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LA PARADOJA DEL INCONSCIENTE

Juan David Nasio


Este artículo fue publicado por la Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, Imago No. 6,
Buenos Aires: Editorial Letra Viva, octubre de 1978.

¿Qué es el inconsciente? Esta es una pregunta que ya no nos hacemos aunque la noción del
“inconsciente” sea de todos los conceptos psicoanalíticos el menos natural, el menos aprehensible
por la intuición.
¿Qué es el inconsciente? Esta parece una pregunta hecha con pretenciosa inocencia o bien,
destinada al programa de un curso universitario. Tanto el inconsciente parece una evidencia, que los
psicoanalistas hemos perdido el asombro. Sin embargo, es con la sorpresa, a partir del asombro, que
una filosofía se construye, que una ciencia se establece, y hasta un teorema se produce. Esto no es
nuevo. Aristóteles afirmaba que, en cada nacimiento de una filosofía, había un momento de asombro,
ante una primera paradoja aparente (proton pseudos). Él daba el ejemplo de las marionetas
inanimadas que al verlas moverse como algo animado, sorprende.
Si pensé hablarles de inconsciente esta noche, es porque quería hacerles sentir que el inconsciente
no es una evidencia. Esto tiene el sentido de una posición casi política en psicoanálisis, que es
demostrar su problemática. Además, quería transmitirles como pude hacerlo cuando me preguntaron
aquí en Buenos Aires en la Escuela Freudiana sobre lo que estaba trabajando ahora, últimamente, y
respondí que el problemas más inquietante para mí actualmente es la cuestión del inconsciente.
Ustedes saben que a la teoría lacaniana se le ha reprochado la ausencia de una teoría del afecto.
Diría que el pedido de cuentas más severo a hacerle a la teoría lacaniana y, a la teoría analítica en
general, no es ir a reclamarle qué dice del afecto, sino ir a preguntarle qué dice del inconsciente.
Esta es entonces la segunda razón: que el inconsciente es actualmente mi punto de interés y de
trabajo. Voy a tratar de llegar al final de la charla a decir por qué, en qué reside este punto que trae
dificultad. La tercera razón se la comentaba a Jorge Kury, este texto es un pretexto para
reencontrarme con ustedes. Hubiera preferido en realidad que ustedes preguntaran cuestiones
teórico-clínicas. Mi intención es hablar durante aproximadamente 40 o 45 minutos; luego desearía
que pasáramos a la discusión.
Retomemos nuestro interrogante: ¿Qué es el inconsciente? Freud da una respuesta, entre otras: “El
inconsciente son pensamientos”. ¿Pero qué clase de pensamientos son estos, inconscientes? Aquí
debo introducir la cuestión del tiempo. Si se me pregunta a qué noción el inconsciente está lo más
aparejado, lo más íntimamente ligado, respondería que el problema del inconsciente es el problema
del tiempo en psicoanálisis. Tan es así que para hacer una suerte de fórmula en bruto, diría que el
inconsciente es el tiempo. Claro, ustedes recordarán inmediatamente la afirmación de Freud de que
el inconsciente está fuera del tiempo, así como de la contradicción, Pero, ¿de qué tiempo se trata?
¿Cuál es el tiempo del cual el inconsciente esta fuera?
Dejemos puntualizado este problema del tiempo, y tomemos otra referencia: es la definición de
deseo, hecha por Spinoza. Spinoza habla de que el deseo es la persistencia en el ser. Si la
traducción es buena, habría que decir la persistencia del ser. El deseo es el apetito con conciencia
de su persistencia en el ser, con conciencia de si misma. No me voy a detener, podemos hacerlo
después si quieren, en la diferencia entre deseo en Spinoza, y deseo en psicoanálisis, pero lo que
interesa en esta definición spinozista, es la palabra “persistencia”.

