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LA BARAJA ESPAÑOLA:

¿JUEGO DE CARTAS O
LIBRO SAPIENCIAL?
por Ibn Asad

La disyuntiva del título carecerá de sentido para los buenos jugadores

mentados en “La Dimensión Sagrada del Juego”. Pues tal y como se vio, un juego

puede ser juego y una expresión de conocimiento tradicional. Más aún se dijo:

si un “juego” es eso mismo, será también algo más profundo en la medida en

la que el jugador conozca los principios arcanos del mismo.

Esto es perfectamente aplicable a un juego tan cotidiano como desconocido

como lo es la baraja española. Sí: la baraja española. Pues como se verá, no es

necesario viajar a remotos confines de Oriente para seguir la pista a la

expresión del conocimiento, y jamás recomendé hacer ese viaje. Basta con que

el observador atento abra los ojos a todo lo bello y verdadero que resta en un

mundo ya en ruinas. La decadencia no hace distinción entre Oriente y

Occidente. Ante este panorama quizás sea preferible quedarse en casa. Y si el

lector se encuentra en España, basta que en este viaje interior que propongo,

eche un vistazo a una baraja corriente y moliente. En ella encontrará


innumerables preguntas aún sin respuesta. Aquí plantearemos algunas pocas; y

se dará respuesta –quizá- a una o a dos. Se intentará.

La baraja es española

Tal y como se dijo en “La Dimensión Sagrada del Juego”, hallar el origen

histórico de un juego tradicional es una tarea penosa e inútil. Como ocurre

con el ajedrez, siempre se encontrarán percusores anteriores. Pero también

como el ajedrez, no es tan difícil encontrar el origen histórico de un juego si se

limita ese juego a una forma y estructura simbólica y numerológica concreta.

En el caso de la baraja, aún dentro de las variaciones en el número de cartas,

colores, etc., la estructura de esa baraja convencional sigue estos cuatro

puntos:

- Cuatro palos (tradicionalmente, oros, copas, espadas y bastos)

- La presencia de cartas mayores (figuras) y cartas menores.

- La secuencias numéricas están culminadas por la figura del “rey”

- El refinamiento figurativo y simbólico se acentúa en los ases (unos)

El origen de este juego en concreto es hispánico, y con rigor histórico, la

baraja más antigua que se conoce es la española. La Historia hasta hace poco

tiempo daba crédito a la hipótesis de que los venecianos del S.XV inventaron
la baraja, lo que resulta inverosímil teniendo en cuenta que hay leyes españolas

que citan los juegos de cartas redactadas en 1310. Si la sociedad catalana

jugaba a las cartas en el S.XIV hasta el punto de que Consell de Cent

barcelonés tuvo que legislar y prohibir el juego, la baraja era conocida en la

Península Ibérica varias décadas o siglos antes. Otra hipótesis del origen

europeo de la baraja es Francia, basada en el hecho de que las ediciones del

tarot completo más antiguas que se conservan son francesas, y por eso se

habla de un Tarot de Marsella. En efecto: el Tarot de Marsella es quizás el

único tarot completo más o menos fidedigno del que disponemos en la

actualidad. Sin embargo, el Tarot de Marsella puede ser de cualquier lugar,

menos francés. Hay elementos cristianos quizás introducidos recientemente,

se reconocerán rasgos sefardíes y -sobre todo- hay elementos decorativos

vegetales, cenefas y geometrías orientales, si no directamente andalusíes. Y

resulta lógico que así sea: antes de que el tarot llegara a Marsella, hubo un

proceso de gestación prolongado (a mi parecer, siglos) en la Península Ibérica.

Esto coincide no sólo con las crónicas y leyes que hablan del juego de cartas

en España, sino también con la posibilidad de realidad que encierra la

conocida leyenda que atribuye el origen del tarot a una comunidad pre-

islámica de Fez en algún momento de la Alta Edad Media. Pues si nadie puede

negar elementos orientales en el tarot, es de Perogrullo afirmar que la puerta a

esos elementos fue la Península Ibérica, y que antes de una baraja francesa o
italiana, hubo una baraja española. ¿Y quién introdujo esta baraja? Luego

propondremos una teoría.

