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Rolando Álvarez Araya (2012): Papá no va a llegar, porque está

trabajando en el norte. Memorias y epistolario de un preso político


comunista y su familia en Chile. Isadora Stuven Di Pede, editora.
Santiago de Chile, noviembre de 2012.

Dedico esta presentación a la memoria de Raúl Díaz.

Papá no va a llegar, porque está trabajando en el norte es la


mentira piadosa que da título al hermoso libro de Rolando Álvarez.
En la portada, la sombra de una torre de vigilancia se extiende por
el suelo reseco hacia un grupo de casas de una antigua oficina
salitrera. Ese es el norte: un campo de prisioneros en el desierto de
Atacama.

Papá no va a llegar, porque está trabajando en el norte. Es una


verdad a medias, porque en ese norte también se trabajaba. Pero,
claro, no era fácil de explicar a los hijos ese trabajo que provocaba
una ausencia incomprensible en la navidad del 73 . Eran,
literalmente, razones de fuerza mayor. Se posterga, entonces, la
verdad inverosímil por una versión menos dolorosa de la ausencia:
una mentira piadosa. ¿Cuánto tiempo puede durar como “verdad”
una mentira piadosa? ¿En qué circunstancias una mentira piadosa
puede tener fecha de vencimiento? ¿Cuándo la podemos canjear
por la versión que responde a lo que llamamos realidad? ¿Cuántas
mentiras piadosas han sido o son parte de la verdad oficial de la
familia chilena? ¿Cuánto se debe esperar para –como diría Donoso-
“correr el tupido velo”? En su origen, la mentira piadosa es para
evitar un sufrimiento. La mentira piadosa mitiga los dolores propios
y ajenos. ¿Para qué hacer sufrir a los niños contándoles la verdad?
¿Cómo habrían entendido, los niños y niñas del 73- expresiones
como preso político, campo de concentración; o las palabras
dictadura, delación, interrogatorio, tortura. Y más tarde la palabra
“desaparecido”? ¿Cómo se imaginarán los niños a un prisionero?
Las palabras se pueden convertir en pesadillas. En una cadena de
sufrimientos innecesarios. Ya sabrán la verdad. No sabemos
cuándo. En tanto, es mejor la mentira piadosa: “Papá no va a llegar,
porque está trabajando en el norte”. Y llegó el momento de contar,
de comprender, de compartir lo que en su momento el criterio del
autocuidado, de la protección, del mejor sentido común, indicaba
postergar. La verdad dicha en diferido. En buena hora.

Antes de ser llevado al norte, Rolando Álvarez estuvo en Estadio


Nacional. Permítanme a propósito del Estadio quedarme un par de
líneas con la palabra piedad y recordar un testimonio. Después de
los interrogatorios en el Velódromo los presos volvían al coliseo: “En
las escotillas, a contraluz del cielo que franqueaba los barrotes de
las enormes puertas, nuestras siluetas se movían lentamente. En
penumbras y en silencio se vivían conmovedoras escenas de
piedad en torno al compañero torturado. Como recién bajado de
una cruz, más muerto que vivo, se le atendía con ternura.
Aparecían las frazadas como por encanto. Para que estuviera
abrigado, para que el cuerpo cayera sobre algo blando, para que
apoyara la cabeza. Un sudario de lana, sucio, con olor a miedo”
(Frazadas del Estadio Nacional: 144).

Con frecuencia los testigos hablan de otros. Siempre los otros lo


pasaron peor. En muchos testimonios no hay ostentación del dolor
propio porque son testigos de situaciones peores. Por ello, hay
frases pudorosas cuando se trata de testimoniar el sufrimiento. El
Dr. Álvarez dice: “A mí no me pasó nada; o sea, sí, estuve preso,
perdí mi trabajo, mi puesto, pero más allá de eso, a mí no me pasó
nada. ¡A mis compañeros los torturaron! A mí –agrega- me daba
vergüenza decir que estuve preso, porque fuera de eso, a mí no me
pasó nada” (2012: 57). Aunque sea un lapsus, es significativa la
doble negación (“no me pasó nada”). Porque es cierto: si no me
pasó nada es que me pasó algo. Ante las aberraciones conocidas
siempre las penurias propias parecen insignificantes. ¿Qué te
hicieron? –Nada. Es decir todo aquello que pueda esconder una
mentira piadosa.

Esta actitud, de modestia respecto del dolor propio, vale también


para los actos encomiables y loables: siempre son otras las
personas dignas de admiración.