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Esta palabra "persistencia" encierra dos connotaciones. Una es la connotación de tiempo y otra es la
causalidad: algo se mantiene a través del tiempo, siendo algo causal, activo. Hay una frase de Freud
para definir el inconsciente en el texto sobre La Gradiva que evoca estos dos aspectos: “el
inconsciente es un proceso psíquico que permanece activo, dice Freud, más allá de la conciencia del
interesado”. Cuando digo tiempo, cuando decía recién que el inconsciente era el tiempo, cuando
hablo del tiempo en la connotación de persistencia para definir el deseo, el tiempo al cual me refiero
no es el tiempo cronológico, sino el tiempo lógico. Es así como esta noche hablando del
inconsciente, en última instancia, voy a verme obligado a desarrollar el concepto del tiempo lógico de
los significantes, o dicho de otra manera el tiempo lógico del inconsciente, y poner en marcha los
términos claves de la teoría lacaniana.
Si pensara que el inconsciente es el tiempo cronológico, diría que el inconsciente es una memoria
pasiva, un conjunto de recuerdos, o un depósito de huellas de la infancia, o, aún, simplemente el
pasado. Se supone el recuerdo, por ejemplo, como la repetición en imágenes de un acontecimiento
pasado. Esta evidencia restitutiva inocente del tiempo se apoya en la concepción de un pasado
considerado como aquello que fue, de un futuro como lo que será y de un presente, este instante
casi inaprehensible de hoy. Temporalidad cronológica en que la repetición es un acontecimiento
antiguo. Es de este tiempo del que Freud excluye al inconsciente. El inconsciente no es ningún altillo
de recuerdos. El inconsciente no son acontecimientos de la infancia ni memoria de lo que fue. Si
quisiéramos guardar la palabra memoria, diría que el inconsciente es una memoria en acto, una
memoria como acontecimiento y no una memoria como acumulación.
Aquí se abre la aporía del inconsciente. Su paradoja, esto es: caracterizar al inconsciente como
memoria en acto, es decir que en el instante de un acto diga que hay inconsciente, y al mismo tiempo
afirmar que el inconsciente es aquello que permanece, persevera activo. Esta es la aporía
fundamental del inconsciente. O bien el inconsciente es un acto en un instante, en el instante lógico
de un acto, y el peso recae sobre lo actual y el pasado desaparece, o bien el inconsciente es algo
que permanece activo, indestructible, como si fuera un pasado.
Sin detenerme, quiero recordar que a la pregunta de Heidegger, "¿qué es el pasado?", otro filosofo
por anticipación, digamos, le contesta. Platón le respondió con la teoría de la reminiscencia que es
algo más que el mito del pasado, es una forma de conocimiento de la verdad. Lo interesante de la
noción de reminiscencia es su aproximación casi confusa a aquella del inconsciente. No tanto, si
ustedes recuerdan la idea de reminiscencia en Platón, no tanto porque la reminiscencia sea algo que
aparece en el acto espontáneo de un saber, sino porque lo que está en juego precisamente tanto en
una como en otra teoría, es un saber. Un saber que el sujeto ignora. Un saber entonces en acto. Es
decir que cuando hablo de memoria en acto, no es solamente que el inconsciente surge con el
surgimiento en acto del recuerdo. Hay algo más, y esto es lo importante, es que en ese momento
lógico del acto del inconsciente, algo sabe más de lo que el sujeto sabe. Cuando Lacan define el
inconsciente como un saber, lo que quiere decir es que el inconsciente se da en el acto de un decir,
recuerdo, síntoma, lapsus, sueño, que sabe más que lo el sujeto ya ignora. Al margen deberíamos
desarrollar la diferencia entre el saber del inconsciente, y el saber del instinto. ¿Cómo es posible que
el insecto sepa exactamente dónde picar a la bestiola enemiga para matarla? Hay un hermoso
ejemplo de la abeja a la que le es necesario, en un principio, paralizar su presa sin destruirla. Con
una habilidad que envidiaría el más hábil de los cirujanos, el insecto toca con su dardo envenenado
los centros nerviosos. La anatomía precisa de la víctima dirige el aguijón. Así paralizada y viviente, la
presa es el objeto de una destrucción lenta y metódica, cuidando de que, a cada golpe de mandíbula,
permanezca viva hasta el último instante. (Cf. El caso descripto por J. H. Fabre en Souvenirs
entomologiques, 1920). ¿Es que este insecto tiene un saber inconsciente? Este es un punto a
discutir, la distinción entre saber inconsciente y saber instintual.

