración que está despierto.

Me quedo en silencio mucho, mucho tiempo, dejando que mi mente trabaje.


Dejando que mis pensamientos y emociones fluyan, parpadeen, un flujo revoloteando.

¿Cómo es posible? Estoy tomando anticonceptivos y lo he hecho durante


mucho tiempo. Me trajiste a la misma clínica en tu edificio de oficinas, donde yo vivía,
donde vives, donde me quitaron el chip. Hubo un examen, miraste como un halcón
todo el tiempo. Y luego el doctor me insertó algo. Control de natalidad, el doctor me
explicó. Un DIU. El proceso fue un poco incómodo. Había algo de dolor, algunos
mareos, náuseas. Normal, me dijeron, considerando mi juventud y que nunca había
dado a luz antes; ya pasará. Y así fue. Después de eso me hice chequeos regulares con
su médico privado. Una vez al año, el mismo médico me hacía un examen general.
Incluso hizo que el doctor reemplazara el DIU hace un año ya que había llegado al final
de su período de eficacia.

¿Quizás se salió? No lo sé. Nunca pensé en comprobarlo. Debería haberlo hecho,


me lo dijeron, pero nunca lo hice.

O, tal vez, simplemente no funcionó. Nada es 100 por ciento efectivo, recuerdo
que el doctor lo dijo.

Me levanto de la cama y voy al baño, reviso el DIU; todavía está en su lugar, lo


que asumo que significa que falló.
Al final, sin embargo, no importa cómo sucedió. Lo hizo. Es real. Estoy
embarazada. Un ser humano está creciendo dentro de mí.

¿Qué debo hacer? El orientador de la clínica señaló tres opciones básicas:


aborto, adopción o criarlo yo misma. ¿Cuál elijo?

¿El aborto? ¿Terminar el embarazo?

Lo considero. Pero algo dentro de mí se rebela contra esa idea. No. Eso no.

Entonces, la adopción, entregar el bebé, o criarlo.

Adopción, entregar el bebé a término y entregarlo a alguien más para que lo


críe. ¿Podría hacer eso?

No. Mi corazón se rebela contra eso con la misma fuerza. Si voy a llevar al niño
durante nueve meses, no podría regalarlo. Darlo, a ella o a él. Digamos que, como dijo
Logan, ¿no es mi problema? No podría. Simplemente no podría.

Tengo miedo. Estoy aterrorizada. No sé cómo ser madre. No sé cómo criar a un


niño. Ni siquiera sé realmente quién soy, todavía. Tal vez nunca lo sepa. ¿Cómo podría
entonces criar a una persona, enseñar a ese niño a ser lo mejor que puede ser? ¿Qué
podría enseñarles? ¿Qué es lo que sé? Cómo ser adicta a un hombre que no me ama.
No se preocupa por mí. Sólo quiere poseerme.

¿Es eso cierto, sin embargo? Una siniestra vocecita susurra, muy dentro de mí.
¿Qué hay de la última vez que estuviste con él? Te besó. Te hizo el amor. Como Jakob. ¿Y
si...?

No.

No.

No.

Incluso si PUDIERAS amarme, si lo hicieras, no bastaría para superar todo lo


que he soportado en tus manos. Aunque me hayas dado una vida, me hayas dado un
lugar para vivir, aunque hayas estado ahí para mí, cuidándome cuando estaba
indefensa y no tenía a nadie. No es suficiente. Nunca puede ser suficiente.
Y nada de lo que puedas sentir por mí, nada de lo que hagas o digas podrá
igualar lo que Logan siente por mí. La forma en que me hace sentir. Lo que siento por
él.

Estoy completa, con él.

Tengo una identidad, un futuro, un potencial, con él. Soy alguien, con él.

Contigo… Siempre seré sólo Madame X.

Una posesión.

Tengo que decírselo.

La vida que crece dentro de mí podría ser tuya. No creo que haya ninguna
manera de saberlo hasta que dé a luz. ¿Tendrá el bebé ojos azules y pelo rubio, como
Logan? ¿Ojos oscuros, pelo oscuro, como tú? ¿Cómo yo? ¿Y si los rasgos del bebé no
son tan distintivos como para decirme quién es el padre? ¿Entonces qué?

¿Importa eso?

Si te dijera -cuando te lo diga- ¿qué dirías? ¿Lo querrías? ¿Me querrías?


¿Insistirías en que me practicara un aborto? ¿Intentarías forzarme a hacerlo?
¿Manipularme y retorcerme en eso? Si todavía hubiera sido Madame X y esto
ocurriera, quedara inesperadamente embarazada, ¿qué habrías hecho? ¿Dejarme
tener el bebé? ¿Dejar que criara al bebé yo sola, solitaria, quizás pasando de vez en
cuando? No lo sé. No sé lo que hubieras hecho. Lo que dirías. Lo que harías.

No lo sé.

Así que no puedo abortar el bebé. Dios, mi corazón se tuerce en dolorosos


remolinos sólo de pensar eso. No puedo. No puedo.

Y no puedo dar el bebé. Eso duele demasiado como para pensarlo.

Así que me quedaré con el bebé.

Como si un ser humano fuera un perro callejero para solo... mantenerlo. Es una
vida que crece dentro de mí. Un alma. Una mente. Un talento. Una sonrisa. Abrazos,
besos.

***
Mamá es un peso caliente encima de las mantas, en el borde de mi cama. Su brazo
está sobre mí, sus dedos jugando con mi pelo. Me está cantando una canción de cuna, la
misma canción de cuna que me ha cantado todas las noches durante toda mi vida. Soy
demasiado mayor para las canciones de cuna, probablemente. Pero no me importa. Me
encantan estos momentos, cuando estoy limpia y mi pelo está húmedo en la almohada,
las mantas suben hasta mi barbilla, el aliento de mamá en mi oído, su voz cantando
dulcemente, suavemente, una canción que su madre le cantaba y así sucesivamente a lo
largo de generaciones. Eso me dice mamá, algunas noches. Una vieja canción. Siento que
empiezo a desvanecerme, que me duermo. Lo acojo con agrado. Mi ventana está abierta
y el sonido del océano chocando con la orilla es otra canción de cuna.

Ahora la oigo tararear. Sólo la melodía. Acariciando mi pelo. —Duerme, mi amor.

Desvaneciéndose dentro y fuera, escuchando las olas. Más tarde, escucho el


crujido de mi puerta. Pasos pesados. La colonia de papá. Su mano, cálida y pesada en mi
hombro. Bigotes en mi mejilla, aliento que huele débilmente al vino tinto que él y mamá
beben cuando creen que estoy dormida.

Beso en mi mejilla. —Te amo, mija.3

Estoy demasiado dormida para siquiera murmurar.

Ahora que papá me ha dado un beso de buenas noches, puedo dormir.

***

Me sonrío a mí misma. Me amaban, mi mamá y mi papá.

Me encantará esto, mi mano va a mi vientre. Me encantará esta.

—Me quedo con el bebé —susurro.

La mano de Logan se desliza sobre mi cadera, sus dedos se enredan con los
míos, sobre mi estómago. —Bien.

—Estoy tan asustada, Logan —Mi voz tiembla—. No sé cómo hacer esto.

—No lo harás sola, Isabel.

3 En español original
—Pero yo no... No sé cómo ser madre. Apenas recuerdo la mía. Unos cuantos
retazos en mi memoria. Su cocina para mí cuando era una niña. Su canto de una vieja
canción de cuna para mí en español. Pero... ¿cómo puedo ser madre de un niño? Yo
no... no...

—Con amor, Isabel. Así es como. Abrazos, besos, nanas. Estar allí. Sólo... amor.
El resto lo descubriremos juntos, sobre la marcha. Eso es todo lo que todos han hecho,
creo. No creo que nadie esté nunca preparado para un bebé, cariño. Nadie sabe
realmente lo que está haciendo. Tú sólo... haces lo mejor que puedes. Los amas, estás
ahí para ellos, los cuidas lo mejor que puedes. Es todo lo que puedes hacer.

—Pero, ¿y si...? ¿Y si es de él?

—¿Lo querrá? ¿Querrá, como, la custodia compartida o algo similar, si es así?

—No tengo ni idea, Logan. Ni siquiera sé cómo decírselo. No sé si quiero volver


a verlo. —Sacudo mi cabeza contra la almohada—. Tiene respuestas. Sabe cosas sobre
mí. Hay una historia, allí, en algún lugar. Me conocía. Sé que lo hacía. Pero... si lo vuelvo
a ver, tengo miedo de lo que pueda pasar. Mi cambio lo ha cambiado a él. No quiero...
verlo más. Aunque nunca encuentre las respuestas, no quiero verlo. Ahora soy Isabel,
sí. Pero también soy la mujer que fue Madame X. Soy ambas cosas. Madame X sigue
siendo parte de lo que soy. Y él también. Pero ahora... tú también.

—Somos parte del otro.

—Todo es tan... desastroso.

—La vida es un desastre, Is. Todos estamos... buscando a tientas por aquí.
Viviendo, haciendo lo mejor con lo que tenemos. Nunca es fácil y nunca es sencillo.

—Ojalá lo fuera.

—También lo hacen todos los demás.

—No todo el mundo ha pasado por lo que yo he pasado.

—Cierto. Y no estoy tratando de hacer la luz de eso. Sólo digo que no estás sola
en este lío llamado vida.

—Te tengo a ti.


—Exactamente. —Me atrae, así que estoy de espaldas. Giro la cabeza para
mirarlo. Se ha quitado el parche y el espacio donde solía estar su ojo es un agujero
arrugado y cicatrizado. Es extraño, pero es parte de él—. Escucha, Isabel. Te prometí
que te amaría, pase lo que pase. Te amo. Lo haré. Estoy haciendo esa promesa de
nuevo. Te quiero. No importa lo que pase. ¿De acuerdo? Si quieres decírselo, iré
contigo. Si quieres alejarte de él, nos aseguraremos de que no vuelvas a verlo. Nos
mudaremos a la maldita Tailandia si es necesario. ¿De acuerdo? Yo te cuidaré.

—¿Y al bebé?

—Y al bebé.

No puedo evitar llorar de nuevo por eso.

Y otra vez, me besa. Besa las lágrimas. Las limpia con la almohadilla ancha de
su pulgar. Besa mis labios.

Todo va a estar bien.

***

Es temprano por la mañana y estamos desayunando. Me echa una mirada y


deja el periódico. —¿Nena?

Bajo mi taza de té. —¿Sí, Logan?

Resopla. —Tienes que relajarte, cariño —Endereza su columna vertebral, hace


una mueca tensa y agria, eleva su voz a un falsete y captura mis inflexiones con
precisión—. ¿Sí, Logan? Por favor, si digo “Oye, nena”, deberías decir algo simple y
normal, como... ¿Qué pasa, bomboncito?

Le frunzo el ceño. —¿Qué significa “¿Qué pasa, bomboncito?”? Me parece


trillado y vacío.

Otra risa. —Eso es. Por eso es gracioso. Sólo... inténtalo. Así que, empecemos de
nuevo —Una pausa y se aclara la garganta—. ¿Oye, nena?

Me encorvo en mi silla, pongo una cara de malhumorada, fuerzo una voz tan
profunda como puedo. —¿Qué pasa, tío?

Un gran grito de risa genuina. —¡Exactamente! ¡Me encanta!


Me enderezo. —Ahora que hemos sacado eso del camino, ¿qué es lo que
querías preguntarme?

—¿Alguna vez has visto las cosas turísticas por aquí? ¿Como, la Estatua de la
Libertad y todo eso?

Me encojo de hombros. —Probablemente antes, pero no recientemente, que


pueda recordar.

Golpea la mesa con la palma de la mano. —Está decidido, entonces. ¡Es hora de
una excursión!

—¿En serio?

—En serio. Me tomaré el día libre y saldremos a hacer turismo. Nunca lo he


hecho yo mismo, desde que vivo aquí. Sólo... lo das todo por sentado, ¿sabes?

Sacudo la cabeza. —En realidad no.

—Supongo que no lo harías, ¿eh? Es como, vives aquí, trabajas aquí y las cosas
de los turistas siempre estarán aquí, así que no tiene sentido ir a ver nada de eso,
porque vives aquí. Así que nunca terminas yendo a verlo. —Saca su teléfono, me
mira—. Voy a conseguirnos un Uber para no tener que preocuparme por conducir.
Querrás un suéter o algo para cuando estemos en el ferri.

—¿Ferri?

—Bueno, sí, ¿de qué otra manera vamos a ver la estatua? Está muy lejos en la
bahía, ¿verdad? —Un gesto de espanto—. Así que ve a ponerte unos zapatos robustos
para caminar y coge una sudadera. El Uber estará aquí en cualquier momento.

Hago lo que me ordena, me pongo un par de zapatillas y una sudadera con


cremallera, para entonces Logan ha encerrado a Cocoa y está esperando fuera junto al
Uber, un sedán Mercedes negro. Cierra con llave la puerta delantera y nos vamos.

Estoy emocionada, en realidad. Un día libre, fuera con Logan. Exactamente lo


que necesito, en realidad, sobre todo porque ya he tratado con las náuseas matinales
de hoy.

Nuestra primera parada es un muelle en el río Hudson, donde Logan nos


compra un billete para el tour completo de la isla. Encontramos asientos en la cubierta
superior, al aire libre y esperamos a que el barco se llene. En unos quince minutos, las
cuerdas son lanzadas, suena una bocina, salimos de la bahía, giramos y nos
adentramos en el río. Otro par de minutos y entonces una voz llena el aire, procedente
de un sistema de megafonía, narrando nuestro viaje, describiendo los puntos de
referencia de la isla a nuestra izquierda, diciéndonos por qué avenida numérica
pasamos y explicando cómo el número del muelle corresponde al número de la calle
más cercana. Presto mucha atención, sentada en el interior de la fila, más cerca del
agua, sintiéndome tan mareada como una niña pequeña.

Milla a milla, sin embargo, una extraña sensación crece dentro de mí.
Familiaridad. Como si hubiera estado aquí antes. El sol está a mitad de camino hacia el
cenit, golpeando cálidamente en mi cara y el barco está rodando suavemente, una voz
masculina adulta y estentórea guiando el recorrido. Detrás de nosotros, una mujer y
sus dos hijos jóvenes, hablan en español.

—Mamá, ¿dónde está la Estatua de la Libertad? ¿Vamos a verla pronto, mamá?


¿Podemos subir en ella?

—No, vamos a pasar, pero no en ella. Creo que el hombre nos dirá cuándo
podremos verlo.

—¿Podemos conseguir algo de comida, mamá? Tengo hambre. Han pasado horas
desde el desayuno.

—Dios mío, Manuel, sólo piensas en tu estómago. Tenemos que ahorrar nuestro
dinero, así que no podemos conseguir nada para comer todavía. Almorzaremos después
de la gira.

Escucho sus voces, siento el sol. Estoy flotando.

Mareada.

Algo chispea, gira en mi mente.

Clicks.

***

Mamá está a mi derecha, papá a mi izquierda. Estamos en la parte superior del


barco, sentados tan lejos como podemos. Estoy emocionada, llena de exuberancia, pero
intento mantenerlo dentro, ser más como mamá, que tiene las manos cruzadas en su
regazo y los tobillos cruzados debajo de ella, bajo el banco. Está tranquila, silenciosa,
viendo los edificios de Manhattan pasar flotando por delante de nosotros.

¡Estamos realmente en Nueva York! Estoy tan emocionada como asustada. No


conozco a nadie. No tengo amigos. No tenemos familia. Papá habla el mejor inglés de
todos nosotros y el mío es casi igual al suyo, pero mamá apenas habla. Creo que está bien
para ella ya que por ser tan hermosa la mayoría de los hombres hacen lo que ella pide,
aunque lo haga en español y no hablen ni una palabra. Se tropiezan con ellos mismos
sólo para conseguir una sonrisa de ella. Lo he visto pasar. Ella quería una botella de
agua, pero no podía entender el dinero. Los billetes eran demasiado grandes y todos se
veían iguales, pero las monedas eran demasiado pequeñas y todas se veían diferentes y le
preocupaba que la engañaran. El hombre que intentaba vendernos el agua no hablaba
más inglés que nosotros, pero era un hombre y un hombre con ojos para una mujer
hermosa. Así que cuando mamá suspiró frustrada, sonrió y le dio el dinero al hombre, él
le dio el cambio correcto. Soy buena en matemáticas, así que lo conté, porque en realidad
es muy simple, e intenté decírselo a mamá, pero me hizo callar. Pero consiguió la botella
de agua y el cambio correcto y todo lo que tenía que hacer era sonreír.

Esa es mamá.

Papá es más confiado. Le habría dado el dinero y confiado en él para hacer el


cambio correcto y no se habría dado cuenta de que había sido engañado hasta mucho
más tarde, cuando ya fuera demasiado tarde. Pero papá lo sabe, por eso dejó que mamá
comprara el agua. Porque es inteligente sobre ser estúpido.

Así es la mayoría de los hombres, creo.

O eso es lo que he observado.

Papá vino primero, hace un mes y nos encontró un apartamento para vivir cerca
de donde trabajaban él y mamá, me matriculó en la escuela y nos inscribió en nuestras
clases de ciudadanía. Incluso se las arregló para conseguir unos días de trabajo, pero no
tuvo oportunidad de ver nada divertido. Así que en el momento en que mamá y yo
llegamos a la zona de recogida de equipajes, papá apiló nuestras maletas en un carrito y
nos llevó hasta el coche. No es un coche nuevo y no es muy bonito. Está oxidado y tiene
una grieta en el parabrisas, pero papá dijo que era un alquiler barato sólo por un día,
porque los taxis cuestan demasiado dinero y los metros son muy confusos, las carreteras
sólo un poco menos.
Papá estaba muy emocionado, balbuceando a una milla por minuto, hablando de
cómo nuestro nuevo apartamento es bonito, muy bonito, pero por supuesto no tan bonito
como nuestra casa en Barcelona, pero aún así bonito.

Incluso ahora, a pesar del hecho de que hay un guía turístico, papá está hablando,
hablando, hablando, señalando edificios que reconoce, riéndose de lo que asumo fue una
broma que el guía turístico hizo y que no entendí del todo.

Finalmente, como siempre lo hace, mamá lo tranquiliza. —Luis. Estás


balbuceando, mi amor. Calla, por favor y deja que el guía turístico sea el guía turístico.

Papá finge estar malhumorado y avergonzado, pero se pone el brazo detrás de mí


y mamá se levanta, se agarra a sus dedos con los suyos. Pongo los ojos en blanco ante su
exhibición y me levanto, me muevo a la parte delantera del barco.

—Isabel, por favor, ten cuidado —dice mamá.

—Lo tendré —digo, reprimiendo el impulso de decir algo grosero e infantil sobre
cómo no soy una niña que necesita que me recuerden que debo tener cuidado.

Tan pronto como me levanto, papá toma mi asiento, mamá se inclina hacia él y le
pone la cabeza en el hombro. Suspiro y miro hacia otro lado, vuelvo mi atención hacia
adelante, esperando ver la estatua. No hay nada que ver todavía, sin embargo, pero la
isla a nuestra izquierda y el lugar llamado Nueva Jersey a nuestra derecha y agua entre
ambos. Me gusta el viento en mi pelo, porque me recuerda a mi hogar, en España.

Este es mi hogar ahora.

Siento una punzada en mi pecho por eso. Este es mi hogar.

Nunca volveré a ver a María o a Consuelo, mis mejores amigas desde que era una
bebé. Les dije que les escribiría cartas, pero en mi corazón sé que probablemente no lo
haré. Estaré ocupada con la escuela, tratando de hacer nuevos amigos y aprendiendo a
hablar inglés. María y Consuelo estaban celosas de que me mudara a América, pero creo
que tal vez no será tan divertido y emocionante como todos piensan.

Da miedo. Este es un lugar enorme, esta Nueva York. Todo es tan alto, tan ancho,
tan rápido, tan nuevo. Hay millones de coches, taxis, autobuses, camiones y hay el
estruendo de los trenes bajo los pies y el aplastamiento de la gente, tanta gente.
Y todos son tan groseros, tan poco amigables. Como si no se molestaran en ni
siquiera mirarme, porque sus vidas son tan importantes, hay tanto que hacer. En casa,
en España, la gente te sonreiría al pasar por delante de ellos. Podrías ver a alguien
mientras estás sentado en un café, ni siquiera a alguien que conoces, pero podrías
hacerte amigo de ellos, hablar con ellos. Sonreírles, al menos. Y nadie tenía tanta prisa
como ellos aquí. Tardas demasiado en pedir comida o incluso caminas por la acera
demasiado despacio, la gente se irrita, te empuja, te grita para que te des prisa. No
entiendo por qué todo el mundo tiene tanta prisa aquí.

No estoy segura de que me guste, la verdad.

Aunque estoy un poco emocionada de ver la Estatua de la Libertad en persona. La


he visto en películas americanas miles de veces, pero ahora estoy a punto de verla de
verdad, justo delante de mí.

Y entonces sucede, el guía turístico nos dice que la veremos primero a nuestra
izquierda si estamos en ese lado, pero no importa en qué lado estemos sentados, todos la
verán bien. Yo estoy al frente, en el mejor lugar para verlo mientras nos acercamos. ¡Ahí
está! Enorme, tan grande, mucho más grande de lo que parece incluso en las películas,
volando tan alto en el cielo, imposiblemente vasto. Golpea algo muy profundo dentro de
mí, la estatua. Es sólo una gran mujer verde con una antorcha y un libro, pero significa
algo. Inspira algo en ti, algo más allá de ser el símbolo de América, el símbolo de la
llamada libertad. No conozco las palabras para capturar mis propias emociones, pero
estoy llena de pensamientos y palabras y dibujos y esperanza, tan llena que me duele el
pecho como si todos estuvieran tratando de salir de una vez.

Me olvido de mí misma, que tengo catorce años y ya no soy una niña pequeña. —
¡Mamá! ¡Papá! ¿Lo ven?

Ella sonríe, esa suave y brillante sonrisa que sólo me da a mí. —Sí, mija, lo veo. Es
muy grande, ¿no?

Papá sonríe, mira a mamá y luego a mí, como si capturara el momento en una
cámara interna y mental. Recordando. Pero no la estatua, no el viaje... a nosotros, mamá
y yo.

***

Vinimos aquí —digo, cuando el recuerdo se rompe y vuelvo a ser yo misma,


una adulta, aquí y ahora, con Logan—. Mi mamá, mi papá y yo. En esta excursión.
Una vez más, el guía turístico hace el anuncio de que la Estatua de la Libertad
será visible pronto. Me veo obligada a avanzar a la proa una vez más, las manos en la
barandilla, los ojos escudriñando el río para la primera señal de la estatua. Siento a
Logan a mi lado y pone su brazo alrededor de mi cintura. Está callado, dejándome
experimentarlo en mi propio tiempo. Dejándome sentirlo, creo.

Ahí está. Dios, tan enorme. Con el brazo levantado en alto, las llamas de la
antorcha parecen como si pudieran parpadear en cualquier momento, la manga
bajando por su brazo, la otra mano envuelta alrededor de ese gran libro, en el que -
como dice la guía- está escrita la fecha de la Declaración de la Independencia, 4 de
julio de 1776. Dos días después de mi cumpleaños. Su título completo es Libertad
Iluminando el Mundo y representa a Libertas, la diosa romana.

Estoy mareada por la superposición de la memoria y la realidad.

Podría cerrar los ojos y tener catorce años.

Podría girar la cabeza y ver a mamá y papá.

Estoy tan tentada de girar la cabeza, de mirar. Pero no lo hago. Es sólo un


recuerdo, un recuerdo precioso. Me inclino hacia Logan y me concentro en cada
respiración.

—¿Recuerdas algo? —pregunta.

Asiento contra su camisa. —Sí. Pero no estoy segura de cómo ponerlo en


palabras. Quiero decir, es un simple recuerdo, en realidad. Nosotros, los tres, en un
barco como este, a punto de ver la estatua. Ser una joven en un lugar nuevo. Creo que
habíamos llegado aquí unos días antes. No estaba segura de muchas cosas. Tratando
de ser adulta, pero en realidad, sólo tenía catorce años.

—Un gran cambio para cualquiera, mucho menos para una chica a esa edad.

Asiento. —Sí, exactamente. Fue muy aterrador. No entendí... oh, tantas cosas.
Por qué todos tenían tanta prisa, por un lado y por qué todos parecían tan groseros,
por otro.

Logan se ríe. —Ah, Nueva York. Esos aspectos de esta ciudad son un choque
cultural para la gente nacida en los Estados Unidos, mucho más para alguien como tú
de un lugar mucho más lento y amigable como España.
—¿Cómo fue para ti, cuando te mudaste aquí?

Inclina la cabeza hacia un lado. —Oh hombre, fue... más o menos lo mismo,
honestamente. Quiero decir ya había estado destinado en Kuwait y luchado en
misiones de combate en Irak, cambiado de casa en Chicago. Así que... No era un niño,
¿sabes? Pero aun así fue un choque cultural. Todo pasa tan rápido, aquí. Como dijiste,
todo el mundo tiene prisa, siempre te empujan y te dicen que te apures. Además, hay...
tantas cosas. Podrías vivir toda tu vida en esta ciudad y todavía habría cosas que
nunca has visto, lugares que nunca has visitado, restaurantes de los que nunca has
oído hablar.

—También tengo esa sensación, lo poco que he visto.

—Es extraño, para mí, cómo puedes haber estado aquí desde que tenías catorce
años y aún no saber nada de la ciudad.

—No por elección.

—No, eso es seguro. Lo entiendo. Es sólo que... es raro —Un encogimiento de


hombros—. Doce años y es como si lo vieras por primera vez.

—Porque lo hago, de verdad.

—Y por eso estamos aquí, nena. Quiero que tus recuerdos de Nueva York sean
de mí, de nosotros. Quiero... Quiero darte buenos recuerdos.

Me derrito en él. —Cada día que paso contigo es un buen recuerdo.

—Buena respuesta, cariño, pero tenemos que hacerte algunos nuevos, algunos
recuerdos reales. De eso se trata el día de hoy.

Observo la estatua a la deriva pasando por nosotros mientras nos deslizamos


por ella, a través de la bahía y hacia el lado opuesto de la isla. Nos sentamos de nuevo,
una vez que la estatua está fuera de la vista y el resto del viaje es tranquilo, lento y
pacífico. Sostengo la mano de Logan, escucho al guía turístico y disfruto del sol en mi
cara.

Cuando volvimos al muelle ya era la hora del almuerzo y mi estómago se


quejaba, así que Logan llamó a otro Uber y nos llevó a Times Square, otro lugar donde
nunca he estado, o no recuerdo haber venido. El conductor nos deja en el borde de la
plaza y salimos, nos abrimos paso a pie entre la bulliciosa multitud hasta la gigantesca
escalera roja. Miro alrededor con asombro a las innumerables luces parpadeantes y
pantallas gigantes y a los interminables anuncios, encontrando difícil respirar de la
grandeza del lugar, el caótico desierto de luces y vidas y la exuberancia frenética.

Hay miles de personas, como nosotros, tomando fotografías, posando para sí


mismos, señalando, sólo sentados y haciéndolo. Después de un momento, Logan me
lleva al otro lado de la plaza, consultando su teléfono de vez en cuando. Un mapa,
indicaciones para llegar a algo. Un restaurante, supongo. De hecho, nos guía
infaliblemente a un pequeño lugar no muy lejos de la plaza llamado Ellen's Stardust
Diner. No parece muy impresionante desde el exterior y, de hecho, el interior es el de
un restaurante antiguo, con asientos de vinilo y mesas de formica. Pero una vez que
nos sentamos y pedimos comida, veo por qué me trajo aquí.

Todos los camareros cantan.

Sonrío todo el tiempo mientras un joven extravagante con el pelo rojo


alborotado sube a una pequeña pasarela entre una fila de cabinas, con un micrófono
en la boca, cantando una vieja melodía del espectáculo con todo lo que tiene. Y luego,
después de un momento, una chica empieza a cantar una canción diferente y mientras
canta está introduciendo una orden y llevando un vaso de soda a una mesa y luego
está bailando más allá de las mesas, sacudiendo su trasero y sosteniendo la nota final
hasta que empiezo a preguntarme si sus pulmones pueden contener más oxígeno.
Todo el almuerzo es así, mirando a los camareros cantar y olvidando comer, mientras
Logan me mira.

Y luego, una vez que terminamos de comer, Logan nos lleva de vuelta a la plaza
y a un teatro a una calle de distancia, donde compra entradas para un espectáculo
llamado Aladdin. ¿Un verdadero espectáculo de Broadway? Estoy tan emocionada que
es difícil de contener y me encuentro deseando que el día pase más rápido, para que
sean las siete en punto antes. Pero entonces, no quiero perderme nada más que Logan
haya planeado para nosotros.

Lo que, aparentemente, implica ir de compras.

Caminamos hasta la Quinta Avenida y cuando llegamos a la intersección y nos


paramos en la esquina, extiende su mano al conjunto de tiendas, con una sonrisa en su
rostro. —Pobre de mí, Isabel.

—¿Pobre de ti?
—Sí, amor. Esta es la Quinta Avenida, cariño, una de las calles más caras del
mundo, junto con Rodeo Drive en L.A. y Rue St. Honore en París. Te doy carte blanche4
para que entres en cualquier tienda y compres lo que quieras —Me guiña el ojo—. El
sueño de toda chica, creo.

—Ni siquiera sé por dónde empezar, Logan. No he hecho muchas compras.

Me da un tirón en la mano. —Bueno, entonces empecemos con algo sencillo: el


mejor amigo de una mujer.

Con ese comentario críptico me lleva a una joyería, Tiffany y Compañía, lo que
da más sentido al comentario: diamantes. Paso unos minutos hojeando y me siento
abrumada.

—No lo sé, Logan. Son todos hermosos, pero... quizás esto suene extraño, pero
ni siquiera sé qué me gustaría.

Se ríe. —Eso es bastante raro, Is. Pero no debería ser muy difícil; sólo mira las
cosas y si algo te llama la atención, señálalo y lo compraré.

—¿Así de simple?

—Si te gusta, sí, así de fácil.

Así que vuelvo a mirar, esta vez dejando que mi mirada revolotee y flote de una
pieza a otra. Empiezo a preguntarme si hay algo malo en mí, porque nada me llama la
atención. Pero entonces... Veo un collar en forma de llave.

Lo señalo y una anciana detrás del mostrador lo cubre con un soporte de fieltro
negro para que lo examine. Mi corazón late con fuerza, por alguna extraña razón.

Y entonces, cuando lo toco, entiendo por qué.

En el momento en que mi dedo toca la llave incrustada de diamantes...

***

Soy una niña pequeña. En la habitación de mi madre. El mar se estrella en algún


lugar en la distancia. No debería estar aquí, pero sólo quiero mirar la caja de mamá. Es
una cosa tallada a mano de madera pulida de color marrón rojizo y tiene todos los

4 Carta blanca, en francés


recuerdos y joyas de mamá, que quiero mirar. Hay un pequeño candado de latón en la
parte delantera, que la mantiene cerrada.

Tiro de la tapa, pero está cerrada.

—¿Quieres ver el interior, mija? —La voz de mamá viene por detrás de mí.

Me sobresalto, me giro. —Sólo quería mirar, mamá. No iba a...

Levanta la caja con ambas manos, sosteniéndola reverentemente. Se sienta en la


cama y le da una palmadita a su lado. —Ven, siéntate —Me sonríe—. Esta es una caja
muy especial, Isabel. ¿Sabes por qué?

Asiento. —Porque tiene tus joyas.

Mamá sacude la cabeza de negativo. —No, mija, aunque eso es cierto. Aunque la
caja estuviera vacía, sería especial. Y si alguien me dijera que tengo que elegir entre la
caja y todo el oro, la plata, los diamantes y las perlas del mundo, elegiría la caja.

Ahora estoy confundida. Toco la tapa, con cuidado. Parece una caja de madera, ni
siquiera una muy bien hecha.

Mamá se ríe. —¿Te gustaría escuchar la historia? —Asiento, por supuesto—. Tu


papá hizo esta caja, muchos años antes de que nacieras. Ahora tu papá es el mejor
orfebre de toda España, como tú y yo sabemos. Pero no es tan bueno con la madera.
Pero, aun así, hizo esta caja y la hizo sólo para mí. Fue el único regalo que me hizo hasta
después de casarnos, pero me pareció bien. Verás, no sé si lo sabes, pero cuando era joven
había muchos jóvenes que querían casarse conmigo. Les dije a todos que no, lo que hizo
que mis padres se enfadaran, pero todos eran muy aburridos. Ricos y guapos, quizás,
pero aburridos y estúpidos. Y entonces conocí a tu padre. No era rico y era... bueno,
guapo para mí, pero no como los otros chicos. Siempre tenía el pelo en los ojos y no
jugaba al fútbol como los otros chicos. Pero me gustaba. Era aprendiz de orfebre, lo que
significaba que trabajaba muy duro todo el día, todos los días. Pasábamos mucho tiempo
juntos, todo el tiempo que podía dedicar al trabajo y al sueño. Llegué a amarlo, pero por
supuesto, no podía decírselo. Tuve que esperar, porque en ese entonces, así es como se
hacía. Estuve esperando, Isabel, durante mucho tiempo. Y ya sabes, sabía que él también
me amaba. Era un tonto con eso, como los chicos lo hacen. Y sabes, los hombres son más
tontos que los niños cuando están enamorados. Pero no le digas a tu padre que he dicho
eso. Estaba esperando y esperando. Y un día, cuando estaba muy impaciente porque no
había visto a mi dulce Luis en casi una semana, finalmente apareció en el patio de mis
padres, sosteniendo esta caja.
Estaba emocionada, pensando que vendría a proponerme matrimonio, o a darme
un regalo muy elegante.

Pero no, era sólo la caja. Una caja simple, no muy bien hecha. Estaba confundida.
Pero tu padre me dijo que, aunque me quería, no podía pedirme que me casara con él,
aunque quisiera. Primero tenía que terminar su aprendizaje y luego tenía que encontrar
suficiente trabajo para mantenernos. Mi padre respetaba eso y por supuesto le gustaba,
porque esperaba que encontrara otro chico más rico para casarme mientras tanto.

—Luis me dijo que la caja era una promesa. Una promesa de que se casaría
conmigo, un día. Por supuesto, tome la caja. Sí, le dije que lo esperaría. Intenté abrirla,
pero no se abría. Estaba cerrada con llave.

Mamá mete la mano en la parte delantera de su camisa y saca una llave de latón
en una cinta roja, la levanta de su cuello y me la entrega; todavía está caliente de su piel.

—Luis me dijo que ya había hecho el anillo con el que me propondría matrimonio
y que estaba en la caja. Había ahorrado y ahorrado todo su dinero, en lugar de llevarme
a citas caras o comprarme regalos para poder comprar el diamante y pagar a su
maestro orfebre por el oro, para poder diseñar y construir el anillo. Una vez más, intenté
abrir la caja, pero por supuesto, seguía cerrada con llave. Y fue entonces cuando Luis me
mostró la llave. “Cuando te pida que te cases conmigo, Camila, te lo pediré dándote esta
llave. Y si aceptas la llave, no sólo estás aceptando la llave de esta caja y el anillo que hay
dentro, sino la llave de mi corazón”.

Miro fijamente a la llave durante mucho, mucho tiempo. —¿Así que esta es la
llave? ¿Para abrir la caja?

Mamá Asiente. —Sí —Gira la caja en su regazo para que esté de cara a mí—.
Vamos, mija. Ábrela.

Inserto la llave, la giro; la cerradura se desengancha con un pequeño y silencioso


chasquido. Mamá levanta la tapa y jadeo. Dentro, en pequeñas bandejas de fieltro, hay
anillos de oro, collares de oro, pulseras de oro, pendientes de oro. Cada pieza es única,
adornada y hermosa. Hecho a mano por mi propio padre.

—Cada una de las cosas de la caja que tu padre me hizo y me dio en el


aniversario del día en que me pidió que me casara con él. Se arrodilló y me sostuvo la
llave, sosteniéndola con ambas manos como si fuera un caballero y yo su reina.

—¿Y dijiste que sí?


Mamá se ríe. —Bueno, ¡por supuesto, niña tonta! Te tuvimos, ¿verdad? —Cierra
la tapa, gira la llave para cerrar la caja y luego sostiene la llave en la palma de la
mano—. Esta llave, mija, vale más para mí que cualquier otra cosa en el mundo entero,
excepto tu papá y tú.

Me da la llave y esta vez la miro con más cuidado.

Es sólo una llave de latón, lisa, bruñida, sencilla. Sólo hay un simple juego de
dientes en el tallo, redondeados, viejos, desgastados. El arco de la llave, donde uno la
sostiene para girarla en la cerradura, es la parte más hermosa de la llave. Es un círculo,
pero dentro del círculo hay una flor ornamentada, simétrica, cuatro pétalos en los
cuatro puntos cardinales del círculo, conectados por una delicada filigrana, en el centro
un diseño de nudos.

—No creo que haya muchas mujeres en el mundo que puedan decir que tienen la
llave literal y física del corazón de su marido en una cinta entre sus pechos, mija. Lo que
me hace la mujer más afortunada del mundo, porque el corazón de tu padre... es lo que
hace que el mío siga latiendo cada día.

***

Retiro la mano, jadeando.

El recuerdo me quema, me pesa en el corazón. Dios, el amor que mi madre


tenía por mi padre... es asombroso.

Y esta llave, la ornamentada pieza con incrustaciones de diamantes en la base,


me recuerda a esa llave. Obviamente, porque despertó un recuerdo tan poderoso con
sólo tocarla.

Logan levanta el collar en sus manos, se mueve para ponerse detrás de mí.
Siento a mi madre, en ese momento, siento la forma en que se movería si mi padre le
pusiera un collar en la garganta. Recogería su grueso cabello negro como las alas de un
cuervo en sus manos, lo colocaría sobre un hombro e inclinaría su cabeza hacia
adelante. Papá sujetaría la presa con sus dedos gruesos pero ágiles, luego recogería el
pelo de mamá en sus manos y ella se recostaría contra él, lo miraría, estirando su
cuello para mirarlo a los ojos.

Mi pelo es demasiado corto para recogerlo en las manos, para cubrir mi


hombro, pero siento a Logan detrás de mí, siento sus dedos trabajando para abrochar
el cierre. Y soy mi madre en ese momento, apoyada en el hombre que amo, girando la
cabeza para mirar la cara de Logan, sintiendo el amor en sus ojos.

Logan acepta un pequeño espejo de mano y miro la llave, colgando justo entre
mis pechos. Es una cosa hermosa, la llave. Hecha de platino y oro blanco, con cientos
de pequeños diamantes alineados a cada lado desde el arco hasta el tallo. Los pétalos
de la flor dentro del arco son cada uno grandes diamantes en forma de lágrima y el
centro de la flor es un impresionante diamante amarillo cuadrado.

Logan me hace girar en su lugar. Sus ojos hacen la pregunta.

—Esto, Logan. Por favor... —Me gustaría poder explicar el significado, pero no
puedo. Todavía no. Necesito un momento o dos para procesar la memoria, para
interiorizarla.

Sólo necesito un momento a solas con el recuerdo, antes de compartirlo.

Escucho a Logan hablando con el empleado. El precio me sorprende: 22.000


dólares. Espero que regatee, por lo menos, pero Logan lo paga sin pelear, dándole a la
mujer una tarjeta para que la pase, firmando un recibo y luego me guía afuera.

Levanto la llave, la miro. —Lo siento, Logan, no sabía que costaría tanto.

Se ríe. —¿Estás bromeando? Me alegro de que hayas encontrado algo que te


guste. —Me levanta la barbilla y me mira con su único y brillante ojo azul—. Tengo
dinero, Isabel. Mucho. Más que suficiente. Podrías comprar durante semanas y no
causar ningún daño. Así que no te disculpes.

—Está bien. Me sorprendió cuando te dijo el precio.

—¿Significa algo para ti? —Lo dice en algún lugar entre una declaración y una
pregunta.

Asiento. —Sí. Yo... recordé algo más.

—No tienes que compartirlo, si no estás preparada, Is. Nunca me entrometeré,


¿de acuerdo? Estoy feliz de que no sólo estés creando nuevos recuerdos conmigo, sino
que también recuperes los viejos.
Estoy cerca de las lágrimas. Pestañeo de nuevo. —No sé cómo agradecerte,
Logan. Por el collar, pero también por el día de hoy. El viaje en ferri, por recuperar
algunos recuerdos. No puedo decirte lo que significa para mí.

—Eso es suficiente, Isabel. Te quiero. Cualquier cosa que pueda hacer, lo haré
—Se encoge de hombros—. Pero honestamente, parece que es suerte, más o menos,
¿sabes? No me proponía devolverte tus recuerdos ya que no hay forma de saber qué
desencadenará o no algo.

—No es suerte, Logan. Eres tú. Tú... —Tengo que pensar mucho en lo que estoy
tratando de decir—. Me estás dando vida.

Toca la llave donde descansa entre mis pechos. —Aparte de lo que obviamente
te provocó, es apropiado, ¿sabes? Porque no siento que te esté dando vida, sólo estoy...
abriendo puertas para ti. Desbloqueando la vida que ya estaba allí, para que puedas
vivirla.

Me toma de la mano y caminamos un rato. Finalmente, mientras hago la fila en


la tienda de Godiva, escogiendo chocolates, me siento lista para compartir el recuerdo.

Así que se lo cuento tal y como lo recordaba y puedo recitar las palabras de mi
madre al pie de la letra.

Cuando termino, Logan y yo estamos fuera otra vez, comiendo trufas. Logan se
calla unos cuantos pasos y luego se ríe suavemente, sacude la cabeza. —Demonios, eso
fue tierno. Tu papá tenía maneras, Is. ¿Le propuso matrimonio literalmente con la
llave de su corazón? Eso es romántico, hombre. —Se inclina cerca de mí, me lame el
chocolate por la esquina de la boca y luego me besa—. No puedo prometer que podré
inventar algo tan romántico, pero seguro que lo intentaré.

—No creo que nadie pueda estar a la altura de la norma que mi padre
estableció en ese sentido, Logan. Y no necesito que lo intentes. Sólo sé tú. Ámame y eso
siempre será mucho más que suficiente.

Me arrastra contra él, con su palma caliente y fuerte contra mi columna


vertebral. —Haces que sea fácil amarte.

—Casi consigo que te maten. Te he costado el ojo. ¿Cómo es que eso cuenta
como fácil?
—Los hombres han luchado guerras por el amor de una mujer, Isabel. Y créeme
cuando digo que eres el tipo de mujer por la que se pelean las guerras.

Es más fácil comprar después de eso. Me sigue de tienda en tienda, a veces


sugiriendo que entremos en una determinada. Compro vestidos, faldas, tops, zapatos,
todo muy caro. Logan nunca se anda con rodeos. He estado llevando la cuenta y si mis
cálculos son correctos, superamos los cien mil dólares hace tiempo. Logan está muy
cargado de bolsas, media docena en cada mano, una enorme colgando de su hombro.

