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ENTRE LA IGLESIA Y LA
PATRIA ARGENTINA
Cata de Siena
La historia compartida entre la Iglesia y la Patria Argentina.
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Antonio Caponetto
Desde aquel lejano día en que Alejandro VI concediera a sus majestades Fernando II
de Aragón e Isabel I de Castilla la potestad sobre las nuevas tierras descubiertas navegando
hacia el oriente, nuestra identidad se comenzó a tejer con los colores del manto de María.
Juan Díaz de Solís pagó con su vida las órdenes del rey Fernando (..secreto é que ninguno
sepa que Yo mando dar dineros para ello, ni tengo parte en el viaje ...) Unos años más tarde,
las corrientes civilizadoras desde el Virreinato del Perú y la Capitanía General de Chile
daban origen a las ciudades de Santiago del Estero (1553), San Miguel de Tucumán (1565),
Córdoba (1573), Salta (1582), San Fernando del Valle de Catamarca (1683), Todos los
Santos de la Nueva Rioja (1591), Mendoza (1561), San Juan (1562) y San Salvador de Jujuy
(1593). Todas ellas fundadas invocando la protección de María Santísima y un santo
patrono, aplicación práctica del dogma de la sanctorum Dei communio . La organización
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urbana ovandina, formulada en 1502 para las misiones de colonización por Fray Nicolás de
Ovando, promovió el ejercicio de la soberanía efectiva sobre los territorios conquistados a
través de la repartición de tierras, estimulación del mestizaje, elección de alcaldes y
mejoramiento de vida por mérito y trabajo de quienes habían sido beneficiados en el
reparto. Todas las ciudades se establecieron bajo el modelo del castrum romano, que
consistía en calles rectas y continuas, manzanas cuadradas o rectangulares, una Plaza
Mayor o de Armas como centro de la vida urbana, una Iglesia Mayor o Catedral, orientada
de forma específica y exenta o separada, y un ayuntamiento situado en la Plaza de Armas.
Las iglesias se transformaron así en el corazón de los pueblos. Todas las calles del trazado
urbano terminaban en ellas, que marcaban los ritmos del trabajo, las comidas y la oración
con los días de precepto, las misas diarias y las campanadas. Alguna vez hablamos sobre
cómo repoblar nuestro enorme país para crecer y prosperar siguiendo este modelo de
ordenamiento urbano, antiquísimo pero de eficacia probada.
¿Y los “originarios”?
La Bula del Papa Paulo III Sublimis Deus de 1537 declaró a los indígenas hombres
con todos los efectos y capacidades de cristianos, hecho que determinó un enorme
contraste entre los resultados del esfuerzo civilizador español y la conquista la anglosajona
y francesa en América. Esos resultados los comprobamos hoy en la presencia de rostros
morenos y apellidos españoles que conforman la inmensa mayoría de la población de
nuestro país. En el Imperio Español la unidad social se logró mediante la unidad en la Fe de
la Iglesia Católica y el uso del castellano como lengua común. Todos hijos de una misma
Madre y hablando el mismo idioma.
Los matrimonios mixtos fueron permitidos desde 1514 bajo la cobertura legal de la
Real Cédula de Fernando el Católico: “Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan,
como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con
naturales de estos nuestros reinos, o españoles nacidos en latí Indias, y que en esto no se
les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o por
Nos fuera dada pueda impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con
españoles o españolas. y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren,
y nuestras audiencias procuren que así se guarde y cumpla” (Recogida en la Recopilación
de Leyes de las Indias de 1680, Ley 2º Tit. 1º Libro VI). En 1556 Felipe II reiteró esta Real
Cédula de su abuelo.
Mediante la Cédula Real de 20 de junio de 1500, la reina Isabel ordenó poner en
libertad a todos los indios vendidos hasta ese momento en España y decretó su regreso a
América en la flota de Bobadilla, quien apresó y juzgó, por encargo de los reyes, a Cristóbal
Colón, para seguidamente trasladarlo con grilletes a España. La esclavitud fue abolida en el
Imperio Español y en sus provincias por la citada cédula. La última voluntad que la Reina
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Isabel la Católica en su testamento (1504) fue: “… y no consientan ni den lugar a que los
indios vecinos y moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban
agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden, que sean bien y justamente tratados,
y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean de manera, que no se exceda cosa
alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es mandado…”. Con el
tiempo, se instituyeron el requerimiento y la encomienda, luego fulminados por Carlos V
mediante sus Leyes Nuevas de 1542. El objetivo y eje de América hispana y de Argentina
en particular fue siempre la evangelización bajo el manto de María Santísima. No nos hemos
comportado como hermanos ni como santos, pero la intención fundacional era esa y fue
acertada.