Resumiendo: el origen de la baraja no es otro que el tarot, hasta el punto que

la baraja española no sería otra cosa que un tarot con los arcanos mayores

separados y apartados. Estamos hablando de un mismo juego: tarot y baraja

española. ¿Sería español el tarot? Pues tal y como dijimos con respecto al

ajedrez y su origen indio, el tarot, hasta donde se puede saber (que es poco),

ciñéndose al rigor que permiten los datos, y evitando caer en las fantasías y

desvaríos tan propios de algunos de nuestros contemporáneos, es español.

Ahora bien; el tarot es español en la medida en la que se acepte como español

a un pueblo clave en esta historia: los gitanos.

Los gitanos y el tarot

A los gitanos siempre se les ha atribuido un origen misterioso que varía en

numerosas y extravagantes teorías: de Egipto, de Libia, de Siria… La más

establecida era la teoría que afirmaba que los gitanos provenían del “Egipto

Antiguo”, pues es sabido que todo lo que los modernos ignoran, lo suelen

asociar con un “Egipto Antiguo” imaginario que ejerce de vertedero de todos

los prejuicios e incomprensiones con respecto al conocimiento tradicional. Sin

embargo, los gitanos no provienen de Egipto, y todas las disciplinas científicas


convergen en un origen aún más lejano que el legendario. Una vez más, la

realidad supera a la ficción.

Todas las ramas de investigación aseguran que el origen de los gitanos es

indostaní. El más valioso (para nosotros) es el campo lingüístico. A finales del

S. XVIII, el erudito Johan Rudiger demostró la convergencia (en algunos

casos, identificación) entre la lengua romaní de los gitanos y el urdu\hindi

que hoy se habla en las zonas fronterizas entre India y Pakistán. Estudios

posteriores corroboraron la hipótesis y la completaron: el romaní es una

lengua indoeuropea hermana de grupos lingüísticos indios y con voces de

lenguas del grupo munda de la India más arcaica. El romaní tiene importantes

puntos en común con el hindi, el punjabi, y el cingalés, tanto en la semántica,

la gramática y la sintaxis.

La Bandera Gitana:

Obsérvese la rueda (chakra) al modo de loto (padma) con semejanza con la bandera moderna de India
Incluso desde un punto de vista racial, estudios genéticos han llegado a la

misma conclusión: la gitana es una etnia indostaní que tiene como origen

geográfico conocido el noroeste indio, la ribera del rio Indo, los descendientes

de los pobladores de ciudades como Mohenjo Daro y Harappa. La gitana sería

la raza oscura indígena que los arios se encontraron al entrar en el Indo y que

fue esclavizada para formar lo que sería la casta baja del régimen brahmánico:

los sudras. Esos son los gitanos: la raza “oscura” que pasó a ser “intocable” en

India y que simbólica y etimológicamente (y quizás también racialmente), es

referida como la “negra”. De hecho, la voz “caló” que designa a la lengua

romaní, proviene del sánscrito “Kali ”, es decir, “negro”. Hoy el origen de los

gitanos no es un misterio. No obstante, hay que reconocer que es difícil

averiguar la procedencia de un pueblo que no ha parado quieto desde que se

tiene constancia de él. El misterio alrededor de los gitanos no es de dónde

vienen… sino cómo acabaron en Europa.

Una hipótesis: generalmente se data la diáspora indo-cíngara en el S. XI de la

era cristiana. Es posible. Es muy probable que los rajas indios pusieran en

primera línea de combate a las castas más bajas en sus guerras contra los

musulmanes. Cuando el Islam entró en India, es muy probable que la élite

musulmana esclavizara a esos soldados de casta baja que, a su vez, ya eran

esclavos en el régimen de los marajás indios. La hipótesis que aquí

defendemos es que los musulmanes llevaron gran número de esclavos indo-


cíngaros a Persia. De hecho, tenemos respaldo histórico en Hazma de

Ispaham, que menciona que la corte persa gustaba de músicos de piel oscura

procedentes de India llamados zot. Zot es una voz que en árabe-andalusí

designará después al gitano. Las migraciones gitanas de India a Persia debieron

ser muy numerosas a lo largo de todo el S.XI, no sólo a través de la trata de

esclavos, porque Asia menor y África del norte ya tenían un número

considerable de gitanos a principios del S. XII. A partir del momento en el

que los indo-cíngaros salieron del Punjab, llevaron una sufrida vida nómada

en unas pésimas condiciones sociales y con una economía de subsistencia

basada en la servidumbre, el teatro y los espectáculos ambulantes. Los

hombres se dedicaban principalmente a la música y a la doma de bestias; las

mujeres se dedicaban a la danza y a la prostitución. También se les atribuía

otra actividad: las artes mágicas.