El subtítulo del libro, ya descriptivo, nos dice que contiene


Memorias y epistolario de un preso político comunista y su familia
en Chile. Me gusta –sin ser ni haber sido del Partido Comunista-
que en él se explicite el origen partidario del testigo; más aún
porque en su relato no hay reivindicaciones sectarias ni arrogancias
heroicas ni victimizaciones interesadas. Desde la portada sabemos
que este preso político es comunista; es decir, en ello –en ser de
izquierda- radicaba la razón de la detención. Era “víctima” porque le
estaban violando sus derechos, pero no porque fuera “políticamente
inocente” y no tuviera principios que la derecha repudiaba. Eso
tranquiliza mucho y –pensando en la autoestima de los prisioneros-
tener cierto orgullo de sus propios valores evita que ser preso
político sea un demérito o un motivo de vergüenza. Quien lea el
libro se dará cuenta que el autor actúa en coherencia de acuerdo a
sus valores. Sin alardes, sin aspavientos, sin magnificar situaciones
que son elocuentes ni dramatizar lo que de por sí es dramático.
Pienso que estas memorias nutren una memoria colectiva que
siempre se está completando, respondiendo a dos imperativos que
la están muy bien ilustrados en la estructura del libro: las memorias
y el epistolario. Me refiero, por una parte, al requerimiento de
memoria; es decir, a la memoria que la sociedad estima que es
necesaria de compartir para –por ejemplo- completar la historia del
estadio Nacional y de Chacabuco. Al testigo se le pide que, por
deber de memoria, agregue su pieza a un puzzle colectivo. La
primera parte del libro, responde al requerimiento de memoria,
considerando la significativa mediación editorial (entrevista,
estructura del relato y edición de texto), en este caso de Isadora
Stuven.

El otro imperativo es la reivindicación de memoria; es decir, el


impulso del testigo por contar aquello que la sociedad (digamos: la
justicia, el periodismo, la política, la solidaridad internacional,
etcétera) no prioriza como una memoria urgente o útil; pero que el
testigo estima importante en términos personales y necesaria
porque se conecta con la subjetividad de personas cuya memoria
ha sido preterida y no preferida. Memorias que han sido eclipsadas
por otras. En esta reivindicación de memoria se puede ubicar la
decisión de mostrar las cartas íntimas, los dibujos, el amor familiar,
la banalidad del bien. En ella está la cotidianidad que, siendo
particular, es representativa o equivalente a la cotidianidad de otras
personas. En este caso, el epistolario permite compartir la vida
privada por medio de la correspondencia entre el prisionero y su
esposa. “Vida privada” relativa y representativa en una
correspondencia que –sabemos- era leída por los censores. La
conciencia de aquello está en las mismas cartas que contienen
guiños y complicidades y eufemismos. “Solo podemos escribir 2
cartas al mes –informa una-- y con extensión limitada, ya que el
trabajo de revisar la correspondencia es excesivo en estas
condiciones. Por lo tanto no podré escribir como yo quisiera, es
decir una carta para ti, otra para mi papá, mamá y para los niños”
(Rolando Álvarez, Chacabuco, 20 de noviembre de 1973. 2012: 94).
Hay cierta ironía de quien pareciera comprensivo con el arduo
trabajo –excesivo- de los censores; que agrega un “es decir”
explicativo para que esos mismos censores no vayan a pensar otra
cosa: si dicen “no podré escribir como quisiera” no vayan a imaginar
que estoy hablando de que hay censura sino porque me gustaría
escribir cartas separadas. Y censura propiamente tal hay en más de
una carta en que se señala que hay unas líneas borradas.

Después de un párrafo censurado, se lee en otra carta: “Los días se


suceden unos a otros sin variación, yo trabajo, atiendo a los
enfermos y ahora incluso estoy haciendo un mapa de estrellas ya
que el cielo de aquí sí que es realmente limpio.” (Rolando Álvarez,
Chacabuco, 10 de diciembre de 1973. 2012: 114). Efectivamente el
papá está trabajando en el norte y tiene plena conciencia de que
mantenerse ocupado es la mejor forma de enfrentar la adversidad.
“…junto a mis colegas –cuenta- tenemos un ambicioso plan de
trabajo en relación a la atención médica de la gente. Esto último
significa mucho para nosotros, pues el trabajo es excelente
remedio para las preocupaciones” (Rolando Álvarez, Chacabuco,
12 de noviembre de 1973. 2012: 90).

