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DE LAS
1. Historia.
Epicuro y sus discípulos sostuvieron que sólo eran buenas las pasiones que producen
placer.
Ya entre los autores cristianos, los primeros que las trataron expresamente fueron
Nemesio de Emesa y San Juan Damasceno en el De Fide Ortodoxa, San Agustín con sus profun-
dos análisis psicológicos en las Confesiones y en el De Civitate Dei4.
En la Edad Media alcanza su cumbre con el presente tratado de Santo Tomás de Aquino y
las precisiones en el Comentario a la Etica aristotélica.
2. Terminología.
El término pasión proviene del griego pathos, del verbo paskhein, ser afectado, recibir o
padecer alguna cosa. En latín passio, de pati, padecer, sufrir o experimentar alguna cosa. En la
doctrina tomista el termino es utilizado en varios sentidos: como propiedades del ente (los
trascendentales son llamados pasiones del ente5); como predicamento del accidente cualidad;
finalmente, en el plano psicológico, son las inmutaciones psico-somáticas de la afectividad o
apetito sensitivo bajo el influjo del conocimiento sensible de algún objeto.
I. En General
A) Aspecto psicológico
a) Naturaleza y esencia (q. 22)
b) División (q. 23)
B) Aspecto moral (q. 24)
4
Cf. particularmente libros IX y XIV.
5
Cf. De Veritate 1,1
3
C) Mutua ordenación (q. 25)
II. En particular
A) El Amor
a) En sí mismo (q. 26)
b) En su causa (q. 27)
c) En sus efectos (q. 28)
d) En su contrario: el odio (q. 29)
B) El deseo y su contrario, la fuga (q. 30)
C) El placer
a) Propiamente dicho
1. Aspecto psicológico
* Naturaleza (q. 31)
* Causa (q. 32)
* Efecto (q. 33)
2. Aspecto moral (q. 34)
b) Su opuesto: la tristeza
1. Aspecto psicológico
* Naturaleza (q. 35)
* Principio (q. 36)
* Término (q. 37)
* Remedio (q. 38)
2. Aspecto moral (q. 39)
D) La esperanza y la desesperación (q. 40)
E) La audacia y el temor
a) El temor
1. Naturaleza (q. 41)
2. Causa material (q.42)
3. Causa eficiente (q. 43)
4. Efectos (q. 44)
b) La audacia (q. 45)
F) La ira
a) Naturaleza (q. 46)
b) Causa (q. 47)
c) Efecto (q. 48)
"Se llaman propiamente pasiones a las operaciones del apetito sensitivo, acompañadas por
la transmutación de algún órgano corporal, y en las que el hombre es en cierto modo arrastrado"7.
6
Cf. I-II, 22. Por la extensión del tema nos limitamos a presentar someramente las líneas generales de cada
cuestión. Como ya hemos dicho la importancia dada por el Aquinate al argumento que tenemos entre manos
merece un estudio mucho más detallado y profundo que está aún por hacerse.
7
In II Ethic., lect. 5, n. 292.
4
"Las pasiones son movimientos del apetito sensitivo que depende de algún órgano
corporal, y por eso, todas las pasiones llevan anexa alguna transmutación del cuerpo"8.
"Se llaman pasiones a los actos del apetito sensitivo en cuanto que llevan anexa alguna
transmutación corporal"9.
Se colige en estos pasajes los dos elementos esenciales que constituyen toda pasión:
a) Un elemento cuasi formal, que es el movimiento del apetito sensitivo, que no es otra
cosa que la experiencia psíquica de agrado o desagrado.
Son actos del apetito sensitivo, y como todo acto apetitivo proceden siempre de un
conocimiento previo. Las pasiones se desencadenan a partir del conocimiento sensible, ya sea de
la sensibilidad externa (vista, oído) o de la sensibilidad interna (imaginación, memoria): ante la
vista de un alimento puede despertarse un deseo sensible de comerlo; ante un recuerdo
desagradable, la tristeza.
En las pasiones obramos como arrastrados, pasivamente, por el bien o el mal, que nuestros
sentidos perciben en las cosas, con la finalidad de conseguir tal bien o superar tal mal.
Estos actos apetitivos van asociados a alteraciones corporales que ayudan a conseguir los
fines de las pasiones: "Toda pasión afectiva implica alguna transmutación corporal, como es la
constricción o dilatación del corazón, o algún proceso semejante" (S.C.G. I, 89).
La sede o sujeto de las pasiones es, como se evidencia por la definición, el apetito
sensitivo, no la voluntad. Son por tanto movimientos corporales que pueden influir acciden-
talmente o indirectamente en el alma. Se dice por eso a veces "pasiones del alma" en el sentido de
que en la pasión es el compuesto el que padece o es arrastrado por el bien y por tanto se puede
decir indirectamente que es el alma la que padece.
8
In IV Ethic, lect. 17, n. 869.
9
I, 20, 1 ad 1.
10
Cf. I-II, 23.
5
considerados como difíciles. El segundo, en cambio, mira concretamente a los bienes bajo el
aspecto de dificultad para conseguirlos y los males bajo el aspecto de dificultad para evitarlos.
a. El bien causa en la potencia apetitiva una inclinación, connaturalidad hacia ese mismo
bien. Esto es el amor. Respecto del mal, se da algo contrario, una aversión, un rechazo, que es el
odio.
b. El bien amado y no poseído mueve hacia su consecución y eso pertenece a la pasión del
deseo, cuyo contrario es la fuga o abominación en la línea del mal.
c. Cuando el bien llega a ser poseído, produce la quietud o reposo en el mismo bien. Esto
pertenece al gozo o delectación, al que se opone el dolor o la tristeza por parte del mal.
d. Cuando el bien es difícil (arduo) se dan las pasiones de esperanza, en caso de ser
posible, y la desesperación, ante la imposibilidad de conseguirlo.
e. Respecto del mal ausente difícil se dan la audacia cuando es superable, y el temor si se
presenta como insuperable.
6
f. Respecto del mal arduo ya presente se suscita la pasión de la ira. No existe,
evidentemente, ningún bien que sea al mismo tiempo arduo y presente.
6. Bondad o maldad de las pasiones 11.
Santo Tomás rechaza la doctrina estoica que afirmaba que todas las pasiones son malas,
defendiendo contrariamente la posición aristotélica: las pasiones son de suyo indiferentes y
pueden ser buenas o malas según su relación con la parte racional.
Como ya hemos definido la moralidad de las acciones en función del dominio que el
hombre tiene sobre ellas (solo es voluntario, y por tanto moralmente bueno o malo, aquello sobre
lo que el hombre tiene dominio) se puede hablar de moralidad de las pasiones sólo teniendo en
cuenta sobre qué aspecto de éstas se ejerce el poder de la razón y de la voluntad 12.
Ahora bien, el apetito sensitivo (en el cual se hayan las pasiones) es virtud de un órgano
corporal. Pero todo acto de una virtud que usa un órgano corporal no sólo depende de la potencia
del alma sino de la disposición de dicho órgano que influye ayudando o impidiendo 13. Por tanto,
los actos del apetito sensible no dependen solamente de la potencia apetitiva sino también de la
disposición del cuerpo. Por otro lado debemos recordar que hemos dicho que el apetito sensitivo
sigue a un conocimiento sensitivo (interno o externo). De todo esto podemos afirmar:
En este caso las pasiones son consecuentes al juicio de la razón: cuando el hombre elige
ser afectado por una pasión, aumenta la bondad o malicia de una acción, mientras que cuando la
pasión sigue por redundancia de las facultades superiores sobre las inferiores, manifiestan la
intensidad de la voluntad14.
b) Hay movimientos del apetito sensitivo que siguen instintivamente a aprehensiones sea
de la imaginación o de los sentidos externos previamente a la intervención de la razón. En tal
sentido la pasión espontánea escapa al dominio de la razón. Se trata de pasiones antecedentes.