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Pero, ¿en qué consiste este saber? ¿Cómo definir el saber inconsciente? Supónganse un sueño, un
sueño que dice más que lo que el paciente habla. El interrogante es: ¿quién sabe más? ¿Dónde está
ese saber? Pregunta antropomórfica, porque obliga a una especie de sujeto capaz de responder que
en teoría lacaniana podría relacionarse con la idea de sujeto supuesto saber. Frente al
descubrimiento, supongamos de Cantor, por ejemplo, que descubre el número transfinito, el aleph, la
pregunta viene casi sola: antes de que Cantor supiera, ¿quién sabe?, ¿dónde estaba ese saber?
¿De dónde surgió ese saber? Este tipo de pregunta esconde su función ontológica de crear un ser
poseedor de un saber previo. El saber no es nunca saber de nadie, y en sí mismo, el saber no tiene
figura de sujeto, aunque fuera absoluto.
Encaremos el saber de otro modo, a partir, entonces del tiempo no ya cronológico sino lógico, la
lógica del significante. Retomemos un tema que está bastante trabajado en análisis, la cuestión del
trauma. Me refiero al trauma porque tengo que encontrar algún ejemplo que muestre bien la relación
entre lo pasado, que sería el trauma, y un presente, el síntoma. Ustedes saben que Freud no definió
el trauma de manera única. Decía por ejemplo que el trauma era un acontecimiento pasado, antiguo,
con efectos posteriores, positivos o negativos, dando lugar a diferentes cuadros, neurosis, paranoia,
etcétera.
Esta relación del trauma como hecho pasado que se manifiesta más tarde por un síntoma, pertenece
a la primera época de Freud. Tiempo después él la modifica. Sin embargo, el pensamiento de que el
trauma es algo antiguo, el interés de ciertos psicoanalistas por descubrir en la historia del paciente
dónde se sitúa el momento traumático, para entonces dar razón al síntoma actual, este pensamiento
es un prejuicio que carcome al analista. Prejuicio íntimamente ligado a ese otro del que hablábamos,
de considerar el inconsciente como un sujeto. El ejemplo del trauma, así considerado, es un buen
ejemplo porque lo que quiero demostrar es justamente lo contrario. ¿Qué quiere decir lo contrario?
Lo que quiero demostrar puede resumirse con esta frase que va a parecer complicada, pero que al
final de la exposición tomará sentido: el acontecimiento no es algo del pasado, que reaparece en el
síntoma, el acontecimiento es del orden del lenguaje, del acto de un decir, que repite algo que no
era. En este cambio de perspectiva, el trauma no opera como trauma sino aprés-coup. Me explico.
Tomemos el ejemplo de ese corto y hermoso texto “La cabeza de Medusa”. La intención de Freud
era llegar a mostrar una vez más, gracias al mito de la terrorífica Medusa, la incidencia de la
amenaza de castración. El sexo de la mujer provoca horror como la cabeza degollada de la Medusa
provocaba la parálisis de aquel que la miraba. Les ruego supongan por un instante, una percepción
que llamaremos percepción 1, P1, que marca aquello que Freud define como siendo el horror del
niño ante el descubrimiento de que a la mujer le falta el pene. Es decir, P1 es la percepción
traumática en una escena traumática, P2 serían ciertas condiciones exteriores que van a realizar la
P1, que, repito, es una percepción que les he pedido que supongan. Solo con P2, P1 puede
realizarse. Recién entonces estaremos en condiciones de ver surgir esto que llamamos el efecto 3
(E3). En el caso de la cabeza de la Medusa la percepción del sexo femenino, horroroso, terrorífico,
está reanimando por la negra y repugnante cabellera que oculta ese sexo. El efecto es la catatonia,
la erección rígida de un sujeto hecho piedra de horror. La cuestión es la siguiente. Esto es el punto
clave, diría, de la lógica del aprés-coup. Ustedes reconocerán en ese es esquema el esbozo de uno
de los gráficos lacanianos. El esquema del aprés-coup, figura el meollo de la lógica de los
significantes.
En esta lógica de aprés-coup la cuestión es la siguiente: que la percepción 1, traumática, no puede
ser sino supuesta a partir del efecto que la percepción 2 tiene sobre la percepción 1. Quiere decir que
la idea del trauma no es algo pasado, que determina el síntoma actual sino que, según la lógica del
aprés-coup, es a partir del síntoma actual que infiero –y nosotros parece que tuviéramos miedo de
inferir y de reconocer lo especulativo de la operación–, especulo el trauma. Claro que la percepción
2, es decir, que aquello, en el caso de la cabeza de Medusa, viene a ocultar el sexo, lo recuerda