Anuncio de venta de esclavos gitanos del S.XIX


¿Cómo y cuándo llegaron los gitanos a la Península Ibérica? La Historia

siempre ha afirmado que la llegada de los gitanos a España fue en el S. XV.

Yo no lo creo. Sólo se empieza a tener constancia de la presencia de los

gitanos en España, cuando estos ya suponen un incordio para los planes de

hegemonía cultural de los Reyes Católicos. Sin embargo, que no molestaran

no quiere decir que no existieran: con certeza hubo gitanos en Al-Ándalus y su

acceso a la península fue por el Magreb; la palabra “gitano” tan usada en

España viene de “tingitano”, es decir, procedente de Tingis, de Tánger.

Había gitanos en la orilla norte mediterránea bastante antes del S. XV y

especialmente en España, que fue la puerta de entrada de gitanos a Europa,

antes de que entraran por la vía bohemia desde Turquía y Balcanes. Incluso

existen indicios para pensar que ya había indo-cíngaros en el Mediterráneo en

el mismo S. XI, por muy inverosímil que parezca la posibilidad de migrar

desde el Punjab hasta Iberia en un lapso de tiempo tan breve. Hay un

testimonio hagiográfico llamado la Vida de San Jorge Anacoreta, que cuenta

como Constantino IX pidió los servicios de un misterioso pueblo procedente

del desierto llamado “singanois” que sabían cómo limpiar los alrededores

aldeanos de osos y lobos. Si los singanois de Constantino IX tienen o no tienen

relación con los cíngaros del desierto que vagan por el mundo desde la

penetración musulmana en la cuenca del Indo, es algo que quizás jamás

sabremos.
Yendo al punto que nos interesa, la tesis sobre el origen de la baraja es la

siguiente: los indo-cíngaros del Norte de África introdujeron el tarot por la

Península Ibérica, primero por Al-Ándalus y después por los reinos cristianos.

La baraja gitana original no sería un simple juego como tampoco un

instrumento de vulgar adivinación; sería un compendio de la sabiduría

indostaní drávida depositado en la casta baja expatriada del régimen

brahmánico. Se puede expresar con más claridad: la baraja española es el

último libro sapiencial de la espiritualidad de los sudras hindúes. ¿Libro? Sí,

libro. Mientras los libros de los pueblos semitas valoran la expresión verbal y

el pensamiento analítico sobre palabras, los libros de los pueblos indostaníes

valoran la expresión figurativa y la síntesis doctrinal sobre diagramas. Estos

diagramas se llaman en sánscrito “yantras”, y eso es lo que la baraja es, un

“yantra”, un diagrama de una doctrina metafísica. Es el libro de la

espiritualidad gitana indostaní.

Por estas peculiaridades, la baraja fue mal comprendida por las mayorías no

gitanas de la Península Ibérica. Los cristianos vieron en ella un “instrumento

del diablo” para la brujería más baja, y los paganos vieron en ella un divertido

juego para entretenerse en las tascas. Sin embargo, la baraja tuvo éxito entre

los no gitanos, y España fue el útero en donde se gestó una versión nueva del

juego, adoptando y asimilado formas y símbolos latinos, hebreos, árabes,

cristianos, paganos…Así nació una bellísima y rarísima obra de arte llamada

“baraja española”. Él éxito de este libro-juego fue arrollador en España, a


pesar de que tanto la ortodoxia musulmana, como los rabinos judíos y

después por supuesto la Santa Inquisición católica, jamás la vieron con buenos

ojos. La complejísima sociedad española aceptó un elemento extranjero y lo

hizo suyo con la introducción de símbolos de todas las religiones y

sensibilidades que circulaban por la Península Ibérica en aquella época. Es

inútil ver en la baraja una invención cristiana, o una invención judía, o una

invención musulmana… La “baraja española” es española.