11
Cf. I-II, 24.
12
Esto es analizado profundamente por Santo Tomás al hablar del imperio de la razón sobre el apetito
sensitivo: I-II, 17, 7.
13
Como la visión no depende sólo de la potencia visiva sino también de la disposición del ojo: así una persona
que tiene una potencia visiva normal puede verse impedida momentáneamente de la visión por una irritación
ocular pasajera.
14
I-II, q. 24, a. 3, ad 1.
7
c) La disposición del cuerpo no subyace al dominio de la razón, y por tanto, en lo que la
pasión depende de esto escapa a su dominio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que podemos
hablar de las disposiciones del cuerpo precedentes a la pasión o de las consecuentes a ella. Las
precedentes escapan al dominio de la razón, y por tanto, como dijimos, en lo que la pasión
depende de esto escapa al dominio de la razón; pero las consecuentes proceden de la razón en
cuanto la misma pasión está bajo su dominio (como cuando el que es dominado por la pasión de
la ira se calienta corporalmente)15.
Por lo tanto, las pasiones pueden influir sobre la voluntad sólo indirectamente: a) ex parte
obiecti, a través de la imaginación y del entendimiento influyendo en el modo de valorar las
cosas (como para el dominado por la ira, la venganza le parece un bien); b) por redundancia: en
cuanto cuando una potencia actúa vehementemente, las restantes no pueden actuar sino con cierta
debilidad; la pasión influye en la voluntad al apropiarse de la energía anímica que ésta necesita.
Esta relación mutua entre la inteligencia-voluntad y las pasiones explica que las pasiones
tengan un carácter moral, en cuanto permitidas o provocadas por nuestra libertad.
15
I-II, q. 17, a. 7, ad 2.
16
I-II, q. 24, a. 3, ad 1.
8
7. El orden de las pasiones entre sí17.
a. Ante todo, según el orden de las potencias a que pertenecen, las pasiones del apetito
concupiscible son anteriores a las del irascible, porque las pasiones del concupiscible miran al
bien en absoluto, mientras que las pasiones del irascible miran un bien restringido, esto es, el bien
arduo. Y es evidente que el bien tomado absolutamente es anterior al bien restringido. Algo
semejante se puede decir del mal tomado absolutamente o de manera restringida (a.1).
b. Algunas pasiones del concupiscible implican reposo y otras movimiento, mientras que
las pasiones del irascible solamente implican movimiento. Ahora bien, siendo el reposo fin del
movimiento, es anterior en la intención, pero posterior en la ejecución. Luego, si se comparan las
pasiones del irascible con las del concupiscible que significan reposo, evidentemente las pasiones
del irascible preceden a las del concupiscible en el orden de la ejecución. Así, por ejemplo, la
esperanza precede al gozo, la tristeza sigue al temor del mal cuando éste ha ocurrido y la ira
termina en el gozo o la tristeza según que el mal presente haya sido superado o no. Por lo cual es
claro que toda pasión del irascible termina en una pasión del concupiscible perteneciente a la
quietud, esto es, el gozo o la tristeza. Pero si se comparan las pasiones del irascible con las
pasiones del concupiscible que implican movimiento, entonces es claro que las pasiones del
concupiscible son anteriores, porque las pasiones del irascible añaden algo a las del
concupiscible, como también el objeto del irascible añade arduidad o dificultad al objeto del
concupiscible. Así, por ejemplo, la esperanza añade al deseo cierto esfuerzo para conseguir el
bien arduo y el temor añade a la fuga cierta depresión de ánimo por la dificultad del mal. En
conclusión, las pasiones del irascible son intermedias entre las pasiones del concupiscible que
importan movimiento hacia el bien o el mal, y las pasiones del concupiscible que implican
quietud en el bien o el mal. Y así, es evidente que las pasiones del irascible no sólo tienen su
principio en las pasiones del concupiscible, sino también su término (a.1).
c. Todas las pasiones que versan sobre el bien son anteriores a las que tienen por objeto el
mal, es decir, cada una respecto de la opuesta, porque el mal supone siempre el bien (a.2). "Las
pasiones referentes a la huida del mal presuponen las referentes a la búsqueda del bien" (II-II,
141, 3 ad 3). Así, por ejemplo, el amor es anterior al odio, el deseo a la fuga, la esperanza y la
desesperación al temor y la audacia (cfr., a.3). Todas las pasiones nacen del amor al bien (porque
el amor es esa aptitud o proporción del apetito con el bien sin la cual ningún agente tendería al
mismo), y todas tienden a la unión con el bien amado (delectación): "Entre todos los afectos del
alma el primero es el amor"18. Así pues, el amor es la primera pasión en el orden de la generación
o aparición y el gozo es la primera en el orden de la intención o como fin intentado (a.2). Cuando
no se consigue la unión con el bien amado (gozo), el proceso pasional termina en la tristeza o en
el dolor, como en fin efectivo (no como fin intentado).
17
Cf. I-II, 25.
18
III Sent. d. 27, q. 1, a.3.
9
Resumiendo tenemos que, según el orden de la generación, las pasiones se presentan
así:1. Amor y odio 2. Deseo y fuga 3. Esperanza o desesperación 4. Temor o audacia 5. Ira 6.
Gozo o tristeza. Según el orden de la intención:1. Gozo 2. Deseo 3. Amor inicial.
II. LAS PASIONES EN PARTICULAR.
Santo Tomás utiliza el término "amor" en un sentido muy amplio, referido a cualquier
tendencia de un ser hacia su bien: "aquello que es principio del movimiento tendiente hacia el fin
amado" (I-II, 26, 1). Por eso puede distinguirse un amor natural, que es la tendencia natural de
los seres a seguir su propia naturaleza, el cual es anterior a todo conocimiento. Por encima de este
existe un amor sensitivo que se enraíza en los sentidos y sigue al conocimiento del mismo orden.
Es el amor pasión propiamente dicho. Si bien el amor sensitivo se da en el hombre en cuanto éste
es animal, sin embargo, en él se relaciona con su apetito racional, la voluntad, y con el
movimiento derivado de ésta, el amor racional. Por eso el amor pasional en el hombre puede ser
sujeto de libertad. La sensualidad humana difiere de la del animal en que, siendo capaz de
obedecer a la razón, participa por ello de la libertad. Como todas las pasiones humanas el amor es
libre o puede llegar a serlo, en el sentido que acabamos de decir.
19
Cf. I-II, 26-28. Sobre el tema: F.A. BLANCHE, La primauté de l'amour dans la doctrine de St. Thomas, en:
"Vie Spir.", 53 (1937), 129-143; L.B. GEIGER, Le problème de l'amour chez St. Thomas d'Aquin, Paris, 1952; J.
DE FINANCE, Amour, volonté, causalité, en: "Gior. di met." (13 (1958), 1-22; V. FERRARI, L'amore nella vita
umana secondo l'Aquinate, en: "Sapientia", 6 (1953), 63-71; 197-206; 408-424; L. GILLON, Génèse
psycologique de la théorie thomiste de l'amour, en: "Revue Thomiste", 46 (1946), 322-329.
20
"Coaptatio appetitus sensitivi... ad aliquod bonum, idest ipsa complacentia boni, dicitur amor sensitivus" (I-
II, 26, 1).
10
2) La causa del amor (I-II, 27).
Ante todo, la causa del amor es el bien, porque nuestra tendencia encuentra en él la
satisfacción plena que le hace complacerse en él y detenerse en él. En esto se da el paralelismo
con lo bello, ya que bien y belleza solo difieren con una distinción de razón. "A la razón de
belleza pertenece que ante su conocimiento la aprehensión se aquiete" (I-II, 27, 1 ad 3).
