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LA HISTORIA COMPARTIDA

ENTRE LA IGLESIA Y LA
PATRIA ARGENTINA

Cata de Siena
La historia compartida entre la Iglesia y la Patria Argentina.
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“La Ciudad será salva si algún justo la habita,


si el Ángel que la abraza no rinde su ballesta,
o un abril imprevisto nos cubra de banderas
la semántica antigua de la palabra gesta.”

Antonio Caponetto

“Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la


Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el
primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo-Jesús”

Me he subido a los hombros de gigantes de la fe y el pensamiento para intentar


cumplir el encargo de contar cómo la presencia de María tiñe de celeste y blanco tanto
nuestra amada bandera como nuestra historia entera como Patria, que ruego todos los días
sea una página de la historia de la salvación. El padre Leonardo Castellani, el gran jesuita
argentino, se refería a la Patria como el gran amor primero y postrero. En estos días vemos
que no se cumple su sentencia que afirmaba que a la Iglesia en nuestros pagos le iba bien
cuando al país le iba mal y viceversa. Ambos, Iglesia y Estado Argentino, se encuentran en
un berenjenal de imposible solución de no mediar la Providencia. Coincidimos con San
Agustín en el diagnóstico del mal que aqueja a ambas instituciones: todo hombre que no
cree en Cristo está extraviado buscando su Patria, pero no sabe por dónde ir ni conoce
dónde se halla.

Un poco de historia: El Imperio Español y las provincias de ultramar.

Desde aquel lejano día en que Alejandro VI concediera a sus majestades Fernando II
de Aragón e Isabel I de Castilla la potestad sobre las nuevas tierras descubiertas navegando
hacia el oriente, nuestra identidad se comenzó a tejer con los colores del manto de María.
Juan Díaz de Solís pagó con su vida las órdenes del rey Fernando (..secreto é que ninguno
sepa que Yo mando dar dineros para ello, ni tengo parte en el viaje ...) Unos años más tarde,
las corrientes civilizadoras desde el Virreinato del Perú y la Capitanía General de Chile
daban origen a las ciudades de Santiago del Estero (1553), San Miguel de Tucumán (1565),
Córdoba (1573), Salta (1582), San Fernando del Valle de Catamarca (1683), Todos los
Santos de la Nueva Rioja (1591), Mendoza (1561), San Juan (1562) y San Salvador de Jujuy
(1593). Todas ellas fundadas invocando la protección de María Santísima y un santo
patrono, aplicación práctica del dogma de la sanctorum Dei communio . La organización
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urbana ovandina, formulada en 1502 para las misiones de colonización por Fray Nicolás de
Ovando, promovió el ejercicio de la soberanía efectiva sobre los territorios conquistados a
través de la repartición de tierras, estimulación del mestizaje, elección de alcaldes y
mejoramiento de vida por mérito y trabajo de quienes habían sido beneficiados en el
reparto. Todas las ciudades se establecieron bajo el modelo del castrum romano, que
consistía en calles rectas y continuas, manzanas cuadradas o rectangulares, una Plaza
Mayor o de Armas como centro de la vida urbana, una Iglesia Mayor o Catedral, orientada
de forma específica y exenta o separada, y un ayuntamiento situado en la Plaza de Armas.
Las iglesias se transformaron así en el corazón de los pueblos. Todas las calles del trazado
urbano terminaban en ellas, que marcaban los ritmos del trabajo, las comidas y la oración
con los días de precepto, las misas diarias y las campanadas. Alguna vez hablamos sobre
cómo repoblar nuestro enorme país para crecer y prosperar siguiendo este modelo de
ordenamiento urbano, antiquísimo pero de eficacia probada.

¿Y los “originarios”?