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también. Los pelos –serpientes– en tanto que ocultan el sexo femenino, la falta, lo remarcan también
hasta el grado de ser amenaza de castración. Es el telón que oculta y recuerda la escena detrás. No
puedo entonces hablar de trauma más que aprés-coup. Diría esto: no hay trauma psíquico sino
“posteriormente”, aprés-coup.
La relación de esta representación –P1–, con esta otra –P2– (Freud hablaba de signo de percepción)
tiene un nombre: condensación. Esto es una relación significante. Un significante es aquello que está
relacionado con otro significante, este es el primer carácter de un significante. Si ustedes sitúan un
significante, lo importante no es saber situar el significante, sino saber que este significante está en
relación con un conjunto de significantes. Y la articulación de este significante con el resto de los
significantes es de dos tipos, bien conocidos, la metonimia y la metáfora, es decir, la relación de
condensación para la metáfora y la relación de desplazamiento para la metonimia. La relación de
esta representación 2 con esta representación supuestamente traumática, supuestamente primera,
es una relación de condensación. Condensación significa que se confunden, se pegan y se borran.
Un significante se define como aquello que es borrado por otro significante. Cuando digo borrado no
quiero decir que desaparece; cuando digo borrado quiero decir que se sobreimprimen uno sobre el
otro. Este es el nacimiento del significante. Lacan da una alegoría que es la de la huella. Comenta
que cuando se camina se deja una huella, que la marca humana no es tanto la huella que deja el pie,
un animal puede hacerlo; lo importante es el momento en que el sujeto se da vuelta, borra la huella lo
suficiente como para engañar al supuesto perseguidor haciéndole creer que ha pretendido borrarla
precisamente. A diferencia del animal que puede incluso disimular, el hombre disimula que disimula.
Esta es la marca significante del sujeto, nacida del borramiento. Un significante se sobreimprime a
otro, se condensan, para constituir un significante nuevo, un dicho nuevo, una palabra metafórica.
Esto es el síntoma, esto nuevo es el lapsus, un sueño, por qué no, un recuerdo; para decirlo en
términos más precisos, un acontecimiento.
Un acontecimiento en psicoanálisis es un decir nuevo, un poema, un decir poético, todo aquello que
es metáfora, que rompe la censura. A partir del acontecimiento lo traumático es superable. El trauma
no aparece sino después, aprés-coup, del acontecimiento.
Ahora bien, el acontecimiento (E3) así definido es incompleto. No se trata solamente de un
significante nuevo, formalmente nuevo, relacionado lógicamente con otro significante. Se trata de
algo más: ese significante metafórico, nuevo, lleva consigo algo del orden del goce. Es decir, que
cuando verdaderamente hay acontecimiento, entonces, se puede decir que eso que es
acontecimiento marca y alcanza al cuerpo. Que el goce pertenezca al orden del cuerpo tiene su
referencia en Freud bajo la denominación de beneficio primario del síntoma, no del secundario, por
supuesto, sino del primario. Beneficio que es sobre todo insatisfacción. Yo diría impotencia
fundamental que existe en todo síntoma, y que hace que uno se pregunte qué otro sufrimiento puede
resolverse con el sufrimiento del síntoma, si se recuerda que el síntoma es una formación de
compromiso. El síntoma, entonces, el acontecimiento, no es solamente algo metafórico, algo nuevo,
es aquello que lleva consigo goce. Este goce, esta impotencia fundamental que está contenida por
ejemplo en el caso de un sueño, que está contenida en todo aquello que es un decir nuevo, yo diría,
que ya estaba presente en la supuesta percepción traumática. Quiero decir esto: que el horror,
tomando el ejemplo de la cabeza de Medusa, el horror del sujeto, frente a la espantosa cabeza, es el
mismo horror del sujeto frente al sexo de la madre. Es decir, que hay algo del orden del goce que
permanece invariable, lo mismo, sin modificación, tal cual.
Ahora, si resumimos y volvemos a la pregunta del inconsciente, diría que en la relación de los
significantes y en la aparición del acontecimiento, hay algo que se mantiene igual que es del orden
del goce; tanto aquí (P1), como efecto traumático displacentero, como aquí (E3), como efecto
displacentero propio del síntoma, hay algo que se mantiene tal cual y hay algo que cambia. Repito,