Igualmente el apetito se aquieta en el bien.
En cuanto al conocimiento se dice que es causa del amor porque nadie ama lo
desconocido; pero sería preferible decir que es más bien principio u origen del amor más que
causa: o sea, la condición necesaria.
Finalmente, Santo Tomás afirma que "la raíz del amor estrictamente hablando, es la
semejanza de lo amado con el amante, ya que así es un bien que a él le conviene" 21. La
semejanza que es conveniencia en la forma, establece una semejanza entre la cosa amada y el
amante y, de este modo, lo amable se convierte en conveniente o connatural. Esto es lo
manifestado en los aforismos de la vida ordinaria: "lo semejante llama a lo semejante"; "dime con
quien andas y te diré quién eres". Naturalmente el primer amor es hacia sí mismo pues la primera
tendencia de todo ente es la conservación de sí mismo, lo cual nace de ese amor. Por tanto,
cuando encuentra algo semejante a sí lo ama como si fuese él mismo (otro yo), como si se viese
espejado en ese otro ser. Cada uno ama lo que él es y cada uno es lo que él ama.
Santo Tomás establece cinco efectos propios del amor que nos limitamos solamente a
señalar:
a. La unión. Ya decía Dionisio que cualquier amor es una virtud o fuerza unitiva. Y este
es el primer efecto y el más universal, a saber, producir la unión entre el que ama y lo amado.
Unión efectiva, que llega hasta la posesión real de lo amado por el amante; o puramente afectiva,
si se trata del amor de amistad, en el que se quiere para otro el bien que se quiere para uno
mismo.
21
III Sent. d. 27, q.1 a.1 ad 3.
11
c. El éxtasis. Se puede hablar de éxtasis en cuanto esta tensión del amante hacia lo amado
es un salir fuera de sí. Fundamentalmente esto es constatable en el amor de concupiscencia, en el
que el amante lleva su voluntad fuera de sí para alcanzar el bien que desea.
d. El celo. Asimismo, el amor intenta excluir de un modo natural todo lo que pueda
impedir alcanzar el objeto amado o perjudique su posesión. Esto es lo que se denomina el celo.
A estos efectos propios, el Aquinate añade los efectos imperados, recordando la frase del
Pseudo Dionisio: "por el amor del bien es por lo que todos los seres hacen lo que hacen". Dicho
de otra manera, no se obra sino por amor, o el amor es el gran motor de los actos humanos. Toda
acción, en definitiva procede como imperada por el amor.
Santo Tomás introduce al hablar de la pasión del amor la noción de amistad, en cuanto es
una forma de amor. En efecto, divide adecuadamente el amor en amor de amistad y amor de
concupiscencia: el primero es el amor de aquello que es amado por sí mismo, el segundo es el
amor de todo aquello que es amado por otra cosa o en orden a otro.
22
Cf. BENOIT SIMON, L'amicizia secondo San Tommaso, Rev. "Sacra Doctrina", 2 (1989), pp. 173-196.
23
Cf. In VIII Ethic., 1.
12
Será sumamente significativo pues, que toda la vida propia de la moral sobrenatural
cristiana esté informada para el Aquinate por la caridad, la cual será descrita y definida por el
mismo a partir de esta noción de amistad (II-II, 23, 1).
La amistad implica así cierta nobleza en el amor. Agrega, en efecto, algo al amor tal como
lo hemos considerado hasta ahora: "Hay efectivamente, algunos estados de ánimo que agregan
algo al amor o afecto. El amor ardiente sin duda añade al amor una cierta intensidad del acto de
amar, por así decirlo, un cierto fervor. La amistad agrega dos características: una de las cuales es
una forma de vínculo entre el amante y lo amado en el amor, de modo tal que se amen
recíprocamente y sean mutuamente conscientes de ello; la otra característica es el hecho de que
obren por libre elección... Así pues es claro que la amistad es la más perfecta de las formas de
amor, en cuanto las incluye todas"24.
Esta mutua amación es condición esencial; sin reciprocidad no hay amistad verdadera. Lo
afirma Santo Tomás constantemente: "En la amistad no basta el acto de uno sólo, sino que es
necesario el concurso de los actos de dos personas que recíprocamente se aman" 26 ; " "El amor por
el cual el hombre ama las cosas inanimadas, como por ejemplo el vino o el oro, no se dice
amistad. Y (Aristóteles) lo muestra en base a dos argumentos. En primer lugar porque en aquél
tipo de amor no puede haber la reciprocidad que se exige en la amistad; pues no es posible que el
vino ame al hombre como el hombre ama al vino"27; "la benevolencia no es suficiente para la
naturaleza de la amistad, sino que se requiere un cierto tipo de amor recíproco ya que el amigo es
para el amigo un amigo" (II-II, 23, 1).
a. Amistad basada en el interés: se aman por la utilidad que pueden sacar uno del otro;
no se aman por sus personas precisamente, sino en cuanto sacan algún bien y algún provecho de
sus mutuas relaciones. El Filósofo señalaba que esta amistad es muy frecuente entre los hombres
24
III Sent. d. 27, q.1.
25
Cf. Etica a Nicómaco, VIII, 2.
26
In VIII Ethic. l. 5, n. 1605.
27
In VIII Ethic., l. 2, n. 1557.
28
Etica a Nicómaco, VIII, 3.
13
de mucha edad en cuanto para él la ancianidad no va en busca de lo agradable sino de lo que es
útil.
b. Amistad basada en el placer: cuando los que se aman son personas de costumbres
ligeras, no es a causa del carácter de éstas, sino únicamente por los placeres que proporcionan.
Pero cuando se ama por placer sólo se busca el placer mismo.
Estas dos amistades "sólo son amistades indirectas y accidentales pues no se aman porque
el hombre amado tenga tales o cuales cualidades, cualesquiera que ellas sean, sino que se le ama
en un caso por el provecho que procura y por el bien que facilita, y en otro, por el placer que
proporciona... Las amistades de éste género se rompen fácilmente, porque estos pretendidos
amigos no subsisten largo tiempo semejantes a sí mismos. Tan pronto como tales amigos dejan
de ser útiles o no presentan el aliciente del placer, cesa el motivo de amarlos. Lo útil, el interés,
no tiene nada de fijo, y varía de un instante a otro de una manera completa. Llegando a
desaparecer el motivo que les hacía amigos, la amistad desaparece en el acto con la única causa
que la había formado"29.
Y más adelante: "Los que son amigos por puro interés cesan de serlo con el interés
mismo que les había aproximado, porque en realidad, no eran amigos, y sólo lo eran del provecho
que podían sacar. Por tanto, el placer y el interés pueden hacer que los hombres malos sean
amigos unos de otros, y también que hombres de bien sean amigos de hombres viciosos" 30.
c. La amistad perfecta: "es la de los hombres virtuosos y que se parecen por su virtud,
porque se desean mutuamente el bien, en tanto que son buenos, y yo añado que son buenos por sí
mismos. Los que quieren el bien para sus amigos por motivos tan nobles son los amigos por
excelencia... La amistad de estos corazones generosos subsiste todo el tiempo que son ellos
buenos y virtuosos, porque la virtud es una cosa sólida y durable... Pero para formase estos lazos
se necesita además tiempo y hábito... El deseo de ser amigo puede ser rápido, pero la amistad no
lo es. La amistad solo es completa cuando media el concurso del tiempo y de todas las demás
circunstancias que hemos indicado; y gracias a estas relaciones llega a ser igual y semejante por
ambas partes, condición que debe existir también cuando se trata de verdaderos amigos" 31.
Por tanto, lo que funda la amistad es la virtud pero no en el sentido de que lo que se ama
en el amigo es la virtud que éste posee sino que la virtud hace de causa formal tornando virtuoso
y por tanto amable al amigo: "la virtud no es la causa final por la cual se ama al amigo, sino que
es aquello que lo hace formalmente amable"32. La virtud es lo que hace a los amigos formalmente
aptos para ser elegidos y amados con amor de amistad.