La Bula del Papa Paulo III Sublimis Deus de 1537 declaró a los indígenas hombres
con todos los efectos y capacidades de cristianos, hecho que determinó un enorme
contraste entre los resultados del esfuerzo civilizador español y la conquista la anglosajona
y francesa en América. Esos resultados los comprobamos hoy en la presencia de rostros
morenos y apellidos españoles que conforman la inmensa mayoría de la población de
nuestro país. En el Imperio Español la unidad social se logró mediante la unidad en la Fe de
la Iglesia Católica y el uso del castellano como lengua común. Todos hijos de una misma
Madre y hablando el mismo idioma.
Los matrimonios mixtos fueron permitidos desde 1514 bajo la cobertura legal de la
Real Cédula de Fernando el Católico: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan,
como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con
naturales de estos nuestros reinos, o españoles nacidos en latí Indias, y que en esto no se
les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o por
Nos fuera dada pueda impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con
españoles o españolas. y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren,
y nuestras audiencias procuren que así se guarde y cumpla” (Recogida en la Recopilación
de Leyes de las Indias de 1680, Ley 2º Tit. 1º Libro VI). En 1556 Felipe II reiteró esta Real
Cédula de su abuelo.
Mediante la Cédula Real de 20 de junio de 1500, la reina Isabel ordenó poner en
libertad a todos los indios vendidos hasta ese momento en España y decretó su regreso a
América en la flota de Bobadilla, quien apresó y juzgó, por encargo de los reyes, a Cristóbal
Colón, para seguidamente trasladarlo con grilletes a España. La esclavitud fue abolida en el
Imperio Español y en sus provincias por la citada cédula. La última voluntad que la Reina

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Isabel la Católica en su testamento (1504) fue: “… y no consientan ni den lugar a que los
indios vecinos y moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban
agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden, que sean bien y justamente tratados,
y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean de manera, que no se exceda cosa
alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es mandado…”. Con el
tiempo, se instituyeron el requerimiento y la encomienda, luego fulminados por Carlos V
mediante sus Leyes Nuevas de 1542. El objetivo y eje de América hispana y de Argentina
en particular fue siempre la evangelización bajo el manto de María Santísima. No nos hemos
comportado como hermanos ni como santos, pero la intención fundacional era esa y fue
acertada.

El Virreinato del Río de la Plata.

“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre é Hijo y Espíritu Santo, tres personas
y un solo Dios verdadero, que vive y reyna por siempre jamás amen, y de la gloriosísima
Virgen Santa María, su madre, y de todos los santos y santas de la corte del cielo, yo Juan
García Garay, teniente de Governador y Capitan General y Justicia mayor y alguacil mayor
en todas estas provincias…” Con estas palabras comienza el acta de fundación de Buenos
Aires de 1580. Fue la definitiva, luego de los intentos fallidos de Solís y don Pedro de
Mendoza, quien el 3 de febrero de 1536 había establecido la ciudad de la Santísima Trinidad
y el puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, trasladada luego a Asunción. El territorio
de Argentina no estaba ni remotamente tan poblado como el de las otras provincias
españolas de ultramar. Lo habitaban indígenas de etnias nómades y dispersas carecientes
de una cosmogonía organizada. La población de todo el territorio pasó, en menos de
cincuenta años, a ser enteramente cristiana y católica por medio de la evangelización y la
conversión voluntarias (a veces no tanto, pero era el precio a pagar para ser integrado en
la sociedad).

La religión marcó a fuego los ritmos de la vida cotidiana, la organización política y


social y hasta los detalles mínimos, como el saludo que aún hoy escuchamos en el campo
(“Ave María Purísima”, al que se contesta “Sin pecado concebida”). El territorio nacional se
organizó en provincias y diócesis. En principio fueron dos: la provincia del Río de la Plata
y Paraguay y la provincia del Tucumán; en 1617, la primera se dividió en las provincias del
Río de la Plata y del Paraguay. A cada provincia le correspondió una diócesis, bajo el mando
de un obispo. Los obispos dedicaron sus esfuerzos a cubrir los cargos de párrocos, controlar
el cumplimiento de sus deberes y su moralidad, y promover la evangelización de los
indígenas. Para cumplir más eficazmente con esta obra ímproba promovieron el
establecimiento de órdenes religiosas, debido q que los sacerdotes seculares no mostraban
gran interés por abandonar la vida en España para trasladarse a hacer patria y quizás

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perder el pellejo en tierras tan lejanas. Las principales fueron los franciscanos, los jesuitas
y los mercedarios. Si bien no registraron grandes éxitos evangelizadores entre la población
de mayor edad, pronto descubrieron que la clave para ganar las almas era la educación y se
concentraron en la primaria y la catequesis de los niños criollos. A lo largo del siglo XVII se
generalizó el modelo del curato rural, en el que los curas párrocos ejercían como casi única
autoridad en los pueblos de campaña. Una de sus funciones más importante —aunque por
detrás de la administración de los sacramentos y la celebración de la misa— era enseñar a
los niños a leer y escribir, a rezar y hacer cuentas básicas, mal que le pese a quienes creen
que la escuelas existen por obra y gracia del ateo Sarmiento. El sistema educativo se basaba
sobre la repetición oral de lo que se les enseñaba, bajo la mirada de los curas maestros. Este
modelo, con leves variantes, siguió casi hasta nuestros días. Vaya el recuerdo agradecido a
mis maestras monjas españolas, refugiadas en Argentina luego de la persecución religiosa
en España.