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hay algo nuevo, metafóricamente nuevo, acontecimiento, y al mismo tiempo ese acontecimiento tiene
en sí, en su permanencia, invariablemente, lo mismo que en el supuesto momento traumático. Esta
es la aporía del inconsciente.
Si se me preguntara sobre la noción de repetición en psicoanálisis, respondería con esto: esta
paradoja es justamente la repetición significante. Entonces desde el punto de vista de la repetición,
repito, aparece esta frase que es justo decirla aunque parezca absurda, que la repetición es
repetición de algo que no era; con el síntoma se repite algo que no era, o aún, después de que
aparece el síntoma aquello que no era se repite en acto, en el acontecimiento. Si articulamos esta
fórmula con el concepto de acontecimiento, resulta: un acontecimiento es, en fin, una repetición de
aquello que no era.
Es un riego querer traducir la repetición en los términos clásicos de la filosofía, lo otro y lo mismo 1.
Sin embargo, es una referencia que no podemos dejar de recordar. Hay aquello que se mantiene,
que es exactamente lo mismo, que está fuera del tiempo, excluido de la repetición, invariable a la
repetición, que resiste a toda modificación significante. Y luego, hay aquello que es otro, significantes
que se desplazan y condensan en el movimiento de la repetición actualizada en el acontecimiento
significante.
Delimitemos nuestro campo analítico como único modo de desembarazamos de la filosofía: esto que
llamamos lo mismo es lo que mejor sitúa lo real. Lo real en psicoanálisis es aquello que vuelve
siempre al mismo lugar, es la mismidad; aquello que tiene que ver con la repetición, con lo nuevo, es
del orden de los simbólico, es del orden del significante. Así puedo decir que todo acontecimiento, tal
como lo definimos, es repetición de aquello que no era, y es conservación de lo mismo en tanto que
goce. Si hago un esquema diría que el acontecimiento, por ejemplo, un decir, comporta algo y es que
es de lo mismo, lo real en relación con el goce, y algo que es de lo otro en relación con lo simbólico,
en relación con el significante.
A estos dos pivotes del acontecimiento, me falta agregar un tercero, que es, como pude decirlo una
noche en la Escuela Freudiana, la cuestión más importante de la teoría analítica, esto es, el
problema del sujeto. El acontecimiento no es solamente significante, que conserva el goce como lo
mismo, es también el lugar del surgimiento del sujeto del inconsciente. Por el momento y para no
confundir, dado que el tema de hoy es el inconsciente, digamos solo el sujeto. ¿Qué quiere decir que
el efecto es el sujeto, que es el sujeto del inconsciente? El sujeto del inconsciente es el efecto del
Decir.
Cuando Lacan habla del sujeto del inconsciente como hijo del discurso, parece que tanto el sujeto
como el concepto mismo del sujeto se desvanecen. El sujeto del inconsciente es una suerte de
coeficiente, como hay coeficientes algebraicos, como el coeficiente de todos los acontecimientos en
la historia de mi deseo, esto es, el sujeto del inconsciente. El sujeto, para situarlo en una primera
aproximación, es la suma, el promedio de los efectos de cada acontecimiento que tiene que ver con
un deseo, o mejor aún, con el deseo del Otro. No es esta, decía, la aproximación correcta, pues da la
idea de una especia de “sujeto” – “yo” producto de la acumulación de efectos. Justamente, el
concepto de sujeto del inconsciente está destinado a subvertir la idea de sujeto como Yo y a crear
esta emoción fundamental que es la de un efecto múltiple y evanescente. Si me acorralan y me
preguntan qué significa efecto evanescente, diría que cuando un Decir metafórico nuevo, cuando el
acontecimiento tiene lugar, el ser es llevado a ser.