“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre é Hijo y Espíritu Santo, tres personas
y un solo Dios verdadero, que vive y reyna por siempre jamás amen, y de la gloriosísima
Virgen Santa María, su madre, y de todos los santos y santas de la corte del cielo, yo Juan
García Garay, teniente de Governador y Capitan General y Justicia mayor y alguacil mayor
en todas estas provincias…” Con estas palabras comienza el acta de fundación de Buenos
Aires de 1580. Fue la definitiva, luego de los intentos fallidos de Solís y don Pedro de
Mendoza, quien el 3 de febrero de 1536 había establecido la ciudad de la Santísima Trinidad
y el puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, trasladada luego a Asunción. El territorio
de Argentina no estaba ni remotamente tan poblado como el de las otras provincias
españolas de ultramar. Lo habitaban indígenas de etnias nómades y dispersas carecientes
de una cosmogonía organizada. La población de todo el territorio pasó, en menos de
cincuenta años, a ser enteramente cristiana y católica por medio de la evangelización y la
conversión voluntarias (a veces no tanto, pero era el precio a pagar para ser integrado en
la sociedad).
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perder el pellejo en tierras tan lejanas. Las principales fueron los franciscanos, los jesuitas
y los mercedarios. Si bien no registraron grandes éxitos evangelizadores entre la población
de mayor edad, pronto descubrieron que la clave para ganar las almas era la educación y se
concentraron en la primaria y la catequesis de los niños criollos. A lo largo del siglo XVII se
generalizó el modelo del curato rural, en el que los curas párrocos ejercían como casi única
autoridad en los pueblos de campaña. Una de sus funciones más importante —aunque por
detrás de la administración de los sacramentos y la celebración de la misa— era enseñar a
los niños a leer y escribir, a rezar y hacer cuentas básicas, mal que le pese a quienes creen
que la escuelas existen por obra y gracia del ateo Sarmiento. El sistema educativo se basaba
sobre la repetición oral de lo que se les enseñaba, bajo la mirada de los curas maestros. Este
modelo, con leves variantes, siguió casi hasta nuestros días. Vaya el recuerdo agradecido a
mis maestras monjas españolas, refugiadas en Argentina luego de la persecución religiosa
en España.
tratado devolvió esa región a España, pero la Corona consideró desde entonces muy
peligrosa la rebelión, acusando además a los jesuitas de haberla promovido. Por esa razón,
y por otros conflictos entre la organización jesuita y la voluntad absolutista del rey Carlos
III, en 1767, y sin aviso previo, todos los jesuitas del imperio español fueron arrestados y
expulsados. Como resultado, 2630 jesuitas tuvieron que dejar Iberoamérica, lo que
significó un terrible golpe a nivel cultural y económico, ya que la inmensa mayoría de las
instituciones educativas del territorio estaban a cargo de ellos como profesores. Los
territorios en poder de los jesuitas y sus bienes pasaron al dominio real y luego fueron
subastados por las juntas de Temporalidades. La mayor parte de sus casas de estudios,
incluida la Universidad de Córdoba y las misiones, pasaron a ser administradas por los
franciscanos bajo cuyo mando languidecieron, y luego a administradores estatales.
La Santa Sede tomó partido por el bando realista y se negó a mantener cualquier
relación con los gobiernos independentistas de América. La Asamblea del Año XIII suprimió
los Tribunales de la Santa Inquisición en todo el territorio y declaró que no reconocería a
ninguna autoridad eclesiástica residente fuera del territorio de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Esta declaración tendía al establecimiento de una iglesia de tipo nacional
cuya cabeza fuera la autoridad política, al estilo de las iglesias protestantes europeas. No
nos asombra en absoluto, considerado el protagonismo de Inglaterra en el financiamiento
de los ejércitos revolucionarios.
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En 1816, el Congreso de Tucumán ordenó enviar diputados ante la Santa Sede para
cortar con la incomunicación con Roma, pero el papa Pío VII, que en enero de ese año en
la encíclica Etsi Longissimo Terrarum había declarado su oposición a la independencia
hispanoamericana, se mantuvo contrario a cualquier contacto que no fuera a través de
EspañaEsta separación se prolongó y profundizó, no sin chispazos de fidelidad a María
Santísima. Entre estos chispazos destacamos a tres protagonistas: Santiago de Liniers (ya
mencionado), Manuel Belgrano, y Facundo Quiroga.
Manuel Belgrano eligió para la bandera nacional los colores del rey español Carlos
III de Borbón quien, devoto de la Virgen María en su Inmaculada Concepción, tomó el
celeste y blanco de su Real y Distinguida Orden Española. Facundo Quiroga consideró lesivo
a la Iglesia católica el tratado realizado por el gobierno de Buenos Aires (como encargado
de las relaciones exteriores del conjunto de las Provincias Unidas) con Gran Bretaña, por el
cual se establecía la libertad religiosa. Decidió tomar partido en la lucha entre unitarios —
partidarios de un gobierno central y liberal fuerte establecido en Buenos Aires— y
federales. En más de una oportunidad llevó al frente de sus tropas una bandera negra con
la inscripción "Religión o Muerte", como manifestación de oposición a la política religiosa
liberal anglófila. Facundo era un devoto cristiano católico que todos los días leía la Biblia.
