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I.S.F.D. y T.

N°42 “Leopoldo Marechal”

3er. Año

MATERIA: Perspectiva Filosófico Pedagógico Didáctica

CÁTEDRA: Prof. David Barilá

Reflexión sobre el Estado Terrorista

Materiales: Folleto “Subversión en el ámbito educativo


(Conozcamos a nuestro enemigo)” Ministerio de Cultura y
Educación 1977; Documental “Documenta, un ciclo de Román
Lejtman”

ALUMNO:

Bella Vista

Buenos Aires

2019
El presente responde a las consignas de la materia de Perspectiva
Filosófico Pedagógico Didáctica del I.S.F.D. y T. N°42 “Leopoldo
Marechal”, e intenta un ejercicio de reflexión a partir de lo trabajado
durante la cursada articulado con el material documental que aporta la
materia sobre el período de terrorismo de Estado, sus objetivos y sus
consecuencias.
El Estado puede renunciar al poder económico o ideológico en
circunstancias especiales o en un tipo particular de configuración del
mismo. Sin embargo, al poder que no puede renunciar es al poder
coactivo y coercitivo (Weber, 1964). Este poder, se entiende al menos
desde las teorías del contrato social, implica una donación de cada uno
de los ciudadanos, del recurso de la fuerza para otorgárselo al Estado
quien en función de una dimensión ideal (acatamiento y obediencia)
utiliza la dimensión material de su fuerza: la fuerza de las armas, las
instituciones carcelarias, las fuerzas de seguridad internas y externas…
Así el Estado viene a ser esa supra-entidad que arbitra entre los
intereses de las clases dominantes y los de las clases dominadas.
En el año 1976, un grupo de militares asalta los poderes del Estado y
se hace con el uso de la fuerza, pero no para combatir u obligar, que
serían las acciones menos acertadas pero dentro de todo, esperables,
dados muchos sucesos de parecida naturaleza en la historia, sino para
aterrorizar. Es aquí donde en el plano psicológico del individuo lo
familiar se vuelve siniestro (Freud, 1919). Esta es la particularidad de
las dictaduras que se dieron en aquella época en el Cono Sur de
América.
De pronto, se instala una operación del terror, el miedo a ser
chupado (Lejtman, sin fecha), el miedo al poder latente y acechante de
aparatos paramilitares habilitados por el Estado para sembrar el miedo,
para actuar a la vista de todos con el manto de la invisibilidad que
otorga el poder: autos sin patentes, apresamientos sin aviso ni
presentación. No solo en las casas, no solo en la calle sino también en la
fábrica, en el club, en la escuela… a la vista de todos para lección de
todos; los secuestros que suman ya no a guerrilleros, que sería una de
las excusas del poder, sino a trabajadores, estudiantes, artistas,
intelectuales… El pueblo debía percibir y aprehender el cinismo y la
perversión del poder que ni encarcela ni mata sino que realiza algo
mucho peor: la desaparición. ¿A dónde van los que desaparecen?
Misterio. La muerte, con todo su poder abrumador sería la suerte al lado
de la tortura. ¿Acaso un cuerpo disciplinado en lo cotidiano puede
soportar la idea de una tortura cuyo alcance y medida no le cabe en la
mente?
Entonces, el Estado que brinda seguridades y que actúa dentro de la
legalidad despliega un poder terrible al actuar ya no desde las
instituciones y sus normas, desde el código, no importa cuál sea, pero
un código, un conjunto de reglas de juego claras para todos, no desde
ese lugar sino desde la clandestinidad, desde la penumbra de lo impune,
de lo autorizado e impune, desde lo secreto y su murmullo que recorre
todas las calles, todas las veredas, todos los techos, todas las mentes
que ahora sí comienzan a comprender que ya no se habla, que hay
temas que ya no se tocan, que no se cuestiona, ni se critica, ni se
denuncia ni se actúa de ninguna manera que se interprete con la
intención de desprestigio hacia el régimen.
Entonces, si el Estado que debe garantizar la seguridad es el punto
cero de la inseguridad de toda la población, todo se torna sospechoso,
peligroso, de modo que vivir en Argentina es encorsetar la conducta,
caminar derecho, que nadie sospeche, que nadie señale, porque, como
en La guerra de los mundos de Herbert George Wells, había entre
nosotros un enemigo que nos vigilaba atento, consciente y organizado
para la destrucción de la raza, o de la nación, o de los valores de la
nación:
Nadie hubiera creído en los últimos años del siglo XIX que las cosas
humanas fueran escudriñadas aguda y atentamente por
inteligencias superiores a la del hombre y mortales, sin embargo,
como la de éste; que mientras los hombres se afanaban en sus
asuntos, fuesen examinados y estudiados casi de tan cerca como
pueden serlo en el microscopio las transitorias criaturas que pululan
y se multiplican en una gota de agua. (Wells, 1981, p.7)