El legado de estos primeros religiosos se aprecia aún hoy en instituciones educativas


que siguen funcionando, como el Colegio Nacional de Monserrat en Córdoba, fundado por
los jesuitas en 1687 bajo el nombre de Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de
Monserrat y la Librería Grande —hoy Biblioteca Mayor— que llegaría a contar con más de
cinco mil volúmenes. Un atisbo del brillo de la primera cultura católica en América aún se
puede apreciar en las ruinas de las treinta misiones jesuitas guaraníes y las pocas misiones
franciscanas que se localizaron en los actuales territorios de Argentina, Paraguay y Brasil,
cerca de los más importantes ríos que conforman la cuenca del Plata, el río Paraná y el río
Uruguay (cómo quisiera explayarme sobre este tema, pero no ahora puedo).

El primer intento de fundar una universidad en Potosí se realizó con Universidad de


La Plata (de Charcas o de Chuquisaca), en Sucre, Bolivia, fundada por Real Cédula del 11 de
julio de 1552. Esta universidad nunca llegó a instalarse plenamente. En 1613 se
establecería la Pontificia Universidad de Córdoba. Esta casa de altos estudios perdura hasta
hoy habiendo sido cedida a la autoridad civil. Actualmente es la Universidad Nacional de
Córdoba. Su establecimiento tuvo el objetivo de velar por la sana doctrina y la correcta
instrucción del clero de la región, quienes recibían títulos doctorales en Teología, Filosofía
y Derecho Canónico. Con el tiempo, también se formaron en ella los funcionarios públicos.
Los estudiantes que desearan estudiar derecho debían hacerlo en la Universidad de
Chuquisaca, fundada —también por los jesuitas— en 1624.

En 1750 el rey de España y el de Portugal firmaron el Tratado de Permuta, por el


cual España cambiaba la Colonia del Sacramento por una amplia zona al este del río
Uruguay. La corona española ordenó a los jesuitas trasladar a los indígenas al oeste del río.
Pese al esfuerzo de los jesuitas, los indígenas se negaron a trasladarse, y en 1754
enfrentaron a los portugueses y españoles en la llamada guerra Guaranítica, en que los
guaraníes fueron masacrados y sus pueblos parcialmente destruidos. La anulación del
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tratado devolvió esa región a España, pero la Corona consideró desde entonces muy
peligrosa la rebelión, acusando además a los jesuitas de haberla promovido. Por esa razón,
y por otros conflictos entre la organización jesuita y la voluntad absolutista del rey Carlos
III, en 1767, y sin aviso previo, todos los jesuitas del imperio español fueron arrestados y
expulsados. Como resultado, 2630 jesuitas tuvieron que dejar Iberoamérica, lo que
significó un terrible golpe a nivel cultural y económico, ya que la inmensa mayoría de las
instituciones educativas del territorio estaban a cargo de ellos como profesores. Los
territorios en poder de los jesuitas y sus bienes pasaron al dominio real y luego fueron
subastados por las juntas de Temporalidades. La mayor parte de sus casas de estudios,
incluida la Universidad de Córdoba y las misiones, pasaron a ser administradas por los
franciscanos bajo cuyo mando languidecieron, y luego a administradores estatales.

La revolución y el quiebre de la tradición católica.

La Revolución de Mayo marcó un quiebre definitivo con la cultura católica en


nuestro país. Trajo como frutos la guerra contra la antigua metrópoli y la declaración de
independencia. La cultura se secularizó y las relaciones con la Santa Sede, hasta entonces
mediatizadas por España, se cortaron abruptamente. Las tres sedes episcopales locales
quedaron vacantes en poco tiempo. Los obispos del virreinato se pronunciaron en contra
de la Revolución: Benito Lué, de Buenos Aires, dirigió la resistencia, lo mismo hizo Rodrigo
de Orellana, de Córdoba, y Videla del Pino, de Salta, quien apoyó a los realistas. Como
resultado, los tres fueron fuertemente limitados en su autonomía y se les prohibió predicar
y confesar. Orellana fue condenado a morir fusilado junto al ex virrey Santiago de Liniers
(héroe de la Reconquista, firme y honesto patriota y defensor de la Fe), y sus compañeros
por la Primera Junta de Gobierno, pero no fue ejecutado. Lo enviaron a prisión y luego huyó
a España. Desde entonces, y hasta 1830, no hubo ningún obispo en el territorio rioplatense.
Las tres diócesis se vieron obligadas a administrarse a sí mismas como sedes vacantes,
quedando en manos de los cabildos eclesiásticos.