29
Etica a Nicómaco, VIII, 3.
30
Etica a Nicómaco, VIII, 4.
31
Etica a Nicómaco, VIII, 3.
32
III Sent. d. 28, a.1 ad 2.
14
El efecto propio de la amistad es el deseo de vivir juntos: en la amistad la persona amada
es querida porque se desea convivir con ella, y en esto es en lo que se encuentra el gozo: "Nada
es más propio de los amigos que el vivir juntos. (Aristóteles) en efecto, había afirmado en un
paso precedente que al acto de la amistad pertenecen dos características, a saber, el convivir y el
intercambiarse beneficios, o sea, ayudar al amigo"33; "los amigos encuentran el gozo más grandes
en el vivir juntos...; la presencia de los amigos causa placer a todos" 34.
La última observación siguiendo a Aristóteles: la verdadera amistad se dirige a una sola
persona: "No es posible ser amado por muchos con una perfecta amistad, lo mismo que no lo es
amar a muchos a la vez. La verdadera amistad es una especie de exceso en su género; es una
afección que supera a todas las demás, y se dirige por su misma naturaleza a un sólo individuo,
porque no es muy fácil que muchas personas agraden a la vez tan vivamente, ni quizá sería
bueno... Pero cuando no hay de por medio otra cosa que el interés o el placer, es posible agradar a
un crecido número de personas, porque hay siempre muchos dispuestos a contraer estas
relaciones y los servicios que se cambian de esta suerte pueden no durar más que un instante" 35.
La pasión paralela del amor es el odio, el cual no es otra cosa que cierta repugnancia del
apetito hacia aquello que es aprehendido como repugnante y nocivo (I-II, 29, 1). El objeto y
su causa, es por tanto, el mal. En tal sentido, no se puede odiar al ser en cuanto ser, ya que
siempre dice conveniencia (todas las cosas convienen en el ser) sino sólo en cuanto a un ser
concreto que puede ser repugnante para otro ser concreto (I-II, 29, 1 ad 1).
El odio nace del amor (I-II, 29, 2). Así como el amor consiste en cierta conveniencia del
que ama con el amado, el odio es cierta repugnancia o disonancia. Pero el motivo por el cual
algo repugna es que corrompe o impide lo que es conveniente para uno. Por eso no se odia nada
que no sea contrario a lo conveniente a la cosa amada. Por eso, nace de un amor previo. "El amor
de una cosa, señala Santo Tomás, es causa de que se aborrezca la contraria" (ad 2).
Sin embargo, el Aquinate señala que el amor es más fuerte que el odio (I-II, 29, 3). El
bien es más fuerte que el mal en cuanto, según afirma Dionisio, el mal no obra sino en virtud del
bien. Pero además, subraya Santo Tomás, es imposible que el efecto sea más fuerte que su causa,
y en tal sentido el amor ha de ser más fuerte que el odio. Por otra parte, mientras el amor se dirige
a lo amado como a su fin, el odio se dirige a su objeto como un medio que debe apartar para
poder alcanzar tranquilamente el fin. Hay pues una diferencia de ordenes entre uno y otro. De
todos modos, el Angélico nota que el odio es más fuerte en dos sentidos:
33
In VIII, Ethic., l. 5, n. 1600.
34
In VIII Ethic. l,14, n. 1945.
35
Etica a Nicómaco, VIII, 6.
36
Cf. I-II, 29.
15
1º en la percepción sensitiva que acompaña a toda pasión es más fuerte el odio
porque es más intensa la transmutación corporal que produce en cuanto se percibe más la
disconveniencia de lo odiado que la conveniencia de lo amado.
2º cuando uno ama según lo que cree que es y no según lo que es en realidad: así
el que se considera solo animal y busca consecuentemente solo lo animal, en el fondo odia su
alma espiritual a la que nada concede. Por eso afirma agudamente el Aquinate: "los malos
estiman como lo principal en ellos la naturaleza sensitiva y corporal, o sea, el hombre exterior.
Por eso, no conociéndose rectamente, tampoco se aman verdaderamente, sino que aman aquello
que creen que son" (II-II, 25, 7).
Respecto del odio de la verdad (I-II, 29, 5) debe establecerse que ésta no puede ser
odiada en general, por cuanto se identifica con el bien (los trascendentales del ser se identifican).
Pero puede odiarse algo verdadero concreto que se presenta como contrario a uno. Una verdad
particular puede ser odiada por tres motivos:
1º porque se identifica con alguna realidad no querida, como cuando uno odia la
verdad que le descubre que tiene una enfermedad grave que no quiere que sea verdadera;
2º cuando uno odia tener ciertas verdades que lo alejarían de su objeto amado:
como aquél que quiere ignorar la verdad de la anticoncepción para poder practicarla
tranquilamente, como hemos señalado al hablar de la "ignorancia" voluntaria. Por eso señala
Santo Tomás que accidentalmente el conocimiento de la verdad puede ser odioso en cuanto
impide gozar de algo que se desea (ad 2).
3º cuando uno odia la verdad que hay en otro; como es el caso del que odia que
otro conozca (posea en sí la verdad) de nuestros pecados.
16
3. LA PASION DE LA CONCUPISCENCIA37.
Tiene por causa el amor y por fin la delectación pasional, como hemos ya dicho al hablar
de la primera de las pasiones. En efecto, el bien deleitable es el objeto de todas las pasiones del
concupiscible. La diferencia entre las pasiones se considera por la diversa formalidad que este
objeto presenta en cada una de ellas. Lo sensible deleitable, en cuanto se adapta y conforma en
cierto modo al apetito, causa el amor; en cuanto ausente, causa la concupiscencia o deseo; en
cuanto presente que aquieta el apetito es origen de la delectación (I-II, 30, 2). Por eso, el bien
deleitable es objeto de la concupiscencia bajo aspecto de ausente (ad 1).
37
Cf. I-II, 30.
38
Rethorica, L. 1, c. 11; citado por Santo Tomás en el artículo 1.
39
Cf. Ética a Nicómaco, I, 11.
17
4. LA PASION DE LA DELECTACION 40.
La delectación o placer es cierto reposo del apetito ante la presencia del bien que lo
deleita, con lo que el apetito se satisface (31, 1 ad 1). Se trata pues del término de un movimiento
que surge tras la aprehensión del sentido. Su causa es así la presencia de un bien connatural. Es
propio del animal y no de los seres inferiores, porque el animal, al alcanzar una perfección
connatural, lo siente y este sentir la perfección produce ese movimiento llamado delectación. Por
eso, dice también el Aquinate que "consiste en estar ya perfecto". Tres elementos la integran: la
potencia aprehensiva, el bien connatural y la unión de ambos.
Santo Tomás toma en este punto una posición completamente antimaniquea que subyace,
como tentación propia, en todo idealismo que desprecia lo objetivo y lo material. El movimiento
ético que encarna este antimaterialismo es el puritanismo que confunde la perfección con el
rechazo de lo material. Este error antropológico (ya que parte de una falsa concepción de la
naturaleza humana en la que no se integra adecuadamente la corporeidad) ha llegado a
presentarse incluso en algunas corrientes de la moral católica que ven en el placer solamente un
motivante de los actos que lo producen41. En realidad el ser compuesto de acto y potencia no
alcanza su perfección en el acto puro (que sólo es propio de Dios) sino en la operación, llamada
por esto "acto segundo". En tal sentido es la operación que más le aproxime al acto puro la que
más se acerca consecuentemente al estado de perfección y beatitud correspondiente que a éste
caracteriza. El placer (en cada uno de los órdenes que conoce: espiritual y material) es la mayor
aproximación de una potencia al acto, y en tal sentido, para el placer corporal se trata de un
estado de beatitud efímero.