Me da pena, aunque no ha dicho ni una palabra al respecto y, de hecho, parece


estar disfrutando activamente viéndome derrochar.

—Creo que ya he gastado bastante de tu dinero, Logan. Llevemos estas cosas a


casa.

Echa un vistazo a su reloj. — Me parece bien. Tenemos que cambiarnos para la


cena y el espectáculo de todos modos.

Atrapamos otro Uber a casa. Dejamos las bolsas, las clasificamos, elegimos un
atuendo para esta noche, nos desnudamos para ir a la ducha... y arriba en el
mostrador, debajo de Logan, nos hace llegar tarde a la reserva de la cena. No es que
me importe.

La cena es un asunto elegante en un lugar de lujo en algún lugar de la Hell's


Kitchen, según Logan. No recuerdo el nombre, ni las calles cruzadas. No me importa,
no hoy. Me importa la experiencia, dejar que Logan se ocupe de los detalles. Lo sigo a
pie desde nuestra casa hasta la estación de metro más cercana para mi primer viaje en
metro. Es una experiencia reveladora, sentada en los asientos mirando hacia adentro,
agarrada a la barra, observando la gran variedad de gente. Viejos, jóvenes, blancos,
negros, morenos, asiáticos, ricos, pobres, limpios, sucios, ensimismados, atentos. No
hay nada que los conecte a ninguno de ellos, a ninguno de nosotros, excepto este
momento en el tren.

Estamos subiendo las escaleras hasta el nivel de la calle ahora. Paso mis dedos
por los de Logan y comparto una parte de mis pensamientos. —Cuando vivía en el
condominio de la torre de Caleb, había muchas, muchas horas de mi vida que estaban
completamente... vacías. Uno sólo puede leer por un tiempo limitado, ¿sabes? Uno de
mis únicos pasatiempos era mirar por la ventana y ver a la gente ir y venir. Nunca
faltaban transeúntes, así que me quedaba horas en la ventana, viéndolos pasar.
Imaginaba vidas para ellos, creaba historias enteras sobre ellos. Todavía lo hago, a
veces. Si tengo problemas para procesar mis emociones, o simplemente estoy
abrumada, acabo mirando a la gente e imaginando historias para ellos. Crearía estas
elaboradas historias para los extraños que caminan bajo mi ventana, supongo, porque
no tengo una historia propia.

Logan Asiente. —Hay una palabra que resume esa idea: sonder. Es la
realización o comprensión de que cada persona que pasa a tu lado o que se sienta a tu
lado en el tren o lo que sea, que cada uno tiene su propia vida, su propia red compleja
de amigos y familiares, sus propias historias. Me imagino que cada persona tiene un
hilo que le sigue y es un hilo enredado, anudado y entrelazado con un millón de
madejas individuales, pero si pudieras seguir ese hilo, finalmente, de alguna manera,
se cruzaría con el tuyo. A veces es sólo ese momento individual, en el que tú y esa
persona ocupan el mismo espacio por un solo latido y otras veces esa persona puede
estar más íntimamente conectada a ti de una manera que nunca habrías imaginado.

—Sonder. Me gusta esa palabra.

En este momento, estamos en el restaurante, donde nos dicen que será una
espera adicional ya que llegamos unos minutos tarde a nuestra reserva. Logan se
inclina cerca de la encargada, una atractiva joven con un vestido que revela más de lo
que cubre, tiene una breve conversación susurrada que también involucra un soborno
subrepticiamente pasado. No sé qué dijo o con cuánto sobornó a la encargada, pero
está claro que funcionó ya que nos lleva a una mesa vacía inmediatamente.

Cuando estamos sentados y Logan nos ha pedido una botella de vino, le


pregunto sobre ello. —¿Qué le dijiste a la camarera? ¿Y cuánto la sobornaste para
conseguirnos esta mesa?

Logan se ríe. —Oh, no la he sobornado. Sólo le mostré mi tarjeta de visita.

Desliza una de su cartera y me la entrega. Lleva su nombre, un número de


móvil, una dirección de correo electrónico y nada más.

—¿Y? No entiendo.

Golpea en la parte inferior del menú: Propietario y administrado por Ryder


Enterprises, LLC.

—Este fue el primer negocio que empecé, cuando me mudé a Nueva York al
salir de la cárcel. Pensé que un restaurante era una apuesta segura para un exconvicto,
¿no? Mientras la comida y el servicio sean buenos, el ambiente tranquilo y la
atmósfera agradable, a la clientela no le importará si el dueño tiene o no un historial
de arrestos.

—¿Así que eres el dueño de este restaurante?

Se encoge de hombros. —Sí. De hecho, trabajé como gerente durante el primer


año que estuvo abierto, también. Tenía un capital limitado y no quería que todo se
fuera al traste. Así que me lo tomé con calma. Me involucré directamente, me aseguré
de que este lugar fuera estable, me aseguré de contratar personalmente un gerente de
calidad, un buen personal de camareros, un gran jefe de cocina. Una vez que estuve
seguro de que este lugar daría ganancias, empecé a husmear para mi próximo
emprendimiento, pero me mantuve involucrado aquí todavía, más como el dueño que
como el gerente, en ese momento. Ahora, con toda la otra mierda que tengo,
raramente estoy aquí, pero me imagino que ya que soy el dueño del lugar, podría
aprovecharlo, ¿verdad?

—Creí que habías vendido los negocios una vez que estaban dando ganancias.

Sacude la cabeza. —No todos. Una de las cosas más importantes como
empresario es asegurarse de tener siempre múltiples fuentes de ingresos. Nunca
confíes sólo en una empresa, si puedes evitarlo. Diversificar, diversificar, diversificar.
Así que he mantenido la propiedad de... oh, una docena o más de varias empresas. Este
lugar, una cadena de autoservicios en el medio oeste, Detroit, Chicago, Milwaukee, esa
región. Hay una empresa de seguridad para famosos de la lista B en Hollywood... Dios,
es difícil recordarlos a todos. No tengo nada que ver con el día a día del noventa y
nueve por ciento de ellos. Todos son propiedad de las Empresas Ryder, que es,
básicamente, una corporación de gestión. Tengo todo un equipo de expertos en
eficiencia, oficiales de transparencia, especialistas en resolución de problemas,
gerentes de cuentas de ventas, cosas así. A menos que haya un gran problema, sólo
tengo que presentar los impuestos y obtener los beneficios. Oh, hay una cadena de
cines en el sur, en un pueblo pequeño, una sola pantalla. Un par de franquicias de
gasolineras, tres, no, cuatro, concesionarios de coches de lujo, uno aquí en Manhattan,
uno en Atlanta, uno en San Diego y... mierda, ¿dónde está el último? Seattle.

Arrugo mi frente mientras bebo un sorbo de vino, el único medio vaso que me
permito. —Creí que habías dado la vuelta a otros negocios... Estoy confundida otra
vez. ¿Qué es lo que haces realmente, Logan?

Esto me hace reír. —Después de salir de prisión, tenía una buena parte del
capital inicial escondido en las Bahamas, una de esas cuentas privadas, en el
extranjero, numeradas. Estuve desviando mis ingresos allí a través de una complicada
red de transferencias mientras trabajaba para Caleb. Seguridad, ¿sabes? Necesitaba
saber que, si algo salía mal, tendría algo de dinero para empezar de nuevo. Bueno,
menos mal que lo hice, porque obviamente, algo salió mal y tuve que empezar de
nuevo. Y comencé de nuevo empezando de a poco. Este era un restaurante que se
desmoronaba cuando lo compré. Era un lugar de sushi, creo y no uno grande. Así que
lo desmonté, remodelé el interior, le di una nueva identidad. Un menú simple pero
elegante, eficiente, con un buen servicio. Invertí tal vez un cuarto de mi capital en este
lugar entre la compra y la remodelación, pero empezó a darme un beneficio decente
en tres años. Sin embargo, al final del primer año era estable y estaba subiendo de
categoría, así que supe que era bueno empezar a buscar mi próximo proyecto, que era
el concesionario de coches aquí en Manhattan: BMW, Lexus y Range Rover. Alto costo
inicial, pero rápidos retornos. —Me mira a la cara—. ¿Te estoy aburriendo?

—Más o menos, sí —admito—. No soy una mujer de negocios.

—Bien, versión corta, entonces —Toma un trago de vino, hace una pausa para
que podamos ordenar nuestra cena y luego comienza de nuevo—. Empecé comprando
negocios, cualquier cosa que pudiera encontrar que pudiera permitirme y que pensara
que daría un rápido beneficio. Una vez que recuperaba mi inversión de cada negocio
que compraba, invertía en otro. Y mientras tanto, cada negocio me daría una ganancia,
aumentando el colchón entre mi inversión y mis ingresos. Invertiría, reestructuraría si
fuera necesario, me involucraría para asegurarme de que funcionara y luego pasaría a
la siguiente empresa después de estar seguro de que la compañía podría funcionar sin
mí. Viajé mucho en esos primeros años. Era un propietario de negocios independiente,
esencialmente y eso era todo. Pero después de unos años, mis ingresos eran
suficientes y mi diversidad de negocios era lo suficientemente amplia como para que
pensara que sería seguro dejar que esa expansión de empresas fuera mi estabilidad,
así que establecí Ryder Enterprises, la compañía de administración, para que las
dirigiera sin mi aporte. Y entonces empecé a hacer lo que hago ahora, que es lo que
viste, lo que te he dicho sobre las corporaciones de volteo. Mayormente acciones,
tecnología, inversiones, análisis de valores, cosas de cuello blanco de alto nivel. Hay
millones de empresas ahí fuera, miles sólo aquí en Nueva York. Y en un momento
dado, siempre hay algunos que apenas lo están logrando. Los compro a un precio muy
bajo ya que están a punto de hundirse y luego, o bien muevo las cosas internamente
para que empiecen a generar beneficios, o bien las desmonto y transfiero sus cuentas
a otra empresa, normalmente una de mi propiedad, que luego vendo con beneficios.
¿Alguna vez has visto Pretty Woman? Soy como el personaje de Richard Gere en esa
película, sólo que... espero que menos idiota de lo que era.

—¿Qué pasa con la gente que trabaja para los negocios cuando los desmontas?
—Bueno, eso es lo que me distingue. Siempre me aseguro de que haya un lugar
para que todos aterricen. Tengo todo un equipo dedicado a las referencias, a conectar
a los empleados con los cazatalentos, cosas así.

—Así que este restaurante, las gasolineras y los cines, ¿son sólo tuyos?

—Correcto. Son la estabilidad de los ingresos. Así que incluso si cometo un


error colosal, hago una mala inversión y pierdo un montón de dinero, las empresas
Ryder pueden mantenerme cómodamente. —Mueve la cabeza de lado a lado—.
Pueden sostenernos con comodidad, quiero decir.

Espero que Logan no pague la cuenta ya que es el dueño del restaurante, pero
en vez de eso la paga y deja una propina bastante significativa a la camarera, que no
creo que tuviera ni idea de que estaba sirviendo al dueño.

Y luego una larga caminata manzana tras manzana de vuelta al distrito de los
teatros. Tomamos nuestros asientos justo cuando se bajan las luces de la sala.

El espectáculo es... diferente a todo lo que he experimentado. Rebosante de


energía, música que se eleva y abarca los orígenes del Medio Oriente de la historia. ¡El
baile! ¡El canto! Es demasiado y quiero cantar y bailar con ellos. El Genio,
especialmente, es una delicia, una energía tan salvaje, alegre, frenética, una presencia
que domina el escenario, todo el teatro.

Estoy delirando al salir del teatro, charlando más de lo que creo desde que
desperté del coma. Logan está escuchando, atento, pero parece contento de dejarme
hablar, de disfrutar de este raro ataque de efusión de mi parte.

Ya son más de las diez, pero la ciudad sigue frenética, bulliciosa. Las luces
parpadean, las voces se elevan en un agradable estruendo. Un policía en un enorme
caballo negro pasa trotando, vigilante, alerta. La multitud que sale de los teatros se
apodera de las calles, así que los coches que intentan ir de una avenida a otra deben
pasar lentamente entre las manadas de espectadores. Hablo de mis canciones
favoritas, del Genio, de lo divertido que fue el espectáculo, de cómo Logan tiene que
llevarme a ver todos los espectáculos para los que tenga tiempo.

Mientras tanto, Logan tiene mi mano y nos lleva a un lugar específico.

A un lugar en el corazón del distrito teatral llamado Junior's. Está lleno de


gente, todas las mesas están ocupadas y las azafatas le dicen a la gente que hay que
esperar de 20 a 30 minutos como mínimo. Logan pone su nombre y luego me
encuentra un asiento, se para frente a mí. Me he quedado sin palabras a esta hora, sin
embargo y ahora estamos en silencio.

Pero también me gusta esto, que podamos sentarnos juntos en silencio,


contentos de estar simplemente.

Parece que Junior's es famoso por su tarta de queso y Logan no tiene que
pedirme dos veces que me convenza de pedir un trozo de tarta de queso de chocolate.
Que, cuando llega con el café de Logan y mi té, es gigantesco. Más tarta de queso de la
que creo que una persona debería ser capaz de comer de una sola vez; eso es lo que
pienso cuando llega, al menos. Pero, aun así, cuando dejo el tenedor, me lo he comido
casi todo.

Con la tarta de queso comida, Logan paga la cuenta y una vez más deja una
fabulosa y generosa propina y luego me lleva de vuelta a Times Square, que por la
noche es un lugar simplemente mágico. Las luces, la forma en que los monitores
brillan, parpadean y se mueven, los anuncios de todos los espectáculos, el aire
contagioso de vivacidad que infunde a la multitud... es verdaderamente mágico. Nos
sentamos en los escalones y observamos a la gente y me tomo el tiempo de procesar
todo lo que he experimentado hoy. El ferri, los recuerdos que he recuperado, el collar
de la llave, que ahora se encuentra entre mis pechos, exactamente como mamá llevaba
el suyo.

Estoy sentada un paso por debajo de Logan, entre sus rodillas. Lo levanto, lo
giro y lo beso hasta que alguien nos grita y alguien más nos dice que consigamos una
habitación. Aliso mi palma sobre el rastrojo de su mejilla. —Logan, sé que ya lo he
dicho, pero muchas gracias por lo de hoy. Fue... Creo que fue el mejor día de mi vida.

Los ojos de Logan bajan hasta mi escote, pero el brillo especulativo de sus ojos
me dice que está mirando más a la llave y me pregunto qué está pensando.

¿Matrimonio?

Voy a tener un bebé, posiblemente suyo.

Y posiblemente... no suyo.

¿Y qué es lo que quiero?


Pertenecer a Logan para siempre, por supuesto. Ser total e irrevocablemente
suya. Saber que no importa lo que la vida nos arroje, estaremos juntos, codo con codo,
mano a mano, vidas enredadas y trenzadas e intrínsecamente entrelazadas.

Sí, quiero casarme con Logan.

Y no puedo esperar a descubrir cómo me lo pedirá. Porque lo hará.

Sé que lo hará.

Es sólo cuestión de cuándo y cómo.

No estoy impaciente, me doy cuenta. Me lo pedirá a su manera, a su tiempo. Y


no me decepcionará, porque Logan es incapaz de decepcionarme.

El amor es paciente, recuerdo haber leído en alguna parte.


8
Más de cuarenta y ocho horas más tarde, temprano en la mañana. Cuatro y
trece de la mañana, así lo dice el reloj digital de la mesita de noche de Logan. Hay un
golpe en la puerta. Un puño, golpeando salvajemente. Cocoa se vuelve loca en su
habitación, arañando la puerta, ladrando como un demonio. Gruñendo. Logan está
fuera de la cama, tirando de los vaqueros, corriendo hacia la puerta.

—Mierda —le oigo murmurar en voz baja.

Estoy con una de sus camisas, el dobladillo llega a la mitad del muslo. Mirando
detrás de él, como si pudiera ver a través de la puerta. Pero la bola de plomo que se
hunde en mi estómago me dice quién está al otro lado.

La maldición de Logan me lo dice.

Abre la puerta de un tirón, mete su cuerpo en la rendija. —¿Qué carajo quieres,


Caleb?

—Lo que es mío. —Su voz es furiosa, como un gruñido de animal.

—Amigo. Ya hemos hablado de esto. La dejaste ir, ¿recuerdas? Ella está


conmigo ahora. Es lo que ella quiere. Sólo... déjala ir. Por favor. Por ella.

Un momento de silencio y una explosión de violencia. Logan es golpeado hacia


atrás y luego se está lanzando a través de la puerta. Me encogí contra la puerta de
Cocoa. Ella esta salvaje, ladrando, gruñendo, luchando. Derribando la puerta como lo
hizo cuando Logan no estaba.

No esto. No otra vez.

Logan está de pie, sangrando por el labio. —Retrocede, hijo de puta. Vete antes
de que esto se complique, ¿eh?

Pero tú eres un rayo, eres una serpiente que golpea. La pistola se dispara, un
borrón negro, la punta se atascó en el mentón de Logan. —No fallaré una segunda vez,
Ryder.
Tuerces el cañón en la carne de Logan. Giras y me miras. Tus ojos brillan, tus
labios se rizan. —X. Ven aquí. Ahora.

Me pongo de pie. Enderezo mi columna vertebral. —No, Caleb. Se acabó. No


quiero verte más. Nunca más.

—Isabel. —Esto, de tu parte, es una súplica. Baja, viciosa, desesperada—. Me lo


debes.

—No. —Le hago un gesto a Logan—. Lo amo. Si lo matas, tendrás que matarme
a mí también.

—Isabel —gruñe Logan.

—No. Cierra la boca, Ryder. —Tu voz es un gruñido rabioso y escandaloso.


Áspero e inestable. Para mí, entonces—: Isabel.

Te alejas de Logan, pero el arma sigue apuntando a él. Por mí. Tropezando, casi.
Inusualmente descoordinado. No estás borracho; tus ojos están lúcidos. Locos. Locos.
Ni siquiera lo sé. Miro a Logan. Le suplico en silencio que se quede quieto. No
permitiré que le dispares de nuevo.

—No necesitas el arma, Caleb. —Me aseguro de que mi voz sea fría, tranquila.

—¿Vendrás conmigo?

—No.

—Entonces necesito el arma. Tú eres mía. Vendrás conmigo. —Tu voz no es…
tuya. No la de Caleb. Casi como si estuvieras retrocediendo. Convirtiéndote en Jakob,
de alguna manera. Alguien menos refinado, menos en control. El checoslovaco se
muestra en su ritmo y dicción.

—No puedo, Caleb. No te pertenezco. Ya no. Ahora estoy con Logan.

Un gruñido y nivelas el arma en Logan. —Entonces está muerto. Ya debería


estar muerto. No puede tenerte. Sólo yo.

—Caleb, por favor. —Toco su muñeca. Le insto a que baje el arma —. Por favor,
no hagas esto. No lo hagas.
Tu mano se agarra a mi muñeca. Me sacudes con fuerza, así que vuelo por el
aire, aterrizo contra ti. —Mía, sólo mía. No de él.

—Caleb, suéltame. Me estás haciendo daño.

—¡Déjala ir, imbécil! —grita Logan.

Las garras de Cocoa están clavadas en la puerta.

Logan se lanza de nuevo y tú disparas. Fallas. Aparece un agujero en la pared a


la izquierda de Logan.

—Sólo una advertencia. Para ella. Regresa. —Me agarras por la garganta.
Girándome para que mi espalda esté frente a ti. El arma golpea a Logan. Tus dedos me
aprietan la garganta. No puedo respirar. No creo que te des cuenta de lo que estás
haciendo.

—Déjala ir Caleb, —murmura Logan con cuidado. Voz baja, lenta, suave—.
Déjala ir. La estás lastimando. La estás asfixiando.

Miras hacia abajo, me dejas ir para comenzar. Pero luego me agarras una vez
más, esta vez una de mis muñecas, la otra, agarrándola en una de tus manos detrás de
mi espalda. Me empujas hacia la puerta.

—Caleb. —Empiezo.

—Silencio. —Me empujas a la puerta. Dejándome ir. Giras para cubrir a Logan
con el arma—. Tú. De rodillas.

—No va a pasar, hombre. Puedes dispararme si ese es tu juego. Ya lo hiciste


una vez. Sobreviví a eso.

—No sobrevivirás a una bala en tu cerebro —dices y abres de golpe la puerta


principal.

La alarma ha estado sonando todo este tiempo. Ni siquiera me di cuenta hasta


ahora. No creo que nadie lo haya hecho.

Logan mira con agonía en su cara, viendo como Caleb me lleva una vez más.

—¡Caleb, espera! —implora Logan.


—No hay que esperar. Ella es mía. —Este no eres tú. Es Jakob, alguien que no
conozco. Alguien a quien puedo predecir incluso menos que a Caleb.

—No lo entiendes, Caleb. Isabel esta… —Se pone de frente, aceptando el cañón
del arma de Caleb en su frente.

—Está embarazada.

Te quedas quieto como una piedra. Tus ojos buscan a Logan. Yo, entre ustedes,
veo esto. Ve la búsqueda de la verdad en tus ojos en los de Logan.

—No. —Sacude la cabeza. Una negación. Una negativa a aceptarlo.

—Sí, Caleb —le susurro.

—¿Suyo? —Giras tu mirada hacia mí.

—N- no lo sé —Me desprecio a mí misma por tener que admitir esto—. Podría
ser cualquiera de los dos. No hay forma de saberlo, todavía.

Un momento de silencio congelado y tenso.

—Kurva5 —Esto es en un idioma que no conozco; checo, lo más probable. Tiene


el tono de un sobrenombre.

—¿Un bebé?

—Sí. —Me doy vuelta en el lugar, te miro.

—Kurva, un bebé —Me miras con desprecio, como si fuera una criatura que
nunca has visto antes.

Hay una profundidad en tus ojos, una agonía mortal en esos estanques
marrones oscuros que es horrible ver en un hombre tan cerrado y estoico. Busca en
mi cara. Las manos a los lados, el arma sostenida casualmente, fácilmente, olvidada.

—Isabel… —Esto, de ti, es un susurro. Una súplica. Un momento de debilidad.


Una caricia, con una palabra. Suavidad de una piedra. Amor, incluso, de una hoja de
afeitar.

5 Kurva: palabra polaca que significa puta madre.


Y luego, sin una palabra, te vas. Sólo… te has ido. Te das la vuelta y huyes.
Corres rápido, desesperadamente. Doblas una esquina y te vas.

Logan y yo te miramos fijamente.

Logan me rodea con sus brazos, me lleva dentro. Me carga. Me pone en el sofá.
Deja salir a Cocoa, que me huele y luego a Logan, con la cola movida, murmurando
suavemente, lloriqueando.

—¿Qué demonios fue eso? —pregunta Logan, tomando un asiento a mi lado y


enroscando sus brazos alrededor de mí, tirando de mí contra su pecho.

Sacudo la cabeza. —N… No lo sé. Se está desmoronando.

—Ciertamente parecía… inestable.

—Fue aterrador. Ese no era Caleb. No se parecía en nada al hombre que he


conocido estos últimos seis años. Él siempre está tan… en control. Fuerte. Estoico. Sin
emociones. —Hago un gesto vago—. ¿Eso? Eso fue… Estoy preocupada. Por él. Por mí,
por nosotros. Nunca supe muy bien lo que podría hacer, pero ahora… Después de
verlo así... tengo miedo.

—Comprensible. Esa fue una de las cosas más raras que he experimentado. —
Lo siguiente es más para él que para mí.

—Es casi como si tuviera múltiples personalidades o algo así. Ser tan
completamente diferente a él mismo…

—¿Qué es eso?

Me mira. —¿Qué? Oh. TID, trastorno de identidad múltiple. Desorden de


personalidad. Es cuando una persona pasa por algo tan extremadamente traumático
que la mente como que… separa las cosas en cierto modo. Corta la parte de la mente
que contiene esos recuerdos. Pero en lugar de suprimirlos o reprimirlos o lo que sea,
la mente creará una personalidad diferente, una entidad psicológica completamente
nueva que es más fuerte, que puede lidiar con el trauma o lo que sea. ¿Si… Jakob, el
tipo nacido en Praga, pasó por algo realmente horrible, pudo haber creado a Caleb
como una forma de lidiar con ello. Si Jakob se sintió abrumado, débil, victimizado y
fuera de control, ¿habría creado una personalidad como Caleb sabes?
—Alguien fuerte, dominante, en control. Y ahora, al perderte, de alguna manera
ha fracturado el control de Caleb sobre Jakob, si sabes a lo que me refiero. Como si
Caleb hubiera tenido el control todo este tiempo y ahora Jakob se está abriendo paso.

—¿Crees que es así?

Se encoge de hombros. —Quiero decir, todo es especulación. Sólo un


cualificado psicólogo podría realmente diagnosticar algo así. Es una suposición
totalmente descabellada. Caleb podría estar perdiendo la cabeza en un sentido más
normal. Sólo… se está volviendo loco.

—Me preocupa, de cualquier manera. Nunca le he sacado ni una sola pista de


nada de esto hasta hace poco.

—No hay manera de saber realmente, por desgracia. Y ya no es tu problema. Tu


preocupación ahora es estar sana. Cuidar de este bebé.

Exhalo lentamente, una respiración temblorosa—. El bebé. —Me pongo la


mano en el vientre—. No se siente real. Y yo no… Ni siquiera sé qué sigue.

—Bueno, te conseguimos un médico, número uno. Asegúrate de que estás sana,


todo eso. Y luego, número dos, creo que deberías hablar con alguien. Un terapeuta.
Intenta darle algún tipo de sentido a… todo. Y eventualmente, necesitas tomar algunas
decisiones con respecto a tu futuro y nuestro futuro.

—¿Qué decisiones?

—Bueno, te has quedado aquí por defecto, porqué no había ningún otro lugar.
¿Pero es eso lo que quieres? ¿Cómo quieres estructurar tu vida? ¿Quieres seguir
viviendo conmigo aquí? ¿Quieres seguir trabajando para que el comportamiento
despegue, o el hecho de estar embarazada lo cambia?

—Dios, Logan. Eso es demasiado. Demasiadas preguntas. No lo sé. ¡No sé nada


de eso! —Me siento sofocada, mis pulmones comprimidos, mi mente atiborrada de un
remolino tan salvaje de pensamientos y emociones que no puedo pensar, no puedo
quedarme quieta, no puedo soportar más.

Me pongo en pie, me alejo. —Necesito salir de aquí. Me siento loca. Es


demasiado. —Me agarro la cabeza con ambas manos, sintiendo como si el peso
aplastante de todo lo que es mi vida estuviera a punto de estallar fuera de mi cráneo—
. Ya no puedo estar aquí. Tengo que… no lo sé. No lo sé.
Podría gritar por el peso de todo esto. Caleb, Logan, el bebé, mi pasado… y la
falta del mismo. Los breves fragmentos de memoria que insinúan una maravillosa
infancia y los no tan agradables destellos de algo mucho más nefasto entre Caleb y yo.
Mentiras. Verdades. Tapices ilusorios tejidos con madejas de mentiras y verdades. Seis
años, nueve años. Un asaltante, un accidente de coche. ¿Lo conocí antes? ¿Causó el
accidente de alguna manera? ¿Todo esto ha sido una trama de su imaginación? ¿Cómo
puedo cuidar a un niño cuando ni siquiera soy una persona, sino un fantasma, una
pizca de alma perdida en el limbo? No soy nadie, no soy nada. Soy la Noche Estrellada
y Madame X. Soy una chica con la cabeza afeitada en una cama de hospital. Soy una
pizarra en blanco, una tabula rasa6 en la que un misterioso hombre llamado Caleb
Índigo ha grabado su huella. Soy Rapunzel, encerrada en la torre, de pelo negro en
lugar de rubio. Soy Bella, prisionera de una bestia, una cosa de sombras y magia y
carnalidad primitiva. El menor de los temas que me componen es Isabel.

Logan está a mi lado, agarrándome, girándome para enfrentarlo. —Mírame,


Isabel. —Me levanta la barbilla con la punta de un dedo—. Respira. Respira. Mírame y
tómate un momento.

Me concentro en la respiración, me concentro en la mirada de Logan, el


brillante índigo me tranquiliza. Encontró su parche en algún momento, el de cuero
marrón. No recuerdo que se lo pusiera. La verdad es que es un alivio cuando se lo
pone. Me siento fatal por ello, pero mirar la herida desnuda, cruda y cicatrizante es…
demasiado. Demasiado difícil de mirar. Me revuelve el estómago saber lo cerca que
estuvo de la muerte.

Pero esa línea de pensamiento sólo me molesta más.

¿Estoy llorando, una vez más? He llorado mucho, últimamente.

Me siento desganada. Te veo, una y otra vez. El hombre de la torre, vestido


impecablemente, el amo de su mundo. La bestia en celo, el controlador, el
conquistador sexual dominante, el hombre que puede atrapar mi mente y mi cuerpo y
mis emociones, doblarme a tu voluntad, ponerme de rodillas y de espalda. El
silencioso agresor, el hombre que siempre se saldrá con la suya. El hombre de la
habitación tres, de rodillas detrás de Rachel, follándola por detrás, tus ojos en mí, los
ojos de Rachel en mí. Rachel lo disfrutó, sabiendo que yo estaba mirando. Y tú
también. Te veo, Caleb. No veo a Jakob. No hasta la noche en mi habitación, hace un

6 Tabula Rasa, es una tablilla sin inscribir. Para expresar la acción de no tener en cuenta hechos
pasados.
mes. Cuando no me cogiste, no me controlaste, sino que me besaste y me hiciste el
amor y dijiste mi nombre con algo de reverencia. La forma en que te cerraste
abruptamente cuando dije el nombre “Caleb” en vez de “Jakob”. No eras tú, entonces.
Era un hombre al que podría haber amado. Quizás ese fue el hombre que amé, cuando
era Isabel, la primera vez, la Isabel de dieciséis años, la chica errante, que saltaba de la
escuela y se encaprichaba de un hombre mayor. Te veo a ti, la criatura confundida,
inestable y violenta que acaba de estar aquí. Gritando, maldiciendo en checo,
tropezando con tus propios pies. Huyendo.

—Basta. —Logan me levanta en sus brazos.

Y lo dejé.

Me deposita en el baño, en la tapa cerrada del inodoro. Empieza a ducharse.


Ajusta el agua. Me pone de pie, me desabrocha la camisa. Me mete bajo el chorro. Esto
no es sexual. Ojalá lo fuera, me gustaría que me distrajera de mis pensamientos. Pero
no lo es. En su lugar, me lava suavemente, me pone champú en el pelo, lo enjuaga y me
envuelve en una toalla. Me seca, frotando y dando palmaditas y frotando. Me guía
hasta el dormitorio. Me siento en el borde de la cama y observo cómo coge la ropa del
armario y del escritorio. Su ropa, la mía. Ropa interior, camisetas, vaqueros, calcetines.
Ropa para varios días. Y luego me viste.

Soy una pequeña ayuda, mi mente se ha apagado. Estoy contenta de hacer lo


que Logan quiera, que me lleve a donde quiera. No puedo soportar nada más. Desliza
la ropa interior por mis piernas. Desliza mis brazos a través de las tiras de un sostén y
yo coopero en sujetarlo el resto del camino. Me da un par de vaqueros y un suéter. Me
los pongo mientras Logan se ducha, una ducha rápida militar. Tres minutos, como
mucho. Sale desnudo, con el pelo húmedo. Se viste con eficiencia militar, se ata el
cabello y mete la ropa en una maleta negra de costado duro. Sin embargo, no dobla la
ropa, sino que la enrolla en rollos apretados. Me doy cuenta de esto y lo encuentro
extraño. Y luego, empacado y vestido, hace dos llamadas telefónicas. Una, a Beth.
Arreglando que Cocoa sea atendida por unos días y para asegurarse de que la oficina
sepa que estará fuera de contacto y fuera de la ciudad, para manejar lo que surja lo
mejor posible, deja un mensaje de voz en caso de emergencia. La siguiente llamada es,
por lo que puedo decir, para arreglar un vuelo a algún lugar. Saliendo ahora, hoy.

¿Qué hora es? ¿Mañana? ¿Noche? No lo sé. Miro el reloj de la mesita de noche:
5:05 a.m. Cincuenta y dos minutos desde que llamaron a la puerta por primera vez.
En el auto, entonces. El Mercedes SUV de Logan. Radio apagada, calefacción
encendida. El aire exterior es frío y el interior del todoterreno es frío. Todavía está
oscuro.

Un largo, largo viaje en silencio. Logan conduce con su mano izquierda,


sostiene mi mano con la derecha, los dedos se enredan. Eventualmente inclino mi
asiento hacia atrás y adormezco, pero no suelto su mano.

Me despierto y estacionamos… No sé dónde. Nada hasta dónde puedo ver. El


cielo es gris ahora, un tinte naranja-rosado en el horizonte. Un edificio a mi derecha,
largo, alto, imposiblemente grande. Luces azules en líneas y filas alrededor. A mi
izquierda, un avión. Un avión, pero no uno grande. Pequeño, sólo cuatro o cinco
ventanas y una abertura con una escalera que se puede rodar. Las luces parpadean y
los motores rugen.

Logan abre mi puerta y alguien más saca la maleta del maletero. Subiendo las
escaleras, la mano de Logan en mi espalda. El interior del avión es lujoso. Seis pares de
asientos, en filas de dos, un pasillo entre ellos. Cada asiento es profundo, tapizado en
cuero cremoso. Alfombras de felpa. Un enorme televisor. Una mujer en uniforme,
esperando, con las manos juntas a la espalda.

—Bienvenido, Sr. Ryder. Me llamo Amanda. Será un absoluto placer servirle a


usted y a su invitada esta mañana. Por favor, siéntese. ¿Puedo ofrecerle un café, para
empezar? —Su voz es brillante y alegre.

Me siento en la fila del medio, contra la ventana. Sólo presto atención en parte a
Logan hablando con la azafata. Una taza es presionada en mi mano; té, muy caliente.
Toma café cuando se sienta a mi lado.

—¿Isabel? —Su voz, cálida como el sol, preocupada—. No has dicho una
palabra en mucho tiempo.

—Todo es demasiado.

—Duerme, entonces. Tenemos un largo vuelo por delante.

Debería preguntar a dónde vamos, pero no parece que sea capaz de sentir
curiosidad en este momento. Veo el amanecer por la ventana mientras Logan habla
con el capitán, discutiendo los patrones de vuelo o algo así. Logan me abrocha el
cinturón. El avión se mueve y luego la velocidad me presiona en mi asiento, mi
estómago se hunde y estamos en el aire. Arriba, arriba, sobre las nubes.
Cuando ya no estamos subiendo, Logan me desabrocha, coloca una almohada
en su regazo, me quita mi té ahora frío y me tira para que me tumbe en su regazo.

Floto, me dejo llevar, duermo.

Me despierto en Barcelona, España.


9
El BMW convertible plateado está esperando cuando Logan me sacó del avión.

Al principio, nada se registra. No cuando Logan introduce una dirección en el


sistema de navegación. No cuando dejamos atrás el aeropuerto. Hace calor y el viento
en mi pelo es relajante.

Nada en el camino de salida del aeropuerto se registra como familiar.

Pero entonces, después de lo que parece una eternidad, algo parpadea dentro
de mí. Como una bombilla atornillada a una lámpara cuyo interruptor se ha
encendido, de modo que la bombilla parpadea a la vida, muere, parpadea de nuevo. El
mar está a nuestra izquierda. La playa, separada de la carretera por una amplia franja
de hierba de dunas. A nuestra derecha, edificios de condominios blancos, de tres y
cuatro pisos de altura, protegidos por palmeras y arbustos. Esto es lo que causa el
parpadeo, el tenue brillo. El cielo es ancho e interminable y azul, salpicado de nubes.
Hay gente en la playa, familias, parejas y solteros. Un ciclista, un grupo de ellos.
Alguien corriendo a un lado de la carretera.

Conozco este lugar.

He estado aquí.

He conducido por este mismo camino. He visto este apartamento antes, esa
colina de arena cubierta de hierba de dunas que lleva a las azules olas del
Mediterráneo. No lo recuerdo, no precisamente. Sólo… lo siento. Lo siento en mis
huesos, en mi sangre y en mi alma. No es doloroso, como espero que sea.

Es… calmante.

Confortante.

Nunca me he sentido como en casa, pero el mar, el sol, la arena… me resulta


familiar.

Logan sale de la carretera principal a una calle lateral más pequeña, que a su
vez conduce a una estrecha avenida rodeada de sombras proyectadas por un
enramado de altos árboles. Unos pocos metros más debajo de esta avenida y luego en
una entrada que conduce a un edificio de condominios. Hay un teclado; Logan
consulta su teléfono, toca algunos números; una puerta se abre a un lado,
admitiéndonos.

Recepción, Logan hablando en un español incierto. Deformado. —Hay una


reserva para una habitación, por favor, bajo el nombre de Ryder.

La recepcionista, una mujer, pone una sonrisa forzada, intentando descifrar lo


que dice.

Sin pensarlo, me entrometo, digo las primeras palabras en muchas, muchas


horas. En español. —Tenemos una reserva, creo. Bajo Ryder, R-Y-D-E-R.

Logan me mira fijamente, aturdido. —¿Hablas español?

—Aparentemente. —Agacho la cabeza —. Lo descubrí con Caleb. Dijo algo,


contándome una historia de cómo nos conocimos, una de sus mentiras, o tal vez la
verdad, no lo sé. Dijo algo en español, pude entenderlo. Dijo algo más y yo también lo
entendí.

—Así que ahora mismo, estaba…

—Haciendo un desastre, sí. —Trato de sonreír, para disminuir el aguijón del


insulto.

Él sólo se ríe. —Sí, bueno, solía hablarlo con fluidez, pero eso fue hace veinte
años y era más que nada español-inglés a nivel de calle. Suficiente para saber cuando
estaba siendo insultado por mis compañeros hispanos e insultarlos de vuelta.

—Muy diferente de lo que se habla aquí, supongo.

—Sí, Supongo.

La recepcionista tiene nuestra llave, me habla ahora, hace un discurso sobre los
cargos incidentales, el servicio de habitación y el ascensor, luego me da la llave. Me
doy cuenta, mientras Logan lleva la maleta y se dirige al ascensor, que la recepcionista
hablaba rápidamente y que la seguí sin esfuerzo, sin darme cuenta de que hablaba
español. ¿Cómo es posible? Ni siquiera sabía que lo sabía hasta hace muy poco. Han
pasado seis años, por lo menos, pero lo hablo perfectamente.
La mente humana es una cosa extraña y misteriosa, creo.

Logan pasa la tarjeta llave, abre la puerta a empujones. La habitación es


brillante, la luz del sol viene de fuera, a través de la puerta corrediza de cristal. La luz
del atardecer, el sol dorado y carmesí que se asienta en el mar.

Me muevo como en un sueño hacia la puerta, la abro. Salgo al balcón.

Las olas se estrellan.

Una gaviota se agita.

Charlas, en español—: ¡Mamá, mamá! Hice un castillo de arena, ¡ven a ver! -No,
mijo, aún no es hora de cenar, acabas de comer un bocadillo.

—Hablaba de su primo, que se fue de vacaciones a Grecia el invierno pasado y


conoció a un hombre mucho mayor. He oído que todavía lo está viendo…

Oh, el océano.

El suave y constante choque de las olas sobre la arena. La forma en que el azul
ondea sin cesar, se encrespa en blanco y se rompe en la orilla. Las gaviotas que
vuelcan en un ala para revolotear en la arena, recogiendo algún premio, haciendo un
graznido triunfante defendiéndose de otras gaviotas ladronas.

El parpadeo en mi mente se ilumina.

Blancura.

***

El sol es caliente, ardiente. Horneando mis hombros y la parte superior de mi


cabeza. Mis pies están frescos, sin embargo. Las olas se estrellan y se arrastran sobre mis
pies y pantorrillas, llegando hasta mis rodillas. Estoy sentado en la arena húmeda de
color marrón oscuro a la orilla del agua, cavando un agujero. Cavando, cavando,
cavando. Es inútil, por supuesto. El océano se precipita sobre mí, en el agujero,
llenándolo y cavando en los bordes, alisando el agujero de modo que apenas queda un
bache. Y luego cavo, cavo, cavo de nuevo, veo el agujero desaparecer como por arte de
magia. Detrás de mí, un castillo de arena está medio arruinado, parcialmente destruido
por mis propios pies, después de una hora de cuidadosa y meticulosa construcción. Yo
era un gigante, por supuesto y el castillo estaba lleno de pequeños y desagradables
mortales. Había que aplastarlos, por supuesto. Tengo suficiente calor como para
considerar entrar en el agua ahora. Estará fría y la sal me picará los ojos y me hará
costras en la piel cuando salga, pero vale la pena enfriarse.

Detrás de mí, oigo una risa. Es un sonido bajo y suave. Feliz, encantado, divertido.
Mamá. Me levanto, quitándome la arena de mi trasero y mis manos. Me doy la vuelta y
observo a mamá y papá. Ella está acostada de espaldas. Es encantadora, tan elegante.
Sexy. Aprendí esta palabra en la escuela recientemente y creo que mi mamá es sexy. Su
traje de baño es bastante pequeño. Nunca me pondría algo así, tendría demasiado miedo
de que la gente me viera en ropa interior. Eso es todo lo que realmente es, el bikini de
mamá. Parece una supermodelo, creo. Tiene el pelo suelto, porque siempre está suelto a
menos que esté lavando los platos. Es tan largo que le llega casi hasta las nalgas y es
negro como el ala de un cuervo. Recto, grueso, brillante. Su barriga es plana, pero sus
pechos son grandes y también su trasero. He oído a niños hablar en la escuela y así es
como se supone que deben verse las mujeres, dicen. Me pregunto si me veré así.
Probablemente no. Nunca seré tan hermosa como mamá.

Se está riendo porque papá la está besando. Ella está acostada en el gran manta
que abuela tejió. ¿O haciendo ganchillo? No lo sé. La hizo antes de que yo naciera y
siempre la llevamos a la playa con nosotros. Mamá está de espaldas, una rodilla arriba,
la otra pierna estirada en la manta. Papá está acostado casi totalmente encima de ella,
como los vi hacer una vez por accidente, sólo que esta vez tienen la ropa puesta. La está
besando, por todas partes. Por todas partes. Su boca, su cuello, sus hombros. Ella se ríe y
se ríe, le dice que pare, pero no realmente. Ella no quiere que él pare, me doy cuenta, así
que no estoy segura de por qué lo dice. Le está dando una palmada en el hombro con una
mano, pero su otra mano está en su pelo. Los adultos son confusos. Ella le dice que la
gente está mirando, que yo estoy mirando.

Él sólo dice—: Déjala mirar, entonces, mi amor. Ella verá que sus padres están
enamorados.

Más risas, más besos.