La Santa Sede tomó partido por el bando realista y se negó a mantener cualquier
relación con los gobiernos independentistas de América. La Asamblea del Año XIII suprimió
los Tribunales de la Santa Inquisición en todo el territorio y declaró que no reconocería a
ninguna autoridad eclesiástica residente fuera del territorio de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Esta declaración tendía al establecimiento de una iglesia de tipo nacional
cuya cabeza fuera la autoridad política, al estilo de las iglesias protestantes europeas. No
nos asombra en absoluto, considerado el protagonismo de Inglaterra en el financiamiento
de los ejércitos revolucionarios.

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En 1816, el Congreso de Tucumán ordenó enviar diputados ante la Santa Sede para
cortar con la incomunicación con Roma, pero el papa Pío VII, que en enero de ese año en
la encíclica Etsi Longissimo Terrarum había declarado su oposición a la independencia
hispanoamericana, se mantuvo contrario a cualquier contacto que no fuera a través de
EspañaEsta separación se prolongó y profundizó, no sin chispazos de fidelidad a María
Santísima. Entre estos chispazos destacamos a tres protagonistas: Santiago de Liniers (ya
mencionado), Manuel Belgrano, y Facundo Quiroga.
Manuel Belgrano eligió para la bandera nacional los colores del rey español Carlos
III de Borbón quien, devoto de la Virgen María en su Inmaculada Concepción, tomó el
celeste y blanco de su Real y Distinguida Orden Española. Facundo Quiroga consideró lesivo
a la Iglesia católica el tratado realizado por el gobierno de Buenos Aires (como encargado
de las relaciones exteriores del conjunto de las Provincias Unidas) con Gran Bretaña, por el
cual se establecía la libertad religiosa. Decidió tomar partido en la lucha entre unitarios —
partidarios de un gobierno central y liberal fuerte establecido en Buenos Aires— y
federales. En más de una oportunidad llevó al frente de sus tropas una bandera negra con
la inscripción "Religión o Muerte", como manifestación de oposición a la política religiosa
liberal anglófila. Facundo era un devoto cristiano católico que todos los días leía la Biblia.
Su director espiritual era fray Pedro Ignacio de Castro Barros, quien había sido diputado
por el cabildo de La Rioja durante el Congreso de Tucumán en el año 1816. Todos sabemos
cómo terminó su intento de hacer que nuestro país volviera a la fe.

La organización nacional.

La tendencia se revertiría en parte (y de manera no del todo sana) con la asunción


al poder de Juan Manuel de Rosas. Rosas entendió que la forma de ganar el corazón de los
criollos era volver a su Madre. Terminó la obra de la Catedral de Buenos Aires y edificó las
de Basílica de San José de Flores y Nuestra Señora de Balvanera. Decretó honores,
distinciones y prerrogativas al obispo, prohibió la venta de libros que ofendieran la moral
católica, devolvió su convento a los dominicos e impuso la enseñanza de la doctrina
cristiana. Invitó a instalarse en Buenos Aires a la Compañía de Jesús tras casi setenta años
de ausencia, y les permitió abrir un colegio en la capital y en varias provincias.
Lamentablemente, se excedió y confundió su celo, impuso un fuerte control sobre la curia
y la obligó a llevar distintivos federales. Su imagen personal fue exhibida en las iglesias
junto con las de los santos, de modo que utilizó la fe para sacralizar su propio poder
personal. La oposición de los jesuitas al estilo autoritario del gobierno llevó a una nueva
expulsión de la Compañía de en 1841.

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Una vez depuesto Rosas y promulgada la Constitución Nacional durante la


presidencia de Urquiza, se restableció el patronato como medio de reconocer los bienes
cedidos por la Iglesia al Estado. El segundo artículo proclama el sostén del culto Católico
Apostólico Romano, pero se admitió la libertad de cultos con el objeto de establecer
soberanía efectiva en el territorio mediante la afluencia de todos los hombres de buena
voluntad que quisieran habitar el suelo argentino. El artículo 76, establecía que “para ser
elegido presidente o vicepresidente de la Nación, se requiere (...) pertenecer a la comunión
Católica Apostólica Romana...”. Este requisito fue eliminado por la reforma de 1994; el
actual artículo 89° no lo contempla.