Se diferencia del gozo (31, 3), gaudium, en cuanto éste, según Avicena, es cierta especie
de delectación; a saber, una delectación proveniente de la aprehensión intelectual.
Si se comparan (31, 5) las delectaciones corporales con las espirituales puede observarse:
1º Las espirituales son más perfectas: a) porque el bien espiritual es mayor que el
corporal y más amado. De hecho los hombres se abstienen aun de los placeres corporales más
intensos cuando está en juego el honor que es un bien inteligible; b) el intelecto es más perfecto y
noble que la potencia cognoscitiva sensitiva; c) finalmente la unión de ambas (intelecto y bien
inteligible) es más íntima, perfecta y firme:
- más íntima, porque el sentido versa acerca de los accidente exteriores de las cosas,
mientras que el entendimiento penetra las esencias;
- más perfecta, porque a la unión de lo sensible con el sentido va adjunto el movimiento,
que es algo imperfecto, por lo cual las delectaciones sensible no se dan todas a la vez; mientras
40
Cf. I-II, 31-34. Sobre el tema también se puede consultar: S. TUMBAS, La moralità del piacere secondo S.
Tommaso d'Aquino, en "Educare", 4 (1953), 94-101; 158-170.
41
Particularmente al considerar el placer sexual como una especie de "anzuelo" del Creador para garantizar la
propagación de la especie.
18
que las cosas inteligibles existen sin movimiento, por lo cual tales delectaciones existen al mismo
tiempo;
- más firme, porque las cosas deleitables corporales son corruptibles y presto pasan; en
cambio, los bienes espirituales son incorruptibles.
2º Pero las corporales son más vehementes y esto por tres razones: a) las cosas
sensibles son más manifiestas que las inteligibles; b) porque se dan con alguna modificación
corporal, mientras que en las espirituales esto ocurre sólo por cierta redundancia; c) porque
algunos placeres corporales son como medicina de ciertas molestias corporales (el hambre, la sed,
etc). Las más intensas de las delectaciones son las táctiles (31, 6) debido a su utilidad (Santo
Tomás incluye el gusto como sentido del tacto), ya que están más íntimamente ligadas con la
conservación de la naturaleza animal, es decir, el comer, el beber, la reproducción de la especie.
a. En la presente cuestión Santo Tomás examina las causas que originan el placer o
delectación. Aristóteles había definido la delectación como "una operación connatural no
impedida" (32,1). En tal sentido el Aquinate afirma que todo deleite consiste en una operación,
ya sea que esta produzca deleite o ella misma sea deleitosa. Sin embargo, no toda operación está
en tales condiciones sino sólo las que son connaturales al hombre (ad 3). Por eso, si excede la
medida propia de lo connatural ya no será deleitable ni proporcionada sino laboriosa y fatigante.
b. Lo que nos produce placer es lo mudable (32, 2). Porque la causa del placer no debe
exceder la medida propia de lo connatural. Ahora bien, nuestra naturaleza física es mudable, y
consecuentemente, le es connatural el deleitarse en lo mudable: "cuando la presencia continuada
de lo deleitable sobreexcede la medida de la natural capacidad, aquello deleitable deja de serlo".
Un sabor dulce, largo tiempo prolongado produce repugnancia. Esto vale, en realidad, para el
orden físico. Para el orden espiritual, en cambio, al que le es connatural lo inmóvil tanto más
placer se encuentra cuanto más inmóvil permanece el bien deleitable.
c. Como el deleite se produce por la presencia de lo deleitable, Santo Tomás agrega que
mediante la esperanza y la memoria, por las cuales se puede hacer presente, al menos según el
modo propio de estas facultades, ese bien deleitable, puede encontrarse cierto placer (32, 3). Lo
mismo vale para la tristeza (32,4) en cuanto uno se entristece por la ausencia del bien amado, y
esto hace que la memoria lo haga presente y así pueda ser causa de placer.
19
d. Las acciones de otros (32,5) pueden causarnos deleite por tres motivos: a) en cuanto
esas obras nos procuran algún bien; b) en cuanto nos reportan un conocimiento sobre algún bien
que hay en nosotros, como algunos encuentran placentero el ser halagados; c) en cuanto por el
amor consideramos las acciones ajenas como si fueran nuestras, y tal es el caso de los amigos.
e. Del mismo modo puede ser fuente de placer el hacer el bien a los demás (32,6) ya sea:
a) en cuanto reputamos el bien ajeno como propio, como ocurre en la amistad; b) o en cuanto
esperamos que mediante las buenas acciones se nos retribuya con algún otro bien; c) o en cuanto
hemos adquirido el hábito de la generosidad, el cual nos inclina a obrar bien deleitablemente.
f. En cuanto a la semejanza (32,7), así como ella es causa del amor, es también causa de
delectación. La semejanza establece cierta unidad, y la unidad perfecciona el ser, y en tal sentido
puede causar placer. Así el hombre se deleita en el hombre, y el joven en el joven.
a. El dilatar (33,1), o sea el dar expansión o desahogo al ánimo para obrar con
desembarazo. La dilatación compete a la delectación ya sea por parte de la potencia aprehensiva
como por parte de la potencia apetitiva: a) por parte de la potencia aprehensiva en cuanto ésta se
engrandece al adquirir una nueva perfección; b) por parte de la potencia apetitiva que reposa en la
cosa deleitable y se dilata como prestándose a contener en su interior la cosa que deleita. Por eso
señala Santo Tomás que el que se deleita constriñe la cosa deleitante, adhiriéndose a ella
fuertemente, pero ensancha su corazón para gozar de ella perfectamente (ad 3).
b. Produce sed de sí misma (33,2): si bien en cuanto está en acto, la delectación no causa
sed o deseo de sí misma, sin embargo, acontece que la cosa presente no se posea perfectamente,
ya sea porque ese bien deleitante no existe todo al mismo tiempo, por lo cual se recibe
sucesivamente y mientras uno se deleita en lo que tiene, desea apropiarse de aquello que queda,
como el que oye la primera parte de un verso deleitable, desea oir lo que sigue. De este modo
todas las delectaciones corporales producen sed de sí mismas hasta que se consuman porque son
consecuencia de algún movimiento. También puede ocurrir por el mismo poseedor, como cuando
alguien no posee inmediatamente algo que en sí mismo es perfecto, sino paulatinamente, como es
el caso del deseo del conocimiento divino.
Pero las delectaciones corporales impiden el uso de la razón por tres motivos: a) por
distracción, en cuanto atendemos mucho a las cosas que nos deleitan, y cuando la atención se
adhiere fuertemente a una cosa, se debilita respecto de otras realidades o se aparta totalmente de
ellas. Así si la delectación corporal fuese grande o impediría por completo el uso de la razón,
atrayendo hacia sí la atención, o al menos lo estorbará en gran manera. b) por razón de la
contrariedad, porque algunas delectaciones sumamente excesivas son contra el uso de la razón.