Qué asco. Pero no es asqueroso. Solía pensar que era asqueroso cuando se
besaban así, pero ahora soy lo suficientemente mayor para saber que se supone que es
romántico. La mamá y el papá de Luisa no se besan para nada, dijo. A veces incluso
duermen en habitaciones separadas, porque discuten mucho. Así que tal vez tengo
suerte, porque mi mamá y mi papá están enamorados y se besan y se hacen reír
mutuamente y duermen en una habitación todas las noches y a veces los oigo reír y
hacer muchos sonidos extraños tarde en la noche. Creo que eso es tener sexo. Luisa dijo
que vio a su mamá haciendo eso con un hombre que no era su papá y eso es muy raro. No
estoy segura de lo que es el sexo, pero sé que los hombres y las mujeres lo hacen juntos
cuando están enamorados y tal vez cuando no lo están, también. No estoy segura.

Estoy muy caliente ahora. Demasiado caliente. Y mamá y papá se están besando
ahora. No te rías. Sin decir basta. Sólo se besan, sus caras tan cerca, inclinando sus
cabezas de un lado a otro, los dedos de mamá en el pelo de papá, como si tuviera miedo
de que se detenga y no quisiera que se escapara.

Así que me meto en el agua. Salgo a través de las olas, hasta mis caderas y ahí es
donde me detengo. Tengo que saltar ahora. Pero hace frío y siempre tengo que decirme
que soy lo suficientemente valiente para hacerlo. A veces papá corre detrás

Cuando no estoy prestando atención me tiran y se ríen y me dicen que tengo que
hacerlo, o dejar de pensar en no saltar.

Miro hacia atrás y papá sigue besando a mamá. Pero ahora ella tiene su pie
alrededor de su pierna y creo que se besarán por mucho tiempo.

Así que salto. Sólo salta. Respira profundo y salta. El agua está fría,
sorprendentemente fría al principio. Pero luego estoy nadando bajo el agua y ya estoy
acostumbrada y se siente maravilloso.

Nado durante mucho tiempo, persiguiendo olas y fingiendo ser un surfista como
vi en la televisión. No me doy cuenta de nada, olvido todo menos el agua, las olas y el sol.
Vuelvo a mirar a mamá y papá, pero están durmiendo. Bajo una manta, incluso, lo cual
es raro considerando el calor que hace. Pero estamos totalmente solos en esta parte de la
playa, así que, ¿a quién le importa? Los adultos son raros y no me molesto en tratar de
averiguar por qué necesitan una manta en verano.

No es hasta que siento que el agua empieza a subir y a tirar que noto que algo
está mal. Miro hacia arriba y de repente el cielo está gris y parece pesado, como si las
nubes estuvieran llenas de mina de lápiz y pudieran abrirse. También hay viento y las
olas son grandes. Demasiado grandes. Se estrellan sobre mí, me empujan y me tiran, me
derriban. Salgo a la superficie, pateando y tirando con mis manos tan fuerte como
puedo. Soy una buena nadadora, un viejo pez normal, como dice papá. Pero las olas son
tan fuertes y me estoy alejando cada vez más de la orilla. Una marea, creo.

Finalmente tomo un respiro, logro escupir el agua salada y grito.


Pero sólo puedo gritar un poco antes de que otra ola me golpee en la cabeza y me
haga girar en una voltereta, retorciéndome bajo el agua hasta que no sé qué camino
tomar. Salgo a la superficie de nuevo, agitándome ahora. Tengo mucho miedo, de
repente. Tengo problemas para respirar y mis piernas y brazos están cansados y la
visión de la orilla que consigo a través de las olas rompientes es muy, muy, muy lejana.
Intento gritar. Me ahogo con agua, la escupo, toso y vuelvo a gritar. Patea, patea, intenta
moverte con las olas, como un surfista. Como un pez, o un delfín. Pero las olas me
golpean como puños, una y otra vez y estoy luchando, pero la debilidad es como una
pesada manta que me enreda. Haciendo difícil patear, tirar con mis manos.

Para mantenerme por encima de las olas.

No puedo. Estoy bajo. No estoy respirando. Intento nadar, pero no puedo. El


miedo es un cuchillo en mi corazón. No voy a volver a subir esta vez.

Y entonces siento una mano. Me envuelve el pelo y me tira con fuerza. Mi cabeza
se rompe sobre la superficie y luego hay un brazo bajo mis axilas y un hombro contra mi
cara.

—Te tengo, mija —dice papá—. Es papá. Te tengo. Estás bien. Patea tus pies,
¿vale? Patea conmigo.

Yo pateo. Me estoy ahogando en el agua, pero ahora el brazo de papá me ha


levantado por encima del agua, para que finalmente pueda recuperar el aliento. Estoy
tan cansada. Intento patear, pero mis piernas no funcionan.

—No puedo, papá. —Parezco pequeña, débil y asustada.

—Tienes que hacerlo, Isabel. La tormenta se acerca. Tienes que patear… tienes
que ayudar. —También parece estar sin aliento.

Miro a mi alrededor y veo que estamos muy lejos de la orilla, todavía. El cielo está
tan oscuro que es casi como la noche y hay una lluvia que golpea y pica en el agua,
haciendo cosquillas en mi rostro, caliente y soplando en las sábanas por el viento. El
viento, está enojado. Las olas son como montañas.

Yo pateo. Pateo tan fuerte como puedo, para ayudar a papá a salvarnos a ambos.

—Eso es bueno, mija. Sigue… pateando. Lo conseguiremos. Sólo sigue pateando.


Parece que nadamos para siempre, el fuerte brazo de papá debajo de mí,
manteniéndome por encima de las olas. Siento sus piernas pateando fuerte,
incansablemente, sin cesar, tijereteando una y otra vez. Su otro brazo tira, clava, tira.
Jadeando rítmicamente, respirando con fuerza. También está cansado.

Y entonces siento arena bajo los dedos de los pies. Pongo mis pies en el suelo—.
Papá, lo logramos. Ahora puedo caminar.

Él se suelta y yo chapoteo. Está en mi pecho y las olas son grandes y fuertes, pero
papá está muy cansado. Puedo verlo, en la forma en que se tambalea a sus pies. Soy
valiente. Soy fuerte. Caminaré el resto del camino. Pero las olas siguen golpeándome y
tengo que agarrarme a su mano para mantener el equilibrio, o me caeré y me hundiré.

La lluvia está cayendo muy fuerte ahora. Como pernos calientes golpeando mi
cabeza y mis hombros. Está lloviendo tan fuerte ahora que incluso caminar es como
nadar.

Papá mira hacia abajo, me ve luchando por mantener el ritmo. Me levanta en sus
brazos, como un bebé. No me importa. Estoy cansada, muy cansada y el miedo sigue
recorriendo mi sangre, haciendo difícil respirar o pensar o moverse.

Siento que me deja en el suelo y los brazos de mamá me rodean, su pelo mojado
contra mi mejilla y está llorando. —Oh mi bebé, mi bebé. Pensé que te había perdido.

—Papá me salvó, mamá.

—Lo sé. Tu papá es muy valiente.

Abro los ojos para verla mirándolo. Sus ojos brillan y puedo ver lágrimas en su
cara, aunque la lluvia la cubra. Papá cae pesadamente a la arena a nuestro lado, nos
rodea con sus largos y fuertes brazos y todos nos sentamos juntos bajo la lluvia,
respirando y felices de estar vivos y en la orilla.

El trueno retumba como un cañón y los relámpagos iluminan el cielo gris oscuro.

—Tenemos que irnos —dice papá—. La tormenta está empeorando.

Tomamos la manta de la abuela, nuestras toallas ya gastadas, la nevera llena de


jugo, vino, galletas y queso y corremos hacia nuestro auto. Entramos, todavía húmedo.
Cuando ya casi estamos en casa, mamá pone su cabeza en el hombro de papá.
Gira un poco para mirarme.

—Me has asustado, mija. —Es lo más parecido a una regañina que he recibido de
ella.

—Lo siento, mamá. No me di cuenta de que ya no hacía sol, ni de lo lejos que


estaba. Y entonces no pude volver.

—No deberías nadar tan lejos por ti misma de todos modos, incluso con buen
tiempo. Sólo si papá o yo estamos contigo.

—Bueno yo quería nadar. Hacía calor y el sol estaba todavía fuera, entonces. —
Frunzo el ceño—. Y tú y papá estaban ocupados besándose bajo la manta.

Mamá esconde una sonrisa de vergüenza en el hombro desnudo de papá. —La


próxima vez, ven a buscar a uno de nosotros y nadaremos contigo. ¿De acuerdo?

—¿Aunque se estén besando como si no quisieran parar nunca?

Mamá se ríe. —Sí, mija, incluso entonces.

Me pregunto cómo sería no querer nunca dejar de besar a alguien.

***

—Se amaron el uno al otro. —me sorprende oírme hablar.

—¿Qué? —Logan está detrás de mí, con los brazos alrededor de mí, ahuecando
mi cadera, con la barbilla en el hombro.

—Mis padres. Se querían mucho.

—¿Recuerdas algo?

—La playa. —Señalo la arena—. Yo era… oh, joven. Una niña pequeña.
Estábamos en la playa. Salí a nadar y una tormenta se desató de repente. Me sacaron y
no pude mantenerme por encima de las olas. Estaba a punto de ahogarme cuando mi
padre me rescató.

Me detengo, pienso. Captura el recuerdo, saboréalo.


—Recuerdo el miedo. Estar bajo el agua y saber que no iba a lograrlo y
entonces papá me agarró. Incluso con él, casi no llegamos a la orilla. Pero… más que el
casi ahogamiento, lo que realmente recuerdo es a mamá y papá. Es tan extraño lo vivo
que es el recuerdo. Es como si estuviera allí, otra vez. Recuerdo lo que pensaba, lo que
sentía. Muy diferente a los recuerdos que tengo después de la amnesia. Pero lo que
realmente destaca son ellos. Mis padres, estando enamorados. Eran como niños, creo.
Siempre tocándose entre ellos. Besándose.

—¿Quieres salir ahí fuera?

—¿Al agua? —Me giro para mirarlo.

—Sí.

—¿Por qué estamos aquí, Logan?

Un suspiro. —Tal vez el estar aquí te ayude a mejorar las cosas. Eso es lo que
estaba pensando. Tú creciste aquí. Y cuando dijiste que necesitabas alejarte, pensé,
¿Por qué no España? A ver si recuerda algo.

—Parece que tenías razón. No sé si recordaré algo más, pero, aunque sea todo
lo que recuerdo, valdrá la pena. Saber que mis padres se amaban y yo… —Solté la
barandilla del balcón y presioné mis dedos entre los de Logan—. No traje un traje de
baño.

Sólo se ríe. —Tú no trajiste nada. Hice las maletas para nosotros, ¿recuerdas?

Arroja la maleta sobre la cama, la abre, pasa los rollos de ropa apilados hasta
que encuentra un par de bañadores de color naranja brillante y luego otra vez hasta
que se le ocurren dos bañadores diferentes para mí. Uno es blanco de una pieza y el
otro es de dos piezas de color rosa y azul, poco más que unos pocos trozos de cuerda y
parches de tela.

Yo sostengo el de dos piezas. —¿En serio, Logan?

Se encoge de hombros. —Le dije que una de una pieza y otra de dos piezas. No
las escogí, ¿recuerdas? —Sus ojos se iluminan—. Podrías probártelo para mí, sin
embargo, ¿verdad? No tienes que usarlo si no quieres.

—Estoy embarazada, ¿recuerdas? —De repente no quiero ponérmelo tampoco.


—Bebe. No estás mostrando nada. —Me quita el bikini y lo mete en la maleta—
. Pero no te preocupes por eso. Eres preciosa, no importa lo que lleves o no lleves.
Estamos aquí para relajarnos y alejarnos de toda la mierda, así que no te estreses por
el traje de baño.

Me besa, un rápido picoteo y luego agarra su traje de baño y se mueve hacia el


baño, quitándose la camiseta en el camino.

Observo, sin vergüenza, como orina y luego se quita los vaqueros y la ropa
interior. Hace todo esto en el baño, pero con la puerta abierta, así que puedo mirar en
el reflejo del espejo. Se gira mientras sube el traje de baño, justo a tiempo para que yo
pueda ver con certeza parte de su anatomía que se desvanecen. Creo que nunca me
cansaré de mirarlo, me doy cuenta.

Me desnudo, tirando mi ropa en la cama. Los ojos en Logan, en mí. Sus manos
me encuentran, cuando estoy desnuda.

—Empieza con eso, Logan y nunca llegaremos a la playa.

—Seguirá ahí en una o dos horas —murmura, me palmea el culo y me besa en


la mandíbula.

—Cierto…

Y entonces, de alguna manera, mis dedos encuentran las cuerdas de su traje de


baño y están tirando del nudo y luego está desnudo conmigo. Empujándome hacia
atrás a la cama, levantando mis rodillas sobre sus hombros, con la boca hasta la
médula.

Me retuerzo en la cama, envolviendo mis piernas alrededor de él, acercándolo.


Estoy ávida de lo que su lengua puede hacerme y pronto estoy montando su lengua y
sus dedos a través de un orgasmo, dos… Me acerco a un tercero cuando finalmente
consigo apartarlo, levantarlo, tirar de él sobre mí, levantar mis caderas a las suyas.
Nos encontramos y se desliza dentro de mí suave y lentamente, como si nuestros
cuerpos estuvieran hechos en un rompecabezas.

Mientras se mueve, le beso la mandíbula, los pómulos, la sien. Mis dedos se


deslizan por su cara, por el lado derecho y encuentro el cuero de su parche. Lo rozo, lo
tiro a un lado. Besos suaves como toques de pluma en el pómulo derecho, hasta la
sien. Sobre su cuenca ocular vacía. Diciéndole sin palabras que es hermoso, incluso así.
Especialmente así.
Él se mueve más fuerte cuando lo beso así, así que llevo mis talones hasta mis
nalgas y me quedo quieta, dejo que se mueva por encima de mí, dejo que me tenga
como él quiere tenerme y centro mi atención en tocar y besar su cara, su cuello, sus
hombros, su mandíbula, deslizando la punta de mis dedos sobre su piel, su barba
incipiente bajo mis uñas.

Cuando siento su ritmo vacilar, cuando lo siento apretarse y palpitar dentro de


mí, cuando lo siento surgir duro y áspero y salvaje, aprieto mis labios contra su oído y
susurro su nombre, una y otra y otra vez,

Y luego susurro—: Te amo —al otro oído. Le palmo las nalgas y le pido que se
mueva más fuerte, lo pongo contra mí, le engancho las piernas a su espalda y me
muevo contra él.

No me vengo con él.

No quiero hacerlo.

Sólo quiero sentirlo, tomarlo.

Él me ha dado tanto, me ha amado tan incondicionalmente, me ha aceptado, me


ha perdonado, me ha enseñado a ser yo.

Él se corre duro, gruñendo contra mis pechos. Le tallo los dedos en el pelo y
sostengo su boca contra mi pezón y lo llevo a mis labios y lo beso cuando se corre, le
muerdo el labio y aspiro su aliento a mis pulmones y me aferro a su cuello y me
retuerzo debajo de él para ordeñar su orgasmo hasta que está inerte sobre mí,
dándome su peso.

—Jesús, Isabel. —está jadeando, todavía, su cara en mi pecho, entre mis pechos.
Me encanta su peso sobre mí, así—. Sacudes mi mundo más fuerte cada vez que
hacemos esto.

—No sólo has sacudido mi mundo, Logan. Me has cambiado completamente.


Me has rescatado.

—El amor no se rinde, nena.


—No, me estoy dando cuenta de que no es así. —Me muevo debajo de él y él se
desliza de mí, me empuja contra su pecho, como para abrazarme. Tengo otras ideas—.
La playa, Logan. Quiero nadar.

Sí, mucho. El mar me está llamando. Quiero sentir la arena en los dedos de los
pies, el viento en el pelo, el agua en los tobillos.

—Vamos, entonces.

***

Opte por el de dos piezas. Me siento desnuda, pero cuando me lo pruebo y me


miro en el espejo, debo admitir que me veo bastante bien. Y Logan no puede quitarme
los ojos o las manos de encima. Por lo tanto, el de dos piezas.

Ahora estamos a un lado de la carretera, esperando para cruzar. Hay una valla
entre la carretera y la parte trasera de los condominios, con puertas aquí y allá para
permitir a los residentes e invitados ir y venir de la playa. Un par de autos pasan y
luego cruzamos, bailando a través de la hierba de la duna y bajando a la orilla. La
arena está caliente hasta que llegamos a la orilla del agua y ahí es donde me detengo.

El agua me golpea en los dedos de los pies, hasta los tobillos. Arena húmeda
tirando de mis pies, deslizándose y moviéndose con las olas que retroceden. El sol está
bajo, enviando un camino de luz dorada y rojiza sobre el océano.

Logan está tranquilo, sosteniendo mi mano. Mirándome.

Camino lentamente más profundo y Logan viene conmigo.

El recuerdo de antes está vivo en mi mente. Es todo lo que puedo ver, todo lo
que puedo sentir. Casi espero poder girarme y ver a mamá y papá en la arena, en la
manta de la abuela, besándose. Me giro, de hecho. Pero la playa está vacía, excepto por
unos pocos solitarios y parejas a la deriva en la orilla en la distancia. Me adentré más.
Hasta mis muslos, mis caderas. El agua está fresca en mi cintura.

—Siempre solía detenerme aquí. Así de profundo. Tenía que reunir el valor
para saltar. —Pestañeo; la sal me pica los ojos—. Papá a veces me empujaba, si
tardaba demasiado.

—¿Así? —dice Logan.


Y luego me rodea con su brazo alrededor de mi cintura y nos lanza al agua.
Subo chisporroteando, pero riendo.

—Sí, Logan. Exactamente así.

Y ahora que estoy en el agua, estoy en casa. Más que en ningún otro lugar desde
que desperté del coma, estoy en casa. Me sumerjo de nuevo, hasta el fondo del mar,
arrastrando mis dedos a lo largo de la arena ondulada. Pateo fuerte, me arrastro por el
agua con las palmas ahuecadas, nado largo y tendido hasta que mis pulmones se
queman y luego planto mis talones en la arena

Rompo la superficie, ruedo a mi espalda y me dejo llevar por las olas. El mar
está en calma, rodando suavemente. Siento a Logan a mi lado. Sólo observando. Allí,
pero en silencio. Dándome este momento.

Floto un rato, con los ojos cerrados, los restos del calor del sol bañando mi
rostro

Dejé caer mis pies al fondo del mar y me volví para enfrentar a Logan. —
Gracias, Logan.

Dejó su parche en el condominio, pero, al menos en este momento, puedo


mirarlo sin sentir la culpa.

—¿Por qué, nena? —pregunta.

Me acerco a él. Le doy un beso. —Esto. —Hago un gesto a nuestro alrededor—.


Por traerme aquí. Me siento… en casa. En paz.

—Bien. Eso es lo que quería.

—¿Cómo puedo agradecerte? Parece imposible. —Paso mis manos por su


cabello mojado—. Me has dado tanto. Hecho tanto.

—Eso es amor, cariño. Es la vida. Es… —Se encoge de hombros, sin palabras—.
Todo lo que tienes que hacer es devolverme el amor.

—Lo hago. Mucho. Nunca pensé en preguntarme qué era, que incluso existía.
Hasta que te conocí. Sólo sabía una cosa y eso parecía ser todo lo que había en la vida.
Y me has mostrado tanto en tan poco tiempo. —Lo beso, pruebo la salmuera en sus
labios—. Recuerdo… que antes, mi recuerdo de estar en la playa con mamá y papá,
recuerdo cómo no podían dejar de tocarse, de besarse. Se besaron como si nunca
hubieran querido parar. Y recuerdo este pensamiento, preguntándome cómo sería,
besar a alguien y no querer parar nunca.

Logan me toma por la espalda y me besa sin sentido. Las lenguas se enredan,
nuestros labios y dientes chocan, su mano me acerca, robándome el aliento. Un
momento de sorpresa y luego le devuelvo el beso y dura una eternidad. Nos paramos
en el agua, en el camino de la luz esparcida por el atardecer carmesí, besando como
mis padres una vez besaron, como si no hubiera nada más en el mundo que el beso.
Como si el beso fuera todo.

—Nunca te detengas, Isabel —el susurro de Logan es suave y dulce—. Por


favor, nunca te detengas.

—No podría, ni siquiera si quisiera. —Me coloco contra su cuerpo, me aferro a


él, lo respiro, saboreo el mar en su piel, el sol en sus labios, el amor de sus dedos, la
adoración en su lengua—. No quiero parar nunca.
10
Pasamos una semana en Barcelona. Nadamos, hacemos el amor, dormimos
enredados el uno con el otro. Vivimos libres, tomamos el sol, nos bañamos de amor.

Soy más feliz que nunca.

Lo más feliz que seré. Pensé


11
Casi he logrado olvidarme de ti.

Casi.

Nos hemos mudado, Logan y yo. Él vendió su casa y pasamos un mes buscando
algo que nos convenga. Buscamos otras casas adosadas, otras casas con piedra rojiza.
Condominios, apartamentos de planta baja, áticos. Esperaba que eligiéramos algo
como lo que Logan tenía, algo tranquilo y privado con un patio trasero. Pero en vez de
eso, elegimos el penthouse de un edificio de condominios en el centro de Greenwich
Village. Todo el piso superior, con una terraza privada en la azotea. No se parece en
nada al eco de la monstruosidad de tu casa, un hecho que me encanta, más pequeño y
acogedor que eso, pero más grande que el anterior lugar de Logan. Una hermosa
cocina que fluye hacia un comedor informal, con un rincón para el desayuno
escondido en una esquina. El salón está hundido a unos pasos de la cocina y de los
dormitorios, lo que me parece extraño, pero me gusta, por razones que no puedo
enumerar. Hay cuatro dormitorios; uno para Logan y para mí, uno para su oficina, uno
para la guardería – todavía me tiemblan las manos y mi estómago se revuelve, porque
todavía no es real y sigue siendo aterrador… y uno para Cocoa. El dormitorio principal
tiene un baño en suite y hay uno otro que comparten los tres dormitorios. El
dormitorio principal está aislado, situado encima de la unidad, porque tiene vistas a la
terraza de la azotea. El frente de la habitación tiene una pared de vidrio movible y
ajustable, que conduce al balcón y desciende a través de escaleras en doble curva
hacia la terraza.

Cocoa le gusta la terraza casi tanto como a mí. Tan pronto como la dejamos
salir, corre alrededor del perímetro durante unos minutos, ladrando como un
demonio y se acomoda con sus patas delanteras y mira fijamente a la calle, con la
lengua entrecortada, los ojos escudriñando excitada hacia la acera, su cola
moviéndose un sin números de veces por minuto y ahí se quedará, así, hasta que la
hagas entrar.

Logan está vendiendo su vieja casa con muebles incluidos, para conseguir un
precio más alto porque quiere que escojamos todo para nuestra nueva casa juntos,
desde la platería hasta las sábanas. Las únicas cosas que traemos con nosotros es
nuestra ropa y el contenido de la oficina. Todo lo demás se queda. Pasamos días,
semanas incluso, eligiendo cortinas y sofás, cubiertos y copas, sábanas y utensilios de
cocina y lo demás.

Nunca me di cuenta de la cantidad de cosas que se necesitan para hacer de una


casa un hogar.

Y saboreo cada momento, cada decisión, hasta la cosa más pequeña y


arbitraria. Es la normalidad y es glorioso.

He decidido poner en espera los preparativos para Comportamiento. Incluso si


no lo siento todavía, aparte del cambio en los alimentos que me gusta comer y los
malestares de cada mañana, estoy embarazada. He visto a un doctor verificado de la
clínica con Logan, Tomó medidas hizo un ultrasonido, un análisis de sangre, todo tipo
de procedimientos médicos para asegurar que estoy sana y el bebé está creciendo
como debe ser. Aún es pronto, pero el doctor dijo que todo está progresando como
debería ser. Estoy tomando vitaminas prenatales, continuando con el ejercicio y
comiendo saludablemente.

Todo esto significa que tratar de poner en marcha mi propio negocio no es


factible, por ahora. Tal vez nunca lo sea. O quizás, cuando esté lista para reexaminar la
noción de hacer negocios por mí misma, tendré nuevas ideas, un plan de negocios
diferente. Por ahora, estoy contenta de ser la novia de Logan, de vivir en nuestra
propia casa que elegimos para nosotros. Correr y ver películas con Logan y hacer el
amor con él en cada habitación, en cada superficie vertical como horizontal.

Así, aprendiendo a vivir la vida como una mujer normal, me las arreglo para
casi olvidarme de ti.

Olvidar las preguntas.

Las dudas.

Las inconsistencias.

Todo.

Todo se mezcla en el fondo de mi mente, se deja de lado. No importa, ahora que


estoy descubriendo la dulzura de la normalidad.

Pero, en esa inexorable y misteriosa forma que posees...


Apareces cuando menos se espera y haces algo absolutamente impredecible.

Sin embargo, en realidad, cuando sucede, no me sorprende en absoluto.

Eres tú, después de todo

Tú me secuestras

A mí.
12
Es bastante innecesario y dramático, la forma en que me arrebatas.

Justo al lado de la terraza de la azotea, a plena luz del día. Justo después de las
diez de la mañana, de hecho.

Estoy recostada en una silla, con los pies en alto, las gafas de sol puestas,
vestida con una bata y un bikini tan revelador que nunca me lo pondría, sólo aquí, en
casa, para Logan, o sola en la terraza. Estoy leyendo, sorbiendo té de hierbas,
disfrutando de la luz del sol de lo que promete ser uno de los últimos días cálidos que
tendremos por algún tiempo. Cocoa está al lado de mi silla, su barbilla en mi muslo,
roncando.

Escucho un helicóptero y no pienso en ello. Esto es Nueva York, hay


helicópteros sobrevolando todo el tiempo. Pero cuando el volumen de sus hélices que
giran crece, me da curiosidad. Me siento y miro alrededor. Las orejas de Cocoa
pinchan y se mueven y también parece desconcertada. Gruñe profundamente desde su
pecho. Observó cómo se levantan las marcas posteriores de sus hombros.

Algo está mal.

Me envuelvo con mi delgada bata y la cierro, atando el cinturón. Dejó a un lado


mi taza. Agarro mi celular, lista para llamar a Logan si es necesario.

Las hélices están cerca ahora, pero la aeronave está todavía en algún lugar
fuera de mi vista. Cocoa la ve primero y ladra. Pero no el ladrido que tiene para otro
perro, extraños, ardillas y pájaros. Este es su feroz y defensivo ladrido, aterrador y
salvaje. El helicóptero está cayendo en picada sobre los tejados, moviéndose
rápidamente. Demasiado rápido. Helicópteros de las noticias y médicos, incluso pocos
de policías que he visto, ninguno de ellos ha volado así, apenas despejando los tejados,
escabulléndose con una velocidad precisa e infalible hacia esta azotea.

Y lo sé.
Me pongo en marcha en cuanto me doy cuenta quién está en esa máquina, pero
es muy tarde.

El helicóptero se detiene a apenas unos 18 metros de altura, la explosión de las


hélices casi me aplasta. Una puerta corrediza se abre y dos cuerdas caen. Cocoa es una
mancha marrón de furia, moviéndose para estar frente a mí, con los dientes desnudos
en un marcado gruñido. Dos figuras vestidas de negro se deslizan por las cuerdas, uno
nivela una pistola de algún tipo y la apunta. Con un golpe silencioso, Cocoa se queja, se
derrumba. Gritó, la agarro, encuentro un dardo que sobresale de su cuello. Las manos
me agarran. Lucho, golpeo.

Una mano enguantada pasa por mi boca, silenciando mi grito antes de que
pueda dejarme. La mano es reemplazada por una mordaza, un trozo de tela tirado
entre mis mandíbulas y atado con fuerza.

Mi teléfono móvil lo tiran a un lado.

Me levantan del suelo. Mis manos son arrancadas detrás de mi espalda y algo
duro es envuelto alrededor de ellas con un zzzzhhrrrrippp, atándolas dolorosamente
juntas. Mi visión se oscurece repentinamente, algo grueso y negro me cubre la cabeza.
Una bolsa negra, o una funda de almohada, algo totalmente opaco.

Garras de terror en mi corazón.

Se atan más cuerdas a mi alrededor, en una especie de arnés improvisado,


debajo de las axilas, alrededor de los muslos cerca de la ingle a ambos lados, de vuelta
alrededor de las axilas, bajo la cintura debajo del vientre, una y otra vez en un patrón
de tejido rápido y experto asegurando que no haya presión en ninguna parte de mi
cuerpo mientras me sacan del tejado. Arriba, arriba, arriba. Me alegro en ese momento
tener la bolsa y no ver ser levantada del suelo.

Me cuelgo, balanceándome en el aire mientras me elevan. Las manos me


agarran, tiran, dejándome en el suelo. Desatan el arnés de la cuerda. Sentándome y
abrochando el arnés de cinco puntos, click-click-click-click-click, todo centrado en mi
torso.

El ruido de las hélices es ensordecedor.

Tal vez habían pasado treinta segundos, en total, desde que la aeronave se
detuvo para flotar sobre mí.
Nadie habla. Una puerta se cierra y el ruido de las hélices es más silencioso.
Siento que el helicóptero vuelve a avanzar y se inclina. Incluso sin usar mis ojos,
puedo sentir que nos movemos a una velocidad espantosa a través de los cañones de
la ciudad.

Me doy cuenta de que todavía llevo puestas mis gafas de sol. Es un extraño
notar en esta situación. Pero solo se refuerza la velocidad y la precisión del secuestro.

Tal vez son veinte minutos de vuelo, como mucho y luego siento que el
movimiento hacia adelante se convierte hacia abajo. Siento el aterrizaje, es un suave
golpe. Mi arnés se desata, sus manos me levantan y poniéndome de pie. Sus manos me
guían a través de lo que supongo que es la otra azotea, a través de una puerta. Escucho
una puerta que se cierra detrás de mí y el sonido del helicóptero se silencia.

Las manos en mis bíceps me guían, girando de un lado a otro y luego se


detienen. Sonidos de ascensor. Un breve viaje hacia abajo en el ascensor, el único
sonido es el de la suave respiración de mi captor. Soy empujada hacia adelante y doy
tres pasos. Escucho la puerta del ascensor cerrarse detrás de mí. Una sensación de
espacio amplio, el eco de mi respiración dentro de la bolsa, mis pies descalzos
arrastrándose en algún tipo de suelo duro y fresco.

—Aquí está, señor. —Una voz masculina profunda y acentuada. Acento


europeo, de algún tipo. Alemán, posiblemente. No estoy segura.

Entonces su voz. —Gracias, Kai.

—Por supuesto, señor.

—He añadido un bonus, para asegurarme de que usted y sus hombres


permanezcan… discretos.

—La discreción es el lema de nuestro negocio, Sr. Índigo.

—Más vale que lo sea. No querrás que tenga que comprar tu silencio a través
de… otros métodos.

La voz de Kai, detrás de mí, es fría. —Eso sería innecesario y mal aconsejado,
señor, incluso para usted.

—Adiós, Kai.
—Auf wiedersehen. —Los clics de la boquilla retroceden.

Silencio. Sólo puedo respirar por la nariz y luchar contra el pánico y el miedo y
esperar que mis rodillas no cedan.

Te siento.

Frente a mí. Cerca, tan cerca que puedo sentir tu calor corporal y oler tu
colonia.

—Me disculpo por el dramatismo, Isabel.

No diría nada aunque no estuviera amordazada.

Respira, sólo respira. Mirándome, supongo. Y entonces siento un toque.


Escucho tu inhalación. Tu nariz, deslizándose por la curva de mi cuello. Sus dedos,
trazando la abertura en V de mi bata.

—¿Qué llevas debajo de esto, me preguntó?

Afloja el nudo, abre el cinturón y los bordes de mi bata se deslizan hacia un


lado. Las puntas de tus dedos rozan los lados de mi garganta, hasta mi clavícula, a lo
largo de mi esternón. Suave, tierno. Tus dedos tiemblan en mi carne. Respiró con
fuerza más allá de la mordaza. Parpadeando furiosamente en la oscuridad dentro de la
bolsa que me cegó. Desatada la bata se cae de los hombros, desnudándome. Ahora la
escasa cobertura del bikini me deja sintiéndome completamente desnuda.

—Ah… —Un suspiro de agradecimiento—. Tan encantadora, Isabel. Demasiado


encantadora para ser cubierta.

Rasguño.

Un sonido aterrador. Metálico. Agudo.

Algo delgado y frío toca mi pecho, mi escote, justo entre mis pechos. Dejó de
respirar. Manteniéndome completamente quieta.

El borde afilado no perfora ni corta y traza el contorno de mi pecho. Una rápida


sacudida entre mis pechos y el hilo que sostiene las pequeñas copas del sostén se
corta. Mis pechos se caen y se balancean sueltos.

Entonces reanudo la respiración, pero ahora llena de miedo.


La hoja hace cosquillas en la parte inferior. Por mi lado, hasta el nudo de mi
cadera. Otro rápido tirón y el cordón se corta. La parte inferior cae alrededor de mis
pies y estoy desnuda.

Ahogándome en mi respiración en pánico. —Silencio, Isabel. Cálmate. Sabes


que nunca te haría daño.

Su aliento, su voz, un susurro en mi oído. —No podría estropear tal perfección.

Su presencia se aleja.

Oigo un clic, el chasquido del obturador de una cámara. El tic-tac de las teclas
del teclado del smartphone. El bloooop de un mensaje que se envía y se recibe.

¡Bbbbbrrrrriiiinnggagg! Tu timbre, tan familiar, el anticuado sonido metálico de


un teléfono fijo giratorio de décadas pasadas.

—Logan. —Una pausa—. Cálmese, Sr. Ryder.

—Como ve, ella está ilesa. Y permanecerá ilesa. Pero si sale de su oficina, nunca
la volverá a ver. No, idiota, no la mataré. Simplemente… me la quedaré. Desde este
momento, tengo la intención de devolvérsela en las mismas condiciones en que la
recibí. La fotografía es sólo una prueba de vida, supongo que podría llamarse así. No
voy a hacerle daño. Ni a usted, aunque tengo ojos sobre usted y esos ojos están en
posesión de un rifle, capaz de meterle una bala entre los ojos a una milla de distancia.
Permanezca donde está.

Otra pausa, mientras escuchas. Puedo oír a Logan en el otro lado, gritando, con
el oído atrofiado, distante.

—¿Qué es lo que quiero? Un momento con Isabel, eso es todo. Para hablar. Sólo
ella y yo.

La voz de Logan.

—Haré que la devuelvan cuando terminemos nuestra conversación. —


Suspiras, un sonido de sufrimiento. Esto es puro Caleb, tranquilo, en control.

—¿Tu perro? Ella también está ilesa. El dardo sólo contenía una dosis de
sedante. Se despertará en unas pocas horas, no es para tanto por el desgaste. Y ahora
debo dejarle ir, Sr. Ryder. Recuerde, quédese donde está. Quédese en esa misma
habitación, por favor. No se vaya por nada. De hecho, puede que sea mejor ni siquiera
levantarse, por ahora.

Y luego estás frente a mí, otra vez, lo suficientemente cerca como para oler.

Silencio, por un largo, largo tiempo. Una eternidad en la que estás ahí, delante
de mí, sin tocarme, sin hablar…

No sé lo que estás haciendo.

Y sólo puedo soportarlo.

Por fin, siento tus manos tirando de la capucha. Removiéndola.

La luz, incluso con las gafas de sol todavía puestas, aunque estén torcidas, es
cegadora después de la oscuridad total.

Parpadeo y siento que ajustas las gafas de sol para que se sienten bien en mi
cara.

Mi bata sigue colgada detrás de mí, colgando de mis muñecas atadas.

Estás impecablemente vestido. Traje de tres piezas a rayas carbón, adaptado a


tu cintura y hombros anchos. Botón blanco abajo, una corbata carmesí, anudada pero
suelta alrededor de tu garganta, el botón superior deshecho. Las manos en los
bolsillos de la cadera. Sólo mirándome.

Yo te devuelvo la mirada. Finjo valentía que no siento de ninguna manera.

—Isabel. Oh… Isabel. Estás, como siempre, más hermosa que nunca. Acércate
más. Más cerca, todavía. —No puedo disminuir mi respiración, entonces, cuando me
presionas. Inhalas contra mi garganta una vez más. Retrocedes, subes la palma de tu
mano a mi lado. Sujetándome el pecho y soltándolo.

—El embarazo te sienta bien, debo admitirlo. Añade una suavidad a tu figura.

Todavía estoy amordazada. Quiero vomitar cuando me tocas. Es una reacción


inmediata e instintiva. Y sorprendente.

Aún… bienvenida, considerando mi antigua adicción a ti, mi antigua


susceptibilidad a tu brujería.
Una lágrima se escapa, se desliza por mi mejilla, aparece bajo el borde de mis
gafas de sol.

Levantas la mano y la limpias con tu pulgar.

—Lo siento, Isabel. Lo siento por todo esto. Y... —Te das la vuelta, te pasas los
dedos por el cabello—. No pude evitarlo.

Vuelves a mí, entonces. Un giro brusco, dos pasos bruscos. La mano que aún
está en el bolsillo del pantalón vuela hacia arriba y hacia afuera, algo negro agarrado
entre los dedos y luego hay ese horrible chasquido cuando una cuchilla se abre.
Tropiezo hacia atrás, gritando más allá de la mordaza. Gruñes con irritación.

—Oh, cállate y quédate quieta, ¿quieres? Dije que nunca te haría daño. Seguro
que al menos lo entiendes.

Es un movimiento rápido y eficiente, la forma en que deslizas el plano de la


hoja entre mi mejilla y la mordaza. Gira, así que la hoja muerde la mordaza y la divide.
Sin embargo, siento una picadura y tú frunces el ceño. Lames el pulgar y limpias la
mejilla donde la punta del cuchillo, afilada como una navaja de afeitar, me rozó la
mejilla.

Te inclinas, besas la herida.

Me estremezco. Aprieto mi mandíbula.

Las lágrimas empañan mis ojos. —¿Qué quieres, Caleb?

—Escuchaste lo que dije. Hablar, eso es todo.

—Podrías haberme llamado.

Riendo —Oh no. Eso no serviría de nada. Tú y yo, ¿nuestra historia? Se merece
mucho más que una simple llamada telefónica.

—¿Pero esto? —Estoy enfurecida; lo oyes en mi voz.

Mis manos aún están atadas. La bata cuelga de mis muñecas. Mis pechos están
desnudos, mi núcleo expuesto y mis muslos tiemblan con el furioso y temeroso
golpeteo de mis rodillas. Ya no sé de qué eres capaz. De cualquier cosa, creo. Cualquier
cosa.
Todavía tienes el cuchillo fuera y giras la hoja en un círculo en la palma de tu
mano, una demostración casual de maestría y familiaridad con el arma. Te acercas.
Tus movimientos son los de un depredador, los suaves pasos de una pantera, un león
merodeador. Tus mirada barre mi cuerpo. Te mueves para pararte detrás de mí,
deslizas tu brazo con el cuchillo alrededor de mi cuello, trazas mi pómulo con el filo
trasero del cuchillo. Tu otra mano juega conmigo, golpea mi pezón, toma mi pecho, la
alisa en mis costillas, lo aplanas contra mi cadera.

—Eres mi sirena, Isabel. —Tu voz es un fuerte murmullo contra mi oído—. Tu


cuerpo canta una canción que nunca he podido resistir. Sin embargo, no soy tan
afortunado como el dios Odiseo de poder atarme a un mástil como él lo hizo para
resistirse a su sirena. Sólo tengo mi voluntad y en lo que a ti respecta, es totalmente
insuficiente.

Aún no me he registrado donde estoy; miro a mi alrededor, tratando de no


permitirme ni siquiera procesar sus palabras. Ni tu casa, ni el cavernoso ático en lo
alto de tu torre. Esto es un lugar nuevo. Ventanas por todas partes, un espacio
gigantesco, enorme, totalmente vacío. Ventanas y luz. Paredes de vidrio de piso a
techo, mostrando Manhattan en las cuatro direcciones. Detrás de mí, un hueco de
ascensor.

La única característica de toda la habitación, que es la huella de un rascacielos.


Decenas de miles de metros cuadrados en todas las direcciones. Concreto desnudo
bajo los pies.

—¿Me has oído, Isabel? —Golpeas mi pómulo con la punta del cuchillo,
llamando mi atención.

—Sí, Caleb. —Doy un paso adelante, giro en su lugar—. ¿O debería llamarte


Jakob?—Es una prueba, para ver cuán violentamente reaccionas. Es un juego
peligroso, creo.

Pero no reaccionas. Tal vez no escuchaste la última parte. No lo sé. Te acercas a


mí, así que las puntas de mis pechos se aplastan contra la parte delantera de tu traje.
Te inclinas, como si fueras a besarme. Cejas arrugadas, ojos atormentados, pero
lúcidos. En lugar de besarme, tocas tu frente con la mía. No me atrevo a moverme,
porque todavía tienes el cuchillo y me pasas la mano con él. Alrededor de mi espalda.
No estoy respirando, no me muevo. Ni siquiera parpadeas mientras respiras en mi
mejilla, tocas tu oreja con la mía, tu barbilla con mi hombro. Miras mi espalda, observo
tus movimientos mientras deslizas la hoja del cuchillo entre mis muñecas y… flick.
El plástico que une mis manos se separa y soy libre.

La bata se acumula en el suelo.

Cierras la hoja del cuchillo. Caminas en círculos como un tigre enjaulado a mi


alrededor. Metes el arma en el bolsillo. Mirándome. Tus ojos, Dios mío, tus ojos, están
embrujados, ardiendo de dolor y necesidad. Se te ha caído la máscara, Caleb. La
emoción dentro de ti es un caldero. No… un caldero, que se desmorona para revelar
un volcán activo debajo, listo para entrar en erupción.

Tu pecho se eleva y cae pesadamente, como si recientemente hubieras corrido


un maratón. Me miras como si yo fuera la fuente de toda la vida y tú eres un monstruo
moribundo, que se muere en las sombras, hambriento del dulce bocado de la vida que
está fuera de su alcance.

Permanezco completamente inmóvil. Viéndote caminar en círculos a mi


alrededor. Desnuda. Vulnerable. Aterrorizada. Confundida.

Y te mueves detrás de mí. Tocas mi columna vertebral. Rastreando cada perilla


hacia abajo. Tus palmas como toques de pluma, sí, amorosamente sobre mi trasero.
Cubres mis caderas. No me muevo. Odio que me toques. Lo odio. Pero eres maníaco,
desequilibrado y te temo. Así que debo permitirlo, creo. Quiero ir a casa con Logan.
Quiero sentir crecer al bebé en mi vientre.

Como si leyeras mi mente, presionas tu frente contra mi columna vertebral y


tus dedos bailan alrededor de mis lados, entre mis costillas y mis brazos. Tus palmas
se aplastan contra mi vientre. Ha comenzado a crecer, sólo un poquito.

—¿Es cierto? —murmuras esto, muy suavemente, en mi oído.

—Sí.

—¿Cuánto?

—Trece semanas. —Mi voz tiembla.

—¿Y no sabes si es mío o suyo?