Claves numerológicas y simbólicas de la baraja

Porque la discusión sobre la influencia de una u otra cultura en la baraja

resulta vana. El verdadero tarot no es judío ni cristiano ni musulmán ni

egipcio, sino anterior a todas las perspectivas etnocéntricas que se combaten

aún hoy entre ellas de uno modo bastante miserable. Si la baraja española aún

conserva su valor sagrado, es porque aun con el desgastante paso de los siglos,

ha sabido conservar una estructura simbólica y numerológica cimentada en un

conocimiento no étnico ni particular, sino tradicional y universal. Esa

estructura es la que nos interesa; no otra cosa. Esa estructura -se insiste- es

universal y expresa el dinamismo del proceso cosmológico en claves

numérico-geométricas universales. Por lo tanto, aunque existen variaciones

figurativas, el juego de la baraja es único desde la perspectiva de la estructura

simbólica del “juego divino”. Ya dijimos en “La Dimensión Sagrada del Juego”,

que ese “juego” en su dimensión humana no era otro que el “ajedrez”,

llamado en sánscrito “chaturanga” (chatur: cuatro; anga: miembros), y esa

estructura tetramórfica es la de la baraja aún hoy (“cuatro palos”: copas, oros,

espadas y bastos). Son “cuatro brazos” (anga es miembro, brazo, extremidad)

distribuidos en secuencias numéricas que parecerán variar en sus diferentes

formas; por ejemplo, en el tarot marsellés la escala es de 14 (10+4 figuras), en

la baraja francesa es de 13 (10+3 figuras) y en nuestra baraja es de 10 (7+3


figuras). No parece haber consenso y sin embargo lo hay. ¿Cuál es la clave

numerológica del juego de cartas?

Existe una serie de confusiones generalizadas con respecto a la numerología

del tarot extendida de forma más o menos inconsciente por los ocultistas del

S.XIX y los new-agers contemporáneos. Todas estas gentes no dudan en

atribuir un carácter “cabalístico” a todo lo que no comprenden. Por ejemplo,

los 22 arcanos mayores son vulgarmente identificados con las 22 letras del

alfabeto hebreo post-babilónico de forma completamente gratuita. (Esa es la

disculpa de los modernos: “Como no lo entendemos, deberá ser “cabalístico”, o

“egipcio” o más raro aún…” Es todo más sencillo: la clave numerológica de la

secuencia de los “cuatro palos” (anga: miembros, brazos) es la base decimal, tal

y como muestra de forma esquemática la maravillosa síntesis que encierra la

baraja española convencional (40 cartas= 4 x 10).

La base del juego de cuatro miembros es la decimal, que es la que usamos hoy

y la que usaron los rishis a los que les debemos todas nuestras matemáticas. No

es la base docenaria, ni la sexagesimal, tal y como les gustaría a los masones

fascinados por todo lo babilónico y egipcio. Tampoco con el número de letras

de un alfabeto étnico que ha cambiado al menos tres veces en los últimos tres

mil años. Es la decimal: una secuencia que parte de la unidad y que vuelve a

empezar con un grado más, cuando alcanza la decena. Ese es el ritmo

numérico de nuestro pensamiento y también es el ritmo de la manifestación

universal expresada en la forma de este juego.