Por eso afirmaba Aristóteles que las delectaciones corporales corrompen la apreciación de la
prudencia. En este sentido, el que está dominado por la vehemencia de una delectación tiene
dificultad para juzgar rectamente algunas acciones; c) Finalmente, según cierta correlación, en
cuanto a la delectación corporal se sigue alguna modificación corporal, mayor aun que en otras
pasiones, en cuanto está presente el objeto que causa la delectación.
a. No toda delectación es mala ni toda delectación es buena (34, 1-2). En realidad algunas
son buenas y otras malas. La delectación la hemos definido como el reposo de la potencia
sensitiva en algún bien amado. Por eso podemos hacer una doble consideración: por parte del
bien que deleita, según que convenga o no a la razón y con la ley de Dios, será o no será buena;
por parte de la operación, se puede afirmar como regla general que la delectación de las buenas
operaciones es buena, y la de las malas es mala: el placer es el coronamiento, o fin sobreañadido
a una operación, por tanto, de la moralidad de la operación que corona recibe su propia
cualificación moral (el placer de un acto conyugal realizado con el respeto debido, abierto a la
vida y motivado por el amor de los esposos es tan bueno y santificante como el acto mismo que
lo origina; el placer similar de un acto adulterino es tan perverso como la operación que él
corona).
b. La delectación de lo óptimo (34,3). Platón afirmaba que no hay delectación respecto del
sumo bien. El Aquinate atribuye esta posición a una doble falla en el filósofo griego: a) creyó que
todas las delectaciones se obtienen por generación y movimiento y como éstas son actos
imperfectos, no tenían carácter de última perfección. Sin embargo, esto es falso respecto de las
operaciones intelectuales: uno se deleita tanto en la generación de la ciencia como en la ciencia
ya adquirida; b) llama Sumo bien solamente al fin último objetivo, pero no al subjetivo que es la
21
posesión de aquél, y el cual implica necesariamente la delectación, como nosotros hemos ya
asentado.
Pero no en las delectaciones del apetito sensitivo que no son regla de bondad o malicia,
así como el alimento es deleitable igualmente para el apetito sensitivo del bueno y del malo.
Para que se de la pasión de la tristeza se requieren dos cosas (35,1), a saber: la unión de
algún mal, lo cual suceden en cuanto ese mal nos priva de algún bien; y la percepción de esta
unión. Recibe por eso el nombre de pasión más rigurosamente que los movimientos del apetito
que se dirigen hacia el bien, porque en los movimientos que connotan defecto el concepto propio
de pasión, en su sentido de padecer se realiza más plenamente.
Usamos indistintamente los términos de tristeza y dolor, aunque media entre ambos
alguna diferencia (35,2): el dolor que es producido por la aprehensión interior recibe el nombre
de tristeza, mientras que se dice estrictamente dolor al que es percibido solamente por los
sentidos exteriores. La tristeza es una especie de dolor así como el gozo lo es de la delectación.
Además (ad 2) el sentido exterior no percibe sino lo presente, mientras que la potencia
cognoscitiva interior puede percibir lo presente, lo pasado y lo que es futuro previsible o
imaginable. Por eso la tristeza abarca esas tres dimensiones temporales, mientras que el dolor que
es consecuencia de la aprehensión del sentido externo no tiene como objeto sino lo presente.
Entre estos dos dolores, también llamados interno y externo, se da cierta coincidencia y
cierta diversidad (35,7). Convienen en que ambos son movimientos de la potencia apetitiva. Pero
difieren tanto en el mal que se les une (la causa del dolor externo es el mal adjunto que repugna
al cuerpo, y la del dolor interno es el mal adjunto que repugna al apetito), cuanto en la
42
Cf. I-II, 35-39. Al respecto: P. LUMBRERAS, El dolor en Santo Tomás y en los clásicos, en: "Angelicum",
29 (1952), 341-370.
22
aprehensión que lo capta (para uno la aprehensión de los sentidos externos, para el otro la
aprehensión interna: imaginación, memoria y también razón).
a) Por parte del mal que los causa: el dolor interno proviene de que algo repugna al mismo
apetito; el externo de que algo repugna al apetito por repugnar al cuerpo (es más indirecto y
también más restringido). Y como lo que es "per se" es anterior a lo que es "per aliud", el dolor
interno es anterior y mayor que el externo.
Cuando ambos dolores van juntos, se aumentan porque entonces el dolor interior no sólo
es más profundo sino también más universal (englobando el cuerpo).
Finalmente Santo Tomás (35,8) siguiendo la autoridad de San Gregorio Niseno y San
Juan Damasceno divide la tristeza en cuatro especies:
Obviando las precisiones técnicas que señala el Aquinate, indiquemos con él que, ante
todo, la causa de la tristeza es más propiamente el mal adjunto que el bien perdido (36,1).
También puede decirse que la concupiscencia o deseo causa tristeza en cuanto aquello deseado es
retardado en su consecución (36,2).
Pero el principio general puede establecerse diciendo que "el mal adjunto es la causa del
dolor o tristeza, a modo de objeto; luego, aquello que es causa de esta conjunción del mal, debe
ser considerado como causa del dolor o tristeza" (36,4). Como el apetito no se inclina al mal
presente, esto solo sobreviene si actúa una causa más fuerte, o sea, a través de un poder más
fuerte. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ese poder ha de ser más fuerte pero dejándonos
cierta capacidad de resistencia, puesto que si es tan eficaz que anula la inclinación de la voluntad
23
o del apetito sensitivo, de ella ya no se sigue dolor sino delectación porque por su acción nos
inclinamos en la misma dirección que nos imprime tal poder.
a. Ante todo (37,1) la tristeza nos impide el aprender, el meditar y el contemplar. Puesto
que todas las potencias del alma radican en la esencia única de ésta, es necesario que cuando la
intención del alma es atraída vehementemente hacia la actuación de una potencia, se debilita la
operación de otra, porque no puede haber más que una intención de una sola alma. Por eso, si
alguna cosa absorbe toda la intención de ésta, o gran parte de ella, queda debilitado todo aquello
que requiera una gran atención o concentración. El dolor sensible concentra en sí las intención
del alma, porque tiende naturalmente a rechazarlo. Y como el estudio y la contemplación
requieren un esfuerzo muy grande el hombre no lo puede realizar por debilidad. Un dolor
sumamente intenso puede hacer olvidar lo que uno ya sabía.
Sin embargo, hay que considerar también cuánto amor tiene uno a la meditación o al
estudio, porque cuanto mayor fuere el amor, más fuertemente aferra las tendencias del alma para
que no se entregue completamente al dolor.
b. Se señala asimismo como efecto de la tristeza la opresión del ánimo (37,2). Es una
expresión metafórica, de la misma manera que se atribuye el fervor al amor o la dilatación al
placer. Hablamos de opresión cuando el hombre es impedido, por algún peso, de su propio
movimiento. Por eso la tristeza oprime en cuanto impide gozar al alma de aquello que quiere.
Efectivamente, la tristeza produce un replegarse sobre sí mismo (ad 2) porque al no poder
dirigirse libremente hacia lo exterior, se retrae hacia sí, como contraído.
La tristeza es entre todas las pasiones la que más daña el cuerpo humano. Pues la vida
consiste en cierto movimiento (según el Aquinate precisamente en una moción que del corazón se
difunde en los demás miembros), hecho por supuesto según una medida conveniente. Por eso las
demás pasiones que condicen una inclinación hacia algo (amor, deseo, gozo, etc.) implican
24
dinamismo y en cuanto tales no repugnan a la moción vital (salvo su exceso) y ayudan a la
naturaleza corporal, aunque el exceso la perjudique. Pero las pasiones que entrañan fuga o
retraimiento, se oponen a la misma moción vital y son dañosas porque oprimen el ánimo con el
mal presente, cuya impresión es más fuerte que la del mal futuro (temor y desesperación).
a. Ante todo, el dolor se mitiga con cualquier delectación (38,1). Porque así como
cualquier reposo del cuerpo suministra un remedio contra cualquier fatiga que proviene de una
causa innatural; igualmente cualquier delectación mitiga cualquier tristeza. Si bien, algunas
delectaciones no se oponen específicamente a algunas tristeza (como la llegada de un amigo no se
opone a un dolor físico), sin embargo, se oponen genéricamente y en tal sentido pueden mitigar
aquél dolor (ad 1).