—No. No hay forma de saberlo. No hasta después del nacimiento. —En


realidad, sí, pero mi médico dijo que el procedimiento implicaba un riesgo y no valía la
pena. Yo estuve de acuerdo. Pero no voy a decir esto.
—Supongo que no importa. —Te alejas de mí. Alejado con largos y rápidos
pasos de enojo.

Y luego regresas. Arrodillado delante de mí. Ojos abiertos, preguntándose.


Presionas diez suaves dedos sobre mi vientre. Suavemente, reverentemente.

—¿Pero… si llevas a mi hijo dentro de ti…? —exhalas esto, como si fuera una
noción demasiado salvaje para ser creída—. Mi sangre, latiendo dentro de ti. Mi línea
de sangre, creciendo en tu útero.

—Detente, Caleb —susurro—. Por favor, sólo… detente.

—Si fuera mío, ¿entonces qué? —Te pones de pie. Mirándome a los ojos.

—No lo sé. No sé qué entonces.

—He intentado dejarte ir, Isabel. Una y otra vez. Lo intento. Pero no puedo… no
puedo. —Te das la vuelta de nuevo, como si se desgarrara tu mirada de mí,
dolorosamente. Frotas la barba en tu mandíbula con la palma de la mano—. No puedo.

—Y ahora que estás embarazada, ahora que puedes tener a mi hijo o hija
creciendo dentro de ti, ¿cómo puedo dejarte ir?

Me arriesgo a dar un paso más cerca de ti. —Tienes que hacerlo, Caleb. Debes
hacerlo. Es todo lo que hay que hacer. Encuéntralo dentro de ti, Caleb. Por favor.

—¡No puedo! —Esto, es desesperante. Gritas, saliva volando—. ¿Tienes alguna


puta idea de lo que he pasado por tu culpa, Isabel de la Vega?

—No, Caleb, no lo hago. ¿Cómo podría hacerlo? Me has mentido a cada paso. Me
has ocultado la verdad. Me encerraste lejos de mí misma, de mi vida, de mi pasado. —
Exhaló lentamente, tratando de recuperar algo de calma—. Me conocías, ¿verdad?
¿Antes del coma? Antes del accidente. Me conocías.

Tu mirada se agudiza. Se desliza dentro de mí. —Has recordado algo, ¿verdad?

—Sí.

—Dime.

—Dímelo tú, Caleb.


Un suspiro frustrado. Te das la vuelta, arrebatas la bata del suelo. Me la traes
manteniéndola abierta para mí. Deslizo mis brazos hacia adentro y tú la atas, de mala
gana, con reverencia. Nunca te has comportado así. Como si yo fuera algo precioso.

Siempre me he sentido como una simple… posesión. Un reloj del que estabas
celoso, pero que no tenía ningún valor emocional para ti. Como si me poseyeras para
que nadie más pudiera hacerlo. Poseída, pero no apreciada.

La forma en que me miras y me tocas… si hubieras mostrado este lado tuyo


todos estos años, quizá podría haber habido algo para nosotros, entre nosotros. Pero
es muy tarde. Demasiado tarde.

Te aferras al cinturón, al nudo, durante varios largos momentos, como si te


obligaras físicamente a hacerlo, sueltas el cinturón. Inspiras, espiras, una y otra vez.
Sólo me miras fijamente. Como si sondearas las profundidades de mi alma a través de
mis ojos, buscando algo. Y luego te alejas, caminas muchos pasos hacia la ventana.
Asumes esa pose familiar, un brazo en posición horizontal en la ventana, tu frente
descansando en tu brazo, en el pliegue de tu codo. La otra mano levantada hacia el
vidrio, los dedos tocando un ritmo. El peso en una pierna, la otra rodilla doblada.

Mirando fijamente al pasado.

Me pongo de espaldas a la ventana a unos metros de ti, me hundo para


sentarme en el suelo.

—Eras sólo una niña cuando te vi por primera vez. Catorce años, aún no quince,
pero casi. Estabas en el proceso de pasar de ser una chica torpe a una joven
encantadora. Supe, en el momento en que te vi, que serías… impresionante. Una
Helena de Troya, una mujer por la que los ejércitos irían a la guerra. Pero entonces,
eras sólo una niña. Sin tetas, con el cabello en una trenza descuidada, mirando
fijamente la gran ciudad mala, este lugar, esta moderna Babilonia. Estabas con tus
padres. Sabía que serías impresionante, porque te parecías a tu madre y santa madre
de Dios, esa mujer era preciosa. Más que hermosa. Una mujer por la que matar, por la
que morir. Una verdadera belleza española. Largo y grueso pelo negro, piel firme,
oscura y sin manchas incluso a su edad, cuarenta años más o menos. Pestañas tan
gruesas que casi se podían oír cuando se posaban en su rostro. Y su cuerpo, tu madre,
Isabel, tenía el cuerpo de una diosa. Tu padre era un maldito hombre afortunado. Sin
embargo, él mismo era un hombre bastante apuesto. Un poco mayor que ella, creo.
¿Cuarenta y cinco, casi cincuenta, tal vez? Llevaba un poco de plata en las sienes, pero
le daba ese aire distinguido, ¿sabes? Alto, recto, fuerte. Un buen trozo de barba de
unos días, no barbudo. Estabas entre ellos, tu madre en el interior, tú y tu padre cerca
de la calle. Los tres acaban de salir del barco, por así decirlo. Literalmente estabas
agarrando tu visa en tus manos, todavía. Habías ido directo a la Quinta Avenida, como
todos los turistas.

—Cruce contigo. Pero ese momento, cuando te vi por primera vez, nunca
olvidaré ese momento mientras viva, Isabel. Me miraste y me viste. Tu cara contó la
historia. Pensaste que era guapo. Así que te sonreí y te agachaste, miraste a otro lado,
te sonrojaste, te reíste. Entonces vi lo hermosa que serías. Y supe que, una vez que
fueras mayor de edad, tendría que tenerte. Pero no hasta que fueras mayor de edad.
No era un pedófilo, ni un depredador de jovencitas. En mi mundo, tenía hombres así…
eliminados con un prejuicio extremo. Si un hombre venía a mí buscando chicas
jóvenes, se desvanecía. Yo me encargaba de ello. No tenía paciencia para semejante
inmundicia. No lo hice y no lo hago.

Golpeando la ventana, te quedas en silencio por un tiempo. Espero, sabiendo


que continuarás. Necesitaba que continuaras.

—Yo era un proxeneta entonces. No hay otra palabra para eso. Pero era bueno
con mis chicas. Cuidaba de ellas. Las mantuve alejadas de las drogas. Las alimentaba,
las vestía, les daba un lugar seguro para vivir y hacer negocios. Me aseguraba de que
sus clientes estuvieran limpios y no fueran rudos. Me aseguraba de que nadie abusara
de ellas. Y nunca me aproveché de sus servicios. Al menos, no sin pagar por ello como
cualquier otro. No era un buen hombre. No lo soy y nunca lo he sido. Nunca lo seré.
¿Pero entonces? Yo era… malo. Estaba en ascenso. Veinticinco años y estaba muy
enfadado con todo el mundo, con la vida. Ganaba dinero a manos llenas. Tenía hambre
de respeto, de éxito. Era despiadado. Si alguien se interponía en mi camino… bueno, se
arrepentía. Pero yo tenía estándares. Reglas. Un código. Todas mis chicas tenían al
menos dieciocho años y sabían, todas y cada una de ellas, en lo que se metían. Nunca
las coaccioné ni las forcé. Me aseguré de que me fueran leales y sólo a mí, sí, pero… no
eran víctimas. Y tú… Nunca había visto a nadie como tú. Eras muy dulce. Inocente.
Joven, entonces, demasiado joven. Pero tú… me viste, Isabel. Me miraste directamente.
Y no lo hiciste con miedo o asco. No como todos los demás. Deberías haberlo hecho. Y
si hubieras podido ver lo que realmente era, lo habrías hecho. Pero fui egoísta y me
gustó la forma en que me miraste.

—Te vigilé, a los tres. Nada nefasto yo sólo… llevaba la cuenta. Fuiste a la
escuela en Brooklyn. Tu padre trabajaba en una joyería, un pequeño lugar propiedad
de un primo muy lejano, creo. O un amigo o un primo lejano, no lo recuerdo ya. Tu
mamá trabajaba en un hotel, limpiando habitaciones. Era un trabajo degradante para
una mujer destinada a ser emperatriz, pero lo hacía con vivacidad y determinación.
Por ti. Para que pudieras tener zapatos, ropa y algo de dinero para gastar. Tu padre y
tu madre trabajaron muchas horas para darte un techo y comida en tu estómago, lo
que significaba que estabas muy sola. No tenías ningún amigo que yo haya visto.
Nunca dejaste la escuela con nadie, nunca conociste a nadie fuera de la escuela. Una
vez que salías de la escuela, ibas a la biblioteca. Pero parabas para comer en el camino,
en la misma bodega cada vez. Te gustaban tus dulces. Te daban una Coca-Cola y una
barra de Snickers. Tenía la sensación, cuando te miraba, de que te tomabas estas cosas
como una forma de rebelión, que tus padres no lo aprobarían y por eso lo hacías. Te
quedabas en la biblioteca durante largas horas, leyendo. Nunca conocí a nadie que
leyera tantos libros como tú. Te sentabas en los estantes, con la nariz en un libro,
desde que terminaba la escuela hasta tarde en la noche. Tu padre raramente llegaba a
casa antes de medianoche y tu madre casi y ambos se iban unas horas después del
amanecer. Siete, ocho como mucho. Tú estabas… muy independiente. Te ibas a la
escuela, regresabas a casa. Asumí que te hacías tu propio desayuno, almuerzo y cena.
Siempre sola.

—Parece que me has seguido muy de cerca, Caleb.

No te molestaste en girar, a mirarme. —Oh sí. Era insalubre y yo lo sabía. Pero


no podía evitarlo. Mi trabajo sufrió. Arruiné un trato bastante importante porque te
estaba observando en lugar de hacer mi debida diligencia. Pero no pude evitarlo.

—¿Por qué? ¿Qué fue de mí?

Un suspiro. —Sólo… tú. Todo. No sé si puedo explicar, incluso ahora. Algo en ti


le habló a algo dentro de mí. Estaba impaciente por qué crecieras, porque estuvieras…
lista para mí. Nunca intervine en tu vida, ni en la de tus padres. Yo quería hacerlo.
Quería llevarte a la escuela para que no tuvieras que caminar. Quería… alimentarte.
Evitar que comieras basura. Un cuerpo como el tuyo, o más bien un cuerpo como el
que sabía que tendrías algún día… merecía un mejor tratamiento que el que le estabas
dando. Eras sólo una adolescente, así que no sabías nada mejor. Pero yo quería algo
mejor para ti.

Otro suspiro. Nudillos golpeando la ventana. Dedos de los pies en el suelo.

—¿Qué era lo que te pasaba? —repites—. ¿Qué es lo que pasa contigo ahora?
No lo sé. Nunca había hablado contigo. Pero yo… te conocía. Te conocía. Conocía los
libros que te gustaban. Clásicos, ficción, filosofía. Hemingway, Voltaire, Rousseau,
Sartre, Tennessee Williams, Hawthorne, Shakespeare, los románticos… leíste tanto,
tan ampliamente. Poseías tanta inteligencia, tanta belleza y potencial en bruto. Lo
quería todo. Quería… moldearte. No era sexual, no entonces. Como dije, no soy un
depredador. No de ese tipo, en cualquier caso. Si no era, como ya he dicho, un buen
hombre, no era tan depravado como para aprovecharme de niñas de catorce años.

—Te creo, Caleb, —digo. Y lo hago. No sé por qué, pero lo hago.

Te volteas, finalmente. —¿Tú crees eso?

Ojos estrechos, músculos de la mandíbula flexionados, una respiración.

—¿Crees que nunca quise hacerte daño? ¿Qué no lo hice entonces y no lo hago
ahora?

Debo considerar mis próximas palabras cuidadosamente. —Creo que no fuiste


un depredador de las jóvenes. Eso es lo que quise decir.

Sin embargo, oyes lo que no digo. —¿Pero no crees en el resto?

—Dado todo lo que ha ocurrido entre nosotros, es difícil. Disparaste y casi


mataste a Logan… querías matarlo. Me secuestraste fuera de mi casa. Sedaste a mi
perro. Estaba atada, amordazada y con los ojos vendados. Has mezclado la verdad con
las mentiras y la omisión durante tanto tiempo que no sé cómo creer en nada de lo
que dices.

Me frunces el ceño y me miras. —Supongo que no puedo culparte por eso.

Apoyas tu columna contra el vidrio, cruzas los brazos sobre tu pecho.

—Pero cree, si puedes, que todo lo que te digo es la verdad. Nada se deja
afuera, nada es falso.

—Lo intentaré.

—Es todo lo que pido.

—Tengo una pregunta, sin embargo.

—¿Qué?

—¿Por qué ahora?


Dejas que tu cabeza se golpee contra el grueso cristal, dejas que tus ojos se
deslicen cerrados, como si estuvieras invocando una respuesta desde lo más
profundo. —Ya es hora. Por muchas razones.

—Qué iluminador. —Mi voz es plana, sarcástica.

Gruñendo—: ¿Deseas la verdad?

—Sí…

—Entonces no te burles de mí, Isabel. No olvides quién soy.

Giras, vuelves a tu postura anterior y te apoyas en la ventana, mirando hacia


fuera, pero ahora con los brazos todavía cruzados.

—Nos encontramos por segunda vez por accidente. Si no crees nada, créelo
esto. No tenía intención de volver a enfrentarme contigo hasta que tuvieras al menos
dieciocho años. Pero entonces, creo que fue el día después de tu decimosexto
cumpleaños, me viste en un café y té acercaste a mí. Traté de ser grosero, esperando
que te fueras. Por tu propio bien. No estaba preparado para ti, ni tú para mí. Pero
fuiste persistente. Te sentaste en mi mesa, pediste un expreso y un pastel de
chocolate. Te comportaste como si siempre nos hubiéramos conocido. Me dijiste tu
nombre y me preguntaste el mío.

Te detienes tanto tiempo que me pregunté fugazmente si te has dormido. Pero


continúas, sólo que ahora tu voz es tan baja que apenas puedo oírte. Me acerco más.

—Eras responsable de Caleb Índigo, sabes. Nunca se lo he dicho a nadie, pero


es verdad. Me preguntaste mi nombre y entré en pánico. No quería que supieras quién
era. No quería que me encontraras, que descubrieras que era un proxeneta y un ex
prostituto. No habría sido difícil para ti averiguarlo. Nada de esto era secreto. No lo sé.
Yo sólo… entré en pánico. Cuando era un prostituto que trabajaba para la Srta. Amy,
había un hombre. Un cliente suyo y por lo tanto, mío. Era un vicioso y brutal hijo de
puta. Completamente frío. Nunca regaló nada. Nada. Se llamaba Caleb. Aparecía para
una cita conmigo y me usaba… Nunca fui una persona pequeña o débil, pero él… —Tu
voz se quiebra. Das un respiro.

—Me envidiaba su capacidad de ocultar todas sus emociones, todos sus


pensamientos. Cuando me preguntaste mi nombre, el suyo me vino a la mente. Así que
te dije que me llamaba Caleb. “¿Caleb qué?” me preguntaste. Llevabas el vestido azul.
Ya sabes cuál. Índigo. No sólo azul, sino índigo. Y así nació Caleb Índigo.
—Eso es algo difícil de creer, Caleb.

—Lo sé. Pero es la verdad.

—Caleb, el original. ¿Qué sucedió con él?

Haces un sonido, entre un gruñido, refunfuñando y un zumbido. Un sonido


extraño. Animal, más que humano.

—Lo maté. Después de que Amy muriera y yo entrara en el negocio por mi


cuenta, él vino a buscarme. Lo rechacé. Trató de forzarme y peleamos. Yo gané. Me
asegure de que nadie lo encontrara. Aunque un hombre como él, no creo que nadie lo
busque nunca.

—Así que me dijiste que tu nombre era Caleb Índigo.

—Sí. Porque yo estaba… No quería que conocieras a Jakob. —Con un breve


silencio.

—Entonces empezamos a reunirnos en el café. Una vez a la semana, dos veces.


A veces más. Continué con la farsa de ser Caleb. Actué como una persona que no era
yo. Fingía una fachada sin emociones que no sentía. Nunca te dije nada sobre mí.
Nunca te toqué. Estaba claro que estabas enamorada de mí, un enamoramiento.
Intenté no alentarlo, e incluso dejé claro que eras demasiado joven. Pero no podía
hacer que dejaras de venir a nuestro café y no podía alejarme, sabiendo que
aparecerías buscándome. Hiciste un avance tras otro sobre mí y yo te rechacé. Te hice
enojar, una y otra vez. Pero siempre volvías. No podías mantenerte alejada y yo
tampoco. Esto duró meses. Y durante esos meses, encontré útil a la persona de Caleb.
Fingí ser Caleb más y más. Caleb era… tranquilo. Genial. Poderoso. Podía esconderme
detrás de él. No era el huérfano, el chico sin hogar. No era un puto. No era débil. Está
en control. Me empezó a gustar ser Caleb.

Una pausa, una respiración y te aclaras la garganta. Empiezas de nuevo.

—Y entonces ocurrió algo imprevisto.

—¿El accidente de auto? — pregunté.

—No, todavía no. Eso fue después. Esto fue…—Respiras lentamente dentro y
fuera varias veces.
—Estaba solo, tarde en la noche. Salí a caminar. Había estado bebiendo. No
bebía a menudo, pero esa noche me había equivocado y necesitaba relajarme. Así que
me sumergí en un bar lejano de cualquier lugar que normalmente visitaba y me
emborraché. Muy, muy borracho. Estaba tropezando con mi casa y ahí estabas tú.
Caminando a casa desde la biblioteca. Por supuesto, la biblioteca había cerrado hace
unas horas. Pero llevabas los libros que habías sacado a un restaurante cercano toda
la noche y tomabas una taza de café y té sentabas a leer. Todas las camareras te
conocían y te dejaban quedarte todo el tiempo que quisieras. Pasé por ese restaurante.
Acababas de salir y tenías tus libros en tu mochila y llevabas… Dios, nunca te habría
dejado salir de casa con este traje. Una falda corta, sandalias y una blusa que mostraba
demasiado escote. Habías crecido en los dos años que pasé mirándote, los meses que
pasamos hablando en ese café. Te brotaron los pechos, comenzaste a usar un push up.
Por supuesto, incluso a los dieciséis años no necesitabas uno, pero no tenías nadie que
te dijera que no. Tus padres te querían mucho, pero tenían que trabajar horas
interminables, porque Nueva York es una amante cara y despiadada. Así que no había
nadie que te dijera que te pusieras ropa diferente. Recuerdo esa noche. Más
vívidamente que cualquier otra noche de mi vida, creo. Yo estaba detrás de ti y tú… No
lo sé. Me sentiste, creo. Te diste la vuelta y me viste. Parecías feliz de verme. Fue el
mejor sentimiento, esa alegría en tus ojos, significaba todo para mí.

No me gusta hacia dónde va esto. No me gusta la vacilación de tu voz. Estoy en


silencio, quieta, congelada, como si sólo funcionaran mis oídos.

—Caminamos juntos. Recuerdo el momento en que tomaste mi mano. Fue tan


inocente. Pero aún así… tan pecaminoso. Estábamos cruzando una calle. Era casi
medianoche y en las aceras sólo había unas pocas personas, en ese vecindario.
Estábamos a sólo unas pocas cuadras de tu edificio de apartamentos. Lo recuerdo.
Pusiste tu palma en la mía y nuestros dedos simplemente… se unieron. Creo que dejé
de respirar, porque sabía que debía soltarme, pero estaba borracho y no quería
hacerlo. Me permití fingir que éramos sólo… dos personas. Nos tomamos de la mano,
caminamos y hablamos. O mejor dicho, tú hablaste y yo escuché. Normalmente eras
una chica tranquila, creo, excepto conmigo. Guardaste todas tus palabras para mí y las
sentía a veces. Las derramaste todas sobre mí.

—Pero entonces… cambiaste todo. Para mí y para ti misma. Me tropecé. Con


una grieta en la acera y, de alguna manera, terminé teniéndote en mis brazos. Me
había caído contra la pared de un callejón y tú estabas en mis brazos. Olías bien.
Estabas tan cerca. Tus ojos eran grandes y no podía apartar la vista. Y entonces me
besaste. Y esa fue tu perdición. Podrías haberte escapado de mí, si no me hubieras
besado. Pero después de probarte, de probar el café en tu aliento, de probar la
virginidad en ti yo lo sabía. Simplemente lo sabía. Eras mía. Dieciséis años, virgen y
destinada a ser mía.

—Traté de resistirme a ti. Incluso después de eso. Te aparté de mí, dije algo
vulgar y degradante, algo sobre cómo no me follaba a pequeñas vírgenes ingenuas.

Un alfiler podría pinchar el silencio. Un cuchillo podría desollarlo. Una palabra


podría romperlo.

Él sabía agrio, como a veces olía el aliento de papá, a altas horas de la noche.
Pero esto era diferente. Era Caleb y yo lo estaba probando. Besándolo. ¡Y él me devolvía
el beso! Era hermoso. Era correcto. Finalmente me estaba viendo. Su mano estaba en mi
cintura, justo encima de mi cadera. Quería que me tocara donde nunca me habían
tocado. Me incliné hacia él, apreté mi pecho contra el suyo, apreté mis caderas contra las
suyas. Sin palabras, le rogué que me tocara. Para mostrarme cómo ser una mujer, el tipo
de mujer que él quería. Gimió, en lo profundo de su garganta. Sentía como si el gemido
viniera de las profundidades de la tierra, como si la tierra misma estuviera haciendo
ruido. Sus dedos se apretaron en mi piel, agarrándose a mi cintura. Su lengua tocó mis
dientes. Gimoteé abriéndole la boca, para poder saborearlo más, para que me enseñara
a besar con lengua. Fue mi primer beso y fue todo lo que había soñado. ¡Mi primer beso,
con Caleb! Oh, oh, oh… sus manos se movían ahora. Hacia abajo. A mis caderas. ¡Sí! ¡SÍ!
Gemí otra vez y entonces sus manos estaban palmeando mi trasero, levantándome,
tirando de mí con más fuerza contra él. Y lo sentí. Una cosa gruesa y dura entre nosotros,
presionando mi vientre. Se sentía tan grande, tan duro y me preguntaba cómo se vería.
Sabía lo que era el sexo, por supuesto. Sabía cómo funcionaba. Incluso sabía que se
suponía que debía ponerlo en mi boca y chuparlo y se suponía que se sentiría bien para
él. Una mamada. Las chicas les hacían mamadas a los hombres. Y los hombres hacían
cosas como esta, lo que me estaba haciendo a mí. Sosteniendo mi trasero, sus dedos
recogiendo la tela de mi minifalda para que cada vez más y más de la carne de mis
nalgas quedara al descubierto. No llevaba bragas. Un reto, para mí misma. A mí también
me gustaba. Se sentía mal. Travieso. Pero tan bueno, la forma en que mi muslos se
frotaban entre sí, la forma en que mis partes privadas sentían cada corriente de aire
mientras caminaba. La forma en que tuve que sentarme con cuidado para que nadie se
diera cuenta. Era una buena chica, pero no quería ser buena. Era invisible en la escuela.
Nadie se fijaba en mí. No tenía amigos. Nadie se metía conmigo. Simplemente no estaba
allí. Quería que me vieran, que se fijaran en mí, que me importara. Solía importar, antes
de venir aquí, a este país. América no era lo que yo pensaba que sería. No tan limpia, no
tan magnífica. No tan maravillosa. Mamá y papá siempre se iban y nunca tenían tiempo
para mí. Nadie tenía tiempo para mí, excepto Caleb y él había dejado claro que yo era
demasiado joven para él. Así que intenté crecer más rápido, por él. Escuché
conversaciones sobre sexo, busqué cosas en Internet. Aprendí a maldecir en inglés. Hoy,
no usé bragas, porque tal vez él lo notaría, tal vez se daría cuenta de que no era una
niña. ¡Y lo hizo! ¡Se había dado cuenta! Me besaba y me tocaba el trasero, mi culo y yo
sentía su polla. Tal vez tendría sexo conmigo. Quería que fuera mi primera vez. Mi
primer beso, mi primer novio, el hombre que me quitó la virginidad.

Tenía mi falda alrededor de mi cintura, una mano enorme y caliente y áspera


contra mi nalga, agarrándola. La otra… oh Dios, oh Dios, oh Dios… se movía entre
nosotros. A centímetros de mis partes privadas. Me había tocado allí, por supuesto. Me
hizo sentir sensaciones increíbles. Hizo que las cosas explotaran dentro de mí, como si
algo se desmoronaba en mis partes privadas, en mi vientre. Tal vez me haría sentir eso. O
incluso mejor. Sentí su dedo, justo ahí, empujando suavemente contra los bordes de mis
partes privadas…

Pero luego se detuvo.

Gruñó bruscamente.

—No llevas bragas. —No era una pregunta.

—No —susurré.

—Mierda.

Nunca había maldecido así.

—¿Qué? —pregunté. Intenté besarlo de nuevo, queriendo que siguiera adelante.


¡Sigue adelante!

Pero me empujó. Con fuerza. Casi me caigo al suelo sucio y él se quedó allí,
apoyado contra la pared, con la mano que había estado tocando mis partes privadas
presionada en su cara. Me miraba fijamente. Sus ojos se entrecerraron y su pecho se
agitaba arriba y abajo como si acabara de correr una carrera.

—Eres virgen. —De nuevo, no era una pregunta. Escuché el licor en su voz. Pero
estaba lúcido, coherente.

—Sí. Pero estoy lista. Quiero esto. Te quiero a ti, Caleb.

Sus ojos estaban muertos. No sé cómo pensar en ello, aparte de que se ven…
planos. Vacíos. Duros y fríos. Se puso de pie, metió las manos en los bolsillos del pantalón.
La arrogancia irradiaba en ondas gruesas y palpables. Da un largo paso hacia mí, se
detiene para que su cara esté a menos de un pie de la mía, mirándome con esos ojos
como fríos trozos de piedra muertos.

—No te quiero, Isabel. —Él entrega esto con calma, fácilmente. Sé que es una
mentira.

—No me acuesto con vírgenes ingenuas. —Mi corazón se retuerce y me pican los
ojos.

—Traté de ser amable al respecto, pero no lo entiendes, ¿verdad? ¡Eres tan


ingenua! ¿Realmente crees que te follaría? Ni siquiera te dejaría chuparme la polla. Así
que vete a casa. ¿De acuerdo? Vete a casa y crece de una puta vez, estúpida niña.

Y luego se da la vuelta y se va. No tropieza, no vacila ni se balancea. Gira la


esquina y se ha ido y me las arreglo para contener las lágrimas por un momento, dos y
luego me caen por la cara. Siento el golpe, el dolor, el odio, el giro del cuchillo en mi
corazón.

Me doy la vuelta y me voy a casa, repitiendo cada momento, repitiendo cada


palabra que me dijo.

***

—No lo decía en serio —susurra.

—No quise decir eso. Pero tenía que hacer… que te detuvieras. Hacerte que te
fueras. Antes de arrancarte la falda, eras demasiado joven, de dieciséis años y te
follaria allí en el callejón. Ya eras toda una mujer. Dieciséis años y una mujer. Pero aún
así, todavía una niña. Tan ingenua. Tan inocente. Y sin embargo, tan hambrienta de ser
mundana. El maquillaje que te colocaste cuando viniste a verme, te lo pusiste por mí.
Demasiado perfume de tu madre. Fingí no verte cuando te acercabas a nuestro café,
pero siempre te vi. Te parabas en la esquina, te peinabas, te despeinabas. Te bajabas la
camisa y te levantabas las tetas. Te subías la falda para desnudar más la pierna. Como
si ver más de tu piel pudiera tentarme más de lo que ya estaba tentado. Estabas
echando gasolina en un incendio forestal, pero no te diste cuenta. Yo era Caleb y Caleb
nunca regalaba nada. Caleb no sentía. Así que nunca supiste lo cerca que estuviste, esa
noche, de ser follada contra la pared de un callejón como una puta común. Fantaseé
con eso, con esa noche. Fantaseé, soñé con lo que podría haber hecho de forma
diferente. Cómo podría haberme agarrado a tu culo y levantarte alrededor de mi
cintura. Cómo habría deslizado mi polla dentro de ti y follado tan fuerte que te habría
hecho daño. Eras virgen y tú habrías sangrado. Nunca antes me había cogido a una
virgen y me preguntaba qué tan apretada te sentirías. Me había tirado a tantas
mujeres, muchas. Todas ellas mayores, más experimentadas. Treinta, cuarenta y más.
O mujeres más jóvenes que ya habían sido iniciadas en el mundo del sexo duro y
rápido, como yo lo hice. Habrías llorado, tal vez. Entonces podría haber besado tus
lágrimas y follarte suavemente, para demostrarte que podía.

Hablas con reverencia, usando palabras que nunca he oído de ti, expresiones y
giros de frase e inflexiones que no sabía que conocías. Te estás desvaneciendo entre
ser Caleb y Jakob.

—Me masturbé pensando en todas las cosas que quería hacerte. Me folle a mis
putas, fingiendo que eras tú. Pero dejé de ir al café. Me mantuve alejado de Brooklyn,
donde vivías. Me mantuve alejado, Isabel. Por ti, me mantuve alejado.

Yo creo esto. Me asusta, así que lo creo. Tú me querías, a los dieciséis años. Y yo
te quería a ti, a ti de veintinueve años. Pero te alejaste de mí. Porque querías follarme
tan fuerte que me podría a llorar. Te mantuviste alejado. Ojalá hubieras tenido éxito.

—Y entonces ocurrió el accidente. Fue en Manhattan. Todavía hoy no sé por


qué estabas allí, en Manhattan. Lo que estabas haciendo. Era tarde. Pasada la
medianoche. Hacía frío. Húmedo. Un día de otoño, unos meses después del beso.
Estaba bien, estaba siendo bueno. Permaneciendo lejos. Manteniéndote a salvo de mí.
Manteniéndote fuera de mi mundo. Estaba caminando. Me gustaba caminar, en ese
entonces. Caminaba para conseguir algo de comer, caminaba para encontrarme con
los clientes, caminaba sólo para caminar, para poder pensar. En ti, más a menudo.
Caminando con el deseo de encontrarte y llevarte a casa y mantenerte. No esperé a la
luz. No había coches y estaba preocupado, así que crucé, como lo he hecho un millón
de veces. Pero un coche, un viejo Impala verde. Recuerdo el coche. El óxido en la rueda
delantera izquierda bien. Una grieta en el parabrisas, bajo, cerca de la base. Una astilla
de roca que se extendió, fue lo más probable. Me congelé. El auto se acercaba a mí,
demasiado rápido para detenerse. Ese momento, lo cambió todo. Si me hubiera
movido, si no me hubiera congelado las cosas serían diferentes. El conductor frenó y
se desvió para tratar de perderme. Los neumáticos traseros patinaron sobre el
cemento mojado y el auto siguió viniendo hacia mí, esta vez de lado. Lo vi, a tu padre.
Detrás del volante. Vi su boca moverse mientras juraba, o gritaba, o algo así. Vi a tu
madre en el asiento delantero a su lado. Gritando. Y te vi a ti. En la parte de atrás. Te vi
a ti. ¿Por qué tenías que ser tú? De todos los millones de personas en la maldita
ciudad, en todo el maldito mundo, ¿por qué tuviste que ser tú? ¿Por qué tú?
¿Por qué yo, en efecto?

Parece que te ahogas con tus palabras, con tu aliento. Rascas el dedo del pie de
tu fino zapato de cuero italiano contra el suelo de hormigón. —Habría estado bien. Me
tiré en el último segundo y tu auto me pasó por alto, girando en la intersección. Pero
una camioneta pasó por la intersección en ese momento, por la izquierda. Golpeó tu
auto. Estabas sentada detrás de tu madre, o te habría matado. Hizo que el coche
volara, rodará. Yo lo vi. Vi tu auto caer como un maldito juguete de Matchbox. El
camión… ni siquiera sé qué le pasó al camión, o al conductor. Nunca me molesté en
averiguarlo. Me tiré fuera del camino, pero el camión me golpeó cuando pasó. El
espejo lateral me golpeó la cabeza y me dejó sin sentido. Cuando volví en sí, tu coche
estaba al revés a 30 metros de distancia. Ya ni siquiera era reconocible como un coche.
Había vidrios por todas partes y sangre. Me levanté y fui a tu coche, miré dentro. Vi a
tus padres en la parte delantera….

Te detuviste. Respiras con cuidado. —Es la única vez que algo que he visto me
ha hecho vomitar. Todo lo que he hecho, visto, pasado… pero lo que le pasó a tu madre
y a tu padre en ese desastre fue… horrible. No hay palabras. Pero tú no estabas allí. No
estabas allí. El asiento trasero estaba vacío. No sé si saliste a rastras o te echaron. Aún
no lo sé. Te encontré a un buen cuarto de milla de distancia. Arrastrándote sobre tu
vientre. Sangrienta, incoherente, pero arrastrándote con esta imparable
determinación. ‘Ayúdame’ dijiste. ‘Ayúdalos’. Ayúdalos. Mamá, papá… ayúdalos. —
susurras las últimas tres palabras, como yo lo he hecho. Desesperada, roto—. Te
recogí. Te llevé al hospital. Hubo tantos otros accidentes esa noche que las cosas se
perdieron en la confusión. El papeleo fue aceptado a medias. Urgencias era una
pesadilla en la tierra. Gente sangrando, paramédicos yendo y viniendo, ambulancias
por todas partes, enfermeras tratando de poner a la gente en clasificación. Era un
maldito campo de batalla. Te alejaron de mí. Preguntaron por el seguro y dije que
pagaría en efectivo, sin seguro. Eso es todo lo que les importaba. Rellene tu nombre,
Dirección, la poca información que sabía. Les dije que era tu novio.

—¿Así que el asaltante…?

—Una mentira.

—No lo entiendo.

—Lo sé. —Dejaste escapar un respiro.

—Cuando volví al día siguiente, te habían trasladado de Urgencias a la UCI.


Todavía no sé del todo qué pasó. Los informes se mezclaron, no lo sé. Te operaron y
parecías estar curándote. Hubo tantos accidentes esa noche, otras cosas, disparos, un
apuñalamiento, un millón de pacientes diferentes, un millón de personas y familias
diferentes e investigaciones. El tuyo se… barajó. Perdido. No lo sé. El coche estaba
destrozado y tus padres estaban irreconocibles. Sus registros dentales no estaban en
el sistema porque eran de España; no había identificación en el auto. Perdidos entre
los escombros, olvidados en casa. Sólo otro John y Jane Doe, muertos en un accidente
de coche, sin familia que pregunte por ellos, sin razón para mirar, no cuando había
víctimas de asesinato y lo que sea, misterios que resolver. Y tú… estabas sola. Te
metiste bajo el cuchillo. Te afeitaron la cabeza, te afeitaron todo ese hermoso cabello.
Una cirugía de nueve horas y media, sin ninguna promesa de que te recuperarías.
Volví el día después de tu cirugía y estabas bien. Quiero decir, no bien, pero viva.
Despierta. No muy coherente, pero viva. No sé si no recordabas el accidente, o si
estabas demasiado asustada para preguntar por tus padres, o si sólo estabas aturdida
por la anestesia… No lo sé. Hay tanto que no sé. Tal vez la cirugía nunca tuvo éxito y el
hecho de que no estuvieras realmente lúcida era un síntoma de que algo andaba mal
en tu cerebro. Me hicieron ir a casa y cuando volví al día siguiente, te habías ido.

—Me volví loco. Tuvieron que sedarme y cuando me desperté de nuevo, me


dijeron lo que había pasado. Que habías quedado inconsciente, hemorragia interna,
puesta en coma para preservar la función cerebral. La hemorragia había sido detenida,
pero no salías del coma. Me senté al lado de tu cama durante una semana. Me hicieron
salir. Seis guardias de seguridad me sacaron físicamente y literalmente, me pusieron
en un taxi y le dijeron que me llevara a otro lugar. No recuerdo mucho después de eso.
Días, semanas tal vez, no lo sé. Simplemente… se fueron. Me fui de juerga, me quedé
borracho. No recuerdo nada de eso. Cuando por fin me desahogue, volví al hospital. Te
habían trasladado de nuevo. Esta vez a un centro de cuidados a largo plazo. Nadie
sabía nada de ti allí excepto tu nombre. Y sólo eras un cuerpo en una cama. Había
tantos pisos diferentes, tantas enfermeras y doctores diferentes, los gráficos se
movían, lo que sea, que cuando te trasladaron al hospicio, nadie sabía cómo te habías
hecho daño. O sobre mí. Aparecí diciendo que era tu novio y me dejaron entrar para
verte. Los soborné, de verdad. Una bonita pila de cientos, una triste historia sobre
cómo quiero ver a mi novia. Si crees una mentira, todos los demás también la creen.
Realmente sólo quería verte. Eso es todo lo que me importaba. Me dejaron entrar y me
senté a tu lado y lloré. Volví todos los días después de eso. Todos los días. Llené tu
habitación de flores. Traje un reproductor de CD y puse música para ti. Te leí libros.
Yo...

Otra eterna, interminable y tensa pausa. Un silencio embarazoso. Tus hombros


se levantan y dejas salir un aliento, como si lo hubieras sostenido a pesar de todas las
palabras que has dicho, más palabras de las que jamás he oído a nadie decir todas a la
vez y mucho menos a ti.

—Jakob murió en esa habitación. Jakob murió de hambre. Desperdiciado.


Ignoré todo. Cuando los hombres y mujeres que ayudaron a dirigir las diferentes
partes de mi pequeño imperio vinieron a mí, preocupados de que estaba
desperdiciando todo lo que había trabajado tan duro para construir, lo vendí todo.
Todo. Liberé a todas mis putas, como te dije. Les di casas, trabajos y dinero. Pieza por
pieza, Jakob desapareció.

—Hubo un tiempo, entonces, mientras estabas en coma… sólo estaba… vacío.


Yo no era nadie. Has hablado de no ser nadie, Isabel. Y entiendo lo que se siente. Muy
bien. Nadie sabía mi nombre. A nadie le importaba. Estabas en coma y no era probable
que salieras de él. Eras la única persona sobre la faz de la tierra que me conocía. Todos
los demás se habían… ido. No muertos, pero conocían a Jakob. Y Jakob se había ido.
Meses… fueron meses en los que ninguna persona me habló, ninguna persona dijo mi
nombre. El personal del hospicio era eficiente, pero tenían otros mil pacientes y tú
eras sólo una chica medio muerta en coma con un novio loco que no respondía. Me
ignoraron. Me mantuve allí, así que me dejaron ir y venir como yo quería. Dormí allí,
muchas, muchas noches. Dormí allí… Jacob durmió allí y en algún momento Caleb se
despertó en su lugar.

Me atrevo a romper el hechizo tejido por tu historia. —Cómo… —Mi garganta


se agarra alrededor de las palabras.

—¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo estuve en coma?

El vidrio de la ventana hace eco de tus palabras. Las refleja, con tu imagen, de
vuelta a mí.

—Cuatro años, tres meses y diecinueve días.


13
Cuatro años, tres meses y diecinueve días.

—¡Me dijiste seis meses!

—Mentí.

—¡Me dijiste que había un asaltante!

—Mentí.

—Tú… me dijiste que no tenía nombre. Que nadie sabía quién era. Me dijiste…

Te das la vuelta. —¡MENTÍ! —gritas, lo escupes.

Tu voz hace eco como un trueno, reverbera.

—¿Por qué? —Me alejo de ti. Las emociones están hirviendo dentro de mí,
elevándose en mi garganta como el magma que brota de la boca de un volcán y estalla
contra mis dientes como un vómito—. ¿Por qué?

Te hundes hacia atrás contra la ventana, como un globo de aire caliente con el
horno apagado. —No podía soportar decirte la verdad. Tus padres estaban muertos.
Cremados, creo, o enterrados en una tumba sin nombre. Todo lo que sabías había
desaparecido. No recordaste nada. Nada. No podía dejarte allí, sin un solo recuerdo,
sin siquiera tu nombre. Nadie que te visitó nunca. Sólo te perderías allí. ¿Pero qué
podía hacer? Si te hubiera dicho la verdad sobre ti, ¿qué bien habría hecho? El
apartamento de tu familia ya no estaba, todo se vendió o se tiró. No tenía pruebas de
nada. Tú, como Isabel de la Vega, solo existías en mi cabeza. ¿Qué harías con ese
nombre, esa identidad? Nada. Sería información inútil. Como saber que la capital de
Nueva York es Albany, no significaría nada para ti. Pero para mí… sigues siendo Isabel.
La chica que yo…

Te quedas callado, una admisión abortada. Me pregunto qué ibas a decir. La


chica que yo... ¿qué?
Siento tantas cosas que ni siquiera puedo analizar un solo pensamiento. Enojo.
Confusión. Compasión; sí, por ti. Entiendo. En tu lugar, ¿qué habría hecho yo? Me
pregunto esto, pero no encuentro respuesta.

—Y al principio, eras simplemente eso… un cuerpo, vivo, despierto, pero…


vacío. Ni siquiera sé cómo describirte, en esos primeros días. No podías hablar.
Estabas débil, tus músculos esencialmente atrofiados, aunque el personal había hecho
al menos lo mínimo para evitar las úlceras y la atrofia completa. Ni siquiera estabas
realmente consciente de ti misma o de mí o de cualquier cosa. Solo estabas… allí.

Te alejas de la ventana, limpiándote la cara con la palma de la mano. —Durante


los cuatro años que estuviste en coma, construí mi imperio como Caleb Índigo. Creé
una identidad completamente nueva. Nueva identificación de seguridad social, nueva
licencia de conducir, historial de crédito, historial laboral. Resistirá hasta la
investigación más estricta. Pagué varias fortunas para asegurarme de que Caleb Índigo
fuera un completo y real ser humano con una vida que cualquier detective o
investigador federal creería, sin importar lo cerca que miraran. Incluso hay actores en
nómina con álbumes completos llenos de fotografías manipuladas y recuerdos
memorizados, en caso de que alguien busque. Jakob Kasparek está muerto y Caleb
Índigo está vivo. Es real. Soy yo. Me convertí en él, completamente. Tomé clases de
terapia de lenguaje para erradicar mi acento. Tomé clases de actuación para darme
cuenta de mi nueva identidad como Caleb, para venderlo como persona incluso para
mí. Clases de negocios para aprender a ser un hombre de negocios legítimo, no solo un
proxeneta o traficante. Construí un nuevo imperio desde cero. Uno mejor. Uno legal,
bueno, mayormente legal. Pero esa es una historia diferente. Esto se trata de ti.

—¿Lo es?