Un enemigo al que se había subestimado pero que era inteligente y


envidioso, al que irremediablemente había que hacerle la guerra,
exterminarlo, como bien se desprende de la presentación del documento
del Ministerio de Cultura y Educación de 1977:

Así es como en el país hemos de hablar de guerra, de enemigo, de


subversión, de infiltración, términos estos poco acostumbrados en la
historia argentina contemporánea y sobre todo en ámbitos como el
de la educación y la cultura; pero esa es la cruda realidad y como tal
se debe asumir y enfrentar: con crudeza y valentía. (Ministerio de
Cultura y Educación, 1977, p.5)

El Estado, que en cualquiera de las situaciones límite que amenace a


la nación siempre asume una posición tranquilizadora y ordenadora, se
vuelve, a mi juicio, un Estado paranoizante, es decir, un Estado que
implanta la sospecha y la vigilancia mutuas entre los ciudadanos, lo que
suma estados de intranquilidad, incertidumbre e inseguridad que
derivan en acciones de persecución, delación, ruptura de los lazos
solidarios y de cualquier otro factor cohesivo de la masa.
Una masa esquizoparanoide no solo teme ahora al enemigo que
podría ocultarse debajo de los rostros más familiares (instalando “lo
siniestro” en sentido Freudiano, lo Unheimlich [Freud, 1919]), sino que
teme ser así mismo el enemigo buscado, sospechoso, señalado.
Esta situación de ansiedad psicótica generalizada impide la
mancomunidad entre los ciudadanos y la emergencia de proyectos
colectivos para el cambio, para el posicionamiento crítico, para el
compromiso con la política y el curso del destino de un país. Se cercena,
en otras palabras, el derecho y capacidad de participación política:

(…) ya que la salud mental se mide sobre todo en términos de


calidad de comportamiento social y sus causas de mantenimiento o
deterioro están relacionadas con situaciones sociales como ser
factores socioeconómicos, estructura de familia en estado de cambio
y sobre todo en ese índice de incertidumbre que se hace
persecutorio y que perturba el comportamiento social (…). (Riviére,
1971, p.68)

Y estimo, en último término, que en un país en el que la clase


trabajadora había conquistado un número significativo de derechos,
accedido a cierto tipo de bienes antaño privativos de la clase alta y la
clase media acomodada, y que además había logrado modos de
organización colectiva y de pensamiento crítico junto a los hijos de la
clase media, era necesario, para instaurar un modelo económico
respondiente a las potencias subdesarrollantes (Página/12, 2010), una
política de exterminio no únicamente de los cuerpos y las mentes, sino
también de los modos de relación entre la ciudadanía; ese exterminio no
podía llevarse a cabo solamente con la fuerza de las armas, no, sino con
la implantación del terror.

Referencias
Weber, M. (1964) Economía y sociedad.
México: Fondo de Cultura Económica.

Freud, S. (1919) Lo siniestro.


Argentina: HOMO SAPIENS.

Lejtman, R. (sin fecha) Documenta ESMA.


Argentina: Video de Cátedra.

Wells, H.G. (1981) La guerra de los mundos.


Barcelona: Bruguera.

Ministerio de Cultura y Educación (1977) Subversión en el ámbito


educativo (Conozcamos a nuestro enemigo).
Buenos Aires.

Riviére, P. (1971) Del Psicoanálisis a la Psicología Social Tomo II.


Buenos Aires: Galerna.

Feinmann, J. P. (10 de octubre 2010) José Martí. Página/12. Recuperado


de: https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-154662-2010-
10-10.html

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