b. En segundo lugar, el llanto (38,2) puede dar algún alivio. Y esto por dos motivos: a)
porque se derrama al exterior, en cierto sentido, la congoja interior; entonces la intención del
alma se disgrega en cierto modo en las cosas exteriores y así se disminuye el dolor interno; por
eso es natural el llorar; b) porque al hombre le es deleitable toda operación connatural con el
estado en que está y para aquél que está en estado de tristeza o dolor externo el llanto y los
gemidos son una operación connatural, y como tales pueden deleitar o mitigar.
c. También la compasión de los amigos (38,3). El amigo que se conduele en las tristezas
es naturalmente consolativo. Aristóteles insinuaba dos razones principales: a) como la tristeza
oprime como una carga, cuando uno ve a otros que se contristan en su dolor, se hace cierta idea
de que otros llevan esa carga con él y se sienten psicológicamente aligerados de su peso,
haciéndola más llevadera; b) porque por el hecho de que los amigos se contristan con uno, éste
conoce que es amado por ellos, lo cual es causa de delectación y todo deleite, según se ha
establecido, mitiga la tristeza.
e. Finalmente, el sueño y el baño (38,5). Como la tristeza repugna a la moción vital del
cuerpo, aquellas cosas que restablecen la naturaleza corporal en su debido movimiento vital,
contrarían consecuentemente a la tristeza. Y no sólo por esto sino porque producen en sí mismas
delectación. Por eso, como señala Aristóteles, toda buena disposición del cuerpo refluye de algún
modo al corazón.
25
tristeza del mismo ha de ser buena. Fuera de esta regla generalísima, vale para el dolor y la
tristeza los principios generales que han sido expuestos para la moralidad de las pasiones.
1) Naturaleza
La esperanza es una pasión del apetito irascible que se distingue de las demás pasiones
por las cuatro características de su objeto (40,1). En efecto, el objeto de la esperanza es:
- un bien, puesto que no se espera sino el bien; y así difiere del temor cuyo objeto es el
mal;
- un bien futuro, porque la esperanza no se refiere al bien ya presente; y en esto se
diferencia del gozo del bien actual y presente;
- un bien futuro arduo, porque no se dice que alguien espera algo de poca importancia y
que está en su poder obtenerlo inmediatamente; por esta característica difiere del deseo o de la
codicia, que es del bien futuro, abstraída su arduidad;
- un bien futuro, arduo, pero posible, porque nadie espera lo que no puede conseguir; en
esto difiere de su opuesto que es la desesperación.
Por tanto, es el movimiento apetitivo que se dirige hacia un bien no presente cuya
consecución reviste cierta dificultad pero no imposibilidad.
Como la esperanza mira al bien posible surge en el hombre una doble esperanza (40,2 ad
1), según se apoye en sus propias fuerzas o en las fuerzas de otro. Si se apoya en sus propias
fuerzas se dice propiamente esperar. Si se apoya, en cambio en el auxilio de otro se dice más
acertadamente expectar, y es objeto de ella no sólo lo que espera sino aquello en cuya virtud
pretende obtenerlo.
La esperanza ayuda la operación (40,8) porque activa esta última, ante todo concentrando
nuestra atención sobre la operación esperanzada; en segundo lugar porque la esperanza es causa
de delectación ( I-II, 32,3) y la delectación ayuda el obrar.
2) Causa de la esperanza.
La esperanza, en cuanto mira al bien esperado es causada por el amor (40,7) porque nadie
espera sino lo que de algún modo desea y ama. Sin embargo, en cuanto mira a aquél de quien nos
viene el auxilio para alcanzar tal bien, ella es causa del amor, porque como ese alguien nos hace
43
Cf. I-II, 40.
26
posible algo que amamos, consecuentemente lo amamos a él, como a todo el que nos hace un
bien. Es la recirculación de las pasiones.
Por tanto, todo lo que aumente el poder del hombre (riquezas, fortaleza, y la misma
experiencia en cuanto ésta nos da la facultad de ejecutar algo con facilidad) aumenta la
esperanza. De ahí que el Aquinate cita las palabras de Vegecio: "Nadie teme hacer lo que confía
haber aprendido bien".
En cambio, aquello que hace que estimemos como posible algo es también causa de
esperanza. Así sucede con la instrucción, la persuasión y la misma experiencia en cuanto por ella
juzgamos posible algo que antes de la experiencia creíamos imposible. Pero de este segundo
modo, la experiencia es ambigua pues puede ser también causa de desesperación, en cuanto por
ella estimamos como imposible algo que antes de experimentar creíamos a nuestro alcance.
Se entiende a partir de lo dicho que la esperanza abunde, como señala Santo Tomás, en
los jóvenes, en los ebrios y en los necios (40,6). Es propia de los jóvenes porque el objeto de esta
pasión (el bien futuro, arduo y posible) cuadra psicológicamente con ellos:
- los jóvenes tienen mucho de futuro y poco de pretérito, poca memoria y mucha
esperanza y porvenir;
- los jóvenes a causa de su ardor natural, tienen mucho espíritu y en ellos se dilata el
corazón. De la amplitud del corazón proviene que alguno tienda a lo arduo. Por eso se dice que
son animosos;
- los jóvenes no han sufrido repulsa ni experimentado demasiados obstáculos en la vida,
por eso se inclinan a creen con facilidad en la posibilidad de sus intentos. Por esta inexperiencia
de los impedimentos y defectos de sus empresas reputan fácilmente que algo les es posible.
En los ebrios el motivo es el ardor causa por el vino y la inconsideración de los obstáculos
y peligros por la falta de deliberación.
En los necios, finalmente, se da la falta de deliberación y prudencia, por eso el necio pone
esperanza donde no debería haberla.
27
7. LA PASION DEL TEMOR44.
El temor es una pasión especial y distinta de las demás (41,1-2). Es más, entre los demás
movimientos pasionales, después de la tristeza, es el que más carácter de pasión tiene. En efecto,
el temor: a) es movido por un objeto que actúa como motor activo; b) procede de una potencia
apetitiva con gran transmutación corporal; c) implica daño en el sujeto que la padece. El temor
realiza así plenamente el concepto de pasión.
Implica por lo tanto una percepción (real o imaginaria) que daña psicológicamente al
sujeto (al menos en el sentido de que la "padece" o sufre) de lo cual se origina este movimiento
del apetito que intenta una autodefensa en el replegarse hacia sí mismo, paralelamente a la
tristeza. Por tanto, el valor, significado y gravedad de un temor o miedo no ha de buscarse en la
causa real del mismo sino en la percepción psicológica de que es objeto. Efectivamente, la
imaginación puede dar al mal temido un peso sumamente superior al que tiene en la realidad y es
este peso el que es, en definitiva, objeto de la pasión. Esto es particularmente importante en
aquellas enfermedades psicológicas que encierran fobias y temores infundados entre sus
síntomas.
Siguiendo a San Juan Damasceno, el Aquinate divide el temor en seis especies, según las
variedades que puede tomar el mal futuro que sobrepasa las fuerzas del hombre:
44
Cf. I-II, 41-44. Se puede consultar al respecto: P. LUMBRERAS, El temor en Santo Tomás y en los
clásicos, en: "Ciencia Tom.", 79 (1952), 611-631; C.M. CSERTO, De timore Dei iuxta doctrinam scholasticorum
a Petro Lombardo usque ad S. Thomam. Disquisitio historico-theologica, Romae, 1940.
28
b) si el mal es insólito y por falta de costumbre nos parece difícil, se produce el estupor,
que es causado por la imaginación desacostumbrada;
b. Santo Tomás analiza también algunos objetos particulares de temor, como ser la
muerte, el temor mismo, las cosas repentinas, las cosas que no tiene remedio:
- El mismo temor como objeto del temor (42,4). Solo tiene razón de terrible aquello que
proviene de causa extrínseca, no lo que proviene de nuestra voluntad. Por eso el temor, en cuanto
proviene de algo extrínseco al apetito sensitivo, es decir de la imaginación, puede temerse, a
saber: el temor de atemorizarse; pero en cuanto proviene también de la voluntad, ya que todo lo
inferior está sometido a lo superior, el hombre puede rechazarlo.