No me escuchas. —Cuando despertaste yo era más rico que nunca. Estaba en el


proceso de construir una torre, un rascacielos propio. Cuando estuvo claro que
estabas despierta y no recuperarías repentinamente tu memoria, pero que estabas
físicamente bien, te saqué de las instalaciones. Contra sus deseos y contra las
objeciones bastante vigorosas del médico. Esa fue la última vez que firmé como Jakob
Kasparek. Firmé tu salida y me dejaron. Te traje a mi torre parcialmente terminada y
te puse en un apartamento, te traje terapeutas para ayudarte a volver a aprender a
hablar, caminar, todo. Fue entonces cuando me di cuenta de que no podía decirte
quién eras realmente. Eras diferente. Te despertaste… diferente. No lo sé. La chica que
había conocido se había ido. Tenías veinte años y no tenías identidad.
Me miras para asegurarte de que estoy escuchando. —Sé qué quieres
escucharme admitir que lo vi como mi oportunidad para… No lo sé… crearte para ser
la persona que quería que fueras. Y supongo que en algún nivel inconsciente había
algo de eso. Ayudé… a esculpir tu nueva identidad, pero tú elegiste todo. No te forcé.
Te lleve al museo como algo que hacer y no quisiste irte. Te llevé en tu silla de ruedas
de una pintura a otra, de una exposición a otra. Y me hiciste parar en el Madame X. Eso
fue real. Yo no hice eso. Fuiste tú. Te envié libros, te los traje, caja tras caja tras caja.
Traje todo tipo de libros. Clásicos, ficción moderna, historias, biografías, crimen, todo.
Y elegiste lo que querías. Leíste lo que querías. Y por dos, casi tres años, Todo lo que
traté de hacer fue ayudarte… a encontrarte a ti misma, supongo. Te enseñé cosas, sí.
Modales, porte, presencia. Cómo intimidar a las personas. Cómo leer a las personas.
No creé a Madame X, no solo. Éramos nosotros, Isabel. No tenía ninguna razón para
pensar que alguna vez recuperarías tus recuerdos. Entonces, si bien acepto que tu
enojo es válido por lo que percibes cuando te estoy mintiendo, eso no es del todo
justo. Pero entonces, la vida no es justa, ¿verdad?

—¿Qué edad tengo?

Parpadeas, ruedas los hombros, como para quitarte el manto del pasado. —
¿Cuántos años tienes? Veintiséis.

—¿Y mi cumpleaños?

Sonríes, algo débil y tibio, como si hubieras olvidado cómo. —2 de julio de


1989.

—¿Y cuántos años tienes?

—Nací en 1976, en Praga, que ahora es la República Checa. Tengo treinta y


nueve años.

—¿Entonces, cuando nos conocimos…?

—Tenías catorce años y yo veintisiete.

—¿Y cuándo me follaste por primera vez?

—¿Esto?

Levanto la barbilla. —Sí, Caleb. Esto.


Suspiras. Pasas tu mano por tu cabello. Pareces mucho más joven de treinta y
nueve. Treinta, como mucho, supongo. —Te despertaste cuando tenías veinte años,
cerca de los veintiuno. Tomó… algo así como dos años y medio de terapia antes de que
estuvieras funcionando completamente, antes de que tuvieras total autonomía sobre
tu habla, sobre el control motor fino y amplio, todo eso. En ese tiempo estabas
aprendiendo, leyendo, convirtiéndote en Madame X.

—Caleb.

—Esperé tres años, Isabel…

—¿Era virgen? —pregunto, interrumpiéndote.

Te limpias la cara con ambas manos. —Isabel…

—¿Era virgen? —Exijo de nuevo—. Me dijiste que no. Y ahora me estás


diciendo que sí. No recuerdo y no puedo creer nada de lo que dices, claramente.
¿Cómo se supone que separe la verdad de las mentiras?

—Eras virgen. Esa es la verdad.

—¿Por qué mentir sobre ello?

Te encoges de hombros, casi despreocupado. —No quería arriesgarme a


mencionarlo… todo esto. Respondiendo las preguntas que sabía que tendrías si
supieras que eras virgen la primera vez que nos acostamos.

—Llámalo como era, Caleb, me estabas follando.

Te acercas, de repente feroz. —Oh no, Isabel. Eso no es lo que era en absoluto.
Tú lo quisiste. Tú me querías. No me conocías, no como el hombre que conociste antes
del accidente, pero tu cuerpo conocía el mío. Me querías. Así que no creas que puedes
echarme eso encima. Asumiré la responsabilidad de las mentiras, pero nunca tomé de
ti nada que no quisieras darme sexualmente. Entonces no, al menos.

—¿Cuántos años tenía? —pregunto—. ¿Cuándo tú, cuándo tuvimos sexo por
primera vez?

—Tenías veintitrés años. La primera vez que te toqué sexualmente fue en tu


vigésimo tercer cumpleaños.

—¿Por qué entonces?


—Necesitabas tiempo para recuperar la movilidad total —dices, con un suspiro
y un encogimiento de hombros—. Y necesitaba asegurarme de que no ibas a recuperar
tus recuerdos de repente. Viví con constante miedo a eso. Siempre lo tengo. Temía y
temía este día, cuando tendría que explicarte todo esto. Intentar hacerte entender…
todo. Esperé. Seis años, esperé. Te quise desde el primer momento que te vi ese día en
la Quinta Avenida. Te desee después de que me besaras en el callejón. Pensé que
podría volverme loco con la necesidad de ti. Y luego estuviste en coma durante cuatro
años y te vi envejecer, día a día y seguir siendo la misma. Y luego te despertaste y no
eras nadie. Así que tuve que ayudarte a reconstruirte. O no a reconstruirte, sino… a
crearte de nuevo. No podía tocarte. Sabía que no podía. No tenías forma de consentir,
de saber lo que consentirías y eso no fue algo que tomé a la ligera. Pero a medida que
pasaron los años, se hizo evidente para mí que, a pesar de no conocerme, no
recordarme, tu cuerpo recordaba su atracción hacia mí. Eso fue lo mismo. Tú me
querías. Sin embargo, no parecías saber qué hacer con ello o cómo actuar o lo qué
significaba. Entonces me resistí. Luche contra mi necesidad de ti, todos los días
durante tres años. Te bañé cuando estabas indefensa. Te vestí. Te alimenté. Te enseñé
a hacer todas esas cosas por ti misma. Me enfrentaba a la tentación de tu cuerpo
desnudo todos los días, pero no podía tocarte. No podía tenerte. Me querías, te quería,
pero no podía tenerte.

Te detienes. Tragas con fuerza. Te das la vuelta. Vuelves a rasparte los dedos
por tu cabello. Pones una mano al lado. Aclaras tu garganta.

—Mi promesa, para ti y para mí, fue que esperaría hasta tu vigésimo tercer
cumpleaños. Si estuvieras totalmente bien, independiente y en posesión de todas tus
facultades y habilidades motoras y todavía mostraras evidencia de que me deseabas,
me permitiría explorar una relación física contigo. Pero no hasta entonces.

—Así que ese día en mi cocina, cuando apareciste detrás de mí, sin llegar a
tocarme…

—Estaba en llamas. Estaba enojado, enloquecido. Me había abstenido de tener


cualquier tipo de contacto físico con alguien durante los últimos tres meses,
anticipando ese día. —Te giras para mirarme, viéndome como era entonces, tal vez—.
Tú… tarareaste con energía sexual. Vibraste con ella. Y cuando me acerqué a ti,
irradiaste bastante necesidad. Me tomó cada onza de autocontrol ir lentamente. Para
facilitarlo. Todo lo que quería era solo… tomarte. Doblarte sobre el mostrador y
follarte tan fuerte que sacudiría los cimientos de la tierra.
—Así me sentí ese día. Sentí como si acabaras de tomarme, como si
exactamente me hubieras follado así. Te apoderaste de mí ese día.

Tu mirada se ancla en el ahora, feroz, ardiente y salvaje. —Si. Lo hice. Había


esperado siete años para ese día. Te cuidé, me ocupé de todas tus necesidades. Te di
todo lo que sabía cómo darte. Y sí, cuando quedó claro que agradeciste mi toque, tomé
posesión de lo que era mío.

Avanzas sobre mí. Me acechas, depredador, hambriento. Me alejo, agarrando


los bordes de mi túnica y tirando de ellos con más fuerza. Retrocedo hasta que la
pared del ascensor está a mi espalda y no puedo retroceder más. Te detienes, a
centímetros de mí. Las manos a los costados. Tu pecho se agita. Ojos ardiendo en los
míos. Hablaste de mí irradiando energía sexual.

En ese momento, irradias eso. Te quemas, tarareas, eres una conflagración viva
de la necesidad sexual.

Las lágrimas pinchan mis ojos. Mi estómago se retuerce. Mi corazón se pincha.

Porque mi cuerpo… reacciona.

Cobra vida.

Pensé que había pasado de esto, pero no es así.

Nunca lo será, no lo creo.

—No puedes negarlo, Isabel —susurras. Tus labios rozan los míos, un beso
ligero, como una pluma que no se toca del todo—. No puedes negar que yo… poseo…
tu… cuerpo. Soy dueño de tu pasado. Soy dueño de tu alma. Y tú lo sabes.

Tomas mis caderas en tus manos. Te siento erguido entre nosotros.

De nuevo.

Aquí estoy otra vez. Frente a ti. Frente a mí misma. Luchando contra el demonio
que es la reacción instintiva de mi cuerpo hacia ti. Y debo admitir que no es solo mi
cuerpo, sino una parte poderosa de lo que soy lo que está reaccionando ante ti.

Pero no puedo hacer esto de nuevo. No puedo. No puedo.

No lo haré.
—Pero no eres dueño de mi corazón y no eres dueño de mi futuro. —Me
resulta difícil respirar mientras digo esto. De hecho, las palabras salen sin aliento.
Exprimidas a través de las astillas del espacio entre mis dientes apretados.

Un aliento te deja. Un solo suspiro.

Me obligo a mirarte. Para encontrar tu mirada. Para conocer visceralmente y


hasta el fondo de mi alma el dolor crujiente en tus ojos mientras absorbes mis
palabras.

Tus hombros se levantan. Bajas las cejas. Tu mandíbula se flexiona. Los ojos
oscuros se funden con… ¿dolor? ¿Rabia? ¿Alguna combinación potente de ambos?

Tu mano se levanta de mi cintura.

Tus dedos se enroscan. Se aprietan alrededor de mi garganta. Tus ojos en los


míos.

Mis vías respiratorias están oprimidas. No puedo respirar. Las estrellas estallan
detrás de mis ojos.

—Tú… eres…. MÍA. —Esto, de ti, es un silbido gruñón.

Estoy levantada, del suelo. Mi visión se estrecha.

No peleo contigo. Este es el precio que debo pagar. Me diste la verdad,


finalmente. Creo cada palabra que dijiste y más de lo que no dijiste, la palabra escrita
grande, audaz y sangrienta entre líneas.

Tu pecho se agita. Un sonido emerge de ti, un gruñido salvaje que emites desde
lo profundo de tu intestino.

Siento que el oxígeno pasa a través de mis dientes, hacia mis pulmones. Tus
dedos se aflojan. Despacio, muy despacio. Como si alguna fuerza invisible estuviera
separando cada una de las yemas de tus dedos de mi garganta.

Mis pies vuelven a tocar el suelo y me desplomo sobre mis manos y rodillas,
jadeando, agarrándome la garganta.

Miro a través de mis ojos llenos de lágrimas mientras retrocedes. La mano aún
levantada, como si todavía estuviera envuelta alrededor de mi garganta. Un paso atrás,
otro. Un tercero.
Pasa un momento, en el que intento respirar y tú simplemente me miras, con la
mandíbula flexionada, los ojos entrecerrados, un resplandor de emoción sangrando a
través de tu mirada marrón normalmente plana.

Y luego buscas en tu bolsillo. Miras tu celular. Marcas un número. Sujetas el


auricular en tu oreja. —Es hora. —Y luego de finalizar la llamada, vuelves a colocar el
dispositivo en tu bolsillo.

Un cuadro, entonces. Tú, mirándome, con los puños a los costados. Yo, de
rodillas, con la bata abierta, con el cabello en los ojos, el aliento raspando
dolorosamente a través de una tráquea magullada. Mirándote fijamente.

Las manos me levantan hasta los pies. Sáquenme de aquí. No te quito los ojos
de encima mientras me arrastran al ascensor.

Te veo, como tantas veces lo he hecho, a través de la perspectiva cada vez más
estrecha de las puertas que se están cerrando del ascensor:

Alto, recto. Hombros anchos. El cabello negro como la noche. Traje a medida
que se aferra perfectamente a tu físico divino. Manos a los costados, puños cerrados.
Los veo temblar, veo la forma en que los músculos de tu mandíbula se flexionan y
tensan. Tu ceño está fruncido. Tu mirada es abundante, cargada, salvaje, marrón
fundido.

Eres un dios.

Has sido mi dios.

Y me estoy alejando de ti.

Me he alejado de ti. Te negué.

Elegí mi futuro.

Pongo mis manos sobre mi vientre y me cubro el pequeño bulto. Ves ese gesto
y te estremeces. Tu cabeza se balancea en tu cuello. Las puertas se cierran y te veo por
última vez.

No puedo estar segura, pero parecía como si estuvieras cayendo de rodillas,


con la cabeza caída.

Pero no creo que sea así.


Cierro los ojos y te veo. La frente en alto. Imperioso. Precioso, perfecto, frío,
una estatua tallada en mármol vivo. Un dios romano hecho carne.

Ya no eres mi dios.
14
El helicóptero se enciende con una brusquedad repugnante para flotar a seis
metros sobre la terraza. Un hombre se arrodilla en la puerta abierta, sosteniendo un
rifle con una mira telescópica al hombro. Señalando a Logan, que se para en la azotea,
sin esfuerzo resistiendo el golpeteo de los rotores.

Hay un cabrestante, miles de metros de cuerda gruesa y una especie de punto


de apoyo sujeto al extremo colgante de la cuerda. Un arnés hecho de correas ásperas
está sujeto alrededor de mi torso y muslos. La cuerda se baja unos pocos metros y un
segundo hombre hace un gesto. Se supone que debo salir del helicóptero y aferrarme
a la cuerda, con los pies descalzos sobre el metal redondo mientras me bajan al suelo.

El hombre, que usa un casco negro que oculta sus rasgos, sujeta un gancho que
conecta mi arnés a la cuerda.

Con manos firmes y un corazón atronador, me acerco al borde de la puerta.


Toca las plantas de mis pies con el patín frío. Me levanto con las rodillas temblorosas,
agarra la cuerda con ambas manos. Respiro, aguanto y exhalo. Dos veces. Y luego me
alejo de la seguridad del avión para pararme en una pequeña circunferencia de metal
estriado. A pesar del gancho y el arnés, estoy aterrorizada. Pero no hay tiempo para el
miedo, porque el cabrestante gime y yo desciendo rápidamente hacia abajo. Mi
corazón está en mi garganta y aprieto los ojos para bloquear la visión de la azotea
cada vez más grande y el helicóptero más pequeño.

La explosión me golpea, me hace balancearme de lado a lado y girar en círculos.

Mi intestino se rebela y aprieto los dientes, trago fuerte, respiro por las
náuseas.

Y luego cálidas y ásperas manos familiares me agarran: Logan. Solo puedo


temblar y estremecerme mientras me quita el arnés con la facilidad de la práctica. Un
momento de ruido y aullidos de carga aerodinámica, mi mejilla contra el pecho de
Logan, sus latidos bajo mi oreja. El helicóptero asciende, el viento se apaga y luego
estamos solos.

Y lloro.
Los hombros tiemblan, las lágrimas fluyen.

Logan me levanta en sus brazos y me lleva por las escaleras curvas hacia
nuestra habitación. Se acuesta conmigo, nos cubre con mantas. Me concentro en los
latidos de su corazón como la única cosa real en el mundo:

Thrum-thrum… thrum-thrum… thrum-thrum.

—¿Isabel? —La voz de Logan, baja y cálida—. ¿Te lastimó?

No sé cómo responder. Solo puedo llorar más fuerte. ¿Pero por qué estoy
llorando? ¿Ser secuestrada? ¿El miedo al descenso? ¿Alivio de estar en casa? ¿Qué pasé
la prueba final, gané la batalla contra mi necesidad de Caleb? ¿Que finalmente me
entiendo a mí misma, mi pasado, cómo encaja todo? ¿Por el inquietante tormento tan
visible en Caleb cuando me soltó, me envió lejos?

Todo.

Y no puedo expresarlo con palabras.

—Estoy aquí, Logan —le susurro al algodón de su camiseta; Es todo lo que


puedo manejar. —Estoy… bien.

—¿Qué pasó? —Este es un retumbar bajo, áspero, inseguro.

Quizás algún día pueda contarle todo lo que Caleb me contó. Tal vez. Pero no
ahora. Hoy no.

—Te elegí a ti. —Mi voz se rompe en la última palabra.

Logan me quita de encima y abro los ojos. Lo miro fijamente.

Un ojo azul resplandece de amor. Un ojo azul. Un ojo azul profundo. Una
eternidad de azul.

Un toque delicado en mi pómulo, trazando hacia abajo. Aparta un mechón de


mi cabello. Está apoyado sobre su codo, inclinándose sobre mí. Toca el punto rojo con
costras donde el cuchillo de Caleb me ha cortado. Sus ojos hacen la pregunta.

—Estaba amordazada —respondo en un susurro—. Él la cortó.


Traza una línea a través de mi mandíbula. Hasta mi garganta. Toca con la yema
del dedo cinco puntos individuales en mi garganta, cuatro en el lado izquierdo de mi
tráquea, uno en el derecho.

Sacudo la cabeza. No puedo responder a eso. —Estoy bien. —Es todo lo que
puedo decir.

—Puso sus manos sobre ti.

—Estoy bien.

—Isabel. —Duro, un regaño, enojo.

Enrollo mi palma alrededor de su cuello. Lo miro fijamente. Dejo que vea el


dolor en mis ojos, la confusión, el alivio, dejo que lo tenga todo, que tenga todo lo que
no puedo decir.

—Solo ámame, Logan —susurro esto también, para ocultar lo que sospecho
que es una ronca escofina. Hablar demasiado alto duele; Los dedos de Caleb dejaron
marcas más profundas que los moretones.

Pero Logan, Logan: Eres mi consuelo.

Quiero reemplazar todo en mi vida contigo.

Pintarte sobre las cicatrices de mi alma. Envolverme en ti, acurrucarme en tu


calor. Empaparte en mi piel, en mi corazón. Bebe, para saciar mi sed. Revive cada
pesadilla, cada recuerdo borroso y busca sobre cada uno. Te necesito, Logan. Te
quiero en cada grieta, en cada poro, quiero dejar que la luz de tu amor destruya las
sombras.

Gané.

Me alejé.

Y se siente como si hubiera perdido, de alguna manera.

Se siente como si me hubiera abierto para escapar.

Y más que nada, siento como si Caleb me hubiera arrancado de raíz.


Logan desciende sobre mí. Presiona sus cálidos y suaves labios húmedos contra
los míos y el beso…

Este beso…

Nuestro beso.

Me besas como si no hubiera mañana, como si no hubiera ayer, como si nunca


me hubieras besado, Logan, como si nunca me hubieras hecho el amor, como si
pudiera desaparecer, como si me estuviera desvaneciendo en este momento y debes
aferrarte a mí y abrazarme más y besarme para mantenerme.

Bésame, Logan.

Guárdame, Logan.

No digo estas palabras, pero las escuchas de todos modos, Logan.

Sus dedos profundizan en mi cabello y su cuerpo presiona el mío. Disfruto el


peso, saboreo el sabor de su lengua chocando contra la mía. Sus labios se separan de
los míos y ambos jadeamos, sin aliento. Y luego me besa de nuevo y nuevamente está
cargado de desesperación, dado la fuerza tectónica por la súplica no expresada en mis
ojos, goteando en silencio de mis labios. La súplica está en mis dedos mientras trabajo
el algodón de la camiseta de Logan por su espalda y se la arranco, rompiendo el beso
por un salvaje segundo frenético. La súplica está en la forma en que tiemblo con sus
jeans, en la forma en que rasgo el nudo de mi túnica, necesitándonos a ambos
desnudos, necesitando piel contra piel más de lo que alguna vez necesité algo en toda
mi vida. Si me estuviera muriendo de hambre, necesitaría esto más que comida; Si
estuviera a punto de sucumbir a la sed, necesitaría esto más que agua.

Lo necesito más de lo que necesito respirar, porque puedo respirar tu oxígeno,


llenar mis pulmones con tu respiración y no necesitar respirar nunca más.

De alguna manera, de algún modo, la ropa de Logan se tira a un lado y él está


sobre mí, con el pecho desnudo, los músculos pectorales marcados en su carne como
si fuera una cuchilla de afeitar, los músculos abdominales surcados y cortados con la
misma cuchilla. Sus hombros son anchos, más anchos que la tierra, bloqueando los
cielos y las estrellas. Su ojo es el cielo, su ojo es el sol. Calentándome, dándome vida.
No he visto el parche todavía, cuero blanco flexible, cientos de hebras individuales
tejidas en nudos adornados y entrelazados. Es una obra de arte. Su cabello es suelto,
largo y del color de la miel, el color del trigo maduro, rizado alrededor de sus
hombros, mechones atrapados en su barbilla. Sus labios están enrojecidos e hinchados
por besarme. Sus manos, ásperas, desgastadas por el trabajo, cicatrices en los nudillos,
callosas, me tocan. Traza mis curvas. Respira calor y necesidad en mi carne. Ahueca mi
pecho y luego mi mejilla con igual pasión. Respiro y lo miro y le doy mi alma. Mi
voluntad. Mi cuerpo.

Presiona su palma contra mi vientre, contra el bulto donde crece la vida.

Le sonrío y besa las huellas de lágrimas en mis mejillas.

Y ahora su palma desciende para provocar a mi núcleo, más cerca, más cerca,
más cerca… y luego a mi muslo, burlándose. Amasando el músculo de la parte superior
del muslo, hasta ahuecar el hueso de la cadera bien acolchado. He ganado peso. El
embarazo te sienta bien, debo admitirlo. Agrega una suavidad a tú ya completa figura.

Destierro esa voz. No tiene lugar en este momento.

No hay lugar en mi mente.

No hay lugar en mi vida.

Ya no más.

Respiro y la voz se desvanece, exhalo; y ahí estás, Logan. Besando el rabillo de


mi boca, tu ojo en el mío, mirándome, conociendo la batalla que peleo y dejándome
luchar por mí misma, para que pueda conocer la dulzura de la victoria y volver ahora,
aquí, a ti, a nosotros.

Y lo hago.

Solo hay silencio, solo tu aliento y el mío y el susurro de tu mano sobre mi piel.
El ligero sonido de succión húmeda de tu dedo hundiéndose en mi núcleo, en mi calor,
en mi humedad. Luego el jadeo de mis labios cuando tu toque dibuja un rayo desde los
cielos hacia mi vientre. Dentro de mi corazón. Tu toque, Logan, es todo. Lo siento con
cada átomo de mí ser, la forma en que me tocas. La forma en que tus labios rozan mi
garganta, besando cada moretón. La forma en que tus labios descienden para besar la
pendiente senos, hinchada por el embarazo. Lames mi pezón con la parte plana de la
lengua y lo levantas con la punta.

Abro los muslos, acerco mis talones a tus nalgas, dejo caer las rodillas a un lado
y me abro para ti. Aprieto el músculo flexible de tu espalda, la burbuja fría y dura de tu
hermosa parte trasera. Murmuro con deleite por la forma en que tu cabello dorado se
frota contra mi vientre y luego sobre mis muslos. Gimo de abandono mientras tu ágil
lengua encuentra mis pliegues y los busca por cada gota de esencia, cada gota de
placer. Mis caderas giran y se retuercen mientras me acercas al clímax y le doy voz
completa a mi orgasmo, grito en voz alta. Y luego enredo los dedos de ambas manos en
tu cabello y te arrastro bruscamente hasta mi boca y lamo las comisuras de tus labios,
lamo mi propio sabor y luego beso tu boca con un fervor tan feroz que gimes y te
muerdo el labio hasta que gruñes sorprendido y pruebo sangre.

Oh, Logan, mi Logan, mi amor, te siento ahora. Aquí, contra mí. Una mano
todavía enredada y anudada en la salvaje melena dorada de tus mechones, te beso y
con mi otra mano frenética busco tu dureza y la encuentro dura como el acero, pero
suave como el terciopelo, gruesa, elástica y resbaladiza. La humedad gotea en la punta.
Pesado debajo de la raíz, apretada a tu cuerpo con necesidad. Te agarro y acaricio
hasta que tu beso vacila y luego te traigo a mí. Te aparto del beso por mi agarre en tu
cabello y te miro a los ojos, los míos llenos de lágrimas de amor, pasión y demasiados
millones de otras emociones potentes y maníacas que todo lo que puedo hacer es salir
de la vorágine de ellas. Y esperar que estés allí para devolverme con un beso a la vida,
que estés allí para abrazarme hasta que me apacigüe el huracán.

Porque en este momento, soy un huracán.

Te guio a mi raja. Levanto mis caderas y te agarro desde la raíz y me abro con la
gruesa cabeza y gimo mientras te deslizo dentro de mí.

—Logan… —susurro tu nombre. Una bendición. Una súplica.

Te mueves, te enraízas profundamente. Te arraízas en mí.

Retengo mi agarre en tu cabello y ahora te tiro hacia mi boca, te beso. Boca a mi


boca, caderas a caderas, corazones latiendo al unísono, en paralelo, en ritmo
sincronizado.

Me saturo de ti.

Debajo de ti.

Te levantas, te recuestas, te pones de rodillas. Meto los pies en las curvas de tus
brazos y comienzas.

Lentamente al principio. Nunca apartas la mirada de mí.


Luego más duro y más rápido.

Siento mis senos balancearse y rebotar con el vigor de tu amor. Tomo uno y me
pellizco el pezón. Miras y te mueves aún más fuerte por ello.

Y luego me toco. Pongo las puntas de mis dedos corazón y anular en mi centro,
en mi clítoris y me froto. Encuentro ese ritmo, ese movimiento circular rápido y
áspero en la forma en que me toco. También miras esto, mis dedos en mi centro, mis
dedos pellizcando mi pezón, la otra mano levantada para apoyarme contra la
cabecera, así tengo influencia para empujar contra ti.

Porque no importa cuán duro, no importa cuán profundo, siempre quiero más,
te quiero más duro, te quiero más profundo.

Frenético y furioso, me follas con un amor tan salvaje que podría llorar con su
belleza, su perfección. Amar, follar, son lo mismo con nosotros, en este momento. No
hay definición en connotación, contexto o significado.

—Isabel… —Un soplo, mientras vacilas, jadeas y follas más fuerte, más lento,
más profundo, mientras tu clímax se eleva dentro de ti.

—Ámame, Logan —me quejo—. Oh Dios, Logan, te necesito.

—Me tienes, Isabel. Siempre. Todo de mí.

Mis ojos se abren y siento que pierdo el control, lo pierdo todo, pierdo el
control sobre la cordura a medida que avanzamos juntos, al encontrar ese espacio en
el momento de la unidad donde mi alma y la tuya se enredan, chocan y se entrelazan,
cuando mi tejido y tu sustancia se enredan, giran y se aparean, tan unidos entre sí
como lo está mi cuerpo con el tuyo en este momento. Siento ese unísono y me ahogo
en él.

Llego al orgasmo y me siento apretada a tu alrededor. Mi núcleo agarrando tu


resbaladiza longitud, apretando con todo el poder que poseo, me retuerzo contra ti y
grito tu nombre. Te corres explosivamente y siento que se desata dentro de mí, siento
que tu semilla me llena y gotea por mis muslos. Y te sigues corriendo, cayendo hacia
adelante para presionar tu rostro en el hueco de mi garganta, besando mi mandíbula
mientras agitas tus caderas con temblorosos impulsos de réplica, cada uno de los
cuales envía un aleteo de éxtasis a través de mí.

—Te quiero. Dios te amo.


—¿Cómo puede ser que cada vez que hacemos el amor sea mejor que la última
vez? —pregunto.

—No lo sé. Pero es verdad. Debería ser imposible, pero no lo es. —Me levantas
y me quitas de encima, me llevas hacia la cuna protectora de tus brazos—. Si es así de
increíble ahora, ¿cómo será después de veinte años?

Te pellizco el pecho. —No creo que sea posible ni siquiera de comprender. —


Me giro, aplastando mis senos contra tu pecho, levantándome para mirarte—. Y
Logan, no creo que puedas comprender cuánto te amo.

—Oh, puedo adivinarlo.

—¿Puedes?

—Me elegiste a mí. Eso me lo dice todo.

Me acuesto de nuevo, mi mejilla en tu pectoral. —Me lo contó todo.

—¿Caleb?

—Si.

—¿Todo?

—Se sintió así. Y se sintió como la verdad. —Un golpe de silencio—. Al menos,
la mayor parte de la verdad sin barnizar que él es capaz de decir.

—¿Quieres compartir?

—Necesito tiempo para procesarlo, Logan. Había mucho.

—Todo el tiempo que necesites, nena.

Tengo sueño. No lucho contra eso. Me rindo, de buena gana.

Mientras me desvanezco, miro el reloj digital en la mesita de noche: 12:41 pm.

Muchas cosas pueden cambiar en tan poco tiempo.


15
Me despierto y Logan se ha ido. Sin embargo, la cama a mi lado todavía está
caliente, por lo que no se ha ido por mucho tiempo. Me levanto de la cama, me visto
rápidamente con pantalones de yoga y una camiseta y voy a buscarlo. La terraza está
vacía, así que bajo al nivel principal. Cocina vacía. Sala de estar, igual.

Mi corazón se eleva hasta mi garganta. El reloj del microondas dice que son las
2:19, así que ni siquiera dormí dos horas. ¿A dónde pudo haber ido? Hay un tazón de
cobre martillado que posee Logan. Es del tamaño de sus dos manos juntas,
empañadas, maltratadas. Está en una repisa cerca de la puerta principal y es donde
pone sus llaves y billetera cada vez que llega a casa. Sin falta, él entrará por la puerta,
la cerrará detrás de él con el talón, sacará su billetera y arrojará eso y sus llaves en el
tazón.

El tazón está vacío.

No me gusta esto. Logan nunca se va, así como así. Por lo menos, deja una nota,
diciéndome dónde estará. O me envía un texto para que lo lea. Mi teléfono está
enchufado en el mostrador de la cocina; No hay mensajes.

Desconecto mi teléfono del cargador, deslizo mis pies en un par de pisos y me


muevo casi corriendo por la puerta principal. Al ascensor, hasta el estacionamiento.
Nuestro lugar reservado está vacío, pero veo que el G63 de Logan se dirige a la salida.

Corro. A toda velocidad, aunque no llevo sujetador ni ropa interior. Lo alcanzo


cuando se detiene en la salida, revisando el tráfico. Golpeo con la palma de mi mano
hacia la ventana trasera. Estaba empezando a acelerar y frena de golpe. Escucho que
las cerraduras se desconectan, un fuerte golpe. Abre la puerta, me deslizo, cierra la
puerta, me abrocho el cinturón de seguridad.

Un momento de silencio, inmóvil en la salida.

—Maldita sea, se supone que debes estar durmiendo —respira—. Necesitas


volver a casa. Ahora.

—No. —Lo miro.


Está vestido con los mismos jeans y camiseta que antes, pero ahora se ha
recogido el cabello hacia atrás y se ha puesto una gorra Blackwater. Hay una pistola en
su regazo, enorme y negra.

—¿Qué estás haciendo, Logan?

Sale al tráfico. No responde durante mucho tiempo, al menos un par de


kilómetros. —Poner fin a esto, de una vez por todas.

—Me alejé, Logan. Me dejo. Me trajo de vuelta.

—No significa que haya terminado contigo.

—No estabas allí, Logan. —Toco su bíceps; su mirada permanece enfocada en


el camino—. Ese fue el final de todo. Se acabó.

—Puso sus manos sobre ti. —Logan se extiende, me mira, toca los moretones
en mi garganta— Te dejó marcas. Tu voz es ronca.

—Sí, pero lo dejó ir. Me soltó y me dejó ir. Se puede terminar.

Logan no responde. Me escuchó, pero está decidido a hacer esto.

Un kilómetro. Dos. Tres. Nos dirigimos al centro de la ciudad, al edificio de


Caleb.

—Logan, por favor.

—Estás embarazada, Isabel. —Estamos parados en un semáforo en rojo; se da


vuelta y la ira venenosa está escrita en cada línea de su expresión—. Te secuestró de
mi maldito techo a plena luz del día. Le disparó a mi perro con un tranquilizante. Te
asfixió. He intentado como el infierno dejar que esto sea entre ustedes dos, que
puedan manejarlo a su manera. He tratado de mantenerme al margen. Ni siquiera he
tratado de desquitarme por el hecho de que intentó matarme y me quitó el ojo en el
proceso. Puedo manejar esa mierda. La venganza no es mi estilo, Isabel, pero cuando
jodes con mi casa, mi perro y mi mujer en un solo movimiento… no puedes
simplemente salir ileso. —Está callado, su ira es una llama feroz y ardiente, aún más
aterradora por el hecho de que está completamente tranquilo.

De vuelta al silencio, una mano en el volante, los nudillos apretados, la


mandíbula flexionada y tensa, la otra mano en su pistola, el pulgar quitando y
volviendo a poner el seguro, una y otra y otra vez, el dedo tendido a lo largo del
protector del gatillo.

Frena bruscamente frente al edificio de Caleb, los neumáticos chillan mientras


se estaciona en una zona claramente prohibida de estacionamiento. No parece
importarle.

—Quédate aquí.

—Logan, no voy a dejarte…

Su expresión me silencia. Este es un lado de Logan Ryder que nunca había visto
antes y me da miedo. —Isabel, solo diré esto una vez más: quédate… jodidamente…
aquí.

Me quedo. Pero puedo ver el vestíbulo del edificio a través de las puertas de
cristal. Miro como Logan sale del SUV, con la pistola apretada contra su muslo. Su paso
mientras atraviesa la puerta giratoria es líquido, suave, determinado. Observo
mientras camina por el vestíbulo abierto y veo cómo ve a Len saliendo del ascensor
privado. Observo a Logan apuntar con la pistola hacia Len, a menos de un metro y
medio de distancia. Las pocas personas en el vestíbulo se dispersan, huyendo por las
puertas. Puedo ver a los dos hombres, Logan y Len. Logan tiene la pistola contra la
frente de Len. Veo que la boca de Len se mueve, respondiendo cualquier pregunta que
Logan hizo: ¿Dónde está él?

Logan retrocede, baja la pistola.

Lo veo en cámara lenta.

Len mete la mano a su saco. Saca la pistola más grande que he visto, una cosa
plateada de largo alcance con un mango negro, una pistola lo suficientemente grande
como para ser un cañón. Logan se aleja con el arma en el muslo una vez más. No está
escondida, pero no es obvia a menos que estés buscando.

Veo el brazo de Len subir. El mango de mano está al nivel del cráneo de Logan.
Estoy gritando, creo. No lo sé. Incluso desde esta distancia puedo ver el momento en
que el dedo de Len se desliza dentro del protector del gatillo y el momento en que un
grueso dedo índice aprieta el gatillo.

Las llamas eructan. La conmoción cerebral es como un trueno, incluso a través


de las puertas del edificio y el interior aislado del Mercedes.
Pero Logan no está muerto. En el último momento, giró y esquivó, agarró la
pistola con las dos manos.

¡BANGBANG!

Su pistola salta dos veces; Veo cada uno de los cierres, una pequeña explosión
de llamas.

Len se estremece, se tambalea. La pistola cae de su mano. El mango de plata


golpea el suelo. Los floretes rojos florecen, se convierten en una roseta y luego en una
mancha carmesí que se extiende y luego la camisa abotonada blanca de Len está
pintada de rojo.

Logan mete su pistola en la parte trasera de los jeans y cubre su camisa. Se


inclina sobre Len, saca algo del bolsillo interior del abrigo de Len y luego se endereza.
Se da vuelta. Camina hacia la salida. Sale del edificio. Se sube al auto. El motor todavía
está encendido; nunca lo apagó.

Toda la escena duró menos de un minuto y ahora Len está muerto.

Logan no me mira. Está completamente tranquilo. Demasiado tranquilo. Tiene


una llave tarjeta en la mano, usa una mano para conducir, agarrando la llave tarjeta en
sus dedos. La tarjeta alguna vez fue blanca y ahora está salpicada de rojo.

Estoy luchando contra la hiperventilación.

—Mantén la calma, Is. Aún no ha terminado. —No me mira mientras habla.

No vamos muy lejos, sólo alrededor de la manzana, hasta la entrada y salida del
garaje subterráneo privado. Hay una caja amarilla con un lector de tarjetas y un brazo
de barrera con rayas rojas y blancas. Al pasar la tarjeta, el brazo se levanta,
admitiéndonos. Abajo, entonces, en la oscuridad. En el vientre de la bestia. Los faros
blancos azulados del Mercedes se encienden automáticamente, bañando el garaje
poco iluminado.

Hay varios autos estacionados con mucho espacio entre ellos, todos de Caleb,
supongo. El Maybach, un auto deportivo rojo elegante y bajo, uno amarillo, uno verde,
uno plateado como un bicho. No sé los nombres o modelos de esos, no me importan.
Allí, directamente delante de nosotros, está el ascensor privado. A la izquierda, un SUV
negro. Range Rover, dice la placa. Está encendido, inactivo, la puerta trasera del lado
del pasajero entreabierta.
Está de cara a la salida. Thomas se para afuera de la puerta del conductor, con
un auricular en la oreja izquierda. Presiona dos dedos contra el auricular, supongo que
recibe las noticias de Len.

La puerta del ascensor se abre cuando Logan detiene el automóvil. Empuja la


palanca de cambios al parque. Abre la puerta.

Sale, levantando su arma tan pronto como sus pies tocan el concreto.

—Manos arriba, Thomas —ordena—. En tu cabeza. Ahora.

Thomas obedece lentamente, colocando sus manos sobre su cuero cabelludo


bien afeitado. Tranquilo, sin miedo. Mirando a Logan como un león podría ver a una
presa desde detrás de una cortina de hierba alta. Esperando la oportunidad de saltar.

Caleb camina hacia nosotros, quieto, observando la escena, con una mano en el
bolsillo del pantalón, el celular en una oreja, el saco sobre su brazo. El cabello peinado
hacia atrás, recién duchado.

Estoy afuera del auto, aunque no recuerdo haberme mudado.

Logan tiene su arma levantada, todavía. Toca el mango hasta la sien de Thomas.
—Arma fuera, ahora. Despacio. Dos dedos. —Thomas cumple—. Ahora. Entra al coche.

Thomas dobla su enorme cuerpo en el asiento del conductor, se abrocha el


cinturón de seguridad, cierra la puerta y coloca ambas manos en el volante.

Solo entonces Logan dirige su atención a Caleb. —Tú, hijo de puta. Ponte de
rodillas. —La pistola apuntada a Caleb agrega peso e inmediatez a su comando.

Caleb finaliza la llamada y desliza el auricular en el bolsillo del pantalón. Mira


fijamente imperturbable a Logan. —Creo que no. Tengo asuntos que atender. Si vas a
dispararme, adelante. No tengo tiempo para el dramatismo.

—Tuviste tiempo de secuestrar a Isabel de mi techo. Le disparaste a mi perro.

—Nadie sufrió ningún daño.

—Te la llevaste de nuestra casa.

—Y la traje de vuelta.
—La asfixiaste. Dejaste moretones en su garganta. La cortaste con un cuchillo.
La trajiste de vuelta desnuda y sollozando.

—Tenía puesta una bata.

—Le cortaste el traje de baño, maldito enfermo.

—Ella fue mía primero. Fui su primer todo, Ryder. Primer beso, primer polvo,
primer amor.

—Nunca te amo. Era síndrome de Estocolmo.

La mirada de Caleb se dirige hacia mí. —Si piensas eso, entonces no la conoces
tan bien como crees.

Estoy congelada, inmovilizada por los ojos de Caleb. Hay algo en ellos. Eso en sí
mismo es inusual. Pero lo que veo es… ¿una disculpa? ¿Desesperación? ¿Despedida?
Algo que no puedo colocar. Algo oscuro, trágico y definitivo.

Caleb se mueve hacia Logan, quien cambia el agarre de la pistola y aprieta el


mango contra el pómulo de Caleb.

—Me repetiré una última vez, Ryder. Dispárame ahora o déjame en paz.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir en tu defensa?

—Mataste a uno de mis más leales empleados, un hombre que conozco desde
hace muchos, muchos años. Te devolví a Isabel como lo prometí, ilesa. Y entras a mi
lugar de trabajo, a mi casa, matas a mi amigo, me amenazas. ¿Qué quieres, Ryder? ¿Lo
sabes siquiera?

—A ti, muerto —gruñe Logan.

—Entonces mátame. Estoy desarmado. —Caleb habla apenas por encima de un


murmullo. Tengo que esforzarme para escucharlo.

—Logan, no lo hagas. —Doy un paso, me acerco. ¿Por Logan? ¿Por Caleb? ¿Por
ambos? No lo sé.

—Sube al auto, Isabel.

—En esto, tu novio y yo estamos de acuerdo. Sube al auto, Isabel.


Los ignoro a ambos.

Caleb vuelve su atención a Logan. —No me dispararás.

Logan tira del gatillo hacia atrás. —¿Ah no?

—¿Sabes lo que le haría a Isabel, si te viera asesinarme a sangre fría? — Caleb


no se mueve, lo que le permite a Logan mantener el arma presionada en su mejilla—.
Y pregúntate, Logan, por qué estás aquí. ¿Es porque la saqué de tu casa? ¿Se trata
realmente de tu perro? ¿O es personal? Esto se trata de ti, Logan. Se trata de ti y de mí.
Hice que te metieran a la cárcel. Te tendí una trampa. Te atraje, agité unos cuantos
millones delante de ti y mordiste el anzuelo, la cuerda y el plomo. Pasaste cinco años
en una prisión federal de pan blanco y ahora quieres venganza. Sin embargo, es
probable que ni siquiera lo admitas ante ti mismo, por lo que me culpas a mí.
Actuando todo indignado. Pero es venganza, Logan, simple y llanamente.

—Cállate. —Logan lo golpea con el arma, abriendo la mejilla de Caleb. Un


riachuelo de sangre corre sin control—. ¡CÁLLATE!

—Estás desquiciado, Logan. ¿Crees que tienes el control? ¿Crees que saldrás
libre? Ya le disparaste a una persona. No lo he informado todavía. Puede que no lo
haga. Len no es un hombre que alguien llorará, salvo quizás por mí. Y una
investigación no serviría de nada. Que te arrestaran no me haría ningún bien a mí ni a
Len, ni a Isabel. Pero aun así lo asesinaste. Tengo razones para guardar rencor contra
ti por eso.

—Él me disparó primero.

—Porque lo amenazaste. No es, era, un hombre para tomar tal cosa a la ligera.
—La barbilla de Caleb se levanta—. Te volveré a preguntar: ¿qué… haces… tú…? ¿Qué
quieres?

—Logan, vámonos. —Doy un paso hacia los hombres.

—Vuelve, Is. No te metas en esto. —Logan baja el arma, se da vuelta, se la mete


en la cintura.