1Desde Platón hasta Foucault la cuestión se confirma eminentemente filosófica, esto es, carcomida por una plenitud de
sentidos. Hasta Borges ha intitulado uno de sus poemas “El otro, el mismo”

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Esto es, que algo cambia. Mal dicho sería: algo cambia en nosotros. El Decir significante es en
relación con el sujeto aquello que lo produce, lo lleva a ser. Hay el sujeto y hay el Yo; ustedes
conocen la diferencia entre uno y otro. El Yo es la acumulación de imágenes que yo reconozco como
mías, como mi Yo, esto es una primera definición del Yo. El sujeto son efectos puntuales, dispersos,
en cada punto de acontecimiento del Decir que divide al sujeto. La división del sujeto, tal como la
establece Lacan, se puede entender y se puede decir de varias maneras.
Hoy en la noche, siguiendo nuestro desarrollo de marcar la aporía del inconsciente como la
coexistencia de lo real en el acontecimiento, con la repetición de lo nuevo, el sujeto puede ser
tachado, dividido entre lo mismo y lo Otro, el sujeto es otro y es el mismo. Decía al principio que
hablarles esta noche del inconsciente era también una manera de introducirlos a plantear los cuatro
términos fundamentales de la teoría lacaniana, con lo cual funciona todo cálculo, si calculo hay, de
ciertos esquemas lacanianos: el Decir se significaría, se escribiría como S1; el Otro como S2, el
sujeto como $ (sujeto dividido) y, en fin, lo real del goce como objeto a. En verdad, esta última
relación debería ser corregida, según las tres instancias del goce, de las que el objeto a corresponde
solo a una de ellas, pero no es el momento de detenernos en esto.
Para terminar quiero hablarles de un poema de Hölderlin que Heidegger comenta. Además de ser
una demostración de lo que acabo de exponer, es para mí un poema de circunstancia ya que su
tema, inscrito en el título, es el “Retorno”, y retorno al país natal. Heidegger nos muestra que el
poema dice el reencuentro, el volver a encontrar lo conocido, lo familiar, lo próximo. Sin embargo, no
es volviendo que se retorna. El retorno es otra cosa que llegar al país natal, diferente de esa
impresión de que retornar es volver al lugar de donde se partió. Alcanzar su tierra no puede ser un
simple arribo del viajero. Este debe aún buscar. Buscar no ya lo conocido o desconocido, sino el
lugar de donde estuvo siempre excluido, exiliado. “Lo que buscas está cercano y acaba de aparecer,
y viene aún a tu encuentro […]”.
Lo natal es el lugar al que Hölderlin retorna, es el lugar del que siempre ha estado fuera, es lo que,
guardado sano y salvo en su ser, no le pertenece. Lo natal es lo invariable, intacto a cualquier
modificación simbólica. Sin embargo, hace falta un Decir que, sin simbolizar lo natal, sepa
preservarlo como lo mismo 2. Ese decir es precisamente el poema. El poema “Retorno” es más que
un Decir sobre el retorno, es el retorno mismo. El Decir poético, el poema “Retorno”, es el
acontecimiento en el cual, por el cual Hölderlin retorna efectivamente al país natal. Solo cuando
escribe el poema, en el acontecimiento de esa metáfora poética, Hölderlin retorna. Retorna, es decir,
conserva en lo nuevo del poema inventado, lo intacto, lo viejo de su natalidad. Este natal se conserva
bajo diferentes formas: la pena de la partida, la endurancia del viaje, y ahora –con el poema– esta
proximidad a lo perdido. Lo natal queda como el lugar del que el sujeto está y estuvo siempre exilado.
Esto es el goce. Repito, si ese lugar permanece intacto es gracias al Decir, en este caso, poético. He
aquí nuevamente la aporía de la que hablábamos respecto del inconsciente. Más aún, si el sujeto
queda excluido de ese natal, es con el poema que surge como efecto: Hölderlin no solo retorna, se
aproxima a lo natal, sino que como sujeto se produce con el poema.

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Aclaremos que lo mismo, la mismidad (Selbigkeit) en Heidegger es netamente distinto del concepto de mismidad en
Lacan. El primero hace referencia a la relación del ser y del siendo, en el segundo es una cuestión de lugar, de sitio, el de
lo Real.

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