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No le fue difícil por su carisma, hacer amigos y encontrarse en las tardes con ellos
en sendas tertulias al amparo del sol del venado; sentados en bancos rústicos
hechos de un palo de yurumo en la casa de Don Pacho, el talabartero, frente a la
nueva escuela. Allí, se habló en ocasiones de politiquería, porque de política casi
nunca se habla, de gastronomía y costumbres locales, de los viejos que llegaron
primero atraídos por la ambición de la leyenda de la gallina de los pollos de oro en
la Piedra Chura, y los petroglifos que dan testimonio de un asentamiento
Quillasinga, en donde se pudo enterrar por allí alguna guaca, aunque si se la
encontrara y desenterrara, la fortuna no sería mucha, porque estos indios sí que
eran pobres.
En cierta ocasión las conversaciones entre los tertuliantes, se dirigieron a los mitos
y leyendas de la región, en donde se habló de la pata sola, el carro de la otra vida,
la viuda, el silbador, el descabezado, el coco pollo y otros cuentos de la tulpa, de
los cuales el Profe guardaba cierto escepticismo; pero lo que si lo conmovió fue el
relato hecho por don Pacho, el talabartero, quien con elocuencia narraba un
suceso que marcó la vida de la familia Chaves y de la región en general.
Los Chaves una familia nucleada formada por Francisco, doña Amelia y Juan José
un infante de no más de tres años. Doña Amelia había conseguido una contrata
para cocinar para los peones en las cosechas de café en la finca de don Marco
Tulio García, pero, su esposo Francisco, debía recoger el pepeo del aromático
grano de una pequeña parcela que tenía en Yambinoy, lugar por donde pasa la
quebrada Patachorrera, la que se junta con una derivación del Rio Ingenio aguas
abajo.
Francisco no tuvo con quién dejar a Juan José ese día, y decidió llevarlo consigo a
recoger los pocos granos de café; el transitar a lomo de caballo por los caminos de
herradura hasta llegar a su destino fue agradable, por el disfrute del buen clima, el
colorido y el hermoso bullir en los parajes, el olor de los azares del café y de las
flores de granadilla de quijo, y más aún con la compañía de su primogénito, quien
era su adoración. Al llegar a su tajo de café, Francisco se dispuso a tender una
ruana al pie de una inmensa roca cubierta de líquenes y helechos en su alrededor,
allí asentó a Juan José a quien de reojo miraba constantemente; en un momento y
sin tiempo, Juan José ya no estaba, un llanto lejano escuchaba Francisco, quien
desesperado se alejaba cada vez más de su punto de llegada. Francisco
incansable e inútilmente busco y busco por todo el lugar sin lograr ningún
resultado, su hijo Juan José desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra,
únicamente lejano se escuchaba el llanto de su hijo y el manto de la noche
acrecentaba aún más su preocupación y desesperación.
Francisco sin pensar dos veces, monto su corcel y a todo galope trepo por las
lomas hasta llegar a la vereda frente a la nueva escuela y gritando exclamaba.
… mi hijo Juan José ha desaparecido
… Mi hijo Juan José ha desaparecido. Los gritos alertaron a toda la vecindad
quien de inmediato se reunió. Francisco narro lo acontecido y papa Marquelio uno
de los más viejos de la comarca dijo.
… se lo llevo el duende
… Se lo llevo el duende.
Era inmensa la alegría de Amelia, Francisco y de todos los vecinos por recuperar
a Juan José.
El viernes siguiente, el Profe, había organizado una caminata a las Juntas como
se le llama donde se unen la quebrada Patachorrera y el rio Ingenio; en compañía
de sus amigos el Arnoldo el bólido de las motos, Javier el Acuaman el que no
sabía nadar y el Guido el que si sabía bailar; estando apenas unas horas
disfrutando de un delicioso chapuzón en las aguas cálidas y cristalinas ,sintieron el
toque y retoque de un tambor. Entonces el profe dijo.
…...Muchachos y amigos….vámonos, no vaya a ser que nos pase lo mismo que a
Juan José.