Hace una pausa por un momento, un pulgar en la esquina de su boca. Y luego


gira, balance el puño y golpea a Caleb con tanta fuerza que oigo un hueso crujir contra
otro.
Caleb vuela hacia atrás, con la cabeza balanceándose sobre los hombros. Logan
lo sigue, con el puño balanceándose de nuevo. Pero Caleb no está abajo. Un tambaleo,
un tropiezo y luego un giro y Caleb planta un puño en el vientre de Logan, deteniendo
su carrera.

La pelea es corta y brutal. Ambos hombres son duros, poderosos y no tienen


miedo de sangrar. Miro, encogida, mientras se golpean entre sí con puños, rodillas,
codos. Ambos están ensangrentados. Solo puedo mirar, llorando.

Por Logan.

Pero… por Caleb también.

Porque a pesar de todo, no puedo decir con certeza que no amaba a Caleb.

Están en el suelo, rodando. La rodilla de Caleb se contrae, enterrándose en las


entrañas de Logan. Es suficiente para darle tiempo a Caleb para rodar y de alguna
manera, cuando Caleb se balancea en posición vertical, la pistola de Logan se dirige
hacia su dueño.

Logan jadea, tiene arcadas, tose. Sangrado de la nariz, labios partidos. Caleb no
está en mejor forma, pero Caleb es el que está en posición vertical, empuñando la
pistola.

Apuntando, en un momento de terrorífico déjà vu, a un vulnerable y propenso


Logan.

—Caleb, no. Por favor, por favor no lo hagas. No otra vez.

—Vino aquí, Isabel. Vino a mí.

Las lágrimas nublan mi visión.

Estoy mareada. Desorientada. Llorando, sollozando, jadeando, incapaz de


respirar.

Tambaleándome hacia Caleb.

Por ti.

Por él.
No sé nada.

—No, por favor, Caleb. —Escucho mi voz—. Por favor. Lo amo.

—¡Me amaste primero! —Tú… él… Caleb… grita. Creo que nunca escuché un
grito de esos labios.

—¿Lo hice? —Estoy delante de ti. Agarrando tu brazo, agarrando tu bíceps,


tirando con todas mis fuerzas, tratando de alejar del barril—. ¿O simplemente no
conocía nada mejor? ¡Nunca supe nada más que lo que me permitiste saber! ¡Nunca
supe nada! Nunca te conocí, nunca hubo nada que saber. Eras un enigma. ¡Siempre has
sido un enigma, Caleb! Eres totalmente opaco. Nada entra, nada sale. Nunca sé lo que
estás pensando, lo que estás sintiendo. Nunca sé lo que quieres. Me follarías, pero no
significaba nada. Nunca me besaste. Nunca me tocaste como si te importara. Me
poseíste y nada más. ¿Eso es amor?

—Isabel…

—¡NO! Te escuché, ¡ahora escúchame tú, carajo! No recuerdo mucho, pero


recuerdo haberte visto en el café, una vez. Cómo me rechazaste y cómo me dolió. Pero
yo era una niña estúpida obsesionada con un apuesto hombre mayor. No sabía lo que
quería. Y ni siquiera recuerdo haber sido ella, esa tonta niña inmigrante enamorada. El
problema es que ya no soy ella, no lo he sido por mucho tiempo. ¿Y sabes qué más
recuerdo? Todas las veces que me dominaste, me follaste y me follaste y me follaste,
jugaste conmigo, me llevaste al límite, pero no me dejaste correrme, como castigo por
algún pecado que nunca cometí. Te recuerdo follando mi boca hasta que me dolía,
hasta que me atragantaba, me ahogaba y no podía respirar. Recuerdo que me tiraste
del cabello hasta que pensé que ibas a arrancármelo de raíz. Recuerdo que apareciste
en medio de la noche, me follaste y te fuiste. Recuerdo nunca verte cara a cara durante
el sexo. ¡Eso es lo que recuerdo! ¡Ser una cosa para ti! ¡Ser tu esclava! ¡Nada más que
un… juguete de mierda! Eso es lo que era, eso es todo lo que era. Y ahora que empiezas
a mostrar algo parecido a la humanidad, a ser una persona real con sentimientos
reales, se supone que debo decir: “¿Oh, sí, supongo que lo amé después de todo?”.
¿Qué fui yo para ti, Caleb? Quiero decir, ¿Por qué me mantuviste todos esos años? Si
realmente te sentaste a mi lado mientras estaba en coma, no durante seis meses como
siempre me dijiste, sino durante cuatro años, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué crear esta
persona elaborada? ¿Por qué mantener todo en secreto? ¿Por qué debería creer algo
de lo que me dijiste? Quiero hacerlo, pero no creo que pueda. Has mentido demasiado,
mentiste sobre ti, sobre mí, sobre todo. Creo que ni siquiera sabes la verdad sobre ti
mismo. —Paso por encima de Logan, quien finalmente recuperó el aliento y está
trabajando para encontrar sus pies. Me pongo entre el arma y Logan—. Deja que se
acabe, Caleb.

—¡Se acabó, maldita sea! Te deje ir. Y te trajo de vuelta aquí. A mí.

—Baja el arma, Caleb. —Te miro a los ojos, Caleb y veo un mundo de tormento,
veo el infierno, veo agonía—. ¿Por qué ahora, Caleb? ¿Por qué ahora?

Logan, estás detrás de mí. Mi pecho se agita. Puedo sentirte, sentir tu calor,
sentir tu pecho contra mi columna mientras respiras.

Sin embargo, te estoy mirando, Caleb. Me miras fijamente. Mírame fijamente. La


pistola se sostiene casualmente en tu mano; la haces girar y la agarras por el mango.
Dámela.

Retrocedes un paso. Un segundo. Tu mirada nunca deja la mía, Caleb.

—Nunca lo sabrás, Isabel.

—¿Qué no sabré? —susurro la pregunta.

—Lo que significaste para mí. Te lo dije una vez. Te dije que no soy el tipo de
hombre que puede… expresar tales cosas. —Tragas fuerte, Caleb—. Ojalá lo fuera.
Desearía que hubiera alguna manera de corregir todas las formas en que la he cagado
contigo durante tantos años.

—Caleb…

En el asiento trasero del lado del pasajero, a través de la puerta aún abierta.
Una última mirada hacia mí. A mi vientre. Los ojos marrones, normalmente planos,
fríos e inexpresivos, parpadean. Duros. Como si estuviera viendo al niño dentro de mi
útero, como si estuviera viendo en una sola mirada todo lo que pudo haber sido.

Y luego cierras la puerta y Thomas pone el SUV en marcha. Acelera suavemente


hacia la salida.

No sé por qué lo sigo. Por qué troto a través de la nube del escape, con la pistola
todavía en la mano, un peso pesado, pesado con el conocimiento de la vida de Len
interrumpida. Por qué corro detrás de ti, Caleb, a la calle. Los autos tocan la bocina, los
neumáticos chirrían. Una voz grita.
Te siento detrás de mí, quitándome el arma, envolviéndome con tus brazos.
Tirando de mí.

Observo mientras te alejas y sé que es el fin. Lo sé. Lo sé.

Adiós, Caleb.

Un semáforo. Una calle de sentido único, tres carriles al lado. En el carril


derecho, una furgoneta de reparto, blanca, sin rasgos, vieja. En el carril izquierdo, un
largo SUV negro. En el medio, un espacio vacío. El Range Rover se detiene entre los
dos vehículos. Se queda parado en el semáforo, esperando la luz verde.

Estoy a punto de darme la vuelta, cuando el rojo se convierte en verde.

Lo siento primero. En mis huesos, en mi sangre. Un zumbido, una vibración.


Seguido de medio parpadeo después por un deslumbrante destello blanco-amarillo.

WHUMP

¡BOOOOM!

Una pared invisible me arroja hacia atrás, con una mano que me agarra con
dedos calientes invisibles y me arroja a través del camino, para golpearme contra el
capó de un taxi. El viento me deja sin aliento; Estoy jadeando, tratando de toser,
sollozar.

Estás allí, me estás arrastrando a tus brazos, no escucho nada más que un
zumbido en mis oídos, no veo más que llamas donde solía estar el Range Rover. Las
llamas se agitan y ondulan en cámara lenta. Veo tu boca moviéndose, tu rostro
oscureciendo mi visión de los restos ardientes. Sin embargo, lo veo detrás de ti.
Llamas lamiendo y parpadeando. Metal carbonizado. Escombros esparcidos por el
camino, trozos de tela quemada, pedazos retorcidos, plástico roto.

——Bel… ¿Isabel? —Me estas sacudiendo—. ¡Isabel! Mírame, cariño.

Deslizo mis ojos hacia ti, hacia tu único ojo, tu ojo índigo. Luego paso a las
llamas, los restos. Al lado, a la izquierda, el Suburban está de costado, las ventanas
rotas, el metal chamuscado. Alguien sale por la ventana rota del lado del pasajero,
sangrando por cortes en la cara y el cuerpo. Alguien se apresura a ayudar, saca a la
persona del auto y la ayuda a tropezar lejos de los restos. Una multitud se reúne,
mirando, señalando, charlando. Tomando fotos con teléfonos celulares.
Una rareza: la furgoneta está a la vuelta de la esquina. Desapareciendo. Sin
daños. Los paneles blancos se ennegrecieron un poco, pero desaparecieron a la vuelta
de la esquina. No sé por qué me doy cuenta de esto, pero lo hago.

Me levantas. Me tomas en tus brazos y siento los latidos de tu corazón. Es


calmante, centrador. Estoy mareada. Desorientada. Los oídos me suenan. Mi rostro
está caliente, chamuscado por la explosión.

Las sirenas aúllan, en algún lugar en la distancia y cada vez más cerca. Un
camión de bomberos, enorme y rojo, es el primero en la escena, los bomberos en plena
marcha saltan y entran en acción, apagando el fuego. Más sirenas, coches de policía
probablemente y ambulancias.

Estoy acomodada en el asiento del pasajero, abrochada. Siento que el motor


gira. Estoy en estado de shock, creo. Todo se ralentiza, mis oídos zumban, mi mente
está en blanco, mi corazón entumecido.

¿Caleb está… muerto?

El camino equivocado por la calle de sentido único, demasiado rápido.

A la vuelta de una esquina.

Otro.

Por la ventana, todo es normal. Las multitudes cruzan las intersecciones,


llevando bolsas de compras, carteras y maletines. Las parejas se agachan en los
restaurantes, examinan los menús publicados afuera de las puertas. Los taxis,
amarillos e innumerables, recorren las avenidas.

Una mujer, detenida en una intersección, esperando que se encienda la señal de


“caminar”. Juego mi viejo juego, invento una vida: todavía es joven, pero mayor que yo.
Rubia, hermosa. Con una falda demasiado corta, una blusa que abraza sus senos
enormes. El cabello rubio es de una botella, desenredado, rizado. Usa demasiado
maquillaje. Usa tacones de aguja con demasiados centímetros de alto. Un hombre se
acerca a la mujer por atrás, esperando cruzar igual que ella.

Creo un romance para los dos, mirándolos por la ventana, todavía sorprendida,
tambaleándose, sin sentir, mientras esperas la luz. Ella es una stripper, tal vez. O una
prostituta. Pero tiene un secreto, un hijo en casa. Un pequeño demonio de ojos azules
y cabeza de remolque que es su mundo entero. Odia desnudarse, pero lo hace por él,
para proporcionarle el único recurso que tiene. Y el hombre acercándose a la misma
intersección, deteniéndose detrás de la mujer rubia, la stripper. Se detuvo lo
suficientemente lejos como para poder mirarla. Es un levantador de pesas, usa
pantalones de chándal y zapatos para correr y una camiseta sin mangas, a pesar del
frío en el aire. Sus brazos son demasiado grandes, más grandes que los brazos de
cualquier hombre. Esta solo. Pasa su vida en el gimnasio, porque a pesar de su actitud
machista, a pesar de su presencia física masiva, está nervioso con las mujeres, se
queda sin palabras.

Me imagino que el hombre musculoso encuentra el coraje para saludar. Y la


stripper encuentra el coraje para saludar de vuelta. Tiene miedo de ser vista como
fácil, por cómo se gana la vida, aunque no lo sea. Ella es cualquier cosa menos fácil, de
hecho. Así que se muestra distante, arrogante incluso. Pero ella también está sola.
Entonces dice hola. Y caminan juntos. Él le pregunta si ella quiere tomar un café o algo
así. Ella descubre que, bajo el comportamiento rudo, musculoso y hosco, en realidad
es una persona dulce y reflexiva. Un trabajador duro y dispuesto a verla por quién es.
Dispuesto a ver más allá del cabello despeinado y la ropa de mujerzuela y las noches
de bailar desnuda para extraños.

Es una distracción, esta ficción.

Caleb está muerto.

Caleb está muerto.

Miro por la ventana y lloro, lágrimas silenciosas se deslizan por mis mejillas.
Los escondo, porque no creo que lo entiendas.

Creo que no lo entiendo.

Caleb está muerto.


16
Revivo esa explosión en mis pesadillas.

Noche tras noche, siento la detonación. Miro las llamas parpadear


hambrientamente.

Tenía muchos enemigos, Me dices, en un intento de explicarlo.

No significa nada para mí.

Caleb está muerto. No lloro, después de ese momento en el auto. No sé cómo.


Creo que he llorado todas las lágrimas que poseo. Por ti, Caleb, no lloro. Revivo tu
muerte, una y otra y otra vez.

Y revivo cada momento que pasamos juntos. Todos los momentos que pasé
desnuda, esperando, viniendo, siendo tomada, siendo poseída, siendo usada. Cada
momento en que me mirabas de esa manera inescrutable que tenías, sin revelar nada
de tus pensamientos. Cómo te ponías los pantalones: primero la pierna izquierda,
siempre, luego la derecha. Un ligero salto para ponerlos en su lugar. A continuación,
abotonar con los dedos, ajustando ágilmente cada botón en su lugar. Metiendo la cola
de la camisa en los pantalones. Cerrar la cremallera, abrochar, abrochar el cinturón.
Tomaba menos de un minuto, todo en total.

Y luego te habrías ido.

Y estaría sola.

Hasta la próxima vez que aparecieras. A medianoche, o entre clientes. Manos


poseyéndome, como si mi voluntad no tuviera nada que ver, como si mis deseos no
significaran nada. Desnudándome, posicionándome. Sobre mis manos y rodillas, o de
cara a la ventana, como si te gustara tanto. De rodillas, para un rápido momento de
placer oral, a expensas de mi abusado reflejo nauseabundo.

Día tras día, noche tras noche. Yo era tu posesión sexual. Rara vez me hablabas,
excepto para ordenarme que me arrodillara, o que me desnudara, o que fuera a mi
habitación y esperara, o que me dijeras sobre el próximo cliente. Nunca nos limitamos
a… hablar. Aparecías, le ordenabas a mi cuerpo y te ibas.
Y mi cuerpo obedecía. Eso es lo que más me desconcierta. Que siempre obedecí.
Que mi cuerpo respondía a tus órdenes, que parecía no tener voluntad en lo que a ti
respectaba. Como si poseyeras algún método secreto para controlarme, para obtener
respuestas de mí.

¿Estoy de luto?

Quizás lo estoy.

No lo sé.

No sé nada.

¿Me dijiste la verdad ese día en el edificio vacío? ¿Cuatro años, tres meses y
diecinueve días? ¿O seis meses? ¿Qué edad tengo? ¿Son reales los recuerdos que he
recuperado? Recuerdo estar sentada en el museo, frente a Madame X y luego ir contigo
a ver “Noche estrellada”. Lo recuerdo. Lo siento. El piso debajo de las ruedas de mi silla
de ruedas. Las luces, tenues, focos que bañan cada obra de arte, islas de belleza en
océanos de oscuridad. Te recuerdo detrás de mí, con las manos en las manijas,
empujando lentamente. Señalando piezas que conoces, diciéndome sus nombres,
manteniendo una conversación unidireccional. Girando a la izquierda y luego a la
derecha, recorriendo largos pasillos y finalmente deteniéndote en la Noche estrellada.
Recuerdo esto. Es real para mí.

Pero no es posible. Madame X y la Noche Estrellada están en diferentes museos.

Mi memoria es una mentira.

Los humanos pueden inventar recuerdos de toda la tela. Podemos


convencernos de que una mentira es verdad y la verdad es mentira.

Entonces, en ausencia de mi memoria, ¿qué creo?

En presencia de la contradicción, ¿qué es la verdad? Tú mismo me dijiste,


Caleb, que mentiste. Entonces, ¿cómo sé que algo que me dijiste alguna vez es verdad?

¿Soy incluso Isabel de la Vega? Si puedes crear a Caleb Índigo desde cero,
¿podrías haber creado a Isabel?

¿Qué pasa si solo soy una víctima que viste, quisiste y tomaste? ¿Qué pasa si
nada de lo que recuerdo es cierto?
Tu nombre es Madame X. Soy Caleb. Te salvé de un hombre malo.

Soy dueño de tu pasado. Soy dueño de tu alma.

Eres mía.

Estoy en la terraza. Con las manos en la arena de la cornisa, mirando la noche,


la ciudad mientras respira, vive y se mueve, reviviéndote, dudando de ti, dudando de
mí misma. Dudando de todo. Dudando de mi nombre, mi pasado, mi memoria.

Nada es real.

Nada es verdad.

Entonces, oh, entonces te siento.

Te apoyas en la repisa a mi lado, excepto que te inclinas hacia atrás, del culo a
la repisa. Pones tus manos alrededor de tu boca, lanzando una llama a la vida. Rizos de
humo, ondas. Inhalas.

Me has dejado sola, en su mayor parte. Por días. He estado rumiando, guisando
y tropezando durante días. Perdida en mi memoria, perdida en el pensamiento.

—Suficiente, Is. No vale la pena esto. —Dices la última frase alrededor de una
bocanada de humo.

—Estoy dudando de todo, Logan.

Metes el cigarrillo en la esquina de tu boca y me atraes hacia ti. Mejilla al pecho,


el latido del corazón debajo de mi oído. —¿Escuchas eso?

—Si.

—¿Qué es?

—Tu corazón.

—Exactamente. Mi corazón. ¿Y qué está haciendo?

—Logan yo no…

—¿Qué está haciendo mi corazón?


—Latiendo.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —Arrugo la nariz confundida, giro la cabeza para mirarte—. ¿Qué
quieres decir con “por qué”?

—¿Por qué late mi corazón, Isabel?

—Um, entonces tú…

—Por ti. —Una inhalación, las mejillas hundidas, arrojando una corriente
gris—. Mi corazón late por ti.

—Y el mío por ti, pero…

—¿Cuál es tu nombre? Tu nombre completo.

—Isabel María de la Vega Navarro. —Dejo salir un suspiro tembloroso—. Pero


mintió tanto, Logan. Ya no sé qué creer.

—Cree que te amo. Cree que amo esto —Pones tu mano bajo mi camisa, hasta
el pequeño bulto—, esta vida, creciendo dentro de ti. Te amo por todo lo que eres. Me
enamoré de Madame X. Me enamoré aún más de Isabel María de la Vega Navarro. Me
enamoro de ti todos los días. Esa semana en España, ¿la recuerdas?

—¡Por supuesto! Nunca la olvidaré mientras viva. Fue la mejor semana de mi


vida.

—¿Importaban las mentiras que Caleb te contó mientras estábamos en España?


¿Importaba cuál era la verdad o no?

—No —susurro, una pequeña y pesada pepita de verdad.

—No, no lo hacía. —Arrojas tu cigarrillo a la calle—. Y cuando te despiertas a


mi lado, ¿piensas en él?

—No.

—¿En qué piensas?

Me sonrojo. —En ti. Nosotros. Haciendo el amor.


—¿Importa entonces cuál es la verdad o no?

—No.

—No. No lo hace. Tú eres Isabel. Esa es la verdad. Elegiste ser Isabel, para
convertirte en Isabel. Elegiste amarme. Elegiste dejarme amarte. Ahora tienes que
elegir dejar atrás el pasado. El pasado no te define. Nuestro pasado nos da forma,
Isabel. Nos influye. Nuestro pasado es parte de nosotros. Nuestro pasado puede
informar nuestro futuro. Pero nuestro pasado no es lo que somos. Ya no eres Madame
X. Tal vez Caleb mintió sobre cómo se conocieron, cuántos años tenías, cuánto tiempo
estuviste en coma, quién era, todo eso. Tal vez lo que te dijo era la verdad, tal vez no.
No hay forma de saberlo. Está muerto, Isabel y él era el único que sabía la verdad. ¿Y
sabes algo más? Incluso si todavía estuviera vivo, no creo que alguna vez supiéramos
toda la verdad sobre ti, él y cualquier otra cosa.

Me inclinas la barbilla con la punta de un dedo. —Y aquí está la cosa: no


importa. Nada de eso importa. Ya no. Porque tú y yo, cariño, lo que tenemos es un
hermoso futuro juntos. —Besas mis labios; Pruebo el humo, pero eres tú y no me
importa—. No está escrito. Podemos hacer de nuestro futuro lo que queramos. Pero
para hacer eso, debes soltar a Caleb, soltar a Jakob, soltar a Madame X.

Solo respiro. Respiro tu aroma. Presiona mis palmas contra tu pecho,


agitándolas hasta tu garganta, siente tus labios, la barba en tu mandíbula, entierro mis
dedos en tu cabello. Te respiro.

Te beso.

Te pruebo.

Y en ese beso, en ese sabor de mis labios sobre los tuyos,

Yo beso…

Pruebo…

Respiro el futuro.

Contigo.
17
Dos meses después de la explosión, suena nuestro timbre.

Estoy leyendo; Estás cocinando.

Respondes a la puerta; Escucho murmullos, una voz masculina desconocida.

—Está bien, entre, supongo. —Oigo tu voz, cautelosa y precavida—. ¿De qué se
trata esto?

—Tengo que hablar con la señorita de la Vega, señor Ryder. Lo siento, pero no
puedo divulgar nada a nadie excepto a ella.

Me estoy mostrando ahora. He usado vestidos sueltos y pantalones de yoga con


cinturillas elásticas. Dejo mi lector electrónico y espero. Apareces primero, casual y
perfecto en jeans y una camiseta sin mangas, descalzo. El visitante es alto y delgado,
ligeramente encorvado, como si esperara un golpe en cualquier momento. Calvo, solo
le queda una franja de cabello oscuro canoso. Vestido con un costoso traje de tres
piezas, completo con un pañuelo de bolsillo y una corbata a juego y con un delgado
maletín marrón.

Me levanto. —Soy Isabel de la Vega.

Una mano extendida. —Buenas tardes, señorita de la Vega. Mi nombre es


Michael Yancey Bowen. Soy socio principal de Bowen, Brown y Callahan.

—¿Cómo puedo ayudarlo, Sr. Bowen? —Me pongo lo que pienso que es mi
personaje de Madame X, genial, distante, superior. Casi la he olvidado, creo y es un
alivio saber que todavía puedo invocar su indiferencia cuando debo hacerlo.

—Mi empresa representa los intereses de Caleb Índigo y, por poder, toda la
extensión de empresas de Índigo.

—Y de nuevo, ¿cómo puedo ayudarle?

Michael Yancey Bowen mira la silla que está en la esquina de la mesa de café. —
¿Puedo sentarme?
Hago un gesto imperioso para cubrir los nervios que siento. —Por favor. ¿Le
gustaría tomar un café o un té?

—No gracias. —Michael toma la silla, coloca el maletín en la mesa de café y lo


abre con un movimiento de pulgares contra los pestillos. Saca una carpeta de manila,
la gira y la coloca frente a mí—. Como sabrán, el Sr. Índigo fue un hombre de negocios
extraordinario. Era extremadamente rico y conservador con su riqueza, considerando
el alcance de sus bienes. Poseía un rascacielos aquí en Manhattan, algunos vehículos,
un jet privado y una pequeña propiedad en el Caribe. Aparte de eso, no había mucho…
excepto una cantidad sorprendentemente masiva de activos líquidos en bancos y
refugios fiscales en todo el mundo.

—¿Qué tiene esto que ver conmigo, Sr. Bowen?

Bowen señala la carpeta y la pequeña pila de papeles que contiene. —La torre,
junto con todos sus otros activos físicos, negocios y corporaciones subsidiarias, han
sido vendidos. No tenía deudas pendientes, por lo que todo lo que vendió fue un
beneficio bastante ordenado y se sumó a la ya significativa suma de dinero que poseía
en activos líquidos móviles.

—Nuevamente, Sr. Bowen, ¿qué tiene esto que ver conmigo? Escúpalo. No
tengo tiempo para leer la jerga legal.

Bowen gesticula insistentemente hacia la carpeta. Saca un bolígrafo costoso del


bolsillo interior de la chaqueta del traje y toca el papel superior. —El Señor Índigo
tenía un testamento permanente, que personalmente redacté para él hace varios años
y que me hizo actualizar hace cuatro meses. La actualización fue simple, pero radical.

La línea que Bowen tocó, cerca de la parte inferior del papel, es un número. Un
gran número. Tres comas entre signo de dólar y el punto.

—Una vez más, señor Bowen; ¿Qué tiene esto que ver conmigo?

—La actualización realizada hace cuatro meses fue hacerla la única heredera de
todos sus activos tras su muerte.

—¿Qué?

—Una vez vendida la torre, la propiedad y varios negocios y empresas, la suma


total que se distribuirá una vez que firme el acuse de recibo es de catorce mil
ochocientos setenta y siete millones quinientos cuarenta y tres mil doscientos treinta
y uno dólares y veintiún centavos.

Mi cerebro está girando. —¿Y veintiún centavos?

Bowen verifica el número. —Sí, veintiún centavos.

—¿Habla en serio?

—¿Sobre los veintiún centavos?

—No, Sr. Bowen, no se trata de los veintiún centavos. Acerca de, ¿qué dijo?
¿Catorce mil millones y qué?

—Catorce mil ochocientos setenta y siete millones.

Estoy, una vez más, teniendo problemas para respirar. —¿El maldito bastardo
me dejó catorce mil millones de dólares?

—Así parece, señorita de la Vega. —Bowen da vuelta a la página y comienza a


recitar el procedimiento para aceptar el dinero.

Es más complicado que simplemente firmar, aparentemente. No estoy


escuchando.

Me levanto, me alejo de Bowen, la mesa, el testamento. Bowen sigue hablando y


finalmente me detengo, me doy vuelta, levanto una mano. —Disculpe, Sr. Bowen, pero
por favor… cállese por un momento.

Me encuentro subiendo las escaleras, a la terraza de la azotea. Inhala, exhala.


Encuentro un asiento, miro el cielo, el azul pálido salpicado de pedazos de nubes.

Te escucho, siento que te sientas en la silla detrás de mí, siento que tus brazos
me rodean los hombros. Me empujas hacia atrás, así que mi espalda está en tu pecho.
—Le dije a Bowen que lo visitaríamos en su oficina, que necesitarías tiempo para
procesar esto.

—Gracias, Logan.

—Catorce mil millones de dólares, Isabel. Eso es un montón de dinero. Te


convertiría en una de las personas más ricas del mundo.
—No puedo creer que valiera catorce mil millones de dólares, Logan. Sabía que
era rico, pero… ¿tan rico? ¿De dónde lo sacó todo? No de servicios de acompañantes y
novias. No de Madame X.

—No, obviamente no. Tenía dedos en todo. Bienes raíces, acciones, tecnología.
Sin embargo, creo que su dinero real vino del lado tecnológico de las cosas. Poseía una
compañía que poseía una patente sobre un dispositivo médico de algún tipo, algo que
cada hospital, cada consultorio médico, cada base militar en todo el mundo usa. No lo
inventó, pero compró la compañía que lo hizo, que se tambaleaba en la oscuridad por
la falta de recursos de comercialización y distribución. Reconoció el valor de la
patente y lo consiguió. Obtuve las cuentas una por una, hasta que los propietarios de
algunos hospitales realmente importantes comenzaron a ponerse al día y despegó
como un incendio forestal. Esto fue mientras estabas en coma, creo. Antes de eso, todo
era bienes raíces, acciones y un montón de pequeñas empresas en todo el espectro.
Después de que el dispositivo médico se puso de moda, todo estaba listo.

—Pero… ¿catorce mil millones de dólares?

—Es mucho dinero, Is.

Mi corazón se está retorciendo. —Demasiado. Y es… suyo.

—Piénsalo, ¿de acuerdo? Incluso viniendo de él, son catorce mil millones de
dólares, Isabel. No puedes solo rechazar esa cantidad de dinero.

—Yo… No puedo, Logan. Simplemente no puedo.

—Nadie podría.

Sacudo la cabeza. Levantándome. Camino furiosamente. —No, Logan, no lo


entiendes. No puedo soportarlo. Ni un solo centavo. No puedo. No lo haré. No puedo
tomar nada suyo. Ya posee lo suficiente de mí. Incluso en la muerte, está tratando de
poseerme, de controlarme. Si tomo ese dinero, seguiré perteneciendo a Caleb Índigo.

—Hablas en serio.

Me giro y te miro. —El dinero nunca ha significado nada para mí, Logan. No en
términos prácticos reales. Es solo un número, objetivamente hablando. Un gran
número, pero solo un número. No puedo aceptar nada de Caleb. No puedo tener nada
que ver con él. Tiene que terminar.
—Lo entiendo. Realmente lo hago. Pero por favor, piénsalo. Solo por un día o
dos, al menos.

Sacudo la cabeza. —No, Logan. No lo necesito y no lo quiero. No voy a cambiar


de opinión.

—¿Estás absolutamente segura de que esto es lo que quieres hacer?


Simplemente decir: “No, gracias, ¿quédese con sus catorce mil millones de dólares?”

—Lo haces parecer tonto, Logan. —Estoy irritada. Un poco enojada contigo,
sinceramente—. Me estoy apropiando de mí misma al rechazar este dinero, el dinero
de Caleb. No gané la lotería. No me lo gané. Es Caleb tratando de manipularme desde la
tumba. Rechazar el dinero de Caleb es lo único que puedo hacer. No puedo y no seré su
creación, su criatura, su esclava, su posesión por más tiempo. Si acepto el dinero,
independientemente de cuánto sea, me pondría de nuevo bajo su pulgar.
Vendiéndome a él, una vez más. Sería lo mismo que si nunca me hubiera alejado de él.
Si quiero ser libre, verdaderamente libre, del dominio de Caleb en mi vida, entonces
tengo que estar libre de todos y cada uno de los lazos con él. Y eso incluye su fortuna,
por enorme que sea.

Te mueves para pararte frente a mí. Tomas mi cara en tus manos. —No quise
hacerlo sonar como si fueras estúpido por no tomarlo. Es solo… Es un montón de
dinero. No creo que haya otra persona en el mundo capaz de decir no a catorce mil
millones de dólares.

—Decir que el número no hará que sea más real para mí, Logan. Soy incapaz de
comprender la realidad de tanto dinero. No creo que nadie realmente lo sea, pero yo
menos que nadie. Mi vida hasta ahora no me ha brindado el tipo de experiencia
necesaria para comprender el valor del dinero. —Agarro tus muñecas en mis manos—
. Y, lo que, es más, no necesito hacerlo. No eres pobre, en ningún caso. Me proveerás de
todo lo que necesite o quiera y más aún. Tengo total fe en eso y en ti. No necesito el
dinero de Caleb, porque te tengo a ti. Y con suerte, algún día, ganaré dinero por mi
cuenta.

—Estoy contigo, cariño. Te apoyo.

—¿Pero entiendes?

—Sí. Tengo una visión diferente del dinero, porque he trabajado muy duro
durante tanto tiempo, porque vengo de la nada. No busco la riqueza como un objetivo
en sí mismo; Persigo el éxito. Disfruto de lo que hago y quiero ser el mejor en eso y
afortunadamente, ser el mejor significa que gano mucho dinero en el proceso. Tener el
dinero que hago significa que estoy en mejores condiciones para comprender la
realidad de cómo se ven y se sienten catorce mil millones, lo que pueden hacer por ti.
Significa que puedo entender mejor lo que estás rechazando. Pero no es mi elección.

—Si fuera tu elección, si fueras tú quien tomara esta decisión, ¿lo guardarías?

Tomas un momento, lo piensas. —Estaría mucho más tentado a racionalizar


por qué debería mantenerlo, digamos que…

—Vamos, entonces. Quiero terminar con esto de una vez por todas.

Estás pensando de nuevo y no respondes de inmediato. Me miras. —¿Puedo


hacer una pequeña sugerencia?

—¿Qué?

—No lo rechaces directamente. Estará… Ni siquiera sé, realmente, repartido.


Desperdiciado, engullido por quien pueda tenerlo en sus manos.

—Entonces, ¿qué debo hacer con él?

—Dónalo. ¿Sabes cuántas organizaciones benéficas podrías financiar con ese


dinero? Hay una cantidad interminable de lo que podrías hacer con él. Incluso con el
porcentaje más pequeño, podrías financiar un distrito escolar completo durante años.
Podrías hacer que toda una ciudad llena de niños vaya a la universidad. Podrías
alimentar a miles de personas. Poner pozos en África. Construir refugios para
personas sin hogar. Mi punto es, no te alejes de eso. No tiene que guardarlo para ti,
pero solo… no lo dejes sobre la mesa. Tómalo, pero úsalo para otros. Podrías formar
una organización sin fines de lucro, financiarla con el dinero de Caleb y, literalmente,
pasar el resto de su vida utilizando ese dinero para ayudar a las personas. Eso es…
catorce mil millones de dólares, Isabel… Ese es el dinero que cambia el mundo. Úsalo
para cambiar el mundo.

—¿Me ayudarás?

—Por supuesto.

—Entonces hagámoslo. —Siento una fiebre que se apodera de mí, ideas que
giran por mi cabeza una tras otra demasiado rápido para arrancar una sola—. Cuando
hablaste de las organizaciones benéficas a las que donaste, me dio esta sensación, al
oírte hablar de ello. Y solo de pensarlo ahora, me estoy emocionando. ¿Qué mejor
manera de usar el dinero de Caleb que hacer del mundo un lugar mejor?

—Entonces, ¿quieres dirigir una organización sin fines de lucro? Es mucho


trabajo, nena.

—Pero está haciendo la diferencia. Hacia el final de las cosas con Caleb, cuando
el status quo empezó a cambiar, por tu culpa ya sabes, estaba cada vez más
descontento con el hecho de Madame X, de lo que yo estaba haciendo. Cuestionando el
valor de la misma. Hablamos de ello, creo, de cómo me sentía como si estuviera
perdiendo el tiempo, desperdiciándome a mí misma tratando de convertir a mocosos
malcriados en hombres medio decentes, especialmente cuando se hizo obvio que
nunca los cambié realmente, sólo les mostré como esconder sus bastardos interiores.
¿Esto? Tú mismo lo dijiste, es una oportunidad de hacer algo poderoso y que cambie la
vida. Aunque no quiero sólo distribuir el dinero. Quiero… hacer cosas. Cavar los pozos.
Ver lo que hace el dinero.

Estás resplandeciente. —Esto va a ser genial, verte hacer esto.

—Estás ayudando, Logan. Vamos a hacer esto.

—Ayudaré a formar la organización sin fines de lucro, resolver las exenciones


de impuestos y todo eso, conseguir personal y lo que sea, lo esencial, la mecánica de
una corporación. Eso es lo que hago, después de todo. Pero esta eres tú, Isabel. Te
apoyaré, iré a cualquier parte contigo. Si estás cavando pozos en África yo también. Si
estás rescatando a niñas de la prostitución en Tailandia yo también. Pero, cariño, este
será tu proyecto.

No discuto. Tiene razón.

Por primera vez en mi vida, tengo un propósito, algo que he elegido. Y,


curiosamente, tengo que agradecerte, Caleb.

De nuevo.

Pero esta vez es una deuda positiva.

Me pregunto qué pensarías si pudieras ver lo que voy a hacer con tu fortuna.
18
Estoy en la sala de ultrasonidos de la consulta de mi médico y estás en una silla
a mi izquierda, con las manos alrededor de una de las mías. Con la otra mantengo la
camisa metida en el sujetador, para que no se manche con la gelatina del ultrasonido.
En la técnica de ultrasonido, una mujer llamada Lisa, tiene en su mano la sonda,
girando y deslizándolo alrededor de mi vientre, inclinándolo de un lado a otro, dando
golpecitos en el teclado, deslizando una bola que creo que actúa como una especie de
ratón de ordenador. Tomando medidas, Lisa dice—: Llegaremos a las cosas buenas en
un minuto.

Miro la pantalla de TV frente a la cama/mesa en la que estoy, tratando de


descifrar lo que estoy viendo. Pero todo es un misterio, nada más que manchas,
sombras, blanco y negro, a veces cintas de color pulsante y cambiante. Mirando, con
las cejas caídas en una expresión de concentración. ¿Quizás veas algo que yo no veo?

Y entonces Lisa toca un botón y la habitación se llena de un sonido rítmico y


apresurado. Un latido. Pero hay un eco, una superposición, un sonido demasiado
rápido para ser un latido fetal.

—¿Ese sonido de eco es normal?— preguntó.

—Déjame...— Sin embargo, Lisa no termina la frase, sino que desplaza la varita,
hace algo para estrechar y ampliando el foco, volviendo a capturar el latido del
corazón.

Gira, desplaza, se fija y enfoca completamente. Pero frunce el ceño.

—¿Hay algo malo?—preguntó.

—No está mal, no. Pero sólo quiero verificar lo que creo que estoy viendo con
otro técnico, ¿de acuerdo? Sólo quédate quieta. —Lisa se va, vuelve un momento
después con otra mujer a la que presenta como Megan, una ecografista.

Megan me presenta la maravillosa experiencia de un ultrasonido vaginal,


haciendo lo mismo que Lisa, sólo que dentro de mí. Qué divertido.
Y estoy preocupada, porque Lisa no dice nada, ni Megan, estoy empezando a
entrar en pánico.

—¿Puedes decirme por favor qué está pasando? —preguntó, tratando de


mantener el pánico fuera de mi voz.

Me aprietas la mano, sonriéndome... está bien, me lo dices, sin necesidad de


palabras.

—Está bien —dice Megan, acercando la perspectiva, sacando el extraño latido


del corazón que superpone y manteniendo la varilla firme en un ángulo específico, de
modo que dentro del óvalo negro de mi útero se vean dos pequeñas manchas blancas.
Megan apunta a la pantalla con el dedo índice—. Así que lo que tenemos aquí, mamá y
papá, son dos bebés.

—¿Qué?—sueno sin aliento como realmente estoy.

—Vas a tener gemelos.

—¿Estás segura?—preguntó.

Megan se ríe, no de forma poco amable. —Sí, estoy segura. No hay forma de
confundirlo, no desde este ángulo. —Un dedo índice, apuñalando la pantalla—. Uno,
dos. Y sí, sólo hay dos.

Gemelos.

No sólo un niño inesperado, sino dos.

Volvemos a casa y creo que ambos estamos aturdidos. Una vez que atravieso la
puerta principal, me desplomo, aturdida hacia al sofá.

Es abrumador. ¿Cómo se prepara uno para la maternidad? No recuerdo a mi


madre, aparte de algunos pequeños detalles. No he recordado nada más y no creo que
lo haga. Nada importante, al menos. No recuerdo a mi madre. No recuerdo a mi padre.
No recuerdo mi infancia aparte de un par de recuerdos insignificantes. Sin ejemplos,
¿cómo sabré si lo hago bien o mal?

No me preocupa amarlos; ya lo hago, ferozmente, salvajemente. Pienso en ellos,


susurro sus nombres y siento este lavado virulento y creciente de la emoción que
constriñe la garganta, una voluntad de hacer lo que sea necesario. He leído tantos
libros sobre la crianza de los hijos, mil blogs sobre el tema, he navegado por
innumerables foros de chat en línea. Voy al parque y veo a las madres con sus hijos.
Trato de imaginarme a mí misma, un bebé en cada cadera. Trata de imaginarte
despertándome a medianoche o a las tres de la mañana para alimentarlos. Trata de
imaginarte abrochando un poco de vida en un asiento de coche.

Las visiones son fáciles.

Pero imagino que la realidad es siempre diferente. Creo que nadie puede estar
listo para la maternidad. No se puede comprender la verdad de que toda una vida
depende únicamente de ti para sobrevivir, que te guíes, que te ames.

Pensar en sus vidas dentro de mí, más que nada, me hace extrañar a mis
padres. O, más bien, la idea de conocerlos. Es difícil de poner en palabras, incluso para
mí misma. No puedo extrañarlos, porque recuerdo muy poco de ellos. Echo de menos...
la idea de ellos. Ojalá los recordara. Desearía tenerlos cerca para pedirles guía y
consejo. Desearía...

Tantas cosas.

Demasiadas cosas.

—¿Isabel? —Tú, en el suelo delante de mí, mirándome. Buscándome con tu


único y vivo ojo azul.

—Gemelos, Logan —digo la verdad en voz alta y no tengo menos miedo de


decirla.

—Gemelos, Isabel —Pareces tranquilo. Demasiado tranquilo.

Te miro a ti. —No pareces afectado, Logan.

Un encogimiento de hombros. —Son dos bebés en lugar de uno. Más pañales,


más biberones, más de todo. Más amor.

—No estaba preparada para un solo bebé. ¿Ahora vamos a tener dos? —Intento
no llorar, pero es inútil. Las lágrimas se derraman.

Te deslizas hasta el sofá, me pasas a ti y ahora estoy acostada sobre ti,


escuchando tus latidos, lentos, constantes, tranquilizadores. —Todo va a estar bien,
nena. Tenemos esto.
—¿Lo hacemos?— No estoy tan segura y lo digo en serio.

—Por supuesto que sí. Tengo amor de sobra, dulzura. —Besándome.


Haciéndome que te mire para que te entienda, para que no sólo te escuche, sino que te
escuche de verdad—. Si tengo suficiente amor para ti y un bebé, tengo suficiente para
ti y dos bebés. ¿Isabel? Tú también.

—Pero no sé cómo tener un bebé. No sé cómo ser madre, Logan.

—Sí, lo tienes.

Sacudo la cabeza. —Apenas recuerdo a mi madre. Todo lo que tengo son unos
pocos recuerdos al azar. ¿Cómo sabré qué hacer?

—Los recuerdos que tienes, ¿cómo son?

Inspiro y salgo, pensando. —Tengo la impresión de que fue una madre


maravillosa. Ella me cuidó. Me quiso y amó a mi padre.

—Eso es todo lo que necesitas saber, Isabel. Ella te amaba, te cuidaba. Y estos
bebés dentro de ti… —Su palma va a mi vientre—. Los amarás, a los dos. Los cuidarás.
¿El cómo? ¿La mecánica de ser padre? No creo que nadie esté realmente preparado
para eso, cariño. Pero tú lo haces. Aprendes, te das cuenta. Lo resolveremos juntos, ¿de
acuerdo? Los amaremos, juntos. Los cuidaremos, juntos.

Asiento. Me siento algo tranquilizada, pero aún así tengo miedo.

Y me doy cuenta de que encontraste una manera, una vez más, de decirme que
estaría bien sin decirlo.