- El temor de las cosas repentinas (42,5). El temor versa sobre el mal inminente y que no
puede repelerse con facilidad. Los males corporales, cuanto más se consideran parecen menores,
por eso la duración del dolor consigue en cierta forma mitigarlo. Del mismo modo, la
premeditación de un mal futuro disminuye el temor. Por eso lo insólito y repentino aumenta esta
pasión, ya sea por que no nos da tiempo a considerarlo y ver así su limitación (uno lo cree más
grande), ya sea porque nos priva de preparar los remedios para rechazarlo.
- Las cosas que no tiene remedio (42,6). Aquello que contribuye al aumento del mal,
contribuye al aumento del temor. Y entre las diversas circunstancias, particularmente contribuyen
a aumentar el mal la duración y sobre todo la perpetuidad. Si el padecer algo por cierto tiempo es
malo, padecerlo el doble es doblemente malo. Por eso lo que ha de padecerse perpetuamente es
infinitamente malo.
29
3) La causa del temor (I-II, 43).
a. La causa del temor es el amor (43,1). Al menos como causa dispositiva. San Agustín
decía: "nadie duda que no es otra la causa de temer, sino el no perder después de conseguido, o el
no alcanzar después de esperado aquello que amamos". El objeto del temor es lo que se cree un
mal futuro cercano, al que no puede resistirse con facilidad. Por eso, aquello que puede inferirnos
dicho mal es causa eficiente del temor, y aquello por lo que nos disponemos a temer es causa
material o dispositiva, y tal es el amor a ciertas cosas que nos hacer mirar como malo el
privarnos de ello.
b. Asimismo, el defecto es causa del temor (43,2) ya que de nuestra parte también son
dispositivos para el temor los defectos y debilidades por lo que vemos que no podremos repeler el
mal con facilidad. Por parte, en cambio, de aquello que nos infiere el daño, no es propiamente su
defecto sino su fuerza la causa de nuestro temor.
c. El temblor (44,3). Santo Tomás recuerda las palabras de Cicerón: "el temblor, la
palidez y el estridor de los dientes son efecto del temor". El Aquinate lo explica diciendo que en
el temor se produce cierta contracción de las exterioridades hacia el interior, y por eso las partes
exteriores quedan frías. El frío ocasiona debilidad y esto origina el temblor.
d. Finalmente, el temor dificulta la operación (44,4). El motivo es que las operaciones
del hombre son causadas por el alma como motor y los miembros como instrumentos. Cuando el
instrumento es defectuoso o queda por algún motivo impedido, la operación consecuentemente se
dificulta.
30
8. LA PASION DE LA AUDACIA45.
Como la audacia es resultante de la esperanza y contraria al temor, todas las cosas que por
su naturaleza son capaces de producir esperanza y de excluir el temor son causa de la audacia
(45,3). Así, la esperanza causa audacia cuando ella es excitada por medio de aquellas cosas que
nos hacen estimar posible la victoria, como ser la propia fuerza, la experiencia en los peligros, las
riquezas, el apoyo de los amigos, etc. El temor, por su parte, se excluye por el alejamiento de lo
terrible cercano, por ejemplo, porque el hombre no tiene enemigos, o porque a nadie ha
perjudicado, o porque no ve que le amenace peligro alguno. Todas estas cosas excitan la audacia.
Finalmente, Santo Tomás señala (45,4) que los audaces son valerosos al principio, pero
una vez en los peligros flaquean. Lo cual ya lo indicaba Aristóteles: "los audaces vuelan y se
precipitan ante los peligros, pero ya en ellos se retiran".
Por el contrario, la razón discurre sobre todas las cosas que dificultan el negocio. Y por
eso los fuertes que por dictamen de la razón acometen peligros, al principio parecen remisos,
porque no los afrontan por pasión sino por deliberación. Y cuando están en los mismos peligros
no experimentan algo imprevisto, sino que a veces ven que son cosas menores de las que
previeron, y así persisten más y crece su valor.
9. LA PASION DE LA IRA46.
45
Cf. I-II, 45.
46
Cf. I-II, 46-48.
31
El objeto de la ira es doble según una doble consideración, porque el movimiento de esta
pasión tiende a dos objetos: la venganza misma, que apetece y espera como cierto bien, por lo
que se deleita en ella; y también es objeto de la ira aquél de quien pretender vengarse, a quien
mira como algo contrario y nocivo, lo cual pertenece a la razón de mal (46,2). Por tanto, es "una
pasión en cierto modo compuesta de pasiones contrarias".
La ira es menos grave que el odio (46,6). El objeto de la ira y del odio es el mismo
sujeto: los dos apetecen el mal a aquél a quien odian o contra quien están irritados. Pero no por la
misma razón, pues el que odia apetece el mal del enemigo en cuanto es mal; mientras que el
airado quiere el mal de aquél contra quien se irrita, no en cuanto es mal, sino en cuanto ese mal
tiene algo de bien, es decir, en cuanto lo estima vindicativo o justo. Y apetecer el mal en concepto
de justo tiene menos carácter de mal, que el querer el mal de alguno en absoluto. Incluso puede
ser conforme a la virtud de la justicia, si se modera con el precepto de la razón.
Aclara asimismo el Aquinate (46,6 ad 1) que en cuanto a lo que se desea, la ira lleva
consigo más misericordia que el odio. Pues el odio apetece el mal de otro por sí mismo, no se
sacia con ninguna medida porque las cosas que se apetecen por sí se apetecen sin medida, como
el avaro las riquezas. Por eso dice Eccle. 12,16: El enemigo, si halla ocasión, no se hartará de
sangre. La ira empero no apetece el mal sino por razón de justa venganza. Por lo cual cuando el
mal inferido excede la medida de la justicia, según la opinión del que se enoja, entonces se
apiada. Pero en cuanto a la intensidad del deseo, la ira excluye la misericordia más que el odio,
puesto que el movimiento de la ira es más impetuoso.
Por último divide a la ira (46,8) siguiendo a San Juan Damasceno y San Gregorio Niseno,
en tres especies:
Aristóteles a los primeros los llamaba agudos, porque se enojan prontamente; a los
segundos amargos porque retienen mucho tiempo la ira; a los últimos, difíciles, porque no
descansan si no castigan.
2) Causa de la ira (I-II, 47).
a. Ante todo las injurias (47,1). La venganza no tiene lugar sino donde ha precedido
injuria. Pero no toda injuria produce ira sino aquella que afecta al que apetece venganza, o sea, la
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injuria personal. A veces puede uno irritarse contra los que perjudican a otros (ad 2) en cuanto los
injuriados les pertenecen en algo: o por afinidad o por amistad, o al menos por comunidad de
naturaleza.
c. Las cualidades del injuriado y del injuriador (47,3-4). Cuanto más excelente es el
desdeñado más se irritan porque mayor es el desprecio, como si un retórico es despreciado en su
elocuencia, o un sabio en su inteligencia.
Por otra parte, mientras más defectuoso es el que injuria, mayor es también la ira porque
mayor es el desprecio, como si el ignorante desprecia al sabio.
d. La ira causa el silencio (48,4). "La ira, dice San Gregorio Magno, encerrada por el
silencio quema más vehementemente dentro del espíritu". La perturbación de la ira es llevada
hasta los miembros exteriores y principalmente hasta aquellos en los cuales más expresamente
resplandece la huella del corazón, como ser los ojos, el rostro, la lengua, por lo cual la lengua se
traba, y puede impedir el uso de la palabra, de lo cual se sigue el silencio.
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