Las relaciones entre la Iglesia y la Patria otra vez se vieron entorpecidas durante la
llamada Generación del 80, en la que el Partido Autonomista Nacional, de clara orientación
liberal y anglófila, mantuvo una furiosa postura anticlerical sostenida, entre otros, por
Mitre, Sarmiento y Roca, que devino en la separación efectiva y permanente de la Iglesia
Católica y el Estado. Durante la primera presidencia de Roca se sancionaron las leyes de
Registro y Matrimonio Civil, se secularizaron los cementerios y, tras la celebración del
primer Congreso Pedagógico Nacional en 1884, se sancionó la Ley General de Educación Nº
1.420, que estableció la obligatoriedad, laicismo y gratuidad de la educación primaria,
prohibiéndose a las escuelas públicas impartir educación religiosa. Finalmente, durante la
segunda presidencia de Roca se restablecieron las relaciones diplomáticas plenas, y se
volvió al sistema de convivencia de patronato. En ese tiempo las órdenes religiosas
perseguidas por el liberalismo imperante en Europa encontraron buena recepción en
nuestro país. Volvieron a instalarse los jesuitas y comenzaron su acción evangelizadora los
vicentinos, los salesianos, los terciarios franciscanos, las Hermanas de María Auxiliadora y
los maristas.

El sentimiento anticlerical fue creciendo a medida que también se definían las


principales corrientes políticas argentinas. Hipólito Irigoyen y Alvear fueron anticatólicos,
imprimiendo hasta hoy ese sentimiento en el radicalismo. Las relaciones mejoraron
levemente durante los gobiernos conservadores y el primer gobierno del Perón. Este clima
de armonía se vería afectado para siempre en su segundo gobierno, cuando se produjo la
ruptura motivada por medidas como la supresión de la enseñanza religiosa y la sanción de
la ley de divorcio vincular. Varios ministros renunciaron por objeción de conciencia, hubo
sacerdotes perseguidos y expulsados, marchas multitudinarias y – horror de horrores- una
noche aciaga de quema de templos. La Iglesia, esta vez, no perdonó: promovió la fundación
del Partido Demócrata Cristiano y prestó apoyo a los golpistas. Una vez lograda la
deposición de Perón sentenció su excomunión. Ocho años más tarde, ya calmas las
pasiones, fue absuelto.

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Luego vendría el tire y afloje de sucesivos gobiernos como el de Frondizi, que desató
el conflicto por la educación laica o libre e Illia, quien confiriera absoluta potestad a la
Iglesia para la designación de sus dignatarios locales.

La escalada del terrorismo marxista durante el tercer gobierno de Perón y la


presidencia de María Estela Martínez promovió el asesinato sistemático de personalidades
católicas destacadas. El Papa Pío XI había tachado de intrínsecamente perversos al
comunismo y al socialismo. La defensa de la Fe les costó la vida a católicos de ley como
Jordán Bruno Genta, Carlos Alberto Sacheri y Raúl Alberto Amelong.

Durante los gobiernos militares, la relación estuvo teñida de ambigüedad: por una
parte la Iglesia ofreció su mediación para solucionar conflictos internacionales decisivos
para la Nación (recordemos la intervención del cardenal Antonio Samoré en el diferendo
con Chile por el canal de Beagle (1979) y la visita del papa Juan Pablo II durante la Guerra
de Malvinas) y por otra parte la jerarquía soslayó los hechos de violencia que tuvieron como
objetivo a sacerdotes y religiosas seguidores de la teología de la liberación, corriente de
inspiración marxista. No quisiera dejar este período de nuestra historia sin mencionar la
valentía del Padre Castellani, que intercedió personal y públicamente ante Jorge Rafael
Videla por el periodista Haroldo Conti.

Una vez restablecida la democracia, volvemos al enfrentamiento con el gobierno


radical de Raúl Alfonsín. El obispo Emilio Ogñenovich se opuso férreamente a la ley de
divorcio vincular finalmente promulgada y la tensión fue escalando hasta 1987, cuando el
entonces presidente cometió el desatino de subirse al púlpito para replicar la homilía de
monseñor José Miguel Medina, quien había criticado su gestión.