***

Los próximos meses se pasan cada vez más con el embarazo y la creación de la
corporación sin fines de lucro.

He decidido un nombre para la corporación, no para los bebés: La Fundación


Índigo. Es tu dinero, Caleb. Te lo has ganado. Trabajaste para ello. Será tu legado,
llevado a cabo por Logan y por mí.

No pude empezar a explicar o entender las complejidades de establecer algo de


esta escala, así que estoy agradecida cada día por ti, Logan, por lo fácil que facilitas el
proceso, creando cuentas, entrevistando al personal, moviendo el dinero y mil cosas
más, además de llevar tu propio negocio. Por mi parte, he estado investigando las
organizaciones benéficas, investigando las leyes y regulaciones sobre donaciones y
financiación, decidiendo lo que voy a hacer una vez que todo esté listo.

Es un proceso largo.

No será una empresa pequeña. Será, como dijiste, un proyecto de toda la vida.
Es una cantidad de dinero que no se puede gastar y hay un número ilimitado de
causas que necesitan financiación y apoyo. Estoy abrumada sólo de pensarlo,
recopilando las listas. Hay tanto que saber, tantas causas que son dignas y necesitadas.
¿Cuál debo elegir primero?

Estás en una silla a mi lado, trabajando también; ahora trabajas casi


exclusivamente desde casa, habiendo hecho algunas promociones en la oficina y
reorganizado las cosas para estar conmigo tanto como sea posible. Me estoy
acercando a la fecha de mi parto, cualquier día, nos dice el médico y no quieres estar
lejos de mí ni un momento. Has asistido a todas las visitas al médico. Has pintado
personalmente la guardería de verde, un color neutro, porque, como descubrimos en
la ecografía de género, vamos a tener una niña y un niño.

Camila, por mi madre y Luis, por mi padre.

Se han montado cunas, cunas y gorros, se han escogido pañales y baberos


azules para Luis y rosas para Camila, con pañales, toallitas y ungüentos. Si los siento
patear, pongo la palma de tu mano en mi vientre. Y qué barriga es. Me siento mamut,
tan enorme que apenas puedo moverme. Todo me duele. Estar embarazada es
definitivamente real ahora. Demasiado real. Camila y Luis están ahí, dentro de mí,
listos para salir. Necesito que salgan, necesito terminar de estar embarazada. Es
agotador, demoledor y fatigoso. Estoy en una niebla y simplemente bajar las escaleras
del dormitorio a la cocina toma una eternidad y tengo que descansar a mitad de
camino y otra vez una vez que llego al fondo.

Trato de imaginarme haciendo esto sola, siendo una madre, teniendo un hijo
inesperado. Sin Logan para consolar, proveer, proteger y amar. Trato de imaginarme a
una mujer, grande con un niño, recorriendo las calles de Nueva York, con los pies
doloridos, agotada de trabajar para mantener el techo sobre su cabeza, la comida en la
cocina.

Y sé cuál será el primer proyecto de la Fundación Índigo: un centro de recursos


para madres solteras, una cadena de ellas en todo el país, incluso. Facturas pagadas.
Despensas abastecidas. Guarderías preparadas. Cuidado de los niños. Terapia para la
depresión posparto. Reuniones regulares con otras madres solteras de la zona, para
apoyarse mutuamente y oídos dispuestos a entender las dificultades.

Redactó un e-mail con mi idea y te lo envío. En quince minutos, has devuelto el


correo electrónico con los siguientes pasos prácticos: encontrar una ubicación para el
primer centro, comenzar a entrevistar al personal, establecer el estatuto y la
estructura, encontrar donantes adicionales, localizar recursos para vincular,
despensas de alimentos y guarderías; defensores de los pacientes y servicios de
niñera. La lista es enorme y desalentadora. Pero me proporciona pasos adicionales
para empezar a trabajar.

Decido que el primer centro estará en Queens, un área que parece, en mi


limitada estimación, necesitar tal servicio. Hago una lista de posibles ubicaciones
disponibles basada en una rápida búsqueda de bienes raíces, la envío a ti y tú a su vez
la envías a uno de los asistentes que tú contrataste para la fundación, se dirige
inmediatamente a Queens con un itinerario y una lista de necesidades de una
ubicación potencial.

El día se consume con este trabajo y las horas pasan rápidamente. Karen, la
asistente, me informa de tres posibles ubicaciones para que yo elija. A partir de unos
pocos e-mails que envía a antiguos clientes, conseguimos varios donantes para el
proyecto y sale una larga lista de proveedores de recursos que están interesados en
asociarse con el centro.

Sin embargo, necesito un nombre.

Me decido, al menos temporalmente, por MiN: Madres en apuros.

Al darme cuenta de que he estado trabajando durante varias horas sin


descanso y que mi vejiga me está gritando, decido tomarme un descanso. También he
estado sintiendo contracciones ocasionales durante las últimas horas, lo que asumo
que son contracciones de Braxton-Hicks y generalmente el hecho de ir a caminar
ayuda a que desaparezcan.

Así que me levanto, e inmediatamente me agarra una contracción aguda y


dolorosa.

Estallido; calor y humedad en mis muslos, bajando por mis piernas.

—¿Logan?— Mantengo mi voz tranquila, calma.


Miras hacia arriba. Llevo un vestido suelto hasta el tobillo, así que no hay
evidencia visible de lo que está pasando. —Sí, nena.

—Acabo de romper aguas.

Parpadeas por el espacio de diez segundos y luego te levantas, agarrando mi


laptop y la tuya. No dices nada. Ya hemos discutido esto. Tomas mi brazo, me guías
dentro. Coges la bolsa de viaje que has tenido preparada durante los últimos dos
meses. Me paro en el baño para ponerme una almohadilla y coger un par extra y
entonces estamos en el coche, estás conduciendo con una frustración apenas
contenida a través del típico tráfico de Manhattan. Es un viernes a las seis de la tarde,
lo que significa que el tráfico es una pesadilla enfurecida.

Estás tomando mi mano y conduciendo con la otra. Tu mandíbula se está


tensando.

—¿Logan? —Me das una mirada—. Toma un respiro. Está bien. Llegaremos allí.

—En este tráfico, podrías estar teniendo los bebés en el coche.

Hago un gesto por la ventana. —Bueno, menos mal que hay una ambulancia
justo ahí.

Y también hay, trotando a lo largo de dos carriles, luces apagadas, sirena


apagada, el brazo del conductor colgando de la ventana abierta.

Riendo, finalmente. —¿Por qué estás más tranquila que yo?

Me encogí de hombros. —Probablemente porque las contracciones aún no han


comenzado. Dame tiempo, estoy segura de que pronto entraré en pánico.

Y, oh, cuánta razón tengo. Las contracciones aún no han empezado en serio, por
lo que he leído. Aún están separadas por varios minutos y sí, son dolorosas, pero no
tan malas como lo que he leído me ha hecho esperar. Lo que me hace entrar en pánico
es saber que, de nuevo, según todo lo que he leído, una vez que se rompe la fuente, las
únicas opciones son tener los bebés de forma natural o hacer una cesárea. ¿Y si no
puedo tenerlos de forma natural? No quiero una cesárea. No quiero que me abran.
¿Pero qué pasa si algo está mal y no lo sé? ¿Y si tardamos mucho en llegar al hospital y
los bebés se ponen nerviosos? No quiero tener a los bebés a un lado de la carretera,
por todo lo que bromeé contigo. Eso fue para calmarme; necesito que te calmes, que
tengas el control. Porque ahora estoy en pánico.
Y una contracción me tiene en sus garras.

Aguda, feroz, dolorosa, apretada, tan repentina y aplastante que no puedo


respirar. Tan dolorosa que me hace gemir.

—Respira, cariño, respira a través. ¿Recuerdas? Como en la clase. —Fuiste a las


clases conmigo.

Trato de respirar. Como en un ataque de pánico, tengo que forzar el oxígeno en


mis pulmones, forzarlos a expandirse y aspirar aire, tengo que forzarlos a contraerse,
expulsar el aire. Y otra vez. Dios, me duele.

Empiezo a pensar que las contracciones que sentía no eran contracciones de


Braxton-Hicks, sino un verdadero trabajo de parto. Lo que significa que podría estar
más cerca de tener estos bebés de lo que pensaba. Miro el reloj cuando la contracción
finalmente me libera: 7:32 P.M.

Atravesamos el tráfico, atascados entre bloques, esperando ciclo tras ciclo del
semáforo. Centímetro a centímetro, forzándome a no pensar en nada, a sólo respirar y
sólo ser. Luchar contra el pánico, luchar contra la anticipación de cuándo se producirá
la próxima contracción. Centímetro por centímetro, minuto por minuto. Logramos
atravesar la intersección después de cinco minutos. En la marca de ocho minutos casi
exactamente, otra contracción golpea.

Intento recordar lo que he leído sobre las etapas del parto, pero mi cerebro no
me da las respuestas.

Dos secuencias más de contracción/descanso y finalmente llegamos al bloque


donde tenemos que girar. Entonces, Dios, estamos atrapados en ese bloque. Y el
siguiente. Centímetro por centímetro, minuto por minuto. No estás hablando, lo cual
está bien, pero sigues sosteniendo mi mano, no dices una palabra cuando me agacho
con cada contracción, apretando tu mano hasta que estoy seguro de que estoy cerca
de romper huesos. Sólo tienes que tolerarlo y apretar de nuevo.

Para cuando llegamos al hospital, las contracciones son cada seis minutos.

Te metes debajo del pabellón de Urgencias y nos recibe un enfermero negro


grande con una silla de ruedas, que nos saluda por nuestro nombre; al parecer,
¿llamaste antes? No lo recuerdo. Recuerdo haber escuchado tu voz, pero estaba en
medio de una contracción en ese momento y no tenía atención de sobra.
Estoy en silla de ruedas en el hospital, pero no estás a mi lado. ¿Dónde estás?
Estacionando el auto, creo. Pero te necesito, Logan. No puedo hacer esto sin ti, nada de
esto.

Te siento, como siempre lo hago. Tu mano está en la mía y estás a mi lado,


besando el dorso de mi mano, diciéndome que todo va a estar bien. Una contracción
golpea, cuando se despeja, estamos en la sala de maternidad y me ayudan a ponerme
de pie, a quitarme la ropa, a ponerme la bata, a acostarme. Cables conectados,
monitores y cables. Otra contracción, dura y dolorosa. Pero aún así con seis minutos
de diferencia.

Los necesito más cerca, no porque quiera el dolor sino porque cuanto más
cerca estén más pronto tendré a mis bebés en mis brazos. Cuanto antes termine esto.
Cuanto antes sepa que mis bebés están a salvo y sanos.

Para cuando un doctor aparezca, estaré envuelta en la batalla contra el pánico.


Está tomando demasiado tiempo. Las contracciones están demasiado separadas. Pasó
más de una hora antes de que el obstetra apareciera para revisarme.

El obstetra es un hombre mayor, de estatura media, delgado, con manos


pequeñas, casi delicadas. Calvo, pero con una barba corta y recortada que se vuelve
blanca.

Estoy casi completamente dilatada, pero no totalmente. Lo que significa más


trabajo.

Dios, me duele.

Otras dos horas de dolor y luego aparece otro médico: el anestesista. Me giré
para sentarme en el borde de la cama, con las piernas colgando del borde, mi bata
empujada hacia adelante, casi fuera. Uno o dos minutos de preparación, paquetes
siendo abiertos, guantes estériles tirados.

—Papá, tal vez quieras salir para esto —dice el anestesista.

—Soy un veterano de guerra —dice—. No voy a enloquecer por una aguja. Y de


ninguna manera la voy a dejar.

—Bueno, entonces, pon una silla delante de ella. Sujétale las manos y déjala que
ponga su frente en tu hombro. —Si haces lo que él dice, se me pone una mancha de
frío en la espalda—. Esto es yodo, para limpiar el área. Ahora, encorva tu espalda para
mí. Apoya tu frente en el hombro de papá y empuja tu columna hacia mí. Bien. Sí,
ahora sosténgala así, quédate muy quieta para mí, ¿de acuerdo? Inspira
profundamente... y suéltalo completamente… Ahora un pellizco rápido...

Jesús, eso no es un pellizco, se siente como una maldita espada atravesando mi


carne. Respiro a través de ella, con los dientes apretados, apretando tus manos tan
fuerte que creo que oigo huesos siendo molidos juntos. Eres estoico, dejándome
aplastar tus manos, viendo al doctor insertar la aguja. Miró fijamente tus pies, las
gastadas y amadas zapatillas Adidas que has tenido durante tantos años, los cordones
atados en un nudo doble permanente, la lengua tirada a un lado, los talones raspados
y deshilachados por años de meter tus pies en ellos. Respira a través del dolor
mientras el doctor juega con las cosas de mi espalda.

—Bien —dice el doctor—, eso está dentro, todo conectado. Voy a empezar con
un poco de bajada y ellos lo subirán a medida que avanzas. Buena suerte, mamá y
papá.

Hay una sensación de entumecimiento que se extiende a través de mí, una


sensación de alivio. Calma. Puedo ver la lectura del medidor de contracción desde mi
cama y veo con asombro como la lectura muestra una contracción, pero no siento
nada. Bendita y pacífica nada.

Otras tres largas y aburridas horas y el obstetra vuelve y me revisa de nuevo.


—Se está dilatando bien, Srta. de la Vega, casi al cien por cien ahora y totalmente. Son
buenas noticias. Y sus contracciones son consistentes con uno o dos minutos de
diferencia, lo que significa que nos estamos acercando al tiempo del bebé. Lo
conseguirás. No falta mucho. —Una palmadita en mi mano y luego el ginecólogo se va
de nuevo, la bata blanca ondeando, la cabeza calva reluciente.

***

A pesar de la promesa del ginecólogo de “no falta mucho,” son muchas más
horas las que pasan antes de que algo siquiera cambie y estoy dormitando, rodando de
un lado a otro. Empiezo a sentir un dolor. Distante, pero real. Una sensación de
contracción a través de la epidural, un pinzamiento de mi útero. Y una necesidad de
empujar.

Estás durmiendo, acurrucado torpemente en la silla/cama plegable, dormido


instantáneamente a la manera de un soldado que tienes.
Soporto el dolor y la necesidad de empujar durante unos minutos, pero luego
empieza a hacerse insoportable, empujándome, una especie de desesperación me
infunde.

Presiono el botón de llamada y en pocos segundos una enfermera se pone a


trabajar, eficiente, enérgica, mirando el monitor, echando una mirada a ti.

—Oops, parece que es hora, mamá —Un codazo a tu pie—. Despierta, papá,
estás a punto de tener algunos bebés.

Te sientas inmediatamente, te frotas los ojos, parpadeas unas cuantas veces y


entonces la habitación se llena de gente. Una persona le hace algo a la cama, quitando
parte de ella y desplegando estribos, levantando mis pies a lo alto y ancho,
abriéndome para que toda la habitación lo vea. Pero ya no me importa, porque ahora,
incluso con la epidural, el dolor y la necesidad de empujar lo consumen todo. Alguien
más ha encendido luces cegadoras sobre la cabeza. Otra persona está preparando los
suministros y otra, o tal vez las mismas pocas enfermeras que se mueven en eficiente
armonía, está encendiendo una máquina y empujando a un lado las sillas.

—Ve y párate junto a su cabeza, papá —dice el obstetra, a modo de entrada—.


Sujétale la mano y cuando le diga que empuje, cuenta hasta diez. Ella toma un respiro
y luego cuentas hasta diez otra vez. ¿De acuerdo? Sí, aquí vamos. Ya estamos en
marcha, ¿no? María, ¿puedes cortar la epidural? Necesita sentir las contracciones
ahora. Va a doler un poco, pero tiene que sentirlas para saber cuándo empujar. Sostén
la mano de tu hombre y rómpele los dedos si es necesario, los arreglaremos cuando
termines.

Una enfermera hace algo con la alimentación intravenosa y la epidural se


desvanece, una reversión de la forma en que entró en acción. Paz, calma, alivio... todo
se desvanece, reemplazado por una agonía aplastante, consumidora y feroz. Una
presión omnipresente centrada en mi útero y mis intestinos. No hay espacio entre las
contracciones, se siente como, no hay oportunidad de recuperar el aliento, sólo una
ola tras otra, una contracción en los talones de la última y la necesidad de empujar,
empujar, empujar.

—Todavía no, mamá, no pujes todavía. —El obstetra se pone una especie de
bata que cubre el frente y luego una especie de mascarilla de plástico transparente y
un par de guantes estériles—. Bien, creo que estamos listos. Aquí viene una
contracción, mamá, prepárate para pujar. Inspira profundamente... y ¡Puja! ¡Cuenta
por ella, papá!
Te escucho, te siento. Me agacho con cada fibra de mi ser, con los dientes
apretados. No grito, no desperdicio el esfuerzo en ello. Sólo empujo, pujo, tan fuerte
como puedo, mientras Tú cuentas.

—... Siete... ocho... nueve... ¡diez!

Dejó salir el aliento, jadeando, lloriqueando, me vuelvo para mirarte, trato de


sonreír cuando te tomas un momento para quitarme el pelo sudado de la cara. Y
entonces estoy aspirando el aliento y me agacho, pujando.

Otra vez.

Otra vez.

Otra vez.

—¡Bien, mamá! Lo estás haciendo muy bien, ¡el primero está coronando! ¡Sigue
pujando, sigue pujando! —Respiro rápido y empujó aún más fuerte y hay una
sensación de estar vaciado, algo que me saca y hay un momento de silencio, un breve
respiro del dolor.

Y entonces un sonido llena la habitación y estoy irrevocablemente alterada. Un


sonido y mi corazón ahora existe en el mundo fuera de mi cuerpo.

Un grito.

Pequeño, frágil, pero fuerte y fuerte.

Un lamento, alto y delgado y tembloroso.

—¡Tienes una niña, mamá! —El obstetra pone un cuerpo húmedo, caliente,
retorciéndose y chillando en mi pecho, todavía manchado de sangre y efluvios. Pelo
claro, rubio, grueso en un rizo sobre la parte superior de su cabeza en un mohawk.
Pequeños puños temblorosos, apretados. Pequeños pies pateando.

—Hola, Camila —susurro, aferrándome a ella, abrazándola—. Hola, nena.

Pero entonces otra contracción me atraviesa y tengo que pujar de nuevo,


porque oh sí, hay otro bebé dentro de mí todavía, listo para salir.

Una enfermera toma a Camila y entonces no puedo pensar o respirar o sentir


nada más que el dolor, el agarre, la presión y tú estás contando y yo estoy pujando.
Me duele.

Estoy agotada.

Pero aún no he terminado, así que pujo.

Tú cuentas y yo pujo.

¿Son horas, o minutos, los que yo empujo, aplastando tus manos en un agarre
mortal? No lo sé, no puedo medir el tiempo, sólo los incrementos de uno a diez y el
breve respiro entre las contracciones y el empuje, casi ahí, manteniendo el empuje,
mamá...

Otro pujón y luego la misma sensación de vaciamiento de tirón, una sensación


de alivio y el silencio... el llanto.

Oh, ese grito.

Tira de mi corazón, me abre en rebanadas, pone mi mundo, mi vida, mi ser, mi


amor en un pequeño bulto, un bulto de bebé que se retuerce y se mueve.

—¡Aquí está, mamá, un niño! ¡Él y su hermana tienen todos los dedos de las
manos y de los pies! —Pero hay una nota extraña en la voz del ginecólogo.

Ya veo por qué, cuando mi hijo se sienta en mi pecho.

Camila es rubia y dorada. La veo, siendo levantada, limpiada, en pañales,


envuelta y su piel es clara, como la tuya, sólo que no está bronceada por el sol como la
tuya. El pelo es platino, como el tuyo. Y sé que cuando abra los ojos y los lirios se
hayan ajustado a su sombra permanente, serán los tuyos, de color índigo, azul
brillante.

Pero el chico de mi pecho...

Es oscuro. Pelo negro y grueso. Piel morena.

Totalmente diferente a ti.

Sollozo.

Porque sé.
Lo sé.

Es tuyo, Caleb.

No se llama Luis.

Es Jakob.

Te miro a ti y veo que tú también lo sabes. No sé cómo es posible, pero una


mirada me dice que no sólo es posible, es innegable.

Te inclinas hacia mí. Me besas. Me cepillas el pelo de la cara con el pulgar


ancho, sonríes, esa hermosa sonrisa de sol. —Es perfecto, Isabel.

—Pero él...

—Mío, mi amor. Es mío. Es nuestro. ¿De acuerdo? —Lo levantas, baboso y gris
después del parto, llorando, sacudiendo los puños furiosos e indignados y lo acunas en
tu pecho—. Su nombre es Jakob.

¿Dije eso en voz alta? No creo que lo haya hecho.

Sé que no lo hice.

Así que eres tú, reclamando al niño como tuyo, amándolo como tuyo, aunque,
de alguna manera, genéticamente no lo sea. Lo reclamas, pero honras al padre
genético.

No a Caleb, sino a Jakob.

Jakob, el hombre del que podría haberme enamorado, si lo hubiera conocido.


Jakob, el hombre, creo, que me dejó ir.

Pero aún no he terminado.

Tengo que empujar de nuevo, una vez más, para dar a luz.

Empujó a través de él, pero estoy concentrada en ti, ahora sosteniendo a Camila
y a Jakob, uno en cada brazo y el dolor no es nada para el feroz y salvaje dolor del
amor.
Jakob es tomado, limpiado, cambiado de pañales, probado, envuelto y se me
permite levantarme y ducharme y comer algo, han pasado horas, casi un día entero y
me muero de hambre.

Y luego tengo a mis bebés, mi hijo y mi hija. Durmiendo, acurrucándose contra


mí, maullando ahora, cazando. Agarrándose, buscando a tientas en mis pezones y
luego agarrándose perfectamente. Amamantando y el tirón es agudo y hermoso como
mi leche fluye.

Y tú estás ahí, sentada a mi lado, viéndome alimentar a nuestros bebés.

—Te quiero mucho, Logan. —Es todo lo que sé decir, ahora mismo. Ni siquiera
sé cómo verbalizar o entenderme a mí misma las emociones relacionadas con la
herencia genética de Jakob—. Yo sólo... te amo.

Tienes huellas de lágrimas en tu cara y estás orgulloso de ellas, creo. Llorar por
el nacimiento de tus hijos es la marca de un hombre en contacto con sus emociones,
creo; una señal de fuerza y confianza más que una marca de debilidad. Has traído una
vida al mundo. Una nueva vida y es hermosa. Es enorme. Momentánea y que cambia la
vida.

Te inclinas, me besas, besas a Jakob, besas a Camila...

Así que esto es lo que se siente al completarse.

***

—Lo que estamos viendo —dice el doctor, un día después del nacimiento, "es
una superfecundación heteropaternal".

El doctor hace una pausa, golpea el talón de un zapato con la punta de un


bolígrafo. Me mira y puedo sentir el juicio silencioso, tácito, pero muy real.

—En términos simples, es cuando una mujer libera más de un ovulo en el


mismo ciclo y esos dos embriones son fertilizados por el esperma de actos sexuales
separados con diferentes hombres. —Otra pausa, una mirada a mí, a ti, de vuelta a los
zapatos—. Es extremadamente raro, pero ha habido algunos otros casos
documentados. He estado dando a luz a bebés durante treinta y dos años y nunca lo he
visto antes. Lo que significa, prácticamente, es que los dos niños son gemelos
fraternales, medio hermanos genéticos, a pesar de haber sido desarrollados y llevados
en el mismo útero.
Habla por mí. —Entonces, ¿cómo están?

—Camila y Jakob lo están haciendo muy bien. Saludables, con una alta
puntuación en todas las pruebas post-parto, están comiendo bien de mamá, gran
desarrollo de los pulmones. No hay ningún problema en absoluto.

—Así que aparte de la genética...

—¿Genética a un lado? Son gemelos hermosos y saludables. Pueden irse a casa


por la mañana.

—Gracias, doctor —despides al doctor, de pie, extendiendo la mano. Dejando


claro que el momento de salir es ahora. Cuando el doctor se haya ido, te vuelves hacia
mí, tomas mi mano—. ¡Qué imbécil!.

—No dijo nada muy poco profesional —señaló, aunque me siento de la misma
manera.

—No dijo nada, no, pero las miradas que te echó, la forma en que te lo explicó...
—Encoges de hombros—. Lo que sea. Se ha ido. Pero no me gustaba.

—Yo también lo sentí. Pero no importa. No me conoce, ni mi vida, ni mi


situación. Todo lo que me importa eres tú y nuestros bebés.

—Yo también.

Y así lo hacemos.

Abrochamos los pequeños paquetes dormidos en los asientos del coche,


murmurando lo pequeños que parecen en los asientos grandes. Los llevas a ambos, un
asiento en cada mano, mientras una enfermera me empuja en una silla de ruedas. Los
colocas a ambos lados de mí mientras buscas el coche y encajan los asientos en las
bases, compruebas que cada uno está seguro y ayudándome a subir al todoterreno,
prácticamente levantándome y me metes. Estoy débil, adolorida, cansada y contenta
de volver a casa.

Emocionalmente, aún no he superado la realidad de Jakob. Tal vez nunca lo


haga.

Él es mío. Es tuyo, Logan. Pero... ya se parece mucho a ti, Caleb. Cuando


parpadea esos grandes ojos marrones, es tú. Llora cuando tiene hambre y hay una
nota exigente en su llanto que, para mí, suena como tú. Es espeluznante. Su mandíbula
eres tú, su nariz eres tú. El puente de su nariz eres tú. Dios, él es tú, Caleb.

Lo rumoreo mientras nos llevas a casa, Logan, conduciendo despacio, con


cuidado, a la defensiva. Frenando suavemente, acelerando suavemente. Música baja,
sintonizada con lo clásico.

Todavía estoy profundamente pensando cuando lleguemos a casa. Los llevas


dentro, me instruyes para que me quede quieta y vuelves por mí. Están durmiendo, así
que los dejamos en sus asientos. Nos desplomamos juntos en el sofá y me tiras contra
tu pecho, para que pueda oír los latidos de tu corazón. Empiezo a dormitar. El sol se
calienta desde las ventanas empapando mi piel, bañando mis ojos cerrados.

Y luego un grito. Pequeño y silencioso al principio, un temblor vacilante.

Sólo uno.

Te levantas, desabrochas al niño que llora, Jacob. Pasándomelo lo acunó contra


mi pecho. Dios, es tan pequeño. Tan cálido, tan suave. Tan dulce. Me levanto la camisa,
expongo mi pecho y le hago cosquillas en sus labios temblorosos con mi pezón. Él
trabaja su boca, resopla y bufa, sacudiendo su cabeza de lado a lado y luego se agarra
con feroz hambre y alerta determinación. Es tan pequeño que puedo sostenerlo con
una mano y acariciar su grueso cabello negro con la otra.

Miras, un poco asombrado, muy conmovido. —Es la cosa más hermosa que he
visto nunca. —Tu voz es baja, áspera.

Sigo acariciando el pelo del pequeño Jakob pero mis ojos son para ti. —Tengo
que decirlo, en voz alta, al menos una vez. —Miró a Jakob y luego retrocedo—. Caleb
es el padre biológico de Jakob y tú eres el de Camila.

—Pero ambos son míos.

—Lo sé. Y no lo dudo ni por un momento —digo.

—Podría ser un poco difícil de explicar, si alguna vez empieza a hacer


preguntas cuando sea mayor.

—Lo averiguaremos cuando ocurra —sonrío—. Sólo tenía que decirlo, porque...
por dentro, no parece que importe.
—No lo hace. En realidad no. —Ofreciéndome una sonrisa, la quintaesencia de
la sonrisa de Logan Ryder, la que me calienta de adentro hacia afuera—. Es la
naturaleza contra la crianza, Isabel. Si tuvieras que separar a gemelos idénticos y uno
fuera criado en un infierno de rabia y violencia y el otro en un hogar amoroso lleno de
afecto, es muy probable que dos personas muy diferentes emerjan como adultos.
Porque el entorno en el que se cría una persona marca la diferencia. Caleb podría
haber sido... alguien totalmente diferente si sus padres hubieran vivido. Si su primo no
lo hubiera echado a la calle. Si cualquier número de eventos en su vida hubiera sido
diferente.

—Tú mismo saliste de unas circunstancias muy difíciles y mira la clase de


hombre que eres.

Un encogimiento de hombros. —Cada uno de nosotros sólo puede hacer lo


mejor con lo que se le da. Eso es todo lo que he hecho. Sin embargo, también, cada uno
de nosotros tomamos nuestras propias decisiones en la vida. Yo elegí cambiar. Para
tratar de mejorarme a mí mismo. Creo que en algún momento, Caleb simplemente...
cedió al tipo de hombre que su entorno conspiraba para crear, en lugar de intentar
superarlo. No me corresponde a mí juzgarlo, ni absolverlo ni vilipendiarlo. No lo
conocía lo suficiente y no me corresponde a mí, aunque lo conociera. Sé lo que siento
por él, basado en mi interacción con él y basado en la forma en que te trató, pero eso
es todo.

—Lo que dices, entonces, es que a pesar de ser de Caleb, genéticamente, la


forma en que lo criemos determinará el tipo de hombre en que se convertirá.

—Bien. Tendrá el impresionante potencial genético de Caleb, pero tú y yo lo


criaremos para que no tenga la ética cuestionable que Caleb mostró como adulto.

—Me gusta esa idea —digo con una sonrisa.

—A mí también.

Camila comienza a llorar justo en ese momento, justo cuando Jakob se desata,
un poco de leche goteando por su barbilla. Desabrochas a Camila, me la entregas y a
cambio de Jakob, lo acunas en tu pecho, te instalas en el sofá a mi lado. Tú sostienes a
un Jakob somnoliento y borracho de leche yo alimento a Camila y nos relajamos
juntos.

Una familia.
Ahí es cuando me doy cuenta, golpeándome como una tonelada de ladrillos,
como un tren de carga:

Tengo una familia.

La realización trae lágrimas de felicidad a mis ojos. Las dejo rodar, porque es
una cosa hermosa, este entendimiento. Quedé huérfana, no sólo de mis padres, sino de
todo mi ser, de mi vida. He llegado a encontrarme a mí misma, pero ahora, contigo y
con Camila y Jakob, tengo una familia propia.

Y ahora, con estas dos pequeñas vidas que dependen de mí, con tu amor para
sostenerme, mi pasado no importa tanto.

Tal vez no del todo, honestamente. Madame X ya no existe, excepto en ser parte
de la formación de la mujer que soy ahora, Isabel de la Vega.

Una esposa, algún día.

Una madre ahora.

Y, con el tiempo, una filántropa.


19
Camila y Jakob ya tienen tres meses. Grandes, hermosos, sanos, perfectos.

Y no hemos tenido ni un solo momento a solas. No me importa. No me importa.


Pero me gustaría pasar un tiempo contigo.

Tú, por supuesto, reconoces esto. Llamas a Beth, porque al parecer la niñera
está en la descripción del trabajo cuando uno es el asistente de Logan Ryder. Además,
Beth tiene experiencia ya que una hermana mayor tuvo gemelos y a menudo los cuida.

Así que, los gemelos están en buenas manos, Logan me dice que me ponga una
bata elegante, unos tacones de muerte y un poco de maquillaje; es hora de salir.

Una vez más, me lleva a Gourmand, el restaurante que posee. Somos asiduos
allí ahora, un puesto cerca de la cocina reservado permanentemente para Logan,
Camila, Jakob y yo.

Pero esta vez, algo es diferente.

El restaurante entero está vacío, ni una sola alma a la vista.

Extraño, de hecho, para un jueves por la noche.

Las luces son bajas, una sola mesa cerca del centro del comedor iluminada con
una vela, puesta para dos.

Mi corazón palpita un poco; me has mostrado suficientes películas para saber


que un escenario como este indica una propuesta a seguir.

Estoy lista.

Más que lista, de hecho.

Un trío de músicos crea el ambiente: una guitarra, una mandolina y un violín,


tocando música suave y hermosa a nuestra derecha. Tenemos vino, ensaladas, sopa,
entradas, más vino, postre. Sin anillo, sin propuesta.

Empiezo a dudar de mi suposición y a sentir cierta decepción ahora.


Cuando terminemos, te levantas. Extiendes tu mano. —¿Sabías que hay un
pequeño jardín en el techo de este edificio?

No lo sabía y te acompaño a subir un ascensor y luego un tramo de escaleras, a


través de una puerta de metal abollada y oxidada y a un jardín en la azotea. Es
diminuto, íntimo. Los enrejados forman un laberinto, las rosas, lavanda, glicina y la
madreselva trepan floreciendo, llenando el aire con un olor pesado y embriagador.
Cuerdas de suaves luces blancas se tejen a través de los enrejados también,
derramando un brillo dorado en la mágica escena. Escucho la puerta abrirse, pero está
lejos, de alguna manera y fuera de la vista. Oigo las cuerdas de la mandolina vibrar y
entonces el violín se une y la guitarra nos sigue; los músicos nos han seguido.

Me conducen a través del laberinto de enrejados a un rincón oculto de la


azotea, donde los enrejados forman un arco sobre un banco de hierro forjado. Cerca
hay una pequeña fuente, el agua se derrama y se ríe sobre las rocas, la piscina se
ilumina desde dentro.

La ciudad parece una imposibilidad desde aquí, sentada en el banco, en este


jardín, rodeada de flores y luces y una fuente, con música de fondo.

—¿Cómo es que nunca hemos estado aquí arriba, Logan?

Sonríes. —Porque no existía hace un mes. —Un modesto encogimiento de


hombros—. Hice que lo construyeran, sólo para nosotros, para hoy.

—Es... una fantasía, Logan. Más allá de la belleza.

Señala algo al otro lado del pequeño claro del jardín, una pequeña mesa de
hierro forjado, sobre la que se extiende un paño de terciopelo rojo. —Ve a mirar.

Me levanto, quito el paño.

Jadeos, aliento robado, lágrimas que me pican inmediatamente los ojos. —Oh,
Logan.

—No soy un maestro tallador, pero soy bastante bueno con mis manos.

—¿Lo has hecho tú mismo?

Un encogimiento de hombros. —Por supuesto.


Es una caja de madera de cincuenta centímetros cuadrados, treinta centímetros
de profundidad. Y a pesar de su afirmación de lo contrario, está claro que fue tallada
por un maestro. Es... encantadora no es una palabra suficientemente buena.
Impresionante. La madera es de un marrón intenso y profundo, pulida a un brillo
brillante, atravesada por rayas rojizas y espirales. Las bisagras son de latón, así como
el simple mecanismo de cierre.

Tiré de la tapa; está cerrada con llave.

Me río a través de mis lágrimas. —Le estás robando a mi padre, Logan.

—Desvergonzadamente. Pensé que si no podía mejorar la perfección, ¿por qué


intentarlo? ¿Por qué no pedir prestado?

—¿Y dónde está la llave?

Un encogimiento de hombros indiferente. —La tengo. Pero tendrás que venir a


buscarla.

Cruzó el jardín, y me acerco. Paso mis manos por tus caderas, siento en tus
bolsillos de la cadera; has dejado el teléfono en casa, como yo, ya que Beth sabe llamar
a Gourmand si nos necesita. Nada. Te doy palmaditas en los bolsillos traseros y usas
mi proximidad para robarme un beso. Y otro, se sale de control y no puedo evitarlo.
Estoy tirando de tu corbata, del abrigo, de los botones de tu camisa.

Pero cuando tengo la camisa abierta, la veo: Una llave de latón en una cinta
roja.

Sin embargo, no coincide exactamente con la de diamantes que cuelga entre


mis pechos en este momento. No, el arco de esta llave tiene forma de corazón, forjado
de una pieza de latón sólida, plana y de dos caras. Tres letras han sido talladas o
perforadas en el latón sólido: LWR-Logan Wesley Ryder.

La llave de tu corazón.

Te quito la cinta de la cabeza, agarró la llave en mi puño. Y te beso hasta que


ninguno de los dos puede respirar, hasta que mi vestido ha encontrado su camino
alrededor de mis caderas y estemos presionados el uno contra el otro, haciendo el
amor en el banco, justo ahí en la azotea, todavía parcialmente vestidos, desesperados,
salvajes.
—Tienes que abrir la caja, nena —dices.

Me desenredo de ti, de mala gana, debo admitirlo. Poniendo mi vestido en su


sitio, cruzo una vez más a la mesa, a la caja. Deslizo la llave de latón en la cerradura,
giro el corazón. La cerradura se abre y yo levanto la tapa.

El terciopelo azul de medianoche cubre el interior y en el centro, un anillo.


Platino, un enorme diamante brillante y ardiente en el centro y otros más pequeños a
cada lado.

Estás de pie detrás de mí; te siento, como siempre puedo sentirte.

Me doy la vuelta y tú me estás alcanzando. Tirando de mí hacia ti. Mirándome.


Susurrando contra mis labios—: ¿Cásate conmigo, Isabel?

Aplasto mi palma contra tu pecho y ya me he puesto el anillo. —Sí, Logan.

—¿Ten a mis bebés?

Me río. —Ya lo hice.

—Oh sí. —Me besas, suavemente, suavemente—. Ellos.

Me salgo de tus brazos, saco mi llave de diamantes de Tiffany, la pongo en la


caja. Quito la llave de latón de la cerradura y deslizó la cinta roja sobre mi cabeza,
colocó el latón frío entre mis pechos. —Ahora tu corazón siempre estará con el mío.

—¿Qué fue lo que te dijo tu madre? —Me reúnes cerca, me abrazas fuerte—. Oh
sí. Tu corazón es lo que hace que el mío siga latiendo cada día.

—¿Ahora le robas a mi madre? —Me burlo de él—. Tienes que hacer tus
propios movimientos, Logan.

Te retiras, sólo un poco. —¿Fue una broma?

—Un poco.

—Debo estar contagiándote.

—Se me está pegando, quieres decir.


—¿Otro chiste? ¿Y uno sucio? —Una risa asombrada—. ¿Podría esto ser más
perfecto?

Me agacho. —¿Podríamos tener sexo otra vez?

—Eso lo haría, diría yo.


20
Tienes a Jakob y Camila en tus brazos. Está soleado, brillante y hermoso, una
gloriosa tarde de miércoles. Los gemelos tienen dieciocho meses. Camila está
corriendo y gritando - ¡NO! - a todo y a todo el mundo y Jakob está... tranquilo.
Tranquilo, contento de sentarse y jugar, aunque puede y se levantará y se moverá si
quiere algo lo suficientemente. Dice unas pocas palabras y esas palabras claras y
distintivas, cuando quiere ser entendido, mientras que Camila es un salvaje manojo de
energía sin parar y balbuceos maníacos, de los que sólo entendemos una o dos
palabras de cada diez.

Un ejemplo de ello: Jakob se contenta con pasar el rato en los brazos de papá y
ver el proceso. Camila, por otro lado, se retuerce para bajar, retorciéndose y
encorvándose en los brazos de Logan, queriendo correr y tirar de los enchufes de las
cámaras de vídeo y robar los micrófonos y tirar de los vestidos y causar un alboroto.

Mothers in Need7 abre hoy.

Ha sido un año de trabajo, muchos contratiempos, muchas negociaciones, una


mierda de trabajo. Los donantes se echaron atrás en el último minuto y tuvimos que
buscar más donantes de los que necesitábamos, porque aunque Índigo está
proporcionando el capital inicial y algo de apoyo financiero continuo, es necesario
para poder funcionar día a día y eventualmente expandirse a otros lugares, para hacer
de esta una cadena nacional, necesitaremos mucho más apoyo del que yo pueda
proporcionar por mi cuenta. El lugar que elegimos originalmente resultó ser una mala
elección, debido a las preocupaciones del vecindario, los problemas arquitectónicos y
estructurales y un sinnúmero de otras cuestiones. Así que tuvimos que desechar todos
los preparativos que habíamos hecho y empezar de nuevo desde cero, buscando un
nuevo hogar físico para MiN. Terminamos en una zona de moda de Brooklyn llamada
DUMBO-Down Under the Manhattan Bridge Overpass- en un lindo y pintoresco
edificio de apartamentos. El vecindario nos recibió con los brazos abiertos, al igual
que el municipio en general. Sus habilidades de mercadeo han probado ser
invaluables, así como su elaborada red de conexiones de negocios a través de la
ciudad.

7 Madres en Apuros.
A través de tus conexiones, encontramos una compañía de construcción
dispuesta a donar tiempo y materiales para la construcción del centro. Compramos el
edificio entero, un costo inicial masivo - bien vale la pena - derribar las paredes del
piso principal y crear un espacio de oficinas para el día a día del centro. Luego
convertimos el segundo piso en una clínica médica, el tercer piso en una vivienda
temporal para mujeres embarazadas que no tenían adónde ir, o para madres
primerizas en la misma situación y el cuarto y último piso en un almacén de
suministros y centro de donación de pañales, toallitas, fórmula, ropa de bebé, ropa de
maternidad, juguetes, libros, e incluso una pequeña selección de comestibles según
disponibilidad. También tenemos afiliaciones con varias guarderías y servicios de
niñera. Todo el personal médico dona su tiempo y experiencia de forma gratuita y la
mayoría de los suministros médicos también son donados. Fue una tarea colosal y
pusimos una cantidad vertiginosa de trabajo en un solo año, pero lo conseguimos
todo.

Todos están aquí, todos los donantes, los constructores de la compañía de


construcción y sus familias, las docenas de doctores y enfermeras y sus familias, el
personal administrativo, todos. Toda la calle está cerrada de intersección en
intersección, los restaurantes vecinos que proveen comida y bebidas, una banda en
vivo tocando música en un escenario improvisado... todo ello donado o financiado por
Índigo.

En este momento, sin embargo, estoy en el escenario, mirando un grupo de


micrófonos y cámaras de video, tratando de combatir el pánico. Esto es de alto perfil.
Toda la ciudad está mirando. Gran parte del mundo, de hecho. Algo de esto ha llamado
la atención del público. Algo sobre mí, en realidad. Me he convertido en una especie de
querida de los medios, la amnésica que pasó seis años sin saber quién era, mi antigua
vida y profesión como Madame X - ahora que has pasado, Caleb, muchos de tus
secretos han salido a la luz - y mi romance con Logan, mis encantadores bebés
gemelos heteropaternos, que son los más dulces de los hermanos en la mayoría de las
circunstancias, inseparables la mayor parte del tiempo. Y luego mi creación de la
Fundación Índigo, usando una colosal, exorbitante e increíble fortuna para la
filantropía, que realmente llamó la atención de todos. Lo usé todo, la atención, los
medios de comunicación. Lo usé para aprovechar las donaciones, para atraer a los
médicos dispuestos a pasar un día o dos cada semana en la clínica, a las enfermeras
dispuestas a venir después de sus turnos normales y pasar unas horas. El flujo de
apoyo ha sido abrumador, honestamente, tanto para MiN como para la Fundación
Índigo y para mí personalmente.