Su director espiritual era fray Pedro Ignacio de Castro Barros, quien había sido diputado
por el cabildo de La Rioja durante el Congreso de Tucumán en el año 1816. Todos sabemos
cómo terminó su intento de hacer que nuestro país volviera a la fe.
La organización nacional.
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Las relaciones entre la Iglesia y la Patria otra vez se vieron entorpecidas durante la
llamada Generación del 80, en la que el Partido Autonomista Nacional, de clara orientación
liberal y anglófila, mantuvo una furiosa postura anticlerical sostenida, entre otros, por
Mitre, Sarmiento y Roca, que devino en la separación efectiva y permanente de la Iglesia
Católica y el Estado. Durante la primera presidencia de Roca se sancionaron las leyes de
Registro y Matrimonio Civil, se secularizaron los cementerios y, tras la celebración del
primer Congreso Pedagógico Nacional en 1884, se sancionó la Ley General de Educación Nº
1.420, que estableció la obligatoriedad, laicismo y gratuidad de la educación primaria,
prohibiéndose a las escuelas públicas impartir educación religiosa. Finalmente, durante la
segunda presidencia de Roca se restablecieron las relaciones diplomáticas plenas, y se
volvió al sistema de convivencia de patronato. En ese tiempo las órdenes religiosas
perseguidas por el liberalismo imperante en Europa encontraron buena recepción en
nuestro país. Volvieron a instalarse los jesuitas y comenzaron su acción evangelizadora los
vicentinos, los salesianos, los terciarios franciscanos, las Hermanas de María Auxiliadora y
los maristas.
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Luego vendría el tire y afloje de sucesivos gobiernos como el de Frondizi, que desató
el conflicto por la educación laica o libre e Illia, quien confiriera absoluta potestad a la
Iglesia para la designación de sus dignatarios locales.
Durante los gobiernos militares, la relación estuvo teñida de ambigüedad: por una
parte la Iglesia ofreció su mediación para solucionar conflictos internacionales decisivos
para la Nación (recordemos la intervención del cardenal Antonio Samoré en el diferendo
con Chile por el canal de Beagle (1979) y la visita del papa Juan Pablo II durante la Guerra
de Malvinas) y por otra parte la jerarquía soslayó los hechos de violencia que tuvieron como
objetivo a sacerdotes y religiosas seguidores de la teología de la liberación, corriente de
inspiración marxista. No quisiera dejar este período de nuestra historia sin mencionar la
valentía del Padre Castellani, que intercedió personal y públicamente ante Jorge Rafael
Videla por el periodista Haroldo Conti.
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Cambiemos
Fernández al cuadrado.
En estos días hemos presenciado con asombro y disgusto las idas y vueltas entre el
gobierno y la Iglesia. Que si la deuda, que si el aborto... Kicillof y Guzmán usando como
plataforma el ámbito eclesiástico, Mons. Sánchez Sorondo dando la comunión alegremente
al adúltero abortero del presidente y su concubina, sin la menor reserva con respecto a la
salvación del alma de los tres....
Es menester recordar aquí que el segundo de los Ilegítimos Títulos emitidos por Fr
Francisco de Vitoria relativo al poder temporal de Su Santidad: El Papa tampoco es dueño
del mundo. Y su contracara, en el cuarto de sus Justos Títulos: sólo debe intervenir cuando
se verifiquen delitos contra natura. Así es que no es potestad del Papa intervenir en la
política interna de Argentina, pero sí está obligadísimo a velar porque en nuestra Patria no
se sancionen leyes que autoricen la ejecución de delitos monstruosos como el aborto, la
eutanasia y abusos infantiles como los previstos por quienes militan por la obligatoriedad
de la educación sexual infantil en el marco de la ideología de género.
Mirando estas señales, nos preguntamos con el Padre Castellani "¿Podría haber
apostasía del mundo (agrego yo, en Argentina), si no hubiese porquería en la Iglesia? Si la
Iglesia fuera hermosa, atraería necesariamente y no repelería. Y sería hermosa si estuviese
limpia"
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Conclusión.
"Siempre se puede amar a la patria, por fea, sucia y enferma que ande; y así amó
Cristo a su nación, que era "una cosa de Dios" literalmente, y que por propia culpa estaba
por dejar de serlo; de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue
conminación y consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino
amenazas, desde el borde abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró
sobre ella."
Así nos habló el Padre Castellani. Así también nos lo recordó en su momento el Padre
Ezcurra. Dios y María Santísima nos acompañen y nos den fuerzas para resistir la maldad y
llevar a nuestra gran nación a su recompensa eterna.
Viva La Patria
Viva Cristo Rey.
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