Incluso la secuencia de arcanos mayores apartados en la baraja convencional,

respondería a esta sencilla estructura numerológica en base diez. El número 22

ha despistado a los estudiosos y ha dado pie a las charlatanerías judeo-

masónicas de los ocultistas y los new-agers. Sin embargo ese 22 no sería tal,

pues hay dos cartas definitivamente fuera del resto armonizado como

secuencia. Una de ellas ni tan si quiera está numerada (The Fool, Le Mat, El

Loco). Este arcano sólo ha sido numerado con el “cero” en versiones

delirantes y novísimas de tarots modernos, pero jamás se encontrará un tarot

francés viejo con “Le Mat” numerado, y tampoco en el primer juego completo

español del que se tiene registro detallado que data de 1736. Porque los sabios

que cuidaron las más antiguas versiones taróticas, no omitieron número a “El

Loco” por olvido u omisión: este arcano no forma parte de la secuencia de

arcanos mayores y dispone de un carácter especial. Hay otra carta con ese

mismo carácter y que de alguna forma supone ser su pareja: The World, Le

Monde, El Mundo. Este arcano sí está numerado (21), pero está aislado en la

secuencia siendo la única carta más allá de la veintena (XX romano) y, como

su nombre indica, expresa una culminación, un fin de manifestación, una

totalidad. De hecho, la carta en sí misma es un diagrama de la estructura

interna de la baraja como un todo, mostrando el esquema tetramórfico ya

visto. Porque el arcano XXI no es sino el complemento femenino del arcano

sin número, siendo éste masculino y mostrando un simbolismo claro que nos

indica el verdadero origen espiritual (no histórico) del juego de la baraja. Un


loco, itinerante y vagabundo (como muestra su ropa), en movimiento

dinámico, apoyado en un bastón con tres signos (recuérdese en sánscrito,

trishula), con elementos propios del teatro y la actuación cómica, y seguido por

un animal (recuérdese en sánscrito, pashupati) en contacto con el órgano

genital (recuérdese en sánscrito, lingam)… Absolutamente todo el simbolismo

de Le Mat remite a la imaginería shaiva, y si a esta sorprendente concordancia

se le une la complementariedad simbólica y sexual con “El Mundo”

representado como mujer desnuda (recuérdese en sánscrito, Shakti), se tendrá

certeza del antiquísimo origen de la baraja española, la cual sólo puede resultar

expresión de una espiritualidad drávida arcaica de la cual los gitanos fueron

depositarios hace demasiados años como para aventurarse a dar una hipótesis

histórica.
Identificados estos dos arcanos como símbolos sexuados de la

complementariedad cosmológica primigenia, como Shiva y Shakti, como eje

vertical y eje horizontal respectivamente, se puede comprobar la secuencia de

cartas mayores propiamente dicha: veinte, dos decenas divididas a su vez en

grupos de cinco. Esta estructura se deja ver en la numeración romana de los

juegos más antiguos (romana; no numeración hebrea ni arábica). Así, la serie

pentatónica del tarot se enumera I, II, III, IIII, sin cumplir la regla de

numeración romana en el IV, IX, XIV y XIX. El “cinco” es la clave que

divide la secuencia de cartas en cuatro grandes grupos de miembros de cinco

cartas, siendo los arcanos 5, 10, 15 y 20, las puertas simbólicas del diagrama

tetramórfico. Por lo tanto, la estructura interna de los arcanos mayores

taróticos es idéntica en proporción a la propia de las cartas menores, que a

posteriori y estilizadas, configurarán la baraja española tal y como usamos hoy

en el juego.
Esta estructura numerológica-decimal y simbólica-tetramórfica se conservó

con el paso de los años, encontrándose intacta en todos los juegos de naipes

inspirados en el original que, irremediablemente, desapareció para siempre.

Nadie sabe nada a ciencia cierta de cómo era el verdadero tarot en su

expresión figurativa. A lo largo de la Edad Media se desarrollaron diferentes

formas de tarot, algunos (por ejemplo, el marsellés) incluso conocidos hoy en

día. Con la aparición de la imprenta, los errores y caprichos de expresión se

establecieron y se extendieron en las diversas ediciones del tarot, para que ya

en el S.XIX y S. XX, de la arrogancia y de la estupidez de los ocultistas y los

new-agers, surgiera un número incontable de “tarotes”, todos ellos carentes de

valor tradicional alguno. Algunos de estos tarots personalizados y caprichosos,

ni tan si quiera conservan el esquema simbólico que sería la esencia de esta

eminente obra de arte que supone ser la baraja; los que conservan la estructura

numerológica, se desvían en figuraciones delirantes surgidas de autores

particulares profanos. Así, ya en la modernidad, el tarot se convirtió en un

instrumento bastante mal conservado de los más bajos y más despreciables

ejercicios adivinatorios, hasta tal punto que actualmente el vulgo identifica el

tarot con la charlatanería del adivino. Eso es el tarot hoy en el peor de los

casos.
Pero, en el mejor, el tarot se transformó en un sencillo juego de cartas. Y ese

es el caso que nos interesa aquí: la expresión del conocimiento tradicional

supo sobrevivir adaptando la forma de lo que hoy popularmente se conoce

como “baraja española”.