El autocuidado individual y colectivo se impone como una forma de


hacer comunidad y de desmentir la representación del enemigo
interno que promovía la dictadura. El estereotipo del extremista,
asesino y antipatriota nunca calzó con estos presos que tenían El
Principito como libro de cabecera, quienes construyeron una nueva
cotidianidad y comunidad en Chacabuco, donde cada uno descubrió
o expresó talentos y competencias que estaban ocultas por la
especialización y el rol social en la sociedad “de afuera”. Ello explica
el desarrollo de actividades culturales al interior de los recintos de
prisión política en las que se producen artefactos culturales
híbridos, en el sentido de que su construcción, puesta en escena o
instalación requieren de la concurrencia, la integración, la sinergia,
de artes, técnicas y competencias de orígenes diversos. En esta
producción se desarrollan relaciones de colaboración entre las
personas, de diferentes competencias, en cuya práctica eleva la
autoestima y un sentimiento de orgullo por la producción que
testimonia, primero para ellos mismos, una forma de enfrentar la
adversidad y asumir el duelo con actos cotidianos; no heroicos, pero
dignos.

Cuenta el Dr. Álvarez –que además de ejercer la medicina hacía


juguetes y enseñaba astronomía: “las habilidades y preparación de
la gente son múltiples y todos las están entregando en beneficio del
resto. Por ejemplo, yo practico gimnasia diariamente bajo la
dirección de un profesor de educación física, así como sigo un
curso de programación de computadores. Yo en cambio entrego
atención médica en un policlínico que hemos habilitado todos los ex
trabajadores del SNS y me preparo para hacer clases de
astronomía. Además, existe un excelente conjunto folclórico
formado y dirigido por Ángel Parra, club de ajedrez, brisca y otros”
(Rolando Álvarez, Chacabuco, 20 de noviembre de 1973. 2012: 94).
No todo, por supuesto, resultaba como querían los presos. “Las
clases de computación –relata el Dr. Álvarez- fueron prohibidas con
el pretexto que podían ser usadas para planear alguna
conspiración. Por otra parte, las clases de astronomía (que las
hacía yo, apoyado con instrumentos primitivos) fueron considerados
peligrosas, pues podrían servir como elementos de orientación en
una hipotética fuga por el desierto” (2012: 56). No obstante, al
interior de la comunidad había un reconocimiento al acervo
sociocultural compartido, había un reconocimiento mutuo, un guiño
colectivo que muchas veces se expresaba con humor. Este
reconocimiento mutuo contribuye a la generación de confianzas y
clima de cooperación y solidaridad, basado en una visión de mundo,
identidad cultural y coincidencias valóricas, permitiendo el
aprendizaje mutuo y la sinergia de los conocimientos presentes en
los individuos que conforman la comunidad. La valoración de los
recursos propios genera autoestima positiva, individual y del
colectivo; también autocuidado y promoción de las virtudes
cotidianas en función del bien común. En esa lógica, me atrevo a
decir que en este libro podemos encontrar ejemplos de cada uno de
los pilares de la resiliencia comunitaria que hemos aprendido de
otros testimonios, tanto de Chile como de otras experiencias. Los
principales pilares de resiliencia comunitaria en la prisión política
son tres y que son reconocibles en las experiencias que relata este
libro: 1. Reconocimiento del acervo sociocultural compartido. 2.
Desarrollo de expresiones lúdicas y humorísticas en contexto de
duelo. 3. Valoración y manifestación de la creatividad. Tres
condiciones que tienen en el centro a la persona vinculada con
otras personas, que contribuyen a la resiliencia comunitaria con
acciones muchas veces sencillas y sin connotación de heroísmo o
martirologio: el solo hecho de comentar la puesta de sol con
alguien, como lo hacía Rolando Álvarez con su colega Raúl Díaz,
de sentir a ese alguien con quien conversar; el solo hecho de cantar
y escribir, aunque la canción y el poema no sean explícitamente
políticos; el solo hecho de tallar una tabla, de dibujar, de pulir un
hueso; el solo hecho de contar o celebrar un chiste, de reírse con
los otros; el solo hecho de ser un detenido en movimiento, a pesar
del absurdo; el solo hecho de liberar el pensamiento y no echarse a
morir, finalmente, son acciones de enfrentamiento y superación de
la adversidad. Son signos simplemente de humanidad que,
obviamente no son exclusivos de la experiencia chilena; y que sin
embargo no siempre son revelados para explicarnos la
sobrevivencia en las condiciones más adversas.