Durante los gobiernos de Menem y de Duhalde se impusieron el pragmatismo y el


cese de hostilidades. Esta corriente cambió paulatinamente en los períodos de gobierno del
matrimonio Kirchner, llegando a puntos álgidos con la sanción de la Ley 26.618 de
matrimonio igualitario, y la caracterización del aborto como no punible en casos de niños
concebidos como resultado de una violación. En el mismo fallo del año 2012 la Corte emitió
un mandato a los gobiernos provinciales para que elaboraran un protocolo de interrupción
legal del embarazo. La asunción de Jorge Mario Bergoglio al Papado y su apoyo explícito
tanto al gobierno como a la persona de Cristina Fernández produjo efectos negativos tanto
para la sociedad como para la Iglesia, tiñendo de sospechas de traición, fraude y
malversación la gestión de ambos.

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Cambiemos

Mientras termino de escribir, vienen a mi mente dos imágenes: la participación de


Mauricio Macri en la Santa Misa de Clausura del XI Congreso Eucarístico Nacional y otra,
desgarradora, de un pobre niñito agonizando durante 10 horas luego de haber nacido vivo
y ser abandonado tras la aplicación del protocolo de aborto no punible. De todos los dolores
que sin duda calaron el alma de la Inmaculada durante este largo relato, el crimen de
inocentes fomentado por el anterior gobierno es sin duda el peor. A esta herida se suma la
ignominia de haber endeudado a nuestro país en ingentes sumas que pagarán justos por
pecadores al solo efecto de implementar con ellas políticas de educación sexual tendientes
a la corrupción de menores usando como arma la instrucción pública. Ambos pecados (el
asesinato de inocentes y el escándalo a los niños) claman al cielo pero no han sido hasta el
momento denunciados clara y firmemente por la jerarquía eclesial católica. La resistencia
(que gracias a Dios existe y es muy activa) está en manos de laicos, miembros de otras
denominaciones religiosas y personas y organizaciones civiles no confesionales.

Fernández al cuadrado.

En estos días hemos presenciado con asombro y disgusto las idas y vueltas entre el
gobierno y la Iglesia. Que si la deuda, que si el aborto... Kicillof y Guzmán usando como
plataforma el ámbito eclesiástico, Mons. Sánchez Sorondo dando la comunión alegremente
al adúltero abortero del presidente y su concubina, sin la menor reserva con respecto a la
salvación del alma de los tres....

Es menester recordar aquí que el segundo de los Ilegítimos Títulos emitidos por Fr
Francisco de Vitoria relativo al poder temporal de Su Santidad: El Papa tampoco es dueño
del mundo. Y su contracara, en el cuarto de sus Justos Títulos: sólo debe intervenir cuando
se verifiquen delitos contra natura. Así es que no es potestad del Papa intervenir en la
política interna de Argentina, pero sí está obligadísimo a velar porque en nuestra Patria no
se sancionen leyes que autoricen la ejecución de delitos monstruosos como el aborto, la
eutanasia y abusos infantiles como los previstos por quienes militan por la obligatoriedad
de la educación sexual infantil en el marco de la ideología de género.

Mirando estas señales, nos preguntamos con el Padre Castellani "¿Podría haber
apostasía del mundo (agrego yo, en Argentina), si no hubiese porquería en la Iglesia? Si la
Iglesia fuera hermosa, atraería necesariamente y no repelería. Y sería hermosa si estuviese
limpia"

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Conclusión.

Hemos repasado a vuelapluma cómo la historia de Argentina está teñida por la


Iglesia. Y en este particular momento, tanto nuestra Patria como la Iglesia están sufriendo
a manos de mentirosos, delincuentes, fariseos... y a manos de nosotros, los tibios, los que
por corrección política o pretendida elegancia nos abstenemos de la confrontación y la
pelea, siendo que nos asisten los principios de la guerra justa y legítima. Nuestros enemigos
vienen por nuestros hijos nacidos y por nacer y nuestros padres enfermos. No necesitamos
buscar otras causas para resistir y combatir, ésas son más que suficientes.

"Siempre se puede amar a la patria, por fea, sucia y enferma que ande; y así amó
Cristo a su nación, que era "una cosa de Dios" literalmente, y que por propia culpa estaba
por dejar de serlo; de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue
conminación y consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino
amenazas, desde el borde abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró
sobre ella."

Así nos habló el Padre Castellani. Así también nos lo recordó en su momento el Padre
Ezcurra. Dios y María Santísima nos acompañen y nos den fuerzas para resistir la maldad y
llevar a nuestra gran nación a su recompensa eterna.

Viva La Patria
Viva Cristo Rey.

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