Pero ahora mismo, todo lo que sé es que tengo que dar un discurso.
—Tuve la suerte de tener a mi marido conmigo —empiezo—, cuando tuve a
mis bebés. No lo hice sola. Logan estuvo ahí en cada paso del camino. Asistiendo a las
visitas del doctor, ayudándome con la guardería, supongo que me refiero a hacer todo
por sí mismo porque estaba demasiado embarazada para moverme. Estaba ahí para
mí. Pero no todos son tan afortunados. Y esa comprensión es lo que llevó a la creación
de Madres en Apuros. Un día pensé en lo que sería tener que pasar por un embarazo,
un embarazo inesperado, con gemelos, nada menos. Qué imposible hubiera sido eso.
Qué imposible hubiera sido hacer malabares con las visitas al médico y el trabajo.
Asumiendo que la atención médica fuera siquiera una posibilidad, ¿sabes? Ya me
había enterado del dinero que iba a recibir y ya sabía que quería hacer algo con él.
Sabía que no era dinero que pudiera guardar para mí. Pero no sabía por dónde
empezar. Hay tanto que hacer, tantas causas en necesidad. Tengo páginas llenas de
ideas y proyectos y organizaciones benéficas a las que intento ayudar. ¿Pero por
dónde empiezo? Cuando me di cuenta de la imposibilidad de hacerlo sola como mujer
embarazada, supe inmediatamente por dónde empezar. Así que, después de tener a
mis bebés, empecé. Y ahora, un año y medio después, aquí estamos, a punto de cortar
la cinta. Aunque, tengo que decir, aunque esta es la gran ceremonia de apertura oficial
ya hemos estado trabajando duro. Los doctores Minsky y Hartzell han donado muchas
horas de su tiempo la semana pasada en la clínica, más de cien citas entre ellos en los
últimos siete días. Estoy orgullosa de Mothers in Need, orgullosa de todos los que han
contribuido a hacerlo realidad. Especialmente Mike, Jimmy, Abe, Luke, Danny y el
resto de los chicos de McAskill Builders por trabajar tan duro el año pasado para
construir el centro. No podría haberlo hecho sin ustedes, chicos, así que gracias. Pero
sobre todo, Logan, mi amor... gracias. Por apoyar mi loco proyecto tan completamente,
incluso cuando parecía que estaba sobrepasando tu propio trabajo. A todos los que
vinieron hoy a apoyar nuestra inauguración, gracias.

Las cámaras parpadean y el clamor comienza.

Me las arreglo para evitar demasiada atención directa de los medios después
de eso, pero cerca del final de la fiesta, un reportero se las arregla para acorralarme, la
cámara me apunta, la luz cegadora, el micrófono en mi cara.

—Isabel, ¿puedes decirnos qué sigue ahora que Minnie ha despegado del suelo?

—¿Minnie?

El reportero sonríe. —Es como todo el mundo lo llama.

—Minnie. —Huh. Me gusta. Entonces... ¿qué sigue? Sé la respuesta a esto,


porque he estado trabajando en ello mientras los últimos detalles de MiN se resolvían.
Sonrío, respiro, me concentro en proyectar la calma—. Un proyecto al que llamo
Hogar Temporal. —De manera similar a lo que hemos hecho con Madres Necesitadas,
estoy planeando comprar un edificio en algún lugar de la ciudad -todavía no he
empezado a buscar, así que no pregunten dónde- y será un centro de recursos para los
sin techo, para los fugitivos, para las víctimas de abusos domésticos, para cualquiera
que necesite un lugar donde dormir y los recursos para mejorar sus vidas. Habrá
personal de apoyo, médicos, un centro de desintoxicación, una despensa de alimentos,
terapeutas y psicólogos y trabajadores sociales, una cama caliente para dormir en...
cualquier otro recurso que pueda encontrar y atiborrarse en el espacio. Básicamente
un ambiente seguro y acogedor donde puedes volver a encarrilar tu vida.

La reportera, una hermosa joven asiático-americana, atrae la atención de la


cámara hacia ella. —No me importa admitir que hubo un momento en mi vida en el
que me hubiera venido bien un lugar así. —Una pausa y luego una sonrisa brillante, el
enfoque se volvió hacia el camarógrafo—. Bueno, ahí lo tienen, de la propia Isabel
Ryder. Un hogar temporal, que pronto llegará a Nueva York. Puedo decirles que haré
donaciones y espero que todos los que sintonicen también lo hagan. Jake, Alessa, de
vuelta a ustedes en el estudio.

La luz se apaga, la cámara se baja y la reportera parece marchitarse, la energía


brillante cuando se enfrenta a la cámara se disipa. La joven se sienta en un escalón
cercano, con el micrófono aún en la mano.

—¿Está usted bien? — le pregunto.

Un encogimiento de hombros. —Estuve sin hogar durante unos años, cuando


era adolescente. Era un fugitiva, una mala vida hogareña, lo de siempre. Tuve suerte,
conseguí un trabajo volteando hamburguesas, sólo porque el gerente era un tipo
decente. Me rompí el culo trabajando, dormí en un callejón y me lavé en el baño antes
de mis turnos. Trabajé mientras estaba sin hogar por otro año antes de que pudiera
conseguir un pequeño lugar propio. Y me rompí el culo trabajando para llegar a donde
estoy. Pero... Podría haber usado un lugar como un Hogar Temporal en ese entonces.
Habría sido bueno tener una cama para dormir, un lugar seguro para ducharme,
¿sabes?

—Por eso lo hago y funcionará —digo—. Porque la gente como tú dará un paso
adelante y ayudará, porque ya han pasado por eso. Y si has estado ahí, quieres ayudar
a otros que están pasando por lo mismo.

—Exactamente —Una brillante y hermosa sonrisa—. Así que cuando pongas en


marcha ese lugar, házmelo saber. Haré un reportaje sobre él. Y probablemente me
ofrezca como voluntaria, de verdad. Recuerdo haber estado en ese lugar. Y casi tanto
como necesitas una cama, un techo y una comida, necesitas a alguien que te hable
como si fueras una persona normal, en vez de verte como un maldito caso de caridad.

—Ves, no se me habría ocurrido. Por eso necesitamos gente como tú. —Le
entregó a la reportera una tarjeta de visita para MiN-Minnie, supongo—. Puedes ser
voluntario ahora, si quieres. Las mujeres que pasan por allí, necesitarán alguien con
quien hablar también ya sabes. — Hago un gesto en el centro.

—Tal vez lo haga. —Otra de esas sonrisas y luego la reportera y la cámara se


van, a la siguiente historia.

Estás detrás de mí.

Entregándome a Camila, que inmediatamente me da palmaditas en la cara con


las dos manos, con fuerza, riéndose. —¡Mamá!

—Hola, nena —Le beso la mejilla, balbuceo, la hago reír.

Y entonces ella me balbucea, señalando, retorciéndose para bajar. La pongo en


pie, dejo que me tome el dedo en su manita y dejo que me arrastre por la calle, entre la
multitud, hacia un puesto montado por una panadería cercana. Hay panecillos, donas,
croissants, panes, otras cosas variadas.

Y mi dulce pequeña Camila, es como su madre. Es un poco golosa. Salta arriba y


abajo, un poco inestable, golpeando con todo su puño un panecillo de plátano detrás
del cristal, gritando algo que no suena del todo como -panecillo de plátano-. Hay
demasiadas sílabas y no las suficientes, pero cuando le pido el panecillo al chico detrás
del mostrador, Camila se vuelve loca, lo toma, pero antes intenta treparse a mi pierna
por él, gritando y riendo.

Mientras Jakob se sienta en la cadera de su padre, esperando. No dice una


palabra cuando le doy un trozo, sólo se lo mete en la boca. Pero su sonrisa, la mirada
de satisfacción, la alegría, es suficiente agradecimiento.

Y sigue siendo todo tuyo, Caleb.

Se parece tanto a ti, cada día más. Es un extraño parecido, de verdad.


Cualquiera que te conociera te reconocería instantáneamente en Jakob.
Pero en sus modales, en su manera de ser tan relajado, dispuesto a seguir la
corriente, fácil de complacer, es muy parecido a su padre. Así que tenías razón, mi
amor. Es todo nuestro, tuyo y mío. Completa y plenamente nuestro, aunque te vea a ti,
Caleb, en él y aunque cause el más pequeño, vago y distante golpe de algo afilado, muy
dentro de mí. Una pequeña cosa, un pellizco. Un recordatorio, es como lo pienso.

Un recordatorio de dónde he estado, lo que he pasado para llegar a este lugar.


Lo que ha ocurrido para proporcionarme esta felicidad, la alegría diaria.

Poder despertarme junto a ti, cada mañana. Acostarme a tu lado cada noche,
sentirte, saborearte, tener el privilegio de amarte, es una alegría.

Besar a Camila y a Jakob, bañarlos, cambiarlos, perseguirlos, disciplinarlos


cuando hacen berrinches, amarlos, ser su madre, es pura alegría.

Incluso a las tres de la mañana.

Incluso cuando tú y yo estamos en medio de amarnos y el monitor cruje con el


aullido de un bebé infeliz.

Sigue siendo una alegría.

Y ese dolor, en lo más profundo de mi ser, es un recordatorio de que, tal vez si


no te hubieras tomado el tiempo para moldearme, alimentarme, incluso para
mentirme sobre quién era, tal vez no estaría aquí. Podrías haberme dejado sola en el
hospital. Pero no lo hiciste. Así que por eso, estoy agradecida.

Por darme una oportunidad en la vida, incluso si fue, por mucho tiempo, en tus
términos, estoy agradecida.

Por la vida, por el amor, por la familia y estoy agradecida.


INDIGO
Te observo, Isabel.

Nunca me verás.

Ni siquiera me olerás, soy invisible. No soy nadie.

Soy un fantasma; soy el pasado.

No soy tu futuro, ni tu presente; no soy nada.

Soy una sombra en el callejón mientras te mueves del ahora oscuro centro de
MiN a tu coche, un precioso y pequeño Mercedes-AMG GLE63 S Coupe. Soy la espina
dorsal de tu cuello cuando pones el encendido. El escalofrío en tu columna vertebral
mientras conduces a casa, de vuelta a él, de vuelta a ellos.

De vuelta a Jakob, mi hijo que no es mío. Mi hijo que nunca sabrá mi nombre,
nunca conocerá mi cara.

Yo también lo observó. Lo veo dormir. Duerme profundamente, sin dar vueltas.


Camila es todo lo contrario, inquieta, frenética, pateando mantas, retorciéndose en su
cuna como un caimán con las mandíbulas sujetas alrededor de un antílope.

Soy libre, es lo que soy.

La muerte me ha liberado.

No estoy realmente muerto, por supuesto; todo eso fue un elaborado engaño
para convencerte a ti y al mundo de que ya no existo. Un elaborado y necesario
engaño. No podía dejarte ir. No podía.

Lo intenté.

Una y otra vez, lo intenté.

Luché contra ello.


Me alejé de ti, te dejé ir y me encontré fuera de tu puerta en el gris oscuro de un
no muy buen amanecer, con los dedos enroscados en garras, una pistola en la mano,
un cerrojo en la otra. Listo y capaz de forzar esos endebles candados en un abrir y
cerrar de ojos, colarse en tu casa, meterle una bala en la cabeza a Logan, acabar con él
para siempre y llevarte lejos.

Lo tenía todo planeado.

Una pequeña aguja en tu cuello y estarías fuera. Cuando volvieras en sí,


estaríamos en Antigua, un pequeño lugar que tengo allí, comprado con una buena
suma de dinero bien blanqueado. Estarías desnuda en la playa, con los ojos vendados
y yo te despertaría lentamente.

Con mi lengua.

Sueño con ello, incluso con la calma.

Los fantasmas pueden soñar.

Sobre todo porque no soy un fantasma sólo en espíritu, una criatura muy real y
viva de carne y hueso.

Pero soy un fantasma y por eso sueño contigo.

Contigo a solas.

Apareciendo frente a ti, susurrando tu nombre, respirando tu aroma.

Una noche estuve en un callejón, me escabullí en las sombras esperando que


pasaras. Y te deslizaste justo a mi lado, con palmaditas suaves en la acera. Pasaste a mi
lado y por supuesto, no tenías ninguna razón para mirar desde tu teléfono, ninguna
razón para mirar hacia mí, a mi pequeña mancha de oscuridad cerca del basurero, con
su basura podrida y sus ratas y cucarachas escurridizas.

Pero capté tu olor.

Alcancé a verte, una pizca de ti. Tenías un abrigo oscuro, de cuero, delgado,
cortado para que te quedara perfecto y debajo una falda hasta la rodilla de algodón
blanco. E Isabel, esa falda, te queda preciosa. La maternidad y la felicidad te han hecho
más exuberante y hermosa que nunca. Tu trasero en esa falda era una vista deliciosa,
una tentación que te hacía agua la boca. Dios, Isabel.
Isabel.

Si tan sólo supieras.

Si tuvieras alguna idea de cuánto te quiero.

Cuánto te he amado siempre.

Si supieras cómo te seguí, hace tantos años, cuando te escabulliste de la casa de


tus padres para meterte en líos con esa chica de tu clase de historia, para fumar hierba
barata y ver películas demasiado viejas para ti. ¿Qué dirías si supieras cuántas veces te
habrían secuestrado, violado y asesinado, si yo no hubiera estado allí, siguiéndote, una
niña ingenua, inocente y descuidada. Pero yo estaba allí. Y cuando finalmente te
topaste conmigo en ese estúpido café, fue mi pesadilla, mi caída y mi sueño más
salvaje hecho realidad, todo a la vez.

Si tan solo supieras, Isabel.

Cómo mantuve tanto control, para mantenerte inocente.

Cómo pagué la deuda de juego de tu padre y borré cualquier evidencia de ello.

Cómo me aseguré de que el manitas y acosador gerente del hotel en el que


trabajaba tu madre -mi hotel, que era mío- fuera despedido y atendido, para que tu
madre no tuviera que soportar el vergonzoso e infructuoso proceso de denunciar el
acoso en el lugar de trabajo.

Si supieras todas las veces que te he salvado y ni siquiera lo sabías.

Una vez casi te atropelló un taxi. Y yo literalmente te saqué del camino, hice
que pareciera un accidente. Llevé el impacto del parachoques del taxi a mi propia
pierna. Cojeé durante un mes. Y ni siquiera me miraste, o si lo hiciste, no me viste
realmente.

Y cuando finalmente me viste en ese café, Isabel, te obsesionaste. Más de lo que


yo pensaba.

Te habrías escapado conmigo, si te lo hubiera pedido.

Me habrías dejado follarte en el callejón.


Te habrías puesto de rodillas y te habrías atragantado con mi polla, en
cualquier sitio, en cualquier momento.

Pero me negué a hablar, me negué a levantar una mano, porque si hablaba


demasiado, los demandaría a todos. Si me hubiera levantado, si te hubiera tocado, si
hubiera captado una pizca de tu olor, te habría tomado como mía, con 16 años o sin
ellos, maldita sea tu inocencia.

Me odié por eso, Isabel. Otra verdad que nunca sabrás. Cómo me odié y
desprecié por ser tan adicto, tan obsesionado, tan encaprichado con un simple desliz
de una chica.

Pero, afortunadamente para ti, tenía suficiente control para mantenerte fuera
de mis garras. Porque te merecías algo mejor. Me odiaba a mí mismo por querer
mancharte con mi suciedad.

¿Sabes, Isabel, cómo me castigué por ese malvado deseo?

Horas y horas pasadas solo, caminando por las aceras, hambriento, cansado,
solo, para no ir a casa y entrar en mi baño para masturbarme pensando en ti. En tu
dulce, sedosa y oscura piel. En envolver tu largo y grueso pelo negro alrededor de mi
puño y follarte la boca, una y otra vez. En doblarse sobre mi cama y follarte por detrás.

Acerca de todas las formas en que podría cogerte, poseerte.

Esas horas a pie, te odié por ellas. Te odiaba por hacer que te quisiera tanto.

Un simple desliz de una chica.

Una pequeña e inocente cosa.

Tan inconsciente de la bestia que acecha justo detrás de ella.

Y aquí estoy, Isabel, convirtiéndome en ese monstruo en las sombras una vez
más.

¿Sabes lo que me sorprende, Isabel?

Lo ciega que estás ante mi constante presencia en tu vida. Siempre estoy ahí, en
algún lugar. Podrías verme, si estuvieras mirando. Pero crees que estoy muerta, así
que no lo haces.
Te sigo.

Te observo.

Tengo infinitamente más poder y control que cuando era un ignorante de 25


años. Así que nunca me verás. Nunca me huelas.

Ya te he probado. Te he probado, lamido, devorado... ...te he poseído. Ahora sé


lo que es tenerte y te quiero mucho más por ello.

Nunca saldré de las sombras para perseguirte y burlarme de ti.

Pero soñaré con ello.

Me esconderé en la oscuridad y veré tu perfecto y redondo trasero balancearse


y rebotar en esa maldita falda blanca y soñaré con el momento en yo tenga ese trasero,
cuando pudiera sostenerlo, abofetearlo, azotarlo y follarlo hasta que mi corazón esté
contento.

Y soñaré que tienes la más mínima idea de cuánto te amo.

Cuánto te necesito.

Cómo morí para entregarte.

Cómo te di mi fortuna, los frutos de mi sangre y mi sudor, el producto de veinte


años de trabajo. Te la di.

Morí por ti.

Y aún así no puedo irme de verdad.

Una vez dijiste, Isabel, que yo era una droga y tú una adicta. Pero lo tenías al
revés. Yo soy el adicto.

Una vez fui un adicto a la coca. Cuando era una puta. Esnifaba coca y fumaba
metanfetaminas me inyectaba heroína, cualquier cosa para adormecer los colmillos
del horror, cualquier cosa para adormecer las garras del infierno. Lo insinué, al final y
tú te alejaste. Te diste la vuelta.

Estaba gritando, Isabel y tú no viste ni escuchaste. Estaba rogando. Suplicando.


Estaba loco de necesidad por ti, desgarrándome por ti. Y tú hiciste la vista gorda.
Te alejaste.

Volviste con Logan.

Me dejaste caer en pedazos, solo.

Tú fuiste mi perdición, Isabel.

Podrías haberme salvado. Salvarme, un pedazo de mí, al menos.

Tu amor podría haber tapado los muchos agujeros de mi alma. Quizás tu toque
podría haber encendido una vela para desterrar algo de la oscuridad dentro de mí.

Te odio por eso, Isabel. Por alejarte.

Lo sé, sé que lo viste, Isabel. No estaba escondiendo nada, al final.

Pero era demasiado tarde. Habías elegido tu camino.

Y yo, porque te amo, te amo de verdad, sabía que tenía que aceptar tu elección.

Tenía que liberarte.

Pero mientras viviera, nunca te liberarás de mí. Yo también lo vi.

Tenía que liberarte.

Morí por ti, Isabel. Soy tu Jesús, tu Salvador. Algunos llamarían a eso blasfemia,
pero es verdad. Morí para que tú pudieras vivir. Para que quedaras limpia de tus
pecados, absuelta de tus transgresiones, limpia de tus iniquidades, cuyo nombre es
Caleb.

Te odio por haberte alejado.

Pero te sigo amando, a pesar de ello.

Siempre te amaré. Quizá algún día te amaré lo suficiente para alejarme de


verdad, para que las sombras que te persiguen estén finalmente vacías.

Yo era un drogadicto, pero me desintoxique. Lo dejé. Sufrí por el síndrome de


abstinencia y me limpie, me mantuve limpio.
Pero no puedo limpiarme de ti.

No puedo dejarte.

Lo he intentado.

No puedo.

***

Estás resplandeciente de blanco.

Cubierta de pies a cabeza con blanco virgen, la gasa resbaladiza que se aferra a
tus caderas y busto, cortada profundamente para revelar una cantidad de escote que
induce al dolor, el tren que se extiende varios pies detrás de ti, el velo lo
suficientemente transparente como para que pueda ver las lágrimas en tus ojos
mientras bailas un lento vals por el pasillo.

Estás resplandeciente de blanco. La novia más hermosa que jamás haya


existido.

Pero no estás caminando por el pasillo hacia mí.

Estoy escondido, como siempre, en las sombras. En un balcón, envuelto en la


oscuridad, viéndote deslizarte.

Mentí; no puedo ver tu cara. Puedo imaginar, sin embargo. Puedo imaginar tus
ojos brillando húmedos detrás del encaje blanco. Imagino tu pecho agitándose
mientras trabajas para combatir tus emociones. Siempre eres tan emocional, todos tus
sentimientos están en tu manga. Oh, el tiempo que tuve, enseñándote a mantener una
cara en blanco con los clientes. Pero incluso entonces, mirándote a través de las
cámaras, podía ver tus pensamientos en tu cara tan claramente como si los hubieras
dicho en voz alta.

He estado aquí en este balcón durante horas. Me escabullí aquí después de que
todo estuviera preparado, después de que las flores estuvieran dispuestas en el
púlpito, después de que las rosas estuvieran atadas a cada extremo del banco, después
de que la alfombra roja fuera enrollada por el pasillo para ti. Cuando todo el mundo se
había ido y no había nada que hacer más que esperar, me escabullí hasta aquí. Miré las
flores, los bancos y el púlpito, en el pasillo. Imaginando. Fantaseando.
Odiando.

Furioso.

Quemando.

Envidiando.

Incluso enviaron a alguien para comprobarlo, pero el dueño de los zapatos no


miró debajo de los bancos.

Así que aquí estoy.

Viéndote dar esos pasos lentos y danzantes, uno por uno, por el pasillo lleno de
pétalos. Camila brinca ante ustedes, esparciendo pétalos de rosa blanca, tomándose
un momento para lanzar unos puñados a la multitud, metiendo pétalos en el pelo de la
gente. Así como tú, Camila. Probablemente no lo veas, pero Camila eres tú, Isabel. La
vida te ha enseñado a enterrar tus travesuras, a contener tu salvajismo. Pero está ahí.
Eres intrépida. Entras en pánico y te olvidas de respirar y te congelas, pero luego
haces lo que debes hacer. Traté de mantenerte contenida, pero no pude. Tu celo por la
vida se impuso.

Te mantuve para mí, te mantuve encerrada en mi torre como la maldito


Rapunzel, una princesa de pelo nocturno más que dorado. No para mantenerte a salvo.
No para protegerte, sino porque temía que si saboreamos la vida más allá de mis
muros, me dejarías. No me amabas y no te conocías a ti misma. Pero temía que si te
dejaba libre en el mundo, lo recordarías. Encontrarías la vida, el amor, tu exuberancia
natural.

Y aunque traté de mantenerte escondida, un regalo guardado para mí, aún así
encontraste un camino.

Aún así encontraste la vida.

Aún así encontraste el amor.

Aún así me dejaste.

Dije tantas mentiras, porque soy débil, un pretendiente a la fuerza. Mi cuerpo


es poderoso. Mi mente es aguda. Pero en lo que a ti respecta, soy débil.
—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos para presenciar la unión de
Isabel María de la Vega Navarro con Logan Wesley Ryder... —El ministro comienza su
discurso, divagando cansadamente.

Miras fijamente a los ojos de Logan. Puedo verte de perfil, de pie en el coro. Tu
pecho sube y baja profundamente y me imagino tus nudillos blancos mientras te
agarras a las manos de Logan. Me imagino el cuerpo de tu vestido hinchándose con
cada respiración.

Me imagino a mí mismo mirándote a los ojos.

Aprieto los puños, cierro los ojos y respiro. Aleja esas imágenes. Morí por ti y
debo mantener mi promesa.

Mi muerte fue un voto ya ves: No tocar más, no besar más, no hablar más.

Sólo puedo mirar.

Y si me imagino allí, contigo, romperé mi promesa.

Si te amo, debo dejar que lo ames.

Si te amo, debo dejar que te cases con él.

No debería estar aquí, viendo esto. Torturándome así.

Preferiría entrar en esa habitación como Caleb una vez más, soportar su
brutalidad una vez más, que soportar esto.

Verte tomar su mano, su nombre, su anillo.

Viéndote llorar de alegría.

—Isabel, ¿aceptas a este hombre como tu legítimo esposo, en la salud y en la


enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe, con la
ayuda de Dios?

—Sí, quiero —Tu voz es clara y fuerte, firme.

—Y tú, Logan, ¿tomas a esta mujer como tu legítima esposa, en la salud y en la


enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe, con la
ayuda de Dios?
—Sí, quiero —Su voz también es fuerte, orgullosa.

—Por el poder que me ha sido otorgado por el Estado de Nueva York y por
Nuestro Señor Jesucristo, los declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

Lo veo levantarte el velo. Tus mejillas están mojadas, a pesar de tu voz clara.
Veo sus manos que acarician tu rostro, veo sus pulgares que rozan tus lágrimas. Te
veo enterrar tus dedos en su largo pelo rubio, te veo levantarte en los dedos de los
pies.

Se besan, Logan y tu.

Profundamente.

Con fiereza.

Tan apasionadamente que se vuelve casi insoportable, no para mí sino para el


público, compuesto de amigos, donantes de la Fundación Índigo, las muchas, muchas
personas que has tocado y ayudado y movido e inspirado. No tienes familia; tampoco
Logan. Excepto los demás y tus hijos, por supuesto.

Como lo hacen frecuentemente, mis ojos se dirigen a Jakob. Mi doble, traza una
miniatura. Es solemne y serio, sosteniendo la almohada del portador del anillo ahora
vacía. Viéndote a ti y a Logan besarse. No estoy seguro de lo que significa, pero
sabiendo que es una ocasión seria. Camila se escabulle de las garras de su cuidador, un
asistente que se ha convertido en una familia. Y una vez que Camila es libre, no hay
forma de atraparla. Es como el viento, un céfiro que corre salvaje por la catedral.
Riendo, corriendo por el pasillo, lanzando pétalos de flores a todo el mundo.

Y Jakob, la mira con desaprobación, con las cejas bajas. —Mamá, ¿por qué
Camila es tan mala? —le pregunta.

Tú sólo te ríes y ves a Camila correr por el nártex, deteniéndose para chapotear
en el agua bendita. —Ella no es mala, mi amor. Ella es sólo... un poco salvaje.

—No soy salvaje, ¿verdad, mamá?

Puedo oír todo esto, claro como el día. Su voz es pequeña y suave y dulce, sus
ojos en ti, mis ojos, marrón oscuro, pero mucho más expresivo, como los tuyos en ese
sentido.
—No, Jakob. Tú eres mucho más serio.

—¿Significa eso que soy más bueno que ella?

—¿Significa eso que eres mejor que ella? —le corriges—. No, Jakob. Sólo
significa que son diferentes el uno del otro, eso es todo. Ni mejor ni peor. Sólo
diferente.

—Pero a veces es mala.

Otra risa. —Sí, a veces es mala. —Una mirada al chico con cabello de cuervo. —
Y tú también, a veces. Ayer coloreaste las paredes y luego intentaste que ella cargara
con la culpa, ¿no?

—¿Lo sabías? —suena sorprendido.

—Por supuesto que lo sabía, tonto. ¿Por qué crees que no se metió en
problemas?

—¿Porque la dejas hacer lo que quiera?

—No, porque sabía que eras tú, no ella.

—Entonces, ¿por qué no me metí en problemas? —pregunta por qué, en efecto.

Lo levantas, lo apoyas en tu cadera, le quitas el pelo de los ojos. Le besas la


mejilla, con tanta dulzura. —Porque era un mejor castigo para ti ver que tu plan
fracasaba. Te enojaste mucho cuando no la castigué, ¿no?

—Sí.

—Y ahora sabes que no puedes salirte con la tuya y no tuve que castigar a
nadie.

—¿Cómo supiste que era yo, mamá? —Oh, esa cara, tan confundida.

—Tenías lápiz bajo las uñas. Y los lápices de colores de las paredes todavía
tenían los papeles en ellas.

—¿Y qué?
—Así que eres el único que deja los papeles puestos. ¿Qué hace Camila con
todos sus lápices de colores?

—Arranca los papeles.

—Los lápices de colores también estaban intactos, en lugar de estar rotos. ¿Y


qué hace Camila con sus lápices de colores?

—Los rompe.

—Correcto. Me temo que no has pensado en todos los detalles, mi pequeña


mente maestra.

—Eres más inteligente que yo, mamá.

—No estoy tan segura de eso, pequeño. Eres muy inteligente. Yo sólo soy
mayor y más sabia.

—¿Seré viejo y sabio también algún día?

—Si tratas de incriminar a Camila de nuevo y en realidad te sales con la tuya,


ella podría tratar de matarte. Ella tiene bastante temperamento ya sabes. Si puedes
evitar eso, puede que vivas para volverte sabio, sí.

El silencio de Jakob es revelador. Está pensando, con fuerza. Es como si casi


quisieras que fuera retorcido. —Colorear en las paredes es infantil de todos modos.

Sólo ríes y lo dejas en el suelo. Logan ha visto todo esto con una sonrisa en su
cara y ahora se inclina para rizar el pelo a Jakob. Camila se ha dado cuenta de que todo
el mundo la está mirando por causar un escándalo, así que se ha calmado. Quita sus
rizos de princesa rubia y rizada de su cara de forma dramática, parpadea sus vívidos
ojos azules y camina con recatada elegancia hacia ti, Jakob y Logan. Y juntos, caminan
hacia mí, hacia el nártex, la salida.

Si miraras hacia arriba, ahora mismo, podrías verme.

Pero no lo haces.

Tienes a Camila y Logan tiene la mano de Jakob y están todos juntos, saludando
a los amigos en los bancos.

No mirando hacia arriba.


No mirando a las sombras.

Es mejor así.

Cuando todos se han ido, espero un poco más. Finalmente, desciendo.

Lleno mi palma con pétalos de rosa blanca del pasillo. Los miro fijamente, los
huelo, pero el olor en ellos se ha desvanecido.

La recepción es la siguiente. Y tengo un plan.

***

Estoy irreconocible. Ni siquiera tú me reconocerías, si me miraras


directamente. Me he dejado crecer la barba desde la última vez que me viste, por
ejemplo y le he untado comida, la he cepillado para hacerla salvaje. Llevó
temporalmente lentes de contacto de color verde. Una vieja gorra cubriendo mi
cabeza. Llevo ropa que compré nueva y envejecida tirándola en el barro y haciendo
que Thomas la pase por encima unas cuantas veces y luego la cubra con basura
podrida y mierda de verdad.

Sobre eso hay una manta vieja, andrajosa, manchada y maloliente que le
compré a un verdadero vagabundo.

Camino encorvado, con la manta alrededor de las orejas, cojeando como si mi


rodilla izquierda estuviera mal.

En lugar de tener una recepción normal en un salón o restaurante de lujo, se


abren las puertas de un hogar temporal y se invita a todos. Hay no menos de diez
pasteles de diferentes sabores, un buffet de comida gratis que va desde la comida
estándar como alitas de pollo y ternera, macarrones con queso, ensalada y sopas
caseras, hasta platos de recepción de boda reales como el pollo cordon bleu, una
estación de trinchado de costillas de primera, salmón. Y cuando digo que invitaste a
todos, no me refiero sólo a tus amigos, sino a todos. El alcalde de Nueva York tiene un
delantal y está repartiendo ensalada de col a los indigentes. Hay celebridades, atletas
profesionales, otros políticos, incluso el vicepresidente. Es una de las noches más
importantes del año y todos los invitados famosos están detrás de las mesas,
repartiendo comida a los verdaderos invitados, los sin techo y hambrientos, que han
aparecido en masa.

Yo hago mi entrada y me mezclo con la multitud perfectamente.


Hay recuerdos de la fiesta, voluminosas mochilas impermeables para cada
invitado llenas de abrigos, calcetines de lana, guantes, sombreros, bufandas, mantas y
cajas de calentadores de manos, porque has optado por una boda de invierno.

Afuera hace mucho frío, está a -6 y sigue cayendo , menos con el frío del viento.

Estoy legítimamente rígido y entumecido por el frío cuando llego adentro y por
lo tanto mi postura encorvada no es del todo falsa y la forma en que golpeo mis manos
enguantadas sin dedos para devolverles el calor definitivamente no es falsa. La nieve
en mi barba es real. El rosa de mis mejillas y orejas es real. El gruñido en mi estómago
también es real, porque he estado sin comer por más de cuarenta y ocho horas
preparándome para esto, así que estaría genuinamente hambriento cuando reciba mi
comida.

Estás en una estación de pasteles, cortando trozos de pastel de doble chocolate


con crema de vainilla y sirviéndolos. Espero. Paso por la fila, dejo que el alcalde me
sirva ensalada de col, dejo que un famoso jugador de los Knicks de Nueva York ponga
una pila de macarrones con queso en mi plato. Una hermosa actriz de primera clase
está en la estación del salmón y un chef famoso está en la estación de las costillas. Es
realmente asombroso, la gente que has traído para esto, la cantidad de dinero que has
gastado en comida.

Estoy asombrado de ti.

La Fundación Índigo es increíble; las cosas que han logrado a través de ella en
los últimos dos años y medio son simplemente increíbles. MiN ya está en todo el país;
a los dos meses de la apertura de la primera, otras ciudades estaban luchando por
construirla, así que hiciste una recaudación de fondos tras otra, donaste millones de
mi dinero y construisteis docenas de centros Minnie por todo el país. El primer centro
internacional se pondrá en marcha la semana que viene, en Sudáfrica y le seguirán
otros en la India, Indonesia, Tailandia y el Reino Unido. También se está poniendo de
moda un hogar temporal, con centros en Los Ángeles, Atlanta, Detroit, Dallas y
Chicago y otros más por venir, por supuesto. No te has detenido ahí, mi encantadora y
trabajadora Isabel. Has donado dinero a docenas de organizaciones benéficas
existentes. Has iniciado una campaña nacional para revisar el sistema de hogares de
acogida, estimulando investigaciones exhaustivas de los hogares de acogida actuales y
futuros, estableciendo un perfil psicológico más riguroso de cada hogar de acogida con
la esperanza de asegurar que los hogares sean seguros y cariñosos. Esto se logra
colocando la zanahoria de una donación de cinco millones de dólares a cualquier
condado que revise su sistema de hogares de acogida, siendo el sistema de perfiles
diseñado por el grupo de expertos el elemento clave; hasta ahora, has donado más de
cien millones de dólares. Eso no es todo. Has iniciado una organización benéfica que
recauda dinero para adopciones, de modo que las parejas que esperan adoptar sólo
tienen que cumplir los requisitos de estudio del hogar en lugar de recaudar las
decenas de miles de dólares normalmente necesarios. La organización benéfica
también proporciona mano de obra voluntaria para ayudar a clasificar el exceso de
casos en espera, para que los niños y los padres no tengan que esperar tanto tiempo.

No sé de dónde sacas el tiempo para todo esto y esto viene de alguien que
rutinariamente dormía apenas seis horas al día en trozos de tres horas.

Me muevo por la línea del buffet, posponiendo el postre, posponiendo estar


cara a cara contigo.

Como con gusto, porque la comida es, de hecho, espectacular. Incluso subo por
segundos.

Y luego, finalmente, no puedo posponerlo más.

Espero mi turno en la fila de los postres. Coges un pequeño plato y un tenedor


de metal deslucido, sí, estás sirviendo en platos reales con cubiertos reales y creo que
es el guitarrista principal de una banda de rock bastante conocida que recoge los
platos y los lleva a la cocina. Hay cuatro personas entre tú y yo.

Tres.

Dos.

Una.

Y ahora, Dios... ahora estoy aquí. A centímetros de ti. Respirando tu olor, tu


perfume. No rompo el carácter, no me atrevo. Encorvado, cojeando. Saco mi plato, el
tenedor que está debajo. Mi corazón está martillando, galopando a millones de millas
por segundo. Acepto el trozo de pastel en mi plato, lo levantó y gruño en
agradecimiento. Un gruñido sin palabras, es todo lo que me atrevo a arriesgar.
Reconocerías mi voz si hablara.

Y, al igual que hace quince años, si hablara, me perdería de nuevo ante ti.

Pero levanto mis ojos a los tuyos. Sólo un momento, pero en ese momento... la
tierra deja de girar. Los corazones dejan de latir. El tiempo se congela. Veo la alegría
en tus ojos. La paz. Madame X se ha ido hace mucho tiempo; no hay rastro de sus
restos. Me sonríes y la sonrisa es brillante, genuina y amable.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntas.

Asiento, gruño. Me meto un tenedor de pastel en la boca, para amordazarme.

—¿Hay algo que te gustaría?

Solo, tú.

Durante cinco segundos, tus ojos en los míos, tus manos en las mías, tus labios
en los míos.

Tu corazón late por mí, como el mío lo hace por ti.

Cinco segundos para saber que el amor ha vuelto.

Cinco segundos.

Pero nunca tendré esos segundos, no contigo.

Todo lo que obtengo es la mitad de ese tiempo, tal vez, de tus ojos en los míos,
sin conocerme, viendo sólo a un vagabundo, como se pretendía.

Sacudo la cabeza para responder a tu pregunta y me voy. Me siento en una


mesa, me meto el pastel en la boca. Acepto otra taza de espuma de escaldar, café
negro. Lo llevo conmigo, dejando la mochila llena de provisiones para los que
realmente lo necesitan.

No te di todo mi dinero, por supuesto.

La mayor parte, pero no todo.

Guardé algo en el vecindario de ciento veinte millones, todo cuidadosa y


minuciosamente lavado, dispersado en bancos de todo el mundo, irrastreable.
Necesito algo para vivir, por supuesto.

Y, aunque es mucho menos de lo que estoy acostumbrado, ciento veinte


millones de dólares sigue siendo un maldito montón de dinero. Suficiente para darme
mi libertad. Es más de lo que la mayoría de la gente puede soñar, pero en comparación
con lo que dejé atrás, lo que te di, lo que te negaste a aceptar para ti misma, ciento
veinte millones es una tontería. Centavos. En comparación, al menos.

Me las arreglaré.

Agarró la taza de espuma llena de café y me deslizo por la nieve y las sombras.
Llegó a la intersección, me detengo, miro el cielo negro, los gordos copos blancos que
vagan perezosamente hacia la tierra.

—Sé que eres tú, Índigo. —Logan.

Me tomo mi café. No digas nada. Gira, ahora de pie, finge estar abandonado.

—Sabía que no estabas muerto. Eso se sintió un poco demasiado limpio.

—Que siga creyéndolo. —Mi voz está ronca por el desuso; tengo poco que
decir, últimamente.

—No me digas. —Tiene su propio café, pero el tuyo está en una taza. Está en el
frío extremo con sólo su chaqueta de esmoquin, aparentemente inconsciente—. Ha
llegado demasiado lejos, Caleb. No se lo arruines ahora.

—Caleb está muerto. —Me trago lo último de mi café, quemándome la lengua y


la garganta—. Murió en un coche bomba.

—¿Qué es lo que quieres?

—Nada. —Me doy vuelta y miro el único ojo azul ardiente de Logan—. No hay
nada que yo quiera.

—¿Entonces por qué estás aquí?

—Llámalo... una despedida final. —Siento la verdad de la declaración incluso


cuando la digo.

Logan me mira fijamente, me registra. Le dejo.

Hay un cubo de basura cerca. Meto la taza, meto los puños en el bolsillo del
abrigo, bajo el hedor y la suciedad que le he echado encima, el abrigo que llevo puesto
es un chaleco aislante de 500 dólares, con un suéter de lana gruesa debajo; tengo
mucho calor.
Me aparto de Logan. —Prométeme una cosa, Ryder. Asegúrate de que Jakob
sea... un hombre mejor que yo.

Sólo asiente.

Me voy, entonces. Siento la mirada de Logan sobre mí hasta que dobló la


esquina.

Thomas está esperando en un Bentley Bentayga rojo, tres cuadras al norte del
refugio. Abre el maletero cuando me ve acercarme. Hay dos bolsas esperando, una
llena y otra vacía. Rápidamente me quito el sucio disfraz y me vuelvo a vestir con
nuevos y limpios jeans, un suéter y botas. No más trajes y corbatas para mí. El disfraz
va en la bolsa vacía, cerrado con una cremallera contra el hedor. Pero me lo quedo.
Puede ser útil de nuevo, algún día. Thomas me da una botella de agua y una toalla. Me
enjuago la peste de mi barba lo mejor que puedo, la seco, la peino con los dedos.
Deslizó una gorra de los Rangers en mi cabeza.

—Yo conduciré, Thomas. —Me paro al lado de la puerta del conductor.

Parece confundido; yo nunca conduzco. —¿Señor?

—He dicho que yo conduciré.

—Como quiera, señor.

Tomó el asiento del conductor, ajusto el volante, los espejos, enciendo el


calentador del asiento. Sintonizo la radio con algo duro y pesado mientras Thomas se
desliza en el asiento delantero a mi lado. Parece estar incómodo, golpeando el
salpicadero con un dedo largo, trazando las costuras de su asiento, jugando con los
ajustes lumbares.

Introduzco un destino en la nave: Miami, Florida; diecinueve horas y veintiún


minutos, me dice.

Thomas está alerta mientras dejamos Manhattan.

Está alerta cuando llegamos a Nueva Jersey.

Está alerta y confundido ahora cuando pasamos el hotel que marca lo más lejos
que he llegado de ti.

—¿Señor?
—¿Sí, Thomas?

—¿Adónde vamos, señor?

Toco la pantalla de la nave. —Miami. Playas de arena blanca y perras en bikini

—¿Y qué hay de la señorita Isab...

—Si vuelves a pronunciar ese nombre, te meteré una bala entre los ojos —
silbó.

Thomas está imperturbable por mi amenaza. Simplemente me mira con


curiosidad. —¿Has terminado, entonces? —Él agita una mano detrás de nosotros—.
¿Con... todo eso?

Conduzco mucho, mucho tiempo en silencio, considerando su pregunta. ¿Lo


hago?

Tengo que hacerlo.

Debo hacerlo.

No sé cómo hacerlo, pero debo hacerlo.

No sé cómo empezar de nuevo, una vez más, pero debo hacerlo.

Finalmente, después de 48 kilómetros, respondo. —Sí, Thomas. Está hecho.

Thomas asiente, inclina el respaldo de su asiento, cruza sus enormes brazos


sobre su amplio pecho y se tira de la gorra de chofer sobre sus ojos. —Bien. Eso es
bueno. —Más abajo, más para sí mismo, murmura algo más—: Tomó mucho tiempo.
Demasiado tiempo, creo.

—Quince años. Ese es el tiempo que tomó.

Pero no creo que Thomas me haya oído; ya está roncando.

Puse un tanque entero de gasolina entre nosotros, a 483 kilómetros. Thomas


duerme mientras yo reposto.

Puse otro tanque lleno de gasolina entre nosotros.


Novecientos sesenta y cinco kilómetros.

Estás a novecientos sesenta y cinco kilómetros, Isabel.

Paro en algún lugar de Carolina del Sur. Salgo de la carretera al amanecer,


nueve horas después de salir de Manhattan. Me paro al lado de la carretera, con calor
en la espalda, las articulaciones rígidas y los ojos ardiendo de cansancio. Bostezo, me
estiro.

Miro hacia el norte.

Como si pudiera verte, incluso desde aquí.

Puedo sentirte, creo.

Puedo creer que ahora es real.

Te has ido.

No, yo me he ido.

—Adiós, Isabel.

Fin

También podría gustarte