Al menos diez años después de estas cartas, en 1985, Emir


Kusturica estrena su película “Papá está en viaje de negocios”. En
ella, un hombre casado, padre de dos niños, es delatado ante la
represión estalinista –en Yugoslavia- que lo condena a trabajos
forzados. Su esposa logra sacar a la familia adelante y al más
pequeño de sus hijos le cuenta que papá está haciendo un largo
viaje de negocios. ¿Qué significa estos? Que las estrategias de
sobrevivencia son similares en circunstancias comparables, más
allá o más acá de los signos ideológicos que las provoquen. Las
víctimas enfrentan la adversidad con creatividad y de ella surgen
con más frecuencia de la que podríamos imaginar las mentiras
piadosas, los relatos que nos justifican, nos explican y que muchas
veces se instalan en nuestra memoria oficial. No siempre existe la
posibilidad de reponer la verdad original, de registrarla. Hay
verdades vergonzosas, hay otras que hieren la modestia. Hay veces
que, a pesar de tener la oportunidad de la confesión, es mejor
quedarse con la mentira piadosa.

La lectura publicación del epistolario, junto con ser un estímulo para


que otros sigan el ejemplo, revela una deuda ética tremenda. Me
refiero al rescate de la memoria de las mujeres, de los familiares, de
aquellas que literalmente cruzaron el desierto para ver a los presos;
que sufrían la falsa libertad de sus barrios y que debían, entre otros
desafíos que impone la sobrevivencia, inventar relatos que –en la
incertidumbre- mitigaran el sufrimiento de los hijos, para no
envenenarlos con una realidad incontrolable.

“algún día podremos olvidar todo esto”, leo en una carta firmada en
Chacabuco, un 20 de noviembre de 1973. A casi cuarenta años,
este libro es una prueba, querido doctor, de que eso no resulta.
Porque algún día –hoy día-- podemos recordar todo esto.
Paternidad – cuentos y dibujos

“Te mando esa especie de cuento a las niñitas para que Rosita pinte los autitos y se lo
lea a sus hermanos menores. Para la próxima carta pienso mandarle un dibujo para
pintar, recortar y armar, ya tengo casi lista la idea” (Rolando Álvarez, Chacabuco, 22 de
noviembre de 1973. 2012: 97). (Hay reproducción de carta, con autitos coloreados,
pág. 179).

“Les he fabricado a cada chico un perrito y un pollito de género, me quedaron muy


lindos” (Rolando Álvarez, Chacabuco, 30 de noviembre de 1973. 2012: 107).

“[La nostalgia por] los seres queridos predomina sobre todo en los momentos de
melancolía. Con Raúl nos apoyamos mutuamente y tratamos de alejar de nuestras
mente este tipo de pensamiento. Hay algunos de nosotros que frenan totalmente en
este empeño y toman “caldo de cabeza” todo el día, resultado… hombres deprimidos e
irritables.” (Rolando Álvarez, Chacabuco, 4 de diciembre de 1973. 2012: 110).

Anécdotas

“En Chacabuco había dos tanques, uno era un Sherman de la Segunda Guerra
Mundial, con los achaques propios de la edad. Por ejemplo, una vez no quería
encender el motor y aunque parezca increíble, nos pidieron que saliéramos a
empujarlo. Fueron alrededor de trescientos hombres quienes lograron hacer partir al
monstruo de treinta y dos toneladas, con gran algarabía nuestra y de los soldados.”
(2012: 57)
Epistolario, desde página 87.

La ropa:

“Cuando miro la ropa no puedo menos que emocionarme pensando que tú la lavaste y
planchaste con cariño para mí. He dejado un pantalón y una camisa que no usaré, para
conservarla tal como la pusiste en la maleta.” (Rolando Álvarez, Chacabuco, 20
noviembre de 1973. 2012: 95)

“…me he dedicado a la costura y llevo confeccionados 4 jockeys con la tela de mis


pantalones verdes que se gastó. Me han quedado bastante bonitos. (Rolando Álvarez,
Chacabuco, 9 de enero de 1974. 2012: 128) darse con la mentira piadosa.

“Cuando Ángel Parra y su gente canta ‘Tonada del viejo amor’, no hay control y las
lágrimas sirven de desahogo” (Rolando Álvarez, Chacabuco, 20 de noviembre de 1973.
2012: 95).

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