Los cuatro palos de la baraja española (oros, copas, espadas y bastos) son

cuatro elementos agrupados dos a dos en dos clasificaciones, al modo de los

cuatro elementos de la Física aristotélica divididos en “temperatura” y

“humedad”. Europa conoce esta teoría elemental por Aristóteles; no obstante,

esta teoría -una vez más- es india, pues la doctrina hindú de los mahabhutas es

mucho anterior y, aún hoy, se conserva mejor que la Física griega antigua. Los

mahabhutas indios son cinco, porque habría un quinto elemento llamado

akasha, que desapareció en las teorías griegas, y que reapareció en Occidente

bajo la forma de la quinta essentia de los alquimistas. El tarot, aunque en una

estructura de cuatro miembros, refleja ese quinto elemento central en la serie

de arcanos mayores encabezada por Le Mat. De hecho, en diversas barajas

europeas, la “quinta esencia” y la serie arcana mayor fue sintetizada en la

figura comodín o “Joker”, la cual guarda una filiación evidente con el arcano

sin número. Las relaciones de la estructura de la baraja con las doctrinas

cosmológicas hindúes nos llevarías a desarrollos inacabables que no pueden ni

tan si quiera iniciarse aquí, menos aun cuando muchas de esas

correspondencia simbólicas fueron introducidas en otro libro.


La secuencia de cada palo en la baraja convencional ha sido reducida a diez (7

menores y 3 figuras), a pesar de la numeración del uno al doce, resquicio sin

duda de la secuencia de la baraja anterior (9 menores y 4 figuras: paje, caballo,

reina y rey). La “reina” y el “paje” de la baraja se convirtieron en la “sota”, y la

secuencia se redujo a la practicidad y la sencillez del “diez” que, con toda

seguridad, es la clave numerológica del tarot gitano original (perdido para

siempre), como lo es incluso del tarot marsellés posterior.


Los dos modos de la secuencia (menores y figuras) responden a la doble

naturaleza (activa\pasiva) reflejada en todo proceso cosmológico, y en el

diagrama de la baraja desplegada se representan con el eje vertical y con el eje

horizontal respectivamente. Porque la estructura interna de la baraja muestra

un diagrama, muy parecido a un yantra. Y por ello, su centro y punto original

desde donde se traza el diagrama (recordemos: bindu) no es visible. En el tarot

que se conserva, se muestra como el arcano sin número; y en la baraja

española directamente desapareció y sólo es el hueco central del que parten las

cuatro secuencias de los cuatro miembros. Cada miembro es una unidad

integral (10 cartas) secuenciada y dinamizada por la triada de figuras (que

como ya se explicó, están representadas sobre el eje horizontal, es decir,

perpendiculares a la secuencia de cartas menores). Esta rítmica configura en el

plano una cruz de extremidades iguales en rotación con proporción 4(7+3) y

esta misma dinámica se puede encontrar no sólo en la baraja española, sino

también en elementos arquitectónicos y artísticos del noroeste indostaní de

donde proviene el pueblo gitano. El arte hindú conoce bien este diagrama y es

fácil de encontrar esta rueda (en sánscrito, chakra) un poco en todas partes:

desde los resquicios hindúes del Pakistán hasta los templos de Ceilán, pasando

por el centro de esta corriente espiritual, Varanasi, en donde se puede ver esta

rueda en los más diversos lugares como templos y universidades. Y no sólo en

el arte hindú; la misma cruz se encontrará en los restos arqueológicos de


civilizaciones drávidas anteriores a la invasión indoaria que daría pie a la India

histórica.

Se trata de “La Rueda de los Cuatro Brazos” , literalmente en sánscrito

llamada chaturanga-chakra; o si se prefiere usar la voz ya tan popularizada, nos

estamos refiriendo a la esvástica.

www.ibnasad.com Enero 2012

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